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Historia Moderna
Comellas: Historia de España Moderna – III El siglo del Barroco
El esplendor de la monarquía del Barroco Felipe IV
En 1621, con la muerte de Felipe III y la subida al poder de Felipe IV y su valido, el conde-
duque de Olivares, el nuevo sesgo de la política alcanza su orientación definitiva. Se acaba la
generación pacifista. España se afirma sobre sí misma, subraya más enfáticamente los principios del
Estado misional y realiza un esfuerzo supremo para mantener su primacía.
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españoles de Flandes resultó decisiva. Los daneses fueron rechazados y volvió a imponerse sobre la
mayor parte del Imperio la Liga Católica.
España no podía permitirse un momento de respiro. En 1629, los suecos, alentados por
Richelieu, intervinieron en Alemania. Gusto Adolfo de Suecia había hecho de su país una potencia
militar, y se disponía, en nombre de la ideología luterana, a formar una liga en la que Suecia pudiera
erigirse en cabeza del mundo germánico. El empuje sueco se hizo incontenible desde el primer
momento. Una vez más España tuvo que intervenir en el Imperio (1633). En el año 1634, en
Nördlingen, los suecos fueron destrozados, y los príncipes alemanes hubieron de reconocer la Paz de
Praga. Los españoles se dispersaron por Alemania y ocuparon el enclave sueco de Pomerania, se
asomaron a las orillas del Báltico. La potencia española se había impuesto espectacularmente.
La guerra entre católicos y protestantes se fue transformando en una lucha por el dominio de
Europa. Parecía definitivamente ganada.
La batalla final
Francia comprendió la necesidad de su intervención directa. Richelieu decidió aventurarse, y
las posibilidades de victoria eran muy grandes: España estaba al borde del agotamiento total, después
de años de esfuerzos y de una contracción económica y una administración ineficaz. Por el contrario,
Francia se había recuperado de una larga crisis subsiguiente a la paz de Cateau-Cabrésis y la muerte
de Enrique II (1559) había crecido su población, la distribución social era más armónica, la
economía floreciente.
Para España, la intervención de los franceses en la Guerra de los Treinta Años fue una
traición a la causa católica; para Francia fue una decisión política para acabar con la hegemonía
española. El hecho de que la guerra deje de ser religiosa para hacerse política no excluye el matiz
ideológico.
Los franceses defienden una nueva concepción del mundo, basada en el racionalismo y
una visión pragmática de las cosas. Proclaman la razón de Estado, según la cual las
naciones no están sujetas a normas de moral objetivas, sino que se debe buscar una
política capaz de engrandecerla. Este principio se trata de conciliar con el de la
coexistencia, idea que deriva de la visión pluralista de Europa, y que defiende el
entendimiento dentro de una diversidad de políticas nacionales.
Los españoles no aceptan la idea de Europa como diversidad, sino la de Cristiandad, que
unifica Occidente moralmente en unos ideales comunes, cristianos. Es la lucha entre
idealismo y pragmatismo.
En 1635 Francia le declaró la guerra a España. Había llegado el momento decisivo. Desde
1627 se había luchado contra la inflación recogiendo la moneda de vellón o rebajando su valor, ahora
se volvió a acuñar numerario de baja calidad para facilitar los pagos del Estado. Se procuró un
drenaje total de los recursos del país, solicitando donativos voluntarios: se prohibió el comercio con
los países enemigos, con lo que el comercio se desplomó.
Se invadió Francia por el norte, con los tercios de Flandes. Olivares no conseguía organizar el
ejército de la Península, porque las cortes no querían darle los subsidios. Se perdió la mejor ocasión
en 1635. Cuando en la campaña siguiente pudo lanzarse el ataque por los Pirineos, el ejército de
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Flandes, agotado y falto de pagas, no estaba en disposición de proseguir la ofensiva. Siguieron unos
años dramáticos, en los que España agotaba sus últimos recursos. Desde 1637 la ofensiva es
francesa, pero los españoles no cedieron un palmo.
