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La victoria de la cruz

Muchas veces pasamos por momentos duros, como los vivieron los discípulos del Señor al ver
crucificado a Cristo, sin entender. Viendo aquella situación, se olvidaron momentáneamente de todo
lo que Jesús les había enseñado; se quedaron con el cuadro de dolor sin recordar que iba a ser
levantado de la muerte, como les había anunciado (Lucas 18:31-34). Estaban angustiados, y
empezaron a sacar conclusiones equivocadas. Esto nos muestra cuán vulnerables pueden ser las
convicciones en el ser humano. Sin embargo, estos primeros seguidores de Cristo, que atravesaron el
dolor, luego se convirtieron en poderosos evangelistas que lograron extender el mensaje a través de
las generaciones y las distancias. De igual manera, hoy tenemos el mismo desafío de mantenernos
firmes en aquello que hemos creído, desechando la imagen desfavorable de las circunstancias que
atravesamos y que pretenden apagar nuestros corazones. ¿Estamos como en el día de la sepultura de
Jesús, sintiéndonos culpables y viendo disminuir la fe que profesamos? ¿O somos de los que caminan
en fe sabiendo que hay una promesa de resurrección y restauración?

El paso de Jesús por la cruz era necesario, aunque doloroso. Sin ese derramamiento de sangre no iba
a haber posibilidad de que todos lográramos la salvación (Hebreos 9:22). Pero el Señor efectivamente
resucitó, tomando autoridad sobre todos los poderes de las tinieblas. Esto cambió el mundo y
nuestras historias para siempre. El dolor inicial abrió paso a la victoria. Por eso, hoy necesitamos
reconocer el significado que tiene la cruz en nuestras vidas, para que quede grabado en cada
situación que nos toque atravesar. Veremos entonces tres aspectos que la obra de Jesucristo en la
cruz nos enseña:

1. La cruz nos revela el carácter de Dios

Con la obra de la cruz, Dios nos ha mostrado un arma para vencer, que es la humildad. Jesús la
manifestó al venir a este mundo como hombre y morir en la cruz en nuestro lugar. El Señor venció al
enemigo de la manera más humillante, ya que era un castigo que los romanos imponían a los
delincuentes de aquel tiempo, además de ser deshonroso para la ley judía (leer Gálatas 3:13).

“Estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y


muerte de cruz” Filipenses 2:8

“Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de
ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el
que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre
vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y
para dar su vida en rescate por muchos ” Mateo 20:25-28

En esa humillación hubo exaltación, como podemos ver en Filipenses 2:9-11. El ser humano tiende a
resolver los conflictos vanagloriándose o debatiendo, reclamando con todas sus fuerzas sus derechos;
no toma a la mansedumbre como la primera opción. Sin embargo, de acuerdo a las reglas del Reino
de los Cielos, nosotros podemos vencer cada batalla a través de la entrega y la humildad (leer
Romanos 8:35-37) porque la cruz nos enseña entonces que nuestras armas son espirituales y no
carnales (2 Corintios 10:4).
2. La cruz nos revela el perdón de Dios

El amor de Dios es inmenso; de hecho, Él nos ha enseñado que no hay mayor amor que el de aquél
que da la vida por otros (Juan 15:13). Jesús vino a amar a quien lo ofendió, lo dañó, a la creación
perdida (Lucas 19:10). Es un amor que no puede entenderse humanamente (Efesios 3:19), pero que
trae perdón.

Jesús se detuvo una vez en una casa en Betania, donde una mujer derramó un perfume muy valioso
sobre Él. Tanto le había impactado el amor del Señor por ella, que le ofreció lo más preciado que
tenía. La respuesta de Jesús fue “… dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo,
también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella” (Mateo 26:13). Sus muchos pecados
habían sido perdonados; y por eso demostró tanto amor por el Señor (leer Lucas 7:47).

Cuando entendemos el amor, eso nos hace adorar más a Dios, pero una persona a la que se le
perdonó poco suele demostrar también poco amor. He aquí la importancia de entender lo mucho que
Dios nos ha perdonado. Esto nos permitirá expresar una respuesta inmediata de gratitud eterna por
haber enviado a Su Hijo a morir en nuestro lugar. En Efesios 2:12-13 se nos recuerda cuán lejos
estábamos de Cristo, así como de la esperanza y de Sus promesas, con el fin de que valoremos el
privilegio de pertenecer a la familia de Dios. Es por la sangre de Jesús que podemos considerarnos
hijos de Dios y sentarnos a Su mesa, tras haber estado en un reino espiritual de tinieblas (Colosenses
1:13). Por eso, cada uno de nosotros puede hoy ser libre de la culpa, sin pagar nada ni hacer ningún
sacrificio. Solo hace falta confesar el nombre de Jesús; porque ese es el camino para recibir perdón
(leer Hechos 4:12 y Romanos 10:9).

3. La cruz nos revela la victoria de Dios

En Colosenses 2:14 se nos anuncia la victoria que Jesús ha conquistado por nosotros: “Él anuló el acta
con los cargos que había contra nosotros [el pecado] y la eliminó clavándola en la cruz”. Es a través de
esa entrega que hoy podemos ser salvos, pues no había forma de que nosotros paguemos por la culpa
de nuestros pecados. Cuando nos enfocamos en la cruz y tenemos ese encuentro con la sangre de
Cristo, recibimos paz con Dios. Él nos da una paz que el mundo no puede dar (leer Juan 14:27 y
Filipenses 4:7): paz en nuestro corazón, en nuestros pensamientos y emociones, en medio de las
angustias y temores que nos asaltan recurrentemente. Su cruz nos ha desligado del castigo y nos ha
dado libertad. Jesús ha conquistado nuestra salvación, y por eso nos aferramos a Él cada día, sin
importar las circunstancias:

“Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo,
nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?”

(1 Juan 5:4-5)

Para reflexionar juntos: Conociendo ahora la victoria que Jesús conquistó por nosotros en la cruz,
leamos Juan 11:25 y conversemos sobre cómo aplicar esa promesa a alguna situación difícil que
estemos viviendo hoy.
Conclusión
Quizás hoy te sentías como los discípulos en el día en que Jesús fue sepultado: perplejo porque
sientes que las promesas de Dios no se han cumplido. Sin embargo, la cruz nos ha enseñado que todo
lo que el Señor te habla es real y se hará manifiesto en cada área de tu vida. Que hoy puedas ver el
poder de Dios, y honrar a Aquel que no se olvidó de ti, pues Él escuchó tu gemir y dolor. ¡Si Él
resucitó, tú también resucitarás! Agradécele por esa entrega en la cruz, y ríndete a Él, poniendo cada
día tu mirada en el Señor. ¡Nunca más serás igual después de haber tenido la experiencia de la
redención en la cruz!

Pero esto no termina allí: de ahora en más, Dios extiende Su llamado para que compartas
esta experiencia con otros: sé un embajador de Cristo en todo lugar donde estés.

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