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LAS ADICCIONES, SUS FUNDAMENTOS CLINICOS (Héctor López)

Los autores clásicos insisten en hacer de la ingesta de alcohol o de drogas un medio de


satisfacción pulsional directo que arrasa con las barreras de la represión.
el autor menciona la idea freudiana de que el mecanismo que genera la adicción tiene que ver
con la necesidad del sujeto de poner una barrera química contra lo pulsional y de intentar la
restitución de la actividad de la fantasía mediante el efecto euforizante, sedante o alucinógeno
de la sustancia. Si bien al principio Freud relaciona la adicción con la satisfacción pulsional, a
poco andar se inclina a considerarla más bien como una especie de compensación ante la
pérdida (castración) y como una defensa ante la irrupción de un exceso de cantidad; una
defensa contra el goce, antes que su realización.
El tema de la toxicomania estaba realmente instalado en la época clásica. Que haya aparecido
primeramente por el lado de la intoxicación alcohólica, responde a una razón que se reitera: los
psicoanalistas encuentran en sus divanes los problemas típicos de cada época, adquieren de
ellos experiencia clínica y tratan de elaborarlos en el campo teórico.

De Karl Abraham (1908) a Edward Glover (1932)

El trabajo de Abraham que hace depender la adicción alcohólica de la organización de la


sexualidad, se basa totalmente en el texto de Freud “tres ensayos sobre una teoría sexual”. la
idea general es que el alcohol actúa sobre el instinto sexual suprimiendo las resistencias. Esta
supresión tóxica actúa bajando el umbral de la represión,haciendo al sujeto incapaz de
sublimar las pulsiones, definidad con Freud como “perversas polimorfas”. Freud había hablado
del efecto tóxico como supresión del dolor, mientras que Abraham desplaza ese concepto hacia
la supresión de la represión, induciendo la idea moralista que asocia intoxicación con
libertinaje.
En Abraham el mecanismo del alcoholismo parece ser muy simple: la satisfacción sexual que
debería producirse en el nivel maduro de la genitalidad, toma el camino de la regresión hacia la
liberación de las pulsiones perversas polimorfas, siendo la intoxicación la que allana a ese
camino. Esta teoría fue más o menos sostenida fielmente en toda la época clásica.
Nuestra lectura de Abraham encuentra que toda su argumentación no deja de afirmar que los
efectos de cualquier intoxicación, no sólo la alcohólica, implican el derrumbe de la Unión entre
el deseo y la ley, la irrupcion de lo más real de la pulsión,el goce. La regresión pulsional
neutraliza la dialéctica principio del placer-principio de realidad, y sin esa regulación, se
produce una violenta desorganización que deja al sujeto a expensas de satisfacciones sexuales
sin la medida del falo.
El alcohol no sólo anula la ley fálica, sino toda función del significante dejando el sujeto sin
recursos ante el goce crudo de la pulsión.
Los clásicos piensan que la droga arrasa con el mundo simbólico liberando al goce de sus
límites significantes.

Ferenczi. Nos recuerda que Freud ya había dado cuenta de un caso de paranoia con
anterioridad donde se había referido brevemente al papel de la proyección. Freud sostenía que
la represión de la tendencia sexual produce un desplazamiento y que retorna como ajena,
invertida, desde el exterior. Y por ahí lo sigue Ferenczi: “Así pues, la tendencia que se ha
convertido en insoportable y ha sido apartada de su objeto vuelve a la conciencia en forma de
percepción de su contraria.” pero lo realmente sorprendente es que Ferenczi plante aquí el
descubrimiento de que la tendencia proyectada es el deseo homosexual.
el autor parte de la existencia de una conexión entre paranoia y homosexualidad,donde el
alcoholismo opera como el factor que facilita la emergencia de la estructura homosexual de la
organización inconsciente del sujeto. Lo que Ferenczi se propone es desmentir el alcoholismo
puede hacer un factor causal del delirio de celos (paranoia), y darle el lugar de un simple
facilitador de la des-represión de la homosexualidad. El alcoholismo no estaría al lado de la
defensa sino de lo que favorece que la defensa ceda.
Ferenczi denuncia las organizaciones antialcohólicas, por no tener en cuenta que la adicción no
es una enfermedad en sí, si no sólo una consecuencia ciertamente grave de la neurosis. Por lo
tanto,el alcoholismo sólo puede curarse mediante el análisis que descubre y neutraliza las
causas que empujan a la droga.
Desarrolla muchas ideas: la primera, reafirma que el alcoholismo surge para apuntalar un
fantasma vacilante (vinculado con la elección de objeto heterosexual), y que vacila
precisamente porque surge la angustia del sujeto ante el llamado a ocupar un lugar en el plano
simbólico del sexo (el matrimonio).
La segunda, es una premisa por la cual el alcoholismo será siempre un efecto de la neurosis y
no su causa, el síntoma de una patología psíquica y no la enfermedad misma.
La tercera, afirma que, no siendo el alcoholismo una enfermedad específica, sino el síntoma de
muchas afecciones psicógenas, su tratamiento no tendría por qué ser particularmente difícil o
complejo.

