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LA ÚLTIMA TARDE

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8 Colección Patio trasero

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Bryan Barreto

LA ÚLTIMA TARDE

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Primera edición, agosto de 2016
© 2016, Bryan Barreto
© 2016, Vivirsinenterarse S.A.C.
Ca.Tambo de Mora Mz. R, Lote 4, Dpto14, Lima 6 - Perú
Telf. (511) 975 141 002 /RPM: # 947 806 978
edit.vivirsinenterarse@gmail.com
www. vivir-sin-enterarse.blogspot.com

Tiraje: 500 ejemplares

Dirección:
Eduardo Reyme Wendell
Corrección:
Camila Nicho Rivera
Josselin Fernández Quispe
María Valdez Acosta
Diseño de portada:
Santiago Lizárraga Castagnola
Composición de interiores:
Jonathan Suarez
Fotografía de portada:
Alvaro Munguia Ruiz
Publicista:
Miluska Antúnez Zambrano
Impresión:
Impresos Graficos Gutemberg E.I.R.L
Centro Comercial Unicentro - Lima, Perú

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2016-02610


ISBN: 978-612-46942-8-8

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, incluido el diseño


tipográfico y de portada, sea cual fuere el medio, sin la autorización expresa
del titular de los derechos.

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Impreso en el Perú - Printed in Peru

Hay historias que nunca tienen final a pesar que la


realidad les haya dado uno.

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Era una tarde soleada de un sábado de febrero.
Jugaba fútbol con los chicos del barrio en la losa
deportiva al frente de mi casa; llevaba vincha por-
que el cabello impedía la visión, pedía la pelota a
cada momento esperando un pase certero, que se
dio al rato; entonces, detuve el balón con solvencia
y lo primero que hice fue disparar con violencia. La
pelota se metió en el arco, el arquero solo atinó a
observarla.
Había anotado el gol del triunfo y los compañe-
ros me abrazaron con euforia, incluso intentaron
cargarme. Estaba emocionado y contento porque
siempre es estupendo ser el autor del gol de la vic-
toria, más cuando se trata de un partido reñido.
Inmediatamente después, alguien fue a recoger
la apuesta y nos dirigimos a la tienda más cercana,
que se encuentra al frente de la casa de Alondra,
para comprar líquido e hidratarnos.
Ahí se encontraba Alondra, una chica con quien
charlaba poco o nada, nuestra única plática solía
basarse en saludo y despedida. Junto a ella se en-
contraba su prima Mariana y al lado de la misma
una chica desconocida, de cabello castaño oscuro y
ondulado que atrajo mi atención con rapidez, aun-
que no le haya visto el rostro por la oscuridad. Me
gustó su melena, debido a que siempre me gusta-
ron las mujeres de cabello ondulado.
Charlaban despreocupas, concentradas en su
tema y por momentos soltando risotadas, yo mira-
ba de reojo al tiempo que bebía y luego respondía a

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los comentarios de Carlos, quien relataba los suce-
sos más relevantes del partido.
—Muchachos, hagamos salud por el triunfo, in-
dicó uno de los jugadores de un modo muy alegre.
Juntamos nuestros vasos y bebimos al mismo
tiempo.
Terminada la botella de Coca Cola acordamos en
ganar el siguiente partido para aumentar el núme-
ro de victorias sobre el eterno rival y nos despedi-
mos entre sonrisas.
Fui a casa junto a Carlos, quien aparte de primo
es mi vecino, hablábamos sobre el partido mientras
íbamos recorriendo la acera que divide el parque
hasta llegar a nuestras respectivas casas.
—Quedamos por MSN si hacemos algo más tar-
de, le dije antes de despedirnos.
—Me avisas pues, respondió con una sonrisa y
nos dimos la mano.
Me duché durante un buen tiempo liberando al
cuerpo del sudor, las rodillas de la suciedad y la-
vando las heridas que uno se hace al jugar con in-
tensidad.
Al salir me sentí aliviado y por supuesto, limpio.
Entré a mi habitación teniendo la toalla amarra-
da a la cintura. Escogí el atuendo para más tarde,
quizá para una posible salida con los amigos y me
vestí al tiempo que veía televisión.

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Media hora más tarde, mi mamá llamó para
cenar. Mi papá había comprado pollo a la brasa y
mis hermanos ya se encontraban instalados en la
mesa. Bajé y cené junto a la familia.
Realizando la típica sobremesa recibí la llamada
de Carlos, quien se encontraba afuera de mi casa.
Recordé que debí haberle avisado, pero me sorpren-
dió para bien que haya venido.
Entró a la casa y luego de saludar a todos agi-
tando la mano subió a mi habitación.
—Oye, espérame un rato. Voy a cepillarme los
dientes.
—No tardes.
—Que quiero fumar unos cigarrillos y tomar
unas latas de cerveza, añadió enseguida.
—Excelente idea, pensé. Pero no pude pronun-
ciarla porque me encontraba en pleno enjuague
bucal.
Al salir del baño se lo hice saber.
—Vamos a la misma tienda, sugerí.
—Sí, es la más cercana.
Nuevamente cruzamos la acera que divide el
parque.
Ya no estábamos con ropa pelotera. Llevábamos
bermudas; él, casaca (cosa rara porque es verano);
y yo obviamente en polo.

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Mientras caminábamos volvíamos a comentar
sobre el partido.
Nos encanta el fútbol. Es una pasión que no pue-
do describir con exactitud, solo sé que tienes que
vivirla para saber de qué trata.
Es por esto que fuera o dentro del campo, nues-
tras charlas se tratan acerca del deporte rey.
—Señora, buenas noches, saludó Carlos. Giró
para verme y preguntó: ¿Dos, cuatro o seis?
—Compremos seis de frente, sugerí. Volvió a mi-
rar hacia adelante y dijo: Seis cervezas en lata, por
favor.
La señora se dio la vuelta y se acercó a la nevera.
— ¿Dónde tomamos?
—En mi casa pues.
Cuando lo vi sacar la billetera e ir contando las
monedas, giré el cuello para ver al grupo de chicas
que se encontraba detrás. Conocía a Alondra y Ma-
riana; pero no hablábamos mucho. La otra mujer,
a quien había visto antes, únicamente de espalda,
me llamaba la atención.
A primera impresión me atrajo su cabello ondu-
lado. Se veía sedoso y bien cuidado como si todas
las noches después de ducharse se rociara una cre-
ma que ayude con el brillo y el cuidado del mismo.
Sin embargo, no tenía idea de cómo podría llamar-
se, tampoco la ubicación de su casa; pero al menos

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pude contemplar su rostro y sentirme realmente
muy atraído.
—Dame tu parte, dijo Carlos de repente y volteé
para verlo.
—Cierto. Espera, le dije.
Saqué un billete y se lo di.
—Pide cigarros, acoté.
—Está bien.
La señora regresó con las cervezas y los cigarros.
Carlos le dio el dinero y nos fuimos de regreso.
No pude volver a ver esa melena porque Carlos
empezó a charlar y no quise evidenciar el poco inte-
rés que tenía hacia su relato debido al recuerdo del
rostro de esa mujer que se aglomeraba en mi mente
al tiempo que caminábamos.
Podía haberle comentado, esperado alguna res-
puesta, de repente planeado la forma de cómo acer-
carnos a la chica o quizá, intentar conocerla; pero
Carlos no era un sujeto conocedor de temas amoro-
sos, mucho menos acerca de mujeres. Además, des-
conocía mi atracción por las chicas de cabello on-
dulado y no deseaba compartirla con nadie. Preferí
no voltear y dejar que mi primo siguiera hablando.
No obstante, confieso que siempre fue asombrosa
la forma como Carlos sentía el fútbol. Sabía muchí-
simo del mismo y su pasión era inmensa; aunque
al inicio del trayecto estuve pensando en la chica

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del cabello ondulado, luego se me hizo imposible
obviarlo porque sus cuentos futboleros resultaron
muy interesantes y por ende quise prestarle la
atención debida hasta volver a la habitación.
—Estuvimos a punto de perder, contó preocupa-
do.
—Esa jugada en la que Fernando remató con
violencia y la pelota se estrelló en el palo nos pudo
haber mandado a casa con las manos vacías, rela-
tó, ahora sí, sonriente y emocionado.
—Me hubiera sentido jodido el resto de la noche
y no habría salido de casa, dijo con una asombro-
sa seriedad, como si en verdad le hubiera afectado
tanto una supuesta derrota.
Sentía que vivía un simple encuentro futbolero
como si fuese una final del mundo. Nos sucede a
todos, definitivamente.
—Pero; por suerte, logramos remontar el parti-
do, añadió al instante y una gran sonrisa nueva-
mente creció en su rostro.
Entonces recordé mi gol y comencé a recrear el
momento. Carlos reía; pero sentía que lo realizaba
idéntico, mi emoción era similar a la de él al volver
a vivir esa escena, ya olvidándome de la chica al
frente de la tienda.
Es posible que se me borre de la mente cuando
volvamos a jugar y vuelva a anotar otro gol reem-
plazando al de ahora; pero en ese preciso momento

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era un recuerdo glorioso. Y valía la pena repetirlo.
Fue un golazo, obviamente, añadí después de re-
crear la escena.
Carlos abrió una cerveza. Yo preferí encender un
cigarrillo.
—Sí, fue un buen gol. Además, lo que le da crédi-
to es que fue el del triunfo, añadió.
— ¡Exacto! Le dije emocionado.
Vi a Carlos beber la cerveza y sentí ganas de
abrir una lata; pero ya estábamos cerca a mi casa.
—Vamos a mi cuarto para poder escuchar músi-
ca, le dije.
Accedió asintiendo con la cabeza.
En mi habitación, dejamos el tema del fútbol a
un lado. Ya no existían detalles para comentar, solo
quedaba esperar el siguiente partido. Encendí la
computadora mientras que él iba visualizando las
paredes.
—Estás loco para tener las paredes llenas de
pósteres, dijo. Y siguió viendo la distinta cantidad
de afiches que decoraban la habitación.
—Cada vez que entro veo uno nuevo.
—Sí. Ese de Goku en saiya tres es nuevo. Lo
compré ayer en el mercado. Esta chévere.
—Oye sí, está bacán.

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—Obvio, le dije. Y agregué: ¿Qué música pongo?
—Lo que quieras.
Sabina comenzó a cantar y yo empecé a disfru-
tar de mi primera cerveza de la noche.
Carlos tarareaba la canción mientras que yo en-
cendía otro cigarrillo para acompañar a la bebida.
—Oye, ¿por qué no tienes Facebook? Le pregun-
té luego de una bocanada de humo.
—No lo sé. No me llama la atención. Prefiero te-
ner correo y MSN. Con eso me basta.
Hice una mueca de extrañeza.
— ¿Quieres ver mi perfil? Me lo acabo de crear
ayer.
Carlos se levantó del filo de la cama y se acercó.
Se colocó a mi lado y dijo: A ver, muéstrame.
Abrí la página y se la mostré. Pero supuse lo que
diría después.
—No me llama la atención.
—Oye está chévere. Puedes subir un montón de
fotos, publicar un estado y tener muchos amigos.
Siguió con la misma compostura. Cambiamos de
tema entonces.
— ¿Has visto La Champions? Preguntó.
—Obvio. Partidazos, eh. Nunca me pierdo uno.

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—Sí, está buenazo. Seguro que se la lleva el Mi-
lán o el Barcelona.
—No creo. Yo soy un eterno merengue. El Real
Madrid de Raúl será el campeón, le dije y señalé el
poster de la pared contigua.
—Sí, puede ser; pero, ojo que el Manchester está
fuerte. De local te gana siempre.
—En realidad cualquiera puede ganar; pero yo
quiero que gane mi equipo.
— ¿Y en la Copa Libertadores? Cambió de cam-
peonato sin alejarse del tema que había vuelto, es
que no se puede dejar de hablar de fútbol.
Me pasé la mano por el cabello mientras sonreía
y le dije: La de siempre, los equipos peruanos son
una lágrima.
Carlos es un eterno hincha de Alianza Lima;
pero a la vez es realista, por eso no le quedó otra
que hacer un puchero y asentir con la cabeza.
Me pareció gracioso su gesto.
—Es la verdad pues, hermano.
—Aunque estoy seguro que alguna vez podemos
darle pelea a los bravos equipos argentinos y bra-
sileros y quién sabe, tal vez ganar la Copa Liberta-
dores.
—Podemos hacerle un buen partido, ganarles
algunos; pero de ahí al hecho de ser campeones la

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veo difícil, le dije con cierta desconfianza; pero con
una sonrisa.
—Yo quisiera que fuese cierto, añadí al instan-
te. Y abrí las manos para seguir explicándole mi
punto: Pero les falta huevos y mucha calidad. A
veces van ganando y les voltean el partido en el
último minuto. Eso no les sucede a equipos uru-
guayos; por ejemplo, “U” otras veces les meten de
tres a cuatro goles cuando juegan de visita porque
se sienten menos. De repente, les aterra el estadio
o la hinchada. Hay equipos que ganan de visita con
contundencia, los brasileros por ejemplo, ellos te
ganan en cualquier cancha.
Carlos asintió con la cabeza siendo condescen-
diente con mi comentario.
—El jugador peruano es técnico; aunque es ver-
dad, no tiene actitud. Pero eso se logra desde meno-
res, se debe trabajar mucho la parte mental como
la técnica, dijo y abrió otra lata de cerveza.
— ¿Y la selección? Preguntó después de beber.
Iba a responder; pero se oyó el zumbido del MSN.
Giré para colocarme frente a la pantalla y obser-
vé la intermitente luz naranja aparecer en la parte
inferior.
— ¿Quién es? Preguntó Carlos, intrigado.
¿Mariana? Qué raro me escriba. ¿Qué querrá?
Pensé antes de responderle.

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—Es Mariana, prima de Alondra, viven al frente
de la tienda.
Carlos escuchó y no respondió.
Era extraño que Mariana me escriba por MSN,
casi nunca conversábamos y las pocas veces eran
tan solo un intercambio de saludos y algún que otro
suceso del momento.
—Hola, ¿Cómo estás? Disculpa el zumbido, lo
hizo mi amiga.
—Hola, no te preocupes, le dije junto a un emoti-
cón de rostro sonriente.
— ¿Qué amiga envió el zumbido? Quise pregun-
tarle; pero no lo hice.
—Toma pues, la cerveza se va a calentar, recla-
mó Carlos.
Cogí la lata y le di un sorbo.
Mariana no volvió a escribir. Me di la vuelta y le
dije a Carlos:
— ¡Iremos al mundial! Eso nunca lo dudes.
Él seguramente pensó en ¿cómo puede no tener-
les fe a nuestros equipos nacionales y pensar que
sí podemos asistir a la Copa del mundo? Mientras
esa pregunta se realizaba en su cabeza, iba leyen-
do lo que Mariana, quien sorpresivamente volvió a
escribir, me iba diciendo.
—Una amiga te quiere conocer.

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Esa frase me intrigó.
¿Qué amiga?, ¿Cómo se llama? Fueron pregun-
tas que aparecieron en mi mente.
— ¿Qué amiga? Pregunté rápidamente.
—Yo también pienso que podemos llegar al mun-
dial, dijo Carlos.
—Aunque déjame decirte que la tenemos recon-
tra difícil, agregó.
—Tenemos jugadores que la rompen en el ex-
tranjero. No son muchos; pero son los pilares del
equipo. El fútbol nacional es una desgracia; pero
con los extranjeros y algunos otros que resalten se
puede armar un buen equipo. La idea es tener hue-
vos y amor por la camiseta, eso es muy importante,
le dije y bebí la cerveza hasta terminar la lata.
—Aparte, lo esencial es ganar todos los partidos
de local, dijo Carlos.
— ¡Exacto, hermano! Mira a Ecuador, ganando
todo de local y sacando un par de puntitos de visita
se fue al mundial, dije confiado.
—Aprovechan la altura. Y sus jugadores no son
tan buenos como los que tenemos, es decir; no jue-
gan en grandes ligas europeas.
—Por eso te digo, Carlos, necesitamos hacernos
fuertes de local, que no nos falten el respeto en casa
y podemos aspirar al mundial.

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—Sería genial ver a Perú en el mundial, dijo
Carlos y empezó a soñar con los ojos abiertos.
En la parte inferior de la pantalla apareció de
nuevo la luz naranja intermitente.
—No quiere que te diga su nombre; pero me dijo
que desea conocerte porque le pareces interesante.
¿Interesante? ¡Qué curioso! Me dije y sonreí.
Vi de reojo que Carlos volvía a abrir otra lata y
dejaba el cigarrillo sobre el cenicero.
—Está buena la cerveza, comentó.
—Sí, está muy buena, le dije y abrí otra lata.
—Me da curiosidad saber el nombre de tu ami-
ga, le escribí a Mariana.
—Está a mi lado. Dice que no te puede decir su
nombre porque podrías buscarla en Facebook.
No lo había pensado. Resultaba ser una bue-
na idea y una excelente razón para no decirme su
nombre.
—Voy al baño, dijo Carlos y me tocó el hombro.
No le respondí. Seguí escribiéndole a Mariana.
—Al menos dame pistas.
Carlos regresó, se sentó sobre la cama, volvió a
coger su lata de cerveza y le dio un sorbo. Luego,
cogió el cigarro y dio una pitada. Hice lo mismo;

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pero al revés. Nos quedamos callados por un rato,
Carlos ya no hablaba de fútbol y yo esperaba, asom-
brosamente ansioso, la respuesta de Mariana.
— ¿Qué hay de nuevo en el cine? Preguntó Car-
los muy serio.
—No lo sé. Hace un par de meses que no voy al
cine, le dije y empecé a reír porque me pareció gra-
ciosa la respuesta.
—No se puede ir al cine solo, dijo él y también
comenzó a reír entendiendo el chiste escondido en
mi respuesta.
—Lo que pasa es que he conocido a alguien, dijo.
Mi impresión fue de intriga y a la vez de sorpre-
sa. Carlos nunca antes me había comentado algo
similar.
—Pensaba invitarla al cine, es lo que todos ha-
cen, dijo y sonrió.
—Es una buena idea, le dije y añadí al rato: ¿Es
la primera cita?
Le pareció gracioso el término “cita”.
—Sí pues, nos conocimos en la universidad; pero
es la primera vez que vamos a salir juntos.
Carlos cursaba el tercer ciclo de Derecho. Des-
pués de haber frustrado su sueño de ser futbolista,
se dedicó al estudio y sorpresivamente para mí, al
hecho de tener citas.

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—Oye, ¡Qué chévere! ¿Cómo se llama?
—Camila, dijo él un tanto avergonzado.
En el tiempo que conozco a Carlos solo le conocí
una enamorada, una tal Gabriela. Desde entonces
no supe más, hasta ahora. Aunque todavía no sean
novios, parece andar todo viento en popa.
—Vayan al cine, conózcanse más e imagino que
podrán iniciar un amorío.
—Sí; pero bueno, iremos yendo poco a poco, paso
a paso, sin apuros y despacio, dijo.
Me pareció chistosa esa especie de rima en su
frase.
El hecho que Carlos empezara a salir con una
chica aumentó la motivación por saber acerca de la
amiga de Mariana. No quería quedarme atrás.
Minutos después, terminamos las cervezas y nos
despedimos.
Mariana seguía sin responder, no quería presio-
narla enviándole zumbidos; pero la intriga me ga-
naba.
Le envié un zumbido y luego otro.
—Perdón por no responder, es que nos quedamos
viendo televisión, respondió y me sentí avergonza-
do por parecer desesperado.
—Mi amiga dice que la primera pista es: Le gus-
tan los animales tanto como a ti.

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Pinina es una hermosa Shih Tzu, quien prácti-
camente me ha robado el corazón. Tenía menos de
un año en casa –habiendo llegado desde bebé– y
para entonces toda la familia la quería.
Pinina me hizo ver a los animales de una forma
más cercana y poder quererlos de un modo más in-
tenso. El quererla a ella me llevaba a ser empático
con el resto de animales. Además de liberar de mi
interior una gran sensibilidad.
La amiga misteriosa también adoraba a los ani-
males. Eso me gustaba bastante.
—Me gusta eso, le escribí. Y agregué emoticones
de rostro sonriente.
¿Cómo sabe que me gustan los animales? Me
pregunté manteniendo la mirada en la pantalla y
rascándome el mentón.
De repente me ha visto con Pinina paseando por
el parque, pensé.
Porque todavía no tengo fotos con ella en el Fa-
cebook. Creo que solo tengo una foto, añadí para
mí mismo.
Mariana tardaba en responder. No quise volver
a enviar zumbidos y salí del escritorio para dirigir-
me a la cocina, en donde bebí un poco de agua y al
regresar me eché sobre la cama para ver televisión.
La demora en responder reducía mi interés; pero
pensar en Carlos saliendo con una chica y quedar-
me atrás, me motivaba; sin embargo, el programa

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empezaba a estar bueno.
¡Genial! Top 10 de mejores goles, dije para mis
adentros, muy emocionado.
Mi programa de deportes favorito siempre trans-
mitía una lista de 10 mejores goles de la semana.
Encendí la televisión justo a tiempo.
Disfrutaba de los estupendos goles y de reojo
visualizaba la pantalla esperando que esa bendi-
ta luz intermitente apareciera; pero no lo hacía y
seguía mirando la televisión.
La luz apareció. El ranking de goles llegaba a los
3 primeros. Me levanté de la cama y los vi parado
esperando que acaben para ir enseguida a averi-
guar la respuesta. No pensé en cuánto interés sur-
gió de repente. Acabó el programa y me acerqué a
observar la respuesta.
—Qué bueno, dice ella, escribió Mariana.
Esperé a que siguiera escribiendo.
—Su mascota se llama Rocko, es un pastor ale-
mán.
— ¡Qué bien! Debe ser gigante, escribí.
Era la única característica que le conocía a los
de su raza.
— ¡Sí! Además es muy juguetón y come un mon-
tón, escribió Mariana; pero su amiga fue quien dio
la respuesta.

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Quería saber más; pero no sabía que preguntar.
Nunca antes viví una experiencia como esta.
— ¿Qué colores le gustan? Pregunté y agregué
risas porque era una pregunta ridícula.
Mariana escribió risas.
—El negro es su favorito, respondió.
Era extraño que a una chica le guste el color ne-
gro.
—A mí me gusta el azul y el amarillo, contesté.
—Dice mi amiga, escribió Mariana.
— ¿Qué dice?
—Aparte del fútbol, ¿Qué más te gusta hacer?
Era una pregunta interesante. ¿Qué más me
gusta hacer aparte de jugar pelota? Me pregunté
antes de responder.
—Me gusta escribir. Escribo historias, a veces
ficciones y otras veces basadas en hechos reales
como anécdotas o experiencias.
Mariana no volvió a responder.
Me distraje conversando con otras personas has-
ta que respondió.
—Eres el primer chico que escribe, escribió.
—Esa fue mi amiga, dijo Mariana al instante.
—Ahora es ella quien va a escribir, agregó.

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—Sí. Me gusta mucho escribir. Lo hago desde
niño; aunque todavía no soy tan bueno. Sin embar-
go, espero llegar a serlo alguna vez, poder publicar
un libro y demás.
Lo dije tan serio que me sorprendí a mí mismo.
—Seguro que sí. Y dime, ¿Te gusta bailar o can-
tar?
Escribí risas.
—No. No sé bailar y mucho menos cantar. Solo
canto en la ducha y no bailo ni el trompo.
Reí de mi chiste.
La amiga de Mariana escribió risas. Al parecer
también le pareció gracioso.
—Yo amo bailar; pero no se cantar, escribió.
—He ido a Karaokes; pero con amigas, obvio, en
donde puedes cantar recontra mal, nadie te critica
y nos reímos juntas.
Escribí risas.
Me pareció un comentario acertado. Es bueno
reírse con los amigos.
— ¿Qué haces ahora? Quiso saber.
— ¿Quién pregunta, Mariana o su amiga miste-
riosa? Pregunté sabiendo que escribía la amiga.
—La amiga misteriosa, respondió.

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Y al instante ambos escribimos risas.
Fue gracioso escribir “amiga misteriosa” y fue
chistoso que se sintiera como tal.
—Está bien, solo quería asegurarme, escribí.
—Pues, ahora estoy conversando contigo y a la
vez con otras personas. Escucho música y en un
rato voy a cenar. ¿Y tú?
— ¿Qué música te gusta? Quiso saber ensegui-
da.
—Me encantan las baladas. Alejandro Sanz es
mi cantante favorito. Me empieza a gustar Ricardo
Arjona, también escucho a Sabina, Diego Torres,
Sin Bandera, entre otros. Me gustan las canciones
que tienen una bonita letra.
—A mí también me gusta Alejandro Sanz. No he
escuchado a los otros. Es el único que me agrada en
canciones románticas. El resto del tiempo escucho
rock, punk y hasta metal.
Me sorprendió su respuesta.
Punk, rock y hasta metal. Interesante, pensé.
Yo no escuchaba esos géneros; no sabía que pre-
guntar al respecto.
—Qué bueno, le dije y añadí un emoticón de ros-
tro contento.
— ¿Cuál canción de Alejandro Sanz te gusta? Le
pregunté.

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—“Si tú me miras”, “Aquello que me diste”,
“Eso”, “Amiga mía” y muchas más, respondió.
—También esa canción que dice “Y es la fuerza
que te lleva, que te empuja y te llena”…
—Ah, te refieres a “La fuerza del corazón”.
—Esa misma. Me encanta, escribió y colocó va-
rios emoticones de corazones.
—Claro, es muy buena. Es del álbum Alejandro
3.
—Se nota que eres fan. ¿Fuiste al concierto?
—Por supuesto, escribí. Y añadí emoticones de
rostros sonrientes y algunos corazones.
—He ido a todos sus conciertos, afirmé como
todo buen fan.
—Sí. Mariana me contó que también fue; pero a
otra zona. Yo no soy tan hincha como para gastar
tanto dinero, dijo con humor.
—Me acaba de comentar que tienes todos sus
discos. ¿En serio? Añadió al instante.
—Así es. Es mi cantante favorito, te lo dije.
En ese momento recordé que realmente no los
tenía todos; pues, los tuve. El disco “Si tú me mi-
ras” lo perdí hace un tiempo atrás y no pude adqui-
rir otro.
Obvié comentarlo y seguimos charlando a pesar

29
que mi madre comenzaba a llamar a todos porque
había traído helado y todos lo amamos.
—En diez minutos bajo, grité.
—Ya, en diez minutos tomamos helado como
postre, respondió.
Pasaron los diez minutos y volvió a llamar.
La chica misteriosa me estaba preguntando
acerca de Pinina y sus travesuras y yo le iba con-
tando cada una de sus locuras.
Interrumpí la conversación para decirle. Debo ir
abajo, mi vieja me llama para tomar helado. ¿Ha-
blamos más tarde?
—Provecho. Hablamos otro día, yo también voy
a comer algo, escribió, añadiendo emoticonos de
sonrisa.
La mujer misteriosa me parecía muy intere-
sante. Me agradó que le gusten los animales tanto
como a mí. Es verdad que teníamos distintos gus-
tos musicales; pero al menos se sabía algunas de
Alejandro Sanz.
¿Cómo será físicamente? Era la pregunta que
rondaba por mi cabeza. Quise buscarla en el Fa-
cebook de Mariana; pero noté que recién tenía
cincuenta amigos y ninguno, según mi intuición,
se asemejaba a las características dadas por ella.
Además, la mitad no llevaba foto de perfil, solo
imágenes de dibujos o artistas.

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Un par de días después, vi a Mariana conectarse.
Apareció su ventana en la parte inferior derecha de
la pantalla y de inmediato hice clic.
—Hola, escribí.
—Hola, ¿qué tal? Respondió.
—Bien, bien. Oye, ¿estás con tu amiga?
—No.
Dejé de escribir.
¿Qué hago? Me pregunté porque me ganaba la
intriga.
—Oye, ¿Cómo se llama tu amiga?, ¿me pasas su
MSN?
Mariana demoró en responder.
Me hablaban varias personas; pero ninguna
me importaba, estaba concentrado en la respues-
ta. Quería saber su nombre y su correo electrónico
para poder agregarla al MSN.
—No sé si pueda darte su correo, escribió Ma-
riana.
— ¿Por qué va a molestarse? Pregunté confun-
dido.
—Es que me dijo que no te lo diera, respondió.
¿Por qué no querrá darme su correo? Me pregun-
té más confundido.

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Enseguida, comencé a responder las demás con-
versaciones. Mariana no me daba la información, y
yo me distraía conversando con Ezequiel, Jonathan
y algunas otras personas. Ambos decían para hacer
algo el fin de semana, ir a una discoteca o asistir
a alguna fiesta; a ambos les dije que sí, agregando
que luego me informaran acerca del lugar. No me
gusta mucho ir a discotecas, prefiero las fiestas;
aunque de todas maneras iría adonde fueran todos.
Mariana volvió a escribir.
—Estás con suerte. Ella está aquí.
Era extraño, ¿tan rápido ha venido, o debió estar
en camino? De repente vive cerca, pensé intrigado.
— ¡Qué bueno! ¿Vive cerca?
—En la zona D, respondió.
La zona D, la zona D; me decía a mí mismo. No
conocía; aunque había escuchado antes.
— ¿Alguna referencia? Y descuida, no voy a apa-
recer en su casa para espiarla.
Agregué risas luego de escribir.
—Por el parque Rompecabezas, escribió.
Seguía sin conocer; pero al menos tenía una bue-
na referencia si es que alguna vez fuese a visitarla.
— ¿Qué tal tu día? Preguntó.
—Todo muy bien, gracias, escribí.

32
Le voy a pedir el MSN, me dije.
—Oye, chica misteriosa, ¿Me das tu MSN para
charlar en privado?
No debí decir en privado, pensé.
— ¿Quieres mi MSN? Está bien, anota y me
agregas.
—Dale.
—Mi correo es: supercatkid@hotmail.com
—Genial. Te agrego enseguida.
Inmediatamente después de agregarla se desco-
nectó Mariana y apareció la amiga misteriosa.
—Hola de nuevo, escribió.
No tenía imagen en el display, tampoco un Nick
con su nombre, llevaba una imagen de Bob Espon-
ja y supuestamente la letra de una canción como
Nick.
—Ahora que tengo tu MSN, debo saber tu nom-
bre, le dije.
Ella añadió risas.
— ¿Todavía no te he dicho mi nombre?
Escribí risas.
—No. Y quiero saberlo ahora, le dije con emoti-
cones de rostro sonriente.
—Me llamo Daniela.

33
Es un bonito nombre, pensé. Y se lo hice saber.
—Muchas gracias, escribió.
— ¿De qué te gustaría hablar? Añadió ensegui-
da.
—Quiero saber ti. Intercambiemos preguntas,
propuse.
—Está bien. Yo empiezo, escribió adjuntando ca-
ritas de rostro alegre.
—Ya sé acerca de tus colores favoritos, también
que juegas fútbol y escribes; pero no sé cuál es tu
plato favorito.
—Me encanta el Lomo Saltado y el Cebiche, le
dije con emoticones de rostro con la lengua afuera.
—Quién no ama el cebiche, escribió.
—También me gusta el lomo; pero lo que me fas-
cina es la Lasaña. Me encanta, definitivamente.
—A mí no mucho, dije.
—Bueno, me toca preguntar. Pues, ¿Practicas
algún deporte o realizas alguna actividad física?
—Por el colegio tenía que hacer deporte obliga-
do. Estaba en talleres de natación y básquet. Pero
ya terminé el año pasado y no hago deporte desde
entonces.
—Qué bien. Nadar es genial. Y pienso que debes
de seguir haciéndolo.

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—Sí. Cuando voy a la piscina suelo practicar;
pero no en la playa porque me da miedo.
—Pienso lo mismo. Es peligroso. Y dime, si no es
indiscreción, ¿Cuántos años tienes?
Asumí que tendría 17. Yo terminé el colegio a esa
edad, por eso lo imaginé.
—Tengo 16 años. El 31 de Mayo cumplo 17.
Vaya, dieciséis años, pensé.
Yo tenía 21 años; aunque cualquiera que me vie-
ra diría que tengo 19 años. Me había pasado algu-
nas veces.
— ¿Tienes 20, verdad? Preguntó al instante.
—No. Tengo 21.
—Bueno, me faltó un año, respondió adjuntado
un par de emoticones.
—Sí, no fue mucha la diferencia. Casi aciertas,
le dije.
—Cuéntame de ti, dijo añadiendo emoticón de
sonrisa.
Era una pregunta abierta. ¿Qué puedo decir de
mí? Me pregunté.
Ya le dije que me gusta escribir, que me apasiona
el fútbol y que suelo andar en el MSN distrayéndo-
me un rato.
—Pues, ya sabes que amo el fútbol y disfruto

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mucho de escribir. También me gusta salir a pa-
sear con los amigos o asistir a fiestas. Los fines de
semana ando de discoteca en discoteca. Quise de-
tener ese último comentario; pero fue demasiado
tarde. Además, adoro estar en casa, echarme sobre
la cama y ver televisión.
Creí que ese comentario sería obviado; pero fue
lo primero que resaltó.
—Así que eres un chico fiestero, escribió con
emoticones de sonrisa y asombro.
La mayoría de chicas suele tener un concepto
errado sobre los chicos que van constantemente a
discotecas, piensan que andan con una chica dis-
tinta cada fin de semana. Yo no era así.
Antes no salía tanto. Lo que pasa es que entre-
naba con un equipo de fútbol y debía de cuidarme;
pero luego, por cosas de la vida, comencé a salir
más seguido.
No le tenía confianza para argumentar mejor
ese hecho. Todavía me dolía el no poder haber lo-
grado mi sueño de convertirme en futbolista y por
eso resolvía no profundizar en el tema.
—No siempre. Claro que a veces prefiero estar
en casa viendo películas. Otras veces me quedo ju-
gando pelota hasta tarde y luego de bañarme solo
me queda dormir. Por eso te digo que no es seguido.
Realmente era una respuesta sincera.

36
—Ya entiendo. Se nota que te gusta jugar pelo-
ta, siempre lo haces. Pareces ser bueno jugando o
al menos eso imagino. Espero que alguna vez pue-
da verte jugar, eso sería genial y divertido, escribió
añadiendo muchos emoticones de pelota.
Siempre quise que una novia me viera jugar al
fútbol. Nunca antes había sucedido, imaginaba que
era una situación maravillosa la de estar jugando y
ver a mi chica sentada y haciendo barra. De hecho
que estaría muy motivado y le dedicaría mis goles.
No éramos enamorados. Hubiera sido precipita-
do comentarle aquello.
—Claro. Algún día me vas a poder ver jugar fút-
bol. Seguro te vas a sorprender con mis jugadas y
mis goles.
Añadí risas, emoticones de rostro sonriendo y fi-
guras de pelota junto a corazones.
Ella solo escribió risas.
Acto seguido, dijo: Claro, cuando vuelvas a jugar
voy a pasar con mis amigas para verte.
—Sería muy divertido, escribí.
Enseguida cambió de tema abruptamente.
—Oye, ¿tienes enamorada?
Era una pregunta interesante. Pensé ser yo
quien se la hiciera; pero ella se adelantó.
—No, escribí. Y añadí una cara triste.

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—Yo tampoco, dijo sin agregar emoticones.
— ¿Y por qué no? Quiso saber.
—Lo que pasa es que he estado mucho tiempo
concentrado en otras cosas y no se ha dado la opor-
tunidad.
Era una respuesta sensata y sincera. Además,
no añadí emoticones.
— ¿En qué cosas? Preguntó intrigada.
¿Cómo le digo? Pensé.
—Pues, me dediqué a entrenar duro en un equi-
po para poder ascender a primera división y estuve
enfocado plenamente en ello sin pensar en tener
enamorada.
Fui muy sincero, tanto que me sorprendí. Ade-
más, asombrosamente, le tuve confianza.
—Comprendo, dijo a pesar que quizá no lo en-
tienda.
Me hizo bien leer esa palabra.
— ¿Y tú, por qué no? También quise saber.
—Los chicos de mi edad son unos inmaduros, es-
cribió con emoticón de rostro furioso.
Tenía razón, a esa edad la mayoría de mucha-
chos suelen ser inmaduros.
—Te entiendo; pero bueno, son etapas.

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—Sí; pero a veces se comportan de un modo tan
estúpido.
Le fastidiaba el comportamiento de los hombres
de su edad y resultaba graciosa la forma como lo
expresaba.
Todos repiten que las mujeres maduran antes
que los hombres, es una gran verdad, pensé en ese
momento.
—De solo recordar sus actitudes reviento, aña-
dió enseguida, al parecer, con algo de coraje.
—Tranquila, Daniela. No te sulfures. Hablemos
de cosas graciosas, le dije para calmarla.
Empecé a contarle una anécdota futbolera en
donde un amigo en un intento por llegar al balón
se tropezó y cayó aparatosamente contra el piso.
Todos reímos en ese momento.
Daniela rió al leer la experiencia. Escribió mu-
chas risas, tantas que imaginé que habría reído
mucho.
—Cuando esté echada sobre la cama voy a re-
cordar lo que me acabas de contar y volveré a reír,
añadió al rato con emoticones de sonrisa.
—Tengo muchas anécdotas parecidas, es la par-
te cómica del fútbol.
—Cuando volvamos a conversar quiero que me
cuentes algunas. Ahora es tiempo de ir a descan-
sar. Mariana y Alondra se quedaron dormidas, es-
cribió y añadió varias Z.

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—Está bien, linda, ve a dormir.
— ¿Me dijiste linda?
—Lo siento. Se me escapó.
—De igual modo, gracias, dijo con un emoticón
de ruborizado.
—Pues, de nada, le dije con un emoticón de beso.
—Me duermo. Tú también descansa.
—Si, al rato voy a la cama. Nos vemos, besos.
—Besos.
Eran las doce y media de la noche. Se desconectó
del MSN y yo hice lo mismo un tiempo después.
A la mañana siguiente, desperté porque escu-
chaba mi nombre desde afuera. Era extraño que
una chica me ande llamando a las nueve de la ma-
ñana, en vacaciones y sin motivo aparente.
Cuando me acerqué a la ventana del cuarto de
mis viejos vi a una chica de cabello castaño, lentes
de sol y al lado de su bicicleta.
Abrí la ventana para intentar reconocerla. Al
verme, dijo: Hola, buenos días.
Enseguida, me sacó una foto con su celular. Me
sentí confundido; pero a la vez no pude evitar sol-
tar un par de carcajadas.
—Daniela, Daniela, le saqué una foto al chico
que dices, decía y miraba a su izquierda.

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— ¡Daniela, acércate! Gritó. Y seguía viendo a su
izquierda agitando su mano.
Daniela no quería acercarse. La chica se subió
a su bicicleta y avanzó hacia la izquierda. Saqué
la cabeza por la ventana; pero no pude visualizar
bien. Un árbol y el balcón vecino obstaculizaban el
panorama.
Volví a mi habitación. Ya no tenía sueño; encen-
dí la computadora, abrí las cortinas y nuevamente
escuché mi nombre.
Caminé hacia la ventana y vi a esa chica de ca-
bello castaño y lentes agitar la mano en señal de
saludo. Abrí la ventana y le dije: Hola de nuevo.
— ¿Eres el amigo de Daniela?
—Sí. ¿Ella está por aquí?
—Sí; pero no quiere venir. Esta avergonzada.
Sonreí y le dije: Dile que no se preocupe, que no
hay motivo para avergonzarse.
—Quédate ahí, voy a traerla, dijo con suma con-
fianza.
Hice caso a su pedido a pesar de encontrarme
despeinado.
No tardó mucho en regresar. Detuvo la bicicleta
y dijo: Dice Daniela que si puedes bajar para con-
versar un rato.
—Claro. Dame diez minutos. Me voy a lavar y
arreglar.

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—Te esperamos allí, dijo señalando una banca
del parque.
—Está bien, salgo y me acerco.
—Te esperamos entonces.
Me duché y vestí con rapidez. Mis hermanos to-
davía no despertaban y mis viejos no estaban en
casa.
Salí con gafas y caminé hasta llegar al parque;
pero no vi a ninguna chica. Por un instante me sen-
tí un idiota. Creí que se habrían ido a toda veloci-
dad al verme salir, quizá, víctimas de los nervios.
Sin embargo, antes de retroceder y volver, apare-
cieron con sus respectivas bicicletas y rápidamente
se detuvieron a mi lado.
Me di cuenta que Daniela era la persona que se
encontraba junto a Mariana y Alondra aquella vez
al frente de la tienda.
Un cabello ondulado tan hermoso no podía ser
olvidado.
—Hola, yo soy Kelly, se presentó la chica de len-
tes.
—Y tú debes ser la chica misteriosa, me adelan-
té para saludar a Daniela, quien sostenía una bo-
tella de agua y estaba ruborizada.
—Hola, dijo un tanto avergonzada y nos dimos
un beso en la mejilla.

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Olía exquisito a pesar de haber realizado ejerci-
cio.
A primera impresión, me encantó su cabello on-
dulado y me agradó que fuera la chica que vi aque-
lla vez; pero no quise comentarlo.
No solo llevaba una bella cabellera, sus ojos eran
pardos y su sonrisa reflejaba algo más que alegría.
Un brillo que podría iluminar como el sol y del que
sin saber iba siendo tentado. Su voz era dulce y an-
gelical. Además, parecía degustar sin importancia
de la buena comida. En definitiva, una chica muy
simpática.
— ¿Y qué estaban haciendo? Pregunté para ini-
ciar la plática.
Ellas estaban al lado de sus respectivas bicicle-
tas, yo estaba parado al frente. Daniela bebía agua
y Kelly miraba su celular. La pregunta las hizo mi-
rarse y enseguida contestar.
—Estábamos manejando bicicleta. Fuimos a pa-
sear por varios lugares y Daniela me dijo para ve-
nir por acá porque quería ver a un chico.
Daniela intentó callar a su amiga; pero logró ter-
minar la frase.
Sonreí enseguida. Y añadí: No me habías conta-
do que te gusta manejar bici.
—Es verdad, dijo. Sonrió y añadió: Ahora ya lo
sabes.

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—Manejar bici es genial.
—Y muy agotador, interrumpió Kelly y le quitó
la botella de agua a su amiga.
—Hace mucho que no manejo bicicleta. Tenía
una bici; pero ya no sé dónde estará, comenté.
—Si la hubieras tenido podríamos haber ido a
pasear los tres, dijo Kelly.
Daniela se sintió avergonzada.
—Si pues, eso sería una buena idea, dije.
Cruce los brazos y pregunté con una sonrisa:
¿Cómo sabes dónde vivo?
Ambas se miraron, rieron y Daniela respondió:
Mariana me dijo.
Es lógico, pensé.
—Esperamos no haberte molestado con nuestra
presencia, comentó Kelly de un modo gracioso.
—Para nada. Solo se me hizo extraño escuchar
mi nombre a las nueve de la mañana.
Empezaron a reír enseguida.
—Era la única forma de llamarte, explicó la chi-
ca de lentes.
—Podrían haber tocado el timbre, dije y sonreí.
—La loca esta quiso gritar, dijo Daniela, empujó
a su amiga y sonrió.

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—Fue divertido, muy divertido, lo admito, añadí
y sonreí.
Daniela le arrancó la botella de agua a su amiga
y se la terminó.
—Amiga, tengo mucha sed. Voy a comprar una
botella de agua y regreso, ¿está bien? Dijo Kelly.
Daniela asintió con la cabeza, intercambiaron
comentarios en voz baja y luego Kelly agregó: Ya
vengo en un rato, chicos. Los dejaré solos para que
se conozcan mejor.
Nos quedamos solos y callados.
— ¿Te quieres sentar? Propuse.
Asintió y nos sentamos juntos sobre la banca.
—Es la primera vez que nos vemos, le dije.
—Sí, es raro; pero me agrada, dijo ella.
—Raro fue que me llamaran de ese modo, dije
para amenizar el momento.
Daniela soltó una carcajada.
—Sí; pero dijiste que fue gracioso.
—Claro que lo fue, afirmé.
Daniela era preciosa, me encantaba su cabello
ondulado, deseaba palpitarlo, tal vez, olerlo; pero
me limitaba a observarlo.
—Quiero que me vuelvas a contar la anécdota de

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tu amigo, esa que ocurrió mientras jugaban parti-
do.
Comencé a reír al entender lo que intentaba de-
cirme.
Entonces, volví a contarle la anécdota.
Esta vez lo hice de un modo más eufórico, ac-
tuando y relatándolo en un tono particular.
Daniela no dejó de reír al escuchar el final de la
experiencia.
Me daba risa que le diera tanta gracia la mane-
ra como el tipo cayó sobre la losa deportiva.
Fue una anécdota muy graciosa, si me hubiera
sucedido me estuviera riendo al contarlo.
—Si esas caídas suceden en el partido, te asegu-
ro que cualquier día me aparezco en la cancha.
—Si te contara. Ocurren varios acontecimientos
graciosos durante un partido de fútbol.
—Cuéntame otra anécdota, por favor, dijo muy
entusiasmada, con una enorme sonrisa que brilla-
ba.
—Déjame recordar alguna.
Miré al cielo rascándome el mentón y le dije: Ya
recuerdo una bien chévere.
—Esto le ocurrió a mi amigo Jonathan. Estába-
mos jugando pelota a pesar de la lluvia. Imagina la

46
pasión. Entonces, él corre tras el balón para poder
cogerlo y luego rematar al arco, obviamente.
Daniela asienta con la cabeza atenta a todo lo
que digo.
—En ese momento, patina por culpa de lo moja-
da que estaba la cancha y se cae de espalda moján-
dose y machándose todo de barro.
Tuve que pararme para recrear mejor la escena.
Creo que eso hizo que Daniela riera más.
—No pensé que fueras tan gracioso, me dijo con
una sonrisa.
Nunca antes me habían dicho gracioso. Me agra-
dó.
—La forma como lo cuentas lo hace más diverti-
do, decía y comenzaba a reír.
Yo me contagiaba de su risa y recordaba el rostro
de Jonathan luego de levantarse adolorido y moja-
do.
—Jugar en lluvia es complicado. Muchos se caen,
yo también me he caído varias veces y todos se han
burlado. Es parte del espectáculo.
—A mí me pasa lo mismo, dijo.
— ¿Juegas en lluvia?
—No exactamente. Cuando manejo bici con Ke-
lly y empieza a llover tenemos problemas para se-
guir el camino y algunas veces la loca esa quiere ir

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rápido y termina cayéndose y manchándose todo
de barro como le sucedió a tu amigo, contó y se echó
a reír.
Yo también reí imaginando la situación.
—Somos malvados, nos burlamos de las desgra-
cias de los demás, dijo en son cómico.
—No son desgracias, son momentos graciosos.
— ¡Y debemos reírnos de esos momentos! Añadí
y seguí riendo.
—Es cierto, dijo y volvió a reír.
—A mí me pasa lo mismo, recordar una situa-
ción chistosa y comenzar a reír de la nada, le dije
con humor.
—Eso es verdad, siempre me sucede, dijo de la
misma manera.
Y nuevamente nos echamos a reír.
En ese momento, apareció Kelly y preguntó: ¿De
qué se ríen?
Daniela me miró y repentinamente estalló en
carcajadas.
Me contagié de su risa y también solté algunas
carcajadas.
Kelly nos miró asombrada, preguntándose: ¿De
qué rayos se están riendo? No imaginaba que reía-
mos de su experiencia.

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—Amiga, lo siento mucho, dijo Daniela, luego de
una risotada.
—Lo que pasa es que le conté sobre aquella vez
en donde te caíste de la bicicleta al intentar avan-
zar a toda velocidad por el barro.
Kelly se sintió avergonzada.
—No te preocupes, fue gracioso, a todos nos pasa.
Ella continuaba ruborizada.
—Ya amiga, no te pongas roja. Como dice él, a
todos nos ha pasado alguna vez.
—Y bueno, ¿Qué han estado haciendo aparte de
burlarse de mi caída?
Daniela y yo reímos de nuevo. Kelly se unió al
instante.
—Pues, nos estábamos conociendo, dije, más cal-
mado.
—Parece que tienen en común el hecho de reír-
se de todo, incluyendo las caídas aparatosas de las
personas, dijo Kelly de una manera muy cómica.
—Nos encanta reír, acotó Daniela.
En ese instante, uno de mis hermanos salió por
la ventana y al verme conversando con dos chicas
llamó a los demás para que salieran por la otra
ventana a molestar.
Sabía que en cualquier momento sucedería.

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—Bien ahí eh… Te veo bien… La estás haciendo
linda, fueron las frases que repitieron en coro.
Enseguida, se escondieron detrás de la cortina
entre sonrisas y risas; pero fueron vistos por Da-
niela y Kelly.
— ¿Son tus hermanos? Preguntó la loca.
—Sí. Son mis hermanos, les gusta molestar.
—Ya me di cuenta. Se parecen a los de mi promo,
siempre andan molestando, comentó Kelly.
— ¿Cómo se llaman tus hermanos? Quiso saber
Daniela.
—Fernando es el alto de cabello castaño claro,
el bajo y de cabello negro es Orlando y el gordito
es Jeff.
— ¿Cuántos años tienen?, ¿El gordito es el ma-
yor?
—Todos dicen lo mismo; pero no. El mayor soy
yo.
— ¿En serio? Preguntaron ambas a la vez, un
tanto sorprendidas.
—Sí, en serio.
—Tu mamá se debe volver loca con cuatro hom-
bres, dijeron las chicas.
—Si pues; pero ya no somos tan traviesos como
antes, dije y reí.

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— ¿Y ustedes tienen hermanos o hermanas?
Pregunté después de la risa.
—Yo tengo un hermano mayor, se llama Martín,
contó Daniela.
—Igual yo, tengo un hermano mayor y una her-
manita. Él se llama Alexander; pero le decimos
Alex y ella es la dulce Andrea.
—Qué bueno. ¿Se llevan bien con sus hermanos?
—Sí, supongo, dijo Daniela, algo insegura.
—Con Alex me llevo bien, es mi hermano y ami-
go. A mi hermanita suelo ir a recogerla al colegio.
—Voy con Daniela, añadió enseguida.
—Y de pasada nos encontramos con algunos
amigos de la promo que suelen hacer lo mismo o
andan jugando pelota o llevando cursos que desa-
probaron, acotó Daniela.
—Entonces, ¿Ustedes han estado en el mismo
colegio?
—Claro, en el mismo colegio y en el mismo salón,
dijeron ambas a la misma vez.
—Con razón, se ve que son buenas amigas.
Se miraron y sonrieron.
—Mi hermano tiene una banda, contó Daniela.
— ¿Ah sí?

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—Sí, le gusta tocar la batería y se junta con sus
amigos a practicar en una cochera.
Me pareció genial. El hecho de tener una banda
y tocar, el placer de hacer lo que le gusta, me agra-
da eso.
—Eso suena muy bien, dije.
—A ti no te va a gustar lo que tocan, dijo Danie-
la.
Kelly la miró como preguntándose, ¿Cómo lo sa-
bes? Y luego ella añadió: Porque sé que te gustan
las baladas, la música corta venas.
—No seas exagerada, dije.
—Kelly, él es un chico romántico. Le gusta es-
cuchar Alejandro Sanz, dijo Daniela señalándome.
—Alejandro Sanz es bacán, dije.
—Me gustan algunas canciones, he escuchado
pocas. Cuando me siento feeling suelo oír algunas,
comentó Kelly.
—Sí. Le he dicho que también escucho algunas;
pero no siempre.
—Ah claro, tampoco voy a escucharlo todo el
rato, añadió su amiga.
Yo escuchaba a Alejandro Sanz todo el tiempo,
era y es mi cantante favorito.
—A diferencia de ustedes, a mí fascina escuchar-
lo siempre, dije y sonreí.

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—Gustos son gustos, dijo Kelly diplomáticamen-
te.
—Eres el primer chico a quien le gusta Alejan-
dro Sanz, comentó Daniela como si recién hubiera
escuchado mi gusto por la música.
Me sorprendió su comentario; pero a la vez me
gustó.
—El romanticismo corre por mis venas, dije e
hice una especie de actuación que reflejaba ello.
Ambas rieron enseguida.
Estuvimos charlando por un tiempo más. Kelly
miró su reloj y le dijo a Daniela que debían partir,
su mamá llegaría y no vería la mesa servida para
el almuerzo. Ella también recordó que debía de lle-
gar para comer junto a su familia y a mí, de tanto
escuchar sobre comida, me dieron ganas de comer.
Nos despedimos entre risas. No acordamos en
vernos en otro momento; pero sí encontrarnos en
el MSN.
Un inesperado; pero agradable momento vivi-
mos aquella mañana.
Ese mismo día por la noche nos encontramos en
el MSN.
—Hola, ¿cómo estás, linda?
—Bien, gracias. ¿Y tú que tal, lindo?
Esas primeras frases fueron interesantes por la
espontaneidad de las mismas.

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—La pasamos genial por la mañana. Fue tan in-
esperado y a la vez tan divertido.
—Sí, no creí que fuéramos a hablar tanto. Pensé
que íbamos a pasar por tu casa y saludarte desde
afuera, no que habláramos bastante; pero la pasé
fabuloso.
Además, le caíste bien a mi mejor amiga.
Suponía que eso era bueno. Pero, ¿Por qué?
—Es verdad. Pero como dicen muchos, lo inespe-
rado suele ser mejor, dije de modo muy cliché.
—Espero que pueda volver a verte, añadí ense-
guida.
No era algo que quería decir, tal vez se me es-
capó, quizá solo salió o de repente lo sentí y se me
ocurrió escribirlo.
— ¿En serio? A mí también, respondió al instan-
te como si estuviera pegada a la pantalla esperan-
do que contestara.
— ¡Qué bacán! Entonces, ¿cuándo nos volvemos
a ver?
Me sorprendió escribir eso de una forma tan es-
pontánea; pero me asombró todavía más el hecho
de estar pendiente a su respuesta que no tardó en
llegar.
— ¿El viernes que viene?
—Claro, podemos encontrarnos en el mismo lu-
gar.
54
—Y seguir conversando sobre acontecimientos
graciosos, dijo Daniela y agregó risas.
—Claro, eso sería muy divertido. Todavía hay un
montón de anécdotas chistosas que te puedo contar.
Volvió a agregar risas y muchos emoticones de
rostro sonriente.
—Si gustas puedes venir con tu amiga, dije de
repente.
— ¿Para? Dijo sin emoticones ni risas.
—Porque de repente te da vergüenza venir sola.
— ¿Te gusta mi amiga? Preguntó de un modo tan
directo que sentí como si me lo hubiera dicho cara a
cara y mirándome a los ojos.
Escribí risas y le dije: No, en lo absoluto. Te lo
dije porque de repente te da vergüenza venir sola
y quizá estando con tu amiga te sentirás más có-
moda.
No respondió.
¿La malogré toda? Me pregunté. Pero mis inten-
ciones no son como las piensa, me respondí. Estaba
ansioso y algo nervioso porque contestara.
¿Por qué me preocupa tanto lo que piensa? Fue
la pregunta que me hizo meditar.
Daniela se desconectó del MSN. Por un momen-
to creí que no volvería y el posible encuentro del
viernes no sucedería y por alguna razón que des-

55
conocía me afectaba que no llegase a concretarse.
Sin embargo, apareció de nuevo.
—No pienso eso, es solo que me pareció extraño
que preguntaras por ella.
—Es como te dije, no pienses cosas que no son.
— ¿Estás seguro?
—Claro pues. No tengo intenciones con tu ami-
ga. No pienses algo que no es.
—Está bien, está bien, dijo.
Y para cambiar de tema, añadí: ¿El viernes en-
tonces?
—Claro; pero voy a ir sola.
Esa frase fue fantástica porque así lo queríamos,
por eso sonreí cuando la leí.
La habíamos pasado mejor conversando los dos.
Su amiga era agradable; pero yo me sentía más có-
modo charlando con ella.
No sabía cómo describir esa sensación, creía que
solo se trataba de mera confraternidad, como el he-
cho de sentirse más cómodo con alguien con quien
hablas seguido, no me daba cuenta de lo que real-
mente era.
—Ya pues, genial. ¿Te espero en la banca o en
mi casa?
—Voy a tu casa al medio día. ¿Está bien?

56
—Claro, buena hora. Además, duermo un poco
más.
Comenzó a reír y dijo: Ya quedamos, eh.
La chica tiene actitud. No cualquiera te dice que
va a ir a tu casa, tocar el timbre y preguntar por ti,
no a su edad. Eso me gustó mucho.
El viernes desperté muy temprano. Después de
una ducha me vestí y rocié perfume por mi cuer-
po. Encendí la computadora y esperé que llegara la
hora del encuentro.
De rato en rato me asomaba a la ventana, mira-
ba de izquierda a derecha y regresaba a mi habita-
ción.
Pasaron las 12pm y todavía no llegaba. Volví a la
ventana y regresé a mi cuarto. Me comía las uñas
mientras miraba televisión, no lograba concentrar-
me en las noticias, veía el reloj en mi celular a cada
momento y el tiempo parecía pasar lento. Incluso,
llegué a imaginar el sonido del timbre.
Hace mucho que no me sentía como lo estaba en
ese instante y no lo entendía con claridad.
Rato después, el timbre sonó solo una vez. Me
acerqué a la ventana con rapidez; pero me detuve
para espiar ocultando el cuerpo detrás de la cortina
y mirando desde un pequeño orificio.
Ahí estaba Daniela. Acababa de descender de su
bicicleta. El cabello ondulado brillaba, cubría sus
ojos pardos con la palma de su mano que utilizaba

57
como sombra y miraba hacia arriba; pero no me
veía.
Lucia pantalón jeans, un polo rosa y un chupe-
tín en su mano izquierda. Apoyada en la bicicleta y
esperando que salga.
Enseguida, abrí la ventana y del modo más fres-
co le dije: Hola Daniela, ahí bajo.
Sonrió y dijo: Esta bien, te espero.
Abrí la puerta y la invité a pasar. Cogí su bicicle-
ta y la ayudé a meterla.
Mi mamá no estaba, había ido al mercado a com-
prar los productos para el almuerzo y mis herma-
nos seguían durmiendo. Estaba con suerte.
— ¿Estas solo? Preguntó.
Y le conté lo antes mencionado.
Asintió con la cabeza y subió detrás de mí.
A medio camino se encontró con la perrita, quien
como de costumbre empezó a ladrar; pero inmedia-
tamente se echó panza arriba para ser acariciada.
Daniela lo hizo y fue una imagen tierna.
—Es hermosa, dijo con una dulce sonrisa.
—Sí que lo es, añadí de la misma manera.
Pinina se marchó de regreso a su cama y Danie-
la entró a mi cuarto.
Dejé la puerta junta para que no se sintiera in-

58
cómoda. Me senté sobre la silla del escritorio y ella
al filo de la cama.
—Y, ¿Cómo estás? Pregunté con amabilidad.
Daniela estaba concentrada en la decoración.
Contemplaba cada espacio de mi cuarto, miraba
las paredes asombrada, curioseaba con sus ojos en
cada rincón, seguramente tendría muchas cosas
que preguntar y antes de contestar a mi interro-
gante rutinaria me hizo la pregunta: ¿Cuánto tiem-
po te tardaste en decorar todo?
—Alrededor de dos años.
Miré gran parte de la habitación y acoté: Los
pósteres de Dragón Ball Z los compré hace años. Lo
demás lo he ido colocando paso a paso. A veces he
estado aburrido y he empezado a decorar.
Daniela seguía mirando las paredes. Asintió con
la cabeza al escucharme y añadió: Se nota que te
gusta Goku y el fútbol.
Lo máximo que tengo pegado en mi cuarto son
algunos afiches de mis cantantes favoritos, no más.
Tú tienes todo repleto.
Reí por causa de ese último comentario.
—Me encanta Dragón Ball Z. Siempre he visto
y estoy seguro que si alguna vez llego a tener hijos
voy a hacerles ver las hazañas de Goku.
Daniela soltó una risotada.

59
— ¡Estás loco! Dijo al rato.
—Son gustos pues, Daniela.
—Claro; pero ya te excedes, dijo y continuó mi-
rando el cuarto.
Tenía mucha confianza. Se levantó del lugar y
comenzó una breve travesía por toda la habitación.
Ya no solo miraba, también tocaba e investigaba.
La miraba desde mi posición, me gustaba que
fuera curiosa, que le agrade observar los detalles,
como el hecho de notar que la mayoría de los pelu-
ches que tengo (algunos regalos) son de animales.
Le gustó que todavía conserve algunos de mis mu-
ñecos de infancia; pero le preocupó si aún jugase
con ellos. Le dije que sí para asustarla; sin embar-
go, enseguida lo negué junto a una risa. Vio otra
buena cantidad de afiches, fotografías, figuras de
acción del mismo anime y muchas otras curiosida-
des.
—Es un cuarto muy singular. Eres único, dijo
después.
Me sentí muy halagado. Siempre me ha gustado
ser distinto e original.
Agradecí su comentario y ella siguió observan-
do. Veía el techo y contemplaba mi nombre de co-
lores, tocaba las estrellas de cartón que de noche
brillaban y se probó un par de sombreros que tenía.
Cuando se cansó de indagar volvió a su asiento y
preguntó: ¿Esa es una puerta? Efectivamente lo

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era. Yo había dibujado una puerta detrás de donde
me encontraba. Lo hice tiempo atrás en un momen-
to de ocio.
— ¡Sí!
Me levanté de la silla para que pudiera visuali-
zarla en toda su dimensión.
Quedó anonadada. Fue lo que más la sorprendió.
—También me gustan tus estrellas. Dan ganas
de quedarse a observarlas, añadió al rato.
—Eres muy creativo, dijo después.
Le sonreí y acoté: A veces entro ahí para ir en
busca de inspiración.
—Realmente estás loco, dijo enseguida.
Y ambos soltamos una risotada.
—Nunca creí entrar a una habitación tan…
— ¿Original? Interrumpí.
—Sí. Y también increíble.
Me encantaron ambos adjetivos.
—Muchas gracias, Daniela. Ahora conoces algo
más de mí, me encanta decorar.
—Se nota, se nota, dijo volviendo a mirar todo.
—Deberías de sacarle fotos a tu cuarto y subir-
las en Facebook, comentó.

61
No es mala idea, pensé.
—Suena genial, eh, le dije.
—Y hablando de eso, ¿tienes Facebook?
—Claro, ¿no me has agregado aún?
—No, le dije. Y al instante abrí el Facebook.
— ¿Con qué nombre te busco?
Me lo dijo y la hallé. La agregué y comencé a
curiosear en su perfil.
—Lo acabo de actualizar, he subido fotos y de-
más.
Le dije que me gustaba su nueva foto de perfil.
Se veía tierna junto a su mascota, estaban abra-
zados y curiosamente, mirando a la cámara. Ella
con una sonrisa reluciente y el perro seguramente
alegre por tenerla cerca.
Agradeció el comentario y pidió que comentara.
Lo hice enseguida y luego continué observando sus
fotos.
Daniela se levantó y se acercó colocando su cuer-
po sobre mi hombro. Olía su perfume y me encanta-
ba. Cuando dijo que siguiera viendo su álbum sentí
un aroma delicioso salir de sus labios. Comenté sus
nuevas fotos como creí que fuera agradable y seguí
viendo su Facebook teniéndola respirando detrás.
Cuando cerré mi cuenta, le dije: Entonces, me
aceptas pues.

62
Giré el cuello y la tuve demasiado cerca, tal vez
nunca antes haya estado tan cerca a mí. Sus ojos
eran pardos y preciosos; pero no se lo dije. Sonreí-
mos y la vi volver a su lugar.
— ¿Quieres que ponga algo de música?
Asintió con la cabeza.
Para sorprenderla sintonicé “La fuerza del cora-
zón” de Alejandro Sanz.
No tenía intenciones de darle una atmósfera ro-
mántica al momento, tampoco fue una indirecta
que quizá podría iniciar un análisis dentro de su
mente, lo que hice fue tan espontáneo como decirle:
Me encanta esa canción.
—A mí también y lo sabes.
Sonrió, se frotó las manos muy lentamente como
calmando los nervios y enseguida juntó sus dedos
mirando hacia arriba.
Empecé a tararear la canción. No quería cantar
porque pensé verme ridículo; pero las ganas me
ganaron y solté algunas estrofas. Daniela se entu-
siasmó con la canción o al escucharme y comenzó a
acompañarme con la letra.
La canción seguía sonando y continuábamos
cantando. Cada vez lo hacíamos con más euforia.
Ella cantaba mucho mejor que yo, además, tenía
una voz muy tierna.
Daniela dejó los aparentes nervios e hizo un mi-

63
cro con su mano, yo no hice lo mismo; pero me acer-
qué a su lado para seguir cantando.
Lo hacía horroroso; pero al cantar junto a ella y
sentir la letra, muchas sensaciones estremecieron
mi cuerpo, haciéndome sentir fantástico.
Ella se divertía bastante, me entregó el supues-
to micro y luego de una sonrisa canté en su mano
hecha puño provocando su risa.
La canción terminó y quise ponerla de nuevo.
Aceptó gustosa y aplaudiendo, haciendo lucir una
imagen de niña tierna, entonces volví a sintonizar-
la.
Esta vez, no cantamos, porque nos acomodamos
al filo de la cama para deleitarnos con la música,
tarareando por momentos y moviendo la cabeza.
De repente, nos miramos, sonreímos y lenta-
mente nos fuimos acercando y mientras lo hacía-
mos cerrábamos los ojos, tal vez, al mismo tiempo.
Nuestros labios convergieron y todo lo que sentí
fue difícil de expresar. Era un conjunto de senti-
mientos y emociones desconocidas. No creí sentir-
me tan cómodo con alguien y jamás imaginé besar-
me con alguien menor a mí.
El palpar sus dóciles labios fue maravilloso. El
beso habrá durado segundos; pero parecían años.
No lograba descifrar lo que sentí; pero confirmé
para mis adentros que Daniela me gustaba y si
había correspondido el beso, seguramente, yo tam-
bién a ella.

64
Era probable que abriéramos los ojos y nos sin-
tiéramos confundidos o peor aún, avergonzados.
Era posible que saliera corriendo de mi habita-
ción, cogiera su bicicleta y no se detuviera hasta
llegar a casa y yo me quedara como un tonto senta-
do donde estaba.
No obstante, nuestra primera reacción fue suje-
tarnos de la mano y sonreír.
Entonces entendí que algo precioso podría ini-
ciar.
Fue bonito el momento en el que nos sujetamos
de la mano. Pienso que fue instintivo, un acto na-
tural de nuestro corazón. Ambos queríamos que no
fuera solo un beso.
No soltábamos nuestras manos; pero tampoco
nos mirábamos. Nos sentíamos ligeramente aver-
gonzados; aunque nos gustaba tener nuestras ma-
nos unidas.
Me acerqué lentamente y le di un beso en la me-
jilla. La sentí tibia, no dijo palabra alguna y sonrió
tímidamente.
De repente dejó de ver hacia adelante y me miró,
hice lo mismo al instante y ambos, por causa na-
tural, enfocamos nuestros ojos en las manos uni-
das. Nos dio cierta gracia; pero a la vez ternura.
Sabíamos que algo andaba sucediendo dentro de
nuestros corazones; pero todavía no sabíamos cómo
definirlo.

65
Sorprendentemente se dejó caer sobre mi regazo
y se quedó ahí durante un tiempo. Callados, mi-
rando hacia adelante o arriba, perfumándonos con
nuestros respectivos aromas y pensando en cómo
descifrar lo que sucedió, en cómo expresar lo que
sentíamos estando juntos.
—Creo ya me tengo que ir, dijo después de un
tiempo.
Se reincorporó, soltamos nuestras manos y casi
al mismo instante abrimos los brazos.
—La hemos pasado genial, le dije.
Sonrió y contestó con un firme: Sí.
Estábamos frente a frente, luego de aquel es-
tiramiento de brazos, de mirar el techo y sonreír
instintivamente, nos abrazamos en aparente señal
de despedida; pero terminado el mismo, nos dimos
otro beso.
—Me gustas, le dije enseguida.
Se ruborizó. Jugó a entrelazar sus dedos y miró
hacia abajo para luego mostrarme una sonrisa, la
misma que me fascinaba.
La cogí del mentón y se lo repetí: Me gustas mu-
cho, Daniela.
Lo había comprendido en el momento que estu-
vo cobijada sobre mi regazo, cuando iba sintiendo
su aroma, cuando acariciaba su cabello tan suave-
mente que ni lo sentía. Lo supe cuando la besé por

66
primera vez y en ese instante comencé a entender-
lo mejor.
Ahora estaba seguro que me gustaba y se lo es-
taba haciendo saber.
Me vio con esos pardos que brillan con intensi-
dad y sonrió, tal vez por nerviosa, quizá por cos-
tumbre; pero sonrió y me encantó.
Se acercó rápidamente y me besó.
Dio evidencia de su magnífica actitud. No tuvo
que decírmelo para hacérmelo saber. Bastaba con
ese comportamiento.
Como me encanta, pensé. Siempre me han gus-
tado las mujeres con actitud.
Le sujeté la mano y mirándola fijamente le pre-
gunté: ¿Quieres ser mi enamorada?
Se asombró; pero la sonrisa le ganó a la sorpre-
sa. Todavía manteníamos las manos juntas y casi
enseguida respondió: Sí.
Nos volvimos a besar al instante, manteniendo
nuestras manos juntas y aclarando lo que íbamos
sintiendo.
Todo era muy sublime y a la vez honesto.
Lo que sentíamos era una fuerte atracción físi-
ca y también sentimental porque después del beso
intercambiamos un te quiero.
Mis hermanos estaban despiertos cuando des-

67
cendimos por las escaleras. Empezamos a oír la
música que provenía del tercer piso cuando la ayu-
daba a sacar su bicicleta.
En ese momento se detuvo y preguntó: ¿Qué fe-
cha es hoy?
—Pues, 07 de Abril.
—Entonces cada 07 de Abril celebraremos nues-
tro aniversario.
Fue lindo e inesperado que lo dijera, no acostum-
bro a celebrar aniversarios cada mes; sin embargo,
cuando lo dijo sentí que comenzaría a realizarlo.
Salimos y nos despedimos con un pequeño y tier-
no beso.
Entré y subí las escaleras rápidamente, abrí la
ventana y la vi partir manejando su bicicleta con
bastante calma, me pareció agradable que fuera
tan cuidadosa.
Volví a mi habitación y sintonicé de nuevo la
misma canción, la escuché con una sonrisa en el
rostro, una sonrisa que podría evidenciar el inicio
de un enamoramiento.
Daniela me gustaba, no podía negarlo, era una
mujer maravillosa, con un encanto natural y una
personalidad increíble. Su actitud era lo que más
me fascinaba y en conjunto hacia nacer en mí sen-
timientos que creí no volver a sentir.
Estaba contento por el inicio, no dejaba de son-

68
reír ni de reír, escuchaba canciones románticas y
las cantaba con mayor intensidad.
Al rato bajaron mis hermanos y uno de ellos rea-
lizó bromas por mi forma de cantar, reí por el co-
mentario y los acompañé con el desayuno. Mi vieja
apareció minutos después trayendo unos deliciosos
emparedados y comentando entre sonrisas que co-
mida cocinaría.
No encontré a Daniela en el MSN durante lo que
quedaba de mañana y gran parte de la tarde, se me
hizo extraño; pero no quise angustiarme ni andar
pensando cosas negativas, solo pensé en que tal vez
estaría haciendo alguna actividad.
La vi en línea por la noche, al instante le envié
un emoticón de corazón acompañado de un saludo.
—Hola precioso, escribió.
—Preciosa, ¿qué tal?
Agregamos mutuamente emoticones de corazo-
nes y besos.
—Hoy fue bonito, escribí.
—Sí, muy bonito, respondió y agregó emoticones
de corazones.
—Oye, antes de seguir conversando quiero de-
cirte algo que no pude decirte en persona, escribió.
Me sorprendí. Y le dije: Dale, dime.
—Me gustas mucho, me has gustado desde que

69
te vi por primera vez jugando pelota y estuviste a
punto o anotaste un buen gol.
No recordaba ese momento; pero me pareció bo-
nito leerlo.
—Entonces, quise saber de ti y conocerte mejor.
Le pregunté a Mariana sobre ti y como sabes me
convertí en la amiga misteriosa, hasta el momento
en que fui a visitarte con Kelly y volví a tu casa
días después. Y lo que siguió fue ese beso. Créeme,
fue grandioso.
Sus palabras mostraban seriedad, eso me gus-
taba. La forma como lo había planeado y como lo
contaba, me agradaba.
—Me dijiste para ser enamorados y estoy feliz
por eso; pero quiero que sepas que no estoy dis-
puesta a que me hagan daño. Puedo ser menor que
tú, puedes tener cierta experiencia amorosa; pero
eso no quiere decir que sea una chica inmadura o
ingenua, se lo que quiero y lo que siento, quiero
estar contigo y espero que todo sea honesto y pre-
cioso.
Nunca antes me habían hablado con tanta ho-
nestidad. Sus palabras reflejaban madurez y se-
guridad. Está demás decir que me encantaba esa
actitud.
—Daniela, me parece increíble todo lo que dices.
Estoy completamente de acuerdo contigo. Pienso
que a tu edad son contadas las chicas que piensan
como tú.

70
Yo no estoy dispuesto a realizar algo que te hicie-
ra daño. Me gustas mucho y deseo poder expresar
eso que me haces sentir.
Además, al igual que tú espero empezar esta re-
lación de la mejor manera, sincerarnos siempre y
no parar de demostrar lo que iremos sintiendo, que
seguramente poco a poco se irá incrementando.
Eso es lo mágico y bonito.
—Lo que pasa es que salí con algunos chicos du-
rante mi etapa de colegio y fueron muy estúpidos.
Me ilusioné y luego terminé decepcionada. Solo
pensaban en divertirse y muchas veces se suelen
dejar llevar por lo que piensan o hacen sus amigos.
Me revienta eso; pero tú eres mayor y seguramente
eres distinto.
—Te entiendo, preciosa. Como te dije antes, a
esa edad los hombres suelen ser muy tontos.
—No cabe duda, añadió enseguida.
—Bueno, ahora estás conmigo y esta es una re-
lación seria. Hemos iniciado bien y vamos a hacer
que todo siempre ande de lo mejor.
—Te quiero mucho, Daniela. No te voy a hacer
daño y solo te voy a regalar sonrisas, añadí ense-
guida.
— ¡Qué lindo! Yo también te quiero mucho.
En mi etapa de colegio no conocí a una chica que
pensara como ella. Tampoco durante algunas rela-

71
ciones que tuve y creí ser serias. Siempre existió
esa inmadurez emocional al no saber lo que sen-
tían, esa confusión de sentimientos y esa absurda
manera de mentir cuando es tan sencillo decir la
verdad.
Daniela lo hacía con espontaneidad, era honesta
por naturaleza.
Su nivel de madurez, a pesar de su edad, era
alucinante.
Me encantaba y estaba dispuesto a valorarlo y
disfrutarlo.
— ¿Cuándo te vuelvo a ver, preciosa? Le dije y
agregué enseguida: Que ya empiezo a extrañarte.
—Y yo también te extraño a ti, precioso. Quiero
que me des otro beso.
—Cuando te vuelva a ver te voy a dar muchos
besos, escribí agregando emoticones de besos.
Daniela me ganó y añadió muchos más emotico-
nes de besos.
Volvimos a vernos una semana después. Nueva-
mente en mi casa, dijo que llegaría al medio día;
pero lo hizo treinta minutos después. La demora
se hizo irrelevante cuando la vi desde la ventana
descendiendo de la bicicleta como lo había hecho
días antes.
Me desesperé por su demora, estuve ansioso por
verla y no dejaba de observar el reloj; pero cuando

72
llegó todo se disipó y me detuve un instante para
contemplarla desde la ventana. Enseguida, descen-
dí para abrirle la puerta, lo hice lentamente para
que nadie se despertara, incluyendo a la mascota.
—Hola, le dije.
Estaba divina. Con esa melena ondulada que
siempre andaba libre y reluciente, el pardo de sus
ojos brillaba con intensidad y sus labios deliciosos
como los probé la última vez.
Le di un beso y la ayudé a entrar. Cogí su bi-
cicleta mientras se acercaba a la cocina en busca
de agua. No tuvo que mencionármelo, simplemente
cogió un vaso y se sirvió agua. Me encantaba que
tuviera esa confianza.
Dejé su bici a un lado y le dije para subir. Asintió
con la cabeza y subimos juntos.
Arriba nos abrazamos de inmediato. Fue un
abrazo que demostró la falta que nos habíamos he-
cho durante los últimos días.
—Te he extrañado, le susurré al oído mientras
la abrazaba.
Me abrazó con mayor efusividad.
—Yo también te he extrañado, dijo al rato.
Nos separamos, nos miramos y sonreímos.
—Y dime, ¿cómo has estado?
Por más que siempre se lo pregunte por MSN

73
era necesario realizarlo en persona.
—Bien, ando muy bien, respondió con calidez.
Siempre decía que andaba bien y su sonrisa lo
demostraba.
— ¿Y tú qué tal?
—Tranquilo. Estaba esperándote, le contesté y
la vi ruborizarse seguramente por la demora.
—No pude salir más temprano, dijo enseguida.
—Descuida. Ya estás aquí y eso importa, le dije
y volvimos a abrazarnos.
Enseguida, nos sentamos al filo de la cama y nos
sujetamos de la mano. Intercambiamos miradas y
comenzamos a platicar.
Hablamos acerca de las actividades realizadas
durante el tiempo que estuvimos distanciados y de
lo que generalmente hacemos cuando no estamos
conectados en el MSN.
Me contó que junto a Kelly y otra amiga fueron
a buscar academias pre universitarias para así
prepararse para el examen de admisión de alguna
universidad.
Le dije que me parecía genial la idea y que debe-
ría de matricularse lo antes posible para no andar
perdiendo tiempo.
Asintió con la cabeza y añadió que lo haría en la
misma academia que sus amigas. Eso me pareció

74
gracioso porque yo también hubiera hecho lo mis-
mo.
También me comentó acerca de su mascota con
quien cada vez que sale a pasear suele realizar des-
trozos en el jardín. Eso me lo había contado por el
MSN y fue chistoso que lo hiciera de nuevo.
Habló sobre sus amigas del colegio, Johana,
Claudia, Carla y las veces que acordaban verse
para salir a pasear; pero que nunca se realizaban.
Daniela siempre decía que es mejor no hacer pla-
nes, porque nunca salen. Lo mejor es improvisar.
Cuando me lo dijo añadió una experiencia. Dijo
que repentinamente fue a visitar a su prima, que
casualmente vive cerca y fueron a tomar helados.
La pasamos mostro porque salió de la nada, agregó.
—Estoy de acuerdo con la idea de improvisar;
sin embargo, a veces es bueno hacer planes, traté
de agregar dando mi opinión.
—No. En mi corta experiencia siempre que hago
planes nunca funcionan y no solo con mis amigas.
Por eso prefiero improvisar o no esperar nada y que
ocurra de repente.
Debió tener algunas experiencias negativas
acerca de realizar planes para pensar de ese modo,
creí un momento. Pero luego entendí que era parte
de su personalidad y me agradó su idea.
—Entonces, mientras estemos juntos vamos a
improvisar, le dije de un modo agradable y sonrien-
do.

75
— ¡Esa es la idea! Dijo enseñándome el pulgar
levantado.
Me pareció muy gracioso ese gesto.
Me siguió contando sobre lo que hacía diaria-
mente. Despertarse temprano para sacar al pe-
rro a pasear, ser parte de sus destrozos, regresar
a casa y bañarse; ver televisión, generalmente lo
que encuentre (películas, telenovelas, series) y más
tarde visitar a alguna amiga, siempre de manera
repentina y por supuesto, en todo momento, a cada
instante y mientras esté realizando cualquier ac-
tividad, siempre anda conectada al MSN desde su
computadora personal ubicada en el escritorio de
su habitación.
Eso teníamos en común, se lo hice saber. Al ins-
tante asintió con la cabeza y afirmó: ¡Lo sabía!
Sonreímos instintivamente, el saber que tenía-
mos algo en común resultaba muy agradable.
— ¿Qué otra cosa tenemos en común? Quiso sa-
ber Daniela.
—Que nos gusta Alejandro Sanz, dije emociona-
do.
—Bueno, a ti solo unas canciones y a mi todas;
pero, igual cuenta, añadí.
Asintió con la cabeza y miró al techo frotándose
el mentón.
— ¿Prefieres el sol o la lluvia? Preguntó de re-
pente.

76
—Amo el sol, dije.
—A mí la lluvia, respondió.
—Pero; me agradan los besos bajo la lluvia,
agregué.
—A mí también. Siempre ocurren en las teleno-
velas y se ve muy sweet, dijo e hizo mueca de ima-
ginarlo, con una sonrisa y los ojos brillosos.
Pensé que tal vez nunca habría tenido uno, yo
tampoco. Posiblemente el hecho de besarnos algu-
na vez bajo la lluvia podía contar como algo en co-
mún.
Nos quedamos pensando un par de minutos, de
repente, en la siguiente interrogante.
— ¡Ya se! A ambos nos gusta ir al cine. ¿Te gusta
el cine, no?
—Claro que me gusta.
—Podríamos ir alguna vez, ¿qué te parece? Aña-
dí.
—No es mala idea. ¿Qué películas te gustan?
—Prefiero de terror; aunque también me gustan
de acción, comedia y animadas. Es irónico que no
haya visto muchas películas románticas.
—Me fascinan las de terror y obviamente las
románticas, más que todo porque siempre tienen
finales felices. Hay que ver una ahora, ¿Qué dices?

77
Le gustaba escuchar rock, no tanto las baladas;
pero disfrutaba de las películas románticas, era
una curiosa particularidad.
—Ya pues, es una buena idea, dije entusiasma-
do.
— ¿Tienes alguna que no hayas visto?
—Déjame ver, le dije.
Me acerqué al lugar donde guardaba las pelícu-
las y comencé a buscar alguna que recién acababa
de comprar. Daniela se acercó y me ayudó a esco-
ger.
— ¿Has visto todas?
—Sí. Está es buena, le dije mostrándole una pe-
lícula.
—Ya la vi, es buenaza.
Encontramos una que ninguno de los dos había
visto. La compré hace un par de días y la dejé para
más tarde.
Volvimos a nuestros lugares, ella se quedó sen-
tada mientras que yo colocaba el DVD.
— ¿Quieres algo para tomar?, ¿Refresco, gaseo-
sa, agua? Le ofrecí luego de conectar todo.
— ¿Tienes Coca Cola?
—Obvio, le dije.
—Bien helada, me encanta tomarla heladita y
más con este calor.
78
—A mí también me gusta la Coca Cola helada,
le dije. Y sonreímos enseguida al tener algo más en
común.
Volví con dos vasos llenos de Coca Cola recién sa-
cada del refrigerador. Le entregué y de inmediato
lo bebió. Estaba sedienta, hice lo mismo enseguida
y comenzamos a ver la película.
Me gustó que me cogiera la mano y recostara su
cabeza sobre mi hombro. Sonreí y le acaricié el ca-
bello.
Dejamos nuestras bebidas a un lado. La abracé
por encima del hombro y nos concentramos en el
terror que yacía en la película.
En algunas escenas escondía sus ojos y me pre-
guntaba por lo que andaba sucediendo. Le contaba
y luego miraba más calmada.
Le gustan las películas de terror; aunque suele
ser miedosa.
La siguiente escena fue aterradora, no tuvo
tiempo de taparse los ojos, entonces pegó un grito y
enseguida se cubrió la boca.
Le preocupó que alguno de mis hermanos haya
escuchado y bajara a inspeccionar; pero nadie dijo
nada. Ellos suelen dormir como piedras, le comenté
y comenzó a reír.
La película se puso interesante, trataba sobre
actos paranormales en una casa desolada. Daba
miedo, lo admito; pero Daniela lo sentía todavía

79
más. Se refugiaba en mis brazos cada vez que pre-
sentía que algo sucedería; pero yo le decía que no
pasaría nada, en realidad le mentía, porque si ocu-
rriría algo, quería que lo viera y tuviera una gra-
ciosa impresión de susto.
Eres malvado, decía; pero le daba un beso en la
mejilla y todo se apaciguaba.
Terminada la película estiramos los brazos y las
piernas y nos dimos un abrazo previo a la despe-
dida. Nos besamos luego de mirarnos fijamente y
repetimos casi al mismo tiempo, te quiero.
En ese momento se abrió la puerta de la casa.
— ¿Es tu mamá?
—Sí, acaba de llegar del mercado.
— ¡Qué vergüenza! No voy a bajar, ¿qué le voy
a decir?
—Tranquila, eres una chica con mucha actitud,
no te avergüences por una tontería. Solo bajas y
saludas, tan simple como eso.
Se calmó un poco. Respiró y dijo: Nunca antes
he conocido a la mamá de un enamorado. Esa es la
razón.
—Siempre hay una primera vez. Tranquila, mi
vieja es bacán. Te va a saludar de un modo gentil.
—Bueno, está bien. Además, Mariana y Alondra
me dijeron lo mismo. Siempre dicen que tu mami
es linda y amable.

80
— ¿Ya ves?
Asintió con la cabeza. Me cogió de las mejillas y
me dio un beso.
—Te voy a extrañar, precioso.
—Y yo a ti. Coordinamos para volver a vernos.
—Claro, siempre podemos hablar por MSN.
—Excelente, te encuentro por la noche.
Nos abrazamos y nos tambaleamos lentamente,
fue gracioso. Le di un beso y descendimos juntos
las escaleras.
—Hijito, ¿vas a almorzar? Dijo mi madre de un
modo muy cariñoso.
— ¿Hijito? Dijo Daniela y quiso soltar una riso-
tada.
—Tremendo grandote, añadió enseguida.
—Sí, tengo hambre, le dije poco antes de tocar
piso.
—Te presento a Daniela, le dije señalándola su-
tilmente.
—Buenos días o buenas tardes, señora, dijo ella
tímidamente y riendo con la confusión.
—Hola Daniela, un gusto, respondió mi vieja con
una sonrisa.
—Linda, ¿Quieres almorzar con nosotros? Dijo
mi vieja sonriendo.

81
—Claro, muchas gracias.
Daniela, menos avergonzada se sentó sobre una
de las sillas y me acomodé a su lado.
—Que agradable es tu mamá. Hasta me dijo lin-
da.
—Lo eres, le dije y nos dimos un pequeño beso.
—Cuéntame Daniela, ¿por dónde vives? Pregun-
tó mi mamá.
Daniela relató donde específicamente vivía.
Mi madre asintió con la cabeza y comenzó a ser-
vir la comida.
— ¿Te gusta el Lomo salteado?
—A mí me encanta, interrumpí.
—Claro, si es tu comida favorita, dijo Daniela.
Mi vieja nos miró y sonrió. Sabía que algo pasa-
ba entre nosotros.
—Sí señora, me gusta.
—Qué bueno, espero que te guste mi sazón.
Daniela sonrió y yo añadí: Te va a gustar, mi vie-
ja cocina rico.
Empezamos a comer. Mi mamá realizaba pre-
guntas para conocer a Daniela, quien contestaba
de igual manera. Sentí que se llevaban bien y eso
era estupendo.

82
Ninguno de mis hermanos bajó, por más que mi
vieja los llamó decidieron comer más tarde.
Ellos suelen levantarse al medio día, tomar de-
sayuno a esa hora y almorzar a las tres y media, co-
mentó. Daniela se sintió asombrada; pero a la vez
sintió la gracia en el comentario.
Mi mamá siempre se expresa con gracia, sus co-
mentarios o relatos nunca dejan de llevar esa do-
sis de humor. También suelen ser exagerados. De
igual modo resultan graciosos.
Cuando terminamos de almorzar, Daniela agra-
deció la comida y nos sentamos un rato sobre el
mueble de la sala, queríamos descansar y reposar
un rato.
Me sorprendió para bien que Daniela no esté
apurada. Se sentía cómoda conversando con mi
madre y eso me gustaba mucho.
De repente recibió una llamada y se levantó
para contestar. Al regresar me comentó que era su
mamá quien le preguntó por su paradero.
Daniela le dijo que estaba con Kelly y que aca-
baban de almorzar. Añadió que iba camino a casa.
¿Su mamá no sabe que tiene enamorado? Pensé
un instante. Pero luego entendí que teníamos sa-
liendo un par de semanas y que de repente alguna
vez se lo diría. No le di mucha importancia.
Para entonces mi mamá estaba en la cocina sir-
viéndose un vaso de gaseosa y acomodando los pla-

83
tos para empezar a lavarlos. Daniela quiso ayudar;
pero mi vieja le dijo que no se preocupara.
Se despidieron con un beso en la mejilla cuando
ella comentó que debía de volver a casa.
—Ven cuando gustes, esta es tu casa, dijo mi
madre.
Daniela sonrió.
—Cuídala, eh. Es una linda chica, añadió ense-
guida.
Era obvio que lo sabía. Todas las mamás lo sa-
ben.
Salimos de mi casa y conversamos sobre ese úl-
timo comentario y lo bien que la habíamos pasado.
La acompañé a una esquina y la dejé partir ma-
nejando su bicicleta luego de darle un beso.
Por la noche nos encontramos en el MSN. Era la
primera vez que colocaba su foto en el display, le
dije que me la enviara y pude tenerla en mi com-
putadora. Además, mandó la foto que me sacó la
primera vez que la vi y comenzamos a recordar el
momento.
Cuando chateamos suele agregar un centenar
de emoticones, a diferencia de mí que suelo usar
algunos.
—Oye que linda es tu mami. Me cae muy bien.
—Ella suele ser muy amable. Parece que tam-
bién le agradas.
84
—So very cute.
Yo no sabía inglés; pero tampoco quería pasar
vergüenza preguntando qué significaba esa frase.
La busqué en Google y respondí.
—Sí, es bonito que se lleven bien. Enseguida,
conducido por una fuerte sensación de ausencia,
agregué: ¿Cuándo te vuelvo a ver?
—No lo sé, dijo y añadió un emoticón de cara
triste.
No respondí. Leí y me fui a beber agua.
Me sentí fastidiado. Al volver vi que escribió.
—Sabes que me encanta improvisar. Le agregó
muchos emoticones haciendo efusiva la frase.
Lo había olvidado, pensé.
—Está bien. A partir de hora no te voy a pregun-
tar cuando nos veremos, solo se dará.
—Tampoco seas tan serio, dijo enseguida.
Escribí risas.
—No, no es eso. Es solo que me sentí algo incó-
modo porque tenía ganas de verte y saber cuándo
se daría. Pero ahora recuerdo que prefieres impro-
visar y entonces, esperaré a que suceda.
Cuando terminé de escribir sentí que realmente
me hacía falta y que por ello llegué a comportarme
de ese modo, expresando una leve inconformidad.

85
— ¡Qué lindo! Yo también te extraño, precioso.
A pesar que te haya visto hoy por la tarde me ha-
ces mucha falta. Quiero que vuelvas a abrazarme y
beses muchas veces.
—Te voy a dar todos los besos y abrazos que gus-
tes, Daniela bonita.
Continuamos charlando hasta superar la media
noche.
Después de las doce solía entrarle sueño, a veces
tardaba en responder y comentaba que iría a dor-
mir, que de quedarse podría dormirse en el escrito-
rio. Me daba gracia ese comentario y le decía que
se vaya a la cama.
Yo hacía lo mismo al rato. Sin Daniela el MSN
era aburrido. Desde que andábamos juntos se vol-
vió mi contacto favorito. Chateamos tanto como po-
díamos y siempre era todo muy ameno.
Dos días después, desperté temprano sin saber
el motivo. Abrí los ojos y ya no pude seguir dur-
miendo. El celular marcaba las nueve.
Mis hermanos, la perrita y mi vieja estaban dur-
miendo. Resolví encender la televisión y ver las no-
ticias.
De repente sonó el celular en señal de mensaje.
Estiré la mano y lo cogí. Daniela me había enviado
un mensaje.
—Precioso, ¿estás despierto?

