Está en la página 1de 4

PRÁCTICA: Literatura colonial

1. Responde a las siguientes preguntas en relación al texto “Rikki-tikki-tavi” de Kipling:


 ¿Se puede hablar de literatura colonial? ¿Por qué?
 Piensa en los diferentes espacios que aparecen en el texto, ¿qué personajes
ocupan cada uno?
 ¿Se puede hablar del otro en el texto? Si es así, ¿por quiénes estaría
representado?
 ¿Hay alguna forma de hegemonía?
 ¿Hay alguna forma de resistencia?

2. Explica el ideario colonialista a través de la imagen del anuncio de jabón Pears, del
texto de Kipling “La carga del hombre blanco” y del siguiente fragmento:

“Both the cult of domesticity and the new imperialism found in soap an exemplary
mediating form. The emergent middle class values — monogamy (“clean” sex, which
has value), industrial capital (“clean” money, which has value), Christianity (“being
washed in the blood of the lamb”), class control (“cleansing the great unwashed”) and
the imperial civilizing mission (“washing and clothing the savage”) — could all be
marvelously embodied in a single household commodity. Soap advertising, in particular
the Pears soap campaign, took its place at the vanguard of Britain’s new commodity
culture and its civilizing mission.” McClintock, Anne (1995): Imperial Leather: Race,
Gender and Sexuality in the Colonial Contest. New York-London: Routledge, p. 208.

3. En el texto de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad encontramos fragmentos


como los que siguen:

A mis espaldas, un tintineo me hizo girar la cabeza. Seis negros avanzaban en fila,
ascendiendo fatigosamente por el sendero. Caminaban erguidos, muy despacio, llevando sobre
la cabeza pequeñas cestas de tierra, el tintineo acompasaba sus pasos. Alrededor de la cintura
llevaban unos harapos negros cuya parte posterior se movía hacia delante y hacia atrás, como
una cola. Se les veían las costillas y sus articulaciones eran como los nudos de una soga; todos
llevaban un anillo de metal alrededor del cuello e iban unidos por una cadena que se balanceaba
con cada paso, tintineando rítmicamente. Una nueva explosión me hizo pensar en el buque de
guerra que había visto disparar contra el continente. Era el mismo sonido abominable, pero ni
siquiera con el mayor esfuerzo de la imaginación podría llamarse enemigos a aquellos hombres.
Se les llamaba criminales, pero la ley que habían violado, al igual que los explosivos, había
llegado, como un misterio insondable, del otro lado del mar. Sus escuálidos pechos jadeaban al
unísono, las dilatadas aletas de su nariz se estremecían, tenían los ojos inertes, fijos en la cima
de la colina. Pasaron a menos de diez centímetros de mí, sin dirigirme la mirada, con la absoluta
y mortal indiferencia de salvajes infelices, de los salvajes que son víctima de la desgracia.
Detrás de aquel grupo de materia prima avanzaba, con desánimo, uno de los elegidos, producto
de las nuevas fuerzas de trabajo, con un rifle bajo el brazo. A la chaqueta de su uniforme le
faltaba un botón. Al verme, se echó el arma al hombro con celeridad. Simple prudencia por su
parte; a cierta distancia los hombres blancos éramos tan iguales que no podía saber quién era yo.
Lo comprobó muy pronto y con una enorme, blanca y pícara sonrisa, y dirigiendo una mirada a
su mercancía, pareció hacerme cómplice de su exaltada confianza. Al fin y al cabo, yo también
formaba parte de la gran causa que suponía aquella elevada y justa empresa. (34-35)

No quise detenerme por más tiempo en aquella sombra y me apresuré hacia la sede de la
Compañía. Ya cerca de los barracones me topé con un hombre blanco, de una elegancia en el
vestir tan inesperada que en un primer momento lo tomé por una especie de aparición. Llevaba
cuello alto almidonado, puños blancos, una chaqueta clara de alpaca, pantalones blancos como
la nieve, corbata de seda también clara y unas botas muy lustrosas. No llevaba sombrero e iba
bien peinado, con la raya en medio y el cabello engominado. Se protegía del sol con una
sombrilla de color verde que sostenía con una enorme mano blanca y llevaba un portalápices en
una oreja. Resultaba chocante. (39)

