Está en la página 1de 13

JORNADAS DE LITERATURA COREANA

SHORT STORY

Aquella primavera, Jin-gyeong decidió ir a estudiar a Nueva York, aun a riesgo de


terminar conmigo. Me lo comunicó cuando ya había recibido la admisión y, como no
había forma de detenerla, me despedí de ella medio en broma y medio en serio con un
“¡Qué bien! ¡No faltaba más! La verdad es que estás falta de conocimientos y necesitas
estudiar de por vida”. Pero en el momento en que ella entró en la sala de inmigración, me
di cuenta claramente de que sin ella mi vida no tenía ningún sentido. Aun así, aguanté
unos cuantos meses. Más tarde, al recibir un correo tras esperar mucho tiempo, no pude
resistir más. Contaba, en detalle, sobre los innumerables hombres de diferente tipo con
los que se encontraba en la universidad y en la iglesia. Al cabo de una semana, cuando
Jin-gyeong volvió a su casa de huéspedes con dueños coreanos en Flushing y me encontró
en el comedor, sentado junto a la mesa y hablando con la dueña sobre el enjuiciamiento
de la presidente de Corea, gritó como si fuera a desmayarse. Fue un alarido de felicidad
que nunca antes había emitido. Al escuchar ese grito, tuve la seguridad de que ella llegaría
a ser mi esposa. A los tres meses de vivir en Nueva York, Jin-gyeong que era una mujer
de corazón gélido y llena de ambición se había transformado en una criatura amorosa que
añoraba el cálido contacto humano. Fue así como empezaron las más hermosas
vacaciones de verano de mi vida. Alquilamos un coche y salimos de Nueva York. Sin
parar hacia el sur, y más al sur.

El que fuéramos a visitar a mi tía Pam en Sebastian, una pequeña aldea portuaria de
Florida, fue tan solo porque nos encontrábamos en esos momentos en un estado un tanto
anormal, en una especie de trance, que podría describirse como un estado ilimitado de
positivismo que hacía que fuéramos capaces de admitir cualquier cosa que se nos
presentara. Si esa no hubiera sido la causa, nunca se me habría ocurrido conducir un coche
alquilado hasta Florida durante esas cortas vacaciones.

1
Al margen de dormir en una pensión durante la noche, conduje casi sin parar dos días
enteros. Tomamos la carretera 95 y descendimos por la costa este de los Estados Unidos.
Fueron cerca de veinte horas y los dos hablamos de innumerables cosas mientras yo
conducía. Si no hubiéramos tenido esas horas, tampoco estaríamos aquí ahora. Durante
todo ese tiempo que conduje, incluso me sentía agradecido a mi tía Pam por vivir en
Florida y no cerca de Nueva York, como en Nueva Jersey o en Maryland. Su marido Paul,
al saber que habíamos llegado en dos días desde Nueva York, me consideró un
desquiciado, pero mi tía Pam se reía de satisfacción. Recriminó a Paul diciéndole “estos
dos están tan enamorados que bien podrían llegar hasta la Patagonia charlando, así que
venir a Florida no es nada”. El día antes de mi partida, mi madre me dijo que, siendo tan
difícil viajar a los Estados Unidos, en esta ocasión fuera a Florida a cerciorarme de cómo
vivía Pamela. En aquel entonces, no me imaginaba para nada que pudiera encontrarme
con mi tía y me burlé sarcásticamente sobre si creía que los Estados Unidos eran del
tamaño de la provincia de Gyeongsang, por lo que mi madre terminó echándome severos
sermones. Pero, después de mi regreso de los Estados Unidos, mi madre pasó un tiempo
dándome la lata con que “es mucho esperar si te pido que me lleves hasta Florida, pero
me conformaría con que me llevaras hasta la provincia de Gyeongsang, así que llévame
de viaje”.

Cuando era cosa de vengarse o dar su merecido a alguien, mi tía Pam no se quedaba atrás
comparada con mi madre. Era la menor de siete hijos de mi familia materna. Mi madre
decía que era una niña extraña, ya que aun teniendo de nombre propio Cha Joeng-sin
desde el bachillerato empezó a llamarse Pamela por si sola. Mi madre, que era su segunda
hermana mayor y considerada adversaria por naturaleza de mi tía, dijo una vez
chasqueando la lengua: “Así como el señor Kim Yong-sam que desde la secundaria se
puso el rótulo de “futuro presidente de la República” en su pupitre, en el caso de tu tía su
objetivo desde la secundaria era llegar a ser “esposa de un estadounidense”. Cuando le
recordé que “de cualquier manera, mi tía había alcanzado su sueño”, mi madre respondió
“no solo ella, sino también el Sr. Kim Yong-sam y por supuesto yo también”. Y cuando
le pregunté cuál había sido su sueño, creo que dijo que era llegar a ser una buena esposa
y una madre ejemplar. Pero, ¿podría admitirse que había hecho realidad su sueño? Al