Sachs. “Sobre la Génesis de las perversiones” (1923). Lacan nos dice sobre este autor:” Sachs
ha mostrado que en toda perversión no se encuentra la emergencia de la pulsión desnuda, sino
la misma dialéctica de compromiso -de lo reprimido y el retorno de lo reprimido- que es la
neurosis”.
Las novedades son,por un lado en los párrafos que dedica la toxicomania, no se refiere a
ningún tóxico en particular como en la literatura anterior,sino que se propone construir un
concepto de adicción independiente de cada sustancia, y por otro, que todo el texto pareciera
organizado para dar cuenta de la relación entre las toxicomanías con la perversión y la neurosis
enunciada en la cita de Lacan.
Sí Sachs relaciona la tendencia la intoxicación con la perversión, y no con la paranoia como los
autores anteriores,no es precisamente para decir que aquél montaje clínico muestre la
actividad pulsional al desnudo, sino para sostener todas las actividades de eslabonamiento
simbólico que implica.
Afirma: la satisfacción perversa está sistemática y regularmente ligada a determinadas
condiciones especiales, las que por su características superan en mucho las exigencias de una
pulsión parcial, y que por la fuerza que tienen para imponerse, impiden lograr su
esclarecimiento.
Para Sachs el sujeto se encuentra tan privado de goce pulsional en la perversión como en la
neurosis. Ubica a las adicciones, sin distinción de sustancias u objetos adictivos, en una zona
intermedia entre ambas estructuras psicopatologicas, al modo de eslabón perdido.
En los adictos, se ve claramente que lo imponente, lo dominante del individuo, son las fuerzas
libidinosas que han sido separadas del yo, a las que a menudo se ha considerado como
pertenecientes a la neurosis obsesiva. Por otro lado tienen en común con las perversiones, que
para la conciencia no son, cómo los síntomas neuróticos compulsivos, actos indiferentes o más
a menudo un ceremonial desagradable, sin sentido y una pérdida de tiempo, sino un acto
indudablemente satisfactorio. Al incluir la adicción como eslabón intermedio, podemos
establecer una hilera consecutiva que en un extremo tiene la gratificación perversa y en el otro
el síntoma neurótico.
A su criterio la adicción alejan sujeto de la realización de la satisfacción pulsional directa, y el
goce obtenido del tóxico es lo que queda después de la represión. El goce total es justamente
aquello a lo que el tóxico no permite acceder, en la medida que siempre se trata de un goce
parcial. El goce perverso es una satisfacción parcial, preginital, con respecto a otra que sería
madura y total: el primado de lo genital, al cual el drogadicto no se subordina.
En el adicto, el Edipo ha simbolizado la castración, pero la renegación de la perdida falica
conserva como monumento ese objeto fetiche qué es la droga, mejor aún sus efectos,
mediante el cual, como consuelo, el sujeto alcanza la satisfacción.