86
—Sorprendentemente, sí, escribí y añadí risas.
—Escribió dos líneas de risas y también lo si-
guiente: Entonces, voy a tu casa.
—Ya pues, bacán. Te espero.
—Genial. Te quiero.
—Y yo a ti, preciosa.
Pasaron quince minutos y recibí otro mensaje.
—Estoy afuera.
Me levanté de la cama, lavé el rostro y bajé, todo
tan veloz como pude.
— ¡Maldición! Esta con llave la reja, pensé a me-
dio camino.
Volví y descendí nuevamente.
—Buenos días, precioso, dijo al verme.
—Buenos días, linda; dije, y le di un abrazo lue-
go de abrir la reja.
Estaba contenta, no dejaba de sonreír. Entró y
antes de subir a mi habitación, en el pasadizo que
conlleva a la escalera me sujetó de las mejillas y
acercó mis labios a su boca. Siempre me gustó que
hiciera eso, nunca aprendí a esperármelo. Ese era
su encanto.
Cuando llegamos al segundo piso me dijo que
iría al baño. La esperé recostado en el marco de la
puerta. Al salir sonrió e hizo como si caminara sigi-
losamente, lo cual me hizo reír un rato.
87
—No te preocupes, todavía siguen en media no-
che.
Sonrió y entró. Se sentó al filo de la cama y pidió
que me acomodara a su lado.
Recostó su cabeza sobre mi hombro y la cubrí
con mi brazo.
—Extrañaba esto, dijo con voz tenue.
—Yo también, le dije al instante.
Y nos quedamos en silencio.
Solo se oía el canto de los grillos del jardín veci-
no y a veces el ladrido de Pinina, quien reaccionaba
al escuchar a los grillos.
Algún tiempo después, le propuse reproducir
algo de música. Aceptó gustosa con la condición de
volver a su lado. Lo hice enseguida.
Se escuchaba “Si tú me miras” de Alejandro Sanz
y volvimos a estar en la posición anterior, solo que
esta vez la acerqué un poco más para cantarle una
estrofa al oído.
—Se me eriza la piel, dijo luego de escucharme.
Sonreí y le di un beso en la mejilla. Dejé que
la música siguiera su curso y las demás canciones
se sigan escuchando mientras que nos besábamos.
Ese beso en la mejilla hizo que girara el cuello y me
encontrara con sus labios, me encantaban. Besarla
me fascinaba, tenía los labios suaves y adictivos.

88
Cuando la besé por primera vez sabía que no po-
dría dejar de hacerlo.
Caímos de espalda hacia la cama, reímos un ins-
tante y nos seguimos besando de una forma muy
entusiasta.
Alejamos nuestros labios y nos miramos fija-
mente. Acaricié su rostro y le dije que era hermosa,
sonrió y me dijo te quiero.
—Te quiero, le respondí al instante y también
sonreí.
Nos reincorporamos, resolví encender la televi-
sión y que eligiera que ver.
— ¿Tienes agua?
—Claro, ahora te traigo.
Cuando regresé con el agua vi que había sintoni-
zado un canal de dibujos animados. Me sorprendió.
— ¿Dibujitos?
—Me encanta este canal, siempre lo sintonizo a
esta hora.
Entendí que a pesar de sus actitudes maduras,
todavía llevaba consigo una parte de niña.
Le entregué el vaso con agua y le dije: Ahora te-
nemos algo más en común.
—No me digas que también ves este canal.
—No, tonta. Yo me levanto al medio día, reí
cuando dije eso.
89
—Lo que quiero decir es que a mí también me
gustan los dibujos. Bueno; los animes, Dragon Ball
Z, por ejemplo. También Los Caballeros del zodiaco
y Supercampeones.
— ¡Qué genial! Además, se nota, dijo y bebió
agua.
Empezamos a ver los dibujos animados. A ella le
encantaban, se sabía todos los nombres y reía de
las ocurrencias de los personajes.
A mí no me gustaba. Durante mi infancia vi al-
gunos dibujos en el canal Nickelodeon; pero ahora
ya no los transmitían.
¡Esos sí eran buenos dibujos! Pensaba mientras
intentaba encontrarle el sentido gracioso a lo que
Daniela observaba atenta y sonriente por momen-
tos.
No lo encontré; pero no me importó. Yo estaba
encantado porque la veía sonreír y soltar risota-
das que enseguida eran tapadas por la palma de
su mano, al tiempo que elevaba sus cejas y seguía
riéndose detrás de la palma preocupándose por si
alguien hubiera escuchado.
Cuando terminaron los dibujos animados inició
una breve búsqueda de otro programa entretenido
y se detuvo en un canal mexicano.
— ¡Deja ahí, están dando “el chavo”! Dije impe-
riosamente.
— ¿Te gusta “El chavo del 8”?

90
—Claro, es bacán. Es muy gracioso.
—A mí también me gusta. Tenemos otra cosa en
común, dijo entusiasmada.
Lastimosamente el programa estaba a medio
capitulo. Cuando terminó me dijo que debía partir
porque le comentó a su mamá que saldría un rato a
la casa de Kelly y regresaría enseguida.
Habíamos estado juntos alrededor de una hora.
Lamentamos el hecho de su partida; pero era en-
tendible.
Quise preguntarle por qué no le habría dicho que
tenía enamorado; pensaba que sería más sencillo
si le dijera, entonces su madre sabría dónde anda.
Pero dejé la pregunta para más adelante.
La acompañé a la puerta y nos despedimos con
un abrazo.
¿Por qué no le dice que tiene enamorado? Po-
dríamos pasar más tiempo juntos, pensé al despe-
dirnos.
Pero al ser una persona a quien no le gusta pre-
sionar y mucho menos entrometerse en la vida de
los demás —me agrada que me cuenten, compar-
tan, porque aprecio escuchar—, no quise preguntar
hasta que me lo llegue a comentar.
Por la noche nos encontramos en el MSN. Nos
saludamos e intercambiamos anécdotas realizadas
durante la tarde. Me contó que estaba viendo te-
levisión y fue interrumpida por su amiga Johana,

91
quien le dijo para salir al parque a pasear a los
perros. No era su turno de pasear al can, le tocaba
a su hermano; sin embargo, salió a caminar junto a
Johana y la mascota.
Añadió que se sintió fastidiada por el clima so-
leado. Ya es Abril, tiene que haber un poco de frío
al menos, decía y yo respondía: Paciencia, en cual-
quier momento aparece el clima gris junto a la llu-
via.
También agregó que volvería a buscar acade-
mias junto a Kelly porque su madre la estaba pre-
sionando, eso mismo le sucedía a su amiga.
Estamos conectadas, decía. Y van a estar en la
misma academia, yo agregaba.
¿Y qué te cuentas, precioso? Quiso saber des-
pués. Empecé a contarle que pasé el resto de la
tarde escribiendo algunos cuentos, viendo fútbol
internacional y chateando como siempre.
Oye, todavía no leo alguno de tus escritos; fue
una afirmación interesante. Cuando te vuelva a
ver te enseño alguno, le dije.
Pero Daniela quería leer algo en ese preciso mo-
mento.
—Quisiera que escribas algo ahora. Quiero sa-
ber lo que escribes.
—Está bien, veamos que puedo enviarte.
En ese momento estaba escribiendo anécdotas

92
futboleras, mi experiencia en algunos equipos y
describiendo muchos partidos en el barrio; pero no
quería enviarle eso, tal vez no lo vería como yo lo
hago, no tenemos esa pasión en común. Entonces,
me inventé una historia.
—Trata de un sujeto, a quien le gusta escribir y
se enamora de una princesa salida de algún cuento.
— ¿La princesa se llama Daniela? Preguntó.
— ¡Tiene que llamarse Daniela! Aseveró al ins-
tante.
— ¿Qué comes que adivinas? La princesa se lla-
ma Daniela.
—Oh yeah!, dijo y añadió emoticones de cara
sonriente.
—La princesa Daniela era una chica encantado-
ra, le gustaba reír y divertirse, salir a pasear con
sus amigas y sacar a su bello perro a pasear. Vivía
en un castillo ubicado en el parque Rompecabezas,
un lugar majestuoso y acogedor.
Le gustaba la lectura al punto de andar siempre
leyendo.
Tenía pretendientes; pero ninguno con su nivel
intelectual. Ella siempre los veía como seres inma-
duros y mujeriegos. Su concepto de hombre yacía
en los libros.
Una tarde conoció a un escritor, a quien vamos a
reservarle el nombre…

93
Interrumpió en ese momento.
—Que se llame como tú. ¡Tú tienes que ser ese
escritor! Dijo emocionada agregando muchos emo-
ticones de corazones y sonrisas.
Bueno, una tarde conoció a un escritor, el mismo
que luego escribió este cuento.
Él se enamoró de la princesa cuando la vio y ella
quedó encantada cuando le comentó que se dedica-
ba a escribir.
El escritor le enseñó su obra y la princesa quiso
leerla.
Se sentaron bajo un árbol en un jardín precio-
so; la princesa Daniela recostada y el escritor a su
lado, siempre sonriente.
Dio lectura al texto y mientras avanzaba el rela-
to, ella quedaba impactada con cada frase que es-
cuchaba. Le gustaba, le fascinaba lo que leía; pero
todavía más, quien la escribió. Se enamoró del es-
critor cuando este concluyó el libro.
Se besaron al final de la tarde y prometieron
permanecer juntos por siempre. Él escribiendo su
historia y ella viviéndola a su lado.
Y como bien sabes; yo soy aquel escritor y tú, la
bella princesa.
—Me encantó. Gracias, dijo añadiendo varios
emoticones.

94
—De nada, princesa. Me alegra que te haya gus-
tado. Se asemeja a nuestra historia, ¿no crees?
—La nuestra es mucho más linda.
Quise besarla en ese momento, quise abrazarla
y decirle cuánto la quería; pero me limitaba una
pantalla.
—Te quiero demasiado, princesa. Ando enamo-
rándome de ti, le escribí.
— ¡Qué lindo, mi escritor! Yo también te quiero
mucho.
— ¿Sabes?… dijo de repente.
—Hoy la pasamos muy bonito a pesar del poco
tiempo. Me gustó que me cantaras al oído.
Coloqué emoticones de carita ruborizada y aña-
dí: Me pareció lindo hacerlo, esa canción me ins-
pira. Te la dedico siempre junto a “La fuerza del
corazón”
En ese momento, al lado de su NICK (en el sub-
nick) de MSN salió escuchando: Alejandro Sanz
– Si tú me miras.
—Mira lo que estoy escuchando, dijo.
— ¡Qué genial! Disfruta de esa canción.
—Sí, me gusta mucho, ¿tienes el disco?
Era el único disco que no tenía. Lo había perdi-
do hace un tiempo atrás, no recuerdo con exactitud
cómo fue.

95
Puse un emoticón de rostro triste.
—Creí que tenías todos. Como eres tan fan de
ese hombre.
—Los tuve; pero ese se perdió. Espero comprár-
melo pronto.
—Bueno. La cuestión es que me gusta esa can-
ción.
—Sí, te la vuelvo a cantar a tu oído cientos de
veces más.
Agregó emoticonos de caritas ruborizadas y co-
razones.
— ¡Cómo te quiero! Dijo enseguida y añadió mu-
chos corazones para decorar la frase.
—Eres demasiado lindo conmigo, me encantas,
agregó al instante y también puso emoticones de
corazones.
—Sabes que me gustas mucho. Me encanta tu
forma de ser y disfruto del tiempo que pasamos
juntos; a pesar que no sea mucho, son grandes mo-
mentos, le dije y solo añadí un rostro sonriente.
Daniela añadió muchos emoticones de corazo-
nes al punto de llenar media pantalla con los mis-
mos.
Hice lo mismo enseguida, siendo una de las po-
cas veces que agregué muchos emoticones. Me pa-
reció tierno.

96
Continuamos chateando hasta después de me-
dianoche, hora en la que solía darle mucho sueño,
por ello, nos despedimos entre palabreo bonito y
emoticones de besos.
Y así de rápido, cumplimos un mes de enamora-
dos.
Llegó el 07 del siguiente mes; pero no habíamos
acordado en vernos.
Desde la última vez que nos vimos habíamos
mantenido contacto vía MSN y mensajes de texto.
—Precioso, estoy yendo a tu casa, recibí un men-
saje por la mañana, alrededor de las once y media.
Le encanta improvisar, pensé y sonreí.
—Te espero, princesa, le escribí.
Por un momento pensé que no la vería hoy, dije
para mis adentros; pero la vi afuera de mi casa cin-
co minutos después.
Cuando la tuve en mis brazos y mirándola a los
ojos, le dije: Feliz primer mes, princesa. Me dio un
beso, de esos que siempre me entrega y añadió:
Feliz aniversario, precioso. Volvimos a besarnos al
instante.
Un par de minutos después, subimos a mi habi-
tación.
— ¿Quién iba a pensarlo? Ya tenemos un mes.
—Es verdad, princesa. Un mes juntos.

97
Volvimos a abrazarnos y enseguida nos senta-
mos al filo de la cama.
— ¿Qué hacemos? Pregunté.
—No lo sé, dijo abriendo los brazos y mostrando
una sonrisa.
—Mientras pensamos qué hacer déjame darte
algo, le dije y vi sus ojos brillar.
—Te escribí una carta, dije al instante.
—Nunca antes me habían escrito una, dijo emo-
cionada.
Le entregué la carta, la cogió; pero quiso que yo
se la leyera.
—Está bien, le dije. Volví a coger la carta y le
pedí silencio con una sonrisa.
Enmudeció e hizo ademán de continuar.
—Y dice así:
¡Feliz aniversario, princesa! Ha sido un mes fan-
tástico. Sabes que me encanta tu forma de ser y
mientras más te voy conociendo sigo fascinándome
con tu personalidad.
Eres una gran chica, siempre con una sonrisa
en el rostro y una actitud que no dejo de admirar.
Me encantas desde el momento en el que te conocí,
como te dije párrafos atrás, estoy seguro que iré
enamorándome de tu forma de ser.

98
A veces pienso en cómo surgió todo, conocernos
repentinamente por el MSN, luego en aquella ban-
ca del parque, después nuestro primer beso y el ini-
cio de esto tan bonito y sublime.
Me gustan tus labios, me gustaron desde el pri-
mer beso y anhelo poder siempre tener el placer y
la dicha de sentirlos.
Eres amorosa, divertida y muy risueña: eso me
gusta mucho. También siento que tienes ternura de
niña y a la vez madurez de mujer, es una combina-
ción que me fascina.
Sabes que te quiero mucho. Suena a cliché; pero
es una verdad ancestral, siento que te voy querien-
do más a cada momento. Es como dije antes, me
encantas más mientras te voy conociendo, es que
estás repleta de atributos que logran despertar ese
amor que llevo dentro hacia ti.
Es verdad que nos conocemos poco y seguramen-
te con el paso del tiempo y los momentos juntos
vayamos a saber más de nosotros, será parte de
crecer como relación y estoy seguro que junto a ese
camino irá aumentando nuestro amor.
Siempre el primer mes es el más sublime. Yo
quiero que todos nuestros meses lo sean.
Por ahora termino la carta con una frase que de-
seo sentir por mucho tiempo. Te quiero, princesa.
Sonreí al terminar de leer la carta. No fue muy
larga; pero sí muy sincera.

99
Me abrazó enseguida. Se levantó y se acercó,
todo tan rápido que en un instante la sentí en todo
su esplendor. Olía delicioso y el abrazo fue mara-
villoso.
Me dio muchos besos en la mejilla y uno prolon-
gado en los labios para luego sentenciar diciéndo-
me, te quiero.
Me sentí contento.
—Es una carta muy bonita, gracias.
Sonreí y le dije: Es para una princesa.
Se ruborizó y volvió a darme un beso.
Estaba sentada en mis piernas, aferrando sus
brazos a mi cuello y sonriente como de costum-
bre. Me gustaba tenerla tan cerca, podía sentir su
aroma y verla a los ojos para nuevamente decirle
cuanto la quería.
Jugueteaba con mi nariz y despeinaba mi ca-
bellera; pero volvía a acomodarlo y muy sonriente
decía que me veía atractivo. Sus ojos pardos eran
divinos, me gustaba observarla fijamente para que
pudiera leer lo que dice en mi alma; aunque a ve-
ces ocultaba la mirada porque se sentía nerviosa y
se ruborizaba. Yo gozaba contemplándola, me en-
cantaban sus ojos y no podía dejar de observarlos.
Intercambiábamos te quiero y adjetivos halagado-
res. Estábamos enamorados y disfrutando de nues-
tro primer mes de novios.
Le propuse salir a pasear; pero ella quiso ver

100
televisión. Cedí entonces enfocándonos en una pe-
lícula animada que casualmente inició en ese mo-
mento.
—El Rey León es un clásico, comenté.
—Me encanta, la he visto de niña y volvería a
verla cientos de veces, dijo ella muy contenta.
Fue inevitable que derrame algunas lágrimas
cuando Mufasa murió; pero después soltamos riso-
tadas cuando aparecieron Timón y Pumba.
—Es una gran película, le dije al final.
—Sí que lo es, dijo sonriente.
No cambié de canal cuando culminó la película.
La besaba en ese momento y sus labios tenían toda
mi atención.
Caímos de espalda sobre la cama y nos seguimos
besando. Nos detuvimos, nos miramos y nos diji-
mos te quiero.
Enseguida sonreímos. Tal vez por nerviosismo o
quizá por avergonzados, nos sucedía cada vez que
terminábamos echados de ese modo. Sin embargo,
era tierno y nos mantuvimos así por cierto tiempo,
simplemente observándonos.
— ¿Sabes?, eres hermosa, le dije de repente, lue-
go de tanto silencio.
La miraba fijamente al tiempo que acariciaba
sus mejillas. Ella sonreía y se ruborizaba, me gus-
taba verla así.

101
—Me encanta tu cabello, dije de pronto y comen-
cé a tocarlo, a sentir cada fibra de su bella melena
ondulada.
Daniela no decía nada, estaba en silencio y con
las mejillas rojas, me encantaba.
—Te quiero mucho, dijo al instante. Y me cogió
de las mejillas para acercarme a sus labios.
Nos reincorporamos y pidió un vaso de agua. Se
lo traje al instante.
Luego de beberlo dijo que debía partir. Le dije
que la acompañaría a la puerta y descendimos jun-
tos.
Abrí la puerta y le di un beso de despedida.
—Te quiero precioso, dijo con una sonrisa.
—Te quiero princesa, respondí enseguida.
Se fue y salí para verla marcharse sin saber
cuándo volvería a tenerla cerca.
En ese momento, Fernando desde arriba pre-
guntó: ¿Qué haces afuera? Nada, le dije. Sonreí e
ingresé a la casa.
Mi mamá llegó del mercado y comentó que le pa-
reció ver a Daniela. Le dije que sí, que hace poco
había estado aquí.
Cambiamos de tema al instante y comenzó a
contarme lo que cocinaría, quedé encantado con la
elección.

102
Faltaban dos días para su cumpleaños. Le ha-
bía comprado un simpático peluche que no sabía
cómo entregárselo porque no estaba seguro si la ve-
ría ese día. Me resultaba fastidioso; pero intentaba
respetar su idea por andar improvisando.
Esa noche, a vísperas de su santo me comentó
por el MSN que haría una reunión en su casa.
— ¡Qué bueno! Será motivo para conocer tu casa,
le dije.
Escribió la dirección y la apunté en un papel.
—Si gustas vas con Mariana, Alondra y Manuel.
— ¿Manuel?, ¿quién Manuel?
—Manuel pues, tu amigo que vive en la misma
calle que Mariana.
—Ah, Manuel Pérez. ¿Cómo lo conoces?
—La otra vez me encontré con Mariana y Ma-
nuel en el mercado por tu casa, yo estaba con mi
mami haciendo compras y nos presentaron.
—Ya entiendo. Él es bacán. Lo conozco de años.
Entonces, de repente voy con ellos. Además, así no
me pierdo.
—Princesa, apropósito, me resulta extraño que
planees algo. Creo que desde que te conozco lo úni-
co que te vi planear fue nuestro segundo encuentro,
le dije y añadí algunas risas y emoticones.
Enseguida añadió risas y muchos emoticones de
rostro sonriente.

103
—No todo el tiempo ando improvisando. Algunas
veces prefiero planear, esta reunión por ejemplo.
Me pareció sensato.
—Ya entiendo. Y bueno, ¿qué va a haber en la
reunión?
—No va a haber licor, dijo al instante.
—Sabes que no tomo mucho. Lo hago en algunas
ocasiones. Además, creo que cae día de semana.
—Te comento nomas, dijo enseguida añadiendo
muchas risas y emoticones de carita sonriente.
—Va a ser una reunión íntima. Familia, amigos
cercanos y tú.
Me sentí especial por formar parte del grupo se-
lecto.
—Está bien, princesa. Justo ahora estoy cha-
teando con Manuel, le acabo de decir para ir juntos.
—Mucho mejor, dijo.
—Ya quedé con él. A eso de las nueve y tanto
estoy por ahí. ¿Te parece bien?
—Un poco antes, ocho y media estaría bien, su-
girió.
—Bueno, a esa hora entonces.
—Genial, precioso. Voy a salir un rato a pasear
al perro. Ya hablamos luego, te quiero, dijo acom-
pañando esa última frase con muchos emoticones
de corazones.
104
—Anda preciosa. Yo también te quiero.
El día de su cumpleaños no se conectó al MSN.
Imaginé que estaría realizando alguna que otra
compra.
Le envié un mensaje diciéndole: ¡Feliz cumplea-
ños, princesa! Te quiero muchísimo. Un par de ho-
ras más tarde, respondió: Yo también te quiero,
muchas gracias. Te veo más tarde.
Por la noche, Manuel vino a buscarme. Me sor-
prendió verlo solo, le hice un ademán de espera
cuando salí por la ventana y bajé al rato.
— ¿Y las chicas? Pregunté al saludarlo.
—Ahí están, dijo señalando la esquina.
—Vamos pues, le dije y caminamos.
—Hola, hola, saludé a Alondra y Mariana.
— ¿Qué llevas ahí? Quiso saber una de ellas. Me
ruboricé y le respondí: Es un pequeño obsequio.
—No me había percatado del regalo, dijo Manuel
y todos reímos.
Cuando llegamos a la casa de Daniela me sentí
muy nervioso, al punto de jalonear a Manuel del
brazo para que entráramos juntos.
Mariana y Alondra ingresaron calmadas y son-
riendo, saludaron a los invitados y se acomodaron
a un lado. Manuel y yo estábamos afuera, yo estaba
nervioso mientras que él no dejaba de reír.

105
No suelo ir a la casa de una chica. He tenido al-
gunas enamoradas; pero nunca he entrado a un ho-
gar. Siempre nos hemos visto en parques, centros
comerciales o mi casa.
Era la primera vez que ingresaba a la vivienda
de una enamorada, por eso me encontraba nervio-
so.
—Entremos juntos, dijo Manuel luego de tanta
risa.
—Vamos, vamos, le dije motivado.
Entramos a la casa siendo observados por la ma-
yoría de invitados.
Kelly, al vernos se acercó a saludarnos. Le quise
presentar a Manuel; pero parecía que ya se cono-
cían.
Hice caso omiso a ese detalle cuando vi a Da-
niela, estaba preciosa como de costumbre, llevaba
jeans y suéter, zapatillas chatas y el cabello divino
como siempre.
Quise acercarme a saludarla y darle el obsequio;
pero la vi tan lejana a pesar de estar a unos cuan-
tos metros. Sin embargo, al notar que Manuel y
Kelly charlaban me animé a asomarme.
—Hola princesa, le dije y quise darle un beso en
los labios; pero giró el cuello y el beso fue a caer en
su mejilla.
Me sentí confundido.

106
—Gracias, dijo emocionada al recibir el regalo y
notó que me encontraba serio.
—Ahora te explico, dijo y se marchó al segundo
piso, seguramente a su habitación a dejar el pre-
sente.
Volví al lugar de inicio y me quedé parado ob-
servando a los invitados. Todos eran de la edad de
Daniela, no conocía a nadie; pero al parecer todos
me veían como si mi rostro fuera familiar.
De repente les ha hablado a todos de mí, pensé.
Manuel ya no hablaba con Kelly. Ella se fue a la
mesa de al frente a coger algunos bocaditos y luego
a conversar con otras chicas.
Ahora yo estaba junto a él, quien no dejaba de
sonreír; a diferencia de mí, que me encontraba se-
rio, recordando el acto de Daniela y esperando que
volviera para que me explicara.
Ella descendió sonriente y se acercó a Kelly,
quien conversaba con un grupo de féminas. Me
miró de reojo e hizo señas, no entendí bien qué tra-
taba de decirme. Al instante, se acercó con su grupo
de amigas.
Me presentó como su enamorado calmando el
malestar e inmediatamente comenzamos todos a
charlar; aunque con la ausencia de la cumpleañe-
ra que se fue a saludar a las tías que acababan de
llegar.
Daniela siempre habla de ti, dijo su amiga, la de
suéter rosa y jeans rasgados.
107
Sonreí y le dije: Qué bueno, ella es una chica
maravillosa. Ella y otra amiga me vieron con sus
ojos brillosos y enseguida añadieron: Espero que
sigan juntos mucho tiempo. Recién vamos un mes,
comenté. El primero de muchos, dijo una de ellas.
Y sonreí.
Daniela volvió, estaba agitada de tanto andar de
aquí para allá; pero contenta con la reunión, eso
era agradable.
De repente, sus amigas empezaron a murmurar
y rápidamente, al ver a una guapa señora caminar
por el fondo de la sala, zafaron para ir en busca de
ella. Vi que la saludaron con mucha efusividad y
escuché a Manuel decir: Es tu suegra. El comen-
tario fue gracioso; pero no tuve tiempo de reír. Vi
el parecido físico que tenía con Daniela, el cabello
ondulado y el perfil resaltaban con facilidad.
Me alegré cuando Daniela volvió a acercarse;
pero la noté distante, no era la chica amorosa que
conocía.
— ¿Te gustó el regalo? Le pregunté al oído.
—Sí, muchas gracias, respondió y sonrió.
— ¡Genial! Le dije con una sonrisa.
Tenía ganas de abrazarla desde que la vi, por eso
intenté sujetarla de la cintura; pero, sorprenden-
temente, se alejó. Entonces volví a sentirme muy
incómodo.
— ¿Qué sucede?

108
Me señaló atrás. Pero no entendí.
—No comprendo, ¿Qué sucede?
Volvió a hacerme señas y esta vez vi a su madre
observándonos.
Ya entiendo. No le ha dicho que tiene enamora-
do, pensé.
—Luego te explico, me dijo; pero preferí no res-
ponder.
Llegué a sentirme un tonto al no haber captado
el primer acto, justificando mi acción como un acto
natural. Aquello me lo expliqué frente al espejo del
baño.
Horas después, cuando gran parte de los invita-
dos se había marchado me dijo para hablar. Accedí.
— ¿La pasaste bien?
—Sí, gracias por el regalo, dijo y me besó.
Estábamos en los exteriores. Ella sentada en
una especie de banca en el patio y yo a su lado,
muy serio.
Manuel estaba hablando con Alondra y Maria-
na, mientras que Kelly se encargaba de comer los
últimos bocaditos.
—No estés serio, precioso.
—Me incomodó tu actitud.
—Lo que pasa es que en mi casa no saben que

109
tengo enamorado. Prefieren que me enfoque en los
estudios, contó con la seriedad que amerita.
—Pero, ¿Por qué no me dijiste eso?
—Lo siento. Debí decírtelo. ¿Me disculpas?
—Descuida, todo bien, le dije.
Me cogió de las mejillas y me besó.
Necesitaba ese beso para sentirme mejor. Ense-
guida, sonrió y añadió: Hoy voy a dormir abrazan-
do mi peluche. Fue tierno ese comentario.
En ese momento, Manuel junto a Mariana y
Alondra interrumpieron el momento para comen-
tarme que se iban. Miré a Daniela y le dije que de-
bía partir junto a ellos. Asintió con la cabeza, le di
un beso y le dije, te quiero.
—Que sigas disfrutando de tu cumpleaños, le
dije antes de despedirnos.
Sonrió y nos dimos un abrazo. Luego se despidió
de los demás.
Era alrededor de la una y media de la madruga-
da. Caminamos hasta una avenida y detuvimos un
taxi, no queríamos correr riesgos.
Cuando llegué a casa me conecté al MSN y la
encontré en línea asombrándome para bien.
—Hola princesa, ¿qué haciendo?
Tardó minutos en contestar.

110
—Hola, dijo sin emoticones ni adjetivos.
— ¿Todo bien? Quise saber.
—Sí, eso creo, respondió del mismo modo.
Y al instante se desconectó. No volvió a entrar
al MSN.
No lo hizo durante toda la tarde. Tampoco res-
pondió mis mensajes, mucho menos mis correos.
Por la noche, entró al MSN y sorpresivamente,
en el subnick colocó una carita triste.
— ¿Por qué estará triste si ayer fue su cumplea-
ños y la pasamos bacán? Me pregunté al instante.
— ¿Todo bien, princesa?
Borró la carita triste y enseguida se vio la can-
ción que estaba escuchando.
—Sí, todo bien, dijo del mismo modo que ayer.
— ¿Estás completamente segura?
—Sí.
—Me vas a disculpar, no acostumbro a entrome-
terme en la vida de los demás; pero tú me importas
y quiero saber qué sucede.
No respondió.
Minutos después, lo hizo.
—Es mi papá, dijo. Y al santiamén añadió: Ni
siquiera llamó para saludarme. Dijo que vendría,

111
pero no lo hizo; creí que llamaría, pero tampoco lo
hizo.
Sentí coraje y nostalgia en cada una de sus pa-
labras.
No sabía que decirle, nunca he vivido una situa-
ción similar.
—Alguna razón tendrá, dije.
—Tal vez hoy te llame o de repente pase por ti
para llevarte a pasear o realizar alguna actividad
juntos, añadí enseguida.
— ¿A esta hora? Escribió.
Vi el reloj y me sentí estúpido. Mi intento por
hacerla sentir mejor fallaba rotundamente.
—Siempre me falla, dijo al rato.
—Empiezo a acostumbrarme a esto, agregó.
—Tranquila, princesa. Estoy seguro que se va a
comunicar contigo y explicarte lo ocurrido. No es-
tés triste.
—Es inevitable. Voy a dormir, hablamos otro día.
Cerró el MSN y no regresó.
Un par de días más tarde volvimos a hablar. No
nos habíamos comunicado hasta entonces. Le en-
vié muchos mensajes y algunos correos; pero nunca
contestó. Luego entendí que posiblemente necesite
privacidad y por ello dejé de intentar comunicar-
me.

112
Siento no responder tus mensajes. Entra al
MSN, me escribió al celular.
—Hola precioso, escribió al instante.
—Hola princesa, ¿cómo estás?
—Muy bien, gracias, escribió agregando varios
emoticones.
—Qué bueno que todo ande bien. Te extrañé.
—Yo también a ti, precioso. Perdona que te haya
dejado de lado, escribió nuevamente agregando
emoticones.
Todo empezaba a ser como antes. Me gustaba.
—Te cuento que mi papi vino a visitarme ayer.
Salimos a tomar helados al Jockey Plaza y luego
me compró ropa. La pasamos recontra chévere.
— ¡Qué genial! Me alegra mucho que la hayan
pasado bien.
Estaba contenta y eso me alegraba. Debe ser di-
fícil no tener mucho contacto con su padre; pero al
menos ya habían logrado vivir un grato momento
juntos.
—Princesa, ¿Cuándo vuelvo a verte?
—No lo sé precioso.
Sabía que no debía realizar esa pregunta; pero
sentía que la extrañaba, era inevitable.
—Te extraño mucho. No te veo desde la reunión.

113
Apropósito, le caíste bien a mis amigas, me dijo con
los emoticones de siempre.
—Quiero verte, añadió enseguida y colocó un
emoticón de cara triste.
—Voy a inventar una excusa para salir y poder
verte un rato.
Esa frase me animó. También me dio curiosidad
lo primero que dijo.
—Qué bueno haberle agradado a tus amigas.
Son chéveres y divertidas, comenté.
—Ojalá se pueda. Yo siempre estoy disponible,
añadí.
Agregó muchas risas porque le pareció chistoso
mi último comentario.
—Voy a tratar, solo tengo que inventar algo…
¡Ya lo sé! Voy a decirle que iré nuevamente a ver
academias, eso la motiva a dejarme libre. Se con-
tenta cuando le comento eso.
—Claro, toda madre siempre quiere lo mejor
para sus hijos, dije y añadí al rato: Espero que re-
sulte y podamos vernos, princesa.
—Precioso, hablando de eso, no me has contado
qué piensas hacer por la vida. No eres tan joven
que digamos, dijo y no añadió emoticones.
Era una pregunta rara que no debió ser rara.
Hasta el momento le comenté que me gustaba la

114
escritura y que jugaba pelota con mis amigos; pero
no cuales podrían ser mis aspiraciones profesio-
nales, las que seguramente espera leer o escuchar
cualquier persona que realiza esa interrogante.
Con más interés, si la pregunta tu novia.
No supe que decirle. No era el típico sujeto que a
mi edad debe estar estudiando en una universidad
cualquier carrera convencional o alguna que esté
de moda o en el mejor de los casos gozando de una
profesión a la medida.
Amaba el fútbol como nunca lo pude haber ama-
do. Intenté desarrollar una carrera como futbolista
junto a Carlos y un amigo; pero nos fuimos derro-
tados del campo luego que el entrenador y quien da
las pruebas para ingresar a un equipo nos dijeran
del modo más duro y honesto que no contarían con
nosotros.
Se puede decir mucho de eso, eligen a los reco-
mendados o a los muy buenos; tal vez no tuvimos
talento ni convicción o quizá, simplemente, no era
nuestro camino. Ninguno de los tres pudo lograrlo
y a pesar que lo seguimos intentando nunca halla-
mos la forma de continuar en un equipo que nos
diera estabilidad (entrenar, jugar y avanzar en ca-
tegorías hasta debutar en la primera profesional) y
luchar por llegar a un anhelado estrellato logran-
do jugar en grandes equipos como lo soñamos, o al
menos yo lo soñaba; aunque todo quedó en eso, solo
sueños.
Carlos logró superarlo. Se alistó un verano en

115
una academia intensiva e ingresó a una universi-
dad. Eduardo hizo lo mismo; pero tardó más tiem-
po. Él lo siguió intentando en ligas menores, luego
halló el modo de entrar a una universidad y conse-
guir un título.
Yo no hice ninguna de esas cosas. Me deprimí,
es verdad. No quise hacer nada, soy consciente. Me
mantuve imaginando un futuro futbolístico y olvi-
dé que el tiempo avanzaba.
A esta edad mi enamorada me hace una pregun-
ta difícil y yo quiero serle sincero.
—No lo sé, princesa. Siempre quise ser futbolis-
ta; pero mis sueños se truncaron hace un tiempo
atrás.
—Lo siento, precioso. Nunca te he visto jugar,
¿eres bueno?
—Tendrías que verme. Este sábado podrías ve-
nir, si gustas.
—Puede ser, puede ser. No es mala idea, de re-
pente bajo con unas amigas con la excusa de ir a
tomar helados.
—Pero ahora responde a esta pregunta, ¿Pien-
sas estudiar algo o vas a ser vago toda tu vida?
Tampoco vivas de un sueño frustrado.
—No. De hecho que voy a estudiar algo, tener
una carrera y ser un profesional; pero por el mo-
mento no sé qué voy a seguir. Yo solo pensaba en
fútbol y más futbol; aunque ahora último pienso en

116
alguna carrera que pueda ir conmigo. ¿Me entien-
des, princesa?
—Más o menos. Pienso que debes olvidarte de
ser futbolista, pisar tierra y entrar a una universi-
dad para ser un profesional.
Ni mis padres fueron tan honestos conmigo con
aquella frase.
Le di toda la razón y empezó a contarme lo que
quería estudiar. Su plan era entrar a una academia
y postular a Ciencias de la comunicación. La tenía
clara.
Admiraba eso de ella.
—Debo de pensar en este asunto, le dije para
concluir el tema.
—Y debes de hacerlo rápido, añadió con sereni-
dad.
Cuando nos despedimos, me eché sobre la cama,
pensé en la conversación que tuvimos y en el hecho
de cómo algunas cosas llamadas serias se pueden
lograr charlar por MSN de lo más natural.
Nosotros no podíamos vernos seguido para an-
dar conversando de todo lo que nos pasaba, de lo
que haríamos o anhelábamos, es por esto que utili-
zábamos este medio para comunicarnos.
Nunca fue una incomodidad para relatar distin-
tas situaciones y expresar sentimientos o emocio-
nes.

117
Medité sobre lo que le confesé y acerca de lo que
dijo. Nunca antes se lo dije a nadie. Ahora ella lo
sabía y me daba gusto que así sea.
A la mañana siguiente mi mamá me despertó
sacudiendo mi pierna.
—Te busca Daniela, ¿la hago pasar?
— ¿Está afuera?
—Sí. ¡Despierta!
—Hazla pasar, por favor. Bajo en un minuto.
Mi vieja salió de la habitación; mientras abría
la puerta y la invitaba a pasar, me vestía y lavaba
el rostro con rapidez. Al rato descendí por las es-
caleras y las vi charlando sobre el sofá. Ambas me
vieron y sonrieron naturalmente.
Mi vieja se levantó del mueble y se fue a la coci-
na. Al pasar por mi lado dijo: Es una buena chica,
eh. Enseguida, Daniela se acercó y me dio un calu-
roso abrazo.
—Yo también te he extrañado, le susurré al oído.
De hecho, al instante nos dimos un beso.
— ¿Vamos a tu cuarto? Propuso con confianza.
—Subamos, le dije.
En el segundo piso nos encontramos con Fernan-
do, quien descendía a la cocina para beber algo. Le
presenté a Daniela y después del saludo entramos
a mi cuarto.

118
— ¿Cómo has estado?
—Bien, ¿y tú?
—Todo bien, princesa. Escribiendo unos cuentos
y esperando el fin de semana para jugar pelota.
— ¿Buscando alguna carrera afines?
—Claro, también he hecho eso, le dije; pero no
me creyó. La risa me delató.
—Lo voy a hacer. Debe haber algo que me guste
o me llame la atención, le dije y empecé a pensar
en eso.
Ella estaba sentada al filo de la cama y yo me
frotaba el mentón.
—Diseño de moda, es una buena opción. Soy
creativo, puedo realizar buenos diseños.
—No es mala idea, eh. ¿Ya ves? Pensando un
poco puedes hallar algo para ti.
—Pensándolo bien no es mala idea. Voy a anali-
zarlo a profundidad, le comenté y no resistí abra-
zarla.
Caímos de nuevo sobre la cama, ella encima de
mí. Nos besamos al instante porque no resistíamos
ver nuestros labios sin sentirlos.
Extrañaba esos besos, pensé mientras la besaba.
Quería que nunca terminara, deseaba besarla por
toda la eternidad.

119
—Cómo te he extrañado, princesa, le dije luego
del beso.
Sus ojos pardos brillaron con potente luz hacién-
dome sentir privilegiado por tenerlos cerca.
—Y yo a ti, precioso, dijo al rato y volvimos a
besarnos.
Toqué y acaricié sus mejillas. Ella se encontraba
muda, observándome tocar su rostro, sintiéndome
cerca.
Me veía, sonreía y hacía lo mismo instintiva-
mente.
Me gustaba el ruido de su respiración, el aroma
de su piel, la mirada de unos bellos ojos pardos y
los besos que nos entregábamos sin parar.
Ella sobre mí y yo queriendo tenerla siempre
para mí, deseando quedarme en esta posición por
el resto de los días, contemplando su belleza tan de
cerca y besándonos a cada momento.
De pronto, mi mamá entró a la habitación sin
avisar, sorprendidos solo atinamos a sonreír. Nos
informó que almorzaríamos dentro de una hora,
luego sonrió por su intromisión y se marchó. In-
mediatamente después me levanté para asegurar
la puerta.
De nuevo sobre la cama, nos abrazamos muy
efusivamente. Agotados nos soltamos y nos colo-
camos lado a lado. Miramos el techo, las estrellas
hechas de cartón colgaban llamando su atención.

120
Están geniales tus estrellas, me encantan los
colores y la forma como las ordenaste, dijo emocio-
nada.
Que nos gusten las estrellas es algo que también
tenemos en común, dije y sonreí. Cuando quiera
decorar mi habitación te voy a llamar, añadió y
sonreímos a la vez.
Rato más tarde bajamos a la sala para almorzar.
Sentados alrededor de la mesa se encontraban mis
hermanos y mi mamá, la mascota estaba en el si-
llón y mi viejo todavía no llegaba de trabajar.
Daniela estaba avergonzaba; pero le dije que se
calmara porque mis hermanos son igual de genia-
les que yo. Se echó a reír y añadió al instante, es-
pero que sí.
El almuerzo fue divertido. Fernando suele ser
muy bromista, no dejaba de contar chistes hacien-
do que Daniela riera. Orlando suele ser callado;
aunque también reía.
Fernando era quien hablaba con ella, le pregun-
taba cómo nos habíamos conocido, preguntaba si
conocía a algunas personas del colegio donde es-
tudió y fueron entablando conversación porque las
personas que mencionaba eran conocidos de Danie-
la; la frase: “qué pequeño es el mundo”, se escucha-
ba a cada momento.
Jeff solo se dedicaba a comer; aunque por ratos
era inevitable no reír de los chistes de Fernando.

121
Mi mamá, cuando todo aquello sucedía, miraba
a Daniela y le decía con humor: Imagina cuando
eran niños.
Siempre los almuerzos han sido así, buena comi-
da, risa y diversión.
Durante la sobremesa seguimos charlando.
Fernando se calló por un momento, de repente re-
cordando nuevos cuentos graciosos mientras que
Orlando y yo comentábamos sobre un partido de
fútbol a disputarse por la noche.
Jeff estaba en la cocina sirviéndose más comida,
para él no existe sobremesa, porque mientras la
mayoría conversa, él sigue comiendo.
Nos sentamos en los muebles a reposar. Habla-
mos sobre la deliciosa comida, de fútbol y de otros
temas. Daniela estuvo en silencio; aunque cuando
le preguntaban por algo siempre respondía de una
manera elocuente.
Yo estaba seguro que con el tiempo y el compar-
tir podría hacerse amiga de todo mi entorno.
Un tiempo más tarde, me dijo que debía irse. Al
parecer, recibió un mensaje de su madre.
Se despidió de mi familia y la acompañé a la
puerta. Nos despedimos con un beso y un te quiero.
Por la noche nos encontramos en el MSN y co-
menzamos a chatear.
—Precioso, tu familia es genial. Todos son muy
amenos y graciosos.

122
—Sí pues, les encanta reír tanto como a mí. Les
has caído bien a todos.
—Oh yeah!... Eso es sensacional, a mí también
me cayeron bien. Voy a agregarlos al Facebook.
—Claro, búscalos y agrégalos.
Agregó a todos mis hermanos y también a Ma-
nuel, pude verlo en “Inicio” al ingresar a mi cuenta.
Lo que me sorprendió para bien fue que me invi-
tara a tener una relación vía Facebook. Acepté gus-
toso y al instante llegaron los Like y comentarios
de sus amigos.
—Es oficial, somos enamorados en Facebook,
dijo al rato añadiendo emoticones de corazones y
sonrisas.
—Me parece muy bien, respondí. Y no hablamos
durante un tiempo porque estábamos intercam-
biando comentarios.
—Parece que a tus amigas les agrada la idea que
seamos enamorados.
—Ellas te quieren, dijo con emoticones de son-
risa.
—Eso me alegra. Es bueno ser bien visto por las
amigas de la enamorada.
—Y sabes que en casa eres bienvenida, añadí
con sonrisas.
Colocó muchos emoticones de rostro sonriente y

123
dijo: Estoy contenta por eso. Tengo ganas de verte
y ya no me voy a ruborizar como antes. Siento que
estoy más en confianza.
— ¡Tus hermanos me han aceptado en el Face-
book! Dijo al instante, muy emocionada y agregan-
do varios emoticones.
—Qué bueno. Seguro se van a llevar excelente.
—Ojalá pueda verte pronto, precioso, dijo agre-
gando corazones y caritas tristes.
—Espero lo mismo, princesa, le dije agregando
corazones.
Un par de días más tarde, la vi descendiendo de
su bicicleta antes de ingresar a mi casa. Mi mamá
le abrió la puerta cuando se lo pedí y le invitó un
pan con tamalito. Subió devorándolo muy gustosa,
al punto de provocarme. Le di un mordisco después
de saludarla y me pidió que bajara por otro pan,
acepté y al volver traje dos más.
—Está delicioso, me daba vergüenza pedir más;
por eso te dije que subieras otro, dijo entre risas.
—Sí, esos tamales son buenazos, comenté luego
de mordisquear.
Disfrutaba del desayuno mientras que yo busca-
ba algo que ver en la televisión.
— ¿Quieres algo de tomar? Consulté al momento
de encontrar algo que observar.

124
—Por favor. Si tienes juguito, sería mucho mejor.
Le di el control remoto y bajé a la cocina. Regre-
sé con dos vasos llenos de zumo de durazno.
— ¿Sabías que es mi favorito? Me encanta el jugo
de durazno, dijo pasando su lengua por los labios.
—A mí no me gusta mucho; prefiero el mango,
dije e hice lo mismo con los labios.
—Me encanta el Frugos de durazno. Es delicio-
so, dijo luego de beber.
—A mí de mango; pero igual lo tomo siempre y
cuando esté helado.
Bebimos entonces. Junto a los panes con tamal
hacían una excelente combinación.
Terminado el desayuno descendimos a la cocina
para dejar los vasos y los platos.
Mi madre nos vio contentos y sonrió. Podía ver
amor en nosotros y eso la hacía feliz.
—Muchas gracias, estuvo delicioso.
—De nada, hijita, respondió y volvió a sonreír,
siempre lo hacía. Mi mamá es una persona muy
risueña.
—Danielita, ¿te vas a quedar a almorzar? Propu-
so mi vieja manteniendo la sonrisa.
—Encantada. Gracias de nuevo, respondió Da-
niela sonriente.

125
—Eres la chica de mi hijo, eres bienvenida, aña-
dió mi madre.
Daniela sonrió y se aferró a mi brazo de un modo
muy tierno.
—Hacen una linda pareja, dijo mi mamá lleván-
dose las manos al rostro y sonriendo como de cos-
tumbre
—Gracias, gracias, dijo Daniela dulcemente.
Atiné a sonreír y le susurré para volver a mi
cuarto.
De vuelva arriba nos sentamos al filo de la
cama, la tele estaba encendida y nosotros decidi-
mos dejarnos caer sobre la cama para reposar un
rato. Estábamos llenos y no queríamos pensar en
el almuerzo.
—Estoy muy lleno, le dije.
—Yo también, dijo frotándose la barriga.
—Tu mami es genial. Me cae recontra bacán,
dijo de repente.
—Como te dije, le agradas.
—Y será mejor que nunca me hagas daño, agre-
gué con una risa.
—Qué daño te voy a hacer, precioso, dijo son-
riente y se acercó para darme un beso.
—Te quiero mucho, princesa. Me encanta estar

126
a tu lado, tenerte cerca y poder expresarte lo que
este corazón siente por ti, le dije con una gran son-
risa y haciendo ademanes con las manos como si
en verdad me estuviera sacando el corazón para
entregárselo.
Ruborizada por mis palabras y al instante, con
una brillante sonrisa respondió: Yo también te
quiero, mi vida. Eres el mejor chico que he podido
conocer y me fascina estar aquí ahora.
Nos abrazamos instintivamente.
El aroma de su ondulada melena me encantaba,
me drogaba; y me quedaba a su lado, abrazándola,
sabiendo que posiblemente se iría al cabo de unos
minutos y quién sabe cuándo volvería a verla; pero
en ese preciso momento la tenía aferrada a mí y
podía lograr respirar el sublime olor que produce
su cabello. Se lo acariciaba levemente como para
que no sintiera que lo hago, podía oír el sonido de
su respiración, el latir de un corazón y un susurro
repentino acompañado de un te quiero que pene-
traba hasta mis entrañas.
—Precioso, vamos a cumplir dos meses en unos
días, comentó aun estando abrazados.
—Dos meses juntos, parece más tiempo, ¿no
crees? Le dije.
—También me da esa impresión, eso sucede
cuando pasas bonitos momentos junto a la persona
que quieres, lo dijo tiernamente al punto de hacer-
me sonreír.

127
Nos separamos minutos después y caímos sobre
la cama, boca abajo y con el mentón apoyado sobre
las manos vimos una película romántica que nos
enganchó desde el inicio.
Tiempo más tarde, bajamos para almorzar con-
versando acerca de la película. En la mesa también
lo comentamos y resultó que Fernando también la
había visto. Intercambiamos comentarios antes
que apareciera el almuerzo.
Hablaba más con Fernando que con los demás;
aunque Orlando también comentaba alguna que
otra cosa, mientras que Jeff como de costumbre se
concentraba en la comida.
Mi vieja siempre habla y a veces lo hace cuando
están hablando los demás, es gracioso.
Le hizo muchas preguntas, algunas repetidas,
siempre lo hace y resulta chistoso. Daniela respon-
dió siempre con amabilidad y sin dejar de mostrar
una sonrisa.
—La comida estuvo deliciosa, dijo al terminar. Y
le llené el vaso de gaseosa.
En casa teníamos la costumbre de tomar mucha
gaseosa.
—Estaba buenazo. Estoy repleto y no vuelvo a
comer nunca más, dije y Daniela soltó una risota-
da. Le pareció gracioso mi segundo comentario.
—Yo también estoy lleno, dijo Fernando. Ense-
guida, Jeff y Orlando dijeron lo mismo.

128
— ¿Tú también estás lleno? Le preguntó Fer-
nando a Jeff.
Él asintió con la cabeza al tiempo que comía los
últimos rastros de comida.
—Creí que tu estomago no tenía fin, dijo Fernan-
do con muy buen humor.
Aquel comentario hizo que Daniela volviera a
reír. De hecho, también Orlando y yo soltamos ri-
sotadas.
No tuvimos tiempo para sentarnos sobre el mue-
ble. Daniela recibió una llamada y tuvo que ir al
segundo piso a contestar. Fernando siguió con sus
ocurrencias; pero para cuando ella regresó me hizo
una señal, tenía que partir.
Agradeció el almuerzo y se despidió de cada uno
de mis hermanos para luego hacerlo con mi mamá,
quien le dijo que venga cuando guste. La cogí de la
mano y recorrimos el pasadizo que conduce a la co-
chera, ahí se encontraba estacionada su bicicleta.
Nos dimos un beso en señal de despedida, un ca-
luroso abrazo y una sonrisa de medio lado que re-
flejaba el desconocimiento acerca de nuestro nuevo
encuentro. Sin embargo, cuando se fue y la vi avan-
zar sentí que me quedaba con gratos recuerdos que
podría administrarlos bien para cuando empiece a
extrañar.
Cumplimos dos meses de enamorados y se hizo
imposible abrazarnos. Por eso, aunque no lo creí en
el instante, la abracé con esa intensidad días atrás.

129
—No te preocupes, princesa. Yo comprendo, le
dije cuando me envió un mensaje comentando que
estaba castigada.
Por la noche nos encontramos en el MSN e ini-
ciamos una charla.
No me sentía cómodo, tenía la ilusión de salir
a algún lugar; pero trataba de entender, además
se lo había dicho. Por ende, traté de no arruinar
el momento quejándome. Si no, enfocándome en lo
bueno.
— ¡Feliz aniversario, precioso! Dijo emocionada
agregando muchos emoticones de corazón y rostros
sonrientes.
Eso me alegró, siempre tiene esa clase de deta-
lles, por más que fuera por MSN y no vea su rostro
puedo sentir la emoción en sus palabras.
— ¡Feliz aniversario, princesa! Escribí agregan-
do muchos emoticones de corazones, algo extraño
en mí; pero la ocasión lo ameritaba.
Se disculpó por no haber podido salir a pasear
como imaginaba; pero volví a decirle que compren-
día y comenzamos a recordar distintas vivencias
desde que iniciamos nuestra relación.
Terminada la breve travesía al pasado se me
ocurrió darle una sorpresa; no compré un regalo,
tampoco escribí una carta; pero resolví hacer algo
rápido y bonito.
Le dije que me esperara un momento. Me acer-

130
qué al escritorio y saqué un par de colores, una hoja
bond y un molde de corazón. Rápidamente hice un
corazón y lo rellené con nuestras iniciales, al lado
escribí: Te quiero demasiado, princesa.
De hecho, sabía que no podía enviárselo física-
mente por eso le saqué foto y se lo mandé por MSN.
No imaginé que le gustara tanto. Era la prime-
ra vez que realizaba un detalle de ese modo, casi
siempre compro regalos.
—Me encanta precioso, dijo entre emoticones de
corazones y rostros alegres.
Añadí rostros ruborizados y luego le hice saber
que estaba contento por el hecho de gustarle.
Daniela no se quedó atrás y dejó de escribir por
cierto tiempo, al regresar me envió una postal ma-
ravillosa. Estaba mucho más bonita y trabajada
que la mía, me fascinó.
Le agradecí muchas veces y al igual que yo, estu-
vo contenta por haberme gustado su detalle.
Seguimos chateamos hasta la madrugada. Entre
la una o dos de la madrugada nos despedimos por-
que Daniela tenía mucho sueño.
Yo seguí deambulando por la Internet un tiempo
más.
A media semana me envió un mensaje.
—Precioso, anda al cine Pacífico, estoy con mis
amigas.

131
Era alrededor de las cuatro de la tarde, estaba
echado sobre mi cama y viendo televisión.
Dejé lo que estaba haciendo y salí rumbo al cine.
El bus tardó cuarenta minutos en llegar; pero estu-
vimos comunicados por mensajes.
Cuando nos encontramos nos dimos un abrazo.
Conocía a sus amigas, eran las mismas de la re-
unión por su cumple.
Saludé a las chicas e hicimos cola para comprar
entradas.
No pregunté por la película que veríamos, tam-
poco si compraríamos canchita o tendrían dulces
escondidos en sus bolsos, solo me interesaba sen-
tarme a su lado y cogerla de la mano.
Fue un momento muy romántico, ambos en el
cine, obviando a sus amigas que se fueron a sen-
tar más lejos, cogidos de la mano y mirándonos por
instantes, la pasamos increíble.
Saliendo caminamos juntos por el Parque Ken-
nedy mientras que las chicas lo hacían detrás ju-
gueteando entre sí y riendo de todo.
—Es la primera vez que salimos, le dije mirán-
dola fijamente.
Sonrió y respondió: Y espero que no sea la últi-
ma.
—Yo igual, le dije con una sonrisa.

132
—Qué chévere que hayas podido venir, creí que
no ibas a poder porque te avisé de forma imprevis-
ta.
—Descuida, princesa. Yo siempre estoy disponi-
ble para ti.
Ese comentario la hizo sonreír. Enseguida, me
dio un beso y atrás se escucharon risas.
—Te he extrañado, dijo y me abrazó. Entonces
puse mi brazo sobre su espalda y caminamos abra-
zados.
—Yo también te he extrañado, le dije y le di un
beso en la caballera al tiempo que deambulábamos
por el parque.
Resolvimos sentarnos en una banca mientras
que sus amigas se quedaron observando las cositas
que vendían en el óvalo del centro del parque.
—Son geniales, ¿verdad?
Sonreí y le dije: Claro, me caen muy bien.
—Les pregunté si podía decirte que vinieras, me
vieron triste porque te extrañaba mucho y gustosas
aceptaron que te llamara.
—Qué buenas amigas que son.
—Sí. Siento que me entienden. Aparte son muy
divertidas.
—De eso no tengo dudas, dije y empecé a verlas
hacer travesuras.

133
—Son muy graciosas, añadí.
Era la primera vez que estábamos juntos lejos
de mi habitación.
Nos abrazamos y miramos el cielo para luego
concentrarnos en nuestros ojos, nos besamos y en-
seguida nos cogimos de la mano para reincorporar-
nos y seguir caminando.
Ellas nos vieron andar y comenzaron a seguir-
nos haciendo cierta chacota. Llegamos a Larcomar
y decidimos quedarnos un rato sentados en una
banca cercana a la pileta, sus amigas decidieron
descender en busca de helados. No era mala idea,
es más, lo hicimos unos minutos más tarde.
—Ahí está Kelly, vamos a hacer la cola con ellas,
me dijo y aceleramos la marcha.
Ella llegó antes y se colocó detrás de su amiga.
Delante estaban las demás, ansiosas por pedir su
helado.
¿A quién no le gusta el helado? ¡A mí me encan-
ta!
— ¿Qué vas a pedir, precioso?
—Seguramente de mango, añadió al instante
haciéndome reír.
De hecho, tenía razón.
Nos sentamos todos en una mesa y empezamos a
disfrutar de nuestros helados. Cada una había ele-

134
gido un sabor diferente y reían cuando se miraban
entre sí, era graciosa la forma como se comporta-
ban.
No suelo estar rodeado de tantas chicas; sin em-
bargo, la pasaba estupendo. Sus amigas me hacían
reír con sus ocurrencias y yo trataba de no ser tan
tímido y soltar alguno que otro comentario.
Siempre me hicieron sentir cómodo. Es natural
que a veces no tengamos temas en común por las
diferencias de edad u otras veces algunas actitu-
des no sean similares a las mías; pero mayormente
comentaban ocurrencias, realizaban chacota y no
dejaban de reír, eso era muy agradable.
Por momentos hablaban sobre sus enamorados o
tal vez, acerca de los chicos que les atraían y cuan-
do pedían sugerencias trataba de darles alguna
buena acotación que resultaba acertada. Entonces,
Daniela les hacía entender que yo era una especie
de conocedor sobre temas de amor.
Cuando terminamos nuestros helados decidimos
seguir caminando; pero ahora estábamos todos
juntos. Daniela y yo cogidos de la mano y el resto a
nuestro lado. Ellas hablaban entre sí y yo charla-
ba con Daniela; aunque a veces Daniela comentaba
algo con ellas o alguna chica me preguntaba algo.
No me sentía extraño, mucho menos incómodo, po-
dría haberme encontrado con un amigo y no me hu-
biera sentido avergonzado ni tampoco ruborizado,
creo que el pasear con las amigas de mi enamora-
da, a pesar de ser menores, no era motivo para sen-
tirse un tonto.

135
Digo esto porque cualquiera de mis conocidos se
hubiera sentido avergonzado.
Era agradable andar en grupo, entramos a mu-
chas tiendas y recorrimos los pasillos. Luego se-
guimos buscando establecimientos, todo dentro de
Larcomar porque se puede hallar de todo allí.
Después salimos y nos sentamos en una banca
de los exteriores, Daniela y yo nos sentamos en una
y el resto al frente, estábamos ligeramente agota-
dos por tanto caminar.
Yo no era capaz de darle un beso frente a su gru-
po, quizá porque suelo ser respetuoso; pero Daniela
lo hizo y me encantó.
Resolvimos abandonar la banca y caminar rum-
bo a la avenida en donde abordaríamos un taxi. An-
damos del mismo modo, ellas a un lado y yo junto a
Daniela cogidos de la mano. A veces se retrasaban
y otras veces se adelantaban, eran graciosas.
Abordamos un taxi, las chicas se sentaron atrás
y yo estuve adelante.
Llegamos rápido, quise que al menos tardara un
poco más, lo único que pude hacer en el transcur-
so fue sujetar por momentos la mano de Daniela,
quien se encontraba atrás de mi asiento.
Me bajé unas cuadras antes porque iban a des-
cender en la casa de Daniela, pagué, me despedí de
mi princesa con un beso y de las féminas agitando
la mano y sonriendo. Entonces el auto avanzó y vi

136
su rostro observándome detrás, quizá, pensando en
¿Cuándo te volveré a ver? Pero reemplazando ese
momento por el conjunto de bellos ratos que había-
mos disfrutado.
De igual modo, ya la extrañaba.
Al día siguiente nos encontramos en el MSN.
Charlamos recordando lo hecho durante la tarde
de ayer y comentó que había logrado hallar una
academia. Me pareció genial, apoyé su iniciativa
de empezar a estudiar y respondió que la idea le
gustaba porque pasaría más tiempo con sus ami-
gas. Entendí que ellas también entrarían al mismo
centro de estudios.
De seguro van a hacer mucha chacota, pensé y
se lo hice saber enseguida. Acerté; aunque afirmó
que también le dedicaría tiempo al estudio, lo cual
me pareció genial.
— ¿Sabes qué es lo mejor de estudiar?, dijo de
repente.
— ¿Qué es? Quise saber.
—Es que voy a poder verte más seguido. Es de-
cir; puedo salir de la academia e ir a tu casa y decir-
le a mi mamá que me estoy quedando más tiempo o
puedes ir a recogerme y pasear por allí.
¡Era una idea fantástica! Y me sentí un tonto al
no haber pensado en ello. No obstante, me pareció
estupendo que ella sí.
—Es una excelente idea, princesa.

137
—Soy muy inteligente, dijo y añadió emoticones
de rostro sonriente.
—Sí que lo eres, mi princesa. Por eso te quiero
mucho.
—Yo también te quiero y ahora vamos a poder
vernos más seguido.
—Y bueno, ¿cuándo empiezas?
—En un par de semanas, en estos días voy a ma-
tricularme. De repente te digo para volver a encon-
trarnos, ¿qué te parece?
— ¡Estupendo! Me envías un mensaje o me lla-
mas, sabes que siempre estoy disponible para ti.
—So cute! Dijo agregando emoticones de cora-
zones.
—Te quiero, mi princesa.
—Y yo a ti, precioso. Sabes que te quiero muchí-
simo.
Continuamos hablando de diferentes temas has-
ta despedirnos como de costumbre superando la
una de la madrugada. Siempre se iba a dormir a
esa hora.
No quise quedarme más tiempo en la Internet,
preferí ir a la cama y pensar un rato acerca de su
gran idea. De hecho, lo hice y sonreí mientras lo
imaginaba.
Tres días después, recibí un mensaje.

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—Precioso, estoy yendo a la academia para ma-
tricularme. Anota la dirección y ven a recogerme en
una hora.
No tuve necesidad de apuntar la ubicación. Salí
de casa luego de ducharme y vestirme, cuando lle-
gué le envié un mensaje diciendo que me encontra-
ba afuera.
Vi a Carla y Johana en el segundo piso, ambas
agitaron la mano haciendo señales. Les respondí
de la misma manera.
Daniela salió del establecimiento y me dio un
abrazo. Besé su mejilla y le dije, aquí estoy. Qué
bueno, porque empezaba a extrañarte, respondió.
Sonreímos y esperamos a sus amigas bajar.
Cuando Johana, Carla y Kelly salieron sonrien-
tes, nos saludamos y empezamos a caminar por la
Avenida Arequipa.
No sabía dónde íbamos y tampoco importaba, es-
taba al lado de mi enamorada y eso era lo esencial.
Caminamos algunas cuadras y nos detuvimos en
una tienda.
Daniela tenía mucha sed, sus amigas hambre y
sed, era casi la hora del almuerzo y al parecer, se-
gún contaron, salieron de casa sin tomar desayuno.
Tenía algo de dinero en la billetera, entonces, le
dije al grupo que las invitaría a comer.
Fuimos al KFC ubicado a unas cuantas cuadras

139
y nos sentamos en una de esas mesas redondas de
color rojo y blanco. Ellas se quedaron conversando
mientras realizaba el pedido.
Minutos más tarde, devoramos todo. Yo no te-
nía mucha hambre; pero no me pude resistir. Ellas
se encargaron de casi todo y fue muy gracioso por-
que no tuvieron que comportarse para comer, la
confianza llevó a coger las piezas con las manos y
mancharse la ropa al abrir la mayonesa. Fue muy
divertido.
Satisfechos salimos del establecimiento y cami-
namos un par de cuadras, cruzamos la avenida y
detuve el primer bus que vi.
Subimos, por suerte hayamos asientos vacíos y
nos dirigimos al parque Kennedy.
Allí nos sentamos en una banca mientras que
sus amigas deambulaban en los alrededores. La
abracé y le susurré al oído: Estamos de nuevo aquí.
Daniela sonrió y contestó: Casualmente en la mis-
ma banca.
No me percaté de ese detalle. Tuve que pararme
para poder comprobarlo, entonces le sonreí y le di
la razón.
Volví a abrazarla como hace un instante y le di
algunos besos en la mejilla.
De repente la noté angustiada, concentró su mi-
rada en los juegos infantiles de unos metros, en
donde padres jugueteaban con sus hijos y sus ojos

140
se inundaron. Una lágrima cayó y de inmediato la
secó. Estaba estático, sin saber qué hacer ni que
decir y sentí su pena por más que nunca la haya
vivido.
¿Todo bien, princesa? No, respondió. Y otra lá-
grima resbaló. No quiso secarla y se dejó caer en
mi regazo.
Imaginé que un fuerte dolor la agobiaba y quise
decirle algo alentador; pero no supe qué. Solo aca-
ricié su cabellera.
Todo va a estar bien, repetí un par de veces. Da-
niela seguía escondida en mi regazo, creí que esta-
ría llorando y de seguro no querría que la viera de
ese modo.
No te preocupes, princesa. Puedes contarme lo
que gustes, le dije un par de veces al tiempo que
acariciaba su cabello.
Salió y vi sus ojos pardos llorosos, la cogí de la
mano y le dije: Te quiero, no llores, te ves más linda
cuando sonríes.
Sonrió por un breve instante y se aferró a mí. La
abracé y le besé la cabellera. Dime, ¿qué sucede?
Secó sus lágrimas y al verme dijo: Extraño a mi
Papá.
Nunca tuve la oportunidad de estar separado de
mi padre. En ese momento quise haber sentido ese
dolor para poder comprenderla.
Estoy seguro que él también te extraña, le dije
en tono tenue.
141
¡No! No me extraña, si me extrañara me llama-
ría o vendría a verme.
¡Nunca lo hace! Siempre me falla.
La escuchaba hablar rabiosa y dolida. Su voz era
entrecortada y por ratos colérica.
Tranquila, princesa. Como te dije esa vez, estoy
seguro que te va a llamar y van a poder salir a pa-
sear, intentaba animarla.
Tú que sabes, lo dijo mirándome fijamente a los
ojos, con esos pardos llorosos y un rostro sin gesto.
La afirmación penetró toda capa en mi interior
hasta llegar a mi alma, incluso, logró agitarla.
Es verdad, ¿Qué se yo?
Silencié inmediatamente; pero no agaché la mi-
rada, tampoco vi al cielo, la seguí mirando.
Lo siento, dijo al instante. No es tu culpa tener
una vida genial.
Mi vida no es genial, princesa, le dije al tiempo
que sujeté su mentón porque agachó la cabeza. Ten-
go problemas, muchas diferencias con mis padres y
hasta discutimos. Todos tenemos dificultades; pero
lo importante es salir adelante, intenté animarla.
Voy a estar bien, todo va a estar bien, se dijo a
sí misma con seguridad, se levantó de la banca y
añadió: Caminemos, por favor.
La abracé por encima de la espalda y toqué su

142
hombro con mi mano derecha mientras que ella
pasó su brazo por mi cintura.
Caminamos y caminamos en silencio hasta lle-
gar a Larcomar. Respetaba que no quisiera hablar,
nos detuvimos a un lado de la estatua de águila
entre las dos piletas y la sujeté de la mano viéndola
a los ojos.
Sabes que puedes contar conmigo para todo.
Puedo ser bueno para divertirnos y también para
escucharte, ¿Lo entiendes? Sus ojos ya no eran llo-
rosos; pero se encontraban rojos, me daba pena.
Sin embargo, le dije nuevamente, ¿Lo entiendes,
princesa?
Gracias, precioso, respondió con voz tenue y se-
rena.
Y sabes que también soy bueno para darte un
beso, añadí enseguida logrando que sonriera. En-
tonces, nos besamos.
—Te invito un helado. ¿Vamos? Propuse para
animarla.
—Tengo espacio para un cono de vainilla, dijo y
soltó una risa.
Fue muy agradable escuchar su risa.
—Vamos entonces, le dije y empezamos a cami-
nar.
Curiosamente encontramos a sus amigas en la
misma cola. Fue un hecho muy gracioso.

143
¿Cómo es que han llegado tan rápido? Quise sa-
ber; pero ninguna respondió con claridad.
Mientras ustedes caminaban abrazados muy
lentamente, nosotras íbamos volando con nuestra
nube voladora. Me hizo reír esa respuesta.
Al tener nuestros helados preferimos caminar
sin rumbo en lugar de sentarnos. Daniela quiso
entrar a la tienda de discos porque vio en el esca-
parate un afiche del nuevo sencillo de uno de sus
cantantes favoritos.
Ella buscaba dicho disco mientras que yo mira-
ba y anhelaba tener el disco de Alejandro Sanz que
me faltaba.
— ¿Es el que te falta, verdad? Dijo al verme su-
jetando el disco con aire nostálgico.
—Fui un idiota al perderlo, le dije y sonreí de
medio lado.
En aquellos tiempos no cualquiera podía com-
prar un disco original, era relativamente caro. Yo
lo tuve y no recordaba con exactitud cómo fue que
lo perdí.
—Por descuidado o despistado. Tienes que cui-
dar tus cosas y más cuando te cuesta comprarlas,
dijo Daniela con suma madurez.
Agaché la cabeza dándole la razón.
—Vamos a caminar. Voy a juntar dinero para
comprarme el nuevo disco, comentó mientras sa-
líamos del lugar.

144
—Creo que mejor le voy a decir a mi papá que
me lo compre, añadió al instante.
—Es una buena idea, la animé.
—Sí. Aparte, me la debe, acotó. Y entonces, asen-
tí con la cabeza.
Seguimos caminando hasta llegar al Bowling.
— ¿Has jugado? Quiso saber.
—Hace años con Ezequiel y mis hermanos. La
pasamos chévere. Jugamos por el cumpleaños de
Ezequiel. Él fue quien pagó todo.
—Recuerdo que tiempo después hice lo mismo
por mi cumpleaños. Y creo que solo esas dos veces
he venido a jugar.
—Yo he jugado más veces, creo que cinco o seis,
dijo Daniela.
—Que bueno. Te diré que no me llama la aten-
ción. O sea, la primera vez que vine a Larcomar y
entre aquí me pareció bacán y me dieron ganas de
jugar, pero luego de jugar ese par de veces no volvió
a llamarme la atención. Creo que prefiero pasear,
comer algo, tomar helados y andar. Eso es lo que
me gusta.
—A mí sí me gusta; aunque a mis amigas no tan-
to, es que todas las veces que vinimos fui la gana-
dora, lo dijo tan orgullosa que provocó ternura.
—Eres la mejor, de eso estoy seguro, le dije ani-
mándola aún más.

145
Sonrió y respondió: ¿Qué puedo decir? Soy bue-
na en esto.
Salimos del Bowling y caminamos recorriendo
las tiendas y observando las prendas que se mues-
tran en los escaparates. Seguimos andando hasta
llegar a una escalera, subimos instintivamente y
llegamos a los exteriores. Un niño vendiendo rosas
se acercó y fue curioso que dijera lo siguiente: Se-
ñor, ¿Una rosa para su princesa? Aquello hizo que
no dudara en comprarle una. Para una princesa,
repetí y se lo entregué. Daniela sonrió y se ruborizó
para al rato acotar: Es la primera vez que me rega-
lan una. Le di un beso y continuamos el trayecto.
Daniela no quería sentarse, a pesar que le dije
para hacerlo; entonces seguimos deambulando por
los exteriores. Nos encontramos con sus amigas y
quedamos en ir más allá, como quien se dirige al
Parque del amor.
Nosotros nos adelantamos, porque ellas se detu-
vieron un rato para comprar dulces en un kiosco.
Cogidos de la mano y a veces apoyando su cabe-
za en mi hombro recorrimos el camino.
Llegamos a un parque pequeño desde donde se
logra ver el mar en todo su esplendor. Afortuna-
damente vimos una banca vacía, el resto estaba
ocupado con parejas que se besaban, abrazaban o
conversaban, nosotros nos enfocamos en mirar el
mar. Se veía fantástico y pacífico.
Decidimos acercarnos a la barandilla y lograr

146
mirar con mejor panorama. Quedamos admirados,
incluso nos dio ganas de meternos; pero ambos sa-
bíamos que no íbamos a hacerlo.
En ese momento aparecieron esas locas e hicie-
ron ademán de empujarnos. De hecho, no me asus-
té tanto como lo hizo Daniela, quien lanzó algunas
groserías; pero luego estalló en carcajadas.
— ¡Que buena vista, eh! Dijo Kelly admirando
el mar.
—Está bacán para surfear, añadió Johana.
— ¿Podemos hacerlo este fin de semana? Pre-
guntó Kelly.
—Claro, coordinamos y si nos dan permiso va-
mos, respondió Johana.
A mí me pareció graciosa su pequeña charla. No
sabía que a ambas les gustaba surfear.
—Vayan yendo chicas, luego les damos el alcan-
ce, dijo Daniela, como quien bota sutilmente a sus
amigas.
Fue gracioso y a la vez, obvio.
—Ya, ya, ya nos vamos, dijeron al tres práctica-
mente en coro.
Entonces se adelantaron y nosotros nos queda-
mos un rato más viendo el mar.
Anduvimos abrazados hasta llegar al Parque del
amor. Daniela conocía; pero no lo recordaba bien.

147
Dijo que las veces que pasó fueron en el auto de su
Papá. Yo he venido algunas veces; pero nunca con
una enamorada, aclaré.
A ella le encantaba ser la primera en todo, por
eso vi reflejada en su rostro una linda sonrisa.
Quiere decir que es la primera vez que besas a
alguien aquí, añadió al instante para besarme pos-
teriormente. Me encantó el beso, el sujetarme de
las mejillas y jalarme era parte de su personalidad.
Y a mí me gustaba como era.
Nos sentamos a un lado del enorme monumento
de una pareja besándose y puede sonar cursi; pero
ese lugar transmite buenas sensaciones.
El ver parejas abrazadas y besándose, las frases
optimistas pintadas en los muros alrededor, el mo-
numento que muy explícito hace aclarar el nombre
del parque y el ambiente pacífico junto al olor a
mar hacen que sea un bonito lugar para visitar en
pareja.
A Daniela le gustó, al punto de decirme que le
gustaría volver. Aseveré que sería grandioso regre-
sar alguna vez.
Llegaron las chicas; pero se hicieron las tontas y
deambularon por los alrededores leyendo las frases
escritas en los muros.
Daniela propuso regresar, habíamos estado un
buen tiempo sentados observando todo, que era
momento de volver.

148
Le hizo una señal a las féminas y me dijo: Cami-
nemos.
—Ojalá podamos regresar pronto. Es un lugar
muy bonito, dijo sonriente.
—Claro. Será cuestión de coordinar y podemos
estar aquí de nuevo.
Caminamos abrazados. Las chicas nos seguían
realizando la chacota de siempre y nosotros avan-
zábamos sin voltear.
—Precioso, saliendo de estudiar me vas a tener
que llevar por aquí, dijo y nuevamente sonrió.
—De hecho. Por estos lares se puede caminar
tranquilo, el clima suele ser cálido y no existen cu-
riosos, dije con algo de humor.
Sonrío y dijo: Es cierto. Sin curiosos.
En Larcomar nos despedimos. El trío estaba
cansado, nunca antes habían caminado tanto, de-
cían entre sí; pero con sonrisas y risas.
Pude haberme ido con ellas; pero Daniela dijo
que debían ir a la casa de Johana, debido a que allí
se encontraba su madre tomando lonche.
Escuchar lonche me ha abierto el apetito, dije
rascándome la barriga. Ellas rieron y se despidie-
ron agitando la mano.
Nos vemos, princesa, le dije y le di un beso. La vi
entrar al taxi y arribaron.

149
Algunas semanas después, desperté a la hora de
siempre, poco antes del medio día o pasándolo, re-
visé el celular y hallé un mensaje de texto.
—Precioso, ¿Me vienes a recoger?
Daniela había empezado sus clases, era viernes
de su primera semana y quería que vaya a recoger-
la.
— ¿A qué hora sales? Le envié un mensaje.
—A la 1pm, respondió.
Eran las doce y diez. Me levanté, bañé, vestí y
salí de casa en diez minutos. Haría todo por verla
y no la tenía cerca desde aquella vez en Miraflores.
—Estoy yendo, respondí el mensaje cuando es-
tuve en el bus.
Como la extraño, pensé.
Al fin voy a abrazarla y besarla, pensaba mien-
tras que el bus, sorprendentemente, avanzaba a
velocidad.
No habíamos podido estar juntos desde aquella
vez. Siempre ocurrían imprevistos. A veces no te-
nía permiso, otras veces salía con su madre y en
varias ocasiones dijo que saldría con su padre; pero
este nunca llegaba y tenía que consolarla del modo
más inútil, tras una pantalla.
En muchas ocasiones no respondía, tardaba bas-
tante en contestar y no sabía que estaba haciendo,

150
tal vez recostada sobre cama o quizá, maldiciendo
cientos de veces. Me dolía imaginarla así; pero des-
de mi posición poco podía hacer.
Trataba de escribirle palabras optimistas, ora-
ciones que puedan hacerla sentir mejor; pero, tal
vez, leía y se olvidaba, lo obviaba o ganaba su ira y
dolor porque continuaba diciéndome lo mal que se
sentía, lo jodido que era tener padres separados y
yo tratando siempre de asimilar su dolor y decirle
que todo iba a mejorar.
¿Qué podría hacer para que todo mejorara?
Cada vez que su papá le fallaba, Daniela lloraba
y se sentía desconsolada, a veces no respondía los
mensajes y tardaba horas en contestar por MSN, a
veces ni siquiera se conectaba.
Le enviaba muchos mensajes tratando de alen-
tarla, la llamaba y llamaba hasta que contestara y
entonces le decía que todo mejoraría, cuando real-
mente ni yo sabía cómo realizar esa empresa; pero
alguna noción tendría para decirle que sí. Es que
siempre fui optimista.
Daniela se refugiaba en mí cuando se calmaba,
cuando el dolor se apagaba levemente, cuando en-
tendía la ocupación o lo que estuviera haciendo su
progenitor para no asistir y entonces, contestaba
los mensajes o respondía la conversación del MSN.
Aunque era distinta, fría y seca; sin embargo, mi
labor era cambiar esa actitud y muchas veces lo lo-
graba, la hacía sentir mejor con mi palabreo bonito
y describiendo lo que sentía por ella. Imaginába-

151
mos lo que viviríamos más adelante y sentía que
ello lograba hacerla sentir mejor.
Llegué a la academia y me detuve al frente a
esperarla. Previamente le mandé un mensaje.
Salió sonriente, cargando su mochila, el cabello
suelto, divino, por supuesto y vestida de jeans y
Converse. Bella como de costumbre.
Al verme parado al frente agitó la mano hacien-
do relucir esa enorme sonrisa y el cabello ondulado
que brillaba por causa del sol.
Crucé para que no lo hiciera; pero no me hizo
caso o no se percató de mi ademán. Convergimos
en un abrazo entre ambas pistas, en la alameda
que las divide.
Cogí su mochila y caminamos instintivamente,
a medio camino le pregunté por sus amigas. Esas
vagas han faltado, dijo sonriendo.
Me dio risa el hecho que no hayan asistido por-
que se me ocurrió imaginarlas sin ganas de levan-
tarse temprano y me sentí orgulloso de mi novia,
quien gustosa fue a estudiar.
— ¿Cómo te ha ido? Pregunté mientras andába-
mos.
— ¡Genial! Estoy potenciando lo aprendido en el
colegio.
—Que bueno, princesa. ¿Qué cursos llevas?

152
—Los mismos del colegio y algunos otros como
filosofía, por ejemplo.
—Ya entiendo. Me parece muy bien, respondí y
le sonreí.
Seguimos caminando, cargaba su pesada mochi-
la y quise saber que llevaba; pero no iba a detener-
me y abrirla aunque hubiera sido divertido.
— ¿Qué llevas acá? Pesa un montón.
Ella empezó a reír y me contagié de su risa.
—Sabes que soy bien organizada, tengo un cua-
derno para cada curso y además, mi lonchera.
— ¿Un cuaderno para cada curso? Yo hubiera
llevado uno para todos y un lapicero negro.
Comenzó a reír de nuevo.
— ¡Estás loco! Dijo enseguida.
—Llevo lapiceros de muchos colores y cuadernos
para cada curso, así estoy organizada y estudio me-
jor, dijo orgullosa.
Me pareció sensato.
—Está bien, princesa. Es una buena idea.
Dejamos de caminar y cruzamos la avenida para
detenernos en el paradero. Ambos estábamos can-
sados, ella por levantarse temprano y yo por cami-
nar cargando tremendo peso.
Detuve el bus y lo abordamos. Al sentarse soltó

153
un suspiro, la noté cansada y dejé de hablar. Se
acomodó sobre mi hombro y repentinamente se
quedó dormida.
Acaricié su melena ondulada mientras imagina-
ba que estaría soñando, era la primera vez que la
observaba durmiendo, se veía tierna.
El bus avanzaba y Daniela parecía inmune al
movimiento, mi regazo era una especie de almoha-
da cálida donde podría soñar en paz.
No quise despertarla cuando llegamos al para-
dero; pero fue necesario.
—Princesa, llegamos, despierta.
Abrió sus ojitos pardos y liberó un bostezo. Agi-
tó los brazos y volvió a bostezar. Descendimos del
bus en el siguiente paradero y caminamos hasta su
casa.
Hubiera querido dejarla en la puerta y poder ir
tranquilo a casa; pero tuve que detenerme en una
esquina, darnos un abrazo de despedida y alejar-
nos.
—No te vayas a quedar dormida en el camino, le
dije en son de broma.
—No te preocupes, precioso, respondió y sonrió
con su rostro de recién levantada.
La vi caminar y doblar a la derecha, cuando lo
hizo me asomé un poco para observarla entrar a su
casa.

154
Caminó, saludó a un par de vecinos con un acto
gestual, se esforzaba por cargar esa pesada mochi-
la, tal vez en las mañanas lo haría con facilidad y al
llegar a casa, abrió la rejita y buscó la llave dentro
de un bolsillo de su mochila. Pero en ese momento
alguien salió de casa y le dio un abrazo, era su ma-
dre, me escondí entonces; di media vuelta y me fui.
Ve a descansar, princesa, le escribí un mensaje
caminando rumbo a mi casa. Respondió minutos
después: Estoy en mi cama, voy a continuar el sue-
ño. Besos.
La siguiente noche nos encontramos en el MSN.
Daniela me dijo que estaba leyendo acerca del últi-
mo tema que vieron en clase. Preferí no presionar-
la con los mensajes instantáneos y resolví esperar
a que contestara cuando esté disponible. Siempre
tuve una predisposición para entender las cosas
importantes.
Me distraía deambulando en Google buscando
un sinfín de cosas, algunas pocas relevantes y otras
muy interesantes; pero cuando Daniela respondía
los mensajes, siempre empezando con una disculpa
por la demora, solía enfocarme plenamente en la
conversación.
Contaba acerca del tema que estaban viendo,
que le resultaba interesante y que por ello volvía
a darle una ojeada, que repasaba para no olvidar
y aprender más y que ahora utilizaba el internet
para investigar y no solo para chatear. Me pareció
muy sobrio ese último comentario.

155
Apoyaba sus palabras y la animaba a que siguie-
ra con esa actitud, que lo más probable es que lle-
gará muy lejos si continúa con ese pensamiento.
Entonces, acotaba que yo debía de pensar igual y
tener sus mismas ganas para estudiar.
Se me hacia fantástico que alguien me dijera
eso, mostraba el interés y la importancia que me
tenía.
No me había sucedido antes, en mis anteriores
y efímeras relaciones, nunca sentí esa energía que
transmitía cuando me hablaba de ese modo, tan
preocupada por el porvenir de su novio.
Lamentablemente no pude hacer realidad su de-
seo, no del modo usual, porque llevaba otros planes
para mi vida -que no se realizaron como le conté-
pero que debía de reemplazarlos de alguna mane-
ra. Eso pensaba en dicho entonces. Yo no sabía que
en lugar de intentar sustituirlos, podía reinventar-
los y enfocar la vibra positiva y las ganas de ser
alguien en algo para lo que realmente podía ser
bueno; aunque ni Daniela ni yo mirábamos lo que
era obvio.
Después de varios minutos, me contó que ter-
minó el repaso y empezaría a chatear con libertad.
Hablamos desde sus travesuras en la academia,
pasando por los cursos que lleva y retomando el
hecho que está aprendiendo bastante, atravesando
por el problema que es levantarse temprano, en el
cual estaba totalmente de acuerdo y que era una

156
de las razones por las que odiaba el colegio, yendo
por el placer de siempre llevar una buena lonche-
ra (frutas, yogurt y panes con algo rico, tamalito
o huevo) y posteriormente, relatando una serie de
gratos momentos que hemos vivido antes. A ella le
encanta recordar, a mí también; pero cuando Da-
niela cuenta experiencias pasadas es como si vol-
vieran a aparecer. No tenemos muchas; pero las
pocas que rescatamos son geniales. Siempre las
compartimos.
Al final terminamos hablando de nuestro próxi-
mo aniversario, de poder salir a algún lugar y cam-
biando radicalmente el tema, hablamos del clima y
que comienza a hacer frío. Me encantaba chatear
con Daniela porque literalmente hablábamos de
todo.
Decidí quedarme un rato más cuando se fue a
dormir. Abrí Word e inicié una carta. Repentina-
mente me sentí inspirado y quise escribir algo bo-
nito para ella.
Escribí el primer párrafo, lo leí y luego no paré
hasta culminar una carta de tres páginas. Suele
suceder cuando uno anda enamorado y la inspira-
ción resulta innata, es como si saliera hasta de mis
poros.
Describí mis sentimientos utilizando metáforas,
relaté algunas anécdotas, mayormente las que les
faltó comentar durante la charla, e imaginé un fu-
turo juntos, siempre me gustó escribir acerca de
un porvenir, anhelar el hecho de poder compartir

157
más tiempo juntos. Me gustaba hacerle entender
que quisiera gozar de su compañía durante mucho
tiempo.
Firmé la carta a un lado del te quiero mucho,
princesa.
Después, me hice una pregunta, ¿Cuándo se la
voy a entregar?
No tenía la respuesta, solo esperaba que fuera
pronto; aunque si de algo andaba completamente
seguro, es que le iba a encantar.
Amaba esa clase de detalles.
Pasó una semana para que nos volviéramos a
ver. No fue un encuentro amoroso como a los que
estábamos acostumbrados; Daniela estaba dolida
y me llamó por la noche, algo totalmente extraño,
porque nunca solía llamarme a dicha hora.
Lo peor fue que lo hizo desde un número que no
era el suyo.
Se encontraba triste, no la entendía cuando ha-
blaba, le pedía que se calmara; pero seguía balbu-
ceando. Le pregunté de donde llamaba y dijo que
de un teléfono público. Yo estaba preocupado, nun-
ca antes había sucedido algo similar, ella siempre
paraba en casa durante la noche, chateando o vien-
do televisión, de repente estudiando.
Respiró para calmarse y hablar mejor logrando
que asimile lo que decía.

158
Le dije que viniera a mi casa para poder charlar
o me diera su ubicación para ir a buscarla; pero
colgó el teléfono.
Felizmente apareció a los diez minutos afuera
de mi casa. La vi descender de una moto taxi, yo
andaba vigilando por la ventana por si algo así lle-
gara a ocurrir.
Al verla descendí y le abrí la puerta, entramos y
subimos a mi habitación.
— ¿Qué sucede, princesa? Pregunté mientras la
veía sentarse al filo de la cama.
Secó sus lágrimas, me miró y dijo: ¿Por qué siem-
pre me falla?
—Princesa… dije y un silencio se adueñó del
cuarto. No sabía que responder.
Froté las manos e hice lo mismo con mi rostro.
Ella seguía ahí, al frente, nostálgica y callada. Es-
peraba una respuesta o tal vez, solo se trataba de
una interrogante retórica y andaba en busca de
consuelo.
Sin embargo, sentía que necesitaba una res-
puesta, sentía que quería escuchar un argumento
que la hiciera estar mejor al menos por una noche
y yo no lo tenía.
—Lo estuve esperando dos horas y nunca se apa-
reció, dijo de repente.
— ¡Dos largas horas esperándolo como una idio-
ta! Dijo ofuscada.

159
Comencé a notarla frustrada, hacia puño en am-
bas manos canalizando el coraje; no lloraba, solo
rechinaba los dientes. Estaba llena de rabia, podía
haberle enojado que le volviera a fallar; pero le do-
lía más haber vuelto a creer.
La veía intentando encontrar argumento sólido
para tanta ira y frustración, dolor y coraje.
—Tranquila, princesa, le dije.
Me acerqué e hinqué al frente. Sujeté sus manos
y traté de verle el rostro; aunque esté boca abajo,
concentrada en el parquet, callada y con el cabello
ondulado cubriéndolo todo. Totalmente desecha.
—Oye, princesa, dije mientras la sujetaba del
mentón levantando levemente su rostro.
—Te quiero mucho, ¿lo sabes no? Y sabes tam-
bién que puedes contar conmigo para que lo fuera,
como te lo dije hace un tiempo.
Me vio. Se veía seria, notaba nostalgia en su mi-
rada; aunque la rabia había desaparecido.
—Mi viejo y la misma historia de siempre. A ve-
ces quisiera no quererlo, no esperarlo, no sentir lo
que siento o no ver a otros hijos felices con sus pa-
dres y poder llevar una vida tranquila y sin esta
clase de momentos; pero se me hace imposible y
supongo que es natural.
Entendí claramente su punto de vista.
—Princesa, no quiero justificar a tu padre, no lo

160
conozco y no sé en qué trabaja o lo que hace; pero
trato de comprender que tal vez, en lo que se des-
empeña no haya un momento de libertad, es decir;
posiblemente esté todo el tiempo ocupado.
—Entonces, ¿Por qué dice que va a venir cuando
no es así?
—La mentira esta pésima. En eso tienes razón.
No te tiene porque mentir, lo afirmé severamente.
— ¡Eso es lo que me revienta! Detesto las men-
tiras, me decepcionan las personas falsas y duele
cuando se tratan de seres queridos.
Tenía toda la razón, a cualquiera le incomodaría
y dolería la mentira de alguien que aprecias.
—No te enojes, tampoco llores. Solo quédate
tranquila, le dije, la abracé y sentí que me abraza-
ba aferrándose a mi ser.
Enseguida, le di un beso y añadí: Eres una chica
increíble y te quiero muchísimo. Pase lo que pase
siempre vas a poder contar conmigo, lo repito por-
que quiero que lo tengas en mente.
—Por eso estoy aquí, dijo. Volvió a abrazarme y
al oído susurró: Yo también te quiero mucho.
—Ahora cambiemos de tema y vamos a alegrar-
nos un rato, ¿te parece bien?
Asintió con la cabeza y dijo que iría al baño.
Cuando lo hizo me puse a pensar en su situación,
en lo complicado que era para alguien de su edad,

161
que a pesar de tener un gran nivel de madurez se le
hace difícil vivir así. ¿A quién no? La ausencia del
padre siempre afecta.
Recordé a mi padre en ese instante, quien había
salido al cine junto a mi madre a pasar un rato
agradable.
Es un tipo que nunca te falla, pensé y me hubie-
ra gustado que ella tuviera uno similar; pero uno
no los elige.
Daniela salió del baño con un mejor semblante.
Nos dimos un abrazo y le propuse ver televisión
durante un rato.
Nos echamos y se refugió en mis brazos. Pensé
que empezaba a sentirse mucho mejor, estaba dó-
cilmente cobijada en mi regazo, respirando lento
y soltando risas por instantes, es que estábamos
viendo una película de comedia.
Me gustó escucharla reír y saber que el mal rato
había pasado.
Pasó el tiempo, el día que cumplíamos tres me-
ses decidí darle una sorpresa. Iba a ir a recogerla
a la academia y entregarle un pequeño obsequio.
Lo primero que hice al despertar fue ducharme y
vestirme, comí algo ligero y arribé hacia allá.
La noche anterior visité una boutique cercana
y logré hallar el regalo indicado recordando que le
fascinaba un personaje de nombre extraño, que no
me daba risa; pero que a ella le hacía reír a mon-

162
tones y le causaba cierta ternura. No recordaba el
nombre; aunque no se me hizo complicado hacér-
selo entender a la empleada porque vi el peluche
de aquel personaje en uno de los escaparates y solo
tuve que decir: Me llevo ese. ¿Me lo envuelve, por
favor?
La chica tenía una facilidad increíble para en-
volver regalos; yo siempre me complico la vida con
esas cosas.
Descendí del bus una cuadra antes, quería cami-
nar mientras salían los alumnos. Eran alrededor
de las 12.45pm, dentro de unos minutos saldría y
me vería exactamente al frente.
La esperé en la esquina, apoyado en la pared y
mirando al frente por si la veía salir. Iría de in-
mediato a sorprenderla, tal vez me abriría un poco
para hincarle la espalda o de repente dejaría que
me viera avanzar hacia sus brazos, lo pensaba
mientras miraba las escaleras anhelando verla ba-
jar con ese espectacular andar.
Muchas féminas comenzaron a salir con sus mo-
chilas en la espalda y charlando entre sí, riendo y
dirigiéndose a distintos lugares al terminar de des-
cender por las escaleras; pero no aparecía Daniela,
quien seguramente debió estar realizando los últi-
mos apuntes.
Vi salir a sus amigas, Johana y Kelly, ambas
estaban sonrientes y soltando risotadas, tomando
agua y haciendo sombra con sus manos para evitar
al repentino sol.

