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gerardo martínez guerrero ies diego torrente pérez

LA FILOSOFÍA EN LA ÉPOCA MODERNA

-Renacimiento, Ciencia Moderna

1.- Renacimiento

En el Renacimiento (siglos XV-XVI) nos encontramos con una nueva visión de


la realidad que suele describirse como paso del teocentrismo al antropocentrismo.
Hay un renovado interés por las raíces clásicas del pensamiento, pero no como en la
Edad Media, al servicio de las creencias religiosas sino movidos por el deseo de
encontrar un modelo de humanidad nuevo. Estos pensadores (entre los que destaca
Erasmo de Rotterdam), que reciben el nombre de humanistas, exaltan al ser humano y
su dignidad. La vida humana tiene valor en sí misma y no únicamente por su origen y
destino sobrenaturales.
En esta época tiene lugar la Reforma Protestante, con Lutero, que destaca,
filosóficamente hablando, por defender la libre interpretación de la Biblia, sin necesidad
de la mediación de la Iglesia, lo que contribuirá al desarrollo del individualismo
moderno.
En el ámbito político encontramos dos corrientes diferenciadas: el utopismo,
que representó la búsqueda de un mundo mejor por el camino de los sueños,
imaginando sociedades ideales, sin conflictos (Utopías); destacan pensadores como
Moro, Bacon y Campanella y el realismo político de Maquiavelo, que es considerado
como el padre de una nueva teoría política y de la moderna concepción del Estado. Con
su obra “El Príncipe” inaugura una nueva forma de entender la política separada por
completo de los principios éticos a los que había estado ligada desde Platón. Podemos
sintetizar la oposición diciendo que los pensadores utópicos defienden un estado de
Razón y Maquiavelo defiende la razón de Estado.
En el ámbito del estudio de la naturaleza, nos encontramos con dos modelos de
universo: el primer modelo es el organicista, que entiende que el universo es similar a
un organismo vivo y explica su funcionamiento por medio de analogías pertenecientes
al mundo biológico. Pero el modelo de universo que triunfó es el llamado modelo
mecanicista, que supone que la naturaleza es una máquina por lo que su
comportamiento esté presidido por regularidades y es predecible si se conocen las leyes
internas que lo rige.

2.- La Ciencia Moderna

El período de tiempo que transcurre entre la obra de Copérnico (1543) y la obra


de Newton (1687) suele recibir el nombre de Revolución Científica. En este período no
sólo se produce un cambio en la imagen del mundo, sino también en la propia
concepción de la ciencia.
Por lo que se refiere a la imagen del mundo, resulta determinante la revolución
astronómica, con los siguientes hitos: Copérnico sitúa al Sol como el centro del
Universo. Tycho Brahe elimina las esferas cristalinas que en la antigua cosmología
arrastraban con su movimiento a los planetas, reemplazando la noción de esfera por la
moderna noción de órbita. Kepler realiza el revolucionario paso desde el movimiento
circular (natural y perfecto, según la vieja cosmología) hasta el movimiento elíptico de
los planetas. Galileo muestra la falsedad de la distinción entre física terrestre y física
celeste, demostrando que la Luna posee la misma naturaleza que la Tierra, apoyándose,
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entre otras cosas, en la formulación del principio de inercia. Newton, con su teoría
gravitacional, unificará la física de Galileo y la astronomía de Kepler.
Por lo que se refiere al método científico, todos los autores tienen interés en el
mismo, pero atendiendo a Galileo, al que se considera el padre del método científico,
destaca en primer lugar, por su concepción de la naturaleza como un gran libro escrito
en el lenguaje matemático (Galileo “matematiza la naturaleza”), por lo que si
queremos leerlo deberemos previamente saber hablar tal lenguaje. En segundo lugar,
defendió el uso de la experimentación como elemento clave de la ciencia. Su método
recibe el nombre de resolutivo-compositivo, en el que, en una primera fase se
descomponen en sus elementos más simples (elementos matemáticos) el fenómeno a
explicar, y en un segundo momento, el científico imagina una solución que permita
recombinar los elementos simples en una fórmula matemática que explica el fenómeno.
En esta época, filosofía y ciencia comienzan a distinguirse, aunque los autores
todavía no son conscientes de ello. El desarrollo del método científico se basa y a la vez
nutre a las dos corrientes filosóficas con las que se inaugura la modernidad: el
racionalismo (centrándose en la razón y las matemáticas) y el empirismo (centrándose
en la experiencia y los experimentos). Al final de la modernidad, Kant, asignando a la
filosofía el papel de reflexión sobre la ciencia, mostrará claramente cómo estos dos
elementos son necesarios para el conocimiento científico.

