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Un fin del Mundo

Noche de verano. Calor. Mucho calor. Gerardo está recostado en su

cama mientras recuerda el encuentro por la tarde con el "Chino": _el mundo así no

puede seguir. Hay ira en los dioses - Gerardo esboza una sonrisa que le calma un

poco el malhumor por el calor. Los sueños que tuve lo predicen, en serio... el fin

del mundo está cerca.

La noche estaba estrellada, por la ventana de la habitación Gerardo

llega a ver la luna que ilumina parte de su rostro. Ya siente el cansancio del día

pero antes de acostarse decide ir a caminar un rato. Luego de dos cuadras la

iluminación de la calle va desapareciendo y la oscuridad se hace cada metro más

espesa. Llega a una esquina y compra cigarrillos. Sigue caminando y llega a una

placita. Se sienta en un banco y prende un cigarrillo. Piensa en el trabajo que le

espera la mañana siguiente. "Mario me va hacer revisar toda la mercadería nueva,

me tiene podrido" - da una pitada profunda -, "voy a ir más tarde, así no me jode" -

piensa con una mueca de fastidio en su rostro.

Sólo se escuchan los movimientos de las copas de los pocos árboles

que hay, agitadas por ráfagas de un viento cálido. Entre estos silenciosos sonidos,

Gerardo comienza a percibir el golpeteo de unos tacos: Tac... toc... Entre las

sombras y la poca luz no puede ver ninguna figura. A través de los árboles penetra

el débil reflejo de la luna que cae sobre la vereda y las fachadas de las casas. Pasa
un auto que ilumina la calle por unos segundos y Gerardo mira una mujer que se

acerca hacia el lugar donde él está sentado.

Mientras el ruido del coche se pierde, el viento deja de soplar, la

penumbra y el silencio se hacen cada vez más profundos. Gerardo inquieto, para

salir de esa especie de vacío, se concentra en los pasos que se acercan. Mira a la

mujer que se aproxima y puede distinguir a Lucía, su vecina que, al ver una silueta

en penumbra, acelera el paso: tac, toc, tac, toc.

_¡Ey!, Lucía - grita Gerardo. Ella da vuelta su cara sin dejar de dar

pasitos cortos._Soy yo, Gerardo - insiste con su mejor ánimo y entusiasmado por

el encuentro. Lucía lo reconoce y se acerca a saludarlo._Venía pensando en vos -

sonríe Lucía -. _Sentáte - le pide Gerardo. Lucía que lleva puesto un vestido color

crema se acomoda y le pide un cigarrillo.

_¿Por qué no te quedaste más tiempo el domingo en casa? -

pregunta Lucía mientras da una primer pitada al cigarrillo. Gerardo levanta la vista

hacia una de las pocas y débiles luces de la placita que estaba titilando. Después,

baja la vista.

_Es la tercera vez que tu novio me encuentra en tu casa - Lucía dibuja una sonrisa

en su cara y dice. _ No se da cuenta o ya no le importa. Andamos muy mal - y se

queda con su sonrisa en los labios y lo mira en silencio. Pasan un rato callados.

Una brisa se levanta tenuemente. Gerardo se acerca a Lucía y la besa. Ella no dice

nada. Lo abraza y le acaricia el pelo. La luz titilante se apaga y quedan a oscuras.

El viento empieza a soplar cada vez más fuerte y los árboles se agitan con

violencia. Gerardo levanta la pollera de Lucía y empieza a acariciarle los muslos.

Ella lo besa: boca, oreja, cuello. Se sube arriba de Gerardo y lleva una de sus
manos a la bragueta. Desabrocha el pantalón, baja el cierre y mete su mano.

Gerardo le desabotona el vestido, le acaricia y le besa los senos. Primero uno,

luego el otro. Ella sigue jugando con su mano dentro del pantalón de Gerardo.

Entonces aparecen reflejos de una luz muy fuerte que se va apoderando de la

plaza, de toda la calle. La luz es cada vez más intensa y se expande por el cielo de

la ciudad. Llega a todos lados. El viento ruge furioso y Gerardo se desvanece por

unos minutos... Cuando despierta, Lucía ya no está. En los edificios vecinos a la

placita, los balcones y las puertas están abiertos, la luz había desaparecido. Los

hombres desde sus casas o en las calles, agitados, piden por sus mujeres que se

esfumaron. Todas las mujeres habían desaparecido. Era el fin del mundo.

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