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PRESENTACIÓN
OBJETIVOS
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Desarrollo humano en el ciclo vital y el medio social
ADULTEZ
DESARROLLO DESARROLLO
BIOFÍSICO Y DE LOS COGNITIVO
SISTEMAS ORGÁNICOS
1. INTRODUCCIÓN
Todos poseemos una teoría implícita acerca de lo que es un adulto y sobre lo que implica
serlo, pero esto no evita ciertos conflictos y contradicciones en la aplicación práctica del con-
cepto. Por ejemplo, ¿dónde ubicaríamos a un chico de 13 años que por circunstancias familia-
res como el fallecimiento de su madre, los escasos recursos económicos o la desestructuración
familiar, se ocupa de cuidar de su hermano pequeño de 5 años, hacer la compra y otras muchas
de las tareas de la casa además de acudir al colegio diariamente? Por su edad cronológica, su
estatus legal o su condición biofísica está claro que el protagonista de nuestra historia no se
ubicaría en la adultez. Sin embargo, no podríamos dejar de reconocer que los roles psicoso-
ciales que desempeña son de adulto, al menos en lo que respecta al contexto familiar, y juz-
garíamos esta parcela de su conducta como “madura” y “responsable”.
La categorización de una persona dentro de un periodo particular de la vida, como vemos,
en ocasiones es compleja. No obstante, en la investigación de la adultez, al igual que en otros
periodos del desarrollo, habitualmente se toma la edad cronológica como criterio preferente
de selección de los sujetos para la muestra. Esto ocurre porque la edad funciona como variable
aglutinadora de los procesos que afectan colectivamente a nuestro desarrollo a medida que
transcurre el tiempo (Dosil, 2012).
Con relación a la edad cronológica, conviene aclarar que el desarrollo de una persona viene
en gran medida determinado por las circunstancias propias de la época particular en la que le
ha tocado vivir y desarrollarse (es decir, cohorte generacional).
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El hecho de que la variable edad cronológica aglutine todas aquellas influencias a las que
estamos expuestos los seres humanos, especialmente cuando compartimos un mismo espacio
sociocultural, está en la base de que los límites cronológicos de los periodos de la vida man-
tengan una estrecha relación con los otros tipos de edades (es decir, biofísica, psicosocial y
social). Así, se puede establecer como límite inferior de la adultez la finalización de la puber-
tad-adolescencia.
En nuestro país, los marcadores psicosociales o tareas evolutivas que determinarían la en-
trada en la edad adulta son el inicio de un trabajo remunerado, de emancipación fuera del
hogar familiar, de matrimonio y maternidad. Sin embargo, la concreción de la adultez por
edad cronológica en las sociedades tecnológicamente desarrolladas se complica a medida que
queremos ser más precisos en el perfil sociodemográfico de las personas y observamos que
la edad media de inicio de la actividad profesional, de emancipación, de matrimonio o gene-
ración de descendencia varía considerablemente según sea, por ejemplo, el nivel de estudios
o género de las personas. Como consecuencia de ello, los efectos sobre el desarrollo de los
factores asociados al desempeño de estos roles sociales mantendrán relaciones más débiles
con la variable edad cronológica que en periodos previos del desarrollo.
En cuanto al límite superior, de nuevo solemos recurrir a un evento psicosocial y regulado
legalmente (es decir, el cese de la actividad profesional o jubilación) como el momento en que
la adultez finaliza y comienza la vejez. No obstante, de nuevo debemos advertir que en socie-
dades complejas como la nuestra, las relaciones entre la edad cronológica y los eventos psi-
cosociales tienden a debilitarse, siendo posible encontrar a un número muy significativo de
personas que, por ejemplo, se han jubilado anticipadamente a los 50 años, o incluso antes, en
lugar de hacerlo a los 65 años.
Recurriendo a signos principalmente psicosociales y biofísicos, las sociedades van estable-
ciendo edades cronológicas prototípicas en las que los individuos transicionan a la adultez, si
bien la edad cronológica, por sí misma, no es fiable para determinar si un que denominamos
adultez. Es aconsejable, además, reparar en el hecho de que las edades prototípicas y la asun-
ción de tareas prototípicas que “separan” los periodos de la vida se van revisando con el
tiempo y difieren también entre culturas (Belsky, 2005).
