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2.

DOS AUTORES Y DOS TEMAS CENTRALES DE LA ESPIRITUALIDAD


CRISTIANA

Nuestro itinerario pretende abordar dos momentos de época patrística. Uno primero, en los
orígenes de la Iglesia y en la teología de los primeros formadores de la espiritualidad
cristiana, antes del Concilio de Nicea (325); y otro posterior, que da cuenta de la maduración
teológico-espiritual, en la espiritualidad monástico-eclesial del oriente.
El primero de estos momentos será abordado, en esta unidad, a través de dos autores que nos
presentan dos temáticas tan concretas como trascendentales: el discipulado y la antropología
teológico-espiritual; esto es: en qué consiste lo nuclear de la experiencia cristiana y qué
provoca esta experiencia en el ser humano; en definitiva: qué es ser cristiano y qué es ser
humano. Veremos, someramente, algunos aspectos biográficos, una breve referencia a sus
obras, para entrar de lleno en sus propuestas temáticas.
A) IGNACIO DE ANTIOQUÍA: SEGUIMIENTO DE CRISTO, IMITACIÓN Y MARTIRIO.
a.1) Vida y personalidad1.
Lo poco que sabemos de la vida de Ignacio de Antioquía nos viene de las mismas cartas del
mártir y de lo que Eusebio de Cesarea ha consignado en su Historia Eclesiástica. Segundo
obispo de Antioquía, después de Pedro, Ignacio fue arrestado como cristiano, en tiempos de
Trajano emperador, condenado a muerte y llevado a Roma para ser entregado a las bestias.
Hace, parte por mar y por tierra (Romanos V,1), un viaje desde Antioquía a Filadelfia
(Lydia), donde pasa unos días (Filadelfios VII,1); parte para Esmirna, en donde es recibido
por el Obispo, Policarpo y toda la comunidad; allí recibe a las delegaciones de las iglesias de
Asia, Éfeso, Magnesia del Meandro y de Trales; desde Esmirna escribe cartas a esas Iglesias
y a la Iglesia de Roma; luego llega a Tróade, desde donde escribe cartas a las Iglesia de
Filadelfia, de Esmirna y a Policarpo. Arriba por mar a Neápolis, el puerto de los Filipenses en
Macedonia, desde donde parte para Roma por la Vía Egnatia y desde Dyrrachium hasta la
península Itálica. San Ireneo y Orígenes aseguran que él fue entregado a las fieras.
Todo lo otro que se pueda decir de él forma parte de fuentes no críticas, como las Actas del
martirio de Ignacio, composiciones tardías (siglos IV o V). La Crónica de Eusebio data el
martirio de Ignacio en el décimo año de Trajano (107/8), pero, los historiadores juzgan más
acertado ubicar su martirio en los últimos años de Trajano, entre los años 110 y 117.
La personalidad de Ignacio, que se deja entrever a través de sus cartas, refleja un carácter
vigoroso, al mismo tiempo que emotivo, entusiasta, apasionado, y apasionadamente
“tomado” por Jesucristo. A diferencia de Clemente (Romano), Ignacio parece provenir de un
medio pagano. La vivacidad y espontaneidad de sus expresiones (a veces, hasta la oscuridad
y la incorrección) no nos debe engañar sobre su formación literaria o filosófica: él conoce los
refinamientos de la retórica asiática, como los procedimientos de la diatriba cínico-estoica, y
el estoicismo ha dejado en él algunas huellas que no se pueden desconocer.
a.2. Su obra literaria2

1
Cf. CAMELOT, Pierre-Thomas, “S. Ignace d`Antioche”, en Dictionnaire de Spiritualité, T. VII, 2e (Paris :
Beauchesne, 1971), col. 1250-1251.
2
Cf. AYÁN, Juan José, “Ignacio de Antioquía, Cartas. Introducción”, en Padres Apostólicos (Introducción,
traducción y notas de Juan José Ayán), Ciudad Nueva, Madrid 2000, pp. 200-202.

