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LA ESTRUCTURA POLÉMICA DEL DISCURSO POLÍTICO:

LA CAMPAÑA PRESIDENCIAL DE 2014 EN COLOMBIA, UN ESTUDIO DE


CASO1

Teresita Vásquez Ramírez


Universidad Tecnológica de Pereira

Todo discurso supone discursos anteriores y anticipa discursos futuros, entre los
que necesariamente se instalan relaciones de poder, dominio e influencia.
Estas relaciones pueden darse en un doble sentido, en algunos casos pueden
ser de naturaleza contractual o cooperativa, en otros de naturaleza polémica
o agonística.

El contrato de naturaleza cooperativa supone un intercambio entre los


participantes en el que coinciden los intereses o programas narrativos de ambos
actores, coincidencia que no supone la aceptación incondicional de lo expresado.

En este sentido, si la reciprocidad entre los actores pasa por un proceso de


interpretación y comprensión necesariamente debe suscitarse una respuesta
activa y en consecuencia una confrontación de los puntos de vista expresados.
Esta capacidad de respuesta es la que permite postular en el discurso a un
proponente y aun oponente o como dirían Greimas y Courtés a un sujeto y a un anti-
sujeto.

Esto dicen Greimas y Courtés al respecto:

La actividad humana concebida en forma de confrontaciones, caracteriza en gran


medida, lo imaginario humano. Aun en los casos en que la narratividad no esté
organizada como un enfrentamiento entre dos programas narrativos contrarios (o
contradictorios) que pongan en presencia un sujeto y un antisujeto la figura
del oponente […] aparece siempre como una figura metonímica del anti-sujeto
(1979: 310) 14

1
Esta ponencia se inscribe en las reflexiones que se adelantan en torno a la tesis doctoral: ETHOS: DISCURSO
Y CONTRADISCURSO. La disputa por la opinión pública durante la campaña presidencial de 2014 en
Colombia, a propósito de las negociaciones de paz entre las FARC-EP y el gobierno de J.M. Santos.

1
Este tipo de contrato, como lo expone la semiótica, responde a la dinámica propia
a que están sujetos la mayoría de intercambios de la vida cotidiana, la cual
se caracteriza por la divergencia, más o menos conciliable, entre diferentes puntos
de vista o posturas frente a un asunto particular. Podemos situar en este tipo de
contrato todo discurso que por su carácter dialógico siempre concita a una posible
respuesta por parte del lector o interlocutor. Todo enunciado es dialógico en su
esencia, dice Voloshinov. (1992: 159).

Ahora bien el contrato de naturaleza polémica o agonística es aquel en el que los


sujetos enfrentan un desacuerdo declarado, más o menos inconciliable, en torno a
sus programas narrativos, podemos decir, más ampliamente, que los
participantes no comparten los mismos intereses y motivaciones dando lugar
a diversos tipos de enfrentamientos discursivos.

El discurso político, se configura en una esfera de la práctica social en la


que emergen con mayor virulencia este tipo de enfrentamientos discursivos dado
que lo que está en juego es el poder.

De acuerdo con Charaudeau (2005) el discurso político se define por la confluencia


de un campo de acción en el que tienen lugar los intercambios simbólicos que se
organizan según las relaciones de fuerza social y un campo de enunciación, en el
que se pone en escena el discurso.

[De esta manera] la significación y los efectos [de estas relaciones] resultan de un
juego complejo de circulación y de entrecruzamientos de saberes y creencias que
son construidos por los unos y reconstruidos por los otros. Esta construcción-
reconstrucción opera según el espacio que [los actores] ocupan en el contrato, y al
mismo tiempo según el posicionamiento de los individuos que ocupan los espacios.
(Charaudeau. 2005: 40)
La confrontación discurso-contradiscurso, instaura la relación entre dos actores
que regulan la instancia enunciativa: una instancia a la que podemos denominar el
proponente o sujeto del discurso y una segunda que ocupa el lugar del
contradiscurso y en la que se inscribe el oponente o antisujeto, ambas tienen
como propósito dirigir sus discursos hacia un mismo blanco, el de la opinión
pública, con el objeto de ganar el mayor número de adhesiones a sus respectivas
propuestas.