2
ponerme a expresar mis dudas abiertamente, mi madre me golpeó la espalda. Si se trataba
de esposas y madres ejemplares, mi madre era de las de palmadas fuertes.
Durante los dos días que permanecimos con mi tía Pam, bebimos infinidad de vinos. Paul
tenía una bodega de vino en el sótano con una instalación de refrigeración y ventilación
y todos los años compraba vino por cajas. Cuando Paul decía que, habiendo almacenado
ese vino para sí mismo, se lo bebería todo antes de morir, mi tía se lo reprochaba
respondiéndole que si eso significaba que bebería hasta el día de su muerte. Era evidente
que los dos decían lo mismo, pero siempre estaban en disputa. Mi tía dijo que nosotros,
los jóvenes, bebiéramos todo lo que pudiéramos y que de esa manera les ayudábamos a
acabarlos. Así, reunía todas las noches diferentes tipos de vino y descorchaba una botella
tras otra invitándonos a degustarlos. Paul, quejándose de que ya no le quedaba más vino,
seguía las órdenes de mi tía y traía más botellas de la bodega y después nos dejaba
degustarlos. Al principio, pensamos que era prudencia suya dejarnos hablar de recuerdos
pasados, disfrutando del tiempo. Sin embargo, cada vez que descorchaba una botella, mi
tía descargaba sobre nosotros, a quienes veía por primera vez, cosas que nunca había
confiado a nadie. Supimos que ella, antes de irse a los Estados Unidos había actuado en
una película y que a Paul le habían descubierto cáncer de páncreas y que se había operado
en primavera. Nos sorprendimos de que tuviera cáncer de páncreas, pero eso de que ella
había sido actriz de joven fue algo realmente inesperado. Cuando le pregunté en qué
película, respondió que se trataba de la última obra de un director del que yo también
tenía conocimiento, que murió joven, a principios de sus cuarentas.

-Pero, ¿por qué mi madre no nos lo había contado?

-Todavía, cuando voy por la calle, las mujeres, jóvenes y también de edad, me miran de
reojo. Cuando estoy entre mujeres, es increíble su actitud de envidia y opresión. De
pequeña, tu madre también se desvivía por matarme. Mira, es una verdadera suerte que
no te parezcas a tu madre.

-¡Estupefacción total! Que mi tía era actriz… Pero, dejando eso de lado, ¿por qué es una
suerte que no me parezca a mi madre? Los puños de mi madre se decepcionarán…
-¿No me digas que todavía alardea de sus puños?

El hecho de que mi familia materna tuviera mucha labia era algo indiscutible, pero no me
imaginaba que sus palabras reventaran una tras otra. Realmente, era digno de admiración
que una persona así, que se abstenía de charlar en coreano, no hubiera renunciado al sueño
de su época de secundaria y hubiera llegado a ser esposa de un estadounidense. Después,
Jin-gyeong insistió en que me había enviado un correo electrónico porque añoraba mucho
charlar, contando chismes de cosas que le ocurrían a diario con amigos allegados y que,
por nada del mundo, había mencionado a innumerables chicos para provocarme celos.
Sin embargo, sea como fuere, cuando una semana más tarde me encontró sentado junto a
la mesa de su residencia se conmovió fuertemente, y para decidirse a casarse conmigo
fue decisivo para ella vernos, a mi tía Pam y a mí, compitiendo en criticar a mi madre.
Fue así, por juzgar equivocadamente que de haber conflictos entre suegra y nuera su
marido no se pondría del lado de su suegra. Eso fue antes de experimentar los puños de
mi madre. Ya dejando de bromear y hablando en serio, es verdad que la infinidad de cosas
que nos contó mi tía Pam ese día y el siguiente por la noche, contribuyó en gran medida
a nuestro matrimonio.

3
-Verdaderamente, tengo mucha curiosidad por saber de quién será la cara que veré en el
momento de mi muerte. ¿Qué aspecto tendrá? ¿No crees que incluso los fetos dentro de
la matriz piensen en lo mismo? Que piensen, al salir al exterior, cómo será la cara de la
persona que verán por primera vez. Se les ocurrirán cosas de ese tipo, mientras flotan en
el líquido amniótico.

-Serán solamente los bebés los que piensen como usted.

-¡Cállate ya! De todos modos, en ese caso, yo podría hablarles a través del vientre. ¿Por
qué no? ¿No dicen que los fetos están siempre escuchando? Les gusta que les digan que
son queridos y se disgustan cuando se les dice que son detestables. Yo les diría esto. Lo
más importante es que salgas de aquí sano y salvo y que, cuando salgas, podrás ver una
cara, quieras o no. Esa persona es nada menos que tu madre. Esa madre, a la hora de su
muerte, la última cara que verá será la tuya. El mundo es así de justo. Si no es que haya
tenido demasiados dolores y derramado demasiadas lágrimas en su vida. Es decir, si a la
hora de la muerte, la última cara que está a tu lado no es la cara de la persona que has
amado toda tu vida, sin importar la vida que esa persona haya llevado, no podemos más
que decir que es algo desafortunado. Por tanto, cásate sea como sea y, luego, ten un hijo.
Es todo lo que intento decir.

-Pues, entonces, ¿qué hay de todo lo que ha dicho hasta ahora?

-¿Quieres que te mate?