En 1640 se produce una serie de revoluciones dentro de la propia monarquía española, que
rompen la unidad peninsular y están a punto de acabar con España misma. El esfuerzo exterior no
tiene más remedio que ceder. El conde-duque, agotado, dimite en 1642. En 1643 los españoles sufren
la primera derrota en batalla campal, Rocroy. Otro desastre en Lens (1646), conduce a la paz de
Westfalia (1648), en la que España se ve obligada a admitir, con la pérdida de su hegemonía en el
mundo, la realidad de un mundo nuevo.
El alzamiento de Cataluña
En 1626 el conde-duque consiguió que Aragón y Valencia aceptasen la Unión de Armas,
relativo a una participación proporcional de todos los reinos al sostenimiento de las fuerzas armadas;
pero Cataluña se negó rotundamente. En el Principado, la nobleza del interior y la burguesía de la
costa mostraban intereses contrapuestos. El descontento de la burguesía obedecía a razones
económicas; la pequeña nobleza era celosa de su independencia.
La tensión fue creciendo entre 1600 y 1640. Para los castellanos resultaba indignante que los
catalanes quisieran eximirse de la carga común, mientras que los catalanes veían el centralismo de
Olivares un intento de intromisión no menos intolerable.
En 1639-40 la tensión llego a su colmo con la presencia de tropas en Cataluña, con motivo de
la campaña del Rosellón. Hubo incidentes cada vez más violentos entre militares y paisanos. El día
del Corpus Cristi se inició la revuelta. Fue asaltado el palacio del virrey, que fue arrastrado por las
calles y asesinado. Este incidente llamado Corpus de Sangre, causó enorme sensación. Algunos
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catalanes pensaron en aprovechar la ocasión e iniciar un movimiento de secesión, en tanto que otros
rechazaban la violencia. En Madrid había partidarios del castigo y otros de las negociaciones, y se
impuso el camino de la fuerza. Una intervención armada sería una ocasión única de suprimir por
decreto todos los fueros catalanes.
En el otoño de 1640, un ejército real avanzaba desde las fronteras de Aragón. La resistencia
catalana era arrollada. No hubo más que llamar a los franceses, que no iban a desperdiciar la ocasión.
Los primeros refuerzos llegaron cuando los castellanos se disponían a asaltar Barcelona. De aquí la
prisa de todos, de los catalanes para conceder a sus nuevos amigos cuanto pudiesen, y de los
castellanos por consumar la ocupación antes de que los franceses llegaran. Aquella prisa fue fatal
para todos. Olivares dio la orden de asalto a un ejército cansado, y la operación sobre Barcelona
fracasó. Los ejércitos franceses penetraban a marchas forzadas en el Principado. Luis XIII se titulaba
ya conde de Barcelona. A fines de 1640 Cataluña parecía perdida para España y hasta para los
catalanes.
La separación de Portugal
Al mismo tiempo que se perdía Barcelona, Portugal desertaba de la monarquía hispánica. Los
nacionalismos del Renacimiento irían separando a dos patrias dotadas de plena personalidad. La
unión realizada por Felipe II resultó ya forzada.
Durante un tiempo, la plata española favoreció el comercio ultramarino de Portugal; pero el
exceso de los aportes metálicos procedentes de América, y el asalto de los ingleses y holandeses a las
posesiones lusitanas, sin que el ejército o la flota de los reyes de España hiciese gran cosa por
evitarlo, cambiaron la situación. Desde 1630, el deseo independentista de Portugal era muy grande.
Las exacciones tributarias de Olivares aumentaron el descontento. En 1634 estalló un motín en Évora
que fue reprimido, y el 1 de diciembre de 1640 tuvo lugar el levantamiento de Lisboa, que no se
pudo dominar. El duque de Braganza aceptó el título de rey, con el nombre de Juan IV. Los
gobernantes de Madrid, agobiados por Cataluña y la guerra exterior, no pudieron atajar a tiempo la
nueva rebelión.
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Hacia 1648 la situación parecía salvada, excepto en los casos de Cataluña y Portugal. La
monarquía hispánica se salvaba de la destrucción y recobraba su unidad. Pero maltrecha y
desmoralizada, ya nunca habría de recobrarse de la crisis.
