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Historia Medieval – Unidad II

François Ganshoff: “El Feudalismo”


2º PARTE – CAPÍTULO II

LAS INSTITUCIONES FEUDO-VASALLÁTICAS BAJO CARLOMAGNO Y SUS SUCESORES


Terminología
La importancia progresivamente mayor del vasallaje sorprende a quien estudia las instituciones de
la monarquía franca bajo Carlomagno y Ludovico Pío y las de los reinos francos nacidos de la
división de esta monarquía unitaria, a la muerte de Ludovico Pío, en el año 840:

 Francia oriental, que será Alemania;


 Francia occidental, que será Francia;
 Lotaringia, que acabará uniéndose a Alemania;
 Reinos de Provenza y Borgoña, que acabarán por unificarse.
 Italia.
Las capitulares abundan en disposiciones relativas a los vasallos. Para designarolos, los términos
han variado poco. Gasindus, que recordaba de un modo demasiado vivo el muy humilde origen de
la institución (la servidumbre) casi no se usa. Vassus, al contrario, se ha convertido en un nombre
corriente. El compuesto vasallus se extiende en el curso del siglo IX. Se encontrará con frecuencia la
denominación miles, que subraya de manera impresionante el carácter cada vez más militar de la
institución. El término homo designa a cualquier persona que dependa de un señor; se emplea a
menudo en el sentido técnico de vasallo.

Difusión intensificada del vasallaje y del beneficio


Durante la segunda mitad del siglo VIII y todo el siglo IX, la cantidad de vasallos aumentó con
relación a la totalidad de hombres libres.
En el interior de los países francos, entre el Loira y el Rhin, la frecuencia de los compromisos de
vasallaje había aumentado progresivamente. Respecto a otros lugares, la institución se extendió
con una relativa amplitud en ciertas zonas alejadas, como en Franconia, o en regiones periféricas
cuya autonomía fue anulada por los primeros carolingios, como Aquitania, Alamania y Baviera. Del
mismo modo, el vasallaje fue introducido en Italia. En los países germánicos penetró muy
débilmente, sobre todo en Frisia y Sajonia.
Parece probable que la difusión del vasallaje estuvo en gran medida en función de la difusión del
latifundio y de la explotación del suelo en el marco del dominio (villa). Los vasallos agraciados con
beneficios de cierta extensión, normalmente acogieron a su vez vasallos propios. A menudo
concedieron beneficios a algunos de sus vasallos, sea tomando algún alodio de los bienes de que
eran propietarios, sea utilizando una parte. Esta costumbre de conceder beneficios de vasallos a
sub-vasallo en línea vertical se extendió con profusión a medida que avanzaba el siglo IX.
Diversos factores explican la extraordinaria difusión del vasallaje a partir del reinado de
Carlomagno. La política de los reyes y los emperadores tendió, para tratar de consolidar su propia
autoridad, a multiplicar el número de vasallos e impuso, por las mismas razones, a los agentes de su
poder, condes, marqueses y duques, la obligación de alinearse en el vasallaje real: los carolingios
creyeron que recurriendo a la fidelidad emanada del vasallaje reforzarían la fidelidad que sus
agentes les debían “ès qualités”. Más tarde, por lo menos desde la segunda mitad del reinado de
Ludovico Pío (830-840), los grandes, generalmente investidos de funciones políticas, intentaron
hacerse con un extenso vasallaje propio para aumentar sus medios de acción militar y hacerse
pagar más cara la adhesión a cualquier partido.
Finalmente, en un período constantemente turbado por guerras e incursiones de pueblos bárbaros
debe tenerse en cuenta la preocupación de seguridad de muchos hombres libres relativamente
acomodados.

Los vasallos reales


La última parte del siglo VIII y el IX se caracterizan no sólo por la multiplicación y difusión de los
compromisos del vasallaje y de los beneficios, sino también por la acentuación de otro fenómeno
que ya hemos señalado en la época de los primeros carolingios: la elevación del nivel social de los
vasallos.
Esta elevación fue mucho más manifiesta en los vasallos reales que en los otros. Los vassi dominici
gozaban de particular consideración. Los vasallos reales que obtenían un beneficio, que estaban
radicados, gozaban de un prestigio muy superior a los otros.
Los carolingios extendieron los vassi dominici, radicándolos a lo largo y ancho de sus estados.
Constituían en muchas regiones colonias militares, con luyo servicio el rey podía contar.
Carlomagno practicó esta política, sobre todo en los países recientemente conquistados, en
Aquitania, Italia y Baviera; una parte de los dominios confiscados en detrimento de los antiguos
soberanos o de los rebeldes, fue destinada a los beneficios.
Los vasallos reales, como los obispos, los abades y los condes, debían prestar juramento entre las
manos de los missi dominici; los otros vasallos prestaban juramento entre las manos del conde, al
igual que cualquier otro súbdito.

