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El ibañismo y las mujeres

A partir de ese momento, quedan formados


dos Partidos Femeninos. Uno presidido por
María de la Cruz, denominado Partido Feme-
nino Chileno y el otro, el Partido Progresista
Femenino que presidió María Hamuy. Ambos
partidos, a pesar de la división, continuaron
trabajando por la campaña del candidato don
Carlos Ibáñez del Campo hasta obtener su
triunfo
La mujer Chilena
Felicitas Klimpel

Hay un fantasma que ronda a la acción política de


las mujeres. Ese fantasma no es otro que el “conservadu-
rismo”. Con frecuencia se han tendido a asociar las pre-
ferencias políticas de las mujeres con política de dere-
chas. Este peculiar fantasma, cabe señalarlo, ha rondado
a la participación política de las mujeres en Chile desde
sus primeros reclamos por ser incluidas en tanto ciuda-
danas. No sin razón. Las primeras mujeres que sentirán
la necesidad de reclamar sus derechos civiles serán preci-
samente aquellas mujeres de la elite nacional que se sen-
tían desamparadas legalmente a la hora de defender sus
herencias en el caso de estar unidas en matrimonio a “des-
pilfarradores”. Extraña mezcla entre progresismo y con-
servadurismo. Progresismo para defender las herencias
de las hijas, conservadurismo en mantener el orden de

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dominación patriarcal. Esta extraña tesis no ha dejado
de ser defendida bajo la siguiente afirmación: las muje-
res católicas y conservadoras también contribuyeron en
la configuración del ideario de emancipación de las
mujeres en Chile1.
Recordemos que temprano en el siglo veinte el Par-
tido Conservador asume la causa de los derechos civiles de
las mujeres o los derechos civiles de las “hijas”. Genealogía
conservadora de la reivindicación de los derechos civiles y
políticos de las mujeres que hundirá sus raíces en la lejana
fecha del año 1865 cuando Abdón Cifuentes, dirigente
del Partido Conservador, se declaraba partidario del voto
femenino2.
Debe ser aclarado, sin embargo, que esta petición
no escapaba a la lógica excluyente de la política de la épo-
ca. Lejos de un espíritu democrático, Abdón Cifuentes
delimitará del siguiente modo apoyo al voto femenino:

Nadie trata de que se conceda el voto a todas


las mujeres … (nos limitaremos) a solicitar por
ahora, a favor de la mujer nada más que un
derecho electoral bastante restringido. Que las
que reúnan tales o cuales condiciones tengan
siquiera el derecho de depositar en la urna el

1
Erika Maza (1995), “Catolicismo, anticlericalismo y la extensión del su-
fragio a la mujer en Chile”, Estudios Públicos, Santiago, Nº 58, 1995, p.
139; y, Erika Maza (1998), “Liberales, radicales y la ciudadanía de la mujer
en Chile (1872-1930)”, Estudios Públicos, Santiago, nº 69, 1998, pp.
320-355.
2
Véase Mariana Aylwin et al., “Percepción del rol político de la mujer. Una
aproximación histórica”, Documentos, Instituto Chileno de Estudios Hu-
manísticos, Santiago, Nº 13, 1986, p. 18.

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voto de un entendimiento cultivado y de una
conciencia recta; el voto de una inteligencia que
conoce el bien de su país infinitamente mejor
que muchos hombres a quienes la ley concede
ese derecho; el voto de un corazón que puede
amar a la patria sin rival, que puede servirle hasta
la heroicidad, que puede cual ninguno intere-
sarse por su suerte3.

Política de las hijas conservadoras que a finales del


siglo XIX será retomada por las hijas liberales de la elite.
Serán ellas las que primero pedirán ser incluidas en el
espacio de la democracia esgrimiendo la universalidad
de la ley: si la Constitución señalaba que los chilenos
podían votar ¿cuál era el argumento que las relegaba fuera
de la polis? Siguiendo literalmente lo indicado en la letra
de la Constitución chilena:

las mujeres de San Felipe quisieron un día hacer


efectivo el derecho que la Constitución les brin-
daba y se calificaron. Alarmados los políticos
de Santiago, interpelaron ruidosamente en la
cámara al Ministro Don Ignacio Zenteno,
quien sostuvo que, a su juicio, las mujeres
podían y debían votar, porque la Constitución
y la ley de 1874 les daban el derecho. El país
y el gobierno mismo creyeron al Ministro
Zenteno con el juicio trastornado y se resolvió
nombrarlo Ministro Diplomático precisamen-
te en el país en que más influencia tiene el

3
Cita incluida en el texto de Bernardo Gentilini, “Acerca del feminismo” en
Lecturas sociales, año IX, Núm. 50, Julio/Agosto, 1929, Santiago, Apostola-
do de la prensa, 1929, p. 67.

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voto femenino: en los Estados Unidos (…)
El epílogo de esta comedia, dice la Sra. Ba-
rros de Orrego fue una reforma introducida
por la ley de elecciones de 1884, que negó
de un modo expreso en su artículo 40 el voto
de las mujeres, en la honrosa compañía de
los dementes, de los sirvientes domésticos,
de los procesados por crímenes o delitos que
merezcan pena aflictiva y los condenados por
quiebra fraudulenta4.

Algunos años más tarde, Luís Claro Solar, del ala


más conservadora del Partido liberal, presentará en 1912
un proyecto de reforma del Código Civil en cuanto al
estatus de la mujer frente a la ley. En este proyecto se
busca “otorgar a la madre en defecto del padre, la patria
potestad en toda su amplitud”5. Seis años más tarde, el
político liberal Eliodoro Yáñez da a conocer el primer
proyecto de ley que proponía dar a las mujeres derechos
sobre la administración de sus bienes. En apoyo de la
necesidad de legislar sobre este tema, Eliodoro Yáñez
indicaba: “si a la idea de igualdad se añade la evolución
económica de los tiempos modernos, las reivindicacio-
nes feministas y la influencia de las grandes teorías riva-
les del individualismo y del socialismo, tendremos las cau-
sas que han contribuido a transformar de una manera
profunda la condición de la mujer en cuanto a sus inte-
reses pecuniarios, y, en particular, a los productos de su

4
Alejandro Valdés, La mujer ante las leyes chilenas. Injusticias. Reformas que se
imponen, Santiago, Imprenta Ilustración, 1922, p. 66.
5
Ibíd., p. 20.

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trabajo”6. Cabe destacar que este proyecto será discuti-
do en la convención del Partido Conservador celebrada
el día 29 de septiembre de ese mismo año 1918. Esta
convención aprobó: “Que se deben otorgar a las muje-
res los mismos derechos civiles y políticos que las leyes
reconocen a los hombres”7. En esta alianza entre libera-
les y conservadores en favor de los derechos civiles de las
mujeres de la elite, no debemos olvidar el primer pro-
yecto para extender el derecho a voto a las mujeres. Fue-
ra de cualquier cálculo, este primer proyecto fue presen-
tado al Congreso Nacional el día 25 de octubre de 1917
por el Partido Conservador en la persona del Diputado
Luís Undurraga apoyado por los también conservadores
Eleazar Lezaeta, Rafael L. Gumucio, Arturo Irarrázabal,
Roberto Peragallo, Alejandro Lira, Carlos Castro y Ra-
fael Urrejola8.
Esta política de las hijas con el correr del siglo veinte
se transformará en la política de mujeres de la elite que
desde el credo liberal exigirán sus derechos civiles, por
sobre todo, y más tarde sus derechos políticos. Si bien
aquello es cierto, no será menos verdadero que serán los
regímenes populistas de comienzos de siglo los que asu-
mirán, con seriedad, los proyectos tendientes a promo-
ver la igualdad entre hombres y mujeres en Chile. Serán
el alessandrismo, primero, y el ibañismo, después, las for-

6
Ibíd., p. 24.
7
Ibíd., p. 25.
8
Cámara de Diputados, Boletín de sesiones extraordinarias, Tomo I, sesión
25 de octubre de 1917, pp. 56-61.

