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“Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio” esta frase atribuida a Albert Einstein
podría aplicarse a lo que la historiografía clásica ha introducido en el subconsciente
popular sobre el encaje de la Monarquía Hispánica en el siglo XVII. A pesar de los
esfuerzos, publicaciones e investigaciones que se han llevado a cabo en los últimos años,
la imagen de decadencia, declive e incompetencia de los gobernantes del momento ha
permanecido prácticamente intacta y así sigue en gran medida, y de esta manera sigue
tratándose en la didáctica de secundaria.
Existe cierta inercia a tratar la Historia como la herramienta necesaria para construir un
relato de excepcionalidad de una nación con respecto a otras, mitificando a los grandes
personajes que aglutinan las virtudes de los paisanos frente a los defectos de los vecinos.
Este modo de tratar la Historia, lineal, como una sucesión de etapas que superan a las
anteriores, con periodos de auge y decadencia, ha sido la forma dominante de enseñar la
materia de Historia, durante el siglo XIX y una gran parte del siglo XX. El modelo lineal
de interpretación histórica, influenciado por Guizot, que situaría a la Monarquía de la
España del XVI y XVII como un modelo regio precedente de la Monarquía centralizada
y de poder absolutista representada por Luis XIV, es el que además ha servido mejor al
relato historiográfico durante el franquismo, que optó por defenestrar los reinados del
siglo XVII en España a los que se imputaba el peso de la decadencia y la incapacidad
para evolucionar, dentro de ese modelo lineal, a modelos regios absolutos. Los Habsburgo
del XVII no servían a los intereses de construcción del relato de gloria nacional. Las raíces
de España no podían buscarse en el siglo XVII, una etapa que no habría merecido
mención alguna, por encontrarse además entre la gloria imperial de los Reyes Católicos,
y la España centralizada y unida que sí consiguieron los Borbones en el XVIII. El fin de
la hegemonía española habría sido, según la tradición historiográfica, consecuencia de
una gestión de abuso, corrupción y degeneración política de unos poderes regios que
incapaces de asumir su responsabilidad con la nación, acaban sucumbiendo al poder de
Francia.
E.J. Hobsbawn planteaba el siglo XVII como el momento central de implantación del
capitalismo, un siglo de crisis general en la estructura económica de Europa, como último
eslabón del tránsito de la economía feudal a la economía capitalista (Hobsbawn, 1983).
Un siglo en el que el colapso económico habría dinamitado los últimos elementos
feudales, y que abriría el camino para la aplicación práctica de nuevas propuestas teóricas.
El mundo conocido del diecisiete se constituía como un espacio global en el que se
establecían nuevas relaciones políticas y económicas más allá de los límites atlánticos y
mediterráneos del horizonte europeo. Esta concepción universal habría supuesto una
revolución cultural, ideológica y científica necesaria para la construcción de nuevas
estructuras adecuadas al momento, cuyo reflejo político habría afectado a la organización
interna de las monarquías europeas. Por tanto, el horizonte que se plantea a la hora de
interpretar los procesos del diecisiete es de un siglo trascendental en el que se forjan las
bases del mundo contemporáneo; de su conocimiento desde diversas perspectivas
depende en gran medida la comprensión del mundo actual. Para España supuso además
el impulso hacia un nuevo tiempo político con el advenimiento borbónico, que
pretendieron imponer modelos diferenciados, centrales, absolutos decretando nuevas
plantas, como reflejo de Versalles.
Las nuevas estructuras económicas que emergían durante este siglo fueron tratadas por
los Habsburgo como un asunto primordial, en tanto que de la adaptación a ellas dependía
la supervivencia de la propia monarquía. Las reformas, económicas, la búsqueda de
nuevas fórmulas fiscales, la toma de decisiones monetarias, fueron decisivas para
configurar las profundas transformaciones posteriores. Francia, donde los Borbones
buscaban una acomodación de su estructura política al servicio de las ambiciones
territoriales, instaura con el reinado de Luis XIV una gestión absolutista de la corona, en
torno a la figura del rey, prescindiendo de validos y otras instituciones intermedias, para
agilizar las decisiones en busca de la grandeza del reino.
