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El arte es la más pura culminación del amor a uno mismo; ¡se traiciona a sí mismo y
miente a los demás quien busca complacer a los otros por medio de su arte!
Lanza del Vasto
´.
La libertad del espíritu y del alma es indispensable para realizar la captación y la
proyección artística; es el resultado del equilibrio de las facultades y de las funciones
del ser por la unión interior. Puede decirse que el artista está liberado, cuando se
encuentra libre del miedo a hacerlo mal y de la voluntad de hacerlo bien.
El artista ha de permanecer inmutable en medio de lo movedizo, libre en el mundo,
coadjutor del Dios que crea el Universo.
Por medio de la oración, permanece en contacto con los maestros espirituales a los
que ama, ya que sabe que la inspiración viene de Dios por su ministerio; esto es un
secreto que muy pocos conocen. Ya que pocos hombres saben pedir, como también
son pocos los hombres que saben dar o recibir con amor. Bendigamos, pues, en
nuestros corazones a quienes nos ayudan a ser más libres, es el único
agradecimiento que aceptan y devuelven a la fuente divina, única inspiradora y única
donadora perfecta.
“Gratuidad o muerte”, ya que el arte es libertad, amor, gratuidad, magia y vida.
“Libertad o muerte” para el artista más que para ningún otro hombre; esta fórmula es
peligrosamente cierta durante todos los días de su vida. Mejor aún, lo que debería
decorar con letras capitales los muros de su taller es la inscripción: “gratuidad o
muerte”, ya que el arte es libertad, amor, gratuidad, magia y vida. Primero hemos de
romper nuestra prisión desde dentro, y la liberación vendrá al mismo tiempo desde
fuera.
El Mensaje Extraviado.
Este tema, el de la interpretación esotérica de una de las pinturas más afamadas del
mundo, no es fruto de imaginerías, sino de haberse reencontrado la clave básica que
utilizó el genial Sandro Botticelli –que por este nombre lo conocemos– para
representar maravillosamente el pasaje del Alma por la manifestación carnal.
Notas(1) El nombre Céfiro significa "el que da la vida".(2) Otras versiones relacionan a
este personaje con Aura, la diosa de la brisa.(3) Cabe señalar que existen
interpretaciones alquímicas de la obra, relacionando a Venus con la Materia Prima
Primordial.
“Cierra tu ojo corporal con el fin de ver tu imagen, antes de nada, con el ojo espiritual.”
El cielo como un todo y cada una de sus partes «tiene la forma de un hombre»; y
porque el hombre fue creado «a imagen y semejanza de Dios», «los antiguos, desde
el sabio hasta el simple» -desde Abraham hasta los africanos primitivos- pensaron a
Dios como un hombre. Esto no es antropomorfismo en el sentido en que la palabra se
usa en la actualidad, como una proyección de la imagen humana sobre el misterio
divino, sino más bien lo contrario: un reconocimiento de la imagen divina impresa en la
naturaleza interna de la humanidad como «lo Humano Divino», para usar el término de
Swedenborg. «Todo es Humano, Todopoderoso, Divino», escribe Blake, y resume la
enseñanza de Swedenborg en un cuarteto:
«Dios Aparece y Dios es Luz / para esas pobres Almas que moran en la Noche, / pero
se despliega una Forma Humana / para aquellos que moran en los Reinos del día».
Estas líneas invierten la visión «ilustrada» que sostiene que a medida que conocemos
mejor el universo como un hecho natural dejamos de ver a Dios en forma humana. El
conocimiento último, según Blake y Swedenborg, es que la Divina Humanidad
contiene el universo. El conocimiento último, según Blake y Swedenborg, es que la
Divina Humanidad contiene el universo. Todas las cosas están comprehendidas en
sus Eternas Formas en el cuerpo divino del Salvador, la Verdadera Vid de Eternidad,
La Humana Imaginación.