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La política en tanto dominio de una práctica social donde se juegan
relaciones de fuerza simbólica para la conquista y gestión del poder no puede
ejercerse más que a condición de ser fundada sobre una legitimidad
adquirida o atribuida, […] pero esta no es suficiente, pues el sujeto político
debe también mostrarse creíble y persuadir al más grande número de
individuos con el que debe compartir ciertos valores. (Charaudeau. 2005:
60)
La referencia a la credibilidad fundada sobre la base de una legitimidad adquirida o
atribuida se corresponde con la imagen o ethos discursivo del sujeto político
insinuada no solo a través de los comportamientos y la manera de hablar
sino también a través del contenido de sus propósitos.

En el dominio político no se pueden separar las palabras de quien las dice,


«argumentando buenas ideas pero poco carisma», pues como dice Charaudeau
«en la política las ideas no valen más que por el sujeto que las expresa y las
pone en obra» (2005: 91) por tanto, el político debe saber construir un ethos de
credibilidad y un ethos de identificación, el primero fundado, de acuerdo con este
autor, en el discurso de la razón, el segundo en el discurso del afecto y las
pasiones.

En consecuencia, toda puesta en escena discursiva ya se trate de un contrato


cooperativo, ya de un contrato de tipo agonístico configura un ethos de los
participantes y, en consecuencia, un ethos de su interlocutor en el que convoca
saberes, valores y pasiones. Dice Charaudeau (2005): «Toda construcción del
ethos se hace en una relación triangular entre el Yo, el otro y un tercero ausente
portador de un imagen ideal de referencia» (p. 93) es decir, el político construye su
imagen y la dirige a su interlocutor, al ciudadano, esperando que este adhiera
a ella y al mundo ideal de referencia que le propone en su discurso.

En este sentido, el ethos de credibilidad busca proyectar la imagen de un sujeto


digno de confianza, que dice y hace lo que piensa y que puede y quiere llevar a
cabo lo que promete. El ethos de identificación, busca construir diferentes tipos de
imágenes que apuntan a llegar al más grande número de puntos de vista de los
imaginarios sociales, razón por la cual el político juega sobre valores opuestos.
(Costumbre/novedad, franqueza/prudencia, poder/flexibilidad). Las imágenes más

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recurrentes que construyen los políticos al respecto son el ethos de potencia
o poder, de humanidad, de carácter, de inteligencia y el ethos de jefe, vale anotar
que estás imágenes dependen tanto de la época y de los imaginarios sociales, como
de ciertas coyunturas y del tipo de gobierno en el que se construyen.

De manera pues, que las instancias de poder y contra-poder ocupan un


lugar, cuyos actores, dada su posición, cuentan con la influencia para manipular, de
un lado, construyendo una imagen propia, un ethos, a partir del cual se
muestran como sujetos dignos de confianza y agentes imprescindibles para
alcanzar el objetivo que está en juego (objeto de valor) y a su vez configurar
un mundo posible deseable a los interese del destinatario, el éxito de esta empresa,
depende del tipo de simulacros construido por las partes.

Ahora bien, la estructura del discurso polémico, que se caracteriza por agenciar un
intercambio fuertemente agonístico, es a menudo vista como un debate violento e
irreflexivo, contrario a esta postura Amossy, concibe la polémica como una forma
particular de argumentar que puede, incluso, llevar a favorecer la deliberación
democrática. De tal suerte, que ella se distancia, en parte, de algunos analistas y
en muchos casos de la doxa común que circunscriben la polémica exclusivamente
al campo de la batalla verbal, de la pasión y la violencia, desprovista de
toda función argumentativa

Maingueneau, citado por Amossy (2014), señala que la polémica, en tanto


confrontación que busca eliminar simbólicamente al adversario, toma a su cargo los
argumentos contrarios para ponerlos en clave negativa, lo que supone la
puesta en obra de un sujeto cognitivo que se vale de la razón para oponerse a su
contrario. La polémica requiere de un campo discursivo de dos polos que se
delimitan mutuamente izquierda/ derecha, paz/ guerra, bueno/ malo «isotopías
antagónicas que hacen sistema, cada una existe como reverso de la otra». (p. 57).

