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MARIOLOGÍA - PRIMERA UNIDAD: la dimensión antropológica

I.1.1. Aproximación fenomenológica


Nuestra fe cristiana afirma convincentemente que Dios venció el mal1, que
triunfó sobre el pecado y la muerte; que la fragilidad y la limitación, la vulnerabilidad y
la debilidad humanas no son lo determinante en la vida de las mujeres y los hombres
creyentes. La resurrección del Hijo de Dios proyecta a creer en un Dios que es capaz de
vencer y trascender la muerte e ir más allá de ella en su expectativa y propuesta de
salvación.2

Este primer anuncio, centro de nuestra fe cristiana tiene como co-protagonista a


una joven mujer, abierta a la trascendencia más bella, bondadosa y potente, porque en
su expectativa tiene lugar la fe, como dimensión antropológica inherente al ser humano.

María es quien por primera y única vez en toda la historia de la humanidad


recibe una invitación concreta en lo más íntimo de su ser, y esto es: encarnar al Hijo
mismo de Dios. Así, es como el Absoluto por excelencia constituye en la carne de una
mujer un santuario humano. De María de Nazareth, una persona (y en esto está su
identidad humana), una mujer (su identidad psicosexual), perteneciente al pueblo judío
(su identidad creyente), se sirve Dios. Dios la invita, le pide permiso para entrar en su
historia particular y establecer una presencia real de Dios entre los hombres. El útero de
la Virgen Madre, fue el espacio sagrado primero que contiene el cuerpo, el alma, y la
divinidad de Jesús, donde habitará por el tiempo de la gestación hasta el momento del
parto.

En este primer momento expositivo queremos acercarnos al tema mariológico,


desde la perspectiva filosófica-antropológica3, especialmente haremos primero, una

1
Queremos remarcar el gran aporte de la teodicea como disciplina filosófica, en su esfuerzo por llegar al
meollo de la comprensión de la existencia de Dios y la relación con su creación, con los sucesos y
desafíos que conlleva, haciendo un equilibrio entre la filosofía y la teología. Hemos tomado los
magníficos estudios de Juan Antonio Estrada: Dios en las tradiciones filosóficas, tomos I y II, Trotta,
Madrid 1994; y La imposible teodicea, Trotta, Madrid 1997, para hacer este acercamiento.
2
Estrada nos dice que: “La cruz revela la impotencia humana, genera la pregunta de la teodicea y se
convierte en una amenaza de absurdo para la existencia, precisamente por su carácter irreversible. Desde
la perspectiva cristiana, la muerte pierde su significado absoluto. Lo que para el hombre es el símbolo de
impotencia por excelencia, se convierte, desde la resurrección, en el símbolo del poder de Dios. La duda y
la pregunta que genera la teodicea son el signo de la perplejidad con la que el hombre afronta el dolor y la
muerte. La vida, muerte y resurrección de Jesús se convierte así en el compendio de la respuesta cristiana
al problema del mal, simbolizado en el árbol del paraíso, que marca las fronteras del conocimiento
humano. Pertenece a Dios el saber sobre una creación atormentada por el mal, mientras los hombres
mueren, son infelices, y su reino nunca llega. Por eso la oración, sobre todo la petición de que «venga tu
reino», forma parte de la teodicea cristiana, que se plasma en la solidaridad práctica con los que sufren...
Desde la experiencia concreta del mal, se habla del amor como esencia divina (1Jn 4,7-8). Se busca así
prácticamente el mal, plantearlo como situación histórica y como parte de una libertad responsable,
eliminándolo como fato (destino) y como ontología de lo divino, que cristalizaría en una gnosis
sistemática, filosófica o religiosa. El cristianismo llama a confiar en Dios y a trascender el mal desde la fe
y la solidaridad con las víctimas, al riesgo de perder la vida. Quizás el hombre que cree, espera y ama es
la representación consumada de Dios, la forma humana de responder a la interpelación divina.” La
imposible teodicea, Trotta, Madrid 1997, pp. 398-399.
3
Las disciplinas humanas en su renovación nos brindan un aporte complementario a nuestro estudio.
Filosofía, antropología, psicología, semiótica, fenomenología, teodicea... son ciencias humanas que,
interconectadas nos ofrecen una explicación racional al puesto que el hombre tiene frente a la triple
aproximación fenomenológica, donde ubicaremos tres aspectos que hacen a la
presentación del encuentro con lo sagrado, el hecho religioso y la dimensión mistérica.
Luego nos concentramos en el espacio simbólico (lugares y personas concretas) como
lugar donde sucede el acontecer del misterio de la vida, rescatando la importancia y el
valor exclusivo de la mujer como “capax vitae”, pues el centro de la mujer (la ubicación
corporal del vientre) tiene este espacio femenino hermoso, que engendra vida humana.
El espacio como lugar sagrado, exteriormente, es el santuario (lugar fenomenológico del
espacio divino) e interiormente, el espacio sagrado es el útero femenino.

Daremos algunas pistas para llegar a la comprensión de los tiempos y los objetos
sagrados, para así terminar este primer capítulo con una aproximación histórica, dando
algunas referencias a la vida de María, primeramente considerándola en su período de
María nonata, luego, su infancia y su relación con José. Posteriormente, en el capítulo
siguiente estudiaremos a María en relación a su hijo Jesús, desde la perspectiva
teológica (en las partes subsiguientes: dimensiones bíblica, dogmática y pastoral-
evangelizadora).

1.1.1. El encuentro con lo sagrado4

Cuando nos disponemos a hablar del encuentro que el ser humano tiene en
relación al ámbito de lo sagrado, hemos de establecer como premisa fundamental que
todo ser humano es un homo symbolicus. Todas sus actividades están implicadas en la
dimensión simbólica, y desde aquí todos los datos religiosos poseen un carácter
simbólico. “Comprendemos que esto es verdad cuando tenemos en cuenta que cada acto
religioso y cada objeto de culto remite a una realidad metaempírica. Cuando el árbol se
convierte en objeto de culto, ya no es un árbol lo que es venerado, sino una hierofanía,
es decir, una manifestación de lo sagrado. Cada acto religioso, por el hecho de ser
religioso, posee un significado que, en última instancia, es simbólico, puesto que se
refiere a seres o valores sobrenaturales. En las ciencias de la religión, normalmente, se
reserva la palabra símbolo para los hechos religiosos en sus apariencias heterogéneas,
aunque estructuralmente entrelazadas. Esos hechos pueden ser ritos o conductas rituales,
así como mitos, leyendas o seres sobrenaturales. Esto no implica reducir todo
significado a un denominador común. Nunca se insistirá demasiado en que la búsqueda
de estructuras simbólicas no es una tarea de reducción sino de integración. No
comparamos o contrastamos dos expresiones de un símbolo para reducirlas a una sola,
ya existente, sino a fin de descubrir el proceso mediante el cual una estructura puede
asumir enriquecidos significados. Paul Tillich indica que la gran función de los
símbolos es señalar más allá de sí mismos, en el poder de aquello a lo cual señalan;
abrir niveles de realidad que de otro modo permanecerían cerrados y abrir niveles de la
mente humana de los cuales, de otra manera, no tendríamos conciencia.”5

relacionalidad: consigo mismo, con los demás, y con Dios. Nos llevan a comprender situaciones y
símbolos humanos como “virginidad”, “matrimonio”, “maternidad”, “mediaciones reconciliadoras”, etc.
Sobre todo, el símbolo máximo que es el desarrollo integral plenamente humanizante. Así la persona de
María llega a su punto más elevado como persona humana realizada.
4
Para el abordaje de este tema que hemos denominado “el encuentro con lo sagrado” nos basaremos en el
estudio de MARTÍN VELASCO, J., Introducción a la Fenomenología de la Religión, Cristiandad,
Madrid 1978, pp. 85-140.
5
Apuntes de clase del curso de Fenomenología de la Religión, dictado por el Prof. Dr. Pablo Peralta, en el
año 1999, en la Facultad de Teología del Uruguay “Mons. Mariano Soler”, sobre el tema “La mediación
simbólica”; en base al texto de ELIADE, M., “Obervaciones metodológicas sobre el estudio del
El símbolo6 (del griego sym-ballo, que quiere decir “arrojar juntamente”) nos
hace tomar la percepción de que somos lanzados a una realidad que nos trasciende para
colocarnos en comunicación y ponernos en sintonía con la experiencia de lo sagrado,
entendido no como un mero accidente, sino como la relación con lo “con-sagrado”, es
decir, aquella realidad puesta de cara a Dios, separada para algo especial.

La vida humana es toda sagrada y toda profana, puesto que se vive en presencia
de una realidad trascendente y como respuesta al llamado de la experiencia que provoca
lo trascendente, que exige un cambio de nivel, una conversión. Lo seguro y cierto del
ser humano que rechaza la dimensión numinosa de la vida se desvanece frente a la
experiencia de lo trascendente; se percibe al totalmente Otro (el Eterno, el Infinito, el
Absoluto, el Inefable Misterio), y pareciera que se comprende claramente la intuición de
Gabriel Marcel, de que “sin el misterio, la vida sería irrespirable.”7

En este sentido cabe la indicación de que lo profano y lo sagrado comparten la


realidad, lo que los distingue es la ruptura de nivel que se da en el pasaje de lo profano a
lo sagrado.

Todo ser humano reconoce en el hecho religioso la expresión de lo sagrado


donde se manifiesta una realidad suprema, que lo traspasa y trasciende, una realidad
dadora de sentido porque configura una relación con el misterio. He aquí lo que se llama
una “hierofanía”, la manifestación del misterio a través de los símbolos de lo sagrado
del hecho religioso.

Las características que van a abrir camino a toda experiencia religiosa que
posibilite el encuentro con lo sagrado del misterio son la autorevelación hierofánica, la
trascendencia mistérica, y la mediación simbólica.

simbolismo religioso”, en Eliade-Kitagawa y otros, “Metodología de la Historia de las Religiones”,


Paidos, Buenos Aires 1967, pp.117-139.
6
Este vocablo expresa etimológicamente un signo de reconocimiento consistente en que el borde de un
fragmento de cierto objeto (v.gr., de un anillo) dividido en dos se adaptaba exactamente al otro. En el
lenguaje actual llámase a veces símbolo todo elemento de un sistema de signos. En sentido propio el
vocablo símbolo denota un signo patente de una realidad suprasensible que por naturaleza tiene cierta
aptitud para ilustrarla y es inmediatamente comprensible dentro de una determinada comunidad (v.gr. el
cetro como símbolo de soberanía). Cuando falta la comprensibilidad inmediata y la interpretación
depende de complicados procesos de pensamiento, se trata más bien de una alegoría. La base de la
simbolización es, de parte del hombre, la necesidad de ilustrar de alguna manera lo espiritual que
conforme a su carácter peculiar, sólo es concebible en el pensamiento abstracto. Las cosas del mundo
sensible satisfacen esta necesidad a causa de la analogía que domina todas las esferas del ser: todas las
cosas tienen, en último término, su arquetipo en Dios; pero las visibles, debido a su múltiple peculiaridad
y gradación específica, reflejan, por decirlo así, con rayos variadamente refractados la pura plenitud
luminosa del mundo espiritual; de ahí que su contemplación pueda reemplazar de alguna manera la
intuición de lo espiritual que no poseemos, si a la imagen intuitivamente dada se le une el pensamiento
explicativo del sentido. Si, a pesar de ello, precisamente por no tener con lo suprasensible una semejanza
específica, no puede expresarlo analógicamente en su peculiaridad como lo hace el pensar conceptual,
aventaja, no obstante, a éste en aptitud para descubrir por alusión una mayor copiosidad de la realidad
espiritual; por eso habla directamente al sentimiento. DE VRIES, J., Símbolo, en Diccionario de Filosofía.
Brugger, W., Herder, Barcelona 1978, p. 475.
7
Du Refus à l’Invocation, N.R.F., 1940 p. 198, en JOLIVET, R., Las doctrinas existencialistas, Gredos,
Madrid 1969, p. 347.
El encuentro con lo sagrado está posibilitado allí donde hay apertura y anhelo,
donde existe deseo por la venida de Aquel que re-liga a lo trascendente, que es de otro
orden, que nos supera infinitamente. No hay posibilidad cuando intentamos
apoderarnos, y atrapar a Aquel que se escapa de nuestros pensamientos “cortos”,
paradigmas y “encorsetamientos” de la experiencia con lo fascinante, tremendo,
majestuoso e irresistible que tiene lo sagrado.

