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EL SISTEMA DE DERECHOS
(…)
2. — El constitucionalismo clásico o moderno, surgido a fines del siglo XVIII con la independencia de las colonias
inglesas de Norteamérica y con la constitución de los Estados Unidos, tuvo el carácter de una reacción contra las formas
de organización política que fueron propias del absolutismo monárquico, y colocó como eje a la libertad y a los derechos
civiles que, en esa perspectiva, fue habitual calificar como derechos “individuales”.
Se trata de una categoría que cobró naturaleza de derechos públicos subjetivos del hombre “frente”
o “contra” el estado. El sujeto pasivo era el estado, y la obligación fundamental que había de cumplir
para satisfacer aquellos derechos era la de omisión: no debía violarlos, ni impedir su goce, ni interferir
en su ejercicio. Por eso se lo diseñó como un estado abstencionista.
Paulatinamente, el horizonte se fue ampliando, hasta: a) considerar que también los particulares
son sujetos pasivos, junto con el estado, obligados a respetar los derechos del hombre; b) añadir a la
obligación de omitir violaciones, la de dar o de hacer algo en favor del titular de los derechos.
Conforme a la cosmovisión liberal de la época, este primer constitucionalismo de la etapa inicial se denomina
constitucionalismo liberal, y el estado por él organizado: estado liberal.
3. — Las transformaciones sociales y las valoraciones colectivas en avance dieron después lugar
a un segundo ciclo, que tiene inicio en este siglo XX, y es el del constitucionalismo social. La primera
constitución de este sesgo es la mexicana dictada en Querétaro en 1917, patrimonio de nuestra América
latina, a la que siguió la alemana de Weimar de 1919, de mayor difusión universal. Después de la
segunda postguerra, el constitucionalismo social cobró curso y auge con las constituciones de Italia y
de Bonn en Alemania, a las que acompañaron años más tarde la española de 1978, la peruana de 1979,
la colombiana de 1991, la portuguesa de 1976 —para limitar los ejemplos, porque son muchísimos
más, hasta la actualidad—.
El constitucionalismo social no hace amputaciones al constitucionalismo clásico, sino que lo
completa y amplía, porque a los clásicos derechos civiles o individuales les agrega los derechos
sociales, que ahora se desglosan en económicos, sociales y culturales.
4. — La democracia liberal pasa a ser democracia social; el estado liberal avanza hacia el estado
social (o social y democrático de derecho); la igualdad formal ante la ley adiciona la igualdad real de
oportunidades; los derechos ya no van a quedar satisfechos solamente con el deber de abstención u
omisión a cargo del sujeto pasivo, sino que muchos de ellos van a ser derechos de prestación, de
crédito o de solidaridad, en reciprocidad con obligaciones de dar y de hacer por parte del sujeto
pasivo; y el estado no limitará su papel frente a los derechos en el reconocimiento, el respeto y la
tutela, sino que deberá además promoverlos, es decir, moverlos hacia adelante para hacer posible su
disponibilidad y su acceso a favor de todas las personas, especialmente de las menos favorecidas.
Ello significa que ha de estimularlos, ha de depararles ámbito propicio, ha de crear las condiciones de todo tipo
para hacer accesible a todos su efectivo goce y ejercicio. Es decir, se trata de facilitar su disfrute en la dimensión
sociológica, o, de otro modo, de que alcancen vigencia sociológica. La formulación escrita en el orden normativo ya
no basta.
Se alega, con razón, que los derechos “imposibles” (es decir, los que un hombre no alcanza a ejercer y gozar)
necesitan remedio. El adjetivo “imposibles”, que a veces se sustituye por “bloqueados” o “castrados”, alude a derechos
que, por deficientes condicionamientos sociales, económicos, culturales, políticos, etc., resultan inaccesibles para
muchos hombres. No lograr trabajo, vivienda, remuneración suficiente, posibilidad de atender la salud o de educarse,
etc., son ejemplos de derechos imposibles cuando el obstáculo impeditivo es ajeno a la voluntad del hombre y proviene
de malas o injustas situaciones sociales.
La constitución de Italia declara en su art. 3º que “incumbe a la república remover los obstáculos de orden
económico y social que, limitando de hecho la libertad y la igualdad de los ciudadanos, impidan el pleno desarrollo de
la persona humana y la efectiva participación de todos los trabajadores en la organización política, económica y social
del país”.
Fórmulas equivalentes registra el derecho comparado —por ejemplo, la constitución de España— y también el
derecho público provincial argentino.