Veamos algunos ejemplos de la campaña presidencial que ilustran estos dos


polos:

Durante la convención del Centro Democrático Zuluaga afirmó:

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En Colombia se perdió el rumbo y el país está sin capitán ni timonel...el
presidente Santos nos traicionó, traicionó la seguridad democrática” (Zuluaga,
2013, Octubre 25)
Durante el Gran Debate el 23 de mayo de 2014, se le preguntó a Santos si había
traicionado a Uribe, Santos respondió:
"No. Yo traicioné la corrupción, el amiguismo con el paramilitarismo y las
chuzadas” (Semana.com 2014, Mayo 25)
En este ejemplo Santos sabe poner a su favor una acusación que le hace
su oponente impidiendo que le construya un ethos de traidor, hábilmente, éste
retoma la acusación que le hace Zuluaga y la convierte en una ʹauto-atribución′
positiva, que en primer lugar, apunta a anular la crítica del oponente al situar la
traición en términos de renuncia a los antivalores que el uribismo representa, en
segundo lugar, ataca la imagen de Zuluaga al vincularla con la corrupción, el
paramilitarismo y las chuzadas.

Durante un almuerzo organizado por la Cámara de Comercio Colombo Americana


en la que Uribe presentaría al candidato Zuluaga, Uribe afirmó:

“El presidente Santos nos quiere llevar al Castro-Chavismo, aún sin proponérselo”
(María, Delgado 2013, Noviembre 16)
Posteriormente, En entrevista a Santos con la BBC se le pregunta: el uribismo lo ha
calificado a usted de extrema izquierda y que le está entregando el país a las Farc,
¿qué opinión le merecen tales señalamientos?:

“Infortunadamente esa polarización ha hecho mucho daño y ahora vemos un


sector de la población, ese Centro Democrático (movimiento de Álvaro Uribe) que
en el fondo es una extrema derecha, que está volviendo a algo que yo no me
imaginaba: unos muchachos con camisas negras tratando de sabotear mis
apariciones en la campaña.” (Santos, 2014, Abril 22)
Santos no se ocupa de desvirtuar los señalamientos del uribismo al catalogarlo
como castro-chavista, pero en cambio construye y contrapone una imagen
igualmente radical a la que le es atribuida: una extrema derecha asociada con las
camisas negras, distintivo del fascismo italiano, cuyo correlato corresponde las
camisas pardas del nazismo.

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Los foristas de medios electrónicos recurrieron también a la fabricación de dichas
imágenes mostrando la adhesión a su candidato y reforzando el ethos negativo del
adversario.

Luismycol: “A Santos le encanta bailar con el comunismo y el narcoterrorismo castro-


chavista como a tanto mamerto ignorante resentido. Santo títere del Farcterrorismo. (2014,
Junio, 3)
alejosuave@hotmail.com: “Ya basta de Uribistas, no pierdan la memoria, no olviden la
historia, recuerden, analicen y decídanse a no votar por los títeres de Uribe Vélez, lea EL
TERRORISMO DE ESTADO DURANTE EL GOBIERNO DE URIBE VELEZ
enuribevelezterror.blogspot.ch” (2014, Junio 3)

Estos dos últimos ejemplos ilustran la manera como la ciudadanía fue adoptando
los mismos lexemas que los candidatos usaron para calificarse mutuamente
dando lugar a la construcción de imágenes contrapuestas, mientras uno es
construido como títere de las Farc-terroristas, el otro es construido como títere de
Uribe, quien a su vez es configurado como el artífice de un terrorismo de Estado.

