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LA DICTADURA URUGUAYA 1973-1985

( I ) Sobre la caracterización y la “especificidad” de la dictadura


uruguaya.
En primer lugar: el carácter cívico-militar o civil-militar del
régimen dictatorial uruguayo. Podemos decir que el golpe de
Estado en Uruguay no fue, estrictamente, un golpe militar o un
“asalto al poder” por las fuerzas armadas, como sucedió en los
demás países de la región en que los militares desplazan al gobierno
civil e instalan una junta. El golpe de Estado en el Uruguay lo da el
propio Presidente constitucional, que con ese acto se convierte de
presidente de iure en dictador de facto. Esa continuidad en la
titularidad del Poder Ejecutivo del Estado determina, entre otras
cosas, que tampoco se produzcan reconocimientos diplomáticos del
régimen instaurado el 27 de junio de 1973 por parte de otros
gobiernos del mundo.
María del Huerto Amarillo, ha sostenido al respecto que: “A
diferencia de los países vecinos, el modelo autoritario en el
Uruguay no fue impuesto por las Fuerzas Armadas, sino por un
gobierno legítimamente constituido y al amparo de mecanismos
constitucionales que lo facilitaban”, sobre todo la recurrencia a la
implantación de Medidas Prontas de Seguridad y la declaratoria del
“estado de guerra interno”.
Volviendo al tema del carácter “cívico” o “civil” del régimen
dictatorial, ello también quiere remarcar la participación de civiles
como base de apoyo y sostén del funcionamiento regular del
aparato administrativo y político del Estado autoritario, tanto a
nivel nacional como departamental. Empezando por la continuidad
de la mayoría de los integrantes del Gabinete (donde sólo da un
paso al costado el Vicepresidente de la República, don Jorge
Sapelli, y renuncian cuatro ministros de la Lista “15” del Partido
Colorado de gobierno); también hay continuidad en la titularidad
del poder local-municipal, a través de la continuidad en sus cargos
de todos los Intendentes (salvo el de Rocha). El soporte civil del
régimen está determinado, también, por el personal de confianza
y los profesionales que van a ocupar los puestos de decanos-
interventores en la Universidad de la República o en el Hospital de
Clínicas, el Sindicato Médico o en otras ramas de la enseñanza
pública y Entes del Estado. De todo este personal civil, destacan
funcionarios de confianza actuantes en el Ministerio de Relaciones
Exteriores, e informantes del Departamento II (Exterior) del
Servicio de Información de Defensa (SID) dependiente de la Junta
de Comandantes en Jefe.
Otra característica, es la consolidación gradual del autoritarismo
en el ejemplo uruguayo. Carlos Real de Azúa llamaba a este proceso
de crisis (que para él comienza en 1958): “endurecimiento
graduado”. Ese carácter secuencial o por etapas de la crisis del país
también ilustra una serie de “fracasos acumulativos” verificados en
tres lustros, entre 1958 y 1973, a pesar de las 4 elecciones
nacionales realizadas, la sucesión de 5 administraciones de
gobierno y parlamentos electos, la rotación de los dos partidos
tradicionales en el poder y la reforma de la Constitución. Nada de
eso, fue reaseguro suficiente para evitar la crisis de la democracia
y la ruptura institucional.
Por tanto, la instalación del autoritarismo en etapas, y no a través
de un acto rupturista único, ilustra la gradualidad del proceso de
deterioro del sistema democrático. El proceso uruguayo, entre
