Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Palabras clave
"Mentalization and metaphor, acknowledgement and grief: Forms of transformation in the reflective
space" fue publicado originariamente en Psychoanalytic Dialogues, 17 (3): 321-344 (2007)
Un factor clave aquí es que todos estos importantes sentidos de que existe una
“realidad objetiva” y otras mentes que coexisten en esa realidad se constituyen en
las relaciones en lugar de ser descubiertos. Existen dos experiencias evolutivas
correlacionadas: el niño se ve a través de los ojos (y la mente) de alguien que se
ocupa de él) y al mismo tiempo ve que esa persona tiene una visión de su mente
(la del niño) que no coincide con el sentimiento de sí mismo que él tiene desde su
interior. Junto con esto, puede prestar atención a otros objetos con esos
cuidadores, llegando a la compleja experiencia de que el mismo objeto es visto por
él y por los otros desde un punto de vista más o menos diferente (Trevarthen,
1980; Stern, 1985; Seligman, 1999a; Fonagy y col., 2002). Cuando el niño puede
aplicar esta capacidad de adoptar múltiples perspectivas sobre su propia mente,
puede captar cómo su experiencia interna podría ser distinta de lo que otras
personas ven cuando lo miran a él. Este es el núcleo de los principios
organizadores fundamentales que comprende la mentalización: la teoría de las
mentes y la dialéctica entre objetividad y subjetividad[1].
Ilustración clínica
Hay muchas perspectivas que podríamos relacionar con esta situación: es el tipo
de identificación proyectiva y puesta en acto mutua que resulta tan común,
especialmente con pacientes a quien terminamos por llamar sadomasoquistas,
borderline y narcisistas. El analista se ve atrapado entre identificarse con una u
otra faceta de la díada controlado-controlador, abusador-abusado que constituye
las relaciones de objeto del paciente. Me parece claro, otra vez en retrospectiva,
que Harriet estaba provocando en mí su propio sentimiento de ser atropellada,
minimizada, injuriada y rechazada que le recordaba sus propias experiencias
traumáticas, presentes y pasadas. Ahora creo que yo estaba volviendo a poner en
acto estos patrones relacionales en una medida mayor de la que me daba cuenta
en aquel momento.
Antes de describir la evolución posterior del caso, quiero reiterar y elaborar cuatro
puntos concretos que éste ilustra, que quedan aclarados tomando el pensamiento
emergente sobre mentalización junto con hebras más establecidas en la tradición
y la literatura analíticas: la compulsión a proyectar; la emergencia de la
transferencia como un estado mental sin funcionamiento reflexivo; los peligros de
la interpretación prematura; y la presión –y tal vez el requisito- de que el analista
se involucre en puestas en acto repetitivas en la transferencia-contratransfrencia,
que, en su mayor parte, a menudo vuelven a evocar algunas de las experiencias
traumáticas del paciente (si no del analista). Puesto que ya he discutido este
último tema, elaboraré brevemente los otros tres.
Para Harriet, sólo podía existir un sistema de representación interna con carga
afectiva –sólo una “realidad emocional”- en un momento dado, y la otra tenía que
ser proyectada con enorme fuerza y certeza. Aunque aparentemente era una
persona considerada y responsable, carecía de una verdadera teoría de la mente
en aquellas áreas en que se veían implicados afectos fuertes, relacionados con el
self. Era o ella o “ellos”. Con Harriet, éste era un patrón ubicuo: podía regalarme
historias sobre amigos que la maltrataban, denunciarlos mientras profesaba estar
indefensa para hacer cualquier cambio. No podía soportar ser consciente de su
dependencia de estos amigos, como personas cuya compañía necesitaba mucho
y como objetos necesarios para la protección de sus propios objetos
persecutorios, sin los cuales ella habría tenido que afrontar sus propias
necesidades y temores de ser humillada y perder el control. Este patrón se repetía
en la transferencia.