(…)
18. — Veamos la participación. Sin emplear el término, ha inspirado a los artículos 39 y 40, sobre
derecho de iniciativa legislativa y sobre consulta popular. Pero la encontramos en el art. 75, cuyo inc.
17 sobre los pueblos indígenas obliga a asegurar su “participación” en la gestión referida a sus recursos
naturales y a los otros intereses que los afecten; y cuyo inc. 19, relativo a las leyes sobre educación,
establece el deber de asegurar la “participación” de la familia y de la sociedad.
20. — El derecho a la identidad y al pluralismo viene aludido en el art. 75 inc. 17 (referido a los
pueblos indígenas); inc. 19 (sobre leyes en materia cultural); y sin empleo explícito de la terminología,
en todas las normas ya apuntadas que, por atender a la igualdad de oportunidades, de posibilidades y
de trato, y a la no discriminación, han de comprenderse como garantes de la identidad —y de las
diferencias— así como del pluralismo, porque no existe igualdad real cuando tales aspectos dejan de
computarse, si es que la igual-dad equipara a quienes se hallan en similares situaciones y contempla
con respeto y de manera distinta a quienes se encuentran en circunstancias disímiles (ver cap. X, nos.
22 y 23).
21. — Es suficiente este rastreo para clausurar el recorrido del plexo principista-valorativo que
aquí importa rescatar.
Si en un retorno a la constitución histórica hacemos referencia a la etapa anterior a la reforma de 1994 y
prescindimos de los textos por ella adicionados, encontramos también un buen anclaje. En efecto, el respeto y la tutela
de los derechos personales configuran el contenido fundamental y básico del bien común, que coincide con el bienestar
general del preámbulo. La vigencia sociológica de los derechos personales es, por otra parte, el aspecto definitorio y
esencial de la democracia como forma de estado. El sistema integral de nuestra constitución —según fórmula del
derecho judicial de la Corte— reposa en el respeto sustancial de aquellos derechos, por lo que la filosofía de la misma
constitución se opone a la del totalitarismo.
I) Derechos del art. 75 inc. 17; Derechos civiles y sociales de los pueblos indígenas:
reconocimiento de su preexistencia étnica y cultural;
respeto a su identidad;
educación bilingüe;
reconocimiento de la personería jurídica;
posesión y propiedad comunitarias;
participación en la gestión referida a sus intereses.
M) Derechos del art. 43; Derechos de incidencia colectiva (intereses de pertenencia difusa).
25. — El actual derecho internacional de los derechos humanos sintoniza muy bien con la
constitución democrática. Con su reforma de 1994, numerosos instrumentos internacionales sobre
derechos humanos han alcanzado la misma jerarquía de la constitución suprema, operando como
fuente externa —en común con la interna— del sistema de derechos (ver nos. 13 a, y 16).
26. — Por ahora nos limitamos a sugerir que para la interpretación de los derechos humanos a
partir de la incorporación a nuestro derecho interno de tratados sobre derechos humanos, tengan o no
jerarquía constitucional, conviene propiciar algunas pautas como las siguientes:
a) los derechos contenidos en la constitución se han de interpretar de conformidad con el derecho
internacional de los derechos humanos que hace parte del derecho argentino, al modo como —por
ejemplo— lo estipulan las constituciones de España (1978) y de Colombia (1991);
b) en la medida de lo posible, y para esa compatibilización y coordinación, se ha de arrancar de
una presunción: la de que las cláusulas de los tratados sobre derechos humanos son operativas;
c) cuando acaso los derechos contenidos en los tratados internacionales no figuren en la
constitución, u ofrezcan mayor amplitud, o presentes modalidades parcialmente diferentes, hay que
esforzarse en considerar que los derechos emergentes de los tratados tienen hospedaje en la cláusula
constitucional de los derechos implícitos (art. 33);
d) Si todos los tratados internacionales, de cualquier materia o contenido, son ahora superiores a
las leyes según principio general del art. 75 inc. 22 en su texto surgido de la reforma de 1994, hay
tratados de derechos humanos que tienen jerarquía constitucional, lo que los coloca a su mismo nivel
en el vértice de nuestro derecho interno;
e) las resoluciones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, cuya jurisdicción ha
consentido nuestro estado al ratificar el Pacto de San José de Costa Rica en 1984, han de ser tomadas
en cuenta como orientación valorativa para su aplicación posible, tanto si la referida Corte ha actuado
en jurisdicción contenciosa como en jurisdicción consultiva.