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mas políticas más afines a dicho feminismo liberal. Desde
esta perspectiva, me gustaría sostener que la configura-
ción del feminismo liberal en Chile que se desarrollará en
la forma de partidos políticos femeninos durante los años
1922 y 1953 será primero alessandrista y luego ibañista.
Comencemos señalando que la relación entre el fe-
minismo liberal y el ibañismo fue conflictiva. Recordemos,
por ejemplo, que en 1927 cuando Ibáñez se “apodera”
del gobierno y reprime a los partidos políticos “arrestando
y enviando al exilio a los líderes partidarios de todos los
colores”9, obligará al Partido Femenino Demócrata a dejar
sus funciones en política. El fin forzado de este partido,
obligará a sus militantes a fusionarse en el año 1932 con el
Comité Permanente del Congreso Femenino Internacional
adoptando el nombre de Bando Femenino Social y Cultu-
ral de Chile. No está demás mencionar que destacadas mu-
jeres chilenas de la época formaban parte de dicho Comi-
té Permanente del Congreso Femenino Internacional, entre
ellas, Amanda Labarca. Recordando dicho episodio en
1932, el Bando Femenino Social y Cultural declarará lo
siguiente en Voz Femenina órgano de difusión del Partido
Femenino Nacional:

Cuando en 1927 se produjo la crisis de los


partidos políticos en Chile, el Partido Femeni-
no Demócrata no podía subsistir, sólo su nom-

9
Timothy Scully, “La reconstrucción de la política de partidos en Chile” en
Scott Manwaring y Timothy Scully (ed.), La construcción de instituciones
democráticas. Sistemas de partidos en América Latina, Santiago, Cieplan,
1996, p. 89.

150
bre despertaba desconfianza, a pesar que su
presidenta hizo aclaraciones por la prensa res-
pecto a que sólo tenía de demócrata lo que en
sí significaba este grandísimo ideal, pero que
no existía ninguna relación con la política
militante del partido masculino10.

Es preciso destacar que esta organización, el Parti-


do Femenino Demócrata de afinidad alessandrista, tenía
como principal objetivo la “educación cívica” de las mu-
jeres con el objeto de generar una base de apoyo amplia
para acceder al voto municipal como principal y primer
objetivo político. Esta amplia convocatoria se verá refle-
jada en la conformación de un tipo de militancia amplia
y transversal no restringida a un sector político determi-
nado. De ahí que podamos encontrar militantes tanto
alessandristas como ibañistas. Tomemos por caso, a Ce-
linda Arregui de Rodicio. Para el año 1927 ella presidía
al Partido Femenino Demócrata. En 1932 lo reformula
bajo el nombre de Bando Femenino Social y Cultural de
Chile. Y finalmente la encontramos en 1947 siendo par-
te del departamento de relaciones públicas del Partido
Femenino Chileno de fuerte impronta ibañista. Veamos
ahora el derrotero político de la vice-presidenta del Bando

10
Bando Femenino Social, “Fusión del Partido Demócrata y el Comité
permanente del Congreso femenino Internacional”, en Voz Femenina, San-
tiago, 1932. Me permito destacar en este punto que las integrantes de esta
asociación son las siguientes: Presidenta: Celinda Arregui de Rodicio; Vice-
presidenta: Lydia de Escobar y Cleophas Torres; Secretaria: Amanda Ávila;
Pro-secretaria: Rudencia de Alarcón y Aída Carreño; Bibliotecaria: Elena
Barreda; y Tesorera: Marcela C. de Lindstrom.

151
Femenino Social y Cultural de Chile: Cleophas Torres. Esta
activa mujer para el año 1935 será la presidenta del Par-
tido Femenino Nacional de filiación ibañista. Y durante
el año1941 será la presidenta del Club Femenino de
América11. Finalicemos con Elena Barreda, bibliotecaria
del Bando Femenino Social y Cultural de Chile. En 1953
será parte de la Unión de Mujeres de Chile12. Esta agrupa-
ción de mujeres de izquierda se constituirá con una frac-
ción disidente del Partido Progresista Femenino que como
veremos más adelante también será ibañista.
Otro episodio conflictivo entre el ibañismo y la
política de mujeres de los años veinte, lo protagoniza
Amanda Labarca quien ve como deja de funcionar el
Consejo Nacional de Mujeres, junto a otras organizacio-
nes culturales, sociales y políticas, por orden de Ibáñez13.
Para mencionar otro desencuentro entre la política de
Carlos Ibáñez y las mujeres, baste recordar el explícito
desprecio que demostró, por casi veinte años, Gabriela

11
Me gustaría precisar que El Club Femenino de América buscará intervenir
en la esfera de la cultura. Su fundadora y primera presidente será Elcira R.
de Vergara y su vice-presidenta será Fortuna de Castro. Para mayor infor-
mación véase a Felicitas Klimpel, La mujer chilena. El aporte femenino al
progreso de Chile, Santiago, Ediatorial Andrés Bello, 1962, p. 242.
12
Según relata Klimpel, “La unión de mujeres de Chile (…) desarrolla
una labor social dentro de los grupos de escaso nivel cultural y económi-
co. Preside Lía Laffaye (…) Este organismo solidariza con gobierno e
instituciones de extrema izquierda”. Felicitas Klimpel, La mujer chilena,
op. cit., p. 245.
13
Para un estudio de las instituciones políticas y sociales del periodo cerra-
das por Ibáñez, véase: Enzo Faletto, Eduardo Ruiz y Hugo Zemelman,
Génesis histórica del proceso político Chileno, Santiago, Quimantú, 1971,
pp. 53 y siguientes.

152
Mistral hacia Carlos Ibáñez del Campo. Mal querer ga-
tillado por la poco feliz orden de Ibáñez del Campo de
suprimir su sueldo mientras ella ejercía funciones diplo-
máticas en Europa. Mal querer que no oculta cuando se
entera del triunfo de Ibáñez en las elecciones presiden-
ciales del año 1952:

Ha vuelto mi enemigo a la Presidencia de Chi-


le … si Ibáñez llega al poder, me echará y me
suprimirá aún mi jubilación de maestra, por-
que así lo hizo antes y yo no callo mi anti-iba-
ñismo. Me dejó en Europa sin un centavo y
Dios sabe mi vida de sesos exprimidos por el
periodismo para comer y vivir con decoro. Ten-
go todavía viva la memoria de esta aventura que
mis compatriotas parecen haber olvidado ente-
ramente y acordarme perfectamente de lo que
fue entre nosotros el ibañismo14.

Sin embargo, debe ser dicho que estas relaciones


conflictivas entre el General Ibáñez y las mujeres tam-
bién conocerán días más felices. La misma Mistral —por
tomar sólo un ejemplo emblemático en esta transforma-
ción de la relación entre las mujeres e Ibáñez— cambia
radicalmente su actitud hostil hacia Ibáñez para su se-
gundo gobierno. Es sabido que la acción política de
Gabriela Mistral normalmente se mantuvo al margen de
la figuración pública, no obstante tener claras sus opcio-
nes políticas. Sin embargo, al enterarse que para las elec-

Cita tomada de Jaime Quezada, Siete presidentes de Chile en la vida de


14

Gabriela Mistral, Santiago, Catalonia, 2009, p. 131.

