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VALENTÍN GOLDIE
La nueva alianza como categoría eclesiológica
La nueva alianza como categoría eclesiológica
la para que quiera volver de buena gana, no traerla por la fuerza (cf. Os
2,14). Por otra parte, toda la historia del Éxodo es el paso de Israel de un
vínculo de esclavitud con el faraón a un vínculo de alianza con Dios, no
parece tener sentido si se considerara la alianza como otro vínculo forzado.
Por todas estas razones y, pese a las posturas opuestas, es que la alianza,
debe ser entendida como un vínculo que Dios hace con un pueblo libre,
liberado justamente para que pueda estar en condiciones de sellar una alianza
con Él.
2. El vínculo entre los hombres
Ser el pueblo de la alianza implica un determinado vínculo con Dios, pero
también un vínculo entre los integrantes del pueblo. La experiencia del
Éxodo es la experiencia de un pueblo sometido a la esclavitud que es
rescatado de esa relación deshumanizante para tener un vínculo de alianza,
que ayuda a desarrollar la humanidad. Es así que, como consecuencia de este
vínculo, Dios pretende que al interior de su pueblo no haya ligámenes de
opresión deshuma- nizantes a imagen del ligamen con el faraón de Egipto.
Es así que en el libro del Éxodo existe una sección denominada código de la
alianza que abarca los capítulos 21 y 22 del libro del Éxodo. En ella se lee,
por ejemplo:
No maltratarás al forastero, no lo oprimirás, pues forasteros fuisteis vosotros en
el país de Egipto. No vejarás a viuda alguna ni huérfano. Si los vejas y claman
a mí, yo escucharé su clamor, se encenderá mi ira y os mataré a espada; vuestras
mujeres quedarán viudas y vuestros hijos huérfanos. Si prestas dinero a alguien de
tu pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero; no le
exigirás intereses. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás al
ponerse el sol, porque con él se abriga; es el vestido de su cuerpo. ¿Sobre qué va a
dormir si no? Clamará a mí, y yo lo escucharé. (Ex 22,20-26)
Vivir la alianza en su relación con Dios tiene consecuencias para las rela-
ciones entre los hombres, particularmente Dios quiere un pueblo diferente al
de Egipto donde hay relaciones de opresión.
Muy sugerente es la fórmula usada en el libro del Deuteronomio, «acuér-
date que fuiste esclavo en Egipto», esta va seguida o precedida de normas
que tienen que ver con los vínculos entre las personas. Así por ejemplo en
Dt 5,14-15 se insiste en la importancia del día de reposo, día que nos hace
libres. Deuteronomio 24,17-22 subraya también la importancia de no oprimir
al extranjero, a la viuda y al huérfano. Ser el pueblo de la alianza implica
pues ser un pueblo liberado de vínculos de opresión e implica por lo tanto no
con- vertirse en opresor. En otras palabras, el vínculo que Dios establece con
uno debe modelar el vínculo que uno debe establecer con otros. Dios no
busca un vínculo de opresión con el pueblo, si no de libertad, he ahí entonces
el modelo para vincularse entre seres humanos o al menos entre aquellos
unidos por la alianza.
3. Finalidad de la alianza
La finalidad de la alianza puede ser analizada desde la perspectiva del
pue- blo o desde la perspectiva de Dios. Desde la perspectiva del pueblo la
alianza tiene como fin la libertad, libertad para vivir una vida de cara a Dios
y alabarlo como Él lo merece. Tal aspecto es manifestado en el origen del
llamado al pueblo para salir de Egipto, la razón fundamental es poder dar
culto a Dios (cf. Ex 3,11). Unido a esto también está la vida próspera
expresada en la vocación de poseer una tierra donde mane leche y miel (cf.
Ex 3,8). Visto desde Dios la alianza posee una finalidad que va más allá del
pueblo, una finalidad hacia toda la humanidad que incluye a los demás
pueblos, se trata entonces de ser un pueblo testigo ante los demás pueblos de
lo que Dios pretende para todas las naciones. Por ello en el libro de
Deuteronomio se afirma lo siguiente:
Tengan bien presente que ha sido el Señor, mi Dios, el que me ordenó enseñarles
los preceptos y las leyes que ustedes deben cumplir en la tierra de la que van a
tomar posesión. Obsérvenlos y póngalos en práctica, porque así serán sabios y
pru- dentes a los ojos de los pueblos, que al oír todas estas leyes dirán:
«¡Realmente es un pueblo sabio y prudente esta gran nación!» ¿Existe acaso una
nación tan grande que tenga sus dioses cerca de ella, como el Señor, nuestro Dios,
está cerca de noso- tros siempre que lo invocamos? ¿Y qué gran nación tiene
preceptos y costumbres tan justas como esta Ley que hoy promulgo en presencia
de ustedes? (Dt 4,5-8)
Israel tiene entonces vocación de pueblo testigo, un pueblo que de alguna
forma inspire a los otros pueblos a ser mejor, justamente por ser pueblo de
Dios, por tener dentro de sí vínculos que plenifican que generan admiración
porque en el fondo es deseo de todos los pueblos.