(…)
70. — La cláusula que exige “ley” para mandar o para prohibir no debe tomarse con tal rigor formal que sólo
reconozca como única fuente de las obligaciones aludidas en el art. 19 a la “ley” del congreso. Podemos ser obligados
a hacer o a abstenernos por cualquier norma jurídica inferior a la ley que constitucionalmente se apoye en la ley o esté
habilitada para la constitución o por la ley (así, las sentencias).
Tampoco ha de interpretarse esta parte del art. 19 como cohibiendo las fuentes no estatales (por ej., el contrato).
Tales fuentes también tienen capacidad de engendrar obligaciones.
Asimismo, los tratados internacionales incorporados como tales al derecho interno pueden ser fuente de
obligaciones de hacer o de omitir.
Ver cap. VII, nº 74.
71. — Se llama “zona de reserva” de la ley el ámbito donde la regulación de una materia es de
competencia legislativa del congreso.
72. — El principio de legalidad se complementa con el que enuncia que todo lo que no está prohibido está
permitido. Aplicado a los hombres significa que, una vez que la ley ha regulado la conducta de los mismos con lo que
les manda o les impide hacer, queda a favor de ellos una esfera de libertad jurídica en la que está permitido todo lo que
no está prohibido.
75. — El principio de razonabilidad no se limita a exigir que sólo la ley sea razonable. Es mucho
más amplio. De modo general podemos decir que cada vez que la constitución depara una competencia
a un órgano del poder, impone que el ejercicio de la actividad consiguiente tenga un contenido
razonable. El congreso cuando legisla, el poder ejecutivo cuando administra, los jueces cuando dictan
sentencia, deben hacerlo en forma razonable: el contenido de los actos debe ser razonable.
La jurisprudencia de la Corte Suprema ha construido toda una fecunda doctrina sobre la
arbitrariedad de las sentencias, exigiendo que éstas, para ser válidas en cuanto actos jurisdiccionales,
sean razonables.
También los actos de los particulares deben satisfacer un contenido razonable.
76. — El sentido común y el sentimiento racional de justicia de los hombres hacen posible vivenciar en cada caso
la razonabilidad, y su opuesto, la arbitrariedad. La constitución formal suministra criterios, principios y valoraciones
que, integrando su ideología, permiten componer y descubrir en cada caso la regla de razonabilidad. Para ello es útil
acudir a la noción de que en cada derecho hay un reducto que configura, como mínimo, su núcleo esencial, y que este
núcleo no tolera ser suprimido, alterado o frustrado porque, de ocurrir algo de esto, se incurre en irrazonabilidad,
arbitrariedad e inconstitucionalidad.
78. — Fundamentalmente, la razonabilidad exige que el “medio” escogido para alcanzar un “fin”
válido guarde proporción y aptitud suficientes con ese fin: o que haya “razón” valedera para fundar
tal o cual acto de poder.
El derecho judicial emanado de la Corte Suprema en materia de control judicial de la razonabilidad, se limita a
verificar si el “medio” elegido para tal o cual “fin” es razonablemente proporcionado y conducente para alcanzar ese
fin; pero no entra a analizar si ese “medio” elegido pudo o puede ser reemplazado por otro que, igualmente conducente
y proporcionado al mismo “fin”, resulte menos gravoso para el derecho o la libertad que se limitan.
La Corte no efectúa esa comparación entre diversos medios posibles, porque estima que pertenece al exclusivo
criterio de los órganos políticos (congreso y poder ejecutivo) seleccionar el que a su juicio le parezca mejor o más
conveniente. Basta que el escogido guarde razonabilidad suficiente en relación al fin bus-cado.
Nosotros creemos que el control judicial de la razonabilidad debe analizar si entre diversos medios igualmente
posibles para alcanzar un fin, se optó por el más o menos restrictivo para los derechos individuales afectados; y que,
realizada esa confrontación, debe considerar irrazonable la selección de un medio más severo en lugar de otro más
benigno que también sería conducente al fin perseguido.
O sea que para dar por satisfecha la razonabilidad hacen falta dos cosas: a) proporción en el medio elegido para
promover un fin válido; b) que no haya una alternativa menos restrictiva para el derecho que se limita.
CAPÍTULO XXV
LAS LIMITACIONES EN EL SISTEMA DE DERECHOS
(…)
Su razón de ser.
1. — Los derechos que la constitución reconoce no son absolutos sino relativos: se gozan y ejercen
conforme a las leyes que los reglamentan, lo cual significa que pueden ser limitados o restringidos, a
condición de que la limitación o restricción resulte razonable.