Dos años después, volvimos a Nueva York aprovechando las vacaciones anuales, pero
tanto a mi esposa como a mí se nos había reducido notablemente la secreción de hormonas
y no nos quedaban energías para alquilar un coche y lanzarnos a toda velocidad hacia
Florida. Al fin y al cabo, los Estados Unidos no eran la provincia de Gyeongsang. A
cambio, hice yo solo un viaje de ida y vuelta en avión a Sebastian, interrumpiendo mi
cargado itinerario. Y si confieso que fue para tomar vino, al igual que mi madre cuando
lo supo, todos me considerarán un alcohólico sin remedio. Pero, ¿qué podía hacer si esa
era la verdad? Al año de nuestra visita, supimos que a Paul le había reaparecido el cáncer.
La tía Pam llamó a mi madre y estalló en llanto diciendo que el blanco de los ojos de Paul
se había vuelto amarillento. Cuando llegué a esa casa blanca de Sebastian, mi tía Pam de
buenas a primeras cogió mi mano, me bajó al sótano y mostrándome las cajas de vino que
quedaban exclamó que “la vida es así de corta”. Nace una persona y no termina de tomarse
esta cantidad de vino antes de morirse. Así que yo estaba dispuesto a tomarme todo el
vino que quedaba, pero a juzgar por la cantidad que había, si de verdad lo hubiera hecho,
mi vida se habría acortado muchísimo. Esa noche, sentados en una silla en el pórtico de
la entrada con unas columnas, que fue el factor decisivo que hizo que compraran esa casa,
tomamos vino mirando el cielo de la noche. Y mi tía, ya ebria, se levantó súbitamente del
asiento y empezó a recitar alzando la voz como una actriz “¡Oh, oscuridad, oscuridad,
oscuridad! Todos se introducen en la oscuridad. Espacio vacío entre estrellas, hacia el
vacío del vacío”. Era el poema del prólogo de una larga y sorprendente historia. Era una
parte de los cuatro cuartetos de T. S. Elliot.

“Dije a mi alma que estuviera apacible, que esperara sin esperanzas.


Pues la esperanza sería una esperanza de cosas equivocadas; una espera sin amor.
Pues el amor sería un amor de cosas equivocadas; aun así, hay fe.
Espera sin pensar, tú no estás todavía preparado para pensar.

4
Así, la oscuridad se volverá luz y la paz, danza”.

Mi tía me dijo que le había leído este poema a Paul, quien se mantenía vivo día a día bajo
el efecto de los narcóticos. Mientras me lo decía, añadió que ella no era de ninguna
manera una persona que hubiera alcanzado su sueño, ya que su sueño no era llegar a ser
“esposa de un yanqui”. Su sueño era muy simple. Era llegar a morir mirando la cara de
una persona amada. Sin embargo, todas sus personas queridas habían muerto antes que
ella. Miraba la cara de mi tía llena, muy llena de dolor, llena y embadurnada de lágrimas.
El poema que mi tía le leyó a Paul, cuando estaba convaleciente, era el poema que el
director de la película en la que ella había actuado le pidió que le recitara. Fue él quien
murió primero y, después, un bebé todavía en sus entrañas dejó de respirar sin saber que
en este mundo había luz y no solo oscuridad. Y, por último, a Paul le sobrevino la muerte.
A mi tía ya no le quedaba ninguna cara que pudiera mirarla cuando estuviera muriéndose.
Como un bebé que llega a enterarse nada más nacer que en su vida no existe la cara de
una madre, al fallecer Paul ella se sintió desolada y abandonada, lo cual le produjo la
sensación de haberse quedado huérfana.

-¿Conocerás sobradamente las enseñanzas budistas de que el sufrimiento y la ilusión dan


lugar a la posibilidad de la reencarnación?

Me lo preguntó después de hablar largo y tendido de los últimos momentos de Paul.


Asentí con la cabeza. Me sabía hasta los “multiplicados caminos”.

-Paul tenía fe en eso. Si lo dijo Buda, ¿será cierto?

-¿Por qué lo dice? ¿Es que mi tío era budista?

-Antes de morir, se había vuelto algo budista.

-¿Algo budista?

-Antes de morir, me decía con frecuencia que fuéramos a Seogwipo, aunque era incluso
incapaz de ir solo a la sala contigua del hospital. Le pregunté que para qué y me respondió
que tenía que cerciorarse de la dimensión de la ciudad, cómo eran las personas que vivían
allí, cómo era exactamente la estructura del terreno y cuáles eran las impresiones
generales de la ciudad para así renacer en ese lugar. Eso mismo, renacer y vivir una vez
más. Y por eso, intenté averiguar a qué se debían todas esas cosas, y es que estaba a su
lado el libro que yo solía leer. Un libro de budismo escrito por un monje camboyano. En
realidad, había malinterpretado una frase de ese libro que decía que “el sufrimiento y la
ilusión traen consigo la reencarnación”. Pensó que, por padecer de mucho sufrimiento y
de ilusión, podría ciertamente reencarnarse y desde ese día decidió creer en el budismo.
Pues, eso es lo que se le ocurrió a este hombre. Estaba por decirle que la vida con este
cuerpo transcurría una sola vez, que no podíamos repetir otra vida con el mismo cuerpo,
que viviríamos una sola vez en esta vida y que, después, estaríamos muertos para siempre.
Tenía ya esas palabras en la punta de la lengua, pero no fui capaz de escupirlas. Tú
también, al mirarte los ojos, veo que no eres de esos que, por mucha razón que tengas,
digas algo que moleste escuchar a la gente. Fue por eso que le dije que las palabras del
Buda eran ciertas, que como había tenido muchos sufrimientos e ilusiones renacería en
otra vida. Que lo hiciera, que yo estaría esperándole. ¿No te parece gracioso? Terminó su

5
vida diciendo que renacería a toda costa. Renacería y con un cuerpo sano y joven para
tener sexo conmigo. ¡Por Dios! Pero cuando él renaciera con un cuerpo sano y joven, yo
estaría hecha ya un saco viejo y arrugado.

