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Terapia psicoanalítica 80.549 24/02/2020 29/03/2020

PEC I
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Resolución de la PEC

1)

a) ¿De qué formas cura el psicoanálisis?

A partir de la palabra y el pensamiento expresados en las sesiones. Pero para que estos realmente puedan
curar, es preciso que el paciente los enlace con las emociones asociadas que necesitan ser reconocidas, si
es que ha de vislumbrar las causas últimas de su sufrimiento y poder así llegar a disolverlo.

El cambio profundo opera gracias a que el paciente es capaz entonces de poder alcanzar un amor propio
genuino. Si puede comprender emocionalmente por qué sufre, no solo a partir de un conocimiento
racionalizado e intelectual sino también dejándose tocar por aspectos aversivos de si mismo, su
sufrimiento, profundamente reconocido, podrá por fin ser sanado.

El psicoanálisis cura logrando que el paciente encuentre por si mismo una fuerza interior que lo lleva hacia
el exterior. Hacia ese otro, persona y vida, que representa al mismo tiempo fuente de goce inefable y de
sufrimiento desgarrador. Encontrada una nueva autoestima que lejos de replegarse en sí misma, nos
proporciona la fuerza para dirigirnos a ese otro que era una amenaza insalvable imbuidos de una nueva
confianza.

A medida que avanza el proceso de análisis, nos permitimos poner luz en ese interior que permanecía
esquivo, sepultado bajo capas de defensa al precio de nuestra más íntima genuinidad. Podemos ver
entonces la belleza de una simple flor o maravillarnos de la sonrisa de un bebé. Por supuesto, eso no quiere
decir que el sufrimiento desaparezca por completo. La vida no está exenta de aflicciones.

b) ¿De qué objeciones ha sido objeto y como pueden estas ser rebatidas?

Al proceso analítico se le hacen tres grandes reproches: que es largo, caro y doloroso.

La duración del proceso varía según la gravedad de los síntomas, desde unos 6 meses para una crisis
conyugal a tres años en tratamientos a adultos. Acceder al inconsciente no es tarea baladí. Requiere
persistencia, vínculo, paciencia.

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Los honorarios de un analista, con una frecuencia de dos sesiones por semana, pueden suponer un
esfuerzo económico considerable. No obstante, ¿Cuál es el precio vital que pagamos por la envergadura de
los problemas a los que se hace frente? El análisis es muchas veces nuestro último recurso desesperado
después de intentarlo todo. El psicoanálisis trata situaciones tan críticas como relaciones con parejas e hijos
dramáticas, problemas sexuales, depresiones con riesgo de suicidio, y un largo etcétera. Para algunas
personas, se trata de una cuestión de vida o muerte. Por otro lado, en algunos casos en los que hay una
dificultad económica insalvable, algunos pacientes pueden recibir un tratamiento psicoanalítico en ciertas
instituciones.

Por último, se sobrerrepresenta el dolor que se atraviesa durante la terapia psicoanalítica. Si bien es cierto
que se atraviesan momentos dolorosos, también hay espacio para la risa y para darnos cuenta juntos del
camino recorrido.

Hay otra última objeción a la que responde Juan David Nasio, y es que es peligroso, desestabilizante. El
psicoanálisis, arguye, no reemplaza, sino que potencia aquello positivo que ya está en el paciente.

2)

El esquema L de Lacan debe entenderse dentro del contexto de la práctica psicoanalítica como una
herramienta útil para entender y manejar el juego de transferencias, contratransferencias e
interpretaciones que se suceden en el marco de las sesiones de terapia. Propone entender el inconsciente
no como una amalgama caótica de elementos desordenados sino como poseedor de un lenguaje propio,
entenderlo como texto lingüístico repleto de significantes y significados enlazados entre si de maneras que
pueden ser descifradas mediante la única verdadera herramienta que posee el psicoanálisis: la asociación
libre, de modo que se pueda escapar del control del Yo (moi). El caso del hombre de las ratas, en que la
cadena de significantes es la clave para comprender la

Lacan entiende el proceso psicoanalítico como algo libre, que se maneja por sus propias normas y que no
debe ser interpretado dentro de una lógica contratransferencial sino en sus propios términos.

El esquema lambda muestra una estructura cuatripartita: 4 elementos (a, a’ en el eje imaginario, de espejo,
de representaciones, de ilusión de completitud) y A –el gran otro, lieu de déploiement de la parole, origen
de los significantes– y S, en el eje inconsciente). Estos son unidos por cuatro vectores:

 AS representa el eje simbólico, inconsciente, que se ve cortado por el muro del lenguaje del eje
imaginario, pero por el que circula su propio lenguaje.

