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LA PERSONALIDAD.
Dr. José Manuel Martínez Rodríguez. Psiquiatra. Profesor Asociado de Psiquiatría de la Universidad de
Valladolid. Analista Transaccional Didáctico y Supervisor (T.S.T.A. , I.T.A.A., E.A.T.A.). Psicoterapeuta
Integrativo Certificado Docente y Supervisor Internacional (C.I.I.P.T.S., I.I.P.A.). Instituto de Análisis
Transaccional y Psicoterapia Integrativa de Valladolid.
RESUMEN
La visión relacional del Análisis Transaccional y de la Psicoterapia Integrativa favorecen un encuadre muy
facilitador para desarrollar una relación terapéutica en la que el cliente puede encontrar suficiente protección y
estructura como para sumergirse poco a poco en una terapia profunda que permita curar sus heridas arcáicas y
presentes. En este trabajo se resumen algunas características de nuestras disciplinas que son de mucha ayuda para
trabajar en psicoterapia con los Trastornos Límites de la Personalidad y Narcisistas así como con otros Trastornos de
la personalidad .
Los Trastornos de la Personalidad se consideran problemas difíciles de tratar y es frecuente encontrar resistencias en
los terapeutas para tratar en profundidad las situaciones difíciles que a veces plantean. Las personas con estos
problemas suelen soportar mal las terapias no estructuradas que evocan mucha tensión en ellos. No podemos sin
embargo tener la expectativa de que estos pacientes se adapten a una técnica en particular. El Análisis Transaccional
resulta de gran utilidad en el tratamiento de los Trastornos de la Personalidad ya que es un método de Psicoterapia
que se caracteriza por combinar la dinámica intrapsíquica con la interpersonal. Esta combinación es propia del
Análisis Transaccional, algo específico de esta escuela de psicoterapia, y viene bien para ayudar a estos pacientes a
poner en relación las secuencias interpersonales conflictivas con sus vivencias intrapsíquicas. A lo largo del
tratamiento el análisis de la dinámica interpersonal se potencia y se mejora mediante el análisis intrapsíquico, y éste
se amplía y profundiza con el entendimiento de la dinámica interpersonal.
Berne (1.958, 1.961, 1.963, 1.973) hizo una contribución muy importante a la Teoría y Práctica de la Psicoterapia
cuando puso en relación de forma inextricable estas dos dinámicas. En la Historia de la Psicoterapia estos dos
abordajes han discurrido por separado y han dado pie a dos grandes avenidas jalonadas de Escuelas de psicoterapia
que han optado por la dinámica intrapsíquica o la interpersonal. La Psicoterapia individual de índole psicodinámica,
representada por el Psicoanálisis en sus diversas variantes, se centra en el análisis de las vivencias intrapsíquicas. La
Psicoterapia de grupo, por otra parte, enfoca la relaciones interpersonales en grupo según diversas modalidades. El
Análisis Transaccional combina ambas dinámicas y muestra un hecho fundamental de la vida psíquica. Esto es, el
sujeto incorpora como parte de la estructura de su personalidad la matriz relacional en la que tuvieron lugar sus
primeras interacciones. Esta incorporación se traduce en la definición que el sujeto hace de sí mismo, su
autoconcepto, su autoestima y su lugar en el mundo. El Análisis Estructural que se ocupa del análisis intrapsíquico
de las vivencias del paciente, de sus Estados del Ego y del análisis de sus diálogos internos, nos pone en contacto
con el entorno relacional en el que se configuró su personalidad. Lo que en su día fue interpersonal, y se puede
describir mediante la Matriz del Guión (Steiner, 1.970; Berne, 1.973), se convirtió en intrapsíquico a lo largo del
desarrollo evolutivo.