En cuanto a la edad subjetiva, existe una tendencia general en las personas a retrasar los
límites cronológicos que separan los periodos de la vida a medida que nos hacemos mayores
por lo que preguntarle a las personas tampoco es un índice fiable del momento de inicio o fi-
nalización de la adultez (Lachman y Bertrand, 2001). De tal modo que para un niño de 9 años
la referencia de lo que es un adulto puede ser ya un joven de 18 años, pero cuando cumple
los 18 posiblemente la habrá pospuesto hasta los 25 y cuando cumpla 20 considerará que
hasta los 30 o 35 no se es adulto.
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Las dificultades para delimitar un único concepto de adultez han llevado a los investiga-
dores a hacer distinciones entre dos subperiodos, además del que se corresponde con la vejez:
• Periodo de entrada o de emergencia de la adultez (Arnett, 2004), denominado habitual-
mente juventud o adultez temprana. Se sitúa entre los 18-25 años aproximadamente
y que se corresponde con la conquista de la autonomía y la asunción progresiva de los
roles laborales (en torno al 70% de los jóvenes españoles estudia hasta los 18 años,
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mientras que entre los 25-29 años, un 65 % aproximadamente ya trabaja; e incluso con
el establecimiento de relaciones sociales íntimas, si bien este coexiste con un interés
por el mantenimiento de la independencia y una demora en la asunción de compromisos
y responsabilidades relacionados especialmente con el matrimonio y la maternidad/pa-
ternidad.
• Periodo de la adultez media. Se sitúa entre los 25-65 años aproximadamente y que se
corresponde con el periodo en el que se asumen los roles prototípicos del adulto (es
decir, laborales, matrimonio, descendencia) y el nivel de compromiso familiar y social
es mayor.
• Periodo de la adultez, denominado adultez tardía o vejez. El sujeto, pudiendo man-
tener el nivel de compromiso familiar y social, hace menos directas las responsabilidades
laborales, familiares y sociales.
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de los 40-50 años el panorama cambia considerablemente ya que, para enfermedades cardio-
vasculares como el infarto, especialmente en hombres, o el cáncer, esta edad marca el punto
de entrada dentro de la población de riesgo.
La entrada en la adultez media, alrededor de los 30 años, coincide con las primeras evi-
dencias de envejecimiento biológico, que se acentúan en la vejez y son características de ella.
Los procesos biológicos que provocan estos cambios se corresponden con los procesos epi-
genéticos responsables del desarrollo mismo y se derivan de la condición del organismo como
sistema abierto, sometido a dinámicas continuas de intercambio y transacciones con el medio.
Los cambios biológicos en el envejecimiento biológico nor mativo son el resultado, pues, de
la experiencia acumulada de interacciones entre, por una parte, el organismo biológico con
sus propiedades y potencialidades genéticas y fisiológicas, y por otra, el ambiente físico y cul-
tural en el que se desarrolla el individuo. En la Unidad de Aprendizaje 5 dedicada a la vejez,
tendremos oportunidad de conocer algunas de las múltiples teorías genéticas y no-genéticas
que tratan de dar cuenta del envejecimiento biológico.
Los cambios en la apariencia se van haciendo más evidentes, con la aparición de arrugas
como consecuencia del descenso y pérdida de propiedades del colágeno y elastina, sustancias
que forman parte del entramado conjuntivo intercelular. También el cabello, además de ha-
cerse menos denso, suele aumentar su rigidez y perder color por alteraciones de los pigmentos
procedentes de los melanocitos y proteínas queratinosas. Se produce un aumento del tejido
adiposo o grasas que tienden a acumularse en lugares concretos, caso del abdomen, caderas y
papada. El tamaño de los músculos suele disminuir por la pérdida de fibras musculares, coin-
cidiendo con el descenso de la actividad física y provocando un acortamiento de la estatura
máxima alcanzada de entre 2 y 4 cm al inicio de la vejez, y una disminución progresiva de la
coordinación del movimiento y las sensaciones (Dosil, 2012).