163
Creí que Daniela saldría enseguida, diría algo o
haría algún ademán para que se detuvieran, enton-
ces irían juntas rumbo al paradero; pero no fue así.
Ellas desaparecieron de mi vista repentinamente;
aunque, por suerte, logré ver a mi chica salir de la
academia.
Llevaba una gran y hermosa sonrisa, cargaba su
enorme mochila que seguramente debería ayudar
a levantar y tomaba agua al tiempo que descendía
con apremio.
Pensé en acercarme, darle un beso, cargar su
mochila repleta de cuadernos, entregarle el regalo
y caminar cogidos de la mano.
Sonreí y suspiré cuando lo imaginé y avancé
para converger con ella.
Me detuve al medio de la pista, en la alameda
que divide ambos carriles y vi un auto estacionar-
se, era una camioneta gris, que se paró justo a su
lado, me sorprendió que Daniela dejara sus cosas
abandonadas y se acercara a la ventana del con-
ductor, emocionada y entusiasmada como una cán-
dida niña.
Desde mi posición pude ver sus ojos brillar, la
sonrisa iluminada y una euforia nunca antes vista.
Me quedé en el mismo lugar y vi al conductor
descender del auto, era un tipo alto, de barba y con-
textura gruesa, de camisa a rayas y pantalón de
vestir, celular atado a la cintura y gafas de aviador,
a quien Daniela abrazó con alegría y besó en la me-

164
jilla para luego quitarle los lentes y colocárselos,
tal cual niña traviesa.
Al rato, el tipo sujetó las cosas y las metió al
carro. Ella se hallaba asombrosamente contenta,
seguramente no esperó que su padre fuera a reco-
gerla. Enseguida, el carro arrancó y se marcharon.
Me mantuve donde estaba, tenía el rostro serio;
aunque por dentro asimilaba lo ocurrido y me ale-
graba por Daniela.
Ella necesitaba esto, pensé. Y una sonrisa creció
en mi rostro.
Me di la vuelta y volví a la otra calle. Caminé
algunas cuadras fumando algunos cigarrillos ima-
ginando lo bien que la estaría pasando y sonreía
por eso.
Al rato, detuve un bus y regresé a casa.
Más tarde, le envié un mensaje con el siguiente
texto: ¡Feliz tres meses, princesa! Te quiero muchí-
simo y espero que sigamos cumpliendo más tiempo
juntos. Respondió minutos más tarde.
¡Precioso, feliz aniversario! Yo también te quiero
mucho, lamento que no nos hayamos podido ver;
pero salió algo imprevisto. Ya luego te cuento. Be-
sotes. Leí el mensaje con una sonrisa y continué
escribiendo un cuento. Pensaba dárselo cuando lo
termine porque quería recibir su opinión.
Las veces que no veía a Daniela, cuando no ha-
bía fútbol en la televisión y abundaban las teleno-

165
velas, se ausentaban las buenas películas y me da
flojera ir al mercado a comprar algún DVD, disfru-
taba escribir, algo que no hacía seguido; pero cuan-
do lo realizaba solía terminar cuentos en cuestión
de horas.
Me engancho mucho con algún relato y lo escri-
bo hasta culminarlo, no lo dejo para otro momento
porque no suelo saber cuándo será, debido a que
me distraigo con otras actividades.
Me gustaba escribir sobre fútbol, mis relatos
acostumbraban a contener situaciones futbolísti-
cas, describía momentos en el campo y trataba de
contar mis triunfos y derrotas en el juego, desci-
frando y compartiendo cada sensación que iba sin-
tiendo mientras el juego se realizaba.
Se me hacia interesante creer que cualquier su-
jeto que juega al fútbol podría sentirse identificado
con el cuento.
Terminé el texto y me conecté al MSN; pero Da-
niela no estaba en línea. No quise enviarle un men-
saje para que se conectara porque de repente la es-
taría pasando de maravilla con su padre.
Decidí esperarla un tiempo, en tanto, conversa-
ba estupideces con mis amigos, riéndonos con las
tonterías que nos contábamos y a la vez escuchaba
música.
Se hizo tarde así de rápido y Daniela no entró.
Mis amigos se desconectaron y yo también decidí
zafar para ir a la cama a descansar; aunque previo

166
a ello vi un poco de televisión, las noticias más que
todo.
Al día siguiente por la tarde vi a Daniela conec-
tada, al lado de su Nick se encontraba la canción
que andaba escuchando.
-Alejandro Sanz - “La fuerza del corazón” leí y
sonreí.
—Hola princesa. ¡Qué bonita canción estas es-
cuchando!
—Precioso, te he extrañado, dijo y enseguida
añadió: Te tengo que contar muchas cosas.
—Cuéntame todo, princesa, le dije agregando
emoticones de sonrisa.
—Ayer mi papi fue a recogerme a la academia,
me sorprendió para bien y fuimos a tomar helados
a Larcomar. La pasamos genial, sentí que volvía-
mos a ser padre e hija de nuevo, como aquellos bue-
nos tiempos.
Leer lo que contó me llenó de alegría.
— ¡Qué chévere, princesa! Sabía que todo se so-
lucionaría.
—Pues, sí. Además, prometió no volverme a fa-
llar. Dijo que estaba ocupado realizando algunos
pendientes y por eso no pudo, me pidió disculpas
y lo disculpé cuando fuimos a tomar helados. Esta-
mos de maravilla y espero se mantenga, dijo aco-
tando emoticones de rostros alegres y corazones.

167
—Eso es lo importante, princesa, dije basándo-
me en la última frase.
— ¿Y tú como has estado? Lamento no haber-
te visto ayer. Ojalá te pueda ver esta semana, si
quieres claro, dijo añadiendo emoticones de rostro
ruborizado enfatizando la última frase.
Me pareció muy gracioso que dijera eso.
—Descuida, princesa. Sabes que me encanta
verte; pero eso dependerá de ti, dije y añadí unos
emoticonos de corazón y rostro sonriente.
— ¿Cuándo puedes? Pregunté enseguida olvi-
dando que le gustaba improvisar. A veces no lo re-
cordaba.
— ¿Qué te parece mañana?
—Claro, mañana estaría bien, respondí y al rato
me di cuenta que estábamos planeando.
Quise hacérselo saber por si no se había dado
cuenta; pero preferí continuar planificando.
— ¿Me vienes a recoger, verdad? Sabes a qué
hora salgo.
—Sí. Te espero en la esquina de siempre hasta
que aparezcas por la puerta para ir a abrazarte.
—Extraño ese abrazo.
—Y yo abrazarte.
—Entonces, precioso, mañana te veo, dijo agre-

168
gando emoticonos de corazones y caras con sonri-
sas.
—Obvio, princesa. Mañana nos veremos, añadí
corazones.
—Y sabes, no sé si te habrás dado cuenta; pero
estamos planeando, acoté enseguida con un emoti-
cón de rostro de asombro.
Tardó en responder, de repente asimilando lo
ocurrido.
—Cierto, estamos planeando. No me había dado
cuenta, se me hizo todo tan natural, dijo con emoti-
conos de ruborizado.
—Me gusta que empecemos a planear, a veces
es mejor que improvisar, dije con un emoticón de
rostro sonriente.
—Bueno, si, en parte tienes razón. Aparte, mi
mamá ya no está llamándome a cada rato pregun-
tándome donde estoy. Creo que estudiar hace que
tenga cierta libertad.
—Me gusta improvisar, tú lo sabes; pero tam-
bién me parece genial planear como lo estamos ha-
ciendo ahora, añadió enseguida.
—Me alegra leer eso, creo que debemos practi-
carlo más seguido, le dije.
—Estoy segura que sí. En fin, ¿Qué haremos ma-
ñana?

169
Fue una pregunta que me gustó bastante.
—Pensaba ir a recogerte, caminar e ir a un lugar
a tomar helados.
—Buena idea, precioso. Sabes que nunca me
canso de los helados, respondió y agregó muchas
risas.
—Yo también amo los helados, los puedo disfru-
tar en verano como en invierno.
Añadió risas. También hice lo mismo.
—Entonces, quedamos en eso, princesa.
—Así quedamos, precioso. Ahora voy a estudiar
un rato y de repente me conecto más tarde.
—Está bien, ve a estudiar. Te quiero mucho.
—Yo también te quiero, precioso.
Añadió muchos emoticonos de corazones y besos
y apareció desconectada.
Me amanecí en la computadora, no en la inter-
net. Me quedé escribiendo el cuento y no me detuve
hasta ver los primeros rayos del sol asomarse por
la ventana.
Desperté tarde a pesar de colocar el despertador.
Eran alrededor de las 12.30pm y en 30 minutos
Daniela saldría de la academia.
No tuve tiempo de maldecir al despertador. Me
duché y vestí en cuestión de minutos, enseguida

170
detuve el primer bus y arribé hacia allá.
El bus avanzó lento como suele hacerlo; pero re-
pentinamente aceleró el ritmo y logré llegar; aun-
que con veinte minutos de retraso.
Creí que llegaría cuarenta minutos tarde, pensé
al descender.
El reloj del celular marcaba la 1.20pm y asom-
brosamente, nadie salía de las instalaciones.
¿Habrán salido todos y ya no hay nadie? Pensé
y empecé a preocuparme; aunque también imaginé
que en dicho caso hubiera recibido un mensaje de
su parte.
No me detuve al frente, crucé la avenida y me
paré a un lado de la escalera.
Nadie salió durante un par de minutos más. De
repente, abrieron las puertas y comenzaron a salir
en mancha. Sentí alivio.
Entre la multitud pude ver a Daniela, quien se
encontraba acompañada de sus amigas de siempre
y otro par que no conocía.
Cuando me vio aceleró el paso y nos abrazamos
en el primer escalón. Saludé a Johana y Kelly y me
presentó a las otras.
Luego, sabiendo que iríamos a pasear, se despi-
dieron agitando la mano y se marcharon en distin-
ta dirección.

171
Daniela me cogió la mano y preguntó con dulzu-
ra, ¿Has esperado mucho? Sonreí y respondí: Alu-
cina que acabo de llegar.
¿En serio?, ¿Por qué? Quiso saber y le conté toda
la historia.
Te salvaste, si hubieras venido a la hora de siem-
pre me hubieras esperado un largo rato porque tu-
vimos que quedarnos a dar una prueba sorpresa,
explicó mientras caminábamos.
Asentí con la cabeza y sonreí.
Seguro que hiciste bien la prueba, añadí.
Sí, eso no lo dudes, dijo con mucha seguridad.
Intercambiamos sonrisas y continuamos andando.
—Sabes, tengo algo para ti, es un regalo por el
aniversario; pero he olvidado traerlo. Si vamos a
mi casa te lo entrego.
—Que tonto eres, como te vas a olvidar de eso,
dijo haciendo una mueca chistosa.
Sonreí y le dije: Bueno, suele suceder. Además,
estaba apurado. Abrí los brazos en señal de descui-
do.
Seguimos caminando hasta llegar al parque
Kennedy, está relativamente lejos; pero el andar se
hace rápido conversando con ella.
Entramos a Mc Donalds y compramos unos he-
lados. Nos sentamos y comenzamos a disfrutarlos.

172
— ¿Qué hacemos después? Quise saber.
—No lo sé, tengo curiosidad por el regalo. ¿Va-
mos a tu casa? Propuso con rapidez.
Asentí con la cabeza y salimos del local en direc-
ción a la avenida. Detuve un taxi porque no quería
perder tiempo viajando en micro.
Llegamos a mi casa más rápido de lo que pensé,
bajamos y abrí la puerta.
En la sala estaban todos tomando lonche (siem-
pre comen) saludé gestualmente; aunque Daniela
lo hizo con beso en la mejilla. Siempre tan respe-
tuosa, pensé. Y la esperé a media escalera.
La cogí de la mano mostrándole una sonrisa por
su cándida forma de ser y terminamos de subir jun-
tos. Entramos a mi habitación y cerré la puerta de
inmediato.
Le di un abrazo y le susurré: Te he extrañado. Se
estremeció.
Creo que siempre la extraño y cada vez me sien-
to más enamorado, pensé; pero no se lo dije.
Yo también te he extrañado, precioso, respondió
al instante y nos besamos.
—Y aquí tengo tu regalo, dije al separarnos y
rebuscar en un cajón del escritorio.
Lo abrió rápidamente al punto de arruinar la en-
voltura, lo que ocasionó cierta gracia.

173
—No puedo creerlo. ¡Me encanta! Dijo abrazan-
do el peluche y sonriendo a la vez. Enseguida, me
dio un abrazo y muchos besos.
Sonreí por su emoción y añadí: Me alegra que te
guste, sabía que te fascina ese dibujo.
— ¿Gustarme? ¡Me encanta! Lo voy a colocar en
mi cama y dormiré abrazándolo para acordarme de
ti. Es más, dame tu fragancia para roseársela.
Me pareció exagerado; pero no pude detenerla.
Lo hizo en un santiamén. Y a decir verdad, fue una
gran idea.
— ¿Lo notas? Huele a ti. Además, se parece a ti,
dijo y lo colocó a mi lado como quien compara.
De hecho, no tenía ningún parecido físico conmi-
go; aunque se me hizo muy divertido que lo dijera.
Su expresión al comentarlo fue de una niña emo-
cionada.
—Lamento no tener nada para ti, acotó al rato e
hizo puchero.
—No te preocupes, princesa. Mi regalo es tu pre-
sencia, dije sonriendo.
— ¡Qué lindo! Pero te voy a dar algo, dijo y al
instante me besó.
Fue un beso intenso, me encantó. No existe me-
jor regalo que uno de sus besos, lo pensé un instan-
te después.

174
Se sentó al filo de la cama y encendió la televi-
sión, tenía el peluche aferrado a su ser y por mo-
mentos creí que le hablaba en un idioma que solo
ambos conocían.
Me acomodé a su lado y la abracé.
— ¿Qué estás viendo?
Le di un beso en la mejilla antes de mirar la te-
levisión.
—Casualmente, la serie de este pequeño, dijo
con suma ternura.
Empecé a reír porque sabía que no me agradaba
ese dibujo; pero si a Daniela le gusta entonces po-
día quedarme a verlo mientras esté a su lado.
De hecho, me quedé junto a ella, abrazándola y
dándole besos en la mejilla, le gustan los tiernos
besos en la mejilla.
Al culminar la serie nos echamos boca arriba y
miramos el techo repleto de afiches y con las es-
trellas colgando. Le gustaba mirar mi habitación;
pero su sitio favorito se hallaba arriba.
Siempre preguntaba el porqué de tener estrellas
colgando y yo le respondía que adoraba las estre-
llas.
En ese momento, dijo, yo tengo un concepto so-
bre las estrellas y parafraseando a Simba, añadió:
“Alguien me dijo una vez que los grandes reyes del
pasado nos observan”.

175
Me pareció muy gracioso y a la vez muy tierno,
teníamos una importante diferencia de edad; pero
ambos habíamos visto y sentido lo mismo con esa
película.
¿Qué otra película de dibujos has visto? Quiso
saber mientras miraba las estrellas.
Pues, me gusta Toys Story; aunque no sean di-
bujos, es animada y me parece fabulosa.
Bueno, de dibujos o animada, se corrigió al ins-
tante. Y acotó: ¡Sí, a mí también me encanta!
Creo que va a salir la tercera, no estoy seguro,
algo así me dijeron.
¿Qué si? Sería buenazo, podríamos ir a verla,
dijo y sonrió.
Claro, eso sería fantástico, princesa.
Amor, ¿Y que deseas ver ahora? Ya que no te
gustan estos dibujos.
No presté atención a su pregunta, sí a la prime-
ra palabra.
Es la primera vez que me dices amor, se lo hice
saber.
Se me salió, ¿Sonó bonito, verdad?
Claro, me encanta, princesa.
Entonces, voy a decirlo más seguido, mi amor.
Se me hizo inevitable darle un beso.

176
Como te quiero, mi amor, añadí enseguida.
Yo también te quiero, amor.
Nos volvimos a besar; esta vez fue un beso in-
tenso, lo hicimos por largo rato, me encantan esos
besos prolongados.
Acariciaba sus mejillas mientras probaba sus
labios, tenía los ojos cerrados, yo los abría por mo-
mentos, me gustaba contemplarla mientras la be-
saba y los cerraba para enfocarme en su boca.
Después del beso sonreímos y le propuse ver lo
que quisiera, que yo no estaba ahí para ver tele,
sino para estar a su lado.
Se le hizo sencillo seguir con los dibujos, le gus-
tan mucho. Poco importaba, como se lo hice saber,
yo estaba a su lado para contemplarla y eso hacía,
jugueteaba con su cabello y le daba besos en la me-
jilla, le susurraba cuanto la quería y por momentos
giraba el cuello y nos besábamos. Olía exquisito,
nunca llevaba fragancia, era su olor natural por si
encantador.
Cuando se iba de casa solía dejar la habitación
impregnada de su aroma, irónicamente, me hacia
extrañarla más.
Le propuse acompañarla a casa; no directamen-
te a la puerta, sino hasta cierta esquina. Aceptó
gustosa y caminamos juntos.
Me molestaba no ir a su casa y dejarla como lo
haría cualquier enamorado; pero trataba de enten-

177
der su posición, por eso, mayormente no comenta-
ba acercaba del tema.
Llegamos a la esquina y nos despedimos con un
abrazo, previamente había visto en todas las di-
recciones por si algún curioso estuviera vigilando
y caminó algunos metros hasta desaparecer de mi
vista.
De regreso a casa empezó a afectarme su ausen-
cia, ni siquiera pasaron horas y ya quería tenerla
de vuelta. Fue curioso porque cuando llegué a casa
recibí un mensaje al celular.
Entra a tu correo, decía. Inmediatamente lo hice
y encontré un e-mail de una página de tarjetas vir-
tuales.
Entré y abrí el link, todo en cuestión de segun-
dos.
Comencé a mirar la animación de la tarjeta y
luego leí el texto, quedé maravillado.
Daniela se expresaba de un modo muy sincero,
era directa y eso me gustaba. Afirmaba quererme
demasiado, etiquetaba como mágicos nuestros días
juntos y aunque lamentaba que no pueda ir a su
casa –notó el fastidio por mas que no le dije- me
hizo entender que tal vez más adelante se podría.
Yo solo quiero entrar más en tu vida, pensé al
leer esa parte.
Siguió relatando nuestros ratos juntos, descri-
biendo lo que iba sintiendo, resaltando los instan-

178
tes bonitos y los momentos divertidos, terminando
el texto con un te quiero y una frase que podíamos
decir que teníamos en común al separarnos.
Sonreí y volví a ver la animación. Enseguida re-
leí el texto encantándome una vez más.
No quise quedarme atrás, era una bella compe-
tencia de detalles, se me ocurrió enviarle una tar-
jeta y lo hice rato después.
Elegí una que me pareció muy simpática y empe-
cé a escribir un texto que resumiera lo que siento.
No sé cuanto dure tu aroma dentro de mi cuarto;
pero espero verte antes que se disipe. Te quiero,
princesa. Te quiero, amor.
Días después, nos encontramos en el MSN, no
nos habíamos visto desde aquella vez. La extraña-
ba y estaba seguro que ella también; pero se hacía
complicado converger.
Su madre, no sabemos cómo, se había enterado
que tenía enamorado y lo peor, es que le llevaba
algunos años.
El problema no era tanto el hecho de tener ena-
morado, sino que su madre creía que podría des-
cender su rendimiento en los estudios y los exá-
menes universitarios se aproximaban; además, de
aceptarle una pareja de preferencia quería alguien
de su edad, de su entorno, tal vez de la misma aca-
demia o de la promoción del colegio, no le gustaba
que fuera alguien mayor. Tal cual lo explicó Danie-
la vía conversación instantánea.

179
No respondí por algunos minutos, pensaba en
un argumento válido y sobre todo, optimista.
—Daniela, imaginaba que a tu madre no le
agradaría la idea que salieras con alguien mayor;
pero, creo que debiste decirle que tenias enamora-
do, debe de haber sido vergonzoso que se venga a
enterar de ese modo. Sin embargo, ahora ya lo sabe
y solo queda ser pacientes y poder salir adelante.
Si te va bien en los estudios como siempre me cuen-
tas, estoy seguro que tarde o temprano va a acep-
tar nuestra relación.
—Si pues, soy una tonta, debí contarle antes.
Por mi barrio existen muchos chismosos, viejas que
no tienen nada mejor que hacer que andar curio-
seando en la vida de los demás. Yo nunca me he
metido con nadie, saco a mi perro a pasear, saludo
por respeto y mira lo que vienen a decir, me irritan.
En fin, tienes razón, vamos a salir adelante.
Además, ¿Qué tiene de malo que tenga enamora-
do? Y si, me va bien en la academia; pero ella está
cerrada en su idea que no quiere que esté con al-
guien mayor.
Leí y pensé en sus palabras para dar una mejor
respuesta.
—Bueno pues, amor, todas las madres son algo
sobre protectoras. De repente con el tiempo va a
poder aceptarlo.
—Esperemos que sí; aunque ahora anda enoja-
da y me amenaza con contarle a mi Papá, eso sí
malograría mi vida.
180
— ¿Por qué?
—Es muy celoso; pero bueno, no va a llegar a
saberlo, al menos no por un buen tiempo.
—Está bien, princesa. Pero; pienso que es bueno
que lo sepa, de cualquier modo, haya sido por ti o
por chismes vecinos, ya lo tiene presente y va a te-
ner que acatarlo alguna vez.
—Eso espero, en serio. Toda la tarde ha estado
molestando y para colmo me ha castigado. Debo de
llegar a casa ni bien salga de la academia. Ya no sé
cómo te voy a ver.
Añadió muchos emoticones de rostro triste.
—Encontraremos la forma. Daniela, no te ago-
bies, estoy seguro que hallaremos un momento
para estar juntos. Te quiero demasiado.
—Yo también te quiero, precioso. Te escribo más
rato, voy a sacar al perro a pasear y de pasada in-
sultar a esas viejas.
Empecé a reír a causa de su último comentario.
—No lo hagas, princesa. Te lo digo por si acaso.
—Ganas no me faltan.
—Bueno, te hablo luego, ¿Sí? Te quiero.
—Te quiero demasiado, abrazo grande, amor.
—Besos, amor. Te quiero, precioso.
Acotó emoticones de corazones y se desconectó.

181
No se conectó de nuevo. Al día siguiente tampoco
me envió un mensaje diciendo que vaya a recoger-
la. De hecho, estuve esperanzado con que llegara
alguno.
Empecé a preocuparme. La extrañaba bastante,
sentía que me hacía falta; pero no podía hacer mu-
cho para estar a su lado y abrazarla.
Resolví enviarle un mensaje saludándola y pre-
guntándole como iba todo; pero no respondió.
Por la noche entró al MSN y explicó que no pudo
contestar porque simplemente ya no tenía saldo en
el celular. Acotó que su madre la estuvo llamando
preguntándole si ya regresaba a casa, quería estar
segura que no saldría con su enamorado.
Estuvimos involucrados en ese problema duran-
te semanas, no podíamos vernos saliendo de la aca-
demia y tampoco en mi casa, mucho menos en la
suya y difícilmente en algún otro lugar.
La situación se ponía difícil. Daniela me contaba
que se peleaba con su madre explicándole que no
tenía nada de malo tener enamorado y que poco
importaba la diferencia de edad; pero ella siempre
aseveraba con autoridad que no sabía nada del
amor.
Pienso que la gente cuando se hace mayor peca
de soberbios al creer que lo saben todo, cuando
cada corazón es un mundo aparte.
Entendí y no me disgusté por pasar un nuevo

182
aniversario chateando por el MSN. Tratamos de
hacer como si no nos afectara; pero nos extrañá-
bamos y tan solo nos limitábamos a intercambiar
frases amorosas que intentaban descifrar lo que
sentíamos.
La frase te extraño se repitió cientos de veces.
Sin embargo, logramos saludarnos, recordar expe-
riencias y olvidarnos por un tiempo de los conflictos
y diferencias. Yo no quería angustiarla más pregun-
tando y tampoco quería acotar nada, disfrutaba de
la plática, le expresaba mis sentimientos y leía lo
que me iba contando y a la vez, sonreía, cada vez
que abría su corazón para describir con palabras lo
que le hago sentir.
Nos mandábamos tarjetas virtuales, le sacába-
mos fotografías a nuestros detalles hechos a mano
y dejamos que los problemas no nos abrumen para
enfocarnos en pasarla lo mejor que podíamos.
Y así fue, cumplimos un mes más juntos.
El tiempo se hizo lento y la relación se fue tor-
nando ligeramente opaca. No nos veíamos, por
ende, compartíamos poco.
A veces llegaba a sentirme frustrado, nunca qui-
se hacerle entender eso porque solía ser el optimis-
ta de la relación.
Daniela se agobiaba con facilidad, a veces se irri-
taba y rompía cosas en casa, se peleaba con su vieja
y trataba mal a sus amigas, no era la dulce y cándi-
da chica cuando se llenaba de coraje y frustración.

183
Me lo contaba todo con detalles y yo trataba de
calmarla, no quería que tuviera más problemas y
mucho menos por mi culpa.
Cuando charlábamos por MSN o por teléfono la
sentía intranquila, la apaciguaba con mis palabras
porque si ambos nos frustrábamos a la misma vez
hubiera sido un terrible colapso. Yo trataba de es-
tar calmado y ofrecerle argumentos positivos cada
vez que se desesperaba por vernos y no encontraba
la forma.
La extrañaba muchísimo, se lo decía a cada mo-
mento e intentaba demostrarlo con correos, tarje-
tas virtuales, largas charlas por MSN o por celular
e intentando mantener la llama de amor candente;
aunque el mal tiempo la agite con brutalidad.
Un sábado, poco antes de cumplir seis meses,
como de costumbre, me encontraba jugando fútbol
con mis amigos. Quería relajarme y olvidarme del
tema durante el tiempo que dure el partido.
Habíamos charlando antes, nos comunicábamos
más que nunca, sea por celular o MSN, estábamos
conectados en todo momento y le comenté que sal-
dría a jugar, entonces dijo que iría a pasear al pe-
rro junto a Kelly y otra amiga más.
Ya en el campo de juego.
—Oye, ¿Ella no es tu chica? Dijo un amigo mien-
tras tocábamos el balón.
—Vi rápidamente a alrededor; pero no encontré
a nadie.

184
—Ahí viene, dijo de vuelta y aceleró el ritmo
avanzado al área rival.
En el momento en que Jonathan lanzó el balón
al medio del área para que pueda cabecear o dete-
nerlo y luego rematar, vi a Daniela asomarse junto
a Kelly, una chica más y sus respectivas mascotas.
La pelota se me pasó haciendo el ridículo, era un
buen pase, cualquiera hubiera anotado el gol; pero
yo estuve concentrado en Daniela, a quien no veía
semanas y afortunadamente estaba a pocos metros
de mí.
— ¡Princesa! Dije y olvidándome del juego me
acerqué a saludarla.
Nunca antes he dejado un partido. Fue la prime-
ra vez en mi vida.
Los muchachos detuvieron el juego para pregun-
tarme si iba a seguir.
De hecho, prefería estar con Daniela que jugar
al fútbol; pero ella tenía un plan estupendo.
—Sigue jugando, voy a estar aquí viéndote, dijo
con una sonrisa.
No puedo describir la emoción que sentí. Siem-
pre quise que mi enamorada me viera jugar fútbol
y me alentara, de repente no gritando como una
hincha apasionada; pero sí observando detenida-
mente cada movimiento o celebrando con los bra-
zos elevados uno de mis goles.
Jonathan se acercó y preguntó: ¿Listo para ju-

185
gar? Les presenté a Daniela y a sus dos amigas.
Luego de darle un beso y decirle te quiero volví al
campo.
—Oye, ¿Cómo sabías que era mi enamorada?
—Lo vi en Facebook, respondió al instante.
— ¿Ya tienes Facebook? Pregunté extrañado.
—Si pues, hace un par de semanas. Luego te
agrego.
Después de esa corta charla retomamos el juego.
De reojo noté que Daniela y sus amigas se aco-
modaron en la tribuna, cada una con su respectiva
mascota y me dije a mi mismo que al menos anota-
ría un par de goles.
Jonathan me dio el balón. Lo detuve y vi al pri-
mero que se encontró habilitado, ese fue Carlos,
quien exigió un pase certero, el mismo que llegó
como con la mano.
Al coger la pelota hizo una señal, hice caso a su
gesto y corrí por la banda izquierda. Carlos devol-
vió el servicio y yo pensé, ¿la detengo? Pero sabía
que al instante vendrían a marcarme; entonces, en
cuestión de segundos, resolví pegarle como venía.
Le pegué al balón lo más fuerte que pude y sen-
tí que Daniela también lo vio; pero el arquero era
bueno, aparte de ser un gran amigo, tapaba muy
bien y logró arrojar la pelota fuera del arco.

186
— ¡Buena atajada! Le grité y le enseñé el pulgar
levantado.
Sonrió y reinició el juego.
Mi equipo dominaba. Éramos muy buenos en ese
entonces, poco tiempo antes habíamos entrenado
en distintos clubes y jugábamos fútbol en campo
profesional, lo que nos sobraba era físico y teníamos
como contrincante al eterno equipo de Ezequiel y
Fernando, que junto a otros amigos solían enfren-
tarnos siempre.
Eran los clásicos de los fines de semana; pero
aquel sábado no estábamos solamente los dos; tam-
bién vino un equipo de otro barrio un combinado
extraño hecho por sujetos que nunca salían a jugar;
pero aquella vez decidieron salir a hacer deporte.
De hecho, eran sumamente malos; pero muy entu-
siastas.
Ese primer partido lo ganamos; pero tuve la
mala fortuna de no anotar; sin embargo, antes de
comenzar el segundo encuentro le dije a Daniela
que haría un gol, le di un beso y volví a la cancha.
Efectivamente, poco después de comenzar el
partido e iniciar los diez minutos que dura -porque
jugamos a dos goles o diez minutos- tuve la suerte
de encontrarme al frente del arquero, el mismo que
al sentir mi presencia salió rápidamente a tratar
de achicar el ángulo; pero no sabía que elevaría la
pelota pasándola por su cuerpo. Fue un verdadero
golazo. Acto seguido, me acerqué y le di un beso.

187
Sus amigas empezaron a gritar estruendosamente
y mis amigos empezaron a molestar, es la fiesta del
fútbol.
Volví a hacer un gol y otra vez se lo dediqué a
Daniela, quien miraba desde la tribuna. Estaba
sonriente y emocionada, la anotación la hizo rubo-
rizarse, porque al momento de hacer el gol y seña-
larla todos empezaron a mirarla y sus mejillas se
pintaron de un rojo precioso. Le di un beso volado y
respondió del mismo modo.
El siguiente partido no metí gol; pero logramos
salir vencedores.
Perdimos contra el equipo de Fernando y
Ezequiel, quienes salieron empeñosos y lograron
vencernos. Aproveché la derrota para sentarme al
lado de Daniela.
—Gracias por dedicarme los goles, precioso, dijo
emocionada.
—Me alegra que te hayan gustado. ¿Ya ves que
soy un buen jugador? Pregunté con cierto humor.
Sus amigas rieron por causa del comentario;
pero Daniela aseveró que lo era; aunque al inicio
con esa mala jugada no debí dar esa impresión.
—Juegas bien, amor, dijo sonriente y se apoyó
en mi hombro.
Jonathan, quien retornaba de comprar agua, se
acercó y empezó a charlar con nosotros. Hablamos
de los partidos, de lo bien que habíamos empezado

188
y que seguramente saldríamos vencedores del cam-
peonato.
— ¿Cuántos puntos son? Quiso saber Kelly.
—Ocho puntos. Cada partido vale un punto, le
expliqué.
—Ya entiendo, ya entiendo, respondió asintien-
do con la cabeza.
Enseguida, apareció Manuel, quien llegaba del
mercado y por más que haya querido jugar, no po-
día porque estábamos completos.
Entonces, se quedó a ver el partido en la tribuna.
Al vernos, se acercó a saludar y se acopló a la
conversación que duró hasta llegar nuestro turno
de jugar. Le di un beso a Daniela y le dije que vol-
vería. Sonrió y me pidió que anotara otro gol.
Jugamos el siguiente partido y anoté los dos go-
les del triunfo. Mis amigos estaban contentos con
mi desempeño y Daniela admiraba mi forma de ju-
gar.
Es verdad que el otro juego lo perdimos; pero lo
aproveché para estar nuevamente a su lado.
Noté que se hizo buena amiga de Manuel y eso
me parecía estupendo porque podría crear un nexo
entre ambos para enviarle recados, etcétera. No lo
pensé en ese momento; lo hice después.
En la tribuna charlábamos, Manuel, Jonathan,

189
Kelly, Mariana, su nueva amiga y yo, mientras que
al frente, estaba Carlos junto a los otros hablando
acerca de los partidos y viendo el juego actual.
De nuevo en la cancha, retomamos el triunfo y
pude anotar otro par de goles directos a la tribuna
donde se encontraba mi enamorada alentándome
de una forma muy eufórica, se contagió de la pa-
sión y eso me encantaba.
Pudimos ganar otro par de partidos seguidos
y logré embocar el balón en todos los encuentros,
andaba en racha o quizá, su presencia me había
inspirado. Definitivamente, la segunda opción era
la correcta.
Cuando volvimos a perder nos reencontramos
en la tribuna, charlamos durante el tiempo que
duraron los otros encuentros, nos besábamos y se
recostaba sobre mi hombro escuchando lo que le
susurraba al oído, haciéndola sonreír al oírme.
Sin embargo, lastimosamente tuvo que partir.
Según dijo, se le pasó la hora y como dejó su celu-
lar en casa, temía que su madre estuviera enojada
y por ende, le dijera a su padre sobre la relación.
Nos despedimos antes de iniciar uno de los últimos
partidos porque estábamos cerca de los ocho pun-
tos. Me hubiera gustado que se quedara hasta el
final; pero entendía que debía partir.
Nos despedimos con un abrazo y un beso, agité
la mano y sonreí para despedirme de sus amigas y
acaricié la nuca a sus mascotas.

190
Jonathan y Manuel también se despidieron y no
sé en que habrán quedado con sus amigas; pero es-
tuvieron contentos el resto del juego y no solo era
por lo bien que íbamos en el campeonato.
En un acto gracioso, Daniela también se despidió
de los otros muchachos agitando la mano y todos
respondieron del mismo modo como agradeciendo
su presencia en el campo de juego.
Realizando eso se metió a todos mis amigos en
el bolsillo.
Cuando se marchó sentí cierta nostalgia; pero a
la vez me encontraba conforme porque había logra-
do tener una tarde fantástica.
Ezequiel volvió de la tienda y se reencontró con
su equipo para jugar ante nosotros. Iniciamos el
partido sin la presencia de la princesa.
Gozamos de otro par de encuentros futbolísticos
y al final, como era de esperarse, nos coronamos
campeones y nos llevamos toda la apuesta, los cin-
co soles por equipo.
No obstante, a pesar de pelear y discutir durante
los partidos, nos encontramos en la tienda y com-
pramos la misma gaseosa.
Todo queda en la cancha, dicta un popular dicho
futbolero.
Por la noche, la encontré conectada en el MSN.
— ¡Princesa! Gracias por venir a verme jugar.

191
Fue una sorpresa maravillosa, dije y añadí emoti-
cones de pelotas y corazones.
— ¿Te encantó, verdad?
— ¡Obvio! Fue inesperado y grandioso. La pasa-
mos bacán.
—Sí precioso, me divertí mucho viéndote jugar
y charlando en los descansos. Sabes, necesitaba de
ti, estar a tu lado, sentir tu aroma y abrazarnos. Te
extrañaba mucho, dijo añadiendo corazones.
—Yo también a ti, mi amor. Tenía muchas ganas
de estar contigo, lo de hoy fue estupendo. Te quiero
mucho y siento que me enamoro más de ti.
—También empiezo a sentir lo mismo. Última-
mente te extraño demasiado y a veces me deses-
pero por ir a verte; pero como la situación anda
complicada solo me limito a ver las pocas fotos que
tienes en Facebook, dijo añadiendo muchos emoti-
conos de rostro ruborizado.
—Suelo hacer lo mismo cuando te extraño. Pero,
hoy estuvimos juntos y pude satisfacer la necesi-
dad de tenerte cerca.
—Me gustó verte jugar, lo haces bien.
—Gracias, princesa. Te dediqué muchos goles.
—Sí, estaba emocionada. Mis amigas no pen-
saron que podrías hacerlo, creyeron que te ibas a
avergonzar.

192
— ¡Jamás!
—Fue muy lindo, te quise mucho más.
—Te quiero, mi princesa. Nuevamente, gracias
por sorprenderme. Ha sido una esplendida tarde.
—Yo también te quiero, precioso. Espero que se
repita, porque ya siento que me haces falta, añadió
corazones.
—Ojalá. Sin embargo, vamos a quedarnos con
este bello recuerdo y volvamos a repetirlo mientras
chateamos.
Comenzamos a charlar sobre lo acontecido du-
rante la tarde.
Llegamos a los seis meses y temía que no pudie-
ra verla. Llevaba el recuerdo del sábado futbolero
adonde quiera que vaya, andaba por algún lugar,
recordaba el momento y sonreía, incluso, también
reía.
Ocurrió en una boutique miraflorina, muy cerca
a Larcomar, compraba un obsequio, recordé esos
momentos y reí como un loco.
La empleada me miró asombrada, como pensan-
do ¿De qué se ríe este tipo? Al verla absorta, le dije:
Estoy contento. Entonces, se contagió de mi alegría
y añadió: A su chica le va a gustar el regalo. Le son-
reí, pagué y me fui.
Eran alrededor de las tres de la tarde cuando
llegué a casa. Previamente, en el bus, le envié un

193
mensaje diciendo: ¡Feliz aniversario, princesa! Te
quiero demasiado, no sé si vamos a vernos; pero
sea como sea, quiero que tengas presente que te
adoro y que estos meses han sido grandiosos.
Me preocupaba que no respondiera; sin embar-
go, trataba de esperar su mensaje lo más calmado
posible. Era probable que no nos viéramos y tra-
taba de hacerme esa idea; aunque, de hecho, me
emocionaba imaginar que pudiera tenerla cerca en
una fecha tan especial.
Alrededor de las cinco de la tarde recibí su men-
saje. Casualmente
-aunque quiero decir, mágicamente- sonó el tim-
bre.
Abrí el mensaje mientras me acercaba a la ven-
tana, leí el mensaje con rapidez y me asomé por la
ventana.
Estoy afuera, mi vida, decía. Entonces, descendí
rápidamente para converger en un afectuoso abra-
zo.
— ¡Princesa, feliz aniversario!
— ¡Feliz aniversario, mi amor!
Repetimos en el mismo instante que nos hicimos
uno mediante el abrazo.
Ingresamos a mi casa y nos sujetamos de la
mano, estábamos solos y le di un beso después de
cerrar la puerta.

194
—Me encanta estar contigo ahora, dijo la prince-
sa y vi el brillo en sus ojos pardos.
Volví a besarla de inmediato.
—A mí también me encanta que estés aquí. Te
he extrañado, he vivido de recuerdos estos últimos
días.
Me dio un abrazo trenzándose del cuello y ense-
guida recibí un beso en la mejilla junto a un susu-
rro que decía: Vamos a tu habitación.
Subimos y nos instalamos donde siempre. Sin-
tonicé “La fuerza del corazón” de Alejandro Sanz
y me acerqué, mas no me senté, estuve al frente
suyo, mirándola. Luego sujeté sus mejillas para
darle un beso emulando su acción. El beso conllevó
a caer de espalda sobre la cama, yo estaba encima
y reímos enseguida. Me hice a un lado y miramos
el techo. Soltamos algunos suspiros y nos enfoca-
mos en nosotros, acaricié sus mejillas y observán-
dola directo a los ojos le dije: Eres lo mejor que me
ha sucedido, princesa. Lo que siento por ti va mas
allá de cualquier sentimiento, me haces feliz con tu
presencia y te extraño cuando te ausentas, anhelo
siempre que vuelvas y poder tenerte como ahora.
Ella me miraba con el pardo de sus brillantes
ojos, sonriente y hasta ruborizada, en silencio es-
cuchando a mi corazón hablarle.
Eres mi pensamiento constante, princesa. Eres
como un sueño eterno del que nunca quisiera des-
pertar. Daniela, te has convertido en la princesa

195
que ha enamorado mi corazón, moldeas mi alma y
haces vibrar mis sentidos.
Estoy completamente enamorado de ti y decirte
que te quiero suena pequeño hasta lo que hoy llego
a sentir por ti.
En ese momento, colocó un dedo ante mi boca,
callándome.
—Yo también siento lo mismo por ti, dijo de re-
pente. Y sonreí con una sonrisa que podría ilumi-
nar como un rayo solar.
—Te amo, mi princesa salida de cuento de ha-
das.
—Te amo, precioso. Eres un amor, en serio.
Nos besamos instintivamente y una atmósfera
llamada amor nos cubrió.
—Nunca antes le dije a alguien que lo amaba,
dijo acariciándome el rostro y mirándome fijamen-
te a los ojos.
—Es la primera vez que le digo a una chica que
la amo, respondí fijando mi mirada en el color de
sus ojos.
Me abrazó y sentí que quería que no me dejara
escapar nunca.
De ser posible me hubiera quedado para siem-
pre cobijado en sus abrazos, refugiado en su ser y
oliendo el aroma que brota.

196
— ¡Te amo, mi princesa! Le dije enseguida, luego
de ese cálido abrazo y mirándola a los ojos.
Todavía estábamos muy cercanos, cogidos de la
mano, algo ruborizados; pero sonrientes, con nues-
tros corazones palpitando rápido y a la misma vez.
— ¡Yo también te amo, precioso! Respondió con
una sonrisa que pudo iluminar la habitación y el
pardo en sus ojos resplandecía con intensidad.
Nos besamos y quisimos que fuera un beso per-
petuo.
Estábamos sin aliento, desbordando en alegría,
eufóricos y muy enamorados tanto que creíamos
que nunca acabaría el momento.
Pero; se tuvo que ir. Siempre una llamada telefó-
nica arruinaba el instante; aunque para pasar ese
sabor amargo tendría buenos recuerdos que liberar
cuando no esté.
Quisiera decirle que no se marche, que al menos
podría quedarse unos minutos más, que le daría un
par de besos y luego la dejaría libre; pero entendía
la situación, su madre siempre pendiente que no
ande con el chico mayor y la amenaza de contarle
a su padre. Difícil realidad que tenía que compren-
der y aceptar.
Daniela no quería levantarse de la cama, podría
haberlo hecho en segundos; pero demoraba porque
deseaba estar frente a mí un tiempo más.
Nos dimos un beso, intercambiamos miradas y

197
sonrisas, volvimos a repetirnos esa maravillosa
frase que ahora inundaba nuestros corazones y tu-
vimos que reincorporarnos y descender escaleras
hasta llegar a la puerta.
Antes de dejarla ir le entregué el regalo que le
compré y dijo que lo abriera en su casa.
Quise acompañarla; pero dijo que era peligroso,
que su madre podría andar buscándola y entendí a
pesar de mi gesto de inconformidad.
Nos dimos un abrazo de despedida y se fue.
Cada vez que se marcha algo en mí se rompe,
es como si se desprendiera una parte de mi ser e
inmediatamente comenzara a extrañar.
En una oportunidad me contó que literalmente
sentía lo mismo y le dije, para darle un sentido có-
mico, que teníamos eso en común.
A Daniela siempre le gustó que tuviéramos co-
sas en común.
—Precioso, me encanta la pulsera. Esta precio-
sa, me dijo en un mensaje.
— ¿Ya llegaste a casa? Qué bueno que te haya
gustado, eso me pone muy contento.
—No. Lo que pasa es que no aguanté la curiosi-
dad y lo abrí mientras caminaba.
Sabía que algo así había sucedido, pensé y solté
una breve risa.

198
—Me lo imaginaba. Espero que lo uses. Te amo
mucho, princesa.
—Obvio que lo voy a usar. Te amo, mi amor, es-
cribió.
Me quedé enganchado con los mensajes, los re-
leía y sonreía. La extrañaba y liberaba los recuer-
dos para no sentir su ausencia. Seguramente la
encontraré más tarde en el MSN, pensé mientras
regresaba a mi habitación para ver televisión o qui-
zá, animarme a escribir otro relato.
Preferí escribir y lo hice durante largo tiempo.
Tenía el MSN desconectado y sin embargo, recibí
un mensaje de Daniela, quien escribió muchos co-
razones y una posdata que decía, te amo.
Enseguida me conecté y escribí: Aquí estoy, prin-
cesa y yo también te amo.
Iniciamos la plática de siempre que duró hasta
altas horas de la noche y nos fuimos extrañando
menos al tiempo que relatábamos lo vivido durante
la tarde.
Nos limitamos a comunicarnos por MSN o ce-
lular. No podía recogerla a la academia porque su
madre la tenía controlada y mucho menos ir a su
casa.
La situación era compleja y para empeorar la
realidad una de sus amigas, a quien no conocía en
persona, inició conflictos entre nosotros.
Daniela conoció a Luisa en la academia, no re-

199
cordaba haberlas visto juntas; pero resulta que ella
le comentó que vivía cerca a mi casa y que me veía
por las tardes y noches, algo completamente nor-
mal, hasta envidiable como marcó una vez Danie-
la; pero el problema se enfocó en lo que Luisa decía
de mí.
Afirmaba haberme visto conversar con algunas
mujeres de mi edad, físicamente bellas, coquetea-
ban conmigo en la puerta de mi casa y otras veces
en una banca del parque. Aseveró ser algo cotidia-
no.
Daniela no podía verme, tampoco andábamos
conectados todo el tiempo en el MSN, debido a que
solía estudiar y yo deambulaba con mis amigos, a
veces se quedaba sin saldo para mensajes y tam-
bién me ha pasado lo mismo, incluso, hubo momen-
tos en los que no sabíamos el uno del otro; pero
creía que confiábamos entre sí.
Luego de haber celebrado esos grandiosos meses
empezamos a vivir una etapa más complicada aún.
Ya no solo eran los problemas de familia, también
empezó a cuestionarse la confianza y seguridad,
hasta el sentimiento.
Se hacía difícil mantener la ilación de la relación
vía MSN o celular, a veces necesitábamos vernos
para conversar o mirarnos a la cara y tocarnos para
saber que todavía existimos o de repente, comen-
tarnos frente a frente como son las cosas o como va
yendo la situación porque es distinto debatirlo tras
una pantalla. Antes no lo era del todo; pero en ese
momento empezó a ser tedioso.

200
Luisa, en un afán desconocido, comenzó a lle-
nar de ideas a Daniela, quien confiaba mucho en
su amiga y al saber que podía verme prácticamen-
te a cada momento y para colmo de males, no sa-
bía mucho de mí y lo que le contaba, que andaba
paseando, jugando al fútbol o viendo televisión, le
llegaba a resultar intrigante y hubo instantes en
donde hizo caso a todo lo que su amiga le relataba
con lujo de detalles en los recesos de la academia.
— ¿Me puedes explicar qué rayos haces coque-
teando con chicas en la puerta de tu casa? Me sor-
prendió con un mensaje.
Lo leí varias veces para poder entenderlo. Traté
de recordar si alguna vez anduve haciendo algo si-
milar y efectivamente, hace poco vino a visitarme
Lorena, una amiga cercana y justamente lo hizo
con su amiga, de quien no recuerdo el nombre.
El resultado de ello era que Luisa habría visto la
situación y tergiversado todo.
No me gustó su reacción. El hecho de enviarme
un mensaje con tal entonación. Hubiera sido mejor
una pregunta sin tanta afirmación.
Al recordar el hecho quise enviarle un mensaje;
pero todos rebotaron. Resultaba que no tenia saldo
en el celular y maldije infinitas veces.
En dichos tiempos era complicado tener saldo,
no eran muchos quienes andaban repletos de línea,
en casa solo era mi padre, yo tenía que comprar
tarjetas porque tenía un celular prepago.

201
Por suerte, lo vi durmiendo y le quité el móvil
para realizar una llamada de urgencia.
Daniela no respondió la llamada. Lo intenté un
par de veces más; pero tampoco contestó.
Me frustré un momento hasta que recordé
que no recibe llamadas de números que no tiene
registrado.
Lo aprendió de su padre, fue de los primeros
consejos que le dio cuando le regaló el celular.
—Princesa, soy yo quien te está llamando, con-
testa el celular, por favor, le envié un mensaje.
Volví a llamar y aceptó la llamada.
— ¿Qué quieres? Dijo con voz firme. Estaba eno-
jada, pude notarlo con facilidad.
—Quiero hablar contigo, ¿podemos?
—Sabes que no puedo, aseveró.
—No digo que nos veamos aunque quisiera; pero
al menos déjame explicarte por aquí.
Silenció por segundos.
—Te escucho, dijo, nuevamente muy seria y evi-
dentemente furiosa.
—Primero, ¿Quién te dijo eso?
—No te voy a decir, respondió.
—Bueno. Te ha dado una mala información. Yo

202
estuve conversando con una amiga que se llama
Lorena…
—Entonces era verdad, eh, interrumpió y su voz
era desafiante.
—Daniela, por favor, primero deja que termine
de hablar.
Enmudeció y proseguí.
—Lorena vino a visitarme para conversar y ca-
sualmente lo hizo con su amiga, a quien acabo de
conocer. En ningún momento he estado coquetean-
do con alguien, si gustas puedes buscarla en Face-
book y te darás cuenta que tiene enamorado.
No dijo nada durante unos segundos.
— ¿Estás seguro que no estabas coqueteando?
Preguntó un poco calmada.
—Princesa, por favor, me conoces y sabes que ja-
más haría algo así. Quien te dijo eso está equivoca-
do o equivocada.
Volvió a silenciar.
—Está bien, te creeré, dijo pero igual se encon-
traba seria, como incomoda.
— ¿Vas a seguir así? Pregunté.
— ¿Cómo así?
—Con esa voz seria y enojada.
—Ya me va a pasar, dijo.

203
—Solo te amo a ti, ¿está bien?
No respondió por instantes; pero escuchaba su
respiración.
—Y yo a ti, dijo y aunque fue serio debí confor-
marme con eso.
—Bueno, ¿ahora vas a decirme quien te dijo eso?
—Una amiga que vive cerca a tu casa. Me dijo
que te vio con esas dos chicas y ardí en celos e im-
potencia porque ni siquiera puedo verte y no sopor-
to la idea que otras si puedan.
Su voz era entrecortada, estaba dolida y enoja-
da; pero traté de apaciguarla.
—Princesa, a mí también me frustra no estar a
tu lado. Te extraño todas las noches y me acuerdo
de ratos fantásticos para no enloquecer. Entiendo
que no podamos vernos seguido; pero al menos bus-
quemos soluciones y no esperemos que algo surja
de repente. ¿Me entiendes?
—Sí, claro. Yo estaba pensando lo mismo; pero
me llené de rabia con eso que me contaron.
— ¿Qué pensaste?
—Que podrías venir a mi casa.
— ¿Qué?
—No como piensas. Pues, podría decirle a mi
mami que eres un amigo. No creo que sepa que
eres mi enamorado; o sea, sabe que tengo uno; pero

204
dudo mucho que te recuerde. ¿Comprendes?
—Déjame entender. Ella no sabe que soy yo tu
enamorado.
—Exacto.
—Interesante y a la vez gracioso; pero puede re-
sultar, eh.
—Y puedo decirle que eres un chico de la acade-
mia, aparte, hay de todas las edades.
—Claro, es una buena idea, eh.
— ¡Genial! Entonces, ¿Cuándo vienes?
—Cuando le digas a tu mamá.
—Ya, hoy le voy a decir.
—Grandioso, princesa. Le comentas, me dices y
coordinamos todo.
—Sí, sí, mas tarde hablamos por MSN y te cuen-
to como fue.
—Ya pues, chévere. Y anota este número por si
acaso, te llamaré de aquí cuando no tenga saldo.
—Ya precioso, estamos hablando. Te amo y no
hagas idioteces.
Empecé a reír cuando me dijo eso.
—Yo también te amo, mi princesa y solo puedo
amarte a ti.
—Eso está muy bien, añadió y se despidió.

205
Le devolví el celular a mi viejo y comencé a pen-
sar en su idea. Realmente me pareció muy intere-
sante. Podríamos estar en su pateo, conversar de
todo un poco y hasta darnos un beso cuando nadie
nos esté vigilando.
Definitivamente era una excelente idea, me mo-
tivaba y entusiasmaba de solo imaginar que podría
verla seguido y pasar tiempo juntos.
— ¡Conéctate! Escribió en un mensaje.
Yo estaba caminando junto a Ezequiel cuando lo
recibí. Estábamos a varias cuadras de casa; aun-
que de regreso.
Le dije para apresurar el andar porque debía de
entrar al MSN lo antes posible y este hizo caso a
mi petición.
Entré a mi casa mientras que Ezequiel se quedó
conversando con Fernando, quien salió a abrir la
puerta.
—Princesa, ¿Qué tal te fue?
—Como lo esperaba, dijo y enseguida añadió:
Soy un genio.
Me empecé a reír, nunca antes había demostra-
do soberbia.
—Cuéntame pues.
—Le dije que mañana iba a venir un amigo de
la academia a estudiar y conversar un rato. Al ini-

206
cio no quiso; pero ante tanta insistencia, terminó
aceptando.
— ¡Grandioso!
—Y entonces, mañana te voy a ver.
Añadió muchos corazones y emoticones de ros-
tros sonrientes.
Yo también hice lo mismo y agregué: Espero an-
sioso que sea mañana por la tarde.
—Sí, yo espero lo mismo. Y por si acaso, le dije a
Kelly que también viniera.
—Ah, no hay problema. Yo voy a estar enfocado
en ti.
—Genial entonces. Estamos un rato en mi casa y
luego vamos a pasear como si te estuviera llevando
a un tour por el barrio.
Empecé a reír y añadí: Curiosamente no conozco
mucho por ahí.
—Será un tour de verdad, escribió y agregó ri-
sas.
La estábamos pasando mucho mejor. Daniela
agregaba risas y se reflejaba su alegría. Yo esta-
ba motivado, deseaba ansioso que fuera mañana y
poder tenerla cerca, ella también anhelaba lo mis-
mo y no dejaba de repetir que lo primero que haría
sería darme un abrazo; aunque aseguró que debía
controlarse. Sin embargo, enseguida añadió: Será
imposible.

207
Al día siguiente por la tarde me alisté para ir a
buscarla a su casa, el plan era enviarle un mensaje
cuando me encuentre cerca.
Estaba nervioso; pero trataba de no hacerlo no-
tar. Si me hacían alguna pregunta respondería sin
argumentos, un par de frases y listo. Lo curioso es
que mi vestimenta solía ser la de un púber; pero el
cabello largo podría ser una evidencia, aunque mu-
chos que terminan el colegio acostumbran a dejar
crecer el cabello.
En realidad, pensaba demasiado en lo que po-
dría pasar cuando debía de estar relajado.
Caminé y antes de doblar a la izquierda, camino
que conduce al parque por donde vive, decidí olvi-
darme de los nervios y la ansiedad, respiré hondo y
me calmé. Acto seguido, seguí el sendero.
Le envié un mensaje con la señal: Estoy afuera,
princesa.
Seguí caminando, crucé el parque y la vi para-
da a un lado de la reja, su casa era relativamente
grande, con un espacioso pateo y pintada la facha-
da de un rojo intenso con algunas partes de color
negro.
— ¡Hey, precioso!, ¿A quién buscas? Dijo con
cierto humor.
Sonreí y me acerqué.
—Hola princesa, dije pero no la besé. Temía que
alguien estuviera viendo.

208
Sin embargo, ante mi asombro, abrió la reja y
me dio un fuerte y cariñoso abrazo. Aunque haya
sido efímero, fue confortable.
Lo necesitaba, dije para mis adentros e ingresé
al pateo.
Tímidamente me senté sobre un muro a un lado
de la reja dándole la espalda a un pequeño jardín
mientras que Daniela cerraba la puerta principal.
Se acercó sonriente, le daba risa mi aspecto ti-
morato. Se ubicó a mi lado y me dio un beso en la
mejilla.
— ¿Cómo has estado? Preguntó con ternura.
—Bien, tranquilo, extrañándote, le respondí y
ambos sonreímos sabiendo que no podíamos besar-
nos.
— ¿Y tú qué tal?
—Igual, precioso. La academia y las clases me
tienen loca; pero estoy bien. Y extrañándote mu-
cho, obviamente.
Sonreí cuando lo dijo. La tenía muy cerca, es-
tábamos pegados; pero no podía ni siquiera pasar
mi brazo por sus hombros, mucho menos darle un
beso, tampoco una caricia, solo inhalar el aroma
que brota de su ser y observar su cabellera ondula-
da que me fascina y charlar el tiempo que se pueda
esperanzado en poder darle un beso cuando sienta
que nadie nos mira.

209
Nos mantuvimos acurrucados hasta que llegó
Kelly y no se dio cuenta que nos hallábamos debajo
de sus narices. La risa de Daniela hizo que se per-
catara de nuestra presencia.
— ¿Qué hacen ahí par de locos?
—Estando cómodos un rato, respondió Daniela.
No quisimos reincorporarnos. Ella tuvo que aga-
charse para saludarnos y se acomodó al frente,
sentada en el suelo con las piernas cruzadas.
No pasó mucho tiempo para que sorpresivamen-
te apareciera Manuel por la esquina. Me dio gusto
verlo.
Saludó a todos los presentes con su típica sonri-
sa y se acomodó al lado de Kelly.
—Ya estamos los cuatro, dijo Daniela de un
modo muy pícaro.
Kelly se sintió avergonzada mientras que Ma-
nuel no dejaba de sonreír y yo me dediqué a seguir
junto a mi chica.
— ¿Vamos por unos helados? Propuso Manuel.
Nunca antes lo vi tan sociable. Suele ser timo-
rato, no tanto como yo; pero estaba contento, des-
cubrí que esa sonrisa reflejaba alegría y entendí
que el estar al lado de Kelly lo tenía eufórico. No
obstante, no quise mencionarlo.
—Es una buena idea, dijo Daniela sonriendo.

210
— ¿Iremos, verdad precioso?
—Lo que tú digas, princesa, dije muy despacio y
quise darle un beso; pero sabía que no podía.
— ¿Debemos esperar a tu mamá? Preguntó Ke-
lly.
—Sí, mi hermano no está y tampoco puedo dejar
la casa sola.
Eso tenemos en común, dije para mis adentros.
Al cabo de unos minutos, mientras contaba una
anécdota que Manuel se había quedado corto al re-
latar, Daniela y Kelly miraron hacia otro lado ale-
jando la mirada del narrador. Yo seguí hablando sin
darme cuenta que era su madre quien se asomaba,
ingresaba por la reja y decía con voz firme y serena:
Buenas tardes, jóvenes.
La vi y la reconocí, la mujer de su cumpleaños,
quien me miraba de reojo. En ese instante se me
pasó por la cabeza la idea que tal vez no caería en
el engaño.
—Buenas tardes, señora, respondimos Manuel y
yo al mismo tiempo.
Daniela se levantó y fue a abrazar a su madre,
enseguida caminaron juntas hasta la puerta prin-
cipal e ingresaron a la casa.
Manuel y yo nos miramos, no sabía si estaba
enterado del truco, tampoco si Kelly; aunque creía
que ella sí.

211
Me puse nervioso, no seguí hablando hasta que
vi a Daniela regresar. El verla sonriente me calmó.
Cuando estuvo cerca le hice un gesto con la mano y
me mostró el pulgar levantado.
Me sentí completamente aliviado.
— ¿Todo bien? Quise confirmar.
—Todo recontra bien, aseveró sonriente.
—Y entonces, ¿Vamos por esos helados? Propuse
de inmediato.
—Vamos pues, me apoyó Manuel, quien sin dar-
nos cuenta, tenía el brazo por encima de los hom-
bros de Kelly.
Se sintió avergonzado cuando lo noté. Sonreímos
para relajarnos y nos reincorporamos al mismo
tiempo.
—Esos helados nos están esperando, acotó Ma-
nuel con mucho humor.
Los cuatro salimos y caminamos hacia la hela-
dería más cercana.
— ¿Dónde queda? Quiso saber Manuel.
—De aquí a unas cuadras, respondió Kelly.
Cruzamos el parque, doblamos en una esquina
y no visualizamos más la casa de Daniela, en ese
preciso momento, me sujetó la mano mostrándome
su bella sonrisa al girar el cuello, al instante, me
dijo: Dejemos que se adelanten un poco.

212
Una vez lejos de ambos pudimos darnos un beso.
Estábamos relativamente cerca a su casa, su
madre o cualquier vecino chismoso podría habernos
visto; pero Daniela, tanto como yo, no nos aguanta-
mos las ganas y tuvimos que besarnos.
Kelly volteaba a cada momento para vernos y
cuando lo hacía Daniela intentaba tapar su visión
con la palma de su mano. Ambas sonreían hacién-
dose ese tipo de bromas.
Llegamos a la heladería y nos acomodamos en
una de esas mesas amarillas.
Una amable señorita se acercó y nos preguntó
por lo que pediríamos.
Mientras gozábamos de nuestros helados conti-
nuamos charlando. Manuel me propuso continuar
con el relato y tuve que hacerlo. Ahora todos logra-
ron conocer el desenlace y no dejaron de reír por-
que fue una anécdota muy cómica.
Daniela y yo teníamos las manos sujetas por de-
bajo de la mesa e intercambiábamos miradas. Tam-
bién se nos dio por probar nuestros helados y los
copiones de al lado quisieron hacer lo mismo.
Aproveché la oportunidad para abrazarla, dejó
caer su cabeza por mi hombro y mirábamos a la
pareja que teníamos cerca, los mirábamos para
burlarnos de su comportamiento y de lo imitado-
res que eran, porque también, Manuel, se animó a
abrazarla del mismo modo.

213
Habremos estado un par de horas en el local de
helados y pudimos haber estado más tiempo; pero
su mamá llamó para decirle que regrese.
Volvimos caminando muy lentamente, ellos ade-
lante y nosotros aprovechando todo el tiempo sufi-
ciente para darnos besos y abrazos. Le decía cuan-
to la amaba después de cada beso y contestaba de
la misma manera.
Ya no teníamos miedo que alguien pudiera ob-
servarnos, andábamos abrazados como probable-
mente no lo hemos hecho en tiempo y no quería-
mos pensar en el instante que retomaríamos el
momento en que nos separemos. Nos dedicamos a
gozar del placer de estar juntos y deambular por
las calles abrazados y besándonos en cada esqui-
na, expresándonos un amor sincero que dentro de
nuestros corazones encendía cada vez con mayor
intensidad.
No queríamos despedirnos; pero si tendríamos
que hacerlo deberíamos darnos un caluroso abrazo
antes de llegar a su casa.
Nos abrazamos y nos dimos un beso antes de lle-
gar a una esquina. Corrimos el riesgo de ser vistos
por algún chismoso, no nos importó en ese momen-
to porque era algo que anhelamos realizar.
Alcanzamos a Kelly y Manuel y entramos al par-
que los cuatro juntos para no levantar sospechas.
Hablábamos de cualquier tontería caminando
rumbo a su casa, cruzamos el parque y llegamos.

214
Su madre no se encontraba en la reja, tampoco
en la puerta; pero me latía que estaba mirándonos
desde la ventana, escondida detrás de la cortina;
sin embargo, trataba de pensar que no sería capaz
de tanto.
Bueno, la pasamos bonito, pensé al final del re-
corrido, con aire acongojado y seguramente repara-
ble a base de gratos recuerdos. Nos detuvimos en
su reja y nos despedimos como amigos. Fue muy
extraño; pero si pudiera verla más seguido podría
acostumbrarme, pensé mientras caminaba junto a
Manuel.
Él parloteaba acerca de Kelly, de que tanto le
agradaba físicamente, que era posible que la invi-
tara a salir a tal lugar, que la pasamos chévere y
que deberíamos de volver a salir los cuatro, y yo lo
oía mas no respondía, pensaba en Daniela y libera-
ba los recuerdos de lo acontecido.
Le presté atención cuando me propuso regresar
a su casa y lograr vivir otro momento similar. No
era una mala idea. Comentó que comprendía el
plan y le parecía una excelente forma de verme con
Daniela.
Yo no pensaba contarle, no en ese momento; pero
ya que andaba familiarizado con lo ocurrido se me
hizo sencillo abrirme y comentarle algunos deta-
lles.
—Es la única manera que encontramos para po-
der vernos. Procura no contárselo a nadie.

215
—Kelly me dijo lo mismo, no te preocupes por
eso.
—Te confieso algo, no estoy seguro que su vieja
se coma el cuento.
Se quedó en silencio e hizo ademán de estar pen-
sando.
—No sé. Su vieja trabaja, creo; entonces, tampo-
co va estar pensando en todo.
Fui yo quien se puso a pensar.
—Es verdad. Tal vez anda pendiente de otros
temas y puede que crea que simplemente soy un
amigo de su academia.
—Además tienes pinta de chibolo, añadió y me
miró de pies a cabeza.
Sonreí y añadí: Voy a quedar con Daniela para
vernos de nuevo, te aviso cuando acordemos.
—Claro, eso de hecho. Coordinan y me cuentas
para decirle a Kelly; aunque creo que ellas lo van a
saber antes que nosotros.
Reímos en ese momento y se me hizo imposible
no preguntarle: ¿Tienes algo con ella?
—Nos estamos conociendo, dijo sonriendo.
No era la primera vez que escuchaba esa frase.
Algunos amigos y conocidos la empezaban a pro-
nunciar con aires de frescura cuando a veces no
significaba realmente eso porque ocultabas que es-

216
tabas completamente loco por esa mujer. Pero no
quise entrar en detalle.
— ¡Que chévere! Es una chica linda, la conozco
poco; pero me agrada.
—Sí, me cae recontra bacán. Eso me gusta, con-
geniar con alguien.
Fue una respuesta segura, la cual me sorprendió
para bien. Me gustaría que lleguen a relacionarse
sentimentalmente, pensé. Doblamos en una esqui-
na y vimos el parque al frente de mi casa.
—Oye, ¿Van a jugar pelota el fin de semana?
Preguntó mientras cruzábamos el parque.
—Sí, de hecho, pásale la voz a la gente, respondí
y nos despedimos con un apretón de manos.
Al llegar a casa bebí un poco de agua y subí a
mi habitación. Encendí la computadora, sintonicé
música y me eché sobre la cama pensando en todo
lo sucedido con Daniela, desde el momento en el
que la vi esperándome apoyada en su reja y sonreí
porque todavía la sentía a mi lado. Aún tenía su
aroma en mi piel.
Los primeros días de noviembre suelo andar an-
sioso, mi cumpleaños es el 09 y como todos los años
planeaba realizar una reunión con mis amigos, fa-
miliares y por supuesto, Daniela.
El MSN se aglomeraba de preguntas, Ezequiel,
Manuel, Fernando, Jonathan, entre otros, querían
saber los planes para el 09.

217
Les decía lo de siempre, que organizaría una re-
unión que terminaría en fiesta y que pondría licor;
pero que deberían traer también por si falta.
Todos se emocionaban con mis respuestas, ado-
raban mi cumpleaños desde los 17 porque desde
ahí los celebro a base de trago y cigarros.
El grupo con quienes comparto mi tiempo libre
son de mi edad, llevan las mismas aficiones futbo-
leras, otros más apasionados que el resto, les gus-
ta salir a caminar, ir a fiestas y por supuesto, son
divertidos, por ratos tímidos y avergonzados; pero
generalmente disfrutan de un buen rato entre ami-
gos y amigas.
Acordé con Daniela en ir a visitarla pocos días
antes de mi cumpleaños.
Manuel vino a recogerme y arribamos hacia
allá. Él no dejaba de realizarme preguntas acerca
del 09. ¿Qué harás el 09?, ¿Cómo es el 09?, enton-
ces, somos el 09, repetía a cada paso que dábamos.
Respondía con frases cortas tal como, de hecho lo
hacemos, si, somos, por supuesto que sí, habrá de
todo, obvio, etc.
Estando cerca vimos que Daniela y Kelly nos es-
peraban apoyadas en la reja.
—Hola princesa, le dije y me acerqué a darle un
beso en la mejilla.
—Me hubiera gustado besar tus labios, le susu-
rré al oído haciendo que sonriera.

218
Saludé a su amiga e ingresé para sentarme don-
de estuve la vez anterior. Daniela se colocó a mi
lado y tocó levemente mis manos, quería sujetarla,
sentir que se entrelazabas; pero temía que alguien
pudiera vernos.
—Te he extrañado, dijo suavemente y me miró
con ojos tiernos; aunque veía nostalgia en ellos.
—Yo también te he extrañado, le dije del mismo
modo e intenté cogerle la mano, al menos lo hice
por segundos.
—Te amo, dijo moviendo los labios.
—Te amo, se lo dije de igual modo.
Estaba concentrado en su rostro, en sus ojos y
en sus labios; pero por segundos miraba hacia la
puerta y la ventana preguntándome si alguien nos
estaría vigilando. Momentáneamente sentía que
estábamos solitarios y que la casa andaba desolada
y que entonces podría darle un beso y nadie saldría
furioso o tampoco le recriminarían cuando ingrese;
pero no me atrevía, no quería arruinar el plan y
tener que lidiar con no poder estar juntos. Debía de
aguantarme.
Nos importaba poco o nada lo que hiciera la otra
pareja, charlaban a un metro de distancia, en voz
baja y parados.
Era mejor que no estemos hablando los cuatro,
así Daniela y yo nos concentramos en nosotros,
pensaba mientras observaba a mi princesa acomo-

219
darse el cabello, lo llevaba amarrado, tenía una
cola y sabiendo que deseaba verlo suelto y resplan-
deciente, lo liberaba haciendo un tierno; pero a la
vez sensual movimiento de cuello que ocasiona, na-
turalmente, el amoldamiento de su caballera on-
dulada y castaña en su cuerpo. Situaciones que me
fascinan, por eso me quedaba en silencio, pensan-
do en cuanto la amo y lo bella que es.
Mis ojos brillaban y ella lo sabía, porque me mi-
raba y sonreía, como preguntándose y asegurándo-
se a la vez que el tipo que tiene cerca anda perdida
y locamente enamorado. Me gustaba esa seguri-
dad.
— ¿Qué haces viéndome de ese modo? Preguntó
de una manera inocente y sonriendo; pero a la vez
sabiendo la respuesta.
Me encantas, respondí con mirada penetrante.
—No dejo de contemplar lo hermosa que eres,
princesa, contesté con palabras pronunciadas con
suavidad para que solo ella pueda oírlas.
Sonrió y añadió: Dame un beso, por favor, que
no resisto.
Quise besarla desde que la vi, estuve esperando
ansioso una ocasión, por ratos me daba por vencido
convenciéndome que no debería arruinar el plan;
pero nuestros labios no resistieron y sin dudarlo
me acerqué para besarla y por más que haya sido
rápido, me sentí satisfecho.

220
Besarla era una adicción, no podía controlar mis
labios que deseaban desesperados converger con
los suyos, por eso, volvimos a besarnos al momento,
no era un beso apasionado, es más, por segundos
uno de los dos abría los ojos para observar el pano-
rama; aunque de igual modo, lo disfrutábamos.
—Te amo demasiado, princesa, le dije ensegui-
da, fijando la mirada en el pardo de sus ojos.
—Yo también te amo, precioso, respondió de in-
mediato sin darse cuenta que nuestras manos se
unieron.
Nos separamos segundos después y miramos ha-
cia todos lados; pero nadie nos veía. Me hubiera
gustado creer que así era.
Se escuchó un ruido de repente y alguien salió
por la ventana de arriba, era un tipo de cabello ne-
gro, muy distinto al de Daniela, oscuro y lacio como
si nunca fuera peinado y con una voz prepotente
preguntó, ¿Qué hacen ahí?
Converso con mi amigo, respondió Daniela con
la dulzura que la caracteriza. El tipo resolvió no
decir nada y zafó de inmediato.
Creí que no volvería a saber del sujeto; pero por
si acaso resolvimos alejarnos, levantarnos y agru-
parnos a la otra pareja.
— ¿Quién es? Quise saber.
—Es Martín, mi hermano, a veces suele ser jo-
dido.

221
—Comprendo. Algunos hermanos son celosos.
—Creo que tienes razón. Pero, ya se fue.
Al rato, el tipo abrió la puerta y se acercó, a pri-
mera vista tendría sus veinte años y por su indu-
mentaria negra (jeans rasgados como la casaca,
zapatos enormes y pulseras oscuras con símbolos
extraños) supuse que tendría afición por la música
punk, entonces muy de moda. Creí que me recri-
minaría por algo, de repente por cogerle la mano a
su hermana, lo cual podría aceptar; pero de tener
actitud prepotente tendría que imponer respeto;
aunque lo mejor sería estar calmado, para no ga-
narme problemas.
Pensé mucho en lo que sucedería. Martín llegó,
no saludó a nadie y le dijo a Daniela para hablar
un rato.
Manuel y Kelly voltearon para ver de qué se tra-
taba, yo también lo hice. Además, no tuve tiempo
ni siquiera de hacerle un ademán a Daniela, quien
fue a charlar con su hermano.
— ¿Todo bien? Le pregunté al verla regresar.
—Solo me estaba preguntando donde puse la cá-
mara. Va a salir una tocada.
—Ah, bueno, entonces que le vaya bien, dije con
humor.
Manuel y Kelly volvieron a lo suyo sin pregun-
tar nada y pocos minutos después salió Martin con
una mochila del mismo color de su atuendo; pero

222
repleta de detalles llamativos (parches, botones,
etc.) hizo un ademán y se marchó.
Es un tipo serio, dije para mis adentros. No obs-
tante, me agradó que no se metiera en las cosas
de Daniela, estaba seguro que nos había visto y el
silenciar demostró respeto. Con ese acto se ganó mi
simpatía.
Kelly propuso ir a tomar helados; pero tanto Ma-
nuel como yo andábamos llenos.
—Mejor vayamos a ver una película, propuso
Manuel.
La idea me pareció estupenda.
Kelly y Daniela se miraron y respondieron a la
par: Claro, es una buena idea.
Yo preferí no decir nada, no quería afirmar y que
luego me dijeran que no puedo estar dentro porque
su madre podría llegar y demás. Sin embargo, Da-
niela decidió aceptar y sabiendo que estaría, qui-
zá, algo incomodo, me preguntó: ¿Te gusta la idea?
Como no dices nada.
Obviamente me gustaba la idea, solo no quería
acotar nada hasta que se pudiera realizar.
Minutos después, Manuel conectaba el DVD al
televisor mientras que Kelly iba a la cocina a pre-
parar canchita y Daniela se encontraba a mi lado,
teniendo su cabeza sobre mi hombro y yo abrazán-
dola.

223
Nunca imaginé que Manuel tendría una idea
tan genial, pensaba al tiempo que acariciaba el ca-
bello de mi chica.
Cuando terminó la conexión fue a la cocina a
buscar a Kelly y ambos tardaron minutos en vol-
ver. Aproveché ese tiempo en besar a Daniela de
una manera un tanto apasionada. Necesitaba be-
sarte de este modo, le dije con cierto humor. Y ella
sonrió.
Regresaron los chicos cargando un tazón repleto
de canchita y una botella de Coca Cola. Se acomo-
daron a un lado en el mismo mueble y comenzamos
a ver una película de terror.
Daniela cogió mi mano y me llené de emoción
porque recordaba nuestros ratos en mi habitación
observando televisión cogidos de las mano.
Te amo, le susurré al oído. Yo también a ti, pre-
cioso, respondió y enseguida nos besamos.
La película fue avanzando, ocurrieron escenas
en donde Kelly gritó desesperadamente haciendo
que todos nos asustemos, también lo hizo Daniela
en alguna que otra escena, hasta Manuel que por
ratos ocultaba los ojos con la palma de su mano.
A mí me gustan las películas de terror y no me
dan mucho miedo.
Lo esencial fue estar juntos y cogidos de la mano,
por instantes dejaba caer su cabeza sobre mi hom-
bro o la abrazaba y le daba besos en la mejilla.

224
Cuando se escuchaba algún ruido extraño que-
ría que fuera el fantasma de la película y no su ma-
dre quien estuviera entrando, pensarlo me daba
cierta risa. Se lo comenté cuando terminamos de
ver la película y soltó una risotada añadiendo que
algunas veces suelo ser muy ocurrente.
—Alguien toca la puerta, comentó Manuel de re-
pente, se alejó del mueble y se acercó a la puerta.
—Sí, alguien está tocando, dije un tanto
preocupado.
—El timbre está mal, por eso tocan, dijo Daniela
y se levantó del mueble.
— ¿Qué sucede? Preguntó Kelly y miró también
hacia la puerta.
—Es Martín, dijo Daniela al ver por el orificio de
la puerta.
Abrió la puerta y el hermano ingresó con aires
de seriedad, no vio a nadie y subió a su habitación.
—Es un antisocial, comentó Kelly y empezamos
a reír.
—No se rían, puede escuchar, dijo Daniela muy
enfática.
Callamos al instante.
—Qué bueno que haya sido tu hermano y no tu
mamá, acoté; pero no me hicieron caso.
— ¿Qué tiene tu hermano, por qué es así? Pre-

225
guntó Manuel haciendo alusión a su amplia curio-
sidad.
—Está molesto porque seguramente se canceló
el evento. Además, es un poco tímido, no entabla
conversación con facilidad. Siempre lo dejo ser.
—Está en la onda del punk, ¿verdad? Acoté.
—Si pues, lo mismo dice mi mamá.
—Lo bueno es que no se mete en mis cosas y yo
tampoco en las suyas, añadió y me gustó oírlo.
—Entonces, me agrada, comenté y los demás
rieron.
—Chicos, en un rato va a llegar mi mami, ¿No
quieren ir afuera? Propuso y entendiendo la situa-
ción nos levantamos e instalamos en el pateo.
Manuel y Kelly estaban al frente de nosotros.
Nos acurrucamos sobre el mismo muro de siempre
y ya no estuvimos tan cariñosos por miedo a ver
entrar a su madre en cualquier momento.
—Estuvo bacán la película, dijo Kelly.
Yo miraba a Daniela y ella se enfocaba en mis
ojos.
—Dije que estuvo bacán la película, repitió mi-
rándonos.
— ¿Qué dijiste? Dije con cierto humor.
—Sí, ¿Qué dijiste? Emuló Daniela.

226
— ¡Dios mío! Estos andan más enamorados, afir-
mó Kelly con humor.
Reímos y ambos dijimos: Sí, estuvo buena.
—A mi me gustó, añadió Manuel.
—La escena en la que la mujer mira en el espejo
y ve al fantasma detrás, me asustó, acotó Kelly.
—Sí, sí, esa parte fue terrible, agregó Daniela
con cierta emoción.
—Manuel estaba con los ojos tapados y tú, que-
rida amiga, te ocultaste para no ver nada, empezó
a burlarse de ambos.
—No dio mucho miedo que digamos, agregué mi
comentario.
—Tenía un ojo abierto y el otro cerrado, dijo Ma-
nuel y por más tonto que haya sido su comentario
me pareció gracioso.
—Esa parte dio mucho miedo, dijo después.
—Creo que no voy a poder dormir por culpa de
esa escena, dijo Kelly exagerando un poco.
Manuel se lo hizo saber y ella se molestó demos-
trándolo con un leve manotazo en el brazo al tiem-
po que decía: Que no exagero, tonto.
Daniela y yo reímos y estoy seguro que pensa-
mos que ese dúo de idiotas eran tal para cual.
Al rato, Manuel quiso cambiar de tema e intro-
dujo comentarios acerca de mi cumpleaños.

227
—Supongo que van a asistir el nueve, ¿verdad?
—Claro, justo iba a comentar que voy a ir conti-
go (señalando a Kelly) y un par de amigas.
—Chévere preciosa, van ustedes y sus amigas,
le dije.
—Las esperamos, chicas, añadió Manuel con
aire de frescura.
— ¿A qué hora comienza? Preguntó Kelly.
Iba a responder; pero Manuel se adelantó.
—A las diez y media pueden estar presentes.
—Bacán. Iremos juntas como dices, ¿no?
—Claro pues sonsa. Vienes a buscarme y vamos
con las demás chicas.
—Ya pues, mostro. Ya coordinamos por el MSN.
—Sí. Solo tengo que pedirle permiso a mi mami;
aunque fijo voy, no puedo faltar al cumpleaños de
mi chico.
Se me hizo lindo escuchar eso.
—Si te va a dejar, solo dile que es el chico de la
academia, dijo Kelly con mucha gracia.
Soltamos una risotada.
—Con ese cuento seguro que me da permiso.
Volvimos a reír.

228
—Ese día la vamos a pasar chévere, siempre se
arma la juerga, dijo Manuel muy motivado.
—Espero que te den permiso. La pasaremos in-
creíble, le susurré al oído.
—Seguro que sí, siempre la pasamos increíble,
dijo y me dio un beso; aunque veloz, me gustó.
Enseguida, Manuel, emocionado por lo que se
venía, comenzó a relatar algunas anécdotas acerca
de mis cumpleaños pasados.
Me hizo avergonzar con algunos pasajes y con
otros reír a carcajadas. Siempre le gustó relatar
vivencias pasadas, las exageraba y sabía detalles
inéditos.
Manuel, luego de hablar de mis cumpleaños, co-
menzó a recordar otros momentos y de cada uno
sacó una historia. Nosotros lo escuchábamos ex-
presarse de forma locuaz y realizando movimien-
tos con las manos, mostrando una gran sonrisa y
riendo cuando las anécdotas mostraban ratos gra-
ciosos.
De hecho, todos reímos, más que todo por la for-
ma como contaba las experiencias.
Si las hubiera contado con tragos encima, estoy
seguro que lloraría a cantaros, lo he vivido y es di-
vertido.
Junto a Ezequiel les encanta contar vivencias
del ayer, las suelen relatar con mucho sentimiento
y cuando toman y cuentan acaban llorando y abra-

229
zándose. Lo recordé mientras escuchaba sus histo-
rias.
—Ustedes son amigos desde niños y parece que
siempre la han pasado genial, me dijo al oído Da-
niela.
Sonreí y le respondí: Es verdad, la hemos pasado
estupendo a lo largo de nuestras vidas.
—Kelly y yo también tenemos buenas anécdo-
tas, interrumpió a Manuel de golpe.
Este se detuvo y dijo: Déjame terminar esta his-
toria y nos cuentas la tuya.
—No, no. ¡Quiero contarla ahora! Increpó Da-
niela; pero con gracia.
—Te escuchamos, princesa, le dije sonriendo.
—No vayas a contar esa anécdota, por favor, dijo
Kelly ligeramente avergonzada.
Daniela hizo caso omiso a sus plegarias y empe-
zó a contar una vivencia.
Siempre me gustó escucharla, cuando hablaba
era como si una bella melodía penetrara en mi oído
e hiciera vibrar el resto de mi ser.
Atento a su relato andaba, su amiga se rubori-
zaba y ella empleaba gestos para describir algunos
momentos, Manuel reía, yo también lo hacía, todos
reíamos. Daniela contaba sus experiencias como
nadie, usaba un lenguaje versátil, gestos y hasta se

230
levantó para recrear la caída de Kelly al empezar a
aprender a manejar bicicleta.
Quizá, la vuelta de campana haya sido algo exa-
gerada; pero fue graciosa la forma como lo contó.
Siguió hablando y si por mí dependiera, me que-
daría el resto de mi vida escuchándola.
Era como si todos callaran, el viento, el ruido de
las aves y hasta los grillos y solo se oyera esa dulce
melodía que es su voz, era como si nada existiera
y solo se viera el uso de gestos, el acto teatral que
realizaba para describir el momento y por supues-
to, me enamoraba, cuando después de contar el re-
lato, sonreía con una pureza impresionante.
—Adoro tu sonrisa, mi princesa, se lo dije men-
talmente.
Giró el cuello enfocándose en mí y sonrió para
enamorarme de nuevo.
Dicen que los enamorados tienen un lenguaje
especial, tal vez nosotros podemos hablarnos men-
talmente.
— ¡Monga, que buena historia! Gritó Kelly son-
riendo.
—Que gracioso, ¿En serio así fue? Preguntó un
intrigado Manuel.
Daniela estuvo orgullosa de su relato, le encan-
ta hablar, puede contar miles de historias y hacer
cientos de gestos y a todos enganchar.

231
Lamentablemente, cuando quería iniciar una
nueva experiencia se apareció su madre, quien
aparentemente había tenido un mal día en el tra-
bajo.
—Daniela, quiero hablar contigo un momento,
dijo con el ceño fruncido.
La señora se metió a la casa y su hija la siguió.
Manuel y yo nos miramos y no dijimos nada; quien
estaba preocupada era Kelly.
— ¿Qué ha pasado? Pregunté preocupado.
—No estoy segura; pero creo que no ha pedido
permiso para que vengan ustedes.
Eso me sorprendió.
—Pero no estamos haciendo nada malo.
—Tiene razón, solo conversamos y nos reímos de
tonterías, añadió Manuel, también asombrado.
—No sé, chicos. Lo que pasa es que su mamá es
muy estricta.
Enseguida recordé a un familiar que también
trata a sus hijos de un modo muy severo, la imagen
era similar. El llegar a casa obviando a los invita-
dos, tener el ceño fruncido y llamar a un lado al
hijo para regañarlo.
No me agradó la idea de pensar que podrían re-
gañarla por nuestra culpa, en especial por mí.
—Si hubiera sabido que no podíamos venir, yo

232
entendería, dije un tanto molesto, más que todo
preocupado.
Manuel se quedó en silencio.
— ¿Qué puedes hacer? Ella te ama y te extraña
como seguramente tú lo haces, imagino que quería
verte e hizo esto, dijo Kelly de una manera muy
sobria.
Me dejó pensando.
—Me revientan tantas complicaciones, pensé en
voz alta.
—El amor debe ser libre. Si amar es bonito, pen-
sé en voz alta con voz reflexiva.
Nadie quiso acotar nada.
Manuel dejó caer su mano sobre mi hombro y en
ese momento regresó Daniela con los ojos llorosos.
— ¿Todo bien, princesa?
Kelly abrió los brazos, Manuel no dijo nada.
Daniela se acomodó a mi lado y nos contó: Mi
mamá esta asada, creo que lo mejor será que se
vayan.
Su aire de tristeza nos contagió. Me abrazó sin
importar quién nos vea y susurró al oído que lo sen-
tía. No te preocupes, princesa, se lo hice saber y le
di un beso en la mejilla.
Le hice un ademán a Manuel, quien enseguida

233
se levantó, hice lo propio y le di un abrazo de des-
pedida.
Espero verte pronto, mi amor, dijo aún triste.
Por supuesto, princesa, le respondí sonriente tra-
tando de alentarla.
Yo me quedo, dijo Kelly y entonces me despedí
de ella, quien al rato se fue a un lado con Manuel.
—Oye, todo está bien, ¿Sí? Te amo mucho, prin-
cesa, le dije mientras secaba las lagrimillas que le
caían.
Entendía que se encontraba frustrada, le hubie-
ra gustado pasar más tiempo a mi lado, yo también
lo quería; pero sucedió lo inesperado y era inevita-
ble.
—Manuel, vamos, le dije luego de despedirme de
Daniela, a quien abracé y besé en la frente.
Las chicas se quedaron en la reja viéndonos
caminar. Antes de doblar para desaparecer de su
vista, volteé y agité la mano. Respondió de la mis-
ma manera y seguí andando pensando en que si
dos personas andan enamorados y el amor resulta
sincero, no debería ser tan incompatible con lo que
dicta la sociedad.
Llegó el día de mi cumpleaños. A la media noche
me saludaron en casa, junto a la familia tuvimos
un pequeño agasajo y una larga sobremesa que
duró hasta la madrugada. Se me ocurrió revisar mi
Facebook y me sorprendió la cantidad de mensajes
que recibí.

234
Imaginando que Daniela estaría durmiendo, me
fui a descansar con la esperanza de tener su saludo
por la mañana.
— ¡Precioso, feliz cumpleaños! Dijo efusivamen-
te tras el celular.
—Gracias, mi princesa.
—Que la estés pasando de lo mejor, sabes que
te recontra amo, mi vida, decía muy emocionada
como si estuviera a mi lado y quisiera abrazarme y
nunca dejarme.
—Tan linda como siempre. ¿Más tarde bajas,
verdad?
—Por supuesto, voy a ir con Kelly y las demás
chicas.
— ¡Genial, princesa! Entonces, nos veremos más
tarde. Gracias por llamar, te amo demasiado.
—En la noche te veo, precioso. Te amo mucho.
Sigue pasándola chévere.
Durante la tarde, luego del fútbol con los amigos
fuimos a comprar los licores y cigarros. También
otra decena de cosas como vasos, piñatas y demás.
Empecé a decorar la sala con globos y pegando
cosas en la pared para hacer más divertida la fies-
ta.
Respondía los mensajes al celular y a cada rato
que podía subía a mi habitación para contestar a

235
los muchachos por el MSN. Alentaba a todos sobre
lo que se avecinaba y sus ansias aumentaban es-
perando que sea de noche. El primero en llegar fue
Ezequiel, quien rápidamente abrió la primera cer-
veza. Estuvimos tomando un corto tiempo porque
al rato se apareció Manuel, su primo y enseguida,
bajó Fernando para acompañarnos. Yo me fui a du-
char y vestir mientras que ellos bebían.
Cuando volví encontré la sala llena de amigos
y conocidos; pero Daniela no venia; aunque no me
preocupaba del todo porque recién eran las once de
la noche y las chicas suelen tardar.
Me serví un vaso de ron y encendí un cigarro
después de saludar a todos los presentes.
Iniciamos la chacota y las conversaciones de
todo, especialmente de los próximos juegos futbo-
leros.
Miraba hacia la puerta por si se asomaba su ca-
bellera ondulada y entraba reluciente a abrazarme
y darme un beso; pero ingresaba otro tipo.
No me sorprendió que Carlos, mi primo, llegara
a la fiesta. Él no es de tomar mucho, prefiere el de-
porte y es válido, siempre lo he respetado. Cuando
jugábamos pelota e íbamos a entrenar solo apostá-
bamos a nuestro físico y el nivel de juego que po-
díamos llegar a tener; aunque cuando frustramos
nuestro sueño y nuestros caminos ligeramente se
fueron abriendo, seguimos teniendo cierto contac-
to, a pesar que yo empecé a ir a fiestas y él se que-

236
daba en casa viendo películas. Luego, naturalmen-
te, tuvimos algunos encuentros con el licor, a veces,
necesarios.
Ahora esta acá porque nunca falta a mis fiestas
de cumpleaños, es una tradición estupenda.
Carlos llegó con su chica; pero tuvo que dejar-
la en su casa un corto tiempo después, resulta que
ella tenía que realizar un tema familiar. Lo bueno
era que mi buen primo volvió y empezamos a dis-
frutar de un rico ron.
Quiso saber sobre Daniela, le asombró que no es-
tuviera presente y yo le dije que seguramente esta-
ría llegando. Ya era más de media noche y todavía
no se asomaba por la entrada, empezaba a preocu-
parme y no sabía cómo evitarlo porque no dejaba
de mirar la puerta, lo hacía a cada rato y era tan
obvio que Alondra y Mariana tuvieron que decirme
que ya vendría, que tal vez tarda por el tema de
arreglarse o de esperar a sus amigas.
Manuel preguntó por Kelly cuando yo esperaba
una respuesta de su parte, ambos desconocíamos
sus paraderos.
Pasada la una de la madrugada le pedí una ex-
plicación a Mariana; pero ella se encontraba bai-
lando con un amigo y no pudo responder.
Alondra no sabía absolutamente nada y tanto
Manuel como yo no estábamos informados de lo su-
cedido.