Aquella tierra no parecía terrenal. Estamos acostumbrados a verla en su forma


civilizada, domesticada, pero allí, allí el monstruo está en libertad. No, aquella tierra no era de
este mundo, y los hombres eran… No, no eran inhumanos. Y, ¿saben ustedes?, la sospecha de
que no fueran inhumanos era lo peor. Se le venía a uno a la cabeza lentamente. Aullaban, y
saltaban, y daban vueltas, y ponían caras horribles; pero lo que te aterraba era pensar que, como
tú, eran humanos, la idea de que guardabas un remoto parentesco con aquella exaltación salvaje
y apasionada. Desagradable, sí, era muy desagradable; pero si eras lo bastante hombre, acababas
por admitir que había en ti, aunque no fuera más que la débil huella de una reacción ante la
terrible franqueza de aquel alboroto, la leve sospecha de que aquello poseía un significado que
tú —tú, que tan alejado creías estar de la noche de aquellos primeros tiempos— podías
comprender. […]¿Que me sentía atraído por aquel alboroto infernal? Sí, en efecto, admito que
así era, pero yo también tengo voz, y para bien o para mal mi discurso no puede ser silenciado.
[…]¿Se preguntan si bajé a la tierra para aullar y danzar? Pues bien, no, no lo hice. […]Y de
tanto en tanto tenía que vigilar al salvaje que llevábamos como fogonero. Se trataba de un
espécimen perfeccionado, capaz de alimentar una caldera vertical. Allí estaba, a mis pies, y les
doy mi palabra de que observarlo era tan edificante como ver a un perro en una parodia, con
pantalones y sombrero de plumas, caminando sobre sus patas traseras. Unos meses de
instrucción le habían bastado a aquel muchacho realmente espléndido. (82-84)

[…]arrojaron en dirección al feroz demonio del río puñados de plumas negras, una piel
sarnosa de la que pendía una cola, algo que parecía una calabaza seca; periódicamente, recitaban
un rosario de extrañas palabras que no recordaban a los sonidos de ninguna lengua; y los
profundos murmullos de la multitud, que se interrumpían bruscamente, eran como los responsos
de una satánica letanía. (150)

 Explica la imagen que se desprende del colonizador y de los colonizados.


 Relaciona esa imagen con la de los textos anteriores.

4. Chinua Achebe dice en su artículo “Una imagen de África: racismo en El corazón de


las tinieblas de Conrad” lo siguiente:

[…]se trata del deseo —o de la necesidad— de la psicología Occidental por establecer a África
como contraste de Europa, como un lugar de negaciones al mismo tiempo remoto y vagamente
familiar en comparación con el cual se manifestaría el estado de gracia espiritual de Europa.
Esta necesidad no es nueva, lo que debería aliviar a todos de una responsabilidad
considerable y, quizás, incluso hacernos ver este fenómeno desapasionadamente. No quiero, ni
tengo la capacidad, de hacer eso con las herramientas de las ciencias sociales y biológicas sino,
más simplemente, como un novelista que responde a un famoso libro europeo de ficción, El
corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, que despliega, mejor que cualquier otro libro que
conozca, ese deseo y esa necesidad de Occidente que acabo de mencionar. Desde luego, hay
muchos libros dedicados al mismo propósito pero muchos de ellos son tan obvios y tan toscos
que poca gente se preocupa por ellos en esta época. Conrad, en cambio, es, sin duda, uno de los
grandes estilistas de la ficción moderna y un buen contador de relatos, además. Su contribución,
por lo tanto, cae, automáticamente, en una clase diferente —literatura permanente—, leída y
enseñada y evaluada, constantemente, por académicos serios. El corazón de las tinieblas está
tan seguro hoy que un conocido estudioso de Conrad lo ha situado «entre las seis más grandes
novelas cortas de la lengua inglesa». (14)
El propósito de mis observaciones debe ser muy claro a estas alturas, es decir, que
Joseph Conrad era un completo racista. Que esta simple verdad sea pasada por alto en las
críticas a su obra se debe al hecho de que el racismo blanco contra África es una forma tan
habitual de pensar que sus manifestaciones pasan completamente desapercibidas […].
[…]La verdadera cuestión es la deshumanización de África y de los africanos que ha
fomentado y sigue fomentando esta actitud secular en el mundo. Y la pregunta es si una novela
que celebra esta deshumanización, que despersonaliza una parte de la raza humana, pueda ser
llamada una gran obra de arte. Mi respuesta es: no, no puede. (20)

