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Es extremadamente difícil cambiar una cultura de control unilateral, porque

aparentemente no es vista como tal. Un controlador supone que, al igual que él, las
otras personas se identifican con sus opiniones y consideran cualquier desacuerdo
como un ataque personal. Por lo tanto, trata de derrotarlos, con cortesía, como si
no estuviera en desacuerdo con ellos. No desea arriesgarse a contrariarlos o
humillarlos, de modo que no expresa honestamente sus opiniones. Busca maneras
sutiles de ganar la discusión sin que se
plantee siquiera una clara discusión. Si no lo logra, trata de conseguir su
objetivo por medio de la intimidación. En consecuencia, es altamente improbable que
en un ambiente de control unilateral se dé a conocer información que refute la
validez de una postura. Cuando ocurre, es rápidamente eliminada.
Un ejecutivo de ventas llamado Marcos se acercó a mí después de un seminario y me
pidió que lo ayudara a afrontar una delicada situación con Susana, su asistente
administrativa. Marcos me explicó que Susana era una persona muy difícil, poco
dispuesta a seguir sus indicaciones. Se sentía tan frustrado que quería despedirla,
pero después de oír mi presentación sobre el control unilateral y el aprendizaje
mutuo, comenzó a dudar. Se preguntaba si estaba actuando de manera arrogante y
controladora, si sería injusto no darle a Susana una oportunidad. Quería ver la
situación desde una perspectiva más orientada al aprendizaje y tomar en cuenta
otras opciones.
Le pedí a Marcos que me diera datos que pudieran justificar su evaluación de
Susana. Me explicó que ella nunca le hacía preguntas y tomaba decisiones por su
cuenta, sin su aprobación. En particular, se refirió a la manera en que ella estaba
organizando una convención de ventas que se realizaría en dos meses. Susana era
relativamente nueva en su puesto y era la primera vez que organizaba una reunión
tan importante, pero había insistido en que deseaba hacerlo sin ayuda. Marcos temía
que las cosas no salieran bien si él no aconsejaba a Susana y supervisaba los
preparativos. Sin embargo, cada vez que trataba de conversar sobre el asunto,
sentía que ella lo desairaba con un impasible “todo está en orden”.
—¿Has hablado con Susana de lo que te preocupa?
—¡Eso sería decirle que no confío en ella! No sería respetuoso. Le hice la pregunta
obligada.
—¿Es más respetuoso despedirla sin darle la oportunidad de corregir su conducta?
Un silencio avergonzado siguió a mi pregunta. Marcos la había comprendido, pero no
alcanzaba a apreciar sus ramificaciones. Le dije
que podía solucionar el conflicto con Susana, pero antes era necesario que se
tomara las cosas con menos seriedad. En última instancia, la solución más poderosa
para la arrogancia ontológica no es la voluntad, sino el humor.
__SIN ARROGANCIA
Dos exploradores caminan por la sabana africana. Súbitamente aparece un león. Uno
de los exploradores toma de su mochila un par de zapatos para correr y se los pone.

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