153
ciones del año 1952 sería Carlos Ibáñez del Campo nue-
vamente candidato en las elecciones presidenciales dejó
de lado su conocida distancia con la política partidista
para asumir un rol activo a favor de la candidatura del
representante de la derecha: Arturo Matte Larraín. Ante
el escenario político que se desplegaba indica: “Sólo
Matte es deseable por ahora (…) Salvador Allende es el
mejor de los candidatos, pero es comunista. Dios nos dé
a Matte”15.
No sólo dará su apoyo sino que se volverá una de
las caras femeninas visibles de la campaña de Matte lle-
gando incluso a enviar una carta de apoyo a la candida-
tura de Matte en el marco de la reunión de mujeres a
favor de Matte realizada en el Teatro Caupolicán en agos-
to del año 1952. Todo hacía prever que Mistral conti-
nuaría con su antiguo y conocido pleito con Ibáñez. Sin
embargo, luego de sancionadas las elecciones a favor de
Ibáñez ocurrirá un hecho que hará que Gabriela Mis-
tral deba comunicarse, muy a pesar suyo, con Ibáñez.
Este hecho no será otro que el bullado caso del asesinato
en el Hotel Crillón. Como es conocido, en éste se verá
involucrada la escritora María Carolina Geel como au-
tora del asesinato de su ex marido el día 22 de febrero
del año 1951. Luego de varios años de proceso judicial,
Gabriela Mistral amiga de la autora de Cárcel de mujeres
intercederá por ella pidiendo un indulto presidencial.
Para este efecto enviará una carta al Presidente Ibáñez;

15
Ibíd., p. 135.

154
esta misiva será atendida prontamente accediendo a otor-
gar el buscado indulto presidencial. De ahí en más la
relación entre Mistral e Ibáñez cambiará progresivamente
de cariz, llegando incluso a lo impensado: convencer a
Gabriela Mistral que visitara Chile luego de un ausencia
de 14 años, visita que se concretará en el año 1954.

155
156
El destiempo del feminismo

Partido femenino Chileno

Señor y gentilhombre; veraz; enérgico y seve-


ro cuando el robo se alza, modesto en su no-
bleza; patriota hasta morir! La gran oligarquía,
juntará sus millones para comprar de nuevo el
alma popular; pero esta vez el pueblo no ven-
derá su voto porque Ibáñez, por Chile, tendrá
que gobernar.
María de la Cruz

Para algunos estudios sobre participación política de


mujeres sólo figuraron en la historia política chilena dos
partidos políticos femeninos: El Partido Femenino Chileno y
el Partido Progresista Femenino. Así lo consigna, por ejem-
plo, el fundamental estudio Queremos votar en las próximas
elecciones1. Esta reducción en el enfoque de análisis se debe
principalmente a la decisión de nombrar en tanto partido
político de mujeres, en primer lugar, a aquellos partidos fe-
meninos que declaran no tener vínculos con los partidos
políticos tradicionales; y en segundo lugar, aquellos que
podrían ser legítimamente considerados parte del sistema
de partidos en tanto cuya militancia femenina podía elegir
a sus representantes como ser elegidas en las elecciones ya
1
Edda Gaviola et al., “Queremos votar en las próximas elecciones”, Historia
del movimiento femenino chileno 1915-1952, Santiago, La Morada ICEM,
1986.

157
sea municipales, parlamentarias o presidenciales (esto último
sólo fue posible a partir del año 1949, año en que se otorga el
derecho a voto a las mujeres en Chile). Este es el caso del Parti-
do Femenino Chileno. Partido que pareciera calzar con los dos
puntos señalados anteriormente. Aunque sólo aparentemente,
me gustaría agregar. Apariencia de partido político desvincula-
do de los tiempos y afanes de los partidos políticos tradicionales.
Esta aparente desvinculación la podemos notar en la siguiente
declaración: “llegar a crear en la mujer la conciencia de sus
situación, de su valer y, por lo tanto, de su derecho a dirigir a la
sociedad (..) esto sólo se logrará si la mujer actúa independien-
temente del hombre, ya que junto a éste se deja anular. De ahí
la necesidad de crear un partido político femenino”2.
Política de mujeres, sin duda, pero con una salvedad.
Este partido político de mujeres —que siete años más tarde
de su fundación en 1946 lleva a María de la Cruz, su presi-
denta, al Parlamento como la primera Senadora chilena—
será un partido de mujeres ibañista. En este sentido la soció-
loga Julieta Kirkwood indica: “Los contenidos políticos e
ideológicos del Partido Femenino Chileno retoman los plan-
teos feministas y producen una extraña síntesis con los plan-
teamientos del candidato Carlos Ibáñez (1952) de un pro-
fundo populismo autoritario. A su emblema depurador “la
escoba”, unen las mujeres del Partido Femenino Chileno todo
su agregado de pureza, redención moral, superación de la
polítiquería masculina”3.

2
Paz Covarrubias, Antecedentes, op. cit., p. 20.
3
Julieta Kirkwood, Ser política en Chile, op. cit., p. 168.

158
Las militantes de este partido que formaron parte
de la primera directiva son: María de la Cruz, presiden-
ta; Georgina Durand, vice-presidente; Mimi Brieba, te-
sorera; Olga Aguiló, secretaria general; Mará Delia Pra-
do y Felicitas Klimpel, directoras. Según la investigadora
Paz Covarrubias el nacimiento de este partido femenino
se debe, principalmente a “el impulso de su fundadora
quien, con el dinamismo de su personalidad, convence y
arrastra en su campaña feminista a mujeres de todos los
estratos socioeconómicos. Las dirigentes que la acompa-
ñan pertenecen a la clase media; sin embargo, de acuer-
do a sus propias palabras, las bases están en los sectores
populares, en los estratos bajos. Su inquietud por la mu-
jer obrera busca inspirarse en el movimiento obrero ar-
gentino y en la corriente peronista que lo sustenta”4.
Sin duda, la acción política de María de la Cruz
será clave no solo en la formación y fortalecimiento del
Partido Femenino Chileno sino que también en su disolu-
ción. Antecedentes de su participación política ya la en-
contramos en 1950 cuando se presenta por primera vez
como candidata a Senadora por Santiago apoyada por el
también senador Carlos Ibáñez del Campo. A raíz de la
muerte de Arturo Alessandri Palma en 1950 se llamará a
elecciones senatoriales complementarias para el distrito de
Santiago. A pesar de no ser elegida, su osadía de sólo pre-
sentarse a las elecciones senatoriales le dará mucha impor-
tancia política tanto a ella como al partido que dirigía. Los

4
Ibíd., p. 21.

159
resultados de estas elecciones fueron los siguientes: Arturo
Matte Larraín: 85.448 votos; Carlos Vial E. 60.481votos;
Rudencio Ortega: 17.922 votos; Tomás Chadwick: 9.251
votos; y María de la Cruz: 8. 257 votos5.
El inicio de las actividades del Partido Femenino
Chileno despertará fuerte interés nacional como interna-
cional. La prensa nacional lo destaca del siguiente modo:
“El Partido Femenino Chileno no lleva tendencias ni color
político alguno, no está afecto a tendencias religiosas de-
terminadas, hay tolerancia y respeto. Por ello, el Partido
Femenino Chileno no se presenta con una bandera cogida
en las asambleas de viejos o nuevos partidos”6. Women’s
Today en Norteamérica expresa del siguiente modo: “De
Chile parte un mensaje de Unidad Femenina dirigido a
Latino América”7. Por su parte Matilde Guevara de Arre-
dondo desde Lima señalará: “Este Partido femenino está
dirigido por María de la Cruz, distinguida escritora, con-
ferencista e idealista, la que es conocida y querida por to-
das las mujeres de Chile”8. Por su parte el diario nacional
El Mercurio de Santiago reproduce la declaración de pro-
pósitos y de principios del Partido Femenino Chileno:

Mujeres de todas las ideologías religiosas, de


todas las tendencias políticas, reunidas en tor-
no a un ideal común de perfeccionamiento in-

5
Edda Gaviola et. Al., Queremos votar en las próximas elecciones, op. cit., p. 132.
6
Orlando Arancibia, “Las actividades de la mujer en el mundo y en nuestro
país”, El Mercurio, Septiembre. Valparaíso, 1949.
7
La prensa, Lima, 24 de Julio, 1947.
8
Ibíd.

160
dividual y de armonía social, creemos llegado
el momento de iniciar una gran cruzada de dig-
nificación de la mujer, a fin de reivindicar para
ella, derechos y responsabilidades que, hasta
ahora, no se han reconocido. Dos guerras pavo-
rosas nos han dejado lecciones severas e inolvi-
dables y envuelven para nosotras un formida-
ble yo acuso. Nuestra pasividad, nuestro letar-
go, nuestra resignación, han contribuido, en
gran parte, a producir la cruenta tragedia uni-
versal. Unidas como madres, esposas y como
hijas hubiéramos acaso podido impedir, o por
lo menos atenuar, las consecuencias dolorosas
de esas guerras. Hubiéramos podido detener la
marcha ciega de nuestros hijos, de nuestros es-
posos, a una lucha incomprensible. Pero no
pudimos levantar nuestras voces para detener
al hombre en su locura, nuestras voceas aisla-
das no tenían resonancia y no pudimos oponer
a sus designios destructores una fuerza armoni-
zadora. Como consecuencia de ello, millones
de hogares han sido aniquilados, millones de
hijos han muerto y el mundo se debate hoy día
en una agitación caótica, a través de la cual se
está produciendo, conjuntamente con la más
grave crisis económica, la más honda crisis mo-
ral y espiritual que desde hace siglos haya sufri-
do la humanidad9.