Se nos da así una concepción del hombre totalmente diferente a la de la ciencia
materialista: el Hombre en su ser espiritual es ilimitado y no contiene una parte del
universo, sino su totalidad e infinitud. El «cuerpo» de lo Divino Humano no está
contenido en el espacio natural, sino que en sí contiene todas las cosas. Swedenborg
escribe:
«No se puede pensar su cuerpo humano como grande o pequeño, o de alguna
estatura, porque estos son también atributos del espacio; y así él es el mismo en las
primeras cosas y en las últimas, y en las más grandes y en las más pequeñas; y,
además, lo Humano es lo más íntimo de cada cosa creada, pero aparte del espacio».
Swedenborg concluye que al hombre se le llama microcosmos por esta razón; puesto
que el universo está totalmente presente en cada una de sus partes. O, de nuevo, en
palabras de Blake, «un pensamiento colma la inmensidad». Lo que Swedenborg dice
con su estilo artificioso, y Blake repite en aquello que a sus contemporáneos parecían
delirios poéticos «salvajes», es, de hecho, de extrema sutileza y gran profundidad -la
conciencia humana contiene su universo-. Esto constituye un regreso a la enseñanza
antigua, como se encuentra por ejemplo en el Corpus Hermeticum, de que la mente no
existe en el espacio, sino que todos los espacios con todo aquello que contienen
existen en la mente. Volver a afirmar esta comprensión en la Inglaterra dieciochesca
da fe de una perspicacia tan extraordinaria que sólo puede describirse -y así lo hizo
Swedenborg- como una revelación profética.
En la Grecia arcaica, la poesía se consideró un don sublime y, por eso, se atribuyó a
los aedos un rango social equivalente al de sacerdotes y adivinos. Se pensaba que la
inspiración era entusiasmo, una exaltación del ánimo cautivo provocada por un soplo
divino y, por tanto, una forma de posesión o de canalización mediante la cual los
dioses se hacían presentes, de ahí que el primer deber de todo poeta consistiese en
invocar a las Musas. Platón insiste varias veces en que se trata de una especie de
manía, pero en el Fedro la distingue con nitidez de la locura humana. Puede que el
poeta no sepa lo que dice y sea torpe al explicar el verdadero sentido de sus palabras,
pero está claro que dice mucho más de lo que él sabe por sí mismo de manera
consciente. Esa manifestación del reino espiritual, que traspasa al individuo y lo
trasciende, se realiza mediante imágenes, oníricas o sensibles. Entre los poetas
predomina la escucha de voces –como le ocurría a Rilke o incluso a Mahoma–, y en
cierto sentido es lógico, ya que la poesía es el arte de la palabra y desde su origen
estuvo ligado a la música. Sin embargo, igual que le sucede a los místicos, algunos
poetas también pueden tener visiones. Esto es lo que le sucedió a William Blake y la
razón por la cual ilustró sus poemas con extraordinarios grabados simbólicos,
anticipando el surrealismo con mucha antelación. Gracias a él, por primera vez se
produjo la asociación entre la poesía y la pintura
las visiones de las que estamos hablando no se dan en el espacio ni son intuiciones
sensibles sino intelectuales. A través de ellas, lo eterno irrumpe como un rayo
condensando la colosal energía de la totalidad en un instante que se volatiliza. La
belleza habita en esa endeble frontera que linda entre lo absoluto y lo finito, en ese
punto de contacto entre los dedos de Dios y de Adán en el momento de su creación,
cuando le es transmitida la chispa de vida, según aparece en el famoso fresco de
Miguel Ángel en la Capilla Sixtina:
“Quien así encadenare una alegría
malogrará la vida alada.
Pero quien la alegría besare en su aleteo
vive en el alba de la eternidad.”
, Blake creó un sistema teológico completo, expuesto en sus Libros proféticos a través
de una intrincada teogonía de cuño original, sobre cuyo significado los intérpretes aún
no se han puesto de acuerdo, en gran medida porque las divinidades fueron
cambiando su sentido simbólico según el poeta avanzaba en la escritura de las obras.