Lo sagrado es uno de los ámbitos de la experiencia donde el Misterio se hace


presente. El Misterio8 viene al encuentro, y desde lo sagrado se puede descubrir como
realidad personal que entreteje una historia específica capaz de abarcar todo lo humano
en su conjunto, reconociendo una realidad suprema que da el sentido último a toda la
existencia.

1.1.2. Los espacios simbólicos

El misterio es lo que hace que la experiencia de lo sagrado exista como


sacralidad. Dios es en primer lugar el Santo por excelencia.9 Separado radicalmente, y
distinto, es integrado absolutamente. El ser humano, santo, es el que hace presente lo
que Dios quiere. Y generalmente, experimentamos lo santo, separado-integrado, lo
distinto, como lo que Dios toma para sí, para un propósito especial. Así es que
encontramos lo sacro como una potencia misteriosa, ligada a seres, sean personas,
lugares, u objetos simbólicos, que remiten a una realidad sobrenatural, trascendente.

El símbolo por sí mismo remite a una realidad distinta, no la sustituye, la hace


presente. En el símbolo religioso está comprometida la existencia humana, y la orienta a
la experiencia de lo sagrado. Descifrar el símbolo implica entrar en comunión con el
Misterio que se descubre, no que se impone. El símbolo tiene historia, se constituye en
un lugar y un momento determinado, involucra toda la dimensión afectiva de las
personas. Establece vínculos y desde la experiencia religiosa provoca un lenguaje
simbólico, no intercambiable, imprescindible. De aquí que cuando se reprime el
espacio, el tiempo, los objetos o lenguaje simbólico, desaparece lo que unifica
trascendentalmente.

María Teresa Porcile en su libro titulado “La mujer, espacio de salvación”,


propone en su capítulo quinto, una visión que nos facilita la mirada fenomenológica:
“para una antropología de la mujer: una antropología del espacio”.10 Y en este sentido,
nos gustaría proponer una reflexión que nace a partir de la intuición de la profesora
Porcile, pero que se diferencia, en cuanto que nosotros descubrimos una doble vertiente
que se presenta a partir de la comprensión del espacio. “Entiéndese ordinariamente por
espacio un vacío extenso en el que los cuerpos se hallan, por decirlo así, como en un
receptáculo. El espacio guarda, pues, relación con la extensión de los cuerpos reales,
8
Entendiendo “misterio” como lo designa la antropología desde una filosofía abierta a la teología;
“mysterium”: realitas aliqua divina trascendens, salvifica quae aliquomodo manifestatur.
9
MATEOS, J., Cristianos en fiesta, Cristiandad, Madrid 1972, p. 105-107: “la santidad o sacralidad de la
criatura consiste siempre, por tanto, en una relación. En sentido propio es la relación del hombre a Dios
por la participación de la vida divina. Es intrínseca, verdaderamente analógica, es la de un objeto
destinado por el hombre a expresar su relación con Dios. No confiere al objeto ninguna cualidad
intrínseca independiente del hombre, le atribuye sólo una denominación que indica su destino... Dios crea
la santidad del hombre, el hombre la confiere a las cosas.”
10
PORCILE, M. T., Trilce, Montevideo 1991.
pero no coincide con ella. Sigue existiendo (al menos para nuestra representación),
aunque no contenga ningún cuerpo real. El espacio carente de todo ente corpóreo se
denomina espacio vacío o vacío. Al espacio sin más, llamado también absoluto o
imaginario, se le concibe como un receptáculo sin fin ni límites (espacio infinito),
inmóvil, siempre existente, en el cual está el universo. Un espacio finito es una parte
determinada del espacio infinito... La filosofía contemporánea se plantea la
problemática de un ser humano en situación. El pensamiento existencialista es sensible
a esta realidad del hombre en exilio o del hombre arrojado al mundo, a la existencia. En
este sentido el espacio es visto como el lugar en el que se vive, en el cual el ser humano
«habita».”11

El carácter de “espacio” de la mujer es apertura, espacio simbólico, y espacio


como lugar de convergencia donde se desarrolla el movimiento vital en sus distintas
fases, para el surgimiento de la vida.12 La mujer hace un aporte indispensable en este
sentido. El “espacio” es apertura a la inmensidad de la vida y de la historia, el lugar de
encuentro donde acontece la vida misma y se engendra el misterio de la vida humana,
por un lado.13 Por otro lado, no excluyente sino integrado, el espacio en su connotación
de lugar propio para que acontezca lo trascendente en lo inmanente, desde la perspectiva
del santuario, es donde tiene lugar el encuentro con el Misterio.

1.1.2.1. La mujer

En María se proyecta ya una nueva antropología de la mujer. Se vuelve


imprescindible recuperar la importancia de complementación a partir de la sensibilidad
de toda mujer, que recibe atributos -que si bien son universales- son más propios de ella
que del varón. Así podemos decir, que a la mujer se le identifica por ser el “alma y la
alegría”, la perseverancia y la tenacidad, la fragilidad, la belleza, la ternura, la dulzura,
la misericordia, lo cercano y lo afectivo, la inteligencia emocional, con todo el abanico
que se abre en cuanto a la capacidad de sacrificio y dinamismo operativo de atención a
múltiples necesidades que se dan al mismo tiempo.14 Esta sensibilidad propia de la
mujer refleja la imagen simbólica de un Dios con características propias de la mujer.

A nivel antropológico, María atraviesa las distintas fases del proceso evolutivo,
fases intrínsecas e inseparables que sintetizamos en cuatro: María humana; María

11
BRUGGER, W., “Espacio” en Diccionario de Filosofía, Herder, Barcelona 1978, pp. 189-190.
12
Hemos llegado a descubrir una antropología simbólica del espacio interior constitutivo, que toda mujer
lleva en su cuerpo (este concepto ha sido estudiado por Eric ERIKSON, cfr. Femineidad y Espacio
Interior, en Historia personal y circunstancia histórica, Madrid 1979, pp. 228-256. BARBOTIN, E., hace
notar que al cuerpo humano del varón y/o mujer, lo situamos con relación al espacio atrás/delante,
alto/bajo, etc. también puede crear un espacio de acogida en su exterior: es el regazo, o el abrazo, cfr. El
lenguaje del cuerpo, Madrid 1977, tomo I, p. 51).
13
La maravilla de la vida humana es sorprendente, y desde una mirada biológica el misterio de la vida,
desde la concepción y el desarrollo prenatal presenta pruebas científicas en lo que concierne a la
humanidad del niño por nacer, y su increíble y rápido crecimiento en el vientre materno, que constituye la
matriz fundamental del futuro adulto (cfr. el excelente documental de National Geographic en:
http://www.youtube.com/watch?v=0Lii9VzgRzM. El desarrollo físico, corporal es estudiado
excelentemente por Tortora Gérard J., y Grabowsky Sandra, R., Principios de Anatomía y Fisiología,
Oxford 2002, 11ª Ed. Oxford University Press).
14
Observemos y fijémonos en las delicadezas que radican en el sentido cultural-social. Lo ejemplificamos
con la constatación a través del saludo: una mujer saluda de modo distinto que un hombre, generalmente
saludan y son saludadas con un beso en la mejilla, y no extendiendo el brazo para dar la mano, algo
propio de hombres).
persona; María mujer; María referente de lo femenino. Estas fases no se las plantea
María, pero tenemos los indicios suficientes para afirmar que sí las vivió en plenitud.

En la primera fase, María, como humana, pertenece a nuestra historia, participa


de nuestra humana naturaleza y realidad creatural.15 Bajo ningún concepto María es
considerada de naturaleza divina.16 Dicho esto, reafirmamos que, María es persona en

15
Nos parece apropiado definir con especificidad nuestro pensar acerca de la realidad creada por Dios, en
lo que atañe a la naturaleza humana creada sexuada con únicamente dos sexos (varón y mujer). Éste es el
criterio primero y esencial que pauta nuestra humana naturaleza, querida por Dios. No es opcional para la
persona humana, y tampoco admite desviaciones, sea por componentes psicológicos y/o psíquicos de la
personalidad con la intencionalidad de promover categorías “intersexuales” (como lo hace la perspectiva
o ideología de género, con la pretensión de que los sexos/géneros no son dos, sino al menos seis –
heterosexualismo y homosexualismo, en varón y la mujer, bisexualismo y transexualismo-. Estas
tendencias rechazan el orden natural, desvirtúan la verdad revelada y obstaculizan la plena realización de
la familia unida en matrimonio y heteróloga. Para una mayor profundización, ver: ORDOQUI, G., La
sexualidad, su valor y significado, L.E.A., Montevideo 2004, pp. 284-305.
16
En este sentido nos parece apropiado aclarar la situación única y singular de María en el marco de toda
la naturaleza humana, ya que no participa del destino común de los hombres y mujeres después del
pecado original. Y es hecha partícipe por providencia de Dios, en el misterio de la naturaleza divina de
modo inaudito en toda la historia de salvación (cfr. Ef 1,3; 2Pe 1,4; 1Jn 4,8; Sant 1,17). María fue
inmaculada, impecable, es decir, sin mancha, no sólo en el primer instante de su existencia, sino también
en todos y cada uno de los momentos subsiguientes, por siempre. Pero no sólo no pecó, sino que además
no podía pecar. Entre la impecancia y la impecabilidad hay una misma graduación que media entre la
inerrancia y la inhabilidad. No es lo mismo que un hombre no se haya equivocado jamás o que sea
imposible que se equivoque. Hay tres clases de impecabilidad: metafísica, física y moral. Se entiende
fácil. La metafísica conviene solamente a Dios. Lo mismo que nosotros nunca podremos dibujar un
círculo rectangular, porque son dos conceptos que mutuamente se eliminan, así tampoco se puede darse
jamás un Dios pecador, porque Dios es la luz, y la maldad es lo oscuro, Dios es el ser, y el pecado es la
nada (ausencia de bien), y pecar sólo podemos nosotros, que estamos tejidos de acto y potencia, de
posibilidades contrarias, de potencia e impotencia, emparentados con lo alto y lo bajo. Hay otra
imposibilidad de pecar que se llama física, y es la de los bienaventurados. Ellos tampoco puedes pecar
porque ven a Dios sin velos y establemente, y anegados así, en tan gozosa y agradecida presencia, les es
tan imposible pecar como a un trozo de hielo arrojado a un horno ardiendo continuar siendo hielo; en el
cielo no se puede pecar, ni tampoco tener penas, y en última instancia todo es lo mismo. Existe
finalmente, otra tercera impecabilidad, la moral, la insuperable dificultad para pecar, para violar una ley o
amar menos de los que se debe o alterar las raíces últimas y sustanciales de la verdadera alegría. Así es,
precisamente, como la Virgen era impecable. La razón de esta impecabilidad consistía en la perfecta
sujeción de las fuerzas inferiores a la razón y en la conducta indefectiblemente razonable de esa razón, en
concordancia con la Razón suprema que rige el mundo y constituye el espejo de su entera armonía. Esta
observancia esencial de la armonía en la vida humana se llama “integridad”. O inmunidad contra la
concupiscencia, el verse uno libre de cuanto diga inclinación o parentesco con el pecado material y
objetivo, y la consiguiente incapacidad para ejecutar personalmente ese pecado, convirtiéndolo en pecado
propio y formal. La integridad mariana como privilegio está incluido en el círculo extraordinario de su
vida y su misión. Ella viene regida por leyes distintas, no comunes. Fue exenta de las tres maldiciones
(Gén 3,17ss.). María entra en el estado de los hombres previo a la caída. La Madre de Dios pertenece al
orden de la unión hipostática y participa de la dignidad del Hijo de Dios, ya que la maternidad divina,
como la unión hipostática, termina en el mismo ser de la persona divina. De ahí esos asombrosos puntos
de contacto con Dios. primeramente, con Dios Padre. “El Padre y la Virgen tuvieron naturalmente un
mismo Hijo común” (San Anselmo, De conceptu virgine, 18: ML 158, p. 451). Dionisio el Cartujano dirá
que “María es comparentalis Patris” (De laudibus V 1.2 a.4). Si toda paternidad viene del Padre (Ef
3,15), toda filiación igualmente procede del Hijo. Es ya inefable esta participación de María, en
Jesucristo, de la divina filiación. La relación de María con el Espíritu Santo tan íntima y nupcial, es
igualmente suprema, inenarrable. Ella en cierta manera, al proporcionarle su concurso, lo hizo fecundo,
ya que la Tercera Persona no es principio de ninguna otra Persona divina, pero se le atribuye la obra de
Encarnación del Verbo. Estos nexos, están absolutamente sumergidos en el misterio de fe, que si Dios
quiere, alguna vez en el cielo empezaremos a entender mejor (cfr. CABODEVILLA, J.M., Señora
Nuestra, el misterio del hombre a la luz del misterio de María, Bac, Madrid 1963). Lo cierto que es que
“cuanto una cosa está más cerca del principio en cualquier género, tanto más participa de los efectos de
su propia naturaleza humana sexuada. Su identidad personal se puede vincular al
proceso configurativo de su identidad bio-psico-socio-cultural-moral-religioso. Es un
ser-en-relación que abre sus vínculos en círculos amplificadores haciendo de su historia
concreta una realidad referencial con el absoluto de Dios como imagen de su identidad
última y definitiva de su ser-en-el-mundo.

