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LA LITERATURA DEL SIGLO XVIII

EL SIGLO XVIII
Durante el siglo XVIII se produce en Europa, con más o menos intensidad según los países, el declive
del Antiguo Régimen, que sigue manteniendo en lo esencial la estructura señorial vigente desde la
Edad Media: rey, nobleza, iglesia y pueblo llano. Sin embargo, las tensiones, presentes ya en siglos
anteriores, entre la rigidez estamental y el crecimiento de la burguesía, propiciado por el auge de la
industria y el comercio, traen consigo la progresiva puesta en cuestión de este Antiguo Régimen,
que desemboca a final de siglo en sucesos históricos cruciales, entre los que destaca la Revolución
francesa.
En el siglo XVIII perdura también el reforzamiento del Estado y la centralización del poder, que ya se
advertía en el siglo XVII y que derivaba en monarquías absolutas. No obstante, en este siglo el
absolutismo adquiere nuevos matices: tendencia a la desvinculación del poder civil y del poder
religioso, intentos de reforma del sistema productivo, incremento del aparato administrativo y la
burocracia, etc. A este sistema se le denomina DESPOTISMO ILUSTRADO, cuyo lema famoso era
todo para el pueblo, pero sin el pueblo. Si el prototipo de monarca absoluto estuvo representado
por el rey francés Luis XIV en el siglo XVII, el déspota ilustrado por excelencia será el monarca
prusiano Federico II. Este modelo de gobierno se manifiesta en otros países con figuras
representativas como Catalina II de Rusia o Carlos III de España. Los intentos de independencia del
poder real frente a las intromisiones eclesiásticas, habituales ya desde la Edad Media, se concretan
en contundentes medidas contra los jesuitas, orden religiosa que se oponía a las ideas ilustradas.
Así, los jesuitas serán expulsados sucesivamente de Portugal (1759), Francia (1764) y España (1767).
El siglo XVIII es para Europa una época de transformaciones económicas y, frente a la profunda crisis
del siglo XVII, se vive, en general, un periodo de mejora en el nivel de vida, aumento del consumo y
un crecimiento demográfico, especialmente visible en las ciudades. Sin embargo, el aspecto de las
ciudades cambia muy lentamente: continúan amuralladas y se cierran las puertas durante la noche.
Aunque las estructuras jurídicas de la sociedad siguen siendo muy semejantes a las de los siglos
anteriores, la movilidad social se acrecienta a medida que se extiende el capitalismo y aumenta el
valor del dinero en las relaciones sociales. El número de nobles es aún muy importante, pero cada
vez es mayor la relevancia de gentes procedentes del estado llano que prosperan y se enriquecen
mediante los negocios o por medio de la burocracia y la ocupación de cargos en la administración.
Muchos de estos nuevos ricos adquirirán tierras y títulos de nobleza.
En la industria es ahora cuando comienza la Revolución industrial: grandes fábricas, innovaciones
técnicas, acumulación de capitales, generalización de las máquinas, aprovechamiento de nuevas
fuentes de energía como el vapor de agua… Este desarrollo
industrial tiene lugar primero en Inglaterra y con más lentitud en otras partes de Europa. Todo esto
exige un desarrollo paralelo del comercio y de los medios de transporte: se incrementa la
navegación, mejora la marina mercante, se construyen nuevos puertos… Sin embargo, este
panorama socioeconómico no se da en un clima de paz y estabilidad política, sino que es muy

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intensa la rivalidad entre las diversas naciones, lo que hace que las guerras y los enfrentamientos
sean continuos a lo largo del siglo. Tres son las grandes potencias que dominan la Europa del siglo
XVIII: Inglaterra, Francia y Austria. Las diversas alianzas entre ellas y el resto de países importantes:
España, Suecia, Prusia, Rusia… dan lugar a una escena cambiante y complicada.
Finalmente, la revolución que sacude Francia desde 1789 con el lema de Libertad, igualdad y
fraternidad, supone una enorme convulsión de la organización jerárquica estamental y el
advenimiento de una nueva estructura social, característica del mundo contemporáneo, en el que
pierde importancia el origen por la sangre. La Revolución francesa tiene una relevancia decisiva en
la conciencia de los hombres, quienes se ven como creadores de la propia sociedad, hasta entonces
marcada por el individuo desde su nacimiento y por ello sin capacidad para modificarla.

PENSAMIENTO Y CULTURA EN EL SIGLO XVIII: LA ILUSTRACIÓN


Recibe el nombre de Ilustración el movimiento cultural e ideológico que renueva profundamente el
pensamiento y la mentalidad a lo largo del llamado Siglo de las luces. El principio general ilustrado
está ligado al desarrollo del método inductivo, de la observación y de la experimentación. Esto
llevará a desligar ciencia y tecnología y a criticar numerosos postulados religiosos. Los rasgos
típicamente ilustrados son: 1.) el RACIONALISMO: el conocimiento se encuentra en la razón y no en
instancias superiores como Dios, la tradición o la autoridad de los escritores de la Antigüedad. La
fundamentación racional favorece el desarrollo científico y técnico. 2.) el UTILITARISMO: los
avances científico-técnicos, el ansia de saber y las reformas sociales deben tener como guía el ser
útiles para la comunidad. Se impone ahora una concepción materialista y burguesa del mundo
donde lo importante es aquello que es útil. Esto implica un cambio en los valores morales: la virtud
se relaciona con la utilidad, es decir, el hombre es tanto más virtuoso cuanto más útil resulta a sus
conciudadanos. 3.) el PROGRESO: el dominio de la Naturaleza hace dueño de su futuro al hombre,
que puede progresar indefinidamente, sin necesidad de posponerla a paraísos religiosos que
llegarían después de la muerte. 4.) Lo NATURAL: se abandona la idea de que existen verdades
absolutas o reveladas y se insiste en el concepto de que algo es más humano cuanto más conforme
está con su naturaleza. De modo que, frente a las normas morales predicadas por las diversas
religiones, se proponen criterios éticos derivados de una moral natural. En el terreno religioso, es
frecuente el deísmo: creencia en un ser superior que no corresponde a la imagen de una religión
concreta; o el ateísmo. 5.) El REFORMISMO: los ilustrados aspiran a que sus ideales tengan una
concreción práctica en la realidad proponiendo reformas sociales, económicas y políticas.
En el campo de las ideas estéticas, se vuelve la mirada al clasicismo francés y a los modelos clásicos
greco-latinos. Es el llamado NEOCLASICISMO, según el cual las obras de arte deben estar también
sujetas a la razón y obedecer a unos principios de ordenación lógica. Por ello, en las artes
predominan las líneas rectas y la composición equilibrada.
En literatura, se siguen una serie de reglas y preceptos: distinción clara entre lírica, épica y
dramática; separación de tragedia y comedia y el respeto de las unidades de lugar, tiempo y acción
en las obras teatrales. Sin embargo, conforme pasa el tiempo, una nueva sensibilidad se extiende
entre los artistas dieciochescos, que revalorizan el individualismo, la naturaleza, el instinto y el
sentimiento. Las ideas del filósofo ginebrino Rosseau son decisivas para la extensión de esta

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sensibilidad. Esta corriente sentimental preludia ya el Romanticismo del siglo próximo, de ahí que se
haya denominado PRERROMANTICISMO. No hay oposición entre la tendencia neoclásica y la
prerromántica porque ambas comparten en esencia los mismos valores. La diferencia estriba en
cuáles son los valores predominantes en cada caso: en la actitud neoclásica, la razón y el equilibrio;
en la prerromántica, lo natural y lo individual.

ESPAÑA EN EL SIGLO XVIII


España comienza el siglo sumida en una profunda crisis tras la desaparición de la dinastía de los
Austrias, que da lugar a la Guerra de Sucesión entre los partidarios de Felipe de Borbón y los del
archiduque Carlos. La contienda tuvo carácter internacional, porque Francia apoya al primero y
Austria al segundo. Tras el fin de la guerra, ocupa el trono español Felipe V (1714-1746) con lo que
se inicia la dinastía de los Borbones. Sin embargo, el conflicto divide al país, agota sus exiguas
reservas económicas y mengua sus posesiones puesto que se pierden los Países Bajos, Nápoles,
Sicilia, Gibraltar y Menorca (esta última se recuperaría en 1781). Los territorios de la Corona de
Aragón, que había apoyado al archiduque Carlos, ven suprimidos sus fueros y se inicia el proceso de
centralización administrativa de la dinastía borbónica. El reinado de Felipe V tampoco será pacífico y
se sucederán las guerras. Un periodo de mayor paz y estabilidad es el reinado de Fernando VI
(1746-1759) en el que debe destacarse la buena administración del ministro Ensenada. En el
reinado de Carlos III (1759-1788) se acentúan las reformas, aunque no sin conflictos, como la
expulsión de los jesuitas en 1767. El temor de las reformas es aún más acusado durante el reinado
de Carlos IV (1788-1808), como consecuencia de la Revolución francesa. El hombre fuerte que
destacó en este periodo fue Godoy que, aunque impulsó reformas interiores y apoyó a ilustrados
como Jovellanos, Meléndez Valdés o Moratín, desarrolló una mala política exterior por las guerras
con Francia, Inglaterra y Portugal, que ocasionaron graves consecuencias internas.
Durante esta centuria España registró, en general, una mejora económica, aunque las condiciones
de vida para la gran mayoría seguían siendo penosas. Las reformas ilustradas irán encaminadas a
mejorar la situación incrementando la producción agrícola, pero el
hecho de que gran parte de la propiedad de la tierra siguiera en manos de la nobleza y la iglesia y,
tras el fracaso jurídico de la desamortización de estas tierras, impidió una reforma sustancial.
Otras reformas afectaron al comercio y a las vías de comunicación. El transporte a lomo de animales
fue sustituido por el uso de carros. Se hicieron corrientes las tiendas de comestibles, frente al
habitual autoconsumo del mundo rural de siglos anteriores. Esto produjo un incremento de la
actividad económica. En esta época son frecuentes las figuras del mercader y del prestamista. Sin
embargo, la industria apenas existía en España y la mayor parte de los productos tenían que
importarse.
La centralización y el crecimiento del Estado (el aparato militar, la justicia y la enseñanza) estaban
todavía en manos de nobles y eclesiásticos. La sociedad aún seguía dividida en estamentos: los
nobles vivían de las rentas y tributos que generaban sus tierras y dominios. El clero disponía de la
inmensa riqueza de la iglesia, aunque estaba repartida desigualmente. Artesanos y comerciantes
constituían la burguesía y algunos se integraron en la nobleza comprando nuevos títulos que el

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propio Estado creaba para aumentar sus ingresos. En peor situación vivían mendigos, esclavos y
gitanos.
La actividad reformista ilustrada indica un cambio de una mentalidad contrarreformista a otra más
secularizada y las reformas que se llevaron a cabo contribuyeron a minar la estructura social
estamental, que ofrecía resistencia al cambio.
Se crearon nuevas instituciones culturales como la Biblioteca Nacional (1712), La Real Academia
Española (1713), la Real Academia de la Historia (1736) y la Academia de Bellas Artes (1744), entre
otras.

