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LA, E MISTIGA DELA ° _ 4S FEMINIDAD ety Friedan FEMINISMOS f A Gare Crea cette) Roe} (eee ccici} Basco ta eens Econoinia Sociologia: Reco Geografia /Historia Cece Een Seen) Ces Coa 1a mistica dla feminidad es im elisica ‘del pensimiento feminista que o¢ publicg originalmente en Estados ‘Unidos en 1963. Se trata sobre todo de im libro de invesigacién respaldado por un abundante trabajo descriptivo, Y slo coma cansecuencia de esto se acaba convirindo en un Ibo rnilitate, lo que lo aproxima al otro arm clisic del siglo x El gpunda se, ‘de Simone de Beauvol. ‘ried ama amitica de la emai ‘ea imagen de lo wesencialmeiiis °* femeninon, esa de lo que hablan y 410. ‘que ee dcigen las Fovistas para mujeres, a ‘Publicidad y lor Ibeos de autoayuda, 1B una hormia mora, fabeicads ei sn ao, en la que se pretende, como eh tun Iecho de Procusto, hacer vivir todas las mujeres. Bs algo inttiog (ques stntenita llevar agabo, produce sonscouenclas cada vez mls graves. Coniesra por ws diftso 1 termina pot produc enfermedades. - Nerdaderas: Precsamente al bro ‘omienza com un eabitl titulado ‘El malestar qué no Hee nombre en el acoiapatamiento de tino de los ‘eambiosslales nds detente al siglo 3 posi y autoconciencia arp La mistica de la feminidad Betty Friedan La mistica de la feminidad ‘Traduccién de Magali Martinez Solimén piciones c&rEDRA Feminismos ‘Conejo sexo Palma Alclé Proton de oasfanea mote Montserrat Care Unneria de Caras Ceca Caso: Univesidd Comploene de Mala ‘ios Cola: Uneslat de Valea NM Angeles Dare: CSIC abel Manica Beale Unrate Valea ‘Mary Nass Universi Coens de Becton, ‘Verna Sole Universidad Aaténoma Bahn ‘Arba Vlei: UNED Testun dea Maer isin cooednacin: abel Movant Dau: Unrest Valine “TH vig et co: The Fomine one 1 ei, 2009 Dis decbie: tee Tusracn de eabers: © Gey images Reser de os recon lone dex chen ex propio ‘ar Ly, ie ettec peas prin yo nay ora oe ‘nsiponens inden pdr rcs por ‘llc, nod en passa ober ie ‘sea Madson open ease ‘ew deca ipo de soporte o commas "a prepinttrinste NuPo:sm.o0132 ©1997, 1581,19 A todas las nuevas mujer ya los nuevos hombn ‘ to de personas de su grupo de entonces de fowa; y a E. C. Tolman, Jean Macfarlane, Nevitt Sanfort y Erik Erikson de Bericeley —una formacién liberal en el mejor sentido de la palabra, con el objetivo de ser aprcve~ chada, aunque no lo Hegara a hacer tal como lo habia previsto original- mente. Las reflexiones ¢ interpretaciones, tanto a nivel teérico como précti- co, y los valores implicitos de este libro, son inevitablemente mios. Pero sean 0 no definitivas las respuestas que aqui presento —y hay muchas preguntas que los investigadores sociales tendrén que seguir analizan- do— el dilema de las mujeres estadounidenses es real. En el momento actual, muchos expertos, finaimente obligados a reconocer este proble- ‘ma, estin redoblando sus esfuerzos para que las mujeres se adapten a él desde la perspectiva de la mfstica de la femninidad. Seguramente mis res- puestas molesten a estos expertos y a muchas mujeres también, pues su- pponen un cambio social. Pero no tendria sentido que yo hubiera escrito este libro si no creyera que las mujeres pueden influir en la sociedad, del mismo modo que se ven influidas por ella; que, a fin de cuentas, una ru- jet, de la misma manera que un hombre, tiene el poder de elegir y de ‘construir su propio paraiso o su propio infiemo. Grandview, Nueva York unio de 1957-julio de 1962 30 Captruto PRIMERO El malestar que no tiene nombre El malestar ha permanecido enterrado, acallado, en las mentes de las, ‘mujeres estaciounidenses, durante muchos afios. Era una inquictud extra- fia, una sensacién de insatisfaccién, un anhelo que las mujeres padecian ‘mediado el siglo xx en Estados Unidos. Cada mujer de los battios