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Historia Moderna – Comellas – El siglo del Barroco (Felipe IV y Carlos II)

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Historia Moderna
Comellas: Historia de España Moderna – III El siglo del Barroco
El esplendor de la monarquía del Barroco  Felipe IV
En 1621, con la muerte de Felipe III y la subida al poder de Felipe IV y su valido, el conde-
duque de Olivares, el nuevo sesgo de la política alcanza su orientación definitiva. Se acaba la
generación pacifista. España se afirma sobre sí misma, subraya más enfáticamente los principios del
Estado misional y realiza un esfuerzo supremo para mantener su primacía.

Olivares y la nueva política


Felipe IV se interesaba mucho por los temas de gobierno, pero tenía un carácter muy débil y
necesitaba un hombre fuerte en quien apoyarse, y nadie mejor que don Gaspar de Guzmán, conde
Olivares y duque de Sanlúcar. Sanguíneo, dominante, ambicioso, tremendamente activo y trabajador,
llegó al poder por ansia de fama y de gloria. Su gestión es honrada y sincera, volcada sin reservas en
pro del bien de España, pero con un quimerismo excesivo y un sentido de la vehemencia que habrían
de redundar en una catástrofe, tanto interior como exterior.
La tarea reformadora de Olivares se centró en cuatro puntos:
1. Remoción administrativa: prescindiendo de los funcionarios del régimen anterior y
creando nuevos organismos. Las principales fueron las Juntas. Estas juntas serían más
especializadas que los Consejos, y pondrían mano en los asuntos de mayor interés para el
país, singularmente la economía y las obras públicas. Los resultados no respondieron a los
proyectos, porque Olivares tuvo que luchar con el agotamiento y la corrupción de los
funcionarios. Las Juntas complicaron aún más el aparato burocrático y mejoraron
modestamente la administración.
2. Medidas proteccionistas: para que España mantuviera su posición en el mundo, era
necesario estimular su riqueza interior y fomentar el desarrollo económico. Se favoreció
el laboreo de la lana, se procuró impulsar el comercio. Hubo de tropezar con una
coyuntura adversa: la disminución de la plata americana. Faltaba mano de obra, madurez
técnica, capitales, incitativa privada. Las guerras obligarían a nuevas exacciones y
paralizarían el comercio exterior.
3. Fomento del crecimiento demográfico: la causa principal de la decadencia de España
radica en el descenso de su población. Es necesario estimular el crecimiento demográfico
por medio de dos procedimientos:
a. Estimulación del desarrollo interno de la población: mediante premios de
nupcialidad y natalidad, eximiendo de impuestos a familias numerosas, etc.
b. Repoblación del territorio: mediante de admisión de inmigrantes
Las condiciones por las que atravesaba el país no eran las mejores para favorecer un
aumento demográfico o atraer inmigrantes. Todos los esfuerzos se hundieron con la peste
de 1648. También había que ayudar a la población útil. La nobleza no es más que un lastre
para el país. El gobierno y la administración habrían de estar en manos de las clases
medias. La nobleza sería, la autora de la caída del ministro.

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4. Unificación jurídica de la península: no consistía en una castellanización de los demás


reinos de la península, sino más bien su sometimiento al mismo régimen jurídico que
Castilla. La idea de Olivares no comprendió los principios históricos y constitucionales
del foralismo.

La plenitud del Barroco


Vistos los planes de Olivares, cabe preguntarse si era posible llevarlos a cabo. Son un intento
de renovación. En política exterior, finalizada la tregua con los Países Bajos, los holandeses fueron
derrotados por tierra y por mar. Los franceses trataron de poner su pie en Italia, y fueron rechazados
espectacularmente. En 1630 comenzó la construcción del Buen Retiro. Tanto Olivares como el rey, y
España en general, se encontraban en un momento de hinchazón moral, propia del barroco. Nos
encontramos en el momento de máximo apogeo del Barroco. El pensamiento, la literatura, el arte de
Espala, alcanzan no sólo el momento cumbre de su historia, sino sobre todo, el de su más peculiar
personalidad; el arte, la literatura, las modas, la indumentaria, hasta los ritmos de baile españoles de
imponían en toda Europa. Su personalidad se desbordaba hacia el mundo más que nunca. Hablar de
decadencia para estos años iniciales del reinado de Felipe IV supondría un adelantamiento de los
hechos y, por consiguiente, un anacronismo.