1.- LA PROSA ESPAÑOLA DEL SIGLO XVIII


Muchas de las obras de este siglo tienen un carácter doctrinal y pretenden difundir las ideas
ilustradas o contribuir a reformar la sociedad del momento. La mayoría de estos textos están
escritos en prosa. Son frecuentes los libros referidos a múltiples disciplinas, típicas de la cultura
ilustrada: historiografía, arqueología, epigrafía, numismática, toponimia, política, derecho, religión,
matemática, medicina, botánica, química, tratados musicales, teoría e historia de la literatura,
filología…)
En esta centuria aparecen las primeras publicaciones periódicas, con el interés de difundir las ideas
ilustradas, aunque tuvieron encontronazos con la censura cuando las críticas iban más allá de lo
permitido. En prosa literaria, la prensa contribuyó a forjar un estilo más ágil y directo y sirvió de
cauce de difusión no solo de las ideas literarias, sino de los propios textos creativos.
La prosa de ficción es muy escasa en esta época, aunque existe la literatura costumbrista y los libros
de viajes. Los géneros narrativos aparecidos en este siglo: novela epistolar-racionalista, novela
filosófica, novela libertina, novela gótica tuvieron escasa repercusión en España probablemente por
el control de la producción editorial por mecanismos de
poder como la Inquisición, que centró su lupa en los textos literarios, fundamentalmente narrativos
que servían de cauce para impulsar las nuevas ideas ilustradas y revolucionarias con autores como
Rosseau y Voltaire y las obras de carácter erótico o pornográfico.
En el siglo XVIII merece destacar a los siguientes autores en prosa narrativa:
DIEGO DE TORRES VILLARROEL: su obra revela la pervivencia de los gustos barrocos. Se consideró
seguidor de Quevedo, incluso titula una de sus obras Visiones y visitas de Torres con Quevedo por
Madrid. Escribió también un conjunto de Sueños, al igual que Quevedo y dirige sus dardos críticos
hacia médicos, alguaciles y nobles, pero su sátira es más concreta y no se complace en juegos
lingüísticos.
JOSÉ FRANCISCO DE ISLA: publicó una especie de novela satírica en la que ridiculiza la retórica
eclesiástica barroca a través del personaje de Fray Gerundio (predicador disparatado de retórica
barroca desproporcionada y absurda).

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El género preferido en prosa por los escritores de la ilustración fue el ensayo (disertación escrita de
intención didáctica, muy variable en cuanto a temas y estilo, según cada autor). Los ensayistas más
destacados fueron FEIJOO, LUZÁN, CADALSO y JOVELLANOS.
FRAY BENITO JERÓNIMO FEIJOO: monje benedictino de un convento de Oviedo trabajó como
profesor en su universidad. Recogió sus reflexiones en dos extensas obras: Teatro crítico universal y
Cartas eruditas. En ellas arremete contra las supersticiones y las opiniones infundadas; se rebela
contra la anquilosada cultura barroca y postula la razón y la experiencia como bases de la ciencia y
del pensamiento modernos.
IGNACIO LUZÁN: destaca como autor de la Poética donde establece los preceptos que deben guiar
aquellas obras que deseen ajustarse a los nuevos ideales clasicistas.

JOSÉ CADALSO:
VIDA Y PERSONALIDAD

Nació en Cádiz en 1741. Ingresó en el colegio jesuita en su ciudad natal a los cinco años y a los
nueve marchó a París a otro colegio de la Compañía. Con diecisiete años llegó a Madrid a estudiar
en el Seminario de Nobles, también regentado por los jesuitas, donde permaneció hasta 1760. Tras
un viaje por Europa inicia su carrera militar. En Madrid frecuenta ambientes selectos y traba amistad
con Nicolás Fernández de Moratín. Sin embargo, en 1768 lo destierran a Zaragoza, tras la acusación
de haber redactado un texto que satirizaba las costumbres de la aristocracia cortesana. Regresa a
Madrid, pero en 1773 se traslada a Salamanca donde entabló relación con escritores ilustrados de la
ciudad, especialmente con Meléndez Valdés. Durante esta década escribió la mayor parte de sus
obras literarias, en tanto que sufre diversos cambios de destino que lo llevan a renegar de la
profesión militar. Tras ser ascendido a coronel murió durante el asalto a Gibraltar en 1782.
OBRA

Como poeta, abundan las composiciones que siguen los patrones convencionales neoclásicos:
anacreónticas y odas pastoriles. Los modelos de la poesía de Cadalso son los clásicos grecolatinos y
poetas españoles como Quevedo y Góngora, que le sirven de referente para sus letrillas y poesías
satíricas, poemas que publicó bajo el título de Ocio de mi juventud. Fue el impulsor del gusto
poético rococó y ejerció influencia sobre jóvenes poetas del grupo salmantino, como Meléndez
Valdés.
Como dramaturgo, intentó el género de la tragedia, pero con poco éxito. Y escribió alguna otra obra
de corte neoclásico que resultó inverosímil y artificiosa.
En la prosa alcanza sus mayores logros. Escribió diversas obras de carácter técnico relacionadas con
su profesión militar y se conservan también cartas dirigidas a escritores contemporáneos que
resultan interesantes porque proporciona claves del mundillo literario de su época. Redactó
también varios escritos autobiográficos que nos permiten conocer episodios de su vida, pero son
tres obras las que lo encumbran como escritor: Eruditos a la violeta, sátira de la educación
superficial y de individuos que aparentan tener vastos conocimientos, cuando en realidad son unos

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ignorantes. Noches lúgubres, obra dialogada dividida en tres partes, en la que el protagonista,
enloquecido por la muerte de su amada, intenta desenterrar su cadáver para morir junto a él. En los
parlamentos del protagonista se incluyen extensas reflexiones de carácter filosófico. Es una obra
con cierta inspiración autobiográfica escrita por el dolor provocado por la muerte de su propia
amada. Cartas marruecas sigue el modelo epistolar típico de la época y en esta obra se ofrece una
visión crítica de un país vista con los ojos de un extranjero. La innovación de la obra consiste en que
las cartas se entrecruzan entre dos marroquíes y un español, lo que permite contrastar opiniones
diversas sobre los asuntos que trata. Esta obra contiene al mismo tiempo tres puntos de vista, tres
historias, tres narradores, tres personajes y tres lectores.
ESTILO

Su ideal estilístico es la sobriedad y la contención, alejándose del modelo barroco y usando una
lengua más llana y sencilla, pero es sumamente cuidadoso en el uso de la lengua. El tono
sentimental de Noches lúgubres le lleva al uso de una prosa poética con presencia de numerosos
endecasílabos, anteposición de adjetivos y frecuentes conversacional apropiado en el intercambio
de opiniones de sus protagonistas.
GASPAR MELCHOR DE JOVELLANOS:
Es la persona que mejor representa la ilustración española. Nacido en Gijón, desarrolló desde joven
una intensa actividad intelectual, cívica y política. Durante el reinado de Carlos III ocupó diversos
cargos públicos. Con la subida al trono de Carlos IV y los sucesos revolucionarios de Francia le
acarrearon graves sinsabores que culminaron en su destierro a Asturias donde prosiguió su labor
ilustrada. Pese a la reiterada solicitud de amigos suyos para abrazar la causa de los afrancesados,
Jovellanos prefirió dirigir su lucha contra los franceses lo que le acarreó numerosos sinsabores,
excesivos ya para este anciano ilustrado asturiano.
La producción escrita de Jovellanos es bastante amplia, aunque la estrictamente literaria fue escasa:
compuso poemas como la Sátira a Arnesto, en la que critica el majismo (tendencia de la nobleza de
la época a imitar costumbres propias de las clases populares); y escribió también dos piezas
teatrales: una tragedia de tema nacional: Pelayo y una comedia sentimental: El delincuente
honrado, que sigue el modelo de las comedias lacrimosas francesas en la que defiende una
aplicación humanitaria de las leyes y critica con dureza el empleo de la tortura.
No obstante, donde Jovellanos descuella como escritor es en sus textos en prosa donde aborda
problemas importantes del país y expone sus ideas de reforma. Entre estas OBRAS DIDÁCTICAS
destacan: Memoria sobre espectáculos y diversiones públicas, donde propugna que las formas de
entretenimiento estén incluidas en los planes ilustrados de reforma: critica los espectáculos
sangrientos como los toros, defiende la libertad en los bailes y fiestas populares y postula un teatro
que se ajuste a las reglas neoclásicas. Informe sobre la ley agraria en el que analiza el atraso de la
agricultura española y propone remedios para modernizarla: nuevos sistemas de cultivo y regadío,
capacitación de los campesinos, desamortización de las tierras de la iglesia y de la nobleza. Esta
última propuesta le granjeó la enemistad de los más poderosos, porque si se aplicaba este principio
se ponía en peligro la base de la sociedad estamental. Memoria sobre la educación pública, obra
que refleja su permanente preocupación pedagógica. Según Jovellanos, la educación es la base de la

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prosperidad de la nación, por lo que promovía las ciencias útiles y acabar con la rutina escolástica.
Insiste en impulsar los métodos experimentales y la realización de prácticas en algunas asignaturas,
defiende la enseñanza en castellano y no en latín y considera necesario que los alumnos aprendan
lenguas modernas.