La declaración de principios del Partido Femenino


Chileno incluye siete puntos y diez mandamientos en una
extraña mezcla que unirá la necesidad de mejorar las con-
diciones económicas de las mujeres más pobres de Chile
con una suerte de parodia de los diez mandamientos cris-
tianos. No sabemos hasta qué punto es seria la escritura

9
El Mercurio, 8 de enero, 1947.

161
de los principios del partido femenino siguiendo el estilo
de los 10 mandamientos de la iglesia católica. Duda com-
prensible si atendemos a que varias militantes se desafi-
liaron del recién creado partido al enterarse que una
mujer de la directiva del mismo era divorciada. Este he-
cho hace que algunas de las más conservadoras de las
mujeres de la elite chilena se movilizaran contra el Parti-
do Femenino Chileno. Así lo hará Elena Doll de Díaz y
María Díaz de Besa quienes llamarán a las mujeres cató-
licas de abstenerse de participar en esta colectividad po-
lítica10.
La relación que mantuvieron las mujeres con Car-
los Ibáñez del Campo, como ya lo hemos dicho, fue du-
radera pero con altibajos. Si conoció la fría distancia con
algunas asociaciones de mujeres en los años treinta, tam-
bién conocerá la cercana calidez de muchas agrupacio-
nes de mujeres a fines de los años cuarenta. Es conocido
el entusiasta apoyo a Ibáñez otorgado por las mujeres en
su segunda campaña presidencial. Tal es el apoyo que se
ha llegado a decir que son precisamente las mujeres las
que aseguran su triunfo. Si bien las organizaciones polí-
ticas de mujeres trabajaron en el triunfo de Ibáñez, difí-
cilmente podrían haber asegurado su elección, esto por

10
Cabe destacar que ambas mujeres eran conocidas militantes de las políti-
cas de derechas del país, ya en el año 1925 formaban parte de la Acción
Nacional de Mujeres de Chile. Esta asociación intentaba creer un frente
amplio de mujeres de derecha para proteger la familia y los derechos de las
mujeres y el niño abandonado. Algunas de las integrantes de esta asociación
son: Adela Edwards, Adriana Echeverría, Amelia Pastor, Berta Urrutia,
Olga Budge de Edwards, Laura C. Edwards, Amalia Errázuriz, entre otras.

162
una razón muy sencilla: la participación política de las
mujeres para el año 1950 era muy baja, sólo representa-
ba el 10% del universo votante femenino que no sobre-
pasaba las 600.000 inscritas en el registro electoral. Ci-
fras que se mantendrán hasta el año 1960: las mujeres
inscritas en los registros electorales de la fecha no supe-
raban la cifra de 643.969. Ciertamente este dato no con-
tradice el hecho que efectivamente muchas mujeres op-
taron por Ibáñez entre ellas el Partido Femenino Chile-
no, así lo indica la importante militante y la historiadora
feminista Felicitas Klimpel:

Durante la campaña presidencial del electo


Presidente Sr. Carlos Ibáñez se destacaron las
siguientes agrupaciones femeninas: Partido
Femenino Chileno, Partido Progresista Feme-
nino, Agrupación Femenina Independiente,
Agrupación de Mujeres profesionales, Seccio-
nes Femeninas de los partidos Agrario Labo-
rista, radical Doctrinario, Socialista, Nacional
Ibañista 11.

Con la crisis de los gobiernos radicales, las mujeres


políticas de la época debido a su interés por generar un
discurso político de inclusión amplia se sintieron atraías
por el discurso de corte populista de Ibáñez. Cabe des-
tacar, aún cuando para esto debamos tomar un pequeño
desvío, que el populismo en América Latina como forma
de organización y como nuevo ordenamiento estatal en

11
Felicitas Klimpel, La mujer Chilena, op. cit., p. 146.

163
los casos en que llegaron a constituirse como tales —el
feminismo de la primera mitad del siglo XX en Chile no
es ajeno a esta lógica— permitieron situar una política
de masas en el plano del imaginario social, recuperando
con ello una memoria histórica capaz de fusionar, como
mito, demandas de clase, demandas de nación y deman-
das de ciudadanía, en un único movimiento capaz de
integrar la herencia paternalista y caudillista de la con-
cepción tradicional de la política con el principio uni-
versalista de representación de la ley. El éxito del popu-
lismo radicaría, así, en la capacidad en la elaboración de
una política “nacional-popular” desde el Estado fusio-
nando en ella cultura de masas y política moderna.
La base populista que constituye al Partido Femenino
Chileno le permite declararse constituido sólo por mujeres
independientes que “no han querido limitarse integrando
las filas de los partidos mixtos llamados de Izquierda o Dere-
cha y se unifica, por el contrario, a través de una mística
humanitaria para realizar dentro de la política un progra-
ma que descanse sobre los intereses de la mujer y la patria”12.
Esta misma descripción permite que el Partido Femenino
Chileno brinde su apoyo a la candidatura de Carlos Ibáñez
del Campo en 1951. Esta opción y apoyo a un “populis-
mo autoritario”, como lo define Kirkwood, se hace pú-
blico en diario El Mercurio el día 14 de febrero de 1951:

Ajeno a personalismos, libre de las limitacio-


nes, consciente del fracaso de las gestiones cen-

12
El Mercurio, Santiago, 14 de febrero, 1951.

164
tenarias de la política partidista, dispuesto a
defender con sus fuerzas femeninas la vida de
los hijos, su salud, educación y bienestar, el
Partido Femenino Chileno, ha resuelto después
de estudiar detenidamente su significado, apo-
yar la candidatura del señor Carlos Ibáñez del
Campo, por las siguientes razones: 1) porque
es candidato independiente y no tendrá que
estar sometido a la arbitrariedad de ningún
partido. Gobernará en beneficio del país, bus-
cando fórmulas de interés nacional. 2) Porque
su experiencia de la vida le ha permitido reco-
nocer que la mujer, políticamente independien-
te y organizada, será factor indispensable de
armonía, honradez y capacidad moral e inte-
lectual para el futuro de una verdadera repú-
blica democrática. 3) porque es el único candi-
dato que nos inspira fe en sus declaraciones en
favor de la mujer, declaraciones que se identifi-
can total y plenamente con declaraciones del
Partido Femenino Chileno. En diversas ocasio-
nes el Partido Femenino Chileno, declaró que
no era su deseo inclinarse hacia un determina-
do individuo; que apoyaba al candidato inde-
pendiente sólo porque daba mayores garantías
a las posibilidades de la mujer13.

