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Coaliciones golpistas y dictaduras militares: el “proceso” en perspectiva

comparada
Ricardo Sidicaro
UBA. CONICET

La formación de coaliciones golpistas exitosas que promovieron en seis


oportunidades la destitución de las autoridades constitucionales y la instauración
de regímenes dictatoriales fue una de las características centrales del desarrollo
político argentino entre 1930 y 1983. Lo más visible, las insubordinaciones de los
jefes de las Fuerzas Armadas, dejó en segundo plano a los componentes civiles de
dichas coaliciones que luego se relacionaron contradictoriamente con las seis
dictaduras militares. 1 En la realización de algunos golpes de estado, los sectores
civiles tuvieron más protagonismo que en otros y hasta disputaron abiertamente
la paternidad del evento, tal fue el caso de lo sucedido durante la dictadura de
1930-32. En otros, como la de 1943-46, no hubo clara intervención civil en el acto
golpista, pero las coaliciones cívico-militares fueron parte activa en los conflictos
entre los grupos castrenses que con proyectos antagónicos disputaron el
predominio político en el seno de la dictadura. En el curso del régimen dictatorial
de los años 1955-58, la coalición golpista inicial también se dividió dando paso a
varias coaliciones con propuestas diferentes que, de un modo u otro, se alineaban
detrás de tendencias opuestas surgidas en las Fuerzas Armadas. En la experiencia
dictatorial de 1962-63, primaron las confrontaciones entre coaliciones golpistas
que, en un contexto de permanente inestabilidad, acompañaron y fomentaron el
fraccionamiento militar que alcanzó extremos desconocidos hasta entonces. La
coalición golpista que apoyó la instauración de la dictadura de 1966-73 fue,
comparativamente, más amplia que todas las precedentes y sus previsibles
fracturas contribuyeron a la generalización del descontento social hacia el
gobierno de facto, situación que fue capitalizada por los distintos grupos
castrenses con apoyos civiles circunstanciales para sus proyectos. El golpe de
1976 fue alentado por aliados civiles que pedían públicamente a las Fuerzas
Armadas la instauración de un régimen dictatorial y el lento desgranamiento de
esa coalición se combinó con los conflictos entre sectores militares.
En su ascenso, apogeo y declinación, las dictaduras militares distaron de

1
Los términos dictadura y regímenes autoritarios los emplearemos en el presente texto como sinónimos. Sobre
los tipos ideales extremos de dictadura, refiriéndolos a la situación de normalidad, Carl Schmitt (La dictadura,
Madrid, Alianza, 1985) distinguió las dictaduras que a pesar de las disposiciones excepcionales se mantienen
dentro del orden constitucional existente y designan al dictador de acuerdo con ese orden, en contraste con las
que designó como dictaduras soberanas, de carácter reaccionario o revolucionario, que se proponen crear un
orden jurídico completamente nuevo. Si bien en algunas de las dictaduras argentinas hubo quienes plantearon
transformar radical y definitivamente el régimen político, esos proyectos no se impusieron y, en consecuencia,
los casos vernáculos se ubicaron en el primero de los tipos schmittianos. Por su parte, Juan J. Linz, resume los
siguientes rasgos en su análisis de los regímenes autoritarios: “Sistemas políticos con pluralismo político
limitado, no responsables, carentes de ideología elaborada y directora, pero con mentalidades características,
carentes de movilización política extensa e intensa, excepto en algunos momentos de su desarrollo, y en los que
un líder o a veces un pequeño grupo ejerce el poder dentro de límites formalmente mal definidos pero en realidad
predecibles”, propuesta inicialmente en su artículo “An Authoritarian Regime: The Case of Spain” (en Erik
Allard e Yrjo Littunen (comps.): Cleavages, Ideologies and Party Sistems, Helsinski, Westermarck Society,
1964), capta perfectamente las principales dimensiones de las experiencias argentinas si bien por su carácter
militar incorporan rasgos ausentes en las dimensiones destacadas por Linz a partir del análisis del franquismo.
Para la reflexión conceptual sobre la dictadura “procesista” ver Hugo Quiroga: El tiempo del “Proceso”.
Conflictos y coincidencias entre políticos y militares 1976-1983, Rosario, Editorial Fundación Ross, 1994.