 ¿Estás de acuerdo con su opinión? Explica por qué y ponla en relación con el
texto de Achille Mbembe que está a continuación:

[…]el pensamiento europeo ha sido proclive a entender la identidad menos en términos de


pertenencia mutua a un mismo mundo —co-pertenencia— que como una relación entre
elementos idénticos. La identidad surgiría así en el ser y se manifestaría ante todo en su propio
ser o en su propio espejo. Sí es fundamental, en cambio, comprender que a raíz de esta lógica
autoficcional, autocontemplativa o de clausura, el negro y la raza han sido continuamente
reducidos a un mismo significado en el imaginario de las sociedades europeas. Apelativos
elementales, pesados, molestos y desequilibrados, símbolos de intensidad despiadada y de
repulsión, aparecen paralelamente en el saber y en el discurso moderno sobre «el hombre» —y,
en consecuencia, sobre «el humanismo» y «la humanidad»—. Desde el comienzo del siglo
XVIII, el negro y la raza constituyeron juntos el subsuelo —inconfesable y a menudo negado—
o el complejo nuclear a partir del cual se desplegó el proyecto moderno de conocimiento y de
gobierno. Representan dos figuras gemelas del delirio que produjo la modernidad […].
¿A qué obedece este delirio y cuáles son sus manifestaciones más elementales? En
primer lugar, a que el negro es aquél —o inclusive aquello— que se ve cuando no se ve nada,
cuando no se comprende nada y, sobre todo, cuando no se busca comprender nada. Dondequiera
que esté, el negro libera dinámicas pasionales y provoca una exuberancia irracional que desafía
constantemente al sistema mismo de la razón. En segundo lugar, a que nadie —ni quienes lo
inventaron, ni quienes fueron bautizados con ese nombre— desearía ser un negro o ser tratado
como tal. Por lo demás, como señalaba Gilles Deleuze, «siempre hay un negro, un judío, un
chino, un gran mongol, un ario en el delirio», puesto que aquello que excita al delirio, entre
otras cosas, son las razas. Al reducir el cuerpo y el ser vivo a una cuestión de apariencia, de piel
y de color, al otorgar a la piel y al color el estatus de una ficción de raíz biológica, los mundos
euroamericanos han hecho del negro y de la raza dos vertientes de una misma figura: la locura
codificada. Categoría originaria, material y fantasmática a la vez, la raza fue, a lo largo de los
siglos, el origen de varias catástrofes, la causa de devastaciones psíquicas insólitas, así como de
incontables crímenes y masacres.
[…]Tres momentos marcan la biografía de este vertiginoso ensamblaje. El primero es el
despojo llevado a cabo durante la trata atlántica entre los siglos XV y XIX, cuando hombres y
mujeres originarios de África son transformados en hombres-objetos, hombres-mercancías y
hombres-monedas de cambio. Prisioneros en el calabozo de las apariencias, a partir de ese
instante pasan a pertenecer a otros. Víctimas de un trato hostil, pierden su nombre y su lengua;
continúan siendo sujetos activos, pese a que su vida y su trabajo pertenecen a aquellos con
quienes están condenados a vivir sin poder entablar relaciones humanas. El segundo momento
corresponde al nacimiento de la escritura y comienza hacia finales del siglo XVIII cuando, a
través de sus propias huellas, los negros, estos seres-cooptados-por-otros, comienzan a articular
un lenguaje propio y son capaces de reivindicarse como sujetos plenos en el mundo viviente.
Marcado por innumerables revueltas de esclavos y la independencia de Haití en 1804, los
combates por la abolición de la trata, las descolonizaciones africanas y las luchas por los
derechos civiles en Estados Unidos, este período se completa con el desmantelamiento del
apartheid durante los años finales del siglo XX. El tercer momento, a comienzos del siglo XXI,
es el de la expansión planetaria de los mercados, la privatización del mundo bajo la égida del
neoliberalismo y la imbricación creciente entre la economía financiera, el complejo militar
postimperial y las tecnologías electrónicas y digitales. (Achille Mbembe (2016): Crítica de la
razón negra. Ensayo sobre el racismo contemporáneo. Barcelona: Ned ediciones, pp. 25-27)

 ¿Hay alguna relación entre los textos de El corazón de las tinieblas, “Rikki-
tikki-tavi”, Babar y los comentarios de Achebe y Mbembe?