resi- denciales luchaba contra él a solas. Cuando hacia las camas, la compra, ajustaba las fundas de los muebles, comia sandwiches de crema de ca- cahuete con sus hijos, los conducia a sus grupos de exploradores y ex- ploradoras y se acostaba junto a su marido por las noches, le daba miecio hacer, incluso hacerse a 3{ misma, la pregunta nunca pronunciada: «Es esto todo?» Porque durante mas de quince afios no hubo una palabra para aquel ‘anhelo entre los millones de palabras escritas sobre las mujeres, para las mujeres, en las columnas, Ios libros y los articulos de expertos que les ‘decfan a las mujeres que su papel consistia en realizarse como esposas y madres. Una y otra vez las mujeres ofan, a través de las voces de la tra~ icin y de la sofisticacion freudiana, que no podian aspirar a un destino ims elevado que la gloria de su propia feminidad. Los expertos les ext plicaban cémo cazat y conservar a un hombre, cmo amamantar a sus criaturas y ensefiarles a asearse, cémo hacer frente a la tivalidad entre hermanos y a la rebeldia de los adolescentes; cémo comprar una lavado- 1a, homear el pan, cocinar caracoles para gourmets y construir una pis- ‘cina con sus propias manos; cémo vestirse, qué imagen dar y cémo ac- twar para resultar mas femeninas y hacer que el matrimonio fuera més es- timnlante; cémo evitar que sus esposos murieran jévenes y que sus hijos sl se convirtieran en delincuentes. Se les ensefiaba a sentir pena por las mujeres neuréticas, poco femeninas e infelices que querian ser pcéti- a5 0 médicas o presidentas. Aprendieron que las mujeres femeninas de verdad no aspiraban a tener una carrera ni unos estudios superiores ni derechos politicos —la independencia y las oportunidades por las que luchaben las trasnochadas feminisias. Algunas mujeres, tras cum- plir los cuarenta o los cincuenta, todavia recordaban haber renunciado dolorosamente aquellos suefios, pero las mujeres mds jévenes n. si- quiera se lo planteaban. Miles de voces expertas aplaudian su ferini- dad, su adaptacién, su nueva madurez. Todo lo que tenian que hacer cra dedicar su vida desde su més tierna adolescencia a encontrar un marido y a traer hijos al mundo. A finales de la década de 1950, la edad media a la que las mujeres ‘contrafan matrimonio descendié hasta los 20 afios y siguié bajando todavia més, Catorce millones de muchachas estaban prometidas ya a los 17 afios de edad, La proporcién de mujeres maiticuladas en colleges en relaciéncon la de hombres habfa disminuido desde el 47 por 100 de 1920 hasta e] 35 por 100 de 1958. Un siglo antes, las mujeres habfan luchado por peder acceder a la universidad; ahora las chicas acudian a los colleges para conseguir marido. A mediados de la década de 1950, el 60 por 100 de és- tas abandonaban el college para casarse o porque temian que un exceso de formacién académica pudiera constituir un obsticulo para casarse. {Los colleges construyeron residencias para «estudiantes casados», pero quienes las ocupaban casi siempre eran 1os maridos. Se disefié una ruc- va titulacién para las esposas, que respondia a las siglas de «Ph. T»*, para que apoyaran a sus maridos mientras estudiaban. Las jovenes estadounidenses empezaron a casarse mientras estaan cn el instituto. ¥ las revistas femeninas, que se lamentaban de las trstes estadisticas acerca de estos matrimonios tan prematuros, pidieron que en los institutos se crearan cursos matrimoniales y que hubiera consejeros ‘matrimoniales. Las chicas empezaron a tener novio formal a los doce y trece afios de edad, al principio de los estudios socundarios. Los faati- cantes sacaron al mercado sujetadores con rellenos de espuma para niias de diez afios. Y un anuncio de la época de un vestido de nifia, publicado ‘en The New York Times en el otofio de 1960, decfa: «lla también pusde unirse al club