-Pero, ¿por qué tiene que renacer precisamente en Seogwipo?

-Hace dos años, cuando viniste tú y tu futura mujer conduciendo diez horas desde Nueva
York, tuve recuerdos del pasado y le conté a Paul el incidente que había tenido. Pues,
mira, después de filmar la película, un día de esos cuando la película ya estaba en las
carteleras, el director, a quien me encontré en una cafetería de Chungmuro, de pronto me
tomó de las manos diciéndome que había un lugar al que debíamos ir. Y por eso fui tras
él y llegamos a Seogwipo. Pues, sí. Fue una fuga amorosa. Hoy en día, nos habríamos
escapado a lugares como Patagonia o Macedonia. En aquel entonces, era una época en la
que no podíamos ir al extranjero y, por eso, nos fuimos al lugar más lejano al que
podíamos ir. Pasamos poco más de tres meses mirando el mar desde una casa en
Jeongbang-dong, 136-2, en Seogwipo. Era una casa con un tejado de hojalata galvanizada
y no te imaginas lo agradable que era el sonido de la lluvia. En abril, cuando empezamos
a vivir juntos, el sonido era como un mi, fue ascendiendo gradualmente y en julio ya era
un sol. Si no hubiera aparecido su mujer, trayendo consigo a su hijo, ¿no habría llegado
hasta el si? Durante esos tres meses, todas las noches estuve acostada entre los brazos del
director escuchando caer la lluvia. No me arrepentía de nada, no tenía ni rencor ni
resentimiento y estaba dispuesta a que me matara su mujer, pero se lo llevó cogido de la
muñeca muy pero que muy noblemente. Su esposa, su hijo, el director y yo, los cuatro
nos despedimos después de comer en el restaurante chino “Duksungwon”, al que
solíamos ir los dos. Fue una despedida tan pacífica que me parecía ser la dueña de una
pensión diciéndole adiós a una familia que regresaba a casa tras sus vacaciones. Puede
que fuera porque crecí con los azotes de mis hermanas mayores que me sentía más
deplorable, ya que me parecía que no me trataban ni como a un ser humano. Después de
agitar las manos mirando cómo él se alejaba con su familia, cuando regresé sola a esa
casa de Seogwipo, no sabes lo mucho que lloré sintiéndome sola y abandonada en este
mundo. Fue mucho después de saber que ya estaba, en aquel entonces, muy enfermo. La
verdad era que me parecía extraño que, con esos ojos que parecían de ciervo y que le
hacían parecer miedoso y estar pendiente de los demás, hubiera tenido la valentía de
fugarse hasta Seogwipo. Fue a sabiendas de que le quedaba poca vida. Si fue por eso, no
debió de darme tanto afecto.

Después, resumiendo conjuntamente la historia que había escuchado de mi madre, que


llamaba a la tía Pam “chica desquiciada” y la que me contó mi tía, que llamaba a mi madre
“una hermana parecida a la cruel madre de Cenicienta”, entendí que fue por orden de mi
abuelo que ella había ido hasta la puerta de una clínica muy decididamente. Pero, cogida
a un poste telefónico, se resistió diciendo que por nada entraría, haciendo que mi madre
se hallara sin saber qué hacer. Mi madre me dijo que fue la primera y la última vez que
no le dio puñetazos a mi tía porque no la obedecía. Se puso de rodillas en el suelo y
suplicó repetidamente a mi tía. Entonces, mi tía se puso igualmente de rodillas para
suplicarle. Me estremezco cada vez que pienso en esa escena de ambas hermanas de
rodillas, bajo un poste telefónico y frente a una clínica ginecológica, implorándose
mutuamente. El asunto fue que después de insistir e insistir, la que se dio por vencida fue
mi tía y mi madre fue quien la levantó e hizo que entrara en la clínica. Mi tía nunca
perdonó a mi abuelo, ni a mi madre ni al resto de la familia que habían sido sus cómplices.
Mi tía consiguió un empleo en un banco y ahorró dinero con obstinación durante varios

6
años, rechazando a innumerables pretendientes como si fuera Penélope en la Odisea, y al
final recibió una oferta para trabajar en los Estados Unidos a través de un intermediario.
Fue entonces cuando Cha Jeong-sin se transformó en Pamela Cha. Al volverse Pamela
Cha, rompió del todo con su pasado. Y por mucho tiempo ni regresó a Corea ni tampoco
se comunicó con la familia por su propia iniciativa. Incluso cuando murió mi abuelo, se
limitó a decir que rezaría por el difunto desde Florida.

-Que la chica desquiciada rezará por el difunto desde Florida... ¡Ja, ja, ja!
Si fueron esos los comentarios de mi madre...

-Por culpa de quién crees que llegué a casarme con un americano, ¿cómo se te ocurre
decir que ese era mi sueño?