1
ser realidades uniformes. Tampoco lo fueron las coaliciones golpistas en las que
los actores civiles conjugaron su acción con sectores castrenses cuya unidad
institucional se reveló muy pronto precaria. Los ciclos internos de las dictaduras
mostraron coincidencias formales pero no fueron meras repeticiones y detrás de
fases aparentemente similares se libraron conflictos de disímil naturaleza.
Obviamente, en las seis coaliciones golpistas y en sus dictaduras no participaron
siempre los mismos actores civiles, ni, tampoco, el nivel de implicación de los
miembros de las Fuerzas Armadas fue el mismo. Como veremos, los dirigentes de
los partidos políticos, de las corporaciones empresarias, de los sindicatos, de la
Iglesia católica, de los medios de comunicación, de las universidades, fueron, en
unas u otras situaciones, integrantes, más o menos activos, de coaliciones
golpistas y dieron su apoyo a determinadas dictaduras militares. Dado el tan
amplio espectro de actores comprometidos con el particular estilo de
desenvolvimiento institucional que caracterizó al país, no es sorprendente que en
una circunstancia u otra todos los sectores con cierta capacidad de intervención en
la escena política hayan considerado legítima la intervención de las Fuerzas
Armadas derribando a algún gobierno civil. En términos más generales, la
aceptación por partes de sectores amplios de la ciudadanía de las acciones
materializadas en la sustitución de gobernantes por decisiones castrenses se
puede interpretar, como sostuvo Irving Louis Horowitz en un importante texto,
como la manifestación de “la norma de ilegitimidad”2 imperante en América Latina
desde la que se concibe al Estado, básicamente, como una agencia de poder, y
desde esa perspectiva se comparten creencias que justifican la validez de los
medios ilegales para hacer rotar a los detentadores del poder o para cambiar las
reglas a través de las cuales el mismo se ejerce. Esa concepción dotó a un gran
número personas, de todos los niveles sociales y culturales, de sentimientos y
motivaciones -- más o menos manipulados por minorías interesadas según los
casos-- favorables a la acción militar de destitución de presidentes civiles.
El objeto de análisis de la indagación en la que se basa este texto se
construyó a partir de la comparación de los seis golpes de estado, sus coaliciones
golpistas y sus dictaduras, centrando específicamente la atención entre los cinco
primeros casos y considerando al “proceso” como conclusión de un ciclo
político-militar.3 Nuestra hipótesis se puede resumir diciendo que las diferencias
entre las distintas dictaduras y sus gobiernos de facto se explican por las disímiles
combinaciones entre: 1) las características de las coaliciones golpistas y de las
instituciones militares que en cada ocasión contribuyeron a la instauración de los
regímenes autoritarios y participaron de ellos, 2) las características de los
aparatos estatales (es decir, de sus capacidades políticas, burocráticas, técnicas y
económicas) dirigidos por los gobiernos de facto y de sus relaciones con los
actores socioeconómicos predominantes, y 3) las características principales de los
modos de politización de la sociedad civil cuyos efectos favorecieron u
obstaculizaron el desarrollo de las iniciativas dictatoriales.
Trabajar desde una perspectiva comparativa supone emplear un marco
conceptual con preguntas homólogas para analizar cada experiencia e introducir

2
Irving Louis Horowitz: “The Norm of Illegitimacy: The Political Sociology of Latin America”, en Latin
American Radicalim, Edited by Irving Louis Horowitz, Josué de Castro and John Gerassi, New York, Vintage
Books, 1969.
3
En este artículo se resumirá las líneas generales de una investigación en curso y se
seleccionará algunos temas sin pretender completar la complejidad de los mismos.