Los sistemas orgánicos (p. ej., sensoriales, respiratorio, digestivo, circulatorio, reproduc-
tivo-excretor, inmunológico) están en su plenitud funcional en torno a los 20 años de edad,
lo que reduce la incidencia de enfermedades tan comunes como el resfriado o el asma (aun
cuando se hayan padecido en la infancia) o tan graves como el cáncer y las enfermedades co-
ronarias. Dos son las principales razones que explican este fenómeno: por un lado, el funcio-
namiento óptimo de los procesos que asisten la homeostasis en las funciones orgánicas,
haciendo posible la recuperación eficiente del equilibrio ante perturbaciones que se producen
en la interacción e intercambio de sustancias con el medio (p. ej., nutrientes, toxinas); y por
otro, una mayor capacidad de reserva en los órganos que les permite sobreponerse en mejores
condiciones, tanto estructural como funcionalmente, a las reacciones ante influencias adversas
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internas y externas (p. ej., estrés, expresiones inadecuadas de genes). Como consecuencia de
esta óptima autorregulación orgánica, los adultos tempranos acuden poco a la consulta médica
y habitualmente perciben su salud como muy buena, ocupando un lugar muy secundario entre
sus preocupaciones prioritarias.
El desarrollo estructural y funcional de los sistemas músculo-esquelético, cardiovascular y
respiratorio permiten alcanzar la plenitud de fuerza y resistencia física, desplegando la mayor
capacidad de gasto cardiaco (es decir, cantidad de sangre bombeada en cada contracción) y
respiratoria (es decir, cantidad de aire inhalado en cada inspiración). En cuanto a la función
sexual-reproductiva, los jóvenes presentan una respuesta sexual más vigorosa (p. ej., mayores
niveles de tumefacción o dureza en los órganos sexuales como pene, clítoris o pezones; rubor
sexual en mejillas y genitales más intenso; mejor lubricación en los órganos sexuales), una
respuesta sexual inicial más rápida y mayores probabilidades de alcanzar el orgasmo y de fe-
cundación. Según datos del Instituto Nacional de la Juventud (INJUVE) de 2004, a los 20
años más del 80 por 100 ya han mantenido relaciones sexuales plenas, iniciándose más de un
40 por 100 de ellos entre los 15-19 años y un 37 por 100 entre los 18-20 años (INJUVE,
2006). Los jóvenes españoles consideran mayoritariamente la sexualidad como una parte muy
importante de su vida (en torno a un 90%), valoración que correlaciona positivamente con
haber tenido alguna experiencia sexual completa (INJUVE, 2008).
En lo referido a las conductas y prácticas sexuales de los jóvenes de nuestro país, más de
un 50 por 100 los jóvenes mayores de 20 años, especialmente mujeres, declaran mantener re-
laciones sexuales semanalmente, siendo el preservativo el método anticonceptivo usado ini-
cialmente (para más información sobre la conducta y prácticas sexuales en los jóvenes
españoles, véase Faílde, Lameiras y Bimbela, 2008). Asimismo, los jóvenes en nuestro con-
texto, aunque pueden cambiar de pareja, son mayoritariamente heterosexuales y monógamos,
esto último implica una asociación clara entre sexo y compromiso fuertemente consolidada
(Ochaíta y Espinosa, 2003). Conviene, no obstante, dejar constancia que variables como las
sociodemográficas (p. ej., edad, género, nivel educativo) y culturales (especialmente en pobla-
ción inmigrante; véase Serrano Fuster, 2007) modulan los datos descriptivos relativos a las
prácticas, conductas y salud sexuales.
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tablecidas con la edad. Así, es muy probable que los cambios en usos culturales del sonido
ocurridos en las últimas décadas (p. ej., en vehículos, uso de auriculares) determinen un im-
portante incremento de trastornos auditivos en la generación de jóvenes actuales, incluso
antes de que alcancen la vejez.