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Nos han llegado tres recensiones de las cartas de Ignacio, llamadas «larga», «media» y
«breve». La recensión media consta de las siete cartas (A los efesios, A los magnesios, A los
tralianos, A los romanos, A los filadelfios, A los esmirniotas y A Policarpo), las que están
testimoniadas en la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea. La recensión larga consta de
trece cartas (a las siete de la recensión media se añaden: Carta de María de Cassobolos a
Ignacio, Carta de Ignacio a María de Cassobolos, A los tarsenses, A los filipenses, A los
antioquenos y A Herón); y la Breve consta de tres: A los efesios, A los romanos y A
Policarpo. Además de estas tres recensiones, hay que aludir a un corpus ignatianum
medieval del siglo XII, totalmente espurio, que presenta cuatro cartas: dos al evangelista Juan
y una a la Virgen María, con la respectiva respuesta de la Virgen a Ignacio.
Las tres recensiones antes mencionadas provocaron fuertes debates entre los especialistas y,
desde finales del siglo XIX, la academia ha consensuado la legitimidad de la recensión
media. A pesar de que, en el siglo XX, algunos autores han vuelto a poner el tema en
cuestión, en general, no han logrado modificar el parecer general ya establecido.
a.3. Breve caracterización doctrinal
 Su reacción frente al docetismo ambiental.
«El docetismo corresponde a un sincretismo griego de base dualista. Se aspiraba a una salvación
puramente espiritual del alma inmortal. La doctrina de una resurrección de los muertos resultaba
un contrasentido (cf. Hch 17,32). Un Dios salvador encarnado en la materialidad, con un cuerpo
sujeto a “pasión, muerte y corrupción” contradecía esa perspectiva espiritualista. Si se aceptaba el
mensaje cristiano de salvación era depurándolo de los elementos chocantes con esa mentalidad.
Ignacio enfrenta tal tergiversación de la fe desde la tradición, firmemente encarnacionista y
sacramental, del catolicismo siríaco. Apela a la confesión de fe tradicional que puntualiza como
regla de fe contra la cristología docetista» 3.

Tral «IX. 1. Por tanto, haceos los sordos cuando alguien os hable a no ser de Jesucristo, el de
la descendencia de David, el hijo de María que nació verdaderamente, que comió y bebió,
que fue verdaderamente perseguido en tiempo de Poncio Pilato, que fue crucificado y murió
verdaderamente a la vista de los seres celestes, terrestres e infernales. 2. Él resucitó
verdaderamente de los muertos, habiendo sino resucitado por su mismo Padre, y, a semejanza
suya, a los que hemos creído en Él también su Padre nos resucitará en Jesucristo, fuera del
cual no tenemos vida verdadera»4.
El realismo de la encarnación y la afirmación de la humanidad de Jesús no se contradice con
su origen divino. Ignacio insiste en la unidad de Dios y de Cristo. El Hijo de Dios estaba
junto al Padre, proviene del Padre y ha aparecido en forma humana, sin dejar el Padre y ha
vuelto a Él en la unidad. Por eso, Dios invisible se nos ha hecho visible en Jesucristo.
Pol «III. 1. No te engañen los que aparentan ser dignos de crédito, pero enseñan doctrinas
contrarias. Mantente firme como un yunque golpeado. Lo propio de un gran atleta es dejarse
la piel y vencer. Con más razón es necesario que todo lo soportemos por Dios para que Él nos
soporte también. 2. Sé más diligente de lo que eres. Observa los tiempos. Aguarda al que está
por encima de toda contingencia, al Intemporal, al Invisible, al que se hizo visible por

3
TREVIJANO ETCHEVERRÍA, Ramón, Patrología, BAC Sapientia Fidei 5, Madrid 1994, 35.
4
Cf. AYÁN, Padres Apostólicos, p. 258.