Vemos pues que en el discurso polémico la palabra ajena resuena como


contradiscurso; es decir, como una palabra antagónica en la que existe una
oposición de intereses que hace emerger el conflicto al punto de llegar a exhibir
grados de polarización irreconciliables, verdaderas batallas verbales que recurren
al señalamiento, a la negación o a la descalificación de la persona o del
argumento contrario. En ocasiones se recurre a la mentira, pero - dada la
credibilidad o ethos previo del adversario - se produce un efecto de sentido de
verdad. En este tipo de polémica el interés de escuchar el argumento del oponente
radica fundamentalmente en obliterar las razones de la parte contraria
alterándolas a su favor o como señala Maingueneau poniéndolas en clave
negativa, puesto que el interés es ganar a como dé lugar la contienda verbal.

Este tipo de lucha o desafío que lleva el debate a límites extremos permite
también interrogarnos sobre la capacidad que tienen las democracias de
reconocer la diversidad y el respeto por la libre expresión y la seriedad e
idoneidad de los políticos para alcanzar sus objetivos.

Miremos este ejemplo que tuvo lugar en la primera vuelta de la campaña:

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El 4 de mayo salió publicada una columna en la que se decía que el asesor
de la campaña Santos, J.J. Rendón, habría recibido 12 millones de dólares de los
principales narcotraficantes del país para negociar su rendición. Luego las
autoridades arrestan a un hacker que trabajaba para la campaña de Zuluaga y que
al parecer había infiltrado las negociaciones en La Habana y el correo del
presidente Santos. Posteriormente Uribe sin presentar pruebas acusó a Rendón
de entregar dos millones de dólares de los presuntos pagos de los narcos a
la campaña de Santos de 2010.

Uribe: “Regalar dos millones de dólares cuando se ha recibido un soborno de 12


millones, no se siente” (El Espectador, 2014, Mayo 8)
Santos: “Es una estrategia malévola, no es la primera vez que lo hace, ha
hecho acusaciones en el mismo sentido, tira la piedra y esconde la mano y no pasa
nada. En este caso sí va a pasar porque voy hasta las últimas condiciones
legales”.(El Universal, 2014, Mayo 22)
Santos: "Yo sabía que había enemigos de la paz, pero nunca pensé que llegáramos
a los extremos de delinquir. Han recurrido a todo para sabotear el proceso y matar
esta esperanza de paz", enfatizó. "Uribe está quedando como mentiroso y cobardón"
Uribe: “Quieren tapar aportes del narcotráfico a asesor del presidente Santos
y afectar a Óscar Iván que es decencia integral”.
Londoño: “El 8.000 de Santos”.
El aprovechamiento que el uribismo hace para relacionar dos procesos actoriales
que ocurren en diacronías distintas: el programa de Samper, aspectualmente
concluido, (1994-1998) en el que fue acusado de recibir 6 millones de dólares del
cartel de Cali para financiar su campaña a la presidencia de la República y que entró
a hacer parte de la historia nefasta del país al poner en evidencia el más alto grado
de corrupción de la clase política colombiana y el escándalo de los US$12 millones
que presumiblemente fueron entregados a J.J. Rendón, asesor de la campaña
Santos, aún en curso de investigación, puede rendir sus réditos, al invocar el mismo
sentimiento de rechazo que el 8.000 produjo en su momento.

Ahora, esta comparación de dos hechos distantes en el tiempo, se configura como


un tipo de recurso manipulatorio en tanto que busca llevar a la asociación de un
hecho pasado que la palabra designa, con un acontecimiento presente que no tiene
las mismas características operando como vehículo de desinformación y, como

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consecuencia del manejo tendencioso de la información, provocar una especie de
«encarrilamiento mental» (Breton. 2000).

En este mismo sentido, se puede decir, que un escándalo de tal magnitud tenía
como propósito eclipsar, de alguna manera, el escándalo producido por la detención
del hacker. Uribe se presenta pues, ante sus seguidores, con un ethos de poder
muy fuerte, capaz no solo de hacerle oposición a Santos ultrajando, incluso, su
dignidad presidencial sino contraviniendo, si es necesario, las instituciones y la
justicia.