de las cazahombres.» A finales de la década de 1950, fa tasa de natalidad en Estados Uni- dos estaba a punto de superar Ia de India. All movimiento a favor del con- * Juogo de palabras con PhD., doctorado, Ph. T. corresponde a «Putting Hustand ‘Through, mandar al marido a la Universidad. [Nd a 7] 52 trol de la natalidad, rebautizado como Planned Parenthood, le pidieron ‘encontrara un método mediante el cual las mujeres a las que se les habfa advertido que un tercer o un cuarto bebé podria nacer muerto 0 con smalformaciones lo pudieran tener de todos modos. Los especialistas en estadistica estaban particularmente desconcertados ante e! fabuloso in- cremento del nimero de nacimientos entre estudiantes de los colleges. Cuando antes solfan tener dos hijos, ahora tenian cuatro, cinco o seis. ‘Aquellas mujeres que en agin momento se habian planteado estudiar ‘una carrera ahora estaban haciendo carrera ctiando bebés. En 1956 la re- vista Life alababa con satisfaccién la tendencia de las mujeres estadouni- denses a reintegrarse a a vida doméstica, ‘En un hospital de Nueva York, una mujer suffi un ataque de nervios cuando se enteré de que no podria amamantar a su bebé. En otros hospi- tales, algunas pacientes enfermas de céncer se negaron a tomar un medi- ‘camento del que la investigacién habia puesto de manifiesto que podia salvaries la vida, porque se decia que tenian efectos secundarios que po- dria afectar a su feminidad, «Si sélo tengo una vida, quiero vivirla de ru- bia», proclamaba un anuneio que podia verse en el periédico, en las re- vistas y en carteles en las tiendas, con una fotografia a toda plana de una hermosa y frivola mujer. Y por todo Estados Unidos, tres de cada diez ‘mujeres se tefifan el pelo de rubio. Sustitufan la comida por un producto ‘en polvo denominado Metrecal para adelgazar y tener la misma talla que las jvenes modelos. Los depariamentos de compras de los grandes al- macenes informaban de que, desde 1939, las mujeres estadounidenses habian bajado de tres a cuatro tallas. «Las mujeres estin decididas a adaptarse a las prendas de ropa, en lugar de ser al revés», comentaba un comercial. Los intetioristas disefiaban cocinas con murales de mosaico y pintu- ras originales, porque las cocinas habian vuelto a ser el centro de la vida de las mujeres. Coser en casa se convirtié en una industria multimilfona- ria, Muchas mujeres dejaron de salir de casa, excepto para ira la compra, hacer de chéfer para sus hijos o atender los compromisos sociales junto su marido. Las jvenes crecfan en Estados Unidos sin tener nunca un trabajo fuera de casa. A finales de la década de 1950, de repente se ob-} serv6 un fendmeno sociol6gico: un tercio de las mujeres estadouniden- ses estaban trabajando, pero la de ellas ya no eran jovenes y muy pocas desarrollando una carrera profesional. Eran en su ‘mayoria mujeres casadas que desempefiaban trabejos a tiempo parcial, * Planficacién familia (N de la 7 3 ontribu los estudios de su 0 par 1 pagar la eran viudas «que tenian que mantener a una familia. Cada vez eran menos las mujeres que accedian a trabajos profesionales. La escasez de personal en las profe- siones de enfermerla, trabajo social y ensefianza provocd una crisis en ‘casi todas las ciudades estadounidenses. Preocupados por el liderazgo de la Union Soviética en la carrera espacial, los cfentificos observaron que en Estados Unidos la principal fuente de materia gris desaprovechada era la de las mujeres. Pero las chicas no estudiaban fisica: no era «femeni- ‘nom. Una chica rechaz6 una beca de ciencias en la John Hopkins para aceptar un empleo en una inmobiliaria. Segin dij estadounidense: casarse, tener os y vivir en un barrio residencial. EI ama de casa de los barrios residenciales: imagen sofiada de la Joven mujer estadounidense y envidia, segiin