1968 y 1973, ilustraría lo que, parafraseando a Norberto Bobbio,
podríamos llamar el “camino democrático a la dictadura”.
Si bien democracia y dictadura, en tanto regímenes políticos, son
conceptos antagónicos, relaciones de tipo autoritario igualmente
pueden existir y constatarse bajo un régimen republicano-
democrático de gobierno, y viceversa, relaciones democráticas
pueden irse imponiendo gradualmente bajo un régimen
dictatorial, como lo ilustra nuestro proceso de transición a la
democracia, entre 1980 y 1984. Dicho de otra manera, la
legitimidad de origen de un gobierno: el ser electo
democráticamente, no asegura siempre, ni en todo momento, la
legalidad de sus procedimientos en el ejercicio cotidiano del poder
público.
Al respecto, Juan Linz establecía la posibilidad de que un gobierno
elegido legalmente fuera, él mismo, una fuente de peligro para la
continuidad de las instituciones democráticas. Dicho gobierno
puede tomar medidas en defensa de la democracia, legalmente
promulgadas por el Parlamento, pero que pueden debilitar la
defensa de las libertades civiles. Al adoptarlas, se corre el peligro
de lo que los teóricos continentales, dice Linz, llamaban “abuso
de poder”, es decir, utilizar normas legales para las que no estaban
pensadas o extenderlas a adversarios que no pueden considerarse
constituyan una oposición desleal o violenta. En todo caso, dice
Linz, “La vana esperanza de hacer más democráticas a las
sociedades por vías no democráticas ha contribuido demasiado
frecuentemente a la crisis de régimen y en última instancia ha
preparado el camino a los gobiernos autoritarios”. (167)
Otro autor, el norteamericano Robert Dahl, retomado por Luis
Eduardo González, sostiene que la crisis de la poliarquía uruguaya,
en 1973, es particularmente significativa en una perspectiva
comparada porque es el ejemplo más notable –dice-: de un
“sistema democrático de relativa larga duración reemplazado por
un régimen autoritario internamente impuesto” (subrayo lo de
“internamente impuesto” para resaltar la necesidad del análisis
institucional como factor de crisis y ruptura).
En el Uruguay posdictadura se ha tendido a razonar esta crisis
institucional atribuyendo a la violencia y existencia de
organizaciones armadas que desafían la autoridad de gobiernos
legítimos (el de Jorge Pacheco Areco y Juan Ma. Bordaberry) la
causa principal de la ruptura institucional. Esos desafíos al
monopolio estatal de la violencia será un factor fundamental de
crisis y justificación de las acciones punitivas del Estado, pero
también puede decirse que, desde noviembre de 1972, con la caída
de Raúl Sendic (el fundador del MLN) y el repliegue a Bs. As. de
otros grupos de acción directa (caso la OPR “33”), no se verifican
en el interior del país enfrentamientos armados importantes con
fuerzas estatales. Sin embargo, la continuidad de la lógica
represiva del Estado se prolongó por 11 años más bajo la dictadura.
(II) La periodización de la dictadura
Existe una periodización histórica bastante extendida y aceptada,
que fue establecida por Luis Eduardo González, y luego
popularizada por Gerardo Caetano y José Rilla en su “Breve historia
de la dictadura”.
La misma establece tres etapas:
1) La etapa de la dictadura “comisarial”, entre 1973 y 1976;
2) la etapa del “ensayo fundacional”, entre 1976 y 1980 y
3) la etapa de la dictadura “transaccional”, entre 1980 y 1985.