Su identidad personal posibilita su identificación personal.17 Es así que su


búsqueda de realización, junto a sus decisiones y opciones, la va a ir haciendo tomar
conciencia de sí (libertad), para ir “agarrando las riendas de la vida” con
responsabilidad. En esta toma de conciencia, serán importantes la coherencia, que
implica procurar una sintonía cada vez mayor entre lo que la persona cree y lo que la
persona hace, para actuar con autonomía, beneficencia y ecuanimidad, es decir, sin
exigencias mayores ni menores de las que se pueden dar, ponderando adecuadamente
las limitaciones, posibilidades, fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas de la
vida.

María es una persona identificable, pues siempre se mostró desde sí misma. Su


identidad fue construida de manera admirable, puso por obra no sólo lo que quería
hacer en la vida, sino lo que pretendió ser en su vida. María, por ello supo ser una
persona humana que se brindó con todo lo que fue, y no sólo con lo que decía, o lo que
los demás dijeron de ella. De hecho, es muy poco lo que objetivamente se sabe de ella,
salvo los textos bíblicos, y algunos otros escritos. María es un modelo identificatorio.
Ha experimentado al máximo su identidad personal, y su búsqueda del sentido profundo
de la vida y una esperanza confiada que la han hecho configurarse en la intimidad18,
autenticidad19 y veracidad20 a la riqueza única e intransferible de la experiencia humana
más plenificante de toda persona humana, que es ser feliz, dicho de otra manera: “el
despliegue del hombre que consigue realizarse desde dentro.”21

Como tercer aspecto, luego de presentarla como persona humana, importa


comprender que María es mujer. Aquí reconocemos la identidad psicosexual, donde la
autopercepción de su cuerpo psíquico la hace consciente de su ser mujer bajo el
paradigma de la personificación sexual que llega a comprenderse como íntegra y total
corporeidad aceptada.

ese principio” (Santo Tomás de Aquino, STh III, q. 27 a. 5). Lo que está más cerca del fuego se calienta
más. El guante participa del perfume de la mano con la cual está en contacto. Tratar a los hombres de
mucha sensibilidad y corazón es ir ampliando, cada día más, la capacidad para saber amar bien. Ser
Madre de Dios y Esposa suya es, sin duda parecerse a Dios y llegar a la raya más alta de su intimidad. Así
pues, María Santísima, es rozada por el misterio de la naturaleza divina que confiere a su Hijo la filiación
divina, de la cual la Virgen Madre es hecha partícipe admirablemente. María “llegó a los confines de la
Divinidad” explica Cayetano (In 2-2 q. 103 a. 4 ad 2) afirmando que, como Madre de Dios, tiene
consanguinidad en primer grado de línea recta con el Hijo de Dios. La Inmaculada está más en sintonía,
proximidad a Dios, y a la posesión su gracia. Y en esto es más parecida a Dios, porque estaba llena de Él,
de su gracia, de su amor.
17
El proceso a través del cual se busca la identificación personal se va configurando, hasta llegar a la
personalidad; que no debemos confundir con la identidad de una persona.
18
Valor que implica respetar siempre la propia interioridad, valorando esta inquietud que interpela la
conciencia y nos mantiene ajustados en la unidad insoslayable interioridad-exterioridad.
19
Que es el deber de actuar siempre con la rectitud de conciencia.
20
Que es el desafío de buscar manifestarse siempre desde la verdad, rechazando todo engaño y
deformación de la verdad.
21
PIKAZA, X., Anunciar la libertad a los cautivos, Sígueme, Salamanca 1985, p. 16.
Esta apropiación consciente es la que se llega a resumir en una primera
aproximación diciendo “yo tengo un cuerpo”. Lo que se toma o se rechaza de los
modelos paradigmáticos nos ubica para querernos tal como somos, y para proyectarnos
hacia el horizonte al que se tiende con lo que se es y se llega a vislumbrar que no somos
sólo cuerpo.

En el cuarto aspecto, decimos que María es de sexo femenino, en cuanto a su


identidad. En la tradición veterotestamentaria del Libro del Génesis se menciona la
situación a la que se llega debido a las consecuencias del pecado (Gen 3,16).

En el Génesis, que la mujer sea tomada del hombre no la ubica en un nivel


inferior, ya que fue creada como ayuda del mismo, quien, sin ella, se vería incompleto.
Como se acaba de señalar, el pecado trastornó este plan divino entre el varón y la mujer.
Para repararlo, Dios mismo cambió el orden, y en la “nueva Creación”, es el “nuevo
Adán”, el que proviene de la “nueva Eva”.

Por eso, María, con su decisión obediencial de su persona, con su libre


condescendencia a ser la “sierva” del Señor (Lc 1,38.48) acepta la misión más excelsa
que Dios haya hecho en toda la historia a toda persona humana. “Ella se conformó a
unas determinadas expectativas acerca de su rol de mujer, pero no se conformó respecto
a otras; dio su contenido al género femenino que no correspondía a las expectativas
sociales; realizó una misión personalizada; cosas todas que en los primeros tiempos
cristianos rompían moldes y abrían perspectivas insospechadas.”22 Toda esta misión
personalizada tiende a ser “servidora” de los planes divinos.

Toda María es el sagrario viviente, un espacio personal abierto a la divina


trascendencia del Dios encarnado. Este hecho magnífico da un sentido, una finalidad y
un valor trascendente absolutamente nuevo en todas las culturas conocidas.

La mujer es enaltecida, es hecha grande con esta elección de Dios para que lo
divino entre en la historia humana. Constituye una verdadera historia de salvación. Es
esta mujer judía la testigo entrañable del Misterio, que con docilidad, fidelidad, y
generosidad es avalada por todas las generaciones subsiguientes, que buscarán en ella el
signo vivo y eficaz de la palabra de Dios que dignifica la femineidad, y quiere hacerse
realmente presente en un espacio concreto para hacerlo con-sagrado.

Estos aspectos identitarios que hemos repasado brevemente, desde un plano


antropológico quieren tener por objeto realzar la aptitud de lo femenino y aportar luz a
la visión que ubica en inferioridad la identidad de la mujer, en su naturaleza y vocación,
en desmedro de la maternidad como si el ser femenino, como sexo propio fuera incapaz
de grandeza y aportes significativos a la cultura y a la creación.

Entonces, desde esta reflexión mariana de la mujer, podemos vislumbrar ante


todo la dignidad que le corresponde, por naturaleza y por vocación; en su identidad, nos
concede un aporte diferenciado de lo femenino y de la mujer. “La figura de María nos
permite entender la relación que hay entre el servicio a la vida que la mujer tiene como
encargo principal y directo en los ámbitos más personalizantes como son el hogar, la
educación, la asistencia al dolor, el sufrimiento y la necesidad, y su presencia en el
22
NAVARRO, M., Persona, en Nuevo Diccionario de Mariología, (S. de Fiores, S. Meo, E. Tourón,
dirs.), San Pablo, Madrid 1988, p. 1590.
ámbito del trabajo y la construcción social y política... La mujer tiene en lo íntimo de su
ser un anhelo de armonía muy característico. Tiene ella, como lo han hecho notar
algunos antropólogos, una vocación de animación, de ser alma, de espiritualizar la carne
y de encarnar el espíritu. En definitiva, en términos evangélicos, ésta es una vocación de
pureza, de amor que se hace carne y de carne que se hace amor. Por eso la crisis de la
sexualidad ataca al centro mismo de la mujer desestabilizándola aún más
dramáticamente que al varón... La misma pregunta en torno a la belleza femenina
encuentra en Ella (María) una respuesta, porque la belleza de María se nos manifiesta
como la superación definitiva de la hermosura corruptora, para brillar como belleza
conducente a Dios”.23

Fenomenológicamente, se puede apreciar la diferencia en considerar la


capacidad de ser un espacio abierto, y visualizar la pretensión de quienes plantean
destacar la “eficacia” (con un pensamiento que mira más el sentido de “producción” que
de fecundidad) por sobre la relevancia que el don de la maternidad concede, y donde
entra la posibilidad de propiciar y generar fruición, gozo, alegría, en fin, la generosidad
de la naturaleza como término, un espacio de amor fecundo que se logra expandir y
regenerar, vida ofrecida y entregada que vuelve como regalo generoso.

Cuando Tertuliano (autor del S. II) escribe sobre la creación dice “imagina a
todo un Dios ocupado y consagrado con manos, sentido, obra, consejo, sabiduría, y
providencia, y principalmente con el afecto mismo con que trazaba los rasgos; lo que
expresaba con la arcilla era pensando en Cristo” (De Resurrection carnis, VI: ML 2, p.
802). Imaginemos a ese mismo Dios, que tan delicadamente trataba la carne que iba a
vestir a Adán, pensando en que de esa materia florecería alguna vez su Hijo bendito.
Imaginemos con qué manos prepararía el cuerpo y el alma de la Virgen Madre,
tabernáculo verdadero, santuario vivo, raíz inmediata para esa divina floración, para ese
divino fruto, el fruto de su vientre: Jesús. La suma nobleza exige también nobleza de
cuna, nobleza de origen. La Bienaventurada Virgen iba a ser la morada en que había de
instalarse el Verbo, y convenía que tal casa fuese de extraordinaria limpieza y decoro,
en consonancia con Aquel que la iba a habitar. Esta casa, desde los cimientos, había de
ser firme y saneada. Dios ha de posar en lugar santo (Sal 92,5. así el Templo vivo,
consagrado para siempre sigue los pasos que anticipara 1 Re). Cuerpo bendecido,
acotada, libre de todo desaprovechamiento. La Virgen inmaculada, recinto apto para la
recepción del Misterio es la casa que contiene al Santo (“porque lo engendrado en ella
es del Espíritu Santo” Mt 1,20).

1.1.2.2. El santuario

Un dato de la experiencia fenoménica es aquella que vivimos cuando habitamos


espacios especiales, sagrados. Sentimos que nos alimentamos espiritualmente cuando
acudimos allí.

Hay espacios que nos rememoran acontecimientos fundantes para nuestra vida,
la casa de nuestra familia, el lugar donde se juntan los amigos para charlar, allí donde
vivimos nuestra infancia, los rincones que elegimos para tomar determinadas

23
ALLIENDE, J., “La cuestión mariana en América Latina”, en Medellín, 15-16 vol. 4 sep-dic 1978, p.
433.
decisiones, etc. Son lugares que se vuelven centros especiales deseados, en los cuales
descubrimos una realidad inmensa que nos invade e inunda.