 El vector aa’ representa la relación imaginaria moi – otro, el cual (moi) se ve condicionado por la
exterioridad.

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 El vector Sa’ la relación entre lo imaginario y lo simbólico, entre el S sujeto del inconsciente, ello, y
el pequeño otro.

 Por último, Aa’ la interrelación simbólica imaginaria del gran otro con el moi, al que determina.

Lo real es lo que no puede imaginarse ni simbolizarse, es incognoscible, y a la vez es lo único, como su


propio nombre indica, que es real. Lo imaginario es el proceso de identificación que sucede en el estadio
del espejo. Nos identificamos con nuestra imagen exterior especular, no fragmentada, lo que nos aliena. Lo
simbólico surge a partir de la necesidad, para que surja el sujeto, de que haya algo más que la identificación
con la imagen en el espejo: se necesita el lenguaje, los símbolos, la reducción de la información mediante
procesos de metonimia y metáfora a signos.

3)
El complejo de Edipo en Lacan se divide en tres partes, que se configuran a partir de lo que el llama el
nombre del padre (en el original francés, el nom \nɔ̃ \ du père, cuya pronunciación es idéntica a le non \
nɔ̃ \ du père “el no del padre” . Es el paso, por así decirlo, de ser el “falo” a tenerlo o no tenerlo, según se
sea niño o niña. Se articula el paso del ser al tener.

El inicio vendría en el estadio del espejo. En una primera etapa, fusional, el dominio de lo real, el niño se
identifica con el deseo de la madre, dado que el niño es posicionado por la madre como objeto desde el
principio, al ser satisfechas sus necesidades tan pronto como son “expresadas” por el bebé, y cuya madre
verbaliza sus necesidades, actúa, por así decirlo, en representación del niño, que es como si formara parte
de ella. Ella “sabe” lo que le pasa al niño: si llora, mamá sabe que su niño tiene hambre. Hay una relación,
pues, de sujeto-objeto.

El bebé, pues, se aliena con el deseo de su madre. La forma en que se articula la relación entre niño y
madre es a través de ocupar éste el papel en el triángulo imaginario o ternario de “falo”. Constituida esta
como “otra”, el bebé trata de satisfacer dicho deseo, de subsanar dicha carencia percibida, convirtiéndose
en lo que percibe como deseo de la madre: el falo faltante que ni ella misma ni su madre, de pequeña,
poseía. El padre, en este momento, más allá de tener un significante, no tiene un papel activo en el
psiquismo.

En un segundo tiempo, llamado también el momento privativo del complejo de Edipo en Lacan, aparece el
lenguaje, en la medida en que a partir de lo que llama “el registro de la llamada” es posible simbolizar a la
madre. Resumiendo, la madre pasa a ser un objeto real ya que no es solo un objeto de las llamadas del
niño, obra por propia voluntad. Por otro lado, el padre, o más bien la función de este, el padre como
mensaje, aparece. Lacan plantea la función del padre en un plano metafórico, como significante que
sustituye a otro. El niño, pues, percibe en el discurso de la madre que hay un padre. Ese triángulo perfecto

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en que todas las funciones son satisfechas se esfuma en ese momento. El niño ya no será el falo de la
madre, esto es, lo castrado, el significante que simboliza lo faltante, en la medida en que ahora hay otro de
la madre aparte de él. Con el padre, aparece la ley, la ley de “prohibición del incesto” para él bebé, y la de
“no reintegrarás a tu producto” para la madre. “Yo también estoy aquí, y mi ley es regular los intercambios
entre tu madre y tú”. Éste, pues “priva” a la madre de su objeto de deseo, por lo que deja de ser fálica. Ella
es castrada. La función paterna es, pues, obrar esta separación de modo que el niño no quede relegado a
ser dependiente del deseo de la madre, a ser un “no-sujeto” en la medida en que no puede articular sus
propios deseos, a existir únicamente en tanto identificación de todo aquello que percibe le falta a la madre.

En un tercer tiempo, el padre pasa a ser simbólico, ya no es completo, “el falo”, sino que lo tiene. El falo
pasa a ser simbólico: ningún personaje lo “es”. La relación con el niño vuelve al plano real en la medida en
que el padre, como portador del falo, demuestra que puede dar lo que desea a la madre. El niño ya no
puede ser el falo porque nadie puede serlo: o se tiene o no se tiene. Con la prohibición del incesto, la
alternativa para el niño es identificarse con lo que percibe es el objeto de deseo dela madre: el padre, con
lo cual se completaría el proceso de forma sana. Esto es, para que el sujeto alcance su madurez sexual,
deberá ser castrado.