En efecto, El primer libro de Urizen, publicado en 1794, es una cosmogonía a partir de
este dios anciano y ciego, que encarna a la razón decadente, alienada, mera fuente de
opresión. En los primeros versos Blake narra la batalla que la mente divina libra dentro
de sí misma para establecerse distinguiéndose del mundo y, al tratar de construir una
barrera para protegerse de la eternidad, Urizen sufre –como en las cosmogonías
gnósticas– una caída. Tal vez por eso, ciertos comentaristas –entre ellos, Borges– lo
asimilan con el tiempo. En alguno de sus grabados Blake lo representa con un
compás, que le sirve para crear, limitar y medir el universo; en otros, rodeado de libros
y las tablas de la ley, o con redes o cadenas, símbolos todos ellos de las reglas que le
permiten confinar a las personas y que acaban por esclavizarlo a él mismo.
“¡Mirad, una sombra de horror se ha alzado
En la Eternidad! Desconocida, estéril,
Ensimismada, repulsiva: ¿qué Demonio
Ha creado este vacío abominable
Que estremece las almas? Algunos respondieron:
«Es Urizen». Pero desconocido, abstraído,
Meditando en secreto, el poder oscuro se ocultaba.
Los tiempos dividió en tiempo y midió
Espacio por espacio en sus cerradas tinieblas,
Invisible, desconocido: las mutaciones surgieron
Como montañas desoladas, furiosamente destruidas
Por los vientos oscuros de las perturbaciones.”
Jesús fue para Blake su gran inspirador, ya que lo identificó con la imaginación. Así, el
mundo descrito en «Augurios de inocencia», donde cualquier elemento se relaciona
con el universo entero afectando el conjunto con cada una de sus acciones, no remite
al dios tradicional, ese que, en su infinita sabiduría y bondad, difícilmente podría
hacerse responsable de la estupidez y la maldad humana o de la violencia
incomprensible de la naturaleza. Se trata de la divinidad que decide escindirse de lo
eterno para acercarse a lo fugaz y que, embelesada por sus obras, se ama al amarlas,
plena de satisfacción, incluso ante sus defectos. Es la «eternidad enamorada de sus
producciones en el tiempo», a la cual se refieren los Proverbios del infierno, porque en
la precariedad de lo efímero permanece aún ese gesto que anima y da vida a todo el
cosmos, la seña de la absoluta creación, cuyo trabajo silencioso al final hará posible la
redención de lo sensible.
Y esto exige, como es obvio, replantear la cuestión del mal, que es el verdadero
escollo de la teología tradicional y la mayor duda que corroe al pensamiento cuando se
hace coincidir a Dios con el bien. Precisamente, en uno de sus más famosos poemas,
Blake plantea este problema bajo la figura de un tigre:
“Tigre, tigre, que te enciendes en luz
Por los bosques de la noche,
¿Qué mano inmortal, qué ojo
Pudo idear tu terrible simetría?
¿En qué profundidades distantes,
En qué cielos ardió el fuego de tus ojos?
¿Con qué alas osó elevarse?
¿Qué mano osó tomar ese fuego?
¿Y qué hombro, y qué arte
Pudo tejer la nervadura de tu corazón?
Y al comenzar los latidos de tu corazón,
¿Qué mano terrible? ¿Qué terribles pies?
¿Qué martillo? ¿Qué cadena?
¿En qué horno se templó tu cerebro?
¿En qué yunque?
¿Qué tremendas garras osaron
Sus mortales terrores dominar?
Cuando las estrellas arrojaron sus lanzas
Y bañaron los cielos con sus lágrimas
¿Sonrió al ver su obra?
¿Quién hizo al cordero fue quien te hizo?
Tigre, tigre, que te enciendes en luz,
Por los bosques de la noche
¿Qué mano inmortal, qué ojo
Osó idear tu terrible simetría?”