Con todo esto en mente, ahora puedo decir que al principio estaba demasiado
atento al contenido de las proyecciones de Harriet en lugar de atender al peligro
de que considerase visiones alternativas de la realidad. Estaba bajo tal coacción
psíquica que estos comentarios interpretativos intensificaban el temor a que su
sentido de la realidad estuviera siendo minado por un cuidador punitivo pero
necesario, del que no podía liberarse. Esta dinámica a menudo ralentiza el
progreso terapéutico en pacientes con serios problemas caracterológicos que no
han desarrollado la capacidad de reflexionar sobre su propia realidad interna como
otra distinta de la del resto del mundo.
Acorde con esto, a Harriet le ayudó cuando le comuniqué que cada vez entendía
más que mis interpretaciones sobre el “contenido” de la transferencia estaban
desafiando su frágil sentido de la autoridad de su propio pensamiento. Podía decir,
por ejemplo, que podía entender que ella pudiera sentir que lo que le decía era
que mi visión de las cosas era mejor que la suya y que la dejaba con la elección
imposible de tener que aceptar algo que le parecía incorrecto o abandonar una
terapia que significaba mucho para ella. Los comentarios de tipo interpretación
serán útiles, si acaso, cuando la paciente comience a cambiar de la concretización
a la mentalización. Es aconsejable que los terapeutas rastreen los flujos y reflujos
momento a momento de tales cambios.
En situaciones como éstas, es útil la máxima de Pine (1985) sobre golpear cuando
el hierro está frío. (Cuando el hierro está caliente, es decir, cuando la transferencia
es más plenamente comprometida y los afectos son intensos y saturados, las
formulaciones interpretativas del analista siguen siendo útiles, pero principalmente
para su pensamiento no revelado. Puesto que la contratransferencia, en estas
situaciones, a menudo supone una presión y un desafío, estos pensamientos
pueden proveer un antídoto regulador para nuestros propios pensamientos de
indefensión, frustración, rabia, soledad y culpa, si no se abusa de ellos para
nuestro propio beneficio).
Aun así, a pesar de los ligeros beneficios que emergieron de mi cambio en el ritmo
de las interpretaciones, no deshicieron el nudo. Llegué a sentir, con reticencia, que
tendría que hacer lo que me parecía una concesión para proteger la perspectiva
de una alianza terapéutica continuada. Le propuse que de momento no le cobraría
las cancelaciones avisadas con suficiente antelación y que podíamos revisar este
asunto en el futuro si nos parecía oportuno. El sentimiento de concesión no era
acerca de mi autoridad ni de mi bolsillo sino porque sentía que estaba actuando en
respuesta a la presión para cumplir con la proyección de que había hecho algo
codicioso que debía ser reparado en lugar de porque sintiera que era lo correcto.
He llegado a darme cuenta, a veces lamentablemente, de que estos temas bien
puede haberse elaborado en las acciones en lugar de en la reflexión, en estos
estadios de tales casos; esto puede ser, de hecho, inevitable y también útil en
ocasiones.
Según todo esto avanzaba, las cosas se suavizaron en cierto modo. Aunque
seguía ofendida, Harriet comenzó a recordar lo ignorada que se había sentido
cuando era pequeña. La madre de Harriet se casó con su padre después de que
la primera esposa de éste falleciera dejándole a su cargo a un niño de tres años.
Aunque el noviazgo fue romántico, las cosas cambiaron dramáticamente tras el
matrimonio. Para cuando Harriet nació, su madre se veía privada de los placeres
anteriores y el romance dio lugar a la depresión del trabajo rutinario. El hermano
estaba siempre metiéndose en líos y luego persiguiendo a Harriet, pero sus
súplicas de ayuda eran ignoradas. No se reconocían sus propios deseos y
talentos, y raramente se le permitía sentir que sus propias percepciones y
sentimientos importaran. Cuando llegaba a casa con un buen boletín de
calificaciones, por ejemplo, su hermano se burlaba de ella frente a los amigos y la
familia, comentando despectivamente que “a ella le gustaba el colegio”. Nadie la
protegía. Cualquier resto de orgullo fue aplastado y se convirtió en una “niña
buena” sumisa que se borraba a sí misma, sin voz propia, retirándose a una
obediencia aturdida.