Este apoyo a Ibáñez por parte de las mujeres no se


verá defraudado. Al menos así lo demuestra la alta parti-
cipación de mujeres durante el segundo Gobierno de
Ibáñez. Saldrán de las filas del Partido Femenino Chileno
una Ministra de Educación, una Senadora, una Diputa-
da y varias Gobernadoras. Señalemos, a modo de ejem-
plo: María Teresa del Canto, Partido Femenino Chileno,

13
Ibíd.

165
Alcaldesa de Santiago, 1957; Sara Cruz, Movimiento
Ibañista Independiente, Alcaldesa de Vallenar, 1953;
Berta Fuentes, Movimiento Ibañista Independiente, al-
caldesa Quinta Normal, 1953; Gabriela Mistral, Cón-
sul adscrito al Consulado General de Nueva York, 1953.
La participación de las mujeres en la campaña de
Ibáñez es masiva, popular y de sesgo anticlerical. De al-
gún modo, la participación de las mujeres en especial las
militantes del Partido Femenino Chileno puede ser lla-
mada plenamente como “moderna”. En la medida que
harán suyos no sólo los medios típicos para la difusión de
un discurso político (llámese los medios escritos, las con-
ferencias), sino que también se utilizarán fuertemente los
medios de comunicación masivos (en especial la radio).
Otra transformación de la participación política de las
mujeres será el paso del indiferenciado “colectivo” o “aso-
ciación” de mujeres a la constitución de liderazgos feme-
ninos. Aquí la figura principal, sin duda, es María de la
Cruz quien como cualquier otro político de la época co-
menzará a recorrer Chile incentivando la acción política
de las mujeres, en primer lugar, y trabajando en la cam-
paña de Ibáñez, en segundo lugar. La acción política de
María de la Cruz ha sido descrita del siguiente modo:

En el año y medio que duró la campaña presi-


dencial, el Partido Femenino Chileno desplegó
una actividad extraordinaria. La presidenta, se-
ñora María de la Cruz, realizó innumerables
giras por todo el país acompañando al candida-
to presidencial. Sus discursos de proclamación
llegaron a ser famosos por su encendida verba,

166
apasionada, violenta y emotiva, porque inter-
pretaban el sentimiento popular tan aficiona-
do a esta forma de expresión. Su audacia en los
conceptos y en los ataques a los personeros del
Gobierno que terminaba su periodo, le atrajo
numerosas enemistades; pero al mismo tiem-
po, captó las simpatías de una gran masa de
ciudadanos que encontraban en ella la intér-
prete del descontento, tan común en nuestro
país, en las postrimerías de cada gobierno. La
señora De la Cruz aprovechó estas giras para
incrementar las filas del Partido Femenino Chi-
leno, que logró, en esta oportunidad, el máxi-
mun de su poderío14.

El 4 de septiembre de 1952, Carlos Ibáñez del Cam-


po obtiene un triunfo rotundo. En este aspecto Klimpel
indica sin exagerar que “ese triunfo se debió al entusias-
mo, abnegación y esfuerzo desplegados por el elemento
femenino del País”15. El mismo Ibáñez reconoce el gran
apoyo que le otorgó María de la Cruz, reconocimiento
que no sólo quedará en un gesto retórico sino que se mate-
rializará en el ofrecimiento del Ministerio de Educación a
María de la Cruz. Si bien María de la Cruz tenía intencio-
nes de involucrarse activamente en el gobierno de Ibáñez
declinó la oferta y propuso para ese cargo a la argentina
María Teresa del Canto, una recién integrada a las filas
del Partido Femenino Chileno. Esta dedición corrió por
cuenta de la presidenta del partido María de Cruz ha-

14
Felicitas Klimpel, La mujer chilena, op.cit, p.
15
Ibíd., p. 139.

167
ciendo una vez más gala de su mal mirado personalismo.
Si bien muchas veces antes, el directorio del Partido Feme-
nino Chileno había optado por pasar por alto las decisio-
nes inconsultas de María de la Cruz, esta vez no fue así.
Molestas por esta actitud, un grupo importante del Parti-
do Femenino Chileno se marginará de sus filas para formar
un nuevo partido político de mujeres: El Partido Progre-
sista Femenino. En este sentido Klimpel señala:

a partir de ese momento, quedan formados dos


Partidos Femeninos. Uno presidido por María
de la Cruz, denominado Partido Femenino
Chileno y el otro, el Partido Progresista Femeni-
no que presidió María Hamuy16.

La división del Partido Femenino Chileno no será


un obstáculo ni un freno para la carrera política de Ma-
ría de la Cruz, sin lugar a dudas, la mujer política más
influyente de su época. Habiendo rechazado el intere-
sante ofrecimiento del Ministerio de Educación, se abo-
cará a la tarea de ser la primera Senadora de la Repúbli-
ca de Chile. Tarea que comienza a tomar cuerpo duran-
te el año 1952 cuando Ibáñez deja vacante su puesto
senatorial para asumir como Presidente electo. Será ese
año en que se da a conocer una sorprendente mujer po-
lítica con habilidades retóricas nunca antes vistas en la
política de mujeres en Chile. Si bien las habilidades po-
líticas de María de la Cruz hacían augurar éxito en su

16
Ibíd., 139.

168
campaña electoral no estuvo de más el rotundo apoyo
que Carlos Ibáñez del Campo brindó a su candidatura
senatorial por Santiago. Apoyo que no venía mal si pen-
samos que debía competir con dos experimentados polí-
ticos: Humberto Mewes y Germán Domínguez. Este
apoyo a la candidatura de María de Cruz fue percibida
del siguiente modo en la época:

Con el triunfo de Don Carlos Ibáñez del cam-


po se produjo la vacante del sillón senatorial
que ocupara antes de su elección por la provin-
cia de Santiago. Muchos fueron los políticos
interesados en ocupar este alto cargo, pero quien
contó con el decidido apoyo presidencial fue la
Presidenta del Partido Femenino Chileno (…)
gracias a las fuerzas ibañistas que, entusiasma-
das aún por la campaña presidencial recién ga-
nada, acataron, aunque con reservas, los deseos
del Presidente de la República. Pero si bien es
cierto que estos votos disciplinados de partidos
políticos y agrupaciones independientes ayu-
daron a su triunfo, no es menos cierto que pese
a los disturbios y divisiones del Partido Femeni-
no Chileno, fueron las mujeres quienes origina-
ron el elevado número de votos que la consagró
como la primera mujer senadora de Chile17.

Como es conocido este trabajo se vio coronado fi-


nalmente con la victoria: el 6 de enero de 1953 María
de la Cruz se convertía en la primera Senadora de Chile
apoyada por un Partido Político Femenino. Los resulta-

17
Ibíd., p. 140

169
dos de esta elección estuvieron lejos de ser ajustados:
“María de la Cruz: 107.585 votos; Humberto Mewes:
68.350; y Germán Domínguez: 32.941. Hubo un 42,3
% de abstención. Participaron las 97 comunas de San-
tiago y de las 2.260 mesas sólo dejaron de constituirse
60 mesas”18. María de la Cruz expresará del siguiente
modo su triunfo:

He luchado contra todos los partidos políti-


cos: ibañistas y antiibañistas. Esto demuestra
que ellos no significan nada para el futuro de
nuestra democracia. Solicitaré al Presidente de
la República que retire de su gobierno a los
actuales partidos de la ANAP que obligaron a
sus militantes a votar contra mi y que desde el
gobierno autorizaron un alza en el precio de
la movilización tres días antes de las eleccio-
nes, con premeditados fines de romper mi
triunfo19.

Esta declaración enmarcaba su triunfo en la línea


de un “ibañismo independiente” por sobre los partidos
políticos ibañistas. A Ibáñez le venía bien el apoyo de las
mujeres. A María de la Cruz le venía bien el apoyo de
Ibáñez. A pesar de esta fructífera relación, las confianzas
dentro del Partido Femenino chileno se estaban perdien-
do y nuevamente por la propia actuación de María de la
Cruz. Ya era conocido su personalismo, que para mu-

Ibíd., p. 140.
18

“Mayoría absoluta obtuvo María de la Cruz”, Revista Vea, Santiago, 7 de


19

Enero, 1953.

170
chas era simplemente autoritarismo, pero también era
conocida su importancia para la política de mujeres. Sin
embargo, el malestar producto de su liderazgo autorita-
rio terminó por hacer frágil su figura en la esfera políti-
ca. Este malestar queda graficado en el relato que hace
Felicitas Klimpel:

Pero todo el esplendor de este éxito empezó a


opacarse en la medida que la senadora electa
fue alejándose, tanto en sus discursos como
en sus actitudes, de la causa femenina que con
tanto entusiasmo había esgrimido en la gesta-
ción del partido. Las mujeres, con asombro,
se imponían de sus arbitrarios actos y declara-
ciones, al extremo de imponer como candida-
tos por el Partido Femenino Chileno, por la
provincia de Santiago a dos varones, privando
de esta posibilidad a las mujeres del partido.
Ninguna réplica u objeción de la Directiva,
formulada a la Senadora por su irregular com-
portamiento frente al Partido, era escuchada;
lo que fue determinando, una vez más, la re-
nuncia de las Directoras nacionales y más tar-
de, las numerosas provincias20.

