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Ortiz, Renato

Otro territorio

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Cita recomendada:
Ortiz, R. (1996). Otro territorio. Revista de ciencias sociales, (4), 143-163. Disponible en RIDAA-UNQ
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143

O tro territorio*
R en ato Ortiz**

Existe en las ciencias sociales una fuerte tradición en pen­ La


sar el espacio en su relación inmediata con el medio físi­ concepción
co. La evolución de la geografía -por ejemplo, la escuela de del espacio
Ratzel, entre otras- es pródiga en ejemplos de esa natu ra­ en ciencias
leza. Sin embargo, incluso cuando nos apartam os del de- sociales
terminismo geográfico, de gran influencia entre los pensa­
dores brasileños del final del siglo xix,1 la idea de territo­
rio. identificado con los límites de su materialidad, está
presente. Tomo al azar u n a definición de Pierre George,
cuando intenta comprender las fronteras entre la geogra­
fía y la sociología:

La aplicación del método geográfico a los datos sociales tiene


como objetivo la definición de hechos y categorías de hechos
observables en un medio espacial determinado, y la búsque­
da de posibilidades, más o menos completas, de la universa­
lización de esos hechos o categorías de hechos. El proceso de
pensamiento es, por lo tanto, analítico: conduce a un inven­
tario. Este Inventario se fija en el espacio a través de la repre­
sentación cartográfica, que permite figurar cada hecho, en. su
escala y lugar exacto, así como hacer ciertas generalizaciones.
Esta fase de toma de conciencia se sitúa en el plano de la
morfología social.2

* C apitulo del libro que con el título Otro territorio. E n sayo scobre el mun­
do contem poráneo, será próximamente publicado por la Editorial de la
Universidad Nacional de Quílmes.
** Universidad E stadual de Campiñas.
1 V éase Robert Moraes. A. C.. Ideologías geográjicas. San Pablo. Hucitec.
1988.
2 George. P.. "Sociologic géographique". en Gurvitch, G.. Tratié d e soexo-
144 R enato O rtiz

Estamos, por cierto, alejados del reduccionismo de las es­


cuelas pasadas; sin embargo, el vínculo entre fenómeno
social y medio espacial permanece. El geógrafo debe hacer
un inventario de los hechos y. en seguida, localizarlos en
un mapa. Cada cosa en su escala, en su debido lugar. Es­
te trabajo cartográfico preliminar es el fundamento de las
generalizaciones posibles; com parar m apas diversos,
aproximar datos recogidos en regiones y zonas diferentes.
Por eso. Pierre George tiene el cuidado de definir lo que de­
nomina "unidad geográfica elem entar. En el caso del
hombre de campo, la colectividad rural sería el elemento
aglutinador de la producción con los miembros de un de­
terminado grupo social. En cambio, los estudios sobre la
industria partirían de otra base concreta. Cito al autor;
“En geografía industrial, el primer hecho de observación es
el establecimiento, que es el lugar de producción y eí lugar
de trabajo, definiendo, en su individualidad, su califica­
ción, su importancia cualitativa y su localización”.3 Den­
tro de esta línea de razonamiento, cada lugar, estableci­
miento o comunidad rural posee una individualidad, una
cualidad que le es propia. Esta se expresa en su localiza­
ción, dato crucial para el geógrafo, sin el cual su esfuerzo
cartográfico sería en vano.
Cultura y También la sociología y la antropología privilegian la re­
medio físico lación entre cultura y medio físico.^Durkheim había, in­
cluso. idealizado la creación de una nueva disciplina, la
“morfología social", síntesis de la geografía y la demogra­
fía, para comprender las articulaciones entre las socieda­
des y su sustrato material.4 Disciplina que se ocuparía de
la distribución de los individuos en el suelo, de la densi­
dad poblacional de las aldeas y las ciudades, de las vías
de comunicación, de las fronteras, etc. Fue dentro de es­
ta óptica que Marcel Mauss escribió su ensayo sobre las
variaciones estacionales de las sociedades esquim ales.5

logie, París. PUF. 1967 ( l 8 edición 1958). p. 255.


3 George, P.. op. cit..
4 Durkheim, E.. “N otes su r la morphologie sociale", en Journal Sociologi-
que, París, PUF. 1969.
•r» M auss. M.. “E ssai su r les variations saison n ieres d es soeiétés esleimos:
O tro territorio 145

Su análisis de morfología social es una aplicación de los


principios durkheimianos. al dem ostrar cómo la civiliza­
ción esquimal se encuentra indeleblemente m arcada por
su territorialidad. En verdad, toda la antropología clásica
retoma esa premisa. Cuando el antropólogo estudia una
sociedad primitiva, su preocupación inicial es delimitar el
área que abarca. Los estudios etnográficos (como los de
Malinowski en las islas Tobriand o los de Evans-Pritchard
sobre los azande) contienen siempre un mapa: su fun­
ción, localizar esos habitantes extraños, distantes de no­
sotros, en su s lugares “exactos". La cartografía es el ins­
trum ento utilizado en su prim era aproximación. Geógra­
fos y antropólogos comparten, por lo tanto, la idea de que
las culturas se arraigan en un medio físico determinado.
Tomo a Max Sorre como ejemplo. En su s Fundamentos de
la geografía humana,6 describe el planeta como u n con­
junto de sociedades particulares dispuestas en un mismo
sustrato, la Tierra. A la unidad ecológica se contrapone la
diversidad de los pueblos. Cada uno con su s costumbres,
su s vestimentas, su s creencias, su m anera de trabajar el
suelo, su modo de vida. El mapam undi de Sorre es un ca­
leidoscopio en el cual se reflejan las idiosincracias de las
civilizaciones. Cada región del globo está habitada, m ate­
rial y espiritualmente, por una cultura. Este es el domi­
nio de su fyidez.
De m anera implícita o explícita, los análisis en las cien­
cias sociales poseen una cierta comprensión de qué es el
espacio (en el caso de la sociología y la ciencia política, el
territorio nacional es preponderante). ¿Es posible m ante­
nerla en el cuadro actual de las sociedades contemporá­
neas? Difícilmente. El advenimiento de la automación, la
transm isión de datos, la telecomunicación, tom an obsole­
tas ideas como “unidad geográfica elemental”.7 Los soció­
logos del trabajo nos m uestran que el campo y la fábrica

étude de morphologie soeiaJe". en Sociologie e t anthropologie. París. PUF.