Aquí, Harriet comenzaba a ser más consciente de sus propios motivos, incluyendo
los implicados en su estilo de carácter compensatorio y defensivo. Esto actuó
sinérgicamente con la reconstrucción histórica. Llegar a ver las experiencias
propias como tener una historia, con patrones y continuidades a lo largo del
tiempo, es un paso en el desarrollo del sentimiento de subjetividad de una
persona. Reflexionar sobre la propia mente como distinta de la realidad “objetiva”
es un aspecto central para sentirse una persona separada, con una mente propia
(ver, p. ej. Stern, 1985; Britton, 1992; Caper, 1997; Coates, 1998; Seligman,
1999a, 1999b, 2000; Fonagy, 2000; Slade, 2000; Fonagy y col., 2002).
Volvamos ahora al flujo posterior del caso para ilustrar otro aspecto de esta
emergencia del sentimiento de subjetividad e intersubjetividad en la Sra. J., esta
vez en un proceso transitorio sostenido por la emergencia fortuita de una metáfora
que nos ayudó a ver los usos de su sufrimiento.
Harriet vino a una sesión con una biografía de Juana de Arco. Cuando me di
cuenta, me dijo que lo había cogido inmediatamente cuando lo vio en la librería,
puesto que había elegido a Juana como su santa cuando se confirmó siendo
adolescente, consciente de que era algo poco convencional, aunque sin un
sentimiento explícito de la resonancia de su propio sufrimiento con el de su
heroína. Ahora estaba bastante afectada por esto. En aquel momento, sin
embargo, nadie de su familia había mostrado el menor interés en su originalidad ni
en su autoexpresión. Ahora recordaba entre lágrimas lo aplastantemente
decepcionada que se sintió.
Me intrigó todo esto, ver cómo la historia de Santa Juana captaba los importantes
temas del sufrimiento heroico y redentor que eran tan importantes para Harriet,
junto con el destino de una mujer pura y no entendida que fue traicionada por un
hombre poderoso, aquí el Rey de Francia, que primero la apoyó y luego la
abandonó (al igual que, según le pareció a ella, yo había hecho). Cuando
comenzamos a hablar sobre cómo el sufrimiento era una parte de su identidad,
también le hice saber que pensaba que su elección de Juana debe haber
expresado su propio sentimiento de decencia y creatividad. Sentí esto
espontáneamente, y fue conmovedor para los dos el que lo
dijera.
Esto nos ayudó a hablar sobre su experiencia de un modo que, para mejor o para
peor, sorteaba algunas de las responsabilidades que Harriet asociaba con la
atención analítica usual y en cambio tenía mucho el sentimiento de que hablaba
desde dentro de sí misma, con su propia voz. Además, la proyección de Harriet de
su autorrepresentación en la historia de Santa Juana me dio un modo de
comunicarle mi respeto por su lucha y mi apreciación por su sufrimiento de un
modo desplazado y afirmativo que tocaba sus anhelos pero no la abrumaba ni
exacerbaba su predisposición a sentirse patronizada. Todo esto estuvo a cierta
distancia del ciclo de idealización y desilusión que había prevalecido en la
transferencia. Además, aquí fue útil mi atención a los afectos positivos. Los
analistas a veces somos innecesariamente contenidos y negamos las
posibilidades progresivas de apreciar los afectos positivos asociados con
representaciones internas clave del self y el otro. Contrariamente a lo que algunos
han dado por hecho, esto no tiene por qué excluir la atención a los afectos
negativos y abrumadores.
Hay otro elemento bastante importante y más personal que ahora debo añadir.
