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La dinámica política del Proceso de Reorganización Nacional (Argentina, 1976-1983)

Paula Canelo

Próxima publicación en Franco, Marina y Hernán Ramírez (eds.): Ditaduras no Cone Sul da
América Latina. Um balanço historiográfico, Río de Janeiro: Civilizaçao Brasileira. Idioma
portugués. Traducción de Isadora Lucchini Torres y Clóvis Marques.

Introducción

A mediados de 1978, el politólogo francés Alain Rouquié afirmaba en un artículo de


coyuntura que el “régimen nacido del último golpe de Estado fue sin dudas el más militar de
todos aquéllos que tuvo la Argentina desde 1930”.1 Aún al calor de los hechos, el observador
ya podía percibir las inéditas transformaciones que venía a operar el autodenominado Proceso
de Reorganización Nacional (PRN, 1976-1983) sobre la escena argentina de mediados de los
años setenta.
Con la perspectiva que otorga la distancia, hoy podemos confirmar que la última dictadura
militar fue el punto más alto en un crescendo abierto allá por los años treinta, cuando en la
Argentina sonara, por primera vez, la “Hora de la Espada”2.
Por un lado (y esto ya ha sido señalado3), la dictadura argentina de 1976 pretendió superar a
sus antecesoras poniendo en marcha la primera experiencia de involucramiento institucional
pleno en el ejercicio del poder y del gobierno. Efectivamente, tras el golpe de Estado de
marzo de 1976 las tres armas participantes en la Junta Militar, máximo órgano soberano del
esquema gubernamental, se comprometieron institucionalmente en el destino de la
experiencia, compartiendo el poder en partes iguales.


Socióloga. Investigadora Independiente del CONICET. Profesora de la Carrera de Sociología de la FCS-UBA.
1
Rouquié, Alain, “Reorganización Nacional y ‘Guerra Sucia’”, en Alain Rouquié, Autoritarismos y Democracia,
Buenos Aires, Edicial, 1994, p. 281.
2
La expresión pertenece al intelectual argentino Leopoldo Lugones, que en 1924, en un homenaje a la Batalla de
Ayacucho, afirmó que “ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espada”; sus expresiones fueron
recuperadas por los partidarios del general José Félix Uriburu luego del golpe militar de 1930.
3
Entre otros trabajos, consultar Acuña, Carlos y Catalina Smulovitz, “Militares en la transición argentina: del
gobierno a la subordinación constitucional”, en VVAA, Juicio, castigos y memorias. Derechos humanos y
justicia en la política argentina. Buenos Aires, Nueva Visión, 1995; Novaro, Marcos y Vicente Palermo, La
dictadura militar 1976/1983, Buenos Aires, Paidós, 2003.

1
Por otro lado (y esto, sin dudas, ha sido mucho menos trabajado4), los militares procesistas
trasladaron con particular intensidad al seno mismo del Estado y del gobierno todas las
contradicciones ideológico-políticas que caracterizaron a las Fuerzas Armadas argentinas
desde su origen como instituciones profesionales a principios del siglo XIX, dotando a la
experiencia dictatorial de un importante grado de incoherencia e inestabilidad.
Finalmente, las Fuerzas Armadas procesistas no se cansaron de insistir en que una de sus
garantías de éxito era que habían aprendido de los fracasos, y también de los aciertos, de los
gobiernos militares anteriores, de quienes se sentían, en mayor o menor medida, herederas. Es
así que el Proceso se inscribió, a pesar de todas sus marcas distintivas, en el punto de llegada
de una tradición de larga data, la de los sucesivos y multifacéticos intentos, por parte del actor
militar, de corregir las “desviaciones de la sociedad civil”.
En este camino, el referente más directo del Proceso fue su antecesor inmediato, el régimen
militar de la Revolución Argentina, durante el que se sucedieron las presidencias de los
generales Juan Carlos Onganía, Roberto Levingston y Alejandro Lanusse (1966-1973).
Considerado el primer intento consistente de la corporación militar de promover cambios
radicales e irreversibles en la sociedad argentina, este “Estado Burocrático-autoritario”5
enlazó los intereses de la fracción “azul”6 de las Fuerzas Armadas con los de la burguesía
transnacionalizada mediante la articulación entre la “seguridad” y el “desarrollo”.
La primera lección que los elencos procesistas decían haber aprendido de la Revolución
Argentina está relacionada con la elección de la política represiva. A diferencia de su
antecesora, la dictadura de 1976 privilegió por sobre la represión legal (donde la
responsabilidad era asumida por órganos represivos legales y donde mediaba algún tipo de
normativa previa) una metodología ilegal basada en la clandestinización del Estado, la
actividad de “grupos de tareas” y la organización de centros clandestinos de detención donde
los prisioneros eran sometidos a las más salvajes torturas y vejaciones, que solían concluir
con la muerte y la desaparición.

4
Consultar, entre otros, Canelo, Paula, El Proceso en su laberinto. La interna militar de Videla a Bignone,
Buenos Aires, Prometeo, 2008 (a); Canelo, Paula, Entre la política y la técnica. Las Fuerzas Armadas
argentinas de la refundación a la prescindencia (Argentina, 1976-2001), Tesis de Doctorado en Ciencias
Sociales, Buenos Aires, FLACSO, 2006 (a); Canelo, Paula, “Dictature et politique. L’expérience fondatrice
inachevée du ‘Processus de réorganisation nationale’ (Argentine 1976-1983)”, Vingtième Siècle, Nº105, janvier-
mars 2010; Pucciarelli, Alfredo (coord.), Empresarios, tecnócratas y militares, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004.
5
O’Donnell, Guillermo, El Estado burocrático-autoritario, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982.
6
“Azules” y “colorados” son los dos bandos hipotéticos que confrontan en las maniobras militares. Así habían
sido bautizadas dos fracciones militares surgidas tras el derrocamiento de Juan Domingo Perón en 1955, que
poseían distintas concepciones sobre el peronismo y que se enfrentaron militarmente en 1962 y 1963.

2
Múltiples son los factores que explican la elección y predominio de este tipo de represión
ilegal7, pero entre ellos se encuentra, sin dudas, el fracaso de la represión predominantemente
legal adoptada por el régimen de 1966, desarticulada por el gobierno de Héctor Cámpora
asumido en 1973, mediante la sanción de la “Ley de Amnistía” y el “Devotazo” que
posibilitaron la liberación de los militantes políticos encarcelados por la Revolución
Argentina.8
La segunda lección, de especial interés para este trabajo, se refiere al ejercicio del poder
gubernamental. Los militares procesistas sabían que los conflictos internos y la
“personalización” del poder debían ser evitados. Para ello, adoptaron un modelo institucional
complejo (“esquema de poder”) regido por dos reglas fundamentales: la supremacía de la
Junta Militar sobre el presidente y el reparto tripartito del poder9. Este modelo debía permitir,
idealmente, el virtual autoatamiento de las instituciones armadas al destino de la experiencia
autoritaria, ejercer un control vertical y horizontal del poder, neutralizar los conflictos
internos, tanto intrafuerzas como interfuerzas, y evitar la concentración del poder.
Sin embargo, las Fuerzas Armadas no previeron que la dinámica de este esquema sería
radicalmente opuesta a la deseada. En efecto, la misma potenciaría el surgimiento y desarrollo
de los conflictos internos, los trasladaría a toda la estructura de poder y atentaría contra el
cumplimiento de varios de los objetivos más importantes del régimen. Finalmente, como
venía sucediendo históricamente, ello incidió en la entrega imprevista y descontrolada del
poder a los civiles; con la diferencia de que, en este caso, la caída del régimen arrastraría a las
Fuerzas Armadas argentinas a la crisis más profunda de su historia, colocándolas al borde de
la desintegración institucional.
En este trabajo sostenemos que esta especificidad del régimen argentino se explica no por las
particularidades del diseño institucional en sí, a pesar de sus evidentes limitaciones; ni
tampoco por las del actor protagónico dentro del esquema, la conflictiva y contradictoria
alianza cívico-militar que llevó adelante la experiencia autoritaria. Afirmamos que la
particular dinámica política que caracterizó a la última dictadura militar argentina fue
resultado de la combinación de estos dos niveles, el del modelo institucional y el de los
actores, articulados históricamente en sucesivos y cambiantes contextos políticos.

7
Entre otros, la influencia de la Doctrina de Seguridad Nacional, la eficacia disciplinaria del terror sobre la
sociedad, la posibilidad que ofrecía la clandestinidad de evitar las sanciones internacionales y de dirimir
conflictos intramilitares, etc.; Acuña y Smulovitz, op. cit.
8
El llamado “Devotazo” fue una movilización masiva acompañada por una revuelta de presos en el penal de
Villa Devoto, provincia de Buenos Aires; mientras que la Ley Nº20508, conocida como “Ley de Amnistía”, fue
la primera ley promulgada por el Congreso Nacional durante el gobierno de Cámpora.
9
Novaro y Palermo, op. cit.

3
A continuación desarrollamos por separado ambos niveles, el del “esquema de poder” y el de
la composición de la alianza cívico-militar protagonista de la experiencia autoritaria, para
dedicarnos en los apartados siguientes a comprender de qué forma ambos se combinaron
durante las sucesivas presidencias de los generales Jorge Rafael Videla (1976-1981), Roberto
Eduardo Viola (1981), Leopoldo Fortunato Galtieri (1981-1982) y Reynaldo Bignone (1982-
1983) en un cambiante contexto político. Finalmente, concluimos con algunas reflexiones
sobre la particular dinámica política del PRN.