se decfa, de todas las muje- es del mundo. El ama de casa estadounidense, liberada por la cieccia y Jos electrodomésticos, que hacian el trabajo por ella, de la carga de hs ta- reas domésticas, de los peligros del parto y de las enfermedades que ha- bfan padecido sus abuelas. Estaba sana, era hermosa, tenia estudios y s6lo tenfa que preocuparse por su marido, su casa y su hogar. Habla en contrado la auténtica realizacién femenina. En su calidad de ama de casa y de madre, se la respetaba como socia de pleno derecho y en pe de igualdad con el hombre en el mundo de este, Gozaba de libertad para clegir el automévil, la ropa, los electrodomésticos y los supermercedos; tenia todo aquello con lo que cualquier mujer siempre soi. En los quince aflos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, esta se a si mismo de la cultura estadounidense contemporénea. Millones de mujeres plasmaban en su vida el modelo de aquellas bonitas imagenes del ama de casa estadounidense de los barzios residenciales, ‘que despedia a su marido con un beso frente @ un gran ventanal, que lle” vaba.a un montén de nifios a la escuela en una gran ranchera y que son- reia mientras pasaba la nueva enceradora elécirica por el inmaculado ‘suelo de la cocina. Aquellas mujeres homeaban su propio pan, cosian su ropa y la de las criaturas, tenfan la levadora y la secadora funcionando todo el dia. Cambiaban las sébanas dos veces por semana en lugar de una sola, aprendian a hacer ganchillo en las clases para adultos y sentfan ‘Pena por sus pobres madres frustradas que habian sofiado con tener una ‘carrera, Su tinico sueio era ser perfectas esposas y madres; su mayor am- bicién era tener cinco hijos y una casa preciosa, su tinica lucha cazar y ‘conservar a su esposo, No‘pensaban en los problemas no femeninos del 54 mundo, ajenos al Ambito doméstico; querian que los hombres tomaran Jas principales decisiones. Se enorgullecian de su papel como mujeres y ‘escribjan sin modestia en la casilla del formulario del censo «Ocupacién: ‘sus labores.» a Porque durante mas de quince afios, las palabras escritas para las mu- jeres, y las palabras que las mujeres utilizaban cuando hablaban unas con ‘tras mientras sus maridos estaban sentados en otro rincém de la habita- cidn y bablaban de negocios o de politica o de fosas sépticas, se referian alos problemas con sus hijos e hijas o cmo hacer para que sus maridos estuvieran contentos o para mejorar la educacién de sus hijos, preparar tun plato de potlo o hacer fundas para los mue! n las mujeres eran inferiores o os hombres, te diferentes. Palabras tales como «emancipaciém» y «carrera» sonaban extraias y ombarazosas; nadie las habia ufilizado durante affos. Cuando tna mujer francesa llamada Simone de Beauvoir escribi6 un libro ttula- do El segundo sexo, un critico estadounidense comenté que obviamente quella sefiora «no tenia ni idea de lo que era la vida» y que ademis, ¢s- taba hablando de mujeres francesas. En Estados Unidos, el «malestar de mujeres» ya no existia. *s Siuna mujer tena mn problema en las décadas de 1950 y 1960, sabia «que algo no iba bien en su matrimonio o que algo le pasaba a ella. Pen- saba que las dems mujeres estaban satisfechas con sus vidas. {Qué cla- se de mujer era ella si no sentia aquella misteriosa plenitud encerando el suelo de la cocina? satisfaccién que nunca llegaba a saber cuintas mujeres ms la compartian. Si intentaba contérselo a su marido, éste no tenia ni idea de lo que esta- ba hablando. En realidad, ella misma tampoco lo entendia demasiado. Porque durante mas de quince afios a las mujeres estadounidenses les re- sult® més dificil hablar de aquel malestar que de sexo. Ni los psicoana- listas tenfan un nombre para aquello. Cuando una mujer acudfa al psi- ‘quiatra en busca de ayuda, como Jo hicieron