Tenía un interés especial en Santa Juana, estimulado por dos películas
extraordinarias, una de Robert Bresson (1962) y la otra de Carl Theodor Dreyer
(1928). No mencioné esto en la primera sesión cuando Harriet trajo el libro, pero
bien pudo haber visto el destello de mis ojos o haber escuchado el entusiasmo de
mi voz. Tras una sesión o dos y varias reflexiones al respecto, le hablé de la
película muda de Dreyer, que es bastante extraordinaria. Algún tiempo después,
Harriet la vio. La película incluye una actuación absolutamente impresionante de
Antonin Artaud como un juez imperioso, duro como una piedra y una prolongada
escena de Juana ardiendo en la estaca, en la cual su extasiada agonía es
sobresaliente transmitida por la expresión facial de la gran actriz francesa Arletty.
Harriet y yo hablamos sobre esta escena, compartiendo nuestro sobrecogimiento
por la misma, especialmente por el sufrimiento que plasmaba. La
esteticización de este extraordinario dolor, atroz, masoquista y noble, sirvió para
que la Sra. J enfocara y regulara sus propios afectos y fantasías de este tipo.
Pensar en todas estas imágenes ofreció la posibilidad de una contención de algo
primitivo que en este momento bien podría haber sido la forma más apropiada de
enfocarlo. Las narrativas y metáforas funcionaron de modo parecido a como podía
hacerlo el lenguaje en otro caso (ver Ferro, 2002, para una elaboración bioniana
contemporánea de este tipo de actividad analítica y, por supuesto, las
concepciones de Winnicott, 1951, 1971 de los potenciales transformadores del
juego y el espacio transicional). De hecho hablamos de temas, por ejemplo de
cómo Juana se veía obligada a elegir sufrir, que a Harriet le resultaban bastante
cercanos y personales, de un modo que no habría sido posible sin el trasfondo de
la historia de la santa.
Así, la metáfora de Juana de Arco sirvió tanto para evocar como para organizar la
vida interna de la Sra. J, ofreciendo una posición desde la cual ella podía adoptar
una perspectiva para observarse a sí misma que de otro modo se vería impedida
por la arena más amenazante de la interpretación directa. La metáfora desempeñó
una función transicional, una especie de lenguaje “yo-no-yo” que permitió
un diálogo de subjetividad sin que la Sra. J tuviera que ser totalmente explícita en
cuanto a que me estaba hablando de sí misma. Cuando fue capaz de hacer esto,
pudo dar más pasos hacia la colaboración reflexiva en el proceso analítico.
Puede ser que fuera una convergencia excepcionalmente fortuita la que provocó
que el interés de la Sra. J en Juana de Arco convergiera con el mío, pero creo que
muchos análisis progresan mediante procesos creativos similares que pueden no
ser tan obvios pero que son, no obstante, variaciones en formatos similares de
transiciones hacia una intersubjetividad emergente, que a menudo tienen lugar de
forma implícita y en segundo plano. Añadiría que podría no haber ofrecido esta
explicación mientras hablaba con Harriet sobre Juana de Arco y a veces me
preguntaba si estaría simplemente pasando el rato.
Esto se elaboró mientras la Sra. J se implicó como jefa exitosa y respetada en una
reorganización de su lugar de trabajo. A veces con mi ayuda, a veces sola,
elaboraba estrategias acerca de los adversarios de los que anticipaba que
pudieran acusarla en lugar de enredarse en protestas masoquistas, puramente
proyectivas. Aunque generalmente era parco en dar consejos estratégicos, la
ayudé a ordenar las cuestiones tácticas, y presté una cuidadosa atención a cómo
podía cruzarse en su camino la tendencia a sentirse agraviada de un modo
autorreferencial, a “tomarse las cosas como algo personal”. En general, estaba
menos acuciada por la presión a proyectar y luego responder de forma antagónica
a su dura autocrítica, de la cual se estaba haciendo, en cierto modo, más
consciente.