Los contenidos más relevantes dentro de cada una de las etapas


serían los siguientes:
1) La etapa comisarial retoma el nombre de una clasificación de
Karl Schmitt para enfatizar la tarea de “poner la casa en orden”,
es decir, cumplir las funciones primarias de asegurar el orden
público, ya no sólo orientando la represión contra los tupamaros y
demás organizaciones de izquierda que reivindicaban la lucha
armada sino contra el movimiento sindical y estudiantil, las
organizaciones de la izquierda legal, la libertad de prensa y contra
algunos sectores y líderes de los partidos tradicionales,
especialmente, el sector de “Por la Patria” y su líder emblemático,
Wilson Ferreira Aldunate.
Pero también lo clasificación de comisarial quiere significar
el carácter transitorio con que, aparentemente, fue pensada la
decisión del golpe de Estado y la instauración de una dictadura en
el país en esta etapa inicial. Ante la situación “excepcional” de
caos social sesentista una salida política transitoria o de
“emergencia” que restableciera el orden y se extendiera, por lo
menos, hasta las elecciones a realizarse en 1976. Pero esto
cambiará drásticamente a partir de 1975.
2) La segunda etapa, el ensayo fundacional, se inicia luego de la
crisis política y la destitución por los militares del dictador Juan
María Bordaberry, el 12 de junio de 1976 y la suspensión de las
elecciones previstas para noviembre de ese año. Luego del breve
interinato del Dr. Alberto Demichelli, con la unción como dictador
de Aparicio Méndez, un ex dirigente del Partido Nacional, a través
de la aprobación de los Actos Institucionales (desde junio de 1976)
y tras los primeros esbozos en público del “plan político” de las
Fuerzas Armadas, puede decirse que los objetivos del régimen
comienzan a pasar por la construcción de un nuevo y duradero
orden político, como dice Luis Eduardo González, algo similar a una
“democradura”, en términos de Philippe Schmitter o, si se
prefiere, una “democracia tutelada”.
Hagamos dos aclaraciones importantes antes de continuar: a) se ha
intentado caracterizar a las dictaduras de la región a partir del
corte entre “conservadoras” y “fundacionales”, atendiendo a si las
mismas cumplieron la función meramente represiva de conservar
el statu quo o si, además, impulsaron reformas modernizadoras,
aperturistas y liberalizadoras de la economía, del Estado, las
relaciones laborales y la legislación social. En el caso de Uruguay,
se habla más de “ensayo fundacional” que de dictadura
“fundacional”, queriendo enfatizar que la misma tuvo más un
carácter represivo-conservador que innovador-modernizador,
mientras que en Chile, por ejemplo, se habla más de dictadura
fundacional; b) El segundo hecho a señalar es que, si bien esta
etapa que va entre 1975 y 1980 contempla objetivos fundacionales,
la dictadura igualmente incrementó en el período su función
represivo-comisarial, dado que entre fines de 1975 y 1978, como
veremos, se concentraron los mayores crímenes del terrorismo de
Estado.
3) La etapa transicional que va de noviembre de 1980 a marzo de
1985. En ella, la dictadura buscó el apoyo de la ciudadanía para
legitimar el régimen a través de plebiscitar su constitución. Su
derrota en el plebiscito de noviembre de 1980, así como el
reconocimiento de dicha derrota por los militares, abrió la tercera
etapa. Esta etapa transicional, en líneas generales, fue una
liberalización pactada del régimen en la que los partidos políticos
y la sociedad civil retomaron un rol protagónico y, con marchas y
contramarchas en las negociaciones entre políticos y militares,
finalmente, se llegó a una apertura democrática, a elecciones con
proscripciones, en noviembre de 1984.
(III) La dictadura como régimen político-estatal.

