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Historia Medieval

Unidad II – Renée Mussot-Goulard: “CARLOMAGNO”


Capítulo IV:

EL PUEBLO DE LOS FRANCOS Y SU SUBSISTENCIA


Los hombres del “pueblo de Dios”, según expresión del rey, no constituyen, de hecho, una masa
uniforme. Su diversidad no debe crear conflictos. Desea darles, más allá de sus diferencias, el
sentimiento de lo que los reúne, de lo que los une. Es por lo que el rey les pide que vivan en paz los
unos con los otros.
Los textos que emanan del rey y de los clérigos no reflejan siempre esta voluntad unificadora y
continúan la definición del pueblo según la división dualista romana; ellos no reconocen más que a
los libres y los no libres; hay cristianos no libres que no forman parte del “pueblo de Dios”. El rey
está consciente de ello y manifiesta solicitud hacia estos cristianos de segundo grado. Pero la
paradoja persiste a pesar de todo entre la noción unitaria del “pueblo de Dios” y la noción romana
que distingue entre libres y no libres.
Por lo tanto ni la definición dualista romana ni el ideal unitario cristiano, nos ofrecen la imagen de
dicha sociedad. No tiene nada más hombres unidos en una misma fe, que sean libres o no; tiene
también poderosos y sometidos, ricos y pobres, hombres y mujeres; ninguna de estas capas se
adopta exactamente a los contornos de otra. El rey permanece atado a una noción juzgada esencial
y sin duda lo es, la del francus homo (hombre franco). ¿Qué representa tal noción?

El “Francus Homo”
El elemento fundamental, la unidad a partir de la cual se constituye el pueblo franco sobre el cal
reina Carlomagno es el francus homo. Es un fiel que, en primerísimo lugar, presta a los
representantes del rey el juramento público.
Esta fidelidad confiere derechos y deberes al francus homo. Pero no todo el mundo tiene derecho a
prestar juramento:

 Obispos, abades, condes, vasallos reales, vizcondes, archidiáconos, canónigos, clérigos que
vivan o no bajo la regla de San Benito, procuradores, los vegueres, los centuriones,
sacerdotes y todo el conjunto del pueblo, desde la edad de 12 años hasta la vejez, en tanto
puedan venir a las asambleas y responder a las órdenes de su señor, campesinos, hombres
de los obispos, de los ábades, de los condes y de los demás, fiscales, colonos, dependientes
de iglesias que obtienen beneficios, de los ministerios, los que han entrado en un vasallaje,
los que tienen caballos, armas, escudos, lanzas, espadas. (Capitularia I pág. 66).
Grandes y humildes se mezclan así, entre ellos, no hay indigentes. Según el capitular real, el fiel,
definido como el hombre que participa en los destinos del regnum debe ser, cualquiera que sea su
origen, apto para el servicio de su señor.
El primer servicio es el del ejército. Es primero la calidad de guerra del fiel, la que aparece; que
tenga una o más masías (mansiones señoriales) el franco debe participar en el combate, en tal o
cual lugar según sus medios.
El que posee cuatro mansiones constituye el guerrero mediano y forma el grueso del ejército. El
que tiene doce, proporciona un caballero completamente equipado.

 Una masía representa más o menos una decena de hectáreas.


Cuatro masías, le aseguran un puesto de infantería. Se concibe que el francus homo que goza
plenamente de sus derechos y que cumple totalmente con sus deberes de guerrero es, ante todo,
el guerrero de élite y gran poseedor del suelo.
En fin, el fiel es también aquel que debe rendirse al palacio real.
En la cima de la jerarquía de los poderes y de las riquezas se encuentran el alto clero, los condes, los
vasallos reales. En cada grupo reconoce a fortiores, cotizados en una libra de plata, que disfrutan de
las rentas de 400 masías.

 Mediocres: 200 masías.


 Minores o humiliores: dueños de 100 masías. Pagarán 5 sous.
Todos están comprendidos entre los optimares, los grandes, y disfrutan plenamente de la totalidad
de sus derechos de hombres libres.
Los derechos y los deberes varían considerablemente de un grupo a otro y abren muy distintos
horizontes.
El rey ve lo que le amenaza, es decir, la pérdida de su calidad de francus homo si no cumple con sus
deberes. Intenta legislar en favor de los libres pobres, permitirles el disfrutar de sus derechos, así
como el cumplimiento de sus deberes, entre estos el deber de hueste por ser el más costoso.
La pobreza se hace sentir seriamente como un peligro por el soberano. Dicha pobreza atrae graves
lesiones a la noción de hombre libre, de franco.
Parece que el elemento motor de la sociedad carolingia no se encuentra ya en un francus homo
definido, según la antigua ley como el libre. Se necesita, además, que ese francus homo tenga
tierras suficientes para seguir siendo libre y su definición se carga de un contenido económico. La
legislación real misma ha tomado conciencia de ellos. La libertad, es decir la plenitud del disfrute de
los derechos del francus homo se ve ligada, en lo sucesivo, a la posesión de la tierra.