2
cuestiones y criterios de indagación frecuentemente omitidos en los estudios de
caso. Por otra parte, en un dominio pleno de consideraciones tendenciosas y
moralistas, donde las memorias sociales sectoriales reconfortan a los sujetos que
las asumen, las comparaciones sistemáticas proporcionan conocimientos distintos
de aquellos a los retenidos por las tradiciones políticas e intelectuales
comprometidas con las visiones particulares de la sociedad. Cabe recordar que las
diferentes dictaduras militares tuvieron vinculaciones con disímiles fuerzas
políticas, con instituciones culturales, entidades socioeconómicas y con
organizaciones sociales que, de un modo u otro, las incorporaron a sus respectivas
historias, valorándolas de una manera favorable. En las reflexiones sobre las
peripecias del sistema institucional, abundan, igualmente, las opiniones de
quienes se perjudicaron con las acciones dictatoriales y sus perspectivas dejaron
visiones perdurables en las interpretaciones de los mismos. Si con la fórmula
bachelardiana cabe decir que la ciencia es siempre conocimiento de lo oculto, en el
caso de los golpes, sus coaliciones y las dictaduras, lo oculto es, en buena medida,
lo oscurecido por los participantes y, en buena medida, por las narraciones de los
posteriores cronistas a ellos vinculados.
Nuestra exposición se funda en diferentes textos dedicados a estudios de
caso y en la consulta de fuentes primarias. Salvando las distancias, podemos
hacer propias las afirmaciones de Arno J. Meyer en su paradigmático libro La
persistencia del Antiguo Régimen: los estudios utilizados “podrían fácilmente, en
otras manos, no sólo haber recibido un tratamiento y una aplicación
completamente distinta, sino, además, haber llevado a conclusiones
especialmente diferentes” 4 , y el autor, conforme con la cautela del espíritu
científico, completaba esa observación pidiendo al eventual lector que juzgara su
contribución como conjunto y no sólo en sus partes por separadas o discretas.

Sobre la burocracia militar


En la medida que los golpes de estado y los gobiernos militares se
desenvolvieron en contextos estructurales disímiles y definieron sus
orientaciones dando prioridades a cuestiones circunstanciales diferentes, no cabe
naturalizar a las Fuerzas Armadas como si se encontraran fuera de los cambios
sociales y respondiesen a valores o fines permanentes. Definidos como una parte
de la burocracia estatal, los militares presentan diferencias con otros cuerpos de
funcionarios públicos: ellos controlan o administran el monopolio de los medios de
coacción física legítima de los estados de las sociedades nacionales. Las teorías de
alcance medio dedicadas a las burocracias militares suelen destacar que las
Fuerzas Armadas tienen sistemas jerárquicos más rígidos que los de las demás
reparticiones públicas y que su preparación profesional les da un espíritu de
cuerpo mayor que el de otros agentes estatales.5
Los discursos militares, con su sintaxis cortantes, sus apelaciones a valores
trascendentes, sus invocaciones a pasados gloriosos, sus universos misóginos,
etc., suelen interpelar a los ciudadanos corrientes encubriendo sus intereses
particulares al presentarlos como universales e identificados con el Estado,

4
Arno J. Meyer: La persistencia del Antiguo Régimen, Madrid, Alianza, 1996, p. 16.
5
Al respecto el conocido libro de Samuel P. Huntington: The Soldier and the State, Oxford, University Press,
1959, propone una visión de la profesión militar que puede matizarse y completarse con el menos difundido de
Norman F. Dixon: Sobre la psicología de la incompetencia militar, Barcelona, Anagrama, 1977.