muchas de ellas, solfa de- cirle: «Me siento tan avergonzadan, o «Debo de ser una neurética sin remisién». aNo sé qué es lo que les pasa a las mujeres de hoy en dis», ‘comentaba preocupado un psiquiatra de un barrio residencial. «Sélo s& - que algo va mal, porque la mayorfa de mis pacientes resulta que son mu- jeres. ¥ su malestar no es de tipo sexual.» Sin embargo, la mayoria de las ‘mujeres que padecian este malestar no iban al psiquiatra. «in realidad no pasa nada», se decian a s{ mismas una y otra vez. «No hay ningtin pro- blema» Pero una mafiana de abril de 1959, oi a una madre de cuatro hijos, que estaba tomando café con otras cuatro madres en un barrio residen- 55 . cial a unos veinticinco kilémetros de Nueva York, referirse en un teno de resignada desesperacién al «malestar». Y las otras sabian, sin mediar pa- Jabra, que no estaba hablando de un problema que tuviera con su matido, ni con sus hijos, ni con su casa. De repente se dieron cuenta de que todas ‘compartian el mismo malestar, el malestar que no De ma- nera titubeante, se pusicron a hablar de él. Mas tarde, después de que hu- bieran recogido a sus hijos de la escuela y de la guarderia y los hubieran Hlevado a casa para que echaran la siesta, dos de las mujeres Horaron de puro alivio al saber que no estaban solas, Poco a poco empecé a darme cuenta de que el malestar que no tiene nombre lo compartia un sinmimero de mujeres en Estados Utidos Como redactora de revistas, solia entrevistar a mujeres acerca d> sus problemas con los hijos, el matrimonio, Ia casa o la comunidad, Pero al cabo de un tiempo empecé a identificar los signos reveladotes de este otro malestar. Aquellos mismos signas los adverti en las casas de cam- po de las afueras de la ciudad y en las casas de dos pisos de Long Idand, ‘Nueva Jersey y el condado de Westchester; en las casas coloniales de una equefia ciudad de Massachusetts; en los patios de las casas de Mem- phis; en los apartamentos de las afuueras y de los centros de las ciudades; en los cuartos de estar de las casas del Medio Oeste. A veces percibia el ‘malestaz, no en mi calidad de periodista, sino como ama de casa de un ‘barrio residencial, porque durante aquella época yo misma estaba c-ian- do a mis tres retofios en el condado de Rockland, Nueva York. Oi ecos Retty Friedan, elf One Generation Can Ever Tell Another, Smith Alumnae ‘Quarter, Northampton, Massachusets,inviermo de 1961. Tomé couciensia por pi- mera vez del cmalestar que no tiene norbre» de su posible relacion con fo que aa ' denominando Ia anistca de la feinidad» en 1957, cuando preparé un exhstivo” cuesionaro y realioé una encuesta entre mis propias compefiras del Smith College since aos después de su graduacién, Este cusstionario lo ilzaron luego distin ‘Promociones de alumnas de Radcliffe y de ots colleges ferneninos, obteniendoresul- {ados similares. sea gp hy Hane Robbins, «Why Young Mathes Fel Tapped, Redbook sepien- jaio tit Freda Poveman, Alumnae on Parade, Barnard Alumnae Magazine, Jilo de 1957. 65 eI “conse pean apes to cle cor iva a casa para que Ta haga. ‘ahora es el marido el que no tiene interés. Es terri- ble para una mujer estar alli tumbada, noche tras noche, a la espera de que su marido la haga sentirse viva» {Por qué hay semejante oferta de li- ‘bros y articulos que offecen asesoramiento sexual? El tipo de orgasmo sexual del que Kinsley hallé un dato estadistico revelador entre les re- cientes generaciones de mujeres estadounidenses al parecer no ha acaba- do conel malestar. Por cl contrario, se observan nuevas neurosis entre las mujeres —y problemas que todavia no se han diagnosticado como neurosis— que Freud y sus seguic 05, distinias formas de a: tes a los causados por la represién sexual. Entre las crecientes gener: ciones de hijos e hijas cuyas madres siempre han