Santos, por su parte, configura el ethos de Uribe como el de un hombre mendaz,


embustero y cobardón, que tira la piedra y esconde la mano, que nunca da pruebas
de lo que dice, que ataca siempre desde la injuria, que ha llegado, en su ambición
de poder, a asumir comportamientos delincuenciales y que tiene por costumbre
actuar de ese modo, paralelamente a esta imagen, Santos construye su ethos
de hombre serio y sereno, que busca, mediante la acción de la ley, aclarar las
mentiras de que ha sido objeto.

A hora bien, la polémica política tiene como escenario de representación el


espacio público, espacio por antonomasia de la democracia; pero que obedece
a sus propias lógicas de escenificación de acuerdo a sus intereses. Innumerables
ejemplos se pueden tomar de los medios para sostener que la polémica o
debate político confrontacional muchas veces resulta potenciada por el mismo
tratamiento mediático, inscrita en un contexto pasional, los participantes del
enfrentamiento por un lado, y los medios, por otro, recurren al uso de un repertorio
altisonante y ampuloso para construir el espectáculo y generar una mayor
expectativa entre los destinatarios, árbitros de la confrontación; este tipo de
tratamiento de lo conflictual adquiere un aire “casi teatral” (Amossy. 2014) al tiempo
que consigue instalar una atmosfera de hostilidad en la escena social. Por
supuesto que, de otro lado, están las divergencias que persisten cuando se
enfrentan concepciones de mundo irreconciliables y escalas de valores cismáticas
que dan lugar a un «diálogo de sordos». (Angenot. 1982)

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Dice Amossy:

Podemos definir la polémica como un choque de opiniones antagonistas, ella


marca el carácter constitutivo que allí juega, el conflicto. Dominique Gerard
(1998: 216) ve allí el trato definitorio por excelencia de la polémica: «el denominador
común de los enunciados polémicos en todos los géneros no es la violencia sino
el conflicto. Toda situación conflictual no ocasiona una toma de la palabra
polémica […] pero toda palabra polémica es resultante de lo conflictual. (Amossy.
201: 56)
En consecuencia, considerar la polémica como un debate instalado
exclusivamente en la violencia verbal y por fuera de lo racional la simplifica y de
paso eclipsa sus rasgos definitorios originados en el conflicto: la dicotomización, la
polarización y la descalificación del adversario.

Veamos estos rasgos descritos por Amossy:

La dicotomización:

Mientras el debate argumentado se propone encaminar a los participantes hacia la


resolución de las diferencias, la dicotomización radicaliza la controversia
alinderando las opiniones en bloques antagónicos e irreconciliables, cada uno
pugna por imponerse ante el otro.

Un ejemplo que ilustra este rasgo:

Santos utilizó como bandera de campaña los diálogos de paz , puesto que este era
el rasgo realmente diferenciador con O.I. Zuluaga, detractor de los diálogos y
defensor de la salida militar para someter a la guerrilla.

Durante su campaña, Santos afirmó insistentemente:

«Esta elección es entre la paz y la guerra» (Semana, 2014, Mayo, 16).


Esta elección en el fondo es, damos un salto hacia adelante, hacia la
modernidad y la paz, o damos un salto hacia atrás, al oscurantismo y la
guerra que es lo que hemos vivido y sufrido durante tantos años. (Semana.com.
2014, Mayo 16) 23
Transcurridos tres meses de haber sido elegido presidente Santos afirma:

«Yo no pienso –en absoluto– que los que no acompañaron mi candidatura estén en
contra de la paz. La paz que buscamos es, en esencia, LA MISMA.» (La Silla Vacía. 2014,
Marzo 7)
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Con esta frase, el Presidente quiso acabar la dicotomía que él mismo le planteó a
los colombianos en campaña, entre “el fin de la guerra” (que él ofrecía) y “la guerra
sin fin”, (que según él, proponían los uribistas). En campaña, la dicotomización
resultaba una estrategia eficaz puesto que se simplificaba la contienda a dos
isotopías contrarias: guerra / paz, y se eliminaba, de paso, los matices de las
divergencias: querer la paz, pero no la manera como se estaba negociando,
querer la paz, pero derrotando militarmente a las Farc, querer la paz, pero sin
beneficios para los alzados en armas. Etc. Hoy, sostener la dicotomía no es
conveniente, puesto que el éxito de la refrendación de las negociaciones
depende de la aceptación de un porcentaje considerable de la ciudadanía,
Hoy, para Santos, quienes acompañaron la propuesta de la salida militar con
Zuluaga ya no son los guerreristas, ellos también quieren, “en esencia, la misma
paz”.

La polarización:

La polarización acentúa la oposición entre personas o grupos identitarios respecto


de un punto de vista, una ideología, una concepción política del mundo y de
la sociedad en oposición a otra; lo que supone la puesta en escena de dos facciones
que se declaran unas a favor, otras en contra de tal o cual posición.

Lo que realmente está en juego en una relación de tipo polémico es el incremento


en el nivel de adhesión a una u otra posición. Es aquí donde operan los
recursos y estrategias discursivas de los enunciadores al punto de generar
una tensión entre ambas posiciones.

La polarización puede ser definida como: «un proceso, a través del cual un público
extremadamente diversificado se congrega en dos grupos, fuertemente
contrastados y mutuamente exclusivos. Estos grupos exhiben puntos de vista que
comparten una gran solidaridad para con los valores que el argumentador
considera como fundamentales» (King & Anderson, citados por Amossy. 2014: 59).

Quien se dispone, definitivamente, a captar la atención de un vasto grupo de


individuos con el objeto de llevarlos a adherir a un determinado posicionamiento

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recurre con frecuencia a la consigna “divide et impera”, el propósito de esta
estrategia política consiste en impedir la unión o respaldo entre los ciudadanos
al poder central llamando a la disidencia en favor de intereses grupales
particulares.

“Divide y vencerás” es, igualmente, una forma de control que impide no solo
develar el verdadero poder despótico sino los intereses generales en favor
de unos cuantos.

La concentración o reagrupamiento de ciertos sectores en favor de una tesis,


obliga entonces a pensar a estos actores en términos actanciales, no se trata de
mirar los diferentes actores como sujetos discursivos individuales que adhieren a un
punto de vista sino en el rol de actantes que operan como un solo cuerpo con una
misma voz en favor de la tesis defendida, en este sentido, la campaña
presidencial puso de relieve «la geografía de un país polarizado» como bien
lo señaló Santos:

Estoy recibiendo apoyo de todas partes. Recibí un apoyo que me pareció muy
importante y significativo porque fue mi adversario en las últimas elecciones:
Antanas Mockus. Recibí el apoyo de la ASI, de la Asociación Social ahora
Independiente, antes Indígena. Estoy recibiendo apoyos de muchos verdes e
independientes. Entonces aquí se está armando una gran coalición todo en torno a
la paz (Semana.com. 2014, Mayo 16).
En el mismo sentido, diversos columnistas de opinión, previo a las elecciones del
15 de junio, dieron a conocer su voto esgrimiendo los motivos que los llevaron a
tomar partido por uno u otro bando de la confrontación:

Como en la época de los noventa nos va a tocar salir a defender unos valores
democráticos, así para muchos colombianos esos valores no les hayan servido
para comer. Me refiero a valores como la tolerancia, la oposición, la democracia
participativa, la libertad de pensamiento y de cultos, los derechos de la mujer y la
posibilidad de soñar con un país en paz, voto por Santos (Duzán, 2014, Junio 13).
El uribismo confirmó del todo su reputación de inescrupuloso, tramposo y
marrullero y eso apuntala su autoritarismo, desprecio de la Constitución y de la ley,
caudillismo y cultura del miedo (Vásquez, 2014, Junio 13).
Zuluaga sí le pondría a las Farc los puntos sobre las íes en temas como la
elegibilidad política, las minas antipersona o el reclutamiento de menores y,
a cambio de esto, aceptaría rebajas de penas para las Farc y el ELN y su
transformación en movimientos políticos legales. Tales serían las bases de su
acuerdo de paz (Apuleyo, 2014, Junio 13).