La decadencia de España
Aunque la paz de Westfalia señala el cambio definitivo de destino en Occidente, en la
conciencia española, la crisis se manifiesta ya desde años antes, y el gran colapso de 1640puede ser
tanto la causa como la consecuencia de esa crisis. La idea de decadencia aparece clara a partir de
1609, sin embargo, es de 1640 en adelante cuando se manifiesta en todo su rigor. Pocos pueblos
tuvieron una conciencia tan clara y general sobre su decadencia como el español de mediados del
siglo XVII; aunque nadie supo encontrar la solución.
El fenómeno de la decadencia de España es enormemente complejo. Casi podría hablarse de
decadencias, por que la administración interior se encuentra en descomposición cuando los tercios
siguen ganando batallas; la derrota militar llega cuando los escritores y los artistas expresan su
máxima potencia creadora y están plena floración.
La primera en manifestarse es la decadencia económica, que muestra los primeros
síntomas de crisis en la segunda mitad del siglo XVI con la aparición de bancarrotas
periódicas, las dificultades de la producción y exportación y el predominio del
capitalismo cosmopolita sobre la economía mercantil.
En el campo demográfico, el siglo XVI representa todavía un incremento de la
población, pero en el XVII se precipita brutalmente la curva demográfica.
El anquilosamiento administrativo inicia con el nuevo siglo.
La decadencia militar es posterior. Hasta 1640 los ejércitos españoles obtienen
grandes victorias, pero a partir de esta fecha, las derrotas se suceden sin excepción.
Causas:
o Carencia de grandes generales;
o Desorganización de las tropas;
o No renovación de las tácticas;
o Desmoralización interna;
o Penuria de recursos;
o Falta de hombres y falta de dinero para pagarles.
La gloriosa generación de pensadores se extingue lentamente entre 1650 y 1680: ningún
nombre de importancia viene a sustituir a los genios del siglo de oro que se mueren.
La despoblación
Una de las bases de la decadencia fue el descenso de la población. La baja de la población,
combinada con el incremento de los otros países europeos, dejó a España en evidentes condiciones
de inferioridad.
Los motivos son variadísimos. En primer lugar, la fortísima mortalidad infantil, resultado de las
deficientes condiciones de vida. Las epidemias, sobre todo el cólera. También algunos factores
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La ruina económica
El fallo de la economía española no es exclusivo del siglo XVII. España es un país pobre,
carente de recursos, con una estructura social en la que la burguesía de negocios era casi inexistente,
y una mentalidad que predisponía más a las hazañas caballerescas que a las empresas mercantiles. Se
había dejado dominar por el capitalismo extranjero.
La plata americana fue un postizo, un recurso que tuvo sus efectos perniciosos que permitió a
los españoles disponer de dinero en el siglo XVI. Pero en el XVII, las aportaciones del metal
empezaron a disminuir hasta casi reducirse a nada.
El agotamiento de las minas puede ser un factor importante, pero no total. También hay que
tener en cuenta la falta de mano de obra indígena y la decadencia de la mita. Se sabe que algunos
filones argentíferos quedaron clausurados por dificultades crecientes en la explotación. La plata que
llegaba a España no era un regalo de los conquistadores, era simplemente el pago de unos artículos
que el residente en América no encontraba allí, y que tenía que encargar a la metrópoli. Debido al
descenso de la producción peninsular, los residentes en las Indias acabaron por fabricar los mismos
productos que antes compraban a España; al dejar de comprar dejaron también de enviar plata.
También se hizo cada vez más presente el comercio clandestino con Inglaterra y Holanda.
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siempre respetaron sus fueros privativos. Haro los atrajo, y en 1652 capituló Barcelona después de
un largo asedio. España se comprometía a respetar las leyes de Cataluña. Gerona fue lenta y difícil
por la resistencia de los franceses. No hubo forma de recuperar el Rosellón.