Por otra parte la teoría y la técnica del Análisis Transaccional nos pone en contacto con otro hecho fundamental. El
sujeto despliega en sus relaciones emocionales y afectivas el modelo relacional incorporado en su infancia. Este
modelo expresa implícitamente una visión del mundo y de las relaciones construido para dar sentido a las
necesidades insatisfechas en la primera infancia. A su vez este modelo tiene por objetivo mantener un atisbo de
esperanza de satisfacción de las tensiones no resueltas. Es posible detectarlo clínicamente a través de los modos de
comunicación disfuncional o patológica que no son adecuadas a las demandas de la situación y que son
incongruentes con las potencialidades reales del sujeto. Así, lo que en su día fue interpersonal vuelve a serlo en la
relación con los demás y con el terapeuta. El Análisis de las transacciones, que describe las modalidades de relación
interpersonal de un sujeto en particular, nos permite conocer precisamente la estructura íntima de su personalidad, y
a la vez nos permite generar hipótesis sobre la naturaleza de las experiencias arcáicas que la configuraron. Por otra
parte el Análisis de las vivencias intrapsíquicas nos permite predecir la forma de reaccionar que tendrá el sujeto ante
diversas eventualidades, su atracción por determinados estímulos, su rechazo de otros, la calidad de las relaciones
que establecerá e incluso su plan de vida en el futuro. El nivel, la profundidad y la cualidad de las relaciones
afectivas que alguien va a establecer a lo largo de su vida viene determinado por la configuración profunda de su
personalidad y por el modelo de relación establecido en la primera infancia.
A lo largo del tratamiento se producen cambios en la forma de experimentarse a uno mismo, y en la forma de
concebir el mundo y la vida. Esto se traduce en cambios en la forma de entrar en relación con el mundo y la gente
que nos rodea. Los cambios en el tipo de relaciones interpersonales establecidas son un buen indicador de los
cambios intrapsíquicos que se están produciendo en el contexto de una psicoterapia y viceversa. Es posible anticipar
cambios en la profundidad de las relaciones emocionales cuando cambia la experiencia interna del sujeto. Por otra
parte es importante advertir como en el proceso terapéutico las interrupciones que se producen en el contacto del
sujeto con sus experiencias internas se traducen en una interrupción del contacto con el terapeuta. A medida que el
contacto con el terapeuta es más fluido y tiene mayor continuidad la persona tiene mayor acceso a recuerdos y
experiencias emocionales del pasado.
Así pues, el Análisis Estructural y el Análisis Transaccional están íntimamente ligados entre sí. Esta conexión entre
lo intrapsíquico y lo interpersonal es propia, privativa y característica del Análisis Transaccional como Teoría de la
Personalidad y Método de Psicoterapia. Lo que fue interpersonal y/o fantaseado se convierte en conflicto
intrapsíquico objeto del Análisis Estructural. La transferencia devuelve al terreno interpersonal lo que fue
interpersonal y esto es objeto del Análisis Transaccional. De esta manera el Análisis Transaccional viene a aunar las
técnicas propias de las escuelas interpersonales con las de las escuelas que ponen el énfasis en lo intrapsíquico.