El “esquema de poder”

A partir de 1976, consolidando la tendencia inaugurada por la Revolución Argentina de


progresivo involucramiento de los militares en el gobierno, la Junta Militar integrada por los
Comandantes de las tres Fuerzas Armadas (Ejército, Armada y Fuerza Aérea), se constituyó
como “órgano supremo de la Nación”, dotado de una autoridad superior a la del Presidente de
la Nación. Podía sesionar sólo en “presencia de la totalidad de sus miembros”, debiendo
adoptar sus decisiones “por simple mayoría”, salvo en el caso de elección o remoción del
Presidente, para lo que se requería unanimidad. Sus propósitos primordiales eran “velar por el
normal funcionamiento de los demás poderes del Estado” y por el cumplimiento de los
“objetivos básicos”. La Junta designaba al Presidente de la Nación, a los miembros de la
Comisión de Asesoramiento Legislativo y a los altos funcionarios del Poder Judicial de la
Nación; controlaba estrechamente su actividad y podía destituirlos cuando lo considerara
“conveniente”. Absorbía varias funciones que según la Constitución Nacional le
correspondían al Ejecutivo y al Legislativo, como el Comando en Jefe de las Fuerzas
Armadas, las funciones militares y de guerra, y la declaración del estado de sitio.
El Presidente de la Nación debía ser un “oficial superior de las Fuerzas Armadas” en situación
de retiro que no podía desempeñarse, al mismo tiempo, como miembro de la Junta, aunque la
“situación excepcional” previa al golpe de Estado justificó coyunturalmente la reunión de
ambos cargos en la figura del general Videla. Tenía facultades ejecutivas y legislativas, debía
designar a los jueces de los tribunales inferiores de la Nación y a los gobernadores
provinciales, y controlar la estructura ministerial a través de la estratégica Secretaría General
de la Presidencia. El control sobre el gabinete era reforzado mediante la designación, en cada
Ministerio, de un delegado militar por cada una de las tres Fuerzas.
La Comisión de Asesoramiento Legislativo (CAL) estaba integrada por nueve oficiales
superiores, tres por cada Fuerza, y en su seno funcionaban ocho subcomisiones, una por cada

4
ministerio. Tenía “facultades de asesoramiento legislativo en representación de las Fuerzas
Armadas” ante el Poder Ejecutivo: su principal tarea era seleccionar y criticar los proyectos
de ley presentados por las diferentes reparticiones del aparato estatal para el examen posterior
del Presidente, y elaborar y promover proyectos de ley, permitiendo un control vertical y
horizontal de la producción legislativa.
Finalmente, la rotación en el desempeño de los cargos más altos de la jerarquía
gubernamental y militar (miembro de la Junta Militar, Presidente de la Nación, miembro de la
CAL y Comandante en Jefe) procuraba evitar la “personalización” del poder.10
El reparto tripartito del poder, otro rasgo fundamental del esquema, ordenó los más altos
niveles gubernamentales, como la Junta Militar y la CAL, donde las Fuerzas se hallaban
representadas equitativamente. En cuanto al Poder Ejecutivo, cada Fuerza obtuvo dos de las
carteras del primer gabinete de Videla, con excepción de Educación y Economía, asignadas a
civiles. La mitad de las gobernaciones quedó en manos del Ejército y la otra mitad se repartió
entre la Armada y la Fuerza Aérea, mientras los cargos municipales eran distribuidos entre
civiles afines11. Los medios de comunicación, los sindicatos, las obras sociales, las
organizaciones empresarias y los directorios de empresas públicas, entre otros, eran
intervenidos también “equitativamente” por miembros de las tres Fuerzas.
El criterio tripartito también predominó en el diseño represivo que literalmente feudalizó el
territorio nacional. El terrorismo de Estado fue organizado a partir de la división territorial de
los Cuerpos de Ejército, delimitándose Zonas y Subzonas donde operaban “fuerzas
conjuntas”, bajo un comando unificado y con un objetivo común; si bien el Ejército tenía la
responsabilidad operativa primaria, era “apoyado” por la Marina y la Fuerza Aérea mediante
la asignación de elementos propios.12 El involucramiento conjunto, al igual que la

10
Sobre el “esquema de poder”, consultar el “Estatuto para el Proceso de Reorganización Nacional”, 24/3/1976;
el “Reglamento para el funcionamiento de la Junta Militar, Poder Ejecutivo Nacional y Comisión de
Asesoramiento Legislativo”, Boletín Oficial, 26/3/1976; Castiglione, Marta, La militarización del Estado en la
Argentina (1976-1981), Buenos Aires, CEAL, 1992; Novaro y Palermo, op. cit.
11
La participación de los civiles como funcionarios del régimen ha sido tan significativa como poco estudiada,
especialmente en los niveles gubernamentales inferiores. De acuerdo con el diario La Nación, hacia 1980 “el
52% de los intendentes del país pertenecían a algún partido político según esta distribución: UCR: 35,3%; PJ
19,3%; PDP 12,4%; MID 10,7%; FUFEPO 8,9%.” (La Nación, 25/3/1980, cit. en González Bombal, Inés, El
diálogo político: la transición que no fue. Buenos Aires, CEDES, 1991: 91). A mediados de 1981, el general
Liendo evaluaba que el 90% de los “equipos ministeriales o intendencias” estaban confiados a civiles, “radicales,
desarrollistas, intransigentes, justicialistas, federalistas, conservadores, democristianos, socialistas, de Nueva
Fuerza, de Línea Popular (y de) casi todos los principales partidos provinciales” (Clarín, 10/6/1981; cit. en
González Bombal, op. cit., p. 91).
12
Mittelbach, Federico y Jorge Mittelbach, Sobre Áreas y Tumbas. Informe sobre desaparecedores. Buenos
Aires, Sudamericana, 2000.

5
participación masiva de los militares en la represión, fortalecieron el “pacto de sangre”
gestado alrededor de ella, que se transformó en el principal recurso de cohesión interna13.
El reparto tripartito también orientó la extensa militarización del aparato estatal que
consolidaron las Fuerzas Armadas durante el Proceso. Esta progresiva ocupación del Estado
por parte de los militares, asociada con la ampliación de sus funciones “extra-institucionales”
(sobre todo, la del ejercicio del gobierno), se había iniciado en las primeras décadas del siglo
XX, había sido fortalecida primero por el peronismo y luego por el desarrollismo, y se había
consolidado durante la Revolución Argentina. A partir de 1976 este proceso alcanzó niveles
inéditos: la expertisse política obtenida en el ejercicio recurrente del poder y la capacidad
técnica derivada de la ocupación de cargos públicos y la dirección y administración de
organismos y empresas del Estado le otorgó a los militares argentinos los instrumentos
necesarios para autopercibirse (aunque no necesariamente para desempeñarse) como una élite
burocrática “eficiente”.14

La alianza cívico-militar

Las Fuerzas Armadas que llevaron adelante el régimen autoritario se aglutinaban tras dos
objetivos políticos inseparables: la creación de una nueva clase dirigente, imaginada bajo el
rimbombante título de “Movimiento de Opinión Nacional” (MON), y la institucionalización,
bajo la forma de un “cuarto poder”, del rol de “custodios” o “árbitros” que, afirmaban, habían
desempeñado históricamente en el sistema político argentino.15 Pero más allá de este
entusiasmo compartido, pocas eran las precisiones (y menos aún las precisiones compartidas)
que los militares podían establecer acerca de cómo lograr, concretamente, esos objetivos.
Paralelamente, el principal elemento que amalgamaba el diagnóstico de las Fuerzas Armadas
con el de sus aliados civiles era la aversión frente al “populismo económico”, concebido en
términos muy amplios. La transformación de los actores socioeconómicos protagonistas del

13
Canelo, 2008 (a), op. cit.
14
Castiglione, op. cit.
15
Ambos objetivos eran centrales en los documentos políticos que circulaban restringidamente. En octubre de
1976, el entonces gobernador de Buenos Aires, general Ibérico Saint Jean, recomendaba la “vertebración de una
nueva clase dirigente” y la creación de un “Consejo de la República (donde) las FF.AA. participarán (…) como
custodios de los intereses específicos de la seguridad y el potencial de la Nación, disponiendo de un poder de
veto” (“Un nuevo ciclo histórico argentino: del Proceso de Reorganización Nacional a la Tercera República.
Lineamientos para una estrategia nacional”, 1976, s/d). En abril de 1978, el influyente Jaime Perriaux, entusiasta
intelectual civil de la dictadura, impulsaba una “reforma institucional” que permitiera la creación de un “Consejo
de la República”, donde pudiera “institucionalizarse aquella intervención última de las Fuerzas Armadas (...)
como custodios permanentes de la continuidad histórica” (“Propuesta Política de Jaime Perriaux para el Proceso
de Reorganización Nacional”, 1978, p. V-3 y ss.)