3
operación que mientras resultó exitosa tendió a neutralizar las posibilidades de
entender sus prácticas institucionales. En el caso argentino, la crisis del Estado
afectó negativamente el reconocimiento social de todas las burocracias públicas
pero mantuvo relativamente por más tiempo protegida a la militar, hecho, en
parte, atribuible al mayor hermetismo cotidiano de la institución. A la
preservación de la institución castrense contribuyó la renovación reglamentaria de
sus cuadros superiores que los convertía en actores políticos anónimos y sin
historia política personal, preocupados por la defensa nacional y por las
efemérides patrióticas. Esas imágenes eran harto ventajosas para contraponerlas
con las de dirigencias partidarias particularmente longevas y recién con el fin del
“proceso” se diluyó esa visión protectora de las Fuerzas Armadas.
El problema de la autonomía de las burocracias estatales con respecto a las
autoridades políticas civiles a las que deben obedecer fue abordado por S. N
Eisenstadt señalando que: “El grado en que la burocracia puede mantener una
orientación básica hacia la prestación de servicios, mientras refrena sus
tendencias a reemplazar metas y a obtener poder autónomo, depende de la
relación entre diversos componentes básicos del proceso político en las
sociedades premodernas y modernas. La primera de esas condiciones es la
existencia de elites políticas fuertes, capaces de articular metas políticas... (y de)
establecer esquemas para las instituciones políticas y legales y mantener
comunicaciones con los principales grupos sociales y políticos”. 6 Al respecto,
podemos decir que las condiciones de subordinación de la burocracia militar
argentina a las “elites políticas” partidarias y gubernamentales, conocieron en el
período analizado variaciones importantes. Dicha subordinación fue mayor bajo
los gobiernos de Justo y de Perón, sucesores de dictaduras militares y figuras con
predicamento en los medios castrenses, que tuvieron proyectos consistentes y
con vinculaciones con importantes sectores sociales y económicos.
El acatamiento castrense a las autoridades nacionales disminuyó
notablemente a partir de 1955, tanto con respecto a los gobiernos civiles o como
a los militares. Eso sucedió como consecuencia de la confluencia de dos factores,
distintos pero relacionados: 1) la descomposición permanente de los marcos
institucionales de regulación de las actividades y del orden jerárquico de las
Fuerzas Armadas; 2) la imposibilidad de las elites políticas partidarias y
gubernamentales de construir proyectos coherentes y que mantuvieran una
relación de representación medianamente efectiva con sectores sociales y
económicos capaces de acordarles una legitimidad estable. Así, se multiplicaron
las iniciativas de los grupos militares que quisieron imponer políticas, nacionales o
sectoriales, y ampliar, globalmente, la autonomía corporativa. Por otra parte, la
mayoría de las experiencias dictatoriales castrenses no consiguieron establecer
alianzas sociales durables ni resolver los problemas que, supuestamente, los
habían llevado al control ilegal de los aparatos estatales, razón por la cual
terminaban siendo cuestionados por sus pares castrenses.
El tema de los militares como burocracia en una sociedad con sus elites
políticas y económicas divididas y con incapacidad para imponer sus proyectos fue
planteado por Alain Rouquié, a partir su investigación sobre las Fuerzas Armadas
argentinas en términos precisos: “el Ejército-Estado dotado de relativo margen de
autonomía, con relación a las clases superiores, se encuentra tangencialmente

6
S. N Eisenstadt “Burocracia y desarrollo político” en J La Palombara y otros: Burocracia y desarrollo político,
Buenos Aires, Paidós, 1970, p. 111.

4
vinculado a todos los grupos participantes. Lo que le permite a veces agregar
intereses fraccionales divergentes a través de una perspectiva institucional, es
decir persiguiendo objetivos profesionales” 7 . La perspectiva de Rouquié, que
subraya las relaciones del actor castrense con los principales intereses
socioeconómicos, capta un aspecto importante destacado por otros autores. Pero
la cuestión interesante de remarcar es la retroalimentación que se registró entre
la crisis estatal y la creciente descomposición de la burocracia militar, razón por la
cual la ecuación Ejercito-Estado, lejos de ser una solución potenció los problemas
que, supuestamente, los militares decían querer resolver. La politización militar
constituyó el observable empírico más claro de la crisis estatal: una burocracia
sectorial se hacía cargo ilegalmente del control del Estado, mientras buena parte
de la sociedad, que tampoco era devota extrema de las normas constitucionales,
le acordaba al acto de fuerza y a las nuevas autoridades de facto una situación de
legitimidad que, en algunos casos, se expresó con grandes movilizaciones
públicas de apoyo en las jornadas de consagración de los nuevos dictadores.

