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El colapso del régimen porfirista fue impulsado por diversos factores, dando lugar a múltiples crisis

que afectaron los ámbitos económico, social y cultural, con consecuencias significativas en el
panorama político. La avanzada edad del presidente Porfirio Díaz y la práctica generalizada de la
reelección en todos los niveles de gobierno contribuyeron al envejecimiento y estancamiento del
régimen.

La división entre "científicos" y reyistas persistió, evidenciando la falta de unidad política. En 1908,
Díaz anunció que no participaría en las elecciones, generando un debate político y agitando la
opinión pública. Sin embargo, esta declaración se percibió como una estrategia para asegurar la
vicepresidencia y allanar el camino para la sucesión.

En 1909, los "científicos" propusieron a Corral como candidato, mientras que los reyistas
respaldaron a Reyes, generando tensiones y movilizaciones en todo el país. A pesar de las
demandas comunes de respeto a la constitución y no reelección, las elecciones proclamaron la
victoria de Díaz y Corral.

La radicalización de las oposiciones, incluyendo reyistas, liberales y maderistas, llevó a la explosión


de la revolución en menos de seis meses y obligó a Díaz a abandonar la presidencia y el país en
1911, poniendo fin al porfiriato. Aunque Díaz logró cierto orden durante su gobierno, su falta de
cumplimiento de retos y programas marcó el final de esta etapa. A pesar de sus deficiencias, la era
porfirista fue crucial para la consolidación del Estado-nación y dejó un legado en instituciones
políticas, económicas, sociales y culturales del siglo XX en México.

Porfirio Díaz heredó una hacienda pública en crisis con considerables deudas internacionales y
nacionales, ingresos aduanales destinados a acreedores, impuestos estatales que no beneficiaban
a la federación, y resistencia de contribuyentes a nuevas cargas fiscales. Para estabilizar las
finanzas, los ministros de Hacienda como Matías Romero y José Yves Limantour implementaron
medidas como la reducción de gastos, administración cuidadosa de recursos, control de ingresos y
la creación de nuevos impuestos sin obstaculizar el comercio. Además, reestructuraron la deuda
con préstamos, ganando confianza de inversionistas y generando superávit a partir de 1894.

En términos económicos, Díaz y su sucesor, González, transformaron los sistemas productivos al


vincular a México con la economía internacional como exportador de productos agrícolas y
minerales, y fomentaron el desarrollo de la industria y el comercio interno. Se buscó multiplicar la
producción y estimular los vínculos comerciales mediante leyes como el código comercial y la
eliminación de alcabalas que obstaculizaban el intercambio.

La obtención de recursos, tanto gubernamentales como privados, fue un desafío inicial, pero una
vez alcanzado el superávit, se invirtió en obras públicas, comunicaciones y subsidios a la industria.
El exterior fue crucial en la primera etapa, atrayendo inversiones con concesiones y legislación
favorable. Se destacaron inversiones en ferrocarriles y puertos, con un aumento significativo de la
red ferroviaria de 5852 kilómetros en 1885 a 19,280 kilómetros en 1910. La inversión extranjera,
principalmente estadounidense e inglesa, y la adquisición de ferrocarriles nacionales
contribuyeron a la expansión y consolidación del sistema ferroviario.
Estas transformaciones estimularon el comercio exterior, con un notable aumento en las
exportaciones e importaciones, marcando una fase crucial en el desarrollo económico de México
durante el porfiriato.

Durante el porfiriato, el trazado ferroviario impulsado por compañías extranjeras tenía como
objetivo principal fomentar el comercio con Estados Unidos, pero también generó beneficios
notables para el comercio nacional al integrar zonas comunicadas y facilitar el intercambio a bajo
costo durante todo el año. Esto permitió la multiplicación de los intercambios y favoreció la
especialización de las regiones.

El aumento en el comercio fue acompañado por un notable crecimiento en la producción agrícola,


minera e industrial. En el sector agrícola, la exportación de productos como henequén, caucho y
café experimentó un desarrollo significativo, mientras que la producción de alimentos destinados
al consumo interno sufrió un retroceso. La minería de exportación, concentrada en estados como
Sonora, Chihuahua, Sinaloa y Durango, experimentó un auge gracias a la inversión extranjera,
diversificando la extracción hacia metales como cobre, zinc y plomo, además de incorporar la
explotación petrolera a principios del siglo XX.

La industria también experimentó transformaciones, con talleres artesanales siendo reemplazados


por industrias manufactureras, muchas de propiedad familiar, y posteriormente por industrias
modernas operadas por sociedades de empresarios.

Estas últimas utilizaban maquinaria más avanzada y tenían una mayor productividad. Aunque la
industria ligera orientada a bienes de consumo se desarrolló significativamente, la industria pesada
experimentó un crecimiento menor y más tardío, siendo notables las limitaciones del sistema
financiero y la insuficiente capacidad de consumo de la sociedad mexicana.

El desarrollo económico durante el porfiriato evidenció desigualdades entre la agricultura de


exportación y la de consumo, así como entre la industria ligera y pesada. Además, hubo
desigualdades geográficas y temporales, ya que algunas regiones y periodos experimentaron un
desarrollo más pronunciado que otros. A pesar de convertirse en un importante exportador de
materias primas y presenciar la primera revolución industrial en el país, este desarrollo fue
desigual y benefició a sectores, regiones y grupos específicos.

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