6
espasmódico funcionamiento económico de posguerra (muy especialmente los sindicatos)
sólo podía lograrse, entendían, desmantelando las estructuras y prácticas populistas, tanto
económicas como políticas16.
Finalmente, esta ambiciosa (y no necesariamente coherente) sumatoria de refundación política
y económica debía ser garantizada por una tarea superior: la “lucha antisubversiva”. La
misma era alimentada desde distintas vertientes: entre otras, la Doctrina de Seguridad
Nacional, que consideraba que la preservación de las “fronteras ideológicas” y la lucha contra
el “enemigo interno” debían ser la principal misión militar, las enseñanzas de las “guerras
antisubversivas” libradas en Argelia e Indochina por el ejército francés, y la participación de
los militares procesistas en el bando “colorado”, que los llevaba a concebir (a diferencia de
los “azules”) al peronismo y a la “subversión” como dos caras de la misma moneda.
Estos recursos de cohesión, y la definición amplia de las tareas perseguidas, atenuaron
inicialmente las contradicciones de esta compleja alianza cívico-militar, compuesta por
distintas fracciones internas.
La fragmentación del frente militar era contundente. La fracción “revolucionaria” o “dura”
tenía fuerte gravitación en el Ejército, sobre todo entre los Comandantes de Cuerpo o “señores
de la guerra”, y en la Fuerza Aérea. Sus miembros, defensores del poder soberano del
Proceso, eran profundamente anticomunistas y antiperonistas, rechazaban cualquier
acercamiento con las organizaciones civiles, y postulaban tanto la primacía de la “lucha
contra la subversión” como una prolongada permanencia de las Fuerzas Armadas en el
gobierno. No presentaban una postura ideológica homogénea, variando entre el nacionalismo
elitista, el paternalismo y el integrismo católico, ni coincidían en su credo económico:
mientras la Fuerza Aérea apoyaba la reforma económica liberal, los “duros” del Ejército se le
oponían, defendiendo la intervención económica estatal y el fortalecimiento de la industria
bélica, a la que consideraban estratégica para el “desarrollo” y la “defensa nacional”.
En la fracción “moderada” se agrupaban los más altos funcionarios del Ejército, como los
generales Videla, Albano Harguindeguy y Galtieri, que compartían, en términos generales, el
fervor por el MON con el apoyo a la política económica liberal. Pero lo más relevante de esta
fracción no era su coherencia ideológica, sino el rol que cumplía en la dinámica política del
frente militar en general, y del Ejército en particular. En efecto, su función era “moderar” la
interna intrafuerzas del Ejército, otorgándole alternativamente su apoyo a las “minorías de

16
Novaro y Palermo, op. cit.; Canelo, 2008 (a), op. cit.

7
preferencias intensas” (las fracciones “dura” y “politicista”), y conservar el equilibrio
institucional.
Por último, la fracción “politicista” tenía relativa impronta dentro del Ejército y de un grupo
encumbrado de generales, como Viola, Horacio Tomás Liendo, José Rogelio Villarreal,
Antonio Vaquero y Bignone. Sus miembros aceptaban, con una mirada acentuadamente
política, subordinar los objetivos parciales del Proceso al éxito o fracaso de la experiencia en
su conjunto. Así, por ejemplo, consideraban que los partidos políticos y las organizaciones
sindicales existentes eran interlocutores válidos si de lo que se trataba era de superar el
debilitamiento de los recursos de legitimación y/o el agotamiento de los tiempos políticos.
Finalmente, eran opositores de la reforma económica liberal, pero no por profundas
convicciones económicas (más bien cercanas al desarrollismo, como los “duros” del Ejército),
sino por considerarla contraria a las necesidades de legitimación de la dictadura.
Por su parte, los elencos civiles de la dictadura se alineaban tras las mismas corrientes
ideológicas que habían nutrido los cuadros de gobierno de los regímenes militares anteriores.
En efecto, nacionalistas y liberales integraron la estructura ejecutiva del régimen,
especialmente el gabinete nacional donde, continuando con la misma búsqueda del equilibrio
interno que procuraba el reparto tripartito, disfrutaron de un virtual empate inicial.17
El nacionalismo argentino se encontraba relativamente debilitado, ya que pocos años antes del
golpe habían fallecido varios de sus más paradigmáticos exponentes, ideólogos civiles con
gran influencia en las Fuerzas Armadas, como Julio Meinvielle, Carlos Sacheri y Jordán
Bruno Genta, estos dos últimos víctimas de atentados de la organización armada Ejército
Revolucionario del Pueblo (ERP). A pesar de su eclipse, a partir de 1976 los nacionalistas
obtuvieron el Ministerio de Educación, primero con Ricardo Bruera y luego con Juan José
Catalán, que profundizaron la influencia del nacionalismo católico en el área educativa.18
Además, destacados nacionalistas fueron designados como miembros de la Corte Suprema de
Justicia19 y en el CONICET, sobre todo en las ciencias sociales; la emblemática revista
Cabildo y la Iglesia católica les otorgaban fluidos canales de expresión20.

17
Este “empate” evolucionó progresivamente hacia el predominio de los liberales sobre los nacionalistas;
Canelo, Paula, “Las ‘dos almas’ del Proceso. Nacionalistas y liberales durante la última dictadura militar
argentina (1976-1981)”, Páginas, Nº1, mayo-agosto 2008 (b).
18
Rodríguez, Laura Graciela, Católicos, nacionalistas y políticas educativas en la última dictadura (1976-1983),
Rosario, Prohistoria Ediciones, 2011.
19
Mignone, Emilio, Iglesia y dictadura. El papel de la Iglesia a la luz de sus relaciones con el régimen militar.
Buenos Aires, UnQui - Página/12, 1999.
20
Saborido, Jorge, “El antisemitismo en la historia argentina reciente: la revista Cabildo y la conspiración judía”,
Revista Complutense de Historia de América, vol. 30, 2004; Rock, David, La Argentina autoritaria. Los
nacionalistas, su historia y su influencia en la vida pública. Buenos Aires, Ariel, 1993.

8
El liberalismo obtuvo, a partir de 1976, el Ministerio de Economía, donde fue designado José
Alfredo Martínez de Hoz. Muchos de los funcionarios del área habían ocupado cargos
públicos durante la Revolución Argentina o el interinato de Guido, y algunos provenían del
“Club Azcuénaga”, círculo de intelectuales, políticos y economistas promovido por Jaime
Perriaux y el general Hugo Miatello, o habían militado en los orígenes de la democracia
cristiana o en grupos católicos.21 La transformación sufrida por el liberalismo vernáculo
permitía identificar, dentro de los elencos económicos de la dictadura, tanto partidarios del
“liberalismo tradicional” como miembros de una nueva corriente, el “liberalismo
tecnocrático”. Los primeros eran representantes de las viejas clases dominantes agrarias
diversificadas en actividades industriales, comerciales y financieras, que conservaban una
importante influencia, facilitada por su acceso a poderosos medios de comunicación, como el
diario La Nación, y promovían la defensa de los “sectores productivos”, los principios de las
ventajas comparativas y el antiestatismo. Por su parte, los “tecnócratas” expandían su
presencia en círculos privados, como institutos de investigación, lobbies y empresas. En el
marco de las transformaciones económicas internacionales de la década del setenta, e
inspirados en la experiencia de la dictadura chilena, postulaban la implementación local de los
avances de la academia norteamericana, del tipo Friedman y la “Escuela de Chicago” 22.

La “edad de oro” del Proceso: la primera presidencia de Videla

La primera presidencia del general Videla (1976-1978) puede ser considerada la “época
dorada” del régimen militar. Durante la misma, de la mano del predominio de la fracción
“moderada”, que buscó imprimirle a la gestión un marcado acento institucionalista y de apego
a los “Documentos Básicos del Proceso”, la dictadura argentina se expresó con su mayor
potencia.
A partir de marzo de 1976, el gobierno militar persiguió dos objetivos excluyentes: la “lucha
antisubversiva” y la “normalización económica”. A pesar de que las principales
organizaciones armadas (Montoneros y ERP) habían sido destruidas militarmente antes del
golpe,23 los militares se embarcaron en una “última guerra final de la humanidad”24, escenario

21
Canelo, 2008 (a), op. cit.
22
Canelo, 2008 (a), op. cit.; Heredia, Mariana, “El Proceso como bisagra. Emergencia y consolidación del
liberalismo tecnocrático: FIEL, FM y CEMA”, en Alfredo Pucciarelli, op. cit.; O’Donnell, Guillermo, “Las
fuerzas armadas y el Estado autoritario del Cono Sur de América Latina”, en Guillermo O’Donnell:
Contrapuntos. Ensayos escogidos sobre autoritarismo y democratización. Buenos Aires, Paidós, 1997.
23
Frontalini, Daniel y María Cristina Caiati, El mito de la guerra sucia, Buenos Aires, CELS, 1984.
24
Schmitt, Carl, El concepto de lo político, México, Folios, 1984.