237
Pasada media hora llegó Kelly, estaba bien arre-
glada; pero no sonreía, su rostro era serio. Manuel
se le acercó y la saludó, enseguida, ella me hizo un
ademán. Fui lo más rápido que pude a su alcance.
Me dio un abrazo cumpleañero y giré el cuello para
ver la puerta, tal vez necesitaría dinero para el taxi
porque el chofer no tendría cambio o de repente,
Daniela estaría afuera con una sorpresa, pensé
muchas cosas en ese instante.
Dos de sus amigas ingresaron y las saludé ges-
tualmente, repitieron feliz cumpleaños sonriendo y
entraron a la sala.
— ¿Y Daniela?
—No va a venir.
— ¿Por qué? No entiendo, ¿Por qué?
Me encontraba alarmado.
—Se ha peleado con su mamá, creo que ya sabe
que tú eres su novio.
—Su vieja no es cojuda, ella se las olía, acotó
Manuel.
Dije una maldición y añadí: Si pues, imaginaba
que en algún momento pasaría, no ahora.
—Lo siento. Por su ausencia mi vieja no me ha
dado mucho permiso. Era para venir las dos, dijo
un poco triste y miró a Manuel.
Dije otra maldición; pero esta vez para mis aden-
tros.

238
Manuel y Kelly caminaron a la sala a encontrar-
se con los demás, mientras me quedaba estaciona-
do a un lado de la puerta imaginando que tal vez
podría asomarse para darme un abrazo.
Desde entonces no volví a ser el mismo durante
la fiesta, se me fue la sonrisa y comencé a tomar
ron como si se tratase de agua. Recuerdo que bebí
demasiado y llegó un momento donde ni siquiera
podía mantenerme parado, estaba muy mareado y
hablaba centenar de estupideces. Sacaron cientos
de fotos con cámaras de rollo y otros con esas mo-
dernas que recién salían. Abracé a mis amigos, bai-
lé estúpidamente e hice el ridículo, acabé la noche
como un muerto viviente y caí desmayado sobre la
cama.
Al despertar, alrededor de las dos y media de la
tarde, mi vieja me dio un exquisito plato de comida
llamándome borracho con humor y rabia a la mis-
ma vez. Mi viejo dijo lo mismo minutos después.
No hice caso a ninguno de ambos comentarios,
me reventaba la cabeza, me dedicaba a comer y a
beber agua en excesos.
Llevaba frustración por no haber estado con Da-
niela en la fiesta y a la vez, me dolía tanto la cabeza
que no quería pensar en eso y únicamente deseaba
volver a la cama.
Sin embargo, cuando terminé de comer me co-
necté al MSN encontrándome con muchos de mis
amigos, quienes recién se levantaban y afirmaban

239
haberla pasado bacán, eso me alegró durante un
rato.
Daniela estaba en línea; pero no le escribí. Tenía
el MSN en No disponible y su Nick era un rostro
triste. No fue su culpa, pensé y le escribí.
—Hola
—Hola
— ¿Cómo estás?
—Oye, disculpa por haber faltado ayer, tuve un
problema en casa y no pude salir.
Añadió muchos emoticonos de rostro triste.
—Sí, Kelly me contó ayer; pero bueno, son cosas
que pasan.
No me salía otra frase, estaba fastidiado, no po-
día ser lindo; pero si comprensivo.
— ¿Estas enojado conmigo? Dijo con emoticonos
de rostro triste.
—No, todo bien. Es como te dije, son cosas que
pasan. Además, estaba fuera de tu alcance.
—Gracias por entender. Te amo mucho y ahora
no se qué vamos a hacer para vernos, esto se pone
gris y me asusta.
— ¿Qué ha pasado? Pregunté instintivamente.
— ¿No te dijo ella? Mi mamá ya sabe que eres mi
novio. Está furiosa porque siente que le he mentido

240
y dijo que no quería una hija mentirosa y demás
cosas. También dijo que no le tengo confianza por
haberle mentido, pero ¿Quién la entiende? Dice eso
y no me deja salir contigo.
—Tranquila, a veces las madres son algo compli-
cadas; pero siempre desean lo mejor para sus hijos.
— ¿Qué quieres decir con eso?
—No lo sé, princesa. Todo ahora se pone terrible
y a veces pienso que lo mejor será distanciarnos un
poco, así tu familia se queda tranquila.
No supe porque dije esa última frase; pero no me
arrepentí de decirla, la sentía; aunque no la había
reflexionado. Solo salió.
Daniela no respondió hasta dentro de un tiempo.
Me mantuve mirando la pantalla y esperando que
responda, estaba con un dolor insoportable, jodido
y dolido.
— ¿Quieres que terminemos? Dime, ¿Eso quie-
res? Reclamó severamente.
—Para ser sincero, no lo sé. Es que estamos mal,
o sea, no tenemos estabilidad, unos momentos la
pasamos genial y al instante ya tenemos que idear
la forma para vernos. Me revienta todo eso.
—Ya entiendo, ¿Te jode toda esta situación, ver-
dad? ¿Crees que a mí no? ¿Crees que estoy tranqui-
la mientras mi vieja no quiere que te vea?, ¿Crees
que no intento buscar soluciones?

241
—Claro que lo creo; pero a veces me frustro tan-
to que ya no se qué pensar, mucho menos como ac-
tuar.
—Tú sabías que esto sería complicado.
Esa frase me dejó pensando.
—No es fácil estar con una chica menor, a quien
no le dan permiso, quien tiene prohibido tener fla-
co. Anda controlada y supervisada todo el rato y
tengo que lidiar con mis problemas familiares.
Sentí dolor y frustración en sus palabras; pero
tenía razón, yo sabía que sería complicado y nunca
lo pensé, fue algo intrínseco, que ahora notaba con
claridad.
—Tal vez y tengas razón, esto no es sencillo y
quizá no sea lo que quiero.
No me arrepentí de decirlo, era algo que llevaba
dentro, no soportaba la situación y reventé.
—Sabes algo, eres un cobarde y yo soy quien ya
no quiere estar contigo. Adiós.
Estuve leyendo su última frase cientos de veces
mientras observaba la pantalla y olvidaba que otro
grupo de personas me escribía, solo leía y releía
y sentía emociones confusas en mi ser que revolo-
teaban sentimientos encontrados. Quise romper la
pantalla de un puñete; pero preferí enmudecer y
apagar el monitor.
Todo estaba perdido, lo sentía claramente.

242
Durante un par de semanas no quise saber de
nadie, no salí de casa, tampoco fui a alguna fiesta;
sin embargo, su amiga, quien aseveraba conocer
mis aparentes movimientos le llenaba la cabeza de
ideas malintencionadas.
Mariana, con quien tenía una ligera amistad y
charlábamos por MSN, me contaba lo ocurrido.
Andaba furioso, nunca me gustó que hablen de
mí sin conocerme y mucho menos acusándome de
algo que no soy.
Busqué a Luisa en el Facebook para enviarle
un mensaje; pero no la hallé. Quería preguntarle,
¿Por qué andas diciendo eso de mí? Quería saber el
motivo de tanto afán por intentar arruinarme. Me
ganaba el coraje y lo único que hacía era endurecer
el puño en la mano y calmarme rato después.
Mariana no sabía de mis acciones, pero le de-
cía que andaba en casa, no especifica mi condición;
aunque seguramente lo imaginaba (por el Nick) y
le comentaba, siempre al final de la breve charla,
que le dijera como cosa suya que no estoy haciendo
la clase de estupideces que andan diciendo.
Mariana acotaba y aseveraba a la vez que estaba
completamente segura que yo la amaba y que al-
guien que ama no anda saliendo con otras mujeres
días posteriores a la culminación de una relación.
Creo que por eso surgió una buena amistad, me
agradó que supiera y le diera valor a lo que le co-
menté; además, empezaba a tenerle confianza y co-
mencé a contarle más detalles sobre mi relación.
243
Yo quería que Daniela no creyera todo lo que le
dicen a mis espaldas y tuviera un concepto errado
que suele meterse en la mente de las personas que
posiblemente se encuentran decepcionadas, sim-
plemente te decepcionas más, a veces es más senci-
llo eso que pensar lo contrario.
Las veces que volví a charlar con Mariana, me
informó que era difícil hacer recapacitar a Danie-
la, porque el concepto errado acerca de mí se am-
pliaba a cada momento. La estaba pasando mal;
pero creía que yo andaba saliendo con otras chicas,
enfatizando que eran mayores (como de mi edad) y
que era cuestión de tiempo para iniciar un nuevo
amorío.
Creo que la gota que derramó el vaso fue la con-
versación que tuve con Kelly.
A veces uno no es tan amigo de la amiga de tu
novia. Charlábamos poco o nada por MSN y las ve-
ces que hablamos fue cuando fui con Manuel a casa
de Daniela y entablamos conversación los cuatro;
pero esa vez fue extraño, ella me escribió para de-
cir lo siguiente:
—Estoy decepcionada de ti. ¿Cómo puedes ha-
cerle eso a mi amiga?
— ¿Qué he hecho? Respondí rápidamente.
—No te hagas el tonto. Así que estas saliendo
con otras chicas, ¿no? ¡Qué descarado que eres!
En ese instante comprendí que la situación se
expandió.

244
—Oye, tranquila. Yo no salgo con nadie e imagi-
no que esa chica, amiga de ustedes, anda hablando
falsedades de mí. Sabes bien que estoy enamorado
de Daniela, que la estoy pasando mal porque hemos
terminado y no soy un tonto para involucrarme con
otras personas cuando todavía siento que la amo.
No respondió hasta dentro de unos minutos.
—¿Estás seguro? Entonces, ¿Por qué dicen eso?
—No lo sé. De repente le caigo mal, que se yo.
Estaba irritado cuando dije eso último.
—Yo no conozco mucho a esa chica, es más ami-
ga de Daniela que mía, fue Daniela quien me dijo
eso y la dijo triste, casi llorando y yo no soporté esa
idea, porque por mas que no nos conozcamos bien,
ella no dejaba de hablar maravillas de ti y tuve un
concepto que ahora tambalea.
—Yo amo a tu amiga, estoy enamorado de ella.
No puedo ni podré relacionarme con otras perso-
nas. Esa idea es absurda.
Ese argumento se lo dije con mucho énfasis y no
podía ser más sincero, me irritaba que nadie creye-
ra lo honesto que era.
—A mi no me convenzas, díselo a ella.
Tenía absolutamente toda la razón.
—Pero, ¿Cómo? No puedo ir a la academia y
tampoco visitarla en su casa. ¿Dónde puedo encon-
trarla?

245
—Yo te voy ayudar.
Cuando leí esa frase creí que, tal vez, todo po-
dría ligeramente mejorar.
— ¿En serio la amas? Preguntó sorpresivamen-
te mientras que estaba escribiendo una respuesta.
Tuve que detenerme, borrar todo y responder.
—Por supuesto, eso nunca lo dudes. Yo la amo
demasiado y hemos terminado porque sentimos el
carga montón de lo difícil que es manejar nuestra
relación; pero ahora estoy seguro que podemos se-
guir avanzando y creciendo.
Escribía y leía lo que decía y era lo que sentía y
comenzaba a tener un sentido, la amaba y quería
luchar por estar juntos.
Solo quería estar seguro si ella sentía y quería
lo mismo.
Quedamos en que le diría que vaya a su casa a
realizar una actividad, me mandaría un mensaje
al celular y tendría que ir enseguida. Así podría-
mos conversar sin inconvenientes.
—Ven en 5 minutos, escribió en su mensaje
tiempo después.
E inmediatamente me sentí nervioso, fue extra-
ño, todo lo que pensaba decirle se borró de golpe y
solo quedaron nervios inservibles.
Decidí no responder para no levantar sospechas.
Tenía anotada la dirección de su casa en un papeli-

246
to y salí de casa luego de mojarme el rostro varias
veces.
Detuve una de esas moto taxi y le indiqué el lu-
gar. El tipo me dio un precio y avanzamos con rapi-
dez. Era la tercera o cuarta vez que abordaba uno
de esos transportes.
Cuando llegué a su casa, la de color azul marino
y de dos pisos, descendí y antes de presionar el tim-
bre, recordé el argumento.
Kelly salió por la ventana del segundo piso, ima-
giné que era su habitación, abrió los cinco dedos de
su mano en señal de espera y se fue.
Tan rápido como pudo abrió la puerta y me dijo:
Pasa y espérala en la sala. Hice caso a su sugeren-
cia.
Ella subió las escaleras y me acomodé en una si-
lla, luego en el mueble, después me quedé parado.
Empecé a escuchar pasos y algo de lo que char-
laban sintiéndome todavía más nervioso; pero esta
vez sin olvidar el sentimiento hecho argumento.
Kelly dejó que Daniela se adentrara a la sala y
cuando me vio, parado, con los brazos cruzados y
la cara de idiota, giró para ver a su amiga e incre-
parle.
— ¿Qué hace aquí?
—Amiga, creo que ustedes deben hablar.

247
—Yo no tengo nada que hablar con él, dijo con
voz firme y rabiosa.
—No digas eso. Estoy segura que ustedes tienen
mucho que hablar, insistió Kelly, muy serena.
—Princesa, ¿Podemos hablar? Interrumpí con
voz dócil.
Giró para verme; pero no dijo nada.
— ¿Tú planeaste esto? Le preguntó a su amiga.
—Yo le dije que me ayudara, respondí a la pre-
gunta y la sujeté del brazo, muy suavemente; pero
se desquitó con brusquedad.
—Monga, no seas orgullosa. Ambos la están pa-
sando mal, estoy segura que se adoran y se aman,
charlen y arreglen sus diferencias, dijo Kelly de
una manera muy madura, tal vez nunca la escuché
hablar así.
Daniela comenzó a apaciguar su rabia. Respiró
hondo, miró hacia todos lados y se detuvo en mí.
—Está bien, hablemos.
Se sentó en el mueble. Yo me acerqué para aco-
modarme al frente y antes de colocar una silla vi a
Kelly. Me mostró el pulgar levantado y se fue a su
cuarto.
—Princesa… le dije al tiempo que encorvaba el
cuerpo y mantenía las manos juntas como sobán-
dose entre sí.

248
Ella estaba en silencio, acomodada en el espal-
dar del mueble y mirando hacia todos lados, excep-
to a mis ojos.
—Quiero empezar diciendo que lamento entro-
meter a tu amiga en todo esto; pero no encontré
otra alternativa.
Me mordí la lengua como esperando que dijera
algo, pero no lo hizo. Siguió mirando a su derecha y
luego a la izquierda. A todos lados, menos al frente.
—Bueno, dije y agaché la cabeza por un segun-
do. Sentí que me miró y que sus ojos pudieron pe-
netrar en mi nuca; pero al levantar la vista no la vi.
Seguía mirando la nada.
—Bueno, repetí como antesala.
—Te escucho, dijo con total sobriedad; pero no
me miraba.
—No quiero que terminemos. Tuviste razón al
tildarme de cobarde, se que pensé rendirme y ale-
jarme; pero me doy cuenta que es imposible porque
no podría hallar nunca lo que encuentro a tu lado.
Sabes que estoy completamente enamorado de
ti. Me toqué el corazón cuando se lo dije.
Hice pausa y continué: Por tal razón jamás me
involucraría con otras personas. Lo que te dijeron
es falso. Yo no soy así, porque…
¡Yo quiero seguir a tu lado!

249
Quiero que sigamos disfrutando de esta maravi-
llosa relación que tenemos y continuemos gozando
de los ratos que existen para estar juntos.
Soy consciente que es difícil, lo dije tocándome
las cien. Pero también estoy confiado que podemos
salir adelante como lo hemos logrado en varias oca-
siones.
Sin darnos cuenta hemos ideado grandes planes
para converger en un abrazo o un beso. Se nos hizo
natural pensar y organizarnos para satisfacer la
necesidad de estar juntos porque motiva el hecho
de extrañarnos y eso nace porque nos amamos.
Sonreí al pronunciar la última palabra.
Te amo, princesa. Lamento haberte hecho pen-
sar que no quiero seguir aquí; pero la verdad es que
adoro estar en el mismo lugar que tú y vivir esta
bella vida que nos ha unido.
No te puedo decir palabras sacadas de un diccio-
nario porque no manejo un léxico rico; sin embargo,
esto que te vengo a decir es lo que llevo aquí -toqué
nuevamente mi corazón- y le sonreí para ensegui-
da sentenciar: Dicen que lo que sale del corazón es
honesto.
Te amo princesa.
Una lágrima cayó de sus mejillas, un mechón on-
dulado le cubría parte del rostro, sentada todavía
se encontraba y yo al frente, con las manos sujetas,
encorvado y esperando una respuesta.

250
Me levanté y acerqué, arrodillé al frente y toqué
sus manos.
—Princesa, dije y quitó el mechón del rostro, se-
cando sus lágrimas y mirándola tímidamente.
— ¿Deseas volver conmigo?
— ¡Claro que quiero volver contigo, tonto!
No sé como hizo para levantarse del mueble y
abrazarme tan veloz.
—No sabes cuánto te he extrañado, me dijo con
la voz llorosa y las lágrimas no dejaron de caer.
—Yo también a ti, mi princesa, respondí y aferré
mi cuerpo al suyo el tiempo que durara el abrazo.
Parecía eterno, como si el tiempo se detuviera y
solo estuviéramos nosotros, abrazados y expresan-
do cuanto nos habíamos hecho falta.
—Qué bueno que se reconciliaron, interrumpió
Kelly, quien sorprendentemente también lloraba.
— ¡Ay amiga, no te pongas sentimental! Dijo Da-
niela y fue a abrazarla.
—Es que estos momentos me ponen feeling, se
excusó tiernamente.
Creí que le hacía falta la presencia de Manuel;
pero no quise mencionarlo.
Daniela y yo nos acomodábamos en el mueble y
encendimos la televisión. Kelly volvió a su habita-

251
ción para apagar la computadora y cuando regresó
nos vio besándonos.
—Tampoco se van a estar besuqueando en mi
sala, dijo en broma, ya mucho más calmada.
No le hicimos caso y continuamos con el beso.
—Oye, ¿y si llamas al imbécil de tu amigo? Dijo
después de un rato y a decir verdad se me hizo gra-
ciosa la manera como lo pidió.
Enseguida, cogí el celular de mi chica y llamé a
Manuel.
—Manuel, soy yo. Estoy llamándote del celular
de Daniela.
— ¿Ya arreglaron?
—Sí, esta todo chévere entre nosotros.
— ¡Que bacán, en serio!
—Te llamo para decirte que vengas a la casa de
Kelly. Ella no me ha dicho nada; pero con Daniela
quedamos en que ustedes también deberían hablar
y solucionar sus problemas.
—Pensaba llamarla ahora mismo.
—Pensaba llamarte, le dije a Kelly tapando el
móvil.
— ¡Carajo! Hubiera esperado un rato y ese idio-
ta me llamaba, dijo exaltada.
—Bueno, ven pues. Te esperamos.

252
—Ya chévere, voy para allá.
Media hora después, tocaron el timbre, Danie-
la abrió la puerta e ingresó Manuel, quien llevaba
una casaca con capucha.
—Está lloviendo, comentó al entrar.
— ¿Y Kelly? Preguntó enseguida.
—Ahí baja, le dije luego de saludarlo.
Kelly, quien había subido a su habitación, des-
cendió al escuchar la puerta cerrarse haciéndose la
desentendida.
— ¿Qué sucede, chicos?
—Ha venido a alguien a visitarte, dije y me ganó
la risa. Aparte que estaba contento.
— ¿Quién? Preguntó extrañada.
—Yo, se oyó y apareció Manuel ante ella.
—Muchachos, ¿Por qué no conversan? Propuse
con humor.
Daniela me abrazó y añadió: Claro, vayan a con-
versar. Nosotros vamos a estar aquí.
Kelly asintió con la cabeza.
— ¿Charlamos? Dijo Manuel.
—Está bien, respondió Kelly haciéndose la re-
sentida.
Y se fueron a hablar a otro espacio de la casa.

253
Nos sentamos de nuevo en el mueble para ver
televisión.
Daniela se dejó caer sobre mi regazo y cubrí su
cuerpo con mi brazo. Le acaricié el cabello mien-
tras le susurraba cuanto la amaba. Ella sonreía y
la escuchaba reír, estaba contenta y yo andaba feliz
de tenerla de nuevo.
Daniela cogió el control remoto y apagó la televi-
sión sin preguntar.
Estuvimos mudos por un largo periodo. Ella re-
costada y yo abrazándola, le acariciaba el cabello e
imaginaba que tendría los ojos cerrados.
—Princesa, me alegra que estemos juntos de
nuevo, dije despacio; pero logró escucharme.
—A mí también, precioso, respondió y sujetó mi
mano.
Se reincorporó rápidamente colocándose como
yo e hizo lo que acostumbra realizar. Cogerme de
las mejillas y darme uno de esos apasionados besos
que tanto me encantan.
Caí de espalda sobre el largo mueble y la tuve
encima. Reímos y retomamos el beso. La abraza-
ba al tiempo que la besaba, demostrábamos cuanto
nos extrañábamos con esos apasionados e implaca-
bles besos e iba sintiendo que la deseaba todavía
más; pero no sabía cómo expresarlo y me dejaba
llevar cada vez más.
Pero Manuel interrumpió con una estúpida pre-
gunta: ¿Dónde están?
254
Detuvimos el beso y nos avergonzamos de nues-
tra posición; aunque solo duró algunos segundos
porque enseguida soltamos una breve risa y sa-
ludamos a Manuel, quien ilusamente buscaba en
otros lugares.
Dice Kelly que su mamá está por venir y será
mejor que nos vayamos, sus palabras fueron diri-
gidas a mí.
Entendí claramente el mensaje y a pesar de sen-
tir algo de pena, tuve que aceptarlo.
—Espero que pueda verte pronto, princesa. Le di
un beso sin importar que Manuel esté al lado.
—Kelly baja que quiero besarte, dijo Manuel de
un modo muy gracioso al punto de separarnos.
Ella bajó y con igual buen humor respondió:
¿Quién quiere besarme?
Ambos estaban muy carismáticos, lo cual me re-
sultó genial.
Se abrazaron y se dieron un beso. Daniela y yo
nos miramos y sentimos que no queríamos quedar-
nos atrás.
—Hablamos por MSN, ¿está bien? Escuché que
decían ellos en señal de despedida.
—Te amo, princesa. Ojalá podamos vernos pron-
to; se lo hice saber, le di un beso pequeño y la abra-
cé de nuevo.

255
—Te amo, precioso, dijo mientras nos abrazába-
mos.
—Gracias por todo, le dije a Kelly mostrándole
una sonrisa.
—No te preocupes, respondió y se acercó a Da-
niela; seguramente iban a conversar largo rato
cuando nos fuéramos.
—Vamos yendo, le dije a Manuel y salimos de la
casa.
Afuera llovía y no tenía abrigo. Por suerte se
asomó una moto taxi que abordamos sin dudar.
Por la noche nos encontramos los cuatro en el
MSN; sin embargo, aunque hubiera sido diverti-
do, no iniciamos una conversación de cuatro. Cada
quien, supuestamente, chateaba con su pareja.
—Precioso, ¿llegaste bien? Te vi con frío y sentí
penita.
—Sí, estaba lloviendo; pero por suerte pudimos
encontrar una moto taxi que nos lleve.
— ¿Te volviste a subir a una de esas? Dijo y agre-
gó risas.
—Sí pues, no me quedaba de otra. Aunque creo
que estoy resfriado.
— ¿En serio? Preguntó con emoticones de enfer-
mo.
—He estado estornudando desde que llegué. En

256
un rato voy a tomar una pastilla; pero antes me voy
a dar un baño de agua tibia.
—Es lo mejor. Toma algo para el resfriado y des-
cansa. Está haciendo mucho frío, dijo preocupada.
—Eso voy a hacer enseguida, mi princesa; aun-
que sería mejor que estuvieras a mi lado y me cui-
daras, le dije con corazones.
—Sabes que yo encantada, me quedaría contigo
y te daría muchos besos sanadores, dijo añadiendo
emoticones de besos.
—Oye, olvidé contarte algo, cambió de tema
drásticamente.
—Dime, ¿qué ha pasado? Dije escribiendo un
emoticón de rostro asombrado.
—Le hice el pare a Luisa. Le dije que dejara de
hablar mal de ti porque ella no te conoce como yo y
si alguien va a juzgarte, esa seré yo.
—Ya era hora que me creyeras. Estaba muy loca
esa chica.
—Sí, lo siento. Es que se juntó todo y me dejé
llevar.
—Descuida, ya estamos bien y eso es lo impor-
tante.
—Es verdad, precioso, dijo y añadió emoticones
de besos y corazones.
—Ahora debemos de mantener esto por mucho
tiempo.

257
—Poniendo de nuestra parte podemos lograrlo,
respondió enseguida y esa frase me hizo sonreír.
Detrás de la pantalla, cuando chateábamos, no
dejaba de estornudar; no estaba tan bien como se
lo hice saber o tal vez sí cuando se lo dije y luego
me puse peor. Resulta que un fuerte dolor de cabe-
za apareció y no podía mantener los ojos frente al
monitor.
—Princesa, creo que voy a descansar, escribí y
agregué emoticones de rostro triste.
—Anda precioso, es lo mejor. Te amo demasiado.
—Te amo, escribí y me desconecté.
Apagué la computadora de golpe, sin los proce-
dimientos normales y me eché sobre la cama con
ropa.
No sé quién me desvistió y cambió durante la
noche, solo sé que quien fue también me cubrió con
el edredón y apagó la luz.
Abrí los ojos y cogí el celular. Era medio día, vi
unas pastillas en la mesa de noche y mi madre en-
tró a la habitación para informarme que debía to-
marlas antes de almorzar.
La cabeza no estallaba como ayer; pero la nariz
me dolía, estornudé un par de veces antes de levan-
tarme y me di una ducha de agua tibia a pesar que
mi mamá sugirió no hacerlo.
Arranqué la suciedad de mi ser y volví a la cama.

258
Encendí la televisión y sintonicé un canal de depor-
tes.
Pensaba en Daniela, en que estaría en la aca-
demia y que seguramente dentro de unos minutos
iría a su casa.
La imaginé escuchando música en el bus, tal vez,
escuchando “La fuerza del corazón” y liberando un
suspiro con mi nombre.
Llegaría a su casa y se conectaría al MSN para
saber si estoy en línea o de repente, primero se de-
dicaría a estudiar y después entraría al MSN y al
no encontrarme me enviaría un mensaje diciendo:
Conéctate, precioso.
Sonreí cuando lo pensé.
Yo no podría conectarme porque estaría echado
sobre la cama y tendría que mandarle un mensaje
diciéndole que estoy enfermo.
Dejé de pensar y me distraje con el Top 10 de
goles.
Mi vieja comenzó a llamarme desde abajo, no en-
tendía bien lo que decía porque tenía el volumen
alto; además, el resfriado también afectaba otros
sentidos.
Se vienen los tres primeros goles, informó un
emocionado conductor y no alejé la vista de la te-
levisión.
— ¡Mi amor! Escuché y el sonido de esa dulce voz
me hizo vibrar.

259
Daniela dejó sus cosas sobre el escritorio y se
lanzó a la cama aplastándome y luego colocándose
a mi lado. Estampó su palma en la frente y dijo:
Estás con fiebre, precioso. ¡Casi y vuelas!
Me dio un beso en la mejilla y se deslizó por la
cama hasta lograr levantarse. Se acercó a la mo-
chila y mientras rebuscaba, me dijo: Te traje algo
para que te mejores.
Mi vieja entró a la habitación e interrumpió: Te
estaba diciendo que Danielita ha venido.
Seguro estaba concentrado viendo el fútbol, in-
crepó Daniela con humor.
Hijita, ¿cómo has estado? Bien, señito, gracias
por preguntar.
Sabes que siempre eres bienvenida aquí, esta es
tu casa. Daniela se ruborizó y sacó algo de su mo-
chila, no pude ver bien que era.
¿Qué es eso? Quiso saber mi madre curiosa. Es
un regalo para el enfermito.
Qué tierna, ¿ya ves? Esta chica vale la pena, es
bonita y detallista. Tienes que cuidarla, dijo mi vie-
ja mirándome y sonriendo.
Daniela nuevamente se puso roja y agradeció
con una sonrisa.
Cuando mi madre se fue, me enseñó una simpá-
tica tarjeta que compró saliendo de la academia.

260
—¡Muchas gracias, princesa! Dije y le di un
abrazo y un beso.
—Me alegra que te guste. Y mira, ahí sales tú,
dijo mostrando la imagen de un oso enfermo. Me
pareció muy gracioso; pero no pude reírme como
hubiera querido.
Me dio un beso en la mejilla y resolvió quedarse
a mi lado a pesar que pudiera contagiarla.
— ¿Qué canal pongo? Preguntó sujetando el con-
trol remoto.
—El que gustes, princesa.
—Bueno, que conste, eh.
Empezamos a ver dibujos, justamente la serie
de ese mismo personaje que tenía en su cama como
peluche.
Esta vez me encontraba recostado sobre su pe-
cho y me acariciaba el cabello, tocaba mis mejillas
de rato en rato y algunas veces también la fren-
te, muy despacio decía: Estás con fiebre, precioso.
Pero, descuida que yo voy a sanarte. Entonces, me
daba un beso y al parecer, mejoraba.
Por momentos cerraba los ojos y me dejaba llevar
por el aroma que brotaba de su cuello, jugueteaba
también con el mechón de su cabello y la miraba
desde mi posición atenta a la pantalla, sin darse
cuenta que la contemplaba encantado, la nariz per-
fecta, el ondulado que cae y su rostro sin gestos que
desearía siempre admirar.

261
Pero cuando bajaba la mirada volvía a cerrar los
ojos tan veloz que creía que los mantenía así. Me
daba un beso y repetía te amo.
Me sentía encantado de escucharla, de tenerla
a mi lado, de estar abrazado a su ser, dichoso de
cobijarme en su pecho y decirle en mi mente cuanto
la amo.
Lamentablemente tuvo que partir horas des-
pués. Dijo que su padre iría a recogerla alrededor
de las seis y media para salir a pasear en su ca-
mioneta. Estaba emocionada por eso, días que no
lo veía.
Me contenté por ella y nos abrazamos en señal
de despedida. Recibí un beso rápido y se marchó
sonriente.
No recuerdo que sucedió más tarde, caí rendido
en un profundo letargo drogado con el aroma que
dejó deambulando en mi cuarto.
Desperté con una llamada, el celular se encon-
traba en algún lugar debajo del edredón y tuve que
zafar del mismo para poder visualizarlo con facili-
dad.
—Hola princesa.
—Amor, dijo con voz entrecortada.
— ¡Hey! ¿Qué sucede, mi vida?
—Amor, me siento muy triste.

262
—Tranquila, princesa. Dime, ¿qué ha pasado?
Hice la pregunta muy preocupado; aunque rápi-
damente comencé a asimilar lo ocurrido.
—La misma mierda de siempre, dijo con mucha
rabia e indignación. Era como si quisiera arrojar el
celular y destrozarlo.
—Tranquila, princesa, dije tenuemente.
No era una palabra fácil de asimilar, tampoco
iba a estar calmada en cuestión de segundos, en-
tonces fue un error pedírselo.
— ¿Tranquila?, ¿Cómo rayos puedo estar tran-
quila? Mi familia es complicada, mi Papá no me
quiere y ni siquiera puedo ver a mi pareja.
— ¡Hey! No digas esas cosas. Claro que te quie-
re. Y me acabas de ver hace instantes.
—Princesa, nadie elige a las familias, solo están
cuando nacemos y muchas veces cometen errores;
pero no dejan de querernos.
Y sobre el otro tema, seguro no podemos vernos
ahora para abrazarte y decirte algo bonito; pero es-
toy aquí, me oyes.
—Lo dices porque tienes una familia maravillo-
sa, tu mami es genial, tu padre es un caballero y
tus hermanos geniales.
—Ni creas, eh. A veces discutimos, por ejemplo,
siempre me reclaman y exigen que estudie, que en-

263
tre a la universidad, también suelo pelearme con
mis hermanos por estupideces.
— ¡Pero arreglan! Acá todo es un caos, es un con-
flicto diario. A veces me gustaría ser de otra familia
o largarme lejos, llevaba frustración e ira sus pa-
labras.
Me partía el corazón escuchar tanto dolor.
—Princesa, cálmate, por favor, se lo dije sereno
con una voz renovada.
—Solo me desfogo. Siempre me escuchas, no le
puedo contar estas cosas a casi nadie, solo a ti y a
veces a Kelly, dijo levemente calmada.
—Te entiendo; pero tranquila, por favor.
—Está bien, dijo y respiró profundamente.
—Ya estoy mejor, dijo al instante.
—Eso me alegra.
—Solo me siento triste, añadió.
—Me preocupa eso, mi princesa.
No respondió, se oía levemente el sonido de su
respiración y una suave voz entrecortada.
—No llores.
—Es inevitable, me siento terrible, no sé por qué
me pasan estas cosas a mí, lloraba mientras habla-
ba. Podía sentirlo.

264
—Te amo, mi princesa. No llores, por favor.
No respondió, volví a escuchar el sonido de la
respiración y la voz llorosa.
—No me dejes nunca, mi vida. No sé qué sería
de mí sin ti.
Fue la primera vez que me dijo algo así. Sentí
emoción y responsabilidad. Aparte de ternura y ga-
nas de abrazarla.
—Te amo, mi princesa. Jamás te voy a dejar,
siempre podrás contar conmigo para todo, a pesar
que no estemos juntos, sabes que puedes llamarme
y voy a estar para ti, se lo dije intentando hacerla
entrar en paz.
—Gracias, dijo calmada, ya no se oía su voz llo-
rosa.
—En fin, añadió enseguida y escuché que se so-
naba la nariz.
— ¿Te sientes mejor? Pregunté calmado.
—Sí, gracias precioso. Necesitaba hablar conti-
go. Perdona mi rabia.
—Descuida, ya te dije, siempre cuentas conmigo.
—Gracias, amor. ¿Y qué haces?, ¿ya te sientes
mejor?
—Pues sí, estoy mucho mejor, gracias por pre-
guntar.

265
—Es porque me importas, respondió; pero su voz
no era la misma, a pesar de no estar llorosa se no-
taba con facilidad que ocultaba algo.
— ¿Todo bien, princesa?
—No lo sé, precioso. O sea, me siento bien cuan-
do te escucho; pero luego se me vienen los recuer-
dos, el hecho de esperarlo, la esperanza por imagi-
nar que esta vez no me fallará y que de pronto todo
se nuble me causa una gran agonía.
Silenció. Oí que respiraba como queriendo cal-
marse. Preferí no acotar nada hasta que pudiera
decirme algo.
—Lo siento, debo colgar. Te amo.
— ¡Hey! No cuelgues.
No supe que hacer en ese momento.
¿Volver a llamar o respetar su privacidad? Era
la pregunta; aunque a veces las personas necesitan
estar solas para reflexionar mejor.
Decidí enviarle un mensaje.
Princesa, no olvides que cuentas conmigo para
todo. Te amo demasiado, cualquier cosa no dudes
en llamarme.
Pensé en ella durante el resto de la noche, preo-
cupado por su estado anímico, detestando a su pa-
dre por no darse el tiempo de ir a verla y a la vez
tratando de justificarlo imaginando que realizaría

266
alguna actividad laboral, mirando el celular a cada
momento esperando su llamada o algún mensaje,
conectado en el MSN anhelando que entre y escri-
ba algo.
Se conectó al día siguiente. Le escribí tan rápido
como pude.
— ¡Princesa!... ¿Cómo estás?
No respondió.
No dejé de mirar la pantalla hasta verla contes-
tar.
—Hola amor.
— ¿Cómo estás?
—Más o menos.
—Vas a ver que al rato vas a estar con mejor
ánimo.
—Eso espero, precioso.
—Claro que sí, princesa.
—En fin, creo que mejor voy a descansar, así des-
pierto con una sonrisa y te doy la razón, escribió
y añadió el único emoticón de la conversación, un
simple rostro con gesto amable.
—Ve a descansar. Te amo.
Se desconectó.
Seguí preocupado por su estado emocional. Es-

267
tuve pensando sobre mi cama y mirando el techo,
pasaban por mi cabeza las razones de su nostalgia
e intentaba encontrar soluciones para hacerla sen-
tir mejor.
Saber que Daniela se encontraba triste me las-
timaba el alma y lo que intentaba era animarla y
apoyarla.
Ella siempre podrá contar conmigo, repetía para
mis adentros.
Resolví enviarle un nuevo mensaje, poco antes
de dormir, pasada la media noche.
Al amanecer tu sonrisa va a iluminar más que
el sol. Te amo, mi princesa. Escribí y cerré los ojos.
Desperté por causa de un mensaje. Ya me sentía
mucho mejor.
¡Mi amor, te amo demasiado! No ha salido el sol;
pero mi sonrisa sí.
¡Qué bueno, mi princesa! No sabes cuánto me
alegra que te encuentres bien.
El siguiente mensaje demoró en llegar.
Le voy a decir a mi mamá que iré a la casa de
Kelly, si gustas puedes ir.
Eso me alegró todavía más.
¡Grandioso! Dime la hora y yo estoy allí.
En la tarde, a eso de las cinco, escribió.

268
Ya pues, excelente. A esa hora estoy en la casa de
Kelly. Te adoro, ya quiero verte.
Yo también te adoro, precioso. Te veo por la tar-
de.
La inspiración llegó a mí y empecé a escribir
una carta. Comencé con un intento por describir
lo que me hacía sentir, relatando nuestros últimos
momentos y culminando con la frase que resume lo
que siento.
Una vez listo salí de casa y caminé. No subí a
ninguna moto taxi porque preferí andar y pensar
mientras llegaba.
Silbé al estar afuera y alguien salió por la ven-
tana del segundo piso, era un tipo, a quien le pre-
gunté por Kelly.
Ahí sale, respondió con cierta seriedad y esperé
a un lado.
Un par de minutos después, salió por la ventana
y dijo: Espera un rato.
En un santiamén salió Daniela y me dio un abra-
zo.
¡Mi amor! ¿Cómo estás? Le dije al oído.
Pues, bien, ahora mejor porque estas a mi lado.
Me dio un beso en la mejilla y luego otro en los la-
bios.
Chicos, pasen por favor, no se estén besando en

269
la calle que hay chismosos, dijo Kelly con mucho
humor.
Entramos y ante mi asombro, vi a Manuel cómo-
damente echado sobre el mueble, viendo la televi-
sión y comiendo canchita.
¡Hey! Te iba a decir para venir juntos; pero no te
vi en línea.
¿Qué tal? Dijo al tiempo que estrechaba la mano
y sonreía.
Me ofreció canchita, cogí un tanto y comiendo
me acerqué al mueble para sentarme a su lado. Da-
niela se sentó en mis rodillas mientras que Kelly
hizo lo propio con Manuel.
¿Quién es el tipo que salió? Quise saber por cu-
riosidad.
¡Ah! Es mi hermano, no te preocupes, es chévere.
Justo al mencionarlo descendió por las escale-
ras.
Nos presentamos y sentimos habernos visto an-
tes, de repente en algún partido de fútbol; pero no
recordaba dónde ni cuándo.
Parecía llevarse bien con Manuel porque cogió
canchita y se fue para la calle despidiéndose ges-
tualmente.
No le di mucha importancia. Sujeté de la cintura
a Daniela y me apegué a su espalda, algo de su ca-

270
bello rozaba mi frente y podía transpirar el aroma
que otorgaba. Cerré los ojos un instante para sen-
tirlo mejor.
Daniela pesaba; pero trataba de aguantar, me
daba risa que me preguntara a cada momento,
¿Peso mucho? Siempre respondía: No, mi amor.
Todo bien. Era una pequeña mentira piadosa.
A continuación, casi al mismo tiempo, zafaron de
nuestras rodillas y se dirigieron a la cocina para
traer algo de líquido. Tendrían mucha sed, imagi-
né. Regresaron con vasos llenos de gaseosa negra,
la cual me dio ganas de beber. La canchita siempre
da sed.
Se sentó a mi lado y le pidió a Manuel que cam-
biara el fútbol y sintonizara alguna película en ca-
ble.
Empezamos a ver una película romántica. Según
Kelly era su favorita y la emoción la invadió porque
comenzó a describir a los personajes, le otorgó más
efusividad al galán describiendo sus rasgos físicos
y se llenó de coraje al mencionar a la malvada an-
tagonista.
Le pedí amablemente que no nos arruinara la
película; pero continuó contándonos la trama.
De igual manera no me voy a concentrar en eso,
pensé y sonreí. Le di un beso a Daniela y le dije que
la amaba. Ella sonrió y me respondió, yo también
a ti, precioso.

271
—Muchachos, ¿qué planes para Navidad? Pre-
guntó Manuel repentinamente.
—Pues, lo de siempre, comer pavo con la familia,
dije y solté una breve risa.
—Yo también. Mi hermano está estudiando para
chef y dice que va a preparar la cena; aunque re-
cién va en el segundo ciclo, comentó Kelly y tam-
bién empezó a reír.
—Fácil y se le quema el pavo, añadió Manuel y
todos nos reímos.
—No seas malo, va a hacer su mejor esfuerzo;
aunque mi mamá va a ayudarlo, obviamente.
—Ah claro, eso lo tenía bien claro, dijo Manuel
enseguida.
— ¿Y tú, princesa, qué hacen en tu casa?
—Igual, me imagino. Saludarse a las doce y co-
mer pavo con la familia.
Sentí algo de pena en sus palabras. Creí que no
debería haber hecho esa pregunta; pero fue espon-
tánea, era el tema de conversación.
Entonces, intenté alegrarla.
—En mi casa comemos pavo hasta bajada de re-
yes.
Todos comenzaron a reír con desenfreno, tam-
bién Daniela soltó algunas carcajadas. Eso me ali-
vió bastante.

272
—Oye sí, en mi casa pasa lo mismo, añadió Kelly
entre risas.
—Ni que decir de la mía, acotó Manuel también
riendo.
—Creo que en todos lados ocurre lo mismo, dijo
Daniela con una ligera sonrisa.
Pasamos un rato agradable en la casa de Kelly.
Pudimos estar juntos y abrazados, darnos muchos
besos e intercambiar palabras bonitas.
Me alegra que pudiéramos tener otro lugar don-
de expresar nuestro afecto. La madre de Kelly lle-
gaba tarde del trabajo, poco antes de su llegada
nos íbamos; pero antes de ello habíamos gozado de
gran tiempo unidos.
Su hermano, de quien no recuerdo el nombre, no
decía absolutamente nada, con tal que le invitemos
lo que degustábamos, él estaba satisfecho.
A veces iba y me encontraba con Manuel, quien
cada vez era más parte de la familia, otras veces
íbamos juntos y cuando yo llegaba y no lo encontra-
ba, mi manera de agradecerle a Kelly la estadía,
era llamando a Manuel, quien inmediatamente
aparecía.
Llegó la Navidad, para entonces teníamos ocho
meses juntos, era obviamente la primera Navidad
que pasaríamos como enamorados, resultaba lindo
porque el ambiente navideño siempre es alentador
y encantador.

273
Junto a Ezequiel fui a comprar un regalo navi-
deño para Daniela, era el único sujeto disponible
para semejante aventura rumbo al Jockey Plaza
que en vísperas se encontraba repleto.
Fue una completa odisea, no el hecho de buscar
un obsequio porque lo tenía en mente y sabía don-
de encontrarlo; sino el regreso. El tráfico era esca-
lofriante.
Lo importante fue que conseguí el regalo ideal.
Tuve que preguntarle cientos de veces: ¿qué te gus-
taría que te regale para Navidad? Para que pudie-
ra saberlo e ir a buscarlo como de costumbre, a úl-
tima hora.
Sin embargo, al encontrarlo estuve encantado,
no se lo quise decir, quería que lo abriera, ver su
rostro de anonadada y la sonrisa dibujada.
Daniela y Kelly salieron a caminar la tarde del
25. Les dijeron a sus respectivas madres que irían
a saludar a sus amigas y a intercambiar regalos.
Manuel y yo nos encontramos en el parque, nos
habíamos saludado la noche anterior junto al resto
de nuestros amigos.
Sentados en una banca esperamos a las dos chi-
cas que aparecieron por la esquina minutos des-
pués.
No creí que tendría un obsequio para Kelly. Me
asombró para bien que lo tuviera escondido dentro
de un bolsillo de su bermuda. Al verla asomarse lo

274
sacó y me dio cierta gracia el modo como lo hizo,
tan rápido y nervioso, yo llevaba el regalo en una
simpática bolsa y no me daba vergüenza que me
vieran andando así.
— ¡Feliz Navidad, princesa!
— ¡Feliz Navidad, mi amor!
Nos dimos un fuerte abrazo y un beso.
Manuel y Kelly se saludaron casi de igual modo
y enseguida nos saludamos los demás.
—Vamos a sentarnos, propuse y nos acomoda-
mos en una banca.
—Toma tu regalo, princesa.
Me miró, sonrió y preguntó ¿Puedo abrirlo aquí?
Claro que sí, respondí y la vi destrozando el papel
con rapidez y emoción.
— ¡Muchas gracias! Me encanta, dijo enseguida,
inundada de emoción. Volvió a abrazarme y besar-
me.
El regalo era una cadena que vio en una tienda
de accesorios cuando visitó dicho centro comercial
hace un tiempo atrás; pero no se pudo comprar por
falta de dinero. Resultó que no regresó y me la pi-
dió de regalo. Se la di haciéndola muy feliz.
—La voy a usar todos los días, dijo muy conten-
ta. Con esa enorme y bella sonrisa que tanto me
gusta.

275
Por otro lado, Manuel le obsequió un agradable
peluche de esos que tocas en la barriga y empiezan
a cantar.
Ahora entiendo porque le daba vergüenza mos-
trarlo, pensé.
—Precioso, esto es para ti, dijo luego que le colo-
cara la cadena y se viera linda.
Cogí el regalo y lo abrí lentamente.
— ¿En serio? ¡Vaya, qué genial! Dije exultado.
—Es el que te faltaba, ¿verdad?
—Claro, princesa. ¡Muchas gracias!
—De nada, precioso. Ahora tienes toda la colec-
ción.
—Sí, justo me faltaba “Si tú me miras” para vol-
ver a tener todos los discos de Alejandro Sanz, le
dije muy alegre.
Le di un abrazo y un beso, ambos estuvimos con-
tentos y emocionados por nuestros respectivos re-
galos.
Kelly, quien cobijaba entre sus brazos el pelu-
che parlante, le dio a Manuel un gorro, de esos que
siempre lleva.
—Ahora quítate ese feo gorro y ponte este, dijo
con mucho humor.
Manuel hizo caso a su petición con una gran son-
risa.

276
Nos quedamos sentados charlando durante un
buen tiempo.
Antes que se despidieran salió mi madre de la
casa y las saludó desde su posición agitando la
mano.
—Tan linda tu mami, dijo Daniela sonriendo sin
saber que mi mamá empezaba a acercarse.
—Ahí viene tu suegra, dijo Kelly con gracia.
Mi vieja se acercó y saludó a todos por Navidad.
Inclusive, las invitó a la casa a tomar una taza de
chocolate caliente que se hizo imposible no aceptar.
Por más que haya sido breve el momento en mi
casa, la pasamos muy chévere porque mi vieja es
muy divertida y no dejó de hacerle bromas a Ma-
nuel, halagar a Daniela y luego repetir que Kelly y
Manuel hacían una linda pareja.
Acompañamos a las chicas hasta una cuadra an-
tes de su casa y luego nos despedimos.
Esa noche revisé mi Facebook y encontré un tes-
tamento en lo que llaman muro.
Daniela había escrito un centenar de palabras
hermosas que reflejaban lo que, según dice, sentía
por mí.
Agradeció la carta que le entregué hace poco,
la cadena y se explayó magníficamente sobre los
grandes momentos que hemos pasado, también so-
bre las dificultades y las soluciones, haciendo alu-
sión a un amor que salió victorioso al fin y al cabo.

277
Me sentí muy contento al leerlo, al punto que
se me ocurrió volver a leerlo. Y lo hice otro par de
veces.
Cada palabra, cada párrafo contenía lo que lle-
vaba en su corazón, todo era tan honesto que se
filtraba en mí y podía hacer vibrar a mi alma. Creo
que alguna lágrima de emoción se me cayó. Todo
fue tan bello que se me hizo inevitable no respon-
derlo.
Abrí su muro y le envié de igual manera un lar-
go y explicito argumento acerca de todo lo que sen-
tía por ella y lo que éramos juntos. Como no solía
entrar a Facebook ese texto se quedó ahí durante
mucho tiempo.
De hecho, lo copié y pegué en un archivo Word y
lo guardé para siempre en mi computadora.
Creo que esa noche dormí pensando en cada una
de sus palabras.
Una semana después, mis amigos me dijeron
para ir a la playa a celebrar la llegada del año nue-
vo. Siempre tuvieron esa idea, la de ir a beber y
bailar en la arena; pero yo estaba seguro que Da-
niela no podría ir, era algo que por más que me
gustara no sucedería.
Ni siquiera tenía que preguntárselo, su madre
no le iba a dar permiso.
Mi gente quería ir, lo planearon bien durante
toda la semana y hasta encontraron la ubicación
donde establecerse hasta el amanecer.

278
Yo estaba muy empilado, como dicen; pero no me
agradaba la idea de no pasarla con Daniela.
Curiosamente, tampoco estaba seguro si la íba-
mos a pasar juntos.
Toda la tarde estuve pensando en lo que reali-
zaría mientras que mis amigos se alistaban para
arribar rumbo a las playas del sur.
Alrededor de las nueve de la noche me vinieron
a buscar, llevaban mochilas y carpas, licores y ciga-
rrillos, emocionados y eufóricos por partir y empe-
zar a gozar de la noche.
Les dije que no iría. A pesar de no ser fijo el he-
cho de pasarla junto a mi chica, tampoco quería
estar lejos de ella, no iba a ser divertido. Creo que
sentía que era especial pasar un grandioso momen-
to como lo es celebrar el año nuevo junto a alguien
que haría de ese instante algo perpetuo.
Yo quería estar junto a Daniela y festejarlo, bai-
lar, beber y pasarla increíble; pero también sabía
que jamás la iban a dejar salir y mucho menos con-
migo.
Más tarde, cuando mis amigos se fueron sin com-
prenderme, entré al MSN y la encontré en línea. Le
escribí inmediatamente y comenzamos a charlar.
Daniela estaba sorprendida. Pensó que me iría
al sur a festejar junto a mis amigos y que no le hu-
biera molestado si lo hacía, solo un poco de celos
y eso; sin embargo, se sentía contenta de tenerme
aquí a pesar de estar tras una pantalla.

279
A eso de las once y media ni siquiera mis padres
se encontraban en casa. Solo mi hermano menor no
fue a una fiesta; pero salió a pasear por los alrede-
dores junto a sus amigos.
—En media hora nos saludaremos por aquí, le
escribí y añadí algunos emoticones de corazones.
—Lamento que esto no sea como deseas que fue-
ra, escribió añadiendo emoticones de rostros tris-
tes.
—No te preocupes, princesa. Yo solo quiero estar
contigo. Y esta es la manera de estar contigo.
—No tiene que ser así, escribió y no entendí bien
a qué se refería.
Se desconectó del MSN ante mi sorpresa. Creí
que se trataría de algún problema en el sistema;
sin embargo, diez minutos más tarde, escuché mi
celular sonar.
—Sal por la ventana, leí en un mensaje y antes
de pensar que podría estar ocurriendo me acerqué
velozmente hacia la ventana.
Y ahí estaba ella. Con ese ondulado ideal, vesti-
da de un modo magnifico, sonriente y con los bra-
zos abiertos esperando por mí. Bajé de inmediato y
convergimos en un cariñoso abrazo.
— ¡Estás loca! Te van a castigar, le dije al oído.
— ¡Qué importa! Respondió sonriente.

280
Seguimos abrazados hasta que de pronto se es-
cucharon los cohetes y las luces en el cielo se en-
cendieron. Todo comenzó a brillar con suma in-
tensidad, el sonido era estruendoso y la gente se
abrazaba en las afueras de sus casas.
Había llegado el nuevo año.
En ese momento no me di cuenta de cuan román-
tica era la escena, el estar abrazados debajo de un
cielo iluminado por causa de los fuegos artificiales.
— ¡Feliz año, princesa!
— ¡Feliz año, mi amor!
Retomamos el abrazo y nos besamos debajo de
las luces que dejaban los juegos pirotécnicos, que
no paraban de estallar e iluminar el cielo. ¡Fue má-
gico!
Las personas ingresaron a sus casas, el brillo cesó
y nosotros nos mantuvimos sujetos de la mano, en
una calle que poco a poco fue tornándose desierta,
con el humo alrededor y leves sonidos de cohetes
lejanos. Estábamos solos de repente, mirándonos
fijamente, con las manos agarradas y dejando que
los primeros minutos de un nuevo año pasen y nos
vean unidos.
Nuestro intacto amor iniciaba un nuevo tiem-
po, seguramente repleto de complicaciones; pero
también de soluciones, de grandes momentos como
de nostálgicas ausencias, no lo dijimos; aunque lo
sabíamos. Éramos uno y estábamos juntos en ello,
eso era lo importante.

281
— ¿Caminamos? Propuso amablemente.
—Claro, princesa.
Nos dirigimos hacia el centro del parque y nos
detuvimos para sentarnos sobre una banca. Me
gustaba que todo esté desolado; aunque fastidiaba
la suciedad, el humo y los residuos de cohetes.
No obstante, quise concentrarme en el pardo de
sus ojos que contemplaban mi presencia, en su me-
lena ondulada que anhelaba sentir y por supuesto,
en lo adictivo que han llegado a ser sus labios, im-
posible no tentarse a besarlos, por ello, fue inevita-
ble no querer acercarme para rozarlos.
Cerramos los ojos mientras el beso transcurría y
se seguían oyendo cohetes en la lejanía.
Lo único que pasaba por mi mente era disfrutar
el rato a su lado, darle muchos besos y abrazarla
constantemente, decirle cuanto la amo y dejar que
dijera lo que siente.
No pensé en mis amigos ni lo que estuvieran ha-
ciendo. Tampoco dijo comentario alguno sobre lo
que harían sus amigas, solo nos dedicamos a estar
juntos sobre la banca del parque al frente de mi
casa.
Minutos más tarde, retomamos la caminata y
deambulamos por las calles aledañas que se encon-
traban vacías.
La gente debe estar cenando o festejando, co-
menté entre risas.

282
Eso quiere decir que tenemos toda la calle para
nosotros, respondió con buen humor.
Seguimos caminando, lo hacíamos lento, cogidos
de la mano y pateando la pirotecnia desgastada del
suelo, yo pensando que se trataba de una pelota y
ella empujándolas porque le resulta divertido.
Naturalmente, recogíamos lo desecho y lo arro-
jábamos en un próximo basurero porque ambos de-
testamos la basura en las calles.
Llegamos a otro parque y resolvimos sentarnos
en una banca.
No conocía este lugar.
Yo tampoco, dijo enseguida.
Reímos entonces.
Creo que es la primera vez que vengo, se lo hice
saber.
Yo también, nunca antes he estado aquí.
Pero es bueno estar contigo, se lo dije con una
sonrisa.
Me robaste el pensamiento, añadió.
Nos acercamos lentamente y nos besamos apa-
sionadamente sin tener la incomodidad de ser es-
piados por algún vecino chismoso.
Éramos libres de besarnos sin que nada impor-
tara y solo nos enfocamos en gozar del beso.

283
— ¿Sabes? Adoro este momento a tu lado, al
punto que no quisiera que termine, le dije con una
sonrisa.
—Es también lo que siento. Debería haber una
manera de quedarnos aquí por un largo periodo,
dijo sonriendo.
—Sería como detener el tiempo o capturar este
momento en alguna bola mágica y poder sacarlo a
relucir cuando queramos.
—Qué creativo te pones. Imagino que las horas
se convirtieran en minutos; entonces pasaríamos
bastante tiempo sin preocuparnos por despedirnos.
—Esa sería una gran idea, princesa. Nos queda-
ríamos muchas y tan solo se tratarían de minutos.
—Y yo podría llevarme esa bola mágica y cuando
te extrañe sacaría este momento y lo viviría cuan-
tas veces se me ocurra.
Nos emocionamos al oír y repetir nuestras locas
ideas.
El tiempo no es misericordioso, pasaba sin dete-
nerse y el reloj marcaba las dos de la madrugada.
—De tanto hablar del tiempo, este se ha enojado
y ha pasado rápido, le comenté con humor.
Esbozó una sonrisa.
—Me gustaría quedarme hasta el amanecer.
No sabía si era un pensamiento en voz alta, tam-

284
poco si fue un anhelo sincero o parte de su gran
imaginación.
— ¿Quisieras? Preguntó enseguida.
La pregunta se filtró hasta llegar a mi corazón,
lo hizo vibrar y por supuesto, que sonriendo de
exultación, le dije: Sí, princesa.
—Que no se diga más, añadió y me cogió de las
mejillas para darme un efusivo beso.
—Te amo, mi amor. Te amo demasiado, lo gritó
con la mirada y lo dijo con palabras dulces.
—Y yo también te amo, te amo muchísimo. Ado-
ro estar a tu lado, hagamos de esta noche una in-
olvidable.
—Estamos acostumbrados a convertir lo cotidia-
no en increíble.
—Es una de nuestras facultades, mi princesa.
El tiempo fue avanzando y la noche fue ponién-
dose más oscura, el brillo de la luna nos alumbró y
los cohetes dejaron de sonar.
Ningún alma se asomaba por el lugar y el viento
que corría me permitía poder abrazarla y dejar que
se quedara entre mis brazos.
Eran las tres y media de la madrugada cuan-
do quedamos en regresar al parque al frente de mi
casa por un tema de seguridad. Caminamos. Da-
niela cobijada en mi pecho y yo abrazándola, corría

285
aire a pesar de iniciar el verano, no pasaba nadie
por la calle y el único brillo provenía de la luna.
Llegamos al parque; pero sabíamos que el frío no
se iría, por eso le propuse ir a mi casa.
Entramos y nos detuvimos sobre el mueble.
¿No hay nadie?
Alucina que todos se fueron a distintas fiestas,
le respondí sonriente.
¿Te preparo una taza de chocolate caliente? Pro-
puse con amabilidad.
Sí, que rico. Gracias.
Le traje la taza y la coloqué a un lado para que
se enfriara mientras me acomodaba a su lado.
Me gusta que seas tan atento.
Me nace solo contigo, le dije y sonreí.
Nos besamos, era un beso tierno que se fue vol-
viendo apasionado.
Besándonos caímos hacia atrás; pero continua-
mos con el beso. Expulsaba sonidos que no enten-
día y yo la besaba con mayor intensidad. Ya no sa-
boreaba sus labios, lo hacía con su cuello y gozaba.
Me gustaba besarle el cuello y escucharla soltar
sonidos.
Me detuve de repente. Me miró, sonrió y dijo: Te
amo, eres el amor de mi vida. Sus ojos brillaron y
seguramente los míos también.

286
Eres el amor de mi vida, le respondí y sonreí.
Ella sonrió y volvimos a besarnos, nuevamente de
una manera muy tierna, enseguida muy apasiona-
da. Nos dejamos llevar por lo que sentíamos, nos
revolcamos en el mueble. Todo era intenso, era glo-
rioso, nuestro amor se encontraba en su máxima
expresión y se incrementaba con cada beso y cada
caricia que poco a poco dejaban de tener límites.
Caímos al parqué y soltamos una breve risa.
¿Vamos a mi habitación? Le propuse seriamente.
Sujetó mi mano y contestó: Subamos, mi vida.
Entramos a mi cuarto, se acomodó al filo de la
cama y yo encendí la computadora. Sintonicé una
serie de canciones románticas y me acerqué tara-
reando la canción.
Daniela siguió el ritmo hasta que nos callamos
por el beso. De nuevo nos recostamos sobre la cama,
ella de espalda y yo encima, besándonos apasiona-
damente.
Me quité el polo tan rápido como pude y la vi
asombrarse, nunca antes me había visto con el tor-
so descubierto.
Esbozó una tierna sonrisa y miró hacia arriba
permitiendo que le besara el cuello, el cuerpo y el
alma.
Jamás la vi tan bella como cuando pude contem-
plarla desnuda, era como una obra de arte pintada
por las manos de Dios.

287
Hicimos el amor hasta el amanecer y nos queda-
mos echados viendo el cielo estrellado de mi habi-
tación.
Quise reproducir nuevamente las canciones;
pero preferí tenerla abrazada, cobijada en mi pe-
cho, cubiertos con el edredón y observando juntos
como la mañana se asomaba, el espléndido sol deja-
ba que los primeros rayos se vieran por la ventana
y por más que nos hubiera fascinado mantenernos
echados un largo tiempo sabíamos que pronto ten-
dríamos que separarnos. No lo pensábamos, tam-
poco lo dijimos, solo lo teníamos presente; aunque,
ese hecho tardó en llegar.
Por ratos cerraba los ojos, otras veces apostaba
por verla descansar en mi pecho, de vez en cuando
acariciaba su cabellera ondulada y le repetía cuan-
to la amaba con voz tenue y sincera.
Tal vez era como lo dijo, las horas se transforma-
ron en minutos porque el reloj de pared parecía no
avanzar y yo lo miraba deseando que no lo hiciera.
Volví a besar su cabello e inhalé el olor de su cuer-
po, el cálido aroma que emerge de su ser. Toqué su
dócil piel, anhelo insaciable; rocé sus mejillas, la vi
descansar; imaginando su sueño, pensando en que
podría estar dentro; la nariz perfecta y el mechón
que cubre los ojos; sí que es hermosa, pensé.
Ella sabía que la castigarían por haber infrin-
gido el horario de llegada; pero estaba reposando
sobre mí olvidándose de lo que pueda ocurrir.

288
Era posible que luego no volviera a verla hasta
dentro de un largo e indeterminado tiempo; pero
consideraba este como un momento que pudiera
conservar y liberar en su ausencia para así extra-
ñarla menos.
—Me gusta estar así. ¿Crees que siempre esta-
remos juntos? Preguntó con gran ternura y hones-
tidad mientras jugueteaba con sus dedos sobre mi
pecho.
—Por supuesto, princesa. Te amo y estoy seguro
que quiero compartir mi vida a tu lado, le dije y le
di beso en la cabellera.
No vi que sonrió; pero imaginé que lo hizo y de-
bió ser una sonrisa preciosa.
—Me gustaría que así fuera, añadió segundos
después.
Silenciamos durante un tiempo; pero siguió aca-
riciándome el abdomen mientras que le sobaba el
cabello.
La luz del sol se hizo más resplandeciente y ter-
minó por iluminar toda la habitación. Se oyó el so-
nido de la puerta al abrirse y distintas voces que
pude reconocer con facilidad a pesar del estado de
ebriedad.
Llegaron, pensé. Pero continué como estaba, no
iba a moverme por nada del mundo.
—Creo que me tengo que ir, dijo algunos minu-
tos más tarde.

289
Era la frase que no quería escuchar; aunque
tuvo que llegar.
Se levantó de la cama con cierta pereza como
haciendo de cada movimiento uno tedioso y lento.
Curiosamente nos avergonzamos mutuamente al
vernos desnudos y sonreímos luego de vestirnos.
Un abrazo selló la magnífica noche que tuvimos
y nos preparamos para salir de la habitación.
Fue una despedida como cualquiera, mis padres
y hermanos dormían plácidamente, descendimos
lento a pesar que aun haciendo bulla nadie abriría
los ojos.
Estábamos agarrados de la mano, llevaba un
aura especial como si brillara más ese multicolor
característico, el cabello ideal, sedoso y adictivo
como para volver a sentirlo. Bostezaba por ratos,
eso le daba risa, yo traté de acomodarme el cer-
quillo -bueno, ella me lo acomodó mejor- y cuando
llegamos a la cocina bebimos agua antes de salir.
Nos abrazamos y esbozando una sonrisa por lo
sucedido durante la mágica noche nos soltamos las
manos.
Le di un beso al abrir la puerta y por más que
quise acompañarla me pidió que no lo hiciera por-
que era probable que la estén buscando. Entendí a
pesar de no estar del todo conforme.
Te amo, le dije suavemente. Yo también te amo a
ti, respondió sonriente y la vi partir.

290
No nos vimos durante todo el resto del mes de
Enero.
Si sabría que eso pasaría la hubiera besado más
veces, incrementado la intensidad de los abrazos y
dicho más de cientos de veces cuanto la amo.
Por MSN me contó que el problema era que su
Madre terminó por contarle a su Papá que estaba
en amoríos con un chico mayor, de quien desconocía
sus intenciones y le resultaba un Don Juan
-alusión que no entendió al inicio; pero luego re-
cibió la explicación correspondiente-. Además, ase-
veró que se trataba de un holgazán, con aires de
hijo de papito que solo dedica su tiempo a fiestas.
Agregó que me defendió repitiendo varias veces
que estaba segura de sus sentimientos; pero sus
padres, quienes se hallaban juntos sobre la mesa,
le hacían entender que no puede saber eso, porque
estúpidamente, no tenía la edad para amar.
No sabía que deberías tener una cierta edad
para darte cuenta de lo que sientes, pensé y se lo
hice saber. Daniela pensaba lo mismo; pero poco
importaba, estaríamos más separados que nunca.
Le cortaron el Internet después de esa conversa-
ción y no quisieron pagarle el saldo del celular.
Nunca creí que por esas razones se malograría
nuestra relación. Al contrario, nos hizo más fuertes
y valientes.
A veces salía de la academia y se conectaba al

291
MSN desde una cabina de Internet, entraba a la
página de la empresa de celulares y me mandaba
un mensaje: Entra al MSN, amor. Entonces, lográ-
bamos conversar media hora o una hora, lo nece-
sario para no sentirnos más distantes. Es verdad
que físicamente estábamos lejanos; pero era de
vital importancia comunicarnos, saber que nos te-
níamos el uno con el otro, un mensaje o una breve
charla por MSN podían hacer la diferencia y lograr
salvar por instantes una relación que flotaba en
aguas turbulentas.
No siempre tenía saldo en el celular, no podía
llamarla a su teléfono de casa; pero sí a su celular.
Una o dos veces al día iba a un teléfono público, a
eso de las diez y media de la mañana o pasada la
una de la tarde y la llamaba. Eran las horas pre-
cisas porque se encontraba en receso o saliendo de
la academia.
En esos escasos minutos que duraba la llamada
a celular y costaba caro me expresaba con rapidez.
Te amo demasiado, mi princesa. Espero que te
encuentres muy bien y estés estudiando mucho, no
te desconcentres a pesar de lo que anda sucediendo.
Sabes que saldremos adelante, te extraño y aun-
que no sepamos cuando volveremos a abrazarnos,
sigues en mi mente y ahí puedo tenerte reviviendo
nuestros mejores momentos. Te amo demasiado.
A veces ella solo se dedicaba a escucharme, se
oía el sonido de su respiración y una voz entrecor-
tada que repetía, yo también te amo, precioso. No

292
sabes cuánta falta me haces, te extraño muchísi-
mo. Solo espero poder abrazarte.
Me ponía muy sentimental al escucharla; pero
nunca lo hice notar, no podía mostrarme débil.
En algunos pasajes de esas llamadas telefónicas
me dejaba llevar por sus palabras, el escuchar su
tierna voz decirme lo que sentía, me encantaba y
hacía sentirme mejor.
Esta vez Kelly ni Mariana podían ayudarnos,
su madre andaba enojada con su mejor amiga por
alcahuetear ese distorsionado amorío, como lo lla-
maba con enojo. Ella prefería callar, no estaba de
acuerdo con los comentarios de su mamá, los res-
petaba y asentía con la cabeza. Daniela era quien
reclamaba, se ponía furiosa cuando hablaban mal
de su relación; pero no podía hacer mucho y eso la
frustraba.
Por mi parte, le contaba lo sucedido a Mariana,
quien no sabía cómo aconsejar; pero si leía atenta-
mente. Si hay algo que nunca me dijo, fue que me
rinda, porque siempre supo que nuestro amor era
honesto y por eso debía de ser libre.
En casa nadie estaba enterado de lo sucedido,
trataba de no reflejar en mi rostro lo mal que la iba
pasando. Mi madre preguntaba por Daniela, por su
ausencia en casa y porque ya ni siquiera la veía
andar por el parque. No le respondía como debía
ocultando algunas verdades; aunque en la soledad
de mi cuarto despejaba todo esa frustración y dolor
con algunas lágrimas que permitía caer.

293
Es singular y curiosa la manera como las ma-
dres tienden a saberlo todo. A pesar que nunca le
comenté algo sobre el mal sendero por el que anda-
ba lo nuestro una vez me lo dijo de un modo hones-
to y sereno.
“Yo no entiendo porque sus padres no quieren
que esté contigo, me parece una idiotez”.
Lo dijo todo con esa frase al punto de hacerme
sentir mejor y lograr esbozar una sonrisa. No cabe
duda que tuvo la absoluta razón.
Por otro lado, Manuel, Jonathan y Ezequiel,
quienes sabían lo ocurrido porque llegué a contar-
les a cada uno respectivamente me llevaron a va-
rias reuniones y fiestas para distraerme pasando
gratos momentos.
Empecé a conocer nuevas personas y llenar la
mente con momentos divertidos junto a buenos
amigos.
No obstante, en ningún minuto de las noches en
fiesta olvidé a Daniela, se hallaba presente en mi
cabeza; aunque no todo el tiempo le contaba acer-
ca de las salidas de fines de semana porque hablá-
bamos poco y ese tiempo era para decirnos lo que
sentíamos.
Nuevamente surgieron las personas inescrupu-
losas que inventan realidades para perjudicarte.
Daniela, quien tenía conocimiento de las fiestas
con mis amigos empezaba a dudar, también por los

294
consejos de su mamá y por la sarta de idioteces que
le llegaban a los oídos.
Ella trataba de no creer en todo lo que perso-
nas sin vida le contaban y obviar los sermones de
mamá; pero se llenó de ira al darse cuenta que yo
no le contaba acerca de todas las reuniones.
Mi razón fue sencilla: No había tiempo para dar
detalles en treinta minutos de plática. Era un ar-
gumento válido; pero luego me percaté que estaba
en error.
Era natural que Daniela comenzara a descon-
fiar. No lo ves, te cuentan que ha estado en tales
fiestas, tu madre te asesora con el corazón (en sus
razones) y tu novio no te relata todo lo sucedido.
Esas breves y expresivas conversaciones se tor-
naron cada vez más caóticas.
Discutíamos en lugar de motivarnos a seguir
adelante, cambiamos los te amo por los reproches y
a veces callábamos y dejábamos que ese corto tiem-
po se desvanezca en el silencio.
No sucedió por mucho tiempo. Yo acepté que debí
contarle acerca de las reuniones y ella se dio cuen-
ta que debió confiar. Por ende, poco a poco todo fue
mejorando.
Era difícil mantenerse así, a ninguno nos gusta-
ba. Ella por su parte desconcentrada en los estudios
y llenándose la cabeza de ideas (que le imponen y
otras que imagina) y yo tratando de hacerle enten-

295
der que no es como lo alucina, sin darme cuenta
que solo debí tomarme unos minutos para relatar
lo sucedido el fin de semana. Creo que pensé que
perdería el tiempo; sin embargo, al tomarlo en
cuenta le entregué seguridad. Daniela sabría don-
de estuve y lo que hice y a veces resultaba mejor
que repetirle muchas veces lo que siento.
Pasado esos malos ratos; pero siguiendo separa-
dos logramos avanzar manteniendo comunicación
vía MSN y celular.
La segunda semana de Febrero, muchos comen-
zaron a planear lo que realizarían con sus respec-
tivas parejas el dichoso “Día de los enamorados” y
era algo que nos deprimía sin demostrarlo.
—Precioso, ¿Cómo estás? Dijo por el celular.
—Hola princesa, estoy en casa, escribiendo un
rato.
— ¿Qué escribes? Espero que algo para mí ya
que se aproxima San Valentín.
Hasta el momento no habíamos mencionado ese
tema.
—Es verdad, falta poco para el catorce de Febre-
ro.
—No me digas que no te acuerdas, dijo un tanto
enojada.
—Claro que lo recuerdo, es solo que como va la
situación dudo mucho que podamos salir, dije con
voz triste.

296
—A mí también me deprime eso; pero hay que
ser optimistas. Algo va a pasar para que podamos
vernos, dijo entusiasmada.
Sentí en sus palabras una extraña alegría, me
agradaba. Sin embargo, yo hablaba sereno y un
tanto cauteloso, no quería aventurarme a sentir
emociones por una supuesta salida por el bendito
“Día de los enamorados”; aunque me emocioné al
imaginarla un instante.
—Eso sería grandioso; pero bueno, veremos que
sucede, le dije con cautela.
—Ya verás que algo va a pasar, dijo como crean-
do misterio.
Esa frase me animó. He mencionado antes que
soy una persona optimista; pero faltó agregar que
me contagio con facilidad con los actos positivos.
Daniela tuvo una actitud muy positiva, aparte
aires de misteriosa, sorprendía para bien su voz
que resonaba contenta, al punto que esbocé una
sonrisa y añadí una frase que acababa de leer hace
días.
“El amor verdadero suele crear milagros”.
La escuché en un programa mexicano y la tenía
grabada.
—Y bueno, espero que pueda leer esa carta, eh.
Hace mucho que no me escribes una, quiero una
bien bonita, dijo de repente.

297
Yo no escribía una carta, es más, ni siquiera sa-
bía que estaba escribiendo, solo tenía un par de pá-
rrafos de un futuro cuento.
—Te aseguro que te va a gustar, princesa, le dije
y empezó a escucharse el sonido que produce el te-
léfono cuando está a punto de acabarse el saldo en
el teléfono público.
— ¡Maravilloso! Respondió alegre y se cortó la
llamada.
A pesar del irremediable corte me quedé con una
grata sensación, la cual condujo a una inevitable
sonrisa.
El ansiado “Día de los enamorados” desperté
desanimado, antes me hubiera levantado motivado
y con ganas de planear una sorpresa para mi chica.
No podía creer que siendo nuestro primer San Va-
lentín tendríamos que pasarla vía MSN.
Me pasé gran parte de la tarde escuchando los
planes de algunas amigas que iban a sorprender
a sus parejas con diversos detalles y por otro lado,
mis amigos menos románticos contaban que no te-
nían nada pensado y que improvisarían. Alguno
que otro hasta dijo: No estés todo idiota, es un día
cualquiera.
Se dio cuenta por el rostro triste en el sub Nick,
era imposible no sentirse acongojado porque soy un
romántico innato y me fascinaría pasar esa fecha
junto a mi pareja; pero al ser complicado, el único
remedio era hacer que el tiempo vuele o desmoti-

298
varme para meter en la cabeza la idea que solo se
trata de un simple día.
Además, Daniela no me había comentado nada,
por ello olvidé el misterio que ocultaba su cándida
actitud.
Al llegar la noche tuve que vivir la pesadilla de
ver a mis amigos y hasta a uno de mis hermanos
salir junto a su chica a algún lugar en especial para
celebrar San Valentín. Me hubiera gustado no sa-
ber más; pero algunos contaron sus planes, que co-
menzaban en una cena ligera a orillas del mar, lue-
go ir al cine y posiblemente más tarde tomar algo y
el resto no quisieron especificarlo.
Yo no tenía nada planeado; pero la idea de estar
en el MSN y esperar a que Daniela se conectara
era mi única opción. No la culpaba, solo me sentía
nostálgico. La situación lo ameritaba.
No obstante, sabía que el chatear con ella me
haría sentir mejor y viceversa.
De repente volví a recordar su actitud positiva y
como dicta la misma frase que escuché en un pro-
grama mexicano, recibí una sorpresiva llamada.
— ¡Precioso, ven a Larcomar! Dijo Daniela prác-
ticamente gritándome al oído.
— ¿Larcomar?, ¿Para qué? Pregunté como todo
buen idiota.
— ¡Estoy en Larcomar pues sonso! Te espero,
precioso, no te demores por favor, ¡Te extraño!

299
—Ya voy, ya voy, respondí rápidamente conta-
giado del entusiasmo que transmitía en sus pala-
bras o mejor dicho, sus gritos.
—Te espero en la pileta. Te amo, precioso.
—Yo también te amo, dije; pero ya había colga-
do.
¡Era esto lo que tenía planeado! Grité con eufo-
ria; aunque debería decir locura.
Me bañé y vestí en diez minutos. Salí de casa
lo más apresurado que pude. Detuve un taxi en la
esquina y sin importarme el precio lo abordé.
Una vez sentado recibiendo el aire y mirando el
exterior empecé a reflexionar sobre su repentina
acción.
Resolví llegar a la conclusión que de ello se tra-
taba su misterio. Además, me pareció de suma bri-
llantez la idea de estar a su lado en menos de trein-
ta minutos.
La extrañaba muchísimo, no había podido ex-
presarlo con palabras, solo un abrazo era capaz de
hacer que pueda liberarme de aquella sensación.
Larcomar era un mar de personas, las bancas
ocupadas por parejas besándose o cogiéndose de
las manos, enamorados intercambiando miradas
estáticos a un lado y otros apoyados sobre muros,
algunos caminando de aquí para allá y ni imaginar
cómo estaría adentro.

300
Caminé lento y observando en todas las direccio-
nes, no la encontraba y tampoco escuchaba que me
llamara.
Alguien tocó mi hombro de repente y al voltear
apareció del otro lado, era una jugada que me gus-
taba hacer y ahora me la habían hecho.
Sonreí al ver a Mariana, quien en un acto de con-
fianza hizo esa broma.
— ¿Qué haces por aquí? Preguntó sonriente.
—Pues, estoy esperando a Daniela, dijo que es-
taría aquí; pero no la veo por ningún lado, respondí
al mismo tiempo que continuaba la búsqueda.
— ¿Has estado con ella? Pregunté enseguida.
—No. Yo vine con Alondra y su flaco. Allí están,
dijo señalándolos.
Agité la mano para saludarlos y les mostré una
sonrisa.
—Este lugar es un mar de gente, le comenté
mientras acomodaba el cabello.
—Sí pues; pero imagina que no se me hizo extra-
ño verte por aquí.
Sonreí nuevamente, hasta solté una breve risa.
—Me encanta este lugar, le dije.
Antes que acotara algo, vi a Kelly deambular a
unos cuantos metros como buscando a alguien.

301
— ¡Kelly!, ¡Kelly! Le pasé la voz.
Me vio y sonrió satisfecha como quien logra un
cometido.
—Te he estado buscando, dijo luego de saludar.
—He estado aquí esperándolas, dije con una
sonrisa.
—Daniela está abajo tomando helados, ¿Vamos?
—Claro, vamos yendo, le dije y me despedí de
Mariana, quien antes de alejarse añadió con una
sonrisa: Me da gusto que estén bien.
En el camino me encontré con Ezequiel, quien
se encontraba con una chica, al verme solo atinó
a sonreír y agitar la mano. No quise acercarme a
molestarlo porque estaba apresurado.
Ese Ezequiel es un bandido, pensé haciendo alu-
sión a su frenética manera de salir con varias chi-
cas.
Bajamos las escaleras y continuamos cruzándo-
nos con muchas personas, quienes también busca-
ban a sus conocidos o deambulaban curioseando.
Vi a muchos conocidos; pero resolví saludar con un
movimiento elevado de cejas.
Descendimos en la siguiente escalera y nos acer-
camos al lugar de helados. Daniela no estaba ahí,
lo supe varios metros antes de llegar. Podría reco-
nocer su ondulada cabellera a metros de distancia.

302
—Parece que no está. ¿Dónde se han ido?
—No lo sé. Estaba con Johana y Carla, respon-
dió Kelly y miró hacia todos lados.
Hice lo mismo esperanzando en encontrarla son-
riente y con helado en mano para poder acercarme
a abrazarla.
—Mira, parece que allí están, dijo Kelly señalan-
do el cine.
—Vamos, dije al creer reconocer a una de sus
amigas porque no pude ver a Daniela.
Mientras nos fuimos acercando pude estar segu-
ro que se trataba de Johana y Carla.
—Chicas, ¿qué hacen acá?
—Estamos esperando a Daniela, está compran-
do las entradas.
Saludé a las muchachas agitando la mano y son-
riendo, esperando ansioso a que Daniela saliera.
—Ahí viene, dijo Kelly de repente.
Y la vi asomarse. Hermosa como de costumbre,
el cabello reluciente cayendo por sus hombros y
vestida como le gusta, de jeans, Converse y un con-
fortable suéter (suele ser friolenta y en Larcomar
corre viento). Trasmitía calidez el hecho de ir acer-
cándose.
—Princesa, ¿cómo estás?

303
— ¡Mi amor! Lamento no haber ido a tu encuen-
tro es que tuve que comprar las entradas, dijo en-
tregándome una que mecánicamente recibí.
Me acerqué para darle un beso; pero fue esqui-
va, lo cual pareció extraño y antes de preguntar to-
das miraron hacia atrás y vieron a su mamá acer-
carse lentamente, contando el dinero del vuelto y
subiendo los escalones haciendo sonar sus zapatos
de tacón.
—Pero, ¿qué sucede aquí? Pregunté tan veloz
como pude, tanto que ni siquiera supe si se enten-
dió.
—Hace unos días hablé seriamente con mi mamá
y le conté todo acerca de nosotros. Llegamos a un
acuerdo, ella te conocería y tal vez me dejaría estar
contigo. ¿Puedes creerlo? Lo dijo despacio; aunque
lo sentí veloz.
No podía comprenderlo del todo y tenía un cen-
tenar de preguntas que no contestaría en ese ins-
tante porque su madre se acercaba a pasos agigan-
tados.
Cruzó la puerta de vidrio aún contando el dinero
en sus manos y una vez cerca lo guardó en su car-
tera.
—Mamá, él es mi enamorado.
Nunca antes sentí tantos nervios como aque-
lla vez y es irónico, porque nunca los pude ocultar
como en esa ocasión.

304
—Buenas noches, respondí educadamente.
Estrechó la mano y la saludé con suavidad.
Su rostro no tenía gesto. La sobriedad de su ves-
timenta resaltaba su personalidad serena. Parecía
recién salida del trabajo, me dieron curiosidad los
pendientes que llevó, quizá por el brillo.
Traté de mirarla a los ojos mientras hablaba sin
desviar la mirada.
—Mami, le dije que viniera porque iremos al
cine junto a Kelly, Carla y Johana.
Hizo un sonido que no supe entender. Su mirada
era muy fría, la imaginé menos estricta, se veía so-
bria y esbelta, además de culta.
—Danielita, ¿tienes las entradas?
—Sí mami, aquí están, justo iba a repartirlas,
respondió con ternura y educación.
—Está bien, hija, dijo con serenidad. Vio el reloj
pulsera que llevaba puesto y añadió: Me voy ade-
lantando, las dejo con el muchacho, que espero las
cuide.
Esa frase me motivó; a pesar de que lo haya di-
cho seriamente, era como otorgarme una respon-
sabilidad que debía de cumplir para poder caerle
algo bien.
Quise sonreír; pero no lo hice, fue mejor manejar
un rostro tranquilo y callado.

305
— ¿Verdad? Dijo como quien espera una res-
puesta.
—Claro, señora, no se preocupe por eso, respon-
dí mecánicamente.
— ¿Las dejas en casa?
—Por supuesto, respondí y esta vez se me esca-
pó una sonrisa.
Su madre se despidió de Daniela con un beso
en la mejilla y luego de las otras chicas del mismo
modo. Volvió a estrecharme la mano viéndome con
una seriedad escalofriante; sin embargo, sentí que
no debía defraudarla.
Cuando la vi partir respiré aliviado, tanto que
tuve que asistir al baño a mojarme el rostro un par
de veces y notar si algún olor extraño emanaba de
mi cuerpo; pero todo estaba en orden, llevaba buen
desodorante y una excelente fragancia de Papá.
— ¡Precioso, la hiciste muy bien! Aunque te no-
tamos algo nervioso.
— ¿Algo? ¡Estaba recontra nervioso!
Empezaron a reír.
—Lamento no haberte dicho nada, se supone
que era una especie de sorpresa, dijo Daniela de lo
más fresca.
—Y cuéntame, ¿cómo surgió todo? Pregunté muy
intrigado.

306
—Daniela, mientras ustedes conversan vamos
entrando para comprar canchita y gaseosa, propu-
so Kelly.
—Buena idea, vayan yendo.
—Oye, mi princesa, antes que me cuentes, déja-
me decirte algo… ¡Feliz día de los enamorados! Te
amo demasiado.
Nos abrazamos y nos dimos un beso.
— ¡Feliz día de los enamorados, precioso! Sabes
que te adoro.
Nos miramos todavía abrazados y nos besamos
nuevamente.
El abrazo fue muy eufórico y profundo, al punto
que uno de los dos quedaría sin aire.
Soltamos los brazos y nos sujetamos de la mano,
seguíamos de pie, viéndonos mutuamente e igno-
rando a la multitud que iba y venía.
—Te he extrañado, princesa, se lo dije mirándo-
la a los ojos, a esos pardos que no contemplaba en
semanas. Acaricié su rostro con la mano derecha;
pero manteniendo la izquierda sujeta a la suya y
sentí la docilidad de sus mejillas. Se me ocurrió
darle un beso en una de ellas y luego la vi sonreír.
Cogió esa mano y la acercó a sus labios.
—Yo también te he extrañado, precioso, dijo des-
pués y me miró para profundizar en los adentros de
mi ser, habrá visto mi corazón y seguramente mi

307
alma en cuestión de segundos. Sonrió para man-
tenerme encantado y se percató de un detalle, me
había crecido el cabello. El cerquillo estaba un tan-
to más largo; pero le resultó de buen gusto, lo hizo
saber de un modo curioso: Estás churro, mi amor.
Fue inapelable no sonreír y obviamente agrade-
cer.
—Tú siempre estás preciosa, mi princesa.
—Gracias, mi vida, dijo sonriente.
—Muchachos, en cinco minutos empieza la pelí-
cula, dijo Kelly quien tuvo que acercarse para que
podamos escucharla.
—Vamos yendo, no queremos perdernos los
avances, propuso Daniela cogiéndome de una mano
para jalarme con fuerza.
—Vamos, vamos, respondí mientras andaba rá-
pidamente.
Entramos a la sala como los últimos de la fila;
pero Kelly nos había reservado unos asientos.
—Me alegra que volvamos a estar juntos, le dije
colocando mi mano sobre la suya y esbozando una
sonrisa.
—A mí también, estoy muy feliz, dijo, sonrió e
inmediatamente cogió mis mejillas con ambos ma-
nos para darme un beso apasionado que la oscuri-
dad impidió que los curiosos vieran.

308
Inició la película y miramos hacia la pantalla.
De reojo notaba su sonrisa y el brillo que exhibía,
el perfil perfecto y parte del cabello estropeando la
visión. Lo quitaba de un soplido y continuaba mi-
rando al frente.
Por mi parte me animé a descifrar algunas de
las próximas películas que estrenarían mientras
los tráiler se reproducían; pero Daniela me ganaba
diciéndome al oído cual película sería. Parecía in-
formada con temas cinéfilos o tal vez solo tenía un
gran nivel de intuición.
Adiviné algunas películas y se lo hice saber del
mismo modo.
Asentía con la cabeza sonriente y cuando acaba-
ron los avances, Kelly nos sorprendió con un par de
gaseosas.
Recordé que no habíamos adquirido canchita
por andar apresurados y el detalle de su amiga de
habernos comprado líquido fue muy amable; pero
Daniela adoraba el pop corn durante la película y
bastó con que hiciera un gesto tierno para que sa-
liera a comprar.
Regresé con un balde enorme; y aunque estuve
a punto de caerme al no ver los escalones porque
el sujeto que debía alumbrar se encontraba lejos,
puede establecerme al lado de mi chica y acomo-
darme para disfrutar de la película.
Acaba de empezar; pero no te has perdido nada,
me susurró al oído y cogió una buena porción.

309
Chévere, princesa, respondí enseguida y recibí
un beso de su parte.
Gracias por ser tan atento, dijo luego y sonreí.
Miramos la pantalla y por ratos nuestras manos
se confundían cuando cogíamos canchita, era gra-
cioso.
Cuando comenzaron a salir los fantasmas cu-
bría sus ojos y se acercaba más, la abrazaba y la
escuchaba decir: Me cuentas que sucede. Abría los
ojos por curiosa cuando salía el personaje malvado
para asustar y gritaba junto a gran parte del cine.
Realmente estuvo bacán la película, pensé al fi-
nal.
— ¿Vamos por unos helados? Propuso terminada
le película.
— ¡Buena idea! Enfatizó Kelly.
El resto de las chicas asintió con la cabeza y to-
dos obviaron mi respuesta.
—Es tan obvio que quiero tomar helado que na-
die me pregunta, me quejé con humor.
Daniela, quien estaba aferrada a mi brazo son-
rió y añadió: Ay amor, todas sabemos que haces lo
que yo diga…
Y que amas los helados, obviamente, añadió al
instante.
Las muchachas empezaron a reír, también lo

310
hice; pero al instante acoté: ¡Sí, me encanta el he-
lado! Y lo otro queda en juego.
Me vio con ceño fruncido e hizo que añadiera al
segundo: Y si amor, haría cualquier cosa por ti. En-
tonces todas suspiraron y pusieron rostro tierno.
Daniela sonrió y se sintió muy contenta.
Llegamos a la heladería y no nos desanimó la
enorme cola; aunque conversando acerca de la pelí-
cula hicimos que el tiempo pasara rápido.
Poco antes de llegar a la caja alguien me sor-
prendió por la espalda realizándome la misma ju-
gada de Mariana.
—Oye, ¡Yo inventé eso, deja de hacérmela! Re-
criminé a Manuel, quien se hallaba reluciente y
perfumado.
Rió al escucharme y preguntó por Kelly al ins-
tante.
—Está adelante, le dije señalándola.
—No le digas que he venido, respondió con una
sonrisa.
Asentí con la cabeza y lo vi asomársele.
—Daniela, no le digas nada, le dije al ver a Ma-
nuel muy cerca de Kelly, quien miraba el mostra-
dor de pedidos.
La cogió de la cintura y recibió un feroz mano-
tazo en las manos sacándolas por completa de la

311
cintura. Fue una de las reacciones con más rapidez
que he visto.
Adolorido dijo: Soy yo, tonta. A lo que Kelly, sor-
prendida y apenada, añadió: A la otra no hagas eso,
sabes que no me gusta.
Se la iba a advertir; pero me pediste que no dije-
ra nada, me comentó Daniela entre risas.
Dejé de reír y le dije: Qué bueno que no le dijiste.
Pasado el lapso y con los helados en mano cami-
namos en busca de una mesa vacía, la cual sería
casi imposible de hallar.
No tuvimos fortuna y tuvimos que gozar de nues-
tro helado en los exteriores; pero no en las bancas
porque estaban copadas, sino dentro del jardín que
ante tanta gente tuvo que ser habitado.
Intercambiamos pensamientos acerca de la te-
rrorífica película, Manuel quiso saber más y Kelly
se encargó de contarle una sinopsis, compartimos
opiniones sobre lo que realizaba la muchedumbre
y rato después nos quedamos mudos.
Echados sobre el césped estuvimos observando
las estrellas, cada uno por su lado a pesar de estar
cerca.
Daniela y yo sujetos de la mano mirábamos el
cielo estrellado.
—Se parecen a las estrellas de tu habitación,
dijo de repente.