El aparato excretor tiene, entre otras, la responsabilidad filtrar y depurar el caudal sanguí-
neo. Con el tiempo se vuelve menos eficiente afectando, por ejemplo, a la farmacocinesis o
metabolismo de los medicamentos. Los esfínteres pierden su potencial de retención siendo
más frecuentes las pérdidas de orina y de modo más precoz en mujeres que han sido madres.
El sistema cardiovascular va presentando niveles de gasto cardiaco más reducidos, se pierde
flexibilidad en las válvulas arteriales del corazón por calcificación y también en las arterias, en
las que además se producen adherencias de placas ateroescleróticas conformadas por grasas.
Estos cambios afectan en menor medida a las mujeres premenopáusicas por el efecto pro-
tector de ejercen los estrógenos.
En el SNC se producen cambios a nivel macroscópico y microscópico. Entre los cambios
macroscópicos más destacables están:
• La pérdida de peso y volumen del cerebro que se estima en un 2 por 100 por década
de media a partir de los 50 años.
• El consiguiente aumento del volumen de los ventrículos que regulan el flujo del líquido
céfalo-raquídeo.
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efecto semejante en monos rhesus pero mucho menor en monos tití y ninguna en ratones.
Algunos hallazgos esperanzadores son relativos a la posibilidad de que exista regeneración
de células nerviosas también en la vejez a partir de la diferenciación de astrocitos (Doetsch,
Caille, Lim, García-Verdugo y Álvarez-Buylla, 1999) o la compensación de la pérdida neuronal
a partir de la proliferación de dendritas (Buell y Coleman, 1979).
4. DESARROLLO COGNITIVO
Desde la psicología se han planteado multitud de perspectivas teóricas que tratan de des-
cribir y explicar cómo cambia esta compleja habilidad a lo largo del ciclo vital, particularmente
en la adultez. Entre ellas, destacan las propuestas estructuralistas de la corriente piagetiana,
las propuestas interaccionistas de corte vygotskyano, las aproximaciones psicométricas, las
contribuciones de la perspectiva del procesamiento de la información (PPI) y las aportaciones
relativas a la orientación práctica y sabia de esta habilidad (Dosil, 2012).
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Desde la PPI se postula que los cambios producidos en el ámbito biológico al finalizar la
adultez temprana producen desajustes progresivamente más evidentes en el funcionamiento
del software ejecutado en la memoria de trabajo u operativa. El más evidente y generalizado
tiene que ver con el descenso de la velocidad de procesamiento (Birren, 1956).
Salthouse (1996) propone que el descenso en la velocidad de procesamiento explica gran
parte del descenso relacionado con la edad en el rendimiento cognitivo. El origen de estas di-
ferencias estaría en que el enlentecimiento produce desajustes en la sincronización al acceso,
selección e interpretación de la de información y en la disponibilidad a los productos de las
operaciones cognitivas. El enlentecimiento básico de la velocidad de procesamiento se refleja
en una mayor lentitud y una mayor propensión al error-confusión; en resumen, una menor
eficiencia en el procesamiento.
Una hipótesis alternativa para la explicación del descenso en el rendimiento cognitivo es
la propuesta por Hasher y Zacks (1988) que defienden que a medida que nos hacemos ma-
yores tenemos más problemas para evitar la influencia de información distractora y suprimirla
o inhibirla cuando entra dentro de la memoria operativa o alcanza el plano consciente de la
actividad mental voluntaria.
Por último, algunos autores defienden que la explicación sobre el deterioro cognitivo re-
lacionado con el aumento de la edad tiene que ver con el descenso de la capacidad o de re-
cursos para coordinar las tareas que simultáneamente se deben ejecutar en la memoria
operativa. Habitualmente, la memoria inmediata (es decir, capacidad de almacenamiento y re-
cuperación inmediata de la información) se mantiene estable hasta edades avanzadas; donde
se observan diferencias es en la capacidad puesta en juego ante tareas que, además de exigir
almacenar temporalmente información, imponen la manipulación o realización de operaciones
con esa información.