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nosotros, al Impalpable, al Impasible, al que se hizo pasible por nosotros, al que por nosotros
soportó de todas las maneras»5.
Smyr. «I. 1. Glorifico a Jesucristo, Dios, que os ha concedido tal sabiduría. Pues he sabido
que habéis alcanzado la perfección en la fe inconmovible de manera que estáis clavados en la
carne y en el espíritu a la cruz del Señor Jesucristo, sólidamente establecidos en el amor por
la sangre de Cristo y repletos de certeza en nuestro Señor, que es verdaderamente de la
estirpe de David según la carne, hijo de Dios por la voluntad y el poder de Dios, nacido
verdaderamente de una virgen, bautizado por Juan para que toda justicia fuese cumplida por
Él, 2. crucificado verdaderamente en la carne por nosotros bajo el poder de Poncio Pilato y
del tetrarca Herodes –nosotros existimos gracias a su fruto, gracias a su bienaventurada
pasión– para levantar un signo por los siglos mediante su resurrección para sus santos y
fieles, ya sean judíos, ya sean paganos, en el único cuerpo de su Iglesia»6.
Ignacio pone así de manifiesto tres cuestiones cristológicas del credo que para él son
fundamentales:
 La unidad de Cristo y del Padre.
 La realidad de los acontecimientos históricos de la vida de Jesús. Eph. «XVIII. 1. Mi
espíritu es basura de la cruz, que es escándalo para los incrédulos, pero para nosotros
es salvación y vida eterna. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el amigo de disputas?
¿Dónde la jactancia de los llamados inteligentes? 2. Pues según el designio
(οἰκονημίαν) de Dios, por María fue concebido Jesús, el Cristo, nuestro Dios, del
linaje de David y del Espíritu Santo, el cual nació y fue bautizado para que por su
pasión fuese purificada el agua con su pasión»7.
 Y la divinidad de Jesucristo.

 Su interpretación eclesial y litúrgica


La unidad del organismo visible de la Iglesia se manifiesta en el «episcopado, el presbiterado
y el diaconado».
Smyr «VIII. 1. Seguid todos al obispo, como Jesucristo al Padre, y al presbiterio como a los
apóstoles. Respetad a los diáconos como al mandamiento de Dios. Nada de lo que atañe a la
Iglesia lo hagáis sin el obispo. Sólo ha de considerarse válida aquella Eucaristía que esté
presidida por el obispo o por aquél en quien el mismo delegue. 2. Donde aparezca el obispo,
esté allí la comunidad, así como donde esté Jesucristo, allí está la Iglesia católica. No es lícito
bautizar ni celebrar la Eucaristía sin el obispo. Sin embargo, lo que éste apruebe, es agradable
a Dios para que todo lo que hagáis sea sólido y válido»8.
«La multitud (πλῆθος) puede subir al grado de ἐχχλεσία sólo en unión con el obispo. La
calificación χαθολιχὴ ἐχχλεσία aparece aquí por primera vez en la literatura cristiana. Ha sido
interpretada en sentido espacial, como «universal», por la contraposición que traza el texto
entre la iglesia del obispo (la particular) y la Iglesia de Cristo (la universal). Sin embargo hay
razones para pensar que se trata de la plena realización escatológica a la que la Iglesia debe
tender.
5
Ibíd., 284.
6
Ibíd., 275.
7
Ibíd., 245.
8
Ibíd., 278-279.

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Desde la concepción de la Iglesia como una realidad espiritual con Dios o Cristo como obispo
invisible, llega Ignacio a la justificación del episcopado monárquico, al colocar al obispo como cabeza
de la Iglesia visible haciendo las veces de Dios o de Cristo. En la cúspide está el obispo, representante
de Dios, cuya autoridad deriva de la misión de los apóstoles; pero que es sobre todo imagen del Dios
invisible (τύπος Θεοῦ). Es un episcopado monárquico quien preside las comunidades. Pero vemos al
obispo rodeado de sus presbíteros y diáconos. El obispo preside como representante de Dios o de
Jesucristo, los presbíteros forman el senado apostólico, y los diáconos se hacen cargo de los servicios
de Cristo (Magn 6,1; Tral 2,1-3,2)»9

