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La mentalización, su arquitectura,
funciones y aplicaciones prácticas
Autor: Lanza Castelli, Gustavo
Palabras clave
Los trabajos que toman en cuenta el concepto mentalización (o función reflexiva) como
base para el abordaje terapéutico, o como medida para evaluar los resultados de la
psicoterapia, han visto incrementado su número de modo significativo en los últimos
años. Por otra parte, el concepto mismo mentalización ha tenido un desarrollo
considerable, tanto en lo que hace al conjunto de conocimientos a los que se refiere,
como en relación al ámbito de aplicaciones que abarca.
Respecto al primer aspecto sólo cabe mencionar aquí que hoy en día la mentalización
es entendida como un constructo multidimensional cuyo complejo desarrollo ha sido
establecido en sus lineamientos esenciales y cuyas relaciones con la teoría del apego
y las neurociencias han sido claramente establecidas.
Definición de mentalización
También podemos definirla diciendo que este constructo se refiere a una serie
variada de operaciones psicológicas que tienen como elemento común
focalizar en los estados mentales. Estas operaciones incluyen una serie de
capacidades representacionales y de habilidades inferenciales, las cuales
forman un mecanismo interpretativo especializado, dedicado a la tarea de
explicar y predecir el comportamiento propio y ajeno mediante el expediente de
inferir y atribuir al sujeto de la acción determinados estados mentales
intencionales que den cuenta de su conducta (Gergely, 2003).
Arquitectura de la mentalización
Por lo demás, cabe señalar que una parte importante del trabajo clínico tiene
que ver con ayudar al paciente a prestar atención a lo que él y los otros
piensan y sienten, al modo en que funciona su propia mente, a la forma en que
suele categorizar las actitudes de los demás para con él, etc.
Por último, vale la pena señalar que hay una relación entre la atención y el
apego, tal como ilustran diversos estudios que muestran la correlación entre el
apego seguro y el control atencional, y el apego inseguro y los déficits en dicho
control (Allen, Fonagy y Bateman 2008, pp. 36-37).
En lo que hace a esta polaridad, cabe señalar que si bien en algunos casos la
mentalización puede implicar primordialmente creencias y reflexiones acerca
de los estados mentales, en otros el foco puede consistir en los estados
afectivos.
En lo que hace a esta polaridad cabe decir que si tomamos en cuenta el punto
de vista de la neurociencia (que es el que utilizan Fonagy y colaboradores en
sus últimos trabajos), vemos que no es posible plantear acá una dicotomía
self/otro, ya que hay una notable comunidad entre los procesos cerebrales que
subyacen a ambos polos. Estudios de neuroimágenes han mostrado que
cuando nos focalizamos sobre nuestra propia mente o sobre la de los demás,
se activan los mismos circuitos cerebrales (Fonagy, Luyten, 2009),
pertenecientes a dos redes neurales diferentes.
Funciones de la Mentalización
En lo que tiene que ver con el segundo, cabe señalar que cuanto mayor sea la
captación que se tenga del sentido del comportamiento del otro, mayor será la
adecuación y sintonía con que se pueda responder al mismo. Por otra parte,
ante una conducta ajena que produzca malestar, la posibilidad de entender por
qué el otro actuó como lo hizo, ayuda a disipar el sentimiento negativo
producido por su acción o sus palabras (advertir, por ejemplo, que el otro no
tuvo intención de herirnos cuando dijo tal o cual cosa, ya que desconocía
nuestra sensibilidad para con ese tema, o que estaba alterado por algo que le
había ocurrido, etc.).
15) La mentalización nos permite advertir que los estados mentales propios y
ajenos son opacos por naturaleza y que la aprehensión de los mismos es
siempre conjetural, eventualmente confusa y poco clara.
Cabe relacionar ahora los dos temas hasta acá expuestos y mostrar cómo las
funciones de la mentalización derivan de una conjunción y articulación entre los
componentes y las polaridades mencionadas, lo que podemos representar en
el siguiente gráfico.
Podemos ilustrar esta idea con una función específica y una breve viñeta que
la ejemplifica, a los efectos de ver cómo confluyen en ellas las variables
mencionadas.
El ejemplo que sigue a continuación está tomado del comentario hecho por una
paciente, mientras hablaba en sesión de una reunión con amigos en la que
había estado con su pareja. Refiere que en un momento, en medio de un
intercambio de ideas, él tuvo para con ella un comentario desvalorizante y algo
hostil, del cual dice lo siguiente:
No me gustó la actitud que tuvo conmigo y estuve a punto de mandarlo al diablo, pero
sabía que si le decía algo delante de todos se iba a poner más agresivo y nos íbamos a pelear
en serio, porque a él le importa mucho su imagen y se siente humillado si yo le retruco
en público. Así que preferí no decirle nada en ese momento y hablarlo a solas cuando
estuviera más tranquilo.