1968.
Sorre. M.. Les fo n d ém en ts d e la géographie humaine. t. III. París. Ar-
m and Colín. 1952.
7 El texto citado de Picrre George fue publicado originalm ente en 1958.
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tienen sus paisajes desfigurados.8 En diversos países el


campesino fue sustituido por el empresario rural, que no
camina m ás al ritmo de la aldea o la villa, sino que se co­
necta. informáticamente, con el mercado nacional e inter­
nacional, con los descubrimientos tecnocientíficos, con el
m undo que tendíamos a percibir como u n a expresión del
"afuera”. También en la industria, el establecimiento per­
dió su centralidad. La deslocalización de la producción es
hoy una realidad. Las líneas de montaje, que fijaban a Jos
obreros en lugares específicos, son, poco a poco, sustitui­
das por la flexibilidad de las tecnologías. Ya no es necesa­
rio que la planta industrial se sitúe en este o aquel lugar,
el producto es el resultado de intenciones diversas, coor­
dinadas por la automación. El impacto de las tecnologías
afecta incluso a las ciudades. Al informatizarse los servi­
cios y los hogares, la tram a urbana adquiere un nuevo sig­
nificado; es atravesada por mensajes que desterritoriali-
zan a las personas, las viviendas y los edificios.9
No pretendo extenderme acerca de los cambios que ca­
racterizan este inicio del siglo xxi. Prefiero apoyarme en la
literatura existente y tomarla como principio orientador de
mi razonamiento. De este modo, puedo abordar la temáti­
ca que me interesa directamente.
Desterrito­ En ia discusión sobre la desterritorialización es común
rialización encontrar afirmaciones del tipo; "el espacio se vació”, "el
m undo ya no posee fronteras”.10 Algunos autores, frente a
los descubrimientos tecnológicos, en particular de la rea­
lidad virtual, llegan a imaginar que el horizonte entre la

Representa, a mi entender, una m anera de pensar el espacio en determ i­


nado momento de la historia de los hombres. Sin embargo, a partir de las
transform aciones recientes, el propio autor reconoce la necesidad de re-
formular n uestras concepciones. V éase Chronique géographique d u XXé-
m e sié d e , París. Arinand Colin. 1994.
« Cf. Kaplinsky. R.. Automation: the Technology an d Soclety. Londres.
Longman. 1984.
wV éase Gastéis. M. (comp.). High Technology, Space a n d Society. Beverly
1lilis. Sage Publications. 1985.
ío Véase, por ejemplo. Virilio. P., O espado critico. Rio de Janeiro, Edito­
ra 34. 1993. o autores com o Ohmae. K., Mundo sem fronteiras. S an Pa­
blo. Makron Books. 1991.
Otro territorio 147

fantasía y la realidad está roto.11 La noción de espacio es­


taría, pues, en su ocaso. Las distancias se acortaron a tal
punto que ya no tendría sentido afirmar su existencia. No
sólo las fronteras entre las naciones habrían sido sobrepa­
sadas, sino que incluso el mundo de la fabulación se con­
fundiría con el real. Creo que es fructífero entender este
pronóstico articulándolo con otros “finales”, pregonados
por investigadores, críticos sociales, empresarios de trans­
nacionales e ideólogos. Hay ciertas insistencia y conver­
gencia en los términos del debate. Se habla del “fin” del ar­
te, del estado nación, del trabajo, de la historia, de la mo­
dernidad. Estaríam os viviendo una especie de quiebra ter­
minal. Una forma de reaccionar ante todo eso es tomar el
argumento al pie de la letra. Este me parece un camino
equivocado, nos lleva a una ponderación sin fin, que in­
tenta. a cualquier costo, dem ostrar la continuidad entre
pasado y futuro. Esta posición tiene además otra desven­
taja; es defensiva, posee un sabor conservatista. Al afe­
rram os a la permanencia del estado nación, inevitable­
mente terminamos ocultando los mecanismos de la globa­
lización: al obstinam os en la “centralidad" del trabajo, ol­
vidamos a menudo que las técnicas productivas ya afectan
su esencia: al reificar las conquistas de la modernidad, ol­
vidamos que m uchas de ellas poco tienen que ver con las
premisas filosóficas que la habían orientado (libertad e
igualdad). Las posiciones se polarizan, asi, entre “perm a­
nencia" y “fin", “antes” y “después”, modernidad y posmo­
dernidad, alejándonos de lo que debería, en rigor, ser com­
prendido. O tra m anera de enfocar las cosas es tomar el
“fin" no como algo en sí. sino como un síntoma de cambios
m ás amplios. Cambios que rearticulan el m undo del tra­
bajo, la esfera del arte y las relaciones entre los hombres.
En este caso, ya no nos ayuda tanto decir: el espacio “se
vació": importa m ás entender su nueva configuración, có­
mo es “ocupado”.
Retomo a Durkheim y Mauss para aclarar mi punto de

n Cf. Párente. A. (comp.). lm agem máquina: a era d a s tecnologías vlr-


tuais. Río de Janeiro. Editora 34. 1993.
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vista. En el ensayo “Algunas formas de clasificación primi­