a) La nueva institucionalidad, juridicidad y búsqueda de


legitimidad del régimen.
Hay que tener en cuenta que el fenómeno de la dictadura no es un
fenómeno personalizado sino institucional, y que ello implica,
entre otras cosas, la configuración de una nueva forma de Estado y
legalidad que va surgiendo a partir de la destrucción de las viejas
formas sujetas a derecho y la aparición de nuevos órganos políticos,
militares y administrativos, con sus autoridades, burocracia y
presupuesto correspondientes, tras la aprobación de una serie de
decretos, actos institucionales y resoluciones que van siendo
pautados en el tiempo a través de Cronogramas.
En el marco de esas leyes y decretos justificados por la lucha
antisubversiva, un factor importante de esta nueva configuración
dictatorial del Estado será la institucionalización y legalización del
proceso de autonomización de las FF.AA. y la aparición de órganos
mixtos de coordinación entre el poder militar y el poder político.
Parte de esa nueva institucionalidad y legalidad se conforma antes
del golpe de Estado.
A modo simplemente de ejemplo, el Consejo de Seguridad Nacional
(COSENA) surge por Decreto Nº 163 de 23 de febrero de 1973 y la
Junta de Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas y el Estado
Mayor Conjunto (ESMACO) por Decreto Nº 239 de 3 de abril de 1973.
Un momento importante en este proceso de institucionalización del
poder militar es la sanción de la nueva ley Orgánica Militar, en
1974, que explicita la competencia de las Fuerzas Armadas (la
“misión” de las mismas) en materia de “seguridad nacional”.
OTRAS: SID, JJCCJJ.
Desde el punto de vista de las estructuras estatales propiamente
dichas, en el mismo decreto Nº 464 de disolución del Parlamento
(que también disuelve las Juntas Departamentales en todo el país),
el 27 de junio de 1973, se crea el Consejo de Estado con funciones
sustitutivas de la Asamblea General, aunque su instalación recién
se producirá el 19 de diciembre del mismo año, presidido por un
político, Martín Echegoyen. El Consejo de la Nación, por su parte,
surgirá el 12 de junio de 1976, tras la aprobación del Acto
institucional Nº 2 y estará integrado por los 25 consejeros de Estado
y los 24 militares de la Junta de Oficiales Generales.
Los cónclaves gubernamentales, empezando por el de San Miguel,
en agosto de 1973, serán parte de esa nueva institucionalidad
pensada para el tema del “desarrollo” del país.
Entre 1976 y 1984 se aprobaron un total de 20 Actos institucionales,
que van fuertemente modificando y creando una nueva
institucionalidad: desde el funcionamiento del Poder Ejecutivo,
pasando por la suspensión de derechos políticos por 15 años a miles
de políticos, la forma en que el Estado uruguayo reconoce el tema
de los derechos humanos, la intervención de la Corte Electoral, la
amovilidad de los funcionarios públicos, la reforma de la seguridad
social y la eliminación de la independencia del Poder Judicial, el
rebajamiento de la Suprema Corte de Justicia a Corte de Justicia y
la creación del Ministerio de Justicia, entre otras grandes
modificaciones.
Renglón aparte en esta reestructura autoritaria del aparato de
Estado es la justificación de la intervención de la Justicia Militar y
la aplicación del Código Penal Militar en el juzgamiento de civiles,
con el consiguiente aumento de las penas y figuras delictivas. La
aprobación de la Ley de Seguridad del Estado y el orden interno,
antes del golpe de Estado, en 1972, será decisiva para
institucionalizar este cambio.
Respecto a la represión a los sindicatos, mencionemos sólo a modo
de ejemplo: la ilegalización de la Convención Nacional de
Trabajadores, el requerimiento público de todos sus dirigentes y la
Ley de Asociaciones Profesionales que se aprueba el 12 de mayo de
1981; respecto a los partidos políticos, la Ley de Estatuto de los
Partidos Políticos, que es aprobada por el Consejo de Estado el 31
de junio de 1982, autorizando el funcionamiento del Partido
Colorado, Partido Nacional y Unión Cívica y prohibiendo el
funcionamiento de partidos que por su denominación ideológica