estado presentes, conduciéndolos a todas partes y ayudindolos con los deberes, se ob: servan nuevos y extraiios problemas, como la incapacidad de soportar el dolor o de tener una disciplina 0 de perseguir de manera duradera. un objetivo de cualquier tipo: un devastador hasto vital. Los educe- dores cada vez estén y que hoy en dia ala educacion superior. Libramos una batalla permanen- te para hacer que nuestros estudiantes asuman su hombrian, decia un decano de Columbia. En la Casa Blanca se celebrd una conferencia sobre el deterioro fisi- co y muscular de los nifios y las nifias en Estados Unidos: zse les estaba atendiendo en exceso? Los sociélogos observaron la sorprendente orga- nizacién de las vidas de Tos nifios y las nifias de los barrios residenciales: las clases, las fiestas, los entretenimientos, el juego y los grupos de estu- io que se organizaban para ellos. Una ama de casa de un barrio resi- dencial de Portland, Oregon, se extrafiaba de que los jévenes «necesita- ran» salir a entretenerse con los grupos de exploradores y exploradoras. «Esto no es un bartio de chabolas. Los chicos tienen grandes especios ppara jugar abi fuera. Creo que la gente esta tan aburrida que organiza a los chicos y luego trata de enganchar a todo el mundo para que haga lo mismo. Y las pobres criaturas no tienen tiempo para estar sencillamente tumbadas en la cama y sumidas en sus ensofiaciones.» Puede relacionarse el malestar que no tiene nombre de alguna ma- nem gona dota del aa de cass? used na mie tt de reo] maleic cn plas con focus a vida cotidiana que :Qué es lo que hay en esa retahila de incé- 66 odos detalles domésticos que pueda causar semejante sentimiento de desesperacién? Se siente atrapada sencillamente por las enormes exi- gencias de su papel como ama de casa modema: esposa, amante, madre, enformera, consumidora, cocinera, chéfer, experta en decoracién de in- teviores, en cuidado infantil, en reparacién de electrodoméstics, en res- tauracién de muebles, en nutricién y en educacién? Su dia esti fragmen- tado pues tiene que ir corriendo del friegaplatos a la lavadora, del tel6fo- ‘no a la secadora, de la ranchera al supermercado, de dejar a Johnny en al campo de entrenamiento del equipo local a llevar a Janey a clase de ballet, de levar a arreglar el cortacésped a recoger a su marido al tren, Ge las siete menos cuarto. Nunes pagggllge ls ce qos nm tos a nada; no tiene tiempo de revistas; y aunque t- viera tiempo, ha perdido la capacidad de concentracién. Al final del dia, esti tan terriblemente cansada que a veces su marido tiene que tomarle el relevo y acostar a los nifios. Este terrible cansancio que Hevé a que tantas mujeres decidieran consultar al médico en la década de 1950 indujo a uno de ellos a investi- garlo. Para su sorpresa, descubrié que sus pacientes que padecian el de casa» dormian mas de fo que una persona adulta it ‘hasta diez horas pees penne ia ‘para su ca- | El verdadero malestar seguramente tendria que ver con otra 06a, pens6 —acaso con el aburrimiento. Algunos médicos les aconseja- ron 4 sus pacientes que salieran de casa durante todo un dia, que fueran al cine a la ciudad. Otros les prescribieron tranquilizantes. Muchas amas de los bartios inger‘an tranquilizantes como quien oma caramelos para la tos. «Te despiertas por la mafiana y sientes como sino tuviera ningin sentido seguir otro dia mds asi, De modo que te to- ‘mas un tranquilizante, porque te ayuda a que no te importe tanto que no tenga sentido.» Es ficil darse cuenta de los detalles concretos que hacen sentirse atrapada al ama de casa de los barrios residenciales, las contimuas exi- gencias con respecto a su tiempo. Pero las cadenas que la atrapan sélo ~~ existen en su propia mente y en su propia alma. Son cadenas hechas + - de ideas falsas y de hechos malinterpretados, de