Hasta hace poco tiempo el profesional tenía que elegir entre unas y otras. La diferencia entre ambas escuelas se
remonta a la obra de Freud que adoptó sucesivamente ambos puntos de vista a lo largo de los años. En su Teoría de
la seducción, que se puede rastrear hasta el 1.897, Freud establecía que la fuente de los síntomas neuróticos eran las
relaciones previas del/la paciente. En la pubertad, y como efecto de la sobreexcitación del desarrollo, el sujeto se
pondría de nuevo en contacto con antiguos recuerdos traumáticos. Freud decía que en ese momento: “Los neuróticos
sufren de reminiscencias”. En esta concepción de la psicopatología se apoyan las Escuelas interpersonales. Sin
embargo a partir del año 1910 se observa un giro en la concepción Freudiana de las neurosis. Ante la reacción social
a sus escritos y el rechazo académico Freud llega a considerar que los traumas sexuales infantiles son mayormente
fantaseados por los pacientes como una elaboración intrapsíquica, subjetiva, de las “pulsiones” internas. Esto es los
traumas sexuales serían fantasías sobre las relaciones con los cuidadores primarios. En esta escuela los síntomas en
el adulto vienen a ser el resultado de un fallo en la regulación de las descargas energéticas. Berne, aunque se
distancia de un Modelo Psicoanalítico Pulsional para adoptar una visión relacional de la experiencia humana., sigue
postulando la existencia de motivaciones humanas innatas, como el Hambre de estímulos, y su sublimación en el
Hambre de reconocimiento, y más tarde en el Hambre de estructura. Otros autores muestran como todas estas
motivaciones son manifestaciones de la necesidad de relaciones humanas (Erskine, 1.995). De esta manera el
Análisis Transaccional viene a combinar las ventajas y puntos fuertes de ambas escuelas de psicoterapia lo cual es
una gran ventaja en el tratamiento de los Trastornos de la personalidad, que muestran un gran sufrimiento interno y
además exhiben muchas disfunciones en las relaciones interpersonales.
En los Trastornos de la Personalidad las rupturas relacionales han sido muy tempranas y escasamente simbolizadas
por la persona. Por ejemplo, no se ha hablado en la familia de las situaciones de violencia, de abandono, de
negligencia. El desarrollo de estos aspectos preverbales de la experiencia sólo puede tener lugar en el contexto de
una relación. No basta con hacer un trabajo de redecisión en estos casos. El reverso de los mandatos parentales es el
conjunto de transacciones parentales, verbales y no verbales, que no tuvieron lugar y que habrían debido adaptarse a
las necesidades del niño en desarrollo. Dado que sólo es posible el desarrollo del self en el contexto de una relación
(Erskine, 1.991) será en la relación terapéutica donde el sujeto va a encontrar la oportunidad de encontrar el
vocabulario necesario para denominar y simbolizar las necesidades frustradas.
Es en el punto de superar de los impasses y rupturas en la relación terapéutica cuando se producen los grandes
avances en el caso de los problemas graves de la personalidad (Stolorow y Atwood, 1.992). El paciente llega a
situaciones de bloqueo en la terapia en puntos clave de su evolución. El concepto de Guión de Berne (1.958, 1.961,
1.973) ayuda a entender estos impasses ya que son la repetición de otros bloqueos “familiares” en la vida del
paciente y que ahora tienen lugar en la relación terapéutica según el modo en que se dieron en la familia de origen.
A lo largo del tratamiento el paciente aprende a hacer diferencias entre las situaciones del aquí y ahora y las del
pasado en lugar de “difuminar diferencias” y experimentar como “vagamente familiares” situaciones nuevas
(Martínez, 2.006). En la Escuela Integrativa de Análisis Transaccional se plantea que el Guión se mantiene para
suministrar continuidad, familiaridad, identidad y control. A lo largo del tratamiento es lógico que la persona entre
en situaciones de impasse terapéutico ante el riesgo de perder estas funciones tan importantes si renuncia a su
Guión. En definitiva el Guión es una forma de supervivencia psíquica a costa del sentimiento de existencia
auténtica. El Guión es un concepto a la vez intrapsíquico e interpersonal, formado por adaptación a las presiones y
deseos familiares, que requiere un abordaje intersubjetivo para su tratamiento.