Tras el registro del enojo y del impulso al cual impele, se pone en juego la
función 3), mediante la cual se interpola un trabajo mentalizador entre el
estímulo (comentario de su pareja) y la respuesta, que queda en conato de
reacción hostil. Dicho trabajo implica:
Por lo demás, en cada una de las funciones puede producirse una falla que
impida que ésta tenga lugar en forma adecuada, dando lugar a diversos déficits
en el funcionamiento mental e interpersonal del sujeto (cf. Sección
"Aplicaciones prácticas de la teoría de la mentalización).
Dada la complejidad de este proceso, sólo deseo consignar acá que el apego
seguro es el contexto en el que se desarrolla adecuadamente la capacidad de
mentalizar.
Estos hallazgos llevaron a indagar con mayor detalle cómo era que la
capacidad mentalizadora elevada de la madre (o de los padres) favorecía el
apego seguro y la posterior capacidad mentalizadora del niño. La respuesta
señala dos variables importantes: el reflejo parental y las interacciones
mentalizadoras.
Las estrategias y técnicas del tratamiento han sido expuestas con detalle por
Bateman y Fonagy (2004) y manualizadas en un texto posterior (2006). Su
extensión impide mayores precisiones al respecto en este lugar.
Hasta el momento han sido utilizadas dos variantes del tratamiento. Una
incluye un programa de hospital de día, de 5 veces por semana y una duración
que oscila entre los 18 y los 24 meses. En el otro el paciente se maneja en
forma ambulatoria y asiste a dos sesiones semanales, una individual y otra
grupal, a lo largo de 18 meses.
Como fue dicho más arriba, la mayoría de las madres tienen un mentalizar muy
pobre y su funcionamiento mental transcurre en una modalidad en la que
describen sus propias experiencias y la de los demás en términos de acciones
concretas y propiedades físicas (“Tiene una mala simiente” “Mi madre es una
cerda”). Por lo demás, poseen pocas palabras aptas para denominar sus
experiencias emocionales más básicas. Cuando, por ejemplo, se les pregunta
cómo reaccionaron al enterarse que estaban embarazadas, responden de un
modo difuso y no específico. Son respuestas habituales “loca”, “shockeada”
“rara” que expresan la experiencia de ser sobrepasadas por una fuerte
emoción. Tienen una apreciación escasa de la relación entre pensamientos,
sentimientos y acciones, y tienden a ser impulsivas y poco flexibles en su
comprensión de las cosas.
Por esta razón, para ayudar a cada madre a que comience a identificar sus
sentimientos y necesidades más básicas las profesionales nombran
constantemente dichos sentimientos, en el contexto de conversaciones acerca de
la salud, el cuidado de la casa, la educación, la crianza del niño, etc. que
forman lo esencial del intercambio verbal entre ellas (además de otros relatos
que la madre haga sobre problemas familiares, hechos de su historia, etc.).
Otra técnica consiste en que las profesionales hablen como si fueran el niño y
lo imiten, lo cual es un modo de hacer patente ante la madre que el niño posee
sentimientos, expectativas, necesidades y deseos, y que éstos pueden ser
detectados y entendidos en la medida en que se esté atenta y se sea receptiva
a los indicios de los mismos.
Asimismo, las profesionales estimulan constantemente a la madre a que se
pregunte qué es lo que está sintiendo y qué es lo que supone que el niño está
sintiendo.
Por último, las visitadoras sociales estimulan el juego de la madre con el niño,
el cual optimiza el vínculo madre-hijo, así como las capacidades
mentalizadoras de ambos (Allen, Fonagy, Bateman, 2008).
El tercer concepto consigna que hay una relación entre estrés, comportamiento
y mentalización, lo que puede llevar a interacciones insatisfactorias y
problemáticas.
Una vez que ha llegado a construir su hipótesis, la comparte con la familia para
obtener feedback y para contar con su acuerdo en cuanto a que será útil para
ellos trabajar en esa línea.
El terapeuta, por tanto, intenta siempre actuar bajo el supuesto de que toda
acción individual en el interior de la familia es entendible si se puede reconocer
con claridad el sentimiento que la motiva, e intenta transmitir a la familia esta
actitud mentalizante.
Por ese motivo ha sido mi interés mostrar a lo largo de este escrito cuál es la
arquitectura de la mentalización, cuáles son algunas de sus funciones y de
cuántas diversas maneras se puede utilizar en el trabajo clínico.
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