El escalonamiento de la lucha decisiva


Olivares no fue un innovador en política exterior, sencillamente reanudó las directrices de
Carlos I y Felipe II. Gustaba de la diplomacia, pero la coyuntura europea ha cambiado, y los nuevos
estadistas (Richelieu, Cromwell, Gustavo Adolfo, Fernando II) parecen dispuestos a plantear una
lucha decisiva. España ha de aceptar, si quiere seguir ostentando la hegemonía del continente y su
papel de Estado misional.
Esta lucha es la Guerra de los Treinta Años (1618 – 1648). En acciones de magnitud
creciente, desde un incidente local (la defenestración de Praga) hasta una gigantesca contienda
europea, que no terminará sino con una de las paces más trascendentales de la historia moderna, la de
Westfalia.
Olivares no fue quien decidió la intervención, sino Uceda, su sucesor, al enviar tropas a
Alemania en 1620. En 1621, caducaba la tregua de los Países Bajos, Olivares hubiera gustado de una
prórroga, pero los Consejos de Indias y de Portugal se inclinaban por el rompimiento, en vista de la
intrusión económica y territorial que los holandeses estaban realizando en América y las posesiones
portuguesas en el extremo Oriente. Se reanudaron las hostilidades.
En el 1625 los franceses, alentados por la ocupación española de la Valtelina, se lanzaron a la
aventura italiana, poniendo en peligro a Génova. Una expedición al mando del marqués de Santa
Cruz desembarcó en Génova, salvó la ciudad y rechazó a los franceses. La paz de Monzón
restablecía la situación en Italia. Richelieu comprendió que era preciso esperar.
Mientras tanto, la guerra ardía en el corazón alemán. Los príncipes protestantes, vencidos
desde 1620, lograron la intervención de Christian IV de Dinamarca. La situación era más peligrosa
que nunca y España entendió la necesidad de ayudar al emperador. La intervención de los tercios

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españoles de Flandes resultó decisiva. Los daneses fueron rechazados y volvió a imponerse sobre la
mayor parte del Imperio la Liga Católica.
España no podía permitirse un momento de respiro. En 1629, los suecos, alentados por
Richelieu, intervinieron en Alemania. Gusto Adolfo de Suecia había hecho de su país una potencia
militar, y se disponía, en nombre de la ideología luterana, a formar una liga en la que Suecia pudiera
erigirse en cabeza del mundo germánico. El empuje sueco se hizo incontenible desde el primer
momento. Una vez más España tuvo que intervenir en el Imperio (1633). En el año 1634, en
Nördlingen, los suecos fueron destrozados, y los príncipes alemanes hubieron de reconocer la Paz de
Praga. Los españoles se dispersaron por Alemania y ocuparon el enclave sueco de Pomerania, se
asomaron a las orillas del Báltico. La potencia española se había impuesto espectacularmente.
La guerra entre católicos y protestantes se fue transformando en una lucha por el dominio de
Europa. Parecía definitivamente ganada.

La batalla final
Francia comprendió la necesidad de su intervención directa. Richelieu decidió aventurarse, y
las posibilidades de victoria eran muy grandes: España estaba al borde del agotamiento total, después
de años de esfuerzos y de una contracción económica y una administración ineficaz. Por el contrario,
Francia se había recuperado de una larga crisis subsiguiente a la paz de Cateau-Cabrésis y la muerte
de Enrique II (1559) había crecido su población, la distribución social era más armónica, la
economía floreciente.
Para España, la intervención de los franceses en la Guerra de los Treinta Años fue una
traición a la causa católica; para Francia fue una decisión política para acabar con la hegemonía
española. El hecho de que la guerra deje de ser religiosa para hacerse política no excluye el matiz
ideológico.
 Los franceses defienden una nueva concepción del mundo, basada en el racionalismo y
una visión pragmática de las cosas. Proclaman la razón de Estado, según la cual las
naciones no están sujetas a normas de moral objetivas, sino que se debe buscar una
política capaz de engrandecerla. Este principio se trata de conciliar con el de la
coexistencia, idea que deriva de la visión pluralista de Europa, y que defiende el
entendimiento dentro de una diversidad de políticas nacionales.
 Los españoles no aceptan la idea de Europa como diversidad, sino la de Cristiandad, que
unifica Occidente moralmente en unos ideales comunes, cristianos. Es la lucha entre
idealismo y pragmatismo.
En 1635 Francia le declaró la guerra a España. Había llegado el momento decisivo. Desde
1627 se había luchado contra la inflación recogiendo la moneda de vellón o rebajando su valor, ahora
se volvió a acuñar numerario de baja calidad para facilitar los pagos del Estado. Se procuró un
drenaje total de los recursos del país, solicitando donativos voluntarios: se prohibió el comercio con
los países enemigos, con lo que el comercio se desplomó.
Se invadió Francia por el norte, con los tercios de Flandes. Olivares no conseguía organizar el
ejército de la Península, porque las cortes no querían darle los subsidios. Se perdió la mejor ocasión
en 1635. Cuando en la campaña siguiente pudo lanzarse el ataque por los Pirineos, el ejército de