3.1. Extensión del concepto de transferencia a las relaciones fuera del tratamiento: El Guión de vida.
Buena parte de las dificultades interpersonales de los Trastornos de la Personalidad podemos entenderlas y
analizarlas como transferenciales o, dicho en términos de Berne, como el despliegue del Guión en las relaciones
interpersonales. Berne extendió el concepto y significado de la Transferencia fuera del despacho del analista y lo
aplicó al conjunto de las relaciones sociales creando una Psiquiatría Social (Berne, 1.961). Esto era una novedad
para el mundo psicoanalítico de la época cuya visión de la transferencia era la de un artefacto aparecido en la
psicoterapia como parte del tratamiento. No obstante para Berne el Guión pertenece claramente al reino de la
Transferencia:
"Un guión es un intento de repetir, en forma derivada, no una reacción transferencial o una situación transferencial,
sino un drama transferencial, a menudo dividido en actos, exactamente igual que los guiones teatrales que son
derivados artísticos intuitivos de estos dramas primarios de la infancia" (Berne, 1.958, págs. 741-742; 1.961, pág. 122).
Berne (1.961) aportó claridad al concepto psicoanalítico de transferencia al disecar la parte de la personalidad que se
relaciona con el terapeuta en el aquí y ahora reaccionando de manera adecuada a la realidad, que denominó
“Adulto”. Así pues, Berne mantiene la idea de la existencia de relaciones transferenciales y no transferenciales en la
relación terapéutica. Para Erskine (1.991) esta es la razón por la que denomina a su método Análisis Transaccional y
no Análisis de la Transferencia. El “Análisis transferencial”, vendría a ser entonces una parte del anterior. A mi
juicio el paso clave que da Berne con el concepto de Guión es señalar la forma en que las relaciones en general, y no
sólo dentro de una psicoterapia, repiten el modelo de relaciones desarrollado en la infancia en el entorno familiar.
Por consiguiente las relaciones sociales, como las relaciones terapéuticas, comparten una parte de relación real y
otra parte de relación transferencial en función del Estado del Ego desde el que la persona se relaciona con los
demás. Por otra parte no todo lo que parece adulto en las relaciones interpersonales lo es, como se ve
dramáticamente en los Trastornos de la personalidad. A continuación vamos a describir la dinámica transferencial de
los Trastornos de la personalidad según la clasificación de las Transferencias de Hargaden y Sills (2.002)
modificada por el autor tal y como aparece en la tabla II para incorporar las contribuciones de otros Analistas
transaccionales.
En los Trastornos de la personalidad se proyecta no sólo el P2 como ocurre en las neurosis, sino que también se
proyecta el P1+ o el P1- lo que hace que su tratamiento sea más difícil (Moiso, 1.985, Martínez y Fernández, 1.991).
Los Trastornos de la personalidad Límite, Narcisistas, Esquizoides, etc. comparten una Estructura común (Bergeret,
1.974) que ha sido descrita como una Estructura escindida (Haykin, 1.980; Woods y Woods, 1.982; Martínez y
Fernández, 1.991). La escisión defensiva protege al sujeto de los conflictos intrapsíquicos que su A2 no ha
conseguido resolver. El mantenimiento de la escisión es una defensa necesaria para evitar la regresión a un Estado
del Ego con una ansiedad extrema debida a una ambivalencia irresoluble en el cual la persona no puede diferenciar
lo bueno de lo malo. Las ansiedades confusionales fueron por primera vez descritas por Melanie Klein (1.946). La
ansiedad confusional se vive como una amenaza de desintegración, de desestructuración interna por confusión, no
por diferenciación (Tizón, 1.988). En un Estado del Ego de indiferenciación la persona no entiende si el peligro es
interno o externo, si está en uno o en los demás, si necesita o no ayuda, o bien experimenta la ayuda aparentemente
“buena” como negativa y tóxica. El resultado es la confusión, la “tempestad de movimientos” o el estupor. La
confusión ayuda al paciente a no percibir la realidad de las figuras próximas. Para mantener el vínculo con las
figuras de apego se escinde la representación de las mismas mediante la creación de una estructura intrapsíquica
autogenerada que Fairbairn denominaba “Saboteador interno” (1.952). Esta estructura viene a definir como
negativas las necesidades y deseos de la persona. Estos aspectos de si se sienten como rechazables y negativos.