Fue lo que le escuché decir a mi tía.

El verano pasado, después de regresar a Corea y pasar cerca de un mes en la isla de Jeju,
mi tía me dijo que había encontrado una casa que le gustaba en Yerae-dong, cerca del
complejo turístico de Jungmun de Seogwipo. En otoño, ordenó su vida en Florida y
regresó permanentemente a Corea. “Por caprichos suyos, me he amargado la vida”,
incluyendo a mi madre que refunfuñaba así, el resto de mi familia materna se turnaba para
ir a Seogwipo a ayudar a mi tía a establecerse. De vez en cuando, al llamar a mi tía,
escuchaba que todos ellos cantaban sonoramente borrachos a su alrededor. Tenía, en esos
casos, que gritar desesperadamente. “¡Póngame, por favor, con mi madre! ¡Por favor,
regrese a casa! Mi tía dijo que le parecía estar viviendo una segunda vida. Parecía ser
cierto con solo escuchar su voz. El regreso de mi tía pudo considerarse un éxito, puesto
que al transmitirse la noticia por los encuentros que tuvo con antiguos allegados, apareció
en una revista cinematográfica la información de su regreso a Corea. Pasó así el año y se
terminó el invierno. Tenía curiosidad por saber cosas sobre el invierno en Seogwipo, si
era más frío que el de Sebastian, pero no pude prestarle más atención. Mi esposa tuvo un
segundo hijo y yo ascendí a la posición de jefe de sección. Después de cumplir los treinta
y cinco años, mi vida, que daba vueltas pacíficamente como un carrusel, empezó a
acelerarse como una montaña rusa. Y un día llamó mi tía y me preguntó que a qué se
debía que no la visitara en Seogwipo. Después de visitarla con mi mujer el otoño pasado,
tan solo me había comunicado unas tres o cuatro veces con ella durante todo el invierno.
Esta vez, la voz de mi tía me pareció tan lúbrica que, en lugar de contestarle que iría en
cuanto pudiera o que estaba demasiado ocupado, le pregunté antes si es que le pasaba
algo.
-No hay nada especial. Me lo estoy pasando bien aquí, en compañía de Paul todas las
noches–respondió mi tía.

-Si se pone en ese plan, quiere decir que se encuentra en un gran aprieto. Pero, ¿a qué se
refiere? ¿Qué es eso de que se lo está pasando bien con el tío, que ya está en el otro mundo?
-Pues, sí. Hay algo que únicamente yo puedo percibir. Te lo mostraré cuando vengas. Por
cierto, ¿podrías venir el próximo sábado? Viene alguien a visitarme y me cuesta un poco
recibirlo yo sola.

-Pero tía, ¿de qué está hablando? Pero, ¿quién es el que va a visitarla? Ha sido un descuido
de mi parte. Iré pronto a verla.

7
-Tú lo conoces muy bien… Pues, el director de cine Jeong, el de los viejos tiempos…
-¡Tía! ¿Pero no pretenderá decirme que Seogwipo es el mismísimo cielo?
-Eso digo yo… Pero, ¿por qué no te vienes a este precioso lugar? Ven sin falta el próximo
sábado. No soy capaz de encontrarme a solas con el director Jeong.
De esa manera, el sábado de la siguiente semana fui a Yerae-dong en compañía de mi
mujer y de mi hijo. El chalé era una casa de campo de dos plantas para foráneos, con
vistas al mar, localizado en un extremo del pueblo y que no dejaba nada que desear, pero
el estilo arquitectónico que se percibía en las nociones de las constructores locales
realmente perturbaba mis ojos. Frente a la puerta de entrada habían colocado cuatro
columnas de piedra, como en los templos griegos, y visto desde lejos parecía un edificio
de la municipalidad pintado de blanco.

-¿Son estas columnas griegas de estilo jónico?

Le pregunté señalando las columnas de cemento con un mal acabado. Entre las columnas
de piedra de cemento había sillas y una mesa de hierro cubierta con un mantel blanco.
-¿No estarás refiriéndote con jónico al dramaturgo francés? Si te refieres a las columnas
de piedra, son jonias.

Jin-gyeong me amonestó. Ya había aprendido a familiarizarse con las formas de


interlocución de nuestra familia.

-Ya estarás enterado, pues visitaste ya su casa, que a Paul le gustaba mucho este tipo de
pórticos. El sueño de su vida era sentarse debajo del pórtico a beber vino, leer revistas y
dormitar. Nunca se había imaginado que caería enfermo nada más adquirir una casa en
Florida con un pórtico tan bonito. Es verdad que nadie podía imaginárselo. No podemos
ver justo lo que está delante de nuestras narices. ¿Te acuerdas de los vinos? Los revendí
a una tienda de vinos a la que solía recurrir y se llevaron un camión entero. Los vendí
todos, dejando tan solo una caja.