Rado. “Los efectos psíquicos de los intoxicantes:un intento de desarrollar una teoría
psicoanalítica de los deseos morbosos”. Con este autor,se produce una recaída en la idea de
que el efecto tóxico implica una destrucción de las defensas y una consiguiente liberación
pulsional, donde las pulsiones se satisfarían crudamente, sin la mediación de la represión
neurótica. Por otro lado, su filiación culturalista en el psicoanálisis, es seguramente responsable
de su forma de pensar el problema, donde parece ser más importante la preservación del orden
social que el bienestar del sujeto particular, y de la oposición que encuentra entre la cultura y el
toxicomano, dejando a este casi por fuera de la condición de sujeto social.
Elabora el concepto de orgasmo alimenticio para explicar la experiencia el acto tóxico, aún no
del producido por vía oral. Experimentado originalmente por el lactante, el orgasmo alimenticio
revivido por el toxicomano cómo orgasmo fármacogénico, qué termina sustituyendo al orgasmo
natural genital y conformando una desviación sexual que denomina “meta-erotismo”. El
orgasmo fármacogénico consiste justamente en el efecto orgásmico que subyace a este “efecto
óptimo”, qué varía según el tipo de sustancia y la cantidad utilizada.
Toda esta forma de sustituir la satisfacción genital a través del efecto de sustancias exógenas,
conforman el “meta-erotismo”, asociado a lo que Rado denomina “farmacotimia”, definida por él
como “deseo de drogas”, es decir el impulso psíquico causante de la adicción.
Él sugiere que en la drogadicción crónica toda la personalidad mental representa un aparato de
placer autoerótico, el yo es totalmente sojuzgado y devastado por la libio del ello. Él cree que
la adicción es la inmersión lisa y llana en la experiencia de goce, visible en el éxito de la
supresión del dolor: el yo es convertido nuevamente en ello. El mundo externo es ignorado y la
conciencia desintegrada.
Se trata por supuesto de un yo delincuente, pero yo fuerte al fin ya que saber para saber hacer
mal con su adicción y para obtener los recursos que necesitan. dice además que a causa del
instinto destructivo, las organizaciones y diferencias mentales superiores han sido desechadas.
Aquí es obvio el prejuicio moralista,ya que identifica las funciones superiores con lo moralmente
bueno y constructivo, cuando sabemos que esas mismas funciones pueden estar
perfectamente al servicio del mal.
Rado estudia la degradación que las drogas producen en el cerebro y en el organismo todo,
para avalar que, destruidos los centros superiores,el adicto no puede menos que prestar una
ciega obediencia al instinto.
Si tienen cuenta los fenómenos de sufrimiento, culpa y terror alucinatorio del adicto, es solo
para explicar que se deben a que el yo de placer narcisistico del toxicomano anhela un placer
sin dolor, y por esa razón los sentimientos de culpa, el superyó y las tendencias masoquistas
latentes son proyectados y convertidos en fantasías terroríficas.
En cuanto al tratamiento, piensa que la primera medida es la de retirar totalmente la droga, de
preferencia en un hospital, con apoyo psicoterapeutico para evitar los peligros potenciales de
violencia y suicidio. De acuerdo a esto, el tratamiento sería sólo un medio de control social.

Simmel. El primer psicoanalista en rendir cuenta el tratamiento de la adicción a las drogas.


En la dirección establecida por Ferenczi, Simmel descree de todos los tratamientos que apelan
en el control de la voluntad, y a la abstención compulsiva del tóxico.
Según este autor,el combate de los pacientes para permanecer en la abstinencia, no tiene
ninguna utilidad, porque ellos obtienen de este combate un placer comparable al que obtenían
precedentemente de su batalla contra la masturbación infantil. Esta prevención es la de
muchos críticos de las organizaciones de lucha contra la droga y contra el alcoholismo del tipo
de alcohólicos anónimos.
Entiende que la ritualizacion de la vida del paciente a partir de su ingreso a la organización, es
una nueva adicción que sustituye a la primera, y toda la ideología que allí adquiere el paciente
hasta hacerse fanático de ella, opera como un discurso supletorio de su carencia de recursos
simbólicos. Sería una cura no por lo simbólico, sino por lo imaginario, una especie de “cómo sí”
estuviera curado.