-Principales corrientes filosóficas de la modernidad

3.- El Racionalismo

Con la expresión “racionalismo” nos referimos a la corriente filosófica del siglo


XVII que inaugura la modernidad, con Descartes a la cabeza y en el que también
destacan autores como Leibniz o Spinoza. Siguiendo a su fundador, Descartes, sus
principales características son:
a.- Confianza plena en la razón, que es la única fuente de conocimiento cierto y
seguro. Los sentidos son engañosos, por eso debemos trabajar con la razón, que es
capaz de extraer de sí misma los principios fundamentales sobre la realidad.
b.- Necesidad de guiar a la razón mediante el establecimiento de un método, un
conjunto de reglas que prescriben a la razón cómo actuar.
c.- Existen ideas innatas en la mente. De ellas, y sólo de ellas, se obtiene
conocimiento. Estas ideas innatas son de carácter matemático y moral, aunque por su
importancia destacan tres: la idea de Yo, la idea de Mundo y la idea de Dios.
d.- Al hilo del rasgo anterior, los racionalistas tomarán a las matemáticas como
modelo de saber, con sus dos pilares: la intuición de los primeros principios y la
deducción a partir de ellos.
e.- Al considerar como punto de partida de la filosofía el pensamiento (que tiene un
carácter inmaterial), aparece como problema la necesidad de demostrar la existencia
de un mundo exterior (material) a la mente, y Descartes lo demostrará recurriendo a
Dios, Spinoza hablará de una única Sustancia, y Leibniz de la armonía preestablecida.

4.- El Empirismo

Filosofía de origen británico, constituye una reacción contra el racionalismo.


Destacan tres autores: Locke, Berkeley y Hume. Sus principales características son:
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a.- Rechazo del innatismo (no existen ni ideas ni principios innatos). Nuestra mente al
nacer es como una hoja en blanco en la que va escribiendo la naturaleza a través de los
sentidos. Por tanto, todo conocimiento procede de la experiencia.
b.- Los límites del conocimiento humano se sitúan en la experiencia: no podemos
conocer nada que esté más allá de la experiencia, y sólo podemos estar seguros de lo
que cae dentro de ella.
c.- Siendo la experiencia el criterio del conocimiento, los empiristas criticarán toda la
metafísica anterior, especialmente la racionalista. Pero mientras que Locke, el
iniciador del empirismo, retiene todavía algunas nociones fundamentales como la de
sustancia (que define como “un no sé qué real, pero incognoscible”), o Dios, Hume
radicalizará el empirismo llegando al escepticismo: como sólo podemos conocer a
nuestras propias percepciones, que actúan de modo inmediato sobre nuestros sentidos,
del resto de cuestiones sólo podemos tener creencias. Rechaza así la noción de
sustancia, causa, yo o Dios como ficciones indemostrables.
d.- En general, el empirismo supone una minusvaloración del papel de la razón a
favor de facultades como los sentidos, la imaginación y la memoria, en el ámbito del
conocimiento, y de las emociones o sentimientos, en el ámbito de la moral.