2.- LA POESÍA ESPAÑOLA DEL SIGLO XVIII


La poesía del siglo XVIII se entiende como fruto de un periodo en el que se entrecruzan diversas
tradiciones e influencias: no hay una ruptura tajante con la lírica barroca precedente, que se
prolongará en este siglo, como luego tampoco la lírica ilustrada desaparecerá con el fin de siglo, sino
que penetrará en el XIX.
La poesía posbarroca domina durante las primeras décadas de siglo y en ella son evidentes el
influjo gongorino, pero también se abrirá paso a la influencia garcilasiana. Lobo y Torres Villarroel
son característicos de esta etapa.
La poesía rococó se abre camino paulatinamente y se caracterizará por una poesía más sencilla: las
estructuras son menos complejas, los retorcimientos sintácticos se atenúan, se busca una mayor
ligereza rítmica. Alonso Verdugo y Antonio Porcel serán sus escritores más representativos.
La poesía ilustrada o neoclásica triunfa durante la segunda mitad del siglo XVIII. En este periodo
tiene notable importancia la actividad de la Academia del Buen Gusto, en el que se escribe una
poesía innovadora, aunque en convivencia con los poetas barrocos y rococós. En esta academia se
sigue la tradición francesa de los salones aristocráticos. Poetas ilustrados tempranos fueron Vicente
García de la Huerta, Nicolás Fernández de Moratín y José Cadalso. La consolidación de la poesía
ilustrada se produce en los años setenta con la Tertulia de la Fonda de San Sebastián de Madrid,
donde se reúnen poetas españoles e italianos y donde florecerá la poesía neoclásica con autores
como Trigueros y Moratín. Destacan también los fabulistas Félix María de Samaniego y Tomás de
Iriarte con su poesía de intención didáctica. Sin embargo, no solo Madrid fue un foco de
propagación de las ideas ilustradas y de la lírica neoclásica, sino que también lo fue la ciudad de
Salamanca. Allí marcha desterrado Cadalso y dejará su influencia en autores como Tadeo González y
Meléndez Valdés. Toda esta poesía neoclásica vuelve sus ojos a los grandes poetas españoles del
siglo XVI, sobre todo a Garcilaso, y a otros modelos como los clásicos grecolatinos. Tampoco
desprecian la tradición popular y sus metros: romances, letrillas, seguidillas, décimas… Los temas
son la exaltación de las bellas artes, las novedades científicas y filosóficas y también coexistirá una
poesía tierna y sensual que se manifiesta en los temas pastoriles, en una delicada visión de la
naturaleza y el canto de los placeres cotidianos. Por ello destaca, la anacreóntica: composición de
metro corto y estrofas breves de tono festivo y alegre en el que exalta el amor y los goces sensuales.
A finales de siglo, nuevos poetas se suman a la poesía neoclásica, pero ya se advierten en ellos
ciertas diferencias, que han dado lugar a que se hable de una poesía prerromántica, en la que hay
un elevado sentimentalismo, una exacerbada sensibilidad y un cierto tono social al acercarse a las
ideas de la Revolución francesa. Destacan autores como Álvarez Cienfuegos y Quintana.

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3.- EL TEATRO ESPAÑOL DEL SIGLO XVIII
Durante la primera mitad de siglo perdura el teatro posbarroco, cuyo autor preferido sigue siendo
Calderón. Sus obras son las más representadas y los nuevos autores siguen el modelo de teatro
calderoniano. Autores destacados de esta época son Bances Candamo y Zamora.
El teatro neoclásico fue implantado desde el poder y hubo de combatir contra el popular teatro
barroco que es el que tenía la preferencia de público. A mediados de siglo los ataques hacia este
teatro fueron frecuentes, llegando a prohibirse las comedias de santos, de magia y los autos
sacramentales. Poco a poco las obras ilustradas (tragedias y comedias) ocuparon las carteleras
teatrales; sin embargo, los géneros dramáticos de mayor aceptación popular fueron el sainete y la
comedia sentimental. El SAINETE es una pieza teatral breve de carácter cómico que se representaba
en los entreactos de obras mayores. Es el continuador del entremés, que ya se había desvirtuado.
En su lugar, el sainete se acercaba a la realidad dramatizando situaciones extraídas de la vida
cotidiana y haciendo reír al público, pero propiciaba la dispersión y el propósito didáctico de la obra
principal, de ahí la oposición hacia este género breve de autores como Samaniego, Iriarte y Moratín.
El más destacado autor de sainetes de la época fue Ramón de la Cruz.
La COMEDIA SENTIMENTAL es un género de origen francés. Son comedias lacrimosas que llegan a
España a mediados de siglo. Es un género híbrido entre la tragedia y la comedia, de carácter
realista, con habitual final feliz, que aceptaba los preceptos teatrales neoclásicos y prefería la
composición en prosa en lugar del verso. Sus temas fundamentales son la crítica del matrimonio
desigual y la exaltación de los valores burgueses (honestidad, trabajo, tolerancia…). Niega, por
tanto, la virtud heredada por la sangre y defiende la virtud en los buenos actos. La introducen los
gobernantes ilustrados obedeciendo al deseo de reforma. Al principio las traducciones proliferaron
y, tras ellas, vinieron las creaciones originales. Conforme el género se popularizó, las obras
tendieron a la falta de verosimilitud y al patetismo, y con ello se perdió su contenido ideológico. De
ahí la hostilidad hacia este género por parte de los ilustrados. El drama sentimental español más
importante fue El delincuente honrado de Jovellanos.
La aplicación de los modelos neoclásicos se produce de manera más estricta en los géneros de la
tragedia y la comedia. Los ilustrados españoles trataron de crear, con poco éxito, una TRAGEDIA
española partiendo de modelos franceses, ya que no contaban con una tradición autóctona
consolidada. El modelo de tragedia neoclásica debe mostrar a los hombres no como son, sino como
deben ser, y aconseja a sus autores que utilicen temas de la Antigüedad para criticar la sociedad del
momento. Fueron pocas las tragedias que se escribieron y, además, no contaron con el favor del
público, aun cuando se utilizaron temas nacionales que resultaban más próximos a los
espectadores. Entre ellas, cabe señalar Pelayo de Jovellanos; Raquel de García de la Huerta; Sancho
García, conde de Castilla de Cadalso, Numancia destruida de Ayala y Guzmán el Bueno de Nicolás
Fernández de Moratín.
La COMEDIA NEOCLÁSCA o COMEDIA DE BUENAS COSTUMBRES no logró alcanzar éxito popular hasta muy
tardíamente, con las obras de Leandro Fernández de Moratín, de ahí la denominación de COMEDIA
MORATINIANA. Los principios que rigen estas comedias neoclásicas son la aceptación de las reglas de
las tres unidades, el uso de prosa o verso octosílabo y desenlace feliz. Como literatura ilustrada

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también está presente su intención didáctica. Entre las comedias neoclásicas, destacan Tomás de
Iriarte con sus obras El señorito mimado y La señorita malcriada y Leandro Fernández de Moratín,
que merece un espacio aparte.
LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN
Nació en Madrid en 1760. Fue hijo del poeta y dramaturgo ilustrado Nicolás Fernández de Moratín,
por lo que se educó dentro del círculo literario de su padre y manifestó pronto interés por las letras.
La prematura muerte del padre deja a la familia en una difícil situación económica, hecho que
preocupó al hijo casi de por vida; aunque pasó por épocas de prosperidad, siempre a expensas de
los poderosos. Con el ascenso político de Godoy vivió sus momentos de mayor fortuna y gozó de la
protección del poder. Tras la invasión napoleónica se puso del lado de los nuevos gobernantes y fue
nombrado Bibliotecario Mayor de la Biblioteca Real de José I. Con la derrota de los afrancesados, se
refugió en Valencia y luego en Peñíscola y estuvo a punto de ser fusilado por los absolutistas, pero
fue juzgado en Barcelona y declarado exento de culpa.
Conocido fundamentalmente como dramaturgo, fue también poeta y prosista.
Su poesía es notable. Compuso poemas satíricos, algunos de circunstancias y otros propiamente
líricos. Su poesía se caracteriza por el gusto clásico, el equilibrio, la contención expresiva y el
cuidado formal. Abundan octosílabos y estrofas tradicionales, pero también empleó el endecasílabo
blanco, aproximándose de esta forma a la métrica sin rima de la poesía griega y latina.
Escribió también textos en prosa: La derrota de los pedantes, sátira alegórica de los malos
escritores; Apuntaciones sueltas de Inglaterra y Viaje a Italia, dos obras donde deja constancia de
sus viajes y estancias en estos países. Un Diario, redactado con abreviaturas y en una jerga
caprichosa, mezcla de varios idiomas y un abundante epistolario. Estas dos últimas resultan ser dos
obras interesantes para conocer la personalidad del escritor.
A pesar de su valor como dramaturgo, su producción teatral es corta: escribió solo cinco comedias
en las que existe la intención didáctica de censurar las malas costumbres. En El viejo y la niña
(1790), El barón (1803) y El sí de las niñas (1806) se critican los matrimonios concertados. En La
comedia nueva o El café (1792) se satirizan las obras teatrales aparatosas e inverosímiles y en La
mojigata (1804) el centro de crítica es la falsa piedad, la hipocresía religiosa y la mala educación de
los jóvenes. La comedia moratiniana debe entenderse como instrumento que cumple una doble
función: combatir las comedias populares que transmiten ideas y valores inadecuados y servir de
altavoz a los ideales reformistas. Por ello, insiste en conceptos tales como la responsabilidad, la
prudencia, la moderación, la virtud, la educación, el sentido común… ideas contrapuestas a las que
transmitían las comedias populares con sus pasiones desatadas, ingeniosidades maliciosas, acciones
temerarias, vicios diversos, supersticiones religiosas… Por tanto, el didactismo es uno de los rasgos
de esta comedia, también la verosimilitud con el uso de un lenguaje sencillo y adecuado a la
condición de cada personaje, el predominio del análisis de los personajes sobre la acción y la
ausencia de elementos escénicos espectaculares; el respeto a las reglas de las tres unidades y el uso
de la prosa o el verso breve

