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El manifiesto. Un género entre el arte y la política.

Carlos Mangone y Jorge


Warley. Hacia una definición de manifiesto

Desde una perspectiva amplia podríamos definir manifiesto como un escrito en el que se hace
pública una declaración de doctrina o propósito de carácter general o más específico. El autor
de un manifiesto se presenta necesariamente como “contestatario” frente a las instituciones.
Manifiesto es dar(se) a conocer determinados valores que serán interpretados en un espacio
denominado habitualmente público, donde se juega el carácter de su circulación y recepción. En
este sentido su importancia social se relaciona con la conformación e identificación de un
determinado grupo. En tanto literatura de combate este género se aproxima al discurso militar; de
allí la presencia de imágenes retóricas, núcleos temáticos determinados.
En toda época hubo manifestación y efecto o función manifiesto (lo que tiene un producto o le
adjudica una sociedad al texto que inicialmente no tuvo esa intención). Sin embargo, la ampliación
del espacio de lo público, la separación de la sociedad civil y el Estado, el desarrollo de las
comunidades urbanas a partir de los siglos posteriores, ayudaron a crear el marco necesario para la
circulación de manifiestos. Como se verá más adelante, la otra instancia importante fue la época de
las revoluciones burguesas.
Elementos de semiología para el análisis de manifiestos
Varios de los elementos presentes en el manifiesto lo acercan a los textos polémicos: la
construcción discursiva de un blanco o contradestinatario, la intención de persuadir a los
indiferentes, el objetivo de destruir un sistema de valores vigentes, etc., además de que tanto
en un manifiesto como en una polémica lo que se combate no son sólo razonamientos sino
también (discurso de los sentimientos) las personas que lo encarnan. De allí que resulte funcional
reconocer en los manifiestos las diferentes técnicas de refutación argumental y las figuras de
agresión o injuria.
Técnicas de refutación
Como plantea Marc Angenot, se emplea el término refutación para referir todo razonamiento y todo
medio persuasivo que tiende a probar que una proposición del adversario es falsa, incoherente o
inadecuada. Esta refutación suele estructurarse como una simple contra aserción (“Esto no es
así”) o recurrir a procedimientos más variados.

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1) La principal puesta en duda de la posición adversa es la utilización de sus propios
argumentos para arribar a conclusiones diferentes, contradictorias e imprevistas para el
polemizado o refutado.
2) También se puede mencionar el recurso de la desmitificación, que consiste en
desentrañar los verdaderos móviles del oponente; más que atacar el razonamiento se
combate la legitimidad, la “moral” de los mismos.
3) Apodioxis: La descalificación por el absurdo del argumento del otro.
4) Evocación de la realidad: El polemista baja al nivel de lo concreto una argumentación
abstracta, una generalización. Apela al espectáculo y al patetismo.
5) Interrogación retórica: Una falsa pregunta que pretende que el lector asuma la aserción.
6) Cita de autoridad: Consiste en apoyar la legitimidad del propio discurso en la palabra de
una figura intelectual indiscutida, y en cuya tradición el locutor se inscribe.
Figuras de la agresión
1) Discordancias estilísticas: Es la aparición de una palabra o construcción que produce una
ruptura isotópica con respecto al estilo predominante en el texto. A veces la discordancia léxica se
acompaña de atenuaciones irónicas.
2) Concesión retórica: Es una ficción discursiva por la cual el polemista simula estar de
acuerdo con el adversario sobre algunos puntos que podrá luego fácilmente refutar.
3) Injuria: La forma más antigua de la polémica y la más directa.
4) Sarcasmo: Es una forma de agredir al adversario mostrándose en apariencia, benévolo,
condescendiente y favorable con él.
Enunciación/ enunciado
Eliseo Verón propone un modelo para el análisis general del discurso político para el manifiesto.
Podemos decir que el imaginario político supone no menos de dos destinatarios: un
destinatario positivo y un destinatario negativo. El discurso político se dirige a ambos al
mismo tiempo. El autor designa al destinatario positivo como prodestinatario; el enunciador y el
prodestinatario comparten un mismo colectivo de identificación, cuyo modo de expresión canónico en
el nosotros inclusivo. Llama contradestinatario al destinatario negativo, en este caso la relación con
el enunciador es la inversión de la creencia, y es del orden de la polémica.
Una tercera categoría-al menos en un contexto democrático, señala Verón-está dada por la
suspensión de la creencia. Ésta es la posición del paradestinatario, y a él se dirige toda la carga
persuasiva de la que el discurso político es capaz.

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En el plano del enunciado Verón describe los que denomina entidades y componentes del
imaginario político. Encuentra cinco tipos diferentes de entidades, que sirven para construir
tanto al destinador como a los destinatarios y que determinan las leyes de composición del discurso
político.
1) El modo explícito en que se designa el colectivo de identificación. (“nosotros los herejes”;
“nosotros los cultivadores y propagadores del verdadero y único izquierdismo literario”) Se relaciona
con el prodestinatario.
2) Colectivos más abarcadores, aunque enumerables, que por lo general el enunciador coloca
en posición de recepción y que están ligados al paradestinatario (“trabajadores, argentinos”)
3) Metacolectivos singulares, entidades más amplias que las que fundan la identidad política
del enunciador; no suelen admitir la fragmentación ni la cuantificación (“pueblo”, república”).
4) Formas nominalizadas. Poseen un valor metafórico que sirve como “resumen” de los valores
políticos que el enunciador sostiene en forma positiva o negativa (“adquirir los Ferrocarriles
Argentinos equivale a adquirir soberanía”).
5) Formas nominales que se diferencian de las anteriores por su carácter explicativo, “son
verdaderos operadores de interpretación” (“el imperialismo”; “el FMI”).
El segundo nivel del enunciado es el de los componentes:
1) El componente descriptivo; ofrece el balance de la situación pasada y una lectura de la
actual. El enunciador se constituye como testigo, fuente privilegiada de inteligibilidad de los hechos
descriptivos. Predominan los verbos en presente del indicativo.
2) El componente didáctico: aquí no se describe, sino que se evalúa; se brinda una ley general
que sirve para interpretar los hechos. Es la “zona didáctica” del discurso político.
3) El componente prescriptivo: es del orden del deber; un imperativo que funciona en el
establecimiento de leyes impersonales en tanto universales.
4) El componente programático: formas verbales en imperativo y futuro. Es del orden del poder
hacer; el punto en que el enunciador político promete y se compromete.

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