5.- La Ilustración

Este movimiento tiene su origen en Inglaterra -que disfruta desde 1698 de un


régimen político liberal y de una libertad de pensamiento y de expresión superior a la de
los demás países europeos-, pero el espíritu de la Ilustración se extiende rápidamente
por todo el continente y, sobre todo, por Francia, que se convierte en el baluarte de las
nuevas ideas. Es en Francia donde el pensamiento ilustrado va a alcanzar su radicalidad
paradigmática, quedando más al descubierto las posibilidades y límites de este modelo
de pensamiento... El influjo del pensamiento inglés va a ser determinante para la
Ilustración francesa, pero pensadores como Voltaire, Diderot, Montesquieu, Rousseau
son algo más que difusores de ese pensamiento inglés... La Ilustración francesa alcanza
un valor prototípico, convirtiéndose en una especie de vanguardia del pensamiento
europeo de la época.
Las ideas ilustradas suponen, ante todo, una reivindicación del hombre y de
todo lo humano. Bacon, uno de los autores más admirados por los Ilustrados, había
hablado del “advenimiento del reino del hombre”, y ésta es también la meta de los
ilustrados, que aspiran a configurar un mundo iluminado por la presencia del hombre.
Frente al mundo anterior, en que el hombre se encontraba subordinado al poder
político de los regímenes absolutistas y al poder intelectual y religioso de unas iglesias
aliadas con el poder político, los ilustrados -que pertenecen en su mayor parte a la
burguesía- van a proclamar que no existe otra ley que la del pensamiento. Diderot
acuña la metáfora de la luz que dará nombre al siglo: imagina la razón disipando las
tinieblas de la ignorancia y la superstición y dando origen a un mundo más instruido y,
por ello, más virtuoso y feliz. Kant, por su parte, verá en el derecho a pensar por uno
mismo la esencia de la Ilustración.
Por lo que se refiere a la religión, se ha presentado muchas veces a los
pensadores ilustrados como antirreligiosos y ateos, y aunque es cierto que algunos de
ellos -los materialistas- mantienen posiciones negadoras de la existencia de Dios, la
mayoría más que ateos son antieclesiásticos. Pretenden luchar contra todo tipo de
prejuicio y tratan de hacer de la religión algo más amable y más humano, donde no
existen las imposiciones, los dogmas, los fanatismos, ni los procesos inquisitoriales o
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las guerras de religión. Para ello, intentan liberarla de la artificiosidad que, en su


opinión, adquiere en las distintas iglesias oficiales. De ahí su defensa de la tolerancia.
Bajo la divisa de la razón, los ilustrados van a tratar de construir un mundo
en el que triunfe la libertad de pensamiento y de conciencia, convencidos de que,
únicamente de esta manera, el hombre podrá vivir con dignidad y aparecerán en su
horizonte la justicia y la felicidad. No son pensadores solitarios preocupados por los
grandes problemas metafísicos, al margen de los problemas sociales de su tiempo. En
este sentido, la ciencia -la ciencia de Newton- pasa a ser el modelo y prototipo del saber,
puesto que es ella la que permite describir el universo, hacer posible su dominio y
extender sus beneficios a toda la humanidad. La idea de progreso en el conocimiento
científico se considera además como paralelo al progreso político moral. Esto en
modo alguno es proposición evidente, como pone de manifiesto el Discurso sobre las
artes y las ciencias de Rousseau, que constituye un poderoso ataque contra ella. El
pesimismo de Rousseau choca frontalmente con el entusiasmo de los demás ilustrados.
Por ello, Rousseau es un ilustrado especial, porque es muy crítico con algunas de las
creencias de los ilustrados. Así, destaca por la importancia concedida a los
sentimientos frente a la razón (con lo cual abre paso al romanticismo), por poner en
cuestión la creencia ingenua según la cual el progreso científico-tecnológico va de la
mano con el progreso moral, por su creencia en el llamado “mito del buen salvaje”,
según el cual los hombres son buenos por naturaleza, pero es nuestra vida social, el
relacionarnos con los demás, lo que nos hace malvados, por su teoría del contrato social,
o por su noción de la voluntad general; su obra se entiende como una alternativa al
liberalismo moderno, claramente individualista.
Entre todos los pensadores destaca Kant porque representa la madurez de la
Ilustración: por un lado, en el ámbito de la teoría del conocimiento, pretende mediar
entre el racionalismo y el empirismo, proponiendo una visión del conocimiento que
tiene en cuenta las aportaciones de ambos (el conocimiento es fruto de la colaboración
entre los sentidos y el entendimiento y la razón) y señala sus insuficiencias (ambos se
equivocan por no tener en cuenta las aportaciones del otro); por otro lado, en lo que se
refiere a la moral, propone una teoría ética novedosa en la historia de la filosofía que
recibe el nombre de ética formal, que se caracteriza por atender no a los contenidos de
los imperativos morales sino a su forma, a la intención que late detrás de nuestras
acciones en cuanto están determinada por el deber y no por cualquier otro motivo ( el
miedo, el interés, el placer, etc.).