Esta noción elementalísima de derecho constitucional presupone otra iusfilosófica innegable: el mundo jurídico,
el derecho, los derechos existen porque hay muchos hombres que conviven. O sea, porque hay convivencia y sociedad
hay un fenómeno jurídico que se llama “derecho”, y hay en él “derechos” de las personas. De existir un solo ser
humano nada habría, porque faltaría la relación imprescindible de alteridad que vinculara a unos con otros, y diera
sustento a la reciprocidad de “derechos-obligaciones” en la intersubjetividad de las conductas.
Por ende, antes de decir que los derechos se pueden limitar, hay que dar por verdad que, ontológicamente, son
limitados, porque son derechos de los hombres “en sociedad” y “en convivencia”. De ahí en más, ese carácter limitado
hace que los derechos sean limitables, precisamente para hacer funcionar el goce, el ejercicio, la disponibilidad y el
acceso a su disfrute sin exclusión de nadie.
4. — Este criterio amplio aparece en el derecho judicial de nuestra Corte Suprema, que lo ha reiterado en su fallo
del 12 de setiembre de 1996 en el caso “Irizar José Manuel c/Provincia de Misiones” con los siguientes términos: “...el
poder de policía ha sido definido como la potestad reguladora del ejercicio de los derechos y del cumplimiento de los
deberes constitucionales del individuo, la que para reconocer validez constitucional debe reconocer un principio de
razonabilidad que disipe toda iniquidad y que relacione los medios elegidos con los propósitos perseguidos”.
5. — Si llamamos “poder de policía” a todo cuanto le incumbe al estado para limitar razonablemente los derechos,
en rigor estamos apuntando al poder liso y llano como elemento del estado, con lo que en verdad nada nuevo agregamos
con la fórmula específica del “police power”. De ahí que personalmente no aceptamos esta acepción amplia, porque es
innecesario crear una categoría especial de poder si con ella connotamos directamente al poder en cuanto capacidad
total de que dispone el estado para cumplir su fin de bienestar común público.
Quede bien en claro que cuando proponemos suprimir la noción dilatada de “poder de policía” sólo nos dirigimos
a eliminar esa construcción doctrinaria (o “concepto”) pero en modo alguno negamos que por las mismas razones y
causas que esa construcción postula se puedan limitar los derechos.
7. — No creemos que el poder de policía estricto (por razón de seguridad, moralidad y salubridad públicas) consista
solamente en dictar normas (o legislar) en esas materias con efecto limitativo de los derechos. También es poder de
policía cada acto de autoridad concreto que se cumple con aquel fin (por ej.: clausurar un establecimiento insalubre,
denegar un permiso de reunión peligrosa, inspeccionar un local público, impedir la entrada al país de un grupo de
extranjeros condenados en otro estado, etc.).
Las competencias del estado federal y de las provincias en materia de poder de policía.
8. — a) Si se acoge la tesis amplia y, por ende, poder de policía significa toda limitación de
derechos por cualquier objetivo de bienestar, parece que como principio su ejercicio es propio del
estado federal. La reglamentación de esos derechos, prevista en los artículos 14 y 28 de la constitución,
incumbe al estado federal, y dentro de él, al congreso.
La Corte Suprema, en la medida en que ha justificado la validez de restricciones a los derechos en el ejercicio de
ese llamado poder de policía mediante leyes del congreso, corrobora nuestro aserto. (ver nº 4).
b) Si se acoge la tesis restringida y, por ende, poder de policía significa exclusivamente limitación
de derechos nada más que por razón de salubridad, moralidad y seguridad públicas, la cosa cambia
un poco, o bastante. En el derecho judicial emergente de la jurisprudencia de la Corte encontramos
desde muy temprano la afirmación de que el poder de policía es competencia primariamente
provincial, pero eso lo ha dicho haciendo hincapié en que son incuestionables las facultades policiales
de las provincias para defender el orden, la tranquilidad, la seguridad, la moralidad y la salubridad
públicas; o sea, cada vez que la Corte se ha decidido por la competencia provincial, ha pensado en el
poder de policía no amplio sino estricto.
La fórmula acuñada por la Corte dice que es incuestionable que el poder de policía corresponde a las provincias,
y que el estado federal lo ejerce dentro del territorio de ellas sólo cuando le ha sido conferido o es una consecuencia de
sus facultades constitucionales.
Ahora bien: si este poder de policía restringido es primariamente provincial o local, ¿quiere decir
que nunca puede ser federal? La respuesta que intentamos dar es hechura nuestra, porque a nuestro
juicio la jurisprudencia no ha sistematizado el punto.