Edward Glover. “Sobre la etiología de la toxicomania”. En cuanto a la función de las drogas en


relación con las defensas y el intento de asegurar la actividad fantasmática vacilante, Glover
tiene cosas interesantes que decir: ante las reivindicaciones conflictuales y antiteticas de la
pulsión por un lado, y de la realidad por el otro, el alcohol posibilita la huida ante esta última
pero, no a favor de la satisfacción directa del instinto, sino a favor de animar esa actividad
intermedia llamada fantasía.
Lo que importa es que el efecto del tóxico se materializa como fantasía de satisfacción y no
como goce pulsional al desnudo. El alcoholismo es una tentativa de curar las anormalidades
del psiquismo temprano, sin dejar de reconocer, que está tentativa es desastrosa, porque aún
siendo suplementaria de la fantasía cuando se da el efecto óptimo (Rado), si la compulsión se
hace traumática, rompe el marco del fantasma y reaparece lo real bajo la forma de fenómenos
alucinatorios terroríficos,como es el caso en las alucinaciones alcohólicas.
Glover examina la relación del alcoholismo con la paranoia y con las perversiones, retomando y
reafirmando las ideas de Sachs con respecto al lugar intermedio que ocupa la adicción entre la
neurosis y la perversión, en lo referente a ser un sustituto del objeto de satisfacción sexual.
Dice que el alcoholismo es una pseudo perversión.
Para el autor, es imposible curar una adicción sin ocuparse de sus causas profundas. En este
sentido, los elementos narcisisticos subyacentes y las tendencias paranoides, son de vital
importancia. Afirma la idea, que todavía hoy se discute, de que la dependencia de la droga es
en gran parte psicológica.
Glover destaca particularmente la función defensiva de la drogadicción, que según él, gracias
a la proyección, controla los ataques sádicos.También subraya que la drogadicción actúa como
protección contra la reacción psicótica en estado de regresión.
Asemeja las tendencias toxicomanas a las tentativas de curación del delirio, o aún más, como
un modo para obtener una estabilización.
En su artículo, llama la atención sobre el hecho de que cualquier sustancia, en particular
sustancias psíquicas, puede funcionar como una droga.Extiende entonces la noción de drogas
sustancias tóxicas intrapsíquicas como las que pueden encontrarse en el discurso melancólico,
siguiendo al parecer a Freud que en duelo y melancolía habla de la manía como una
embriaguez sin licor.
Glover no descuida el efecto devastador de la droga, pero aún así, no deshumaniza al adicto
considerándolo como un puro objeto sometido a lo real de la pulsión, sin freno ni defensa, sino
que, aún en las peores adicciones, lo sigue considerando un sujeto en cuya estructura la droga
cumple una función subjetiva.
La adicción es una tentativa de curación. Lo cual quiere decir, que ante el fracaso del fantasma
para sostener el deseo,el sujeto intenta suplir con los efectos reales e imaginarios de los
tóxicos, a veces con éxito y otras no, la función simbólica de la defensa contra el derrumbe real.
Donde el deseo desfallece, buenos son los tóxicos para sostenerlo.

De Otto Fenichel (1945) a Herbert Rosenfeld (1960)

Fenichel su concepción de las adicciones encuentro lugar en el extenso capítulo “perversiones