DESCARTES (1596-1650)

La duda metódica y el cogito ergo sum (pienso luego existo)

Descartes vive en una época de crisis generalizada del conocimiento: de un


lado, la ciencia antigua y medieval ya no resulta válida, mientras que la ciencia
moderna está todavía naciendo; de otro lado, en el ámbito de la religión también hay
una controversia entre católicos y protestantes acerca de quién debe interpretar la biblia,
si el Papa o los creyentes; y en tercer lugar hay un resurgimiento del escepticismo,
corriente filosófica antigua que ponía en duda la capacidad humana para alcanzar el
conocimiento. Descartes, para salir de esta crisis, decide declararse provisionalmente
escéptico, no admitiendo como conocimiento nada de lo que pueda dudar. Este someter
a duda todo posible candidato a conocimiento recibe el nombre de duda metódica, y es
el resultado de aplicar la primera regla del método (el método es el conjunto de reglas
que nos permiten alcanzar el conocimiento), la regla de la evidencia, que nos dice que
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no debemos aceptar nada de lo que se pueda dudar, que no sea claro y distinto. La duda
metódica se debe distinguir de otro tipo de dudas, como la duda ocasional, la duda
trágica o la duda existencial, y también de la duda escéptica, distinguiéndose de los
escépticos en que ellos se quedan en la duda mientras que Descartes quiere salir de ella
y encontrar una base segura para el conocimiento.
Así, duda en primer lugar de los sentidos, porque los sentidos nos han
engañado alguna vez y quizá pudieran hacerlo siempre; duda en segundo lugar de lo
que podemos llamar la conciencia histórica, del conocimiento que nos transmite la
tradición; duda en tercer lugar de la conciencia natural, aquella que nos permite
distinguir entre la vigilia (el estar despierto) y el sueño, pues ambos se presentan a la
conciencia con la misma vivacidad (esto es un tema tópico en esta época: recordemos
por ejemplo la vida es sueño, de Calderón de la Barca); incluso va a dudar Descartes
de la razón que utilizamos en el ámbito de las matemáticas (que posteriormente será el
modelo de conocimiento para Descartes), imaginándose la hipótesis del genio maligno,
una voluntad todopoderosa pero malvada que nos engaña haciéndonos creer que es
verdadero lo que en realidad no lo es. Con esto vemos que no hay ningún ámbito de la
realidad y de nuestro conocimiento de ella que no haya sido puesto en cuestión o duda.
¿Hay algo de lo que no podemos dudar? Descartes cree que sí, y es de la propia
duda, no podemos dudar de que estamos dudando, pues hay como una
autogeneración existencial al dudar en virtud de la cual suponemos necesariamente
nuestra existencia. Y como dudar para Descartes es un acto que forma parte del
pensamiento (pensar para Descartes es una actividad del alma, algo inmaterial que
incluye el dudar, imaginar, sentir, relacionar, etc.), formula lo que se considera la
primera verdad y el fundamento último del conocimiento, el famoso “Cogito ergo
sum” o “Pienso luego existo”. Cogito ergo sum es un acto autoconsciente, intuitivo,
fruto de la sola luz de la razón. La intuición, el intuir, es una forma de conocimiento
inmediata, transparente, en la que captamos sin ninguna duda algo, de un modo claro y
distinto, y en el caso del pienso luego existo, lo que captamos a la vez y de un modo
seguro es que en tanto que pensamos, en el momento que estamos pensando, tenemos
necesariamente que existir.
Un problema distinto es establecer qué cosa somos, Descartes demuestra en este
primer momento solamente que existimos, existimos como pensantes y por tanto como
inmateriales, pues, como hemos dicho para Descartes el pensar no es algo que
realizamos con el cerebro (la materia, por tanto) sino con el alma, que es inmaterial.