El rey francés deseaba la hegemonía, el poder y el respeto internacional que había
alcanzado la monarquía hispánica con los Austrias durante todo el siglo XVI, a través de
las armas, del control de las riquezas y del predominio cultural e ideológico (Corvisier,
1986). Estas nuevas maneras de relacionarse con la política facilitaron a la monarquía
francesa la elección personal de los hombres fuertes, sin necesidad de consultas a
consejos, presiones y manejos de validos. Libre de ataduras, Luis XIV pudo contar con
figuras de la talla de Colbert, que, entre otras responsabilidades de primer orden, se
encargó de la economía, iniciando una época de reformas basadas en las teorías
mercantilistas, buscando las vías adecuadas para estabilizar las riquezas, que solo sería
posible empobreciendo y hostigando a los distintos reinos europeos vecinos. Durante los
años 1660-1661, la situación era calamitosa, y el ministro Colbert con el beneplácito de
Luis XIV comenzó una política de fomento de la industria manufacturera mediante
exenciones fiscales, el fomento de la agricultura industrial, la creación de compañías
mercantes y el refuerzo de la marina de guerra. 1 El alivio económico que consiguió,
permitió a Luis XIV emprender su política expansionista en busca de la primacía del reino
de Francia en Europa, lo que provocaría un estado de guerra permanente con España, pero
también una búsqueda de alianzas y enfrentamientos constantes con el resto de potencias
de Europa.
Las reformas que emprendió la monarquía francesa con el reinado de Luis XIV a nivel
político, económico y cultural, sirvieron como modelo a otros estados europeos. En el
centro de Europa, con una burguesía pujante, la economía política, el mercantilismo
sistemático que Colbert aplicó para estabilizar las arcas, sirvió a las potencias que
formaban parte del Sacro Imperio para reforzar el comercio continental. En España, ya
con la reina regente Mariana de Austria, se dieron los primeros pasos para rejuvenecer la
administración, e impulsar la economía, aliviando a súbditos y ciudades de unas cargas
fiscales en muchos momentos insostenibles. Holanda, gobernada por la gran burguesía
comercial, procuró adaptar los nuevos tratados económicos para mantener beneficios y
minimizar riesgos en las relaciones comerciales marítimas, lo que llevó a hostilidades con
Inglaterra en el último tercio del siglo.
Inglaterra, la potencia europea que durante el siglo XVII sufriría profundas tensiones y
cambios, terminaría el siglo consolidando una posición sólida en la Europa mercantil, que
dotaría al país de unas condiciones favorables para el posicionamiento hegemónico de los
hombres de negocios. Es la burguesía comercial inglesa la que pone en práctica las nuevas
corrientes reformistas, desde el último tercio del siglo XVII, y potencia una actividad
marítima y comercial, en torno a poderosas compañías. Favorecidas por una mayor
1Medidas similares fueron adoptadas en la última etapa del reinado de Carlos II por el Conde de Oropesa
y el Duque de Medinacelli, en un intento de impulsar la economía del reino.