Dando un salto, el santuario, reúne este deseo humano como manifestación y


percepción del misterio que engloba. “Podemos decir que el santuario, en cuanto
espacio sagrado, es una realidad hierofánica para el hombre religioso, es decir, es
mucho más que un lugar destinado a una determinada función social y cultural, religiosa
y cultual. Es mucho más que un edificio de piedra o madera. Constituye una
interrupción de la amorfa continuidad del espacio y es puerta hacia una nueva
dimensión de experiencia y percepción de la totalidad, constituye la diferencia con el
entorno de la cotidianidad que permite trascenderla en un encuentro con lo otro de mí,
con Dios... El santuario es puerta hacia la trascendencia, hacia arriba, puerta abierta al
descenso de los dioses, al ascenso de los hombres. En las diversas religiones el
santuario, y luego el templo, es el lugar de presencia de lo Divino, lugar donde lo
Trascendente se hace inmanente sin perder su trascendencia, lugar de acceso al más allá
que llama y espera.”24 En el santuario están conectadas las imágenes y espiritualidades
del camino25 (vivir el camino, hacer camino, ir hacia, partir, salir de, ponerse a andar,
con los paisajes que se van presentando a través del camino), y del peregrino (el
caminante).

El santuario, es el lugar que sin el peregrino en camino hacia el santuario, pierde


su relevancia, se vacía de sentido. El homo viator es el símbolo de la condición
itinerante y transitoria del inquieto por llegar siempre al destino: la morada que espera
paciente la llegada del peregrino, para experimentar la cercanía y la ternura que
manifiestan la providencia del Dios con nosotros, que cuida y protege de la intemperie y
los peligros de la noche. Sólo desde esta experiencia vital de encuentro con lo sagrado,
es que podemos comprendernos amados, queridos, llamados a compartir a modo de
participación ese ámbito de lo sagrado. Aquí es cuando nuestra memoria se puede
volver profecía.

Lo inefable del Absoluto divino se da a experimentar al ser humano que


buscando el espacio de lo primordial, lo reconoce como tal, y lo abre a una función
reveladora del Misterio trascendente. “El anhelo nace y se fortalece durante la jornada
que hemos de vivir en lo abierto, a la intemperie, en el camino. Es el exilio, al que nos
lanza cotidianamente la vida, lo que despierta el anhelo por el hogar y nos hace
apreciarlo. La crisis de desprendimiento y pérdida, de apertura y crecimiento que
supone ser dado a luz, se entreteje en el desarrollo de la existencia como una

24
PERALTA, P., Vivir a tiempo... Reflexiones en torno al misterio del tiempo. Delta, Montevideo 2003,
p. 265.
25
“El caminar –enseñaba L. Alonso Schökel- es una experiencia primordial. Representa una liberación de
la ligazón que vincula a un determinado ambiente. El animal tiene un Um-welt, un ambiente dentro del
cual se desplaza; pero los mismos migratorios no salen jamás del ámbito de una cierta área. El hombre en
cambio puede desplazarse sin estos límites: el suyo no es un Um-welt, sino un Welt, mundo. “Animal
ambulans” podría ser una definición suya. El caminar adquiere aspectos de aventura, conquista,
descubrimiento. Pero puede tener también aspectos menos heroicos: el pasear. Esta experiencia
primordial queda insertada en el subconsciente y así puede suministrar un símbolo, un modelo para otras
realidades. Por eso en todas las lenguas encontramos la transposición a significados ético-religiosos: recta
vía, desviarse, carrera, way of life... Estas expresiones llegan a lexicalizarse, haciendo olvidar la raíz
originaria, pero, cuando se quiere revivir aquella experiencia debemos remitirnos al símbolo.” Cfr.
BARRIOLA, M., El Espíritu Santo y la Praxis Cristiana. El tema del camino en la Teología de San
Pablo, Aspecto antropológico, dentro del capítulo I: Testimonios de la imagen del camino. Instituto
Teológico del Uruguay, Montevideo 1977, p. 3.
permanente tensión y lúdico intercambio en la aventura que significa abrirnos a lo
nuevo e inesperado y, a la vez, el retornar al seno donde se concibe la vida. No es
nostalgia que invita a volver atrás, sino el incesante recurrir a la fuerza que asciende
desde las raíces, cuando queremos estirar, hacia el infinito, la copa del árbol de la vida.
Detrás de la estrecha vinculación entre la peregrinación y el santuario, entre el santuario
y la peregrinación, se esconde el dinamismo vital característico que revela la existencia
construyéndose y dejándose construir. Este dinamismo adquiere notas específicas y
acentuaciones llamativas cuando lo referimos al cristiano y su modo de dar forma a la
vida. El itinerario de la fe comienza por una conversión que supone renuncia y
desprendimiento de lo viejo para abrirse y adherirse a lo nuevo. Se trata de una
conversión en la pertenencia, porque desde que acontece la conversión ya no estoy
donde estoy. La invitación y la exigencia es exigencia a dejarlo todo para seguir a Jesús
hacia lo nuevo, hacia el horizonte que El inaugura. Estoy en el mundo sin ser del
mundo. Cuando respondo afirmativamente a la invitación que me promete alcanzar la
definitividad y el cumplimiento más allá de mí mismo y de mi circunstancia, acepto una
invitación a existir siempre más-allá-de, y dejo que mi vida se desarrolle en una tensión,
en la que cada instante en el camino del ya, es el lugar en que se temporaliza el todavía
no. Se temporaliza el futuro y a la vez se sustrae hacia un futuro último. Esto supone
que la fe vive y madura en el camino, es ella misma el camino, un camino en el ya en
que se juega nuestra existencia. Pero ese camino es sostenido tanto por la patria de la
que hemos sido llamados, en la forma de la renuncia, del ya-no, como por la patria
prometida, el todavía-no que se hace presente en el camino y, dando sentido a la
esperanza, mueve hacia delante”.26 Así ya nos abrimos paso para el siguiente punto, que
especificamos con el título: los tiempos y los objetos sagrados.

1.1.2.3. Los tiempos y objetos sagrados

Los tiempos sagrados y los objetos sagrados también son manifestaciones de lo


sagrado que posibilitan y/o provocan el encuentro con el Misterio. La imagen del
caminante refleja la parábola de la vida del ser humano, peregrino y de paso en esta
vida, que descubre día a día nuevos senderos que lo guían por espacios y tiempos, con
personas y objetos que lo inducen a percatarse de la importancia del dar pasos y avanzar
hacia nuevos horizontes, plantearse y proyectarse a metas, recorriendo y dejando atrás,
dentro de uno mismo, los mojones que sirven de experiencia.

Es el camino, aquel lugar epistemológico, desde donde los pies y el corazón van
entrando en la dinámica de pensar y vivir el presente de cara al futuro que nos espera, y
también para hacer memoria, como profecía del futuro. El peregrino generalmente pasa
por el corazón los senderos andados, y recuerda con gratitud el pasado, y esto lo incita a
vivir con pasión el presente y abrirse con mucha confianza a su futuro.

Existen momentos del camino, en que el peregrino se encuentra como desértico,


con la sequedad propia del desierto. Porque el desierto es momento de prueba, tiempo
de tentación, de aridez; pero, cuidado, porque también es momento de reencuentro, de
conversión, de reconciliación. En el desierto se siente la necesidad del alimento, del
agua y del pan para seguir adelante, porque muchas veces el camino se vuelve extenso y
largo, y puede hasta parecer superior a nuestras fuerzas, y obstáculo para continuar.
Aquí el caminante, da más importancia al tiempo cronológico, el tiempo “medible”,

26
PERALTA, P., op. cit., p. 286-287.
“materializable”, el que solemos acotar y que es infranqueable, incapaz de reconocer el
tiempo de gozo que es el “kairós”, el tiempo del espíritu, ese que se nos escapa, que no
podemos controlar ni atrapar, porque es momento de gracia y de salvación.27

Es un tiempo de plenitud, el favorable para la experiencia de conversión y de


cambio interior. Tiempo de escucha, meditación y contemplación. Tiempo de encuentro
con lo sagrado.

El tiempo de peregrinación invita a descubrir lo definitivo en medio de lo


provisional, en una tarea que no tiene como objetivo acentuar la precariedad del
presente para engrandecer el futuro, sino el compromiso de ser capaces de disfrutar lo
finito y lo limitado, como transparencia y parábola de lo definitivo y lo último como
tiempo trascendente. “En los últimos tiempos se ha propuesto abordar la temática del
tiempo desde tres dimensiones y se habla de tiempo endógeno, exógeno y trascendente.
El tiempo endógeno refiere al de la vivencia interior inmediata y comprende tanto al
tiempo cíclico del período mítico como al tiempo lineal de la racionalidad moderna y el
tiempo místico; el exógeno comprende tanto el ritmo de la naturaleza, el tiempo de la
sociedad (tiempo de trabajar y tiempo libre) y el de la liturgia; el trascendente, es el
tiempo de la experiencia religiosa, mística o profética, es el tiempo epifánico de la
experiencia de Dios.”28

La fragancia del aroma del futuro se sitúa ante nosotros, y su sabor amargo o
dulce no puede, aunque a veces lo intentemos imaginar, ser del todo diferente a lo que
de alguna manera se va gustando de antemano.

Por eso necesitamos conocer el sabor que tiene el hoy, nuestro ahora, el ya pero
todavía no, seguros que dentro de este hoy, se encuentra la fuerza que proyecta lo
novedoso, lo diferente, lo que espera, justamente porque ya se intuye. Lo que se vive en
el presente, lo que merece la pena ser vivido en continuidad, para que el pasaje de un
mojón a otro no cambie y decida la historia que progresivamente se va construyendo y
haciendo. El valor y la resignificación de los mojones recorridos y avanzados motivan a
continuar.
La espera sólo tiene sentido, cuando se sabe de alguna manera lo que se espera,
y por lo tanto íntimamente ya se posee y se ama. Por eso es clave el tiempo
trascendente, un tiempo sagrado que nos sumerge en el misterio.

El encerrarse detrás de los muros de un presente sin horizonte, sin mañana, es


tan suicida como el pretender evadir la lucha apasionada del hoy, haciendo un
escapismo fácil, como de quien se queda quieto esperando ver qué pasa. O simplemente
ir dejando pasar el tiempo sin involucrarme en la historia. Hay que abrir puentes para

27
En el artículo “Nato da Donna: Maria in Paolo” del mariólogo Stefano de Fiores, smm, en la Rivista
Paulus, nº 2, y publicado en http://www.zenit.ort/article-15201?I=italian se comprende el tiempo de
gracia y salvación de esta manera: “El tiempo es considerado dentro del AT como un recipiente que se
llena, pero para Pablo la plenitud del tiempo es determinada por Dios, que fija la fecha del fin de la tutela
de los pedagogos para entrar en la edad adulta y libre. En este sentido se comprende la posición de los
exegetas, posteriores a Lutero: «La misión del Hijo de Dios no es consecuencia de la plenitud del tiempo,
pero es seguro su ingreso en la historia que realiza tal plenitud transformando el chrónos [tiempo
cronológico] en kairós [tiempo salvífico]» (A. VALENTINI, Editoriale, in Theotokos 1 [1993]2,3). Para
Pablo es el tiempo propicio para la salvación, el pasado el período de sujeción y maduración (Gal 4,1-2),
y decisivo en la invitación de su Hijo”.
28
PERALTA, P., op. cit., p.27.
cruzar caminos oscuros y atravesar los peligros. Nuestra dignidad se construye sobre la
tierra apisonada de la historia presente con todos los avatares del tiempo y el amor a la
vida, tal como es. Ella nos permite saborear la fuerza del amor. En esta vida, se nos da
la conciencia de lo que queda aún por gustar y es a través de esa experiencia apasionada
donde el ser humano descubre que el instante que pasa no queda perdido o muerto, sino
ganado y abierto a la eternidad.