Golpes de estado y coaliciones golpistas


La definición de golpe de estado propuesta por Huntington puede ser un
buen punto de partida para aclarar nociones que usualmente se dan por
sobrentendidas. Dicho autor resume las características distintivas del golpe como
técnica política: “a) se trata del esfuerzo de una coalición política para desalojar
ilegalmente a los dirigentes gubernamentales por la violencia o la amenaza de su
utilización; b) la violencia utilizada es casi siempre poca; c) intervienen pocas
personas; d) los participantes ya poseen bases de poder institucional en los
marcos del sistema político” 8. Con respecto a las situaciones en que se registran
golpe de estado, Huntington propone distinguir a lo que designa como “...las
intervenciones de veto (que) ocurren por lo común en dos tipos de circunstancias.
Una es la victoria real o prospectiva, en las urnas, de un partido o movimiento a
los cuales los militares se oponen, o que representan a grupos que el ejercito
desea excluir del poder político”. 9
Huntington sistematiza una serie de consideraciones sobre las
intervenciones de veto condensando observaciones sobre muchos casos
nacionales; además comenta lo que sucede en la burocracia militar y en sus
relaciones con la coalición golpista: “La toma del poder por los militares, en un
golpe destinado a vetar la expansión de la participación política, trae sólo alivio
temporáneo al sistema. Por lo general los grupos que participan en el golpe se
encuentran unidos exclusivamente por su deseo de invertir las tendencias que
consideran subversivas para el orden político. Una vez que los militares se
encuentran en el poder, la coalición del golpe comienza a dividirse. Puede
fragmentarse en muchas camarillas pequeñas, cada una de las cuales trata de
llevar delante sus propios fines. Es más frecuente que se divida en dos amplias
fracciones: los radicales y los moderados, los de la línea dura y los de la línea
blanda, los gorilas y los legalistas. La lucha entre unos y otros puede tener su
centro en una multitud de problemas, pero casi siempre el punto clave es el de la

7
Alain Rouquié, “ Hegemonía militar, Estado y dominación social”, en Argentina, Hoy, Alain Rouquié
compilador, Buenos Aires, Siglo XXI, 1982, p. 45.
8
Samuel Huntington: El orden político en las sociedades en cambio, Buenos Aires, Paidos, 1972, p. 197.
9
Ibidem. p.201.

5
devolución del poder” 10. Descriptivas y mostrando pocas predisposiciones para
pasar los límites de la acumulación de observaciones empíricas, las
caracterizaciones propuestas por Huntington tienen la virtud de ordenar
regularidades que no captan los estudios de casos.