LA LITERATURA DE LA 1ª MITAD DEL SIGLO XIX


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LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX: CONTEXTO HISTÓRICO
La Revolución francesa, que propugnaba un cambio en las bases sociales y políticas por las
que Europa se había regido durante siglos, se dejó sentir durante el siglo XIX despertando la
esperanza de cambio en otros países. Sin embargo, este hecho puso en sobre aviso a los estamentos
privilegiados de dichas naciones que, atemorizados por lo sucedido en Francia, como respuesta,
adoptaron una actitud defensiva ante cualquier intento que se opusiera a su posición dominante.
Por todo ello, durante la primera mitad del siglo XIX se suceden enfrenamientos entre los
partidarios del Antiguo Régimen, que se resistían a desaparecer, y los defensores de un liberalismo
que pretendía cambiar las viejas estructuras sociales, pero que pronto se vieron sobrepasados por
los incipientes movimientos obreros.
En Francia, las contradicciones del proceso revolucionario llevaron al poder a Napoleón
Bonaparte, quien, con sus conquistas militares, llegó a formar un imperio que se extendió por gran
parte de Europa. Su derrota en 1815 supuso la restauración de los monarcas absolutos y la creación
de la Santa Alianza: organización formada por Rusia, Austria, Prusia y Francia para defender las
monarquías frente a posibles revoluciones liberales.
La gran potencia económica de la época fue Inglaterra, lugar donde se produjo una
verdadera revolución industrial. A este país también llegaron los ecos de la Revolución francesa; sin
embargo, como las reformas liberales se fueron implantando paulatinamente, allí nunca se
alcanzaron las tensiones revolucionarias del resto del continente.
El surgimiento del nacionalismo es un fenómeno típico del siglo XIX, tanto en su versión
unificadora, vivida en Alemania e Italia; como en su vertiente disgregadora, protagonizada en
diversos estados y naciones de los imperios austriaco y otomano con sus consabidas tensiones
independentistas.
En Rusia fueron muy frecuentes las revueltas agrarias, debido a las condiciones semi-
feudales en que vivía el país, donde existía una rica nobleza, que gozaba de grandes lujos y viajes
por Europa, frente a multitud de campesinos que aún estaban en estado de servidumbre.
Los Estados Unidos prosiguen con su expansión territorial y demográfica. Los nuevos
territorios se adquieren mediante la compra: a Francia, la Luisiana; y a España, la Florida; por medio
de la guerra con México; a través de asentamientos de colonos en las tierras del oeste (con el
consiguiente exterminio de las tribus indias); y por medio de la consecución de la independencia de
las colonias españolas americanas, que seguían el lema del presidente Monroe: América para los
americanos.
La primera mitad de siglo se cierra con las revoluciones de 1848, que también tienen su
epicentro en Francia, pero se extienden por otros países del continente europeo: los Estados
alemanes, Austria, Italia, España… En estas revueltas es muy significativa la participación de las
masas obreras, puesto que en este año Karl Marx y Friedrich Engels publican el Manifiesto
comunista. Sin embargo, las reivindicaciones obreras no se atienden en ningún sitio y, además, sus
participantes fueron duramente reprimidos, por lo que se produce la ruptura entre el liberalismo

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burgués y los movimientos obreros, dado que la burguesía ve satisfechas sus demandas políticas y
escala puestos de poder, tornándose, de esta forma, más conservadora.
En estos primeros cincuenta de años de siglo, se consolidan las relaciones sociales y las
ideologías del mundo contemporáneo. El viejo artesonado tiende a desaparecer, puesto que se ve
sustituido por la producción industrial mecanizada que exige grandes inversores que disponen de
un importante capital. Consecuencia de ello será la aparición de dos clases sociales bien
diferenciadas: burgueses o propietarios y proletarios u obreros (campesinos que se ven obligados a
emigrar a las ciudades donde la oferta de mano de obra es muy abundante, pero los salarios se
limitan a cubrir las necesidades de subsistencia de sus trabajadores). Todo ello propicia el
nacimiento de nuevas ideas que reclaman un reparto más justo de los bienes, es el llamado
socialismo utópico.
El liberalismo será la otra gran ideología de estos tiempos. Nace por la clase burguesa y
defiende la existencia de una serie de libertades: de pensamiento, de expresión, de asociación, de
reunión y de comercio. Propugna un sistema político basado en el sufragio universal y en el que la
soberanía popular y la legislación residan en el parlamento. Sin embargo, estos principios se
adaptarán a las circunstancias: en lugar de existir haber sufragio universal, se adopta el llamado
sufragio censitario (votan solo los que tienen cierto nivel de renta), se producen recortes en las
mencionadas libertades y se produce cierto proteccionismo comercial.
Como consecuencia de la Revolución francesa, primero; y las reivindicaciones liberales y
obreras, después; se desarrolla un pensamiento reaccionario antiliberal que defiende el poder de
la iglesia, los antiguos privilegios y una moral católica muy conservadora.

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EL ROMANTICISMO
El Romanticismo es un movimiento cultural que se opone a los principios de la Ilustración y
que nace como resultado de la profunda crisis social e ideológica dentro de un mundo en acelerado
cambio de las primeras décadas del siglo XIX. Los orígenes del Romanticismo nacen en la filosofía y
cultura alemanas ya en el siglo XVIII. Allí se produce el llamado movimiento Sturm und Drang
(Tempestad y Pasión) que defiende la creación literaria al margen de las reglas clásicas y revaloriza
la expresión artística de los sentimientos y las vivencias. Esta sensibilidad prerromántica se
desarrolla también en Inglaterra y se extiende posteriormente por el resto de Europa, con mayor o
menor intensidad.
Los rasgos característicos del Romanticismo son los que se citan a continuación:
 Irracionalismo: los románticos niegan que la razón pueda explicar completamente la
realidad y para ellos tampoco existen las verdades fijas e inmutables. Por tanto, la realidad
es cambiante, caótica e incomprensible. Por ello, los románticos son incapaces de
comprender e interpretar el mundo de forma global y de tener pensamientos sistemáticos y
coherentes. De ahí su preferencia por temas como lo sobrenatural, lo mágico y lo misterioso,
puesto que para ellos el mundo es, en esencia, eso: un misterio, es decir, algo oculto a lo que
la razón es incapaz de llegar.
 Subjetivismo: las formas de conocimiento que defienden los románticos son la intuición, la
imaginación y el instinto. De ahí la importancia de las emociones, los sueños o las fantasías
que permiten bucear en el inconsciente para descubrir los impulsos no racionales que
esconde el espíritu humano. Por ello, el sentimiento y la pasión son fuerzas superiores a la
razón.
 Idealismo: en conexión con la filosofía idealista alemana, el hombre romántico siente
predilección por lo absoluto, por lo ideal, lanzándose a la búsqueda de la Libertad, el
Progreso y la Belleza en mayúsculas, dado que en los románticos hay un sentimiento de no
plenitud, de lo incompleto de la existencia humana lo que les conduce a buscar
desesperadamente ese absoluto, por ello se explica su vitalismo (la necesidad de acción); Sin
embargo, estos anhelos insatisfechos les conducen a la frustración y a la infidelidad.
 Individualismo: El hombre romántico tiene una conciencia aguda y dolorosa de su propia
personalidad, de ser distinto a los demás, de sentirse un ser superior que exalta su propia
sensibilidad y sus emociones, pero al que nadie puede comprender. Esta afirmación del yo le
conduce irremediablemente a la soledad.
 Inseguridad radical: el hombre romántico es por naturaleza una persona insegura e
insatisfecha, porque no le sirven las respuestas tradicionales a los interrogantes que la
realidad le ofrece. Ello da lugar a la desazón vital romántica, pero al mismo tiempo esto se
convierte en el motor de su creación artística al buscar constantemente respuestas y
soluciones a las dudas y problemas que se le plantean.