tiva",12 argum entan que el espacio no es una categoría
abstracta. Al contrario de los filósofos, que atribuyen a los
hombres una propensión natural para clasificar las cosas,
D urkheim y Durkheim y M auss vinculan las categorías de pensamien­
Mauss to con el fondo social que las constituye. Las funciones
cognitivas están, por lo tanto, m arcadas por las culturas
que las envuelven. Asi, se puede decir que la concepción
china del tiempo y el espacio ordena la orientación de los
edificios, la fundación de las ciudades, la construcción de
las casas, las tum bas y los cementerios. El mismo princi­
pio es válido para las tribus primitivas. Entre los zunis,
norte, sur, este y oeste no son apenas puntos cardinales.
Cada uno de esos compartimentos geográficos posee cua­
lidades sociales modales. El viento, el aire, la fuerza y la
destrucción son atributos del norte, m ientras que el vera­
no, el fuego, la agricultura y la medicina pertenecen al sur.
La categoría espacio es. de esta forma, “ocupada” de las
m aneras m ás diferentes; todo depende del conjunto de
fuerzas sociales a las cuales se refiera. La propuesta de
Durkheim y Mauss tiene u n a consecuencia importante:
inaugura una teoría del conocimiento (por cierto, no se­
gún el modelo de Mannheim), que abre camino para una
posible sociología de las funciones cognitivas. Espacio y
tiempo son categorías que preceden a las ideologías y las
concepciones de mundo, y varían con ias sociedades a las
cuajes corresponden. Este tipo de comprensión es hoy de
rutina en los estudios antropológicos (véanse, por ejem­
plo, las discusiones sobre derecha e izquierda) e históri­
cos. Hablamos, de modo habitual, de la concepción del
tiempo y el epacio en la Edad Media europea, en el perío­
do helénico o en una tribu guaraní.13 Cada "pueblo" ten­
dría así “su" forma “primitiva”, esto es, anterior al conte­
nido que ordena, de clasificación. De este modo, decir “es­
pacio vacío” sería un contrasentido, a no ser que se reali­

*2 Durkheim. E. y M auss. M.. “D es quelques formes prim itives de classi-


fleation". e n Durkheim. E.. Journal Sociologique. op. cit.
Ia Véase Vernant. J . P.. M ythe e t p e n sé e ch ez les Crees. París. Maspero.
1971; Le Goff. J.. A civilizafáo d o ocidente m edieval. Lisboa. Estam pa,
1983.
Otro territorio 149

ce un esfuerzo de comprensión de esta ausencia. Dicho


de otro modo: si es verdad que los cambios recientes de la
sociedad consolidan un patrón civilizatorio particular, el
de la modernidad-mundo, resta preguntarnos sobre el ti­
po de espacialidad que le es peculiar. Si se sabe que la
desterritorialización es uno de su s trazos esenciales, la
cuestión puede entonces ser formulada: ¿cómo se carac­
teriza, en el m undo contemporáneo, u n a territorialidad
desarraigada? ¿Cómo comprenderla cuando se amplía
m ás allá de las fronteras físicas, abarcando a los indivi­
duos, las naciones y las culturas?

¿Qué es un espacio global? ¿Tiene sentido hablar en esos Espacio


términos? Tomo de la literatura disponible u n a respuesta global
posible: la ciudad global.14 Saskia Sassen, al comparar
Nueva York. Londres y Tokio, tiene un objetivo claro: de­
m ostrar que, en el contexto de la globalización del capital,
esos tres centros urbanos desempeñan un papel funda­
mental. En ellos se concentran las oficinas de las grandes
em presas industriales, comerciales y financieras; en ellos
se encuentran los productores de servicios (publicidad,
agencias de seguro, mass-media, etc.), en gran medida
responsables de la tercerización y la especialización de las
actividades. Frente a la globalización del mercado, la frag­
mentación de la producción, la deslocalización del trabajo
y la flexibilidad de las tecnologías, las instituciones econó­
micas transnacionales se rearticulan determinando “cen­
tros” de comando de sus actividades planetarias. La ciu­
dad global es. por lo tanto, un núcleo articulador del capi­
talismo mundial. En rigor, ninguna de esas ciudades pue­
de ser entendida dentro de sus propias fronteras. Interna­
mente, ellas se dilatan y abarcan el área metropolitana de
su s respectivos países: externamente, constituyen una
red. un conjunto dinámico, compuesto de polos interacti­
vos. Algunas actividades “faltan” en Londres, y se “comple­
mentan" en Tokio; otras, en cambio, son m ás raras, o flo­
recientes. en Nueva York.

14 Sassen , S.. The Global Cily: N ew York, Ijondon, Tokyo, Nueva «Jersey.
Princeton University Press. 1991.
150 R e n ato O rtiz

La perspectiva de Sassen es sugestiva; ofrece, incluso,


algunos elementos nuevos para la comprensión de la evo­
lución del capitalismo. Al leer a Braudel o a Wallerstein,
tenemos presente siempre la idea de que toda economía-
mundo se organiza a partir de un centro.15 La historia del
capitalismo sería, en este sentido, un sucesivo desplaza­
miento de núcleos urbanos -Amsterdam, Londres, Nueva
York-. A partir de cada uno de ellos se organizaría, en mo­
mentos diferentes, el capital en escala internacional. Sas­
sen, al tom ar Nueva York-Londres-Tokio como un univer­
so interactivo, dem uestra que esta centralidad ya no es
posible. Del conjunto de la interacción entre estas ciuda­
des resulta un poder de organización que escapa a la te­
rritorialidad de u n a única zona urbana o de un país. La
propuesta tiene además el mérito de recordarnos que la
globalización se sustenta sobre u n a base sólida, el capita­
lismo; su dimensión económica es inocultable. También
evita una cierta ilusión posmoderna, como si el m undo es­
tuviese compuesto por un conjunto de átomos sociales
desconexos. Sin embargo, la respuesta ofrecida tiene algu­
nos inconvenientes. En primer lugar, es restrictiva. Una
ciudad sólo es global cuando se encuentra articulada, de
forma dinámica, al sistema capitalista mundial. Es posible
imaginar un a serie de centros urbanos que, de alguna m a­
nera, cumplen esta condición. San Pablo, Osaka, México,
Seúl y Buenos Aires concentran, en el nivel regional, las
funciones que definen la globalidad. Sin embargo, aun
cuando se aum ente esta lista, tendríamos u n a clara dis­
continuidad territorial. Sólo algunos espacios merecerían
el adjetivo global, y otros, menores, menos importantes,
estarían excluidos de esa definición. El segundo aspecto
deriva del propio enfoque de la autora. Su concepción de
ciudad prolonga una tradición sociológica, de Marx a We-
ber, que la considera como un lugar de producción, inter­
cambio y comercialización. Por cierto, éste es un elemento
importante (en la historia del capitalismo las ciudades