Todo el poema es una queja dirigida al Creador que atañe a la presencia del mal en
general y a la contradicción que supone haber incluido en la vida aquello que la
socava: la muerte, la vejez, la enfermedad, el dolor físico, el sufrimiento moral, la
injusticia, el odio o la amargura. Blake lo increpa por su crueldad pero, al presentar
estos aspectos opuestos en la naturaleza, donde la falta de conciencia les quita toda
connotación ética, pone en evidencia el carácter amoral de la Creación concediéndole
plena libertad. La hermosura esplendorosa del tigre, su agilidad y su fiereza no son
gratuitas sino que están ligadas a una geometría funcional que requiere de la
existencia de una presa que terminará por ser aniquilada y devorada. Sólo en el
contraste se explicitan los distintos seres y se definen los valores contrarios, pero eso
no significa que sean reales. Si consiguiésemos purificar «las puertas de la
percepción», veríamos las cosas como son: un fluir infinito. El mundo real es el de la
imaginación creadora, pero vivimos engañados por los sentidos. La teoría de las
emanaciones contribuye a resolver el dilema. Para Blake el dios creador, Jehová,
impone la ley moral y restringe a través de los diez mandamientos, pero es el
resultado de un dios superior, que, a la vez, envía a Jesucristo para redimir a los
humanos, dejándolos libres a través de la imaginación y del amor que todo lo unen.
El concepto de Blake es la facultad del pensamiento ilimitado. Es abrir las puertas de
la percepción (1793) y como una epifanía concebir el infierno y el paraíso que se
dibuja al atravesar al lado en el que se esconden los demonios y sacarlos a bailar para
quitarles lo entumido. Imaginación que trasciende a la razón, que la inventa y la
ilumina. Blake nos muestra la belleza en los ojos del rostro macabro de la realidad,
haciéndonos participes de la cópula entre ángeles y demonios, nos invita a engendrar
la luz que inventa, que crea, que es.
Harold Goddard, el extraordinario crítico de Blake, escribe: “La razón es lo que
distingue al hombre de los animales, lo que le libera de ser un esclavo de sus apetitos.
Nadie puede minimizar esta facultad en tanto que el hombre permanezca víctima de
sus pasiones hasta el punto de merecer a duras penas el calificativo de animal
racional. Pero la imaginación a su vez, es lo que distingue al hombre poético o
sobrehumano del animal racional. ¡Qué calamidad confundirlas! Así como caemos en
el instinto cuando falla la razón, así también caemos en la razón cuando falla la
imaginación. Y por lo general falla, pues el hombre todavía es rudimentariamente
poético o sobrehumano. Entonces parecemos personas con los ojos vendados en su
propia casa, nos movemos cogiendo sillas y tocando paredes, juzgando distancias con
manos y pies, porque la razón como su propia raíz (ratio) indica, es la facultad
calculadora. Aristóteles, que es quien mejor puede definirla, la llama la facultad que
pone fronteras.
Si se depurasen las puertas de la percepción, el mundo aparecería al hombre como
realmente es, infinito” (Blake, 1793), y fue esa misma frase la que inspiró el nombre de
la mítica banda de rock psicodélico The doors.
“Estamos bloqueados de nuestras propias percepciones. Las puertas de la percepción
se han cerrado, los umbrales del sentimiento sellados, los senderos de la sensación
obstruidos, los caminos de la imaginación tapiados, los campos de la consciencia
cubiertos de polución”.
“El progreso traza los caminos derechos; pero los caminos tortuosos, sin progreso,
son los caminos del genio”.
(Blake, Matrimonio del cielo y del infierno., 1793).
Podemos notar que Blake no niega la razón, sino que busca una reconciliación entre
opuestos, lo que sugiere es que tanto la razón como la energía forman parte de una
misma existencia: Sin contrarios no hay progreso. Atracción y repulsión, razón y
energía, amor y odio son necesarios a la existencia humana. (Blake, Matrimonio del
cielo y del infierno., 1793)
LA MELANCOLIA I (DURERO)
“Melancolía, el meditar sobre las desgracias ocurridas, no tiene nada que ver con la
adicción a la muerte. Es una forma de resistencia […]. La descripción de la desgracia
encierra en sí la posibilidad de la superación”
Sebald, descripción de la desgracia
Noel L. Brann en "The Debate Over the Origin of Genius During the Italian
Renaissance":
Interpretado místicamente dentro de un contexto cristiano, el estado de putrefacción
"negritud" (nigredo), iniciando el proceso de transmutación regido por Saturno según
los alquimistas e identificado con el estado melancólico en su proceso de sublimación
interna, corresponde con la muerte temporal del cuerpo previa a la resurrección en el
más alla.