9
donde la dictadura encontró su recurso más importante de legitimación social y de cohesión
institucional.
Pero la legitimidad otorgada por la “lucha antisubversiva” se agotó muy rápidamente, y a
fines de 1976 la dictadura debió iniciar la “clausura” del escenario de la “guerra interna”,
mientras los voceros del régimen anunciaban la elaboración de un Plan Político que
permitiera la “convergencia cívico-militar”. Paralelamente, el gobierno de Videla procuraba
avanzar con la integración del MON estrechando relaciones con dirigentes de algunos
partidos provinciales de derecha, agrupados alrededor de la Fuerza Federalista Popular
(FUFEPO).25
La confluencia de dos necesidades contradictorias, la de definir sus objetivos políticos y la de
recompensar a los “duros” por la “guerra interna”, llevó a los “moderadores” a crear un
Ministerio de Planeamiento, donde designaron al general Ramón Genaro Díaz Bessone,
Comandante del Cuerpo II. Dicha cartera redactó el primer Plan Político del régimen, el
“Proyecto Nacional”, que resumía la cosmovisión de los “duros” y también la del Onganiato:
la defensa del desarrollismo económico, la preservación del “poder de decisión nacional
frente a la acción de los países desarrollados”, la promoción de las “asociaciones intermedias”
como forma de evitar la representación partidaria, y plazos políticos no menores a “doce
años”.26
El “Proyecto Nacional” fue apoyado por los “duros” en el “Plan Nueva República”, donde el
general Jorge Olivera Rovere, Secretario General del Ejército, recomendaba “encarar por el
sector público (el) desarrollo de industrias básicas”, avanzar en los objetivos económicos “con
el menor costo social posible” y aceptar que los tiempos políticos del régimen no podían ser
menores “a los 12/15 años”.27
Pero el fragmentado frente militar resistió estos avances. Las Secretarías de los Comandos en
Jefe hicieron sentir con fuerza el peso del criterio tripartito en el documento “Crítica al
Proyecto Nacional”, donde sostenían que el plan de Díaz Bessone no tenía “una sustentación
política visualizable”.28 Asimismo, los “politicistas” de la Secretaría General de la Presidencia
redactaban el “Comentario sobre el Documento ‘Plan Nueva República’”, donde calificaban
al plan de Olivera Rovere de ser “un conjunto de aspiraciones que, sin una sistematización

25
Mansilla, César, Las fuerzas de centro, Buenos Aires, CEAL, 1983.
26
“Proyecto Nacional”, Ministerio de Planeamiento, 25 de mayo de 1977, p. 310 y ss.
27
“Plan Nueva República”, p. 3 y ss.
28
“Crítica al Proyecto Nacional”, Secretarías de los Comandos en Jefe del Ejército, la Armada y la Fuerza
Aérea, 1977.

10
suficiente, no alcanzan a conformar ni un programa de gobierno ni un plan de acción
política”.29
Los “moderados” pronto reconocieron la conveniencia de desplazar a las versiones más
extremas del régimen. Los “duros” no sólo cuestionaban la política económica, sino que
además resultaban muy inconvenientes para enfrentar el viraje en favor de los derechos
humanos que operaba el gobierno norteamericano de Jimmy Carter, que auguraba, entre otros
efectos locales, una considerable reducción de la asistencia militar.
Mientras Planeamiento era convertido en una Secretaría dependiente de la Presidencia de la
Nación, el Plan Político era sometido a un complejo proceso de “compatibilización” interna
del que debía surgir una propuesta unificada. Este proceso tenía dos etapas: durante la
primera, de “compatibilización intrafuerzas”, cada Fuerza Armada debía conciliar
internamente una propuesta, mientras que durante la segunda, de “compatibilización
interfuerzas”, los distintos planes parciales debían ser discutidos en un “Equipo de
Compatibilización Interfuerzas” que redactaría un documento final para someterlo a la
aprobación de la Junta Militar.
La primera en concluir su documento fue la Armada. El reparto tripartito y la supremacía de
la Junta sobre el presidente alimentaban como nunca antes las ambiciones institucionales de la
fuerza de mar, y las expectativas presidenciales de su Comandante en Jefe, el almirante
Emilio Eduardo Massera. Las “Consideraciones sobre el proceso de institucionalización y el
Movimiento de Opinión Nacional” fueron concluidas en octubre de 1977, cuando la cuestión
del “cuarto hombre” (la separación, prevista en el “esquema de poder”, de los cargos de
Presidente y miembro de la Junta) se hallaba en pleno debate. Por entonces, tanto la Armada
como la Fuerza Aérea consideraban concluida la “situación de excepción” que había
justificado la unificación de funciones en Videla, y presionaban por la designación de un
sucesor.
En el documento los marinos sostenían que el máximo imperativo del Proceso era “la
formación de un movimiento de opinión nacional, vital y amplio”, que no debía surgir ni de
los partidos políticos ni de los sindicatos existentes, sino que debía ser “totalmente nuevo”.30
La Armada también recomendaba comenzar a prever la “normaliza(ción de) las

29
“Comentario sobre el Documento ‘Plan Nueva República’”, Secretaría General de la Presidencia, 1977: 3-4.
30
“Consideraciones sobre el proceso de institucionalización y el Movimiento de Opinión Nacional”, Armada
Argentina, octubre de 1977, p. 3 y ss.

11
organizaciones políticas, (para poder) asumir la iniciativa cuando las circunstancias indiquen
la necesidad y/o conveniencia de una apertura”.31
El Ejército presentaba una situación más compleja. En noviembre de 1977, a los planes ya
existentes de los “duros” se agregó el “Plan de Acción Política de la Propuesta de Unión
Nacional”, donde los “politicistas” de la Secretaría General de la Presidencia afirmaban que el
objetivo principal del régimen no era crear el MON, sino definir plazos políticos concretos.
Entre noviembre de 1977 y marzo de 1979 el régimen debía dedicarse a la “selección de
interlocutores”, a la definición de la “mecánica y objetivos del diálogo” y a la “legitimación
expresa por medio de un referéndum”; y a partir de marzo de 1979 debían implementarse las
medidas que permitieran la asunción, en mayo de 1983, de un Presidente de la Nación
“resultante de un acuerdo cívico-militar”.32
Sin embargo, las diferencias entre “duros” y “politicistas” fueron “moderadas” por los
generales. El documento definitivo del Ejército, las “Bases políticas del Ejército para el
Proceso de Reorganización Nacional”, advertía que la dictadura sería “larga”, y descartaba
tanto una “salida política’” como la participación de “los partidos políticos preexistentes (que)
no son aptos para encarar la descendencia del PRN”.33
A fines de julio de 1978, la Fuerza Aérea concluía las “Bases Políticas para la Reorganización
Nacional”, donde los brigadieres coincidían con generales y almirantes en la necesidad de
“crear” una dirigencia “adicta”, y donde reclamaban desarticular la “antigua estructura
política partidaria” y evitar cualquier tipo de “diálogo” con los civiles.34
Mientras la “compatibilización intrafuerzas” revelaba las extremas dificultades que se le
presentaban a las Fuerzas Armadas para unificar posturas, la mirada del régimen se dirigía
decididamente hacia el plano económico. A pesar de ser uno de los pilares fundamentales del
proyecto autoritario en esta etapa inicial, la política económica fue también el “tema de
oposición”35 alrededor del que se articularon muchas de las tensiones que atravesaban los
elencos gubernamentales.
Por un lado, el liberalismo del equipo económico comenzaba a resultar incompatible con las
distintas variantes de nacionalismo arraigadas en las Fuerzas Armadas. El crecimiento
vertiginoso del mercado financiero operado por la Reforma Financiera de junio de 1977, la
31
“Consideraciones…”, op. cit., p. 26-27.
32
“Plan de Acción Política de la Propuesta de Unión Nacional”, Secretaría General de la Presidencia, noviembre
de 1977, p. 25 y ss.
33
“Bases políticas del Ejército para el Proceso de Reorganización Nacional”, Ejército Argentino, marzo de 1978,
p. 1-3 a 3-3.
34
“Bases Políticas para la Reorganización Nacional”, Fuerza Aérea Argentina, 26 de julio de 1978, p. 3.
35
Yannuzzi, María de los Angeles, Política y dictadura. Los partidos políticos y el Proceso de Reorganización
Nacional. 1976-1982. Rosario, Fundación Ross, 1996; Novaro y Palermo, op. cit.