y neurosis impulsivas”. Su desengaño con respecto a un supuesto goce perverso supera en
mucho la simplicidad de algunos de sus colegas. Cuando habla de la satisfacción del perverso,
nunca deja de agregar o la esperanza o la ilusión de satisfacción.
Las perversiones y los impulsos mórbidos son placenteros, o al menos son llevados a la
práctica con la esperanza de obtener un placer, en tanto que los actos compulsivos (neuróticos)
son penosos y se llevan a cabo con la esperanza de librarse de un dolor.
Fenichel no piensa desde la posición neurótica qué le supone al perverso la capacidad de
gozar de todo lo que el neurótico negativiza. Qué es lo que le permite mantenerse en esta
posición? el hecho de haber tomado la reacción del sujeto contra el complejo de castración
como fundamento de las perversiones.
Sucede más bien que el deseo, siempre perverso,genera la angustia de castración que evita su
realización, constituyéndose así la castración en el factor organizador de la sexualidad: por la
vía de la renegación en la perversión, por la de la represión en la neurosis, pero en amas lo
irreductible es la castración.
Fenichel escribe:”el origen y la naturaleza de la adicción no residen en el efecto químico de la
droga, sino en la estructura psicológica del paciente. El factor decisivo es por lo tanto la
personalidad pre-morbida.
El enfoque de Fenichel realiza un ordenamiento en función del cual la droga ocupa un lugar
que depende del deseo de quién la utiliza y, en ningún caso puede explicar por sí misma las
características de la patología.
Lo que no ha logrado imponerse es el principio de realidad. De manera que serán individuos
con un criterio de realidad equivocado. En particular no advertiran las modificaciones del
presente y continuarán aplicando las experiencias pasadas como medidas de su juicio.
Fenichel oscila entre una interpretación por la fijación a la oralidad primitiva, y otra, más
elaborada, donde no cuenta tanto el goce, sino la relación del sujeto con la defensa.
Dice: “el análisis de los adictos a las drogas demuestra que la primacía genital tiende a hacer
colapso en aquellas personas en quienes esta primacía ya era inestable. Toda clase de deseos
y conflictos pregenitales pueden revelarse, de una manera confusa, en el análisis. Las etapas
finales son más instructivas que los confusos cuadros que se presentan durante el proceso. La
“tensión amorfa” que aparece en cierto momento, se parece, en realidad, a la etapa más
temprana del desarrollo libidinoso, antes de que existiera ninguna clase de organización.”
Aclara:”ahora bien, la inyección hipodérmica no es usada tanto con el propósito de encontrar
placer, cuánto como un intento inadecuado de protección contra una tensión insoportable,qué
tiene relación con el hambre y el sentimiento de culpa.”
Fenichel establece una diferencia acentuada entre el uso de tóxicos como quitapenas y la
adicción a los mismos. “es muy importante establecer si una persona recurre al alcohol la
causa de una aflicción de carácter externo o interno, abandonándolo cuando cesa el motivo
que lo ha hecho necesario, o bien toda su psicosexualidad y su autoestima son regidas por el
deseo por un estado de borrachera y elacion, o finalmente, si este deseo se halla en peligro de
quiebra y el paciente, en estado de impotencia fármaco tóxica, está tratando de perseguir una
felicidad inalcanzable.
Con respecto al tratamiento, sostiene la particularidad de cada sujeto, incluso en cuanto al
efecto químico. Admite que el análisis ha de intentarse siempre que sea posible, pero
recomienda que los adictos sean analizados en instituciones antes como pacientes
ambulatorios.
No es el efecto químico de la droga lo que debe combatirse, sino el deseo mórbido de una
embriaguez eufórica.Recomiendame más que se tenga muy en cuenta el momento y la manera
en que se privará al paciente de la droga y la función que está cumple en la economía psíquica
particular. Resulta indudable que para Fenichel no hay adicción en general, ni siquiera adictos,
sino sujetos singulares en cuya estructura la droga cumple una función absolutamente
particular.

Simmel. Nuevamente se lo encuentra en el 40. Dice:”de la observación de alcohólicos durante