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Flandes, agotado y falto de pagas, no estaba en disposición de proseguir la ofensiva. Siguieron unos
años dramáticos, en los que España agotaba sus últimos recursos. Desde 1637 la ofensiva es
francesa, pero los españoles no cedieron un palmo.
En 1640 se produce una serie de revoluciones dentro de la propia monarquía española, que
rompen la unidad peninsular y están a punto de acabar con España misma. El esfuerzo exterior no
tiene más remedio que ceder. El conde-duque, agotado, dimite en 1642. En 1643 los españoles sufren
la primera derrota en batalla campal, Rocroy. Otro desastre en Lens (1646), conduce a la paz de
Westfalia (1648), en la que España se ve obligada a admitir, con la pérdida de su hegemonía en el
mundo, la realidad de un mundo nuevo.

La desintegración de la monarquía hispánica


En 1640, España, agotada, se hundió de pronto. No fue una catástrofe exterior, sino interior.
Una revolución: los reinos periféricos abandonan a Castilla. En 1640 son las revoluciones de
Cataluña y Portugal; poco después hay intentos en Andalucía, Aragón, Navarra, Sicilia y Nápoles.
Esta revuelta general ha sido considerada por algunos historiadores como una manifestación
de la crisis de 1640 que se registra en todo el occidente de Europa (la Fronda en Francia, revolución
de 1640 en Inglaterra, desórdenes en Holanda).El anquilosamiento burocrático propio del siglo XVII
y el aumento del espíritu criticista dan lugar a estos resultados. En el caso concreto de España hay
que tener en cuenta dos factores:
 La crisis del centralismo estatal;
 El agotamiento de España en una empresa que empezó a ser vista como absurda y
desproporcionada.

El alzamiento de Cataluña
En 1626 el conde-duque consiguió que Aragón y Valencia aceptasen la Unión de Armas,
relativo a una participación proporcional de todos los reinos al sostenimiento de las fuerzas armadas;
pero Cataluña se negó rotundamente. En el Principado, la nobleza del interior y la burguesía de la
costa mostraban intereses contrapuestos. El descontento de la burguesía obedecía a razones
económicas; la pequeña nobleza era celosa de su independencia.
La tensión fue creciendo entre 1600 y 1640. Para los castellanos resultaba indignante que los
catalanes quisieran eximirse de la carga común, mientras que los catalanes veían el centralismo de
Olivares un intento de intromisión no menos intolerable.
En 1639-40 la tensión llego a su colmo con la presencia de tropas en Cataluña, con motivo de
la campaña del Rosellón. Hubo incidentes cada vez más violentos entre militares y paisanos. El día
del Corpus Cristi se inició la revuelta. Fue asaltado el palacio del virrey, que fue arrastrado por las
calles y asesinado. Este incidente llamado Corpus de Sangre, causó enorme sensación. Algunos