12
integración de la economía argentina al mercado mundial perseguida por la apertura
comercial de 1978, o la (más anunciada que concretada) reducción del aparato estatal,
amenazaban los valores e intereses de distintos sectores militares, entre ellos, los burócratas
que dirigían o administraban las empresas del Estado y el complejo militar-industrial, el
almirante Massera y la Armada, los “duros” y los “politicistas” del Ejército.
Por otro lado, en el seno del equipo económico, los “liberales tradicionales” como Juan
Alemann, Secretario de Hacienda, se enfrentaban con los “tecnócratas” como Guillermo
Klein, Secretario de Programación y Coordinación Económica, y Alejandro Estrada,
Secretario de Comercio y Negociaciones Económicas Internacionales, alrededor de las recetas
más eficaces para controlar la inflación. Los primeros proponían implementar un ajuste
ortodoxo, basado en la recesión y el ajuste del gasto público, mientras que los segundos
defendían la completa liberalización de la economía de la intervención estatal, la apertura a
los flujos financieros internacionales y la privatización de empresas públicas.36
Como consecuencia, el Ministerio de Economía fue blanco privilegiado de la dinámica de
control (y bloqueo) interno derivada del “esquema de poder”. El Ministro fue sometido a una
vigilancia tanto vertical como horizontal: debía dar cuenta de sus actos ante la Junta Militar y
ante las asambleas de los cuadros militares superiores, mientras su actividad era controlada
por la Secretaría General de la Presidencia, por la CAL y, al igual que otros ministerios, por
tres “oficiales de enlace” con poder de veto sobre sus decisiones.
Pero Martínez de Hoz contó con el apoyo de los “moderados” del Ejército, consolidando con
el presidente Videla y el Ministro Harguindeguy un verdadero triángulo estratégico, integrado
por la Presidencia de la Nación y los Ministerios de Economía e Interior. Todos los miembros
de este “núcleo estable” (y no sólo Martínez de Hoz37) gozaron en esta primera etapa de una
excepcional permanencia en el tiempo, aún en un contexto de alta rotación y conflictividad
interna. Además, el Ministro de Economía disfrutó del estratégico aval de otros altos
funcionarios, como el general Galtieri, el general Ibérico Saint Jean, la cúpula de la Fuerza
Aérea, vastos sectores del Ejército y numerosos civiles y militares retirados, sin mencionar
sus fluidos contactos internacionales. Sin embargo, probablemente el recurso más preciado de
Martínez de Hoz fue su capacidad para renunciar a varios de sus objetivos coyunturales para
36
Canelo, 2008 (a), op. cit.; Heredia, op, cit.; Reinhardt, Nola y Wilson Peres, “Latin America’s New Economic
Model: Micro Responses and Economic Restructuring”, World Development, Nº9, 2000.
37
La inédita estabilidad del Ministro de Economía en su cargo ha sido atribuida a cierto maquiavelismo del
funcionario, al poder social o económico de los beneficiados por sus medidas, o bien a su propia capacidad para
implementar políticas que volvieron “imprescindible” su presencia; v.g. Schvarzer, Jorge, Martínez de Hoz. La
lógica política de la política económica. Buenos Aires, CISEA, 1984. Sin embargo, no se ha reflexionado sobre
las causas de la igualmente sorprendente permanencia de la dupla Videla-Harguindeguy al frente del régimen
militar.

13
lograr sus propósitos de máxima, aquéllos que le permitieron operar una transformación
estructural de la economía y la sociedad argentinas.

La crisis del Proceso: la segunda presidencia de Videla


A mediados de 1978, el régimen militar se sometió a una dura prueba institucional: la primera
rotación en el desempeño de los más altos cargos, como el de Presidente de la Nación y
miembro de la Junta Militar. La cuestión del “cuarto hombre” se resolvió mediante la
designación de Videla como Presidente de la Nación hasta 1981, y se decidió la composición
de una nueva Junta: Videla sería sucedido por el general Viola, Massera por el vicealmirante
Armando Lambruschini y el brigadier Orlando Ramón Agosti por el brigadier Omar
Graffigna.
Videla y los “moderados” iniciaron su segunda presidencia con el propósito de profundizar
algunos de los objetivos de la etapa anterior, como la política económica y la “clausura” de la
“lucha antisubversiva”, y de avanzar en otros que habían quedado pendientes, como la
“convergencia cívico-militar”.
Pero el clima social y político de mediados de 1978 era muy diferente al relativamente
favorable de 1976. A los obstáculos derivados de la fragmentación del frente interno se les
sumaba ahora una importante transformación del escenario, donde al accionar imperturbable
de los organismos de derechos humanos nacionales e internacionales se le sumaba el
“despertar” de los partidos políticos y las organizaciones sindicales. Estos comenzaron a
ocupar la escena mediante una creciente crítica a la política económica (que empleaban, al
igual que las diferentes fracciones del frente interno, como “tema de oposición”), el reclamo
de diálogo y participación política, y el reconocimiento de los “logros” militares en la “lucha
contra la subversión”. Advertidos por un largo aprendizaje en la inestabilidad política y la
alternancia cívico-militar clásicas de la Argentina, los políticos se mantuvieron siempre
dispuestos a negociar con un régimen que, lo sabían, tarde o temprano debería abandonar el
poder. Por ello, ejercitaron una oposición limitada a la crítica de la política económica,
mientras evitaban pronunciarse sobre lo actuado por las Fuerzas Armadas en el plano
represivo.38
El triunfo de la selección argentina en el Campeonato Mundial de Fútbol 1978 y la apertura
de una nueva etapa institucional impulsaron al régimen a encarar la “clausura” del escenario
de la “guerra interna”, y el inicio de la “compatibilización interfuerzas” del Plan Político.

38
Quiroga, Hugo, El tiempo del Proceso. Conflictos y coincidencias entre políticos y militares. 1976-1983.
Rosario, Fundación Ross, 1994; Yannuzzi, op. cit.

14
A pesar de que la “lucha antisubversiva” continuaba siendo un recurso de cohesión
institucional indiscutido, en torno a las consecuencias de la violación de los derechos
humanos habían comenzado a delinearse dos bandos, orientados, en mayor o menor medida,
por el apego a una “ética de la responsabilidad” o a una “ética de la convicción”.39
Los “clausuristas” orientados por cierta “ética de la responsabilidad”, entre ellos Viola y
Videla, creían conveniente articular una postura institucional sobre el terrorismo de Estado
para lograr un conjunto de objetivos urgentes: reemplazar a la “lucha antisubversiva” por
otros principios de legitimación, atemperar la feudalización del poder estatal derivada de la
metodología represiva, y anticiparse a las (ya previsibles) sanciones civiles, tanto locales
como internacionales. Por el contrario, los “revolucionarios” partidarios de la “ética de la
convicción”, que generalmente habían tenido responsabilidades “operativas” en la represión,
consideraban que cualquier intento por subordinar la “gloria” de la “lucha antisubversiva” a
imperativos políticos no podía ser sino una traición a la “sangre derramada” por “héroes y
mártires”.
Los primeros decidieron encarar una arriesgada operación política: invitar al país a la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la Organización de Estados
Americanos, que se concretó el 6 de septiembre de 1979.
La invitación a la CIDH fue el primero de una serie de pasos en falso que llevarían al Proceso
a un callejón sin salida en el plano de los derechos humanos. La presencia de la delegación,
que visitó establecimientos carcelarios y dependencias militares, se entrevistó con
funcionarios y representantes de casi todos los sectores, incluidos familiares de detenidos y
desaparecidos, y recibió numerosas denuncias, contribuyó con la articulación de un frente
opositor alrededor de la cuestión de los derechos humanos.40
Por un lado, aumentó la legitimidad de los organismos, favoreciendo, por ejemplo, el
otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a Adolfo Perez Esquivel, creador del Servicio Paz y
Justicia, en octubre de 1980. Por otro lado, alentó el acercamiento de algunos dirigentes
políticos a dicho frente, algunos participando a título personal, como el radical Raúl Alfonsín
(futuro presidente de la Nación), y otros en forma más institucional, como Deolindo Bittel y
Herminio Iglesias, que publicaron un documento donde el Partido Justicialista denunciaba la

39
La “ética de la responsabilidad” supone la obligación de dar cuenta de las consecuencias de la acción (y por
ello es propia, por ejemplo, del líder político), mientras que la “ética de la convicción”, o de fines últimos, está
basada en la máxima “hágase justicia y perezca el mundo”; Weber, Max, “La política como vocación”, en Max
Weber, Ensayos de sociología contemporánea I. Buenos Aires, Planeta, 1985, p. 67 y ss.
40
Novaro y Palermo, op. cit.

15
“violación sistemática de los derechos humanos” y “la muerte y la desaparición de miles de
ciudadanos”.41
Paralelamente, la visita volvió a colocar a la “lucha antisubversiva” y a los “duros” en el
centro de la escena. Fue uno de los motivos de la primera sublevación militar durante el
Proceso, protagonizada por el general Luciano Benjamín Menéndez, Comandante del III
Cuerpo, que se amotinó en la provincia de Córdoba en rechazo a la liberación del secuestrado
Jacobo Timerman, ex director del diario La Opinión, y contra la autoridad del Comandante
Viola.
Finalmente, el informe final de la CIDH destruyó las pretensiones de los “clausuristas”. El
documento identificaba “numerosas y graves violaciones de fundamentales derechos
humanos” ejecutadas por “personas pertenecientes o vinculadas a organismos de seguridad
del Gobierno”, presumía muertos a “los miles de detenidos desaparecidos”, y denunciaba “el
empleo sistemático de torturas y otros tratos crueles, inhumanos y degradantes”.42 En
respuesta, los “duros” debilitaron aún más la ya endeble postura oficial sobre la “guerra
sucia”, que atribuía las atrocidades cometidas durante la “lucha antisubversiva” a los
“excesos” de “grupos fuera de control”: el general Santiago Riveros, delegado ante la Junta
Interamericana de Defensa, declaró que “la guerra fue conducida por la Junta Militar a través
de los Estados Mayores”.43
También en el plano político los militares estaban demostrando que no requerían de una
oposición civil decidida para extraviar sus objetivos. A mediados de 1978 se inició la
“compatibilización interfuerzas” del Plan Político, durante la que se discutió una posible
reforma de la Constitución Nacional. El tema era especialmente sensible para las Fuerzas
Armadas, dado que se trataba de la única forma de lograr la institucionalización de su rol de
“custodios de la Nación”, y enfrentaba a quienes proponían una refundación “soberana” de la
Constitución, como la Fuerza Aérea, los “moderadores” y los “duros” del Ejército, contra
quienes preferían continuar ejerciendo un poder “comisarial” sobre la misma, como los
“politicistas”.44

41
Crónica, 12/9/1979.
42
“Informe sobre la situación de los derechos humanos en la Argentina”, 11/4/1980. Disponible en
http://www.cidh.oas.org. Acceso en (11/01/2011).
43
La Nación, 13/2/1980.
44
De acuerdo con la teoría schmittiana de la dictadura, una “dictadura soberana” “no suspende una Constitución
existente (…) sino que aspira a crear una situación que haga posible una Constitución, a la que considera una
Constitución verdadera”, mientras que una “dictadura comisarial” “suspende la Constitución in concreto, para
proteger(la)”; Schmitt, Carl, La dictadura. Desde los comienzos del pensamiento moderno de la soberanía hasta
la lucha de clases proletaria, Madrid, Alianza, 1999, p. 181-183.