Erskine (1.988, 1.997) denomina “Padre autogenerado” a esta estructura debido a la función de control y
autorregulación que ejerce sobre la persona, muy severa. En los trastornos de la personalidad se experimenta una
fuerte ansiedad persecutoria ante los ataques de figuras externas primero, luego ante los ataques internos de las
introyecciones parentales, y luego del Padre autogenerado que genera vergüenza o dolor. En momentos de estrés
estas figuras se proyectan. Si esta proyección es de larga duración la persecución va a provenir también de las
externalizaciones como momentos de psicosis breve.
TRANSFERENCIAS PROYECTIVAS O DEFENSIVAS (Van Joines, 1.977, Moiso, 1.985; Erskine, 1.987; Hargaden y Sills, 2002).
1. Proyección de Estados del Ego Exteropsíquicos (P2). (Van Joines, 1.977, 2.011; Moiso, 1.985; Erskine, 1.991).
2. Proyección de Estados del Ego Arqueopsíquicos (N2) (Van Joines, 1.977, 2.011; Erskine, 1.991).
2.2. Proyección de P1+ / P1- (Moiso, 1.985) o de fantasías del Estado Niño del Ego (N2) (Erskine, 1.991).
TRANSFERENCIAS INTROYECTIVAS O FUSIONALES (Kohut, 1.971, 1.980; Rycroft, 1.968;Hargaden y Sills, 2002).
3. Transferencia Idealizadora.
4. Transferencia Gemelar.
Las proyección de las subestructuras escindidas fue descrita por Moiso (1.985) como proyección del P1+ o del P1-
El P1+ puede elaborarse sobre la base de una estructura muy arcáica que se remonta al inicio de la fase simbiótica
con la madre (Haykin, 1.980). Durante el Período de Separación-Individuación (Mahler, 1.975) el Estado Niño del
Ego, a través de las fases de apego, diferenciación y reacercamiento, que se caracterizan por la falta madurativa de
capacidad integrativa de A1, forma una Estructura Parental P1 dividida en dos subestructuras (P1+ y P1-)
correspondientes a las relaciones internalizadas de “objetos bueno” y “malos”. Al final de dicho período estas dos
subestructuras estarán más o menos integradas dependiendo de la eficacia de la parentalización materna en el
proceso. Berne (1.973) pensaba que el P1 era esencialmente una introyección y consideró que la escisión en objetos
"buenos" y "malos" constituía el "Hada Madrina" y la "Bruja" y. Otros analistas transaccionales entienden que el
Padre en el Niño es más bien creado por el niño en respuesta a las elaboraciones del Pequeño Profesor ante las
presiones parentales (Goulding, 1.972, 1.978, 1.982; Woollams y Brown, 1.978; Holtby, 1.973, 1.976; Erskine,
1.988, 1.997). Hargaden y Sills (2.002) piensan que el P1 está formado por las introyecciones de las prohibiciones
parentales (P1-), por la proyección de la hostilidad del Self natural a estas introyecciones (P1-) o por figuras
parentales autocreadas (P1- o P1+). Erskine concibe estas transferencias como la proyección de una fantasía sobre el
psicoterapeuta (Erskine, 1.991). Tales fantasías infantiles primarias funcionan para este autor como una protección
intrapsíquica y pueden ser terroríficas y punitivas o grandiosas y maravillosas. En las terroríficas el sujeto proyecta
en el exterior un introyecto persecutorio y así el peligro se externaliza. En las nutritivas el sujeto proyecta una
imagen idealizada sobre el terapeuta. Estas últimas son similares a las descripciones de Kohut de las Transferencias
idealizadoras (Kohut, 1.971, 1.980). Ambos tipos de fantasías sirven tanto para mantener la negación del efecto de
los cuidadores primarios sobre el niño como para expresar la necesidad de protección del conflicto intrapsíquico.
Erskine (1.991) indica que la forma de manejar relacionalmente estas transferencias es no confrontarlas.