4.

a)

¿Por qué existe una compulsión a la repetición de ciertos actos si no solo no proporcionan placer, sino que
nos hacen sufrir? Para Freud es porque hay una pulsión de muerte. La necesidad de repetir las mismas
experiencias surge de un trauma que, para ser sanado, necesita representarlas, especialmente mediante
los sueños, ordenarlas para así poder integrarlas, para poder llegar a una homeóstasis

Para Lacan es más bien porque existe “un encuentro fallido con lo real”, como límite, ya que allí se
encuentra aquello que no puede simbolizarse. El significante insiste en intentar recuperar el “das Ding”,
inaprensible. La repetición sería, pues, un camino de vuelta en la cadena de significantes que nos
configuran como sujetos; sería ese imposible camino de vuelta a la pérdida del objeto de deseo original que
nos conmina a ser alienados en una cadena de significantes.

b)

Es la función psíquica por la cual el paciente proyecta sus afectos y deseos primigenios (hacia padres,
hermanos, etc.) a vínculos nuevos, en particular en el analista. Surge en el inconsciente. Freud consideraba
que era una herramienta fundamental, que posibilitaba que el paciente actuara todos sus conflictos en las
sesiones. Se considera que es automático e inevitable. Se pueden conceptualizar dos tipos: la positiva y la
negativa. La positiva se subdivide a su vez en dos; la débil, que posibilita que el tratamiento avance y la

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erotizada que, al contrario, es signo de resistencias. La negativa es la transferencia de aspectos hostiles
hacia el analista. Jung pensaba que una cierta transferencia negativa era positiva para el mejor curso del
tratamiento. Una transferencia negativa más intensa, no obstante, dificulta el tratamiento y es signo de
resistencias.

c)

Generalmente, se entiende por inconsciente aquellos contenidos mentales que son inaccesibles a la
introspección. Dentro del modelo Freudiano, parte del ello, del superyo y del yo permanecen
inconscientes. Por otro lado, Freud habla también del preconsciente, referido a aquellos contenidos
mentales que son inconscientes en un determinado momento pero que no han sido reprimidos. Sería, por
así decirlo, un inconsciente no reprimido. Sería la suma de todo el conocimiento acumulado, de todo
aquello que es accesible mediante un acto de la voluntad. Para Freud, pues, el inconsciente representa
todos aquellos contenidos que por medio de mecanismos de represión no son accesibles ordinariamente:
funcionaría como un repositorio de ideas que son socialmente inaceptables, recuerdos traumáticos y
memorias dolorosas. No obstante, métodos como la asociación libre, la meditación, el análisis de los
sueños o las parapraxis serían capaces de llevar a la luz dichos mensajes crípticos del inconsciente. Para
Jung, habría dos tipos de inconsciente, el personal y el colectivo. Este último sería la parte más profunda de
la psique, compuesta de arquetipos y de estructuras psíquicas heredadas. El inconsciente, para Lacan
estructurado como un lenguaje, pero no es solo este.

d)

Freud diferencia instinto (Trieb) de pulsión (Instinkt). Los instintos tienen una base biológica y se dirigen
hacia la consecución de un objetivo.

La pulsión en Lacan forma parte de un circuito que empieza en una zona erógena, gira entorno al objeto y
vuelve a la zona erógena. Para Lacan todas las pulsiones son sexuales. Existen 4 pulsiones; la oral, la anal, la
escópica (los ojos, la vista) y la invocante (oír, la voz, los oidos. No son un instinto, y el placer se deriva
precisamente de este giro en torno al objeto.

5.

a)

Enuresis nocturna hasta los 8 años. El desinterés en la escuela coincide con la llegada de su hermana, 4
años menor, y su pregunta a la madre de “¿Cómo nacen los niños?” En el colegio se muestra como
invulnerable, hasta tal punto que le llaman “robot”, y se tira temerariamente de sitios altos ante la atenta
mirada de otros niños. Hace gamberradas a escondidas. Sus amistades se reducen a dos compañeros en el

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colegio con los que mantiene una relación ambivalente: se refiere normalmente a ellos como enemigos,
pero en un lapsus los acaba llamando amigos. La madre, a la que rechaza abiertamente, le obliga a hacer
cosas que no le gustan, como comer cierto tipo de alimentos. El único interés que manifiesta es a las armas,
igual que el padre, al que parece imitar en todo.

A la madre le encantaba Bruce Lee, pero los hombres de ese perfil nunca le han gustado. El hecho de que
“enfatizara los cuerpos destrozados” parece sugerir que proyecta cierta agresividad inconsciente en dicha
afición. Ambos embarazos fueron no deseados.