15 Braudel. F.. Civilización material, economía y capitalism o. Madrid.


Alianza. 1984; Wallerstein. 1.. The M odem World S ystem . Nueva York.
Academic Press. 1976.
O tro territorio 151

contienen los mercados internaciones y regionales). Sin


embargo, la globah'dad term ina siendo entendida en térmi­
nos casi exclusivamente económicos. ¿Es suficiente?
Pienso que no. Espacio y tiempo son categorías sociales
pertenecientes a un determinado tipo de civilización. Que
tales categorías m antengan una reJación estrecha con la
materialidad del mundo capitalista es algo incuestionable,
sin embargo, no podemos identificarlas con esa dimen­
sión. Tal vez sea m ás correcto decir que el sustrato econó­
mico y tecnológico del “capitalismo flexible” es la condición
necesaria para la consolidación deí proceso de globaliza­
ción. Sin embargo, la espacialidad de las cosas, los obje­
tos. el medio ambiente y -¿por qué no?- el imaginario co­
lectivo traspasa su s límites. En este sentido, el movimien­
to de desterritorialización se aplica a las ciudades, como
las define Sassen, a la producción automovilística, como
quieren los economistas, pero también a la creación de lu­
gares particulares (shoppings, aeropuertos, grandes ave­
nidas, etc.), a las identidades planetarias (movimiento eco­
lógico o étnico), a una memoria "internacional-popular”
(constituida por Jas imágenes-gestos transm itidas mun-
dialrnente por los mass-media). Espacio que se articula, se
mezcla y, m uchas veces, determ ina espacios de otra n atu ­
raleza.
Mi digresión anterior no obedece a un simple preciosis­ Globalización y
mo intelectual. La discusión que enfrentamos está a m e­ mundialización
nudo m arcada por cierta tentación reduccionista. Por eso
he sugerido una distinción entre los conceptos de ‘'globa­
lización” y "mundialización”. ig La cuestión se repone nue­
vamente. En verdad, es difícil hablar de espacio "global” de
la misma m anera en que lo entendemos en los niveles eco­
nómico y tecnológico. Al contrarío que en esos niveles, la
modernidad-mundo no es univoca, en ella se insertan
otras espacialidades. La mundialización de la cultura (en
la que están incluidos los aspectos materiales, simbólicos
e ideológicos) participa de un universo translingüistico
que está constituido y atravesado por fuerzas diversas. El

16 V éase Ortiz. R.. "Cultura e socicdade global", en M undializacáo c cul­


tura. San PaWc*. Brasfliense. 1994.
152 R enato O rtiz

problema es entender cómo se articula esta m araña de


fuerzas que solemos llamar nacionales, regionales o loca­
les. Para desenredar este ovillo es necesario, quizá, reto­
m ar algunas cuestiones anteriores.
El concepto Cuando nos referimos al “lugar”, imaginamos u n espa­
de “lugar" cio restringido, bien delimitado, dentro del cual se desen­
vuelve la vida de un grupo o u n conjunto de personas. El
“lugar” posee un contorno preciso, al punto de tom arse
u n a baliza territorial para los hábitos cotidianos; así, se
confunde con lo que nos circunda, está “realmente presen­
te” en nuestras vidas. Nos reconforta con su proximidad,
nos acoge con su familiaridad. Tal vez por eso, por el con­
traste en relación con lo distante, con lo que se encuentra
aparte, lo asociamos casi naturalm ente con la idea de “a u ­
téntico”. El debate sobre las identidades está perm anente­
mente atravesado por esos términos (Sartre al hablar de la
autenticidad judía, o Franz Fanón de la negritud).17 En el
fondo, lo que está en cuestión es la búsqueda de las “raí­
ces”, el punto de inflexión entre la identidad idealizada y
el suelo en que ella se introduce. La idea de raíz es suges­
tiva; revela u n a relación social “pegada” al terreno en el
cual florece. El desarraigo es visto, por lo tanto, como una
pérdida, un peligro, una amenaza. Desarraigo del campe­
sino, que deja el campo para trabajar en la ciudad; de los
grupos indígenas, que se alejan de sus antepasados, los
valores regionales, confrontados constantem ente por valo­
res que los trascienden. La proximidad del "lugar” es tam­
bién valorizada cuando se contrapone la vida cotidiana a
los lazos sociales m ás abarcadores. Estos pertenecerían al
dominio de lo distante, como si estuviesen despegados de
la vivencia inmediata. Es frecuente, en la literatura de las
ciencias sociales, encontrar este tipo de enfoque; por ejem­
plo, al trazar la historia de las regiones, de lo “micro”, en
contrapunto con u n a historia universal, “macro”, en prin­
cipio pensada como apartada de la vivencia de las perso­
nas. Local y cotidiano surgen, así, como términos inter­
cambiables equivalentes. El “lugar” participa aun de otra

17 Véase Sartre. J . R. Róflcxions su r la questionJuive. París, Galliinard,


1976: Fanón. F.. Pcau noire m asqu es blarxcs. París, Scuil. 1975.
O tro territorio 153

cualidad: la diversidad. En verdad, se opone a lo "nacio­


nal” y lo "global”, sólo como abstracción. Visto de cerca,
cualitativamente, constituye u n a unidad cohesionada. Se­
ria. pues, m ás correcto hablar de "lugares", en plural. Ca­
da lugar es u n a entidad particular, una discontinuidad es­
pacial. Por eso. un autor como Gramsci dirá que el folklo­
re está formado por pedazos heteróclitos de cu ltu ra.18 ca­
da uno de ellos proveniente de lugares específicos, m u­
chas veces incomunicados entre sí. Lugar y localismo se
cierran dentro de sus propios horizontes. De ahí deriva la
heterogeneidad de su aspecto.
Al m udar de nivel, el enfoque es otro. Lo "nacional” pre­
supone un espacio amplio. Aunque su territorio está tam ­
bién físicamente determinado, su s límites son fijos, su ex­
tensión es m ás dilatada. A él se sum a adem ás una histo­
ricidad, dimensión a veces olvidada cuando nos referimos
a lo "local” (por eso, la tendencia a identificarlo con la tra­
dición, la conservación de las costumbres). La nación
transita el camino de la turbulencia histórica, se modela
de acuerdo con los intereses de su s instituciones, su s lu­
chas, su visión del pasado, su política de construcción del
presente. Proceso largo, que presupone la ocupación de
un área geográfica y la invención de una conciencia colec­
tiva compartida por su s ciudadanos. En relación con lo
“local”, lo “nacional” se impone por su unicidad. Existe
“una" cultura nacional, aun cuando sabemos que ella se
realiza de m anera diferenciada en los diversos contextos
(conflicto que se expresa en Jas contradicciones entre los
regionalismos). Se trata de una dimensión dictada por los
imperativos del estado, el mercado, los intereses geopoliti-
cos. la unificación lingüística. Lo “nacional" engloba, por
lo tanto, a los "lugares”, contrastando con su diversidad.
El “Ser Nacional", basta consultar la extensa bibliografía
sobre el tema, se presenta siempre como singularidad. Sin
embargo, al cam biar de referente, la perspectiva anterior
adquiere otro relieve. En relación con lo "global", ya no es
tanto su unicidad lo que cuenta, sino su distinción. En el