El futuro que se espera es presente apasionado, vigilante, vigilia enamorada y


apasionante que se saborea como un tiempo de experiencia mística. No me es
indiferente. “En la hierofanía, lo sagrado se limita, se hace relativo, y haciéndose
presente provoca al hombre y lo remite más allá de sí, al Misterio. El Misterio no se
objetiva o mundaniza en la mediación, sino que se hace presente como tal en ella, pero
en referencia al hombre. Sin esa mediación no revela, ni dice, ni hace presente nada. La
estructura básica de las hierofanías es la de la transignificación de una realidad
mundana, que se vuelve para el hombre religioso símbolo de lo divino, transparencia –y
simultáneamente opacidad- de lo invisible en lo visible. El objeto hierofánico tiene
carácter simbólico, y como tal es elegido, separado de los demás objetos de su especie.
Una piedra hierofánica no es simplemente una piedra, es una piedra que presencializa lo
Divino. Por otra parte, el hombre no construye ni elige, arbitrariamente, una hierofanía,
no inventa la realidad simbólica, sino que reconoce en un objeto, un tiempo, un lugar, lo
que se le descubre y revela como si ese objeto o lugar estuviese predestinado para ello.
La elección se abre en el corazón de la relación del hombre con el Misterio invisible que
se hace presente en la mediación simbólica, hierofánica y le abre su dimensión
sagrada.”29

Hemos de tener muy en cuenta las condiciones y el consiguiente respeto que


impone la dimensión temporal a todo lo que existe y se experimenta. “El tiempo se
experimentaba en el ritmo de las fiestas y la duración cotidiana en que se encuentran los
acontecimientos que carecen de significación religiosa. Son tiempos distintos, pero es
posible, a través de los ritos, pasar de uno a otro. El tiempo sagrado es reversible en
cuanto que es tiempo primordial, originario, mítico, que puede ser hecho presente
siempre de nuevo y que, a través de la participación en la fiesta, se abre al hombre como
novedad... El tiempo sagrado ofrece el aspecto de un tiempo circular, reversible y
presenta una especie de presente mítico eterno... El hombre religioso se niega a vivir
exclusivamente en el “presente histórico”, se preocupa por enganchar en el tiempo
sagrado que, en cierta perspectiva, puede igualarse a la eternidad.”30

Siguiendo con la imagen del camino, es interesante recurrir a los objetos básicos
e imprescindibles que hay que tener en cuenta a la hora de iniciar el caminar, como son
el alimento y la bebida, el abrigo, el bastón y el mapa. Pero además de ser necesarios,
que no pueden faltar, el ser humano posee la capacidad de hacer de un objeto un
símbolo en el que irrumpe una significación que transfigura la realidad del objeto para
configurarle un sentido más profundo. ¿Quién no ha hecho suyo un objeto que estaba en
un lugar y un momento especial, y se lo lleva consigo, o para otra persona, a lo largo de
trayecto? Una medalla, una cruz colgada alrededor del cuello, una piedrita, un cirio que
encendemos, un pinc adherido a la mochila... son objetos que de alguna manera, dejan
de ser cosas, pues nos involucran a una realidad trascendente que nos inunda de sentido
y de relación con ellos, que los convierten en objetos sagrados. Su poder de afianzar en
29
Ibid, p. 264.
30
Ibid, p. 40-41.
la relación a lo que refiere es muy fuerte, a tal punto que se vuelven signos que
encierran, visualizan, conmemoran y celebran otra realidad superior y más profunda que
lo que representan en sí mismos, pero que se refleja a través de esos objetos. Tienen un
valor inestimable para quien los posee, aunque no sean de materiales nobles, y sean
pequeños e insignificantes, materialmente hablando.

Como indica Carlos Ignacio González, los signos son parte de nuestra vida. Y
aquellos objetos santos, se nos presentan “como símbolos necesarios para el hombre,
elevan a éste a la atmósfera de la santidad divina.”31 No podemos prescindir de los
signos, en esta vida. Lo único importante “es que éstos sean legítimamente enderezados
hacia la realidad que por ellos se expresa... «la religiosidad popular se manifiesta en
aquellas culturas que exigen lugares y tiempos determinados. El tiempo y el espacio son
categorías que identifican nuestra ‘habitación’ como seres humanos. Por eso el pueblo
busca a María en los santuarios y acude a celebrar las fiestas marianas. Allí encuentra su
casa, su ‘habitación’. En estos santuarios la gente encuentra su casa y, en esta casa, a la
madre que le permite celebrar la vida, a pesar de que ésta les sea difícil. Vemos que
María se ubica con el pueblo en el espacio y en el tiempo.»”32

Podemos culminar esta aproximación fenomenológica, reafirmando que el ser


humano es un ser espacio-temporal, que habita en espacios y crece viviendo en tiempos.
La condición del ser humano es la del peregrino, la de quien sale de casa para
expandirse en su ser. La meta que atrae está en el espíritu inquieto del buscador
insatisfecho con una tensión a quedarse estático y quieto, inmanente en su “parcela”,
una hecha, o que se va haciendo a su propia medida. Los santuarios marianos, son una
invitación a salir de nuestras quietudes arraigadas y dirigirnos confiados hacia una
dimensión de trascendencia, avanzando a través de un tiempo simbólico y un espacio
privilegiado, por medio de signos sensibles, objetos que nos orientan allí donde
acontece el encuentro con lo sagrado, con el Santo.

31
María Evangelizada y evangelizadora, CELAM, Bogotá 1988, p. 395.
32
Idem, pp. 395-396, citando a RAMOS MORALES, E., María, signo de esperanza y liberación en
América Latina, Roma (tesina de Licencia en Teología, no publicada), 1986, p. 33.
I.1.2. Aproximación histórica

La Anunciación fue la clave de toda la existencia y el ser de María, una


iluminación que le descubre su propia vocación y misión. Sin duda alguna, el sentido de
toda su vida se concentra en la elección y predilección de Dios, que sin contar con ella,
la había predestinado desde siempre a ser la Madre de la Palabra hecha carne que
empezó a habitar entre nosotros por sus entrañas virginales (Jn 1,14). “Dios elige a la
mujer que necesitaba para darle a su Hijo un cuerpo. Esta mujer elegida fue María.”33

María tiene una singular importancia dentro del marco histórico de la


humanidad. Nombrar a María, tiene connotaciones históricas que se vinculan directa y
explícitamente al acontecimiento histórico de Jesucristo. Acontecimiento crucial, que de
hecho ha pautado y ha dividido el estudio de la historia (sobre todo occidental) que se
distingue en el antes (aJC) y el después (dJC) del nacimiento de Jesucristo.

Cuando intentamos hacer esta aproximación histórica queremos conocer datos


que nos hablen acerca de la vida de la Virgen María, la madre de Jesucristo. Y nos
hemos encontrado ante un cierto “silencio histórico”. Muy poco es lo que conocemos
sobre lo que envuelve a María antes de su nacimiento y su infancia. Y esto parece raro
dado los distintos escritos, y la amplísima bibliografía, pues especialmente la
“mariografía” existente es abundante. Vittorio Messori, cuenta en su Hipótesis sobre
María, que “según los especialistas, una lista completa de las obras escritas dedicadas a
María –en todos los siglos y todas las lenguas- sería prácticamente imposible de realizar
a causa de la cantidad exorbitante de material. En todo caso, parece cierto que esa
bibliografía superaría los doscientos mil títulos. Sean cuales sean las cifras exactas, hay
un dato seguro, a ninguna persona humana, en toda la historia del mundo, se le ha
dedicado jamás semejante homenaje de palabras.”34

1.2.1.1. María antes de nacer y su infancia

Trataremos de conocer a modo biográfico, como una reseña histórica la vida de


María hasta sus desposorios con San José. Teniendo en cuenta los pocos datos previos a
su nacimiento y su infancia, los indicios que manejamos los tomamos de la Biblia, de
los Santos Padres de la Iglesia, de la tradición cristiana, de algunos documentos
apócrifos y de las fiestas que el pueblo de Dios celebra. Antonio Royo Marín35, es el
autor que hemos considerado destacado para este abordaje.

Con respecto a los padres de María, nada nos dice la palabra de Dios. La
tradición de la Iglesia, que se avizora ya hacia el siglo II (sobre todo, propiciada por el
Protoevangelio de Santiago), nos indica que se llamaban Joaquín36 y Ana. El nombre de

33
DECIA, J.M., María, madre de Jesús, IHS, Montevideo 2004, p. 5.
34
MESSORI, V., Hipótesis sobre María, Hechos, indicios, enigmas, Libroslibres, Madrid 2007, p. 109.
35
La Virgen María. Teología y espiritualidad marianas, BAC, Madrid 1968, 3-37.
36
PONS, G., en EPIFANIO, Vida de María, Ciudad Nueva, Madrid 1990, nota al pie18, p. 25. “Joaquín
era sumamente generoso, y según una piadosa tradición, dividía sus bienes en tres partes: la primera para
el Templo y sus ministros, y la otra para los pobres, viudas y huérfanos, reservando sólo la tercera para sí
y para los suyos. «Bienaventurada pareja, dice a su vez san Juan Damasceno, toda la creación os es
deudora, pues por vosotros ha podido ofrecer a su Criador un presente sobre todos los presentes, la santa
Joaquín procede del hebreo: “hombre a quien Dios levanta” y Ana significa “gracia,
favor”. El simbolismo inherente a la etimología de los nombres lleva a pensar que tales
nombres fueran aplicados a los progenitores de María por el autor del Protoevangelio.
Pero no se puede excluir el que esto lo recogiera de una tradición anterior, proveniente
quizá de las comunidades cristianas palestinenses.

Los padres de la Virgen, dejan tímidas huellas en la historia, pero sucede en


ellos lo que dice la Escritura aseverando que “por sus frutos los conocerán” (Mt 7,15-
20). El entorno de su realidad es la de una familia, con una valoración positiva por la
vida cotidiana y social, cultural, moral y religiosa. Siempre se ha considerado la cuna de
María como un hogar donde pudo “mamar” los primeros rudimentos que serán los
soportes de su vida, y es allí en ese ambiente cálido y fraterno, piadoso y gratuito, donde
aprenderá inicialmente de la sencillez, la humildad, la pequeñez y la misericordia, ya
desde el destete por parte de sus progenitores.37

Su lugar junto al nieto Santo, no encuentra un destaque especial. Joaquín y Ana


conformaron un matrimonio que cultivó la fidelidad a Dios y la bondad para ser justos
ante Él.38

San Andrés de Creta (660-740), nos da una panorámica de las características


personales de los padres de María y el panegírico del nacimiento de la Virgen: “La que
es gloria del universo fue hija de David39, de la semilla de Jacob; descendiente en
verdad de Eva, pero nacida de Ana. Joaquín era un varón afable, virtuoso y cumplidor
de las divinas leyes, que había vivido con sobriedad y había permanecido
constantemente unido a Dios, pero se había hecho viejo sin tener hijos, y si bien poseía
aún el vigor natural, carecía del don de la descendencia. Ana, a su vez, amaba a Dios y
era modesta, pero, al propio tiempo, era estéril; quería a su esposo, pero no tenía hijos y
no se dedicaba a otra cosa más que a cumplir la ley del Señor. Llevaba siempre consigo
el dolor de su esterilidad y, tal como les pasa a las que no tienen hijos, estaba
disgustada, triste y dolida, no pudiendo soportar el no tener descendencia. Estando,
pues, Joaquín y su mujer dominados por la tristeza, porque no tenían ningún hijo que les
asistiera, sin embargo no les faltaba en absoluto una centella de esperanza y ambos
suplicaban que se les concediera un hijo para el resurgimiento de su estirpe. Imitando a
aquella otra Ana, cuyas súplicas habían sido escuchadas (1Sam 1,1ss.), subiendo los dos
al templo, pedían a Dios que los liberara de ser estériles y les concediera aquel fruto que
pondría fin a su infecundidad, y no cesaron estas súplicas sin haber conseguido lo que
anhelaban.