La dictadura uriburista
El primer golpe de estado que destituyó a un gobierno surgido del sufragio
democrático fue, en realidad, el resultado de una coalición cívico-militar de la que
participó un sector minoritario de las Fuerzas Armadas, dirigido por el general
Uriburu, de reconocida trayectoria castrense y política11. La coincidencia de los
civiles existía sólo en torno a la necesidad de derrocar al presidente Yrigoyen, y las
opiniones se bifurcaban sobre el resto de los temas. Era muy poco lo que tenían en
común los dirigentes de las corporaciones empresarias con los de los centros de
estudiantes universitarios que agitaban las calles; los ideólogos nacionalistas con
su proyecto corporativista con los legisladores conservadores y socialistas
independientes, devotos de la democracia parlamentaria que creían desvirtuada
por los yrigoyenistas; los propietarios y directores de la denominada prensa
“seria” con los de la “sensacionalista”; las jerarquías de la Iglesia Católica con los
liberales, sus adversarios culturales desde hacía décadas.
La adhesión de amplios sectores de la sociedad al golpe de estado coexistió
con las preferencias por el radicalismo de otra parte igualmente significativa de la
población. Esos dos bloques no suponían cortes de clase tajantes y buena parte de
las elites y de las bases sociales del radicalismo y del antirradicalismo no se
diferenciaban notablemente. La Unión Cívica Radical, aún en su versión
yrigoyenista, no había planteado un proyecto socioeconómico distinto al
agroexportador y recién con las alternativas que debían proponerse ante la crisis
mundial pudieron haber surgido las disidencias. Hasta 1930, el control del Estado
no había sido fundamental para la reproducción de los intereses de los grandes
propietarios rurales, y esa situación favoreció la ampliación del sistema de
participación electoral mediante la ley Sáenz Peña, pero 20 años después todo
había cambiado. Entonces, las relaciones entre el Estado y la economía fueron
reconsideradas ante las dificultades para colocar los excedentes agropecuarios en
los mercados mundiales en crisis, y la alternativa fue desarrollar el
intervencionismo estatal para proteger los intereses de los actores
socioeconómicos predominantes. De todos modos, los políticos conservadores no
eran meros representantes de los grandes propietarios rurales, ni, tampoco, el
corporativismo de Uriburu y de los ideólogos nacionalistas era una coartada
ideológica al servicio de la renta agraria. La coalición golpista del ‘30 fue mucho
más compleja que una acción determinada por el instrumentalismo económico.
Los heterogéneos actores de la coalición golpista no podían saber que con el
derrocamiento de Yrigoyen inauguraban la serie de golpes y de dictaduras
militares del medio siglo siguiente. En referencia al pasado, dichos actores
debieron pensarse a sí mismos como continuadores de los movimientos
cívico-militares del siglo precedente, y discutieron con los jefes castrenses sobre
la paternidad del golpe, y los sectores asociados a la tradición liberal-democrática

10
Ibidem. p.210.
11
Sobre los debates de ideas previos al golpe de 1930, ver, María Inés Rapalo: “De la Asociación del Trabajo a
la revista Criterio: encuentro entr propietarios e ideólogos, 1919-1929”, en David Rock y otros: La derecha
argentina. Nacionalistas, neoliberales y clericales, Buenos Aires, Javier Vergara, 2001, pp.113-149.

6
rechazaron las reformas corporativistas alegando su rol decisivo en la
“revolución” . En el gobierno, en las tribunas partidarias y en las confrontaciones
12