En las Personalidades Límites la estructura escindida se mantiene alternando la activación de los Estados P1
contradictorios (Moiso, 1.985; Martínez y Fernández, 1.991). Para Moiso (1.985) la activación alternante en las
Personalidades Límite se produce porque la fijación defensiva tuvo lugar antes que en la Personalidad Narcisista, en
un momento en que P1+ y P1- aún eran catectizables cada uno en su momento. Para este autor el paciente Límite
proyecta P1+ debido a su deseo de obtener una fusión simbiótica con un Padre idealizado y omnipotente “totalmente
bueno” y sentirse así protegido contra el “objeto malo”. La segunda clase de proyección, la del P1-, sirve para
externalizar las imágenes agresivas de sí mismo y de otro. Según Masterson (1.981) la crisis de reacercamiento es
crucial para el “Borderline”, cuya patología puede ser vista como un reflejo de su inmersión e inhabilidad para
resolverla. Clínicamente se conduce como si toda la vida fuera una crisis de reacercamiento interminable e
irresoluble. También para Kernberg la crisis de reacercamiento (16 a 25 meses) es el punto original de fijación de
los Trastornos límites (Kerngberg, 1.967; 1.979). En las Personalidades Narcisistas la escisión se mantiene mediante
una negación defensiva contra P1-. (Moiso, 1.985), o el sentimiento interno de vergüenza y/o fragilidad (Martínez,
2012). En las personalidades narcisistas el P1+ que el paciente proyecta sobre el terapeuta es una imagen idealizada
de sí mismo que ha construido y asumido como un sustituto de la imagen materna real y no como una idealización
más madura de un Padre Nutritivo real. Moiso piensa que en las Personalidades Narcisistas se produciría una falta
de aceptación materna en la fase de reacercamiento, lo que determinaría la persistencia de la imagen idealizada de si
mismo propia de la fase de ejercitación (Moiso, 1.985). Por otra parte Kernberg y Rinsley ubican la fijación entre la
crisis de reacercamiento y el logro de la constancia objetal (Kerngberg, 1.967 1.979; Rinsley, 1.974). Para
Masterson (1.981) el trastorno de personalidad narcisista debe haberse fijado antes del desarrollo de la crisis de
reacercamiento (10 a 16 meses), puesto que una de las tareas importantes de esa crisis no se ha cumplido, esto es, la
deflacción de la grandiosidad y omnipotencia infantil. La estructura intrapsíquica del trastorno narcisista preserva la
grandiosidad infantil y el vínculo narcisista con el objeto omnipotente
Durante la primera entrevista con una paciente bipolar que comenzaba a salir de una fase maníaca, y hacia la
mitad de la entrevista, me llama la atención la forma en la que mueve los hombros y la cabeza al hablar, con
una cadencia ondulante y monótona. Así mismo me llama la atención el tono rítmico pero monótono de su
voz. A medida que sigo estos fenómenos me doy cuenta de que estoy observándome a mi mismo y a ella la
siento lejana. Es una experiencia leve de despersonalización. Al poco ella me dice: “Una de las cosas que
más me molestan es sentirme alejada de la gente observándome a mi misma… a la gente le pasa
desapercibido pero creo que tú lo notarás, me está pasando ahora mismo…”.
A. tiene17 años. Vive ahora con su padre en régimen de libertad vigilada por robo con violencia. Ya ha
estado en varios centros de protección de menores por robos. No se siente culpable de sus actos delictivos,
más bien quita importancia a lo que ha hecho. No parece verlo como un problema ni tampoco empatiza con
las víctimas. Expresa un Self grandioso, autosuficiente, poco realista. No quiere pensar en el futuro, prefiere
vivir al día. En todo caso quiere ser DJ o corredor de fórmula I. Altivo, pero gracioso y seductor cuando
habla. No mira directamente. Habla alto pero casi no mantiene contacto emocional ni chequea mis reacciones
cuando él habla. Parece que hablara desde un Self grandioso que espera complacencia y aprobación especular
por parte de otro que esté presente pero cuya mente no es relevante en la interacción.