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El concepto de inteligencia práctica propuesto por Sternberg (1990) presenta elevadas si-
militudes con la descripción del pensamiento posformal. Este tipo de inteligencia se distingue
de los otros dos tipos de habilidades intelectuales –la analítica (semejante a la idea de inteli-
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5. DESARROLLO DE LA PERSONALIDAD
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que el patrón inicial de apego puede, por ejemplo, condicionar el tipo de relación sentimental
que se establece en la adultez (Hazan y Shaver, 1987).
Las vinculaciones de apego se prolongan durante toda la vida activándose el sistema de
búsqueda y reducción de la ansiedad (es decir, modelo de trabajo) en situaciones amenazantes
o de separación. Obviamente, los modelos de trabajo se modifican sustancialmente a lo largo
de la vida, especialmente en lo referido a (López, 2003): el tipo de personas a las que nos vin-
culamos emocionalmente (p. ej., padres, hermanos, abuelos en la infancia-niñez frente a es-
poso/a, hijos/as, hermanos o cuidadores en la adultez y vejez); el tipo de estrategias empleadas
para mantener la proximidad-apoyo y valorar-afrontar las separaciones; la valoración de las
situaciones que activan el sistema (es decir, poco familiares, amenazantes o estresantes). Las
respuestas de los adultos ante la ansiedad que produce la separación se sustenta en el amplio
repertorio de posibilidades físicas y cognitivas para buscar y sentir proximidad a la figura de
apego y autogenerar seguridad-confianza. A diferencia de los niños, los adultos frecuente-
mente recurren a la representación simbólica para satisfacer esta necesidad (p. ej., rememo-
rando escenas de cercanía a las figuras de apego o recreando mentalmente la proximidad física
a través de una conversación telefónica).
El apego y el temperamento son disposiciones por las que se han interesado los investiga-
dores de la personalidad adulta pero mucho mayores han sido los esfuerzos realizados por
conocer los rasgos básicos que pudieran definir esa personalidad. ¿Varían los rasgos de per-
sonalidad en las personas a lo largo de la adultez? Costa y McCrae (1988) encontraron que
los rasgos de personalidad se fraguaban a los 30 años, manteniéndose básicamente estables
después de esta edad e independientemente del género. Hasta los 30 años y en menor medida
hasta los 50, los sujetos presentan una evolución hacia una mayor estabilidad emocional,
mayor independencia social, mayor convencionalismo, mayor orientación prosocial y más di-
rigidos hacia objetivos. Estudios realizados posteriormente sugieren que la estabilidad de los
rasgos de personalidad puede generalizarse a diversos contextos culturales (McCrae, 2002).
Evidencias obtenidas desde la aproximación de los “cinco grandes” y con muestras que incluían
a sujetos desde los 10 años (Caspi, Roberts y Shiner, 2005) permiten concluir que: buena parte
de los cambios obser vados en los rasgos de personalidad de los sujetos de diferentes genera-
ciones ocurren en la adultez temprana, no en la adolescencia tal y como se podría suponer, y
la estabilidad de los rasgos se incrementa a medida que aumenta la edad; tras la adultez tem-
prana, los rasgos de personalidad también pueden cambiar moderadamente en determinados
perfiles de personalidad o cuando el contexto emocional y social de la persona cambia radi-
calmente.
Aunque la mayoría de propuestas teóricas que analizan los cambios en rasgos y dis-
posiciones consideran que la personalidad es relativamente estable en la adultez, existen otras
aproximaciones que sugieren la existencia de variaciones (Dosil, 2012).
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Gran parte de las teorías del desarrollo de la personalidad hacen hincapié en la importancia
que tienen las actividades normativas en la transformación de la personalidad adulta. Entre
ellas, destaca la propuesta de Erikson (1985) de 8 edades del hombre, cada una referida a un
periodo de tiempo en el que el sujeto afronta la elaboración de aspectos centrales de su iden-
tidad condicionado por sus capacidades y recursos actuales, por las tareas psicosociales par-
ticulares que la sociedad y cultura le inducen a asumir, y, aunque no de manera determinante,
por las precedentes elaboraciones de las crisis.