La abuela era materna alcohólica crónica, y las funciones las de madre las hizo básicamente su abuela.
Padre cerrado, muy controlado y poco hablador. Tiene miedo de agredir a su superior.

b)

Neurosis obsesiva. Es un tipo de diagnóstico eminentemente psicoanalítico que el psicoanalista francés


Henri Ey definiría como la incapacidad para controlar la compulsividad de los sentimientos, de las ideas o
de los comportamientos. D. está obsesionado con matar, las armas y escapar a la muerte, que es la forma
de goce del Otro (sus padres), actuándolo a través de los videojuegos, de la construcción de armas o
especulando sobre las trampas que preparará para defenderse de los ataques que imagina, situándose
como víctima. Afirma ser buena persona y si hace daño “es porque se le escapa”. En el fondo, D., pues, está
obsesionado con pensamientos con los que de hecho no está genuinamente interesado, ajenos a sus
verdaderos deseos: manifiesta unos intereses muy reducidos que conciden con los de sus padres,
sugiriendo en ambos casos que están reprimidos y ambivalentes (a la madre le encantan las artes marciales
y disfruta la violencia, pero no “le gustan los hombres así”, y el padre se “traga” todo pero tiene miedo de
hacer daño, y es un apasionado de las armas)

c)

Las conclusiones son que D. está articulado en el campo de sus padres, como su objeto, produciendo un
saber sobre ellos, y la terapia se articula en base a que este pueda llegar a articular su verdad genuina más
allá de la pareja parental. Desde el campo simbólico, con su afición a los grafitis, D. expresa como se quiere
proteger para que no le “tapen la boca” como a su abuela, que no le hagan comer, metafórica o
literalmente, aquello que no quiere tragar.

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6)

a)

La adolescencia media, que comienza hacia los 15 y acaba hacia los 18 años, tiene como elemento
fundamental, como hito, precisamente esta desinvestidura del vínculo con los padres. Se refiere a dejar
caer del pedestal a los padres infantiles perfectos, y hacer el duelo de estos para ser capaz de aceptar a
unos padres humanos y falibles y que pueda emerger el superyó social. A veces, este duelo se desmiente
mediante la elección de objeto por apuntalamiento, que consiste en mantenerse excesivamente fiel al
miembro de la pareja que precisamente dificulta el proceso de desasimiento. Este proceso nos habla más
de un proceso narcisista del adulto. En este caso, el de la madre de Remedios, que le satisface todas sus
necesidades sin mesura, que la alimenta, que no la deja ir de esa fusión y por lo tanto la mantiene en una
posición disfuncional en la medida en que no la deja marchar, no la deja desvincularse para poder vivir sus
propios deseos más allá de la madre. Remedios es su pastilla para la ansiedad. La respuesta de Remedios, el
resquicio disponible de respuesta, es no dejarse nutrir. La anorexia.

b)

Remedios es resistente al proceso terapéutico, lo que tiene que interpretarse más como una resistencia de
la díada madre-hija a desaparecer que mantiene la madre. En general, se muestra pasiva y la madre pone
trabas una y otra vez a proporcionar una cierta autonomía a su hija, más allá de ella. Cuando el centro, a
través de una llamada de esta que interpreta como demanda, repacta el encuadre, da la impresión de que
halla su objeto exogámico en forma de “Walter”, lo que se puede interpretar como la consecución de un
hito de la adolescencia media, aunque desde la fantasía del enamoramiento del amor, y la sana
desvinculación del férreo e infantilizante mandato paterno de prohibir que tenga novio hasta los 21 años.
Como todo, como ha sido enseñada, ella es todo o nada: se “come” a sus novios, habla en el grupo sin
parar, o se polariza en el extremo contrario y se deja desvestir para dormir como una niña pequeña.
Destacaría que, como suele pasar en clínica, frecuentemente quien necesita más terapia no es el paciente
designado.

c)

La respuesta de la madre consiste en mantener un vínculo lactante con su hija y oponerse en general a
cualquier demanda que implique una separación de Remedios. Mantiene una relación fusional con ella a la
que no quiere renunciar y de la que excluye también a su marido, a pesar de su falta de
complementariedad. Habla por ella. Se comporta básicamente como su Remedios fuera un objeto de su
sujeto sin entidad ni deseos propios.

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La respuesta del padre es de sobreprotección e intrusismo, escogiendo la carrera de Remedios, la hora a la
que tiene que volver, sus amigos, cuando puede tener novio y amenazando con “cuidar” de ella hasta que
tenga 80 años “hasta que madure”. Cuando la ley es imposible de cumplir, es igual que su ausencia.

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Referencias

Darian Leader, & Groves, J. (2004). Lacan para principiantes. Errepar. Universidad complutense de

Madrid. Madrid.

Huitrayo, M. Á. (2015). La repetición, una interpretación psicoanalítica: Freud y Lacan (tesis doctoral).

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