Era un Estate Dominus 1984 con un dibujo del artista Larry Rivers en la etiqueta. De
hecho, 1984 fue el año en que mi tía Pam y Paul se casaron. Para conmemorarlo, Paul
había comprado una caja de vino de ese mismo año. Durante el invierno, cada vez que se
sentía desolada, mi tía tomaba ese vino sentada bajo el pórtico desde donde se veía una
palmera Washingtonia. Como le costaba tomarse la botella entera, preparaba dos copas,
una para Paul y otra para ella, siempre de esa manera. Era a eso a lo que se refería cuando
me dijo que se lo había pasado bien con Paul todo el invierno. Era como un ritual para
dejar que Paul se fuera para siempre. Quedaban ya solamente dos botellas. Cuando
nosotros llegamos, mi tía descorchó una de ellas. Mientras ella leía una información sobre
la vendimia que Paul había anotado en un papel, mi esposa y yo probamos ese vino.
-La precipitación invernal fue ligeramente baja, llegando a 35,68 pulgadas, pero fue de
25 pulgadas en noviembre y diciembre. La temperatura fue moderada en mayo, junio y
agosto, pero en julio y septiembre hizo tanto calor que hubo veinte días en los que la
temperatura sobrepasó los cien grados Fahrenheit. En julio fueron seis días y en
septiembre, ocho. Sumaban, en total, catorce días. Entonces, ¿qué había pasado con los
restantes seis días? Pues, no lo sé. El cultivo empezó el 2 de septiembre de 1984 y se
terminó el 12 de septiembre del mismo año.

Escuchando a mi tía mientras leía la información meteorológica del valle de Napa en


1984, traduciéndola balbuceante en coreano, parecía que los rayos de sol del caluroso

8
verano de ese año se me deslizaban intactos por la garganta. Mi tía dijo que ese año ella
brillaba con tanta hermosura que la gente no podía dirigirle la mirada. Era algo que podía
juzgar comprobando su veracidad con mi madre, pero puede que fuera porque había
probado un vino de esa vendimia que era tan escaso y costoso bajo las exóticas columnas
de piedra de estilo jónico o jonio que, por primera vez en mi vida, me pareció que los
“alardes” de mi tía eran realmente ciertos. Sobre el aspecto de mi tía de joven, podía
hacerme una idea limitándome a lo que había visto en una fotografía que se había tomado
en el aeropuerto de Gimpo antes de tomar un vuelo con destino a los Estados Unidos,
sentada entre mi madre y mi abuela con el cuerpo inclinado hacia abajo queriendo decir
algo. Llevaba una horquilla para el cabello de color rosa como el personaje de Daisy, la
amiga del pato Donald, y sacaba protuberantemente los labios, pero incluso así era posible
imaginar lo hermosa que era.

Después de terminar la botella entre los tres, mi tía y yo observamos juntos a mi hijo que
jugaba con su madre en el patio esparciendo agua con una manguera. El niño tenía ya
cuatro años. Por encima de los chorros de agua que mi hijo esparcía, apareció un arcoíris
que desapareció al instante. Cuando estaba por descorchar la última botella, la tía cogió
mis manos.

-¿Es que quiere guardarla?

-No. La tengo para obsequiársela a otra persona.

-¿Es que le da pesar terminarla?

Y en ese momento, mi tía estalló en carcajadas diciéndome que yo hablaba con gracia.
Era una broma singular que de ninguna manera habría hecho si no fuera frente a mi tía,
pero ella se reía con gusto. Es por eso que la quiero mucho.
-Ya no lloraré. Se lo prometo a mi sobrino.

9
-¿No quiere tener un perro? El jardín es grande y la casa, amplia.
-Pues, podría criarlo si hubiera uno que dijera cosas graciosas como tú, que tomara un
vuelo hacia Nueva York sin pensarlo dos veces, pero…
-El perro que criaría porque la casa es grande no tiene por qué parecerse a mí, ¿no? –
refunfuñé.
-De hacerlo, debería tener toda clase de méritos.

-El perro que criaría en casa, bastaría con que fuera un perro. Y con respecto al tío, le
ruego que le deje ya irse del todo. ¿No habrá venido a Seogwipo porque mi tío le había
dicho que renacería aquí?

-¿Qué opinas tú? ¿Crees que sería por eso?

-Según mi madre, usted es capaz de hacer eso y mucho más.

-Lo entenderás mejor porque ya estás casado. Nosotros ya habíamos vivido juntos lo
suficiente, ¿no te parece? Por lo que, si pudiera vivir otra vida, por supuesto que viviría
con otra persona.

-Entonces, ¿eso significa que usted no puede ser una Chun-hyang?


-Tengo más edad que la madre de Chun-hyang. No tengo tiempo para vivir como una
devota viuda. No tengo tiempo para fastidiarme con cosas como la castidad o la fidelidad.