Descartes dirá que somos cosas que piensan.
Pensar es una actividad que realizamos con el alma (inmaterial, por tanto), que
incluye todos los actos de conciencia: dudar, sentir, imaginar, razonar…Somos
pensamiento que piensa ideas, y clasificándolas por su origen tenemos ideas
adventicias (proceden de los sentidos, como la idea de mesa), facticias (proceden de la
imaginación, como la idea de centauro, o una hipótesis científica) e innatas (proceden
de la razón, como la idea de Dios).
Yo me entiendo a mí mismo como teniendo cuerpo (materia, extensión), pero
según Descartes, en principio lo que yo encuentro en mi alma es la idea de cuerpo, por
lo que aparece como problema en la historia de la filosofía la necesidad de demostrar la
existencia extramental de mi cuerpo y de lo material en general, de la misma manera
que había demostrado mi existencia como cosa pensante (indudable). Descartes
realizará esta demostración a partir de la demostración de la existencia de Dios.
Yo estoy seguro de que existo, pero solo en la medida en que pienso. Al mismo
tiempo de que estoy seguro de mi pensamiento, dudo de que exista el mundo, y dudo de
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que exista mi cuerpo (el cuerpo lo percibo por los sentidos, y me pueden engañar). De lo
único de que estoy seguro es de que yo pienso.
Pero aquello de lo que dudo (mi cuerpo) no puede ser lo mismo que aquello de
lo que no dudo (mi pensamiento). Por lo tanto, pensamiento y cuerpo son pensados
como cosas distintas.
Pero el pensamiento no solo es distinto del cuerpo, sino que existe aunque no
exista el cuerpo (del cuerpo dudo, y por tanto, a lo mejor no existe, pero mi pensamiento
existe sin que yo pueda dudar de él); es decir, no necesita del cuerpo para existir; es, por
tanto, una sustancia.
A la sustancia pensante le llamamos alma: por tanto, existe el alma,
independiente del cuerpo.
Esta independencia del alma respecto del cuerpo trata de salvarla para defender
la libertad del hombre. La concepción mecanicista del hombre, del cuerpo, de la
materia, no deja espacio para la libertad, y todos los valores espirituales del hombre que
Descartes trata de defender no se pueden defender si no es liberando el alma del mundo,
de la concepción mecanicista del mundo. Se afirma así que el alma está en una esfera
autónoma e independiente de la materia.
La independencia de las sustancias plantea a Descartes el problema de la
comunicación de las sustancias, que será un problema para todos los racionalistas y
para los dualistas en general:
Cuerpo y alma son dos sustancias separadas que pueden existir la una sin la otra:
el alma es una sustancia que piensa; el cuerpo es una sustancia extensa.
Pero, sin embargo, están unidas, hay un “yo” que las une: el mismo yo que
piensa es el que sufre, el que habla, el que crece, el que muere… ¿Cómo se establece
esa unidad? Descartes habla de la glándula pineal, que está en el cerebro, que es la
sede del alma: a través de esa glándula se consigue la unidad, originándose una doble
circulación hacia el alma y hacia el cuerpo, y así se realiza la unión entre las dos.
En resumen: el yo que piensa se encuentra con una realidad que está escindida
en dos: el cuerpo y el alma. El cuerpo debe entenderse como materia constituida por la
extensión, el espacio lleno. El alma debe entenderse como espíritu, constituido por el
pensamiento, como una cosa completamente distinta del cuerpo y que no necesita de él
para ser, para pensar; el pensamiento es independiente de la materia, del cuerpo, de los
sentidos. La coordinación de estas dos realidades se lleva a cabo por medio de la
glándula pineal, ese lugar del cerebro donde el alma hace sentir especialmente su
eficacia hacia todas las partes del cuerpo.