verdades incompletas y de ‘opciones itteales. No se ven ni se sacuden ficilmente. Cémo puede una mujer ver toda la verdad dentro de los limites de su propia vida? ;Cémo puede creer en ese voz interior suya, cuando nie- ga las verdades convencionales y comiinmente aveptadas que han regido su existencia? A pesar de ello, las mujeres con las que he hablado, que finalmente estén escuchando esa voz interior, dan la sensacién de estar or caminando a tientas, de una manera increible, através de una verdad que hha desafiado a los expertos. ‘Creo que los expertos de muchos campos han estado analizando fragmentos de esa verdad en sus microscopios darante mucho tiempo sin darse cuenta de ello. Encontré fragmentos de ese tipo en algunas investi- gaciones nuevas y en algunos planteamientos tedricos recientes er. cologia, ciencias sociales y biologia, cuyas implicaciones para las ruje- res al parecer nunca se han analizado, Encontré muchas claves hablando ‘con personas que trabajan en los barrios residenciales: médicos, ginecé~ Jogos, tocélogos, médicos clinicos infantiles, pediatras, consejeros ce es- tudio de instituto, catedréticos de universidad, consejeros matrimoniales, psiquiatras y sacerdotes —y les pregunté, no sobre sus planteamientos tebricos, sino sobre su experiencia real en su contacto con las mujeres es- tadounidenses. ‘conciencia de la existencia de un corpus crecien- te de pruebas, gran parte del cual no se ha dado a conocer piblicamente ‘porque no encaja con los modos de pensamiento actuales sobre las mu- |jeres: son pruebas que ponen en tela de juicio el estindar de la normali- dad femenina, de la adaptacién femenina, de la realizacién femenina y de la madurez femenina al que la mayoria de las mujeres tratan de emoi- ‘los médicos y a los responsables del mundo educativo, Bien pudiera ser Ja clave de nuestro futuro como nacién y como cultura. No podemos se- suir ignorando esa voz que resuena en el interior de las mujeres y que dice: «Quiero algo més que mi marido, mis hijos y mi hogar» Capiruto 2 La feliz ama de casa, heroina {Por qué son tantas las esposas estadounidenses que han sulfide du- rante tantos afios esa dolorosa insatisfaccién que no tiene nombre, cada una de ellas pensando que estaba sola? «Se me saltan las légrimas de puro alivio al saber que otras mujeres comparten mi desasosiego interion», me escribié una joven macire de Connecticut cuancio empeeé a ponerie pala- bras a aquel malestar!. Una mujer de una ciudad de Ohio escribié: «Ein los momentos en que sentia que la tinica respuesta posible consistia en con- sultar a un psiquiatra, momentos de rabia, amargura y frustracién general demasiado numerosos como para siquiera mencionarlos, no tenfa ni idea de que cientos de otras mujeres estaban pasando por lo mismo que yo. Me sentia absolutamente sola.» Una ama de casa de Houston, Texas, es- cabié: Ha sido la sensaci6n de estar pricticamente sola con mi malestar Ia que me lo hizo tan dificil. Doy gracias a Dios por ri familia y mi hogar ¥ por la oportunidad que me ha dado de cuidar de ellos, pero mi vida no ppodia limitarse a eso, Saber que no soy un bicho raro y que puedo dejar de avergonzarme por querer algo mis es como un desperta.» “Aquel penoso silencio culpable, y el tremendo alivio que supone ex-- teciotizar al fin un sentimiento, son signos psicoldgicos habituales. {Qué * Betty Friedan, «Woman Ate People Too!», Good Housekeeping, septiembre de 1960. Las cartas que recibi de mujeres de todo Estados Unidos en respuesta a este articulo tenfan semejante carga emocional que quedé convencida de que eel malestar ‘que no tiene nombre» en ningiin caso se limitaba alas graduadas de los colleges de a vy League femenina, 1 POLITICA SEXUAL Kate Millett Politica sexual

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