Según la Sra. J fue siendo más capaz de pensar en las debilidades de sus amigos
y colegas y en las suyas, también fue más capaz de afirmarse eficientemente,
persiguiendo placeres postergados durante mucho tiempo y adoptando posiciones
más directas y explícitas con los otros. Finalmente consiguió un trabajo más
atractivo que le permitía más libertad personal y donde sus capacidades le daban
más ímpetu para negociar un mejor acuerdo para ella. Se tomaba vacaciones más
largas e imaginativas y comenzó nuevas amistades en las que se respetaban sus
deseos. Celebraba con entusiasmo su nuevo sentimiento de agencia; a veces
corría el riesgo de alienar a personas con las que había sido amistosa. Esto, en la
práctica, significaba que a veces iba demasiado lejos, y cuando me preguntaba, le
hacía saber que eso era lo que yo pensaba. Ahora podía tolerar la crítica sin
sentirse obligada a atacar a quien la hacía. En este clima, se hizo más posible
vincular esta asertividad exagerada con sus angustias, con su sentimiento de que
no podría encontrar una respuesta a sus deseos, porque nunca la tuvo. Este
insight construyó una sinergia con su éxito cada vez mayor a la hora de negociar
situaciones interpersonales y profesionales.
Aunque hubo muchas situaciones de este tipo, esto era más conmovedor y
potente en la relación que estaba desarrollando con su hermano. Excluyendo otros
desarrollos, ahora describo ésta en detalle, haciendo algunas observaciones sobre
el vínculo en el dolor, la internalización, la integración personal y el desarrollo de la
mentalización. Aunque Harriet se había sentido durante mucho tiempo herida y
enfadada con su hermano, había mantenido el contacto, visitándolo siempre que
volvía a su ciudad de origen, donde él seguía viviendo. Cuando él padeció una
enfermedad que potencialmente ponía su vida en riesgo, ella le ofreció consejos
basándose en la pericia adquirida cuando un amigo atravesó una enfermedad
similar. Aunque su hermano y su familia le dijeron que ellos tenían un enfoque
diferente, ella insistió y él finalmente dejó de devolverle las llamadas y los emails,
al igual que hicieron sus hijos, con los que ella había tenido una estrecha relación.
Se le informó de que la enfermedad no sería fatal de forma inmediata, pero por lo
demás se cortó la línea que la unía con todos los que representaban sus últimos
vínculos de sangre con su familia de origen.
Se sintió dolida y enfadada, más porque nunca pensó que podía haberse tomado
libertades o que habría sido mejor tener en cuenta el carácter rebelde de su
hermano, del que ella era consciente, a la hora de enfocar este asunto. Pero
según pasaba el tiempo se asombró de que su propio orgullo le hubiera bloqueado
el camino. Tiempo después, supo que la enfermedad de su hermano había
empeorado, y lo llamó para decir que iba a estar por la zona y que esperaba poder
visitarlo.
Según el Sr. J se ponía más enfermo, las cosas se hicieron aún más
conmovedoras. El recuerdo y la gratitud se mezclaban con el dolor, el enfado y el
arrepentimiento, tanto por la pérdida actual como por el modo en que el pasado
limitó quién habría podido ser Harriet y quién había sido. Hizo muchos vínculos
inesperados entre el presente y el pasado, incluyendo el preguntarse, de un modo
emocionalmente convincente, si había buscado en su socarrón y cruel marido un
eco de su hermano, de quien siempre buscó protección infructuosamente. Con el
tiempo, el tono de su discurso sobre su hermano y su familia estuvo marcado por
una satisfacción apropiadamente controlada, según avanzaba el mutuo
reconocimiento y la reconciliación, pero siempre mezclada con la resignación y
melancolía por lo que no iba a ser, una complejidad de emoción que rara vez se
había visto en Harriet. (Ver Mitchell, 2000, y Dent, en preparación, para una
exploración de analistas que han pasado por algo las relaciones entre hermanos).