 La eucaristía
«La unidad de los cristianos entre sí y con Cristo encuentra su expresión, al mismo tiempo que su
alimento, en la εὺχαριστία, sacramento de la unidad. Es la conmemoración litúrgica de la Cena del
Señor. Esta comida es un sacrificio, que reúne a los fieles alrededor del obispo con el presbiterio y
los diáconos (Philad 4) como alrededor de un solo altar, símbolo visible de la única Iglesia,
agrupada alrededor del único Cristo, hijo del Padre único (Magn 7,2). La Eucaristía une entre sí a
los cristianos, porque une a los fieles a la carne y a la sangre del Señor. Es antídoto contra la
muerte (Eph 20,2), que comunica al cristiano la vida de Cristo. Ignacio coincide con la tradición
joánica en el estrecho acoplamiento de la cristología a la eucaristía. Se ha nutrido del mismo
trasfondo espiritual»10.

a.4. Su mística de la imitación o de la unión con Cristo


El seguimiento ha sido la categoría que los evangelios privilegiaron para referirse al
discipulado cristiano. Estos relatan que grandes multitudes seguían a Jesús, le escuchaban y
se beneficiaban de los signos obrados por Él (cf. Mt 4, 23-25) pero, además, refieren que un
grupo de varones y mujeres le seguía más establemente, acompañándolo desde Galilea hasta
Jerusalén (cf. Mc 10, 32; 15, 41). Muchos de estos habían sido invitados personalmente por
Él a ser sus discípulos mediante las palabras: «Sígueme» (Lc 5, 27) o «Síganme» (Mt 4, 19).
En efecto, ser discípulo de Jesús significaba seguirlo y esto comprometía toda la vida del
discípulo: implicaba cargar con la cruz y seguirlo (cf. Lc 14, 27), reorientaba los vínculos
familiares (cf. Lc 9, 59) y era la única manera de caminar en la luz de la vida (cf. Jn 8, 12).
Ahora bien, otros escritos del Nuevo Testamento, especialmente las cartas, aún sin abandonar
del todo la categoría de seguimiento (los cristianos son aquellos que «siguen el Camino» Hch
9, 2; «Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas» 1 Pe 2, 21)
comenzaron a acuñar el término «imitación» para explicar la dinámica del discipulado. Por
ejemplo, San Pablo exhorta a los cristianos a ser imitadores suyos (Flp 3, 17), como él lo es
de Cristo (cf. 1 Co 11, 11), puesto que, para el Apóstol, «el seguimiento queda limitado a la
relación con el Jesús terreno, mientras que la “imitación” se conecta con el “Señor”»11.
En continuidad con el pensamiento paulino, Ignacio de Antioquía también se refiere al
discipulado cristiano como una imitación de Cristo (y de Dios). Si embargo, en él, esta
imitación adquiere un nivel de identificación y de unión mística con Cristo que no estaban tan
explícitamente formulados en las Cartas de Pablo.
 La Imitación (mimesis) en las cartas de san Ignacio de Antioquía

9
TREVIJANO, p. 38.
10
Ídem.
11
RIVAS REBAQUE, Fernando, “El proceso pedagógico de la imitación (μιμησισ) en Ignacio de Antioquía”,
Estudios Eclesiásticos 80, nº 312 (2005), p. 25.

