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Para Aristóteles, el hombre es social por naturaleza. Esto es así porque el ser humano
sólo se realiza desarrollando la virtud que le es propia y característica: el cultivo de la
razón.
La sociedad, para este autor, tiene como fin primordial proporcionar los mecanismos y
oportunidades apropiados para que el hombre pueda cultivar su virtud fundamental (la
razón).
De esta manera, la polis necesita regirse por leyes que sean adecuadas a este fin y se
adapten a los diferentes miembros que la componen. Por consiguiente, es de suma
importancia que se eduque a los ciudadanos en la responsabilidad de tomar parte en el
gobierno de la ciudad.
Las teorías del contrato son el grupo de corrientes de pensamiento que utilizan un
hipotético contrato como modelo explicativo del origen y legitimidad tanto del poder
político como del Estado. Este contrato social se establece desde un supuesto estado de
naturaleza, previo a todo orden social. De forma libre y autónoma, los individuos llegan
a un acuerdo para organizarse en una sociedad.
En dicho acuerdo, los miembros de la asamblea deciden cuáles deben ser las funciones
y atribuciones del gobernante. Así, la legitimidad del poder surge del reconocimiento
que los miembros de la comunidad tienen a lo estipulado en el contrato.
El contrato se presenta como hipotético, ya que no debemos identificar el estado de
naturaleza o el establecimiento del contrato con un momento histórico concreto. Por
ello, la función de estas teorías no es narrar cuál es el origen del Estado y del poder, sino
la de justificar un tipo concreto de organización política.
Estas doctrinas hacen su aparición a partir de los siglos XVII y XVIII con las figuras de
Hobbes, Locke y Rousseau. Aunque las teorías de estos autores presentan diferencias
apreciables, todos ellos parten del ideal antropocéntrico que inaugura la modernidad y
de la crítica a las estructuras de legitimación del poder medievales.
Así, encontramos en sus doctrinas políticas los siguientes puntos de partida:
- Afirmación de la autonomía del individuo.
- Crítica a la concepción teocrática del poder que había prevalecido en Europa
durante la Edad Media.
- Establecimiento de una serie de derechos dependientes de la actividad racional
del ser humano.
Para Locke, el ser humano en estado de naturaleza es libre y dueño absoluto de su vida
y hacienda. Existe además una ley natural que obliga a todo ser humano a respetar la
vida, la salud y las propiedades de los demás. Sin embargo, la existencia de individuos
que atentan contra esta ley, y violentan con ello la absoluta libertad del ser humano,
obliga a que establezca un contrato entre individuos diferentes que garantice el respeto
de esta legitimidad. En esta decisión se encuentra el origen de la sociedad.
En dicho contrato, en un primer momento, se pactan las condiciones que deben regir la
unión entre individuos: la sociedad civil. En ella, todas las personas se imponen la
obligación de respetar la libertad y las propiedades de los demás.
En segundo lugar, se establecen las características y obligaciones del Estado. Frente a
Hobbes, John Locke sostiene que el poder del Estado no es absoluto, los gobernantes
también están obligados a respetar las leyes. Para ello, el filósofo británico defiende una
separación de poderes entre el legislativo y el ejecutivo.
- El poder legislativo. Tiene por función dictar las leyes. Su fuerza y legitimidad
proviene de los individuos que componen la sociedad civil. Estos, libremente,
eligen a sus legisladores.
- El poder ejecutivo. Debe velar por el respeto y la correcta ejecución de las leyes
que el poder legislativo ha promulgado.
Locke adelanta con ello la doctrina de la división de los poderes que hiciera famosa
Montesquieu, en 1784, en su obra “Del espíritu de las leyes”. En esta obra se estipula
como requisito de todo gobierno democrático la separación de poderes en tres
instancias: ejecutivo, legislativo, judicial. Sin embargo, Locke consideró el poder
judicial integrado dentro del legislativo.
Es justamente la voluntad popular la que posee el derecho a controlar los posibles
abusos que se cometan y atenten contra las libertades individuales. El pueblo posee
además cierto derecho a la revolución cuando los abusos de poder no permitan
restablecer de otro modo el ordenamiento garantizado por el contrato.
Frente a Hobbes, Rousseau considera que el ser humano en estado de naturaleza lleva
una vida plácida y sencilla. Posee abundantes bienes y convive con los demás
individuos en armonía.
La unión en sociedades es lo que promueve la propiedad privada, que es el peor de los
enemigos de la bondad humana. Los enfrentamientos entre individuos tienen lugar
siempre que estos conviven en agrupaciones. En ellas, la envidia y la codicia por los
bienes determina las relaciones entre los individuos, ocasionando el enriquecimiento de
unos y el empobrecimiento de otros. A partir de estas desigualdades, surgen las
relaciones despóticas de dominio.
Para acabar con esta situación injusta y defender tanto el bien común como la justicia,
Jean-Jacques Rousseau propone el establecimiento de un acuerdo que denomina
contrato social.
El origen de este contrato reside en la voluntad general que ama y defiende el interés de
la comunidad por encima de cualquier interés particular.
El contrato social de Rousseau no implica ninguna renuncia, ya que el individuo no
posee ningún derecho previo a la institución de la sociedad. Así, las leyes, dictadas por
la asamblea que encarna la voluntad popular, obtienen rango de leyes naturales, esto es,
aparecen como justas, universales e inalienables.
Para este pensador, la democracia encarna el sistema de gobierno más adecuado para
conseguir los objetivos del contrato social.