Madre, la única digna de ese Criador. Alégrate, Joaquín, porque un Hijo nos ha nacido de tu Hija» (cfr.
LEFEBVRE, G., Misal diario, DDB, Buenos Aires 1941, p. 985).
37
POZO, C., “María en la Escritura y en la fe de la Iglesia”, BAC 3, Madrid 1965, pp. 140-146.
38
Según FERNÁNDEZ-CARBAJAL, F., “una antigua tradición, de la que ya hay constancia en el siglo
II, atribuye los nombres de Joaquín y Ana a los padres de la Santísima Virgen. La devoción de los fieles
por San Joaquín y Santa Ana es una prolongación de la piedad que siempre han profesado a la Santísima
Virgen. El Papa León XIII dignificó su fiesta, que se celebró por separado hasta la última reforma
litúrgica” (Hablar con Dios, tomo VII Fiestas y Santos II, Palabra, Madrid 2001, p. 55). Recordemos que
antes de la reforma litúrgica se celebraba Santa Ana, madre de la Virgen María, el día 26 de julio, y San
Joaquín, padre de la Virgen, cuya fiesta se celebró primeramente el 20 de marzo y luego se trasladara al
16 de agosto. Actualmente están unidos en el mismo día: 26 de julio, Santos Joaquín y Ana, padres de la
Santísima Virgen María, tras la reforma de los textos hecha por Pablo VI.
39
En cuanto a este aspecto de que María es “descendiente de David”, hemos de reconocer que no hay
acuerdo entre los autores. Existen autores contemporáneos contrarios a la descripción de la Virgen María
como “hija de David” como es el caso de René Laurentin, y quienes están a favor, como Guillermo Pons.
Alcanzaron, efectivamente, lo que pedían, pues no dejó de otorgarles lo que
esperaban aquel que les había concedido el don de esperarlo. Así pues, a los que se
lamentaban e imploraban con insistencia a Dios, les llegó muy pronto una fuerza que no
resultó baldía, en cuanto al esposo para que fructificara con la generación y respecto a la
esposa a fin de que recibiera nuevo vigor para ser madre: a los ya secos regueros de los
órganos generativos les fue otorgada la fluidez seminal, convirtiéndose de infecundos en
prolíficos, de modo que de unos árboles infructuosos y secos, como si hubieran recibido
un fructuoso riego, brotó para nosotros un fruto glorioso, que es esta virgen del todo
inmaculada. Fueron soltadas las ataduras de la esterilidad y, por encima de toda
previsión, la plegaria obtuvo su fruto y la que era estéril y sin hijos, se convirtió en
madre fecunda.

Procediendo de una madre infecunda, aquella de cuyo vientre nacería la espiga


de incorrupción, tan pronto como llegó a la flor de la edad, sus progenitores
conduciéndola al templo, la ofrecieron como don consagrado al Señor... hasta que
llegara el tiempo de las nupcias, que había sido determinado desde antes de todos los
siglos, por parte del que , por una inefable misericordia, nació de ella, por parte también
del que a éste engendra vivamente, desde antes de la existencia del tiempo y del
espacio, y por parte de su Espíritu, que es de una conjunta procedencia y comparte el
mismo trono y la misma adoración.”40

Epifanio presenta la concepción de María de esta manera: “Vivió Ana con


Joaquín cincuenta años, sin tener descendencia; pero sucedió que subieron ellos a
Jerusalén en la fiesta de las Encenias y mientras Joaquín oraba en el Templo oyó una
voz del cielo que le decía: «Tendrás descendencia y por ella serás glorificado». 41
Concibió, pues, su mujer Ana en la ancianidad y dio a luz una hija y le puso por nombre
María, por su hermana42 y se alegraron con ella todos sus familiares y amigos.”43

40
ANDRÉS DE CRETA, op. cit. pp.35-36.
41
“Joaquín y Ana, dice san Epifanio, se atrajeron por un vida irreprensible las divinas bendiciones, y
merecieron tener como fruto de su unión a la Santísima Virgen María, templo y Madre de Dios...”
(LEFEBVRE, G., op. cit., p. 985).
42
Reflexionar sobre su “nombre”, nos ayudaría a profundizar en palabras, que recitamos en tantas
ocasiones, pero que, a veces, se vuelven rutinarias y, por lo mismo se desdibujan. La explicación más
aceptada para la etimología y uso arameo, la emparenta con «Mará’», que significa «Señor», por lo cual
«Maryám» vendría a ser «Señora». Ya este dato nos da que pensar, porque esta «señora» se calificó a sí
misma como «sierva» (Lc 1, 38;48) El hecho es corroborado, porque, Lucas, acto seguido de notificar que
«el nombre de la Virgen era María» (Lc 1,27), nos comunica que Gabriel no la saludó: «La paz contigo
María», según la usanza judía, sino que, pasando por alto su nombre propio, se dirige a ella de este modo:
«Alégrate, llena de gracia». El nombre cede ante el designio de amor, que Dios, fuente de toda gracia,
tiene reservado para ella. Se amplifica el panorama, si repasamos el Evangelio de Juan. En él nunca
aparece el nombre expreso de María. Siempre se la distingue como «la Madre de Jesús» (2,1–5;6,42;19,
25–27). Y S. Pablo, que, en todas sus cartas, recuerda una sola vez a la Madre de Cristo, tampoco la
nombra, sino que, se refiere a ella como «mujer»: «nacido de mujer» (Gal 4, 4). Tal comprobación nos
induce a contemplar hasta qué punto la persona de María, secundando los planes divinos, se olvidó de sí
misma, para transformarse enteramente en receptora total de lo que Dios disponía para su existencia.
Subrayemos, que no sólo fue un recipiente inerte de los dones de la gracia (también Eva vino al mundo
«sin pecado original»), sino que secundaba con todo su corazón a las propuestas de su Señor, aunque más
de una vez no las comprendiera (ver: Lc 1,29;2,19;50–59). María es cerciorada de su rango de «reina y
señora», puesto que se le informa que el hijo, que va a nacer de ella, recibirá de Dios «el trono de David
su padre... y su reino no tendrá fin» (Lc 1,33). Pero, María no se queda pavoneándose con tan alta
dignidad, sino que enseguida se pone a servir, «partiendo sin demora» para asistir a su parienta, que se
encontraba en su sexto mes (Lc 2,36.39). Como ya se anotó, Jesús, en el Cuarto Evangelio, nunca la llama
La concepción de María está envuelta por el misterio y la providencia. Esto se
verá reflejado en la santidad de la hija de Joaquín y Ana, al ser concebida Inmaculada,
sin mancha, llena de una gracia especial y singular, en previsión de Aquel que vendría a
fecundarla para ser Madre. Según Guillermo Pons, “la concepción pasiva de María,
desde muy antiguo, fue considerada como milagrosa, al haberse realizado, según la
tradición, en una mujer estéril y de edad avanzada. En el siglo VIII, en Oriente existía
ya una fiesta especial el 9 de diciembre, en que se conmemoraba esta concepción
milagrosa, en que se descubren los preliminares del misterio de la Encarnación. Unido
esto a la convicción profunda de la Iglesia acerca de la santidad excelsa de la Virgen y
su inmunidad de toda mancha de pecado, se va haciendo cada vez más explícita la fe en
la Concepción Inmaculada de la Madre de Dios. Resultando, sin embargo, difícil para
muchos el conciliar la exención de la culpa original en María con su concepción obrada
de un modo natural, pues no se sabía disociar el concepto de pecado original de la
concupiscencia que se suponía que acompañaba al acto conyugal, empieza a surgir la
idea de una concepción virginal de Santa Ana y así lo presentan algunos apócrifos,
afirmando que Joaquín se hallaba alejado de su esposa cuando el ángel le dijo que ella
había concebido milagrosamente. El Protoevangelio de Santiago resulta oscuro a este
respecto. Algunos Santos Padres reaccionaron en contra de estas creencias, como es el
caso de San Epifanio de Salamina, en su Panarion contra todas las herejías. Epifanio el
monje, que da a María el título de Inmaculada y la proclama exenta de toda culpa y
concupiscencia, no hace, sin embargo ninguna alusión a la supuesta concepción virginal
de Santa Ana, idea que posteriormente sería eliminada generalmente e incluso
reprobada por los papas Inocencio XI y Benedicto XIV.”44

Precisar cuándo y dónde nació María se hace bastante difícil. No existe acuerdo
entre los autores consultados sobre la exactitud del lugar y la fecha concreta en que
aconteció el nacimiento. Contamos los años de nuestra era a partir del nacimiento de
Jesucristo -como dijimos más arriba- y según el calendario que tenemos a partir del
monje Dionisio el Exiguo45 podríamos indicar que María nació entre los años 21-18

«María», sino «Mujer» (2,4;19,26; ver: Ap 12,1ss.). En la cruz, es descrita como «su madre» (de Jesús),
pero enseguida es calificada como «“la” madre», sin el posesivo que la relaciona con Jesús (Jn 19,26). El
proceso de amplificación desemboca en el cambio mismo de los pronombres: «Aquí tienes a “tu” madre»
(de Juan y de todos nosotros en él representados). Justamente por ser «Madre de Jesús», no se posee más
a sí misma, dado que el Hijo de Dios, no puede ser monopolizado por nadie, ni siquiera por su mamá. En
consecuencia, festejar el «nombre de María» significa celebrar ese proceso de despojamiento total, para
no ser otra cosa que un vaso comunicante: receptor de gracia y difusor de la misma, sin acaparar sobre
María, ni en cada uno de nosotros, los dones divinos, sino trabajando para volvernos todos canales
transmisores de un amor que nadie puede almacenar para sí solo. Por otro lado, todo está en línea con el
«anonadamiento» del mismo Hijo de Dios, que, sin considerar su condición divina como un botín a
defender celosamente, se hizo esclavo, hasta la cruz. Sólo entonces, no como fruto de su propio afán, sino
como don del Padre, recibe «UN NOMBRE» sobre todo nombre: «Jesucristo es el Señor» ver: Fil 2,6– 11
(cfr. BARRIOLA, M. A., El nombre de María, en http://www.feyrazon.org/barriolaelnombre.htm).
43
EPIFANIO, Vida de María, Ciudad Nueva, Madrid 1990, p. 28-29. Que no hemos de confundir con
Epifanio de Chipre, nacido en Judea, 315-403.
44
PONS, G., op. cit., nota al pie 25, p. 29. (que no hemos de confundir con Epifanio de Chipre nacido en
Judea, 315-403)
45
“que introdujo este cómputo hacia el año 525 de nuestra era, se equivocó en el cálculo retrasándolo
varios años (como unos cinco o siete). De manera que, si María contrajo los esponsales con San José a los
trece o catorce años -como era costumbre general entonces- y a éstos añadimos los cinco o siete de
equivocación de Dionisio el Exiguo al fijar el año del nacimiento de Cristo (ocurrido ciertamente con
anterioridad a la fecha que él señala como comienzo de nuestra era), hay que concluir que María debió de
nacer entre los años 21-18 antes de nuestra actual era cristiana. En cuanto al mes y al día de su
antes de Cristo. Y según algunos textos eclesiásticos habría muerto a la edad de 72
años46, en el 54 de nuestra era, en Éfeso.47

En cuanto al lugar de nacimiento, la tradición avala que lo más probable es que


María habría nacido en Jerusalén48 (posiblemente cerca del templo de Jerusalén, donde
sería ofrecida como don, consagrada al Señor, por parte de sus padres49). Otros autores
sitúan el nacimiento de María en Nazaret. Según ROYO MARÍN, “cuatro son las
ciudades que se disputan el honor de haber sido la cuna de la Madre de Dios: Séforis,
capital entonces de Galilea, a unos cinco kilómetros de Nazaret; Belén, Jerusalén y
Nazaret. Esta última es la más probable. Allí al menos la encontramos la primera vez
que el Evangelio nos habla de Ella con motivo de la Anunciación (Lc 1, 26-27). Nazaret
está situada en la parte sur de Galilea, en un paraje accidentado que bordea la gran
llanura de Esdrelón. En tiempo de María era una aldea pequeña, sin importancia. El
Antiguo Testamento no la nombra ni una sola vez. El galileo Natanael tenía una idea
muy clara de su insignificancia cuando preguntó burlón a Felipe: ¿De Nazaret puede
salir algo bueno? (Jn 1,46). Sus casas eran menos que modestas. En la blanca caliza
había también muchas grutas y cuevas. El piso era de barro apisonado y podía estar
alfombrado con una estera de paja, o tal vez ni eso siquiera. La cueva recibía luz y aire
por un tragaluz abierto en el techo o por la pequeña entrada que la unía al espacio
anterior. No es fácil a los occidentales hacerse cargo de la sencillez y pobreza de las
viviendas orientales. Es verdad que nada seguro podemos afirmar con certeza en qué
punto de Nazaret actual estuvo el Nazaret antiguo.”50