La organización de la tierra
Heredada en parte del periodo precedente la organización de la tierra adquiere, en tiempos de
Carlomagno, caracteres de la señoría rural. Hay tendencia a quedar englobado en muy amplios
conjuntos raíces llamados dominios, villae. Los dominios se organizan para una mejor rentabilidad,
bajo la autoridad de un dueño único que domina las tierras y, a través de ellas, a los hombres. Este
sistema patrimonial progresa en todo el reino.
El dominio se concentra en las manos de un hombre por herencia, compra, obsequio, o adquisición
en beneficio. Un dominio, en tiempos de Carlomagno, no es pues una empresa terminada, limitada;
su superficie se agranda, sus cultivos se modifican y, sobre todo, sus estructuras se organizan, se
construyen y marcan el paisaje.
Los sitios donde viven los hombres, cualquiera que sea su nivel social, lugares donde nacen también
las cosechas, se llaman manses (masías). El dueño del dominio vive en un mansus indominicatus. Al
derredor de él, las masías campesinas son el sitio de vida y del trabajo cotidiano de los cultivadores.
La masía es, pues, la unidad esencial de la villa ya sea dominical o campesina.

 Este término no puede tener un contenido jurídico: para el dueño lo más frecuente es
alodio (sin servidumbre) a veces beneficio; para el campesino es tenencia contra regalías.
 En este segundo caso, los escribas carolingios intentan aún definirlo según las nociones
romanas: las masías serían, a imagen de los hombres:
o Ingénuiles: el que ha sido siempre libre;
o Servile: el siervo;
o Lidiles: el manumiso.

El examen de las categorías de los terratenientes y de los campos obliga a borrar dichas
distinciones, sin interés ulterior. Estatutos jurídicos de los hombres y de las tierras, superficies
cultivadas, naturaleza de los cultivos, no tienen ya ninguna incidencia sobre los gravámenes. Los
engranajes del sistema patrimonial no escapan, sin embargo, a toda lógica; pero esta lógica no está
ligada ni a los antiguos cuadros institucionales ni a las nuevas exigencias de la economía, por lo
menos, no directamente. Para comprenderlo, hay que situar en primer lugar el nacimiento de la
señoría rural.
El dominio es la unidad fundamental de la vida rural. Se compone de dos tipos de masías: la del
dueño y la de los campesinos: presenta si, a un tiempo, los dos solos grupos que tienen una
realidad en las campiñas: campesinos y señores.
Los campesinos coloni, mancipa, servi, villani, rustici ocupan las masías o colonges. Diversas otras
categorías podrían empadronarse, pero a los ojos del dueño todos son iguales.

 Mancipa: esclavo temporal.


Se van desarrollando tributos en dinero, agrieres, cuyos montos comienzan a fijarse en el tiempo de
Carlomagno, y eso por siglos, jornadas impuestas indistintamente a todos los hombres del dominio.
El segundo grupo de los hombres del dominio es el de los domini; es el grupo de los responsables
de la vida económica y social de las campiñas. Debe conducir las tierras a un mejor rendimiento.
Debe proteger a los hombres.
El rey mismo es un ejemplo del señor terrateniente poseedor de bienes raíces, cuidadoso de la
buena marcha de sus dominios.
La finalidad económica de la organización patrimonial no puede ponerse en duda, y esta
organización así deseada y difundida por el rey representa una mejoría en la gestión de las tierras.
La nivelación económica ha hecho de los terratenientes, ya sean libres o no, dependientes
sometidos a los mismos cargos. Tdoos disfrutan, en cambio, de la protección física y material que
consiste en defenderlos o a equiparlos para la defensa o también a proveer en tiempo de penuria, a
sus necesidades. Pero hay también la adquisición de una responsabilidad moral que se manifiesta,
primero, en la construcción o mantenimiento de la iglesia. El señor debe, además, vigilar para que
ningún delito ocurra en su tierra.
El orden público, el buen comportamiento cívico y moral de los hombres del dominio descansan en
su señor. Éste se encontrará separado de sus dependientes. La residencia señorial es la prueba
visible de esa distinción. En el centro de las tierras reservadas se alza la residencia, la curtio (corte)
En derredor, construcciones de explotación, las casas de algunos de los dependientes. El conjunto
forma un patio o cortil concebido como una fortaleza con palizada, fosos, puerta fortificada. El
recinto fortificado representa ya una organización defensiva del lugar habitado.
Cuando el señor terrateniente está provisto de más amplios derechos políticos sobre los hombres,
la organización catastral puede acompañar el nacimiento de la señoría rural.
La tierra ocupa el centro de las preocupaciones de los hombres del tiempo de Carlomagno y en ella
se apoyan las definiciones esenciales de la sociedad.