Si pudiera vivir su vida una vez más, con seguridad mi tía iría a Jeongban-dong 136-2, a
aquella casa de tejado de hojalata galvanizada. Esa casa donde vivió durante tres meses
una pareja de amantes que no tenía futuro. Como ya aclaré antes cuando le pregunté sobre
qué era lo que le había agradado cuando vivía en esa casa, me respondió que era escuchar
la lluvia que caía. Ese sonido de la lluvia que, cuando entraron en la casa alquilada en
abril, era un mi y en julio había subido hasta ser un sol. Esa noche, de camino para ir a
Seogwipo a fin de encontrarnos con el “director Jeong”, pasamos por esa dichosa casa.
Mi tía dijo que habían reformado el techo y agrandado la casa, pero que su forma original
no había cambiado. Todo lo demás le parecía bien, pero que lo único que lamentaba era
que hubieran cambiado aquel delgado techo de hojalata por una lámina de metal colorido.
Aun así, para mi tía, que había regresado del otro lado del mundo y ya habiendo
transcurrido la mitad de su vida, el hecho de que esa casa estuviera en el mismo lugar era
todo un milagro. Cuando le pregunté si era verdad que el sonido de la lluvia en abril era
realmente un mi que había subido a sol en julio, mi tía levantó un poco la cara, alzó la
mirada al cielo y pareció pensar momentáneamente. Pero asintió con la cabeza afirmando
que, efectivamente, así era. Me respondió que, de verdad, el sonido de la lluvia había
cambiado. Después de eso, nunca más volvió a escuchar ese mismo sonido de lluvia.
Todas las noches, acostada y reposando su cabeza sobre los brazos del director Jeong,
con la preocupación de que al amanecer esa persona podría desaparecer como la espuma,
se despertaba en medio de la noche repetidamente y confirmaba su cara, pero incluso así
no conseguía dormirse de nuevo. Por miedo a despertarlo con sus movimientos,
escuchaba el sonido de la lluvia sin poder moverse. Esa lluvia que todavía mantenía viva
como si fuera ayer que hubiera caído y que ahora no podría escuchar más hasta la
eternidad.

10
Desde allí, fuimos caminando hasta el restaurante chino “Doekseungwon”. Mi tía me dijo
que el director Jeong estaba allí esperándonos. Había sido algo que ocurrió hacía dos
semanas. Una noche, mi tía recibió una llamada telefónica que contestó sin pensar y una
voz de hombre maduro le preguntó “¿Está ahí Cha Jeong-sin?” Mientras escuchaba esa
voz, le pareció que se le paraba el corazón. Era la voz del difunto director Jeong. Estaba
segura. ¿Cómo podría mi tía olvidarse de esa voz? Se sorprendió tanto que colgó
instantáneamente el teléfono e incluso desenchufó el cable. Al día siguiente, al conectarlo
vio en la lista de llamadas recibidas un número que comenzaba por 010. Era casi nula la
posibilidad de que fuera el número del teléfono móvil de alguien que estuviera en el cielo.
Pero no pudo atreverse a llamar y tan solo pudo esperar el día entero a que la volviera a
llamar. La llamada llegó casi al anochecer. Contestó y de nuevo “¿Acaso vive ahí Cha
Jeong-sin?”. Una voz que venía del pasado. La voz que mi tía había amado. “Soy Cha
Jeong-sin”. Se le hacía un nudo en la garganta. “Soy Jeong Ji-un, hijo del director Jeong
Gil-sung. La vi una vez en Seogwipo, pero creo que no se acordará de mí. He sabido por
una revista que usted había vuelto a Corea”. Fue entonces que mi tía se dio cuenta de que
no estaba del todo desquiciada. Se acordó de la última comida que compartieron en un
restaurante chino. La pareja, su hijo y ella misma. Los cuatro, sentados así en una mesa
rectangular, comieron fideos picantes. Mi tía se sentía en deuda con aquella mujer y al
pensar en la separación se le saltaban las lágrimas de los ojos, por lo que con la cabeza
baja se comió los fideos sin saber por dónde le entraban. Mi tía todavía recuerda que los
dos cónyuges hablaron de la salud de un familiar mayor que estaba convaleciente, como
si disfrutaran de una velada fuera de casa.

Si se trataba del director Jeong Ji-un, yo también lo conocía un poco. Había hecho hasta
entonces cuatro películas, todas con buenas críticas y tuvieron más o menos éxito de
taquilla. Lo vi una vez cuando le hacían una entrevista en un programa de televisión que
presentaba nuevas películas. De ojos grandes y facciones refinadas, su rostro hacía que
de buenas a primeras pareciera un artista. Su voz era ronca y suave. Se podía adivinar el
estilo de hombre que mi tía había amado. Dijo que apreciaba grandemente la última obra
de su padre y que le gustaba la actuación de mi tía en ella. Era por eso que deseaba
conocerla y que tenía algo que darle. Al preguntarle mi tía lo que era, respondió que

11
mientras ojeaba los materiales de su padre, había encontrado imágenes y fotografías
relacionadas con ella. En un intento de registrar objetivamente la vida de su padre, decidió
poner en orden esos negativos y deseaba cedérselos. Y el lugar sobre el que se pusieron
de acuerdo para encontrarse había sido allí mismo, en “Deokseongwon”, el restaurante
donde ella había compartido una última comida con el director Jeong. Se podía llegar al
restaurante chino en unos diez minutos a pie desde la casa de tejado de hojalata, donde
vivieron mi tía y el director Jeong. Estaba a punto de entrar cuando mi tía me cogió de
los brazos. Le latía el corazón y quería que esperáramos un poco para entrar. Un momento
después, mi tía me dijo que ya estaba preparada y entramos. Miramos el interior y, en un
rincón, un hombre de unos cuarenta años se levantó y saludó a mi tía. Ella se le acercó y
correspondió a su saludo con expresión tranquila, pero se le notaba que le temblaba la
voz. Yo también lo saludé y me senté con ellos. Después de intercambiar unas cuantas
palabras de cumplido, él sacó de su bolso un sobre. Dentro de él había fotos y un vídeo.
-Están todas revueltas. Las que se tomaron durante la filmación y otras que no. Este es el
escenario. Esta no sé dónde es.