16
El 19 de diciembre de 1979, la dictadura presentó su Plan Político definitivo, las “Bases
Políticas de las Fuerzas Armadas para el Proceso de Reorganización Nacional”. El documento
establecía las líneas doctrinarias del gobierno y las características generales del país deseado
por el poder militar,45 pero no podía ir mucho más allá. Las Fuerzas Armadas sólo podían (o
preferían) ofrecer a los civiles las mínimas coincidencias que habían sobrevivido a las
“compatibilizaciones”: que el sistema político debía permitir “la rotación en el poder y su
transferencia sin alteraciones (apoyado) en corrientes de opinión”, y que las Fuerzas Armadas
tendrían “competencia en la toma de decisiones para la conducción estratégica nacional, la
seguridad nacional y la defensa de la Constitución Nacional”. Los únicos anuncios concretos
eran el del inicio del “diálogo político” con unos indeterminados “interlocutores válidos” y la
“normalización” de los partidos políticos “a partir del segundo semestre de 1980”.46
Las “Bases” sellaron el extravío de los dos objetivos políticos principales del régimen. En
primer lugar, el Proceso perdió su última oportunidad de crear el MON. Cuando las “Bases”
estuvieron listas y la dictadura intentó cosechar los acercamientos cultivados con la dirigencia
compatible de los partidos provinciales de derecha, éstos ya se hallaban sumidos en sus
propias rencillas internas, y desconfiaban largamente de los dirigentes de los partidos
mayoritarios, en plena ocupación del espacio publico (camino que pronto llevaría a la
conformación de la Multipartidaria47).
En segundo lugar, los conflictos que atravesaban a los militares en torno a la reforma de la
Constitución no les permitieron enfrentar la cerrada negativa de los civiles; el régimen
autoritario argentino no lograría, como sí lo haría la dictadura chilena, “legalizarse”
exitosamente.48 Finalizados los encuentros del “diálogo político”, Harguindeguy debió
admitir que “la participación institucionalizada de las Fuerzas Armadas en la estructura de
gobierno tuvo las principales objeciones”, porque los civiles lo habían considerado un intento
de “constituir un cuarto poder sobre los otros poderes del Estado”.49
Paralelamente, era en el plano económico donde se gestaban las tensiones que efectivamente
liquidarían la segunda presidencia videlista. La política económica aglutinaba las más
variadas resistencias y criticas, tanto externas como internas: empresarios industriales
afectados por el encarecimiento del endeudamiento externo y el achicamiento del mercado

45
González Bombal, op. cit.
46
La Nación, 19/12/1979.
47
La “Asamblea Multipartidaria” fue un frente de acción política constituido a mediados de 1981 por cinco
partidos políticos como un instrumento de oposición y negociación con el régimen militar.
48
Barros, Robert, Constitutionalism and Dictatorship. Pinochet, the Junta and the 1980 Constitution.
Cambridge, Cambridge University Press, 2002.
49
La Nación, 26/3/1981.

17
interno, productores rurales perjudicados por el bajo tipo de cambio real, sectores asalariados
que sufrían la drástica reducción de su salario real, dirigentes políticos que criticaban a
Martínez de Hoz para no pronunciarse sobre el terrorismo de Estado, burócratas militares que
se negaban a aceptar la reducción estatal, y hasta el almirante Massera, que aún retirado
continuaba personificando uno de los frentes de mayor inestabilidad del régimen militar.
Aunque seguía formando parte del “núcleo estable”, los márgenes de maniobra de Martínez
de Hoz eran cada vez más estrechos. La persistencia de la inflación le impedía reclamar el
reconocimiento de sus logros en el desmantelamiento del “modelo populista”; sin embargo, el
ajuste ortodoxo que le reclamaban los “liberales tradicionales” era inviable por la resistencia
del frente militar a aceptar recesiones, mientras que las medidas heterodoxas eran
consideradas como una traición a la “filosofía del Proceso”.
Finalmente, el Ministro se decidió por una propuesta que prometía ser políticamente viable, el
“enfoque monetario de la balanza de pagos” que le acercaron los “tecnócratas”.50 El 20 de
diciembre de 1978, el “superministro” de Videla anunció una etapa de “profundización y
ajuste” del plan económico, basada en la apertura del mercado de capitales y la puesta en
marcha de la pauta de ajuste cambiario conocida como “tablita”, cuyo objetivo fundamental
era detener la inflación mediante la “convergencia” entre los precios internos y los
internacionales.
Sin embargo, la crisis final era inminente: durante el verano de 1980, en un clima social y
económico convulsionado, las corridas bancarias y las quiebras empresarias en cadena
sepultaron consigo a la “época dorada” del Proceso.

La “era de los extremos”: las presidencias de Viola, Galtieri y Bignone

A partir de 1981, el régimen comenzó a transitar el camino de la descomposición. Una crisis


política y económica profunda se enlazaba con la multiplicación de los frentes de oposición
civil y con una acentuada desorientación de los elencos de gobierno.
Tras el ocaso de los “moderados” que habían conducido las dos presidencias videlistas, fueron
las fracciones “extremas” las que ensayaron tres intentos sucesivos de conjurar la debacle: el
protagonizado por los “politicistas” durante la presidencia del general Viola, el conducido por
la fracción “dura” que rodeó a Galtieri, y el impulsado por los “politicistas” que llevaron a
Bignone a la Presidencia de la Nación.

50
Canelo, op. cit.; Heredia, op. cit.; Novaro y Palermo, op. cit.

18
Durante este período, la dinámica política del régimen presentó algunos rasgos específicos: la
sucesión en el gobierno de fracciones extremas, que fue resuelta siempre mediante putschs
internos; una significativa dificultad para establecer alianzas con actores “externos” a la
corporación, causada sobre todo por las resistencias del frente interno; y el fortalecimiento de
la “lucha antisubversiva” como recurso de cohesión institucional, frente a la profundización
de los conflictos existentes en otros planos.51
El general Viola asumió la presidencia de la Nación el 29 de marzo de 1981. Era avalado por
la mayoría del Ejército y la Fuerza Aérea, pero resistido por la Armada, los “duros” y los
partidarios de la reforma económica liberal.52 Durante su gobierno se revelaron nuevamente
los efectos más contraproducentes del modelo institucional: tanto las largas discusiones
internas en torno a su designación, como la constitución de una nueva Junta Militar donde se
destacaba la figura del general Galtieri por sobre la presidencial, deterioraron su autoridad
desde el inicio.
A pesar de que había sido elegido por ser considerado heredero de la “línea videlista”, Viola
se propuso modificar la dirección general del Proceso, concretar la llamada “participación
civil”, que alcanzó los niveles de las gobernaciones provinciales y algunos ministerios
estratégicos,53 y encarar la segunda etapa del “diálogo político”. También buscó reducir la
importancia del área económica modificando la estructura ministerial: por un lado, designó un
“gabinete económico-social” integrado por los cinco ministros en los que fue dividida
Economía, el de Trabajo (en manos de la Fuerza Aérea) y el de Acción Social (en manos de la
Armada).54 Por otro lado, al frente de las distintas carteras nombró a opositores de Martínez
de Hoz, entre ellos Lorenzo Sigaut en Economía y el general Liendo en Interior.
Sin embargo, la endeble autoridad de Viola impidió que la dirigencia política lo percibiera
como un interlocutor válido. El régimen ya había perdido demasiado tiempo especulando
sobre el MON y el “diálogo político”, y se había acercado demasiado a la derecha provincial,
designando como asesores presidenciales a algunos de sus representantes.55 Así, les había
dado a los dirigentes de los partidos mayoritarios tiempo y motivos suficientes como para
percibir que era más redituable enfrentarse al régimen militar que acercarse a él.

51
Canelo, Paula, “La descomposición del poder militar en la Argentina: las Fuerzas Armadas durante las
presidencias de Galtieri, Bignone y Alfonsín (1981-1987)”, en Alfredo Pucciarelli (comp.): Los años de
Alfonsín. Buenos Aires, Siglo XXI, 2006 (b).
52
Somos, 10/6/1983.
53
González Bombal, op. cit.
54
Yannuzzi, op. cit.
55
González Bombal, op. cit.

