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Títulos nominados.
La afirmación en el sentido de que todos los títulos de crédito son nominados, en
razón de que se les atribuye una denominación característica y se regula su
emisión, transmisión y demás circunstancias que les son propias, no ofrece
dificultad alguna por cuanto a su comprensión y entendimiento. Se trata de la letra
de cambio, el pagaré, el cheque, las obligaciones, los certificados de participación,
el certificado de depósito y el bono de prenda. Parece que no hay duda, además,
de que también lo es el conocimiento de embarque, pues en los términos de la Ley
de Navegación es un título representativo de mercancías y un recibo de éstas a
bordo de la embarcación, según el artículo 98 del citado ordenamiento.
Títulos innominados.
A pesar de la opinión en contrario de algunos autores, en nuestro medio no
existen títulos de crédito innominados, esto es, que asuman tal carácter por la
mera práctica, y sin estar previstos en ley alguna, pues ello resulta de la rotunda
afirmación en el sentido de que: Los documentos y los actos a que éste Título se
refiere, sólo producirán los efectos previstos por el mismo cuando contengan las
menciones y llenen los requisitos señalados por la Ley y que ésta, no presuma
expresamente (artículo 14). Como fácilmente puede apreciarse, no es legalmente
posible legar títulos de crédito diversos de los previstos por dicha Ley (LGTOC),
por cuanto solo ellos, y siempre que contengan las menciones y satisfagan los
requisitos en la misma previstos, producirán efectos de títulos de crédito.
Títulos obligacionales.
Uno de los mejores ejemplos de los títulos obligacionales es, precisamente el de
las obligaciones, calificadas a menudo también como bonos, cuando su origen es
público, pero en todo caso suponen para el emisor o suscriptor el fundamental
compromiso de reembolsar su importe al tomador, frecuentemente en unión de los
productos o intereses que configuran el verdadero incentivo para los adquirentes.
Un papel similar es el que desempeñan los igualmente mencionados certificados
de participación, pues, lo mismo que en ellos, el emisor está obligado a reconocer
y propiciar la existencia de la asamblea de tenedores, como órgano colegiado con
importantes atribuciones, como la de nombrar un representante común, que actúa
en funciones de mandatario de los tenedores (artículos 216 y 228 de la Ley).
Títulos singulares.
Aparecen aquí los que en realidad constituyen la mayoría, sin importar que se
expidan en serie o un crecido número, pues ello no es necesario con arreglo a la
ley, sino simplemente la posibilidad, como ocurre en la mayoría de los casos de
fragmentar un crédito. Tal es el caso de la letra de cambio, el pagaré, el cheque, el
certificado de depósito en almacenes generales y algunos otros que, ciertamente,
pueden expedirse en un crecido número con motivo de una sola operación, pero
ello será por razones de comodidad y, de paso, una prueba más de la agilidad con
la que pueden emplearse estas herramientas cambiarias. De ese modo, un buen
ejemplo es la cotidiana suscripción de pagarés que, como forma de documentar
un solo préstamo bancario, suscriben los deudores.
Títulos principales.
Una vez más, es necesario hacer referencia a la gran mayoría de los títulos de
crédito, que existen sin que hagan falta títulos accesorios, tales como la letra de
cambio, el pagaré, el cheque y otros. El crédito por ellos representado puede
hacerse valer mediante su sola presentación, por razón de que en los mismos se
surten los presupuestos necesarios y suficientes para legitimar a sus tenedores,
en la inteligencia de que la medida del derecho está dada también por el texto de
tales documentos.
Títulos accesorios
ocurre lo contrario que en los principales, pues, si fuere permitido emplear un
símil, son parásitos de los títulos principales. De esta manera, las multicitadas
obligaciones, que, en cuanto títulos principales, deben llevar adheridos cupones,
en calidad de títulos accesorios, y que sirven para hacer efectivo el derecho a la
periódica percepción de intereses (artículos 209 y 227). Respecto a las acciones
de las sociedades anónimas, para quienes propugnan su carácter como títulos de
crédito, los cupones que deben llevar adheridos, sirven primordialmente, para
hacer efectivo el derecho a los dividendos según establece el artículo 127 de la
Ley General de Sociedades Mercantiles. También los certificados de participación
suelen llevar adheridos cupones, que legitiman a sus tenedores para el cobro de
los intereses o rendimientos que produzcan los bienes afectos al fideicomiso del
cual deriva la emisión de los certificados (artículo 228 v de la ley). Por último,
nuestra ley permite que el certificado de depósito de mercancía se expida con un
bono de prenda, mismo que servirá según lo dispuesto en el artículo 229, para la
constitución de un crédito prendario sobre las mercancías o bienes indicados en el
propio certificado de depósito correspondiente.