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 Desengaño: el choque entre el yo romántico y la realidad prosaica y gris producen
insatisfacción y un hondo desengaño en el hombre romántico lo que le lleva a rebelarse
contra las normas morales, sociales, políticas y religiosas.
 Evasión: por su idealismo extremo el hombre romántico desea escapar de este mundo
huyendo de la realidad a través de la evasión a épocas pasadas, como la Edad Media, o a
lugares lejanos y exóticos, como Oriente, América y la misma España en algunos escritores
europeos, por ser un prototipo de país romántico por sus antiguas tradiciones y su peculiar
folclore. El suicidio constituyó la forma extrema de esta evasión que se puso de moda no
solo entre los personajes de ficción creados por sus autores, sino también entre los propios
escritores románticos.
 Soledad: para evadirse temporal o espacialmente, el romántico huye de la realidad
mediante el refugio en sí mismo. Este gusto por la soledad justifica la preferencia de lugares
solitarios como castillos, cementerios, jardines, espacios apartados o recónditos… No
obstante, esta soledad le produce también dolor y le lleva a ansiar la integración, la
comprensión y el amor de los otros.
 Naturaleza dinámica: frente a la naturaleza mesurada, en orden y armonía, idealizada y
bucólica, propia del Neoclasicismo, el artista romántico representa la naturaleza de forma
dramática, dentro de una ambientación nocturna y en pleno movimiento. Esta naturaleza se
identifica con los estados de ánimo del creador (turbulentos, melancólicos, tétricos…).
 Nacionalismo: los románticos, que han perdido la fe en los valores tradicionales, encuentran
un asidero existencial en el espíritu comunitario forjando el concepto de pueblo como una
entidad espiritual supraindividual a la que pertenecen individuos que comparten rasgos
comunes como la lengua, las leyes, las costumbres, el folclore… Por ello en el romántico se
despierta el interés y la obsesión de buscar las raíces de cada pueblo en su historia, en su
literatura y en su cultura. De este modo entendemos la revitalización de los antiguos poemas
épicos y de las leyendas y tradiciones locales.
Según la dirección que adoptan los artistas románticos podemos distinguir un Romanticismo
tradicional o conservador, si existe nostalgia por valores tradicionales como la monarquía absoluta,
la religión o los ideales caballerescos; y un Romanticismo liberal o progresista, si el artista se rebela
frente a su mundo y el antiguo, tomando como referencia ideales republicanos, anticlericales y
democráticos. Al grupo de los románticos conservadores pertenecen escritores como
Chateaubriand en Francia, los hemanos Schelegel y Novalis en Alemania y Walter Scott en
Inglaterra. Mientras que dentro del grupo de los románticos liberales se puede distinguir al escritor
inglés George Byron y los franceses Víctor Hugo y George Sand.

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ESPAÑA EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX
La situación política marca los primeros años del siglo XIX español y empieza un periodo de
intensas turbulencias que serán constantes a lo largo de toda la centuria.
Los errores diplomáticos de Godoy y las rivalidades entre Carlos IV y su hijo Fernando
conducen a la invasión francesa de 1808, con la que el imperio napoleónico pretende extenderse
hasta la Península Ibérica. Comienza entonces la Guerra de Independencia. La llegada de los
franceses coloca en el trono al hermano de Napoleón, el rey José I, y provoca la división entre los
españoles. Ilustrados como Moratín y Meléndez Valdés apoyan el nuevo régimen, con la esperanza
de que trajera, por fin, el progreso a España. Estos son los llamados afrancesados. Frente a ellos se
alzan muchos españoles que, con la ayuda de Inglaterra, acaban por derrotar al bando francés. Es
un grupo heterogéneo el que se opone al régimen impuesto por las tropas napoleónicas: muchos
ilustrados, entre ellos Jovellanos, las clases populares, la iglesia y los nobles. Estos dos últimos
porque ven peligrar sus privilegios y sienten pavor por los efectos de la Revolución francesa. Al final
de la guerra, las Cortes de Cádiz aprueban la Constitución de 1812, de signo liberal. Sin embargo, el
nuevo rey Fernando VII llega en 1814 hace caso omiso de la Constitución y comienza un periodo de
gobierno absolutista. En 1820 se produce la sublevación del General Rafael Riego y se abre el
llamado Trienio Liberal (1820-1823), periodo en el que se intentan ciertas reformas que, aunque son
moderadas, asustan a los absolutistas y a los gobiernos conservadores europeos. Se produce
entonces una nueva invasión francesa, la de los Cien mil hijos de San Luis, que ahora no encuentra
resistencia y restaura el poder real absoluto, dando lugar al comienzo de la Década Ominosa (1823-
1833), caracterizada por una represión brutal: ejecución de Riego y sus partidarios, fusilamiento del
popular guerrillero Juan Martín el Empecinado, fusilamiento de Torrijos y sus compañeros liberales,
la ejecución de la popular heroína liberal Mariana Pineda. Muchos españoles deciden marchar al
exilio a Francia o Inglaterra. En 1833 muere Fernando VII y este hecho conduce a una guerra civil
entre absolutistas o realistas, partidarios de que la sucesión al trono recaiga en Carlos, el hermano
de Fernando VII, y los liberales, que apoyaban la candidatura de la hija de Fernando, la futura Isabel
II. Dada la minoría de edad de Isabel, ejerce de regente hasta 1840 su madre María Cristina. En este
periodo se dan los primeros pasos hacia la restauración de un régimen liberal, pero las disensiones
entre moderados y progresistas frenaron la amplitud de las reformas. Por ejemplo, el sufragio
siempre estuvo restringido a hombres que alcanzaban un cierto nivel de renta. La medida más
importante de estos años fue la desamortización de los bienes eclesiásticos, impulsada por el
ministro Mendizábal, lo que supuso la expropiación de las tierras en mano de la iglesia (opuesta al
régimen liberal). El gobierno también suprimió las órdenes religiosas y cerró la mayoría de los
conventos. Además, la reacción popular anticlerical condujo al asalto y quema de conventos y a la
matanza de frailes en Madrid y Barcelona.
El final de la primera guerra carlista trajo consigo la sustitución de la reina madre regente por
el general Espartero, que duró hasta 1843 cuando alcanza la mayoría de edad Isabel, convirtiéndose
en reina. Comienza entonces un periodo de retroceso en las libertades dominado por la figura del
general Narváez, que implanta la dictadura. Un fenómeno característico del siglo XIX español es la
intervención de los militares en la vida pública, que será necesaria al sistema liberal para vencer la
resistencia carlista. Sin embargo, el poder que alcanzan los militares terminaba por ahogar las

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libertades que el liberalismo proclama y cada vez el número de militares en los puestos de poder,
como el Senado, era mayor.
Durante la primera mitad del siglo XIX la situación económica sufre las consecuencias de la
inestabilidad política: la Guerra de la Independencia arruina parte de los avances ilustrados y el
desarrollo de las reformas liberales. A mitad de siglo apenas se había esbozado la construcción del
ferrocarril en España, mientras estaba ya en auge en los países industrializados. En esta época
España sigue siendo un país agrario y retrasado, pero se van sentando las bases de una futura
industrialización.

ORÍGENES Y DESARROLLO DEL ROMANTICISMO ESPAÑOL


Las peculiares circunstancias históricas y políticas que atraviesa España durante el primer
tercio del siglo XIX explican el tardío y extraño desarrollo que el movimiento romántico tiene en la
literatura española.
Durante el Trienio Liberal llegan a España, huyendo de las persecuciones en su país, diversos
autores italianos que entablan relaciones con otros escritores españoles a los que comunican las
novedades románticas en boga en Europa. Nuestros escritores ven que Romanticismo y Liberalismo
no eran incompatibles. La publicación en Barcelona del periódico El Europeo contribuyó a divulgar
estas ideas románticas.
La restauración absolutista vuelve a dispersar en el exilio a buena parte de la intelectualidad
española. Los emigrados, sobre todo aquellos que van a Londres, entran en contacto con el
Romanticismo. Algunos de estos autores son Ángel Saavedra, Espronceda y Martínez de la Rosa.
Con el fin del reinado de Fernando VII, vuelven los emigrados y brota con cierta pujanza el
Romanticismo en la literatura española. A partir de entonces se publican libros en verso y en prosa
declarados abiertamente románticos y se suceden estrenos de obras teatrales de esta índole. Los
años treinta y cuarenta son los del apogeo de esta literatura y es el público lector burgués el que
acoge con interés estas nuevas formas literarias.
No obstante, el tardío arraigo del Romanticismo en España y las peculiaridades de la
sociedad española (todavía rural y atrasada) hacen que el movimiento romántico carezca de la
consistencia e importancia del Romanticismo europeo. Por tanto, el Romanticismo español adopta
las formas del europeo, pero carece de su fuerza y hondura.

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1.- LA POESÍA ROMÁNTICA EN ESPAÑA
Durante la primera mitad del siglo XIX, sobre todo, durante las tres primeras décadas siguen
dominando las figuras de líricos de inspiración ilustrada, como Alberto Lista o Manuel Quintana,
aunque algunos ya adelantan en sus poemas preocupaciones típicamente románticas.
El triunfo de la poesía romántica española se produce en los años treinta, tras la muerte de
Fernando VII. Desde entonces se compusieron numerosos textos poéticos que se difundían por vía
oral en actos solemnes, tertulias, onomásticas, lecturas privadas… y por los habituales medios
escritos (pliegos sueltos, libros, manuscritos) o por nuevos medios de difusión, como periódicos y
revistas. La burguesía era la lectora principal de estos cuantiosos textos poéticos publicados en
prensa. La poesía romántica tuvo éxito entre esta clase social porque el poeta mostraba inquietudes
y expresaba sensibilidades afines a esta clase media ascendente.
Se desarrolló una POESÍA NARRATIVA que relataba en verso variados sucesos históricos, legendarios
o puramente inventados. Estos poemas combinaban la descripción, el diálogo y pasajes líricos con la
propia narración. Se compusieron POEMAS NARRATIVOS EXTENSOS, como El moro expósito de Ángel
Saavedra (duque de Rivas), El estudiante de Salamanca y El diablo mundo de Espronceda y
Granada. Poema oriental de Zorrilla; y también se crearon POEMAS NARRATIVOS BREVES en los que
predomina el cultivo del romance, que aúna el carácter popular, la sensación de primitivismo y el
nacionalismo español, todos ellos rasgos estimados por los románticos españoles. Merecen
mención especial los Romances históricos del duque de Rivas y los numerosos Romances de
Zorrilla.
Los poetas románticos compusieron también POESÍA LÍRICA y en sus versos plasman temas como
los sentimientos personales, la nostalgia, el hastío de la vida, el amor, la mujer ideal, la religión…
Estas composiciones las ambientan en lugares solitarios, en ruinas, durante la noche, en plena
tempestad o con el mar embravecido. Los poetas más destacados son Espronceda y Zorrilla.
Uno de los rasgos más definitorios de la poesía romántica es la mezcla de géneros, por lo que no
resulta clara la distinción entre épica y lírica. Otra característica de esta poesía es el uso de la
polimetría: usan diversas y variadas estrofas y versos.
Entre los poetas románticos merecen destacarse dos figuras:
JOSÉ ZORRILLA
Fue el autor más conocido de su tiempo tanto por su poesía como por sus dramas. Su poesía se
divide en dos: lírica y narrativa. A la última le dio el nombre de leyendas, algunas de ellas son de
origen popular y otras son inventadas por el propio autor. Sabe crear en ellas el suspense y el
interés para adentrarse en el ambiente en que se mueven sus personajes: un mundo primitivo y
mágico, donde aún es posible reencontrar un pasado espléndido de castillos y caballeros, de gentes
crédulas, de grandes pasiones y crímenes y de damas soñadoras y galanes enamorados. Zorrilla
domina los diferentes estilos: el grandilocuente y apocalíptico, el dulce y sentimental, el brillante y
ostentoso y el realista y sencillo. Posee un gran sentido del ritmo y de la musicalidad y un dominio
absoluto de los efectos verbales y de los recursos retóricos. Fue evidente su influjo en los