El lugar de la natividad de María, puede considerarse a la casa de los padres de


María. Y en esto hay varias tradiciones también. “Muchos, especialmente entre los
autores modernos, se inclinan a proponer Nazaret como la probabilidad más plausible y
acorde con los datos evangélicos (Lc 1,26-27). El santuario tradicionalmente llamado de
la Anunciación ha adquirido una gran credibilidad por las recientes excavaciones del P.
Bagatti, que han sacado a la luz indudables señales de veneración hacia esta «casa de
María», que parecen remontarse al siglo II. Epifanio también señala a Nazaret como

nacimiento, es imposible fijarlo. La Iglesia lo celebra desde tiempos antiguos el 8 de septiembre.” Cfr.
ROYO MARÍN, A., La Virgen María, BAC, Madrid 1968, p. 6. La Iglesia Católica conmemora el
nacimiento de María el día 8 de septiembre, siguiendo la correlación de nueve meses después de la
solemnidad de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre.
46
“María murió a los 72 años de edad, veintitrés después de la muerte de Jesús. Como ella no había
tenido el pecado original, tampoco debía estar sujeta a la muerte; pero dispuso Dios que se sujetase a la
ley general, como quiso sujetarse a ella Jesucristo.” (RIVERA, L., Misal diario, Regina, Barcelona 1954,
p. 1223). Otra fuente, tomada de Hipólito de Tebas (escritor griego, siglos VII-VIII) indica que “La Santa
Theotokos vivió, en efecto, entre los hombres, cincuenta y nueve años, que se descomponen así: en el
Templo catorce años; en la casa de José cuatro meses y en el entretanto fue evangelizada por el ángel;
Ella concibió y dio a luz a Nuestro Señor Jesucristo el 25 de mes de diciembre; tenía entonces quince
años; vivió los treinta y tres años de la Encarnación de Nuestro Señor; y después de la Ascensión del
Señor vivió con los discípulos en la casa de Juan el Evangelista durante once años; en total los años de su
vida llenan cincuenta y nueve.” (Cfr. BOVER, J.M., La Asunción de María, BAC, Madrid 1947). Según
un apócrifo copto sahídico, la muerte habría sido quince años después de la Pasión de Cristo (cfr.
BOVER, ibid, p. 316).
47
La tradición ha adjudicado a Éfeso (“la casa de María”), como lugar del fallecimiento. Esto aparece
respaldado, de alguna manera, por las visitas de los últimos Sumos Pontífices a este lugar de
peregrinación. De todas formas, recientemente, se ha revalorizado la tradición jerosolimitana que ubica la
tumba de la Virgen María en el Huerto de los olivos en Getsemani, en la zona del valle de Josafat.
48
ELIZAGA, J.C., María a la luz de la Biblia y de la historia, Lumen, Buenos Aires 1992, p. 9.
49
ANDRÉS DE CRETA, op. cit. p. 36.
50
ROYO MARÍN, op. cit., p. 4.
patria de María. Con todo, el que la Virgen haya habitado en Nazaret no implica
necesariamente que hubiera nacido allí y así vemos que algunos, en tiempo de las
Cruzadas, indican a Séforis como la patria de Joaquín y de María. Más arraigo tiene
entre los Santos Padres y escritores bizantinos la opinión de que la Virgen haya nacido
en Jerusalén o en Belén. Por esta última población se inclinan San Juan Crisóstomo
(P.G. 49,354) y San Cirilo de Alejandría (P.G. 81,713), mientras que San Juan
Damasceno (P.G. 96,670) y San Sofronio (P.G. 87,3821) están en favor de Jerusalén,
señalando como lugar del nacimiento la iglesia dedicada a Santa María, junto a la
Piscina Probática. Esta diversidad de opiniones aparece ya en los apócrifos, de los que,
en este punto parece que dependen los Padres. El «De nativitate Mariae» afirma que la
Virgen nació en Nazaret, mientras que el Protoevangelio y el Pseudo Mateo dan a
entender que fue en la Ciudad Santa. El santuario mariano de la Probática existía ya en
el siglo V y su ubicación seguramente se puede relacionar con la tradición de que
Joaquín poseía rebaños de ovejas, pues en esta piscina eran lavadas las ovejas
destinadas a los sacrificios. Bajo la actual iglesia cruzada de estilo románico, que
sustituyó a otra de la época bizantina, se hallan unas criptas excavadas en la roca, que
parecen ser ambiente de una antigua vivienda y son veneradas como lugar del
nacimiento de Nuestra Señora. Se dice que el sultán Saladino ofreció aquí su espada a la
Virgen, como si quisiera confirmar el texto litúrgico de origen griego, que reza así: “tu
Natividad anunció el gozo al mundo entero”.51

1.2.1.2. El nombre de María

El significado de la palabra María, encuentra diversas acepciones. “Miryan” en


hebreo, “María” en griego y “Domina” en latín... el nombre de la Virgen dice el
Evangelio52, era María, que significa “Señora”. La Iglesia reafirma este sentido cuando
expresa que “siendo su Hijo el Señor del mundo, a María le pertenecía ser Soberana del
mismo desde su nacimiento. De ahí que así como decimos de Jesús que es Nuestro
Señor, así también llamamos a María: Señora nuestra. Pronunciar su nombre es afirmar
su omnipotencia suplicante. Ocho días después de nacer la Virgen, y siguiendo en esto
la costumbre judía, sus santos padres impusieron a su hija el nombre de María, no sin
una inspiración divina, según dicen san Jerónimo y san Antonio. De ahí que en el curso
de esta Octava celebre la liturgia una fiesta en honor de tan dulce Nombre (España fue
la primera en alcanzar de Roma autorización para celebrar esta fiesta, 1513; hasta que
en 1638, Inocencio XI, la extendió a toda la Iglesia, para dar gracias a María por la
victoria de Juan Sobieski, rey de Polonia).”53

Según Epifanio de Constantinopla, el nombre de María fue iniciativa de los


padres, teniendo en cuenta razones familiares, dado que María era el nombre de la
hermana mayor de Ana. “Para la mentalidad semítica, sin embargo, el nombre tiene un
significado profundo y debe ser expresivo de la personalidad de quien lo ostenta. La
etimología y el significado del nombre de María han fascinado a muchos escritores y
santos, desde la época patrística, habiéndose dado multitud de interpretaciones. Llevó
este nombre la hermana de Moisés, mujer que destaca con gran relieve dentro del
pueblo israelita. Después no volvemos a encontrar este nombre en el Antiguo
Testamento, quizá por razones de reverencia, pues los hebreos no se atrevían a poner a
sus hijos los nombres de los personajes más venerables, como Abraham, Jacob y

51
PONS, G., op. cit., nota al pie 25, p. 27-28.
52
Cfr. Lc 1,27.
53
LEFEBVRE, G., en op. cit. p.1013.
Moisés. En tiempos de Jesús, en cambio, estaba muy divulgado el nombre de María, en
su forma hebrea Miryam o aramea Mariam, apareciendo varias mujeres en los
Evangelios con este nombre y también en la familia de Herodes, con la forma elegante
Mariamme, que figura en Flavio Josefo. En el Nuevo Testamento el nombre helenizado
de la Madre de Jesús es Μαρια (Cfr. R. Kugelman, El santo nombre de María,
mariología de Carol, pp. 386 y ss.).”54

María es presentada al Templo de Jerusalén en dos oportunidades, a los tres y a


los siete años, según Epifanio. “Algunos rabinos decían que cuando un niño podía subir
las gradas del Templo, de la mano de su padre, era el momento de llevarlo allá para que
se presentara ante el Señor (Ricciotti, Vida de Jesucristo, Barcelona 1944, p.287). Los
apócrifos ofrecen pormenorizados relatos sobre la presentación de María en el Templo,
a la edad de tres años, y se da especial relieve a la subida de unas supuestas quince
gradas del altar. Afirman, además, que la niña se quedó a vivir, en compañía de las
vírgenes que moraban en el Templo, para servir al Señor, según el voto hecho por sus
padres, a imitación del caso de Samuel.”55

La oración mística caló hondo en su corazón donde las comunicaciones con el


Dios inefable difícilmente pudieran ser comunicables a los demás. "De ahí que pasase
los años de su niñez y adolescencia en completa soledad interior. Esta soledad tuvo
influencia decisiva para hacerla la contemplativa silenciosa que todo lo pensaba y
guardaba en su corazón (Lc. 2,19 y 51). En los datos de experiencia múltiple, que se
aumentaban a diario y le hacían sentir sin cesar que se encontraba sola, no le quedaba
más que un refugio y una salvación: el recurso a Dios. Vivir con Dios y en Dios era para
María una necesidad tan imperiosa como lo es para la vida corporal del hombre el
respirar. Es imposible llegar a comprender la vida de María en su desenvolvimiento
íntimo hacia Dios sin esta perspectiva de su soledad en el mundo."56

La tradición nos testimonia que desde niña estaba vinculada a la institución de


las vírgenes tejedoras del templo, para elaborar el velo del templo tejido por ellas y así
cubrir el santo de los santos. Epifanio cuenta que cuando María “tuvo siete años, de
nuevo sus padres la condujeron a Jerusalén y la ofrecieron al Señor, consagrada para
todos los días de su vida. Poco después de esto murió Joaquín, su padre, contando,
según dicen, ochenta años. María no se apartaba del Templo, ni de día ni de noche. Ana,
dejando Nazaret, fue a Jerusalén y estaba con su hija María y, habiendo pasado dos
años, murió a los setenta y dos de su edad.”57

Fue María “una sencilla y humilde muchacha de pueblo... emparentada con


levitas y sacerdotes, ya que su prima Isabel era descendiente del linaje sacerdotal de
Aarón y esposa de Zacarías. Era asistente asidua y atenta a las lecturas y explicaciones
de la sinagoga... No contaba entre las grandes mujeres de la época, sino que participaba
del anonimato general de las mujeres en el judaísmo. Un silencio impresionante
envuelve toda su vida... Mujer de fortaleza que experimentó la pobreza, y el
sufrimiento, la persecución y el exilio, hizo de su vida una ofrenda completa de amor,
soportando las mayores penas con una fidelidad ilimitada y un trabajo sin descanso.”58

54
PONS, G., op. cit., nota al pie 27, p. 30.
55
Ibid, nota al pie 29, p. 34.
56
ROYO MARÍN, A., op. cit., p. 8.
57
EPIFANIO, op. cit., p. 34-35.
58
ELIZAGA, J. "María a la luz de la Biblia y de la historia”, Lumen, Buenos Aires 1992, pp. 9-10.
María, fue una judía religiosa, como sus padres: Con Marcel decíamos más arriba que
sin el misterio, la vida sería irrespirable, y con Royo Marín, agregamos a esto que
“vivir con Dios y en Dios era para María una necesidad tan imperiosa como lo es para la
vida corporal del hombre el respirar.”59 María comprendió el misterio y se dejó
empapar por el misterio que la desbordaba y la hizo una persona sumamente destacada
por su fe y su obrar.