Vasallos de otros señores


Los vasallos de los condes, los obispos, los abades o las abadesas y los de los señores particulares
ocupaban situaciones muy diferentes; bajo Carlomagno aún se encuentran entre ellos, aunque
excepcionalmente, siervos y hombres no enteramente libres. Existían también otros factores de
discriminatorios: hombres importantes alineados por motivos diversos en el vasallaje de un
personaje más poderoso que ellos o de un establecimiento eclesiástico, continuaban siendo
considerados de acuerdo con su autoridad personal o su riqueza. Contribuyeron mucho a elevar el
nivel social medio del conjunto de los vasallos.
Este fenómeno de elevación es otra de las explicaciones de la distinción entre el vasallo y el que
buscaba y obtenía la protección, a condición de proporcionarle servicios más humildes que los de
un guerrero; el término vassus no seguirá aplicándose a ellos: el vasallo, por modestos que sean su
origen y condición, dispone de un caballo y de armas de guerra. Por otro lado, forma parte de un
mundo distinto al de la servidumbre y al de los trabajadores de los campos.

Actos creadores de las relaciones de vasallaje


Acto que consiste en recomendarse y que entraña un gesto de las manos; por otra parte, un
juramento de fidelidad.

La recomendación
El que se encomendaba daba las manos a la persona de quien se hacía vasallo. Las manos del futuro
señor también jugaban un papel en el ritual del acto. El futuro vasallo ponía sus manos juntas en las
manos del futuro señor, que las cerraba sobre las del futuro vasallo. El doble gesto de las manos era
indispensable para que se efectuase la encomienda (immixtio manuum). Iba a acompañada de una
declaración de voluntad por parte del futuro vasallo.
La encomendación era un contrato tipo que podía crear muy diversas relaciones de subordinación.

El juramento de fidelidad
En la segunda mitad del siglo VIII y en el IX, los que se alinean en vasallaje no se contentan con
encomendarse; prestan un juramento de fidelidad.
Un juramento de fidelidad era una promesa de ser fiel apoyada en un juramento. Significaba
apelación a la divinidad e implicaba el toque de una res sacra, reliquias a la encomendación. Una de
las probables explicaciones es la preocupación de los señores en asegurarse más exactamente la
ejecución de los deberes de sus vasallos. Violar un juramento significaba hacerse culpable de un
perjurio, es decir, de un pecado mortal.
Se trataba de subrayar que se prestaría servicio en tanto que hombre libre. Las manos en la
encomienda era un gesto de autoentrega, que podía interpretarse como una enajenación de
libertad.
El juramento permitía operar la distinción necesaria, puesto que quien lo prestaba se comprometía
para el porvenir. Un compromiso válido suponía en quien lo concertaba la libre disposición de su
persona y por consiguiente la condición de hombre libre.
Los antrustions desaparecen en el momento en que las gentes de calidad entran a formar parte, en
gran número, del vasallaje del jefe del estado franco.
El vasallo sirve a su amo en razón de la fe que ha prometido manifestarse sirviéndole. La fides, la fe,
es la fidelidad prometida bajo juramento: es lo que motiva los actos del vasallo, hombre libre, y le
distingue del esclavo al que se apalea.
El juramento de fidelidad debió unirse a la recomendación a más tardar en el año 757. En esta
fecha, el duque de Baviera, Tasilón III entró en el vasallaje del rey Pipino III. En la ceremonia se
encuentran unidos como actos que crean vínculos de vasallaje, la encomienda, con immixtio
manuum, y la promesa de ser fiel, confirmada por un juramento, con toque de una res sacra.

Libertad de acción de las partes


La recomendación y el juramento de fidelidad, creaban el Nexus iuris, el nexo de derecho entre las
partes. De derecho, el contrato de vasallaje estaba establecido como libremente concluido por
ambas partes.
Carlomagno indició, de una manera limitativa, los casos en que un vasallo podía abandonar a su
señor: era necesario que éste hubiese intentado matarle, golpearle con un bastón, violar a su mujer
o cometer adulterio con ella, violar a su hija o seducirla, quitar al vasallo un bien propio, convertirlo
en su siervo, perseguirlo con la espada en alto o bien que, pudiendo, no le hubiese defendido. Esta
prohibición de abandonar el vasallo a su señor sin el consentimiento de éste fue ratificada muy a
menudo por los sucesores del gran emperador. Los compromisos del vasallaje sólo concluían con la
muerte del señor y del vasallo. No podían contraerse compromisos de vasallaje respecto a más de
un señor.