-Es Seogwipo.

Mi tía lo pronunció nada más verla. En la foto que él señalaba, mi tía con poco más de
veinte años y cabello corto, con sus manos empeñadas en extenderse hacia los lados, tenía
la postura de lanzarse hacia la cámara. En la siguiente foto, estaba sentada con las piernas
cruzadas en un banquillo con la mandíbula apoyada en las manos, girando la cabeza para
mirar a la cámara. En esa foto, mi tía era sorprendentemente joven y tenía una cara que
desconocía lo que era el temor. La cara de cuando vivía como Cha Jeong-sin, antes de
transformarse en Pamela Cha. Una escultura de su juventud, cuando no sabía que estaba
viviendo los días más felices de toda su vida, con la cabeza apoyada en los brazos de su
amado, mientras pasaba la noche escuchando el sonido de la lluvia. Mi tía se puso a mirar
detalladamente cada una de esas fotos. Al rato, se quitó las gafas y dijo:
-Nunca había soñado con verme a mí misma de nuevo en la época de Seogwipo y que era
alguien así. Realmente, era muy bonita. Ahora me creerá mi sobrino, ¿no? Lo hermosa
que era.

-De joven era preciosa. Hay todavía quienes hablan de usted –dijo el director Jeong
dirigiéndose hacia mí, extrañándose de que no lo supiera siendo yo su sobrino.
-Pues, mi tía tiene una belleza de estilo occidental, pero yo me gradué del Departamento
de Lengua y Literatura Coreanas.

Dirigiéndome de nuevo la mirada, dijo que pidiéramos la comida, cogió un menú y le


explicó a mi tía los diferentes platos. Al mostrarse atento, mi tía acercó su silla hacia él y
decidieron juntos los menús.

-El del Departamento de Lengua Coreana comerá arroz con kimchi, ¿no? –dijo mi tía
dirigiéndose a mí.

-En el Departamento de Coreano también estudiamos muchos caracteres chinos.


Mientras saboreábamos los platos de comida, él habló de todo lo que había sucedido
desde el momento en que salió del restaurante chino, hacía ya veintisiete años, hasta la
muerte del director Jeong en un hospital. A continuación, yendo hacia atrás en el tiempo,
mi tía habló de la época en que vivió en Seogwipo y cómo se encontró por primera vez
con el director Jeong. El propósito del director era recolectar datos sobre su padre, por lo

12
que grabó todo lo que mi tía decía y, cuando era necesario, lo confirmaba preguntándoselo
otra vez. Al acabar la conversación, yo estaba tan lleno que parecía que iba a explotar.
Pero ellos dos dijeron que tenían que comer fideos picantes. Él pidió al camarero que les
sirviera una ración dividida en dos platos.

-Ese día, mientras comía fideos picantes, yo seguía manteniendo la mirada en usted, pero
no levantó la cabeza siquiera una vez. No hice más que verle la coronilla de la cabeza y
tuve una sensación difícil de explicar, de cierta tristeza. No se imagina lo frustrado que
estaba. Quería mucho a mi madre. Se me ocurrió por primera vez que quería hacer algo,
una película o una novela de ese momento, lo que fuera, mirando la coronilla de su cabeza.
No sé si los fideos picantes tendrán el mismo sabor de aquel entonces.
En nuestro camino de vuelta hacia Yerae-dong, después de despedirnos, tras haber
compartido felizmente la última botella de Dominus con el director Joeng Ji-un, sentada
en el asiento trasero empezó a hacer comentarios sobre lo similares que eran el padre y el
hijo en su apariencia física, en la forma de hablar y actuar; que después de haberlo visto
había podido confirmar que era una persona que merecía ser amada y que al día siguiente
vería las películas del director Jeong Ji-un. Cayó dormida murmurando, incluso sin que
yo le hiciera ninguna réplica. Mientras mi tía susurraba, miré el asfalto que reflejaba las
luces del coche, las calles que de vez en cuando se iluminaban por los faros y la oscuridad
nocturna al margen de esas luces. Y también el mar, un bosque y una montaña en algún
lugar en la oscuridad. Y también pensé en una laguna, la niebla y la nieve. Igualmente,
pensé en un tifón, un chubasco y la lluvia, que tras el mi de abril venía el sol de julio, y
en los fideos picantes. Los fideos picantes y la voz de mi tía que dijo “en total, son catorce
días; entonces, ¿a dónde se han ido los seis restantes?” Imitando la voz de mi tía, también
me puse a murmurar:

-Pues, “en total, son catorce días; entonces, ¿dónde se han metido los seis restantes? Eso
no lo sé”.

En ese momento, mi tía pensó que le hablaba a ella y dijo como respondiéndome:
-Entonces, ¿cómo de brillante será el futuro de la cinematografía coreana?
No sé cómo será el futuro de la cinematografía coreana, pero lo cierto era que el camino
por el que nosotros íbamos era brillante. La carretera nocturna continuaba a orillas del
mar, ascendiendo suavemente por una colina y dirigiéndose hacia las brillantes luces de
Jungmun.

13

También podría gustarte