debilidad de los Países Bajos, propiciada por Francia, la economía inglesa recibió un
fuerte impulso en estos decenios finales de siglo combinando el desarrollo marítimo con
el mercantilismo. Desde principios de siglo se habían desatado luchas que mezclaban
religión y política, distintas concepciones ideológicas entre católicos y protestantes, 2 y
también distintas maneras de concebir la política. Gran parte de la nobleza inglesa
rechazaba el absolutismo, entendiendo que las decisiones personales del rey, sin el
contrapeso de los más influyentes aristócratas y hombres de negocio del reino, podría ir
en contra de los intereses del propio reino. Todos estos factores terminaron desembocando
en revueltas aristocráticas contra el establecimiento del catolicismo y del absolutismo,
cuyo punto álgido fue la instauración de una república con evidentes elementos de
dictadura de tinte militar, tras la ejecución de Carlos I. Fueron años de repliegue cultural,
donde el puritanismo impuesto por Cromwell con una concepción radical que le llevó a
eliminar diversión y adversarios, obispos católicos y aspirantes soberanos, habría
provocado una atmósfera irrespirable en el seno de la sociedad inglesa. Tras la muerte de
Cromwell, se abre un periodo transitorio en 1658, que culmina con la coronación de
Carlos II dos años más tarde y con la reapertura de tabernas y teatros, un alivio para un
pueblo necesitado de placeres y evasiones. Por su parte, Carlos II de Inglaterra emprende
una restauración moderada, pero que pretende proseguir con el impulso marítimo, la
pujanza comercial y el mercantilismo, con Francia vigilante y supervisor de cada
movimiento, obtiene de esta apoyo en las guerras contra Holanda, participa en la
independencia de Portugal de la corona de España y se ve obligada a permitir los cultos
disidentes, especialmente el catolicismo como contrapartida a Luis XIV, lo que le
supondrá reacciones del protestantismo anglicano. 3 El rey inglés había compartido con su
homólogo español nombre y tensiones políticas derivadas de la falta de descendencia que
añadieron más motivos para las graves hostilidades entre absolutistas, parlamentaristas,
protestantes, católicos instigados por Roma , Luis XIV, aristócratas y comerciantes. Todo
ello derivó en la Gloriosa, revuelta de distintas fuerzas aliadas protestantes y puritanas,
que pretendían evitar a toda costa la instauración de un monarca católico, como lo era
Jacobo II. Finalmente, el hermano de Carlos II expulsado del trono solo tres años después
de heredarlo, fue sustituido por el reinado conjunto de su hija María y su marido
Guillermo de Orange, con limitaciones a la soberanía de la corona, que aceptan supeditar
a la ley. Son años en los que pensadores como John Locke sientan las bases de la ideología
liberal. En 1690 publica su Tratado del gobierno civil, cuya doctrina principal refuta el
derecho divino, aboga por la superioridad de las leyes naturales sobre las leyes de los
hombres, y con ello el derecho a la rebelión contra la tiranía. En la Inglaterra de la segunda
mitad del diecisiete se dirimió algo más profundo que luchas doctrinales por la hegemonía
religiosa o por el acceso al trono y la manera de entender la corona; se gestaron las ideas
que cambiarían el panorama político y económico en los sucesivos periodos de la historia
europea.
Para completar la visión general, es necesario aludir a los Habsburgo de Viena, el corazón
de la Europa continental, para los que el XVII supuso un siglo de expansión,
especialmente con Leopoldo I en la segunda mitad de la centuria, conteniendo la
hostilidad otomana, la presión principesca alemana, y la amenaza de Luis XIV, mientras
ansiaba las posesiones de la Monarquía Hispánica.
2
Jacobo I sería el primer rey en aglutinar las coronas británicas, buscando un periodo de calma y tolerancia,
no pudo contener el creciente anticatolicismo, especialmente tras el intento de Guy Fawkes de volar el
Parlamento con el propio rey en su interior.
3 El Tratado de Douvres en 1670 significa el respaldo económico de Luis XIV para paliar los recortes
subsidiarios del Parlamento y emprender guerras contra Holanda, a cambio de la restauración del
catolicismo en Inglaterra.
El XVII, un reto para el desarrollo de didácticas que fomenten el pensamiento crítico
Conclusiones
Bibliografía
Corvisier, A. (1986) Historia Moderna, Europa siglo XVII, Historia Universal, 4 , Labor.
Gómez Carrasco, C. J., García González, F., & Miralles Martínez, P. (2016). La Edad
Moderna en Educación Secundaria. Propuestas y experiencias de innovación.
Universidad de Murcia.
Hobsbawn E. La crisis del siglo XVII (1983) Crisis en Europa, 1560-1660, Alianza
Editorial.