Algunos meses más tarde, el hermano de Harriet murió. Tras el funeral, Harriet me
contó cómo habían ido las cosas, notando que estaba enfocando las cosas de un
modo nuevo. Comenzó la sesión diciendo que “había tomado prestada una página
de” mi libro; finalmente comprendió cómo usar el silencio. En una cena familiar
tras el funeral, su sobrina le trajo una de las camisas de su hermano, que había
pedido como recordatorio. Pero se la dio en el restaurante justo antes de la cena,
lo cual puso a Harriet en la situación de tener que llevarla con ella, en lugar de
haber esperado hasta después. Esto le pareció desconsiderado y se ofendió. Sin
embargo, respondió no diciendo nada, apuntando que, en el pasado, se habría
quejado y se habría puesto pesada, lo que, dijo, la habría hecho odiarse durante el
resto de la semana. Tras un momento, su sobrina se disculpó y se llevó la camisa
a su coche, de donde Harriet la recogió tras la cena.
Tras un rato, me pregunté en voz alta si Harriet podía considerar sus propias
admoniciones, que estaba menospreciando a otras personas pero no estaba
pensando en su propia pérdida; tal vez aún estaba en shock, o era duro estar sola
con todo esto. Se enfureció y me dijo que no entendía lo problemática que era su
cuñada.
Conclusión
Los posteriores desarrollos de este caso ilustran esto. Cuando la Sra. J comenzó a
desarrollar un sentimiento de su propia mente, estuvo en posición de hablar más
libremente y con un sentimiento de agencia sobre sus propias motivaciones. Por
ejemplo, llegó a una comprensión explícita de lo que había sido una preferencia
inconsciente por sufrir en lugar de arriesgar la decepción o la culpa reales que
podían venir con el impulso enfadado a protestar cuando no podía estar segura de
que sus deseos o su odio estuvieran justificados. De forma similar, se hizo más
directamente consciente de su identificación conflictiva con la angustia y la
desolación de su madre fallecida como una motivación activa, personal propia,
todo con el sentimiento de que sus esperanzas inconscientes de una relación
mejor, más cuidadosa, con su madre podrían, de hecho, no llegar a realizarse
nunca. Con trepidación, comenzó a considerar que podía, después de todo,
prestarse a una relación con un hombre, aun cuando eso significara tener que
recordar el desastre con su marido y arriesgarse a la decepción y el rechazo. Aun
cuando quedaba mucho trabajo analítico por hacer, la Sra. J era ahora capaz de
identificar, e identificarse con, sus propias motivaciones subjetivas en mayor
medida de lo que había sido previamente posible. Junto con esto, su propio
sentimiento de mundos interno y externo se había hecho más espacioso y seguro
para ella y podía, en general, pensar y actuar más claramente.
En general, la Sra. J parecía más triste pero más sabia, pero también más feliz y
más flexible. Tenía capacidad para el optimismo, la gratitud e incluso el humor en
medio del dolor. Seguía esforzándose por evitar sucumbir a la influencia de los
otros, o sentirse abandonada o agraviada y, en último lugar, mal consigo misma.
Pero esto era menos perentorio, y su repertorio emocional y conductual se había
ampliado y se había hecho más flexible y eficaz.
El dolor marca un espacio entre uno mismo y los objetos. Como declaró Freud
(1917) el duelo es el antídoto a un estado de absorción en otro con quien uno
tiene una relación insatisfactoria, donde el otro embruja el interior del self, odiado
pero necesitado, perseguidor pero invisible, bloqueando el acceso al mundo real.
La mentalización –tener una mente propia- es tanto una fuente como un resultado
del proceso a menudo doloroso, pero potencialmente estimulante de hacerse
disponible a los otros, a la propia historia y vida interior, a la voz y al cuerpo real
de uno mismo y, consecuentemente a las oportunidades y peligros latentes de la
vida.
Bibliografía