i8 V éase Gramsci. A.. Literatura e vida, nacion al Río de Janeiro. Civiliza­


d o Brasilcira. 1968.
154 R enato O rtiz

concierto de las naciones, cada una de ellas está m arcada


por sus especificidades, por su s diferencias. Lo “nacional”
asume de esta forma cualidades de lo “local". Diversidad y
autenticidad se tornan características suyas. La identidad
de los pueblos se presenta así como diferencia contra­
puesta a lo que es “exterior”; es modal, la expresión de la
historia de cada país.
Espacio Por lo tanto, al hablar de “local", “nacional" y “global”,
local, establecemos un ordenamiento entre niveles espaciales di­
nacional y ferenciados, lo que nos lleva, necesariamente, a pensar las
global relaciones entre ellos. En este punto, las respuestas co­
mienzan a divergir, y el mismo concepto de globalización
puede ser entendido de diversas m aneras. Una primera
posibilidad es imaginar cada uno de esos planos como
unidades autónomas. En este caso, es posible hacer afir­
maciones del tipo: lo “local" se relaciona con lo “nacional”;
lo “nacional” reacciona, resiste o se somete a lo “global”; lo
“local” prescinde de lo “nacional” y se articula directamen­
te con lo “global". Los argumentos, no obstante diversos,
se apoyan en algunas premisas. Cada entidad espacial
constituiría un elemento específico, cuya lógica expresa
u n a identidad. Tendríamos, así, la existencia de espaciali-
dades distintas que confrontan entre sí. Todo se resumiría
a entender las interrelaciones entre ellas. Esta m anera de
pensar, análoga a la de aquellos que hablan sobre las re­
laciones internacionales, acepta la idea de que la globali­
zación es algo importante, pero ajena al núcleo de cada
uno de esos espacios. De ahí la insistencia en considerar­
la no como movimiento de u n a sociedad global, sino como
resultado de un conjunto de interacciones.19 Con eso, evi­
dentemente, se preservan las identidades de las partes,
pero el encadenamiento del pensamiento nos encierra en
el interior de un dualismo. “Local”/"nacional”, “glo-
bal"/“nacionar. “global”/ “local” se presentan como unida­
des antitéticas. Estas se realizarían en el espacio de sus
fronteras, ya que poseen la capacidad de: a) definir su pro­
pia centralidad, b) interactuar con lo que les es externo.

i9 Retomo este asp ecto en “N otas sobre a problem ática da globaliza^áo


tías sociedades", inimeo.
O tro territorio 155

Es esto lo que permite, por ejemplo, decir: lo “global” se re­


laciona con lo “local” o lo “nacional”, como u n a imposición
externa (ya sea como resultado de la difusión cultural o
del imperialismo). El argumento presupone la existencia
de límites claros que separan cada uno de esos territorios.
Otra m anera de enfrentar la cuestión sería razonar en
térm inos de inclusión, y no apenas de interacción. Vería­
mos, así, que lo “global” incluye lo “nacional", que, a su
vez, incluye lo “local”. En este caso habría un conjunto
m ás amplio que engloba otros dos subconjuntos. Esta for­
mulación del problema evita el dualismo anterior, pues ya
no es necesario postular cada espacialidad como una en­
tidad específica. El inconveniente, sin embargo, es que la
solución propuesta nos induce a aceptar algunas conse­
cuencias lógicas de esta dirección: a) lo “nacional" y lo “lo­
cal" están enteramente (obligatoriamente) incluidos en lo
"global"; b) ellos permanecen autónomos en tanto subcon-
j untos. ¿Es esto verdad? ¿Las fronteras entre las espacia-
lidades son, en verdad, tan nítidas, al punto de poder car-
tografiarlas de esa forma? ¿El proceso de desterritorializa­
ción no pone, justam ente, en cuestión esta condición? Por
otro lado, admitir lo “global” como megaconjunto, ¿no nos
llevaría necesariamente a pensar el mundo de manera sis-
témica, como lo hace Luhman al referirse a conjuntos
complejos que envuelven otros conjuntos m ás simples?20
Una alternativa a esas respuestas es considerar la glo­
balización de las sociedades y la mundialización de la cul­
tu ra como un proceso civilizatorio. El artificio teórico per­
mite evitar la propuesta sistémica y el dualismo. Proceso
que se instala en el nivel mundial, pero no es necesaria­
mente totalizador, al punto de incluir, como un megacon­
junto. todos los puntos del planeta. Esto significa admitir
la existencia de límites estructurales -económicos, políti­
cos y culturales- a la expansión de la modernidad-mundo.
Proceso que se articula dentro de u n a sociedad global, lo
que torna difícil la aceptación del postulado de indepen­
dencia y autonomía implícito en el pensamiento dual. En