En Análisis Transaccional el terapeuta tiene varios roles a lo largo del tratamiento. Por un lado es el adulto
observador de la dinámica intrapsíquica del paciente y de sus patrones interpersonales. En este sentido la
contratransferencia puede ayudar, distorsionar o dificultar la percepción y comprensión adulta y/o provocar
reacciones que deterioran la intervención del terapeuta. Por otro lado el terapeuta es el destinatario de los personajes
de guión del paciente. La contratransferencia afecta su conducta y sus maneras y esta conducta puede a su vez influir
en la imagen que el paciente se hace de él y de cómo encaja en su guión. Finalmente el terapeuta también es una
persona con sus conflictos, su historia, sus decisiones de guión, que puede verse tentada a buscar soluciones a sus
conflictos del pasado mediante relaciones con personas del presente. Esta variedad de reacciones
contratransferenciales influyen en el paciente y en su transferencia. La contratransferencia puede entenderse
entonces como: “Una función de las transferencias del paciente y el analista” (Hann-Kende 1.936). Racker
distinguió en 1.957 dos procesos procesos contratransferenciales distintos. En primer lugar lo que denominaba
Identificación complementaria. El concepto transferencia en los años 50 se aplicaba sólo a estas identificaciones:
“Las identificaciones complementarias se producen por el hecho de que el paciente trata al analista como un objeto
interno (proyectado), y en consecuencia el analista se siente tratado como tal: esto es, se identifica a sí mismo con
este objeto”. Racker (1.957).
El terapeuta responde desde un Estado Padre del Ego a un Niño en el paciente o viceversa. De esta manera el
terapeuta y el paciente se encuentran reviviendo en la terapia la misma situación de protocolo de sus infancias
respectivas. Es una transferencia propiamente dicha del terapeuta sobre el cliente que anula la objetividad de aquél
frente al paciente. Por otra parte Racker (1.957) describió lo que él denominaba Identificación concordante. Con
esta denominación se refería a los contenidos psicológicos que surgen en el analista en razón de la empatía
alcanzada con el paciente y que reflejan y reproducen de manera real los contenidos psicológicos de este último.
Son respuestas empáticas a Estados del Ego del paciente. Por ejemplo, un paciente describió su infancia brutal con
una sonrisa de felicidad en su cara. El terapeuta apenas podía controlar las lágrimas. En este caso el terapeuta se
siente él mismo resonando emocionalmente con las partes escindidas del self del paciente. En ocasiones estas
identificaciones son similares a la Identificación proyectiva (Klein, 1.946) y en otras a la Imagen del Ego (Berne,
1.957). Racker las describía así:
... están basadas en una introyección y una proyección, o en otros términos, en la resonancia del exterior en el interior,
esto es, en el reconocimiento como propio de lo que pertenece a otro (“esta parte tuya soy Yo”). (Racker, 1.957).
Ahora las entendemos como un proceso básico intersubjetivo necesario para la elaboración de las vivencias
preverbales del paciente. A continuación muestro como emergió esta forma de contratransferencia en el tratamiento
de una mujer con un Trastorno Esquizoide y el papel que jugó en el mismo.