Otro aspecto de la antigua alianza es su carácter de ser preparación para la
Iglesia, en palabras de la constitución dogmática Lumen Gentium: «[la santa
Iglesia] fue preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en
la Antigua Alianza», una Iglesia que «se consumará gloriosamente al final de
los tiempos» (LG 2). Así que podemos ver en la Antigua Alianza un vínculo
con Dios que informa el vínculo entre los hombres que es preparación para
una realidad posterior que será consumada al final de los tiempos. Es pues
parte de un plan pedagógico de Dios para conducir a la historia y a la
humanidad a su consumación, a la intención creadora. Podríamos entonces
ver a la historia desde su final, Cristo todo en todos, la comunión de los
santos realizada, des- de esta perspectiva podríamos considerar a la Antigua
Alianza como un paso hacia ese fin. El pueblo con un vínculo con Dios
conformado con determina- dos lazos dentro del propio pueblo constituye la
preparación histórica de la realización del gran plan salvífico de Dios, que
tendrá su siguiente paso en la conformación de una Nueva Alianza, es decir
de una nueva relación con Dios y entre los hombres que suponga un estado
más avanzado hacia el mismo fin.
otra alianza, una nueva16. Se pueden percibir claramente todos los elementos
que tendría esta alianza: una ley en el corazón, el conocimiento interno de
Dios, el perdón de los pecados e infidelidades, un nuevo espíritu, la
observan- cia de la ley como algo connatural y el retorno de los exiliados a la
tierra17. Se constata entonces que lo específicamente novedoso de la nueva
alianza tiene que ver con la interioridad del hombre, donde algo sucedería.
Gimeno Grane- ro lo sintetiza maravillosamente bien cuando comentando
sobre el contenido de la nueva alianza afirma:
Pensada y anunciada en el cuadro de un replanteamiento crítico de la alianza si-
naítica, es esperada como un régimen fundado sobre el elemento que faltaba en el
régimen precedente: la donación por parte de Yahveh de una gracia interior, de un
principio vital adecuado que garantizase la fidelidad del pueblo a la ley de Dios.
Un régimen en el que la observancia de la ley, lejos de depender de las
capacidades del hombre, sería concedida al pueblo por gracia divina18.
En definitiva, será Dios mismo que actuando en el corazón del hombre ga-
rantice la fidelidad del hombre a la alianza. Supone entonces un actuar de
Dios en el corazón del hombre para transformarlo.
2. Un nuevo vínculo con Dios
El uso de la categoría «alianza», tan importante en el Antiguo Testamento,
no parece ser fundamental en el nuevo. Jesús prácticamente no usa el
término, lo usa únicamente en el contexto de la última cena. Tampoco fue
una noción usada particularmente por los primeros cristianos 19. Que no se
use mucho, cuantitativamente hablando, en nada le resta importancia a su
lugar cualita- tivamente extraordinario en que aparece, justamente en la
institución de la Eucaristía o en Rm 8 – por más que no se use explícitamente
el término alian- za, pero empleando sus principales elementos –. Por eso
mismo y, dado que alianza implica un vínculo con Dios se puede explorar la
naturaleza del nuevo vínculo con Dios inaugurado por el ministerio de
Jesucristo basándonos en pa- sajes donde no se usa explícitamente dicho
término. Junto a Bonora podemos también afirmar que
la ley-evangelio de la nueva comunidad y alianza con Dios es una sociedad de
hombres trasformados interiormente por Dios mismo. Tal renovación
antropológi- ca que introduce en la alianza con Dios y en la comunidad de la
alianza culmina y
se cumple definitivamente por obra del Espíritu de Cristo, que hace de los creyen-
tes en Cristo verdaderos hijos de Dios20.
Así pues, ser introducido en la nueva alianza implica haber sido
transforma- do interiormente. Ser introducido en la nueva alianza se
convierte en sinónimo de categorías clave de la antropología teológica, ya
que es equivalente a ser hecho hijo de Dios. Justamente ser hecho hijo de
Dios supone un nuevo víncu- lo con Dios, el vínculo de la filiación. También
podemos afirmar que el nuevo vínculo con Dios implica el ser inhabitado por
Dios mismo, haberse transfor- mado en un templo vivo, divinizado. Se puede
entonces afirmar que cuando el Concilio de Trento define la justificación
como «la voluntaria recepción de la gracia, de donde el hombre es hecho de
injusto en justo, de enemigo en amigo para ser heredero de la esperanza
eterna»21, perfectamente podría haber agre- gado «aliado» como
complemento de los términos «justo» y «amigo», más aún, junto a Croato
afirmamos sin equívoco que, «en el Nuevo Testamento el concepto de
“gracia” hunde sus raíces en la teología de la alianza»22. En la teo- logía
dogmática católica todo indica que se debiera hacer un proceso inverso,
construir una teología de la nueva alianza que hunda sus raíces en el
concepto de «gracia», mucho más desarrollado a lo largo de la historia.