Si las cosas no andaban bien para María de la Cruz


dentro del Partido Femenino Chileno tampoco se veían
mejor fuera. El carisma y personalidad de María de la
Cruz era ya por todas conocido, su apoyo a Ibáñez tam-
bién, pero su fervor por Buenos Aires era una pasión
que pocas conocían. Fervor que se traducirá en su amis-

20
Felicitas Klimpel, La mujer chilena, op. cit., p. 142.

171
tad con Juan Domingo Perón y en su adhesión al justi-
cialismo. Estas últimas pasiones harán que algunas muje-
res de la elite chilena más conservadora intenten inhabi-
litarla como Senadora. La petición de inhabilitación fue
presentada por Gina Maggi y Loreto Morandé en
195321. Éstas alegaban que María de la Cruz, utilizando
su influencia como Senadora, en un negocio poco claro
había internado a Chile algunos relojes para ser vendi-
dos a los empleados de Ferrocarriles del Estado. Esta venta
habría reportado la suma de Eº150 al Partido Femenino
Chileno. Luego de una breve investigación, el Senado
votará a favor de la inhabilitación de la primera Senado-
ra de la República.

21
Ibíd., p. 143.

172
Las mujeres y los
derechos económicos
Partido progresista femenino

Durante siglos y siglos ha sido el hombre quien


ha dirigido los destinos de la ciudadanía. ¿Qué
razones lo llevaron a enfrentar por sí mismo
los difíciles problemas, los complicados me-
canismos, las arduas tareas de la administra-
ción? ¿Con qué aptitudes, con cuáles ventajas,
aseguraba paz y abundancia a sus conciuda-
danos? ¿Con qué aptitudes, con que afianzaba
su responsabilidad ante los inescrutables des-
tinos de la patria?
Partido Progresista Femenino.

El feminismo es otro nombre de las mujeres. Más


específicamente, el feminismo es un modo de nombrar
una determinada relación: mujer y política. Sólo eso. Una
nominación. Si nuestro intento es enterarnos sobre el sig-
nificado de la voz feminismo es necesario buscar en la
propia relación mujer/política, esta vez, contextuada his-
tórica y culturalmente. No hay una definición única y
universal de la palabra feminismo a pesar de su aparente
cercanía y familiaridad.
Siguiendo esta recomendación metodológica po-
dríamos afirmar que durante la primera mitad del siglo
XX en Chile el feminismo fue entendido al menos en

173
tres sentidos: primero, como inclusión ilustrada. Inclu-
sión que utilizará como principal herramienta la exten-
sión de la educación pública al mayor número de muje-
res; segundo, como una forma política para la inclusión
ciudadana. Aquí la política tomará la forma de partidos
políticos, movimiento de mujeres y federaciones de or-
ganizaciones femeninas; y por último, el feminismo se
volverá una eficaz forma por la reivindicación de los de-
rechos sociales y económicos de las mujeres. Es en este
último sentido es que abordaremos al feminismo chileno
de los años 50 del siglo recién pasado. No recorreré aquí
toda la singularidad del feminismo chileno de aquellos
años sino que más bien me concentraré en uno de los
momentos del despliegue del feminismo en Chile: El
Partido Progresista Femenino (1951-1953).
A sólo dos años de conseguido el derecho a sufra-
gio universal femenino, el día 19 de octubre de 1951
comenzará la breve vida, sólo dos años, del Partido Pro-
gresista Femenino. En una vuelta de tuerca al sentir polí-
tico de la época que creía ya resuelto el problema de las
mujeres con la política, un grupo de mujeres creyó, sin
embargo, necesario insistir, y por sobre todo existir, polí-
ticamente más allá de la obtención del derecho a voto.
El presupuesto que animó esta insistencia fue la certeza
de que el derecho a voto, el hecho de poder elegir y ser
elegidas no cambiaba sustancialmente la vida de las mu-
jeres. Pareciera ser que hay una complicación con la ciu-
dadanía que no se resuelve sólo con los derechos políti-
cos. Así lo manifestarán en su Declaración de Principios,

174
programa y estatutos: “Pero con el derecho a sufragio, ¿Con-
quista también la totalidad de sus derechos jurídicos y
humanos? No; aún quedan discriminaciones, aún exis-
ten preferencias. Sabe que logrará su reivindicación to-
tal y sabe que constituyendo una fuerza, nada puede ser-
le negado”1.
De algún modo, tal como lo señalan las militantes
del Partido Progresista Femenino, sin derechos humanos
no es posible ser ciudadanas. Así lo creen Mary Hamuy,
presidenta; María Urrutia, Vice-presidenta; Soledad de
la Barra, presidenta provincial; Ester Carmona, secreta-
ria; Ida Laffaye, tesorera; Silvia Bravo, pro-secretaria; y
Rosa Valdés, encargada de prensa y propaganda. Estas
mujeres unirán el reclamo igualitarista con la exigencia
de conquistar los derechos humanos. A esta complica-
ción —que se traducirá en la sospecha sobre la pretendi-
da universalidad de la ciudadanía— se sumará la com-
plicación del propio feminismo.
Con el paso del tiempo nos hemos habituado a
reconocer en las políticas de mujeres, una doble nega-
ción: negación de la política y negación del feminismo.
Esto es, las políticas de mujeres se han articulado, por un
lado, en la paradójica negación “no somos hombres”; y
por otro lado, en aquella otra negación que señala “no
somos feministas”. Doble negación que pareciera orga-
nizarse en el rechazo tanto de un quehacer político mar-

1
Partido Progresista Femenino, Declaración de principios, programa y esta-
tutos, 19 de octubre, 1951.

175
cado por las trazas del “personalismo” o del “egoísmo”
propio de las políticas masculinas, como también de aque-
llas políticas “feministas” que tendrían como impulso
generatriz a la “competencia” tan gráficamente expresa-
da en la temida “lucha de los sexos”.
Aquí es necesario un breve desvío. A pesar de ale-
jarnos un poco de lo central aquí expuesto es relevante
detenernos a examinar la idea de “lucha de los sexos”. La
relevancia de esta detención radica en que la idea de “lu-
cha de los sexos” se constituyó en aquella época en una
eficaz forma para definir lo que se entiende por “femi-
nismo”. Es así como en los años 20, las mujeres feminis-
tas de la elite chilena agrupadas en torno al Partido Cívi-
co Femenino se sienten próximas a un “buen feminismo”:
esto es, a aquel feminismo alejado de la odiosa “lucha de
los sexos”. Siendo fieles a esta creencia y apoyándose en
el democratismo burgués de Ramón Briones Luco (un
“feminista” del periodo) indica: “El problema feminista
no es la lucha de sexos: ni el hombre es superior ni la
mujer es inferior, son simplemente distintos y cada cual
es superior en su respectivo plano de acción”2.
Más adelante en el año 1936, las mujeres políticas
de la publicación de izquierda La Mujer Nueva asumi-
rán, nuevamente, la idea de la “lucha de los sexos”, aun-
que de otro modo, para definir a su feminismo. Resca-
tando este sintagma señalarán: “Sin duda hay problemas

2
“Reportaje a Senador por Tarapacá Sr. Ramón Briones Luco”, Acción
Femenina, Nº 1, 1922, p. 9.