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A Santos, su clase social lo llenó de privilegios; a Zuluaga se le abren caminos por
su formación académica y mientras Santos se mueve en círculos aristocráticos,
Zuluaga sabe untarse de pueblo (Alzate, 2014, Junio 13).
Dos construcciones etóticas tuvieron lugar en estas citas, dos imágenes que
movilizaron axiologías diferentes: la imagen de un Santos que representa los
valores de la democracia, de la tolerancia, de la libre expresión, del respeto a las
instituciones, aunque su modelo económico deje mucho que desear, y la imagen de
un Zuluaga que representa todos los valores que se oponen al santismo; la
trampa, el todo vale, la persecución, la intolerancia, y la falta de respeto por las
instituciones. Es importante señalar a este punto, que la configuración etótica es
siempre colectiva, puesto que la imagen que proyecta cada uno de los actores
discursivos está siempre sometida a la reacción del otro y de los otros, relación
triangular, en la que se asume el rol actancial de judicador.

La descalificación del adversario:

Ahora bien, la polarización no provoca solamente un movimiento de


reagrupamiento por identificación, sino que además se propone descalificar al
adversario, como ya lo hemos visto, conduce a la construcción del contendiente
configurado como símbolo del mal. Se trata de fortalecer la identidad del grupo
invalidando la del oponente; en tal sentido, construye un enemigo común,
descalifica o desautoriza el ethos de su adversario, el del grupo y la ideología que
representa. En últimas, busca la muerte simbólica de este con el fin de sacarlo de
la contienda discursiva.

Kerbrat Orecchioni, en este sentido, sostiene que «el discurso polémico es


un discurso descalificador que apunta a un blanco, su propósito pragmático
dominante [es] desacreditar al adversario, y al discurso que, se supone lo
sostiene» (citada por Amossy 2010b). Ahora, este proyecto de desacreditación del
adversario, correlativamente busca acreditar su propia propuesta, lo que supone
hacer construcciones o simulacros contrapuestos. En esta perspectiva, el
oponente presenta una imagen negativa de su adversario y se presenta a sí
mismo con una imagen favorable, la cual puede ponerse en escena ya sea

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de manera implícita o explícita, este juego de representaciones apunta a un mismo
objetivo, seducir o captar la adhesión del destinatario.

Resumiendo, estos tres rasgos que presenta Amossy como característicos del
discurso polémico: la dicotomización, la polarización y la descalificación del
adversario, fueron las marcas que se impusieron en la campaña presidencial. Estas
posturas antagónicas que se expresaron en el terreno con la toma de posición de
diferentes actores, terminaron configurando en el nivel de la enunciación dos
conjuntos diametralmente opuestos: en favor o en contra de los diálogos de paz,
dos voces discursivas que pusieron en evidencia, los roles actanciales del
agonista y el antagonista o en términos semióticos del sujeto y el anti sujeto. Esta
polarización y la contundencia en el manejo de las imágenes etóticas por
cada uno de los actantes, permitió, finalmente, que una ciudadanía diversa y
heterogénea se fusionara con la imagen que logró imponerse, quedando en
evidencia una ciudadanía polarizada en torno a las conversaciones de paz.

Finalmente quiero llamar la atención sobre estas palabras de Amossy:


La cuestión de saber si la polémica constituye un bloqueo sin salida y un
indispensable «diálogo de sordos» (Angenot. 1982) queda abierta. Es
necesario examinar sobre el terreno [sin hacer de este estado de la cuestión]
un rasgo definitorio de la polémica» (Amossy. 2014: 58)

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Referencias Bibliográficas

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La Silla Vacía, 2014, Junio 13. El segundo voto de los columnistas. Recuperado de
http://lasillavacia.com/historia/el-segundo-voto-de-los-columnistas-47904

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