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La recomendación
El que se encomendaba daba las manos a la persona de quien se hacía vasallo. Las manos del futuro
señor también jugaban un papel en el ritual del acto. El futuro vasallo ponía sus manos juntas en las
manos del futuro señor, que las cerraba sobre las del futuro vasallo. El doble gesto de las manos era
indispensable para que se efectuase la encomienda (immixtio manuum). Iba a acompañada de una
declaración de voluntad por parte del futuro vasallo.
La encomendación era un contrato tipo que podía crear muy diversas relaciones de subordinación.
El juramento de fidelidad
En la segunda mitad del siglo VIII y en el IX, los que se alinean en vasallaje no se contentan con
encomendarse; prestan un juramento de fidelidad.
Un juramento de fidelidad era una promesa de ser fiel apoyada en un juramento. Significaba
apelación a la divinidad e implicaba el toque de una res sacra, reliquias a la encomendación. Una de
las probables explicaciones es la preocupación de los señores en asegurarse más exactamente la
ejecución de los deberes de sus vasallos. Violar un juramento significaba hacerse culpable de un
perjurio, es decir, de un pecado mortal.
Se trataba de subrayar que se prestaría servicio en tanto que hombre libre. Las manos en la
encomienda era un gesto de autoentrega, que podía interpretarse como una enajenación de
libertad.
El juramento permitía operar la distinción necesaria, puesto que quien lo prestaba se comprometía
para el porvenir. Un compromiso válido suponía en quien lo concertaba la libre disposición de su
persona y por consiguiente la condición de hombre libre.
Los antrustions desaparecen en el momento en que las gentes de calidad entran a formar parte, en
gran número, del vasallaje del jefe del estado franco.
El vasallo sirve a su amo en razón de la fe que ha prometido manifestarse sirviéndole. La fides, la fe,
es la fidelidad prometida bajo juramento: es lo que motiva los actos del vasallo, hombre libre, y le
distingue del esclavo al que se apalea.
El juramento de fidelidad debió unirse a la recomendación a más tardar en el año 757. En esta
fecha, el duque de Baviera, Tasilón III entró en el vasallaje del rey Pipino III. En la ceremonia se
encuentran unidos como actos que crean vínculos de vasallaje, la encomienda, con immixtio
manuum, y la promesa de ser fiel, confirmada por un juramento, con toque de una res sacra.
Sin embargo, no podemos comprobar que durante la segunda mitad del siglo VIII y el siglo IX
continuase extendiéndose la costumbre de radicar al vasallo.
De todos modos, se trata de excepciones; la costumbre usual consistía en que el señor, deseoso de
radicar a su vasallo, le concedía un beneficio.