176
propios de la mujer, pero estos son mínimos, en compa-
ración de los problemas generales que afectan por igual
a ambos sexos a los que trabajan y producen en contra-
posición con los que nada hacen. Por eso es que la reac-
ción mira con buenos ojos y azuza solapadamente ese
“feminismo” de lucha de sexos para desviarnos de nues-
tro verdadero objetivo en la lucha política, social y eco-
nómica”3.
Son feministas, sin duda. El problema no es el fe-
minismo es la “lucha de lo sexos”. Ni las mujeres de la
elite ni las mujeres de izquierda se sienten atraídas por
un feminismo anclado a la “lucha de los sexos”. De al-
gún modo, la idea de lucha de los sexos parece llevar en
sí la marca de al menos dos adjetivaciones: falsedad. No
representa a la verdadera política de mujeres; Irraciona-
lidad. Una política en su nombre sólo podría llevar fuera
de los márgenes de la cordura. Será sorprendente que la
“irracionalidad” de esa “lucha” será destinada a las “otras”:
las otras son las feministas irracionales. No estaría del todo
errado sugerir que el feminismo de comienzos de siglo se
constituirá en rechazo a toda “radicalidad”. Es por ello
que lo que subyacería a ambas posturas sería la idea de
cierta “humanidad compartida”: entendida, por unas,
como la diferencia de funciones y roles complementa-
rios a la idea de la diferencia de los sexos; y entendida,
por otras, como la búsqueda de la igualdad social recha-

3
Leontina Fuentes, “El actual papel de la mujer reaccionaria”, La Mujer
Nueva, Nº 7, Santiago, Julio, 1936, p. 4.

177
zando la pertinencia de dicha diferencia. Pronto, sin
embargo, las mujeres de izquierda reconocerán los ato-
lladeros políticos a los que lleva la idea de la “irrelevancia
de la distinción de los sexos”. No sin pesar verán como las
políticas del frente popular no cumplen con la promesa
de los derechos políticos. En este sentido se indica en las
páginas de la Mujer Nueva:

La influencia en las urnas electorales de las fuer-


zas de izquierda, agrupadas bajo las banderas del
Frente Popular, ha surgido súbitamente como
un peligro demasiado grande ante las fuerza de
la derecha para que estas no busquen un apoyo
que les permita contrarrestarlo. Y el punto de
apoyo buscado será, sin duda, el voto femenino
(…) Por sus principios doctrinarios ellos están
obligados a “apoyar” el voto femenino, por si-
tuación de táctica o de conveniencia política no
sentirán ningún deseo de hacerlo. Tal vez no lo
hagan y con ello disgustarán a las mejores de
avanzada. Este disgusto surgirá por sobre todo,
porque ellas comprenden que sería posible con-
ciliar izquierdismo y el voto femenino si se hicie-
ra alguna labor en este sentido. Pero la mayor
parte de los partidos políticos, prefieren hacer a
este respecto lo que hace el avestruz. Ellos ven
que el voto femenino es un problema, entonces
prefieren no tocarlo y esconden la cabeza4.

¿Qué es, entonces, la humanidad compartida? ¿Qué


es eso de la humanidad compartida cuando hablamos de

4
“El triunfo electoral del Frente Popular y el voto femenino”, La mujer
Nueva, Santiago, Mayo, 1936.

178
las mujeres? Para el caso de las mujeres esta humanidad
compartida quedará nuevamente definida en la materni-
dad. La mujer todo cuerpo, madre generosa/madre do-
liente. Estas políticas feministas de comienzos de siglo de-
berán presuponer al sujeto mujer al cual dirigen sus polí-
ticas. Es necesario pre-concebir una identidad “mujer” rí-
gida. Estos feminismos, de algún modo, proyectan hacia
el futuro, una decisión previa: este momento anterior, es
la idea común y compartida del sentido de la palabra “mu-
jer”. No es una novedad que esta identidad esté vinculada
a cierta retórica del amor romántico y del cuidado. Am-
bas retóricas al servicio del discurso de la familia que mol-
dea roles, maneras y hasta las transgresiones del ‘ser mu-
jer’. Bien podríamos llamar a estos feminismos como fe-
minismos de acción afirmativa. La política feminista de
acción afirmativa busca la inclusión de lo otro, las otras,
en el marco social y cultural existente con la promesa de
que la propia inclusión de las mujeres transformará el marco
social y cultural existente. Este es el presupuesto que ani-
ma a las políticas tendientes a subsanar la mala representa-
ción de las mujeres en la esfera pública/política. Esta polí-
tica por la visibilidad, por el reconocimiento, la podría-
mos sintetizar en la siguiente frase: “más es mejor”. Esto es,
más leyes, más garantías, más derechos, más participación,
más visibilidad, más presencia, más reconocimiento es “me-
jor”. Aunque parezca extraño mencionarlo, el sujeto al cual
está dirigida esta política feminista de acción afirmativa es
La MUJER, ahora con mayúsculas. En este punto coinci-
dirán tanto las políticas de la elite como las de izquierda.

179
Desde esta perspectiva, el lugar de destino de este
feminismo es su propio comienzo. Si tuviésemos que va-
riar la afamada sentencia La mujer no nace, se hace de
Simone de Beauvoir desde la perspectiva feminista afir-
mativa tendríamos que decir la mujer llega a ser lo que es.
De cierta manera, este feminismo de acción afirmativa
lo que pone en práctica es una política remedial en vistas
de asegurar el hecho de ser “mujeres” sin daño. De ahí
que sus políticas estén dirigidas a la protección de la in-
fancia, políticas reproductivas, leyes y fueros maternos,
bonos compensatorios por la crianza de los hijos, etcétera.
Si tuviésemos que señalar una de las paradojas de este tipo
de política es simplemente que su mayor éxito es su princi-
pal fracaso. A mayor inclusión, a mayor visibilidad más se
asienta el discurso del amor romántico y del cuidado.
Destaquemos que la idea de la “lucha de los sexos”
no sólo es el límite para cualquier política de mujeres de
comienzos de siglo sino que también, y por sobre todo,
dicho sintagma permite la doble negación constitutiva
de la política feminista en Chile.
En este sentido, el lugar ficcional del feminismo
como “lucha de los sexos” hace de la “definición” un ejer-
cicio permanente. De ahí que las mujeres deban negar,
primero, una política masculina “guerrera” y de “com-
petencia”; y segundo, una política falsa, la del feminis-
mo. Entendiendo al feminismo, así, como una extensión
de la lógica masculina de la política.
Dos posiciones que, insistentemente, desde comien-
zos de siglos parecen rondar a las políticas de mujeres. Ne-

180
gación doble que será asumida en el año 1922 por las mu-
jeres militantes del Partido Cívico Femenino en el arduo tra-
bajo de definir constantemente —en las páginas de su re-
vista Acción Femenina— la voz feminismo. Dos negaciones
que Amanda Labarca un par de años más tarde, por tomar
un ejemplo ejemplar, toma la siguiente forma: “Si pedimos
equiparación civil no es porque intentemos el trágico es-
fuerzo de llegar a ser en todo vuestras semejantes. Sabemos
que las funciones son distintas, que nuestras calidades diver-
sas, pero que somos iguales en el espíritu, idénticos en los
ideales de redención humana. Sólo queremos armonizar con
vosotros en un plano de igualdad espiritual. Abominamos,
tanto del hombre que se feminiza, como de la mujer que
adopta arrestos de varón”5. En este sentido agregarán más
tarde las mujeres del Partido Progresista Femenino: “En esta
conciencia se levanta la mujer chilena, organizada en forma
honrada y franca como Partido Político, no como pudieran
creer algunos, para rivalizar con el hombre, ni parecérsele a
él, ni usurparle sus cargos, puestos u honores, sino que para
aportar honradez, su espíritu y su fuerza, a fin de contribuir
al progreso y evolución de la patria”6.
Dos negaciones que llevarán a una afirmación: la
mujer-madre. Apoyadas en argumentos traídos de las
deterministas retóricas de la biología, las mujeres del Par-
tido Progresista Femenino dan la bienvenida a su política

5
Amanda Labarca, “Emancipación civil” (1925), ¿A dónde va a mujer?, op.
cit., p. 170.
6
Partido Progresista Femenino, Declaración de principios, programa y estatu-
tos, op. cit., p. 4.