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Veamos cómo aparece la palabra imitación (o sus derivados) en las cartas de san Ignacio.
«Como sois imitadores de Dios después de haber sido reanimados en la sangre de Dios,
habéis acabado con perfección la obra propia de vosotros» (A los efesios I, 1).
«Orad sin interrupción por los demás hombres [...]ante su violencia, vosotros sed
pacíficos, sin aspirar a imitarlos. [...] Con benignidad mostrémonos sus hermanos y
esforcémonos por ser imitadores del Señor [...] para que entre vosotros no se halle
ninguna hierba del diablo, sino que, carnal y espiritualmente, permanezcáis en
Jesucristo con toda pureza y prudencia» (A los efesios X, 1-3).
«Por tanto, no seamos insensibles a su bondad [de Dios]. Pues si Él nos imitase en
nuestro obrar, ya no existiríamos» (A los magnesios, X, 1).
«Así pues, al recibir por medio suyo la benevolencia conforme a Dios, he dado gloria [a
Dios] al descubrir, tal como sabía, que sois imitadores de Dios» (A los tralianos, I, 2).
«No entreguéis al mundo al que quiere ser de Dios [...] Cuando eso suceda, seré
hombre. Permitidme ser imitador de la pasión de mi Dios» (A los romanos VI, 2-3).
«No hagáis nada sin el obispo, guardad vuestra carne como templo de Dios, amad la
unidad, huid de las divisiones, sed imitadores de Jesucristo como también Él lo es de su
Padre» (A los filadelfios, VII, 2).
«Os escribo por medio de Burro al cual habéis enviado [...] Él me alivia en todo. Ojalá
todos le imitasen pues es ejemplar en el servicio de Dios» (A los esmirniotas, XII, 1).

En estos textos, Ignacio nunca exhorta a los cristianos a la imitación de sí mismo–a diferencia
de san Pablo– sino que los «modelos» a imitar son tres: Dios, Jesucristo y algún miembro de
la comunidad cristiana. La benevolencia de Dios, la obediencia de Jesucristo en su entrega
por nosotros y el servicio de los líderes de la comunidad son los valores que ejemplifican los
ámbitos de la imitación12. Sin embargo, es la imitación de Jesucristo la que constituye el
núcleo de la vida cristiana pues los líderes de la comunidad son modelos en tanto imitan a
Jesucristo y entonces, como Jesucristo vive en referencia al Padre, los cristianos deben vivir
referidos a Jesucristo por su imitación.
¿Cuál es la motivación de la imitación de Jesucristo? Por un lado, hay una motivación
teológica: Dios vive en la unidad (cf. A Policarpo, VIII, 1; A los esmirniotas, XII, 2; A los
filadelfios, VIII, 1; IX, 1) y todas las cosas deben conformarse a esta unidad (cf. A los efesios
V, 1), y el modo mediante el cual realizamos la concordancia y la armonía con el modelo es
la imitación. Por otro lado, existe una motivación antropológica: el deseo de unión con
Jesucristo pues «Jésus-Christ est pour Ignace la référence essentielle, motif, source, but»13.
En la enseñanza de Ignacio de Antioquía, el cristiano tiene dos caminos –no excluyentes–
para vivir esta imitación de Cristo: el martirio y la obediencia en la comunión eclesial.

12
Cf. ibid., 34.
13
«Jesucristo es, para Ignacio, la referencia esencial, la motivación, la fuente y la meta». LEBEUR, Étienne,
“Imitation de Christ / II. Tradition spirituelle”, en Dictionnaire de Spiritualité, T. VII, 2e (Paris : Beauchesne,
1971), col 1564.