Servicio de los vasallos


El servicio debido por el vasallo parece haberse progresivamente especializado. Sin duda, los vassi
dominici fueron empleados en misiones políticas, judiciales o de alta administración; los vasallos de
los condes debieron cumplir análogas misiones.
A partir de Carlomagno, el carácter militar del servicio superó a toda otra misión. El vasallo, por otra
parte, sólo debe estas prestaciones militares al servicio real. A partir de Ludovico Pío, los grandes
sublevados contra el emperador, marcharon a la cabeza de sus vasallos.

La subordinación del vasallo a su señor


La terminología aducida, la enumeración restrictiva de los legítimos motivos que podía tener el
vasallo para abandonar a su señor, la prohibición de encomendarse a otro señor, subrayan el
carácter “totalitario” de la subordinación del vasallo.
Fuese cual fuese la autoridad del señor, el vasallo, por humilde que sea su origen o condición, sigue
en principio un hombre libre y, como tal, goza del más esencial derecho del hombre libre: ser
juzgado por un tribunal público. El vasallo está sujeto al tribunal del conde, al mallus; a menos que
sea vasallo del rey: pues el vassus dominicus está sujeto a la justicia del tribunal de Palacio.
Desde la época carolingia existió lo que puede llamarse una mística del vasallaje, una vida interior
que entrañaba en muchos vasallos la consagración absoluta al señor, esencial razón de ser de la
institución. El carácter religioso de la “fe” jurada contribuyó hondamente a nutrir este ardor.
La noción de fidelidad
La esencia de la noción carolingia de fidelidad es, pues, negativa. Consiste en no emprender
ninguna acción contra aquél a quien se debe ser fiel. Sin embargo, este elemento fundamental
negativo no abarca la noción entera de fidelidad; ésta se manifiesta igualmente por una actividad
positiva.
La historia del siglo IX nos pone constantemente en presencia de vasallos que abandonan y
traicionan a su señor. Uno de los motivos más frecuentes de semejantes faltas fue el deseo de
enriquecerse.

Vasallos “chasés” y vasallos “non chasés”


La propia existencia de este elemento real es una consecuencia necesaria de la obligación que pesa
sobre el señor de mantener a su vasallo.
Los vasallos reales, que vivían en palacio y recibían del rey el vestido, el alimento y el armamento, el
vasallo real que no tuviera beneficio, se llamaban “non chasés”. Los particulares también los
tuvieron, generalmente de condición muy humilde.

 Sin embargo, no podemos comprobar que durante la segunda mitad del siglo VIII y el siglo IX
continuase extendiéndose la costumbre de radicar al vasallo.
De todos modos, se trata de excepciones; la costumbre usual consistía en que el señor, deseoso de
radicar a su vasallo, le concedía un beneficio.