181
de mujeres: “Condiciones psíquicas y biológicas, tal vez,
determinan su predominio. Psíquicas, pues el hombre,
al poseer mayor control, y acaso menos apasionamien-
tos, disminuida su sensibilidad en su diaria lucha por al-
canzar su propia supervivencia y la de su grupo familiar.
Biológicas porque no está limitado por el proceso de la
gestación y porque su fuerza muscular desarrollada en
múltiples esfuerzos, lo destacaba como el defensor de sí
mismo y de la colectividad”7.
Señalada la diferencia de los sexos, luego de haber
determinado, y limitado, los lugares para cada uno de
los sexos: esto es, luego de haber señalado que su política
no es un remedo de las políticas masculinas (no podrían
biológicamente estarían impedidas), el Partido Progresis-
ta Femenino indica la segunda negación: no somos femi-
nistas. En este punto pretenden ser claras:

El Partido Progresista Femenino es, pues, una


organización democrática de mujeres, que tie-
ne por objeto dar vida a una organización po-
lítica femenina, para introducir un elemento
nuevo y renovador en la política chilena. El
Partido Progresista femenino, como organiza-
ción política, estudia los problemas generales
del país, al igual que los partidos mixtos, para
contribuir, junto con el hombre, a su solu-
ción. Su acción, sin embargo, se encauzará en
forma primordial a los problemas específicos
de la mujer, del niño y la familia, sin propen-
der a una política feminista, que entra en com-

7
Ibíd., p. 1.

182
petencia con el hombre, sino con el objeto de
obtener aquellas reivindicaciones femeninas
que nuestra legislación mantiene a rezago. El
Partido Progresista Femenino desea preparar a
la mujer chilena en lo político, social y econó-
mico, para que conozca la vida en todas sus
manifestaciones, libre de prejuicios feminis-
tas y segura del respeto que sus actividades
tengan para dar fluidez mental y compren-
sión humana que tanto precisan los eres a quie-
nes ha de dar la vida; para que comprenda
mejor al hombre y colabore con él, codo a
codo, como su compañera, en la lucha por la
existencia8.

Esta doble negación, lleva a las militantes del Par-


tido Progresista Femenino a desarrollar un programa po-
lítico vinculado a los derechos humanos de las mujeres.
Por derechos humanos entienden una naturaleza com-
partida que para el caso de las mujeres se grafica en rei-
vindicaciones sociales y económicas. De cierta manera,
la sospecha que recorre a la declaración de principios
del Partido Progresista Femenino es que con los derechos
políticos, el buscado derecho a voto, no se resuelve el proble-
ma de las mujeres. Parece rondar a la carta de ciudadanía del
Partido Progresista Femenino aquella tesis que señala que si la
sociedad salarial está anclada/construida a la idea de un “suel-
do”, lo que debe buscarse para ser ciudadano/ciudadana no
es sólo el derecho a elegir o ser elegido sino que asegurar las
condiciones económicas mínimas para poder actuar como

8
Ibíd., p. 5.

183
un ciudadano/ciudadana. Alrededor de esta tesis presentan
los puntos fundamentales de su programa: 1º obtener de
inmediato la derogación de todas aquellas leyes que mantie-
nen a la mujer en situación de inferioridad con respecto al
varón. 2º Reemplazar el régimen de comunidad de bienes
dentro del matrimonio, por el de separación total, régimen
que crea la incapacidad de la mujer para ejecutar toda clase
de actos jurídicos. 3º modificar las leyes relacionadas con la
sucesión, en que los derechos de la mujer como cónyuge se
hallan lesionados.4º obtener que se reconozca a la mujer igua-
les posibilidades que al varón para desempeñar aquellos car-
gos a que su capacidad, sus méritos y conocimientos la habili-
ten y no se la posponga en sus derechos como ocurre hoy en
día. 5º Dictar un estatuto profesional para todas las mujeres
que desempeñan una profesión netamente femenina, como
dentistas, enfermeras, visitadoras sociales, matronas, etc., a fin
de que se les otorgue una justa remuneración, de acuerdo
con los estudios realizados y la importancia de estas funciones
6º Reglamentar el trabajo de la mujer conforme a su natura-
leza física9.
Un plan sencillo. Derechos políticos más derechos
económicos. De algún modo, se deja entrever que para
ejercer la ciudadanía el “derecho a voto” es simplemente
el comienzo. Temprano en el siglo XX, las mujeres del
Partido Progresista Femenino notaron que los derechos
económicos hacen efectivos a los derechos políticos.

9
Ibíd., 6.

184
Fin del desorden

El desorden de la democracia que genera la emer-


gencia de partidos políticos de mujeres en Chile encon-
trará su fin, paradójicamente, a pocos años de la obten-
ción del derecho a voto. Cabe destacar que, tal como ha
sido desarrollado en este ensayo, el desorden de las polí-
ticas de las mujeres de comienzos del siglo XX se deberá
principalmente a la descripción de su política confundi-
da entre retóricas progresistas (discurso de la emancipa-
ción de las mujeres) y retóricas conservadoras de un “ci-
vismo materno”.
Esta política del desorden de la participación polí-
tica de las mujeres, sin embargo, no hace sino reiterar el
mismo viejo argumento de la inclusión aporética de las
mujeres: la inclusión diferenciada, vinculada a los deci-
res de la “madre”. Llamamos aquí “decires de la madre”
a toda construcción política y social que incluye a la mujer
en la esfera pública simbolizando la protección, el cui-
dado y los sentimientos.
Políticas del desorden que harán suyas, sin contra-
dicción, tanto retóricas conservadoras de la maternidad
como prácticas progresistas de la igualdad. Es esta espe-
cial política, que en este libro denominé “políticas del
cuidado”, el instrumento privilegiado de desarrollo del
feminismo chileno. Esta peculiar política feminista se
realiza en Chile en al menos dos momentos fundamen-
tales. En un primer momento, la agenda política afirma-

185
tiva del feminismo chileno tiene en la petición por los
derechos civiles su principal objetivo. En efecto, las pri-
meras organizaciones políticas de mujeres que se defi-
nen feministas en el país, a comienzos de los años veinte
del siglo pasado, hicieron de la demanda de los derechos
civiles su principal bandera de lucha. El año 1919 será
singularmente importante para el despliegue de la agen-
da afirmativa del feminismo en Chile. Ese es el año en
que se celebra el Congreso Internacional de Mujeres en
Washington. Y también es el año en que se crea el Con-
sejo Nacional de las Mujeres en Chile; espacio que, desde
su comienzo, se abocará a la discusión y debate sobre los
derechos civiles de las mujeres
Este primer momento tiene en la persona de
Amanda Labarca, una representante destacada, y en el
Partido Cívico Femenino, una escuela política excep-
cional para las mujeres. Interpelando a un anónimo
lector masculino, Amanda Labarca indicará “sólo que-
remos armonizar con vosotros en un plano de igualdad
espiritual. Abominamos, tanto del hombre que se fe-
miniza, como de la mujer que adopta arrestos de va-
rón”1. En este sentido, podría ser dicho que se prefigu-
ra una política de la diferencia que no sólo vincula cada
uno de los sexos a funciones y roles determinados, sino
que, además, hace explícita la lógica diferencial que vin-
cula, por un lado, lo “masculino” al dominio de lo pú-

1
Amanda Labarca, “Emancipación civil” (1925), ¿A dónde va a mujer?, op.
cit., p. 170.

186
blico y universal y, por otro, lo “femenino” al dominio
de lo privado materno.
Un segundo momento de la agenda afirmativa del
feminismo chileno encuentra en la demanda de los de-
rechos humanos un lugar “eficiente” para definir la prác-
tica del feminismo. Será, más específicamente, bajo la
figura de la reivindicación de los derechos sociales y eco-
nómicos que las mujeres de mediados del siglo XX refor-
mulan su reclamo feminista. Es importante explicitar tam-
bién que bajo la alocución de los “derechos humanos” se
entiende cierta “humanidad compartida” que para el caso
de las mujeres se figurará en un despolitizado cuerpo
materno2.

98
He desarrollado más extensamente el vínculo entre feminismo y derechos
en “La (in)humanidad de las mujeres en Nudos Feministas. Política, filoso-
fía, democracia, Santiago, Palinodia, 2011.pp. 47-57; y “Tres escenas en
torno a las mujeres y los derechos en América Latina” en Susana Villavicen-
cio (coordinadora), La unión latinoamericana: diversidad y política, Buenos
Aires, CLACSO Ediciones, 2014, pp. 211-223.

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