312
—La única diferencia es que estas no puedo to-
carlas, respondí y sonreímos.
Rió al escucharme y preguntó por Kelly al ins-
tante.
—Esta adelante, le dije señalándola.
—No le digas que he venido, respondió con una
sonrisa.
Asentí con la cabeza y lo vi asomársele.
—Daniela, no le digas nada, le dije al ver a Ma-
nuel muy cerca de Kelly, quien miraba el mostra-
dor de pedidos.
La cogió de la cintura y recibió un feroz mano-
tazo en las manos sacándolas por completa de la
cintura. Fue una de las reacciones más rapidez que
he visto.
Adolorido dijo: Soy yo, tonta. A lo que Kelly, sor-
prendida y apenada, añadió: A la otra no hagas eso,
sabes que no me gusta.
Se la iba a advertir; pero me pediste que no dije-
ra nada, me comentó Daniela entre risas.
Dejé de reír y le dije: Que bueno que no le dijiste.
Pasado el lapso y con los helados en mano cami-
namos en busca de una mesa vacía, la cual sería
casi imposible de hallar.
No tuvimos fortuna y tuvimos que gozar de nues-
tro helado en los exteriores; pero no en las bancas

313
porque estaban copadas, sino dentro del jardín que
ante tanta gente tuvo que ser habitado.
Intercambiamos pensamientos acerca de la te-
rrorífica película, Manuel quiso saber más y Kelly
se encargó de contarle una sinopsis, compartimos
opiniones sobre lo que realizaba la muchedumbre
y rato después nos quedamos mudos.
Echados sobre el césped estuvimos observando
las estrellas, cada uno por su lado a pesar de estar
cerca.
Daniela y yo sujetos de la mano mirábamos el
cielo estrellado.
—Se parecen a las estrellas de tu habitación,
dijo de repente.
—La única diferencia es que estas no puedo to-
carlas, respondí y sonreímos.
—Cómo vas a poder tocarlas pues, tonto, añadió
al instante, todavía entre risas.
— ¿Nunca te han bajado una estrella? Pregunté
manteniendo mi sonrisa.
—No.
—Yo te puedo bajar una estrella.
—Estás loco, creo que mucho helado te ha afec-
tado, precioso, dijo entre risas.
—Ah, no me crees, increpé sonriente.

314
Daniela soltó una breve risa.
Ante su sorpresa me levanté del jardín colocán-
dome sobre un montículo de césped, desde esa po-
sición saqué del bolsillo un rollo de pabilo y le dije:
Voy a bajarte una estrella.
Ella todavía estaba sorprendida y manteniendo
su sonrisa asintió con la cabeza. Los demás mira-
ban confundidos porque llegaron a escuchar el iló-
gico desafío.
Hice un nudo tal cual vaqueros y lo lancé al cie-
lo. Fue tan rápido que al caer yacía capturada una
de mis estrellas de cartón.
— ¿Ves? Te he bajado una estrella, le dije mos-
trándole la estrella atrapada en el nudo.
Daniela no dejó de reír e inmediatamente me dio
un abrazo.
—Y mira, tiene tu inicial, acoté con una sonri-
sa.
—Como te amo, mi amor. Tienes cada detalle
asombroso, haces que me enamore más de ti, dijo
emocionada regalándome muchos besos.
Para hacer aún más divertida la escena los de-
más aplaudieron entre risas y sonrisas.
—Te amo demasiado, mi princesa. Por ti haría
que bajar estrellas fuera algo cotidiano, le dije mi-
rándola a los ojos y volvimos a abrazarnos.

315
—Te amo, precioso, dijo con una sonrisa enamo-
rada.
Por suerte nadie preguntó sobre el truco. Tan
simple como tener una estrella de cartón y un pa-
bilo que hallé en un cajón y metí en el bolsillo antes
de salir de casa.
—Oye precioso, he notado que hueles delicioso,
¿Es una nueva fragancia? Quiso saber repentina-
mente, todavía manteniéndonos abrazados.
—Sí, se la acabo de pedir prestada a mi viejo;
aunque pienso quedármela, dije soltando una car-
cajada.
—Me gusta mucho, tienes que quedártela, dijo e
hizo como si inhalara el olor.
—Muchachos, vamos avanzando, dijo Manuel,
cogiendo de la mano a su pareja.
—Vamos con ellos, le dije.
—Vamos, vamos, respondió. Nos sujetamos de
las manos y los seguimos.
—Manu, ¿Adónde vamos? Escuché preguntar a
Kelly.
—Manu, ¿Adónde nos llevas? Pregunté en señal
de broma, enfatizando en el diminutivo del nom-
bre.
Kelly me miró sonrojada.
—La verdad es que ni yo sé adónde estoy yendo,

316
añadió Manuel y todos comenzamos a reír porque
lo estábamos siguiendo.
—Paremos un rato. ¿Adónde vamos? Dije luego
de tanta risa.
— ¿Y si vamos al parque del amor? Sugirió Da-
niela e inmediatamente fue alentada por Kelly. Sin
embargo, el resto no estaba de acuerdo.
—Nosotras estaremos por aquí, vayan yendo us-
tedes y luego nos encontramos para irnos, sugirió
Johana y obviamente, Carla también asintió con la
cabeza.
—Bueno, está bien. Nos vemos en una hora, te
llamo cuando estemos de regreso, comentó Danie-
la. Ambas chicas asintieron con la cabeza casi al
mismo tiempo y dieron la vuelta para deambular.
—Vamos entonces, dijo Manuel y empezamos a
caminar a la par.
—Amiga, debemos de conseguirle novio a ese
dúo, comentó Kelly con gracia.
—Si pues, así podríamos salir todos en pareja,
dijo Daniela.
Era de esperarse que el Parque del amor estu-
viera repleto; aunque no todos los espacios estaban
ocupados, casualmente un par de bancas se halla-
ban libres. No dudamos ni un santiamén en acer-
carnos y ubicarnos.
Curiosamente nos encontrábamos en bancas

317
contiguas; pero dejamos de hablarnos para enfo-
carnos de a dos.
Manuel y Kelly se aislaron a pesar de estar a un
lado y nosotros hicimos lo mismo.
—Te dije que volveríamos.
—Es verdad, princesa. Estamos aquí de nuevo.
—Me gusta este lugar, amor.
—A mí también; aunque es más lindo a tu lado.
—Obvio pues, tonto, dijo y sonrió. Enseguida,
nos acercamos y nos dimos un beso.
Dejé que se quedara cerca a mí, con su cabeza
sobre el hombro izquierdo y mi brazo cayendo por
encima de sí. Mudos, mirando la nada o tal vez la
estatua de una pareja besándose, con la luna enci-
ma y pasando un entrañable momento. Escuchaba
su respiración, por ratos los latidos de un corazón y
cuando miraba de reojo su rostro llevaba una son-
risa. Yo tenía la misma silueta y estaba seguro que
oía mi corazón palpitar y descifraba que su nombre
se escuchaba en cada latido.
A nuestro lado; aunque viendo con dificultad, se
hallaba Manuel y Kelly, ambos abrazados de igual
manera como queriendo imitarnos y el hecho de
pensarlo me provocaba cierta gracia. Volvía a mi-
rar a mi princesa y esta vez sus ojos se hallaban
ocultos, como quien medita y disfruta del instante
a la misma vez, en un silencio que favorece al pla-
cer de gozar del rato y yo acariciando su cabellera

318
muy lentamente como si trabajara detalladamente
en cada ondulación. Abrió los ojos, liberó un suspi-
ro y pasó mi mano por su mejilla.
Luego se reincorporó colocándose sobre mis pier-
nas.
— ¿Qué piensas de mi mamá? No esperaba esa
pregunta.
—Pues, a primera impresión me parece estricta;
pero pienso que es bueno, respondí seriamente.
—Siempre lo fue. A veces es muy seria, hace
mucho que no la veo sonreír y a veces me apena,
por eso pensé bien todo y me animé a comentarle
acerca de ti, se lo dije con mayor claridad y sensa-
tez como para que entendiera. No me gusta estar
peleada con ella y siento que desde que se separó
de mi papi no ha vuelto a ser feliz. Fue lo correcto
porque sabría que estoy en buenas manos y no an-
daría preocupada y a veces muy estresada. Aparte
que el trabajo la tiene como loca.
—Me lo imagino. Creo que toda mamá quiere lo
mejor para sus hijos y el saber que está con alguien
que la quiere y la respeta le genera cierta tranqui-
lidad, le dije manteniéndonos en esa posición.
—Claro, precioso, por eso mismo quise comen-
tarle. Aparte, sentí que entrabamos en confianza.
Es posible que si me haya animado antes en vez
de andar ocultando hubiera resultado mejor; pero
bueno, ya lo sabe todo de ti y como me dijo antes

319
que te invitara, quiere conocerte, solo eso. Enton-
ces, podría estar tranquila y eso, según creo, le qui-
taría un peso de encima.
Su razonamiento era impecable. Admiraba cada
vez que compartía sus pensamientos, nunca antes
conocí a alguien con tal nivel de madurez en tan
corta edad.
—Espero ganarme su confianza o al menos caer-
le bien. Quiero que tu mamá esté segura que te
amo y te respeto y que jamás pudiera hacer algo
que te dañe.
—Y así ella estará tranquila y hasta dejaría que
entres a mi casa y estemos en la sala conversando
y besándonos cuando no esté presente, dijo y sonrió
con ese último comentario.
También sonreí; aunque me tuve que poner serio
para añadir: ¿Y tu Papá?
—Mi mamá dijo que hablaría con él cuándo se
dé la oportunidad. Sabes bien que uno nunca sabe
cuándo va a aparecer, dijo y le entró un aire de me-
lancolía.
Se cobijó nuevamente entre mis brazos y calla-
mos por un periodo de tiempo.
—Amiga ¿Vamos yendo? Escuchamos a Kelly.
—Un momento, le dijo.
—Princesa, vamos yendo, le dije suavemente
después de ese momento. Abrió los ojos y respon-
dió: Esta bien, vamos.

320
—Vayan avanzando, chicos, dijo Daniela mien-
tras se reincorporaba.
— ¿Te sientes bien, princesa? Pregunté creyendo
que hablar de su padre pudiera haberla hecho sen-
tir incómoda.
—Claro, precioso, nada va a arruinar esta noche,
dijo y me mostró una sonrisa.
La cogí de la mano y empezamos a caminar.
Poco a poco el camino que conecta el Parque del
amor con Larcomar iba disminuyendo de caminan-
tes, ya no debíamos de pedir permiso varias veces
para sobrepasar a algunos.
De la mano como la pareja siguiente andába-
mos, mirando adelante y por ratos a nosotros, son-
reíamos cuando lo hacíamos y seguíamos el camino
que siguen todos.
La luna brillaba con intensidad e iluminaba el
horizonte del mar como un precioso reflejo que nos
detuvimos un momento a contemplar.
Deberíamos quedar en ir a la playa, me dijo
mientras observaba el océano.
Claro, podríamos coordinar con los muchachos y
pasarla chévere durante todo un sábado.
Es una buena idea, precioso. Cuando lleguemos
a Larcomar le voy a comentar a Kelly. Tú animas
a Manuel.

321
Sonreí y añadí: Él va, si ella va.
Así como tú, respondió al instante. Y empecé a
reír.
Lo que tú digas, princesa, dije entre risas.
Llegamos a Larcomar y nos detuvimos para ubi-
car una banca donde descansar. Hallamos una y
nos acercamos. Las chicas se sentaron mientras
que Manu y yo nos mantuvimos parados.
—Amiga, ¿Vamos a la playa el próximo sábado?
—Ya pues, bacán. ¿Nosotros cuatro?
—Si pues, ¿Qué dices?
— ¿No quieres decirle también a las chicas? Su-
girió Kelly.
—Pero no sé si quieran ir, respondió Daniela.
—Yo creo que deberíamos ir los cuatro. Tus ami-
gas se sienten avergonzadas al no tener enamora-
do, no quieren estar de violín, dijo Manuel.
—Manu, digo Manuel, tiene razón, dije y se me
escapó una breve risa; pero añadí al instante: Va-
mos los cuatro. La pasaremos chévere.
—Bueno, por mi normal, eh. E imagino que tam-
bién por Manu, respondió Kelly y carcajeamos los
demás.
—Entonces, genial. Quedamos para el próximo
sábado, ¿Les parece bien? Sugirió Daniela, luego
de tanta risa.

322
—Podemos llevar un cooler con chelitas, dijo
Manuel y enseguida me codeó.
—Claro, esa idea me gusta, le dije sonriente.
—Nosotras no tomamos, chicos, dijo Kelly.
—Amor, solo será para refrescarnos, le dijo Ma-
nuel con cierta dosis de ternura logrando que acep-
tara.
—Está bien, está bien, dijo enseguida.
—También podemos almorzar allá. Un rico cebi-
chito no caería nada mal, dije frotándome las ma-
nos e hice que a los otros les hiciera agua la boca.
—En primer lugar, ¿A qué playa iremos? Inte-
rrumpió Daniela.
—Es verdad, no hemos pensado en eso, dije.
— ¿Playa blanca?, ¿Silencio?, ¿Punta hermosa?
Dio alternativas Daniela.
—Princesa, vamos a Playa blanca, el mar es dó-
cil y hay buenos lugares donde almorzar.
—Sí, tienes razón, me dijo.
—Entonces, ¿Quedamos en Playa blanca? Pre-
gunté para el grupo y todos aceptaron sin dudarlo.
—Listo, muchachos, ya quedamos, añadí para
terminar.
—Quedamos, quedamos, repitieron Manu y Ke-
lly casi al mismo tiempo.

323
—La vamos a pasar grandioso, le dije a Daniela
y la vi sonreír.
Pasamos cierto tiempo sentados sobre la ban-
ca, charlando de diversos temas e intercambiando
anécdotas hasta que Kelly recibió la llamada de Jo-
hana, quien le consultó por su ubicación y se apare-
ció junto a Carla un par de minutos después.
Al estar todos juntos decidimos partir. Cami-
namos rumbo a la avenida para poder detener un
taxi.
De regreso no charlamos mucho. Las chicas se
sentaron adelante, uno encima de otra y atrás,
Manu y Kelly estaban abrazados al igual que no-
sotros.
Daniela tenía su cabeza sobre mi hombro y mi
brazo izquierdo la cubría. Parecía como si estuvie-
ra dormida porque llevaba los ojos cerrados dejan-
do que parte de su cabello le tapara el rostro.
No se lo quitaba porque la hacía ver chistosa, le
daba besos en la nuca de rato en rato y le susurra-
ba que la amaba.
El taxi avanzaba lento, eso me agradaba, el trá-
fico estaba a favor de mi causa, la de tenerla cerca
un poco más de tiempo.
Meditaba sobre el hecho de conocer a su madre
mientras miraba por la ventana, por instantes me
provocaba risa mi actitud de nervioso y educado
y durante otros momentos me aliviaba saber que

324
dependía de mí el poder caerle bien; aunque no me
consideraba un tipo respetuoso u amable con los
demás, me bastaba serlo con mi familia y mi no-
via, porque los vecinos siempre me han detestado;
no obstante, cambiaría por caerle bien a su madre,
solo porque amo a mi chica.
Rato más tarde, aparecimos por su casa.
—Princesa, llegamos, le dije intentando desper-
tarla suavemente.
— ¿Llegamos, precioso? dijo con voz de recién le-
vantada.
—Sí amor, baja, le dije al abrir la puerta.
El resto salió del auto y tuve que ayudar a Da-
niela a poder reincorporarse. Nos abrazamos al ce-
rrar la puerta y me confesó que entraría y se echa-
ría a dormir de inmediato. Me dio cierta ternura y
a la vez un poco de gracia.
Manuel pagó el taxi sorprendiéndome para bien.
Nos despedimos de Carla y Johana, quienes rápi-
damente se fueron a sus casas, ubicadas a un par
de cuadras.
Manu y Kelly se dieron un beso, Daniela y yo
hicimos lo mismo, más un abrazo.
Daniela tocó el timbre de su casa y salió su ma-
dre, igual de seria; pero vestida de un modo menos
formal. Dejó la puerta abierta y se acercó a la reja.
Vio el reloj de su muñeca y me dijo: Buena hora.

325
Sonreí para mis adentros y le dije: Buenas no-
ches, señora.
Respondió de la misma manera y le dijo a su hija
que pase.
— ¿La pasaron bien? Preguntó sorpresivamente.
—Sí, mami, la pasamos bonito, respondió Danie-
la de un modo muy tierno; pero con su voz cansada.
Incluso, soltó un prolongado bostezo.
—Que bueno, que bueno, dijo la señora y cerró la
reja para enseguida añadir: Vayan con cuidado. Si
puedes avísale a Daniela que has llegado.
—Claro, no se preocupe. Buenas noches. Nos
vemos princesa, dije seriamente; pero intentando
esbozar una sonrisa.
Las dos dieron la espalda y caminaron hacia la
puerta principal, en ese momento me di cuenta que
Manuel y Kelly comenzaron a adelantarse.
—Esperen, dije y aceleré mis pasos.
Llegamos a la casa de Kelly. Manu hizo toda una
ceremonia para despedirse y luego me despedí de
ella agitando la mano.
Ambos regresamos a nuestras respectivas casas
caminando lentamente y procurando ir por lugares
luminosos.
Conversamos sobre lo hecho durante la noche,
acordamos nuevamente nuestro día de playa del

326
sábado próximo y aseguramos pasarla chévere y
no olvidar las indispensables botellitas de cerveza,
precisas para ser bebidas frente al mar y bajo el
sol.
Cuando nos asomamos al parque nos dimos un
apretón de manos en señal de despedida, él se fue
rumbo a la izquierda mientras que yo seguí de
frente.
Toqué la puerta un par de veces y salió Orlan-
do a recibirme, le pregunté por Fernando y Jeff
y me dijo que se hallaban en una reunión junto a
Ezequiel, lo cual me hizo reír porque acababa de
ver a Ezequiel e imaginar que estaría bailando con
otra chica me causó mucho humor.
Un minuto después de entrar a mí habitación le
envié un mensaje a Daniela aseverando que acaba-
ba de llegar y que estaba a punto de encontrarla en
los sueños. Y así ocurrió.
Llegó el sábado. Daniela y Kelly acordaron en-
contrarse en las afueras de la casa de Daniela.
Rato después, llegamos nosotros. Manuel cargaba
el cooler y ocultaba su contenido con bebidas gaseo-
sas. Me había invitado un cigarrillo para que nos
acompañe durante el camino y tuve que apagarlo
en la esquina. Además, masticar rápidamente una
golosina de menta.
Manuel llevaba gafas, bermuda playera y san-
dalias. Nunca me gustó usar sandalias; sin embar-
go, debía de utilizarlas. También traía lentes de sol

327
y bermuda playera. Además de mi toalla; pero se
encontraba dentro del bolso.
Daniela vestía pareo, graciosos lentes de sol,
sandalias y un bolso multicolor, mientras que Kelly
andaba muy similar, la diferencia era que se había
aplicado una capa de protector solar que le hacía
lucir chistosa. Manuel se lo hizo saber ocasionando
la risa de todos.
Antes de partir salió su mamá y por un momen-
to pensé que nos acompañaría; pero luego, cuando
la escuché darme las indicaciones, me relajé y ati-
né a asentir con la cabeza para luego afirmar, está
bien, señora.
Las chicas se despidieron con besos y abrazos y
nosotros hicimos lo mismo agitando la mano. Arri-
bamos a la playa alrededor de las nueve y media de
la mañana con un sol resplandeciente.
Llegamos una hora más tarde. Tuve que desper-
tar a Daniela, que quedó rendida sobre mi hombro,
enseguida hice lo mismo con Manuel, quien le dijo
a Kelly que abriera los ojos.
Si me hubiera dormido quien sabe dónde esta-
ríamos ahora, comenté con humor mientras bajá-
bamos del bus.
Daniela excusó al cansancio de levantarse todos
los días temprano y también tener que hacerlo un
sábado, mientras que Manuel y Kelly dijeron que
cerraron los ojos un instante y despertaron una
hora más tarde.

328
Yo estaba óptimo, miré por la ventana durante
todo el trayecto y acaricié el cabello de mi princesa,
quien durmió plácidamente.
Caminamos y atravesamos el arco que tenía es-
crita la leyenda: Bienvenidos a Playa blanca.
Manuel sostenía las cosas de Kelly mientras que
yo hacía lo propio con las de Daniela. Seguimos el
camino que siguen los demás y llegamos a la playa.
Al limpio arenado, la brisa del mar, las olas travie-
sas y a veces dóciles, el sol resplandeciente; pero
ningún lugar donde establecernos.
Tuvimos que recorrer media playa para hallar
un punto donde clavar nuestra sombrilla y dejar-
nos caer sobre la arena. De hecho, enseguida me
rocié protector solar y pude descansar durante un
tiempo indeterminado, solo sé que al despertar to-
dos se mantenían en descanso.
Los animé apresuradamente para ir a aventu-
rarnos al mar; aunque no hicieron caso a mis pri-
meras peticiones; sin embargo, al verme correr tras
la siguiente ola para sumergirme les dio ganas de
imitar y aparecieron tras de mí. Lo supe porque
Daniela se colgó de mi espalda y a pesar que dijo
que no la dejara caer lo hice apropósito para que se
diera el primer chapuzón.
Me sorprendió que supiera nadar, por un mo-
mento creí que tendría que enseñarle; pero luego
comentó que su padre le había mostrado algunas
técnicas de nado, generalmente las esenciales que

329
realizaba cuando el mar se hallaba en calma. Me
agradó que supiera porque haríamos lo mismo, en
especial, el hecho de zambullirnos cuando la ola se
aproxima.
— ¡Ahí viene la ola! Gritó, todos nos acercába-
mos como podíamos y logramos atravesarla por de-
bajo. Fue grandioso.
Aunque algunas veces nos lanzábamos en bom-
bita o en la forma que se nos ocurra.
— ¡Otra ola, otra ola! ¡Vamos con todo! Gritaba
Manuel y nuevamente nos zambullíamos como qui-
siéramos.
Reincorporados o saliendo por otro lado nos reí-
mos y gritamos por lo entusiasmados que nos sen-
tíamos.
Kelly nadaba mucho que mejor que Daniela,
hasta recuerdo que comentó que surfeaba por pa-
satiempo; pero que no había traído su tabla por
motivos de flojera.
Es obvia tu flojera, Si ni tu bolso quisiste cargar,
comentó Manuel y enseguida empezamos a reír.
Kelly lo miró con el ceño fruncido y Manuel soltó
carcajadas, en eso le arrojó agua y justamente cayó
dentro de su boca. No dejé de reír cuando sucedió.
Daniela, quien se encontraba a mi lado, carcajeó
sin detenerse y se vio radiante.
La brisa se reflejaba en su cabello y al hallarse
mojado hacia que brille con intensidad, me gustaba

330
verla de ese modo mientras ambos no dejábamos
de reír.
Más tarde, agotados de tanto jugar en el mar, sa-
limos rumbo a la playa para echarnos nuevamente
y broncearnos un rato.
Estábamos hambrientos; pero quedamos en des-
cansar un rato, volvernos a meter y después recién
ir a almorzar; pero, ni bien tocamos la arena, nos
levantamos todos al mismo tiempo y empezamos
a buscar con la mirada el letrero de algún restau-
rante.
Siempre he creído que el mar te da hambre.
Almorzamos en un restaurante cercano, lo ubi-
camos a un par de cuadras, en una calle repleta
de lugares donde comer y con tipos que te seducen
para que entres.
Ceviche, jalea y arroz con maricos fue la elección
acertada y lo devoramos como si no hubiéramos co-
mido en siglos, es que repito, el mar te da hambre,
me lo dijeron de niño y toda mi vida pienso volver
a comentarlo.
Regresamos a la playa y enseguida volvimos a
bañarnos, el agua estaba menos fría y el mar con
menor oleaje, por eso nadamos más lejos, casi has-
ta no ver la orilla; pero retornamos al cabo de se-
gundos porque dicen que suele ser traicionero.
Nos divertimos durante bastante tiempo, al pun-
to de no ver a la muchedumbre de personas en la
playa.

331
Alrededor de las seis y tanto resolvimos partir.
Cogimos nuestras cosas y caminamos de regreso a
la avenida.
En el bus de vuelta nos quedamos dormidos.
Daniela sobre mi hombro y el resto en sus respec-
tivos lugares. Nuevamente tuve que despertarlos
cuando llegamos al paradero, porque fui yo quien
primero abrió los ojos. Descendimos del bus y de-
tuvimos un taxi que nos llevó a la casa de Daniela
por un par de soles.
Manuel y Kelly se despidieron agitando la mano,
no tenían fuerzas para otro tipo de saludo y se ale-
jaron mientras que Daniela y yo nos quedamos un
rato en las afueras de su casa.
Evidentemente cansada, con los ojos caídos, li-
geramente despeinada y muy bronceada; pero, ob-
viamente, preciosa, me dio un abrazo en señal de
despedida y luego nos dimos un beso.
Ve a dormir, princesa, le sugerí con una sonri-
sa. Su mamá abrió la puerta, la saludé agitando la
mano y la vi ingresar muy lentamente, arrastrando
su bolso playero y dispuesta a caer sobre la cama
después de darse una ducha de agua caliente.
Di media vuelta y me fui, no quise esperar a Ma-
nuel, imaginé que tardaría y estaba indispuesto.
Llegué a mi casa en cinco minutos, tuve que su-
bir a una moto taxi al sentirme muy agotado. Al
llegar olvidé darme una ducha porque caí rendido
sobre la cama.

332
A la mañana siguiente conversamos por el MSN
y recordamos lo fantástico que había sido nuestro
sábado playero.
Daniela me comentó que sería su última sema-
na en la academia debido a que en Marzo daría el
examen de admisión. Se sentía aliviada y a la vez
satisfecha por todo lo aprendido. Me alegré por ella
y le aseguré que ingresaría con facilidad. A la vez,
sugirió que hiciera lo mismo y empezara a estudiar
alguna carrera; pero, para tranquilizarla, tuve que
contarle mi secreto. Le dije que estaba preparando
un libro.
Realmente no tenía ni un párrafo escrito; aun-
que tenía la idea en la cabeza. Sabía el tema, quería
que fueran cuentos y frases; pero todavía no escri-
bía ninguna. Sin embargo, era posible que algunos
de los cuentos que he escrito fueran a acomodarse
en el libro.
Se contentó e inmediatamente me felicitó, me
entusiasmó la carga de energías que transmitió. Yo
no estaba seguro de mi talento para la escritura;
pero, por razones que no entendía, ella estaba com-
pletamente segura que podría escribir un buen li-
bro simplemente con proponérmelo, lo cual era una
especie de némesis porque solía ser muy holgazán;
aunque, en ese momento, su confianza me genera-
ba confianza.
Quiso saber más acerca de mi proyecto en mente.
Le comenté que serían cuentos y frases basadas en
situaciones reales, mayormente relataría vivencias

333
propias combinadas con experiencias de otras per-
sonas con la intención de ser empático con el lector.
Mi plan era sencillo, escribir lo que otros viven.
Le pareció una excelente idea, no la cuestionó ni
me desanimó, la aceptó en el instante en que ter-
miné por contarla. Le fascinaba la idea que hiciera
algo por mi vida y que dejara de andar holgaza-
neando. ¡Y qué mejor que realizar lo que te gusta!
Me lo hizo entender con claridad.
No le dije que todavía no empezaba. Quise que
supiera que era un proyecto a largo paso, que me
resultaba fantástico realizarlo y que, por supuesto,
estaba en camino.
Eso le bastaba para estar orgullosa y contenta
y me alegraba mucho notar su orgullo y hacerme
creer que soy bueno para lo que hago. Me contagia
de seguridad, por eso, después de esa charla propu-
se iniciar el libro. Y lo hice al fin.
Daniela dejó de asistir a la academia y única-
mente debía de repasar los temas realizados.
Tenía mucho más tiempo libre y lo mejor era que
su madre le permitía verme. Claro que teníamos
un cierto régimen que obedecer y yo estaba en ob-
servación -por darle un término- pero todo comen-
zaba a tornarse maravilloso.
Me comentó que su mamá la dejaría estar con-
migo los fines de semana. Daniela insistió para que
empezara desde el jueves; aunque algunas veces
seguramente nos veríamos los miércoles.

334
Teníamos todo planeado. Iría a visitarla los miér-
coles por la mañana, alrededor del medio día que
su madre no está en casa y los jueves podríamos
pasar el rato deambulando por su barrio mientras
que los viernes y sábado (este último generalmente
por la noche) saldríamos con sus amistades o ha-
ríamos algo distinto, ir al cine, salir a comer, etc.
—Debo confesar que no imaginé que podríamos
tener estas libertades, le dije sonriendo, teniéndola
abrazada y acomodados en el mueble de la sala.
—Sin embargo, me alegra mucho que todo entre
nosotros ande de tan estupenda manera, añadí al
instante y otra vez sonreí para enseguida darle un
beso.
—A mí también me alegra. Ahora podemos
amarnos con libertad, pasar el tiempo juntos, estar
abrazados sobre este mueble y besarnos tantas be-
ses queramos, dijo Daniela muy emocionada y vol-
vimos a besarnos, esta vez apasionadamente.
Miramos la televisión después del beso. Era casi
la hora del almuerzo, nuestras barrigas resonaban
ocasionando humor y decidimos ir a la cocina a en-
contrar algo que comer.
Su madre no cocinaba en casa, lo hacia una se-
ñora, quien luego de cocinar, dejaba todo listo para
meter al microondas y partía.
A veces almorzaba junto a su madre y su herma-
no, raras veces con su padre, ahora almorzaríamos
juntos.

335
Su hermano no estaba en casa, salió con la mas-
cota y unos amigos, a Daniela no le gustaban sus
amigos y tampoco la idea de llevarse al perro, te-
mía que fueran a hacerle algo esos tipos vestidos
de negro. La calmaba diciéndole que no sucedería
nada de malo.
La comida era arroz con frejoles y seco. La tía,
como le decía a la señora, lo preparaba exquisito;
aunque Daniela repetía, mientras comíamos, que
su madre lo hacía mucho mejor.
Quise ayudarla a limpiar la mesa y lavar los
platos. De hecho, fue gracioso y tierno que lo hicié-
ramos juntos. Aparte, le añadimos una pisca de di-
versión repartiendo chispazos de agua que fueron
a mojarnos levemente la ropa.
Retomamos al mueble y continuamos viendo la
televisión, esta vez se hallaba echada sobre mis
muslos, observando su programa de dibujos favori-
to y yo acariciándole el cabello, muy despacio para
no incomodarla y tierno para endulzarla.
Cuando sonaba la puerta se reincorporaba ense-
guida; pero al rato retomaba su posición y soltaba
un suspiro que se traducía en tranquilidad.
Solíamos quedarnos mudos y ver la televisión,
acariciaba su melena y a veces giraba el cuello y
me miraba, sonreía y regresaba la vista al progra-
ma animado llevándose la imagen de mi sonrisa.
Más tarde llegó su hermano junto a la mascota,
saludó seriamente y dejó al can en su cama. Subió

336
a su habitación y no volvió a bajar.
Era un sujeto muy particular; pero me agradaba
que no se metiera en nada.
Daniela se llevaba bien con él, digamos que te-
nían una relación fría que se basaba en saludos y
despedidas.
Por la tarde nos despedimos. Salí de su casa y
le di un beso de despedida. Se quedó mirándome
desde el umbral mientras caminaba, abría la reja
del pateo y me marchaba luego de agitar la mano y
dejarle leer mis labios que decían, te amo.
Yo también te amo, respondió al instante y agitó
sus manos.
Caminando de regreso a casa sentí que la extra-
ñaba, estaba acostumbrado a esa sensación; aun-
que lejos de sentirme acongojado esbocé una enor-
me y brillante sonrisa porque sabía que mañana
por la tarde volvería a tenerla en mis brazos. Me
emocioné al punto de soltar algunas carcajadas y
vi que varios vecinos me miraron extrañado; pero
estaba feliz y riendo se expresa.
En casa lo primero que hice fue conectarme al
MSN; pero al no encontrar a Daniela en línea de-
cidí escribir. Me sentía inspirado, tenía ganas de
trasladar mis sentimientos y poder volverlos en
palabras. Se me hizo muy sencillo acabar un cuen-
to que seguramente se acomodaría en el libro que
preparo.

337
Terminada la cena y la sobre mesa volví a mi
habitación. Releí el cuento y decidí que formaría
parte del libro. Estaba contento, inspirado, ansioso
porque fuera mañana y pueda abrazar a Daniela;
pero no la hallaba en el MSN, entonces se me ocu-
rrió escribirle una carta. Así podría calmar mis ga-
nas y lograr canalizar mis sentimientos para que
pudiera leerlos al reencontrarnos.
¡Mi princesa! Fue increíble lo que me sucedió
ahora, después de pasar maravillosos momentos a
tu lado regresé a mi casa sintiendo la sensación de
extrañarte, algo con lo que he convivido a lo largo
de este último tiempo y resulta hermoso que esté
complemente seguro que mañana (por la tarde)
vaya a estar nuevamente a tu lado. Curiosamen-
te te extraño; pero es agradable que mañana vaya
a satisfacer esa necesidad. Espero estar a tu lado,
abrazarte y entregarte muchos besos. Cada instan-
te juntos es especial, nuestro amor sigue creciendo
y llenamos nuestra vida de grandiosos instantes
que disfrutamos y luego recordamos.
Me gusta el inicio de esta nueva etapa y estoy
seguro que gozaremos de cada segundo juntos. Me
alegra la idea de saber que mañana estaremos jun-
tos, tengo deseos de converger contigo en un abrazo
y de besarte apasionadamente, para luego, mirán-
dote a los ojos, decirte cuanto te amo.
Esta carta es algo corta; pero solo quería que su-
pieras que te extraño y que anhelo que el tiempo
vuele para poder estar devuelta a tu lado. Te amo,
princesa. Siento que empezamos un gran periodo

338
en nuestra relación, eso me llena de energía y mo-
tivación, me alegra y entusiasma, me inspira y te
escribo.
Bueno, espero que te guste este escrito. Te amo
demasiado, princesa.
Poco antes que me vaya a dormir, Daniela se co-
nectó e inmediatamente dejé a un lado las conver-
saciones que mantenía para saludarla.
—Hola princesa, creí que no te conectarías.
—Hola precioso, ¿Qué tal? Escribió agregando
emoticonos de sonrisa.
—Bien; pero mejor porque estás aquí. ¿Y tú qué
tal? Respondí con emoticonos de sonrisa.
—Todo bien, me quedé dormida. Al rato que te
fuiste recibí una llamada de Papá. Dijo que quería
hablar conmigo sobre un tema muy serio y pues,
acordamos que vendría a visitarme en estos días.
La verdad es que no tengo idea de que desea ha-
blar; pero terminamos peleando por teléfono.
— ¿Por qué discutieron? Bueno, pelearon.
—Me llama para decirme que quiere hablar con-
migo sobre algo importante y ni siquiera me pre-
gunta como estoy o por el examen de admisión.
Solo dijo que lo pagaría esta semana.
—De repente estuvo enfocado en el tema que
quiere tratar contigo y por eso obvió algunas cosas,
le dije sin añadir emoticonos porque ella tampoco
lo hizo.

339
—Por favor, deja de excusarlo, sabes bien que
siempre es lo mismo, a veces pienso que no le inte-
resa mi bienestar.
—Tranquila, princesa. No lo excuso, solo trato
de ver el otro lado de las cosas, le dije con calma.
—Bueno, bueno, la cuestión es que me dijo eso
y luego que le reclamara por su falta de interés y
termináramos discutiendo me fui a dormir para
evitar llorar y sentirme mal.
—Princesa, ¿Y de qué crees que quiera hablar?
Le dije intentando cambiar levemente el tema.
—No lo sé, precioso. Fácil cosas de la universi-
dad, gastos, pensiones, me imagino. Fijo que ingre-
so y luego se viene todo eso y debe estar preocupa-
do. Total, piensa que solo me importa el dinero, en
lugar de darse cuenta que necesito su tiempo, dijo
con rabia.
Siempre que hablaba de esa manera me destro-
zaba el corazón.
Sentía mucha pena por la relación que tenía
con su padre y me frustraba no poder hacer mucho
para que puedan remediarlo.
Era como un vaivén, a veces iban muy bien, el
señor la llevaba a pasear, pasaban un rato juntos y
en otras ocasiones discutían y se peleaban.
Yo estaba seguro que Daniela tenía a su padre
en un pedestal, que lo amaba con todo su ser; pero
también comprendía que le dolía que no tuviera

340
tiempo para ella, que no pudiera pasar días junto a
su única hija Trataba de animarla y apoyarla desde
mi posición y con mis armas y argumentos; aunque
tantas veces no sabía qué decir ni cómo actuar.
—Calma, princesa.
—Sí, estoy con calmada, dijo y yo sabía que no
lo estaba.
— ¿Te parece si mañana vamos al cine? Cambié
de tema rotundamente para que se enfocara en
otra cosa.
—Claro, vamos, respondió regularmente anima-
da.
— ¿Qué película te gustaría ver?
No respondió durante un buen tiempo. No sé qué
hizo en ese transcurso de minutos, solo sé que vol-
vió distinta.
—Hay una película buena; pero no es de terror,
es una comedia romántica que me han recomenda-
do. ¿La vemos?
—Por supuesto. Mañana por la tarde te busco
y nos vamos al cine. Compramos mucha canchita,
gaseosa y vemos la película que quieras.
—Oye, gracias, dijo de repente.
— ¿Por?
—Sé que intentas hacerme sentir mejor y en
verdad, te lo agradezco.

341
—Te amo, princesa. Me importas mucho y siem-
pre quiero que estés bien, le dije agregando emoti-
conos de besos y corazones.
—Gracias, en verdad precioso. Te amo muchísi-
mo. Y sí, iremos al cine y la pasaremos genial, dijo
animada y añadió un emoticón de sonrisa.
—Claro que sí. Y dime, ¿A qué hora te puedo
buscar? Coordinemos.
—En la tarde, imagino que a las cuatro o cinco,
dijo añadiendo emoticón de sonrisa.
—Está bien, princesa, respondí con un emoticón
de sonrisa y otro de corazón.
—En eso quedamos entonces. Ya me voy a des-
cansar, dijo nuevamente con cierta seriedad y sin
emoticonos.
—Bueno, princesa. Te veo por la tarde, descan-
sa. Te amo.
—Te amo.
Se desconectó y me quedé viendo la pantalla re-
leyendo nuestra charla para analizarla. Sentí su
dolor y su cólera y me propuse regalarle un agra-
dable y divertido día, era lo menos que podía hacer
dada mis posibilidades.
Llegué a su casa por la tarde, era un jueves tran-
quilo a pesar de ser inicios de Marzo, faltaba poco
para nuestro aniversario previo al año y un par de
semanas para su examen de admisión.

342
Compré una tarjeta musical en el camino y la
escondí en el bolsillo trasero luego de rellenarla con
una breve nota, debido a que en la carta me expli-
caba mejor.
Toqué el timbre tímidamente y esperé que salie-
ra ella, no su madre.
—Señora, buenas tardes ¿Se encuentra Danie-
la? Dije con una voz sobria.
—Buenas tardes, hijo. Un momento, la voy a lla-
mar, respondió con la seriedad que la caracteriza.
Daniela salió sonriente, estaba linda como de
costumbre, vestía jeans y tenis, camiseta rosa y sus
muñecas llenas de pulseras multicolores.
—Iremos al cine, regresamos en un par de horas,
dijo mientras salía.
—Procuren no llegar tarde, sugirió su madre mi-
rándome fijamente.
—No se preocupe, le dije sonriente.
Cuando la señora entró a la casa no dudé en dar-
le un abrazo.
—Te he extrañado, repetimos al mismo momen-
to y nos reímos enseguida.
Llegamos al paradero caminando cogidos de la
mano, conversando acerca de la película que vería-
mos y las buenas recomendaciones recibidas por
parte de sus amigas. No conversamos sobre lo de

343
anoche, ambos preferimos evitarlo, inclusive, en
el taxi, nos dedicamos a estar juntos. Daniela dejó
caer su cabeza sobre mi hombro y la abracé. Miraba
por la ventana y notaba que tenía los ojos cerrados,
quería saber en qué pensaba; pero no quería pre-
guntarle, la veía reflexiva y acariciaba su melena
ondulada inhalando a la vez el aroma que brotaba.
—Te amo, mi princesa, dejé que escuchara y una
leve sonrisa vi que en su rostro creció.
Cogió mi mano al escucharme y sentí que decía
-yo también- con ese tierno acto.
Le gustaba colocar su cabeza sobre mi hombro,
era como si encontrara el lugar exacto para descan-
sar o sentirse cómoda.
Sabía que no quería que lleguemos porque hu-
biera preferido mantenerse en ese modo durante
un largo periodo.
Descendimos del taxi y caminamos hacia el cine.
Detenidos al frente de la hilera de afiches de pelí-
culas comenzamos a visualizar alguna entretenida
a pesar que sepamos cual veríamos. Estaría dis-
puesto a cambiar de elección si quisiera, hasta se lo
hice entender; pero Daniela afirmó que quería ver
la comedia romántica. Iniciaba en treinta minutos,
tuvimos tiempo de comprar las entradas, canchita
y gaseosa, hasta de ir al baño.
Hallamos dos asientos en el centro, en esos tiem-
pos los asientos no estaban numerados, los prime-
ros que entraban encontraban los mejores.

344
Una vez acomodados esperamos que se apaguen
las luces y diera inicio la película. Aprovechamos
ese tiempo para charlar un rato, darnos algunos
besos y degustar de la canchita.
Jamás pensé que una comedia romántica me fue-
ra a gustar tanto porque reí y me emocioné como lo
hizo Daniela.
Saliendo del cine decidimos caminar un rato, era
de noche y el lugar sugería andar al ser un agrada-
ble centro comercial. Pasamos bastante rato reco-
rriendo los pasadizos, observando las tiendas y cu-
rioseando por aquí y por allá. Después, le propuse
tomar unos helados antes de regresar.
Ubicados en una mesa en el patio de comidas de-
gustábamos de nuestros respectivos helados. Ella
pidió fresa con un extraño sabor color morado aña-
diendo chispas de chocolate mientras que yo lo hice
con un delicioso sabor tricolor.
No dejábamos de charlar sobre la película, a
ambos nos había agradado y teníamos mucho que
compartir, entre escenas y personajes, momentos
que nos pareció similares a nuestra vida y otros
emotivos capítulos.
Terminado el helado caminamos rumbo a la sa-
lida, sujetos de la mano e intercambiando miradas,
sonrientes por haber gozado de un grandioso día y
continuando nuestra conversación acerca del film
que nos sorprendió para bien.
—Princesa, tengo una carta para ti, le dije antes

345
de detener un taxi. Se emocionó y respondió: A ver,
dámela de una vez.
Mi plan era entregársela cuando lleguemos a su
casa y pueda leerla cuando se encuentre sobre su
cama; pero no ocurrió así y el taxi se nos pasó.
— ¡Dame! ¡Dame mi carta! Decía como una dul-
ce niña engreída y yo insistía en querer entregarla
cuando lleguemos a su casa.
— ¡La quiero ahora! Dijo con efusividad y no tuve
otra alternativa que dejarla caer sobre su mano.
La abrió frente a mis ojos a un lado de la puer-
ta principal del centro comercial y me dijo: ¿Me la
puedes leer? No pude negarme ante esos preciosos
ojos pardos.
— ¿Dónde?, ¿Aquí?
—Siéntate propuso y nos acomodamos en un
segundo escalón, donde la gente subía y bajaba a
cada cierto momento.
Aclaré la garganta y la vi sonreír, de sus ojos
brotaba un brillo peculiar y el cabello caía hasta la
altura de sus senos, su ondulación perfecta y sus
manos ansiosas se frotaban entre sí. Me vio e hizo
un ademán.
—Bueno, dije. Sonreí, miré la hoja y comencé a
leer.
—Hola princesa, ¿Sabes? en estos momentos es-
toy pensando en ti. Han aparecido, como de cos-

346
tumbre, los mejores momentos a tu lado, suelen
deambular en mi cabeza todo el tiempo; pero ahora
he querido enfocarme en cada uno y volver a dis-
frutarlos, por eso, decidí hacerlos aparecer uno tras
uno mientras contemplo el techo estrellado de mi
habitación. Me haces falta y resulta natural porque
vivo acostumbrado al hecho de extrañarte; pero
justamente en este preciso instante me doy cuenta
que te veré pronto y una sonrisa se refleja en mi
rostro. Me alegra muchísimo ese hecho, el poder
tenernos el uno al otro más tiempo y así gozar de
nosotros y crear más momentos que podré volver a
vivir cuando me encuentre otra vez de este modo.
Estamos próximos a cumplir un año juntos, no
puedo creerlo, me asombra la manera como fue
pasando el tiempo. Hemos vivido tantos episodios,
desde la forma como nos conocimos, atravesando
por complicados ratos, situaciones difíciles y aho-
ra por fin logrando este anhelado lugar en donde
únicamente debemos de seguir amándonos y ser
felices. Claro que debo aprobar el examen de tu
madre; pero eso es secundario porque me encanta
poder verte más seguido y gozar de cada uno de
tus encantos como lo es ese bello cabello ondulado
que siempre me ha gustado, tu amorosa forma de
tratarme, el pardo de esos ojos que penetran y ob-
servan mi alma, el humor que a veces sueltas y tu
sensata y madura personalidad que definitivamen-
te me fascina. Podía seguir nombrando; sin embar-
go, por el momento me voy a quedar aquí.
Mi princesa, me has hecho una mejor persona,

347
ahora tengo planes como el hecho de publicar un
libro y me has regalado una inmensidad de gran-
diosos momentos.
No estoy seguro si fuimos destinados o si algún
mágico acto nos unió, tal vez escapaste del cuen-
to de hadas o te imaginé y te saliste de mi mente,
solo sé que estamos aquí y podemos sujetarnos de
la mano y recorrer el camino que iremos creando
dejando en cada paso valiosos instantes, incremen-
tando nuestro amor y disfrutando de ratos precio-
sos.
Te amo, princesa y espero que siempre pueda
sentirlo y continuar recibiendo el amor que sientes
por mí. Terminé de leer y doblé la carta para devol-
vérsela, adjuntando la tarjeta.
— ¡Eres tan romántico! Dijo con una sonrisa e
inmediatamente se acercó para darme un abrazo
ocasionando que por poco me vaya hacia atrás.
—Te amo, princesa, le dije al oído.
—Te amo muchísimo, precioso, respondió, esta
vez viéndome a los ojos y mostrando su linda son-
risa.
No me importó que se quedara sobre mis piernas
y sujeta a mi cuello, el ver a la gente pasar y tam-
poco el tránsito al frente, me concentré en sus ojos
pardos, en la silueta de su sonrisa y el aroma que
brotaba de su cabello. Recostada sobre mí hombro
luego de nuestro breve palabreo como si el aroma
que saliera de mí la hipnotizara y cayera rendida,

348
acariciaba su melena y deseaba poder quedarme
así por largo tiempo. Siempre tenía esa sensación,
la de mantener y hacer perpetuar el momento.
Abrió los ojos y repentinamente con el humor
que la caracteriza añadió: Creo que me dormí.
Tu olor me atrapa, añadió y pude confirmar mi
teoría.
Vamos yendo, princesa, no quiero que tu mamá
se enoje.
Sí, tienes razón, vamos avanzando, respondió y
se reincorporó.
Caminamos hasta la avenida y detuve el primer
taxi que vi. Lo abordamos y nos dirigimos hacia su
casa.
Por fortuna su madre no nos esperaba afuera de
la casa y tampoco se enteró que llegamos. Bajamos
y entramos al pateo para sentarnos un rato en el
muro.
La hemos pasado genial, ¿verdad?
Sí, precioso. La pasamos bonito.
Nos besamos en ese instante.
Me alegra que todo ande de maravilla.
A mí también, princesa. Me hace feliz que todo
vaya bien.
Volvimos a besarnos; pero nos separamos cuan-

349
do escuchamos a alguien abrir la puerta.
Buenas noches, señora, acabamos de llegar hace
unos minutos.
Qué bueno. Vio el reloj de muñeca y añadió: Creo
que es tarde, es hora de pasar, hija.
Princesa, ve a casa, yo ya me voy.
Está bien, te veo luego. Te amo.
Yo también te amo.
Hasta luego señora.
Hasta luego joven.
Llegué a mi casa y lo primero que hice fue echar-
me sobre la cama para mirar el techo estrellado y
pensar en lo vivido.
Era uno de mis pasatiempos favoritos, tirarme
sobre la cama y contemplar el techo decorado con
estrellas que caen, recordando el tiempo vivido a
su lado, las risas y sus gestos, los abrazos y los be-
sos, el aroma que brota de su melena y hasta el
ademán que hizo cuando nos despedimos al final.
Me encanta recordar porque siento que vuelve a
estar a mi lado y me fascina que su aroma todavía
permanezca en mí como si lo hubiera absorbido y lo
dejara libre al encontrarme solo en mi cuarto.
Aparte de los sublimes pensamientos también
me apena la situación con su padre, debe ser difícil
lidiar con ello, yo trato de asimilarlo para poder

350
ayudarla. Me nace ser empático, la amo y me pre-
ocupa todo lo que pueda sucederle; pero a veces no
tengo las respuestas que de repente necesita para
estar tranquila; sin embargo, trato de regalarle
buenos ratos para que al menos se distraiga o tal
vez, mejor aún, sea feliz como lo fue hoy.
Aparece la idea de hablar con su padre, de pre-
sentarme y mostrarle que su hija necesita de él y
debería dejar de comportarse como un patán y de-
dicarle tiempo. Me llena de coraje su actitud por-
que Daniela lo necesita como cualquier persona de
su edad que necesita del cariño y la atención de un
padre. Además, su mamá trabaja y prácticamente
no tiene hermano. Soy, quizá, la única persona a su
lado, muy aparte de sus amigas. Me irrita no poder
hacer mucho, no tengo la edad ni la madurez social
para encararlo y decirle lo que pienso, solo imagino
que alguna vez se dará cuenta.
Regresa el pensamiento precioso y otra vez me
veo junto a mi princesa deambulando por Larco-
mar, entonces sonrió y suspiro mientras voy recor-
dando.
Cierro los ojos y continúo el viaje hasta quedar
dormido.
—Princesa, mañana cumplimos un año, le dije-
—Hoy a las doce te llamo para saludarte, acoté
con una sonrisa.
—Eso sería muy bonito, dijo emocionada.

351
Le di un beso y la oí decir: Aunque me gustaría
que la pasáramos juntos como el año nuevo.
—Eso sería mucho mejor; pero no quiero arrui-
nar la situación en la que estamos por el detalle
de saludarnos a media noche, no lo tomes a mal,
es solo que andamos tan bien que no quisiera que
se malogre, le dije al tiempo que le acariciaba la
cabellera.
Silenció por algunos segundos y respondió: Creo
que tienes razón, es muy riesgoso que salga tan
tarde y aparte, tampoco se vería bien que estés en
mi casa hasta esas horas. Mi mamá no lo tomaría
de buena manera.
—Claro, eso quiero decir. Pero, bueno, de he-
cho que saldremos y la pasaremos increíble, le dije
mientras continuaba jugueteando con sus pelos.
—Eso no lo dudes. Tiene que ser una gran tarde.
¿Empezamos a planear? Dijo emocionada y se alejó
un poco para levantarse del muro donde estábamos
sentados y colocarse al frente.
Me levanté colocándome a su lado.
— ¿Adónde podemos ir? Pregunté sin saber por-
que nos habíamos parado.
—Vamos adentro. Ahí hablamos, dijo y entra-
mos.
Una vez sentados en el mueble de la sala inicia-
mos la conversación.

352
—Propongo ir al cine, lancé una idea rápida.
—No. Ya hemos ido varias veces y hace poco tam-
bién. Hay que hacer algo distinto, sugirió calmada.
Pensé y respondí: Bueno, tienes razón. ¿Qué pro-
pones?
—Pensemos los dos pues, dijo enseguida.
Me coloqué la mano en el mentón como quien
piensa haciéndola reír en ese momento.
— ¡Ya pues, sin bromas! Dijo entre risas.
—Está bien, está bien, respondí con una sonrisa.
Ambos nos pusimos serios y estuvimos pensan-
do, no estábamos abrazados. Ella se hallaba a un
lado y yo en el otro extremo del mueble, pensati-
vos, con la tele apagada y lo único que se escuchaba
eran los ladridos del can.
— ¡Ya sé! Dijo en un instante.
—Dime.
— ¿Y si vamos al zoológico? Hace mucho que no
voy. Creo que desde niña, la última vez fui con mis
padres. Fue cuando todavía no se divorciaban, dijo
con cierta pena en la última frase.
—No lo sé, princesa. Está muy lejos; aunque no
es mala idea.
No respondió y la vi acongojada.
— ¿Todo bien?

353
—Sí. Es solo que me acordé cuando fuimos al
zoológico. Era una niña; pero puedo acordarme
de algunos momentos. Éramos una familia feliz y
ahora todo es tan complicado y distinto.
—Tranquila, princesa, le dije y me acerqué para
abrazarla, dejándose caer sobre mi regazo.
—Precioso, ¿Por qué se acaba el amor cuando
eres adulto?
Fue una pregunta seria, difícil de responder y
con una voz triste.
—Tú y yo hemos tenido problemas y aun así se-
guimos juntos y enamorados. No comprendo. Te
enamoras, te casas, tienes hijos y luego te quieres
separar y te alejas de todo lo que decías amar.
—Cuando eres adulto las cosas se vuelven dis-
tintas, le dije luego de escucharla.
— ¿Cómo así? Si el amor sigue siendo el mismo;
aunque el tiempo deba haberlo fortificado y para
casarte y tener hijos debes de haber estado plena-
mente enamorado.
—Estoy de acuerdo con eso. Sin embargo, los
adultos son complicados, es decir; tienen más res-
ponsabilidades. El trabajo, el hecho de llevar di-
nero a la casa para mantener a todos y quizá, se
llenan de estrés cuando no lo consiguen porque el
trabajo va mal y conlleva a las riñas conyugales
que terminan en las separaciones.
—Lo comprendo claramente, precioso. Pero,

354
dime, ¿Y el amor de tu pareja y por los hijos?
—Es posible que las peleas y diferencias hayan
hecho que el amor se diluya. A veces suele suceder
hasta en parejas de nuestra edad, creo que pasa
siempre. Sobre los hijos, es un tema que cada uno
lleva en sí mismo. Yo no podría dejar de ver a mis
supuestos hijos.
—Yo pienso que si te casas con alguien es para
toda la vida y si tienes hijos debes de atenderlos y
amarlos.
—Yo también pienso igual, princesa. Aparte soy
muy romántico y no me voy a casar para separar-
me, eso me resultaría absurdo. Lo que trato de de-
cir es que si me caso con alguien voy compartir mi
vida con esa persona, lógicamente y tendré que co-
nocerla de pies a cabeza como ella a mí, es normal
que vayamos a tener problemas y la idea va a ser
solucionarlos conversando y vivir grandes momen-
tos. No me imagino divorciándome de alguien con
quien me case.
— ¿Crees que alguna vez nos casemos? Te cuen-
to que a pesar del divorcio de mis padres creo en el
matrimonio.
Me sorprendió escucharla hablar de ese modo,
su madurez era alucinante. Me encantaba.
—Por supuesto, princesa. Si seguimos juntos
nos va a llegar ese momento, le dije con una sonri-
sa optimista.

355
—Por eso te amo. Tienes pensado amarme siem-
pre.
—No lo dudes ningún instante, princesa.
Nos miramos fijamente y nos dimos un beso.
—Voy por agua, dijo después.
Al volver añadió: Bueno, parece que nos fuimos
por la tangente. Acordemos lo de mañana.
Preferí evitar la visita al zoológico.
— ¿Te parece si vamos a comer algo? Tipo una
cena romántica.
— ¿Con velitas?
Lo dijo de una manera tan dulce que se hizo im-
posible no sonreír.
—Por supuesto, princesa.
—Me gusta, me gusta; pero, ¿Qué haríamos des-
pués?
—Pues, no existen muchas opciones. Esta el
cine, ir a pasear o entrar algún centro comercial a
entretenernos.
— ¿Y si jugamos bowling?
—No lo sé.
—Ya pues, yo quiero jugar bowling. ¡Acepta!
Volví a sonreír y añadí: Está bien, luego vamos
a jugar bolos.

356
— ¿A cuál?
—Larcomar pues. Y de pasada paseamos. Sabes
que me gusta caminar a tu lado.
—Genial. Ya tenemos todo planeado, precioso.
—Sabes precioso, es curioso. Antes yo era quien
improvisaba y ahora soy quien planea, dijo de re-
pente y esbozó una sonrisa.
—A veces es bueno hacer planes y es mucho me-
jor cuando se realizan con alguien especial, le dije
mirándola a los ojos.
—Qué lindo. Tienes razón, añadió con ternura.
Otra vez nos besamos. Acaricié su rostro e inter-
cambiamos sonrisas.
—Te amo, princesa.
—Te amo, precioso.
Nuevamente nuestros labios convergieron.
—Te voy a ganar en el bowling, dijo enseguida
con una sonrisa de niña traviesa.
Solté una breve risa y respondí: Es posible, hace
mucho que no juego; pero voy a hacer mi mayor
esfuerzo por vencerte.
—Eso también tenemos común, yo tampoco jue-
go hace mucho.
—Lo importante es que vamos a divertirnos, le
dije sonriente.

357
—Claro, eso no lo dudo; pero también tiene que
haber un vencedor y esa voy a ser yo, lo dijo con
mucha seguridad.
—Vamos a ver qué sucede, de repente doy la sor-
presa y termino ganando, dije sonriendo.
—Pregúntale a Kelly, Claudia, Johana, yo soy la
mejor en bowling, dijo con suma seguridad.
—Como te dije, mi amor. Vamos a ver qué pasa,
en la cancha se sabrá quién ganará.
—Veremos, veremos. Mientras, ¿Quieres jugo?
—Si, por favor.
—Acompáñame a la cocina.
Nos levantamos del mueble y caminamos hacia
la cocina. Daniela abrió la refrigeradora mientras
la miraba estático a un lado; pero con una gran
sonrisa en el rostro.
— ¿De qué te estás riendo?
—Igual te voy a ganar, tonto.
Volví a sonreír, esta vez se me escapó una risa.
—Me causa cierta alegría tu seguridad.
—Ya, ya, no la barajes, igual vas a perder, dijo y
sacó una botella de zumo de mango.
— ¡Qué rico! Me encanta el mango.
—Lo sé, por eso la compré.

358
—Y entonces, mañana sabremos quién será el
vencedor, le dije.
—Claro. Trae vasos, por favor. Justo ahí en el
repostero, dijo y enseguida fui a coger un par de
vasos.
El jugo estaba delicioso, el mango es la fruta más
rica que existe.
—Como me encanta el mango, dije al beber.
—Lo sé, por eso lo compré y lo puse a helar. Sé
que te encanta tomarlo heladito.
—Me conoces, dije y acoté: Muchas gracias por
comprarlo. Este es el mejor jugo que existe en el
universo.
—Admito que antes no me gustaba; pero le estoy
agarrando el gustito, respondió luego de beber.
—Me fascina, dije y volví a servirme otro vaso.
Daniela me miraba sorprendida como pensando,
¿Tanto le gusta? Y yo la veía de reojo al tiempo que
volvía servirme. Claro que luego sonreía y añadía
lo siguiente: Muchas gracias por comprar este jugo
tan delicioso. Entonces, sonreía para asentir con la
cabeza.
—Está demasiado rico, le dije al terminar el últi-
mo vaso. Quedé satisfecho; aunque todavía queda-
ba un poco en la botella.
—Estoy equivocada, no solo te encanta. ¡Eres

359
adicto al jugo de mango! Dijo tan eufórica que re-
sultó demasiado gracioso, al punto de gritar de la
risa.
Ella también comenzó a reír de la misma forma.
Y al detenernos volvimos al mueble.
— ¿Qué canal pongo?
—El que gustes, princesa.
— ¿Dibujitos? Sugirió con una sonrisa.
—Prefiero una película, ¿Te parece bien?
—Veamos que están dando pues, dijo y empezó
a buscar canal tras canal algo interesante que ver.
— ¡Genial! Están dando Dragon Ball Z, dije
emocionado.
—Deja, deja, no cambies, añadí al instante.
Sonrió y colocó el control remoto a un lado. En-
seguida, se dejó caer sobre mi pecho y la abracé.
Vi muy atento la pelea entre Goku contra Freezer
creyendo que Daniela hacia lo mismo; pero descan-
saba apaciblemente.
Oía su respiración y le acariciaba la nuca mien-
tras contemplaba mi anime favorito.
De pronto, alguien abrió la puerta y no tuve
tiempo de reaccionar, era su madre quien ingre-
saba cargando bolsas de supermercado, la cartera
cayendo del brazo y evidenciando cansancio. Quise

360
pararme para ayudarla; pero dejaría caer a Danie-
la. La señora dejó todo a un lado y nos vio. Ella
todavía descansaba en mi cuerpo y yo miraba a la
señora con rostro de niño inocente.
Resolví saludarla, contestó de igual manera y
Daniela abrió los ojos para reincorporarse de inme-
diato y saludar a su mamá.
Por mi parte, me acerqué para ayudarla con las
bolsas, las cuales llevé a la cocina sintiendo que me
ganaba unos puntitos porque escuché su agradeci-
miento sincero.
Al regresar, ambas se encontraban conversando,
me hice el desentendido y volví a sentarme en el
mueble; aunque sentí que debía haberme quedado
parado.
Su madre le dio un beso en la frente y avanzó
hasta las escaleras. Antes de subir dijo: Hasta lue-
go, joven. Hasta luego, señora, respondí instinti-
vamente y Daniela volvió a mi lado luego decirle:
Buenas noches, mami.
¿Seguimos como estábamos? Propuso y resolvió
echarse del mismo modo sin esperar una respuesta.
Para entonces la batalla entre Goku y Freezer se
ponía muy interesante y se lo comentaba a Danie-
la, quien afirmaba escucharme; aunque poco a poco
respondía con menos elocuencia, hasta el punto de
quedarse complemente dormida.
—Preciosa, mira, ahora es cuando Goku se con-

361
vierte en super saiyajin, le conté y moví levemente
su cuerpo; pero fue inútil.
—Bueno, de igual manera ya lo viste. ¿Quién no
lo ha visto?
Continué observando la televisión hasta que ter-
minó el capítulo y el locutor dijo que nos veríamos
la próxima vez.
Maldije creyendo que darían otro. Me quedé con
ganas de seguir viendo a pesar que sabía lo que
pasaría porque lo he visto un centenar de veces.
Aun así siempre me encanta volver a ver esa épica
batalla.
No quise despertarla, se veía cómoda durmien-
do, a pesar de no estar estudiando debía de levan-
tarse temprano para sacar a pasear al perro, quien
comenzaba a ladrar desde el amanecer por salir a
deambular.
La universidad iniciaba en Julio, todavía le que-
daba tiempo para andar realizando quehaceres ru-
tinarios, incluyendo el verme los fines de semana.
Había ingresado a la universidad en un pues-
to considerable, la admiraba por haberse dedicado
cierto tiempo a estudiar y el hecho de entrar fue el
logro consecuencia del esfuerzo.
Recordé cuando me dio la noticia al tiempo que
seguía acariciándole el cabello tan leve como podía.
Ella estaba emocionada, fue de las emociones más
grandes que tuvo, la esperé a la salida de la uni-

362
versidad y vimos juntos las notas en la Internet.
Verla como egresada me llenó de alegría, me sentí
orgulloso de mi novia y le di un abrazo amoroso.
Su madre también sonrió de alegría, se sentía más
orgullosa y lloraba de la emoción. Es verdad que
su padre llamó para felicitarla; pero no se presentó
para saludarla. Sin embargo, eso no afectó a Danie-
la, quien brillaba y brotaba alegría. Pasamos una
tarde magnifica, luego llegó Kelly junto a Manuel y
el resto de sus amigas. Su madre nos invitó un lon-
che que consistía con panes con pollo y harto zumo
de durazno. Todos publicamos felicitaciones en su
Facebook y sus otros amigos hicieron lo mismo, ya
lo utilizábamos más seguido, ya se hacía más inte-
resante incursionar por allí.
Mi princesa descansa porque se lo merece y yo
me siento honrado de tenerla cerca, acaricio su me-
lena ondulada y recuerdo la proposición de casar-
nos alguna vez, me resulta un tanto loca y a la vez
graciosa; pero no deja de ser una verdad interesan-
te como lo fue mi respuesta. Si seguimos juntos nos
va a tocar y fui honesto al decirlo.
Daniela se movía y se acomodaba mejor sobre
mi pecho, con las manos juntas y el cabello que le
cubría parte del rostro. No intentaba quitárselo
porque no quería despertarla, me gustaba verla
dormir. La televisión seguía encendida y bajé lige-
ramente el volumen mientras buscaba algo que ver.
Buscando en los canales iba asimilando ese mo-
mento grandioso. A veces me daba por dudar si era
real, no podía creer que estar en su casa, teniendo a

363
su madre arriba en su cuarto y a Daniela acostada
sobre mi regazo, fuera a ser algo verdadero; pero lo
era y eso me alegraba al punto de esbozar una gran
sonrisa y dejar liberar algunas risas, tan suaves
que no iban a levantarla. Estaba contento de todo
lo que iba sucediendo y no sabía cómo expresarlo,
solo trataba de ser un buen novio.
—Precioso, ¿Cuánto he dormido? Fue lo primero
que dijo al abrir los ojos y estirar los brazos.
—Varios minutos, princesa, respondí cálidamen-
te y palpé suavemente sus mejillas.
—Olí tu perfume y me enganché con el sueño,
dijo con cierto humor.
—Mi aroma tiene ese afecto, le dije con gracia.
—Lo admito, añadió con una sonrisa y se levan-
tó del mueble abriendo los brazos y bostezando.
—Sigues con sueño, princesa. Mejor ve a descan-
sar para que mañana estés con energías renova-
das.
Asintió con la cabeza.
—Sí precioso, me voy a la cama, dijo al instante.
Se acercó lentamente y mientras lo hacía abría
los brazos para capturarme con el abrazo.
Te amo, me dijo al oído. Yo también te amo, prin-
cesa, respondí de inmediato.
Después del beso pidió que cerrara la puerta

364
y no olvidara de hacer lo mismo con la reja. Está
bien, princesa, le dije y la vi subir las escaleras.
Enseguida, me marché.
Le envié un mensaje de texto a la media noche a
pesar que sabía que no contestaría porque andaría
soñando.
“Feliz 12 meses juntos, mi princesa. Sabes que
te amo demasiado y espero seguir compartiendo
muchos más momentos a tu lado. Me haces sentir
afortunado y feliz. Te amo y te voy a amar el resto
del tiempo”.
Por la mañana respondió: ¡Gracias, precioso!
¡Feliz aniversario! Yo también te amo con todo mi
corazón.
Al ver su mensaje decidí llamarla.
— ¡Mi amor, feliz aniversario!
— ¡Feliz aniversario, precioso!
—Doce meses juntos, princesa, dije soltando un
suspiro
—Doce meses aguantándote, añadió entre risas
Yo también comencé a reír y le respondí con hu-
mor: Eso debería decir yo.
Daniela rió y acotó: ¿Cómo haremos más tarde?
—Pues, ¿A qué hora te busco?
—A las cinco estaría bien

365
—Mejor a las cuatro y media
—Creo que tienes razón. A esa hora me buscas,
precioso
—Listo, princesa. En eso quedamos entonces. Te
amo mucho, te veo por la tarde
—Genial, precioso, te espero más tarde. Te amo,
besitos.
Terminada la llamada resolví alistar todo para
más tarde. Es verdad que habíamos planificado lo
que haríamos; pero no le conté un pequeño secreto.
Era una idea que me emocionaba bastante,
siempre fui detallista, es algo que no cambia, dis-
fruto expresándome con detalles que hagan sonreír
a la otra persona. Es otra de mis maneras de decir
te amo.
Salí de casa quince minutos antes de la hora
acordada. Llegué puntual a su casa y toqué el tim-
bre un par de veces manteniendo el brazo izquier-
do oculto.
Daniela salió por la ventana del segundo piso,
raro en ella y enseguida, gritó: ¡Bajo en cinco mi-
nutos, amor! Le sonreí y dejé que leyera mis labios:
Está bien, princesa.
Me puse más nervioso cuando noté que algunos
vecinos curiosos me observaban sonrientes, hice
caso omiso a las miradas y sonrisas y continué es-
perándola. Esos cinco minutos parecieron horas y
el brazo oculto se empezaba a agotar; pero debía
seguir manteniéndolo de ese modo.
366
Daniela salió de casa, se encontraba hermosa,
el cabello ondulado brillaba con intensidad, lige-
ramente húmedo y resbalando por sus hombros.
Suéter y jeans que combinaban a la perfección, ra-
diante como de costumbre caminaba hacia la reja
mostrando su mejor sonrisa y transmitiendo emo-
ción.
Cuando abrió la reja me acerqué un par de pasos
y seguido de una sonrisa le dije: Son para ti, prin-
cesa.
Se llevó las manos a la boca y elevó las cejas tan
alto como pudo; pero se veían los extremos de su
sonrisa y su madre, que salía para seguramente
preguntarme por la hora de llegada, se ganaba con
el detalle de las rosas. Cogió el ramo y me abrazó
tan veloz como pudo y sentí que no debía decirme
nada porque el calor del abrazo era más enfático
que cualquier palabra. Sin embargo, repitió varias
veces lo mucho que me amaba haciéndome sonreír
de alegría.
Su madre me miró admirada, como si por fin en-
tendería mis intenciones, como si dentro de su ca-
beza la idea que los chicos suelen pasar el rato se
desvanecía para aceptar que amaba a su hija. Es-
bozó una sonrisa como cuando una madre se siente
alegre por la felicidad de su hijo y se llevó las ma-
nos a la cara.
La saludé agitando la mano y teniendo a su hija
aferraba a mí, respondió de la misma manera y
simplemente, volvió a entrar a la casa.

367
—Todavía tengo una sorpresa más para ti, le
dije e inmediatamente agrandó la sonrisa.
—Toma, le entregué un papelito.
Lo abrió y leyó la letra O.
—Ven, le dije sujetando su mano y caminamos
un par de pasos.
Nos detuvimos, me acerqué a un lugar, saqué
algo debajo de una piedra y volví a entregarle otro
papelito, esta vez algo más grande.
— ¿Y ahora? Dijo sorprendida y al abrirlo vio
que decía la letra: T.
Sonrió y le dije: Sigamos avanzando. Llegamos a
la acera que daba inicio al parque.
—Un momento, parece que hay algo aquí, le dije.
—Pero yo no veo nada, aseguró y es que en rea-
lidad solo se veía la vereda.
—Aquí, le dije y de mi bolsillo saqué otro papeli-
to, esta vez un tanto más grande.
—Es la letra M, afirmó con una sonrisa.
—Sigamos caminando, sugerí y retomamos el
rumbo hasta llegar al centro del parque.
—He visto algo en este poste, le comenté obser-
vando el poste de luz que suele iluminar por la no-
che.
Abrí el papel, mucho más grande que los otros y
pudo leer la letra: E.
368
Sonrió y añadió: Me encanta este juego. Vio to-
dos los papelitos y quiso juntarlos para poder des-
cifrar la frase. Le resultó curioso que hayan sido
cada vez más grandes.
—Falta una letra, dijo con una dulce sonrisa.
—La tienes tú, le dije sonriente y rápidamente
rebuscó en los bolsillos traseros de su jeans hallan-
do el restante.
—Lo puse en el momento del abrazo, confesé y vi
que abrió el papel haciéndolo enorme.
—Te amo, leyó todas las letras juntas y en ese
momento le pedí que se acomodara en la banca y
se diera la vuelta un segundo. Hizo caso a mi peti-
ción y al retornar vio un enorme cartel que decía:
Te amo. Lo tenía cogido por ambos extremos y se lo
mostraba sonriente. Sus ojos brillaron e inmedia-
tamente fue a abrazarme con bastante emoción y
dulzura.
—Te amo, precioso, lo repitió varias veces al
tiempo que besó mis mejillas. Luego mis labios.
— ¡Qué bonito juego! ¡Qué lindo detalle! Repitió
y sonreí emocionado porque le había gustado.
—Llegué algunos minutos antes y escondí los
papelitos en diversos lugares, le comenté con una
sonrisa.
Me dijo un montón de palabras bonitas que dis-
fruté y archivé tanto en el corazón como en la men-
te.

369
—Y bueno, me alegra que te haya gustado la
sorpresa, princesa.
—Por supuesto. ¡Me encantó! Haces que te ame
mucho más, respondió entusiasmada y empezamos
a caminar.
—Un momento, precioso. Antes de ir quiero de-
jar estas cositas en mi habitación, dijo con una son-
risa.
—Ve, princesa. Te espero aquí, dije y apresuró
la marcha.
Volvió sonriente, dando pasos agigantados y ha-
ciendo que el cabello se moviera para encantarme.
Nos cogimos de la mano y caminamos.
Paramos en la avenida y detuve un taxi. Arreglé
con el taxista y entramos al auto.
Gracias por la sorpresa, estuvo recontra bonita,
dijo mientras avanzábamos. Descuida, princesa.
Se me ocurrió ayer por la noche, me alegra que te
haya gustado tanto.
Me dio un beso y se acomodó sobre mi regazo,
era su lugar favorito.
No estábamos apurados, tal vez antes hubiera
sido desastroso detenernos en el tráfico porque ten-
dríamos los minutos contados. Ahora que su madre
le permite estar conmigo puedo estar confiado que
no importa cuánto tardemos en el embotellamiento
vehicular. Es más, Daniela ni lo sentía, no se había
quedado dormida; pero estaba cómoda acostada a

370
mi lado. Me encantaba tenerla cerca, podía jugue-
tear tiernamente con su melena, inhalar el olor que
irradia, acariciarla por momentos, darle unos besos
en las mejillas previamente rozadas y susurrarle
palabras de amor cada cierto tiempo.
El taxi se detuvo. Después de pagar abrí la puer-
ta y le sujeté la mano para ayudarla a bajar.
Llegamos, dije. No hemos tardado, comentó. De
repente no sentí el paso del tiempo por andar recos-
tada en tu pecho, añadió y sonrió.
Le sonreí y añadí: Vamos adentro. Ojala el
Bowling no esté copado.
No siempre está lleno, dijo y empezamos a cami-
nar.
El tipo que resguarda la entrada nos saludó con
amabilidad y descendimos por las escaleras hasta
el primer piso. Lo hicimos ligeramente veloz, quizá,
creyendo que no hallaríamos pista libre; aunque
Daniela estaba confiaba. Era ella quien había ido
más veces, yo lo he hecho una o dos (y cuando era
niño).
Entramos al Bowling y reconocí el pasaje oscuro
con adornos de luces fosforescentes, cruzamos y vi
de lejos la zona de billar, doblamos a la izquierda y
nos acercamos al módulo de atención.
Vimos las pistas y notamos que la mayoría se
hallaban desocupadas, lo que nos hizo alegrarnos.
Una agradable muchacha nos atendió y rápida-

371
mente nos encontramos sobre un mueble colocán-
donos los chistosos zapatos.
Enseguida, nos indicaron cual sería nuestra pis-
ta y fuimos para allá.
Una vez listos iniciamos el juego.
Juega tú, preciosa, le dije al hallarnos listos.
Está bien, respondió y sonrió. Cogió la bola, se pre-
paró y la lanzó. Me sorprendió que en primera ins-
tancia derribara todos los pinos.
¿Ya ves? Dijo mirándome a los ojos, elevando las
cejas y sonriendo de un modo muy singular, que
terminó por parecerme gracioso.
Cuando me tocó lanzar imité los primeros pasos
que realizó; pero la bola se fue por un lado directo
al fondo. Daniela, detrás de mí, no dejaba de reír
mientras aplaudía mi intento.
Bueno pues, es mi primer tiro, a la otra la hago
bien, respondí con una sonrisa. Daniela me vio, se
levantó para tirar y añadió: Estoy segura que sí.
Me dio un beso y se preparó para tirar.
El tiempo que pasamos jugando Bowling se pue-
de definir del siguiente modo: Masacre.
Caí derrotado ante Daniela, quien, ante mi
asombro, jugaba extraordinario. Por un momento
pensé que se trataba de mera confianza y de repen-
te en un ataque de inspiración lograría igualar el
marcador; pero la realidad es que me ganó y lo hizo
con contundencia.

372
Se lo hice saber para que se sintiera más conten-
ta y prometió enseñarme a jugar cuando volvamos
a venir. Salimos del Bowling entre risas y sonrisas,
también con el estómago pidiendo comida.
— ¿Adónde vamos a comer? Preguntó Daniela
frotándose la barriga en un acto chistoso.
—Pues, he reservado una mesa en un restauran-
te cercano, le dije y sonreí con aires de galán.
— ¿En serio?
—Claro princesa. Te dije que tendríamos una
preciosa mesa decorada con velas.
— ¡Qué hermoso! Dijo enseguida y emocionada
por llegar apuró el paso.
— ¡Vamos!, ¡Vamos! Repitió entusiasmada y me
sujetó de la mano para avanzar a pasos acelerados.
Llegamos a un restaurante, ingresamos y nos
acomodamos en una mesa siendo guiados por un
distinguido camarero, quien al notar que estába-
mos conformes nos entregó las respectivas cartas.
Regreso en un momento para sus pedidos, dijo
cortés y se marchó.
—Amor, está lindo el lugar; pero siento que le
falta algo, dijo Daniela, quien miraba hacia todos
lados.
—Dame un minuto, le dije, me levanté de la
mesa y me acerqué al mozo, quien deambulaba por
otros lados.

373
—Ya está arreglado, le dije al volver y comencé a
mirar la carta con mayor detenimiento.
El mozo regresó, colocó las velas sobre la mesa y
preguntó: ¿Ya están listos para pedir?
Daniela se sintió maravillada con el detalle de
las velas y dijo su pedido. Acto seguido, hice lo mis-
mo.
Cuando el camarero se fue sujetamos nuestras
manos por encima de la mesa y sonreímos mien-
tras nos observábamos enamorados con los ojos ilu-
minados.
—Me encanta como está yendo este día, dijo y
sonrió para fascinarme.
—A mí también, princesa, le dije y le devolví la
sonrisa. Seguimos cogidos de las manos hasta el
regreso del camarero.
—Sus platos, dijo de un modo muy amable y pro-
siguió a dejarlos.
—Se ve delicioso, eh, le dije frotando las manos
y mostrando mi lengua.
—Sí y yo que muero de hambre, respondió tam-
bién frotándose las manos.
—Hay varios cubiertos, no se cual usar, le co-
menté y añadí una breve carcajada.
—Supongo que la cuchara es para la sopa; pero
no hemos pedido sopa, entonces utiliza el tenedor,
dijo de un modo muy lógico.

374
—Tienes razón, princesa. Cogí el tenedor y de-
gusté.
— ¡Está buenazo! Dijo Daniela, luego de probar.
La cena, bien lo dijo ella, estuvo exquisita. Que-
damos satisfechos y los platos vacíos.
—Creo que lo mejor será caminar para bajar la
comida, propuse luego de beber el refresco.
—Estoy de acuerdo, precioso. Caminar nos hará
bien.
Levanté la mano y llamé al mozo para que me
diera la cuenta.
—Precioso, ¿y si tomamos un vinito? Digo, para
celebrar.
Su petición resultó peculiar, no lo imaginé de su
parte; pero me gustó.
No sé cuánto me va a costar un vino en este lu-
gar, pensé.
—No toda la botella, solo un par de copas, aña-
dió al instante y su rostro se tornó color tomate.
—Buena idea, princesa. Voy a decirle y en el mo-
mento en que volvió le dije lo que queríamos.
No tenía idea acerca de vinos, por eso dejé que
el camarero me influenciara un poco. Una vez deci-
dido le dije que trajera un par de copas del mismo.
—Una cena romántica con velitas y vino, tú al

375
frente y una maravillosa sorpresa que tuve al salir
de casa. Todo es perfecto, dijo sonriendo, con los
ojos brillosos y el rostro más tierno que pude ver.
—Es lo que mereces, princesa, respondí rápi-
damente, le sonreí y volvimos a sujetarnos de la
mano por encima de la mesa, intercambiando mi-
radas que decían mucho más que las palabras.
—Su copa, señorita, interrumpió el mozo.
—Y la suya, caballero. Añadió con solemne edu-
cación.
Nos miramos emocionados al ver nuestras copas
de vino.
— ¡Salud por nuestro primer año juntos! Propu-
se emocionado.
— ¡Salud por eso! Dijo ella y brindamos.
—Me gusta, dijo Daniela luego de beber un sor-
bo.
—Sí, está bueno.
De nuevo chocamos nuestras copas y volvimos a
beber.
Terminado el vino nos sentimos complacidos.
Resolvimos levantarnos; Daniela se dirigió a los
servicios mientras que yo pagué la cena con lo re-
caudado de las propinas de las últimas semanas.
Cuando ella regresó la cogí de la mano y salimos
del lugar conversando acerca de la comida y el vino.

376
¿Adónde vamos, precioso?
—Pues, no lo sé. Supongo que a caminar por ahí,
sugerí.
—Vamos al Parque del amor, sugirió y me pare-
ció una excelente idea.
Salimos de Larcomar y nos dirigimos hacia allá.
Las luces de los exteriores se encendieron minutos
antes de subir, por ello, decidimos quedarnos un
rato para contemplar el parque. Anduvimos dan-
do algunas vueltas y nos detuvimos en algunos lu-
gares para sacarnos algunas fotografías. Daniela
siempre llevaba su cámara, a todo lugar que íba-
mos le sacaba foto, era uno de sus pasatiempos.
Cada vez que salíamos, aparte de tener recuerdos
en la mente los llevábamos también en físico.
Alguna que otra foto iba a caer en Facebook, an-
tes no lo hacíamos tan seguido como ahora que se
estaba poniendo de moda.
Llegamos al Parque del amor y nos acomodamos
en una de las tantas bancas. Quisimos sentarnos
cerca a la estatua, de hecho, no podíamos emular la
pose; pero se nos hizo divertido imaginarlo.
Daniela siempre tuvo buen sentido del humor,
cuando estaba contenta lo explotaba mucho mejor,
me encantaba.
Ella se refugiaba en mis brazos, teniendo su
cabeza a la altura de mi pecho y echada sobre la
banca. Yo estaba sentado, con las piernas abiertas

377
cayendo a los lados y cubriéndola con los brazos.
Estuvimos largo tiempo en silencio, observando las
estrellas y la luna, a veces también la estatua y
a la gente andar, pensando en el maravilloso he-
cho de tenernos, de haber logrado concretar doce
meses juntos y por ratos le besaba el cabello y la
escuchaba sonreír, también oía el cosquilleo que le
ocasionaba. Le besaba el cuello levemente y de pa-
sada las mejillas, nuevamente sonreía y se sentía
intimidaba, entonces decía: No, precioso, ahí no. Y
yo entendía que era su debilidad. Nos quedamos
de ese modo por un buen tiempo, a veces mudos
y otras veces charlando y recordando experiencias
pasadas como lo fueron cada uno de los meses vivi-
dos y los distintos gratos momentos que pasamos.
Luego de pasar un buen tiempo sentados sobre una
banca de dicho parque quedamos en seguir cami-
nando.
— ¿Y si vamos a mi casa? Pues, nos echamos
sobre la cama, escuchamos música y miramos las
estrellas, le propuse mientras andábamos sin des-
tino.
— ¡Genial, precioso! Vamos a tu casa. Además,
empieza a hacer frío y no estoy muy abrigada.
Daniela siempre fue friolenta, a pesar de llevar
un suéter sentía frío. De repente porque había de-
jado de abrazarla y caminábamos con las manos
agarradas teniendo al viento en contra.
Enseguida, detuve un taxi y lo abordamos de in-
mediato. Dentro del auto se recostó sobre mi pecho

378
y se acurrucó como una tierna niña. Tengo mucho
frío, repitió un par de veces; pero cuando cerré las
ventanas y la abracé dejó de sentirlo. A tu lado me
siento cobijada, añadió con una sonrisa. Le di un
beso en la nuca y le dije: La hemos pasado chévere,
¿Verdad? Por supuesto, precioso, respondió ense-
guida. Me encantó la sorpresa, me fascinó la cena
y ahora que iremos a tu casa a echarnos sobre la
cama me va a gustar estar abrazada a ti escuchan-
do nuestras canciones favoritas, dijo con honesti-
dad y dulzura.
Ya quiero tenerte a mi lado sobre la cama, le dije
y volví a besarle la melena ondulada que olía ex-
quisito.
Además está haciendo mucho frío como para se-
guir caminando, acoté mientras que el taxi avan-
zaba luego de estar parado algunos minutos en el
tráfico.
En la siguiente esquina a la derecha, le indiqué
al chofer ya estando cerca y saqué de mi billetera el
último billete que quedaba.
Recibí el vuelto, el auto fue por donde dije y lle-
gamos a mi casa.
Bajemos, princesa, le dije. Daniela abrió los
ojos, había caído en un breve letargo, suele suceder
cuando inhala mi aroma.
Por suerte, al bajar del carro, mi vieja se encon-
traba en la ventana, nos vio y descendió para abrir-
nos la puerta.

379
Entramos tan rápido como pudimos para que no
le diera el aire y una vez dentro saludamos a los
presentes en la mesa.
—Ya me enteré que hoy cumplen un año, dijo mi
vieja emocionada y abrazó a Daniela con mucho
cariño.
—Gracias, señito, respondió ruborizada.
—Venimos de celebrar, estuvimos en Larcomar,
comenté mientras saludaba a mis viejos.
—Sí. Fuimos a pasear y luego a cenar, añadió
Daniela, ahora entusiasmada.
— ¡Qué chévere! Seguro la pasaron bacán, dijo
mi Mamá haciendo relucir su carisma.
—Sí, fue una cena romántica muy bonita, contó
Daniela emocionada.
—Qué bueno, qué bueno, me alegra que hayan
cumplido un año. Hacen una linda pareja, dijo mi
madre igual de contenta.
Daniela agradeció y sonrió. Subimos a mi habi-
tación y dejamos que sigan cenando.
—Qué linda es tu mami, dijo mientras entrába-
mos al cuarto.
—Te tiene mucho cariño, le dije y sonrió.
—Me da gusto saberlo, añadió después de un
momento y se acomodó al filo de la cama.

380
Lentamente me acerqué para darle un beso;
pero cogió mis mejillas llevándome a sus labios. Me
encantaba cuando hacía eso.
Caímos sobre la cama al tiempo que nos besába-
mos. Su melena ondulada le cubría los ojos y se la
quitaba con las manos.
—Voy a cerrar la puerta y poner música, le dije
luego del beso.
—No te demores, precioso, respondió rápida-
mente.
Sintonicé una lista de canciones de Alejandro
Sanz luego de cerrar la puerta y volví para esta vez
ser yo quien se encargue de sus labios.
Mientras nuestros labios se fundían en el beso
comenzaba a desabrochar, muy sigilosamente, el
pantalón jeans que impedía el acceso al paraíso. Y
cuando lo hice al fin, me detuve para contemplar-
la, el pardo de sus ojos brilló con más intensidad y
pudo decirme te amo tan solo con mirarla. Es curio-
so que ella también haya escuchado lo mismo con
tan solo observarme. Retomamos el beso y termi-
namos por desnudarnos.
Una atmósfera llamada amor creció y nos cu-
brió. Nos deseábamos; pero ninguno lo dijo, solo lo
expresábamos. Las caricias dejaron de tener lími-
tes y los besos se volvieron más intensos. Sumergi-
dos en un libido perpetuo nos amamos con mayor
efusividad que antes, expresando corporalmente lo
que nuestros corazones gritaban.

381
No hubo palabras, sino besos, abrazos, caricias
y miradas, corazones que latían al mismo tiempo
y ganas de querer hacer perdurar el momento por
siempre.
Nos mantuvimos echados y abrazados obser-
vando el techo estrellado mientras que se oía “La
fuerza del corazón” y entonces hablamos para de-
cirnos casi al mismo tiempo: Te amo. Una sonrisa y
una mirada se agruparon y un beso tierno también
apareció.
Y así estuvimos, sobre la cama y contemplando
las estrellas que cuelgan, entrelazados en el abrazo
y escuchando, por instantes, nuestros latidos. La
música se acabó y solo oímos pálpitos de corazones
enamorados que se contaban de ese modo lo mucho
que se amaban.
Tiempo después, Daniela recibió una llamada.
Era su madre quien preguntaba por su ubicación.
Ya estoy yendo, estamos a punto de tomar un taxi,
le dijo para que se calmara. Me agradó que me co-
mentara que no se hallaba enojada, solo algo pre-
ocupada. Resolvimos vestirnos y salir rumbo a su
casa.
Sabes princesa, es una de las pocas veces que
estamos en mi casa y luego puedo ir a dejarte. Da-
niela sonrió y añadió: Sí, es lindo porque podemos
estar juntos unos minutos más. Decidimos cami-
nar en lugar de tomar un taxi y abrazados nos di-
rigimos hacia allá.

382
Llegamos y para suerte nuestra su mamá no es-
taba esperándola en la puerta con rostro de pocos
amigos. Salió cuando tocó el timbre. La saludé con
amabilidad y ofrecí disculpas por la demora. Asin-
tió con la cabeza y nos despedimos con un cordial,
buenas noches.
De Daniela me despedí con un dulce beso y un
abrazo caluroso.
Te amo, se lo dije al oído mientras la abrazaba.
Yo también te amo, precioso, respondió y mientras
entraba a su casa agitaba la mano enseñándome su
sonrisa. Hice lo mismo hasta verla ingresar y luego
caminé hasta mi casa.
Cerca a la casa me encontré con Manuel, quien
hincó mi hombro; pero no me hizo girar como un
idiota para el lado contrario donde apareció.
¿De dónde te vienes? Le pregunté luego de estre-
charle la mano.
De la casa de Kelly, estuvimos viendo películas y
comiendo canchita, lo dijo emocionado como cuan-
do estás enamorado y pasas un buen tiempo con tu
chica.
Que chévere. Yo vengo de la casa de Daniela, hoy
cumplimos un año y fuimos a diversos lugares.
Que bacán, justo Kelly me estaba contando. Mis
felicitaciones, eh. Luego se lo haces saber a Danie-
la. Gracias, yo le digo. No puedo creer que tengamos
un año, parece que fue ayer cuando la conocí; pero
estamos mejor que nunca, eso me tiene contento.

383
Chévere. Lo poco que sé es por Kelly y por lo
que me has contado; pero que bacán que todo esté
mejor que nunca.
Llegando al parque Tulipanes, por donde se
encuentran nuestras respectivas casas, la de él a
unas cuadras a la izquierda y la mía de frente, nos
detuvimos un instante antes de despedirnos.
Oye hay que coordinar para salir de nuevo en
grupo, dijo Manuel aun manteniendo su entusias-
mo. Ya pues chévere, coordinamos por MSN, le
respondí haciendo un ademán de teclear. Listo, ha-
blamos, contestó, nos estrechamos la mano y cada
uno se fue por su camino; pero curiosamente nos
reíamos mientras andábamos, siempre ocurre, uno
se ríe de todo.
Lo primero que hice al llegar a casa fue apagar
la computadora, cambiarme de ropa y echarme so-
bre la cama. Estaba completamente agotado.
El día siguiente por la tarde nos topamos en el
MSN.
—Hola princesa, ¿Qué tal?, Escribí con algunos
emoticonos de corazones.
—Precioso, todo genial. Acabo de almorzar, res-
pondió con emoticonos graciosos.
—La pasamos chévere ayer, ¿verdad? Añadió al
instante, esta vez con emoticonos de corazones.
—Por supuesto, princesa. Estuvo increíble, tuvi-
mos una gran tarde. Festejamos maravilloso nues-

384
tro primer año juntos, le escribí acotando varios
emoticones.
—Sí, mi amor. Nos divertimos mucho, todo estu-
vo genial, escribió.
—Me gusta acostumbrarme a pasarla estupendo
a tu lado, mi princesa, respondí rápidamente con
un rostro sonriente.
No respondió hasta dentro de varios minutos.
—Disculpa la demora, mi Papá me llamó al celu-
lar, dijo sin añadir emoticonos.
— ¿Y qué tal te fue?
—No estoy segura. Estuvo raro, peor que antes.
Como que medio cariñoso al inicio y después se
puso serio. Quiere hablar conmigo; pero no quiso
adelantarme nada.
—Lo extraño; pero no quise decírselo, añadió en-
seguida.
Preferí no interrumpir, porque sentí que quería
seguir escribiendo.
—De repente me va a venir a buscar, saldremos
a pasear, tomar helados o ir de compras , se va a
portar bien y tendremos momentos chéveres, dijo
al rato.
—Y eso es bueno, princesa. Al menos va a venir
a verte y como dices, tendrán unos momentos ché-
veres. Disfruta de eso.