denoten conexiones con partidos extranjeros así como de aquellos
que inciten a la violencia. Toda esta “legalidad” e institucionalidad
del régimen fue compendiada en 58 artículos que forman parte del
proyecto de Constitución aprobado por la Asamblea Constituyente,
el 28 de octubre de 1980, proyecto al que la ciudadanía dijo ¡No!
en el plebiscito del 30 de noviembre del año ’80.
(III) La dictadura como régimen político-estatal.
b) La represión. Como hemos dicho, una de las características
distintivas de las dictaduras instaladas en el Cono Sur de América
Latina en los años ’60 y ’70 del siglo pasado es la represión a gran
escala, el carácter masivo y serial de la misma, dirigida a grandes
colectivos humanos y a la vigilancia de la población en su conjunto.
La autodenominada para el Estado “guerra interna”, define un tipo
particular de guerra que el mismo Estado declara a sectores
particularizados, estigmatizados y penalizados dentro de la propia
sociedad uruguaya, es decir, “hermanos de sangre”, conciudadanos
que pasan a ser considerados como “enemigos internos”.
La identificación del “enemigo interno” como “delincuente
común”, tiende a equiparar la guerra contra la subversión a la
“lucha contra el hampa”. Y, a través de ello, borrar los parámetros
convencionales y hasta éticos del enfrentamiento bélico
convencional. Esta “policialización” de la guerra y de las funciones
de las Fuerzas Armadas permite la transformación de la “guerra
interna” en “guerra sucia” (sobre todo entre fines de 1975 y 1978),
la segunda etapa o transformación del régimen en verdadero
“terrorismo de Estado”.
Por eso mismo, entre otros indicadores, el gobierno uruguayo de la
época no respetará las Convenciones internacionales de Ginebra
que había firmado para el tratamiento de prisioneros de guerra, a
quienes trata como simples delincuentes comunes.
La represión se desenvuelve ininterrumpidamente entre 1973 y
1985, pero es avanzada por la represión desplegada por el Estado
uruguayo en los años ’60 y principios de los ’70, bajo medidas
prontas de seguridad, militarización de obreros, bancarios y
funcionarios públicos y hasta suspensión temporaria de garantías
individuales. Entre 1973 y 1974, el eje represivo es el movimiento
sindical nucleado en la CNT, que había organizado la huelga general
y continuaba con la campaña por la reafiliación sindical. En 1974
hay una importante represión a miembros del MLN que habían
reingresado a Uruguay, y también en Buenos Aires. Desde el 20 de
octubre de 1975 y hasta marzo de 1976, se desarrolla la Operación
“300 Carlos”, la detención de más de 300 integrantes del Partido
Comunista y la Unión de la Juventud Comunista en el centro
clandestino de reclusión conocido como la “Casa de Punta Gorda”
o “Infierno Chico”, en Rambla República de México, y en los
galpones del Servicio de Material y Armamento del Ejército, a los
fondos del Batallón Nº 13.
Desde abril, y particularmente entre junio-julio de 1976, tiene
lugar la represión en Buenos Aires y en el centro clandestino de
reclusión “Automotoras Orletti” del Partido por la Victoria del
Pueblo; en setiembre-diciembre del mismo año transcurre la
segunda oleada contra el PVP. Aquí debemos considerar la
desaparición de más de 22 militantes, traídos desde Argentina en
forma clandestina en el llamado “Segundo vuelo”, sin poderse
determinar aún su destino final. También en el año 1976 se
producirá el secuestro y muerte de los legisladores Zelmar Michelini
y Héctor Gutiérrez Ruiz en Buenos Aires así como del matrimonio
integrado por los ex miembros del MLN (tendencia “Nuevo
Tiempo”): Rosario Barredo y William Whitelaw y, un día antes, la
desaparición del dirigente comunista, Dr. Manuel
Liberoff. También 1976 será el año de la aparición de más de 20
cadáveres mutilados en distintos puntos de la costa uruguaya; la
detención, secuestro en la Embajada de Venezuela y desaparición
de la maestra Elena Quinteros así como el secuestro, traslado desde
Buenos Aires y desaparición de María Claudia García de Gelman, y
apropiación de su hija recién nacida Macarena.
El año 1977 es la ofensiva represiva con su secuela de