El beneficio del vasallo


El estudio del beneficio en la época carolingia es complicado debido a que el término beneficium,
aunque aplicado con preferencia a la tenencia del vasallo, podía tener otros significados: beneficio
eclesiástico, tenencia concedida en virtud de un contrato de precario, tenencia concedida a ciertos
agentes de dominio e incluso a ciertos servidores domésticos.
La superficie del beneficio era muy variable: podía comprender una villa, o sea un dominio, varios
dominios o parcelas de dominios, por ejemplo, algunos “mansos”. Por lo general, en el noroeste de
la Galia, ocupaba de diez a dieciocho hectáreas. Parece ser que hacia findes del reinado de
Carlomagno, la ocupación de un beneficio de doce mansos traía consigo al vasallo la obligación de
servir en caballería con un equipo completo de caballero y armas de gran peso.
Por otra parte, los beneficios no consistían necesariamente en dominios o parcelas de dominios: a
menudo se atribuían en beneficios las abbatia, es decir, la dignidad de abad de algún monasterio.
Podía ser a un clérigo o a un laico.
Pero la mayor parte de los beneficios conservaron su carácter Peligros y tentativas de usurpación,
medidas de prevención y conservación en la mayoría de los beneficios de su propia naturaleza
jurídica, son fenómenos comunes a los beneficios concedidos por los reyes a los vassi dominici, y a
los beneficios concedidos a sus vasallos por los señores particulares. A fines del siglo IX, los
derechos del vasallo sobre su beneficio son siempre los de un usufructuario.
Los beneficios antiguamente concedidos por los carolingios a base de vienes eclesiásticos se
convirtieron normalmente, sea en beneficios tenidos pura y simplemente del rey, sea en beneficios
o precarios tenidos directamente de las propias iglesias, sea en beneficios ususrpados por el vasallo
y convertidos en propiedades.
Casi mediando el siglo IX, los carolingios reemprendieron con profusión la usurpación de bienes
eclesiásticos para distribuirlos como beneficios a sus vasallos, particularmente en Francia
occidental, Lotaringia y Borgoña. Los reyes presionaron a iglesias y abadías para que recibiesen en
vasallaje a un determinado número de guerreros y para que les concediesen beneficios de los
bienes que formaban parte de su patrimonio.
El beneficio concedido a vasallos por orden real y consistentes en tierras eclesiásticas fue, a partir
de este momento, un tipo común de beneficios.
Un tipo de tenencia muy parecido al beneficio fue la tenencia per aprisionem, propia de Septimania,
del sur de Galia y de la Marca Hispánica. Se trataba de la puesta en cultivo de tierras desiertas o
semidesiertas. Sus derechos eran hereditarios y sólo cesaban por motivos de infidelidad. Muy
corrientemente la tenencia per aprisionem se convirtió en propiedad plena y total.
Se debe admitir que la entrega (traditio) material del beneficio era indispensable para que el vasallo
adquiriera derechos sobre él; seguramente esta entrega se efectuaba mediante el libramiento al
vasallo de un objeto que simbolizaba el beneficio.

Unión de derechos entre el vasallaje y el beneficio


EL problema de la unión entre ambos elementos: el vasallaje y el beneficio. Esta relación de
derecho debió de existir desde los primeros tiempos carolingios. Sea como fuere, viene
corroborada por los textos de la época de Carlomagno y de sus sucesores. La entrada en vasallaje es
una condición para la concesión del beneficio.
Existe una segunda relación de derecho entre ambas instituciones: el vasallaje y el beneficio. Los
vasallos están obligados a usar los recursos de su beneficio para prestar a su señor el servicio
debido en virtud del contrato de recomendación.
El hecho de que la concesión del beneficio cesara no solamente por la muerte del vasallo, sino
también por la muerte del señor, prueba asimismo la existencia de una relación de derecho entre
ambas instituciones, puesto que el fin de las relaciones personales del vasallaje ponía punto final a
la concesión real del beneficio.
La unión de derecho entre el vasallaje y el beneficio fue aún más estrecha de lo que permiten creer
las consideraciones precedentes: llegó a existir una auténtica interpenetración. A partir del final del
reinado de Carlomagno, el servicio del vasallo se consideraba la razón de ser inmediata, la causa, en
el sentido jurídico de esta palabra, de la concesión del beneficio: si este servicio no estaba
asegurado, o lo estaba mal, la causa de la concesión desaparecía y la concesión era revocada; la
confiscación del beneficio se convirtió en la sanción por excelencia.
Sin embargo, esta estrecha unión entre el vasallaje y el beneficio no debe hacernos perder de vista
que un vasallo podía detentar perfectamente otras tierras, además del beneficio concedido por su
señor: podía poseer uno o más alodios, es decir, ser propietario; podía también tener vienes en
precario de un establecimiento eclesiástico. Se puede incluso admitir que éste era el caso frecuente
entre los vasallos que ocupaban un elevado rango social.