20 V éase Luhman. N.. T h e World Socicty a s a Social System", e n Interna­


tional Journal o jG en era l S ystem s, vol. 8. 1082.
156 R enato O rtiz

este caso, habría que redefinir las mediaciones existentes


entre los niveles que veníamos tratando.
Espacio y Mi propuesta es tratar el espacio como un conjunto de
procesos planos atravesados por procesos sociales diferenciados.
sociales Debo, entonces, dejar de lado los pares de opuestos -ex­
terno/interno, cercano/distante- o la idea de inclusión
para operar con la noción de líneas de fuerza. Si se acep­
ta, de modo preliminar, que lo “local" se sitúa dentro de los
países (finalmente el estado nación es una realidad geopo­
lítica), podemos imaginar, idealmente, la existencia de tres
dimensiones. Una primera, en la cual se manifiestan las
implicaciones de las historias particulares de cada locali­
dad. Realidades que no se articulan necesariamente con
otras historias, aun cuando están inmersas en el mismo
territorio nacional. Este es el caso de diversos países que
no completaron el camino de la construcción nacional, en
los cuales m uchas de su s regiones viven una realidad
“propia", esto es, no enteram ente determinada por las exi­
gencias del estado-modernidad-nación. Hay, por lo tanto,
una desconexión (al menos teórica) entre las partes que lo
componen. Condición semejante (si bien por motivos di­
versos) a las de algunos países en los cuales permanece la
presencia viva de “nacionalidades" distintas (por ejemplo,
los catalanes en España). El segundo nivel se refiere a las
historias nacionales, que atraviesan los planos locales y
los redefinen a su manera. La conexión es ahora posible a
través de la mediación de un eslabón trascendental, lo que
nos permite hablar propiamente de un espacio común
dentro de fronteras bien delimitadas. Una últim a dimen­
sión, m ás reciente, es la de la globalización. Proceso que
atraviesa los planos nacionales y locales, cruzando histo­
rias diferenciadas. La civilización de la modernidad-m un­
do se caracteriza, pues, por ser, simultáneamente, una
tendencia de conjunción y de disyunción de espacios. Es­
to nos permite percibirla como m arcada por dos direccio­
nes, una orientada hacia la homogeneización, otra, hacia
la diversidad. Esta sensación de bifurcación de sentidos
nos lleva, a menudo, a imaginarlos como vectores antagó­
nicos (se dice comúnmente, en la discusión acerca de la
globalización, que los localismos son su antítesis). En ri­
O tro territorio 157

gor? ésta es u n a comprensión equivocada de lo que está


ocurriendo. Sincrónicamente, conjunción y disyunción son
partes de un mismo fenómeno.
Estoy sugiriendo, por lo tanto, que la mundialización de Transversali-
la cultura y, en consecuencia, del espacio, debe ser defini­ dad
da como transversalidad. Puedo, así. matizar algunas
ideas -cultura-m undo, cultura nacional, cultura local- co­
mo si constituyesen una jerarquía de unidades estancas
que interactúan entre sí. Las nociones de transversalidad
y de atravesamiento permiten pensarlas de otra manera.
De esta forma, sostengo que no existe una oposición inma­
nente entre “lo c a r /“nacionaT/“globar. Esto 2o percibimos
al hablar de lo cotidiano. Ya vimos cómo, habitualmente,
esta cualidad parece asociarse apenas a los hábitos arrai­
gados en el espacio de las localidades. Se trata, sin em bar­
go, de u n a ilusión. Tanto lo “nacional” como lo “global" só­
lo existen en la medida en que son vivencias. Este fue. fi­
nalmente, el resultado de dos siglos de rutinización de los
modos de vida que denominamos identidades nacionales.
Antes del siglo xvm, la nación no era aún u n a referencia
obligada para el conjunto de habitantes de cada país. Fue
necesario un esfuerzo histórico, el desarrollo de un m erca­
do interno, la creación de símbolos, escuelas, para que la
conciencia colectiva, en el comienzo restringida a una
ideología de estado, se transformase en cultura. Los hom­
bres, en su s provincias, tuvieron que aprender, interiori­
zar, la necesidad de pensarse como miembros de un. y só­
lo un, país. Lo mismo ocurre cuando hablamos de m un­
dialización de la cultura. Nada significaría si ella existiese
apenas como ideología, esto es, como concepción del m un­
do articulada exclusivamente a los intereses políticos y
económicos. Para tornarse cultura (en la cual están ins­
criptos esos intereses), debe materializarse como cotidia-
neidad. Una familiaridad que se expresa en los hoteles, re­
des metropolitanas, supermercados, ferrovías, Internet,
etc. En esos “lugares”, su s usuarios poseen u n conoci­
miento específico, adecuado, que les permite transitar con
desenvoltura en la m araña de su s entrecruzamientos. Lo
cotidiano no es el atributo del “ser" local, idealizado m u­
chas veces como sinónimo de auténtico: es el presupues­
158 R e n ato O rtiz

to de la existencia de cualquier cultura. La modernidad-


mundo sólo se realiza cuando se “localiza”, y confiere sen­
tido al comportamiento y la conducta de los individuos. En
este sentido, la oposición entre “global”/ ‘‘n a c io n a r/“localw,
un dato del sentido común, es un falso problema.
Territoriali­ Una primera implicación de la idea de transversalidad
dades está en la constitución de "territorialidades” desvinculadas
del medio físico. Si se toma el vector de la mundialización
en su articulación interna, es posible discernir un conjun­
to de reajustes espaciales que ya no se circunscriben a los
límites de la nación o las localidades. El modo de vida de
varios grupos sociales está hoy, en buena medida, deste-
rritorializado. Los estudios y los cálculos de los publicita­
rios, de los hombres de marketing, m uestran esto muy
bien. Algunos comportamientos, en relación con el consu­
mo y la m anera de organización de la vida, son análogos
en Tokio. París, Nueva York, San Pablo y Londres.21 Son
esas semejanzas las que posibilitan que los adm inistrado­
res de las transnacionales piensen, y agilicen, una estra­
tegia de persuasión y de ventas en escala planetaria. A los
mismos modos de comportamiento, diversión, desplaza­
miento, se corresponde un marketing global. Pedazos de
estratos espaciales de consumo, distribuidos de manera
desigual por el planeta, son de esta forma aproximados.
Como "la juventud”, esto es, los jóvenes de una clase me­
dia mundializada. Sus hábitos, símbolos, héroes juveniles,
músicas, gusto y vestimenta son los mismos, a despecho
de sus nacionalidades. Más aún, en el nivel del imaginario
podemos hablar ahora de u n a cultura internacional-popu­
lar, esto es. de un conjunto de referencias desterritoriali-
zadas. colocadas en contacto, a medida que los individuos
se desplazan por la modernidad-mundo. El cine, los mass-
media, la publicidad, la televisión, son buenos ejemplos.
Por eso mismo, tal vez, la insistencia en hablar de "espa­
cio" publicitario, mediático y, m ás recientemente, "ciberes-
pacio”. En todos los casos está claro: los mensajes, los