Dos de estas crisis se corresponden con el periodo adulto (más una tercera, propia de la
vejez), describiéndose en términos de los resultados extremos a los que pueden dar lugar: in-
timidad frente a aislamiento (aproximadamente, entre las décadas de los 20-30 años) y gene-
ratividad frente a estancamiento (aproximadamente, entre las décadas de los 40-50 años). La
primera está marcada por el proceso de emancipación familiar, desvinculación de las figuras
de apego familiares y el establecimiento de relaciones sociales íntimas que las reemplazan. La
conformidad con el grupo pierde la relevancia adquirida en la adolescencia, siendo suplantada
esa motivación por la de establecer relaciones de intimidad entendidas como fusión de dos
identidades. Es, por lo tanto, preceptivo para Erikson disponer de una identidad propia defi-
nida y de una capacidad para mostrarla a terceras personas con honestidad y sinceridad, y de
ser amado y aceptado tal y como uno o una es. De no ser así, el individuo desarrolla una iden-
tidad que lo conduce al aislamiento, al establecimiento de relaciones superficiales o a la evi-
tación de situaciones de intimidad que puedan ponerlo en situación de tener que mostrarse
tal y como es.
La construcción de espacios y relaciones de intimidad propician la negociación de la si-
guiente crisis, generatividad frente a estancamiento. Una vez construido el «nosotros», enten-
dido como fusión de identidades que se hacen una, se inician planes propositivos compartidos
dirigidos a dar sentido a la vida y contribuir con sus acciones al bien de la comunidad. La
toma de conciencia de que el “nosotros” va más allá de la pareja, descendencia y generación,
combinado con el afán por contribuir al bien común, es lo que Erikson denomina generatividad
y constituye la fuerza motivacional central de esta etapa. La resolución inadecuada de esta
crisis impide la proyección más allá de uno mismo o de la pareja; los individuos se comportan
de un modo egoísta, preocupándose más por demandar que por hacer aportaciones a la co-
munidad y a las generaciones venideras, y rechazando o aceptando con desagrado las respon-
sabilidades asociadas a los roles adultos. Este perfil conductual se corresponde con bastante
precisión con lo descripción del síndrome de Peter Pan y que algunos autores consideran una
característica cada vez más presente en la generación de adultos actual de entre 30-40 años.
Con la misma finalidad que Erikson de describir la estructura que siguen los cambios que
ocurren en la personalidad de hombres y mujeres adultos, Levison y Levison (1996) proponen
su teoría sobre las estaciones o eras de la vida del hombre. Estos investigadores consideran
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Otras teorías de corte más psicoanalítico se ocupan de la parte inconsciente de estas mo-
tivaciones y preocupaciones. Una de las más trascendentes es la propuesta por Neugarten y
Gutmann (1964) que concluye que a medida que las personas se hacen mayores tienden a im-
plicarse menos en el mundo. Estos resultados llevaron a dos miembros del equipo, Elaine
Cumming y William Henry a proponer, en 1961, la teoría de la retirada, según la cual en la
madurez se produce un proceso natural de retirada que culmina en la vejez y lleva a las per-
sonas a distanciarse emocionalmente del mundo y de la sociedad. También concluyeron, que
con la edad, las diferencias de personalidad entre los sexos se difuminan, y las personas son
más andróginas o menos rígidamente masculinas o femeninas.
Tal y como se puede observar, los cambios en la personalidad del adulto propuestos por
las diferentes teorías centradas en el desarrollo de la identidad están estrechamente vinculados
a la asunción de roles y realización de tareas que el “reloj social” propone como preceptivas
con relación al periodo de la vida en la que se encuentran los individuos. La asunción de las
tareas que la sociedad propone, en conjunción con las potencialidades biológicas de los indi-
viduos, implican cambios en el comportamiento de los individuos porque modifican su acti-
vidad cualitativa y cuantitativamente afectando a lo qué hacen, cómo lo hacen, con quién se
relacionan, el tipo de relaciones que establecen y el tipo de resultados y recompensas que ob-
tienen, al tiempo que sus intereses, necesidades, motivaciones, deseos e intenciones se trans-
forman y van reorientando sus acciones futuras para lograr un mejor ajuste social a cada una
de esas situaciones vitales y a la imagen que poseen, desean o quieren proyectar de sí mismos.