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catalanes pensaron en aprovechar la ocasión e iniciar un movimiento de secesión, en tanto que otros
rechazaban la violencia. En Madrid había partidarios del castigo y otros de las negociaciones, y se
impuso el camino de la fuerza. Una intervención armada sería una ocasión única de suprimir por
decreto todos los fueros catalanes.
En el otoño de 1640, un ejército real avanzaba desde las fronteras de Aragón. La resistencia
catalana era arrollada. No hubo más que llamar a los franceses, que no iban a desperdiciar la ocasión.
Los primeros refuerzos llegaron cuando los castellanos se disponían a asaltar Barcelona. De aquí la
prisa de todos, de los catalanes para conceder a sus nuevos amigos cuanto pudiesen, y de los
castellanos por consumar la ocupación antes de que los franceses llegaran. Aquella prisa fue fatal
para todos. Olivares dio la orden de asalto a un ejército cansado, y la operación sobre Barcelona
fracasó. Los ejércitos franceses penetraban a marchas forzadas en el Principado. Luis XIII se titulaba
ya conde de Barcelona. A fines de 1640 Cataluña parecía perdida para España y hasta para los
catalanes.

La separación de Portugal
Al mismo tiempo que se perdía Barcelona, Portugal desertaba de la monarquía hispánica. Los
nacionalismos del Renacimiento irían separando a dos patrias dotadas de plena personalidad. La
unión realizada por Felipe II resultó ya forzada.
Durante un tiempo, la plata española favoreció el comercio ultramarino de Portugal; pero el
exceso de los aportes metálicos procedentes de América, y el asalto de los ingleses y holandeses a las
posesiones lusitanas, sin que el ejército o la flota de los reyes de España hiciese gran cosa por
evitarlo, cambiaron la situación. Desde 1630, el deseo independentista de Portugal era muy grande.
Las exacciones tributarias de Olivares aumentaron el descontento. En 1634 estalló un motín en Évora
que fue reprimido, y el 1 de diciembre de 1640 tuvo lugar el levantamiento de Lisboa, que no se
pudo dominar. El duque de Braganza aceptó el título de rey, con el nombre de Juan IV. Los
gobernantes de Madrid, agobiados por Cataluña y la guerra exterior, no pudieron atajar a tiempo la
nueva rebelión.

Otros movimientos de secesión


Los movimientos de Cataluña y Portugal produjeron toda una cadena de intentos separatistas,
tanto en la Península como en las posesiones de Italia. Si todos fueron dominados, eso se debe a la
falta de coordinación como a la carencia de una fuerza capaz de sustituir con éxito al poder del rey
de España. Los movimientos de secesión se produjeron en la Baja Andalucía (Medina Sidonia),
Aragón, Navarra, todos encabezados por la nobleza. En Italia los alzamientos están protagonizados
por las clases modestas, y los nobles se oponen contra ellos. Sicilia vivía años de hambre, y la
propaganda de Richelieu generó un movimiento popular contra la dominación española. Sólo Mesina
permaneció fiel. Nápoles se alzó con motivo de un nuevo tributo sobre la fruta en 1646.

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Hacia 1648 la situación parecía salvada, excepto en los casos de Cataluña y Portugal. La
monarquía hispánica se salvaba de la destrucción y recobraba su unidad. Pero maltrecha y
desmoralizada, ya nunca habría de recobrarse de la crisis.

La decadencia de España
Aunque la paz de Westfalia señala el cambio definitivo de destino en Occidente, en la
conciencia española, la crisis se manifiesta ya desde años antes, y el gran colapso de 1640puede ser
tanto la causa como la consecuencia de esa crisis. La idea de decadencia aparece clara a partir de
1609, sin embargo, es de 1640 en adelante cuando se manifiesta en todo su rigor. Pocos pueblos
tuvieron una conciencia tan clara y general sobre su decadencia como el español de mediados del
siglo XVII; aunque nadie supo encontrar la solución.
El fenómeno de la decadencia de España es enormemente complejo. Casi podría hablarse de
decadencias, por que la administración interior se encuentra en descomposición cuando los tercios
siguen ganando batallas; la derrota militar llega cuando los escritores y los artistas expresan su
máxima potencia creadora y están plena floración.
 La primera en manifestarse es la decadencia económica, que muestra los primeros
síntomas de crisis en la segunda mitad del siglo XVI con la aparición de bancarrotas
periódicas, las dificultades de la producción y exportación y el predominio del
capitalismo cosmopolita sobre la economía mercantil.
 En el campo demográfico, el siglo XVI representa todavía un incremento de la
población, pero en el XVII se precipita brutalmente la curva demográfica.
 El anquilosamiento administrativo inicia con el nuevo siglo.
 La decadencia militar es posterior. Hasta 1640 los ejércitos españoles obtienen
grandes victorias, pero a partir de esta fecha, las derrotas se suceden sin excepción.
Causas:
o Carencia de grandes generales;
o Desorganización de las tropas;
o No renovación de las tácticas;
o Desmoralización interna;
o Penuria de recursos;
o Falta de hombres y falta de dinero para pagarles.
La gloriosa generación de pensadores se extingue lentamente entre 1650 y 1680: ningún
nombre de importancia viene a sustituir a los genios del siglo de oro que se mueren.