La moneda de Carlomagno
La moneda carolingia fue el denario de plata: moneda sana y bien controlada. Acuñado a razón de
22sous, y después a 20sous por libra, este denario no ponía al mundo franco en competencia con
ninguno de los imperios que permanecían fieles a la moneda de oro. En el interior de zona de plata
se pueden observar apariencias de paridad entre las diversas monedas occidentales. Entre la zona
de plata y la zona oro existía un tráfico.
En el interior fue también un elemento de unidad. La política del denario fue una creación de
Pipino, pero Carlomagno hizo de ella un monopolio real. Cuando el monograma real apareció, la
cruz de brazos iguales debía convertirse en el signo distintivo del denario para todo el periodo
medieval. En cuanto al monopolio real que toda la legislación tendió a reforzar, alcanzó su plenitud
después de la coronación del año 800. A cada una de las mutaciones monetarias que operaba, el
rey rendía obligatoria la circulación de los nuevos denarios.
Acuñaron monedas de oro, pero esas monedas no parecen haber interesado el monopolio real y no
impidieron a las monedas de oro extranjeras el circular por el reino. Pero no hubo otra moneda de
plata que la real sobre todo el territorio del regnum. Razón de prestigio y autoridad, ciertamente,
pero también vigilancia de cambios.
El denario de plata es la expresión de las realidades mercantiles del mundo carolingio. Sirve para los
intercambios como contra-mercancía, como referencia-valor de un pago efectuado en mercancías,
artículos de consumo. Muy rara vez era objeto de comercio, es decir, de una operación de
préstamo. Estableció, antes de cualquier otra cosa, la noción del justo precio. Éste no obedeció a las
leyes de la oferta y la demanda. Es un precio fijo que no puede ser modificado y sobre todo si el
artículo está escaso.
La legislación carolingia condena la noción de interés, ya se trate de préstamo de mercancía o de un
préstamo en dinero. La condena es categórica. El rey explica las razones de esta prohibición: es la
noción de la ganancia justa:

 El que presta una cosa hace una ganancia y esa ganancia es justa si no reclama más cantidad
mayor de lo que ha prestado. (capitularia de Nimergue, art. 16).
¿Justa ganancia moral? Habría que ponerla en relación con una creciente escasez de los artículos de
consumo o con una pesadez progresiva del denario. El rey no lo explica.
No parece que esta legislación constringente haya impedido los negocios. Éstos se efectúan más y
más en el interior de las vastas tierras del mundo carolingio. Las islas anglosajonas, la Escandinavia,
el Andalus son compañeros comerciantes activos.
El comercio nórdico se desarrolló considerablemente, provocando el arranque de las ciudades de
Durstede y de Quentovic.
El regnum de los francos se encuentra así sobre una serie de ejes comerciales que, más allá,
desembocan hacia las regiones de las estepas donde viven los varengorios y se prolonga al sur,
hacia el Maghrib musulmán. Estos intercambios introducen en la Galia carolingia los paños
nórdicos, las pieles, los esclavos del Este, las sederías bizantinas y algunos productos africanos. En
cambio, pocos artículos de consumo salen del reino, sólo alfarerías renanas, y el proteccionismo
atañe fuertemente a las armas, las corazas, que, sin embargo, envidian los pueblos vecinos.
La retención de bienes carolingios y el monopolio real conjugan sus efectos para explicar la
ausencia de hallazgos de monedas de plata extranjeras en la Galia. La finalidad del comercio
carolingio no es la de ganancia, es el aprovisionamiento. Sólo el intercambio de dones permite
procurárselo.
Regalos, mercancías, denarios; el rey protege y gobierna todo, cada vez más y más.
Después del ascenso de Carlomagno al imperio, la política monetaria sin modificar
fundamentalmente el sistema, se hizo más estricta. La cantidad de talleres de emisión quedó
reducida, la acuñación reservada a los palacios reales. Los condes fueron encargados muy
particularmente de la vigilancia de la moneda.
El tipo de denario fue modificado con la introducción de nets referencias imperiales: busto imperial
laureado, título de imperator augustus y en el reverso, el emblema de dicho Imperio: el templo
cristiano y la divisa Christiana religió. Este tipo de moneda afirmaba en el interior del Imperio que
no había más que una sola autoridad. Tuviese poco o mucho, cada habitante del Imperio utilizaba la
misma moneda haciendo referencia al único Carlomagno y esto era un lazo muy concreto entre
todos.
No obstante, no se puede hablar de una política económica y social en el sentido actual de ese
término. Carlos prosiguió las direcciones de Pipino, profundizándolas. Con la coronación imperial se
nota una acentuación de los poderes, una nueva formulación de la sociedad, una ampliación de la
vida religiosa.

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