19
En efecto, en julio de 1981, la Unión Cívica Radical, el Partido Justicialista, el Movimiento
de Integración y Desarrollo, la Democracia Cristiana y el Partido Intransigente constituyeron
la Asamblea Multipartidaria, que, en su primer documento programático, “Convocatoria al
país”, demandó el “retorno al estado de derecho”, la “normalización de la actividad política,
gremial, empresarial”, la elaboración de un “plan económico de emergencia”, y la
“formulación de un plan político para la institucionalización”. Sin embargo, los políticos
continuaban evitando pronunciarse sobre la “lucha contra la subversión”.56
En el caso de los empresarios, la participación en el gabinete dictatorial de algunos dirigentes
de las corporaciones agrarias e industriales no fue suficiente para integrarlos como “base
social” del régimen, y aumentó el distanciamiento con los sectores financieros.57 Por su parte,
el 22 de julio de 1981 la dirigencia sindical convocó a la segunda huelga general realizada
contra la dictadura. Finalmente, en el documento “Iglesia y Comunidad”, la Iglesia católica
reivindicó el sistema de gobierno democrático, afirmando que la Argentina sufría una “crisis
de autoridad”.58
Pero el verdadero problema de Viola fue el propio frente militar, donde era considerado un
“traidor” a la “filosofía del Proceso”, por su acercamiento a los civiles y por su estilo
“personalista”, distante del acento institucionalista de los “moderados”. Sus enemigos
volvieron a hacer uso del “esquema de poder”. La Junta Militar bloqueó el acercamiento de
Viola a los partidos mediante la designación de dos “moderados” como Harguindeguy y
Miatello como asesores políticos, y mediante las “Pautas de la Junta Militar al Poder
Ejecutivo (para el ejercicio de la acción de gobierno 1981/1984)”, que postergaban para 1982
la aprobación del Estatuto de los Partidos Políticos, volviendo a declarar al MON como
objetivo principal del Proceso.59
La crisis política era alimentada por la crisis económica. Sigaut orientó su política económica
a paliar los efectos más graves de la herencia de su antecesor, concentrándose en el sector
financiero y en la corrección del tipo de cambio. Hacia fines de 1981 el panorama económico
era desolador: mientras la deuda externa, el dólar y la inflación crecían descontroladamente,
se perfilaba un panorama recesivo donde aumentaba la desocupación y caían los salarios
reales.60
En noviembre Viola fue internado en el Hospital Militar por un “cuadro de hipertensión”; y

56
González Bombal, op. cit.
57
Novaro y Palermo, op. cit.
58
Clarín, 1/7/1981.
59
“Pautas de la Junta Militar al Poder Ejecutivo (para el ejercicio de la acción de gobierno 1981/1984)”, s/f;
Novaro y Palermo, op. cit.
60
Novaro y Palermo, op. cit.

20
tan solo un mes después la Junta Militar designó a uno de sus miembros, el general Galtieri,
como Presidente de la Nación. Tras este putsch interno, los “duros” ensayaron un nuevo
intento de salida mediante la “restauración” de los objetivos de la “época dorada”. La nueva
etapa justificó una nueva “excepción” a los principios del “esquema de poder”: Galtieri
asumió como Presidente reteniendo además los cargos de miembro de la Junta Militar y
Comandante en Jefe del Ejército.
El flamante gobierno articuló tres objetivos fundamentales: el retorno a la ortodoxia
económica liberal, el alineamiento con los Estados Unidos y el relanzamiento del MON. El
“liberal tradicional” Roberto Alemann, nuevo Ministro de Economía, se propuso avanzar en
varios de los propósitos abandonados por Martínez de Hoz, especialmente la reducción del
Estado y la privatización de las empresas públicas, implementando un plan antiinflacionario
ortodoxo. Además, aprovechando la “revolución conservadora” que realineaba la política
exterior y de derechos humanos de las potencias extranjeras con Ronald Reagan en los
Estados Unidos y Margaret Thatcher en Gran Bretaña, Galtieri impulsó una “cruzada
antisubversiva” y a una nueva generación de “duros” que “exportaron” los métodos represivos
empleados en Argentina a los países limítrofes y centroamericanos.61
Finalmente, el gobierno intentó impulsar al MON para bloquear el avance de la
Multipartidaria, mientras los dirigentes políticos permanecían en una actitud expectante: en el
documento “Antes de que sea tarde”, reclamaban el levantamiento de la veda política pero
aclaraban que no pretendían convertirse en un “polo cívico antidictatorial”.62
Sin embargo, a principios de 1982 el avance de los frentes civiles de oposición ya era
imparable. Mientras los organismos de derechos humanos reclamaban por la publicación de
las “listas” de detenidos y desaparecidos (aunque la búsqueda de la “verdad” aún no se
transformaba en demanda de “justicia”63), la Multipartidaria y las organizaciones sindicales
Confederación General del Trabajo (CGT) y 62 Organizaciones iniciaban distintos planes de
movilización.
La presión civil fue sin dudas uno de los motivos más poderosos que llevaron al régimen a
lanzarse a “recuperar” las Islas Malvinas. El operativo puesto en marcha el 2 de abril logró el
realineamiento de las otrora levantiscas organizaciones políticas y sindicales bajo las banderas

61
Armony, Ariel, La Argentina, los Estados Unidos y la cruzada anticomunista en América Central, 1977-1984,
Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1999.
62
Novaro y Palermo, op. cit.
63
La acción de los organismos de derechos humanos argentinos estuvo articulada alrededor de tres componentes
que fueron incorporándose progresivamente: el reclamo por la “verdad”, la demanda de “justicia” y el
imperativo de la “memoria”; Vezzetti, Hugo, Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina,
Buenos Aires, Siglo XXI, 2002.

21
del régimen, contra el “imperialismo” y el “colonialismo británico”: la Multipartidaria
expresó su apoyo “total y decidido” y la CGT destacó “el espíritu de libertad de todos los
argentinos”.64
La derrota argentina frente a Gran Bretaña desencadenó un nuevo putsch, esta vez
protagonizado por los “politicistas” contra Galtieri, que designaron al general Bignone
Presidente de la Nación. Esta decisión del Ejército, que ignoraba la autoridad de la Junta
Militar, precipitó la desvinculación de la Armada y la Fuerza Aérea del máximo órgano
gubernamental65 y desató un virtual vaciamiento del Estado mediante las renuncias en cadena
de los funcionarios designados en virtud del criterio tripartito: gobernadores, ministros,
secretarios, subsecretarios, integrantes de directorios de las empresas estatales, delegados
militares en los ministerios, las secretarías y la CAL, etc.
Bignone asumió la Presidencia el 1º de julio de 1982, con el objetivo excluyente de negociar
una “salida” con la dirigencia política. Mientras los “azules” de la “Comisión Rattenbach”
investigaban las “responsabilidades políticas y estratégico-militares en el Conflicto del
Atlántico Sur”66, el presidente aceleró el acercamiento con el frente político y el sindical. Para
ello, anunció que la institucionalización del país se produciría en marzo de 1984, otorgó un
aumento salarial y designó al frente de Economía a Jorge Wehbe, que también había
acompañado al general Lanusse durante la “salida” de la Revolución Argentina.
Pero todas las señales conciliadoras fueron bloqueadas por aquel frente con el cual era
imposible conciliar. El denominado “show del horror” inaugurado en octubre de 1982 por una
serie de exhumaciones de tumbas “NN” en varios cementerios, transformó el componente de
“verdad” en el de “justicia” en el accionar de los organismos de derechos humanos.67
Paralelamente, se radicalizó el frente interno: los retirados del “Centro de Oficiales de las
Fuerzas Armadas” apreciaron que “el Gobierno ha perdido el control de la situación”;68 el
general Ramón Camps, ex jefe de la Policía bonaerense, afirmó que “no desaparecieron
personas, sino subversivos” y confesó que “a algunos” “yo les di sepultura en tumbas NN”69;

64
“CGT: el 30 de marzo y las Malvinas”, 6/4/1982, cit. en Abós, op. cit., p. 140 y ss.; La Nación, 3/4/1982.
65
La Junta se reconstituyó en septiembre de 1982 con nuevos Comandantes: Nicolaides por el Ejército, Hughes
por la Fuerza Aérea y Franco por la Armada.
66
La Nación, 12/11/1982. Los hallazgos de la llamada “Comisión Rattenbach”, creada por el régimen para
analizar y evaluar las responsabilidades políticas y estratégico-militares en la guerra de Malvinas, agravaron el
enfrentamiento entre las cúpulas que habían conducido la guerra y los cuadros inferiores que habían obedecido
sus órdenes. Este conflicto, alimentado por otros enfrentamientos jerárquicos derivados de la “lucha
antisubversiva”, fue el germen de los levantamientos “carapintadas” que se sucedieron en la Argentina entre
abril de 1987 y diciembre de 1990.
67
Vezzetti, op. cit.
68
La Nación, 12/2/1983.
69
Clarín, 5/11/1983.