Habiendo definido la nueva alianza como el nuevo vínculo con Dios ofre-
cido por Jesucristo, hay un pasaje bíblico tan sugerente que no sería posible
obviar, se trata de la así llamada oración sacerdotal de Jesús en Juan 17.
Conságralos con la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo,
yo los envié al mundo. Por ellos me consagro, para que queden consagrados con
la verdad. No sólo ruego por ellos, sino también por los que han de creer en mí
por medio de sus palabras. Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo
en ti; que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me
enviaste. Yo en ellos y tú en mí, para que sean plenamente uno; para que el
mundo conozca que tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí (Jn 17,17-
23).
En este pasaje Jesús pide tener con sus discípulos el mismo vínculo que
Él tiene con el Padre, lo cual arroja una gran luz sobre el nuevo vínculo con
Dios ofrecido por Jesús. Ese vínculo entre los hombres con Dios es el mismo
vínculo que hay en el seno de la Trinidad entre el Padre y el Hijo 23. Se trata
pues de un vínculo perijorético, es decir de mutua interpenetración donde
cada uno está continuamente dándose al otro. Debemos entonces entender
que este nuevo vínculo con Dios es la vivencia de los vínculos eternos en la
interiori-
dad de la Trinidad24. He aquí, entonces, en qué consiste el vínculo de Nueva
Alianza, un vínculo donde Dios y sus aliados conservan la alteridad, pero un
vínculo donde Dios y sus aliados están inseparablemente unidos a imagen de
las relaciones entre Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Luego de haber presentado este enfoque de alianza como vínculo y haber
presentado brevemente el nuevo vínculo que en su ministerio sella Jesús, es
que se está en mejores condiciones de captar el contexto eucarístico en el
que Jesús usó el término «nueva alianza». Dado que se trata de una relación
perijorética, resulta bastante destacable que, mediante el acto de comulgar,
de recibir el cuerpo y la sangre del Señor efectiva, sacramental y
sustancialmente el Hijo eterno de Dios inhabita al creyente unido a él por un
vínculo de nueva alianza. Al mismo tiempo, la comunidad de creyentes
ofrece el Hijo al Padre y el Padre ofrece el Hijo a los creyentes. Una persona
divina ofrece otra persona divina a la criatura divinizada, y la criatura
divinizada ofrece una persona di- vina a otra persona divina. La dinámica
eucarística, el sacramento de la nueva alianza por excelencia, no podría ser
más perijorética.
conclusiones
Una de las primeras conclusiones a las que se debe llegar es que la
categoría
«nueva alianza» es una categoría que expresa el núcleo central del
cristianismo. Elaborar una teología de la nueva alianza implica hundir las raíces
en toda la teolo- gía de la gracia, en la soteriología, y fundamentalmente en la
eclesiología, ya que es la nueva alianza lo que constituye a la Iglesia. Por otro
lado, no es una categoría del todo desarrollada teológicamente fuera del ámbito
exegético. Consecuencia de ello es que se constatan algunas diferencias
teológicas muy importantes, que tienen que ver con la libertad humana en la
participación de la alianza y con el alcance de la novedad de la nueva
alianza. Este autor es de la clara postura que alianza implica necesariamente
una relación entre partes libres y que lo nuevo de la nueva alianza es el vínculo
mismo, se trata de una alianza nueva, no meramente renovada, sino con
vínculos diferentes con Dios y entre los hombres.
La alianza, tanto la antigua como la nueva, implican fundamentalmente un
vínculo con Dios que es posibilidad y ejemplo de un vínculo entre los
hombres. En otras palabras, de la forma en que se relacione el pueblo de la
alianza con Dios será la forma en que se relacione el pueblo de la alianza
entre sí. La pre- gunta entonces sobre si el hombre es libre ante Dios para
establecer un vínculo de alianza tiene repercusiones sobre la forma de
relacionarnos los hombres entre sí. Una alianza con Dios que implique algo
así como un pacto de vasallaje ten- drá como consecuencia que las relaciones
entre los hombres serán relaciones sin libertad, cuando la libertad está en el
corazón de la antigua alianza. Dios libera al pueblo de un vínculo de
esclavitud no para imponerle otro igual, sino para proponerle ingresar en una
relación de libertad llamada alianza, este pueblo está llamado a tener vínculos
de libertad entre sus integrantes.
La alianza está emergiendo como la categoría fundamental en el incipiente
diálogo teológico con el judaísmo. Es una categoría que promete mucho a la
hora de construir un relato religioso que dé cuenta de los vínculos que
debiera haber entre ambas comunidades. El hecho de no tener una teología
de la alian- za suficientemente desarrollada en el cristianismo representa una
dificultad ya que es imposible dialogar con otro, en este caso el judaísmo,
cuando no se sabe lo que hay que decir, y como se ha ilustrado a lo largo del
artículo algunas cosas que se están diciendo son por lo menos cuestionables.
Urge entonces profundizar teológicamente en esta categoría para por un lado
profundizar más en el patrimonio de la fe cristiana y por otro para construir
relaciones con el judaísmo de manera que no comprometa el mensaje
fundamental del cristianismo. Es esperanza de este autor que este humilde
artículo contribuya a ello.
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