KANT (1724-1804)

LA TEORÍA DEL CONOCIMIENTO, o las condiciones de posibilidad de la


ciencia y la metafísica

Kant en su obra se pregunta cómo se produce el conocimiento científico y si es


posible que la metafísica adquiera ese carácter científico. Distingue entre ciencia y
metafísica diciendo que mientras que en la primera hay un acuerdo básico entre
expertos y hay progreso, en la metafísica ni hay acuerdo ni hay progreso, pues los
filósofos se siguen planteando los mismos problemas que se planteaban Platón y
Aristóteles.
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Para analizar el conocimiento científico, Kant parte de dos corrientes de la


época, el empirismo, que acepta que la experiencia es el origen del conocimiento, pero
dado que la experiencia sólo nos proporciona un conocimiento probable, y la ciencia
tiene un carácter universal, necesario y seguro, Kant afirmará que la experiencia no
puede ser la única fuente del conocimiento, por lo que será la razón la que nos
proporcione los elementos a priori que dotarán de universalidad y necesidad al
conocimiento, aceptando así la influencia del racionalismo (Kant critica a la vez a
ambas corrientes porque cada una piensa que por sí sola es suficiente, sin darse cuenta
de que ambas son necesarias).
Kant analiza además las condiciones que hacen posible las matemáticas y la
física, que son el modelo de la ciencia (cuando Kant habla de ciencia se refiere a la
ciencia de Newton). La ciencia es un conocimiento que se expresa a través del lenguaje,
y Kant cree que es un buen modo de abordar el tema analizando los juicios que hacen
posible la ciencia y comprobando después si esos juicios se pueden aplicar a la
metafísica.
Un juicio es como una oración (aunque de carácter mental) que tiene la
estructura de sujeto y predicado y que es o verdadera o falsa. Se pueden clasificar
atendiendo a la relación que se establece entre sujeto y predicado en juicios analíticos
(el predicado está incluido en el sujeto, no aumenta nuestro conocimiento, su verdad es
universal y necesaria, ejemplo “un triángulo tiene tres ángulos”) y juicios sintéticos (el
predicado no está contenido en el sujeto, sí aumentan o amplían nuestro conocimiento,
su verdad es contingente, insegura, ejemplo, “la mesa es verde”); además, también se
pueden clasificar según el modo de establecer su verdad, distinguiendo entre juicios a
priori (son previos e independientes a la experiencia, no hace falta ir a la experiencia
para saber su verdad) y juicios a posteriori (para saber su verdad sí hay que ir a la
experiencia) {los mismos ejemplos valdrían aquí también}.
Parece claro que los juicios analíticos son a priori y los juicios sintéticos son a
posteriori, pero según Kant, los juicios de la ciencia son sintéticos a priori (en tanto
que sintéticos, amplían nuestro conocimiento, y en tanto que a priori, son necesarios).
Recordad, el problema del empirismo es que reducía el conocimiento científico a
conocimiento probable, pero el conocimiento científico es necesario y no probable
como creía Hume; por otro lado, el racionalismo, al no tener en cuenta la experiencia
parecía reducir el conocimiento a un objeto de la razón, sin necesidad de ir a la
experiencia y los experimentos y por tanto en principio cualquier construcción que
fuera coherente bastaría para considerarse ciencia, pero recordad que ese es
justamente el problema para Kant, pues la metafísica se confunde con la ciencia en el
racionalismo (esto que acabo de poner en cursiva no hace falta ponerlo, es para que lo
entendáis mejor, aunque si lo ponéis está bien).
Kant se pregunta entonces cómo son posibles los juicios sintéticos a priori, y si
son posibles en metafísica. Entonces de lo que se trata es de encontrar los elementos a
priori en el conocimiento, analizando para ello, en primer lugar, la facultad de la
sensibilidad (el conjunto de los sentidos), encontrando el espacio y el tiempo como
esos elementos a priori (que no derivan de la experiencia sino que la hacen posible), a
los que llama intuiciones puras, que lo que hacen es ordenar las intuiciones empíricas
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(las cualidades sensibles, los colores, sonidos, etc., que es lo que viene de fuera). Al
conjunto de lo dado en la experiencia y el espacio y el tiempo (aportaciones de nuestra
sensibilidad, intuiciones puras) Kant le llama fenómeno. Después analiza el
entendimiento, donde encuentra como elementos a priori los conceptos puros o
categorías (que son doce, como sustancia, causa….), que son conceptos vacíos, que son
como “filtros” que sólo producen conocimiento cuando se aplican (o se “rellenan”) a lo
proporcionado por la sensibilidad, a lo que procede de la experiencia, a lo que hemos
llamado fenómeno, llamando objeto al fenómeno junto con la categoría aplicada.(No
pongáis, esto, es para entenderlo mejor: tenemos una serie de cualidades o impresiones
sensibles, por ejemplo, unos colores, una textura, un olor…, eso viene elaborado
espaciotemporalmente, es decir, se dan en un espacio determinado y un tiempo
determinado (fenómeno); ese fenómeno viene además articulado, unificado por medio
de la categoría de sustancia, y le llamamos por ejemplo “rosa”, y eso es un objeto,
resultado de algo que viene de fuera más algo que aporta nuestra mente, el espacio-
tiempo (la sensibilidad) y las categorías (el entendimiento). Por tanto, Kant concluye
diciendo que la metafísica NO ES UNA CIENCIA porque los objetos de la metafísica
(Dios, alma, mundo como totalidad) son objetos que no se dan en la experiencia, son
objetos que no percibimos por los sentidos y por tanto es un error aplicarles las
categorías, pues sobre eso no hay conocimiento (por ejemplo, cuando se dice que “Dios
es causa del mundo”, aplicamos una categoría con la que nace nuestro entendimiento, la
de causa, a un objeto no perceptible, Dios, aplicándola de manera ilegítima).