385
—Sí, tienes razón. A pesar que nos veamos poco
debo de valorar estos ratos.
—Ve y pásala de lo mejor. Apuesto que tu Papá
tiene ganas de estar con su bella hija y darle algu-
na sorpresa, que se yo, imagino que quiere pasarla
chévere contigo, dije animándola y agregué varios
emoticonos de distintas expresiones.
Siempre la animaba para que saliera con su
padre las veces que éste se manifestaba. Daniela
estaba dolida, de repente no lo hacía notar con ma-
yor claridad; pero yo me daba cuenta y trataba de
darle esos empujoncitos necesarios para que dejara
esas sensaciones y se fuera con su progenitor a pa-
sar el rato.
Sé que tantas veces, luego que tanto te fallan,
llegas a sentir que no deseas saber más de esa per-
sona y puede ser irónico que cuando la rechazas
sientas rápidamente que la extrañas. Yo sabía que
eso le sucedería si dejara pasar esta oportunidad,
por eso la alentaba a verlo a pesar de las varias de-
cepciones anteriores. Después de todo era su padre
y aunque pocas veces, quería pasar el rato con su
hija.
Daniela necesitaba de esos momentos, al ser es-
casos sabía que tenía que vivirlos o iba a extrañar
y entristecerse todavía más.
—Sí, precioso. Gracias por tus consejos, siempre
me apoyas. Es posible que uno de estos días venga
a visitarme, escribió agregando algunos emotico-
nos de rostro sonriente, reflejando lo que sentía.

386
Continuamos chateando durante el resto de la
tarde. Luego se desconectó e hice lo mismo tiem-
po después; aunque quedamos en vernos al día si-
guiente. Kelly le había dicho para salir a pasear en
pareja, la idea le pareció estupenda, por eso me la
hizo saber antes de despedirse y yo acepté gustoso.
Al día siguiente por la tarde, Manuel me vino a
buscar, vestía ropa nueva, andaba peinado y perfu-
mado, era como se dice: Andaba tiza.
Lo recibí por la ventaba del segundo piso antes
de bajar a saludarlo. De hecho, rocié perfume antes
de salir. Le dije a mis viejos que saldría y vendría
en unas horas y agitaron la mano en señal de des-
pedida concentrados en una película sobre catás-
trofes, sus favoritas.
Intercambiamos saludo y arribamos hacia la
casa de Daniela.
¿Por qué tan tiza? Pregunté porque no siempre
suelo verlo tan reluciente. Lo que pasa es que cum-
plo meses con Kelly, respondió sonriente y ocultó
algo dentro del bolsillo de su casaca.
A medio camino me lo hizo saber para buscar
una opinión. Unos simpáticos aretes siempre son
una buena elección, se lo dije con seguridad para
que se sintiera confiado.
Manuel era muy gracioso, durante el camino
lanzó varios chistes, algunos tontos y otros muy có-
micos. Estaba seguro que lo hacía para quitarse el
nerviosismo, a veces es bueno reír para combatirlo.

387
Por instinto caminé en dirección a la casa de
Daniela; Manuel, quien no dejaba de hablar para
sentirse relajado me siguió; pero cuando llegamos,
dijo: Oye, Kelly me dijo que estarían en su casa.
¿Cómo sabes? Pregunté. Me dijo antes que vaya
a buscarte.
Solté una risotada, también hizo lo mismo. Es
que yo solo te seguí, dijo con voz de idiota. Volví a
reír y añadí: Vamos donde tu flaca.
Charlando el camino se hizo rápido. Llegamos y
me detuve a un lado para que tocara el timbre. Ya
no estaba tan nervioso como al inicio y se me hizo
chistoso y a la vez romántico que hiciera un ade-
mán (haciendo movimientos graciosos con el bra-
zo y la muñeca) para que la cajita donde están los
aretes cayera en su mano. De hecho, reí a causa de
eso. Daniela, quien salió detrás de Kelly, también
vio la forma tan particular de entregar el regalo.
Es más, juntos tratamos de imitarla; pero no lo lo-
gramos, solo nos reímos más.
Saludé a la princesa con un beso y un abrazo.
Luego a Kelly felicitándola a la vez por otro mes
cumplido.
Qué valiente para aguantar a este tipo otro mes,
añadí en son de broma. Todos rieron. Mi amiga
también aguanta a otro loco, dijo en su defensa y
volvimos a reír.
Una vez dentro, saludamos a su Mamá, que aca-
baba de llegar del trabajo y se alistaba para subir
a su habitación.
388
No hagan mucho desorden, por favor, sugirió an-
tes de subir y no llegué a entender con claridad su
comentario. Atiné a sonreír; pero luego Manuel me
contó que la otra vez intentaron preparar pizza e
hicieron todo un alboroto.
Parece que ahora todos nos llevamos bien con
nuestras suegras, dijo con humor. Eso es muy bue-
no, le respondí con una sonrisa.
Nos acomodamos sobre el mueble mientras que
las chicas resolvieron continuar alistándose. Ma-
nuel encendió la televisión sintonizando un canal
deportivo. Me daba cierta gracia que hiciera cosas
similares a las que hago cuando estoy en casa de
Daniela.
La mayoría de salas son iguales. Muebles, cua-
dros, adornos y televisión. Vimos algunos goles de
distintas ligas hasta que Daniela y Kelly estuvie-
ran listas.
La labor de alistarse se trataba de ver que ropa
combinaba, que bolso llevaría y posiblemente un
breve cepillado en el cabello de Kelly, mas no de
Daniela, porque adoraba su ondulado natural.
Salieron del cuarto y bajaron, tardaron alrede-
dor de media hora y al estar nuevamente los cuatro
imaginé que quedaríamos en ir a algún lado. Antes
de ello le dije a Daniela que se veía hermosa, aun-
que no se haya hecho nada, tan solo combinar bien
su atuendo.
Las chicas habían acordado en ir al cine, yo estu-
ve de acuerdo y obviamente también Manuel.
389
Cuando llegamos al cine nos detuvimos para ob-
servar la cartelera, a ninguno de los cuatro se le
ocurrió mirarla antes. Las chicas querían ver una
película romántica, Manuel trataba de convencer-
me por una de acción, codeándome y susurrándo-
me; aunque yo, gustoso hubiera visto cualquiera.
Al final nos decidimos por la romántica.
En la sala estuvimos separados. Manuel y Ke-
lly arriba y Daniela y yo abajo a la derecha, no
era porque así lo queríamos, sino porque no había
asientos juntos, a la mayoría se les ocurrió ir a ver
la misma película y todo andaba repleto.
Naturalmente gran parte de la sala la formaban
parejas.
Me gustó la película; pero más me gustaron los
besos que le di a mi enamorada. Los besos en el
cine nunca pasan de moda. Imaginé que Manuel y
Kelly harían lo mismo y me daba risa comentárselo
a Daniela, quien cada vez que lo hacía, repetía: No
seas chismoso, deja que se besen tranquilos. No soy
chismoso, princesa, es solo que me da gusto que
estén enamorados. No tanto como nosotros, res-
pondía Daniela mirando la pantalla y yo sonreía
para asentir con la cabeza y continuar observando
adelante.
Salimos del cine y nos dedicamos a caminar, a
los cuatro nos agrada pasear. Así que caminamos
por los distintos lugares que ofrece el Centro Co-
mercial Jockey Plaza y por ratos nos detuvimos a
mirar prendas en los escaparates y seguir a nues-

390
tras respectivas chicas que se emocionaban al ver
los diseños y entraban para cotizar.
A diferencia de mí, Manuel a veces se sentía abu-
rrido, no le agradaba la idea de visitar tiendas de
ropa para mujer; pero lo hacía al fin y yo lo anima-
ba conversándole de algún tema en particular. No
digo que me guste hacerlo, el ir a tiendas de dama,
sino que me encanta consentir a Daniela. Él empe-
zó a entenderlo, porque de igual manera que Kelly
solía comerse horas compartiendo series favoritas
de Manuel, él debía de hacer lo mismo con sus afi-
ciones. Son cosas de pareja y uno las va asimilando
con el tiempo. Algunos más rápido que otros. Traté
de aconsejarlo en un idioma de amigos mientras
que ellas deambulaban por las distintas tiendas.
Luego nos tocó a nosotros, entramos a pasadizos
de prendas de hombres y nos fijamos en algunas
que seguramente adquiriríamos cuando haya dine-
ro o sea cumpleaños.
Más tarde, fuimos a tomar helados. ¿A quién no
le gusta el helado? Nos acomodamos cada uno al
lado de su pareja y pedimos. Claro que fueron los
helados más caros de mi vida; pero sumamente de-
liciosos.
Manuel y Kelly quisieron tener un momento a
solas y se abrieron por algunos minutos. Era su
aniversario, no tenía en mente el número del mes,
me parecía raro que nos hayan invitado a salir en
pareja el mismo día que cumplen meses; pero Da-
niela me comentó que fue idea de Kelly. Imaginé

391
que Manuel había estado de acuerdo porque recor-
dé que me dijo para salir nuevamente en pareja.
Desde ese momento no volví a mencionar el
tema. Caminé junto a Daniela en busca de nada,
solo deambulando por los distintos lugares que te
ofrece el centro comercial, entonces, más grande de
Lima.
Sé que te lo dije al inicio; pero quiero repetirlo:
Estas hermosa.
Sonrió y respondió: Gracias, precioso. Tú tam-
bién estás lindo.
Nos detuvimos en una baranda para mirar el
primer nivel. Te amo, princesa, le dije fijando mi
mirada en el pardo de sus ojos. Y yo te amo, precio-
so, respondió sonriente. Nos dimos un beso y ense-
guida oí una voz familiar: ¡Hey! ¿Qué hacen ahí?,
¿Quién es? Quiso saber Daniela. ¿No te acuerdas?
Es Jonathan. Ah, cierto, respondió y agitamos la
mano casi al mismo tiempo. Jonathan caminaba
junto a una chica que no conocía y luego desapare-
ció. Sentí que había interrumpido nuestro momen-
to, entonces, resolví retomarlo.
Me encantas, se lo dije después del beso. Sus
lindos ojos me observaron y sentí que como tantas
veces, podía ver mi alma.
Acaricié una parte de su melena ondulada, nos
miramos, sonreímos y nos quedamos un determi-
nado tiempo en ese lugar.

392
Fuimos sorprendidos por Manuel y Kelly, quie-
nes regresaban de su paseo. Se hallaban contentos
y preguntaron por lo que hicimos.
Fuimos a caminar un rato. ¿Y ustedes? Igual, es-
tuvimos por aquí y por allá, dijeron a la par.
Bueno, ¿Y ahora qué hacemos? Pregunté para el
grupo. Sujeté a Daniela de la cintura y me coloqué
detrás.
Pensaba ir al baño, dijo Manuel un tanto rubori-
zado. Yo pensaba lo mismo, le dije. Entonces, vayan
yendo a los servicios mientras que nosotras vemos
que hacer. Chévere, dijo Manuel y rápidamente se
adelantó. Lo seguí luego de darle un beso en la me-
jilla a mi chica.
Oye, creo que hoy es mi noche, fue lo primero
que me dijo cuando nos encontramos en el baño,
exactamente frente al espejo. Extasiado y con una,
no antes vista, enorme sonrisa.
¿Por qué lo dices? Le pregunté con una sonrisa,
realmente sin entender lo que decía.
Fácil y más tarde, cuando estemos en casa hare-
mos el amor, lo dijo todavía manteniendo la misma
sonrisa y sus ojos expulsaron una luz peculiar.
Reí porque siempre lo hago. Terminé de acomo-
darme el cabello y le dije: Entonces, hoy va a ser tu
noche, brother.
Se frotó las manos varias veces teniendo la son-
risa en el rostro, incluso, me tocó el hombro son-

393
riente, nunca antes lo vi tan contento. Me alegraba
por él, es mi amigo, lo conozco de la infancia y aho-
ra último paramos más tiempo juntos y he llegado
a tratarlo más. Sabía que estaba enamorado de Ke-
lly y me daba gusto que les vaya muy bien.
Hoy es tu noche, campeón, le dije antes que sa-
liera del servicio y le dio risa mi comentario. Nunca
antes se lo había dicho a alguien; pero lo escuché
varias veces de los adultos y me dio la impresión de
decirlo ahora.
De vuelta junto a nuestras novias acordamos en
volver a casa; pero previo a ello realizaríamos una
última excursión.
Kelly y Daniela quedaron en ir a los juegos. A
nosotros nos pareció chévere la idea y asentimos
sin dudarlo.
Al entrar a Happy Land nos dimos cuenta que
hace mucho que no veníamos. ¿Te acuerdas cuando
vinimos con Ezequiel, Fernando y Orlando? Pre-
guntó Manuel haciendo memoria. Claro, también
vinimos con Sergio; pero qué habrá sido de su vida.
Parece que todavía están los mismos juegos, le dije
y aceleramos el paso para alcanzar a las chicas.
Compramos varios tickets y recorrimos el es-
pacioso lugar para elegir uno de los tantos juegos;
aunque todos estuvimos de acuerdo en subirnos al
simulador (una especie de nave) que te lleva a una
experiencia en 3D.
Subamos, subamos, dijeron las chicas. Nosotros

394
aceptamos gustosos y nos acoplamos a la cola. De-
lante se hallaban niños y jóvenes, no nos importa-
ba esperar, la atracción se veía espectacular.
La disfrutamos y al salir platicamos sobre ella;
pero a pesar de querer volver a aventurarnos no
pudimos porque la cola se incrementó, resolviendo
así, gozar de otras distracciones.
Daniela y Kelly fueron a sentarse sobre una
moto estática teniendo al frente una pantalla que
desarrolla el movimiento que realizas con la moto.
Manuel y yo hicimos lo mismo cuando terminaron.
Poco importaban los ganadores.
Después hicimos lo mismo; pero en autos. Se me
hizo más sencillo manejar, tenía cierto conocimien-
to porque por ratos mi padre me prestaba el auto
para dar unas cuantas vueltas al parque, mientras
que Manuel, conocedor de videojuegos se conocía
todos los botones. El resultado fue irrelevante.
Cuando las chicas nos reemplazaron y se saca-
ron, al igual que nosotros, una foto manejando, nos
fuimos a uno de mis juegos favoritos, el patear pe-
nales.
No creía que todavía estaría aquí, le dije al en-
contrarlo. Manuel me vio emocionado, quería ser el
primero en jugar; pero yo estaba al mando al ser el
primero en verlo.
Le gané a la máquina y fue su turno. Jugamos de
ese modo durante varios minutos. Fuimos sorpren-
didos por las chicas, justamente cuando empezá-

395
bamos el supuesto último juego, habíamos agotado
el resto de los tickets jugando aquello, era nuestro
juego favorito.
No quisimos comprar más, lo dejamos para otra
ocasión. Salimos del lugar caminando lento, cada
quien agarrando de la mano a su pareja, conver-
sando acerca de lo que hicimos, entre risas y sonri-
sas y llegamos a la salida del centro comercial.
Ya es de noche, dijo Daniela, algo sorprendida.
El tiempo pasa rápido, princesa, le comenté.
Que frío está haciendo, comentó Kelly y Manuel
le entregó su casaca al instante.
Arribamos hacia la casa de Kelly en un taxi y
llegamos más rápido de lo pensado.
Nos despedimos y dejamos a los enamorados que
se besen durante un rato antes de separarse. Da-
niela y yo caminamos rumbo a su casa comentando
acerca de la tarde, abrazados y dándonos besos en
las esquinas.
Cuando llegamos vi a su madre en las afueras,
como esperándola.
Dije una maldición para mis adentros pensando
lo peor; aunque curiosamente, me dijo que pasara
para tomar lonche.
¡Qué gran idea! Pensé inmediatamente. Me mo-
ría de hambre, imaginaba dejar a Daniela y luego
llegar a casa para devorar lo que encuentre en la
nevera. Entramos entonces.

396
Ya no me encontraba tan nervioso como antes;
pero tampoco estaba confiado, digamos que me ha-
llaba tranquilo.
La señora llenó la mesa de distintas cosas, entre
ellas el exquisito zumo de mango, panes a por mon-
tones, palta, mantequilla y demás.
Ahora entiendo porque Danielita tiene algunos
rollitos, pensé y sonreí.
¿De qué te ríes, precioso? Quiso saber la prince-
sa, que me servía zumo de mango.
Me lees la mente, preciosa, respondí sonriéndo-
le.
Cogí el vaso y me lo llevé a la boca tan rápido
que cuando lo devolví se hallaba vacío.
Se nota que tenías sed, dijo Daniela con una lin-
da sonrisa.
Claro, preciosa. Sabes que me fascina el jugo de
mango.
Lo sé, lo sé, por eso le dije que lo compre.
Gracias, eres genial, mi princesa, le dije y me
acerqué para abrazarla. En ese momento, se apare-
ció su Mamá cargando una taza de café y al vernos
abrazados no supe que decir, solo nos separamos.
Daniela sonrió al verme ruborizado, su madre es-
bozó una sonrisa e invitó a sentarme. Lo hice de
inmediato.

397
¿Café? Preguntó. No. Prefiero el jugo de man-
go. A él le encanta el mango, añadió Daniela de
un modo muy dulce evidenciando un cierto cono-
cimiento de mis gustos. La señora sin mostrar ros-
tro de sorpresa, tampoco una sonrisa, respondió:
Bueno, yo si voy a tomar mi cafecito. Hoy no puedo
dormir, debo revisar unos documentos.
No quise agregar nada; aunque, de repente hu-
biera sido interesante si lo hacía.
¿A qué te dedicas, joven?, ¿Estás estudiando
algo o trabajas? Los chicos de ahora ya trabajan,
dijo la señora luego de beber un sorbo. Estaba com-
pletamente seguro que sabía que no hacia ninguna
de ambas cosas; pero igual preguntaba, las mamás
son así.
Es escritor, le encanta escribir, respondió Danie-
la y le dio una mordida a su pan con mantequilla.
¿En serio? Bueno, Daniela me ha comentado
algo de eso.
Pues, sí, dije tímidamente y enseguida añadí:
Me gusta mucho escribir. Estoy trabajando en un
libro que espero publicar más adelante.
Mira tú, que interesante. Está muy bien que te
dediques a lo que eres bueno; aunque deberías es-
tudiar algo de letras. Dime, ¿Lo has pensado? Dijo
la señora, esta vez, con menos seriedad.
Bueno, sí. Pienso estudiar Literatura. ¡No sabía
eso!, ¡Qué bueno, en serio, precioso! Interrumpió
Daniela con una asombrosa y dulce efusividad.

398
Disculpa que no te haya contado, preciosa; pero
lo estuve pensando, le respondí y esbocé una son-
risa.
En realidad no lo había pensado, ni se me ocu-
rrió. Solo quise escapar de la pregunta.
Qué chévere, dijo y me sorprendí. Fue la pri-
mera vez que la escuché decir una frase coloquial.
Pero debería de estar equivocado si creyera que en-
trábamos en confianza. Solo le había agradado mi
respuesta.
Así que eres escritor, escribes una obra y piensas
estudiar Literatura, que bueno, hijo. Se levantó de
la silla y se dirigió a la cocina.
¿Por qué no me dijiste antes? Preguntó Daniela,
nuevamente emocionada. Me gustaba ver sus ojos
brillar. Me dio un beso tan rápido como pudo y vol-
vió a su lugar.
Su madre regresó y se sentó. Tenía la taza llena
de café y al darse cuenta que la vi, dijo: Me gusta el
café. Sonrió e hice lo mismo.
Y dime, ¿Te gusta leer? Imagino que debes de
hacerlo seguido por lo que escribes.
Honestamente no he leído mucho, salvo en la
época de colegio. Di algunos títulos y añadí: Pero
debo leer más, es lo que siempre me sugieren.
Claro, puedes aprender bastante leyendo. Sí, eso
me dicen, respondí y vi a Daniela, quien ahora be-
bía jugo.

399
Sírvete algo, no solo tomes jugo, dijo de repente.
Daniela sonrió y añadió: Es un poco tímido.
Gracias, dije y luego de terminar el delicioso jugo
de mango me preparé un pan con mantequilla.
Bueno, chicos, debo ir a mi habitación a empezar
a trabajar, los dejo.
Hija, por favor, no olvides cerrar con llave, aña-
dió un segundo después.
Nos vemos, señora. Buenas noches, le dije y son-
reí muy tímidamente.
Buenas noches, joven, respondió mientras subía
las escaleras.
Cuando se fue lo primero que hice fue preparar-
me otro pan y comérmelo en segundos, a diferencia
del anterior que lo hice a leves mordiscos.
Daniela me vio, sonrió y no dejó de reír.
Lo siento, princesa, tenía mucha hambre.
Descuida, precioso, estamos en confianza, aña-
dió con una sonrisa.
Seguí comiendo hasta llenarme, Daniela me mi-
raba sonriente. Después resolví sentarme a su lado
en el mueble. Se ve que estas repleto, dijo tocándo-
me la barriga y en un tono irónico. Nos echamos a
reír; pero no de un modo estruendoso, fue una risa
leve.
Quédate un rato más, precioso, dijo al verme ob-

400
servar el reloj del celular. Por supuesto, princesa,
le respondí y nos abrazamos.
¿Sabes, princesa? No puedo creerlo. ¿Qué cosa?
Pues que todo ande tan bien. No me imaginé co-
miendo y conversando con tu Mamá, hablando de
libros y preguntándome por lo que hago. ¡Esto es
grandioso! Si fuera un sueño no quisiera despertar
jamás, porque estar a tu lado sentado en el mueble
de tu sala es lo más increíble que existe.
Sonrió, era una sonrisa de esas tiernas, los ojos
derrocharon el brillo al que estaba acostumbrado y
dijo: Nos merecíamos esto.
Tenía tanta razón. De inmediato, volvimos a
abrazarnos y esta vez nos mantuvimos así durante
un buen rato.
Te amo, dijo todavía manteniéndose cerca. Yo
también te amo, princesa, le dije. Nos separamos
y nos miramos, andábamos contentos porque está-
bamos enamorados y ese amor que nos sentíamos
podíamos expresarlo sin obstáculos.
Rato después, me tuve que ir. Le di un beso de
despedida en el umbral de la puerta y me fui.
Era tarde, llamaron de casa y por eso tuve que
apresurarme en partir; sin embargo, llevaba en mi
mente los recuerdos de una magnífica tarde.
No nos vimos en un par de días. Tuvo que sa-
lir con su Mamá a la casa de la abuela. Es un lu-
gar adonde nunca quiere ir; pero cuando regresa

401
lo hace contenta por la propina que recibe. El otro
inconveniente fue el hecho de realizar un asunto
en la universidad, el mismo que le llevó gran parte
de la tarde. Me dijo por MSN ese día por la noche:
Si no hubiera ido con Kelly, me hubiera vuelto loca.
¡Qué irritante, por Dios!
Nos encontramos el fin de semana, era la fiesta
de una de sus primas, quien le pidió que fuera con
su enamorado. Gustoso acepté con tal de estar a su
lado.
Casualmente, Jonathan, me había invitado a la
reunión de un amigo, a la cual asistirían Ezequiel,
Fernando, entre otros.
Llegué a la fiesta alrededor de la media noche,
Daniela me dijo que iría mucho antes para prepa-
rarlo todo. Imaginé que estaría con sus amigas ha-
ciendo parte de la decoración.
Jonathan entendió que faltaría a su reunión.
Se fue junto a mi hermano, Ezequiel y un par de
amigos más. Cuando lo hicieron arribé rumbo a la
casa de su prima, tenía la dirección anotada en un
papelito.
Al entrar vi a sus amigas de siempre junto a
otras personas que no conocía. Daniela se hizo car-
go de presentarme a todos, dulcemente, como su
enamorado.
Minutos después, recibí un mensaje de Jona-
than: Oye, estamos tomando de lo lindo, si quieres
te vienes.

402
En la fiesta de la prima el licor no era prioridad;
aunque en la mesa se hallaban algunas botellas de
vino y whisky.
Yo no estaba ahí para beber desenfrenadamente
como podría hacerlo con mis amigos, quería estar
junto a mi chica, compartir una divertida noche y
pasarla estupendo sin tener que beber en exceso.
Además, habían pasado algunos días sin vernos,
era inevitable no darle un abrazo y algunos besos.
No respondí el mensaje de mi amigo y me dedi-
qué a abrazar de la cintura a mi hermosa enamora-
da, quien se movía sobre su eje al ritmo la música.
Nos adueñamos de la pista de baile un instan-
te más tarde. No soy un buen bailarín, de repente
Daniela tampoco; pero nos divertimos como nunca
mientras danzábamos creyendo seguir el ritmo de
la canción.
Lo gracioso es que éramos los únicos bailando.
Ya después nos siguieron los demás.
No habían muchas personas en la fiesta, su gru-
po de amigas, algunas otras chicas, unos cuantos
sujetos y la cumpleañera.
Alrededor de las dos de la madrugada se apa-
reció Manuel, no sé dónde se había metido porque
tampoco fue con el otro grupo.
Me dijo que se quedó dormido, que recién acaba-
ba de leer los mensajes de Kelly, quien se hallaba
enojada en una esquina, conversando con el resto

403
de chicas, ignorando la presencia de su chico. De
hecho que luego charlaron y arreglaron, siempre
sucede.
Tomé algunos vasos de licor, bailé como nunca
antes había bailado, no por la forma, sino por el
tiempo que lo hice (porque no suelo bailar) y sucede
que a Daniela le gusta y a mí me encanta satisfa-
cerla.
En un momento dado todos se encontraban en la
pista de baile, Kelly, más animada empezó a reali-
zar el tren, todos se cogieron de la cadera y la si-
guieron, fue muy divertido.
Bailamos, bebimos y nos reímos durante casi
toda la noche. A eso de las cuatro de la madruga-
da se terminó la fiesta. No pudimos despedirnos de
la cumpleañera porque se hallaba ebria sobre su
cama, fue chistoso cuando Daniela lo contó.
Salimos de la casa y caminamos todos juntos en
dirección al parque Rompecabezas, porque en los
alrededores viven todas.
Sus amigas, a excepción de Daniela, habían be-
bido demás; aunque el término sea un poco exa-
gerado, porque bastó con un par de copas para
sentirse mareadas. El hecho gracioso condujo a mi
inevitable sonrisa tras verlas caminar.
Manuel ayudaba a Kelly, las chicas lo hacían en-
tre sí, Daniela por ratos también aportaba, igual
que yo, riendo. Me limitaba a observar, a veces in-
tervenía ayudando a Daniela; pero me daba cuenta

404
que con ella bastaba, aparte, era seguro que todo
formaba parte de un cómico espectáculo que recor-
darían con gracia por la mañana.
Cuando llegamos a sus respectivas casas tuvie-
ron que cambiar de rostro y pararse recto.
Ingresó cada una a su casa y retomamos el ca-
mino rumbo al hogar de Daniela, donde Kelly se
quedaría a dormir.
Le di un abrazo de despedida a mi chica, que
no dejaba de burlarse por el estado de sus amigas,
mientras que Manuel intentaba realizar lo mismo
con la suya, a quien recordaba estable poco antes
que terminara la fiesta.
Fácil le dio el aire, le dije. Seguro que sí, añadió
Manuel intentando ponerla de pie.
Daniela la cogió de la mano y ambas entraron a
la casa. Antes de cerrar la puerta agitó su mano en
señal de despedida y junto a Manuel caminé rumbo
al parque.
Encendió un cigarrillo para el camino y me invi-
tó uno. No fumaba tanto como él; pero quise acom-
pañarlo.
Casualmente; aunque Manuel lo vio como, má-
gicamente, nos encontramos con el resto de los mu-
chachos al llegar al parque.
Ellos bebían en una de las bancas, parecía que
les quedaba algo de licor, entonces nos acercamos
para empatarnos y quedarnos tomando ron hasta
el amanecer.
405
Desperté sin resaca, seguramente a diferencia
de las chicas y bajé a desayunar luego de una du-
cha de agua helada.
Todavía no me conectaba al MSN, lo hice des-
pués de devorar un par de panes con tamal y beber
el delicioso jugo de mango.
—Hola precioso, ¿Qué tal? Escribió Daniela
agregando emoticonos de rostro contento y corazo-
nes.
—Hola princesa, todo bien, gracias. ¿Y tú qué
tal? Respondí añadiendo emoticonos similares.
— ¡La pasamos genial ayer! Dijo agregando
emoticonos muy peculiares señalando fiesta y licor.
—Sí, preciosa, estuvo chévere. ¿Y cómo están
tus amigas? Que graciosa la forma como camina-
ban, dije agregando risas y emoticonos chistosos.
—No te burles, precioso. Esas se pasaron de
ebrias, ahora me están diciendo que no se acuer-
dan de cómo llegaron a casa, escribió agregando
varios emoticonos.
Agregué algunas risas y contesté: Son cosas que
pasan, les afecta rápido el trago. Pero fuera de eso,
la pasamos bacán.
—Sí, todo estuvo muy chévere, escribió Daniela.
— ¿Qué vas a hacer hoy, princesa? Pregunté cre-
yendo que podría verla, agregando emoticonos de
corazones.

406
—No lo sé, de repente me quedo en casa; aunque
mi mami ha dicho que saldremos de compras, es-
cribió añadiendo emoticonos referentes a lo dicho.
—Bueno, si no sucede, podemos vernos. Salir a
pasear, que se yo, algo así, le dije añadiendo nueva-
mente emoticonos de corazones.
—Sí, precioso, eso te quería decir. Si es que no
voy, te mando un mensaje y me vienes a visitar o
salimos a alguna parte, dijo con un gran icono de
corazón.
Daniela como dije antes solía tener el MSN re-
pleto de peculiares y graciosos emoticonos.
— ¡Qué tal corazón! Dije haciendo referencia a
su emoticón.
Añadió risas y dijo: Tan grande como el que ten-
go lleno de amor para ti.
Fue lindo y tierno que dijera eso.
— ¡Que linda! Te amo, le escribí.
—Yo también te amo. Y sabes, creo que mejor
no voy y nos vemos. ¿Qué dices, precioso? Dijo sin
emoticonos.
—Claro, chévere. Acepto gustoso; aunque espero
que tu mami no se moleste, escribí sin emoticonos.
—No lo sé; pero le voy a decir. Es que me dijo
para salir hoy temprano y como me levanté tarde,
de repente lo postergamos para otra ocasión, co-
mentó.

407
—Bueno pues, princesa. Me avisas cualquier
cosa, le escribí añadiendo un emoticón en señal de
seriedad.
—Sí, precioso. Yo te aviso de igual manera. Te
amo, hablamos luego, respondió con el mismo emo-
ticón de corazón gigante.
—Yo también te amo, hablamos al rato, escribí
con varios emoticonos de corazones.
Y se desconectó.
Por la tarde, me envió un mensaje.
—Amor, estoy en el Jockey Plaza con mi mami,
leí a primera instancia desanimándome por com-
pleto; pero a la vez tratando de comprender.
—Mi mami dice que vengas, iremos a tomar he-
lados después de las compras. ¡Ven pues! Decía en
un segundo mensaje.
¿Voy o no voy? La extrañaba, siempre la extra-
ño. Es cierto que me hubiera gustado salir solos;
aunque el trato con su vieja iba cada vez mejor y
quizá yendo demostraría madurez y podría pasar
un rato agradable. De repente me conocería mejor
y acumularía más puntos, pensé hasta que un nue-
vo mensaje interrumpió.
—Te extraño, mi precioso. Ven pues, quiero es-
tar a tu lado y mi mami dice que no te avergüences,
que sólo iremos por helados.
Me pareció gracioso leer lo último. Sonreí y pen-
sé: Bueno, voy a ir.

408
—Llego en media hora o cuarenta minutos a lo
mucho. Te amo, le escribí en un mensaje.
Me bañé y vestí velozmente, pedí dinero porque
tenía la billetera vacía y salí de casa luego de colo-
carme los audífonos que le robé por una tarde a mi
hermano.
Y ahora, ¿Dónde está? Me dije al llegar. Había-
mos intercambiado mensajes en el tiempo que es-
tuve en el bus. Dijo que me esperaría en la puer-
ta de entrada de Saga; pero no la hallé al llegar.
Miré hacia todos lados y de repente, alguien tocó
mi hombro.
— ¡Precioso! Dijo emocionada.
—Esto es para ti, añadió al instante entregán-
dome un corazón de almohada o una almohada de
corazón.
— ¡Esta chévere! Dije de inmediato. Abracé y olí
el obsequio.
Huele rico, pensé. Sonreí y se lo hice saber. Ade-
más, le di un abrazo en señal de agradecimiento.
—Es como el emoticón de MSN. El corazón gi-
gante, dijo entre risas.
—Tienes razón, princesa, respondí también en-
tre risas.
—Gracias, en serio. Este bonito, todas las noches
voy a colocar mi cabeza sobre este corazón, le dije
y la vi sonreír.

409
—Entremos, mi mami está pagando. Luego ire-
mos por los helados, dijo Daniela, me cogió la mano
y entramos.
—Vamos, dije mientras ingresábamos a Saga.
—Señora, buenas tardes, dije cuando nos encon-
tramos con su madre, quien cargaba un montón
de bolsas de distintas tiendas. No estoy seguro de
cómo lo hacía.
— ¿Puedo ayudarla? Me ofrecí amablemente.
—Por favor, gracias, respondió con una sonrisa y
cargué algunas bolsas sintiendo que si algún ami-
go me viera se reiría sin dudarlo. Pensarlo me dio
risa.
Me libré de un brazo para poder sujetar de la
mano a Daniela, era una costumbre que nunca
quiero perder, el caminar de la mano.
Te cuento que me he comprado algunas cosas bo-
nitas, luego te las voy a enseñar, contaba Daniela,
muy emocionada, mientras caminábamos.
Hijita, ¿Aquí es? preguntó la señora con dulzu-
ra. Sí, entremos. Aquí venden unos helados buena-
zos, respondió Daniela.
Hace tiempo que no vengo, solía hacerlo con mi
papi, continuó contando mientras ingresábamos.
Su Mamá se nos adelantó y se ubicó con rapidez.
Era una heladería grande y sofisticada, de seguro
tendría cientos de sabores, pensaba observando de-
talladamente el lugar sin parecer asombrado.

410
Un chico se acercó, saludó y nos entregó las res-
pectivas cartas.
Daniela se sentía contenta; aunque por instan-
tes miraba el lugar y creí que trataba de sofocar-
la una especie de nostálgico recuerdo. Enseguida,
cuando mi mirada hallaba la suya, volvía a sonreír.
Precioso, te recomiendo este helado, dijo con una
sonrisa. Sonreí y escuché su sugerencia, la misma
que pedí cuando el chico volvió para anotar los pe-
didos. No recuerdo que pidió su madre.
En cuestión de minutos los tres disfrutábamos
de unos exquisitos helados.
Daniela hablaba de lo hecho durante el tiempo
que estuvo escogiendo las distintas clases de ropa
que había adquirido, su vieja miraba una revista y
por momentos succionaba el helado con el sorbete,
yo gozaba de mi helado, escuchaba a Daniela, le
sonreía y cuando sentía la concentración extrema
de su Mamá para con la revista, le daba un beso
a mi princesa. Entonces, ella sonreía y volvíamos
a tomar helado, también intercambiamos sabores.
Ambos resultaron deliciosos.
Ven, dame un beso, precioso, me dijo. Vi a su ma-
dre concentrada en la revista y volví a besarla. No
era un beso apasionado, era uno tierno.
Dejen de besarse en mi adelante, por favor, dijo
la señora de repente; aunque su tono no era serio,
sino irónico. Reímos tímidamente ocultando la son-
risa con la palma de la mano.

411
No nos estamos besando, mami, respondió Da-
niela con ternura. Su Mamá dejó la revista para
mirarla y decirle de la misma irónica manera: Ten-
go ojos en todos lados.
Comenzaba a parecer muy agradable su Mamá,
diría que esta simpática, lo que me ayudaba a pen-
sar que de repente le estaría cayendo bien. Eso me
alegraba.
En el taxi de regreso a casa, la señora se dedicó
a hablar por celular mientras que nosotros charlá-
bamos atrás.
De pronto, faltando poco para llegar, giró la ca-
beza y se dirigió a Daniela con voz baja: Es tu Papá.
Quiere hablar contigo.
Rápidamente se emocionó, cogió el celular y con
voz dulce habló: Papi, dime, ¿Cuándo te veo? La vi
sonriente al momento de pronunciar la pregunta
como una cándida niña.
Cambió la sonrisa, se fue de repente. Agachó la
cabeza para que nadie pudiera verla entristecer,
una lágrima cayó y al verla quise acercarme; pero
algo me detuvo. Su madre miraba adelante, indi-
cándole al taxista por donde debía ir.
Está bien, papi, la escuché decir como quien aca-
ta un argumento poco convincente.
Terminada la llamada cogió el teléfono y sentí
que iba a lanzarlo con brutalidad; pero lo devolvió
a su Mamá, quien no dijo nada.

412
¿Todo bien, princesa? No respondió. Otra lágri-
ma apareció y me acerqué para abrazarla sin de-
tenerme. Te juro que me da rabia, dijo y estalló en
lágrimas.
¿Qué sucede, hija? Quiso saber la Mamá. Nos se-
paramos para que pudiera contestar. Dice que no
puede, no va a venir hoy ni la otra semana, la si-
guiente vendrá a visitarme y saldremos. De pasada
que va a contarme algo que tiene pendiente hablar
conmigo, lo dijo con la voz entrecortada, desilu-
sionada por completo. Retomamos el abrazo, esta
vez no tan efusivo, se dejó caer sobre mi hombro
mientras reconocía las calles. Su madre la veía por
el retrovisor, prefirió no comentar nada. Seguro lo
haría al llegar a casa, cuando estén a solas, es com-
prensible.
Vi que fijó la mirada en su hija y movió la cabeza
de izquierda a derecha mostrando un rostro sobrio
y ligeramente acongojado estando de acuerdo con
el pensamiento de Daniela.
Bajamos del taxi, quise quedarme para consolar
y hacer sentir mejor a mi chica; pero sabía que lo
mejor sería que lo hiciera su madre. Puede que aun
así me haya sentido frustrado, solo por el hecho de
querer aportar.
Le di un beso y le dije, todo va a estar bien, prin-
cesa. Te amo.
Nos abrazamos en señal de despedida. Agité la
mano para despedirme de su madre y caminé rum-
bo a casa.

413
No pude pensar en algo más que no fuera su
padre. Trataba de entender el motivo de sus au-
sencias, justificándolo algunas veces sin conocerlo
y colocándome como de costumbre en los zapatos
de Daniela. Entendía como se sentía y me apena-
ba. Anhelaba que alguna vez ella y su progenitor
pudieran dedicarse a coleccionar gratos instantes.
En casa esperé a que se conectara al MSN o en-
viara un mensaje contándome como se encontraba.
Todavía no le hablaba por ningún medio, quería
esperar unos minutos más, de repente continuaba
charlando con su madre.
Pasadas las horas, le envié un mensaje: Prince-
sa, si gustas entras al MSN, estoy en línea. La pa-
samos chévere con tu mami, te amo.
No respondió y tampoco se conectó.
Mañana voy a su casa, pensé. Me distraje un
determinado tiempo en el MSN, luego estuve pa-
sando el rato mirando el techo de mi habitación,
pensando en qué podría estar pasándole en esos
momentos. Me preocupaba bastante que ande muy
acongojada y sin quitarle méritos a su madre, que-
ría ser quien pueda estar a su lado para abrazarla
y decirle que todo iba a estar bien (a veces sin sa-
berlo del todo).
Fui a dormir creyendo que lo mejor sería visitar-
la temprano.
A la mañana siguiente, después de bañarme y

414
vestirme, salí rumbo a su casa. En el camino com-
pré una tarjeta musical que adjuntaría a la carta
que le escribí antes de dormir. Además, adquirí un
ramo de bellas flores.
Toqué el timbre un par de veces, su madre salió
sorprendiéndose al verme, vio el ramo de rosas, le
resultó tierno y esbozó una sonrisa.
Pasa, por favor, dijo amablemente e hice caso.
Daniela está descansando, nos hemos quedado
charlando hasta muy tarde, comentó su madre,
quien al parecer se había ausentado en el trabajo.
¿Cómo se encuentra? Pregunté directamente.
Siéntate, por favor. Puedes dejar las rosas a un
lado, no se van a arruinar.
Hice caso a todo lo que dijo.
Joven, dijo de un modo muy serio. Agachó la ca-
beza, se pasó la mano por el cabello y hasta creo
que exhaló con fuerza.
Este es un tema muy delicado; pero creo que tie-
nes cierto conocimiento, añadió enseguida, mirán-
dome fijamente a los ojos.
Asentí con la cabeza, estaba ligeramente nervio-
so.
Pues, Daniela me ha contado algunas cosas, dije
con la misma seriedad.
Ella es muy apegada a su Papá, desde niña lo ha

415
sido, siempre iban a pasear y jugar; pero nos divor-
ciamos por temas complicados. Entiendo, entiendo,
dije como para que no me contara los problemas de
pareja. Pues, parece que el divorcio le afectó más a
ella que a su hermano, ¿Lo conoces verdad? Asentí
con la cabeza.
Ha tenido arranques de pena, a veces la noto
triste e intento animarla llevándola de compras o
a pasear.
Es triste crecer viendo a otros niños salir con sus
padres y saber que llegaras a casa y no veras al
tuyo, más cuando lo tienes en el podio, dijo citando
ejemplos.
Sí, comprendo, añadí. ¿Vives con tus padres? Sí,
vivo con ellos.
Qué bueno, que bueno, dijo, volvió a mirar al
suelo y al levantar la mirada acotó: Eres un chico
maduro, me agrada que estés con Danielita, le ha-
ces sentir bien. Esas palabras me hicieron sentir
muy contento, quise sonreír, mas no lo hice. Solo
esbocé una leve sonrisa que podría haber sido más
grande y eufórica; pero la situación no lo amerita-
ba.
Gracias, respondí. Bebió su taza de café que re-
posaba sobre la mesa y continuó: Yo trabajo mucho,
a veces no puedo estar con ella todo el tiempo y su
padre es un… no lo dijo; pero imaginé como acaba-
ría la frase. Lo que pasa es que ni siquiera tiene
tiempo para estar con ella, no se da cuenta que la

416
niña necesita de un padre. No sé qué diablos pasa
por su cabeza cuando le cancela los paseos.
Yo tampoco lo sé y mucho menos lo entiendo, le
dije dentro de mi mente.
Esa es la razón por la cual anda triste mi hija,
a mí me parte el alma no verla sonreír como una
cándida chica de su edad que disfruta de la vida,
prácticamente está viviendo sin la presencia de su
padre, porque nos separamos hace años y desde en-
tonces son raras las veces que cumple sus prome-
sas de venir a verla.
En fin, espero que alguna vez pueda dejarse de
tonterías y ser más responsable con su hija. Ella
lo adora, a veces no comprende lo que sucede, es
verdad que ya va a cumplir los dieciocho; pero es
difícil asimilarlo, vivió sus primeros años teniendo
a su Papá para todo y ahora que no está todo se
tornó gris.
Ojalá ambos puedan retomar su relación padre
e hija y desarrollar un fuerte lazo, eso es lo impor-
tante, dije con seriedad.
Espero, dijo y se levantó de la mesa diciendo:
¿Gustas café? Esta vez, acepté.
Dejó la taza sobre la mesa y volvió a la cocina.
Bebe el café, esta rico, me lo acaba de traer una
amiga de Chanchamayo, dijo al regresar. Resolví
sonreír y luego beber.
Danielita ya debe estar despierta, si gustas pue-

417
des ir a saludarla, es posible que necesite de tu
presencia, dijo de una forma tan natural que me
sorprendió para bien, fue entonces cuando entendí
que realmente había llegado a caerle bien.
Sonreí, aproveché en beber otro sorbo porque me
había gustado el café, recontra distinto al que hacen
en casa y tímidamente fui subiendo las escaleras
rumbo a su habitación. Nunca antes había subido,
mucho menos estado en su mundo, era extraño y a
la vez estupendo, tenía ganas de abrir la puerta y
despertarla con un beso tal cual cuentos de hadas;
pero el segundo piso era diferente, un pasaje largo
y puertas a los lados. ¿Cuál sería su habitación? No
iba a gritar para preguntarle a su madre, tampoco
abriría todas las puertas, quizá, encontraría a su
hermano o de repente al perro. Tal vez el cuarto de
su madre y llegaría a sentirme incómodo. Quizá,
la habitación de estudios o la de huéspedes. Seguí
caminado guiado por una intuición respaldaba por
conocimiento de sus gustos y preferencias y resolví
detenerme, exclusivamente, en una puerta blanca;
pero llena de cositas de colores que eran como le-
tras que juntas (porque estaban desordenadas y se
adherían a la madera) podrían escribir el nombre
más bello. Aquí es, pensé y sonreí.
Cogí el pomo y suavemente empecé a girarlo, al
abrirlo asomé la cabeza y la vi dormida, se veía tan
dulce, con el cabello regado, la pijama graciosa y
acurrucada debajo de un edredón rosa.
Me di cuenta que a un lado, en el aparador, se
hallaban los peluches que le di junto a otra gran

418
cantidad de buenos amigos de algodón. Además,
de su techo también colgaban estrellas, lo cual me
pareció grandioso. Al otro lado su closet limpio y
ordenado, las pantuflas cerca de la cama y el resto
repleto de afiches, stickers y demás acerca de ese
personaje de dibujos que tanto le gusta. Es curioso
que su nombre siempre se me olvide. Me froté la
cabeza recordándolo; pero no lo logré.
Daniela dormía plácidamente, no quería desper-
tarla; aunque las palabras de su madre, a quien
por fin llegaba a parecerle un buen chico, alenta-
ban a sentarme al filo de su cama y esperar a que
abriera los ojos para darle un abrazo.
Lo hice al fin; pero no cerré la puerta, la mantu-
ve junta. Su habitación era pequeña a diferencia de
la mía; pero más ordenada, de un tierno color rosa
y decorada como solo ella podía hacerlo.
Mi princesa, le dije mientras acariciaba su mele-
na ondulada regada por las sábanas. Rocé sus me-
jillas y a pesar que quise darle un beso, no lo hice,
podía despertarla y no quería. Me senté al filo de la
cama y me dediqué a observarla, era, curiosamen-
te, más hermosa cuando se encuentra soñando.
Movía las piernas y abría las manos, imagina-
ba que dentro de poco abriría los ojos y me vería a
un lado de su cama, sorprendida y no sabría cómo
reaccionaría, de repente con un susto o tal vez con
un abrazo.
Volvió a calmarse y continuó, al parecer, con el
sueño que iba disfrutando.

419
Seguía mirando su habitación, también la veía,
me encantaba observarla y luego ver de reojo su
cuarto. Pensaba en la confianza que su madre me
había entregado para subir a su habitación a des-
pertarla, esa idea me hizo sonreír.
Lo siguiente que hice fue acercarme nuevamen-
te a su rostro y plantarle un beso en la mejilla y
aunque quise evitarlo se hizo imposible no decirle
al oído, te amo, princesa.
Sonrió como si las palabras la hubieran hecho vi-
brar y al cabo de unos segundos abrió los ojos vién-
dome a su lado, acariciándole la melena ondulada
y lejos de asombrarse como si supiera que estoy a
su lado desde antes, atinó a mostrarme su sonri-
sa. Eres hermosa, mi princesa, se lo dije mientras
rozaba sus mejillas rosadas y la veía nuevamente
sonriente. Me alegraba que se sintiera mejor, esa
sonrisa lo reflejaba.
Un instante después con sorprendente fuerza,
me cogió del cuello jalándome para sí.
Princesa, por favor, dije mientras me atraía.
Échate conmigo, dijo enseñando una sonrisa. Y no
iba a decirle que no a pesar que me diera vergüen-
za excederme en confianza.
Asentí con la cabeza y me recosté tímidamente
a su lado, me dio un abrazo muy afectuoso e inme-
diato añadió: Tápate, precioso.
Cubrió gran parte de mi cuerpo con el edredón
rosa, que a decir verdad, olía exquisito. Nos queda-

420
mos abrazados; aunque por ratos miraba la puer-
ta preocupado porque alguien se asomase. Deja de
preocuparte, dijo con una voz serena. Me dio un
beso en la mejilla y cerró los ojos esbozando una
sonrisa. Miré el techo más calmado, le di un beso
en la nuca y le dije, te amo. Yo también te amo,
precioso, respondió enseguida todavía con los ojos
cerrados y posiblemente escuchando los latidos de
mi corazón.
No estoy seguro de cuánto tiempo estuvimos
echados sobre su cama, solo sé que la paz nos inun-
dó y la calidez de su abrazo me hizo hallarme como
en sueños. Dejé de preocuparme por su madre y
hasta llegué a cerrar los ojos por momentos. Nos
besamos al abrirlos, justo después de vernos fija-
mente como recién levantados luego de haber pasa-
do la noche juntos y nos repetimos te amo cuando
terminamos de besarnos.
Será mejor que nos levantemos, dijo Daniela con
humor. Me reincorporé lo más rápido que pude oca-
sionando su risa.
No tan rápido, precioso, dijo con gracia. Sonreí
y le dije: Bueno, me daría vergüenza que tu Mamá
me viera echado en tu cama
Apropósito, ¿Cómo así estas aquí? Preguntó,
ahora sí, asombrada.
Pues, te cuento mientras te vas vistiendo. En-
tonces, te escucho, dijo al tiempo que se cambiaba
la pijama.

421
Fui relatando todo lo ocurrido, a excepción de la
charla que tuvimos y obviando al ramo de rosas
que esperaba abajo.
Un momento, he olvidado algo, dije y descendí
rápidamente para recogerlo. ¿Qué has olvidado?
Preguntó y no tuvo respuesta porque bajé tan ve-
loz como pude.
Su madre no estaba en la sala, tampoco en la co-
cina, no es que haya ido a la cocina, solo vi de reojo.
De repente salió, pensé. Cogí el ramo de rosas y
volví a subir. Me sorprendió la confianza como lo
hacía.
Para entonces, Daniela se encontraba lista, se
peinaba el cabello mirándose al espejo después de
haberse lavado el rostro y cepillado los dientes. Es-
taba bella, es imposible no verla hermosa en cual-
quier situación que se encuentre. Tal vez sea uno
de sus dones.
¡Princesa, mira lo que te traje! Dije con la voz un
poco elevada olvidando que podría estar su herma-
no deambulando por algún lado.
Dejó el peine y se abalanzó para abrazarme con
euforia. ¡Gracias, precioso! Repitió y me dio mu-
chos besos. Me sentí emocionado porque alegraba
bastante que le haya gustado. Cogió las rosas, las
olió y suspiró. Adoro tus detalles, dijo enseguida
enseñándome de nuevo su encantadora sonrisa, re-
luciente, por cierto.
Voy a dejarlas en mi habitación, no quiero que
mi madre se las quede, dijo con humor.
422
Vamos a la sala, te invito a desayunar. A menos
que ya hayas desayunado con mi Mamá. La verdad
que sí, le dije entre risas por lo asombrado que es-
taba con la situación. Ella sonrió y contestó: Si que
le caes bien, eh.
Fue divertido y creo que tienes razón, le agrado.
Pienso lo mismo y eso es muy bueno, aseveró,
mientras nos dirigíamos a la cocina.
Parece que ha salido, dijo. Abrió la refrigeradora
y sacó algunos productos, zumo de durazno, mer-
melada de fresa y mantequilla. Preparó algunos
panes con eso y me dijo para sentarnos a ver televi-
sión. Acepté asintiendo con la cabeza y nos acomo-
damos sobre el mueble.
Vimos dibujos, películas y hasta noticias duran-
te un largo periodo. Cuando su madre regresó nos
encontró cómodos y abrazados.
Superada la hora del almuerzo, no noté que no
habían cocinado. Su madre llevaba consigo un par
de bolsas de un supermercado y al entrar dijo: Creo
que hoy voy a cocinar.
Mami, cocinas rico cuando te inspiras, dijo Da-
niela con mucha dulzura. Sonreí, vi a su madre
también sonreír y luego de dejar las bolsas a un
lado, añadió: Gracias, hijita, voy a hacer mi mayor
esfuerzo.
La señora no había ido a trabajar, se fue de com-
pras cuando subí a la habitación de su hija y aca-
baba de llegar.

423
No fue al trabajo por cuidarla, prepararía su co-
mida favorita, luego de haber dejado que se que-
dara con el novio, ambas situaciones evidenciaban
que haría cualquier cosa por ver sonreír a su pe-
queña. Era de admirar.
Continuamos viendo la televisión hasta que se
terminó la película, fue uno de esos films de miste-
rio que no tienes que quitarle los ojos para enten-
der el final.
Daniela estaba con muy buen humor, me daba
gusto que mi presencia durante la mañana y el he-
cho que su madre cocinara la hiciera sentir mejor.
¿Te quedas a almorzar? Quiso saber su Mamá.
Pensé que quería ofrecerle un almuerzo madre e
hija, por ello pensaba marcharme poco antes de la
comida; sin embargo, tampoco iba a negarme a una
invitación. Ahora que todo iba tan bien.
Muchas gracias, señora, dije aceptando la invi-
tación. Entonces, ustedes dos tienen que ayudar
con el almuerzo, añadió al instante. Ambos reímos
y como la película acabó no nos quedó otra que ayu-
dar.
Nunca pensé que estaría compartiendo la cocina
con su madre. Al inicio me pareció tan seria y rec-
ta, ahora resultaba un recuerdo lejano, porque su
simpatía era natural. Hizo que me sintiera cómo-
do y en confianza apoyándolas en la preparación, a
pesar que mi labor no fue mayor. Lo impresionan-
te era la forma como todo cambió, de andar a es-

424
condidas a estar picando cebolla junto a su madre.
Pensaba en ello y sonreía, cuando preguntaban por
la sonrisa decía que era natural en mí el hecho de
sonreír. La verdad es que estaba contento por com-
partir esa clase de momentos.
El almuerzo estuvo delicioso, charlamos en la
sobremesa de diversos temas, entre ellos el futuro
libro, que según conté, iba avanzando. Realmente
lo había comenzado; pero no tanto como lo dije. La
cuestión es que a su madre le gustaba la idea que
fuera escritor, de repente lo relacionaba con conoci-
miento, debido a que los escritores suelen leer bas-
tante y quienes leen son cultos.
Tiempo después, pasada la charla en la sobre-
mesa, resolvimos volver al mueble a reposar; pero
su madre lavaba los platos mientras que nosotros
anhelábamos la digestión, lo cual me pareció injus-
to, entonces, me acerqué a ayudarla.
Son contadas las veces que he lavado platos,
aquella fue una de esas pocas.
Le agradaba más a su Mamá realizando dichos
detalles con amabilidad y sonrisa en el rostro.
Pasado un tiempo, ya nuevamente sobre el mue-
ble, yo sentado viendo la tele y Daniela recostada,
teniendo su cabeza sobre mis piernas y el resto de
su cuerpo sobre cojines, nos concentramos en Dra-
gon Ball Z que por suerte lo repiten en cable y en
los comerciales aprovechábamos la ausencia de su
madre, quien se hallaba viendo la tele en su habi-

425
tación, para darnos un beso. Ninguno de los dos
quería moverse, por ende, debía de agachar la mi-
tad del cuerpo para lograr besarla, era muy chisto-
so, al punto que los besos eran interrumpidos por
las risas.
Me llamaron de casa minutos después. Era mi
madre preocupada preguntando, ¿Dónde estás que
no has venido a almorzar? Y para asombro suyo le
respondí que comí en casa de Daniela. Enseguida,
le pasé el móvil y ella lo aseveró. Mi madre le dijo
algunas bendiciones, otras felicitaciones y me de-
volvió el celular para decirle que en un rato iría.
Y así fue, minutos más tarde, nos despedimos.
Había sido una tarde preciosa, ya no me resulta-
ba tan extraño y quería acostumbrarme a seguir
viviéndolas del mismo modo porque era lo que tan-
to deseábamos. Todo ello se lo hice saber antes del
abrazo de despedida. Daniela sonrió porque le dio
gracia la forma como lo dije y entonces añadió: Yo
también quiero acostumbrarme a esto, a veces es
raro; pero no deja de ser bonito.
Así es princesa, le dije dándole un beso y luego
sonriendo.
No pensé cocinar junto a tu Mamá y mucho me-
nos ayudarla a lavar los platos. Eso fue lindo, inte-
rrumpió dócilmente. Sonreí y añadí: Me agrada tu
mami. Y tú a ella, volvió a interrumpir y otra vez
sonreí, esta vez ruborizado.
Eso me parece chévere, me gusta caerle bien.

426
Todo esto es tan increíble y a la vez tan extraño
que me encanta; aunque admito que a veces siento
miedo por si llegase a ser efímero. No pienses tanto
en eso, precioso y disfruta del momento. Disfrutar
del momento, pensé. Eso hago, princesa, le dije y
rápidamente añadí: Me encanta disfrutar de estos
momentos. Siento que estamos mejor que nunca,
establecidos y amándonos con libertad.
Eso es hermoso, dijo Daniela con su dulce voz.
Sonrió y me dio un beso a su manera.
¿Te veré pronto? Quiso saber. Claro, princesa, vi-
vimos cerca, le agrado a tu mami, obvio que nos ve-
remos pronto. Además, te extraño rápido. Ella rió
y dijo, eres un ocurrente. Así te amo. Yo también
te amo, princesa. Nos vemos luego, precioso. Nos
besamos y nos separamos.
Agité la mano mientras me alejaba, ella sonreía
y hacia lo mismo.
En casa me encontré con mis hermanos, quienes
veían la televisión muy atentos. ¿Qué están vien-
do? El regalo prometido, respondieron casi en coro,
lo cual me hizo reír. Ya la he visto cientos de veces,
contesté con humor y entré a mi habitación. Encen-
dí la computadora y me conecté al MSN por poco
tiempo, el motivo era que no había muchos conec-
tados, tampoco estaba Daniela. Resolví volver a la
habitación contigua y mirar la película junto a los
demás.
Curiosamente, comenzaron a preguntar por Da-

427
niela. Les dije que venía de su casa; pero su pre-
gunta quedó rondando en mi cabeza y entonces de-
cidí invitarla a almorzar un par de días antes de su
cumpleaños.
Le dije a mi vieja que cocinara algo delicioso,
como para chuparse los dedos, fue la expresión que
utilicé. Y ella con una sonrisa respondió: Obvio, si
siempre cocino rico. Me hizo reír estruendosamen-
te y no en son sarcástico, sino una risa creada por
la seguridad de su respuesta.
Quedamos en que prepararía algo exquisito
como para una ocasión especial.
A un día de su cumpleaños fui a recogerla a su
casa. Le comenté por mensaje de texto que la invi-
taría a almorzar, aceptó gustosa. Luego coordina-
mos por MSN que iría a recogerla, le pareció una
grandiosa idea.
Lo hice un día antes porque seguramente sal-
dría con su padre o madre el día de su cumpleaños.
Fuimos a mi casa caminando, en el camino char-
lamos de todo un poco y llegando al parque nos to-
pamos con Manuel, quien al parecer, iba a visitar
a Kelly.
¿Por qué tan arreglado y peinado? Le dije con
humor. Me voy a ver a mi flaquita, respondió luego
de saludarnos.
Kelly me dijo que mañana harás una reunión,
dijo Manuel refiriéndose a Daniela.

428
Sí, voy a hacer una pequeña reunión, algo ínti-
ma, solo entre amigos. Vas pues.
Claro, voy contigo, dijo Manuel, esta vez seña-
lándome. De hecho, me vienes a buscar, pasamos
por tu flaca y luego vamos, le dije planeando algo.
No, no. Kelly va a ir mucho antes, dijo Manuel. En-
tonces, me buscas y vamos los dos. Sí, mucho me-
jor, respondió. Chévere, así quedamos, le dije, ya
despidiéndonos. Mañana nos vemos, Manuel, me
saludas a Kelly, dijo Daniela. Yo le digo, respondió
alejándose con una sonrisa.
Esta recontra enamorado, le dije mientras avan-
zábamos. ¿Se nota, verdad? Añadió Daniela. Claro,
es obvio, nunca antes lo vi así, acoté. Me alegra por
ambos, dijo ella.
Llegamos a la casa y nos detuvimos en la puerta.
Pero no tan enamorados como nosotros, dijo re-
pentinamente con su bella sonrisa. De eso no tengo
dudas, princesa, respondí poco antes de darnos un
beso.
En ese momento, abrieron la puerta como sos-
pechando que estábamos afuera. Por suerte no nos
vieron en pleno beso.
Entramos y vi a mi vieja en la cocina, sonriente
como de costumbre, siempre sonríe a pesar de lo
que pueda andar pasando. Saludó a Daniela muy
amablemente, incluso, con un afectuoso abrazo.
Huele delicioso, me dijo al oído. Sí, han prepa-

429
rado algo rico exclusivamente para ti. ¿En serio?
Preguntó sorprendida. Muchas gracias, añadió al
instante, muy emocionada.
Chicos, suban, en un rato los llamo para almor-
zar, dijo mi vieja, saliendo un santiamén de la coci-
na. Gracias señito, respondió Daniela con cordiali-
dad. Está bien, nos avisas, le dije y subimos hacia
mi habitación.
—Hola Daniela, dijo Fernando al verla subiendo
las escaleras.
—Hola, ¿Qué tal? Respondió de inmediato.
—Hola, dijo Orlando, quien salía del baño del
segundo piso e iba a su cuarto.
—Hola, respondió Daniela con amabilidad y en-
tramos a la habitación.
Resolví no cerrar la puerta para poder escuchar
a mi vieja cuando nos llame.
Jeff apareció de repente ingresando al cuarto
para preguntar por algo, saludó a Daniela y se fue.
—Me agradan tus hermanos, son chéveres, dijo
rato después.
—Y obviamente tú le agradas a ellos, añadí de
inmediato.
Se echó sobre la cama mirando hacia el techo
mientras que encendía la computadora y sintoni-
zaba música.

430
—Pon “La fuerza del corazón” por favor, dijo con
dulzura.
—Eso pensaba hacer, preciosa, le respondí y al
sintonizar la canción me acerqué.
—Extrañaba mirar las estrellas, dijo de una ma-
nera muy tierna.
—Y estoy seguro que ellas extrañaban tus ojos
pardos.
Sonrió y añadió: Te amo, precioso.
Yo también te amo, princesa.
Nos besamos enseguida, teniendo de fondo a
nuestra canción y debajo de las estrellas de cartón.
—Chicos a almorzar, interrumpió el grito de mi
vieja; pero nos seguimos besando.
—Chicos, ya está listo el almuerzo, volvió a gri-
tar y sin embargo, continuamos con el beso.
Se calló por un santiamén y escuchamos los velo-
ces pasos rumbo a la habitación y recordé que tenía
la puerta abierta. Me hubiera parecido normal que
me viera besando a mi chica; pero Daniela se mori-
ría de la vergüenza.
Nos separamos y cuando ingresó diciendo: Ya
está lista la comida, contesté: Ya bajamos. Retoma-
mos el beso por un buen rato y descendimos al oír
que todos ya se hallaban en la mesa.
—Se ve rica la comida, dije frotándome las ma-
nos y sacando la lengua de un modo chistoso.

431
—Sabes que siempre cocino rico, añadió mi ma-
dre sonriente.
—Chicos, siéntense, por favor, dijo enseguida e
hicimos caso a sus palabras.
Como todo un caballero le ofrecí asiento a Da-
niela ante la mirada de mis hermanos, quienes me
observaron sorprendidos y ocultando sus risas.
Durante el tiempo que pasamos almorzando
charlamos de distintos temas, entre ellos el futuro
cumpleaños de Daniela, su reunión de mañana por
la noche, inclusive, invitó a mis hermanos para que
fueran y ellos aceptaron gustosos.
Platicamos también sobre fútbol, siempre lo ha-
cemos y no sería la excepción.
Fue genial que Daniela acotara algunas opinio-
nes, demostraba confianza y eso me agradaba.
Cuando Jeff comenzó a hablar sobre Dragon
Ball, ella hizo buenos comentarios acerca de algu-
nos capítulos que le han parecido estupendos. Era
sensacional verla hablar tanto de fútbol como de
Goku. Tenía un magnífico conocimiento de todo un
poco; era sencillo que le agradara a todos.
En la sobremesa continuamos charlando, Danie-
la se explayaba con mayor fluidez y el resto lo hacía
de igual forma.
Previo a sentarnos sobre los muebles agradeció
la comida y quiso ayudar con los platos; pero mi
vieja no quiso que lo hiciera diciendo lo siguiente:

432
Eres mí invitada, ve a sentarte a reposar. Daniela
sonrió y volvió a mi lado para seguir charlando.
Cada vez que hablaba la miraba enamorado, en-
cantado de escuchar sus comentarios, realizando
ademanes y mostrando a cada instante esa precio-
sa sonrisa que la caracteriza y a veces, en algunos
movimientos, hacia girar su divina melena ondu-
lada. Pensaba en lo afortunado que era al tenerla
cerca, porque al terminar de dar una acotación se
recostaba a mi lado colocando su cabeza sobre mi
hombro escuchando lo que los demás decían.
Pasado el tiempo, uno tras uno fue subiendo a
su respectiva habitación hasta que al final nos que-
damos los dos. Mi vieja dejó la cocina y volvió a su
cuarto a seguir viendo la televisión, la mascota la
siguió instintivamente a pesar que Daniela quiso
abrazarla nuevamente. De igual modo, se agrada-
ban mutuamente.
—El almuerzo estuvo delicioso. Estoy llena, dijo
frotándose la barriga.
—Estamos en la misma situación, preciosa, res-
pondí rápidamente haciendo el mismo ademán.
—Me voy a recostar, añadió al instante y se aco-
modó como le gusta. Echada sobre el mueble y con
su cabeza sobre mis piernas.
Acariciaba su melena divina mientras que le de-
cía que me gusta estar así.
Algunos minutos más tarde, cuando la digestión
hizo efecto, subimos a mi habitación.

433
No tuve tiempo de ni siquiera sintonizar alguna
melodía porque nos aferramos a base de besos in-
tensos y apasionados que nos condujo a caer sobre
la cama; después de una risa nos desnudamos mu-
tuamente, tan veloz y efusivamente como pudimos.
Una vez desnudos continuaron los besos, esta vez,
no se limitaron a ser en los labios.
Besé todo su cuerpo con intensidad, acariciando
después cada rincón de su hermosura. Me encanta-
ba hacerla explotar de un sinfín de sensaciones que
desarrollaba su ser al tiempo que la besaba, tocaba
y sentía mía.
La veía sobre la cama, con la cabellera ondulada
cayendo en ambos extremos, preciosa, exquisita,
divina, como si se tratase de una diosa mitológica.
Le dije, te amo, respondió, yo también te amo a ti,
y empezamos a hacer el amor con un infinito mu-
tuo deseo por fusionar nuestros cuerpos y hacernos
uno.
No pronunciamos palabra alguna durante el
acto, todo lo que se pudiera decir fue plasmado en
caricias y besos sin límites, rodeados por una at-
mósfera y enamorados más que nunca. Nuestro
amor tan puro y honesto se reflejaba en lo que ha-
cíamos, en la forma como hacíamos el amor.
Caí rendido sobre sus pechos y la oí suspirar.
Se aferró a mí con un abrazo y la oí decir, te amo
demasiado, amor de mi vida. Reuní fuerzas para
levantarme y mirarla, el pardo de sus bellos ojos
resplandecía con vigor y manteniendo su mirada

434
en mí, escuchó a mis labios decir, te amo, amor de
mi vida. Acto seguido, caí nuevamente rendido.
No estoy seguro del tiempo que permanecí sobre
sus pechos, solo sé que llevaba los ojos cerrados y
escuchaba a su corazón.
Enseguida, me acomodé a su lado y nos abra-
zamos. Hacía un repentino frío, usamos parte del
edredón para cubrirnos; pero fue divertido tapar-
nos por completo como andar escondidos. Dentro
de esa cueva de edredón volvimos a besarnos, esta
vez, con cierta ternura. Reímos por lo infantiles que
éramos y hasta jugamos durante un buen tiempo.
Sentimos el agotamiento del placer y del lúdico,
sin imaginarlo cerramos los ojos por un momento,
todavía abrazados y nos quedamos dormidos.
Nos sorprendió el sonido del celular.
¡Debe ser mi Mamá! Dijo al abrir los ojos. ¿Qué
hora es? Me preguntó y cogí rápidamente mi teléfo-
no. Siete y media, marcaba el reloj.
Daniela se estaba cambiando mientras hablaba
con su Mamá, parecía estar todo bien, lo supe por
sus gestos; pero quise confirmarlo con una pregun-
ta.
Sí, precioso, todo anda bien, es solo que estaba
preocupada.
Entiendo, princesa.
Vamos yendo, déjame en mi casa.

435
Por supuesto, no tienes que mencionarlo.
Una vez vestida se acercó y me dio un beso.
Me vestí, arreglé el cabello frente al espejo y sa-
limos de la habitación cogidos de la mano, entre
risas y sonrisas.
Ninguno de mis hermanos apareció, se encon-
traban concentrados en la computadora, lo cual era
natural. Mi vieja se asomó y se despidió de Daniela
saludándola por su cumpleaños por adelantado.
Caminamos a pesar que le dije para ir en moto.
Prefirió caminar y me pareció genial, cosa rara en
mi pedirle ir en moto; pero estupendo que desee lo
contrario.
En la puerta de su casa nos despedimos luego
de conversar durante todo el trayecto acerca de
lo que fue el almuerzo y lo que será mañana en su
reunión de cumpleaños.
Te llamo o te mando un mensaje a la media no-
che, princesa, le dije después de darnos un beso.
Voy a esperar tu mensaje o llamada, precioso,
respondió sonriente.
¡Feliz cumpleaños, princesa de mi vida! Te amo
demasiado, más tarde la vamos a pasar estupendo,
se lo dije vía mensaje de texto a la media noche.
Desperté muy temprano para ir a comprar el
regalo, había pensado en una sortija que pudiera
llevar durante todo el tiempo que andemos juntos,

436
era mi romántico pensamiento. Además, no le ha-
bía visto ninguna en sus manos, salvo pulseras.
La empleada del local me miró sorprendida,
creyendo: Tan joven y se compromete; pero le hizo
entender, entre risas, que era un detalle para mi
chica.
Vi una que me encantó y supuse que le gustaría
porque conocía sus gustos. El problema era que va-
lía carísimo y tuve que gastarme la acumulación de
propinas.
Nuevamente en casa, sentado al frente de la
computadora y chateando por MSN acordé con Ma-
nuel en que vendría a buscarme alrededor de las
nueve de la noche.
A eso de las nueve y media, esperándolo desde
la ventana del segundo piso, por fin pude verlo aso-
marse.
¿Qué tanto te demoras?, ¿Acaso te estás maqui-
llando? Le dije al salir por la ventana. Mostró una
sonrisa y con voz tímida, respondió: Estaba en el
baño. Empezamos a reír enseguida.
¿Los demás van a ir? Preguntó refiriéndose a mis
hermanos. No lo sé, todavía no se alistan, respondí.
Pero, déjame preguntar, añadí al instante. Cerré la
ventana y subí al siguiente nivel. Fernando estaba
en su computadora, escuchando música y al frente,
sobre la cama, se encontraba Orlando. ¿Van a ir a
la reunión? Les pregunté. Yo sí, respondió Fernan-
do. Voy a esperar a Ezequiel e iremos juntos, aña-

437
dió. Orlando no dijo nada, quizá, al sentirse menor
no quiso asistir.
Ya pues, chévere. Afuera está Manuel, voy avan-
zando con él, le dije. Está bien, nosotros vamos des-
pués, dijo y entonces fui a recibir a Manuel luego
de optimizar detalles.
Llevaba el regalo escondido en un bolsillo, volví
a mirarme en el espejo antes de salir, justamente
en el baño del primer piso y salí a recibir a mi ami-
go.
Nos saludamos con un apretón de manos y entre
risas, instintivamente caminamos hacia allá y a
medio andar encendimos un cigarro para sentirnos,
como siempre dicta Manuel, “unos chicos bravos”.
Al terminar de fumar cigarrillos y encontrarnos
cerca, chupamos unos caramelos para el aliento.
Parece que todavía no hay mucha gente, dijo al
detenernos afuera y observar el ambiente por la
ventana.
Me di cuenta que nos observaron; pero me hice
el sonso. Un santiamén después, salió Carla junto
a otra amiga que no conocía.
Hola, hola, saludamos al mismo tiempo. Hola
chicos, voy a llamar a Daniela para que abra la
puerta, dijo manteniendo su vaso de licor en mano
y sonrisa en el rostro.
Un minuto más tarde, salió Daniela. Estaba di-
vina, me encantó desde el primer momento en que

438
se asomó por la puerta, reluciente, con el cabello
ondulado brillante y sedoso. Emocionada de verme
e intentando saber cuál era la llave que abriera la
reja.
Mi madre la dejó con llave, no sé porque, dijo
mientras abría. Y al hacerlo nos abrazamos inme-
diatamente. Olía delicioso y su cabello me fascina-
ba. Le di un beso después de decirle, feliz cumplea-
ños, princesa. Te amo demasiado. Agradeció con
una sonrisa. Enseguida, Manuel la saludó y le pre-
guntó por Kelly. Daniela le dijo que se había ido a
comprar junto a Claudia. Manuel asintió y resolvió
entrar a la casa.
Sabía que dentro de la reunión no tendría mu-
cho tiempo para estar solos, entonces me animé a
entregarle el obsequio en ese momento.
Princesa, aquí tengo tu regalo. Se llevó las ma-
nos a la boca y elevó las cejas, se veía muy linda en
esa expresión. Le entregué el detalle mientras que
todavía se hallaba asombrada.
Me encanta, precioso, dijo segundos después, ya
sin la expresión de sorpresa; pero igual viéndose
bella. Me dio un abrazo en señal de agradecimiento
y muchos besos en la mejilla. Detuvimos nuestras
miradas, sonreímos y nos besamos en los labios.
Te amo, yo también te amo. Nuevamente nos
abrazamos; pero esta vez fuimos interrumpidos por
Kelly y su amiga, quienes regresaban de la tienda.
Lamentamos molestar su momento romántico,

439
dijo con humor. Pero hemos traído el trago, añadió
con una sonrisa.
Pasemos, dijo Daniela y me cogió de la mano.
Mientras entrábamos recordé el cumpleaños pasa-
do y la manera como intentaba pasar desapercibi-
do. Ahora ingresábamos cogidos de la mano.
Adentro me encontré con sus amigas del cole-
gio, academia y del barrio. Conocía a algunas en
persona y a otras por el Facebook; aunque Daniela
se encargó de presentarme a todas, siempre con la
misma leyenda: Él es mi novio. Sonreía cada vez
que saludaba a cada una de sus conocidas.
Por otro lado, Manuel y Kelly charlaban junto
a otro par de chicas. A no ser por el hermano, se-
riamos los únicos hombres. Lo éramos cuando el
tipo extraño se iba y tardaba en regresar. Creía y
me daba risa pensarlo, que le habían encargado el
cuidado de la casa.
El atuendo de Daniela era espectacular, nunca
antes la vi con vestido, llevaba uno color celeste,
maravilloso. Le quedaba esplendido y afirmaba
amarlo. Había ido de compras con su madre y sin
dudarlo, al verlo, lo escogió. Naturalmente, su vie-
ja le dijo que le quedaba bien; pero ella me dijo que
la opinión válida sería la mía. Estas hermosa, se
lo dije una, dos, tres, cuatro y hasta cinco veces en
distintas ocasiones y todas fueron sinceras. Según
cuenta, mis ojos brillaron al hacérselo saber.
Ella bailaba junto a sus amigas en el centro de

440
la sala, yo tomaba junto a Manuel, quien se alejó de
Kelly porque también danzaba.
Qué hermosa es mi novia, pensé mientras la veía
moverse al ritmo de la música. Enseguida, se dis-
persaron y comenzaron a sacar a sus respectivas
parejas, accedí a bailar gustoso, con una sonrisa en
el rostro y acomodándome el cabello que me caía
por la frente, el cerquillo que tanto le gustaba.
Bailamos al ritmo de un latín, después le siguió
una bachata y me sentí completamente perdido;
aunque seguía sus pies. Enseguida, la salsa román-
tica, lenta y por ratos intensa, llegaba a sentirme
cómodo con dicho ritmo, al punto de improvisar al-
gunas vueltas y darnos un beso al juntarnos como
dictaba la canción.
No dejamos de reír durante el tiempo que baila-
mos, lo hacíamos mirando a las parejas contiguas y
por los pasos que hacía. Terminada la canción nos
dimos un beso y volvimos a nuestro lugar. Rápi-
damente se acercaron sus amigas y comenzamos
a charlar en grupo. Resolví acercarme a la mesa a
servirme un trago, ahí encontré a Manuel y comen-
zamos a reír al comentar acerca de la forma como
bailamos, ambos somos malos danzando.
Cuando regresamos al grupo me encontré con la
sorpresa que su hermano se hallaba a un lado for-
mando parte del grupo.
Pensé que sería una buena oportunidad para sa-
ludarlo y conocerlo; me acerqué e inmediatamente

441
Daniela dijo: Ya conoces a mi hermano. Nos mira-
mos y nos estrechamos la mano. Enseguida, se sa-
ludó con Manuel.
El tipo era serio, creí que sería difícil verlo son-
reír; vestía de negro como lo era su cabello largo
y con peinado raya al medio, completamente dis-
tinto al ondulado de su hermana. Tomaba vodka,
lo supe por el color amarillo del líquido, yo bebía
ron -siempre me gustó el ron- y no se movía para
nada, si ni siquiera se inmutaba por el sonido de la
canción. Tomaba mirando la nada y por ratos con-
versando. Bueno, añadiendo opiniones, basadas en
frases cortas.
Daniela salió junto a Kelly y otra amiga, me dijo
que irían a comprar y volverían. Para entonces, su
hermano había desaparecido; pero volvió cuando
ella ya no estaba. Llevaba el cabello mojado e ima-
giné que estuvo en el baño.
Oye, ¿Adónde se fue Daniela? Preguntó luego de
tocarme el hombro.
Ha salido a comprar, ya regresa en unos minu-
tos, respondí con cordialidad.
Asintió con la cabeza y retrocedió unos pasos. Yo
estaba solo, Manuel bebía a un lado charlando con
las chicas del grupo que en ese momento se había
esparcido.
Estábamos los dos en el mismo rincón de la sala.
¿Cuánto tiempo llevan juntos? Preguntó sorpre-

442
sivamente. Bebí el ron y respondí con amabilidad.
Su hermano se mantenía serio como no queriéndo-
me dar confianza, lo entendía.
Luego de mi respuesta bebió su trago y nueva-
mente nos quedamos callados. Pensé en ir al grupo
de Manuel; pero ya se encontraban bailando.
¿Qué música escuchas? Parece que no te gusta el
latín, le dije y sonreí.
Prefiero el rock, respondió y ante mi sorpresa
hizo el ademán de tocar una guitarra. Pensé que
tal vez lo habría hecho por mera espontaneidad.
Sabia poco de rock porque a mi hermano tam-
bién le gusta ese género musical, por ello pude
mencionarle algunos grupos.
Asintió varias veces al oír los de su aceptación,
dijo algunas canciones que le gustaron y empezó a
soltarse mientras charlaba sobre dichas agrupacio-
nes.
Después charlamos acerca de tragos, me dio cu-
riosidad el motivo por el cual bebía vodka, es que a
mí siempre me cae mal. Me dio varios motivos por
los cuales le gusta el vodka y yo le di otra canti-
dad de razones por los cuales me gusta el ron. En-
seguida, conversamos sobre la reunión, empezó a
decirme que le dejaron la casa a cargo, idea que no
le gustaba; pero que debía acatar y que por ello no
debía de estar tomando demás; fue curioso que lo
dijera porque ahora que lo estaba viendo de cerca
no parecía estar sobrio. Y casualmente, yo tampoco

443
lo estaba. Era la primera fiesta de Daniela en don-
de servían trago y sí que todos se excedieron.
Los temas continuaron saliendo a flote y enta-
blamos una prolongada conversación.
Para cuando Daniela y el resto regresaron nos
encontraron conversando y riendo como si nos co-
nociéramos de tiempo.
Daniela se acercó y se dio cuenta que su herma-
no se hallaba en completo estado de ebriedad. Al no
haber formado parte de ningún grupo durante un
largo periodo se dedicó a tomar y tomar sin medir
las consecuencias terminando borracho.
Cuando estaba con nosotras parecía normal, dijo
Daniela, al momento en que su hermano resolvió ir
al baño.
Solté una risa y luego le dije, yo siento que estoy
igual. Sí, ya me di cuenta, precioso, respondió con
humor.
Mi cuñado salió del baño y se fue a su habitación
sin despedirse, balbuceó algunas palabras y subió
al segundo piso.
Manuel y Kelly estaban sentados en el mueble,
le dije a Daniela para sentarnos también y eso hi-
cimos.
Me sentía medio mareado; pero sabía que podía
mantenerme estable, lo mismo vi en Manuel a pe-
sar de tener los ojos rojos y el rostro notablemente
alegre.

444
Habíamos tomado demasiado sin darnos cuenta,
cosa que a veces suele suceder.
Pasado un buen rato, tímidamente, se aparecie-
ron Fernando y Ezequiel, entraron cuando les hice
un ademán y se acomodaron en una esquina dejan-
do una botella de ron y su respectiva gaseosa a un
lado. Uno de ellos me pidió una jarra y se la traje.
Luego, Daniela se encargó de presentarle al
resto de las chicas y comenzaron a bailar en la si-
guiente canción.
No era muy tarde, el reloj de mi celular marcaba
las 2.30am. Pero no me sorprendió que mi cuña-
do se haya emborrachado tan pronto. Cuando no
conversas y no bailas, dedicándote solo a beber, te
embriagas con rapidez.
¿De dónde se vienen? Le pregunté a Ezequiel.
Estábamos en tu casa tomando unas cervezas y nos
vinimos para acá, respondió y bebió su trago.
Daniela y yo estábamos abrazados en el mueble,
escuchaba al resto conversar y por ratos los veía
moverse al ritmo de la música.
Vamos a bailar, precioso, me dijo después de un
beso y al instante nos encontrábamos en la pista de
baile junto al resto de parejas.
Bailamos varias canciones seguidas y puedo de-
cir que los tragos que llevaba encima me hicieron
un mejor bailarín.
Bailamos y nos besamos, nos burlamos de los

445
otros bailarines e hice pasos graciosos provocando
la risa de los otros. La pasamos genial mientras
bailábamos.
De vuelta al mueble continuamos tomando y
conversando, los temas iban y venían, empezába-
mos con uno y nos íbamos por la tangente para
luego regresar al mismo tema, siempre es así. Las
sonrisas y las risas siempre presentes y las anécdo-
tas fueron relatadas para fabricar más risas.
Nuevamente volvimos a bailar, esta vez lo hici-
mos solo los dos, una salsa lenta y bonita, abraza-
dos en medio de la sala, danzando lento, mi mano
sujeta la suya y la otra su cintura , un beso a media
canción y un abrazo al final. Un te amo con una
sonrisa terminada la canción y volver al mueble
para quedarnos abrazados.
Transcurrieron las horas y las personas se fue-
ron retirando hasta que quedamos Kelly, Manuel,
Ezequiel, Fernando, Daniela y yo.
La pareja de hombres se retiró minutos después.
Eran altas horas de la madrugada cuando ter-
minamos de tomar la última botella, Daniela me
pidió que me quedara hasta el amanecer; pero tam-
poco iba a dejar ir a Manuel solo con el peligro que
pueda ocurrir y este no iba a permitir que no le
diera el gusto a mi chica, entonces resolvimos que-
darnos todos hasta ver el alba.
El trago se acabó y conversamos acerca de la re-
unión y los eventos más chistosos hasta que la luz
del sol hizo su aparición.
446
Nos despedimos rato más tarde, existió la posi-
bilidad de preparar desayuno. Sin embargo, está-
bamos más que agotados y con ganas de caer sobre
la cama y dormir un buen tiempo.
Te amo, princesa. Duerme un rato, yo haré lo
mismo al llegar a casa, le dije y le di un beso. Ma-
nuel se adelantó después de despedirse de Kelly,
quien decidió quedarse a dormir.
Como lo dije, lo primero que hice al llegar a casa
fue echarme sobre la cama y descansar.
Desperté a la hora del almuerzo y no bajé a co-
mer porque recién me lavaba la cara. Vi el celular y
encontré un mensaje.
Precioso y ebrio, adivina, mi papi ha venido y
estamos yendo de compras. Te amo, te escribo más
tarde.
Me sentí muy feliz al leer su mensaje. Ensegui-
da, fui a ducharme para reanimarme y luego des-
cendí a la cocina para servirme el almuerzo. Ya na-
die comía en la sala, por eso subí la comida a mi
cuarto.
Almorcé viendo televisión y recordando los su-
cesos de la noche anterior. Daba risa acordarme de
los pasos de baile que hice; aunque, lejos de sentir
vergüenza aseveré en mi mente que se trató del li-
cor y la diversión.
Princesa, espero que la sigas pasando de mara-
villa junto a tu familia. Lo de ayer fue grandioso.

447
Te amo mucho, le escribí en un mensaje y continué
almorzando mientras veía la televisión.
Estaba destruido, con una resaca de aquellas y
Manuel me contaba por MSN que se encontraba en
la misma situación. De rato en rato le contestaba
porque prefería estar en la cama.
Daniela me envió un mensaje en la noche, alre-
dedor de las nueve, estaba cenando cuando lo reci-
bí.
Precioso, ¿Cómo sigues? Te cuento que la pasé
genial junto a mi papi. Te lo detallo en el MSN.
¡Conéctate!
Terminada la cena subí a mi habitación para co-
nectarme al MSN y chatear exclusivamente con mi
chica.
—Hola princesa, le dije de inmediato, añadiendo
emoticones de corazones.
—Precioso y ebrio, respondió agregando risas y
muchos emoticones graciosos.
Escribí risas y le dije: La pasamos bacán ayer,
estuvo muy divertido.
—Sí, estuvo muy chévere. Sobre todo tus bailes
y la borrachera de mi hermano, dijo con bastante
humor.
Nuevamente añadí risas y escribí: Es verdad y
también es cierto que no volverá a suceder.

448
—Me divertí mucho, fue uno de los mejores cum-
pleaños, dijo emocionada añadiendo emoticones de
corazones y rostros sonrientes.
—Todos la pasamos chévere. Y dime, ¿Y qué tal
la pasaste con tu Papá?
—Pues, muy bien. Imagina que me sorprendió
su visita, sabía que no llegaría ayer; pero no quise
deprimirme. Hoy apareció de sorpresa invitándo-
me a pasear e ir por mi regalo.
— ¡Que chévere, princesa! Me da gusto.
—Sí. Fuimos al Jockey y compré algunas cosas
que me faltaban.
—Nada te falta, princesa, interrumpí con humor.
—A mí me gusta tener el closet lleno, añadió con
humor.
Agrego algunos emoticones de rostros sacando la
lengua y continuó escribiendo.
—Ya te voy a mostrar lo que elegí. Luego, fuimos
a tomar helados, me encantan los helados, dijo con
un emoticón de rostro alegre.
—No tengo dudas sobre ello, dije con humor.
Añadió un corazón y siguió: Cuando caminába-
mos, me veía y decía, ya no eres una niña. Estaba
más cariñoso que nunca, me pareció extraño; pero
no se lo hice saber, solo le seguí la corriente y son-
reí. Aunque confieso que me sentí muy bien. Hace

449
mucho que mi padre no me abrazaba de la forma
como lo hacía, confieso que fue lindo.
Ya estoy grande, Papá, le respondí y lo vi sonreír;
pero no era una sonrisa cualquiera, no sé cómo ex-
plicarlo, solo sé que no era una sonrisa común.
Vi que lagrimeó; pero hice como si no me diera
cuenta.Me probaba la ropa al frente de él y repetía
que ya no era una niña, volví a decirle que estaba
grande y se llevaba la mano a la cara como quien
se frota el rostro. Yo seguí probándome la ropa sin
decir nada.
Pagó y le di un beso de agradecimiento. Luego
fuimos por los helados y más tarde almorzamos
juntos.
—Princesa, me alegra mucho que la hayan pa-
sado de maravilla, le dije con muy buen humor y
agregando emoticones de corazón.
Que genial que empiecen a llevarse bien; espe-
ro que no sea efímero y se vuelva constante, pensé
mientras veía la pantalla.
—Durante el almuerzo dijo que ya estaba gran-
de para comprender las cosas, entonces comenzó a
contarme los motivos del divorcio, cosa que me pa-
reció absurda, obvio que lo sabía todo, no soy tonta;
pero decidí escucharlo de igual modo.
Habló de otro montón de cosas, acerca de la uni-
versidad, de todo lo que podría suceder, de mi her-
mano y le conté de su borrachera de ayer, rió acer-

450
ca de ello y después empecé a comentarle sobre la
reunión y llegamos a ti.
— ¿Cómo dices, princesa? Pregunté mientras re-
leía lo que dijo.
—Le hablé de ti.
— ¿Qué le dijiste, princesa?
Me sentí nervioso en ese momento.
—Vio la sortija y me dijo, no me digas que estás
comprometida con ese chico. Su cara de asombro
dio mucha risa; pensé asentir con la cabeza; pero
la risa me ganó. No papi, solo somos enamorados.
Me miró con el ceño fruncido y luego se calmó para
preguntar, ¿Te respeta? Claro que sí, es muy lindo
conmigo. Siempre me demuestra su amor.
Que linda, pensé y le sonreí al monitor.
— ¿Cuánto tiempo tienen? Quiso saber. Era nor-
mal que no lo supiera. Respondí a su pregunta y le
dije alguno que otro detalle sobre nuestra relación.
— ¿Cómo cuales? Pregunté muy curioso.
—Pues, que nos llevamos muy bien, repetí que
me respetas, que eres un buen chico, inteligente y
muy ambicioso. Ah, también le comenté que eres
escritor y estás a punto de publicar una obra.
—Bueno, me parece excelente que le hayas dicho
todo eso. ¿Qué te dijo al respecto?
—Pues, se sorprendió cuando le dije que eras es-

451
critor y a la vez le pareció chévere que te guste la
escritura tanto como la lectura.
Más le agradó saber que me respetas y tratas
con cariño. Además, al afirmar que estoy grande,
acata también que tenga enamorado.
—Claro, a todo padre le interesa eso, escribí.
—Así es, precioso. Y bueno, al final le dije que te
llevabas bien con mi mami.
— ¿Dijo algo sobre eso?
—No. Solo hizo algunas muecas.
—Ah, bueno. ¿Qué más?
—Solo eso, precioso. Después cambiamos de
tema; vio la hora rato más tarde y dijo que tendría
que postergar lo que quería decirme.
No estoy segura de que querrá hablar conmigo
seriamente.
—Tampoco lo sé, princesa; pero bueno, al menos
la pasaron chévere y eso es lo importante.
—Me ha dejado pensando; pero bueno, al final
llegamos a pasar un buen rato juntos. Lo extrañé;
aunque no se lo dije porque estoy algo resentida
con él.
—Eso es lo que vale, princesa.
—Pues, tienes razón. La pasamos bonito.
Antes de despedirnos dijo que me quería y que

452
lo disculpara por las constantes faltas. Le dije que
también lo quería y antes de bajar del auto lo escu-
ché decir, la otra semana volvemos a salir, recuerda
que tengo algo importante que contarte.
Y eso fue todo.
No la noté tan emocionada como antes, de repen-
te era porque estaba, como dijo, algo resentida.
—Bueno, princesa, te repito, lo importante es
que la pasaron genial.
—Sí, precioso. A pesar de mi resentimiento se
me hizo imposible no darle un abrazo de despedida.
Tuvimos un lindo momento, dijo acotando varios
emoticones de corazón.
—Eso es lindo. Me agrada que hayan vuelto a
salir, dije con un emoticón de rostro sonriente.
—A mi también. Me gustó que haya estado amo-
roso, siento que debí ser mas cariñosa; pero bueno,
al final lo abracé con mucha efusividad, dijo aña-
diendo emoticones de abrazos.
—Ustedes dos se adoran, eso es completamente
natural, añadí.
—Acaba de llegar mi mami, ha estado todo el
día afuera, salió con sus amigas cuando salí con mi
papi. Voy a contarle sobre el paseo, ya regreso. Te
amo, escribió y agregó varios emoticones.
Que chévere que se sienta contenta, me da gusto
que haya salido con su viejo, pensé y nuevamente
le sonreí al monitor.