Sin perjuicio de reconocer: a) que según la Corte el poder de policía amplio que en orden al bien
común limita los derechos, es competencia federal; b) que también, según la Corte, el poder de policía
estricto que limita los derechos en orden a la salubridad, moralidad y seguridad públicas es
competencia provincial; nosotros añadimos que: c) cada vez que en el orden federal y con relación al
bien común de toda la población es necesario limitar los derechos por razones de salubridad,
moralidad y seguridad públicas, la competencia es federal.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos, en su OC-6/86 interpretó que la “ley” que es indispensable dictar
para someter a restricciones los derechos equivale a la norma emanada del órgano legislativo del estado que inviste
competencia legiferante, con el agregado de que esa norma debe haberse dictado conforme al procedimiento previsto
para la elaboración de las leyes.
Su caracterización.
12. — En la dinámica constitucional aparecen numerosas situaciones de excepción, distintas de la
normalidad que regula la constitución formal de modo habitual y permanente. Aquellas situaciones
son denominadas por García Pelayo como singulares, originales o imprevisibles. Las emergencias son,
pues, situaciones anormales o casos críticos que, previsibles o no, resultan extraordinarios y
excepcionales.
Este carácter excepcional proviene, no tanto de la rareza o falta de frecuencia del fenómeno o episodio, cuanto de
que, por más repetido que resulte, se lo considera patológico dentro del orden previsto por la constitución. Por eso,
siempre se lo reputa peligroso, se procura frente o contra él la defensa de una seguridad jurídica, y se hace valer la
doctrina del “estado de necesidad”.
Los eventos que perturban el orden constitucional con carácter de emergencia son, entonces,
acontecimientos reales o fácticos. Al contrario, los institutos de emergencia, son creaciones del
derecho que importan medidas de prevención, seguridad y remedio para contener, atenuar o subsanar
las emergencias.
a) La gama de emergencias es muy variada, no obstante lo cual se puede ensayar su agrupamiento
mínimo en tres categorías fundamentales: a) la guerra; b) los desórdenes domésticos o internos; c) la
crisis económica.
b) Los principales institutos de emergencia que conocen la doctrina y el derecho comparado son:
a) el estado de guerra; b) la ley marcial; c) el estado de asamblea; d) el estado de sitio; e) las facultades
extraordinarias; f) la suspensión de garantías; g) la suspensión del habeas corpus; h) los remedios
innominados.
14. — Los institutos de emergencia poseen dos características fundamentales: a) por un lado,
producen un efecto en el derecho constitucional del poder o parte orgánica de la constitución, cual es
el de acrecentar ciertas competencias del poder, reforzando las de alguno o varios de los órganos del
poder; b) por otro lado, surten otro efecto en la parte dogmática de la constitución originando una
restricción de libertades, derechos y garantías individuales.
Ambos efectos son conocidos por nuestro derecho constitucional.
15. — Nuestra Corte Suprema tuvo ocasión de referirse a las emergencias y a sus institutos en la sentencia del 21
de junio de 1957 en el caso “Perón Juan D.”; en él dijo que las situaciones caracterizadas en la doctrina como “de
emergencia” “derivan de acontecimientos extraordinarios, imprevisibles o bien inevitables con los recursos ordinarios,
y que tienen una repercusión muy honda y extensa en la vida social, de suerte que demandan remedios también
extraordinarios: a veces son acontecimientos de carácter físico, como un terremoto, una grave epidemia, etc.; a veces,
de índole económica, como las que han determinado en nuestro país —y en la generalidad de los países extranjeros—
legislaciones especiales, de efectos restrictivos para el derecho de propiedad consagrado por la constitución: así las
leyes de moratoria hipotecaria y de prórroga de los arrendamientos... También la emergencia puede provenir, sin duda,
de un acontecimiento político, como es la revolución, pues lo que hace que una situa-ción tenga aquel carácter no es la
naturaleza del hecho determinante, sino su modo de ser extraordinario, la gravedad y amplitud de sus efectos y la
necesidad imperiosa de establecer normas adecuadas para restablecer los intereses públicos afectados”.
Y a renglón seguido, la Corte sienta la regla o el principio básico, que extrae de la jurisprudencia
de la Corte de los Estados Unidos: “Aunque la emergencia no puede crear un poder que nunca existió,
ella puede proporcionar una razón para el ejercicio de poderes existentes y ya gozados”.
Conforme a ello, nuestra Corte deja establecido dos cosas: a) que la emergencia no autoriza el
ejercicio por el gobierno de poderes que la constitución no le acuerda; b) pero la emergencia justifica,
con respecto a los poderes concedidos, un ejercicio pleno y a menudo diverso del ordinario, en
consideración a las circunstancias excepcionales.