21 V éase Mattelart. A.. L'international publicitaire. París, La Découverte.


1989. y tam bién Levitt. T.. “The Globalization o f Markcts". en Harvard
B u sin ess R cview . mayo-junio de 1983.
O tro territorio 159

símbolos, en fin. la cultura, circulan libremente en redes


desconectadas de este o aquel lugar.
El concepto de "desterritorialización” posee, por lo tan­
to. u n a fuerza explicativa; permite dar cuenta de aspectos
poco visualizados en las ciencias sociales. Al designar con­
figuraciones del tipo "estratos desterritorializados”, "refe­
rencias culturales desterritorializadas”, "imaginario colec­
tivo internacional-popular”, tal concepto nos posibilita
una comprensión mejor del m undo contemporáneo. Nos
obliga, sobre todo, a enfocar el espacio independientemen­
te de las restricciones im puestas por el medio físico. Sin
embargo, es necesario entender que toda desterritorializa­
ción está acom pañada por u n a re-territorialización. Pero
no se trata de tendencias complementarias o congruentes;
estamos frente a un flujo único. La desterritorialización
tiene la virtud de apartar el espacio del medio físico que lo
aprisionaba, la reterritorialización lo actualiza como di­
mensión social. Ella lo “localiza". Nos encontramos, pues,
lejos de la idea de “fin” del territorio. Lo que ocurre, en ver­
dad, es la constitución de una territorialidad dilatada,
compuesta por franjas independientes, pero que se ju n ­
tan. se superponen, en la medida en que participan de la
misma naturaleza. Viajar, desplazarse por esos estratos,
es permanecer en el interior de un tipo de espacialidad co­
m ún a pueblos diversos. Esta perspectiva m uda radical­
mente nuestra concepción de espacio, tradicionalmente
vinculada al territorio físico, ya sea la nación o los límites
geográficos de las culturas.
La transversalidad tiene adem ás otras consecuencias:
redefine nuestro entendimiento del sustrato morfológico
en el cual se asientan las culturas. Tradicionalmente, co­
mo hace la antropología, el lugar está constituido por el
espacio dentro del cual viven los grupos indígenas. “Mun­
do" que se encierra dentro de las fronteras de un territo­
rio. y en el cual se encuentran la geografía y la cosmolo­
gía. las costum bres y las relaciones de parentesco, el tra­
bajo, los tabúes, las técnicas, etc. Cada lugar se define así
por la especificidad de su cultura.22 Admitir que el espa-

Marc Auge hace u n a buena sín tesis de lo que e s la concepción tradi-


160 R enato O rtiz

cío en el cual circulan las personas está atravesado por


fuerzas diversas, significa rever esta perspectiva. En este
caso, ‘'local”, “nacional" y “global” deben ser vistos en su
atravesamiento. El "lugar” sería entonces el entrecruza-
miento de diferentes líneas de fuerza en el contexto de una
situación determinada. Retomo de los fenomenólogos la
noción de “situación”, sin por ello incurrir en el equívoco
de la etnometodología, para la cual las relaciones sociales
derivan sólo de la interacción de los individuos. Situación
definida objetivamente por las fuerzas sociales portadoras
de legitimidades desiguales, en el seno de la cual los hom­
bres actúan. “Local”, “nacional” y “global” se entrelazan,
por lo tanto, de formas diversas, determinando el cuadro
social de las espacialidades en conjunto. Situación que va­
riará según los contextos y, sobre todo, en función de la
prevalencia, o no, de determinados requisitos tecnológicos
y económicos -la modernidad-mundo no se reduce a la
modernización, sino que acompaña el movimiento de “mo­
dernización” de las sociedades-. Con esto estoy diciendo
que lo “nacional” y lo “local” están penetrados por lo “glo­
bal”. Pensarlos como unidades autónom as sería inconsis­
tente. Sin embargo, como la base material de la moderni­
dad-mundo es desigual, y la expansión de la cultura debe
obligatoriamente tener en cuenta la diversidad de los pue­
blos. su conjunción sólo ocurre de modo diferencial. El
“lugar” es el espacio de esa diferencialidad.
Una m anera de entender la realidad de los lugares se­
ría recurrir al concepto de diglosia. Los lingüistas lo usan
cuando analizan una situación en la cual existen idiomas
distintos -árabe literario o coloquial, dialectos africanos o
inglés/francés, chino o inglés, etc.-. En ese contexto, ocu­
rre una especialización de los usos. Algunas lenguas son

cional del “lugar antropológico". Sin embargo, para comprender la e sp e ­


cificidad del m undo contem poráneo, él echa mano del concepto de “no
lugar” -esp a cio no histórico, no relacional y no identitario. definido por
las actividades afines: comercio, tránsito, tiempo libre, tra n sp o n e-. Para
la perspectiva adoptada aquí, no existen “no lugares". Lo que Augé c o n ­
sidera así pertenece, en verdad, a los lugares inscriptos e n el m ovim ien­
to de la modernidad-m undo. V éase Augé. M.. Non liex: une introduction á
une anthropologie d e la surm odernité. París. Seuil. 1992.
O tro territorio 161