453
Seguí chateando en el MSN, esta vez con otras
personas, una de ellas era Manuel, quien me había
enviado varios zumbidos.
Comenzamos a chatear varios minutos inter-
cambiando sucesos de la reunión anterior. Tam-
bién conversamos sobre Kelly, pues, él escribía lo
que sentía por ella, claro está, que bien a su modo.
Reía, mas no lo escribía, porque la charla era seria
y aunque por ratos me sorprendían sus palabras
-estaba muy enamorado, me alegraba; pero asom-
braba- me daba gusto que haya encontrado a al-
guien a su medida.
Se lo hice saber con la seriedad que ameritaba
la plática.
Seguimos chateando de otro sinfín de cosas, en-
tonces empezaron las risas y las bromas, el tema
serio terminó con la condición que no le contara a
nadie. Las otras charlas me hicieron soltar carcaja-
das y lanzar manotazos al escritorio de tanto reír.
Manuel es de los pocos que pueden hacerme reír
con locura, porque siempre tiene una buena histo-
ria que contar.
De hecho, nunca me quedo atrás y siempre acoto
algunas situaciones para también hacerlo reír.
Por otro lado, conversaba con Ezequiel y Jona-
than quedando para jugar pelota mañana por la
tarde, habían confirmado a otro grupo de peloteros
y me pareció estupendo.
En el MSN el tiempo pasa rápido, repentina-

454
mente te das cuenta que es de madrugada y sigues
chateando con tus contactos. Suele suceder y siem-
pre que me doy cuenta que es tarde decido apagar
la computadora e ir a dormir; pero esa noche quise
quedarme un rato más para escribirle una carta a
mi princesa.
Luego que todos con quienes chateaba se desco-
nectaran inicié la carta.
Comencé a escribir desde el primer momento en
que la conocí y avancé hasta que empezamos a sa-
lir como enamorados. El alba arruinó la escritura
y tuve que ir a la cama para continuar más tarde.
Quería que fuera una carta extensa que relata-
ra todo lo vivido hasta el momento, expresando en
cada párrafo lo que me hizo y me hacía sentir.
Por la tarde jugamos pelota. Previo al encuen-
tro futbolero recibí una llamada de Daniela, esta-
ba eufórica, no dejaba de contarme con alegría que
su padre la había ido a visitar, no tuve tiempo de
alegrarme por ella, porque dijo que se estaban di-
rigiendo a comer a una pizzería y que por la noche,
en el MSN, me contaría lo sucedido.
Le dije que me parecía estupendo que volvieran
a pasar otro lindo momento y que lo disfrutara.
Dijo te amo y colgó antes que le contestara, yo tam-
bién te amo a ti.
Sonreí y dije para mis adentros, que bueno que
todo con su padre comience a mejorar. Salí a jugar
pelota un segundo después.

455
El partido fue espectacular, Ezequiel y Fernando
hicieron una buena labor en convocar a los pelote-
ros. Mi equipo no salió completo; pero pude llamar
a algunos tigrillos.
Logramos jugar un triangular, que no pude ga-
nar; pero que al menos fue intenso y divertido.
Anoté varios goles que dediqué a Daniela a pesar
de no haberla visto en la tribuna.
Mariana y Alondra vieron el partido junto a Ma-
nuel, buen amigo de ella, más que yo de repente, es
que ya no hablaba mucho con ambas,
salvo por algunos momentos de platica por el
MSN, más que todo con Mariana, a quien le comen-
taba que todo iba yendo espléndidamente bien con
Daniela. Ella se alegraba porque sabía por todo lo
que habíamos pasado.
Ya en casa luego de la tarde futbolera y de beber
la respectiva gaseosa, conversado algo con los pelo-
teros y acordado para futuros compromisos, resol-
ví conectarme al MSN después de una prolongada
ducha de agua helada.
—Precioso, ¿Qué tal tu partido?
—Hola princesa, pues, estuvo chévere. ¿Cómo
sabías que jugué pelota?
—Es lo que haces cuando no te conectas, escribió
añadiendo emoticones.
Luego de unas risas, pregunté: ¿Qué tal la pa-
saste con tu viejo?

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— ¡Muy bien! Estuvimos paseando por distintos
centros comerciales y después fuimos a almorzar
chifa, ya no pizza. Estuvo muy cariñoso, yo tam-
bién fui amorosa, le dije que lo extrañaba y que me
gustaba pasar rato con él. Respondió de igual ma-
nera y al final tuvimos gratos momentos, escribió
alegremente respaldando el texto con emoticones
de corazones y rostros sonrientes.
— ¡Qué bueno, princesa! Me da gusto que estén
pasando más tiempo juntos.
En ese momento abrí el Facebook y vi que pu-
blicó un estado para su Papá. Le di like porque me
pareció bonito y sincero.
—Ya estas aprendiendo a utilizar el Facebook,
añadió al saber que vi su publicación.
—Sí, sí, ya se me hace sencillo y hasta resulta
genial.
—Chévere precioso. Y cuéntame, ¿Ganaste en el
juego? Escribió agregando emoticones de pelotas.
Empecé a contarle todo lo ocurrido durante la
tarde futbolera.
—A la otra seguro que ganan; aunque lo bueno
fue que anotaste goles, dijo y añadió al instante: Y
me los dedicaste; aunque no estuve presente.
Añadí varios emoticones de corazones.
—Oye precioso, estoy muy cansada, creo que voy
a echarme un rato. ¿La seguimos por mensajes?

457
Escribió siempre con sus respectivos emoticones.
—Claro princesa, ve a la cama. Conversamos
por mensajes en un rato, mi celular está cargando.
—Genial, precioso. Te amo, besos.
—Yo también te amo, princesa. Besos.
Olvidé decirle que no tenia saldo para mensajes;
pero si para llamar. Me habían dado algunos mi-
nutos, decidí aprovecharlos y volvimos a contarnos
lo mismo.
Ahora si pude notar la emoción que sentía cuan-
do hablaba de la salida con su viejo y ella me sentía
amargo y por momentos satisfecho por lo hecho en
el partido. Cambiemos de tema antes que se ter-
minara el saldo y nos dijimos algunas palabras
bonitas que pudieron reflejar lo que mutuamente
sentíamos.
Princesa, si cuelgo no soy yo, es porque se acabó
el saldo, se lo hice saber interrumpiendo nuestro
palabreo bonito mientras que, casualmente, ambos
estábamos echados sobre una cama.
Yo miraba el techo mientras le hablaba y ella
seguramente estaría haciendo lo mismo aferrada a
uno de sus peluches.
Culminada la llamada no me dieron ganas de
volver al MSN; pero si de continuar escribiendo la
carta. Lo hice por un buen tiempo describiendo en
cada párrafo nuestros mejores momentos y como
me hallaba inspirado por la previa charla telefóni-

458
ca se hizo sencillo describir cada instante.
Después, apagué la computadora para ir a dor-
mir.
Voy a la casa de Daniela, vengo en un par de ho-
ras, le avisé a mi vieja, quien veía televisión. Anda
con cuidado y mándale mis saludos, respondió y fui
descendiendo las escaleras con rapidez.
Precioso, te estoy esperando, recibí un mensaje
mientras caminaba.
Estoy yendo para tu casa, princesa, le devolví el
mensaje algunas cuadras más adelante porque ya
tenía saldo.
Aceleré los pasos llegando más rápido de lo ha-
bitual. Presioné el timbre un par de veces como de
costumbre y la vi asomarse por la ventana del se-
gundo piso.
¡Precioso! Ahí bajo, dijo con una sonrisa. Le mos-
tré la mano y una sonrisa dejando que leyera mis
labios, te espero preciosa.
Abrió la puerta y me invitó a pasar. Poco antes
de cruzar la puerta, de una manera muy extraña,
añadió: Espérame un ratito aquí.
Bueno, está bien, le dije, un tanto serio y sin
saber lo que ocurría. No tuve tiempo de pensarlo,
enseguida hizo un ademán sugiriendo a la vez que
cubriera mis ojos. Hice caso e ingresé mostrando
una sonrisa, nervioso y algo ansioso.

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Me guiaba; pero aún así me golpeé con un estan-
te pequeño, poco importaba el dolor, quería saber
adónde me llevaría. Caminamos un par de metros
y pidió detenerme. Se alejó y al instante dijo, abre
los ojos.
Nunca voy a olvidar lo que vi. Un enorme collage
de nuestras fotos decorado de un modo fantástico,
en la parte inferior decía: Juntos por siempre. Las
fotos se veían nítidas y con algunos buenos toques,
editadas de tal manera que se veían sensacionales.
Los momentos reflejados eran los mejores, recor-
daba cada uno de ellos con tan solo ver las imáge-
nes.
Por esta razón siempre llevo mi cámara, añadió
con una preciosa sonrisa. Quise correr a abrazarla
y decirle muchas gracias para luego decirle cuan-
to la amo; pero me quedé quieto observando ano-
nadado el grandioso detalle que había preparado,
contemplando maravillado cada foto, cada imagen
que me trasladaba inmediatamente a dicho acon-
tecimiento inmortalizado allí.
Segundos después, la abracé y le dije cientos de
veces que la amaba con todo mi corazón y que nun-
ca habían hecho algo tan bello por mí.
Puedes pegarlo en tu habitación, si gustas. Cla-
ro, princesa, eso es lo que pensaba hacer, le dije
sonriendo. Sonrió emocionada y nuevamente nos
abrazamos.
Te amo, princesa, se lo dije al oído. No podría

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amar a alguien que no seas tú, añadí. La oí respi-
rar y sentí que estaba contenta.
Yo también te amo, precioso, respondió algunos
segundos después.
Nos separamos una corta distancia y nos mira-
mos. Luego juntamos nuestros labios y nuevamen-
te nos miramos, cuando nos mirábamos sentíamos
que podíamos observar mas allá, quizá, contemplar
nuestros corazones y saber que nos hallamos den-
tro de cada uno. Era verdad, todo lo que se encon-
traba dentro de mí, llevaba su nombre.
Envolvió el collage lenta y delicadamente para
que me lo pueda llevar. Lo puso a un lado y nos
acomodamos sobre el mueble, mas no encendimos
la tele, nos quedamos sentados, con las manos su-
jetas y viéndonos.
—Me encantó la sorpresa. Muchas gracias, en
serio, le dije manteniendo la sonrisa y le di un tier-
no beso.
—De nada, precioso. Que chévere que te haya
gustado. Estuve gran parte de la noche haciéndola,
contó y sonrió.
—Al final salió algo espectacular, le dije con una
sonrisa.
Se ruborizó y se acercó para darme un beso.
— ¿Y qué tal tu día, precioso? Preguntó después.
—Todo chévere, amor. Escribí algunos textos

461
que seguramente van a ir en el libro; aunque antes
debo corregirlos, quise decirle que también le escri-
bí una carta; pero todavía no la había terminado,
entonces preferí evitarlo. Luego me quedé chatean-
do y curioseando en Facebook. He subido algunas
fotos, salimos bien.
— ¿En serio? A ver, a ver, dijo y rápidamente su-
bió a su habitación para descender con su laptop.
— ¡Que lindas fotos, precioso! Están divinas,
dijo llevándose las manos a las mejillas.
—Voy a darle like y comentar, añadió enseguida.
Asentí y la oí decir, yo también voy a subir fotos
nuestras.
Eso me pareció estupendo.
—Chévere, preciosa. Sube fotos y las comento
cuando esté en mi casa.
— ¿Puedo tomar un poco de agua? Pregunté.
—Sírvete en la cocina, dijo mientras elegía las
fotos.
Cuando regresé vi varias fotos nuestras en su
Facebook.
—Mira, están geniales, ¿Verdad?
—Sí, princesa, están chéveres.
Dejó la laptop a un lado y volvió a acomodarse a
mi lado, esta vez echada sobre mis piernas.

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—Te amo, precioso, dijo de repente desde su po-
sición, mirando mi perfil.
Sonreí y le dije: Y yo te amo a ti, princesa.
Hice un esfuerzo para poder besarla, nunca fui
muy flexible; pero al menos pude rozar sus labios.
Digo al menos porque el movimiento la hizo reír y
cuando rió, yo también lo hice.
—Acomódate bien para poder besarte.
Velozmente se acomodó de tal manera que podía
tenerla al frente. Preciosa como de costumbre, aca-
ricié su ondulada melena manteniendo la mirada
en el color de sus ojos y fuimos acercándonos lenta-
mente, cerrando los ojos en el camino y besándonos
tiernamente para luego hacerlo de un modo muy
apasionado, tanto que tuvimos que echarnos sobre
el mueble, callados, sin reír por la caída y concen-
trados en el beso que nos iba conduciendo a un libi-
do entrañable.
—Aquí no, dijo de pronto.
Nos separamos. Me cogió de la mano y arriba-
mos hacia su habitación.
—No hay nadie, ¿Verdad? Pregunté sin ser res-
pondido.
Entramos a la habitación y comenzamos a be-
sarnos.
Era un beso apasionado, nuestros brazos se en-
trelazaban y tocaban todo lo que quisieran. Deja-

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mos la puerta abierta y caímos sobre la cama, yo
encima de ella, sonreímos y continuamos el beso.
Besaba su cuello y la oía gemir levemente, segu-
ramente mirando el techo o con los ojos cerrados,
yo concentrado en su cuello y luego en sus pechos
por encima de la blusa, la misma que se quitó en
un instante e hice lo mismo con el polo. Volvimos a
sonreír y continuamos con el apasionado y vibrante
beso.
Movíamos el cuerpo de un lado hacia otro, atra-
pados entre sí, eufóricos de amor, llenos de lujuria
y mutuo deseo. Repentina y rápidamente nos qui-
tamos el resto de la ropa quedando completamente
desnudos. Quise cerrar la puerta; pero sabía que
perdería el tiempo, entonces seguí enfocado en sus
senos, los cuales besaba y tocaba, lo disfrutaba y
ella también porque la oía gemir cada vez con más
fuerza logrando excitarme todavía más.
Se puso de rodillas sobre la cama, hice lo mis-
mo y seguimos con el beso, el mismo que descendió
por sus pechos. Cogió su cabello que caía sobre mi
rostro y lo colocó detrás; aunque creo que lo tuvo
agarrado por las manos. Yo me concentraba en sus
pechos, libres y hermosos, para luego sentir el res-
to de su cuerpo con mis manos y después con mis
besos cuando de nuevo la dejé caer sobre la cama
encargándome a besos de lo que todavía no besa-
ba. Gimió con intensidad y seguí llenándome de
lujuria, un libido poderoso se apoderó de nuestros
cuerpos y no pudimos dejarlo hasta envolvernos,
convirtiéndonos en uno sobre la cama.

464
La amé con la fuerza de mis extrañas mientras
hacíamos el amor y aunque no se lo dije con pala-
bras, se lo hice saber con las caricias y besos que le
entregué.
Finalizado el acto, encima de su pecho descu-
bierto, viendo su sonrisa y sus ojos volver a la órbi-
ta, le dije: Te amo, princesa de mi vida, a lo que ella
respondió, yo también te amo, precioso.
Nos quedamos en ese estado un largo periodo, no
nos importó lo que pudiera suceder en el exterior,
estábamos concentrados en estar unidos del modo
en que andábamos, escuchando los latidos de nues-
tros corazones y diciéndonos te amo hasta con la
mirada.
Escuchamos el sonido de la puerta abrirse acom-
pañado de una voz tenue que decía, ¿Daniela, estas
ahí? ¿Hija, ya almorzaste?
¡Mi Mamá! Dijo y tan rápido como pudo resolvió
levantarse de la cama, vestirse y acomodarse el ca-
bello.
¡Tú no bajes! ¡Quédate aquí un rato! Me dijo con
voz de mando e hice caso sin pronunciar palabras.
Descendió y comencé a vestirme con rapidez. Me
sentí nervioso, algo asustado, creí que su vieja en-
traría y se arruinaría la relación que había logrado
cosechar. Por un momento pensé que eso pasaría y
todo se iría al diablo.
Minutos más tarde, abrí la puerta y sigilosamen-

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te fui recorriendo el pasadizo pensando que tal vez,
por pura mala suerte, alguien aparecería.
Llegué al lugar de la escalera y me detuve para
mirar hacia abajo. Su madre veía televisión en el
mueble, no la veía completa, solo parte de su brazo
y el mechón de su cabello. Pero, ¿Dónde estaba Da-
niela? Me preguntaba nervioso.
En ese momento, apareció con un vaso de agua,
lo llevaba para su Mamá, quien seguramente an-
daba agotada de tanto caminar, quizá, regresando
del mercado o de algún otro lugar.
Ninguna de las dos se daba cuenta que estaba
observándolas, timorato y asustado, queriendo ba-
jar y acomodarme en el mueble para sentirme rela-
jado. En cuestión de segundos, su vieja se levantó
del mueble y fue a dejar, posiblemente, el vaso en
la cocina. Daniela no se dejó ver, no estaba seguro
de donde se hallaba; pero enseguida comencé a oír
los pasos y la vi subiendo con la mirada en su ma-
dre.
Al alzar la mirada me vio e hizo una señal con
la mano. Retrocedí y cuando nos topamos dijo muy
despacio: Voy a decirle que vaya a comprar un
champú. Entonces bajas y hacemos como si llegas-
te recién.
No estaba seguro si su madre accedería al en-
contrarse agotada; entonces me dijo que inventaría
alguna otra cosa; pero haría que saliera de la casa
al menos unos minutos.

466
No recuerdo con exactitud que le dijo, solo sé que
tuve suerte.
Su madre salió y yo pude bajar con tranquilidad.
Nos aplastamos en el mueble y encendí la tele-
visión. Me sentí relajado y Daniela no dejaba de
sonreír pensando en todo lo que pudiera haber oca-
sionado nuestra travesura; sin embargo, llegó a
sentirse un poco incómoda por la mentira piadosa.
Le dije que no se preocupara, que fue una mentira
necesaria.
Fuera de eso, estábamos contentos, empezamos
a conversar sobre lo sucedido y comenzamos a reír-
nos, tomándolo como una anécdota que recordar.
El televisor estaba encendido; pero no nos enfo-
cábamos en ello, conversábamos de lo hecho entre
carcajadas e imaginábamos lo que pudiera haber
pasado si alguien entraba sin darnos cuenta. Eso
no nos daba mucha risa; pero si las posibles reac-
ciones que tendríamos.
De pronto, su madre abrió la puerta y le entregó
un producto a Daniela. Ella agradeció y le dio un
beso.
Me caía muy bien su Mamá, pensé en que estuvo
mal mentirle; pero tampoco iba a confesarlo en ese
momento.
Ella siguió su rumbo luego de saludar y nosotros
seguimos charlando de temas triviales, lo hicimos
desde que abrió la puerta, como para despistarla.

467
Ya cuando se encontraba en su cuarto retomamos
el tema central; aunque tan solo volvimos a darle
otro par de vueltas porque temíamos que fuera a
oírnos.
Pon alguna película, no quiero seguir viendo
ese estúpido programa, dijo con humor y seriedad.
Sonreí y le dije, está bien. Cogí el control remoto
y empecé a buscar un canal de películas. Ahí, ahí,
deja ahí, dijo de pronto. Hice caso y comenzamos a
mirar una película romántica.
Sé que actuaba Julia Roberts, por eso se me hizo
simple quedarme enganchado. Al otro actor no lo
conocía; pero parecía ir bien la trama.
La otra vez la vi desde el inicio; pero no pude
terminarla. La estuve viendo con mi mami. Ahora
está por la mitad, deja que te explique lo que suce-
de, comentó muy amable.
Después de la explicación me sentí todavía más
enganchado.
Voy a ponerme cómoda, acotó y supe lo que su-
cedería. Una vez echada sobre mis piernas, dijo:
Ahora si puedo concentrarme en la película. Vi su
sonrisa y también sonreí.
Pasamos el resto de la tarde viendo dicho film.
De hecho, me terminó gustando bastante.
Entrando la noche nos despedimos, claro que
después de un rico lonche que decidimos preparar.
Me gustaba que hiciéramos ese tipo de cosas jun-
tos, aparte de ser deliciosas eran muy graciosas.

468
Al día siguiente por la noche, chateaba como de
costumbre con mis amigos de MSN cuando recibí
su llamada.
—Amor, mis padres están discutiendo en la sala.
¿Puedo ir a tu casa? Dijo nerviosa y algo asustada.
—Claro; pero dime, ¿Está todo bien? Pregunté
preocupado.
—No lo sé. No discuten desde que no están jun-
tos. Parece que él le comentó algo y mi mami re-
accionó mal. Presiento que tiene que ver conmigo,
no estoy segura, comentó con una voz dócil y algo
nostálgica.
—Entiendo. Tranquila, princesa. Ven si gustas.
Toma una moto, yo te espero en la puerta, le dije
más sereno.
—Voy a decir que saldré a la tienda y me dirijo
para allá, dijo y se desconectó.
Qué extraño. Padres separados y discutiendo,
algo debe haber sucedido, pensé y también me des-
conecté del MSN.
Diez minutos después, desde la ventana del se-
gundo piso, exactamente en el cuarto de mis viejos,
vi a Daniela bajar de una moto taxi. Lucia ligera-
mente preocupada, tocó el timbre una vez y esperó
en el umbral.
Decidí ir a su encuentro con rapidez, abrí la
puerta y nos abrazamos. Estaba llorando; pero no
pude notarlo en ese instante.

469
¿Todo bien, princesa? Pregunté cuando no quiso
separarse después del abrazo. Sabía que algo esta-
ba sucediendo.
No me siento bien, precioso, dijo y mantuvo el
rostro en mi pecho.
Tranquila, tranquila, princesa, le dije acaricián-
dole el cabello.
Creo que discutían por mí, dijo de repente.
¿De qué tendrías la culpa, princesa? Dije y son-
reí porque de alguna manera me pareció absurdo
que tuviera la culpa.
No estoy segura, dijo alejada de mi pecho y se-
cándose las lágrimas con la manga del suéter.
Escuché que mi Mami dijo, no puedes hacerle
eso, no lo va a entender. Y de pronto, mi Papá, al-
terado, le dio algunas explicaciones, no pude escu-
char todas; aunque oí que dijo que no tenía otra
alternativa.
No comprendo, dije para mis adentros. No lo en-
tiendo, princesa. De repente hablaban de otra cosa,
que se yo, a veces los adultos discuten por cada es-
tupidez, dije para intentar calmarla.
No lo sé, precioso; pero siento que se trata de mí.
No sé cómo explicártelo; es como una intuición.
Que no te afecte, princesa, le dije y volví a abra-
zarla. Tranquila, todo se va a solucionar, de seguro
que no es nada grave, añadí para serenarla y por

470
dentro me preguntaba, ¿Qué podría estar suce-
diendo? Y por más que lo meditaba no hallaba una
respuesta.
Vamos a mi cuarto, le dije después del abrazo.
Caminamos hacia la escalera y le pedí que subiera.
Entré a la cocina y serví un vaso de agua, entonces
la seguí.
La vi sentada al filo de la cama y recordé la pri-
mera vez que estuvo ahí sentada, esbocé una sonri-
sa y le entregué el vaso.
Bebió despacio y me lo devolvió, lo coloqué a un
lado y le dije, todo va a estar bien, princesa.
Quiso sonreír, vi que lo intentó, luego pidió con
un ademán que me sentara a su lado, lo hice de in-
mediato. Nos abrazamos al estar juntos y callamos
por largo tiempo.
Sin darnos cuenta pasó buen rato hasta que re-
cién soltamos algunas palabras.
Y bueno, creo que es mejor que vuelva a casa,
dijo más serena. Nos levantamos y antes de salir de
la habitación nos abrazamos de nuevo.
Te amo, princesa, le dije mostrándole una sonri-
sa, tratando de animarla expresándole lo que sen-
tía. Yo también te amo, precioso, respondió logran-
do sonreír. Eso me animó.
¿Me acompañas? Propuso. Claro que sí. Nos co-
gimos de la mano y bajamos hacia la sala, en el
camino nos topamos con mis hermanos, quienes

471
suelen bajar y subir recolectando cosas del refrige-
rador, les encanta comer y tomar viendo televisión
o chateando en el MSN.
No se dieron cuenta de la seriedad que nos ro-
deaba, de repente la obviaron.
Seria, ligeramente acongojada; pero tratando de
alentarse, Daniela bajó las escaleras hasta llegar
al primer piso.
Al encontrarnos afuera, dijo de pronto: ¡Diablos,
dejé el suéter en tu cama! Llevaba un pulóver, no
sentía mucho frío; aunque era posible que lo sin-
tiera más adelante. Y efectivamente, a pesar de te-
nerla abrazada el frío la hacía temblar, entonces le
di mi casaca. Agradeció y se la colocó, le quedaba
enorme y resultaba chistoso. Luego te devuelvo el
suéter, le dije mientras caminábamos.
Llegamos a su casa y vimos la camioneta de su
padre acelerar.
¿Es tu viejo? Sí, ya se está yendo, respondió. Se-
guro han dejado de pelear, añadió. Seguro que sí,
princesa, le dije.
Nunca me gustó que peleen. Lo hacían siempre,
puro griterío era mi casa, empezó a contar y sentí
que se soltaba, por eso la escuchaba.
¿Quieres que nos quedemos aquí un rato? Sí, por
favor, dijo. Tenía ganas de hablar y yo estaba dis-
puesto a escucharla.
Fue contando las diferencias que tuvieron sus

472
padres antes del divorcio, las peleas y discusiones
que soportó escondiéndose en su cuarto. Concluyó
que por eso salió de casa, porque estaba harta de
eso. Y la entendí.
Danielita, ven pasa, dijo su madre, que salió a
ver si llegaba.
Buenas noches, señora, saludé. Hola hijo, bue-
nas noches. Pasen, por favor, no estén afuera.
Ya voy, mami, dijo Daniela y caminamos hacia
la entrada. Era tarde, yo no podía quedarme, de-
bíamos despedirnos en ese momento, entonces nos
dimos un abrazo y un beso, un te amo después del
beso y el plan de volvernos a ver pronto.
Toma tu casaca, amor, no quiero que te mueras
de frío, dijo antes que me fuera. Cierto, dije con una
sonrisa colocándome la casaca.
Llegué a mi casa, cené y me fui a dormir; pero
previo a cerrar los ojos intercambié mensajes con
Daniela.
Desperté temprano, cogí el celular y no vi no-
tificaciones. Quise volver a dormir; pero no pude.
Encendí la televisión y comencé a ver las noticias.
Recordé el sueño que tuve, una extraña pesadi-
lla fue la razón de abrir los ojos a una hora poco
acostumbrada. Fui sintiéndome mejor durante el
bloque futbolero del noticiero, luego bajé a la coci-
na a buscar el desayuno y subí con el mismo. Pasé
la mañana viendo televisión, a medio día me di

473
una ducha y me vestí. Inmediatamente prendí la
computadora y estuve escribiendo algunos textos
durante gran parte de la tarde, incluso, obvié el
almuerzo porque estaba repleto a causa del desa-
yuno.
Mis hermanos fueron llegando de sus respecti-
vos lugares de estudio. Quise bajar a acompañarlos
durante el lonche; pero estuve tan enganchado con
el texto que decliné la idea.
Culminado el cuento, continué escribiendo la
carta, lo hice porque visité su Facebook y viendo
nuestras fotos me sentí inspirado, al punto de casi
acabar de escribir la carta, una de las más exten-
sas que he escrito en mi vida y la más honesta de
todas. Mi idea era plasmar todo lo que sentí desde
el inicio hasta este momento en el que todo iba yen-
do fantástico.
Poco antes de darle el punto final y escribir mi
firma, recibí una llamada.
Hola, princesa, le dije con entusiasmo. No res-
pondió por algunos segundos.
Princesa, ¿todo está bien?, Amor, ¿estás ahí?,
Amor, ¿qué sucede?
Tiene otra familia y se irán a Estados Unidos,
escuché su voz entre cortada, fácil de saber que es-
taba triste.
No te entiendo, princesa, le dije rápidamente sin
intentar asimilar su frase.

474
¡Mi Papá tiene otra familia! Dijo con más fuerza
y pude darme cuenta que hablaba con dolor, aparte
de llevar la voz desecha.
¿Por qué lo dices? Pregunté con rapidez.
Hoy lo vi, vino temprano, salimos y lo confesó.
Dijo que tenía otra familia y que viajarían a Es-
tados Unidos de paseo; pero estoy segura que se
quedaran allá.
¡Diablos! Dije para mis adentros, luego de que-
darme sin reacción.
Por eso nunca pudo venir a verme, porque anda-
ba con otros, dijo de la misma manera, muy llena
de coraje y dolor.
Princesa, tranquila, le dije con suavidad.
¿Cómo puedo estar tranquila? ¡Si mi padre tiene
otra esposa, otros hijos, otra familia y por eso me
dejó de lado!
Nunca antes sentí tanto dolor y decepción en sus
palabras, se fusionaba con el coraje y la angustia
que llevaba dentro.
¿Dónde estás?, ¿Estás en tu casa para ir a bus-
carte?
No, no.
Entonces, ¿Dónde te encuentras, princesa?
No lo sé. Lo dejé sentado en el restaurante y salí
corriendo.

475
No debiste hacer eso, princesa, le dije muy cal-
mado.
¿Qué esperabas que hiciera? ¿Qué me quedara
callada y lo entendiera? Tú no puedes comprender
como me siento. ¡Estoy destrozada! Dijo con una
voz notablemente nostálgica, entre cortada y con
abundante rabia.
Calmado, porque debía estarlo, le pregunté nue-
vamente: ¿Dónde te encuentras, amor?
No lo sé, dijo de la misma manera y colgó.
¡Carajo! Grité lanzando el celular sobre la cama.
Pensé, ¿Dónde puede estar? Y rápidamente abrí
el MSN para chatear con Kelly.
Oye, ¿Daniela está contigo? Respondió negativa-
mente y quiso saber lo ocurrido. Le conté lo más
rápido que pude y también se preocupó dejándome
la consigna de comunicarle todo lo que vaya suce-
diendo.
No respondí, dejé el MSN, cogí una polera y salí
de casa sin dirección específica.
Me detuve en una esquina luego de dar algunas
vueltas. Creí que lo mejor sería esperar a que lle-
gue a su casa y entre al MSN, tal vez, quiera estar
sola. Me tranquilicé y regresé a casa.
Ansioso sobre la silla y mirando el monitor es-
peraba que se conectara, lo hizo tiempo más tarde.

476
¿Qué sucede, princesa? Sabes que puedes contar
conmigo, dime, ¿Te sientes bien? Fue una pregunta
estúpida, lo sabía; pero la hice porque estaba muy
preocupado.
No lo sé, respondió con frialdad, sin emoticones
ni nada.
Realmente no se sentía bien.
Voy a tu casa enseguida, escribí. No contestó. Y
se desconectó al instante.
A pesar de esa actitud fui a su casa. Al llegar, su
madre abrió la puerta, se veía evidentemente afec-
tada por el estado de su hija.
Al verme, dijo: Esta encerrada en su cuarto, pasa
y trata de animarla.
¿Qué ha sucedido, señora? Se ha enterado que su
padre tiene otra familia y que van a radicar a Es-
tados Unidos. Él me dijo que le diría esta semana.
En ese momento pensé, seguro por eso estuvieron
discutiendo.
Bueno, ahora que lo sabe le ha afectado bastan-
te. Ella suele ser muy celosa, siempre pensó que
era única para él, a pesar de las tantas veces que
no pudo venir a verla, creyó ciegamente que estaría
en el trabajo. Yo le decía eso, pensé. Y pues, ahora,
enterarse de eso la he hecho sentirse muy triste.
Nunca vi a mi hija tan acongojada, dijo y yo em-
pezaba a subir las escaleras rumbo a su cuarto.

477
Trata de animarla, hazle entender que son cosas
que suceden, que su padre tenía derecho a rehacer
su vida. Yo lo he intentado, mas no me escucha, dijo
y seguí subiendo asintiendo con la cabeza mante-
niendo el rostro serio.
Recorrí el pasillo que lleva a su habitación, una
puerta cercana estaba abierta, vi a su hermano
juguetear con una guitarra, pensé, ¿No te intere-
sa hablar con tu hermana? Me vio como si no nos
hubiéramos llevado bien la noche pasada, seguí de
frente pensando que era un idiota y toqué la puerta
diciendo: Princesa, soy yo, ¿Puedo entrar a conver-
sar? No tuve respuesta hasta que volví a pregun-
tar.
Déjame sola, dijo con serenidad a diferencia de
la voz en el celular.
Por favor, princesa, solo quiero charlar. ¡Déja-
me sola, por favor! Dijo elevando la voz. Callé por
un momento, pensé en retirarme o seguir; pero me
preocupaba tanto que insistí, ¿Puedes abrir, por fa-
vor? ¡Te he dicho que me dejes sola! Dijo con inten-
sidad y pude notar que estaba llorando. Aun así, le
dije: Esta bien.
No me fui, me quedé un rato más a un lado de su
puerta, esperando que tal vez pueda abrirla; pero
no lo hizo. Vi que su hermano cerró la suya con
brusquedad y oí la música que empezaba a sonar.
El pasillo se hizo largo y tedioso, volteaba para
mirar si abría la puerta; pero no lo hizo. Me detuve

478
al filo de la escalera para ver por última vez y des-
cendí lentamente.
Su madre preparaba algo de comer, quiso invi-
tarme; pero desistí, no tenia ánimos de comer, tam-
poco de quedarme en su casa, solo quería salir y
respirar un poco de aire para aclarar mis ideas.
Le ha afectado bastante la noticia, dijo su madre
mordiéndose las uñas, preocupada y pensativa ca-
minando de un lado hacia otro.
Parece que sí, respondí sin sonrisa y con un ges-
to de desgano me despedí.
Salí de su casa y caminé hacia la mía pensando
en cómo pudo haberle afectado tanto, en qué podría
estar pensando o que pudiera estar haciendo en su
habitación, entre tantas otras cosas que pasaron
por mi mente.
Hablé con Kelly por el MSN, también lo hice con
Manuel, aunque estuvo ligeramente enterado de
los sucesos. Ambos estaban conmocionados, más
que todo, Kelly, quien había imaginado lo que su-
cedería.
Dijo que sabía que se pondría así porque desde
la infancia fue muy apegada a su padre y el solo
hecho de pensar que tendría a alguien más pudo
haber sido un golpe muy duro. Además, el hecho de
fugar y no volver a verlo, la decepcionaba comple-
tamente.
Añadió que iría a visitarla mañana temprano

479
porque lo mejor sería darle tiempo y espacio. Me
pareció bien y pedí, por favor, que me mantuviera
al tanto.
A la mañana siguiente, Kelly me envió un men-
saje: No quiere hablar con nadie, no sé que tiene.
Me preocupa bastante.
Dije una maldición al tiempo que me levantaba
de la cama. Luego, pensé que podría necesitar más
tiempo.
Voy a ir a verla más tarde, gracias por informar-
me, le devolví el mensaje.
Entré al MSN encontrándome con Manuel, a
quien pedí que me acompañara a la casa de Da-
niela después del almuerzo, aceptó afirmando que
también iría con Kelly. Me pareció estupendo, de
repente teniendo a sus amigos cercanos y a mí, tal
vez pueda acceder a charlar.
Su madre nos recibió con cordialidad, dijo que
hoy y ayer no había ido a trabajar, le preocupaba
su hija y estudiaba la posibilidad
de hacerla tratar con un psicólogo. No dijimos
nada, no teníamos conocimiento sobre el tema.
Manuel y yo nos quedamos en el mueble, Kelly
subió a su habitación.
Bajó enseguida. ¿Qué sucedió? Pregunté abrien-
do los brazos y levantándome del mueble.
Está discutiendo con su Papá, escuché gritos. En
un rato vuelvo.

480
La segunda vez que fue tardó bastante en volver,
por eso pensé que había logrado charlar; sin em-
bargo, tuvo malas noticias.
No me abre la puerta, no quiere que la vean;
aunque hemos hablado. Se siente frustrada y muy
deprimida.
Mi Daniela no es así, dijo su madre con notable
tristeza. No ha probado bocado alguno. Creo que
debo llamar a un especialista que pueda tratarla,
dijo esa última frase con sobriedad; aunque el dolor
era notable.
Era una lástima que no supiera que decirle. Pero
imaginé que probablemente sería lo mejor.
Antes que nos fuéramos decidí subir e intentar
charlar con ella. Te esperamos afuera, dijeron am-
bos, visiblemente preocupados y algo asustados por
la actitud de su madre, que caminaba de un lado
hacia otro llevándose las manos a la cabeza y ha-
blando sola. Llevaba dos días sin dormir bien, sus
ojeras lo evidenciaban.
¡Hey, princesa! No tienes que abrir la puerta si
no quieres. Podemos hablar por aquí, si prefieres.
Allá abajo estamos todos preocupados, queremos
saber de ti porque te queremos, yo te amo y por eso
quiero que hablemos.
No respondió durante algunos largos minutos.
Me falló, realmente me falló, la escuché decir
con voz nostálgica.

481
Lo sé, princesa; pero, estoy seguro que todavía
sigues siendo la niña de sus ojos.
¡No, no lo soy! Gritó con la poca voz que le que-
daba.
No grites, se te va ir la voz, le dije con calma.
Silenció entonces.
Ya no me importa, no me importa nada, dijo sin
gritar.
Callé por un minuto y añadí: Te amo, a mí me
importas y por eso quiero intentar hablar contigo.
Déjame sola, por favor, dijo y entendí. Entonces,
me retiré.
Volví al día siguiente por la noche, solo y sin que
nadie lo supiera, su madre, cada vez peor física y
emocionalmente abrió la puerta.
Quise decirle que vaya a dormir; pero no me
atreví. La vi tomando café, sentada en el mueble,
sola y acongojada.
Hola princesa, te extraño. No respondió. Toqué
de nuevo su puerta y le dije: Solo quiero darte un
abrazo. Caí rendido sobre el piso y acomodé la ca-
beza en la puerta. Le hablé: Te amo, nunca olvides
que puedes contar conmigo.
Abrió la puerta y por poco caigo al suelo. Se alejó
rápidamente acomodándose sobre la cama, exacta-
mente en el filo de la misma, aferrada a un peluche
conocido, con los ojos llorosos y ojerosos, vestida y

482
sin ducharse, con su cabello sin brillo, cortinas ce-
rradas, luz apagada y de fondo una música que no
lograba reconocer, estaba terrible y me preocupé al
verla en ese estado. Habían pasado un par de no-
ches y se encontraba opaca.
La abracé tan rápido como pude, ella no lo hizo.
Arrodillado le pedí que me mire, no lo hizo. Es-
taba muy deprimida, en silencio y mirando hacia
la nada.
Princesa, le dije cogiendo levemente su mentón.
Me vio, sus ojos eran tristes, mas no pude ver su co-
razón, de repente porque no brillaban como antes.
Me senté a su lado y volví a abrazarla. Apoyó su
cabeza sobre mi hombro y nos mantuvimos en esa
posición por bastante tiempo.
Lágrimas cayeron y ni siquiera intentó recoger-
las, fueron a parar al suelo, me dio tanta pena verla
llorar que se hizo imposible no derramar algunas
lágrimas. Entendía su dolor y buscaba reconfortar-
la.
Paró de llorar y dijo: Me ha llamado hace poco,
explicó todo lo ocurrido; pero no pude perdonarlo.
No sé si pueda hacerlo alguna vez, esto duele tanto.
Preferí mantenerme mudo y seguir abrazándola.
Sabía que le dolía la traición de su padre, podría
haberle dicho lo que su madre me dijo, que es na-
tural que haya decidido rehacer su vida; pero no
era lo que pensaba realmente, yo creía que no tenía

483
derecho a lastimarla de ese modo, sentí que debió
decirle mucho antes y tratar de ofrecerle igual can-
tidad de tiempo a ambas familias.
No quise ir a mi casa esa noche, hubiera querido
acostarme a su lado al momento de dormir y des-
pertar viéndole el rostro; pero partí de madrugada,
tras algunas llamadas de mis padres. Descendí y vi
a su madre dormida en el mueble, con el televisor
encendido y la taza de café medio llena. El cansan-
cio le ganó, pensé y salí de su casa luego de apagar
el televisor.
Anda con cuidado, escuché decir a su hermano,
quien apareció de repente desde el segundo nivel.
Le mostré el pulgar elevado y cerré la puerta.
Tal vez no debí calificarlo de idiota, quizá, vive
su mundo y sufre a su modo, pensé mientras ca-
minaba. Luego me concentré en Daniela y lo que
haría para animarla al día siguiente.
Quise escribir al despertar, avanzar algunos
cuentos dejados a un lado o continuar la carta; pero
no pude, no tenía cabeza y mucho menos inspira-
ción. Todo se basaba en la situación de mi chica y
en lo que podría hacer para sacarla de ese hoyo.
Lo que se me ocurrió fue visitarla y pasar el
tiempo a su lado, escucharla si soltaba algo y que-
darme cerca para abrazarla y cobijarla.
Al llegar a su casa me topé con Kelly, salía con el
rostro serio, nunca la vi tan seria. Nos saludamos y
dijo, no quiere hablar conmigo. De repente contigo
sí.
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Voy a hacer el intento, le dije y nos despedimos.
Creí que hablaríamos y estaríamos mucho mejor
que ayer; pero todo fue distinto. Daniela volvió a no
querer abrirme la puerta, por más que le recordé
que pasamos un lindo rato ayer, no quiso. Se cerró
en la idea que quería estar sola, parece que a cada
instante recordaba lo hecho por su padre y el dolor
volvía o aumentaba, no estaba seguro, solo sabía
que la depresión era su atmósfera y que deseaba
quedarse sola en su habitación. Sin embargo, me
tranquilizó que haya querido comer, poco; pero
algo. Me lo dijo su madre al verme entrar.
Yo quería insistir, no irme rápidamente, quería
intentar tener lo que tuvimos la noche anterior, es-
tar abrazados y quizá, sacarle algunas palabras y
dejar que escuchara algunas, para que así se fuera
liberando y alimentando de esperanza. Pero, no. No
abrió la puerta, no hablamos y no nos abrazamos.
Cada día me preocupa más, dijo su madre cuan-
do bajé frustrado y con la cabeza gacha.
Acaba de llamarme su padre, también está pre-
ocupado; pero no le he dicho que voy a llamar al
psicólogo.
No pensé necesaria la ayuda de alguien más,
porque Daniela no le contaría sus cosas a un terce-
ro. Aunque; tal vez podría ser útil que la visite un
profesional. Sea como sea, no dije mis pensamien-
tos, me fui y anduve ido el resto del día.
En casa no sabían lo que me ocurría, mucho me-

485
nos lo que sucedía con Daniela; aunque poco a poco
los chismes fueron llegando. Primero lo supo Ma-
riana y Alondra, después sus familiares y sus fami-
liares se lo hicieron llegar a mis padres.
Mi vieja me lo hizo saber e igual que yo, enten-
dió su dolor añadiendo que tuviera paciencia, que
ya se le pasaría y todo volvería a ser como antes.
Debía de darse cuenta por ella misma. Esa frase
me motivó por un momento.
Kelly me contó que su madre había contactado
un psicólogo para que fuera a visitarla. Dijo que
estuvo presente en la casa, exactamente en la sala
y que de igual manera, no quiso compartir nada
con el especialista.
Recibió a Manuel por la tarde y charlaron so-
bre la situación de Daniela. Ambos se encontraban
muy consternados.
Sabía que no serviría de mucho, pensé y se lo
hice saber.
Sin embargo, dijo también que le habían receta-
do algunos medicamentos para la depresión. Eso
fue todo lo que supo.
Princesa, ¿Cómo te sientes? Le envié un mensa-
je que nunca respondió. Fui a su casa por la tarde,
la extrañaba, extrañaba a la mujer alegre y amo-
rosa, no a quien andaba oculta detrás de la puerta.
Quería que volviera a ser como antes, quería que
nuevamente creciera su sonrisa y renaciera su ca-
risma.

486
Toqué la puerta de su habitación, no salió a pri-
mera instancia, después, la abrió.
No era la misma, si antes estuvo demacrada fí-
sicamente, ahora estaba peor, emocionalmente era
como un silencio nocturno, miraba la nada en la
oscuridad de su cuarto, según cuenta su madre, ya
no comía y tampoco accedió a tomar las pastillas.
Estuve a su lado, dejando que su cabeza cayera so-
bre mi hombro y dejándose acariciar el cabello, no
tan sedoso como antes.
Lloraba por dentro, me dolía verla de ese modo,
intentaba hacerla sonreír susurrándole palabras
de aliento; pero se mantenía estática, con los ojos
en la nada y respirando levemente.
Acariciaba su cabello y le contaba que la ama-
ba intentando hacerla sentir mejor; aunque única-
mente oía el dócil sonido de su respirar.
Me quedé a su lado largo tiempo, incluso, le pro-
puse sintonizar algo de música, accedió con un ade-
mán.
Empezó a hablar; aunque poco. Lo hacía dócil-
mente, se hallaba notablemente deprimida, la en-
tendía y por ello no la presionaba a soltar más pa-
labras. Solo escuchaba lo poco que decía.
La fuerza del corazón se escuchó y el boceto de
una sonrisa surgió. Fue un momento bonito. La
tenía nuevamente a mi lado, con su cabeza en el
hombro y pude ver esa sonrisa, leve, efímera; pero
real.

487
Con el pasar de los minutos fue diciendo más pa-
labras, contando cómo se sentía, comprendía que
se encontraba traicionada y frustrada. Era bueno
que se liberara conmigo, la escuchaba, lloraba, las
lágrimas caían mientras hablaba con dolor y yo
continuaba con los dedos rascando su melena.
A veces también lloraba, su dolor era mi dolor y
otras veces me mantenía en silencio aumentando
la intensidad del abrazo.
La dejé durmiendo tiempo después, claro que
antes le pedí que comiera un poco, al aceptar bajé y
subí tan rápido como pude con un plato de alimen-
to. Luego de un rato decidió descansar, le dije que
la amaba y que mañana podría estar mejor.
Solo dijo, yo también. Entonces, cerró los ojos y
me fui.
Antes de cerrar la puerta abrió los ojos y me dijo,
ve con cuidado. Le sonreí y me retiré.
Al salir de su habitación estuve muy triste por-
que me destrozaba verla de ese modo. Bajé secán-
dome las lágrimas y su madre, al verme, pidió que
me sentara un rato. Cogí el vaso con agua que ofre-
ció y comenzamos a charlar.
Su papá ya no se ha pronunciado, dijo muy se-
riamente. ¿Sabe que sigue en la misma situación?
Pregunté de la misma manera. No estoy segura,
respondió llevándose las manos al rostro. Que mi-
serable, pensé. Lo mejor será que no venga, dijo su
madre sentada sobre el mueble. Tiene razón. Pue-
de afectarle más su presencia, le dije.
488
Volvió a levantarse del mueble teniendo las ma-
nos en los cabellos, preocupada, tensa y sin saber
qué hacer. Mañana vuelvo, estoy seguro que va a
salir de ese agujero. Ella es una chica fuerte, solo
necesita un poco de tiempo, le dije con cierta segu-
ridad.
Dios te escuche, dijo su madre, notablemente
destruida. Dios te escuche, repitió antes que me
despidiera.
Abrió la puerta, le di un beso en la mejilla y me
fui. Quise decirle que fuera a dormir un rato; pero
era imposible que lo hiciera, una madre nunca deja
de pensar en sus hijos. Seguro se quedaría hacien-
do guardia por si llegase a necesitar algo.
Asombrosamente, cuando regresé a la mañana
siguiente la vi desayunando en la mesa junto a su
madre. Me sentí muy emocionado y a la vez muy
contento, me acerqué y la abracé de inmediato.
Verla en buenas condiciones me puso de muy buen
humor.
Ya estoy mejor, dijo con una sonrisa y siguió co-
miendo.
No quise saber cómo sucedió, estaba contento
porque se encontraba reluciente. Al rato apareció
Kelly y también se alegró, de hecho se dieron un
fuerte abrazo.
Chicos, siéntense por favor, pidió su madre y
acudimos a su petición. Yo no quise comer, Kelly si
lo hizo.

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Estuve concentrado en su presencia, la miraba e
intercambiábamos sonrisas, se veía muy bien, eso
me entusiasmaba y alegraba.
Después de un rato nos acomodamos en el mue-
ble. Ambos le hicimos entender que nos alegraba
que estuviera mucho mejor. Daniela sonrió y agra-
deció por estar pendientes de ella.
Cuando sonrió volví a sentirme emocionado. Ex-
trañaba esa sonrisa, pensé al verla.
Charlamos bastante de distintos temas, no to-
camos los personales, comentamos sobre sucesos
pasados, momentos chistosos y recuerdos memora-
bles. Anécdotas entre ellas y vivencias entre noso-
tros.
De repente quise ir al baño y su madre, quien se
encontraba en la cocina me llamó a un lado.
Repentinamente se levantó, se dio una ducha y
preguntó por el desayuno, me contó rápidamente.
Ella también estaba mejor físicamente y mejoran-
do en el sentido emocional.
Me alegra bastante que esto haya sucedido, le
dije con una sonrisa y regresé a la sala.
Voy a llamar a Manuel, lo necesito en estos
momentos, dijo Kelly con humor al ver a Daniela
abrazándome.
¿Qué les parece si vamos al cine? O de repente
a comer algo o pasear, propuse muy animado. Cla-
ro es una excelente idea, dijo Kelly entusiasmada.

490
Hace mucho que no salimos los cuatro, añadió al
instante. Daniela asintió y colocó su cabeza sobre
mi hombro, le encantaba quedarse ahí. Al rato, res-
pondió: Por mí, normal. Necesito salir y despejar la
mente.
Entonces, chévere. Acordemos y más tarde sa-
limos, dijo Kelly emocionada. Y empezamos a pla-
near nuestra salida en pareja.
Sí, realmente necesito salir, añadió Daniela.
Vamos a pasarla fantástico, princesa, le dije acari-
ciando sus mejillas.
Ella sonrió, Kelly también lo hizo y sacó su celu-
lar para avisarle a su chico.
Al cabo de unos minutos acordamos en reunir-
nos después de almuerzo, exactamente en casa de
Daniela.
Kelly se retiró contenta entregándole un afec-
tuoso abrazo a su querida amiga, diciendo que lla-
maría a su chico para coordinar.
Yo decidí quedarme un rato más porque quise
darle algunos besos a mi novia.
¿No quieres echarte sobre mis piernas? Le pre-
gunté con una sonrisa una vez solos. Esbozó una
sonrisa e hizo el respectivo movimiento que tanto
le gusta.
Se llevó las manos al abdomen, las tuvo sujetas
y miró el techo quedándose muda mientras que yo
jugueteaba con su cabello.

491
Chasqueaba los dedos, seguía con la mirada en
el techo y ni siquiera sonreía cuando intentaba pro-
vocarle relajación con el hormigueo que realizo en
su cabello.
Creía que su actitud se trataba de un estado de
estabilidad, como un mar manso después de tanto
oleaje, entonces decidí no decir nada y seguir como
si todo anduviese en buena forma.
Le di esos besos que quise, nos despedimos acor-
dando vernos en un par de horas y la vi nuevamen-
te contenta porque anhelaba salir con sus camara-
das a disfrutar de una divertida tarde.
En casa estuve más tranquilo, pasé el tiempo en
el MSN chateando con los amigos de siempre, al-
morcé y me alisté para salir. Claro que previo a ello
me duché y perfumé.
Acordé con Manuel en encontrarnos e ir juntos
a casa de Daniela. Eufórico se apareció en mi casa
minutos después del acuerdo. Le pareció fantástica
la mejora de mi chica, le dije que todos estábamos
contentos por ello y que lo mejor sería no mencio-
narlo.
Claro, ni que fuera un idiota, dijo con bastante
seriedad; pero me hizo soltar una carcajada. Ense-
guida, caminamos rumbo al parque Rompecabezas.
Coincidentemente, Kelly llegó cuando apareci-
mos por la esquina charlando del futuro encuentro
futbolero de mañana.

492
Ella tocó el timbre un par de veces sin pregun-
tarse en qué momento lo habrían arreglado, nos
topamos cuando su madre abrió la puerta. Me sor-
prendió que no haya ido a trabajar, por un momen-
to creí que lo haría. Sin embargo, seguramente ha
querido que su hija se encuentre en óptimas condi-
ciones para poder retomar el laburo.
Los tres entramos y nos acomodamos en el mue-
ble, ya era costumbre sentarnos del modo como lo
hacíamos. Kelly y Manuel en el grande y yo en el
individual teniendo a Daniela en mis piernas cada
vez que se ponía muy amorosa.
—Hija, tus amigos y tu chico han llegado. Baja,
dijo su madre y por razones extrañas me pareció
gracioso. De repente por el término en que se re-
firió a mí y la diferencia abismal entre cuando me
conoció y como me llegó a tratar.
—Ahí bajo, mami, respondió Daniela con dulce
voz.
Tiempo más tarde, escuché el sonido de sus za-
patillas impactar con los escalones. Lucia hermo-
sa; aunque me gustaría decir, radiante. Su cabello
ondulado que estaba mucho más largo caía por sus
hombros y espalda, me encantaba. Hizo un movi-
miento para acomodarse el cabello que le cubría el
ojo y yo quise acercarme para besarla.
—Estoy lista, dijo con una tierna sonrisa.
Obviamente me acerqué a saludarla dándole un
beso frente a los presentes, algo imaginario tiempo

493
atrás. Sonrió un tanto ruborizada y prosiguió a sa-
ludar al resto.
Nos despedimos de su madre agitando la mano
mientras salíamos de su casa, todos estábamos
contentos, teníamos ganas de pasear, gozar de
buenos momentos y hacer que Daniela estuviera
alegre, olvidando los sucesos pasados y afrontando
nuevos y grandes ratos con personas que la apre-
cian y valoran.
— ¿Adónde vamos? Preguntó Manuel mientras
le cogía la mano a su chica.
—Buena pregunta, dije con humor y añadí al
instante, ¿Adónde vamos?
Todos empezaron a reír.
—Podemos ir a varios lugares, al cine, a comer
algo, a pasear y demás, sugirió Kelly con un gesto
gracioso en el rostro.
— ¡Vamos a Larcomar! Dije de inmediato sabien-
do que podríamos encontrar todo ello en ese lugar.
— ¿Qué piensas, princesa? Le pregunté mirando
a mi izquierda.
Ella estaba volada, como en otro mundo, la son-
risa y sus ánimos se fueron repentinamente para
retomar su figura silenciosa e ida.
—Daniela, amiga, ¿Larcomar te parece bien?
Dijo Kelly acercándose y haciéndole un gesto con
las manos abiertas, moviéndolas frente a sus ojos
de un lado hacia otro.

494
—Sí, sí, Larcomar está bien, respondió al minu-
to.
Sentí que volvía a su órbita natural; no quise
preocupar a nadie plasmando mis pensamientos,
por eso añadí: Entonces, vamos a Larcomar.
Manuel detuvo un taxi y lo abordamos ensegui-
da.
Durante el trayecto escuchamos la música que el
chofer sintonizó.
Daniela estaba en silencio, mirando por la ven-
tana y yo sujetaba su mano viéndola de reojo. La
otra pareja se hallaba a mi lado conversando.
Rieron de repente contagiando su risa; pero Da-
niela, quien contemplaba las calles, casas y demás,
ni se inmutó.
Amor, ¿Escuchaste eso? Le pregunté; pero no
contestó. Princesa, ¿Los escuchaste? No, no ¿Qué
pasó? Dijo a los segundos. Le conté el chiste; pero
no le pareció gracioso. Acto seguido, continuó ob-
servando por la ventana, no quise decir nada y ati-
né a seguir viendo al frente.
Al cabo de varios minutos, llegamos a Larcomar.
Entre Manuel y yo pagamos el servicio. Las chi-
cas se adelantaron y nosotros las seguimos.
Ambas se dieron un abrazo fraternal mientras
andaban.

495
Son grandes amigas, dijo Manuel aseverando
ese hecho.
Sí, las mejores, le respondí con una sonrisa. Nos
acercamos a nuestras respectivas chicas y las cogi-
mos de la mano para empezar el recorrido.
¿Adónde vamos? Preguntó Manuel viéndole el
rostro a Kelly, que miraba al frente. Ella volteó
para verlo y le respondió: A tomar helados. Inme-
diatamente, Daniela respaldó el comentario dicien-
do: ¡Vamos a tomar helados!
¿A quién no le gusta los helados? Pregunté para
el grupo mientras caminábamos. Todos rieron como
si se tratase de una broma.
No fuimos al establecimiento de siempre, quisi-
mos algo más sofisticado, entonces entramos a un
restaurante exclusivo para helados.
Era un lugar similar al que fui alguna vez con
su madre; aunque este estuvo mejor, de repente
porque estábamos en Larcomar y a mí me encanta
estar allí.
Entramos y nos acomodamos en una mesa para
cuatro luego de ver la gran cantidad de sabores y
distintas combinaciones que podrías realizar. Era
como un paraíso del helado.
Daniela y Kelly eran las más emocionadas, pa-
recían niñas entusiastas e indecisas; aunque de-
cidieron elegir los de siempre, nosotros hicimos lo
mismo.

496
En nuestra mesa gozamos de nuestros helados,
cada uno saboreando el suyo, sin hablar, observan-
do y concentrados en las bolas exquisitas.
Teníamos la costumbre de recordar sucesos pa-
sados, cada uno relataba un momento en particu-
lar, la mayor parte se basaban en hechos graciosos.
Manuel era quien más lo hacía, a veces se deses-
peraba por tener como dicen, la palabra en la len-
gua; pero debía de esperar que alguien culminara
de contar su experiencia. Todos reíamos y luego él
iniciaba hasta que se le fueran los recuerdos.
Podrían ser vivencias propias, a veces algunas
entre Manuel y yo, otras entre Daniela y Kelly y
muchas veces sobre nosotros cuatro.
Creo que en cada grupo de amigos existe un mo-
mento para acordarse de los buenos ratos.
Los helados eran interminables y eso que comen-
zamos a disfrutarlo de un modo muy veloz, al inicio
nadie abrió la boca, solo lo hacíamos para meter la
cuchara. Luego hablamos y tomamos helado; pero
aún así, este parecía nunca acabarse y eso, lógica-
mente, era estupendo. Claro que la cantidad de he-
lado valía su precio, uno de los helados más caros
que he pagado en mi vida; aunque definitivamente,
de los más ricos.
Me gustaba verla mientras comentaba su anéc-
dota; pero no podía estar un segundo sin llevarse
la cuchara a la boca, incluso, decía: Un momento,
disfrutaba del helado y seguía charlando. Nos daba

497
cierta gracia cuando lo hacía; aunque a veces des-
esperaba porque la trama sugería que el siguiente
capítulo sería el que nos hiciera estallar de risa.
Después de compartir experiencias y demás,
un sorpresivo silencio ocupó el brillo que relucía
cuando hablaba. Kelly y Manuel no supieron dar-
se cuenta, yo sí, tal vez porque llegué a conocerla
mucho más.
Kelly contaba su experiencia y Daniela se halla-
ba desorbitada a pesar de parecer atenta, en el mo-
mento chistoso del relato ni siquiera sonrió. Algo,
nuevamente, comenzó a sucederle.
Me preocupé por su postura; pero no quise hacer
mucho. Solo me acerqué y a pesar que Kelly anda-
ba hablando y haciendo ademanes, le dije al oído:
Te amo, princesa.
Esbozó una sonrisa poco expresiva, sin mostrar
la dentadura, sin el brillo de siempre, tan solo una
leve mueca. Le di un beso en la mejilla y me alejé.
Pensé en la posibilidad de hablarle cuando estemos
solos; pero a la vez creí conveniente no hacerlo; qui-
zá, la agobiaría más. Anda con problemas, tal vez
por eso esta ida. No quería aumentar su estado con
preguntas. Resolví creer que pasaría pronto, que
es un estado natural de la nostalgia, el hecho de
a veces sonreír por un instante de comicidad y de
repente, ausentarse por completo y mostrar un ros-
tro triste.
Propuse salir de la heladería y caminar un rato,

498
terminamos los helados y lo hicimos. Deambula-
mos por las instalaciones internas de Larcomar,
viendo cada una de las tiendas, algunas por dentro
y otras por fuera.
Ella seguía muda, en la profundidad de un si-
lencio cada vez más notorio. Manuel y Kelly no se
daban cuenta porque charlaban entre sí.
Yo miraba a mi chica y la veía perdida, mirando
al frente y en silencio. Trataba de hacer que se en-
focara en el momento dándole un abrazo repentino,
un sorpresivo beso y al menos por esos segundos
se aferraba a mi cuerpo, a mis labios y me miraba
esbozando una sonrisa distinta a las anteriores, sin
brillo, tenue y escondiendo pena.
Sabía la razón de sus idas y venidas, deseaba
ansioso que todo volviera a ser como antes. Solo
debo de tener paciencia, me lo repetía mientras
caminábamos cogidos de la mano; aunque sentía
que estábamos distanciados por un enorme abis-
mo, contradictoriamente a lo que ocurría a un lado,
Kelly y Manuel no dejaban de sonreír, se veían tan
enamorados que me alegraba por ellos, más por él,
por ser uno de mis grandes amigos y anhelaba po-
der volver a estar de igual modo junto a mi prince-
sa.
No pasó mucho tiempo para que Manuel se diera
cuenta. Tal vez en algún pasaje del camino vio a su
lado y notó algo diferente.
¿Está todo bien? Preguntó articulando los labios

499
y haciendo un ademán. Asentí con la cabeza y le
mostré el pulgar.
¿Vamos a ver una película? Preguntó Kelly de
repente, que miraba los accesorios de una tienda
desde la vitrina.
Princesa, ¿Quieres ir al cine? Ella giró y respon-
dió con seriedad: Claro. ¿Te parece bien una pelí-
cula romántica? Le pregunté para hacerla sonreír
y su respuesta me dio ánimos: Claro, amor, me en-
cantaría.
Sentí que retornó. Vamos entonces, animé al
resto y arribamos rumbo al cine.
Kelly percatándose de lo ocurrido zafó de los bra-
zos de su pareja para acercarse a Daniela. Ambas
empezaron a andar juntas, mientras que Manuel
y yo hacíamos lo propio a un lado. Disimulábamos
acordar que película ver hablando sobre el estado
de ánimo de Daniela.
¿Realmente está bien? Quiso saber Manuel,
muy preocupado, llevándose la mano a la boca por
si leyeran sus labios. No lo sé, fue lo primero que
le dije liberando mi preocupación. Aunque imagi-
no que ya pasará, acoté. Todo pasa, añadió Manuel
enseguida.
Ojala vuelva a ser la de antes, pensé. Estoy se-
guro que sí, le dije intentando animarme y a la vez
convencerlo que iba a estar bien.
Luego estuvimos hablando sobre la película que

500
podríamos ver a pesar que sabíamos que ellas se-
rían quienes elegirían. Aparte, ya había dado la
idea de ver una romántica.
Daniela se encontraba ligeramente mejor, lo
supe porque la vi animada por querer entrar a la
sala, comer canchita y observar la película. Inclu-
so, se acercó para darme un abrazo. Fue lindo, los
abrazos inesperados siempre lo son.
No había mucha gente, por eso no hicimos cola.
Pagamos y entramos enseguida.
Caminamos en dirección a la confitería y adqui-
rimos todo lo necesario para ver la película. Entra-
mos a la sala y nos acomodamos en la misma fila,
cada uno al lado de su pareja.
Princesa, come un poco de cancha, le dije mos-
trando una sonrisa. Cogió lo que alcanzó en su
mano y se llevó a la boca una tras otra. Hice lo mis-
mo inmediatamente, me miró extrañaba y empezó
a acelerar el paso, cogiendo cada vez más cancha,
entonces realicé lo mismo hasta que nos interrum-
pió la risa.
Fue mágico verla sonreír, soltar esas carcajadas
me hizo sentir esplendido. Un acto chistoso como
la competencia de quien agarra más cancha la hizo
sonreír y reír.
A nuestro lado, la otra pareja hizo un comentario
en voz alta: ¿Y estos locos? Mira como se pelean por
comer.

501
Lo que también ocasionó nuestra risotada.
Daniela se veía mejor, la sonrisa en el rostro lo
reflejaba y me agradaba.
Amo tu sonrisa, princesa, se lo hice saber poco
antes que comenzara la película. Volvió a sonreír
para encantarme y me dio un beso cuando las luces
se apagaron.
Dejamos de comer cancha por largo tiempo, la
película resultó interesante, estuvimos atentos a la
pantalla como la mayoría de personas; aunque por
momentos, dada nuestra naturaleza, nos besába-
mos. Me encantan los besos en la oscuridad de la
sala, no se lo hice saber; pero era notorio porque fui
yo quien se acercó para besarla.
Luego empezamos a disfrutar de la cancha, creo
que lo hicimos al mismo tiempo, nuestros dedos
chocaron mientras recogían una buena cantidad.
Reímos mirando la pantalla y nos metimos a la
boca el pop corn.
Por ratos la miraba de reojo, concentrada en la
trama. Me gustaba verla bien, su semblante era
distinto al de hace unos minutos, eso me hacía sen-
tir menos preocupado, más tranquilo y optimista
porque creía que la salida y los buenos momentos
la hacían sentir mucho mejor.
Terminada la película nos quedamos un rato
sentados.
Charlamos un poco acerca de la película, nues-

502
tras primeras percepciones y algunas escenas que
nos parecieron buenas. Luego compartimos nues-
tras ideas con la otra pareja.
Al salir del cine decidimos seguir caminando, los
cuatro nos sentíamos llenos de cancha y gaseosa y
caminar aliviaría esa situación complicada dentro
del estómago.
Vayamos afuera, ya vimos todo aquí dentro,
dijo Manuel. Yo pensaba lo mismo, por eso seguí
su acertado comentario. Kelly y Daniela decidieron
seguirnos.
Subimos las escaleras con dificultad y exageran-
do los pasos dados, Daniela reía por la forma como
subía haciendo como si mi cuerpo pesara una to-
nelada. No seas exagerado, precioso, me decía con
una sonrisa y me gustaba habérsela creado.
En los exteriores decidimos sentarnos sobre una
banca; aunque solo alcanzaba para tres logramos
entrar los cuatro.
Abracé a Daniela y fui yo quien colocó la cabeza
sobre su hombro, lo hice durante un rato. Luego,
reclamando su derecho se instaló en mi hombro con
cierta gracia.
Acaricié su melena ondulada que olía delicioso,
me quedé ahí un tiempo olvidando a la pareja de al
lado.
Eres la princesa de mi corazón, ando enamorado
de ti, por ti crece mi sonrisa y quiero vivir amándo-

503
te, le susurré mientras jugaba con su ondulada me-
lena. Entonces la oí reír levemente porque le cau-
saba alegría mis palabras que no escogí de libros
de poesía y solo saqué de un corazón enamorado.
Te amo, mi princesa. Adoro estos momentos a tu
lado, acariciar tu cabello, sentir el aroma que irra-
dia cada fibra de tu melena, tenerte cerca y poder
escuchar los latidos de tu corazón, bajo esta noche
en Larcomar, sentados en una banca y oyendo el
dócil sonido de tu risa.
Sonrió emanando ternura. Zafó de donde estaba,
se quedó mirándome fijamente y entonces, fiel a su
estilo, cogió mis mejillas y me besó.
Yo también te amo, precioso, gracias por esta
linda tarde, bueno, ya noche, dijo y retornó a su
lugar. Siempre le gustó colocar su cabeza sobre mi
hombro y cerrar los ojos.
Chicos vamos a dar una vuelta, ya venimos, dijo
Manuel. Le hice un ademán y los vi avanzar.
Inmediatamente, Daniela se levantó por instinto
y se acomodó sobre la banca en su total dimensión,
teniendo su cabeza sobre mis muslos y viéndome
a los ojos como si estuviéramos en el mueble de su
sala. Es también su posición favorita.
Cada vez se hizo más oscuro, empezaron a pren-
derse los postes de luz de los exteriores de Larco-
mar haciendo que todo se vea increíble. Por la no-
che suele llegar más gente y me sentí aliviado de
haber ocupado una banca. Daniela no pensaba en

504
ninguna de esas cosas, solo se hallaba recostada,
ahora con los ojos cerrados; pero con la cabeza ha-
cia arriba. Yo la veía luego de haber contemplado el
panorama. Me fascinaba observarla y seguir jugue-
teando con su melena, creo que era la única perso-
na que podía tocarle el cabello, no se lo permitía a
nadie más, amaba su cabello y lo cuidaba; aunque
no usaba mucho producto cosmético, solo se trata-
ba de un champú en particular, el resto lo hacia la
naturaleza del mismo. El brillo, la ondulación y el
aroma eran parte de su esencia.
Abrió los ojos, me vio, vi el brillo en su mirada y
sonreí instintivamente.
Te amo, me hizo leer sus labios. Quise besarla,
repetirle cientos de veces que también la amaba y
abrazarla enseguida; pero entonces, dijo de nuevo:
Y siempre te voy a amar.
Sonreí y hasta se puede decir que solté un sus-
piro.
Eres el amor de mi vida, princesa, le dije luego
del suspiro. Sonrió para cautivarme, me vio a los
ojos cuando escuchó mis palabras, no se levantó,
se quedó donde estaba y se acomodó de tal mane-
ra que pudo abrazarme. Me sentí grandioso. Froté
suavemente su espalda; aunque rápidamente re-
gresó a su estado anterior. Pensé que se levantaría;
pero todavía siguió echada.
Le hinqué la nariz haciéndola reír, yo también
reí. Suéltame, tonto, dijo con una voz graciosa, lo

505
hice entonces; pero seguimos sonriendo recordando
el sonido de esa peculiar voz.
Daniela suele ser muy graciosa, aparte de serlo
con sus anécdotas, disfruta siendo muy risueña.
¿Quieres caminar? Propuso de repente. En ese
momento me acordé de Manuel y Kelly preguntán-
dome por su paradero. Enseguida, Daniela se rein-
corporó y me dio un abrazo inesperado.
Me gustó mucho que lo hiciera, al punto de man-
tenerla a mi lado, sujeta de la cintura y ella con sus
manos enredadas en mi cuello, viéndonos fijamen-
te, nuestros ojos podrían decir todo lo que nuestros
corazones sienten y por eso nuestros labios no pro-
nunciaron palabras. Nos besamos en un santiamén
y después seguimos abrazados, esta vez tamba-
leándonos haciendo cómica la escena. Volvimos a
darnos otro beso antes de separarnos y cogernos de
la mano para andar.
Recorrimos la acera de cuadros de piedra por
donde se encuentran las bancas hasta llegar a la
estatua de águila, allí pensamos adonde ir y de-
cidimos seguir caminando. Larcomar de noche es
genial, es mucho mejor el exterior. Nos olvidamos
de nuestros amigos y andamos lentamente, conver-
sando mientras avanzábamos.
Yo la miraba de reojo al tiempo que hablaba, me
contaba que le gustó el helado, que la película le
pareció buena al inicio y que ahora le daría unos
cambios, dio muchos mientras seguíamos el rumbo.

506
Después, en un acto muy divertido dijo que si al-
gún día fuese un escritor reconocido podría escribir
un libro que se volviera guión para una película a
la que ella agregaría sus toques. Fue lindo que dije-
ra eso; aunque al inicio me pareció gracioso.
Luego mientras avanzábamos lo iba pensando
mejor y no resultaba tan descabellado. Entonces,
acoté, interrumpiendo el tema que hablábamos, si
un día me convierto en un buen escritor, lo prime-
ro que voy a hacer es escribir nuestra historia. Tal
vez la lleven al cine. La idea le pareció fantástica,
al punto de emocionarse y decir: Pero debes de con-
tarlo todo. La forma como nos conocimos, nuestros
enredos, los problemas y los momentos increíbles.
Por supuesto, princesa, le dije con bastante entu-
siasmo.
Entonces, ¿Prometes escribir un libro sobre no-
sotros? Preguntó antes de llegar al término del ca-
mino. Sonreí y cogiéndola de las manos, respondí:
Te lo prometo, princesa.
Además, dicen que los escritores inmortalizan a
las personas, lo leí en un artículo, añadió de repen-
te. Sonreí y le respondí, entonces vivirás por siem-
pre en mis escritos. Esbozó una sonrisa y senten-
ció: Eso sería maravilloso.
¿Vamos al Parque del amor? Pregunté ensegui-
da sabiendo que aceptaría.
Claro, precioso; pero, ¿Y los demás? Dijo y me
acordé de los otros. No lo sé; aunque estoy seguro

507
que nos llamaran al celular cuando se quieran ir,
le dije para tranquilizarla. Ah, bueno, tienes razón.
Entonces, vamos precioso, dijo emocionada y empe-
zamos a caminar.
Durante nuestro andar seguimos charlando
acerca del hipotético libro que alguna vez váyase
a escribir.
Quise imaginar mientras caminábamos, el te-
nerla cerca me entusiasmaba a creer en utopías,
por eso, cada vez que le iba contando detalles que
alucinaba, la sentía, por mágicas razones, muy po-
sible.
Claro está que el hecho de pensar que ni siquie-
ra tenía un libro terminado me devolvía a la tierra;
pero, esa noche, ¿Qué costaba soñar? Además, Da-
niela lo hacía fácil, aparte, ella por si misma ya es
un sueño hecho realidad.
El tema siguió hasta llegar al parque que por
suerte no estaba lleno como suele estar. Encontra-
mos una banca cerca a la estatua de los enamora-
dos apasionados y nos sentamos a charlar. Le di-
mos algunas otras vueltas al tema y llegamos a la
conclusión que debía de cumplir con mi promesa
por el fantástico hecho que nuestra historia es ex-
traordinaria.
Enseguida cambiamos de tema y estuvimos
charlando de Manuel y Kelly preguntándonos so-
bre su paradero, queríamos saber donde podrían
encontrarse y de repente, sin imaginarlo, los vimos

508
de la mano deambulando por las paredes en donde
citan frases de amor.
Decidimos acercarnos sin que se dieran cuen-
ta. Asusté a Manuel provocando la risa del resto.
Luego leímos juntos las frases de amor que muchas
personas habían escrito.
¿Qué bonito, no? Dijo Daniela suspirando, me
abrazó y me dio un beso. Nos quedamos abrazados
observando las distintas frases, caminábamos len-
to para poder leerlas y releerlas, la otra pareja nos
siguió hasta lograr leer todas.
No supimos que hacer después, ellos tampoco,
entonces decidimos quedarnos allí un rato más.
Esta vez nos sentamos debajo de la estatua de
los enamorados, exactamente en el muro que la ro-
dea. Ellos se fueron a seguir deambulando con la
excusa que querían ver el mar. Le dije a Daniela
que no era mala idea y respondió que iríamos en
un rato.
¿Tienes batería? Preguntó de repente. Teníamos
las manos sujetas. Sí, respondí rápidamente y sa-
qué el celular por instinto.
Pon nuestra canción, dijo con una sonrisa. Le
respondí del mismo modo y empezó a escucharse
“La fuerza del corazón”. Volví a cogerla de la mano,
se acercó un tanto más y dejó caer su cabeza sobre
mi hombro, sabía que lo haría en el momento en
que se acercó. Cerró los ojos, lo supe al verla de
reojo. Hice lo mismo tan solo por un par de segun-

509
dos, al abrirlos todavía los tenia cerrados, le di un
beso en la nuca y mientras la canción se escuchaba
le dije, te amo, princesa.
Sonrió y comenzó a tararear la melodía mante-
niendo los ojos cerrados, yo hice lo mismo al ins-
tante y luego comencé a cantársela, muy despacio,
frase por frase y por ratos, mayormente en el coro,
intensificaba la voz. Ella sonreía porque le parecía
bonito. Siguió mis pasos y también quiso cantarla,
abrió los ojos y miró al frente mientras soltaba el
coro, me gustaba escucharla cantar, lo hacía despa-
cio, lento y con su voz que es tal cual una melodía
de dioses.
Esa siempre va a ser nuestra canción, precioso,
dijo de repente y me dio un beso. Toda la vida, mi
princesa, le dije después del beso y la seguimos es-
cuchando hasta culminar.
La abracé y volvió a colocar su cabeza sobre mi
hombro.
Minutos después, decidimos ir en busca de los
otros, la idea de ver el mar parecía estupenda y por
eso no volvían.
Daniela llamó a su amiga para preguntarle su
ubicación. Al tenerla avanzamos algunos metros
y nos encontramos detrás de una pared de frases.
Era peligroso estar allí; pero se veía el mar en toda
su extensión gracias a la luz de la luna. Nos queda-
mos viéndolo por un buen tiempo.
Las estrellas hacían que la escena fuera gran-

510
diosa. Abrazado a Daniela contemplaba el océano,
la luna y las estrellas hasta que alguien nos dijo
que estaba prohibido pararse en ese lugar. Tenía
toda la razón del mundo el efectivo policial, enton-
ces salimos y continuamos caminando sin saber
exactamente adonde ir.
Paramos en una esquina lejos de ese lugar, del
oficial y a unos metros de la estatua y pensamos
adonde ir. No era muy tarde, todavía quedaba
tiempo para una excursión.
Pensé en un lugar propicio para contemplar un
bello paisaje, donde poder charlar y de repente sa-
carnos más fotos, por si no bastaron las que nos
habíamos sacado.
Daniela siempre llevaba su cámara dentro de
su bolsillo. Le gustaba sacarse fotos conmigo para
luego subirlas en Facebook; aunque antes de ello
colocarlas en el display de MSN. Yo encantado, no
me gustan tanto las fotografías como a ella; pero
acepto cuando quiere que nos tomemos una.
Conozco un lugar donde podemos ver el mar, la
luna y estrellas sin que nadie nos moleste. ¿Quie-
res ir? Le dije a mi princesa aprovechando que los
otros charlaban a un lado. Claro, vamos, respondió
entusiasmada y le dije a Manuel que iría a pasear
un rato.
Yo voy a estar aquí un tiempo más. Me llamas o
me mandas un mensaje cuando regreses. Claro, eso
de hecho, en una hora nos encontramos para irnos,

511
le dije y haciendo un ademán nos despedimos. Ke-
lly y Daniela intercambiaron sonrisas y se fueron
alejando.
¿Dónde es ese lugar que dices? Preguntó Danie-
la muy curiosa aferrando su cuerpo al mío porque
empezaba a correr viento.
De aquí a unas cuadras, respondí emocionado
sabiendo que le gustaría. ¡Genial! Dijo enseñando
una sonrisa. Seguía atada a mi brazo, me gustaba
que estuviera así. Caminamos lento, medio des-
equilibrados por momentos, porque pesaba y me
iba para un lado; pero era gracioso. Luego prefirió
que la abrazara, así no tendría tanto frío a pesar de
llevar un suéter de algodón.
Precioso, ¿Ya estamos cerca? Dijo pasadas algu-
nas cuadras. Tranquila, princesa, ya vamos a lle-
gar, respondí manteniéndola abrazada, ya no tem-
blaba como hace unos minutos.
Daniela siempre fue friolenta, desde niña según
me contó una vez; por eso suele salir muy abrigada.
Recorrimos un parque y quisimos detenernos un
rato a sacarnos una foto en el faro, era antiguo,
inútil; aunque su estética resultó precisa para una
fotografía. Daniela como tantas veces sujetó la cá-
mara y me pidió darle un beso en la mejilla. Des-
pués, mostramos nuestros rostros juntos y sonrien-
tes, culminando con un par de fotos individuales.
Era divertida la manera como hacía las fotos.
A veces se las ingeniaba para colocar algo como

512
soporte para la cámara, entonces podríamos salir
de cuerpo entero. Admiraba ese ingenio.
Continuamos caminando, el viento soplaba me-
nos y logramos llegar a un parque, uno que antes
habíamos visitado, entonces, recordando bien, le
dije: Estamos muy cerca, princesa.
Se emocionó inmediatamente, metros más ade-
lante le pedí descender por unos arbustos. Siguió
mis pasos y llegamos al lugar.
No todos conocen este sitio, le dije con una sonri-
sa haciendo alusión a un posible secreto. Ella son-
rió para luego decir, me gusta este lugar. ¿Cómo lo
conoces? Preguntó de repente. Hace años que no
vengo, solía hacerlo en tiempos de colegio, me tira-
ba la pera e iba a diversos parques a escribir hasta
que una mañana conocí este lugar y desde entonces
lo visité cada vez que faltaba.
Has sido un mal estudiante, precioso, dijo con
humor y enseguida acotó, este lugar está bonito.
Nos sentamos sobre el primer o último escalón
de una vieja escalera de piedra que llevaba, segu-
ramente hace muchos años, a la playa. Ahora todo
se hallaba oculto por arbustos, por eso tuvimos que
abrirnos paso entre ellos.
Mira, le dije al llegar. Vaya, las estrellas se ven
cerquita, dijo emocionada. La abracé enseguida y
le di un beso en la nuca. Recostó su cabeza sobre
mi hombro y dijo, me gusta estar aquí, es un lindo
lugar.

513
Este va a ser nuestro nuevo lugar, le dije y la vi
sonreír.
Daniela estuvo callada el resto del tiempo, era
un silencio basado en el hecho de quedarse a mirar
el océano, yo también lo estuve, salvo por los sus-
piros al verla de reojo viendo como por momentos
el ondulado cabello le cubría parte de la mirada.
Lo quitaba con la mano izquierda y seguía contem-
plando el océano, de rato en rato veía las estrellas
alzando levemente el cuello, creí que las contaba,
imaginaba que pedía deseos o quizá, solo contem-
plaba su lejana belleza.
No soy de la costumbre de pedirle deseos a las
estrellas; aunque admito que quise hacerlo esa no-
che.
Ella seguía callada, parecía perdida en el firma-
mento, mirando todo a su alrededor sin mover el
cuello, anonadada con la hermosura de la natura-
leza, yo hacía lo mismo; aunque la verdadera belle-
za la encontraba siempre a mi lado.
La melena sedosa y ondulada, los labios adicti-
vos, el rostro bonito, los ojos pardos y las cejas que
lo hacen ver más lindos; el encanto que transmite a
pesar de estar en silencio, el hecho que si se pone a
hablar te va a caer estupendo, su bondad intrínse-
ca para con todo, más con los animales y esa manía
por hacerme feliz de la cual soy fanático.
Princesa, como te amo, se lo dije despacio. Supe
que escuchó porque sonrió. Luego, volvimos a man-
tenernos en silencio.

514
Yo también te amo, precioso, dijo algunos minu-
tos después. Seguimos de la misma forma, su ca-
beza sobre el hombro, recostada en mí y viendo el
mar.
No calculo con exactitud el tiempo que estuvi-
mos en ese lugar; de repente recibí la llamada de
Manuel preguntando por nuestro paradero, dijo
que nos habíamos perdido durante cierto tiempo, le
dije que iríamos en unos minutos y aceptó esperar
en el parque del amor.
Se lo comenté, hizo un gesto de fastidio y dijo,
dile que ya vamos. Volvió a enmudecer y yo tam-
bién callé para concentrarme en el horizonte.
Al rato, nos levantamos y decidimos alejarnos
del lugar; pero antes de ello, nos dimos un beso.
El retorno fue distinto, Daniela se mantuvo ca-
llada, lo cual me sorprendió para mal porque era
un silencio diferente, en el lugar donde estábamos
al menos llevaba el rostro con un esbozo de sonrisa
como quien contempla algo precioso. Ahora lo tenía
serio y opaco. Opté por no preguntar respetando su
estado de mutismo.
¿Es un bonito lugar, verdad? Pregunté para ani-
mar el camino. Asintió con la cabeza, mas no son-
rió. La abracé entonces y le di un beso en la mejilla
repitiéndole enseguida, te amo princesa. Y yo a ti,
precioso, respondió fríamente; aunque supe que
debí conformarme con ello dada la situación.
Caminamos cogidos de la mano, no corría mucho
aire como para abrazarnos.
515
Se hallaba pensativa, mirando el camino; aun-
que estaba seguro que observaba la nada y todo
ocurría en su mente.
Sabía que debía comprender su situación acep-
tando esas idas y venidas. Naturalmente, se nubla-
ba a veces y volvía al rato. Yo trataba de no obviar-
lo, sino entenderlo e intentar animarla con plática
sencilla. Por ello le conversaba sobre algunas anéc-
dotas graciosas y en consecuencia esbozaba algu-
nas sonrisas, también le decía palabras bonitas al
oído y le daba besos en las mejillas, así lograba ha-
cerla sonreír por instantes.
Antes de llegar adonde se encontraban los de-
más, me detuvo de golpe, justo a unos metros de
converger con la pareja; aunque ellos ni nosotros
podíamos vernos todavía por la cantidad de gente
que se aglomeraba a dicha hora.
Te amo. Disculpa mi actitud, sabes que estoy do-
lida; pero trato de pasarla bien, gracias por el pa-
seo, precioso, dijo mirándome a los ojos y con el ros-
tro serio queriendo por ahí escaparse nuevamente
una sonrisa.
Mi respuesta fue abrazarla con intensidad. Ella
también lo hizo y sorpresivamente empezó a llover.
Nos estamos mojando, vayamos donde ellos y
regresemos a casa, dijo y cogió mi mano para ace-
lerar el paso.
El reencuentro fue rápido porque inmediata-
mente abordamos un taxi de regreso.

516
Me estaba congelando, comentó Manuel y ha-
ciendo alusión a su buen humor hizo un corto acto
como si realmente estuviera congelándose. Me hizo
reír, a Kelly también; mas no a Daniela, que mira-
ba la lluvia recorrer el vidrio.
Llevé mi mano a su hombro, seguía mirando la
ventana. Luego se apoyo en el espaldar y me regaló
una sonrisa. Enseguida, volvió a mirar el vidrio.
Kelly y Manuel respetaban su actitud o tal vez,
andaban concentrados en sus chistes, bromas y re-
cordando lo hecho en el paseo. Yo la miraba de reojo
y pensaba en lo mucho que deseaba que la situa-
ción acabe.
Daniela retornó a su estado de perdida y quise
nuevamente respetarlo. Creía que tal vez así se le
pasaría, sin tanto agobio por mi parte, sin tantas
preguntas, quizá.
Todo el transcurso la pasó mirando por la venta-
na. Por otro lado, agotados de tanto reír y caminar,
Manuel y Kelly dormían sujetos de la mano, ha-
ciendo la escena un tanto tierna.
Llegamos, princesa, le dije cuando el auto se de-
tuvo en la puerta de su casa. Muchachos, ya llega-
mos, le dije a los otros moviendo a Manuel. Mien-
tras abría los ojos salí siguiendo a mi chica, quien
se detuvo a un lado, temblaba levemente por el frío
y la lluvia, le pedí que entrara a su casa, que yo
pagaría el taxi. Hizo un ademán y dio la vuelta di-
rigiéndose a su casa. Bajaron los otros dos, pagué
el taxi y me acerqué a su casa.

517
Daniela estaba en el umbral, Manuel me dijo
que dejaría a Kelly y luego vendría para irnos. Te
espero, le respondí y me acerqué a mi chica.
La cogí de la cintura para darle un beso; pero su
rostro apático lo impidió. Me detuve, bajé los bra-
zos y pregunté, ¿Todo bien, amor?
Sabes que no. Mira, lo siento. Como te dije, estoy
algo ida.
Comprendo, princesa, le dije esbozando una son-
risa y acariciando su mejilla derecha. Se aferró a
mi mano y su madre interrumpió: Chicos pasen,
está haciendo mucho frío. Entramos entonces.
La señora bebía café, Daniela y yo nos acomo-
damos en el mueble de siempre, no tan cariñosos
como de costumbre. Cuando su mamá desapareció
por la cocina conversamos sobre lo hecho durante
la tarde.
Pronunció dos o tres palabras, a diferencia de
mis extensos argumentos que su presencia estática
y mente extraviada no canalizaban. Nuevamente
perdió el hilo que la une a la realidad.
¿Vas a estar bien, princesa? Le pregunté antes
de despedirnos. Manuel había regresado de dejar a
Kelly, me envió un mensaje al encontrarse afuera
y tuve que salir para decirle que en unos minutos
saldría.
Te amo, princesa, ve a descansar. Le di un beso
en la frente y un abrazo. Ella seguía en el mueble,

518
perdida como en algunos capítulos del paseo, volví
a decirle te amo y me fui.
Al salir la vi por la ventana, acababa de abrir la
cortina con su mano. Su rostro no tenia gesto; pero
su mirada estaba en mí.
Te amo, le dije articulando los labios de un modo
exagerado. Sonreí agitando la mano, le toqué el
hombro a Manuel y le dije, vamos.
No sé si siguió mirando por la ventana, no vol-
teé. Caminamos rumbo a casa charlando especial-
mente sobre la situación de Daniela.
Manuel muchas veces puede ser muy chistoso;
pero ese regreso estuvo lleno de conversaciones se-
rias.
Al final, cuando visualizamos el parque acorda-
mos en jugar pelota al día siguiente porque era día
de fútbol y no lo recordaba. De repente por andar
con la mente en el estado de salud de mi novia.
Manuel me sorprendió diciendo que había coor-
dinado con todos para el fútbol y me asombró para
bien que haya decidido jugar.
Nos detuvimos un rato en la esquina para conti-
nuar hablando del partido de mañana, de las per-
sonas que asistirían y demás. Ese tiempo me sen-
tí contento, el fútbol siempre entrega esa dosis de
alegría extra.
Nos despedimos con el deseo de reencontrarnos
al día siguiente por la tarde y antes de ese apretón

519
de manos, añadió con sobriedad: Tranquilo herma-
no, todo va a estar bien.
Llegué a casa, saludé a todos los que se encon-
traban cenando y subí a mi habitación.
Princesa, que tengas unas buenas noches. Te
amo demasiado, le escribí en un mensaje de texto
luego de cambiarme de ropa y cepillarme los dien-
tes.
No respondió e imaginé que estaría durmiendo.
Entonces, decidí acostarme sobre la cama.
Mirando las estrellas del techo recordé lo que
dijo acerca de escribir
algún día nuestra historia.
Sonreí, no estaba seguro si por su inocente pro-
puesta o tal vez por su dulce anhelo. De cualquier
modo, sabía que podría salir un gran libro si algu-
na vez contase lo que somos, lo pensé y le di vuel-
tas al tema durante un buen tiempo. Imaginando
lo que sería poder tener el don de plasmar lo que
somos en una obra.
En ese momento decidí terminar esa carta que
había dejado de escribir. Estaba seguro de hacerlo
por la mañana y poder dársela por la noche. Imagi-
né su rostro al leerla, de seguro que sonreiría, tam-
bién me abrazaría y llenaría de besos y mientras lo
alucinaba el sueño me consumía e iba cayendo en
un profundo letargo.
Abrí los ojos muy temprano, fue raro, no suelo

520
despertar a esa hora; aunque de repente fueron
mis ganas de ponerme a escribir las que me des-
pertaron.
Vi el celular y no hallé respuesta de su parte,
aun así, encendí la computadora y continué escri-
biendo la carta.
No pude acabarla, interrumpió la hora del al-
muerzo y después la sobremesa.
Charlamos de bastantes temas, mi padre es
quien abre las conversaciones y luego cada uno va
dando sus opiniones, a veces yéndose por la tangen-
te y otras veces acotando alguna que otra cosa, de
repente un tema distinto, basado en alguna anéc-
dota, etc. Lo importante es que siempre hablamos,
reímos y terminamos satisfechos con la comida y la
plática.
Cuando retomamos al segundo piso cada uno se
fue a su cuarto acordando que en una hora y me-
dia saldríamos a jugar. Durante ese transcurso de
tiempo suelo recostarme en la cama a ver televi-
sión mientras ocurre la digestión.
Vi algunos resúmenes deportivos teniendo el ce-
lular cerca porque andaba esperando alguna señal
de Daniela, que no enviaba mensajes ni se conecta-
ba al MSN.
Rato después, resolví mandarle otro mensaje.
¡Hey princesa de mi vida! Te amo demasiado, es-
pero que hayas despertado bien, si gustas nos ve-
mos por la noche.