muchos años, diferenciado cuatro clases de tomadores crónicos, bebedor social, bebedor
reactivo, bebedor neurótico y adicto al alcohol.”
En las cuatro clases,el consumo de alcohol sirve como una forma de balancear un precario
equilibrio mental. En los dos primeros, el alcohol defiende al yo del impacto de las
circunstancias externas, en los dos últimos, defiende al yo de la amenaza de los conflictos
inconscientes.
Rosenfeld. “Sobre la adicción a las drogas”. De lo primero que se ocupa de dar cuenta de por
qué,en casi 15 años no se produjeron trabajo sobre el tema. afirma que la mayoría de los
articulos psicoanaliticos sobre el tema tienen una interioridad a 1945 debido a que en los
últimos 20 años se reconoció la dificultad que plantea el tratamiento de la adicción a las drogas
en la práctica psicoanalítica. Considera que el adicto es un paciente difícil manejo por la
combinación entre una condición mental previa y la intoxicación y la confusión provocadas por
las drogas.
Su línea de interpretación isla del psicoanalisis kleiniano. Las defensas maníacas, mecanismos
empleados preferentemente por el adicto, se originan en la más temprana infancia, en la
posición esquizo- paranoide. Estos mecanismos son utilizados para controlar las ansiedades
paranoides, ansiedades que dominarían la vida del adicto, debido a la regresión sufrida desde
la posición depresiva. Esta regresión es dada por todo objeto o situación frustrante o
persecutoria la que moviliza las defensas maníacas, entre las cuales se menciona la regresión,
no el estado de satisfacción en el pecho cómo lo sugirió Rado, sino a una etapa de la infancia
en la que el niño utiliza para enfrentar sus ansiedades la realización alucinatoria de sus deseos.
En general Rosenfeld mantiene la idea de que la gravedad de la intoxicación hablaría de una
mayor regresión, mientras que la adicción más leve indicaría la conservación del efecto
simbólico del pasaje por el complejo Edipo.

A modo de síntesis.
En la época de nuestros clásicos, el contexto social consideraba a las adicciones poco menos
que un delito, con la excepción del alcoholismo, y preconizaba tratamientos represivos, cuando
no condenas penales.
Únicamente el psicoanálisis se sustrajo de esta tendencia general. En todos los clásicos puede
leerse la consideración del adicto, ya sea un enfermo, ya sea como una víctima de una infancia
desgraciada o de una sociedad alienada y consumista.
Quizá esta tendencia a la exculpación no sea del todo conveniente, pues ha conducido, a
veces, a “des- responsabilizar” al adicto.
De todos modos, los psicoanalistas siempre consideraron que se trataba de un problema
inconsciente, donde el adicto mismo debía comprometerse con, a menos, su reconocimiento
del síntoma (“conciencia de enfermedad”) y con su deseo de curar. Por el contrario, los demás
métodos, psiquiátricos o de readaptación social, se limitan a técnicas superficiales donde se
trata de operar sobre el adicto para que abandone el hábito, sin examinar las causas.
La divisoria de aguas entre las demás formas de tratamiento y el psicoanálisis se establece en
torno a los métodos que reducen la complejidad del sujeto a la simplicidad de su adicción, y por
lo tanto ponen como objetivo del tratamiento la abstención de la droga, y el psicoanálisis, que
no define el ser del sujeto como “es un adicto”, y por tanto, sin desentenderse de su adicción y
sus peligros, dirige la cura hacia la instalación de la transferencia y el resguardo de la función
del deseo.
Los intentos de algunos clásicos, también de los modernos, por establecer explicaciones
diferentes según se trate de una sustancia u otra, según la incorporación sea por vía oral,
subcutánea, por aspiración, etc. Haya fracasado siempre, quizá sea un buen síntoma: el que
indica que más allá de la diversidad infinita de efectos subjetivos y personales, lo que importa
es la unidad de la estructura.
Es la estructura de la adicción, lo que interesa al psicoanálisis; y en tal sentido la clínica
psicoanalítica nos puede enseñar no sólo a curar adicciones, sino a avanzar en las incógnitas
que plantea un aparato psíquico que siempre necesitará de una “consolación” o “quitapenas”
para poder soportar la renuncia al objeto, impuesta por la castración, y para sobrellevar “el
dolor de existir”.
Por mi parte, pienso que el análisis se hace imposible con sujetos que padecen una adicción o
cualquier otra patología considerada “de riesgo”, cuando el analista asume una posición
moralista que impone el deber cuidar al paciente, satisfacer a la familia y proteger a la
sociedad. Y que la posibilidad de un análisis se abre cuando el analista logra establecer algún
dispositivo, que preserve el espacio y el tiempo del análisis, por fuera de las contingencias
habituales en estos casos.

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