22
y el inspector de la Policía Federal Peregrino Fernández confirmó, ante la Comisión
Argentina de Derechos Humanos en Madrid, que la aplicación de torturas era práctica
habitual entre las fuerzas militares y de seguridad, y la existencia de campos de concentración
clandestinos.70
Acorralado, el gobierno de Bignone desoyó la “solución” que la Multipartidaria le ofrecía en
torno a la cuestión de los desaparecidos, consistente en establecer distintos “niveles de
responsabilidad” e intercambiar “autodepuración” militar por “respeto a las instituciones”.71
En el “Documento final sobre la guerra contra la subversión y el terrorismo”, las Fuerzas
Armadas atribuían las desapariciones de personas a “la manera de operar de los terroristas”,
negaban la existencia de “lugares secretos de detención (o) detenidos clandestinos”, y
sostenían que “la información y explicaciones proporcionadas en este documento es todo
cuanto (sic.) las Fuerzas Armadas disponen”.72 Y en la llamada “Ley de Autoamnistía”
intentaban dar por “extinguidas las acciones penales emergentes de los delitos cometidos con
motivación o finalidad terrorista o subversiva, desde el 25 de mayo de 1973 hasta el 17 de
junio de 1982”.73
El resultado fue, una vez más, contrario al esperado. En diciembre de 1983, Bignone se retiró
de la Casa de Gobierno deseando ser “el último presidente de facto de la historia y del futuro
argentino”.74

Reflexiones finales

El principal argumento de este trabajo ha sido que para comprender la particular dinámica
política del PRN es necesario reconocer, primero, la multiplicidad y complejidad de sus
determinantes. En efecto, la especificidad de la dinámica del régimen argentino fue resultado
de la combinación de dos niveles, necesariamente articulados: el del modelo institucional
elegido, caracterizado por la supremacía de la Junta Militar sobre el presidente y el reparto
tripartito del poder, y el de los actores involucrados, especialmente la contradictoria alianza
cívico-militar que llevó adelante la experiencia autoritaria, pero también aquellos actores que
incidieron en la conflictiva configuración del contexto de la acción política.
La complejidad que presentó esta dinámica entre 1976 y 1983 conspira contra los intentos del

70
La Nación, 13/4/1983.
71
Tanto los “niveles de responsabilidad” como la “autodepuración” fueron dos elementos centrales de la política
militar del presidente constitucional Raúl Alfonsín a partir de 1983; Canelo, 2006 (a) y (b), op. cit.
72
La Nación, 29/4/1983.
73
La Nación, 24/9/ 1983.
74
Clarín, 1/12/1983.

23
observador por sistematizarla. Sin embargo, es posible extraer un conjunto de elementos
centrales, que se mantuvieron relativamente estables durante el período, y que probablemente
nos permitan sugerir algunas conclusiones, aún provisorias.
El primer elemento está relacionado con el aprendizaje que procuró capitalizar la dictadura
argentina en relación con las experiencias de las dictaduras anteriores. Contra las
postulaciones que destacan (o que simplemente se detienen en) la “radical” novedad del
Proceso (en sus objetivos refundacionales, en la profundidad de su política represiva, en su
salvaje política económica, etc.), entendemos que comprender a la última dictadura militar
argentina requiere necesariamente vincularla con la larga serie de regímenes autoritarios que
se sucedieron en la Argentina desde 1930, con los que el Proceso mantuvo relaciones de
continuidad y de ruptura, pero de los que siempre pretendió aprender.
En segundo lugar, en la dinámica política del Proceso se destaca una esforzada búsqueda de la
estabilidad frente a un cuadro de elevada fragmentación interna, dada por los conflictos
intrafuerzas e interfuerzas, y también por las contradicciones existentes entre los elencos
gubernamentales civiles, que muy lejos estuvieron de presentar esa coherencia ideológica o
esa comunidad de intereses con las que frecuentemente se los asocia. En este sentido resulta
particularmente interesante retornar a otras postulaciones de Rouquié, especialmente a la
desafiante y controvertida hipótesis general con la que el autor pretende explicar la recurrente
intervención de las Fuerzas Armadas en la escena política argentina. La misma afirma que
desde 1930 los militares tendieron a ejercer, frente a una clase dirigente dividida y ausente, un
“rol hegemónico sustitutivo”, función reguladora mediante la que intentaron restablecer el
“equilibrio de una sociedad a-hegemónica”.75
Podríamos afirmar que durante el Proceso, hubo varios “subsistemas” que desarrollaron esta
búsqueda del equilibrio, pero en este caso desde dentro del mismo gobierno. El primero fue la
fracción “moderada” del Ejército, que procuró equilibrar la interna intrafuerzas entre las
fracciones extremas “dura” y “politicista”. Alrededor de los “moderadores” se articuló un
proyecto relativamente consistente y perdurable (combinación de “lucha antisubversiva” con
reforma económica liberal) que viabilizó lo que en este trabajo denominamos “época dorada”
del Proceso. Durante las dos presidencias de Videla, el proyecto de los “moderados” se
institucionalizó en el que llamamos “núcleo estable”, integrado por la Presidencia de la
Nación, y los dos principales ministerios del gabinete, el de Economía y el de Interior, que
gozaron de una extraordinaria estabilidad en el tiempo.

75
Rouquié, Alain, Poder militar y sociedad política en Argentina. Buenos Aires, Emecé, 1981, Tomo II: 418 y
ss..

24
El segundo subsistema fue la Fuerza Aérea, que empleó (sobre todo durante las presidencias
de Videla) la inédita gravitación que le otorgaba el “esquema de poder” para incidir en la
histórica interna interfuerzas entre la Armada y el Ejército, que durante el Proceso se expresó
en el seno mismo de la Junta Militar, potenciada por el modelo institucional. Mientras la
primera le disputaba el poder al Ejército buscando lograr satisfacer sus propios intereses
corporativos (o personales, en el caso del almirante Massera), y el segundo se enredaba en su
propia fragmentación, los aviadores suspendieron sus propias preferencias ideológicas para
desempatar cuando las tensiones entre las otras Fuerzas se agudizaban.
Puede afirmarse que a partir de 1981 la descomposición del poder militar fue acompañada por
la desarticulación de estos “subsistemas” y la apertura de la “era de los extremos”. En efecto,
tras la caída de los “moderados” la norma fue la alternancia entre “minorías intensas”, que no
podían sino sucederse mediante putschs internos. A partir de aquí, el Proceso comenzó a
revelar los distintos proyectos que albergaba en su seno, proyectos que variaron desde el más
institucionalista de los “moderados”, o el más beligerante de Galtieri y su Junta Militar, hasta
los más “politicistas” de Viola o Bignone que, con distinta intensidad y distinta estructura de
oportunidades, procuraron sustituir la economía y la guerra por la política.
Finalmente, la dinámica política del régimen impactó en forma diferenciada en el logro de sus
más importantes objetivos. De todos ellos, probablemente hayan sido los objetivos políticos,
especialmente el de la alucinada creación de una nueva clase dirigente y el de la
institucionalización del “cuarto poder”, los más extraviados. Fue en el plano político donde
resultó más evidente que el régimen perdía el rumbo aun cuando no tuviera que enfrentarse a
una oposición civil consistente, y donde la superposición entre disposiciones institucionales y
comportamiento de los actores reveló sus efectos más perniciosos, impidiendo, por ejemplo,
la elaboración de una plataforma política mínima que permitiera anticiparse a la avidez de los
políticos y al agotamiento de los tiempos.
En el caso de la política económica, la combinación entre modelo institucional,
comportamiento de los actores y contexto de la acción produjo resultados diferentes.
Probablemente porque (y procuremos superar aquí las explicaciones más “personalistas”, que
se detienen en las cualidades políticas individuales de Martínez de Hoz), a pesar de las
resistencias de las Fuerzas Armadas, de las contradicciones de los elencos civiles y de la
consolidación de la cuestión como “tema de oposición”, los objetivos de la reforma
económica liberal coincidieron con los de la fracción “moderada”, que predominó durante la
mayor parte de la dictadura. Frente a ella ninguna otra fracción, ni militar ni civil, logró
imponer un proyecto de recambio.

25
Sin dudas, en este largo recorrido, fue en el plano de los derechos humanos donde la
combinación entre modelo institucional, comportamiento de los actores y contexto resultó
virtualmente letal. Si bien fue en este plano en el único donde los militares argentinos
reclamaron haber “ganado la guerra” (por haber alcanzado sus desquiciados objetivos), la
dinámica política gestada alrededor de la “lucha antisubversiva” fue la que selló
definitivamente no sólo el destino del régimen militar, sino también el de las Fuerzas
Armadas y el de la endeble democracia argentina.
El enfrentamiento entre la “ética de la responsabilidad” y la “ética de la convicción” impidió,
primero, consolidar una postura militar unificada; después, bloqueó cualquier acercamiento
entre los partidarios, militares y civiles, de la “ética de la responsabilidad”; y ligó, finalmente,
la eficacia de la promesa democrática a la realización de la justicia por sobre los crímenes de
lesa humanidad.76

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Canelo, Paula, “La descomposición del poder militar en la Argentina: las Fuerzas Armadas
durante las presidencias de Galtieri, Bignone y Alfonsín (1981-1987)”, en Alfredo Pucciarelli

76
Acerca del enfrentamiento entre ambas éticas en el plano de los derechos humanos durante el período post-
dictadura, consultar Canelo, 2008 (a), op. cit.; y Canelo, Paula, “La responsabilidad y la convicción. Las
‘autocríticas’ del general Balza y su impacto en la interna militar argentina durante los años noventa”, Militares
e Política, Nº7, jul.-dez. 2010.

26
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