La despoblación
Una de las bases de la decadencia fue el descenso de la población. La baja de la población,
combinada con el incremento de los otros países europeos, dejó a España en evidentes condiciones
de inferioridad.
Los motivos son variadísimos. En primer lugar, la fortísima mortalidad infantil, resultado de las
deficientes condiciones de vida. Las epidemias, sobre todo el cólera. También algunos factores

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secundarios, como la expulsión de los moriscos y la emigración a América. La vida religiosa


constituye un factor de escasa importancia. Y por último, las muertes causadas por la guerra.

La ruina económica
El fallo de la economía española no es exclusivo del siglo XVII. España es un país pobre,
carente de recursos, con una estructura social en la que la burguesía de negocios era casi inexistente,
y una mentalidad que predisponía más a las hazañas caballerescas que a las empresas mercantiles. Se
había dejado dominar por el capitalismo extranjero.
La plata americana fue un postizo, un recurso que tuvo sus efectos perniciosos que permitió a
los españoles disponer de dinero en el siglo XVI. Pero en el XVII, las aportaciones del metal
empezaron a disminuir hasta casi reducirse a nada.
El agotamiento de las minas puede ser un factor importante, pero no total. También hay que
tener en cuenta la falta de mano de obra indígena y la decadencia de la mita. Se sabe que algunos
filones argentíferos quedaron clausurados por dificultades crecientes en la explotación. La plata que
llegaba a España no era un regalo de los conquistadores, era simplemente el pago de unos artículos
que el residente en América no encontraba allí, y que tenía que encargar a la metrópoli. Debido al
descenso de la producción peninsular, los residentes en las Indias acabaron por fabricar los mismos
productos que antes compraban a España; al dejar de comprar dejaron también de enviar plata.
También se hizo cada vez más presente el comercio clandestino con Inglaterra y Holanda.

Los jalones del renunciamiento


A la caída de Olivares en 1642, se sucedió en el valimiento su sobrino, Luis de Haro. Era el
opuesto a su tío. Más diplomático que militar, hombre gris, pero de sentido común, reunía varias
condiciones que el Gobierno estaba necesitando.
Su política iba a ser de paz, pero no a cualquier precio. Había que ir resolviendo los
problemas uno a uno. Estableció un orden virtual de urgencias: era preciso recuperar Cataluña, luego
Portugal; después conservar los Países Bajos y, por último, firmar una paz favorable con Francia.
Debido a los acontecimientos tuvo que alterar el orden, y cambió el objetivo cada vez que las
circunstancias variaban. De pronto, la derrota de Rocroy (1643) hacía temer la pérdida definitiva de
los Países Bajos. Se pidió la ayuda de las tropas imperiales, y el avance francés fue contenido. Luego
la derrota en Lens (1646) aconsejó iniciar las conversaciones de paz.
Así es como se llega a la PAZ DE WESTFALIA. En este tratado se simboliza la derrota de
España, de sus ideales, y de allí sale una nueva Europa, racionalista y diversa. Desde el punto de
vista material, España pierde muy poco. Se limita a reconocer la independencia de Holanda y a
cederle las provincias de Brabante y Limburgo. No se llegó a un acuerdo con Francia, que exigía
Artois y toda Bélgica; era preciso defender aquellos territorios. Francia estaba en plena revuelta
intestina, la Fronda, y, por ende, las probabilidades de éxito no eran pocas.
Haro comprendió que había llegado el momento de recuperar Cataluña. Los catalanes no
estaban satisfechos con el protectorado francés, y muchos querían la vuelta de los españoles que