5. Lee el siguiente fragmento del relato “Fantasmas” de Chimamanda Ngozi Adichie y


ponlo en relación con el texto “Nas águas do tempo” de Mia Couto:

Hoy he visto a Ikenna Okoro, un hombre al que creía muerto hacía tiempo. Tal vez
debería haberme agachado para coger un puñado de arena del suelo y habérselo arrojado, como
muchos hacen para asegurarse de que no es un fantasma. Pero he recibido una educación
occidental, soy un catedrático de matemáticas jubilado de setenta y un años, y se supone que he
sido armado de suficiente ciencia para reírme con indulgencia de las costumbres de mi gente.
No le he arrojado arena. De todos modos, no habría podido hacerlo aunque hubiera querido,
porque nos encontrábamos sobre el suelo de hormigón de la secretaría de la universidad
[…]
Parecía aliviado. No era de extrañar. Nosotros somos los cultos, los que hemos sido
educados para mantener fijos los límites de lo que se considera real. Yo era como él hasta que
Ebere apareció por primera vez tres semanas después de su funeral. Nkiru y su hijo acababan de
regresar a Estados Unidos. Estaba solo. Cuando oí la puerta de abajo cerrarse y abrirse, y
cerrarse de nuevo, no pensé nada. Siempre ocurría con el aire nocturno. Pero a través de la
ventana del dormitorio no se oía el susurro de las hojas, el susurro de los árboles de neem y los
anacardos. Fuera no soplaba el viento. Aun así la puerta de abajo se abría y se cerraba. En
retrospectiva, dudo que me asustara tanto como debiera. Oí los pies por las escaleras, muy
parecidos a los de Ebere, más pesados cada tercer paso. Me quedé tumbado en la oscuridad de
nuestra habitación. Luego sentí como apartaban el edredón y unas manos me masajeaban con
suavidad los brazos, las piernas, el pecho, la cremosa suavidad de la loción, y un agradable
letargo se apoderó de mí, un letargo que no logro combatir cada vez que viene. Me desperté,
como sigo haciendo después de sus visitas, con la piel suave e impregnada del olor a nívea.
A menudo quiero decirle a Nkiru que su madre viene una vez por semana durante el
harmattan y menos a menudo en la estación lluviosa, pero entonces tendrá por fin un motivo
para llevarme consigo a Estados Unidos y me veré obligado a vivir una vida tan acolchada de
comodidades que será estéril. Una vida plagada de lo que llamamos «oportunidades». Una vida
que no está hecha para mí. Me pregunto qué habría pasado si hubiéramos ganado la guerra en
1967. Tal vez no estaríamos buscando estas oportunidades en el extranjero y no tendría que
preocuparme por nuestro nieto, que no habla igbo y que la última vez que vino a verme no
entendía por qué se esperaba de él que dijera «buenas tardes» a los desconocidos, porque en su
mundo uno tiene que justificar las cortesías más simples. Pero ¿quién sabe? Tal vez nada habría
cambiado aunque hubiéramos ganado. (Chimamanda Ngozi Adichie (2017), “Fantasmas”, en
Algo alrededor de tu cuello. Barcelona: Random House, pp. 61-77, pp. 61 y 70-71)

6. El texto de Chimamanda Ngozi Adichie hace referencia a la guerra de Biafra. Busca


información sobre la misma y resume en qué consistió, qué países estuvieron
implicados y que repercusiones tuvo. En el caso de que quieras ampliar tus
conocimientos sobre la misma puedes leer la novela Medio sol amarillo de la misma
autora o la obra de Chinua Achebe There Was a Country.

También podría gustarte