Francia se resignó a perder Cataluña, y concentró su atención en el frente flamenco. Este giro
de los acontecimientos obligó a Haro a abandonar el Rosellón, y sus proyectos inmediatos sobre
Portugal. Don Juan José de Austria fue enviado a un reducto flamenco, donde arrolló a los franceses
en Valenciennes (1656). Fue la última gran victoria española. Francia pidió tratos de paz, y Haro, y
Haro se negó a todos, cometiendo el mayor error de su vida. Los franceses se recuperaron en los años
siguientes, aliados de Inglaterra, que realizó peligrosas incursiones sobre las plazas españolas de
América. En 1658, la batalla de Newport (o Las Dunas) terminó con una victoria de los aliados. Las
plazas flamencas se rendían por doquier a Francia.
Fue la PAZ DE LOS PIRINEOS donde España no tuvo más remedio que entregar el
Rosellón, aunque pudo salvarse la zona del cabo de Creus, así como la mayor parte de la Cerdaña.
En el frente norte, Francia se quedaba con casi todo el Artois, pero Bélgica seguía bajo la corona
española. Prenda de paz era el matrimonio de Luis XIV con la infanta María Teresa, hija de Felipe
IV. No iba a ser una paz definitiva.
Westfalia y los Pirineos significaban el fin de la hegemonía española en Europa. Por fin la
Monarquía Católica quedaba con las manos libres para recuperar Portugal, empresa que se creyó
fácil y resultó imposible, en parte por el agotamiento español, en parte por la decisión portuguesa y
en gran manera por el apoyo que a los lusitanos prestaron ingleses y franceses, estos últimos faltando
a las cláusulas de la paz. Juan José de Austria organizó una serie de campañas entre 1660 y 1663,
pero en Ameixal sufrió una inesperada derrota. Su sucesor, el marqués de Caracena, lanzó una
ofensiva imprudente sobre Lisboa, que se estrelló totalmente en Villaviciosa (1665). Casi al mismo
tiempo moría Felipe IV. Nadie volvería a intentar recuperar Portugal.
Carlos II era un niño enclenque de tres años, cuya vida estuvo varias veces en peligro. La
regencia hubo de ser ejercida por la reina madre, Mariana de Austria, una extranjera que sólo se fiaba
de su confesor alemán, el padre Nithard. Fue él quien vino a gobernar el país, ya que la reina
comprendió que no tenía capacidad de disponer por sí sola, a pesar de estar en contra del valimiento.
Bajo el valimiento de Nithard el poder quedó por los suelos. No era un político. La nobleza se
había retraído del servicio del Estado y sólo recababa privilegios; había perdido sus viejas virtudes
de clase dirigente y no se vislumbra de momento, otra clase o grupo social capaz de sustituirla.
Nithard enfocó el problema político desde un punto de vista moral. Suprimió las fiestas, el
teatro, sus medidas económicas fueron guiadas por la ética mas no por la técnica, y ahondaron aún
más el desastre. No pudo suprimir la venalidad administrativa. En política exterior, fue demasiado
ingenuo al dejarse sorprender por Francia, que aisló a España de alianzas con otras potencias y luego
de declaró la guerra.
Luis XIV reclamaba los Países Bajos en nombre de su esposa, María Teresa. Los franceses
vencieron fácilmente, pero la paz (Aquisgrán, 1668) solo les deparó un puñado de plazas en Flandes.
Europa entera se oponía, más que los ejércitos españoles, al engrandecimiento del Rey Sol. Bélgica
seguía en disputa.
Don Juan José de Austria organizó una marcha sobre la Corte desde la Corona de Aragón en
1669. El movimiento triunfó y el padre Nithard salió del país, pero Juan José no quiso aceptar el
puesto de valido por ser incompatible con Mariana. El puesto quedó en manos de Fernando
Valenzuela. Mientras tanto, la diplomacia francesa aisló a España de una alianza con Inglaterra y
Suecia y preparó una nueva guerra, que estalló en 1672. Sólo Holanda entró al bando español.
Siguieron las derrotas. Carlos II llegó a la mayoría de edad en 1675.
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Franco Condado, con una compensación territorial en Flandes. Juan José encontraba su prestigio en
declive cuando murió en 1679.
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