Una paciente de 34 años viene a consulta por presentar crisis de pánico durante el embarazo de su tercer hijo. Estas
crisis son familiares para ella y las ha padecido durante la carrera, en un momento en que tenía que tomar la decisión
de continuar con ella o dejarla, y durante el embarazo y crianza de sus otros dos hijos. Experimenta las crisis de
pánico en diversas circunstancias: conduciendo hacia su trabajo o encontrándose sóla en casa. Está casi
continuamente obsesionada con el miedo a padecerlas. Durante las mismas experimenta un sentimiento de
disolución de su Self, “como si la piel se abriera y yo explotara desde dentro”. En ese momento tiene miedo de
morirse por infarto y sale a la calle precipitadamente por miedo a desmayarse y que nadie se entere. En las primeras
sesiones me impresiona la ansiedad permanente de esta mujer y su sentimiento de estar perdida. También la forma
en que su propio sistema obsesivo es la causa de alguna de sus crisis. Durante las sesiones se muestra callada,
reservada, en tensión, ruborizada. Me llega su profunda desconfianza expresada en sus miradas de reojo. Siento que
esta desconfianza se extiende a todo lo que digo. Durante mucho tiempo el único tema que trae a las sesiones es su
miedo a tener crisis sin poner esto en relación con ningún otro aspecto de su vida interna. Me veo llevando la
iniciativa de la relación, tranquilizándola, desdramatizando y me siento como si estuviera hablando con una niña de
tres a cinco años. Siento que es importante para ella que su angustia, su inseguridad y su desesperanza sean
recogidas por alguien que tiene fe en que las cosas van a mejorar. Sesión tras sesión me encuentro recibiendo a esta
mujer con una sonrisa en la boca, sintiéndome optimista sobre el resultado de la terapia a pesar de que, si bien las
crisis de pánico no han vuelto a aparecer, el sistema de vigilancia obsesiva de la paciente se muestra
incólume. Me doy cuenta de su necesidad de que alguien inicie la relación. También me impresiona su necesidad de
sentir una respuesta de vitalidad y alegría, de recibir una respuesta sintónica con sus afectos de la vitalidad.
También de lo importante que es para ella respetar su desconfianza y que pueda poner a prueba cuanto le digo.
recibir una respuesta sintónica a sus afectos de la vitalidad. En ocasiones me parece que el tono y la velocidad de
mis palabras son más importantes que el contenido.
Poco a poco, como a cuentagotas, va compartiendo sus problemas actuales: su hija mayor, de seis años tiene una
enfermedad por la que pierde continuamente visión y la llevará a estar ciega en la adolescencia. También comparte
conmigo su sentimiento de encontrarse desplazada en su pareja debido a la simbiosis de su marido con su suegra. El
sentimiento de agotamiento y soledad que experimenta en la crianza de sus tres hijos, todos menores de 6 años. Poco
a poco comienza a hablar de su infancia. Su madre tuvo a su hermana menor cuando ella tenía 12 meses y un día.
Ella experimentó una gran conmoción y dejó de comer. De niña su madre la cerraba la cuna con una malla para que
no saliera de ella. Comienzo a comprender la necesidad de retirarse en la relación con una madre ansiosa e invasiva
que lejos de tranquilizar a su hija la inundaba con su propia angustia cuando no la podía controlar y del efecto de
este introyecto ansioso en sus crisis de ansiedad. También su necesidad de autonomía. Ya en el colegio se mostraba
muy reservada y se aislaba. Durante su vida ha combinado su reserva con una gran lucha por ser autónoma e
independiente. “Me callo y luego hago lo que quiero”. “En la adolescencia fui insoportable, daba contestaciones a
mi madre porque sentía que me invadía”. Durante la terapia le ayudo a poner palabras a su necesidad de sentirse
segura, acompañada físicamente, de sentir contacto físico durante las crisis de ansiedad. También elabora su
soledad, su necesidad de definir su identidad y de defenderse de las intrusiones. Poco a poco va siendo consciente de
la forma en que sus hijos evocan a lo largo de su crianza recuerdos somáticos de su propio desarrollo. En este
momento del tratamiento llevaba tres años sin crisis. Su sentimiento de sí misma era más sólido y cohesivo. Era
capaz de identificar sus necesidades de seguridad, de definición y de autonomía y cubrirlas. Hacia el final del cuarto
año de tratamiento decidió e tener otro hijo. Esta vez se sintió libre de angustia y disfrutó el embarazo y la crianza.
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