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premodernistas, a los que abre el camino hacia la luz, el color, la música, la relación entre poesía y
arte y el gusto por el pasado.
JOSÉ DE ESPRONCEDA
Nació en 1808 en la provincia de Badajoz. Estudió en Madrid, donde recibió una educación de
inspiración ilustrada y neoclásica. Pronto mostró interés por la política y por la literatura. Su
participación en sociedades secretas que conspiraban contra el absolutismo de Fernando VII, hace
que le condenen a reclusión en un convento de Guadalajara en 1825. En 1827 se marcha de España
y vive en Portugal, Inglaterra y Francia. En esta época inicia sus relaciones amorosas con Teresa
Mancha y persevera en sus actividades políticas. A su vuelta a Madrid en 1833 se produce el triunfo
del Romanticismo en España y Espronceda abanderará el romanticismo de carácter liberal y
exaltado. Sus últimos años son muy agitados: tiene una hija con Teresa; desarrolla una actividad
política que lo aproxima a posiciones republicanas; lo abandona su amante, cuya muerte en 1839 le
produce un intenso pesar que lo expresará en su poema Canto a Teresa. Con la regencia de
Espartera, acepta un puesto en la embajada española en los Países Bajos, que no llega a ocupar; y
es elegido diputado en marzo de 1842, pero muere de forma inesperada ese mismo año.
La personalidad de Espronceda es prototípica del romántico: rebelde, impetuoso, turbulento,
exaltado, liberal… y en su tiempo terminó por convertirse en el personaje más representativo del
Romanticismo español.
Aunque escribió teatro y novela, la faceta literaria más importante de Espronceda es la de la
poesía, tanto en su vertiente lírica como narrativa. Su poesía tiene una clara evolución que permite
dividirla en varias etapas:
Poesía de corte neoclásico: textos juveniles escritos bajo la influencia de su maestro Alberto
Lista. La obra más destacada es El Pelayo (poema épico).
Poesía de la etapa del exilio: la impronta neoclásica sigue estando presente en su poesía, pero
ahora se produce en su obra lírica un claro influjo del ossianismo, que cambia la mitología
grecolatina neoclásica por una mitología con un nuevo marco: antiguos héroes célticos, la luna y el
sol se convierten en dos temas literarios y aparece una naturaleza agreste: cataratas, ríos,
tormentas, mares, nieblas…). Textos de este tipo son el Himno al sol y el poema narrativo Óscar y
Malvina.
Poesía romántica: escrita desde su regreso a España. Aborda temas del Romanticismo histórico
(caballeros medievales, motivos exóticos…); No obstante, sus frutos más logrados los consigue
cuando evoluciona hacia un Romanticismo liberal en los que abundan los temas sociales. Dentro de
esta última orientación se pueden incluir tanto sus poemas líricos: Canción del pirata, El verdugo, El
mendigo, El reo de muerte, El canto del cosaco…, donde el poeta defiende a los seres marginales, el
deprecio de las normas, leyes y riquezas materiales y el anhelo de libertad y sentimentalismo; como
sus poemas narrativos: El estudiante de Salamanca, El diablo mundo, que son sus dos grandes
poemas.
El estudiante de Salamanca se publica en 1840 y es quizá el mejor poema narrativo del
Romanticismo español. Cuenta la historia de don Félix de Montemar, cínico donjuán en la

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Salamanca del siglo XVII, que tras seducir y abandonar a Elvira (que muere de dolor) mata en duelo
al hermano de la fallecida. Finalmente, una noche se le presenta una fantasmal dama que resulta
ser el esqueleto de Elvira, es decir, la muerte misma, con quien contrae un matrimonio macabro y
acaba bailando una danza horripilante, rodeado de espectros. Don Félix encarna la rebeldía, el
cinismo y el satanismo más genuino del Romanticismo. Rasgos del poema son la variedad métrica,
la alternancia de fragmentos descriptivos, narrativos y dramáticos, así como la indeterminación de
referencias temporales y espaciales y la vaguedad en la presentación de los hechos, personajes y
situaciones.
El diablo mundo fue publicado por entregas durante 1840 y 1841. Pese a la extensión del texto
(unos seis mil versos), la obra se encuentra inacabada. Es un libro peculiar que contiene muy
diversos y variados elementos. La segunda parte es el Canto a Teresa, conmovedora elegía por la
muerte de su amada, que nada tiene que ver con la historia central del resto de la obra, que cuenta
la historia de un anciano desengañado de la vida que se transforma en el joven Adán que desconoce
el mundo. Se trata del mito del ser puro. En la estela de Fausto de Goethe trata elevados temas de
carácter metafísico y existencial; pero también se abordan cuestiones trascendentales desde una
perspectiva irónica, burlesca y humorística.
El estilo de Espronceda es propiamente romántico. Prefiere las sensaciones extremas con el uso
de efectos sonoros retumbantes y efectos rítmicos sorprendentes; tiene cierta predilección por las
rimas agudas, los cambios métricos repentinos, los contrastes violentos, las exclamaciones, las
interrogaciones retóricas. Le interesa también la reacción sentimental y a veces abusa de recursos
melodramáticos y de situaciones emotivas.
En la lengua de Espronceda conviven el estilo elevado y el lenguaje coloquial. Abundan los
adjetivos antepuestos de tono lúgubre, dramático y sentimental. Son frecuentes las simetrías,
oposiciones, enumeraciones, encabalgamientos, hipérbatos, etc.
Es significativa en su poesía la propensión a lo fragmentario, inconcluso, vago o impreciso. Esto
produce una cierta sensación de caos que va de la mano de la idea de un mundo diverso e
inabarcable.

2.- LA PROSA ROMÁNTICA EN ESPAÑA


Salvo notables excepciones como Larra, en la primera mitad del siglo XIX no hay en España
prosistas de alta calidad literaria, puesto que a lo largo de este periodo se van forjando lentamente
las condiciones que propician el surgimiento y consolidación de la novela realista. El entramado
editorial que se genera en esta época propició la publicación de periódicos y libros (traducción de
novelas, obras escritas de baja calidad) que favorecerá la aparición de la auténtica novela como
género.
La prosa romántica en España también tiene un desarrollo tardío y balbuciente. El género más
propiamente romántico fue la novela histórica (que alcanzó éxito en Europa gracias a las
narraciones del escocés Walter Scott). Este subgénero se caracteriza por ambientar en el pasado los
sucesos narrados, sobre todo en la Edad Media; sin embargo, no hay una detallada reconstrucción
de ese pasado histórico y los hechos se sitúan en el tiempo de forma vaga, quizá porque el marco

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espacio-temporal en el que se desarrollan este tipo de novelas servía como pretexto para realizar a
través del pasado ciertas críticas de la realidad contemporánea. Las novelas históricas españolas
más conocidas, entre otras, son El doncel de don Enrique el Doliente de Larra y Sancho Saldaña de
Espronceda.
Acercándonos a los años centrales de siglo surgirá la novela por entregas que consistía en la
publicación del texto de manera fragmentaria, en entregas sucesivas (nunca en formato de libro
completo) para abaratar el coste y atraer lectores de los ámbitos populares. Una variante de la
novela por entregas es el folletín (relatos publicados en sucesivos números de un periódico o revista
que era un retrato fiel de lo cotidiano, asociado a la reproducción del mundo obrero y marginado,
con acumulación de detalles groseros y de mal gusto).
En este contexto fue fundamental el desarrollo del periodismo. Durante la primera mitad de
siglo aparecen y desaparecen cientos de periódicos en España cuya publicación era todavía muy
rudimentaria: cuatro páginas de tipografía monótona y amazacotada en los que aparecían artículos
de carácter doctrinal, y obras literarias costumbristas y folletines. Vinculado a esta prensa periódica
nace un nuevo género: el costumbrismo donde se desarrolla la sátira política y el énfasis en lo
pintoresco. Destacan como escritores costumbristas las figuras de Estébanez Calderón, escritor
malagueño que en sus obras recrea escenas andaluzas con un lenguaje retórico y arcaizante y
Mesonero Romanos autor madrileño que retrata la realidad cotidiana del Madrid de la época.