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siempre respetaron sus fueros privativos. Haro los atrajo, y en 1652 capituló Barcelona después de
un largo asedio. España se comprometía a respetar las leyes de Cataluña. Gerona fue lenta y difícil
por la resistencia de los franceses. No hubo forma de recuperar el Rosellón.
Francia se resignó a perder Cataluña, y concentró su atención en el frente flamenco. Este giro
de los acontecimientos obligó a Haro a abandonar el Rosellón, y sus proyectos inmediatos sobre
Portugal. Don Juan José de Austria fue enviado a un reducto flamenco, donde arrolló a los franceses
en Valenciennes (1656). Fue la última gran victoria española. Francia pidió tratos de paz, y Haro, y
Haro se negó a todos, cometiendo el mayor error de su vida. Los franceses se recuperaron en los años
siguientes, aliados de Inglaterra, que realizó peligrosas incursiones sobre las plazas españolas de
América. En 1658, la batalla de Newport (o Las Dunas) terminó con una victoria de los aliados. Las
plazas flamencas se rendían por doquier a Francia.
Fue la PAZ DE LOS PIRINEOS donde España no tuvo más remedio que entregar el
Rosellón, aunque pudo salvarse la zona del cabo de Creus, así como la mayor parte de la Cerdaña.
En el frente norte, Francia se quedaba con casi todo el Artois, pero Bélgica seguía bajo la corona
española. Prenda de paz era el matrimonio de Luis XIV con la infanta María Teresa, hija de Felipe
IV. No iba a ser una paz definitiva.
Westfalia y los Pirineos significaban el fin de la hegemonía española en Europa. Por fin la
Monarquía Católica quedaba con las manos libres para recuperar Portugal, empresa que se creyó
fácil y resultó imposible, en parte por el agotamiento español, en parte por la decisión portuguesa y
en gran manera por el apoyo que a los lusitanos prestaron ingleses y franceses, estos últimos faltando
a las cláusulas de la paz. Juan José de Austria organizó una serie de campañas entre 1660 y 1663,
pero en Ameixal sufrió una inesperada derrota. Su sucesor, el marqués de Caracena, lanzó una
ofensiva imprudente sobre Lisboa, que se estrelló totalmente en Villaviciosa (1665). Casi al mismo
tiempo moría Felipe IV. Nadie volvería a intentar recuperar Portugal.

El final de la España de los Austria  Carlos II


La segunda mitad del siglo XVII es n España de los momentos más tristes de su historia. La
ruina económica, reducidas a casi cero las remesas de metal precioso y sin industria capaz de
atraerlo. La población se había reducido, la administración era lenta, venal e ineficaz, faltaban
grandes políticos y grandes ideas. En el campo del arte, de la cultura, la postración es espectacular:
mueren los epígonos del siglo de oro. Lo cual indica que la crisis no es sólo material, y que alcanza
también los campos del espíritu. Los españoles se sienten derrotados y desanimados. En medio de
esta actitud derrotista, decaen los estudios filosóficos, teológicos, la poesía, el arte. En cambio,
preocupan las matemáticas, la medicina, la economía, las ciencias útiles. Castilla va cediendo su
puesto de cabeza rectora a los reinos de la periferia, sobre todo a Cataluña y Valencia.
Comienza a insinuarse una revalorización de la burguesía y de las clases mercantiles. La
máxima decadencia de España empalma así con las bases de su ulterior progreso en el siglo XVIII,
progreso apoyado sobre soportes materiales, sin un ideal vitalizador. Se empieza a gestar el cambio
de dinastía del 1700.