16. — Más recientemente, en el caso “Peralta Luis A. y otro c/Estado Nacional, Ministerio de
Economía, BCRA”, fallado el 27 de diciembre de 1990, la Corte enfocó una emergencia económica,
y en relación con ella desplegó pautas que, de alguna manera, delinean un contorno para las situaciones
de excepción en general. Hay en la sentencia numerosas alusiones a la necesidad de evitar el desmem-
bramiento del estado, de asegurar su subsistencia, de atender a la conservación del sistema político y
del orden económico, de no frustrar la unión nacional y el bienestar general, todo ello enderezado a
un uso más intenso y urgente del poder estatal en momentos de perturbación y de emergencia.
En el mismo caso “Peralta” la Corte dijo: “que el derecho de ‘emergencia’ no nace fuera de la
constitución, sino dentro de ella; se distingue por el acento puesto según las circunstancias lo permitan
y aconsejen, en el interés de individuos o grupos de individuos, o en el interés de la sociedad toda”.
18. — Las condiciones mínimas de validez constitucional que han de reunir los institutos y
medidas de emergencia son:
a) una real situación de emergencia, constatada o declarada por órgano competente (y con control
judicial sobre su existencia y subsistencia);
b) un fin real de interés social y público;
c) la transitoriedad de la regulación excepcional;
d) la razonabilidad del medio elegido, o sea proporción y adecuación entre la medida dispuesta,
el fin perseguido, y los motivos y causas que dan origen a la medida de emergencia.
La guerra.
19. — Nuestra historia conoció: a) la guerra con Paraguay en el siglo pasado durante la presidencia de Mitre; b)
la guerra por las Malvinas, en 1982, que se desarrolló sin previa declaración formal de guerra; c) la guerra ficticia
declarada a las potencias del Eje al finalizar la segunda guerra mundial de este siglo.
20. — La tesis sobre la supremacía del derecho internacional de guerra ha sido admitida por la jurisprudencia de
la Corte Suprema en ocasión del estado de guerra de nuestro país con Alemania y Japón durante la segunda guerra
mundial. Al fallar el caso “Merck Química Argentina c/Gobierno Nacional”, el 9 de junio de 1948, la Corte dijo: a)
que en tiempo de guerra, el derecho internacional prevalece sobre la constitución; b) los “poderes de guerra” son
anteriores, preexistentes y superiores a la misma constitución; c) el estado tiene el derecho de recurrir a la guerra cuando
hay apremiante necesidad, y de conducirla por los medios indispensables que las circunstancias le imponen; d) no hay
en ello más limitaciones que las que pueda haberle impuesto la constitución o los tratados internacionales en vigencia;
e) el estado, y el órgano político encargado de hacer efectiva la defensa de sus intereses, son árbitro único en la
conducción de la guerra promovida en causa propia.
En aplicación de esta jurisprudencia, quedó convalidada la legislación sobre propiedad enemiga, que significó su
confiscación lisa y llana.
21. — Si bien la constitución prevé la guerra, nos hemos progresivamente convencido de que la
encara únicamente como guerra defensiva. Por algo las alusiones que hace al “ataque” o la “invasión”
exterior en los arts. 6º y 23. (A la “guerra civil” hace referencia el art. 127).
A esta afirmación nos conduce asimismo todo cuanto en la misma constitución hace referencia a
la paz. Actualmente, se valora como un derecho de la tercera generación el “derecho a la paz”.
La paz.
22. — No queremos —por eso— omitir en el tratamiento de la guerra un tema de capital
importancia, cual es el de la paz.
Por de pronto, el preámbulo alude a la paz “interior”. También a la “unión nacional”.
Es fácil entender que la consignación del bienestar general que se debe promover lo incorpora asimismo con claro
finalismo al plexo de valores para darnos a entender que el bienestar requiere de la convivencia pacífica, es decir, de la
paz.
El “proveer a la defensa común” que aparece en el mismo preámbulo que contiene los reenvíos a
la paz, la unión, y el bienestar, nos hace pensar que también hay que defender la paz.
Pero aquí no concluyen las remisiones. El art. 27 obliga al gobierno federal a afianzar sus
relaciones de paz con las potencias extranjeras.
De una coordinación congruente entre los valores de la constitución, sus previsiones sobre la guerra, y sus alusiones
a la paz, inferimos que la única hipótesis bélica que surge de la constitución es la defensiva contra ataques o agresiones.