2.1. MARIANO JOSÉ DE LARRA


VIDA
Nació en Madrid en 1809. Hijo de un médico afrancesado su familia abandonó el país en 1813
con la retirada de los franceses. Vivieron en Francia cinco años y después la familia regresa a Madrid
y su padre trabaja como médico de cámara de un hermano de Fernando VII. Durante el Trienio
liberal la familia Larra marcha al pueblo navarro de Corella. Una vez restaurado el absolutismo,
regresan a Madrid. Aquí Mariano José ingresa en los jesuitas y al año siguiente estudia en la
universidad de Valladolid. De vuelta a Madrid, frecuenta los círculos literarios y pronto comienza su
actividad periodística fundando en 1828 la revista El duende satírico del día. En esta época, sus
inquietudes sociales y políticas están próximas al régimen de Fernando VII.
En 1829 contrae matrimonio, pero poco tiempo después se enamora de Dolores Armijo, mujer
casada, con quien mantuvo una inestable relación. El tramo final de la vida de Larra resultó muy
agitado. Era una figura pública de primer orden, gracias a sus colaboraciones periodísticas y a su
faceta de autor teatral y novelista. Ideológicamente evoluciona hacia el liberalismo progresista y lo
manifiesta de forma explícita en muchos artículos. Su pluma, ácida y satírica que censuraba
aspectos y personajes de la sociedad española del momento, le granjeó numerosas enemistades,
pero también ganó abundantes admiradores.
En España se instaura el régimen liberal y Larra se convierte en portavoz de un sector de la
sociedad disconforme con la situación política española. Tras un viaje por Europa en 1834, llega a
una España que vive una gran tensión política con los liberales progresistas en el poder. Larra los
ataca y, sorprendentemente, se inclina por los moderados. Cuando estos últimos llegan al poder es

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elegido diputado, pero no llegará a tomar posesión de su cargo porque una sublevación militar lleva
de nuevo al poder a los progresistas. Sus relaciones amorosas con Dolores pasan por un mal
momento y todo esto sume al escritor en una profunda depresión. En este momento escribirá sus
artículos más intensos y dramáticos. En 1837 se produce la ruptura con Dolores Armijo y Larra se
suicida disparándose un tiro.
OBRA
Larra desde muy joven escribió diversas composiciones en verso (poesía de circunstancias) de
escaso valor. Mayor interés despertó su drama Macías, que lleva a escena la historia del trovador
medieval así llamado. Está escrito en verso dentro, todavía, de la tradición neoclásica, pero con
claro sabor romántico por su amor extremado, el conflicto entre pasión y normas sociales y su final
trágico. Compuso también alguna otra obra dramática original y tradujo y adaptó piezas cómicas y
dramas históricos franceses. Su única novela: El doncel de don Enrique el Doliente desarrolla
también la vida de Macías, adoptando esta vez rasgos del género de novela histórica por su
ambientación medieval, asunto amoroso, peripecias variadas, lenguaje arcaizante y referencias a la
realidad contemporánea.
No obstante, es en su actividad periodística donde la talla del escritor alcanza mayor altura.
Publicó muy joven, en 1828, El duende satírico del día. En 1832 regresa al periodismo con una nueva
revista: El pobrecito hablador, que duró un año y se publicaron catorce números donde están
recogidos los mejores artículos de Larra: El casarse pronto y mal, El castellano viejo, Vuelva usted
mañana… Larra utilizó el molde del artículo costumbrista con el propósito de modificar una realidad
social que reprueba.
En esta época comienza también sus colaboraciones en diversos periódicos donde le publican
críticas teatrales, artículos políticos y en poco tiempo se convierte en un prestigioso escritor
disputado por los mejores periódicos del momento. En 1835 prepara y publica tres volúmenes con
el título de Colección de artículos dramáticos, literarios, políticos y de costumbres donde quedan
recogidos sus mejores trabajos periodísticos. Antes de poner fin a su vida, escribe algunos de sus
mejores artículos, amargos y emotivos, en los que su experiencia vital se plasma de modo
conmovedor, destacando, entre ellos, El día de difuntos de 1836 y La Nochebuena de 1836.
Póstumamente, en 1837, se publican otros dos volúmenes con el mismo título que los tres
anteriores con más artículos suyos. De los más de doscientos artículos que escribió Larra se suelen
clasificar en: Artículos de crítica literaria y cultural en los que aparecen reseñas de estrenos
teatrales, publicaciones de libros, conciertos y espectáculos diversos, donde Larra expone sus
conceptos teóricos sobre la literatura y el arte, en los que defiende la libertad por encima de todo;
Artículos políticos donde comenta las vicisitudes políticas de cada momento. En general, Larra
adopta la actitud de un liberal progresista y critica con severidad tanto a los carlistas como a los
liberales moderados; y Artículos de costumbres que son fundamentalmente satíricos y censuran
comportamientos y usos sociales diversos como la holgazanería, la brutalidad, la presunción, la
hipocresía, la estupidez, la suciedad, el mal gusto…

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Gran parte de estos textos los publicó Larra utilizando diversos seudónimos, que resultaban ser
máscaras tras las que se ocultaban las distintas facetas del mismo autor. El más famoso de todos
ellos fue Fígaro; con él, se identificaba a su autor como un escritor mordaz y satírico.
Las influencias que se perciben en los artículos de Larra son variadas: autores clásicos como
Horacio, escritores dieciochescos como Voltaire, escritores satíricos españoles barrocos como
Quevedo, reformadores ilustrados españoles como Feijoo, Cadalso, Jovellanos y Moratín. La
presencia de tantos escritores del siglo XVIII refleja una amalgama del pensamiento ilustrado y de la
nueva sensibilidad romántica. El deseo de libertad es el primer motivo que guía su obra literaria.
Libertad entendida de forma colectiva en la vida cotidiana. De ahí el alcance que tiene la sátira de
las costumbres en sus artículos, pues en ellas es donde debe reflejarse la conquista efectiva de
dicha libertad. Por eso, tanto a Larra como a los ilustrados, les importa tanto la educación, porque a
través de esta se debe partir para reformar las antiguas costumbres. Esto explica que en la obra de
Larra se censuren los pilares del Antiguo Régimen: nobleza e Iglesia. El sentimiento religioso está
ausente en sus escritos y las referencias a la iglesia son siempre críticas. En cuanto a la nobleza,
censuraba sus privilegios y defendía la igualdad política de los ciudadanos.
Larra, como buen romántico, es profundamente individualista. Niega la aristocracia de la sangre
sustituyéndola por el talento (los más preparados y cultivados son los modelos que debemos seguir)
y reconoce la igualdad jurídica de los individuos subrayando las diferencias entre los mismos en
virtud de su posición social o su valía personal. Por ello se mezcla su anhelo de libertad y
modernidad con cierto espíritu exquisito y elitista que desdeña lo que considera vulgar y zafio. Esto
es el llamado dandismo romántico, que consistía en exaltar la elegancia y el buen tono frente al mal
gusto popular.
El lenguaje de Larra es claro y directo, usa una lengua moderna, flexible y libre de ornamentos.
No obstante, también se valdrá de interrogaciones retóricas, diálogos fingidos, enumeraciones
caóticas, uso de ejemplos y comparaciones, utilización abundante de la caricatura, la parodia de los
lugares comunes y el empleo constante de la ironía y el sarcasmo para gustar y convencer al lector
de prensa.
El escepticismo y el pesimismo son frecuentes en sus páginas, pero al mismo tiempo, siempre
hay un fondo de voluntarismo optimista en todas ellas, pues Fígaro nunca renunció a contribuir con
su pluma a la mejora de la sociedad.

3.- EL TEATRO ROMÁNTICO EN ESPAÑA


En el primer del siglo XVIII, la situación del teatro español es precaria. Se representan pocas
obras originales de calidad, la escena está dominada por las traducciones, en general, de autores
franceses. Las comedias sentimentales y los melodramas son el espectáculo favorito del público.
También se siguen representando comedias de magia, sainetes y refundiciones de obras barrocas. El
teatro neoclásico continúa presente a través de las comedias moratinianas.
Los viejos corrales de comedias se van sustituyendo, según pasa el tiempo, por locales
construidos expresamente para las representaciones teatrales, con escenario, patio de butacas,
palcos, etc.

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Con el triunfo del Romanticismo en la década de los treinta, los dramas románticos conocen un
éxito rapidísimo. Estas obras serán bien recibidas hasta más allá de mediados de siglo. El tema
principal de estos dramas románticos es el amor, un amor absoluto e ideal, que está por encima de
las convenciones sociales. Sin embargo, la imposibilidad de alcanzar este amor puro y perfecto en
un mundo hostil hace que frecuentemente los finales sean trágicos, fruto del enfrentamiento con el
mundo y de las peripecias de la intriga argumental. Este tipo de obras desarrollan las acciones
amorosas en un marco histórico, normalmente de la historia nacional.
Los rasgos del drama romántico son los siguientes:
Mezcla tragedia y comedia, pero no como en el barroco para imitar la naturaleza, sino para
realzar el contraste entre los ideales y la realidad.
No respeta las reglas de las tres unidades de acción, espacio y tiempo.
En su composición se mezcla el verso y la prosa, aunque generalmente se impone el verso y con
polimetría.
El número de actos varía de tres a cinco y a veces a estos se les pone título.

La escenografía adquiere gran importancia y sirve para dar al teatro carácter de espectáculo y se
suele poner en relación con el modo de ser de sus protagonistas.
En el desarrollo de los argumentos es fundamental la intriga, caracterizada por la inclusión de
elementos melodramáticos (origen desconocido de los personajes, reconocimientos finales, escenas
nocturnas y sepulcrales, desafíos…) con el fin de conmover y emocionar al público.
Se subraya el carácter inexorable del paso del tiempo, poniéndose en relación con el destino
fatal que siempre persigue al héroe romántico.
Se expresan los anhelos de una sociedad más justa, en defensa de la libertad y del derecho a la
rebelión frente a los tiranos y los malos gobiernos y como reivindicación de la felicidad íntima de los
individuos frente a los códigos morales establecidos.
El triunfo del drama romántico se produce en 1834, cuando se representan La conjuración de
Venecia de Martínez de la Rosa y Macías de Larra. En 1835 el éxito corresponde a Don Álvaro o la
fuerza del sino del duque de Rivas. El trovador, de García Gutiérrez, es la obra más representada en
1836. Y durante los años cuarenta el dramaturgo que domina la escena es Zorrilla.