La regencia de doña Mariana


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Carlos II era un niño enclenque de tres años, cuya vida estuvo varias veces en peligro. La
regencia hubo de ser ejercida por la reina madre, Mariana de Austria, una extranjera que sólo se fiaba
de su confesor alemán, el padre Nithard. Fue él quien vino a gobernar el país, ya que la reina
comprendió que no tenía capacidad de disponer por sí sola, a pesar de estar en contra del valimiento.
Bajo el valimiento de Nithard el poder quedó por los suelos. No era un político. La nobleza se
había retraído del servicio del Estado y sólo recababa privilegios; había perdido sus viejas virtudes
de clase dirigente y no se vislumbra de momento, otra clase o grupo social capaz de sustituirla.
Nithard enfocó el problema político desde un punto de vista moral. Suprimió las fiestas, el
teatro, sus medidas económicas fueron guiadas por la ética mas no por la técnica, y ahondaron aún
más el desastre. No pudo suprimir la venalidad administrativa. En política exterior, fue demasiado
ingenuo al dejarse sorprender por Francia, que aisló a España de alianzas con otras potencias y luego
de declaró la guerra.
Luis XIV reclamaba los Países Bajos en nombre de su esposa, María Teresa. Los franceses
vencieron fácilmente, pero la paz (Aquisgrán, 1668) solo les deparó un puñado de plazas en Flandes.
Europa entera se oponía, más que los ejércitos españoles, al engrandecimiento del Rey Sol. Bélgica
seguía en disputa.
Don Juan José de Austria organizó una marcha sobre la Corte desde la Corona de Aragón en
1669. El movimiento triunfó y el padre Nithard salió del país, pero Juan José no quiso aceptar el
puesto de valido por ser incompatible con Mariana. El puesto quedó en manos de Fernando
Valenzuela. Mientras tanto, la diplomacia francesa aisló a España de una alianza con Inglaterra y
Suecia y preparó una nueva guerra, que estalló en 1672. Sólo Holanda entró al bando español.
Siguieron las derrotas. Carlos II llegó a la mayoría de edad en 1675.

El salvador del país


El reinado de Carlos II es la edad de oro de los arbitristas. Impera una especie de mesianismo.
La mayoría de edad del rey trajo nuevas esperanzas, pero pronto se comprendió que el monarca no
podía responder a aquellas ilusiones. Carlos II era joven, retrasado y no estaba capacitado para
ejercer siquiera con decoro la realiza. Valenzuela se convirtió en consejero para todo del nuevo
monarca.
1677 sucedió un nuevo pronunciamiento de Juan José de Austria, apoyado por Cataluña, y
convertido en el salvador del país. Valenzuela fue enviado a Filipinas y Juan José se hizo cargo del
poder.
Juan José de Austria es el representante de la nueva España periférica. Moderno en su visión
pragmática del gobierno, y su preocupación social y económica. En 1679 se creó la Junta de
Comercio y Moneda para estimular el desarrollo económico. Pero los problemas eran muchos y los
medios escasos. Hubo que recurrir de nuevo a la moneda de cobre y ver cómo subían los precios. El
Estado, endeudado, no tenía con qué iniciar una política de reformas, ni siquiera posibilidad de
remover una burocracia viciada.
Las preocupaciones internas hicieron que Juan José descuidara la guerra con Francia. Las
sucesivas derrotas hicieron que se firmara la paz de Nimega (1678), por la que la monarquía perdía el

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Franco Condado, con una compensación territorial en Flandes. Juan José encontraba su prestigio en
declive cuando murió en 1679.

El fin de una época


Hubo dos nuevas y desastrosas guerras contra Francia, que terminan en dos paces no tan
desastrosas por la oposición de las demás potencias al engrandecimiento de Francia. Se suceden
ministros mediocres y el rey no tiene descendencia.
En 1680 se produjo una nueva crisis económica, la última y definitiva. Inflación y
devaluación sobre el cobre. Las monedas de cobre fueron utilizadas para fundir campanas. Se volvía
a los metales preciosos, aunque su escasez fuese total. La economía alcanzó así su momento de
máxima depresión. A partir de entonces, ya no podía haber otra tendencia que el alza.
A lo largo de los últimos 20 años del siglo, se percibe una cierta tendencia a la mejoría. Hay
un resurgimiento del comercio, una mayor vitalidad por parte de las clases burguesas, un sensible
equilibrio entre los habitantes y los recursos del país.
Entre los ministros de aquellos años destaca el conde de Oropesa. Hombre de reformas, de
medidas concretas y modestas, de sentido realista.
Carlos II no había podido tener descendencia directa. Sus consejeros se habían inclinado por
un testamento en favor de un príncipe independiente y sobrino-nieto del rey, José Fernando de
Baviera, pero murió en 1699. Esto obligó a Carlos II a decidirse entre el Imperio o Francia. Los
consejeros le aconsejaron antes de su muerte, legar todos sus Estados a Felipe, duque de Anjou, nieto
de Luis XIV u de María Teresa. La Casa de Borbón se entronizaba en España.

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