Derecho de las partes sobre el beneficio


Puede observarse un hecho en las relaciones feudo-vasalláticas: el elemento personal es, sin lugar a
dudas, siempre el esencial en la época carolingia, el beneficio sólo se concede a un vasallo, pero se
puede ser vasallo sin detentar beneficio alguno. Y, sin embargo, el beneficio ejercerá una acción tal
en el marco de dichas relaciones que muchos de sus aspectos se alterarán profundamente antes de
finalizar el siglo IX.
Uno de ellos es el de los derechos de ambas partes sobre el beneficio. No se pone en duda el
derecho de propiedad del señor sobre las tierras que concede en beneficio, siguen siendo su alodio,
a no ser que él mismo no las detente en beneficio o en precario. El señor no tiene obligación de
conceder a otro vasallo los beneficios vacantes.
Sin embargo, el derecho del señor de disponer de la tierra concedida en beneficio, fue
progresivamente restringido en el curso del siglo IX. Sin duda, el señor no tuvo jamás el derecho de
quitar a un vasallo, no culpable de faltar a sus deberes, el beneficio que le había concedido, a no ser
que se le compensara.
En resumen, todo ello es una consecuencia del carácter vitalicio de los compromisos de vasallaje y
del hecho de que el beneficio era concedido al vasallo para situarle en estado de cumplir sus
obligaciones. En la segunda mitad del siglo IX, por lo menos en Francia occidental, en Lotaringia, en
Borgoña y en Italia, esta destitución, incluso por razón o con excusa de infidelidad, fue cada vez más
difícil. En realidad se trataba de una cuestión de fuerza entre el rey de una parte, y el vasallo y el
partido al que pertenecía, de otra.
Algo mucho más más característico todavía lo constituye el progresivo anquilosamiento del derecho
de disposición del nuevo señor a la muerte de su predecesor. No parece probable que se haya
ùesto en duda que a la muerte del señor caducara el contrato del vasallaje y con él la concesión del
beneficio. Los vasallos, comprendían que podrían encomendarse al sucesor de su señor y que
recibirían de él la concesión del beneficio que detentaban de su predecesor. Lo que cada vez fue
más difícil, si no imposible, de ejercer efectivamente, fue el derecho a disponer de los beneficios.
Esta disminución de los derechos de señor sobre el beneficio en provecho del vasallo es una
consecuencia de la detentación efectiva del beneficio por parte del vasallo y de su deseo de
incluirlo en su patrimonio. Idéntico estado de cosas explican las numerosas tentativas de usurpar la
propiedad de los bienes que los vasallos tenían en beneficio.

El problema de la herencia del beneficio


Otro aspecto de las relaciones feudo-vasalláticas, en el que se efectuó una profunda
transformación a lo largo del siglo IX, fue el de la herencia del beneficio.
En rigor, el contrato de encomendación excluía cualquier noción de herencia. Un señor aceptaba la
encomendación del hijo de su difunto vasallo y le concedía el beneficio tenido por su padre. El ver
pasar los beneficios de padres a hijos es algo usual en las costumbres del siglo IX.
Hincmaro admite, pues, como regla que el hijo, si es digno, reciba el beneficio de su padre,
naturalmente después de entrar en el vasallaje del mismo señor. Esta costumbre no fue tipificada
en forma de regla de derecho por un acto legislativo.
Con mucha más fuerza que las restricciones al derecho del señor respecto a la libre disposición de
su beneficio, el carácter hereditario adquirido por éste en la segunda mitad del siglo IX señala un
deslizamiento del beneficio, si no en el patrimonio del vasallaje.
Esta generalización del carácter hereditario de los beneficios se produjo sobre todo en Francia
occidental, pero también se extendió a los reinos de Italia y de Borgoña. No fue tan general en
Francia oriental, el poder real estaba menos debilitado y la autoridad de los señores sobre los
vasallos pudo mantenerse con mayor firmeza.

Pluralidad de los compromisos del vasallaje


Notemos una tercera transformación de las relaciones feudo-vasalláticas en el transcurso del siglo
IX: la estrecha subordinación del vasallo al señor suponía que éste fuese único: una dualidad o una
multiplicidad de compromisos de vasallaje hubiese debilitado a cada uno de ellos. La legislación de
Carlomagno y de Ludovico Pío tiende a evitar dicha debilitación. Y no obstante se produjo. El deseo
de conservar un beneficio para sí y para sus hijos explica los esfuerzos, coronados por el éxito,
desplegados por los vasallos para conquistar la permanencia de la herencia de los beneficios. Y el
deseo de tener un mayor número de beneficios explica los esfuerzos de los vasallos para conseguir
la legislación de la pluralidad de compromisos de vasallaje. Seguramente estas tentativas se
remontan al reinado de Carlomagno.
El cuarto aspecto de las relaciones feudo-vasalláticas, que también será alterado por la acción del
beneficio, consiste en la relación, dentro del conjunto, entre el elemento personal y el real. En el
año 815, Ludovico Pío recuerda que la regla general a la que deben atenderse los vasallos en cuanto
a los recursos de su beneficio era utilizarlos en vistas a los servicios debidos a su señor. Lo esencial
eran los compromisos de vasallaje, que engendraban la obligación del servicio; por ello sólo se trata
del beneficio para recordar su razón de ser: rendir el servicio del modo más eficaz posible. Una
relación entre el servicio del vasallo y la importancia del beneficio; ésta es la medida y casi la
condición del servicio. Incluso llegará a ser la causa. Está en vías de realizarse la inversión de los
términos.

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