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ACTIVIDADES
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EJERCICIOS DE AUTOEVALUACIÓN
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6. Señala cuál no es una actitud que implica el comportamiento sabio de cara a la interacción
personal:
a) Saber escuchar.
b) Comprender los problemas de los demás.
c) Aconsejar de manera eficaz para influir en el comportamiento ajeno.
d) Mostrar interés en los problemas propios y ajenos.
10. Las vinculaciones de apego se prolongan durante toda la vida pero los modelos de trabajo
se modifican sustancialmente, de las siguientes cuál no es cambiante:
a) El patrón del neonato que parece el precursor del patrón de apego adulto.
b) El tipo de personas a las que nos vinculamos emocionalmente.
c) El tipo de estrategias empleadas para mantener la proximidad-apoyo y valorar-afrontar
las separaciones.
d) La valoración de las situaciones.
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GLOSARIO
Adultez: periodo o etapa larga del ciclo vital cuyo inicio se asocia básicamente a condiciones
de plenitud física e independencia familiar y su finalización a declive biológico y finalización
de la vida laboral activa. Existen subperiodos que diferencian la entrada o transición a la
vida adulta de la asunción plena de roles propios de ella.
Capacidad de reserva: capacidad biológica o psicológica disponible en un organismo para con-
trarrestar y paliar los efectos nocivos de agentes patógenos o procesos patológicos en fun-
cionamiento biológico o psicológico, respectivamente.
Generatividad: concepto central en la descripción del cambio intrapsíquico asociado a la adultez
que hace referencia al papel central que ocupa la preocupación por las generaciones futuras
dentro de sus motivaciones vitales.
Homeostasis: procesos biológicos por medio de los cuales los organismos mantienen las con-
diciones bioquímicas idóneas para la vida celular, reconduciendo las perturbaciones que
provoca el intercambio energético con el medio.
Inteligencia cristalizada: aspecto de la inteligencia que se pone en juego básicamente cuando la
resolución del problema o tarea exige de conocimientos adquiridos a través de la expe-
riencia y aprendizajes académicos (también denominada “aspecto pragmático”).
Inteligencia fluida: aspecto de la inteligencia que se pone en juego básicamente cuando la reso-
lución del problema o tarea exige de habilidades poco permeables al entrenamiento y la
práctica, y más relacionados con disposiciones intelectuales tempranas más relacionadas
con la constitución biológica del individuo (también denominada «aspecto mecánico»).
Pensamiento posformal: cualidad del pensamiento adulto que sigue al estadio de operaciones for-
males descrito por Piaget.
Reloj social: hace referencia a la asociación que en el ámbito social existe entre ciertas tareas
sociales y la edad cronológica de los individuos. Esta asociación permite a los sujetos desa-
rrollar expectativas sobre lo que los demás y uno mismo hace/debe hacer en determinados
momentos de su vida.
Sabiduría: cualidad de la inteligencia propia de periodos avanzados del desarrollo que integra
los aspectos emocionales y cognitivos implicados en la situación problemática. Existen
numerosas propuestas teóricas que se ocupan de la sabiduría detectándose dos tipologías
básicas en el modo de entenderla: una más centrada en el conocimiento práctico y social,
y otra más centrada en los resultados de la reflexión metafísica.
Set like plaster (significa “fraguar”): con esta expresión los teóricos que defienden la estabilidad
de los rasgos de personalidad en la adultez describen la ausencia o levedad de los cambios
tras la entrada en ella (alrededor de los 30 años).
Tareas sociales/evento evolutivo: hacen referencia a acontecimientos que implican la asunción de
roles y realización de actividades específicas con capacidad para transformar la visión de
sí mismo y de la realidad.
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