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“Contemplar el Incomparable Amor de Dios en el Crucificado”

IV Domingo de Cuaresma
➢ Invocación al Espíritu Santo (Oración inicial)
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones y las mentes de tus fieles, enciende en ellos el
fuego de tu amor. Envía, Señor tu Espíritu y serán creados. Y renovaras la faz de la tierra.
➢ Canto
Primera Lectura: 2 Crónicas 36, 14-16. 19-23
Salmo: 136
Segunda lectura: Efesios 2, 4-10
Santo Evangelio: San Juan 3, 14-21

➢ Lectura
¿Qué dice el texto?
El Evangelio de este domingo nos presenta la parte final del diálogo de Jesús con
Nicodemo, el Maestro de la Ley, Fariseo y Magistrado judío que vino a ver a Jesús de noche.
Como el pacto y el templo, la ley también es buena: indica el camino de la vida. Pero ni la
pertenencia al pueblo, ni la posesión del templo, ni la observancia de la ley son vida. La vida
es Dios mismo, en su amor paternal por sus hijos, de quienes el pacto, el templo y la ley son
signos y mediación. Quien se detiene en las señales y no alcanza el significado, hace de todo
lo bueno un ídolo, una trampa mortal.
Es así como el evangelista Juan, con su estilo particular, con su agudeza
contemplativa, nos anuncia la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Vemos unidas, en una
admirable síntesis, tanto la cruz como la gloria: la cruz señala el fin de la vida terrena de
Jesús y, al mismo tiempo, manifiesta su identidad de Hijo del hombre bajado del cielo y
después nuevamente exaltado por Dios al cielo.
➢ Meditación
¿Qué me dice el texto?
Escucho cada palabra que Jesús le dice a Nicodemo, para encontrar en Jesús, en su
palabra, en su revelación, una vida nueva y una luz nueva, es una de las escenas más brillantes
y teológicas de la teología joánica. El Crucifijo se compara con la serpiente de bronce
levantada: en él vemos el mal que nos ha traído la serpiente, pero también el bien que Dios
nos quiere. Él es, de hecho, el cordero que trae la maldad del mundo (1,29), haciéndose
maldición y pecado (Gál 3,13; 2 Cor 5,21), para mostrarnos su amor incondicional. Al verlo
en la cruz, ya no podemos dudarlo.
Pero, ¿de dónde proviene la luz? Ciertamente de la persona misma de Jesús. Pero es
ante todo de la Cruz, allí donde la locura de amor del Padre por su humanidad se hizo tangible
en la entrega absoluta del Hijo.
De hecho, Dios amó tanto al mundo, Dios siempre ha amado al mundo, incluso si el
mundo lo rechaza. El amor del Padre es gratuito y sin reservas. El Hijo, que lo conoce y vive,
nos testifica desde la cruz. No hay duda de que somos justificados por la fe, no por las obras
(Gálatas 2,16). Sin olvidar que las obras manifiestan nuestra fe, sobre todo la caridad, no
puede ser de otra manera, porque la raíz de toda justicia es acoger el amor gratuito de Dios
por nosotros.
En cada uno de nosotros hay una batalla interior (cf. Rm 8, 17 ss.): Se lucha entre la
mentira y la verdad, el miedo y la confianza, el egoísmo y el amor. Pero somos los árbitros:
podemos, día tras día, otorgar la victoria a quien queramos.
Quien hace la verdad sale a la luz. Hacer la verdad es lo opuesto a "hacer el mal" o
"hacer malas obras". Pero para hacer la verdad, primero hay que conocerla. Para esto es
necesario que el Hijo del Hombre sea levantado: en él vemos el amor con el que somos
amados.
¿Cuántas tinieblas rodean mis jornadas? El maligno enemigo de Dios está tentándome
frecuentemente. ¿Soy capaz de tener la humildad de mirar la Cruz de Jesús, como el símbolo
de salvación más importante, donde Dios ha querido reconciliarse con los que somos
pecadores? ¿Tomo la cruz de Jesús en serio, me identifico con Cristo crucificado, que sufrió
por mí y por mi liberación del mal, del pecado y de la muerte? ¿Entiendo que no hay un
cristianismo sin cruz?
➢ Oración ¿Qué le digo al Señor?
En un momento de silencio dialogo con el Señor. Después de haber sido cuestionado por la
Palabra de Dios, orar con humildad, y con un corazón contrito y responder ¿Cómo
podríamos acoger espontáneamente y llenos de entusiasmo la luz esplendorosa de este amor
de Dios?
➢ Contemplación
¿Qué idea tengo del amor de Dios? ¿Cómo me voy a preparar para la renovación de mi fe
en la Vigilia Pascual?
Repetimos en silencio varias veces esta frase del Evangelio para que vaya entrando a
nuestro corazón: «Dios no envió a su Hijo para condenar» (Versículo 17).
Acción
➢ Realizar mis responsabilidades del seminario con humildad, que me recuerde la
humillación de Cristo.
➢ Frecuentar mi visita al Santísimo e intensificar mi oración ante la cruz de Cristo
Oración conclusiva: Padre nuestro, Ave María, Gloria al Padre.

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