empleadas en determ inadas circunstancias (por ejemplo,


en la burocracia o en las ceremonias públicas), otras se
circunscriben al dominio de la familia, la religión o el tra­
bajo. Ese es también el caso del inglés al tom arse lengua
mundial.'23 El penetra la informática, el tránsito aéreo, los
coloquios científicos, el intercambio entre las transnacio­
nales, transformándose en idioma oficial de las relaciones
internacionales. Sin embargo, su presencia no significa
necesariamente la desaparición de otras formas de hablar.
Las situaciones concretas determ inarán las esferas y el
destino de su influencia. En algunos casos, el inglés será
preponderante -tecnología y educación superior-, en
otros, estará ausente -debates y literatura nacionales-.
Ante la expansión del inglés, que altera el cuadro anterior
(en e\ cual existían sólo dos lenguas en contacto), algunos
lingüistas entienden que pasamos de una fase de diglosia
a otra de transglosia. Un mismo idioma atraviesa, de for­
ma diferenciada, el espacio lingüístico. Yo diría, retoman­
do mi objeto, que el “lugar” puede ser definido como un
“espacio transglósico” en el cual se entrecruzan diferentes Espacio
espacialidades. Para comprenderlo, deberíamos detener­ transglósico
nos en las situaciones concretas de ese entrelazamiento.
Sin embargo, no hay que ser ingenuos. Los lingüistas
también nos enseñan que los fenómenos de diglosia están
m arcados por jerarquías y señales de distinción. Existe
siempre una lengua “alta” contrapuesta a otra "baja”, cu­
yo prestigio social es inferior. Es el caso del francés en al­
gunos países africanos. El penetra la escritura, la políti­
ca, la economía, los mass-media. y disfruta de una posi­
ción dominante respecto de los dialectos, que no partici­
pan de esta esfera del poder y se restringen a los usos
propiamente tribales. Se trata de un cuadro análogo al
del inglés, en su forma mundializada.24 El se convierte en

23 C onsultar I'lshman. J. y Cooper. R. L. (comps.). The Spread ofEnglish.


üowley. Newbury llo u sc. 1977; Greenbaum . S. (comp.). The English Lan-
gu age T o d a y. Oxford. Pergamon Press. 1985; Truchot. C.. L'anglais d a n s
le m onde contómporain. París. Le Robert. 1990.
24 V éase L'Anglais: langue etrangére ou langue seconde. Groupes d’Etu-
d es su r le Plurilinguism e Europeen. A ctcs d u Premier Colloque. E stras­
burgo. Université d e s S cien ces H um aines de Strasbourg. mayo de 1984.
162 R enato O rtiz

una forma “alta”, al configurar palabras, gustos m usica­


les (rock and roll) y penetrar en los mass-media. la publi­
cidad, el show-business. El mercado lingüístico, para h a­
blar con Bourdieu, no es apenas un espacio de intercam ­
bios, sino que se estructura a partir de determ inadas re­
laciones de poder.25 Creo que sería inconsecuente, en
nuestra discusión, caer en el relativismo cultural. Las li­
neas de fuerza que atraviesan los lugares no son equiva­
lentes; poseen peso y legitimidades distintos. La m undia­
lización de la cultura trae, con ella, vectores poderosos de
dominación, al punto de que se articulan en el nivel pla­
netario. Por lo tanto, la situación de los lugares implica
acomodaciones y conflictos. En ella estallan los intereses
que recortan a Jas sociedades.
La idea de transversalidad nos permite, además, repen­
sar algunas cuestiones. Me refiero al tema de la “centrali­
dad” y el “arraigo". Las culturas físicamente arraigadas en
un territorio tienen una noción explícita de su s contornos.
Se estructuran a partir de un núcelo que se irradia hasta
los confines de su s fronteras. Es cierto que esta centrali­
dad no implica, necesariamente, como en el caso de las so­
ciedades indígenas, un espacio homogéneo. Las llamadas
grandes civilizaciones se extienden por un territorio am ­
plio, pero, en sus intersticios, se insertan culturas diver­
sas (basta m irar la civilización islámica). No obstante, su
centralidad se encuentra claramente definida. La moder­
nidad es quizá la primera civilización que hace de la des­
territorialización su principio. En ella, el “desencaje” de las
relaciones sociales es intrínseco a su naturaleza. Podemos
argum entar que. una vez que la modernidad se realiza his­
tóricamente a través de la nación, en un primer momento,
hay una conjunción de esas dos realidades distintas. A la
desterritorialización de los hombres, su s regiones y pro­
vincias, se corresponde una territorialización en el ámbito
nacional. Sin embargo, la expansión de la modernidad-
m undo altera ese cuadro. La nación pierde en centralidad,
y debe disputar su posición en el atravesamiento de fuer-

-5 Bourdieu. P.. "A econom ía d a s trocas lingüísticas”, en Ortiz. R.


(con»]).). Pitrrre Bourdieu, S an Pablo. Atica. 1983.
O tro territorio 163

zas diversas. La modernidad-mundo está des-centrada (lo


que no significa decir fragmentada, como pretenden algu­
nos autores. La fragmentación implica ausencia de un or­
den colectivo, el descentramiento apunta para otro tipo de
orden social). Ella privilegia la deslocalización de las rela­
ciones sociales.
Tomo nuevamente a Max Sorre como contrapunto de
mi argumentación. La característica de la modernidad es
la movilidad -de la fuerza de trabajo, de los individuos, de
las informaciones, de las m ercancías-. Esto nos exige re­
pensar la metáfora de la "raíz”, frecuente en el debate so­
bre las identidades culturales. Toda raíz requiere un sue­
lo para fijarse; es lo contrario de la fluidez. El arraigo es
fruto de la existencia de una cultura cuyo territorio se en­
cuentra cartografiado. En el m undo contemporáneo, este
postulado ya no es satisfactorio. Los individuos poseen,
por cierto, referencias, pero no propiamente raíces que los
fijen físicamente al “miZieu". Referencias que balizan el ca­
m inar de su movimiento. Sin embargo, también sabemos
que esta “navegación" en los “circuitos" (utilizo una term i­
nología de la informática) no se circunscribe a una deste­
rritorialización pura. La movilidad es un dato, o, mejor, el
imperativo categórico de un determinado tipo de civiliza­
ción. En este sentido, las sociedades contem poráneas vi­
ven una “territorialidad desarraigada". Ya sea entre las
franjas de espacios, despegadas de los territorios naciona­
les. o en los "lugares", atravesados por fuerzas diversas.
El desarraigo es u n a condición de nuestra época, la expre­
sión de otro territorio. ♦

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