Si esta conclusión se incardina en el marco y al nivel del derecho internacional contemporáneo,
es fácil dar un paso de avanzada para coincidir con quienes sostienen que hoy la guerra es un crimen
de lesa humanidad. Su contraria —la paz— es un bien y un valor que tiene que darse por ascendido a
la altura de los derechos humanos como “derecho a la paz”.
De nuevo la sincronización entre la constitución y el derecho internacional de los derechos humanos logra, sin
incompatibilidad alguna entre una y otro, valorar negativamente a la guerra como injusta.
La ley marcial.
23. — En nuestro derecho constitucional, la ley marcial no aparece dentro de la constitución formal. No obstante,
autores como González Calderón y Casiello la consideraron implícita en los poderes de guerra del gobierno federal.
Nosotros entendemos que en cuanto irroga extensión lisa y llana de la jurisdicción militar a los civiles, la ley
marcial es inconstitucional, ya que la constitución no la ha previsto ni para caso de guerra ni para caso de conmoción
interna.
En el célebre caso “Milligan”, la Corte Suprema de los Estados Unidos condicionó la legitimidad de la ley marcial
a dos supuestos: a) que se aplicara en zona real de operaciones bélicas; b) que en esa zona los tribunales civiles
estuvieran impedidos de funcionar. Ante tal situación de hecho, provocada por la insurrección o invasión, la autoridad
militar podía someter a jurisdicción propia a militares y civiles, en reemplazo de la autoridad civil impotente, y hasta
tanto las leyes ordinarias recuperaran su vigencia normal.
El derecho constitucional material ha conocido varias veces, en nuestro país, la vigencia de la ley marcial.
24. — Como principio, dijimos que es violatoria de la constitución la atribución de competencia a la justicia militar
para conocer de delitos comunes cometidos por civiles, ya que ello equivale a sacar a éstos de sus jueces naturales, a
violar la división de poderes en desmedro del poder judicial, y a desorbitar a la jurisdicción militar de su ámbito
específico como fuero real o de causa.
Entre 1976 y 1983 el derecho judicial de la Corte admitió, con carácter excepcional, que por razón de grave
emergencia la ley puede someter a los civiles a la jurisdicción militar, la que, en ese caso, y conforme a la referida
jurisprudencia, no se muestra incompatible con la constitución.
El estado de sitio.
25. — El estado de sitio es el único instituto de emergencia reglado por nuestra constitución. Está
previsto para dos situaciones, cuyas causas son:
a) ataque exterior;
b) conmoción interior.
Pero ninguna de ambas emergencias configura por sí sola causa suficiente si faltan los recaudos
que tipifica la norma del art. 23.
La constitución cuida de diseñar prolijamente los casos. Para que el ataque exterior y la conmoción
interna permitan declarar el estado de sitio, es menester que: a) cada una de ellas ponga en peligro el
ejercicio de la constitución y de las autoridades creadas por ella, y b) produzca perturbación del
orden.
De ello se desprende que para la validez constitucional del estado de sitio es imprescindible la
causa configurada (o presupuesto) de la siguiente manera:
a) conmoción interior
o
ataque exterior
El peligro para las autoridades provinciales cabe como presupuesto del estado de sitio, porque ellas son
“autoridades creadas por la constitución”, desde que ésta las erige y garantiza con autonomía dentro de la forma federal.
26. — Cuando la causa radica en el ataque exterior, el estado de sitio debe ser declarado por el poder ejecutivo
con acuerdo del senado (art. 99 inc. 16); si el congreso está en receso, entendemos que la necesidad de poner en vigor
el estado de sitio proporciona el “grave interés de orden” previsto en el inc. 9 del mismo artículo para convocar a
sesiones extraordinarias.
Cuando la causa radica en la conmoción interior, el estado de sitio debe ser declarado por el congreso (art. 75, inc.
29 y art. 99 inc. 16); si el congreso está en receso, la facultad puede ejercerla el poder ejecutivo (art. 99 inc. 16),
correspondiendo al congreso aprobar o suspender el estado de sitio declarado durante su receso (art. 75 inc. 29).
Creemos que también en esa hipótesis el poder ejecutivo debe convocar al congreso inmediatamente después de haber
declarado durante su receso el estado de sitio.
27. — El estado de sitio puede ponerse en vigor en todo el territorio o en parte de él; así lo da a
entender el art. 23 (“se declarará en estado de sitio la provincia o territorio donde exista la perturbación
del orden”), en concordancia con los arts. 75, inc. 29 y 99 inc. 16 (declarar en estado de sitio “uno o
varios puntos”).