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 La imitación de Cristo por el martirio
Ignacio, afirma de sí mismo que solamente será un verdadero discípulo cuando experimente
el martirio: «luchar en Roma con las fieras para, al lograrlo, poder ser discípulo» (A los
efesios I, 2); «Cuando el mundo no vea mi cuerpo, entonces seré en verdad discípulo» (A los
romanos IV, 2). En el pensamiento de Ignacio, el mártir es el discípulo perfecto porque sigue
al Maestro hasta el final, hasta la muerte. Sin embargo, no es la reproducción de los
sufrimientos físicos lo que hace al discípulo ser imitador del Maestro, sino la posibilidad que
le da el martirio de encontrar o «alcanzar a Dios» (cf. A Policarpo, VII,1) o de ser
«encontrados en Jesucristo para la vida verdadera» (A los efesios, XI, 1); en otras palabras, el
mártir no busca la muerte en sí misma sino nacer a la vida a través de la unión carnal y
espiritual con la muerte y resurrección de Cristo, alcanzar a Cristo o ser alcanzado por Él es
el objetivo, la meta de la vida y de la muerte del cristiano14.
El martirio es la instancia suprema mediante la cual el discípulo se configura con la vida y la
persona de Jesucristo en su dimensión más íntima: su entrega obediencial al proyecto de
salvación del Padre. La entrega de Jesús muestra el realismo de su humanidad –Él es un Dios
que padece (cf. A los romanos, VI, 3)– y concede al cristiano que padece con Él alcanzar la
deseada unión con Él. En efecto, en la Carta a los romanos, aunque Ignacio no ahorra
realismos descriptivos de su deseado martirio, no encontramos ningún vestigio de
morbosidad sino un intenso anhelo amoroso de unión con Cristo, como lo reflejan estas
palabras: «Permitidme ser imitador de la pasión de mi Dios. Si alguno lo tiene en sí,
comprenda lo que deseo y compadézcase de mí al saber lo que me urge» (cf. ídem).
 La imitación de Cristo por la comunión obediencial en la Iglesia
La imitación de Jesucristo también se realiza al vivir la unión en la comunidad a través de la
unión obediencial con obispo. Así como Jesucristo es imitador de Padre, los cristianos deben
ser imitadores de Jesucristo (cf. A los filadelfios, VII, 2) viviendo unidos en la fe y el amor
(cf. A los efesios, XIV, 1-2). La unidad de cada Iglesia en torno al obispo (y a su presbiterio)
es un reflejo de la unidad de Dios pues como Jesucristo vive unido al Padre, la comunidad
debe vivir unida al obispo. «Someteos al obispo y también los unos a los otros, como
Jesucristo al Padre, según la carne, y los Apóstoles a Cristo, al Padre y al Espíritu, para que la
unidad sea carnal y espiritual» (A los magnesios, XIII, 2).
La unidad de la Iglesia se refleja y se alimenta privilegiadamente en la Eucaristía: «Esforzaos
por frecuentar una sola Eucaristía, pues una es la carne de nuestro Señor Jesucristo y uno el
cáliz para unirnos a su sangre, uno es el altar como uno es el obispo junto con el presbiterio y
los diáconos» (A los filadelfios, IV, 1).
a.5. Conclusión
La unión con Dios a través de Jesucristo o la unión con Jesucristo mismo es el anhelo que
Ignacio de Antioquía expresa en todas sus cartas. Él vive el martirio como el medio
privilegiado para esta unión por que identifica plenamente al discípulo con el Maestro. La
imitación de Cristo se vuelve, así, un camino místico pues, al ser Cristo el modelo de la unión
de lo divino y lo humano, el cristiano, imitándole, se une a Él y, en Él, en Dios.

14
«“atteindre le Christ” ou “Être trouvé dans le Christ” […], tel est le but de la vie et de la mort du chrétien».
CAMELOT, “S. Ignace d`Antioche”, col. 1263.

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La mística de la imitación de Cristo es una mística personal que involucra la vida ética del
discípulo puesto que, aunque la donación de sí se muestre más plenamente en el martirio,
durante toda su vida el discípulo puede ejercer esta donación de sí en favor de los demás en el
testimonio evangélico y en el servicio y amor comunitarios.
La mística de la imitación de Cristo es una mística eclesial porque es la comunidad quien
primeramente refleja, con su unión en la fe y el amor, la unión de lo divino y humano en
Cristo y la unión de Jesucristo al Padre.
La mística de la imitación de Cristo es una mística sacramental –especialmente eucarística–
porque, tanto el mártir como la comunidad eclesial, en el ágape y en el don de sí, se
identifican con el Cuerpo de Cristo ofrecido.
Con Ignacio de Antioquía, la categoría imitación de Cristo se afianza como modo de concebir
y explicar el discipulado cristiano. A partir de él, esta categoría ha sido una de las más
preciadas para comprender, alimentar y acompañar el proceso espiritual de la tradición
cristiana a lo largo de los siglos.

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