desaparecidos contra los Grupos de Acción Unificadora (GAU) en
Montevideo y Buenos Aires y, en esta última ciudad, también contra
los integrantes de las Agrupaciones de Militantes Socialistas, del
MLN, y del Partido Comunista Revolucionario, integrantes de la
Unión Artiguista de Liberación (UAL). En 1979, 1981-1982 y 1983,
se sucederán oleadas represivas contra el Partido Comunista y la
Unión de la Juventud Comunista, así como contra dirigentes del
Plenario Intersindical de los Trabajadores (PIT); también contra el
Partido Nacional, especialmente contra su grupo mayoritario “Por
la Patria” y su líder Wilson Ferreira Aldunate, encarcelado en un
cuartel cuando regresa al país desde Buenos Aires.
(III) La dictadura como régimen político-estatal.
c) Los fundamentos ideológicos del nuevo orden político. La
ideología, el discurso y los símbolos de la dictadura uruguaya están
estudiados en algunos trabajos específicos más recientes. Aldo
Marchesi en: “El Uruguay inventado”, analiza las políticas
culturales de la dictadura, en particular, la producción audiovisual
instrumentada desde la Dirección Nacional de Relaciones Públicas
(DINARP). Vania Markarian e Isabella Cosse en su libro: “1975. El
año de la Orientalidad”, analizan los intentos de la dictadura por
reformular los contenidos de la identidad nacional por lo que
consideraban “su esencia”, dotando de un sentido fundador a los
acontecimientos históricos de 1825 a través de sus celebraciones y
mirando “el curso de la historia como eco de un dilema profundo
entre el “bien” y el “mal”.
Desde el punto de vista de la ideología política de la dictadura,
Pablo Mieres y José Luis Castagnola analizan los componentes de la
llamada Doctrina de la Seguridad Nacional. Entre otros conceptos,
destacamos: subversión y sedición; seguridad y desarrollo; guerra
interna y enemigo interno; anticomunismo y psico-política; misión
de las Fuerzas Armadas; Nación, muchos de los cuales pasan a ser
los principios doctrinarios de la nueva Ley Orgánica Militar
adoptada en 1974.
(IV) La resistencia a la dictadura. La solidaridad internacional
(exilio)
Apenas dos palabras finales para este importante tema poco
estudiado aún. Las expresiones antidictatoriales de los partidos
políticos tradicionales suspendidos por el régimen, desde depositar
un clavel rojo en la tumba de José Batlle y Ordoñez por el Partido
Colorado hasta las conmemoraciones de fechas de Aparicio Saravia
por el Partido Nacional; o la lucha clandestina de los partidos de
izquierda ilegalizado y los intentos de reorganizar el movimiento
sindical, pasando por el canto popular, las letras del carnaval, las
conversaciones en cumpleaños y velorios, la ayuda de personas
comunes y las familias a los presos, desaparecidos y perseguidos
políticos, mostrarán también la continuidad de la resistencia a la
dictadura durante más de una década, resistencia que irá abriendo
resquicios legales para organizarse y manifestarse públicamente,
sobre todo luego del plebiscito de 1980, que también marca el
“resurgimiento” de la sociedad civil.
A ello contribuirán las expresiones de solidaridad internacional,
tanto de organismos internacionales como de gobiernos,
asociaciones y pueblos, y el papel de un exilio activo de uruguayos
radicado en más de 40 países del mundo.

Material extraído de:


http://www.anep.edu.uy/historia/clases/clase27_2/programa_c2
7_1_4.html
BIBLIOGRAFIA

Gerardo Caetano; José Rilla. Breve historia de la dictadura (1973-


1985). EBO-CLAEH, Montevideo, 1987.
María del Huerto Amarillo. El ascenso al poder de las Fuerzas
Armadas. Cuadernos de Paz y Justicia .
Montevideo,1986; Participación política de las Fuerzas Armadas. En:
Varios. Uruguay y la democracia. Tomo I. Montevideo, EBO, 1984,
p. 48-57.
Isabela Cosse; Vania Markarian. 1975: Año de la Orientalidad.
Identidad, memoria e historia en una dictadura. Trilce. Montevideo,
1996.
José Luis Castagnola; Pablo Mieres. La ideología política de la
dictadura. En: El Uruguay de la dictadura (1973-1985). Banda
Oriental. Montevideo, 2004. p. 113-144.

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