3.1. JOSÉ ZORRILLA


Fue el dramaturgo romántico de más éxito. Escribió una treintena de obras, casi todas en verso y
de carácter histórico. El teatro de Zorrilla se caracteriza por el planteamiento de los conflictos y el
mantenimiento del interés de las historias dramatizadas, pero los desenlaces suelen ser demasiado
improvisados y sus dramas pecan muchas veces de superficialidad. Él mismo estimaba poco su
teatro, del que salva solo dos obras: El zapatero y el rey y Traidor, inconfeso y mártir. Sin embargo,
su obra más celebrada es Don Juan Tenorio, cuya popularidad ha perdurado durante mucho

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tiempo. En ella desarrolla el famosísimo mito de Don Juan, presente en la literatura desde siglos
atrás y hasta hoy mismo. El mito de Don Juan recorre, pues, un periodo histórico, desde la España
de los Austrias hasta la época contemporánea, en el que cada una de sus plasmaciones literarias
revela claramente la época histórica de su creación. En concreto, en la obra de Zorrilla se produce
una transformación en el personaje del libertino, que finalmente es redimido de su vida
escandalosa gracias al amor angelical de una mujer. Con ello el dramaturgo da satisfacción a la
moral tradicionalista y reaccionaria de su tiempo, que ve con buenos ojos la conversión religiosa del
impío calavera y su salvación cristiana por medio de un amor sublime y sacrificado. Esta es la
versión del romanticismo conservador del personaje mítico de El burlador de Sevilla, lejos del tipo
rebelde y satánico de, por ejemplo, El estudiante de Salamanca de Espronceda.

1. PENSAMIENTO Y CULTURA EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX: EL POSROMANTICISMO, EL


REALISMO Y EL NATURALISMO

A mediados del siglo XIX predominan en los medios artísticos los principios estéticos del realismo. Se
denomina realismo al movimiento cultural característico de la sociedad burguesa a la que no agradaban las
fantasías idealistas románticas. Aunque siguen perviviendo muchos rasgos románticos en el arte realista, el
realismo surge por depuración o desaparición de elementos románticos más idealistas.

Poesía intimista posromántica


La poesía intimista posromántica, cuya figura fundamental es Gustavo Adolfo Bécquer, busca superar
el Romanticismo retórico y trivial a través de la condensación y la simplificación formales, como medio de
sugerir con la palabra, la imagen y el símbolo las ideas que rozan lo inefable. En ella también destaca Rosalía
de Castro.

4.1 ROSALÍA DE CASTRO


Nació en Santiago de Compostela en 1837 y tuvo una existencia difícil y penosa. Pasó parte de su vida
en Castilla, pero siempre añoró Galicia, adonde volvió definitivamente en 1871 y donde murió en 1885.
Aunque escribió también en prosa, destaca sobre todo como poetisa. Compuso versos tanto en
gallego, Cantares galegos (1863) y Follas novas (1880) como en castellano, En las orillas del Sar (1884)
Con Rosalía de Castro nos encontramos ya muy cerca de la poesía contemporánea entendida como
comunicación de una experiencia personal: aflora de forma directa el mndo interior, se manifiesta la
subjetividad abiertamente y no de manera disfrazada y superficial como hacía el Romanticismo externo.
En su obra En las orillas del Sar, Rosalía de Castro alcanza muchos momentos de honda emoción y de
expresión de una intimidad conflictiva que anticipan lo más granado de la poesía posterior.
En cuanto a su técnica, destaca su maestría en el uso de los recursos poéticos, sus innovaciones
métricas (creación de nuevas estrofas, empleo del verso alejandrino) y cierta exuberancia formal que
preludia la poesía modernista.
Temáticamente, la expresión de la intimidad permite que sus versos transmitan sensación de
autenticidad y verdad, y que confiese en ellos tanto sus inquietudes sociales como su conciencia de mujer
oprimida.
4.2 GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
Gustavo Adolfo Domínguez Bastida nació en Sevilla en 1836. Era hijo de un pintor costumbrista, y,
como él, adoptó el apellido Bécquer de sus antepasados flamencos, que se habían instalado en Sevilla años

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atrás. Pronto quedó huérfano de padre y madre. Con dieciocho años, marchó a Madrid para forjarse una
carrera literaria. Pero su situación económica era precaria, por lo que para sobrevivir tradujo o adaptó obras
teatrales, escribió él mismo otras en colaboración, así como libretos de zarzuelas, y realizó diversos trabajos
periodísticos.
Desde 1860 su dedicación al periodismo fue más constante y llegó a ser director del periódico
conservador El Contemporáneo. Por estas fechas entabló relación con el poeta Augusto Ferrán, traductor del
poeta alemán Heine, al que dio a conocer a Bécquer y que influyó en su obra.

La poesía de Bécquer se fundamenta en las famosas Rimas, en su edición de 1871, son setenta y
nueve poemas breves, asonantes en general, y de metros variados. Tras la muerte del poeta, sus amigos
prepararon una edición de las Rimas, que se presenta como un largo poema unitario que, tras exponer
unos principios estéticos generales, desarrolla una historia amorosa que va de la ilusión inicial al fracaso
amoroso, ligado al desengaño, la soledad y la desesperanza.
Con respecto a su creación artística, varios de los primeros poemas del libro de las Rimas versan
sobre la poesía, concebida como una forma de expresión inmediata de emociones íntimas o de sentimientos
que están más allá del poeta mismo. Se trata de una concepción romántica de la literatura, frente a la idea
clásica del arte como elaboración meditada y concienzuda. Sin embargo, Bécquer se aparta del
Romanticismo declamatorio y estruendoso. Llega así Bécquer a una poesía sintética, normalmente breve,
nada grandilocuente y en la que la expresión de las ideas se apoya a menudo en referencias a objetos
materiales. Así, la inspiración en él no se explica sin la razón, que es la que verdaderamente acaba dando
forma definitiva al poema. Por tanto, es difícil desligar por completo a Bécquer de la estética realista que
empezaba a dominar en su época. Más bien, los poemas de Bécquer, partiendo de elementos de la realidad
cotidiana, intentan expresar ideas, como la belleza, el amor o la poesía misma, que se resisten a ser
formuladas con palabras.

El tema principal de su poesía es el amor, junto con el desengaño amoroso y la decepción, como un
ideal inalcanzable. La amada, expresión máxima de la belleza, resulta ser un ideal, un ser inaccesible, un
misterio intangible, que se desvanece como un sueño. El resultado final no es otro que el fracaso de la
experiencia amorosa, el desengaño. La decepción se muestra, unas veces, con ironía, crueldad y sarcasmo, y
otras, con la angustia más profunda y la desesperación sin límites del yo poético. También destaca el tema
de la soledad y muerte: el individuo se siente solo en la soledad del mundo y no encuentra respuestas para
los interrogantes vitales (¿De dónde vengo?; ¿Adónde voy?). La soledad se intensifica frente al enigma de la
muerte .

El estilo de Becquér aparenta sencillez y espontaneidad pero hay una cuidada elaboración de los textos,
mezlando con maestría los artificios retóricos de la poesía culta con los de la poesía popular. Así sucede, por
ejemplo, en la métrica: utiliza, a veces estrofas clásicas (octava real, serventesio, quintilla), pero lo más
frecuente son combinaciones de endecasílabos y heptasílabos, que, en ocasiones, son decasílabos y
hexasílabos, así como el empleo de formas populares. Rasgo general de sus versos es la preferencia por la
rima asonante, con la que evita la sonoridad estridente del Romanticismo.

El lenguaje becqueriano también es sencillo en apariencia. No son raras las metáforas y también son
habituales los símiles. Las imágenes se construyen casi siempre con palabras que aluden a realidades
materiales, sensoriales. Por eso su lenguaje poético abunda en vocablos referentes a la naturaleza
(golondrinas, búho, viento, huracán, campanillas, madreselvas, violeta, árbol, mar) o a la música (arpa, lira,

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compás, cadencia, laúd). Tampoco falta el léxico cotidiano, que revela la influencia de la poesía realista, al
lado de un vocabulario todavía romántico (suspiros, sueño, dolor, vértigo). Sin embargo, lo más importante
del léxico de Bécquer es su capacidad de sugerencia más allá de su significado denotativo: los elementos de
la realidad se corresponde con emociones íntimas, o a través de ellos se descubren otros sentidos
insospechados u ocultos en la misma realidad descrita. Esta es la razón por la que se puede considerar a
Bécquer como un poeta presimbolista.
En cuanto a su obra en prosa, destacan las Leyendas, que aparecieron en la prensa entre 1858 y 1864 y que
se recogieron en un libro en 1871 en el mismo volumen de las Rimas. Las Leyendas son un conjunto de
relatos cortos de carácter fantástico y ambientación romántica (la Edad Media, el mundo oriental o morisco,
el halo de misterio, la noche…) Muchas de ellas son muy conocidas: El caudillo de las manos rojas, El Monte
de las Ánimas, El Miserere, La corza blanca, El beso…
Las Leyendas se encuentra muy cerca del Romanticismo tradicional, por los precedentes del género
(Zorrilla, Espronceda, duque de Rivas, la novela histórica) y por los temas que desarrolla (la mujer ideal, el
desengaño, el ansia de amor absoluto…), así como por los personajes (caballeros, galanes, artistas, bellas
mujeres) y por los ambientes exóticos o legendarios. Pero Bécquer acierta a crear un nuevo género, el de la
leyenda lírica.

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