La ética: ética universal

El punto de partida de la reflexión ética o moral de Kant es la afirmación de la


existencia del hecho de la moralidad. Todos los pueblos y todas las culturas tienen y
han tenido normas morales: esas normas podrán ser distintas, pero a todas ellas las
reconocemos como morales. Ante ese hecho, Kant se pregunta qué es lo que hace que
esas normas tan diferentes sean morales y en qué consiste la moralidad. Si a todas ellas
las calificamos como morales, es porque deben tener algo en común, y es ese rasgo el
que intentará Kant encontrar. Todos tenemos claro que para calificar a una norma como
moral, deberá tener una validez universal, es decir, deberá valer para todos los hombres
y en todas las épocas y culturas. Pero si esto es así, entonces no podrá consistir en
normas concretas de acción que nos digan en cada situación en la que nos encontremos
qué debemos hacer, primero porque las situaciones humanas pueden ser casi infinitas
(pensemos, por ejemplo, en la diferencia que hay entre las circunstancias en las que se
encuentra el hombre actual y un hombre del siglo V a. C.), y segundo, porque podrían
ser válidas para unos pero no para otros. Por ello, la moralidad o ética universal no nos
puede decir lo que tenemos que hacer, sino cómo hay que hacerlo.
La ética de Kant supone una novedad con respecto a la tradición porque es una
ética formal, a priori, autónoma y categórica (frente a las éticas tradicionales que son
materiales, a posteriori, heterónomas e hipotéticas):
La ética material (no confundir con materialista, pues una ética material puede ser
espiritualista) es una ética que tiene contenido en un doble sentido: en cuanto que
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establece un bien supremo (por ejemplo, en la ética epicúrea, el placer), y en cuanto


que dice lo que ha de hacerse para conseguirlo (normas de la ética epicúrea son, por
ejemplo, “no comas en exceso” o “aléjate de la política”).
Kant cree que las éticas materiales presentan las siguientes deficiencias: son
empíricas (y, por tanto, incapaces de ofrecer principios estrictamente universales, es
decir, que valgan para todos los humanos); son hipotéticas o condicionales en sus
imperativos (es decir, sólo valen como medios para conseguir un fin, pero no de un
modo absoluto o incondicional) y son heterónomas (es decir, la ley o las normas
proceden de fuera, de otro y no de uno mismo).
Por ello, Kant, que busca una ética estrictamente universal y racional, ésta no
puede ser empírica (sino a priori), ni hipotética en sus imperativos (sino que estos han
de ser absolutos, categóricos) ni heterónoma (sino autónoma, es decir, el sujeto ha de
determinarse a sí mismo a actuar, ha de darse a sí mismo la ley) y una ética así no puede
ser material sino formal.
Una ética formal es una ética vacía de contenido, que no tiene contenido en
ninguno de los sentidos en que lo tiene la ética material: no establece ningún bien o fin
que haya de ser perseguido por el ser humano y, por tanto, no nos dice lo que hemos de
hacer, sino cómo debemos actuar, la forma en que hemos de actuar. Según Kant,
hagamos lo que hagamos, actuamos moralmente cuando lo hacemos por deber.
El principio que guía la acción moral es la acción por deber. Kant distingue
entre aquellas acciones que son contrarias al deber (que no cuentan, porque son
claramente inmorales), aquellas que se realizan conforme al deber (legalidad) y las que
se realizan por deber (moralidad). Sólo estas últimas son morales.
La actuación por deber no es un mandato de los sentimientos, emociones o
inclinaciones, sino un principio que nace de la razón misma y que no está condicionado
por nada. El deber es la única determinación de la voluntad humana, porque él mismo es
la expresión de la ley moral, que está presente en todo hombre por el hecho de ser
racional. La ley moral se expresa en un imperativo o norma o mandato no
condicionado o, como lo llama Kant, imperativo categórico, que obliga a actuar por
deber.
Kant ha ofrecido diversas formulaciones del imperativo categórico, la primera
de las cuales dice así: “Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo
tiempo que se convierta en ley universal” (una máxima es una regla de acción por la
que se rigen los individuos). Esta fórmula muestra claramente su carácter formal, pues
no establece ninguna norma concreta o con contenido, sino que atiende a la forma que
han de poseer las normas que determinan la conducta de cada uno (máximas): cualquier
máxima ha de ser tal que el sujeto pueda querer que se convierta en ley universal. Esta
formulación del imperativo categórico muestra igualmente la exigencia de universalidad
propia de una moral racional.
Por último, decir que si bien la libertad, la inmortalidad del alma y Dios no se
pueden conocer por la razón teórica, se nos imponen como postulados de la razón
práctica, es decir, aunque no son demostrables son supuestos necesariamente como
condición de la moral.
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