30. — El “acto declarativo” del estado de sitio tiene indudablemente naturaleza política, tanto si
lo cumple el poder ejecutivo cuanto si lo cumple el congreso, y cualquiera sea la forma con que el acto
se revista. No admitimos que de dicha naturaleza política se deduzca su “no justiciabilidad”, porque
pese al carácter político del acto, la causa judicial en que pueda discutírselo proporciona competencia
judicial para el control de constitucionalidad.
Conforme a la jurisprudencia uniforme sentada por la Corte, consideramos que la norma vigente
de derecho judicial es otra:
a) El acto declarativo del estado de sitio no es revisable judicial-mente, y no puede ser atacado
ante los jueces ni controlados por éstos.
Ya vigente la ley 23.098, cuyo art. 4º dispuso la justiciabilidad de la “legitimidad” de la declaración del estado de
sitio, la Corte interpretó que ello no significaba habilitar a los jueces a revisar las circunstancias de hecho que toman
en cuenta los órganos políticos para declarar el estado de sitio, lo que —por ende— en el derecho judicial siguió siendo
una facultad privativa y excluyente de tales órganos.
En cambio, sostuvo que el control judicial sobre la legitimidad alcanza doblemente a:
a’) revisar si la declaración del estado de sitio se ajusta a los requisitos de competencia y de forma que la
constitución prescribe; y
a’’) revisar si se ha cumplido con la fijación de plazo de vigencia del estado de sitio y la determinación del lugar
donde ha de regir.
Todo ello surge de la sentencia del 3 de diciembre de 1995 en el caso “Granada Jorge H.”.
31. — En el derecho constitucional material, el estado de sitio ha sido aplicado muchas veces con ligereza, sin
real causa constitucional, y duración por dilatados períodos. Ello acusa una profunda mutación constitucional por
interpretación en torno del art. 23.
La crisis económica.
32. — La definición o conceptualización de la emergencia económica, como también de cualesquiera emergencias
en general, no es fácil. Participa del mismo marco referencial de gravedad, anormalidad y excepcionalidad que
caracteriza a toda emergencia. Nuestra Corte procuró delinearla en el caso “Peralta Luis A. y otro c/Estado Nacional,
Ministerio de Economía y BCRA” del 27 de diciembre de 1990, en el que sostuvo que: “el concepto de emergencia
abarca un hecho cuyo ámbito temporal difiere según circunstancias modales de épocas y sitios. Se trata de una situación
extraordinaria, que gravita sobre el orden económico-social, con su carga de perturbación acumulada, en variables de
escasez, pobreza, penuria o indigencia, origina un estado de necesidad al que hay que ponerle fin. La etiología de esa
situación, sus raíces profundas y elementales, y en particular sus consecuencias sobre el estado y la sociedad, al influir
sobre la subsistencia misma de la organización jurídica y política, o el normal desenvolvimiento de sus funciones,
autoriza al estado a restringir el ejercicio normal de algunos derechos patrimoniales tutelados por la constitución.”
33. — Las crisis económicas no están previstas en la constitución formal, pero se consideran emergencias
constitucionales cuando por razón de sus causas o de las medidas a que dan lugar, inciden en el ámbito constitucional,
sea para acrecer competencias del poder, sea para restringir con mayor o menor intensidad los derechos individuales.
La crisis económica puede acoplarse a otra emergencia y serle paralela o subsiguiente —por ej.: durante y después de
la guerra—, o bien originarse con autonomía en causas propias.
Para la crisis económica no suele existir un instituto de emergencia propio, adoptándose únicamente medidas de
emergencia que presuponen la existencia de la emergencia.
En nuestro país las crisis económicas han dado lugar a medidas como: moratorias hipotecarias, reducción de tasas
de interés, rebaja en el monto de jubilaciones y pensiones, congelación y rebaja de alquileres, indisponibilidad de
depósitos bancarios en moneda extranjera, prórroga de locaciones, paralización procesal de juicios, fijación y control
de precios máximos, pagos en cuotas de sumas adecuadas en concepto de beneficios previsionales, etc. La legislación
de emergencia en estas materias significó restricciones al derecho de propiedad, de contratar, de comerciar, de la
seguridad social, etc.
En muchos de los casos, las medidas de emergencia han incurrido en inconstitucionalidad, sea por su duración
excesiva, sea por no guardar la necesaria y razonable proporcionalidad con el fin buscado, sea por violar el contenido
esencial de los derechos afectados, sea —en fin— por inexistencia real de la supuesta emergencia.
(…)