En este caso se hará referencia a los títulos de crédito que en su texto mencionan
la relación que les dio origen, pero también a otros que rompen totalmente con el
nexo causal y, por tanto, llevan una vida independiente. Conviene aclarar desde
ahora, que en el primero de los casos la relación causal tiene un influjo
permanente en la existencia y valor del crédito, hasta para efectos procesales,
toda vez que da lugar a que el obligado pueda hacer valer, inclusive frente a
posteriores adquirentes, las excepciones resultantes de la relación causal.
Títulos abstractos.
Doctrinalmente según algunos autores expresan su inconformidad del calificativo
aplicado a estos títulos de abstractos o causales. Según esto, los documentos en
sí no tienen ni uno ni otro carácter, sino que son las obligaciones en ellos
comprendidas o consignadas, las que adquieren aquellas condiciones según la
persona que trata de hacerlas efectivas. En estos documentos conocidos también
como completos, el negocio causal no deja huella alguna, así pues de ninguna
manera puede afectar al tenedor cualquier circunstancia que influya en el negocio
causal. Así considérese a título de ejemplo, el pagaré suscrito por el comprador de
un inmueble a favor del vendedor. Este último, salvo que se inserte la cláusula de
no negociabilidad, puede endosar con toda libertad el documento y los futuros
adquirentes no verán afectados sus derechos, a pesar de cualquier controversia
que llegaré a surgir entre las partes involucradas en la relación causal de
compraventa. Son también títulos abstractos la letra de cambio y el cheque, salvo
que se trate de los pagarés con los que suelen documentarse los créditos
refaccionarios y los de habilitación o avío, en los que debe consignarse, de
conformidad con nuestra ley, su procedencia y otros elementos relacionados con
el contrato específico (artículo 325). Finalmente las obligaciones y los certificados
de participación. Es obvio el efecto procesal de estos títulos abstractos, toda vez
que el obligado no podrá oponer al tenedor excepción o defensa alguna derivada
del negocio causal, sino, exclusivamente, las personales que en contra de él tenga
(artículo 80 fracción XI).
Títulos de especulación.
Atendiendo a las raíces conceptuales, puede decirse que especular significa
efectuar operaciones comerciales o financieras, con la esperanza de obtener
beneficios basados en las variaciones de los precios o de los cambios. La verdad
es que prácticamente cualquier título de crédito de los seriales o masivos puede
ser objeto de una operación especulativa, y no solamente bursátil, toda vez que
diversas circunstancias son susceptibles de influir en que su valor comercial o de
mercado resienta un incremento o una reducción, como podría ser la excesiva
oferta o demanda o la situación financiera del emisor o la mayor o menor cercanía
a la fecha de vencimiento, situaciones de crecida o reducida demanda de los
productos o servicios del emisor, entre otros. Tal es el caso de las acciones, en el
supuesto de que se les considere títulos de crédito, pues quienes las adquieren
como operación bursátil abrigan, usualmente, la esperanza de un incremento en
su valor, lo que les permitirá revenderlas posteriormente con ganancias, y otro
tanto puede señalarse de todos los demás papeles con los que cotidianamente se
opera en las bolsas de valores de todo el mundo, y ello justifica el que se les
conozca como títulos de especulación.
Títulos de inversión.
La función es, en este caso, la de documentos que también están llamados a
redituar beneficios pecuniarios a sus tenedores, pero no por la diferencia entre el
valor de venta y el de compra en el curso del tiempo, sino exclusivamente, por los
rendimientos en ellos establecidos, de tal suerte que el inversionista sabe de
manera anticipada, con un alto grado de precisión, el monto de los beneficios que
obtendrá del documento, e inclusive el importe y la fecha en el que recuperará su
valor facial. No existe aquí aleatoriedad alguna como en los títulos de
especulación, y esto a pesar de que en ambos casos se trate de documentos de la
misma naturaleza. Así, las acciones mencionadas en líneas anteriores como
posibles títulos de especulación, en muchos casos son de mera inversión, como el
de quién las adquiere para conservar, definitiva o indefinitivamente, el carácter de
socio. Otro tanto puede decirse de los demás documentos referidos, lo cual
explica el que se haya dicho que la calidad especulativa la atribuye la intención del
adquirente y no la naturaleza del documento. Explicado lo anterior, parece válido
afirmar que prácticamente cualquier título de crédito puede representar para su
tenedor una inversión, o bien, tener carácter especulativo. Otras clasificaciones
podrían añadirse:
a) Por los lugares de suscripción y de pago, existen títulos nacionales e
internacionales, según que ambos lugares se encuentren en el mismo país o no.