521
Luego de un tiempo comencé a escuchar los sil-
bidos de mis amigos futboleros que empezaban a
aglomerarse en las afueras de mi casa.
No estaba cambiado, todavía seguía con la ropa
de dormir.
Rápidamente me vestí de corto para salir al
campo en busca del triunfo. Antes de colocarme las
zapatillas los saludé por la ventana haciendo ges-
tos graciosos. Afuera estaba Carlos junto a Jorge,
Carlos Eduardo se asomaba cruzando el parque
con su peculiar sonrisa. Carlos me dijo que le pa-
sara la pelota y lo hice después de colocarme las
zapatillas. Vamos a estar en la cancha, no te de-
mores, dijo mientras se iban. Voy en cinco minutos,
respondí y anudé los cordones.
Antes de descender al primer piso, escuché el
timbre de la casa y un prolongado silbido. Afuera
se hallaba Gonzalo, Ezequiel y Manuel, amigos;
pero enemigos en la cancha. Los vi por la ventana
y les dije que ya salía. Preguntaron por Fernan-
do, quien bajó de inmediato a recibirlos e ir juntos
rumbo a la losa deportiva.
Manuel me esperaba afuera, apoyado en el pos-
te de luz. Nos saludamos entre sonrisas, cerré la
puerta de la casa y avanzamos hacia la cancha. Mi
vieja salió por la ventana, recibió el saludo de Ma-
nuel, vio a un lado, hacia otro y se metió.
Seguimos caminando rumbo a la losa. Me contó
que hace mucho no jugaba, lo sabía; pero no con

522
la exactitud con la que lo expresó. Me dio risa que
lo dijera con meses y días. A medio camino me dijo
algo importante, parecía haber acordado ese hecho.
Kelly y Daniela van a venir a vernos jugar, dijo
mostrando una gran sonrisa. ¿En serio?, ¿cómo lo
sabes? Pregunté entusiasmado. Sacó su celular del
bolsillo y mostró un mensaje. Efectivamente, su
flaca, la mejor amiga de Daniela, le dijo que irían a
vernos jugar. Me pareció fantástico.
¿Por qué Daniela no me ha dicho nada? Me pre-
gunté en voz alta mientras caminábamos. De re-
pente todavía no lo sabe. Kelly va a ir a buscarla y
vendrán juntas, comentó Manuel.
¡Qué genial! Pensé y rápidamente me entusias-
mé.
Llegamos al campo de juego encontrándonos con
los demás, a quienes saludamos y comenzamos a
pasarnos el balón para calentar.
Todos somos amigos, nos volvemos enemigos al
inicio del juego. Previo a ello charlamos, nos pasa-
mos la pelota y recordamos anécdotas futboleras.
Una vez completos los dos equipos cada uno va
hacia el lado de la cancha de su preferencia y una
vez listos comenzamos el cotejo.
Creí no estar atento a la chacota, al juego del
equipo y a las jugadas que lleven al gol, por el es-
tado de ánimo de mi chica; pero cuando dijeron que
vendría me emocioné bastante, al punto de sentir-

523
me más motivado que de costumbre. Algo solo posi-
ble cuando ella viene a ver el juego.
Siempre soy el indicado en elevar la pelota dan-
do inicio al partido. Primero estuvo parejo, ambos
tocábamos cerca de nuestros arcos y por ratos lo-
grábamos hilvanar alguna acción de ataque.
No me gusta el juego defensivo, presionaba a
mis jugadores, los defensas y centro que salieran
jugando con rapidez y me dieran el balón para con-
trolar y definir, es mi estrategia, no ando con ro-
deos, la paro y le pego tan fuerte como pueda.
Carlos conoce a la perfección mis intenciones,
entonces resolvió entregarme la pelota. Hice lo mío
y el arquero dio rebote, fui tan veloz como pude ga-
nándole al defensor distraído, el arquero se quedó
estático cuando lo llevé y anoté el primero con el
arco libre.
Me sentí contento por el gol, observé la tribuna;
pero no la vi. Todavía no llega, pensé y me acerqué
a saludar a mis compañeros.
Buen gol, dijo Carlos con el pulgar elevado. Ex-
celente pase, le respondí de la misma manera.
Seguimos jugando. El primer partido es a seis
goles, luego se juega una revancha. Ese partido lo
ganamos 6 – 4. Hice los tres primeros goles; des-
pués estuve apagado, por eso lograron empatarnos.
Seguía mirando la tribuna por si la veía aco-
modarse; pero no sucedía, el partido seguía, mis

524
compañeros no comprendían la repentina distrac-
ción y trataban de devolverme al juego con gritos y
ánimos. No pude hacerlo; sin embargo, ganamos de
igual modo; aunque no recuerdo quienes hicieron
los otros goles.
El siguiente partido lo jugué mejor. Me llené de
esperanza pensando que tal vez estaría llegando y
no deseaba que me viera fallando goles o caminan-
do en la cancha.
Previo a comenzar el segundo encuentro ambos
bandos se hallaban sentados, conversando y to-
mando agua. Manuel, uno de los más graciosos, iba
de grupo en grupo intercambiando anécdotas con
los jugadores, lejos de lo reñido que suele ser el fút-
bol, él siempre lo ve como un motivo para reír con
las ocurrencias que llegan a suceder en el campo,
por eso, sin la calentura que todos sienten, él se la
pasa sonriendo.
Nosotros reímos cuando cuenta sus relatos cor-
tos; por otro lado, los jugadores de su equipo se
hallaban serios y cuestionándose entre sí, sucede
siempre (porque siempre les ganamos).
Vamos a jugar de una vez, dijo Ezequiel entu-
siasmado, con las fuerzas recuperadas y ánimos de
revancha. Le siguió Fernando quien se levantó y
se alistó, los otros le siguieron. Manuel volvió a su
equipo y nosotros recién nos reincorporamos para
jugar.
Ahora nos toca sacar a nosotros, dijo Fernando

525
cogiendo la pelota, ordenando a su equipo y al ver-
nos desconcentrados lanzó el balón a lo alto dando
inicio al segundo partido.
Comenzamos perdiendo, nos anotaron dos goles
al instante y yo tuve una oportunidad para des-
contar que no logré concretar. De reojo vi si había
llegado; pero aún no se aparecía.
Rápidamente se hizo de noche y se encendieron
los postes de luz que alumbraron la cancha en su
totalidad.
El equipo contrario volvió a anotar y lo hizo
nuevamente un instante después. Inclusive, em-
pezaron las burlas y chistes, nosotros estábamos
calientes y seguimos jugando intentando remon-
tar; aunque solo logramos descontar por duplicado.
Ellos anotaron el quinto gol e hice otros dos goles
de descuento; pero caímos derrotados con un auto-
gol que ocasionó la burla de ellos.
No hubo ganas de ni siquiera reclamar al cau-
sante, perdimos el partido y quedamos igualados
en cotejos. Uno para cada uno.
Acordamos jugar un partido de definición, gene-
ralmente es lo que ocurre. A veces empiezan ga-
nando, luego nosotros y se viene el tercer partido.
Ambos equipos estábamos agotados; pero ningu-
no quería hacerlo obvio. Manuel si lo hizo, se acer-
có para pedirme que trajera agua. Detuve un rato
el inicio del juego y fui a mi casa a traer un par
de botellas de agua. Todos bebieron como si se en-

526
contraran en el desierto, lo que es el fútbol a pesar
de ser de barrio, uno suele darlo todo por la gloria
imaginando que se trata de una competencia mun-
dial.
Iniciamos el último partido. Ni Kelly ni Danie-
la se asomaron al comenzar, mi anhelo por verla
llegar caminando por el centro del parque o de re-
pente descendiendo de una moto, tal vez andando
y sentándose sin hacer alboroto, desapercibida o de
cualquier forma, mi deseo por verla en la tribuna
empezó a disiparse.
Quizá, solo salieron a caminar o se quedaron
conversando en el mueble y se pasó el tiempo. Tan-
tas cosas que pueden suceder.
Nos anotaron un gol, el equipo estaba quebrado,
las cosas no salían bien y comenzaron los gritos por
parte de los jugadores.
Yo estaba mudo, hacía mi trabajo de coger las
pelotas y pegarle, a veces intentar llevar o tocar el
balón.
Pensaba en Daniela, tenía la ilusión de poder
verla, la llevaba en la cabeza mientras jugaba.
El partido continuaba, nos hicieron otro gol y los
vimos celebrar. Estaban eufóricos y contentos, no-
sotros frustrados y enojados.
Decidí olvidarme del asunto, seguramente ella
no vendría a verme porque era probable que haya
hecho algo distinto junto a Kelly. Con tal que estu-

527
viera en buen estado de ánimo, yo podía quedarme
tranquilo.
Entonces me animé y alenté al equipo a remon-
tar. Al verme nuevamente enchufado en el juego
se sintieron motivados. Fue curioso que nadie me
dijera nada, era como si mis amigos peloteros lo su-
pieran todo y no quisieran acotar, solo comprender.
Sacamos del centro y atacamos con rapidez lo-
grando anotar el descuento.
Minutos después, tras una gran jugada indivi-
dual de Carlos, quien en lugar de pegarle centró
para que la empujara, empatamos el partido y nos
llenamos de algarabía.
Ezequiel y Fernando reventaban de cólera, se
insultaban entre sí y reclamaban al resto. Ahora
éramos nosotros quienes celebraban.
El partido se tornó aún más brusco, los movi-
mientos más fuertes y la intensidad aumentó no-
tablemente.
En tanto, en un descuido del arquero que tiene
la particularidad que cuando se siente presionado
simplemente la echa, dio un mal servicio con los
pies dejándome mano a mano y solo tuve que co-
locarla a un lado anotando el desempate. Ganába-
mos 3 – 2.
Ellos se avalancharon, atacaron por todos lados
y casi nos empatan. El partido se volvió ataque y
contraataque hasta que inevitablemente metieron
el gol que les dio la paridad en el marcador.

528
Siguió el juego de ida y vuelta, ninguno daba es-
pacio, la pelota no me llegaba, debía de quitarla,
correr o pedirla. Aumenté mi labor y por ratos me
convertí en otro defensor; aunque por mala fortuna,
Fernando le pegó al balón, el mismo que se estrelló
en mi pierna cambiándole la dirección y dejando
desentendido a un arquero que no pudo llegar. Pa-
saron a ganar el partido.
No me dijeron nada, fue una acción casual; pero
estuve muy ofuscado soltando algunas groserías.
Como cosas que solo ocurren en el deporte rey,
tan rápido como sacamos empatamos el juego. Car-
los le dio el balón a Gino, quien lanzó un pelotazo
elevado y yo al notar que el arquero no salía me
acerqué, simplemente, para desviar la pelota y ver
que entrara. Empatamos el juego y ellos insultaron
al arquero, quien se defendió aludiendo una dis-
tracción.
Nuevamente el partido se convirtió en un campo
de batalla, patadas por aquí y por allá, faltas y más
faltas, insultos entre los protagonistas y demás.
Carlos me pasó la pelota, la detuve y al no ver a
nadie cerca se me ocurrió llevarme a mi marcador
y al notar que nadie se acercaba, seguí corriendo
en diagonal, este me seguía. Me detuve y vi a Gino
acercarse con rapidez, le di el pase y el marcador
lo siguió.
En ese momento me devolvió el servicio y lo pri-
mero que hice al detener el balón fue pegarle con

529
violencia desde mi posición, dentro del área, sor-
presivamente desmarcado porque el tipo fue a se-
guir a Gino. En ese instante, alguien gritó: ¿quién
lo está marcando? Fue demasiado tarde cuando se
asomaron, la pelota fue a caer al fondo del arco.
Nos pusimos 5 – 4.
Desde entonces dominamos el juego, ellos tienen
la característica de discutir entre sí cada vez que
las cosas salen mal, peor aun cuando se cometen
errores de dicha magnitud. Por ello mantuvimos la
pelota en nuestro poder; sin embargo, no logramos
concretar durante gran tiempo. Tampoco nos lle-
gaban con claridad, salvo alguna que otra jugada
individual de Fernando.
Aparte, ellos jugaban desesperados y angus-
tiados, se gritaban cada vez que alguien fallaba,
mientras que nosotros con el marcador a favor ju-
gábamos con tranquilidad a falta de un gol para
ganar.
Hice el gol de la victoria en una notable jugada
individual, de esas que nadie se imagina que van
a suceder porque piensan que soy el sujeto que de-
tiene la pelota y le pega o a veces a la justa corro
y doy pase. Aquella vez detuve el balón y me llevé
a la marca con facilidad, pensé pegarle de izquier-
da; pero resolví, asombrosamente, llevarme a otro
jugador y escuchando a todos gritar; le pegué de
derecha entrando a los dos cuadrados que forman
el área de la cancha, la pelota chocó en el palo y
entró.

530
Hubo gritos de alegría y desazón, preguntas ta-
les como, ¿cómo te va a llevar de esa manera? Y
comentarios de gran magnitud: ¡Qué tal golazo te
hiciste! En ese momento vi a la tribuna soñando
que Daniela podría haber visto ese gran gol que
hice; pero no estaba. Pensé en que podría contárse-
lo más tarde, así piense que exagero, estoy seguro
que quedará contenta.
Acabó el partido y fuimos a tomar gaseosa hela-
da a la tienda de siempre.
Al frente vi a Alondra y Mariana conversar en
los exteriores de su casa junto a otras personas.
Nos saludamos agitando la mano y seguí conver-
sando con mis compañeros, charlando acerca del
partido y el rotundo triunfo.
De repente pasaron el resto de jugadores, Ma-
nuel, Ezequiel, Fernando, entre otros, caminaban
conversando y riendo, ya tranquilos; aunque sudo-
rosos como todos. Al converger en la misma y única
tienda intercambiamos pasajes del partido, reímos
de algunas ocurrencias y concluimos en que había
sido un gran partido. Manuel dijo: Fue un partido
candente. Fue la frase correcta. No sé por qué re-
sultó ser graciosa, de repente por como lo dijo, de la
forma que lo diría un relator de fútbol, adjuntando
a ello el hecho de haberse llevado la mano en puño
a los labios en señal de micro. Me dio risa que todos
rieran.
En la cancha solemos ser desconocidos y enemi-
gos; pero todo queda allí, en el campo.

531
Ellos también compraron gaseosa y se sentaron
a nuestro lado para beberla.
Charlamos y reímos algún tiempo más. Luego
cada uno se fue despidiendo acordando al momento
de estrecharnos la mano el hecho de volver a jugar
el próximo sábado.
En casa lo primero que hice fue desvestirme y
entrar al baño para ducharme. Al salir, me vestí y
arreglé, encendí la computadora y abrí el MSN.
Alguien golpeaba con brutalidad la puerta de la
casa, normalmente hubiera esperado un rato, res-
ponder algunas conversaciones y salir por la venta-
na; pero el sonido era tan estruendoso que parecía
desesperante, como si quisiera entrar con ímpetu.
Resolví dejar lo que hacía y bajé con rapidez.
Era una voz familiar la que al momento de acer-
carme dijo con desespero, abre la puerta, por favor.
¡Es urgente! Abrí la puerta apresurado.
No sabes lo que ha pasado, dijo al tiempo que
cogía mis hombros con sus manos sudorosas.
¿Qué ha pasado? Pregunté preocupado y lo miré
con los ojos bien abiertos esperando que contara lo
ocurrido.
Daniela ha fallecido.
Su voz como fue lava ardiente, me dio un abrazo
y subió para hablar con mi madre que descansaba
en su habitación.

532
Era Ezequiel, mi primo, quien lloraba descon-
solado cuando me dio el abrazo y limpió sus ojos
mientras subió las escaleras. Yo me quedé estático,
anonadado por la noticia, sin reacción.
El mundo se paralizó. Las palabras volvieron a
oírse en mi cabeza, no tuve tiempo de pensar, ni
analizar una posible confusión. Me agaché lleván-
dome las manos al rostro, no lloraba, no hablaba,
sentía que me hundía en un abismo eterno.
Todo se enmudeció. Alguien bajó desesperada-
mente y me cogió por detrás en un abrazo intenso.
Era mi madre llorando desenfrenadamente. Sus
lágrimas mojaron la parte posterior del suéter, no
hice movimiento alguno, me mantuve agachado,
de rodillas y mirando el pavimento, sin pensar, sin
sentir, sin creer, cayéndome en un precipicio.
¡No puede ser cierto! ¡No puede ser cierto! Gritó
mi madre aferrándose a mí, en un mar de lágrimas
y un dolor inconfundible, sabiendo que mi padecer
y mi agonía podían ser todavía peor e intentando
abrazarme para calmar el agudo dolor. Pero yo se-
guía sin sentir, sin asimilar por completo la situa-
ción, todo continuaba siendo como una pesadilla,
era un mundo mudo, lento y opaco. Me caía en el
abismo.
Me levanté teniendo las manos en la boca, con
un rostro sin gesto, sin mirar a mi madre; pero sa-
biendo que lloraba y le dolía el alma. Ezequiel des-
cendió con los ojos llorosos, lo vi, me vio y se acercó
a abrazarme. Pero yo seguía paralizado.

533
Ezequiel, ¿qué sucedió? Le pregunté con serie-
dad mirándolo a los ojos, fue mi única reacción.
Él respondió, ha fallecido. Estaba con Mariana y
Alondra, allí fue cuando me enteré.
Pero, ¿por qué? No lo entiendo.
Se ha suicidado, respondió entre lágrimas.
Entonces, no pude continuar de ese modo, no
pude contener nada, aparte de sentir que me iba,
que caía en un precipicio infinito, cayeron las lá-
grimas y pegué un grito antes de abrir la puerta y
salir sin dirección aparente.
¿Adónde vas? ¡Vuelve! Dijo mi madre con los
ojos llorosos. Ezequiel la abrazó y me vieron huir
de casa.
Me dirigí a casa de Mariana, afuera estaba Ma-
nuel enterándose de la noticia. Me vio en la esqui-
na antes de cruzar, se dirigió a mí con rapidez, en
el camino iba cambiando su rostro, sus ojos se vol-
vieron húmedos y nos abrazamos tan fuerte que
lloramos en ese instante.
¿Qué sucedió?, ¿qué pasó, hermano? Le pregun-
té entre sollozos. Manuel, quien acababa de ente-
rarse, respondió: Se suicidó.
¿Por qué? No lo entiendo, le dije y lloré en sus
brazos. Él hizo lo mismo, en aquella esquina, bajo
una noche triste.
Enseguida se apareció Mariana, lloraba sin con-
suelo, nos abrazamos los tres sin pronunciar pala-
bra alguna.
534
Luego, nos contó lo sucedido.
La madre de Daniela llamó preguntando por
ella, no sabía de su presencia desde hace algunas
horas. Abrió su habitación tras haber tocado pro-
longadas veces y la vio en el suelo.
Tomó un centenar de pastillas para nunca des-
pertar.
Yo todavía no podía entenderlo, quería creer
que no solo fuese una horrible pesadilla, sino algo
confuso, algo que ella nunca haría. La conocía a la
perfección, es verdad que se mantuvo distinta los
últimos días; pero estaba casi seguro que no podía
haber hecho algo así.
Dejé a ambos en un ataque repentino dirigiéndo-
me a su casa. Quería saber la verdad, no creía del
todo esto que sucedía, me dolía saber que algo así
había ocurrido.
Con el alma hecha trizas y el corazón destroza-
do, lleno de angustia, furia y decepción, desespero,
coraje y cayéndome en un precipicio eterno, me en-
contraba andando hacia su casa.
El andar fue lento a pesar de la velocidad de mis
pies, lloraba sin cesar mientras caminaba. Llegué y
me detuve al frente de su casa, patrullas policiales
se hallaban cerca al lugar. Su madre y su hermano
lloraban juntos y abrazados. El dolor era el mis-
mo, el sentir terrible. La señora se desmoronaba
por instantes, un oficial la levantaba, yo estaba al
frente, estático, sin saber que debía hacer, lloraba

535
más dándome cuenta de que me hallaba en una
realidad de la cual no quería ser parte.
Me arrodillé y no dejé de llorar, no podía seguir
viendo su casa y los alrededores repletos de luces y
autos policiales, curiosos y demás.
Alguien se acercó y me levantó. Era Manuel, se
veía sudoroso, todavía llevaba los ojos húmedos y
recuerdo con claridad sus palabras: Vamos herma-
no, no debemos estar aquí. No es sano.
Vi su hogar mientras me iba, su madre ya no
estaba, su hermano tampoco; pero seguía el fuerte
policial, una camioneta fiscal y gente en los alre-
dedores, todos con las manos sobre la cabeza o cu-
briéndose la boca. Todos llorando su partida.
Caminamos de vuelta a mi casa, llorábamos
mientras lo hacíamos, no pronunciamos palabra
alguna, solo se escucharon sollozos y lágrimas. Por
ratos gritos de ira, de dolor y desesperación. Por
instantes me detuve dejándome caer en el pavi-
mento, con el rostro destrozado, los ojos húmedos y
ganas de quedarme tirado en el suelo. Manuel me
cogió de los brazos levantándome todas las veces
necesarias. Él lloraba conmigo, me abrazaba y no
decía nada, sabía que no había algo que decir, solo
avanzábamos.
Aparecimos por una esquina, mis padres se en-
contraban en el centro del parque junto a mi tía y
el resto de amigos. Todos absolutamente conster-
nados y con los ojos húmedos.

536
Mi madre, al verme llegar junto a Manuel, se
acercó rápidamente para abrazarme.
Manuel sacó el celular de su bolsillo y empezó a
llamar a Kelly. Lo hizo durante el regreso; pero sus
intentos fueron en vano. La volvió a llamar mien-
tras que mi madre intentaba consolarme. Ella no
respondió, quien lo hizo fue su Mamá.
Hablaron unos minutos. Kelly al enterarse de la
desgracia se metió a su habitación y no quiso sa-
lir. Se oyeron gritos y destrozos dentro del cuarto,
luego de unos minutos, su madre muy preocupada
decidió ingresar a la fuerza y la halló totalmente
destruida en un rincón de su cuarto, con los ojos
llorosos, el cuerpo temblando. La llevó a una clí-
nica cercana para que puedan atenderla. Sufrió
un desmayo camino al lugar y desde entonces se
encuentra sedada, descansando sobre una cama.
Su Mamá está igual de desecha, preocupada por
su hija, por los arrebatos que pueda tener y por su
estado de salud.
Manuel asintió afirmando que esperaría una
pronta mejora, contó que todos estamos igual de
acongojados y anonadados por lo ocurrido. Terminó
la llamada y se echó a llorar al tiempo que se arro-
dillaba y colocaba la cabeza sobre el piso. Al verlo
me acerqué de inmediato y nos mantuvimos abra-
zados en el suelo. Ya no teníamos lágrimas; pero el
dolor todavía seguía.
Mi madre junto a una tía cercana se marcharon
de vuelta a mi casa, en donde se hallaba mi padre

537
en el umbral de la puerta, viendo todo desde su po-
sición, atento a cualquier ataque de desesperación,
manteniendo su cordura a pesar del agudo dolor
que pueda sentir su hijo, la sobriedad de sus actos
era admirable, sabe que debe mantener el equili-
brio por el bien de todos.
Carlos, Fernando, Jonathan, entre otros, se
acercaron al centro del parque para tratar de ani-
marnos. Todos nos abrazamos para tratar de apaci-
guar el terrible dolor que azotaba el corazón.
Pasado un tiempo, caminamos sin dirección apa-
rente. Fernando y Ezequiel se quedaron en casa, mi
viejo les dijo que entraran, también me pidió que lo
hiciera, mas no quise, no deseaba estar en casa,
mucho menos en mi habitación, tampoco sentado o
echado, quería andar sin saber dónde, solo quería
irme sin dirección, deseaba no sentir, no pensar y
me caía en el abismo de un inconfundible pesar y
un indescriptible dolor que mi alma padecía.
Junto a Manuel, Carlos y Jonathan caminamos
durante largo tiempo, la noche parecía eterna y
ninguno de los tres hablaba, tan solo se oía el soni-
do de las zapatillas impactar el suelo. Nadie tenía
algo que decir, que acotar, solo veíamos el frente y
andábamos.
Llegamos a un parque y nos sentamos por ago-
tados, dolían los pies mucho menos que el corazón.
Estábamos los cuatro en una sola banca. De repen-
te, Carlos sacó un cigarrillo y resolvió invitarme,
cogí uno y lo encendí al instante. Manuel y Jona-
than hicieron lo mismo.

538
Nos mantuvimos en silencio hasta que retoma-
mos el camino al parque. No dijimos nada andando
de vuelta, solo miramos el suelo y por ratos, al fren-
te. Lloraba; pero querían no darse cuenta.
Al asomarnos por la esquina vi a mi padre en el
umbral de la puerta. Pidió que me acercara agitan-
do la mano.
Ve, dijo Carlos estrechándome la mano y entre-
gándome un abrazo.
Manuel hizo lo mismo al momento de despedir-
nos. Jonathan también. Enseguida, cada uno tomó
su camino.
El camino hacia la puerta se me hizo intermina-
ble, me hubiera gustado quedarme afuera, irme le-
jos, desaparecer; pero convergí con los brazos de mi
viejo, quien no pronunció palabra alguna; aunque
su abrazo pudo decirlo todo.
Ya no tenía más lágrimas. Anduve mudo hasta
entrar a la casa y ver al resto de mi familia en la
sala, sentados en el mueble, triste y desconsolada.
Mi padre pidió que me sentara, lo hice entonces.
Pasé varias veces la mano por el rostro y abrí los
ojos tan grandes como pude. Luego, lo vi y me dijo,
lamento lo ocurrido, hijo. Asentí sin decir nada, vi a
mi madre llorar y a mis hermanos tristes.
Es posible que en cualquier momento venga la
policía y te hagan preguntas, dijo de repente. Al
inicio no lo escuché con claridad, entonces lo repi-
tió.

539
Yo estaba perdido. Pensando en la nada y a la
vez en tantas cosas, no sabría explicar con claridad
lo que tenía en la mente en ese momento. Solo sé
que entendí lo que dijo cuando lo repitió.
Mi viejo fue diciendo algunas cosas que podrían
ir sucediendo con el paso de los días. Asentía con la
cabeza a cada una de ellas. Cayó y me abrazó nue-
vamente, no me opuse, tampoco moví los brazos,
sentí su beso en la mejilla y oí sus palabras, todo
va a estar bien, hijo.
Me quedé allí, sentado en el mueble individual,
mirando el suelo, teniendo a mi familia al lado, es-
cuchándolos murmurar, desolados y nostálgicos.
A mi padre notablemente preocupado y mi perrita
que no entendía la situación.
Pasé la noche de esa manera, sentado en aquel
mueble.
Con el paso de las horas se fueron yendo a acos-
tar, yo quise quedarme, no respondí a ninguna su-
gerencia, me mantuve sentado sin un pensamiento
específico y cuando no hubo nadie, solo una luz en-
cendida, me puse a llorar en silencio hasta que el
alba apareció y por el agotamiento caí rendido en
un profundo letargo.
Fue difícil lograr abrir los ojos, los llevaba ojero-
sos e hinchados.
Me mantuve sentado en el mismo sillón, sucio
por no haberme duchado, algo resfriado por haber
pasado la noche en vela sin abrigarme. Es verdad

540
que luego alguien me cubrió con una manta, se ha-
llaba en el suelo al despertar.
En casa no se oían ruidos, desconocía la hora y
si pensé en el tiempo, hubiera querido detenerlo o
mejor aún, retrocederlo.
Escuché el paso de alguien descender los escalo-
nes. Era mi madre, se veía igual a mí; pero trataba
de sentirse mejor.
Se acercó y se acomodó en el mueble contiguo.
Me acarició el cabello despeinado y grasoso. No dijo
nada, se alejó y retornó con un vaso de agua. Bebe,
dijo y lo hice sin decir nada al tiempo que continua-
ba pasando su mano por mi cabellera.
—Daniela fue una gran chica. Sabes que aquí
todos la queríamos. No estamos seguros de qué su-
cedió; pero si tomó esa decisión, tal vez, debamos
aprender a respetarla.
Jamás en los años que llevo de vida mi vieja dijo
algo similar.
Asentí con la cabeza y volví a tomar el agua.
—Ve a ducharte. Te hará bien, añadió y me abra-
zó.
Se secó el hilo de lágrima que cayó mientras se
levantaba del mueble cogiendo el vaso y dirigiéndo-
se a la cocina. Luego subió a su habitación.
No sé qué fuerza me levantó del mueble lleván-
dome a mi habitación. Al ingresar sentí una fuerte

541
sensación estremecer mi ser, la imaginé sentada
sobre el filo de la cama y enseguida preguntándo-
me acerca de las estrellas que caían del techo. No
quise estar tan abrumado, salí de inmediato y en-
tré al baño desvistiéndome lentamente sin verme
al espejo.
Dejé que el agua cayera por mi cabeza hasta el
resto de mi ser, sin moverme, con la mirada agacha
se confundió el agua con las lágrimas que ocasionó
el recuerdo vivido hace un momento.
Al salir, por más que no deseaba, tuve que en-
trar a mi cuarto. La sensación fue igual de abru-
madora, los recuerdos existían en cualquier rincón.
La veía en una esquina, echada sobre la cama, sin-
tonizando nuestra canción, entre tantos otros lu-
gares. Todavía seguía su aroma rondando por ahí
y me gustaba atraparlo, a pesar que hiciera llorar.
Una vez vestido me estuve quieto respirando su
aroma, el mismo que yacía en cada rincón donde
todavía podía verla. Creyendo que aún se encon-
traba ahí, pregunté, ¿por qué? y repetí, ¿por qué,
princesa? Y fue tan solo una pregunta retórica.
Quise echarme sobre la cama y lo hice. Sentí que
podía tenerla cerca, su olor natural se hallaba a mi
lado, tanto tiempo visitando este lugar que llegó a
impregnar su olor aquí, pensé y lloré.
Vi el techo, las estrellas moverse por el viento y
mientras lo hacía, nuevamente pregunté, ¿por qué,
princesa? Y otra vez nadie respondió. Mi voz era

542
entrecortada, un sollozo en la soledad de mi habi-
tación.
Mi madre tocó la puerta, entró enseguida y se
colocó a mi lado. ¿Cómo te encuentras? Quiso saber
y la abracé sin responder a su pregunta. Todo va a
estar bien, repitió. Sentí que besó mi cabeza y me
aferré al abrazo.
Ha venido Manuel, ¿le digo que pase? Dijo des-
pués del abrazo.
Claro, que pase, le respondí con mi débil voz. Sa-
lió y se encargó de hacerlo entrar.
¿Cómo te encuentras? Preguntó Manuel al cru-
zar el umbral de la puerta. Cierra, por favor, le dije,
hizo caso y se sentó a mi lado.
Sigo sin poder creerlo.
Estamos igual, hermano. Ezequiel, Alondra, Ma-
riana y demás pensamos lo mismo, dijo colocando
su mano en mi hombro.
¿Qué sabes de Kelly? Le pregunté débilmente.
Absolutamente nada, respondió con una voz dócil.
Ayer cerró su cuenta de Facebook, añadió.
¿No te ha contestado las llamadas? No. Ayer la
llamé cientos de veces desde todos los teléfonos de
casa y nunca respondió. Su vieja me devolvió la lla-
mada pidiendo por favor que dejara de llamar por-
que no se encuentra bien.
Añadió que lo mejor sería llamarla en unos días.

543
¿Has pensado ir a verla? La pobre debe estar de-
vastada. Si yo estoy así, imagina como habrá reci-
bido la noticia.
No puedo imaginar su dolor; aunque seguro que
ya está en casa, en unos días vuelvo a llamar y lue-
go iré a verla, dijo con voz triste.
Es lo mejor, Manuel, le dije y callamos algunos
segundos. Él miraba de frente y yo el techo recos-
tado en la cama.
¿Sabes que mañana es el velorio? Preguntó, to-
davía manteniendo la mirada en frente.
Sí, respondí con una voz débil.
¿Vas a ir?
No lo sé, Manuel. Quiero quedarme con el últi-
mo recuerdo.
Yo tampoco estoy seguro si iré.
Me levanté con ímpetu y le dije sin mirarlo: No
quiero verla de ese modo, quiero quedarme con el
recuerdo de como la conocí.
Manuel se quedó callado.
Entonces, yo tampoco iré, dijo al rato.
Su Mamá me llamó hace unos minutos. Está he-
cha pedazos; aunque logró decirme un par de co-
sas, le conté.
Me imagino, dijo mirando al frente, llevándose
la mano al rostro.

544
Se reincorporó, me tocó el hombro y dijo: Quéda-
te para siempre con lo que te dijo.
Asentí enseguida.
Nos despedimos con un ademán y sin sonrisas.
Salió de la habitación sin cerrar la puerta, oí sus
pasos descender las escaleras y luego el sonido de
la reja.
En el MSN vi su Nick, parecía no presagiar nada,
no darme algún indicio ni un último mensaje, era
tan natural como cambiarlo todos los días. No pude
entrar a su cuenta de Facebook, tal vez Kelly, quien
sabía su clave resolvió cerrarla también. Hizo bien,
pensé.
Con el tiempo el MSN dejaría de existir y junto
a él se iría su último Nick; aunque en mi cuenta de
Hotmail quedarán sus correos.
Apagué la computadora y apoyado de codos estu-
ve estático observando el monitor oscuro, pensan-
do en Daniela, intentando descifrar sus motivos o
razones, extrañándola y preguntándome, ¿Adónde
irá a parar tanto amor? En ese momento, resolví
pararme y quedarme mirando las estrellas que col-
gaban del techo, oliendo el aroma que todavía que-
da y nuevamente pensando en ella.
Cerré la puerta y me tiré sobre la cama para se-
guir mirando el techo recordando algunos ratos.
Su aroma navegaba por los espacios de mi ha-
bitación y su presencia imaginaria deambulaba

545
de rincón en rincón. Esto fue parte de su mundo,
pensaba al tiempo que la imaginaba rondar por el
cuarto.
¿Adónde se habrá ido? Me pregunté poco antes
que alguien tocara la puerta. Era mi madre quien
me exigía comer.
Desistí con la excusa de no tener apetitivo, se
fue y seguí alucinando.
Al anochecer volvió con un plato de comida, lo
puso sobre el escritorio y sentenció: Debes de co-
mer. Entonces, lo hice.
Luego, sintonicé nuestra canción desde la com-
putadora, me dejé caer sobre la cama, boca arriba
para ver las estrellas moverse a causa del viento y
en ese tiempo sentí que había llegado al fondo del
abismo.
Preguntas sin respuesta, recuerdos memora-
bles, la melodía de su voz, la noticia repentina, sus
detalles, su sonrisa y sus risas, los abrazos y los
besos, nuevamente la noticia repentina, otra vez
las preguntas, todo un conjunto de situaciones, cir-
cunstancias y momentos empezaron a aglomerarse
en mi cabeza al tiempo que la canción se repetía
y yo lloraba en silencio dejando que las lágrimas
mojaran el edredón.
¿Por qué, princesa? Pregunté antes de caer dor-
mido pasada la media noche. Cansado por lo débil
que andaba, desecho física y mentalmente, el cuer-
po no soportó más y decidió descansar.

546
Abrí los ojos quedándome echado mirando el te-
cho. Me mantuve de ese modo durante algún tiem-
po. Mi vieja tocó la puerta varias veces para exigir-
me que baje a almorzar, entonces le hice caso.
Se hallaba preocupada, ya no tan triste como
antes o tal vez, sí; pero debió de ocultarlo para no
contagiar a su hijo o de repente, hacerlo avanzar.
No podía esconder su gran preocupación, dijo que
almuerce pidiendo por favor, lo hice lentamente
sentado en la mesa de la sala, solitario porque to-
dos lo hicieron una hora antes, pensando en nada,
perdido y acongojado.
Hoy es el velorio, ¿Vas a ir? Preguntó mi madre
tímidamente para intentar no realizar un comen-
tario que evitara el hecho de comer.
Detuve el tenedor y respondí negativamente. No
hizo más preguntas, lo entendió todo.
No me dijo que iría; pero sabía que lo haría.
Una tía cercana la vino a recoger por la tarde,
nos saludamos con un abrazo, dijo algunas pala-
bras de aliento que salieron por el otro oído y jun-
tas salieron para allá.
Algunas horas más tarde, volvió a tocar la puer-
ta de mi habitación. Descansaba sobre la cama,
contemplando el techo y teniéndola en la cabeza,
recordando y haciéndome preguntas. Había olvida-
do colocar seguro, por eso entró con facilidad.
—Hola, dijo acomodándose al filo de la cama.

547
Se llevó las manos al rostro, exhaló y dijo: Todos
están desechos.
—Abracé a la señora y a su hermano. A su Papá
no lo vi. Preguntaron por ti.
No me dijo qué les dijo.
—Vi a su amiga, la blanquita de lentes, estaba
con su Mamá, no dejaban de llorar.
No pronuncié palabra alguna, seguí viendo el
techo.
—También vi a Manuel. ¿Ya no está con la chi-
ca? Ella no quería hablarle. Luego se fue, no quiso
regresar con nosotros.
—A todos nos duele, hijo, dijo al final. Me cogió
la pierna en son de cariño y se fue.
Casi entrada la noche, Manuel se apareció en mi
habitación.
— ¿Qué tal? Dijo al ingresar. Yo seguía en el mis-
mo lugar.
—Ahí, respondí desganado.
—Fui al velorio. Pensé que podría ver a Kelly
e intentar consolarla o hacerlo juntos; pero no me
dirigió la palabra. Su dolor es inimaginable.
—Lo siento, Manuel. Ella al igual que yo esta-
mos destrozados, le dije con lamento.
Asintió agachando la cabeza y llevándose las
manos al cabello, muy preocupado.

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— ¿Un cigarrillo? Le propuse sacando uno del
bolsillo.
No hizo preguntas, se lo llevó a los labios y lo
encendió. Hice lo mismo desde mi posición.
—Pasado mañana es el entierro, dijo al terminar
el cigarrillo.
No respondí.
— ¿Piensas ir? Preguntó.
—Tal vez sea bueno que te despidas de ella, aña-
dió mirándome, sentía sus ojos penetrar mi cien.
No giré a verlo, arrojé el humo y no respondí.
—No me gustan las despedidas, le dije al termi-
nar el cigarrillo.
Resolvió no decir nada. Prendió otro cigarrillo.
— ¿Tú vas a ir? Le pregunté luego de algunas
bocanadas de humo.
—Es posible, respondió y seguimos fumando.
De repente volvió a sonar la puerta. Manuel la
abrió e ingresó Carlos junto a Jonathan, ambos se
hallaban serios y ligeramente acongojados. Vinie-
ron con la idea de salir a pasear, caminar un rato y
despejar la mente. Yo no quería; pero sabía que se-
ría necesario. Entonces salimos los cuatro, afuera
nos encontramos con Ezequiel y Fernando, a quie-
nes saludamos, ellos también estaban tristes, todo
aquel que conoció a Daniela se hallaba envuelto en
nostalgia.

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Caminamos largo tiempo, fumando cigarrillos
mientras avanzábamos. Nos detuvimos en algunos
parques para descansar, intercambiamos algunas
palabras y seguimos andando.
Entendí más adelante que ese silencio que trans-
mitían era parte de su respeto hacia mi dolor, el
hecho de comprender que no son necesarias las pa-
labras, sino la compañía, hizo que me diera cuenta
de quienes realmente deben ser llamados amigos.
De regreso a casa solté algunas palabras. Agra-
decí su presencia con una sincera frase, los vi esbo-
zar una sonrisa y al final del trayecto nos abraza-
mos. Pude decir más; pero las palabras no salieron.
Sin embargo, el abrazo fue más elocuente.
Subí rápidamente a mi habitación saludando
gestualmente a los presentes en la sala.
Dentro del cuarto prendí la computadora, sin-
tonicé algunas canciones y me tiré sobre la cama
para contemplar el techo de donde cuelgan estre-
llas.
Esa noche recibí muchos mensajes de textos de
personas allegadas, también de otros amigos con
quienes no frecuentaba mucho; pero llevábamos
una amistad de tiempo. Me agradó saber que exis-
tían personas con quienes de alguna manera se po-
día contar.
Antes de dormir revisé mi cuenta de correo y vi
otra cantidad de correos que hicieron que esbozara
una leve sonrisa.

550
Desperté tarde, no quise levantarme de la cama,
tampoco vestirme, ni siquiera ducharme. No quise
realizar ninguna actividad.
Me hubiera gustado despertar en otro tiempo. O
tal vez, tan solo días antes.
Lo primero que hacia al abrir los ojos era colo-
car las manos juntas detrás de la cabeza, mirar el
techo y quedarme en ese modo durante un buen
tiempo.
Después, no pensar, no sentir, ni siquiera oler
algo, solo mirar el techo hasta que obviamente al-
guien tendría que tocar o intentar abrir la puer-
ta. Solo en ese momento, luego de algunos toques,
abría la boca para preguntar, ¿quién es? General-
mente era mi vieja. Entonces debía de levantarme,
salir de la habitación, entrar a la ducha, vestirme
y bajar a almorzar o cenar, cualquiera sea el caso.
En ese transcurso de tiempo sentía que nada te-
nía sentido, ni siquiera seguir escribiendo el libro
de relatos.
Es más, no pensaba continuar con mi supuesta
carrera de escritor.
La llevaba en mi cabeza y dolía bastante no
abrazarla, todo era un enorme sin sentido.
A media tarde mi vieja subió al cuarto, al verme
echado sobre la cama, preguntó de una forma muy
dócil: ¿Piensas ir al entierro?
No lo sé. Creo que no, respondí. Ella no quiso

551
insistir, mucho menos cuestionar mi respuesta. Re-
solvió salir del cuarto y al oír sus pasos descender
empecé a llorar sabiendo que ni siquiera pudimos
despedirnos y la única manera de poder hacerlo se-
ría esta.
Me costaba creerlo; pero debía de aceptar que no
existía otra forma.
Aún así, no quise ir.
Tiempo después, Manuel y Jonathan llegaron a
mi casa, ambos se sentaron en el mueble y tomaron
gaseosa que mi vieja les invitó. Vestían de negro,
no completo; el suéter y el polo, sí. Los vi al bajar,
nos saludamos cordialmente y me acomodé entre
ambos.
¿Vas a ir? Preguntó Manuel muy sereno.
Respondí como le dije a mi vieja.
¿Por qué? Es la única forma que tienes para des-
pedirte.
Es verdad, debes ir y decirle algunas palabras,
añadió Jonathan igual de sereno.
No lo sé, muchachos. No fui al velorio porque
quise quedarme con su rostro sonriente y ahora no
deseo ir a ese lugar porque no me quiero despedir.
Ambos se quedaron pensativos. Manuel frotán-
dose el rostro y Jonathan acomodándose en el es-
paldar y mirando hacia arriba.

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Yo, en medio de ambos, agaché la mirada y froté
el rostro con rapidez.
No voy a ir, dije de repente. Ambos se miraron;
pero no dijeron nada.
Mi vieja bajó de las escaleras junto a la misma
tía que la acompañó al velorio. Los muchachos se
levantaron del mueble y me vieron sentado, con las
manos revoloteando el cabello, de nuevo pregunta-
ron si iría, incluso llegaron a insistir; pero no quise
ir.
Mi tía, quien conoció a Daniela cuando estuvo en
colegio porque sus hijos están en el mismo se acercó
para decirme que fuera. Yo no quería ir y se lo hice
saber al igual que los demás. No insistió. Fernando
descendió y al mismo tiempo Carlos tocó la puerta.
Todos se marcharon dejándome en la sala.
No me quiero despedir de ti, princesa, dije en voz
alta por si estuviera merodeando pudiera oírme y
lo dije con el corazón para que pudiera sentirlo.
Pasaron las horas y regresaron con los rostros
desechos, no imagino la cantidad de lágrimas que
pudieron brotar de sus ojos, los llevaban hinchados
y rojos. Mi vieja me dio un abrazo al abrir la puer-
ta, Manuel fue el siguiente en entrar, se hallaba
destrozado. Fernando, Carlos y Jonathan también.
Dijeron que mi tía se quedó por allí e igual no dejó
de llorar.
Me contaron que su padre se arrodilló, pidió que
lo dejaran a solas con el féretro y dio gritos de dolor

553
y angustia. Además repitió miles de veces la pala-
bra perdón, a pesar de que haya sido tarde.
Su madre partía en llanto a cada instante, junto
a ellos sus familiares y amigos. Kelly junto a su
madre protagonizaron dramáticas escenas de do-
lor. Manuel no pudo asomarse, la vio de lejos inten-
tando ser visto; pero nunca lo fue.
Jonathan todavía seguía angustiado, le pareció
terrible el dolor que protagonizó. Bebió agua para
calmar los nervios.
Se sentaron todos en el mueble, yo seguía en el
mismo lugar. Contaron el resto de lo ocurrido; aun-
que por momentos no quise saber lo que vieron.
Todos dejaron rosas, pronunciaron palabras
bonitas sobre su persona, se despidieron dejando
anotaciones personales y se marcharon entre lágri-
mas.
Escuché todo lo que pudieron decir acerca del fu-
neral y luego, cuando se marcharon, decidí volver a
mi habitación, encerrarme y mirar el techo.
Pensando, acordándome, llorando, cuestionan-
do, sin saber qué hacer, ni adónde ir, solitario sobre
la cama y contemplando las estrellas que alguna
vez llegamos a ver juntos.
Daniela ya no está. Se ha ido y no va a volver,
pensé llegada la media noche, poco antes de dormir
a causa del cansancio mental e imaginando que
deambulaba por la habitación cerré los ojos para
caer en un profundo sueño.

554
A la mañana siguiente ocurrió la misma rutina
sin sentido ni ganas de vivirla, era como una espe-
cie de muerto viviente, encerrado en la habitación,
postrado sobre la cama y observando las estrellas,
por ratos alucinando que la observo andar de lado
a lado y creyendo que todavía podía sentir su olor.
Con el tiempo fui aceptando su partida, nunca
llegué a comprender su decisión; pero terminé por
acatarla.
Una de esas tantas noches en vela y solitario de-
cidí avanzar, sabía que no podía seguir en la misma
situación.
Tendría que sacar fuerzas de alguna parte de mi
ser, me apoyaría el hecho de creer que ella lo que-
rría así y tal vez, una mañana despierte sin sentir
dolor.
Después de esa noche dejé de preguntarle, ¿por
qué, princesa? De mirar las estrellas del techo, de
recordar nuestros momentos y de sentirme desahu-
ciado.
Avancé sin mirar atrás y mientras lo hacía poco
a poco iba dejando todo en el ayer.

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556
***

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558
Han pasado diez años desde esa noche. Pude sa-
lir del abismo en el que caí cuando falleció; aunque
es cierto que existen muchos momentos en donde
la recuerdo, siempre con la sonrisa en el rostro, el
ondulado cabello cayendo por su espalda y hombros
y también sus besos, especialmente cuando solía
cogerme de las mejillas y jalarme hacia sus labios.
Esbozo una sonrisa cuando aparece en mi mente
y es como si nunca se hubiera ido. Ya no da pena,
ahora crea una sonrisa.
Hace un año me preparé para escribir otra obra,
cambiar los cuentos y relatos por una novela. Bus-
cando en los cajones de mi escritorio encontré unas
hojas.
Recogí las hojas y me senté en el mueble para
echarle un vistazo. Se hallaban viejas, por eso tuve
cierto cuidado al desdoblarlas. Junto a una taza de
café comencé a leer dándome cuenta que era la car-
ta que nunca pude entregarle.
Había logrado acabarla, pensaba dársela; pero
sucedió lo inevitable.
Toda nuestra historia se encuentra en esas ho-
jas, plasmada del modo en que lo sentí en ese mo-
mento, cuando la amaba con frenesí, honestidad y
pureza.
Leí la carta acordándome de un centenar de si-
tuaciones que creí haber olvidado. Cada instante
descrito en la carta lo viví de nuevo al leerlo. Hasta
los sentimientos se hicieron reales.

559
Fue entonces que reanudé mi promesa, la de es-
cribir una obra sobre nuestra historia. Y fue lo que
hice un instante después.
Basándome en los acontecimientos descritos en
las hojas de dicha carta empecé a contar nuestra
historia para que todo aquel que llegue a leerla
pueda saber lo que alguna vez fuimos.
Hoy es la presentación del libro, estoy emocio-
nado, más que con los libros anteriores que dieron
inicio a mi carrera de escritor; aunque estoy seguro
que comenzó desde que aprendí a escribir.
Me alegra haber podido culminar este libro, me
satisface contar nuestra historia, aparte de haber
sido una promesa que le hice, es más que todo, una
catarsis para el alma. Escribir esta obra ha sido
el mejor trabajo de mi vida y lo único que espero
es que lleguen a asimilar lo que vivimos mientras
existimos.
La presentación resulta ser un éxito. La aglome-
ración de familiares y lectores antiguos como nue-
vos me hace sentir especial.
Realizan bastantes preguntas, he mantenido
este libro en secreto, con ello quiero decir que no lo
he promocionado por ningún medio, ahora la edito-
rial se va a encargar de hacerlo y yo colgaré algu-
nas fotos en las redes sociales.
Ha venido más gente que cuando presenté el an-
terior libro, es un gran paso en mi carrera y satis-
face poder haber escrito mi primera novela, mejor
aún, tratándose de ella.
560
Termina la ceremonia con mis palabras de agra-
decimiento, recibo los aplausos correspondiente de
los asistentes y voy al stand de la editorial para
firmar las primeras adquisiciones.
Es un orgullo poder plasmar mi firma en los
ejemplares de esta nueva obra. Luego, me retiro
junto a la familia.
Mis padres están emocionados y orgullosos, han
acordado ir a almorzar a un restaurante cercano.
No cabe duda que es una excelente idea.
Es curioso que la presentación haya sido en Lar-
comar, lo disfruté desde el primer momento en que
lo informaron y ahora que camino por estos alrede-
dores empiezan a surgir gratos recuerdos.
Llegamos a un restaurante cercano, específica-
mente dentro de un hotel, mi padre dice que prepa-
ran un buffet exquisito y todos quisimos ir porque
siempre suele acertar.
La charla se trata únicamente sobre la presen-
tación del libro. Mi vieja afirma que no estuve ner-
vioso a diferencia de la primera vez, eso me hace
sonreír. Acota que le gustó lo que dije al inicio y
que las respuestas a las preguntas de los lectores
fueron muy buenas. Mi padre dice lo mismo, que
he dejado de lado el nerviosismo para hablar con
claridad y desenvolvimiento, me halaga su comen-
tario; aunque pienso que es todo un proceso, uno
empieza ansioso y timorato, luego se suelta y co-
mienza a hablar con confianza. Les comento ello y
ambos asienten con la cabeza.

561
El resto sigue comiendo, estoy en mi segundo
plato y ellos por el tercero, parece que tuvieron más
hambre que yo, pienso para mis adentros y esbozo
una sonrisa.
Seguimos hablando de la feria del libro, cada
uno cuenta acerca de su respectiva adquisición, ya
no es llamativo que les haya gustado leer, ahora
parece cotidiano y me da gusto por mis hermanos.
Culmina el almuerzo, cada uno se ha devorado
cinco platos, junto a mi vieja nos quedamos en tres.
Definitivamente, mi viejo siempre acierta con los
restaurantes, lo pienso y se lo hago saber. Saca pe-
cho y lanza un chiste, ahora toca lo peor, pagar la
cuenta. Todos reímos a carcajadas.
Salimos del restaurante con las barrigas reple-
tas y caminamos hasta llegar nuevamente a Larco-
mar. Allí mi vieja exige un helado, el resto se anima
y mi viejo aprueba el postre aseverando que son
unos tragones.
Comienzo a sentirme distinto, hace mucho que
no vengo a Larcomar, diría que años y desde que
estoy aquí, hace varias horas, tengo sentimientos
encontrados. Ahora están más fuertes, como re-
voloteando dentro de mí, aparecen imágenes que
describen momentos, visualizo algunos rincones y
me acuerdo que estuvimos allí, hasta pienso en la
posibilidad de visitar nuestro lugar secreto. Tantas
cosas aglomeran mi cabeza y tantas emociones mi
corazón.

562
¿Vamos por helado? Pregunta mi vieja haciendo
un ademán para que los siga porque me detuve de
repente, estático y mirando el alrededor.
No, vayan ustedes, yo me voy a quedar un rato
por acá, quiero caminar, respondo y todos al escu-
char mis palabras continúan el trayecto.
Tardamos una hora a lo mucho, dice mi viejo y
le hago un ademán acotando lo siguiente: no hay
problema, cualquier cosa me llamas.
Caminan hasta llegar a las escaleras y descien-
den rumbo a los interiores de Larcomar. Me man-
tengo en mi posición, contemplando todo alrededor
y sintiendo esa diversidad de emociones que deam-
bulan dentro de mí. Resuelvo fumar un cigarrillo
y camino lentamente hacia el centro, exactamente
donde todavía se ubica la estatua del águila. Me
detengo apoyado a un lado de la estatua y dejo que
los recuerdos aparezcan y se apoderen de mi men-
te. Enciendo un nuevo cigarrillo mientras sigo ob-
servando todo el panorama.
Debería ir a verla, decirle que escribí nuestra
historia y dejar un libro a un lado de su nombre,
lo pienso manteniendo la mirada en el todo y al
terminar el cigarrillo decido ir a verla.
Rápidamente desciendo hasta el estacionamien-
to, subo a mi auto y me dirijo hacia el lugar donde
dicen que está.
Llego, bajo del auto, pregunto por su ubicación
al señor de la entrada, él indica el lugar e ingre-

563
so caminando lentamente por un sendero rodeado
de pasto, en donde en cada espacio se encuentran
flores sobre distintos nombres, algunas personas
se hallan de rodillas, otros lloran. Dejan flores, se
marchitan y vuelven a dejarlas, nunca los abando-
nan, piensan que todavía se encuentran allí y por
eso regresan cada cierto tiempo. Yo nunca he veni-
do, nunca quise hacerlo y hoy estoy aquí, después
de diez largos años.
Se me hace complicado encontrar el lugar don-
de está o quizá, no quiera hallarlo y me confunda
apropósito. Sigo el sendero que indicó el empleado,
viendo a los lados, observando el cielo y contem-
plando el horizonte, todo por ratos, por instantes
que se vuelven largos porque el camino se hace te-
dioso y eterno.
Repito en mi cabeza el nombre de la zona, no
tenía idea que se dividía por zonas, tampoco que
tendrían nombre de santos.
Hace bastante tiempo que no tengo contacto con
temas religiosos, es posible que no haya vuelto a
rezar, no recuerdo cuando fue la última vez que lo
hice.
Llego, me lo hace saber un letrero pequeño; pero
fácil de dirigir a los caminantes.
Es aquí, digo para mis adentros y camino lenta-
mente en busca de su lugar.
Me integro al jardín, lo siento suave, algo hú-
medo, bien cuidado y me adentro hasta llegar al

564
centro. La respiración se acelera, no estoy seguro
de lo que me pasa, es como si repentinamente me
sintiera ansioso.
De repente, leo su nombre en uno de esos luga-
res donde yacen flores. Donde ella estaba hay más
rosas y girasoles que en otros lados. Seguro han de
haber venido varias personas a visitarla día tras
día, tal vez un domingo familiar o quizá en su cum-
pleaños.
Llego a sentirme un idiota por nunca haber ve-
nido hasta ahora; pero me excuso repitiendo mis
razones.
De rodillas me coloco al frente, leo su nombre de
nuevo, lo hago en voz alta y leo también la fecha de
su nacimiento y deceso, lo hago para mis adentros.
Hace muchos años que no lloro como lo estoy
haciendo ahora, dejando que las lágrimas resbalen
por las mejillas y vayan a caer sobre el césped y las
flores.
Te extraño, se lo digo con la mente. Enseguida,
saco del morral un ejemplar del nuevo libro, rein-
corporándome en ese instante y mostrando una
sonrisa a pesar de las lágrimas.
Una promesa, es una promesa, le digo pronun-
ciando las palabras en voz alta. Abro el libro y
agrego, escribí nuestra historia, princesa.
En ese momento, escucho a una voz preguntar,
¿Me leerías el primer capítulo?

565
Giro tan veloz como puedo y contemplo su rostro
precioso, la ondulada melena cayendo por los hom-
bros y el pardo en los ojos.
¡Daniela! Pronuncio tras un momento de incerti-
dumbre y asombro.
Se acerca lentamente vestida con su atuendo ce-
leste, el mismo que llevó en su cumpleaños, acerca
sus manos hacia mí y recorre mis mejillas hacién-
dome sentir la calidez de su tacto. Cierro los ojos y
me aferro a sus manos.
—No puedo creer que estés aquí, le digo al abrir
los ojos y contemplarla preciosa como de costum-
bre.
Esboza una sonrisa.
—Te ves distinto. Eres todo un señor escritor.
Trato de salir de la sorpresa para poder respon-
derle. La sigo observando detalladamente, de pies
a cabeza. Su voz sigue siendo la misma, mantiene
la calidez en las manos y el cabello se le mueve por
causa del viento.
—Y tú sigues idéntica.
Coge mi mano, esboza otra sonrisa y me lleva
consigo.
—Caminemos.
La dulzura de su mano no ha cambiado en lo
absoluto, siento como si fuera cuando la cogí de la
mano por última vez.

566
—Entonces, llegaste a escribir el libro.
—Sí, le respondo con aires de libertad y a la vez
soltando un suspiro.
—Me da gusto que hayas cumplido tu promesa.
Seguimos andando lentamente, cogidos de la
mano como lo hicimos alguna vez y mirando el ho-
rizonte que parece eterno.
Yo no salgo del asombro, no sé si estoy soñando o
alucinando despierto, de cualquier modo no quisie-
ra zafarme de este encuentro de ensueño.
—Ha pasado mucho tiempo, dice girando el cue-
llo para observar mi rostro acongojado y anonada-
do.
—Cambia de rostro, ya de por si te ves distinto
con ese corte y eso que llevas a un lado de los ojos.
Sonrió. Todavía mantiene su humor.
—Han pasado diez años, Daniela. El tiempo hizo
envejecer mi rostro, aparte, las madrugadas escri-
biendo me sacaron arrugas; sin embargo, las trato
porque sabes que siempre me gustó verme bien.
Sonríe y afirma diciendo, lo sé.
—Entiendo que el corte de cabello sea necesario
porque ahora estás grandecito y no debes de andar
con el cabello largo, dice con ese humor exquisito
que siempre la caracterizó.
—Sentémonos aquí, dice de repente. Y nos aco-

567
modamos en una banca blanca que no vi al cami-
nar.
—Dime, ¿cómo has estado? Pregunta de una ma-
nera dócil.
—No fue fácil, Daniela. Desde que te fuiste
afronté muchas adversidades. Tuve que lidiar con
el dolor de tu partida, con una agobiante soledad
que aparecía de noche para sofocarme. Te imaginé
cientos de veces a mi lado y sobre la cama obser-
vando las estrellas que hice de cartón y que caen
desde el techo. Me hice muchas preguntas que no
tuvieron respuestas y poco a poco fueron cayendo
en el olvido. Te extrañé y no supe qué hacer cuan-
do lo sentí, tampoco cuando te necesité, mucho me-
nos cuando quise un abrazo o un beso, me aferré
a lo poco que tenía de ti y los fragmentos de tu ser
fueron disipándose con el pasar de los días hasta
únicamente quedarme con el recuerdo de nuestros
momentos juntos; que, con el tiempo, también se
marchitaron y dejé de acordarme de ellos hasta que
decidí escribir la obra. Entonces volví a acordarme
de todo. Para entonces, Daniela, lo había superado
o tal vez, no, no lo sé; pero de alguna manera ya no
dolía, ya no te extrañaba, ya no te necesitaba y ya
no estabas en mi mente.
Irónicamente, no te dejé de amar jamás.
Lágrimas recorren por mis mejillas cayendo en
el césped.
— ¿Me perdonas? La escucho decir de repente.

568
—Aún así, no hay nada que perdonar, princesa.
En ese preciso instante, nos abrazamos con una
gran intensidad, euforia y deseo haciendo que diez
años hubieran significado tan poco. Es como si nun-
ca nos hubiéramos alejado, es como si fuera un día
cualquiera de nuestras vidas, en nuestra historia.
Lloramos y sentimos nuestros corazones palpi-
tar con emoción y nos mantenemos abrazados el
tiempo que queremos.
Así estamos ahora, sentados y abrazados sobre
dicha banca blanca en medio de un campo desolado
que parece infinito.
Parece como si nunca se hubiera ido, es como si
todavía fuese esa última vez que estuvimos juntos
y me aferro a creer que sigo en ese momento.
—Cuéntame más de ti, por favor, dice después
del abrazo con una voz ansiosa, no tan dócil como
la de hace unos minutos.
Todavía sujetos de la mano observo el cielo y la
contemplo al bajar la mirada. Me detengo en el co-
lor de sus ojos y enseguida, comienzo a contarle:
Me dediqué a escribir, estuve lleno de entusias-
mo y ganas por acabar el libro de relatos, concen-
trado únicamente en ello.
Algunos amigos querían salir a fiestas, otros
presentarme chicas; pero yo estaba enfocado en
el libro. Al creer que había logrado terminar una
obra publicable, resolví enviarlo a unas editoria-

569
les. Respondieron a los dos meses y de todas las
que recibieron el manuscrito, una aceptó. Fue la
primera vez, después de bastante tiempo que me
sentí contento.
Sonríe cuando cuento esa parte.
Acordamos lanzarlo en un par de meses y cuando
salió a la venta fue como un sueño hecho realidad
porque me había dado cuenta de lo que realmente
quería para con la vida.
Le dediqué tiempo y esfuerzo y verlo en la vitri-
na de las librerías se hizo emocionante.
El rostro de Daniela se ve lleno de orgullo. Pienso
que le hubiera gustado disfrutar de ese momento.
Le siguió una presentación. ¿Sabes que soy un
poco nervioso, verdad?
Asiente con la cabeza.
Pues, muchos dijeron que lo hice bien; aunque,
obviamente, esta presentación estuvo mejor.
Lo siguiente que ocurrió fue que comenzaron a
aumentar los lectores porque en Facebook publi-
qué algunas sinopsis sobre el libro creando interés
en cientos de personas que compraron la obra y la
recomendaron a sus conocidos.
Escribí otro libro de relatos, esta vez mejor es-
tructurado y logré bastante acogida. Estuve en fe-
rias, presentaciones y demás.

570
Luego comencé a escribir esta nueva obra y vine
a presentarla hoy.
—Vaya, me alegra bastante que te haya ido bien
en ese sentido. Veo que hablas con soltura, te noto
maduro. Me siento orgullosa de ti.
Sus palabras son honestas y penetran en mi co-
razón. La abrazo sin dudarlo, corresponde el abra-
zo y siento el aroma que brota de su melena ondu-
lada, el mismo que no ha cambiado en años.
—Precioso, dice.
—Hace tanto que no escucho esa palabra, le digo
sonriendo.
Ella también sonríe y repite agregando lo si-
guiente: Precioso, no me has dicho el título del li-
bro.
—El de relatos se llama “Una noche, una musa
y un teclado”. El siguiente es una nueva versión,
lleva el mismo título.
—Simpático el nombre. Tan original como siem-
pre.
Sonrío al escuchar su comentario.
— ¿Y esta obra?
—Lleva tu nombre, le digo y se la muestro.
—Es cierto, dice y vuelve a abrazarme.
—Gracias, precioso, susurra al oído y aumenta
la intensidad del abrazo.

571
Realmente siento que es verdad. Cada vez que
me abraza aseguro que está aquí y su voz sigue
idéntica, tal cual melodía de dioses como lo es el
aroma adictivo y la suavidad de su cabello, tal cual
su tierno tacto y su rostro hermoso.
—No hay nada que agradecer, le susurro al oído.
—Precioso, sígueme contando. ¿Cómo está Ma-
nuel?, ¿qué hace Kelly? ¿Y el resto de chicos, qué
sabes de ellos?
Su pregunta me hace sentir nostalgia.
—Pues, hace mucho que no hablo con Manuel.
Nos hemos distanciado, no porque hayamos tenido
alguna riña, sino que seguimos caminos diferentes.
Yo me dediqué a escribir mientras que él, des-
pués de terminar con Kelly, se aisló un tiempo.
Mantuvimos contacto por MSN, ahora lo tenemos
por Facebook; pero en ese entonces, decidió estu-
diar una carrera corta y luego el trabajo lo tuvo
ocupado.
Hace varios años tiene novia, creo que se va a
casar, le va bien, lo veo en su Facebook y me da
gusto. Siempre que nos vemos lo saludo. Ya no nos
frecuentamos como antes; pero sabes que la amis-
tad nunca se pierde.
Además, estoy seguro que va a adquirir este li-
bro.
—Es una pena; pero, bueno, al menos todavía
mantienen contacto, eso es lo importante, dice
creando una sonrisa.
572
—Y, ¿cómo está mi amiga Kelly? Pregunta en un
sentido triste.
—De ella no sé mucho. Quizá, lo poco que he sa-
bido es que se encuentra en España haciendo su
vida.
Su hermano me contó eso en una reunión, fue
un encuentro curioso. Conversamos toda la noche
como dos personas que recién se conocen y al final
recordamos quiénes éramos.
Le comenté que era escritor y estaba escribiendo
sobre ti, él se detuvo y dijo, entonces eras tú el no-
vio de Daniela, el chico de las bermudas y el cabello
largo. Mira cuanto has cambiado. Nos echamos a
reír como dos locos y luego el tema nos puso senti-
mentales.
Lástima que esa charla se dio tarde porque de lo
contrario hubiéramos hablado horas. Quedó pen-
diente adquirir el libro cuando lo termine, seguro
le va a gustar.
—Vaya, debió ser una charla muy particular
y divertida, dice y añade luego de frotarse el ros-
tro: Espero que Kelly haya encontrado paz y amor.
Siempre va a hacer mi gran amiga.
—Seguro que se encuentra bien. A todos nos do-
lió tu partida; pero supimos abrirnos paso en la
vida y salir adelante. Ella también lo debe haber
logrado.
—Estoy segura que sí, siempre tuvo carisma y
también coraje.

573
Crea una sonrisa y dice, ven y abrázame, pre-
cioso.
Lo hago enseguida, sin pensarlo ni un segundo.
Estamos abrazados, sintiendo nuestros cuerpos
unidos, oliendo nuestros aromas y escuchando a
nuestros corazones latir con rapidez.
Me siento de maravilla a su lado, es como si el
tiempo se hubiera detenido.
— ¿Qué sabes del resto, precioso? Pregunta lue-
go del abrazo.
—No sé mucho; aunque sigo viendo a Ezequiel y
Carlos porque son primos y los frecuento. Jonathan
se casó y va por su primer hijo, Fernando estudia
Medicina, el resto de mis hermanos trabajan en
sus carreras. No sé mucho de tus amigas, no hemos
vuelto a hablar, tal vez nos hayamos encontrado;
pero ni siquiera saludado.
Mi madre está bien, no te menciona, en casa no
te han vuelto a nombrar por temor a verme triste
de nuevo. Es natural, seguro lo comprenderás.
Asiente con la cabeza.
— ¿Y mis padres? ¿Mi hermano?
—No los he vuelto a ver. Lo lamento.
—A veces entro en los sueños de mi madre; pero
estoy evitándolo, me apena imaginar que estará
triste al amanecer.

574
Agacho la cabeza con aires de nostalgia.
—Princesa…
—Me alegra escuchar esa palabra, dice mostrán-
dome su sonrisa haciendo que me encante como
hace años nadie lo hace.
—Ahora cuéntame tú, termino la frase.
Juntamos nuestros cuerpos para sentir el calor
que emanamos, nos miramos y al mismo tiempo
esbozamos una sonrisa. Coge mi mano y comienza
a contar:
Pues, aparecí y me recibieron con calidez. Me
encontré con algunas personas; familiares más que
todo, mis abuelos, que lejos de estar sorprendidos,
fueron cariñosos.
Es un campo lleno de flores multicolor, parece
ser eterna su llanura, siempre es de día, el sol bri-
lla; aunque sin intensidad, no produce un calor so-
focante, solo proporciona alegría.
Todos allá están contentos, viejos, jóvenes y ni-
ños, de cualquier índole se juntan a jugar o conver-
sar; no existe el tiempo, solo se ven sonrisas y se
establecen largas charlas.
A la mayoría le han borrado la memoria, ellos
prefirieron deshacerse de sus recuerdos, quizá por
eso andan felices, andando y cantando.
Yo no quise que el ángel encargado lo hiciera,
no es obligatorio; aunque la mayoría lo hace. Me

575
convenció diciendo que no sería feliz en este lugar;
olvidarse de todo es el puente a la alegría.
No quise y desde entonces me mantuve aislada;
claro está que algunas personas me conversaron y
charlamos, robaron sonrisas y pude sentir la cali-
dez de su amistad; pero por ratos pensaba en ti y
te extrañaba.
Agacha la cabeza en ese momento. Gira y me ob-
serva desde su posición. Veo lágrimas en sus ojos e
inmediatamente la abrazo.
—No sabes cuánto te he extrañado, dice e incre-
mento la efusividad del abrazo haciendo el intento
por eternizar el momento. Detenernos para siem-
pre en este instante.
Ella lo sabe y entonces, lo dice: Desearía poder
quedarme aquí para siempre, a tu lado, abrazados
de esta manera y nunca separarnos.
No me doy cuenta que sus palabras afirman una
pronta despedida porque considero el anhelo que
tiene, tal cual es el mío.
No dejo de abrazarla, dejo de pensar y cierro los
ojos para dejarme llevar por el momento que esta-
mos viviendo.
— ¿Gustas caminar? Propone y nos reincorpora-
mos segundos después.
—Caminemos. Sabes que siempre me gustó an-
dar a tu lado, se lo hago saber.

576
Esboza una sonrisa y añade, a mí también me
encanta caminar contigo. Sujeta mi mano hacién-
dome sentir su ternura y empezamos a andar sin
rumbo.
—Te he extrañado bastante. Hubo noches en las
que amanecía y yo seguía mirando el techo estre-
llado de mi habitación pensando en ti, acordándo-
me a cada momento de lo que vivimos. Llegué a
creer que se me haría imposible sacarte de mi men-
te, menos de mi corazón; aunque el tiempo haya
transcurrido y marchito tantas cosas, todavía sien-
to que…
La veo de reojo, nos detenemos en ese momento
y convergen nuestras miradas.
—Te amo.
Ella sonríe.
—Yo también te amo.
Nuestros cuerpos se detienen, acercan lenta-
mente, se entrelazan los brazos y los labios conver-
gen en un beso.
—Desearía que nunca te fueras.
—No pienses en eso. Ven, sigamos andando.
Se adelanta y me lleva consigo cogido de la
mano, caminamos al mismo tiempo sin importar
la dirección, ni el destino, juntos como hace años,
como si de alguna manera mágica o quizá, milagro-
sa, hubiéramos retomado lo nuestro.

577
—Vayamos donde todo empezó, dice de repente,
sorprendiéndome.
No comprendo, quiero decirle; aunque mi rostro
de extrañeza se lo hace saber. Ella sigue sonriendo
sabiendo que me sorprenderá todavía más. Enton-
ces, pide que cierre los ojos, le hago caso y al abrir-
los…
¡Nos encontramos en mi habitación!
No es como la tengo ahora, sin afiches de mi ani-
me favorito, ni tanta decoración en el techo. La ha-
bitación se encuentra como ella la conoció.
— ¿Lo recuerdas? Dice y se echa sobre la cama.
Observa el techo lleno de estrellas, las mismas que
llegué a quitar tiempo después.
—Por supuesto, respondo y la acompaño en la
cama.
Me coge de la mano y pide que mire hacia arriba,
lo hago y ambos detenemos la mirada en las estre-
llas de cartón multicolor que hace mucho fabriqué
para adornar el techo. Las saqué años después;
pero ahora las vuelvo a ver, nítidas, sin perder el
matiz de sus colores y moviéndose por causa del
aire que entra por la ventana.
Observarlas era nuestro pasatiempo cuando ve-
nía a visitarme.
—Puedes creer que solo he hecho esto en mi ima-
ginación, dice manteniendo la mirada arriba.

578
—Me ha sucedido lo mismo, respondo y la obser-
vo de reojo.
Sonreímos en ese instante y nos acercamos len-
tamente y mientras lo hacemos sujeta suavemente
mis mejillas, nos besamos sintiendo como si estu-
viéramos en mi habitación, un día cualquiera, de
un mes cualquiera, hace una década, sin importar
que tanto se haya marchito, sin que interese lo he-
cho durante ese tiempo, simplemente, como si nun-
ca hubiéramos dejado de ser los mismos.
—Son las estrellas más hermosas que he visto
en mi vida, dice luego del beso.
Sonrío sabiendo que puede haber resultado ser
una broma y le digo: Vamos, amor, sabes bien que
están algo deformes y nunca se ha visto estrellas
de, por ejemplo, color verde.
—Precioso, a mí siempre me gustaron porque
te las imaginaste cayendo del techo y las hiciste.
Has pensado, ¿y si no las hubieras hecho a pesar de
imaginarlas? Posiblemente yo no querría haberme
quedado tanto tiempo sobre tu cama y observando
el techo.
Su respuesta me deja mudo. Luego, sonrío.
—Hablando de estrellas, ¿Recuerdas cuando te
bajé una estrella? Le comento con una sonrisa.
La noto sonreír, se ve tan hermosa cuando lo
hace, solo he vuelto a ver su sonrisa en recuerdos.
Enseguida, responde: Claro, fue uno de los de-

579
talles más lindos. Allá en un parque, te subiste a
un montículo de césped e hiciste como si atraparas
una. Luego, hiciste fuerza como si la hubieras cap-
turado y para concluir el acto te caíste; pero tenien-
do la estrella en tus manos. ¡Quedé encantada!
Lo cuenta con bastante elocuencia, una sincera
emoción brota de su ser cuando lo hace. Se acerca
y me da otro beso añadiendo a continuación, fue un
momento hermoso. Vuelvo a besarla de inmediato
y al segundo le comento, por ti bajaría cientos de
estrellas más.
—Tan lindo, dice haciéndome sonreír.
Se levanta sin pronunciar palabras, una vez pa-
rada al frente de la cama se acerca a la computado-
ra y sintoniza “La fuerza del corazón”.
—Es lo que faltaba, se lo hago saber.
—Estaba pensando: Aquí falta algo, por eso lo
hice de inmediato.
—Es una linda canción, le digo mientras se em-
pieza a escuchar.
Daniela comienza a cantar, la escucho y la ob-
servo, es hermosa, lo pienso y su voz maravillosa,
añado. Me ve al tiempo que canta, incita a acer-
carme y la acompaño al instante. Hacemos micro
con nuestras manos y más juntos que nunca; aun-
que completamente desafinados, cantamos nuestra
canción con el pulmón y el corazón emocionándo-
nos con bastante pasión y algarabía.

580
Es como si solo importara el momento, el hecho
de estar unidos y cantar una canción que disfru-
tamos porque alguna vez nos dedicamos y parece
como si hubiera sido un tiempo perpetuo esos pocos
minutos que duran las canciones.
Una vez agotados nos sentamos al filo de la
cama. Ella se deja caer sobre mi hombro y me gus-
ta. Siempre me gustó que lo hiciera.
Se queda ahí mientras continuamos escuchando
la canción que se reanuda.
— ¿Sabes adónde me gustaría ir? Dice de repen-
te, todavía manteniendo su cabeza en mi hombro.
— ¿Adónde, mi princesa?
—A Larcomar. Sería genial pasear por sus alre-
dedores.
—Pues, yo iré adonde quieras, mi amor.
Se levanta rápidamente, sujeta mi mano y pide
nuevamente que cierre los ojos.
Abro los ojos y contemplo Larcomar. Ella se en-
cuentra a mi lado y sonríe al verme.
—Ya estamos aquí, dice emocionada.
—Me fascina este lugar, le digo y le muestro una
sonrisa.
—Ven, precioso, vamos a caminar, dice y acelera
los pasos llevándome consigo.

581
Noto que Larcomar está distinto a hace unas
horas cuando estuve presentando el libro, no hay
rastro de haber ocurrido un evento. Veo también
que la vigilancia no es muy estricta porque algu-
nas parejas se encuentran ubicadas en el césped.
Además, es posible que nuestro sitio de helados no
haya quebrado como hace un par de años. Siempre
creí que quebró porque dejamos de venir.
Se lo cuento mientras caminamos por los exte-
riores y entre risas responde: Tienes toda la razón.
—Vamos a sentarnos ahí, indica una banca a un
par de metros.
Caminamos hasta el lugar y nos acomodamos en
la banca.
— ¿Lo recuerdas? Pregunta de pronto.
Me nota pensativo. Es verdad, intento recordar
lo que intenta decirme; al no lograrlo, asevera: Aquí
acordamos con los chicos nuestra primera salida a
la playa.
— ¡Claro, ya recuerdo! Le digo emocionado y la
veo sonreír.
—Ese día la pasamos chévere, le comento mos-
trando una sonrisa y luego soltando un suspiro que
evidencia nostalgia.
—Los buenos momentos perduran a pesar del
tiempo, dice esbozando una linda sonrisa.
La veo y le sonrío para luego darle un beso. Sus

582
labios son exquisitos, resuelvo besarla de nuevo y
noto que son tal cual los recuerdo, por eso le entre-
go otro beso. Ella ríe y me llama besucón. Me pro-
duce gracia el término y empiezo a reír también.
—Es imposible no dejar de besarte, le digo.
—Pues, entonces, ¿qué esperas para besarme de
nuevo?
Volvemos a besarnos y lo hacemos varias veces
más sentados sobre la banca.
—Si gustas más tarde podemos bajar a la playa,
ver el atardecer juntos, le digo entusiasmado con
la idea.
Sonríe derrochando ternura; pero agacha la mi-
rada. Al volver a enfocarse en mi rostro, dice con
dulzura, tal vez no pueda.
— ¿Por qué, princesa?
—No me voy a quedar mucho tiempo.
Me ve agachar la mirada denotando tristeza.
—Por ratos se me olvida, le digo.
—No pienses en eso, vayamos a caminar. Quiero
entrar e ir por unos helados. ¿Te parece bien, pre-
cioso?
—Claro, mi amor. ¡Vamos por esos helados! Le
digo retomando el entusiasmo.
Descendemos cogidos de la mano escalón por es-

583
calón, obviando a la cantidad de personas que se
aglomeran en los pasadizos y observando las tien-
das mientras nos dirigimos a la heladería.
Al llegar nos acomodamos en la primera mesa
que vemos, de inmediato nos acercamos a la vitrina
de helados y elegimos nuestros sabores favoritos.
—Está delicioso.
—Sí que lo está, responde sonriente.
Me detengo a mirarla mientras saborea el hela-
do, dirigiéndome rápidamente al tiempo en que lo
hacíamos con frecuencia, no me siento nostálgico,
estoy contento de tenerla de vuelta y por eso estoy
sonriendo mientras la observo.
—Deberías tomar el helado que se empieza a de-
rretir, dice señalando el vaso.
—Cierto. Lo que pasa es que me distrae tu be-
lleza como de costumbre, le digo y sonríe como la
mayor parte del tiempo lo hizo.
—Ven, abre tu boca, te voy a invitar del mío, dice
y abro la boca como un bebé.
— ¡Está buenazo! Le digo.
—Ahora invítame tú, dice y hacemos lo mismo
resultando algo muy gracioso.
Salimos de la heladería. Nuevamente sujetos de
la mano deambulamos por los alrededores. Por mi
mente pasan varios momentos, uno en particular
al cruzar el cine.

584
— ¿Recuerdas cuando conocí a tu madre? Le
pregunto mientras caminamos.
—Claro, estabas nervioso, dice con una sonrisa.
—Yo no sabía que decir. Ella se veía tan seria
y severa; aunque luego terminamos por llevarnos
bien.
—Es que se dio cuenta que tu amor era sincero,
dice con una ternura impresionante.
Me hace sonreír y añado, es mi única verdad.
—No cabe duda, precioso.
Sonreímos y nos abrazamos justamente al fren-
te del cine siendo observados por la cola de gente
que espera conseguir una entrada.
— ¿Crees que deberíamos entrar? Le pregunto.
—Mejor sigamos caminando, dice y parece ser
una buena resolución.
Nuestro andar es lento, nos miramos de reojo;
por ratos nos detenemos, miramos de frente y son-
reímos. A veces damos pasos sin pronunciar pala-
bras, por instantes comentamos acerca de lo que
vemos a alrededor como si fuésemos dos enamora-
dos que realizan su cotidiana labor, la de pasarla
estupendo por un centro comercial, como si fuera
normal que estuviéramos en ese lugar, como si ella
nunca se fuera a ir y yo nunca hubiera cambiado,
como si este presente haya sido siempre nuestro
futuro, como si fuese completamente natural el en-

585
contrarnos y venir a deambular, como si todo fuera
mágicamente real, tan extraordinario como suele
ser lo cotidiano y somos felices mientras camina-
mos como una pareja que va a curiosear un día
cualquiera, cogidos de la mano e intercambiando
besos, abrazos y palabreo bonito.
—Princesa, ¿vamos al Parque del amor?
—Esperaba que lo dijeras, dice con entusiasmo.
Adelantamos el paso para lograr llegar a las es-
caleras, subimos las mismas de dos en dos, contan-
do los escalones para hacer divertido el ascenso y al
llegar me siento agotado.
—Parece que la edad te está afectando, precioso,
dice con gracia.
—Lo que pasa es que ya no salimos tan seguido
a jugar pelota; aunque estoy pensando en entrar al
gimnasio.
—Deberías. Y es una pena que no salgan como
antes. Para ustedes era una obligación salir a jugar
pelota.
—Esos tiempos eran fantásticos, jugábamos se-
guido y lo hacíamos estupendo. Ahora a la justa ar-
mamos dos equipos y eso, porque a veces no salen
ni siquiera diez y tenemos que abandonar el campo.
—Me apena escucharlo, a ti que te tanto te gusta
jugar fútbol.
—Sí pues, preciosa; pero en fin, la gente crece,

586
madura y la vida te entrega distintas responsabili-
dades que tienes que acatar.
—Me lo imagino; pero bueno, vamos yendo.
—Vamos yendo, princesa.
La sujeto de la mano y caminamos. Mientras lo
hacemos alzo el brazo y lo dejo caer por sus hom-
bros, ella se apoya en mi pecho y me coge de la
cintura.
—Así es más cómodo, dice sonriendo.
—Asiento con la cabeza y le digo, estamos cerca.
Traspasamos varios parques hasta llegar a
nuestro destino. Nos detenemos al contemplar la
enorme estatua de los enamorados y sonreímos a
la par recordando los ratos que vivimos allí.
—Precioso, no sé si deberíamos sentarnos y dar-
nos un beso o deambular por los rincones y leer las
frases mientras continuamos abrazados.
—Pienso que deberíamos hacer ambas cosas.
Empecemos con un beso, le digo e inmediatamente
sujeto sus mejillas con suavidad y la beso teniendo
como fondo a dicha estatua. El beso es exactamen-
te en la entrada, en ese arco hecho con flores.
—Me agarraste de sorpresa, dice y me coge de
las mejillas para besarme a su modo. Me encanta.
—Ahora sí, entremos a recorrer el lugar y leer
las frases.

587
—Vamos, princesa.
Recorremos el camino arenoso viendo el mar, lle-
gamos a las bancas en donde románticos inmortali-
zaron frases y de nuevo comenzamos a observarlas.
Ella recuerda una en particular, a mí se me hace
difícil recordar alguna; pero vuelvo a leerlas y lo
hago en voz alta.
Seguimos andando y continuamos leyendo otras
frases; son muchas y bonitas, me gustan varias; a
ella le agradan bastantes, las leemos juntos, las leo
en voz alta, las lee cantando haciendo que sea gra-
cioso y al terminar de tanto andar y leer nos dete-
nemos para sentarnos en una banca.
—Son frases hermosas, ¿no crees? Han de haber
estado muy enamorados al escribirlas.
—Por supuesto; aunque no tanto como nosotros,
princesa.
Crea una sonrisa y añade, nunca como nosotros,
precioso.
A continuación, nos damos un beso.
— ¿Te das cuenta que nada parece distinto?
Asienta con la cabeza.
—Ha pasado mucho tiempo desde que no tene-
mos contacto, sin vernos ni escucharnos y de re-
pente, todo vuelve a ser como antes al menos por
esta tarde.
—Siempre va a ser como antes, precioso. Solo

588
debes aprender a cerrar los ojos y aventurarte en el
viaje. Yo voy a acompañarte siempre, estés donde
estés, cada vez que quieras realizar ese viaje, yo te
voy a acompañar porque vivo en tus recuerdos.
— ¿Quiere decir que siempre voy a poder disfru-
tar de estos momentos?
—Cuantas veces quieras, solo tienes que cerrar
los ojos y recordar. Los recuerdos son inmortales,
nunca se van, perduran con el tiempo y lo mejor es
que nadie en la tierra puede arrebatártelos.
—Yo siempre te voy a recordar, princesa. En es-
tos diez años nunca he dejado de pensarte, es ver-
dad que decidí avanzar y tratar de no pensar en
el ayer; pero ahora me doy cuenta que no quiero
escaparme de ese pasado. Y como dices, lo mejor
será recordarlo al cerrar los ojos y dejarme llevar
por ese sendero.
—Recordarlo con una sonrisa, precioso.
—Así es, princesa.
—Ven, dame un abrazo, precioso, dice abriendo
los brazos. Observa mi rostro lloroso y caigo en su
regazo.
—No te vayas, se lo digo con el corazón, no con
los labios.
—Podrás estar conmigo cada vez que me recuer-
des, susurra al oído. Y acota de inmediato, disfru-
temos de esta tarde.

589
Una vez reincorporado, la veo a los ojos sin ima-
ginar que podría ser la última vez que mire el par-
do en su mirada, acaricio su bella melena ondulada
provocando una sonrisa en su rostro precioso y sin
perder la fijación en su mirada, le digo: Puede que
nos volvamos a separar; pero nunca dudes que este
amor es eterno. Te amo.
—Nunca lo he dudado, precioso. Siempre que
quieras nos volveremos a encontrar en los recuer-
dos. Te amo, mi amor. Puede que decida que me
borren la memoria después de esta última tarde,
puede que haya acordado con el ángel en tener una
despedida a cambio de perder los recuerdos; pero
apareceré cuando empieces a navegar en la mente.
Estaré en todos los lugares adonde fuimos, dis-
frutaremos de todo lo que sentimos y nunca dejare-
mos de ser quienes alguna vez nos convertimos.
—Al final es como alguna vez dijiste: Te hice in-
mortal en mi libro.
Sonríe y dice: Por eso siempre voy a vivir en ti.
Inmediatamente nos abrazamos con una efusivi-
dad sin precedentes, ambos lloramos a pesar que no
lo notamos, queremos quedarnos juntos por siem-
pre; pero no lo decimos.
Sabemos que el tiempo se agota y la partida es
inevitable. Sin embargo, luego del abrazo exultan-
te, el hecho de secar las lágrimas sin que nos demos
cuenta, resolvemos continuar andando.

590
— ¿Vamos a nuestro lugar secreto? Pregunto con
una sonrisa, dejando de lado la nostalgia pasada.
— ¡Claro, precioso! Responde emocionada y apre-
suramos el paso hasta lograr ubicarnos en el lugar.
Recuerdo haber vuelto hace unos años, fue por
mera casualidad, tuve un problema de salud y mi
padre me llevó a la clínica donde trabaja. Queda al
frente del lugar, cruzando una avenida y detrás de
algunas casas.
Al salir debía de detener un taxi rumbo a casa;
pero decidí deambular por los alrededores, enton-
ces, volví al lugar y no lo encontré porque se hallaba
cubierto de arboleda y flores, parece que la natura-
leza lo había tapado por completo para que nadie, ni
siquiera yo, volviera a mirar el mar desde ese lugar.
Sin embargo, ahí estaba junto a Daniela, atrave-
sando el par de arbustos hasta lograr encontrar el
sitio secreto, seguía en el lugar de siempre esperan-
do por nosotros como hace una década.
—Me da gusto que todavía siga aquí, se lo digo
mientras nos acomodamos.
—Y a mí que volvamos. Sonríe y se sienta a mi
lado.
La abrazo sin dudarlo, se recuesta en mi regazo y
miramos juntos la magnitud del océano.
Su cabello huele delicioso como todas las veces
que llegué a olfatearlo. Su piel se mantiene dócil, la
siento al rozarla. El color pardo sigue en sus ojos,

591
brilla con intensidad cuando me mira. Sus labios
no dejan de ser adictivos. Su cuerpo en mi regazo,
mirando juntos el mar, entregándonos besos de rato
en rato y escuchando a nuestros corazones palpitar
expresándose mutuamente el gran amor que nunca
dejaron de sentir.
Parece como si fuera la primera vez que vinimos
a este lugar, por eso llega a ser mi ocasión favorita.
El viento nos sorprende y la abrazo con mayor
efusividad, el sol va cayendo y las nubes grises sur-
giendo. Parece que va a llover, pienso y le digo. Sa-
bes que me encanta cuando llueve, responde. Son-
río cuando una gota cae en mi rostro; y otra, en su
mano.
—Caminemos bajo la lluvia, dice eufórica.
—Buena idea, princesa, le respondo de la misma
manera.
Nos reincorporamos y empezamos a andar bajo
la lluvia.
El sol ya no se encuentra en su totalidad, se ve
lejano, casi oculto.
—Princesa, ¿te puedo hacer una pregunta?
—Dime, precioso.
— ¿Por qué?
Nos detenemos sintiendo la lluvia caer en el ca-
bello y responde con calma: A veces ni siquiera yo lo
sé. Y es mejor vivir sin esa pregunta.

592
La débil lluvia cae sobre nuestras cabezas ocasio-
nando nuestra sonrisa, andamos de la mano lenta-
mente para disfrutar del ambiente intercambiando
un palabreo bonito basado en lo que sentimos.
Ella ríe y se ve hermosa, la melena ondulada se
mueve de un lado hacia otro logrando cubrir par-
te de su rostro, entonces sonríe para fascinarme, la
ayudo a quitar el mechón de la cara y seguimos an-
dando.
Se siente viva y está contenta como lo estoy yo a
su lado al tiempo que deambulamos bajo una lluvia
que poco a poco aumenta; pero nos gusta.
La tarde se termina y mientras caminamos dejo
de sentir la delicadeza de su mano, su voz enmude-
ce, oigo la última exhalación de su respiración y un
corazón que se va apagando.
Veo de reojo la silueta de su sonrisa, noto que
desaparece volviéndose aire su presencia y brisa
ese último brillo de su risa.
El cielo se ilumina, resplandece de repente y es-
cucho su voz hablarle a mi corazón. Esbozo una son-
risa y le digo, adiós princesa.
Ya en casa, mirando el techo de mi habitación por
última vez, debido a una pronta mudanza a mi pro-
pio departamento, imagino que todavía hay estre-
llas multicolores colgando del mismo.
En ese momento, recuerdo las palabras de su ma-
dre cuando me llamó el día posterior a lo ocurrido.

593
Sacando coraje entre tanto dolor, aseveró con efu-
sividad: Bryan, ¡Mi hija no se ha ido! ¡Daniela toda-
vía sigue aquí!
Siempre tuvo razón, pienso; esbozo una sonrisa y
cierro los ojos.

594
A mi familia, por el apoyo constante e incondi-
cional. Ellos creen que realmente soy bueno en lo
que hago y con eso me basta.

A Daniela, que en realidad no se llama Daniela


y a toda su familia por haber creado un ser tan
divino. Ella vive en nuestros corazones, no dejemos
de recordarla.

A mi novia por todos los textos que me regala,


por el simple y maravilloso hecho de existir.

595


La última t
se imprimió en ago
en Impresos Gráficos G
Lima, Pe

596


tarde
osto de 2016,
Gutemberg E.I.R.L.
erú.

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