Epifanio, el monje bizantino de finales del siglo VIII, al escribir el texto más
antiguo de la “Vida de María” nos hace esta descripción “Su índole y su conducta era
así: respetable en todo, hablaba poco, obedecía con prontitud, era afable y muy modesta
con los varones, seria y sosegada, fervorosa en la oración, reverente, cortés y respetuosa
con los hombres, de tal manera que todos admiraban su inteligencia y sus palabras. Era
de mediana estatura, pero algunos dicen que de algo más que mediana. Era de color
trigueño, de cabellos rubios, de ojos claros y mirada suave, con cejas oscuras y nariz
fina y proporcionada. Era también fina en sus manos y dedos, de rostro alargado, llena
de lozanía y de gracia divina. Sin ningún orgullo, opuesta a la fastuosidad y a la molicie.
Poseía una extraordinaria humildad y, por eso, Dios puso en Ella sus ojos, como dijo
Ella misma glorificando al Señor. Prefería llevar vestidos sin teñir, como lo atestigua su
sagrado velo. Hilaba lana, de la que se destinaba para el templo del Señor, en el que Ella
se sustentaba, siendo constante en las plegarias, la lectura, el ayuno, el trabajo manual y
todas las virtudes, de modo que María, realmente santa, vino a ser maestra de muchas
mujeres, por su estado de vida y variedad de labores.”60

1.2.2.3. María, esposa de José61

María fue la esposa de un hombre llamado José, que era un hombre justo62 (Mt
1,19). Estaba desposada con él.63 José también vivía en Nazaret donde vivía María. “Era
carpintero, y se dedicaba a hacer arados, yugos, arcas, carros, mangos de azada y otras
cosas semejantes. Es muy probable que su labor de carpintero se completara a veces con

59
ROYO MARÍN, A., en op.cit. p. 8.
60
Op. cit., p. 34.
61
Quizás tendríamos que titular este punto: María, prima y esposa de José. Pues María sería hija de
Joaquín, el hermano de Elí, y padre según la ley, de José (pues Jacob, hijo de Mathán habría muerto y
José habría tomado su lugar). Con lo cual, María y José, serían hijos respectivos de dos hermanos (cfr.
Epifanio, Vida de María, II,1, p. 26). Ya que, Epifanio nos dice que “recibida por José su prima María, de
la mano del Señor y de todos los sacerdotes como testigos, la llevó a su casa y le entregó dos hijas suyas
para que, como si fueran de Ella, las enseñara y educara. Ella vivía en la casa de José con toda humildad y
dignidad. Como hubiese pasado allí seis meses.” (EPIFANIO, op. cit. p. 53-54). Epifanio con esto abriría
la “intencionalidad prevalentemente monástica de estos escritos que se hace patente en el presentar a
María como maestra de vida espiritual, tema que aparece también en los Santos Padres.” (PONS, G., op.
cit. Nota al pie 66, p. 54).
62
“la justicia de José consiste sin duda en que no quiere encubrir con su nombre a un niño cuyo padre
ignora, pero también en que, convencido de la virtud de María, se niega a entregar al riguroso
procedimiento de la Ley, Dt 22,20s, este misterio que no comprende.” (Nota al pie a Mt, 1,19 en Biblia de
Jerusalén). A su vez, según Santo Tomás de Aquino, “a los justos es familiar y frecuente ser inducidos a
obrar en todo por inspiraciones del Espíritu Santo.” (S Th. III, q. 36, a. 5 y ad 2).
63
“Los desposorios judíos suponían un compromiso tan real que al prometido se le llamaba ya «marido»
y no podía quedar libre más que por el «repudio».” Ibid, nota al pie a Mt 1,18. “José se queda perplejo
ante la gravidez prematura e inesperada de su prometida, que no tiene origen en él mismo. Pero no se
desata en alharacas ni escenas. Piensa abandonarla en secreto, lo menos hiriente dentro de lo que él puede
ver en la antigua ley” (BARRIOLA, M.A., Hilvanes sobre el matrimonio y la familia en la Sagrada
Escritura, en: www.feyrazon.org/familia/barriolaescriturayfamilia.htm).
la de albañil, enderezando vigas para las azoteas de las casas, tendiendo travesaños y
leña menuda y cubriéndolo todo con una masa de barro y argamasa. Este hombre
sencillo y humilde, fue escogido por Dios para ser el esposo de María... Por aquel
entonces era considerado el matrimonio como un deber del joven. Con el alborear de los
catorce años se designaba al joven apto para el matrimonio, mientras que la joven lo era
al comenzar los trece. Generalmente, sin embargo, el joven no se casaba antes de los
dieciocho años. La muchacha se desposaba hacia los doce años y medio; pero
comúnmente continuaba todavía en la casa paterna durante un año largo. Así que iba a
casa del marido para formar la sociedad matrimonial lo más pronto a los trece años y
medio o catorce. No sabemos cómo se encontraron María y José.64 Lo cierto es que, si
los matrimonios felices se conciertan en el cielo, ello se verificó soberanamente en este
caso.”65

En cuanto a la virginidad de María, el texto bíblico de Lc 1, 34 ante las palabras


del ángel que le dice “concebirás en tu seno y darás a luz”, son claras en cuanto a la
intención de su perpetua virginidad, con la expresión: “¿de qué modo se realizará esto,
pues no conozco varón?.” Se deja entrever la posibilidad de un voto de virginidad, con
el cuestionamiento sobre el modo.66 No nos detendremos en esto, pues lo estudiaremos
al tratar sobre el dogma de la perfecta y perpetua virginidad de María, en los capítulos
siguientes.

María dio a luz en Belén de Judá a Jesús. La Iglesia lo conmemora el día de


Navidad, cada 25 de diciembre. Cuarenta días más tarde, cumpliendo el mandato que

64
“El Protoevangelio de Santiago manifiesta expresamente que José era viudo y tenía hijos (8,3;9,2). El
Pseudo Mateo también menciona a los hijos de José (8,4), igual que la mayoría de los apócrifos, excepto
el «De Nativitate Mariae», según el cual se mandó convocar a varones no casados para elegir al que había
de ser el custodio de la virginidad de María (7,4). Ninguno de estos libros ofrece noticias sobre la
supuesta primera esposa de José, ni se indica su nombre. San Jerónimo, sin embargo, dice que algunos
apócrifos dan a tal mujer el nombre de Melca o Erca, todo lo cual él califica de «deliramenta
apocriphorum» (P.L. 26,88). San Epifanio escribe: «Muerta su mujer y después de largos años de viudo,
tomó a María, cuando pasaba de los ochenta» y como explicación añade que «por la tradición judía se
aclara que no le fue entregada la Virgen para unirse en matrimonio, sino para que diese testimonio,
después, de cómo Dios tomó la naturaleza humana, sin intervención de varón, antes por la virtud y
eficacia del Espíritu Santo» (P.G. 42,707). Si, de acuerdo con los Evangelios, observamos que Jesús era
tenido por la gente como hijo de José (Lc 3,23) y pensemos, como hacen los Santos Padres, que él fue
dado a María como esposo para guarda de su honor, es necesario que no fuera excesivamente anciano,
pues, en este caso, no habría quedado a salvo la dignidad de la Madre de Jesús.” (PONS, G., op. cit., nota
al pie 55-56, p. 47).
65
ROYO MARÍN, A., op. cit. p. 8-9.
66
Mons. Miguel Antonio BARRIOLA nos dice a este respecto que, José no es padre carnal del hijo de
María. Pero es no menos "la sombra del Padre", haciéndose a un lado, para que se cumpla el meollo
esencial de la profecía de Natán a David. El antiguo oráculo (II Sam 7, 4 ss.) había vaticinado que un hijo
salido de las entrañas del rey y sus sucesores, ocuparía siempre el trono de Jerusalén. Pero lo principal del
anuncio era: "Yo seré un padre para él y él será un hijo para mí". Con su heroico hacerse a un lado, José
permite que Dios mismo sea el Padre verdadero del que ha sido engendrado en el seno de su prometida,
de modo sobrenatural, por el Espíritu Santo. De aquí podemos aprender que, si, en una familia no se halla
presente el amor de Dios por encima de todas las cosas, aunque abunde el bienestar, correrá serios
peligros de naufragar. José renuncia a sus derechos naturales de esposo legítimo y a los sobrenaturales de
heredero de una parte de la promesa hecha a su antepasado David. No por eso deja de realizarse como
persona, ya que nadie puede soñar un mejor destino para sí mismo, que cumplir los proyectos que Dios
tiene para él. José será tenido como un "pobre gil", para la mentalidad canchera y farandulesca, pero, al
someterse enteramente a los planes salvadores de Dios, está proyectando para todos los siglos venideros
el cuidado premuroso de la familia de Dios en ciernes en aquel nenito y su frágil esposa. Cfr.
BARRIOLA, M.A., en op. cit.
prescribía la Ley mosaica, María se presentó en el Templo con su Hijo para el rito de la
purificación (Lc 2, 22). Aquí aparece un aspecto que se desprende de la Escritura, me
refiero a la condición humilde en la que vivían. La ofrenda que se presenta al poner
delante del Señor a Jesús en el templo es la más pobre (materialmente hablando). Según
Lc 2,24 ofrecieron la ofrenda de los pobres, un par de tórtolas o pichones (la Ley
establecía que 40 días después del nacimiento se ofrecía en el templo el sacrificio
prescrito, las madres debían ofrecer un cordero, o, si sus cortos haberes no se lo
permitían, dos tórtolas o dos pichones).

José, sin que haya engendrado a Jesús, es el padre nutricio, legal y moralmente
considerado padre del Hijo de María, por los lazos estrechos que los unen. A su vez
Dios le reveló el misterio de la encarnación en sueños (Mt 1,20) y le dio la custodia del
Hijo, indicando que tenía con Jesús los mismos derechos que si fuese Hijo suyo, ya que
el padre es el que pone el nombre (Mt 1,21). 67 Jesús, de hecho será reconocido como
“hijo de José” (Lc 3,23). No se sabe, a ciencia cierta en qué momento y lugar murió
José.68 En los Evangelios hay muy pocas referencias hacia él después del episodio en el
que Jesús tenía doce años y es encontrado en el Templo. “María misma ha de recorrer
su camino en la fe y comprender que han cambiado las circunstancias respecto a la
relación con Jesús. Éste, aún después de haber dado aquella precoz señal de su
independencia, al quedarse en el templo de Jerusalén, sin embargo, acto seguido regresó
con sus padres a Nazaret “y vivía sujeto a ellos” (Lc 2,51).”69

Es muy probable que, Jesús, a los treinta años, no tuviera vivo a su padre en la
tierra, e iniciara su vida pública, habiendo fallecido ya José. La cercanía de Jesús con su
Madre, puede hacernos referir a su especial cuidado, por no tener a su esposo. Esto
sumado a que no se mencione ninguna actividad de José a lo largo de toda la vida
pública de Jesús, y el hecho de que Jesús encomendara al discípulo predilecto a su
madre, son indicios de que José murió antes de iniciarse la predicación de Cristo.

La vida de María, se continúa junto a su Hijo, y en esto nos detendremos en el


capítulo segundo de este trabajo: los aspectos teológicos.

67
José sabe postrarse ante el misterio que sucede en su esposa, en su amada. Decimos que José es de
Jesús, porque estuvo atento a las necesidades de María y de Jesús. Es tan humilde y hermosa la figura de
San José, que aparece en el Evangelio sólo en el momento en que aparece Jesús, y aparece para lo que
tiene que hacer, para dejar reflejada su misión, luego desaparece tan humildemente de las páginas de la
Escritura, como lo seguirá estando en cuanto custodio y protector espiritual de la Iglesia. Los vínculos de
amor, de fe, de esperanza de la Sagrada Familia nos dejan un ejemplo de lo que son las relaciones
domésticas cotidianas en el hogar, donde cada uno pertenece a los otros. Por todo esto decimos que María
es de José y de Jesús, Jesús es de María y de José, y José es de María y de Jesús.
68
A San “José, el esposo de María” (Mt 1,16) “ya desde el siglo VIII se le rindió culto muy especial el 20
de julio (según el calendario copto). A fin del siglo XV su fiesta fue colocada en el 19 de marzo,
haciéndola universal Gregorio XV en 1621. En 1879 el Papa Pío IX declaró a San José, Protector de toda
la Iglesia. (LEFEBVRE, G., op. cit., p. 806).
69
BARRIOLA, M.A., en http://www.feyrazon.org/barriolapresentacion.htm.

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