por ganarse la opinión pública, la coalición golpista inicial se dividió en


corporativistas y liberales, y estos últimos impusieron sus puntos de vista primero
y luego su candidato para el gobierno sucesor de la dictadura.
Los conflictos políticos, tanto en el seno de las coaliciones golpistas como
entre sus dirigentes y los del radicalismo, no correspondían a una clara línea de
fractura entre sectores sociales o intereses socioeconómicos y culturales
antagónicos. Las creencias compartidas sobre casi todos los temas se escindían en
la arena electoral pero en lo fundamental remitían a una situación que Alfredo
Pucciarelli y María Cristina Tortti caracterizan con el concepto de hegemonía
compartida en la que convergían los principales partidos políticos de la época
conservadora-radical.13 Esa comunidad de visiones era un elemento unificador
cuyos efectos evitaban las rupturas tajantes en el seno de la población integrada
al sistema de participación política.
La represión de la oposición y, en general, de sus críticos fueron los rasgos
de la dictadura uriburista que llevaron al exilio o a la cárcel a muchos militantes y
dirigentes políticos y sindicales. La censura a la libre expresión de las ideas, se
ejerció, incluso, contra sectores que habían sido activos partidarios del partidarios
del golpe. En la medida que no debió enfrentar grandes movilizaciones sociales de
protesta, durante los 18 meses del gobierno de facto no existieron sucesos
represivos de violencia estatal comparables a los de los años 1919-1921. La
voluntad oficial de castigar los hechos de resistencia a la opresión dictatorial se
expresó en la implantación de la ley marcial y la realización de varias ejecuciones,
en unos casos por delitos comunes y en otros por motivos políticos. Esas condenas
a muerte suscitaron el rechazo tanto de los sectores favorables como de los
opuestos al golpe de estado, por considerarlas recursos extremos de punición
contrarios a los principios jurídicos nacionales.14 Sin duda, la repulsa al uso de la
pena capital, indicaba la vigencia, por encima de los enconos políticos, de
sensibilidades mayoritarias favorables a la convivencia social civilizada. El
malestar presente en la conciencia colectiva no debió ser ajeno a la decisión del
gobierno de derogar, a principios de junio de 1931, los bandos y el decreto de
establecimiento de la ley marcial.
En el plano de las prácticas políticas, las elecciones de gobernador
bonaerense de abril de 1931 dieron una notoria evidencia de la contradictoria
situación reinante: el partido radical contó con suficiente libertad de acción para
12
La por la resignificación de la revolución comenzó al día siguiente de su éxito. Uno de los temas en discusión
fue la magnitud de la participación civil en comparación con la de los limitados efectivos militares con algún
protagonismo en la realización del evento. Fueron muchos los que dejaron testimonios, entre ellos el entonces
capitán Juan Domingo Perón en "Lo que yo vi de la preparación y realización de la Revolución del 6 de
septiembre de 1930", en José María Sarobe, Memorias, Buenos Aires, Ediciones Gure, 1957, y enfatizaron la
contribución decisiva realizada por la movilización civil para lograr el derrocamiento del gobierno radical. Por su
parte La Nación definió en el editorial del 7 de septiembre lo ocurrido la víspera como el resultado de un
"movimiento popular" en el que se integraba la participación militar.
13
Alfredo Pucciarelli y María Cristina Tortti: “La construcción de la hegemonía compartida: el enfrentamiento
entre neutralistas, rupturitas e yrigoyenistas”, en Waldo Ansaldi y otros (editores): Representaciones
inconclusas. Las clases, los actores y los discursos de la memoria, 1912-1946, Buenos Aires, Biblos, 1995.
14
Adolfo A. Anaya en su libro 6 de septiembre de 1930, Buenos Aires, Jorge Baudino ediciones, 1993, capítulo
12, reseña que la ley marcial que establecía la pena capital fue aplicada a muy pocas personas “autoras de delitos
de escasa entidad penal. Esa circunstancia fue suficientemente reveladora, de que en todo el país no se produjeron
disturbios que hicieran peligrar la estabilidad del gobierno de facto”, p. 302.

7
obtener la mayoría de los sufragios pero la dictadura desconoció los resultados. En
el mismo sentido, en las elecciones presidenciales de noviembre de 1931, la Unión
Cívica Radical no fue proscripta pero decidió abstenerse dado el veto
gubernamental de la candidatura de Marcelo T. de Alvear, objetada por no haber
transcurrido el sexenio fijado por la Constitución Nacional para volver a postularse
a la primera magistratura. La salida electoral se realizó favoreciendo al general
Justo, pero en una situación en la que el marco de regulaciones legales de
restricción de las preferencias de la ciudadanía fue, comparativamente, mucho
menos excluyente que se conocería bajo dictaduras posteriores. Si bien en los
sectores de pensamiento más antidemocrático del ´30 no faltaron los argumentos
clasistas, y hasta racistas, contra los radicales --a algunos de sus dirigentes les
endilgaban mentalidad “negroide” y los llamaban “negritos”--, los criterios
aristocratizantes de cierre de clase mal podían ser empleados para descalificar a
Honorio Pueyrredón, importante terrateniente, que fue el candidato triunfante en
las anuladas elecciones bonaerense, ni contra M T. de Alvear o muchos otros
dirigentes radicales de origen social “patricio”.
Carlos Cossio propuso en los años 30 una interpretación del golpe contra
Yrigoyen cuyos fundamentos conceptuales resultan perfectamente pertinentes
para entender la distorsión de la legalidad política abierta con aquella primera
interrupción de la continuidad institucional. Según Cossio, la reforma electoral de
1912 creó al ciudadano en tanto entidad universal, pues "la norma que sigue cada
ciudadano al votar, puede ser erigida en norma universal, lo que hace cada
ciudadano puede ser hecho por otro, y porque establecido el voto secreto cada
ciudadano puede decidirse libremente sin que sea tomado, en ese instante, de
medio por otro ciudadano más fuerte, que imponga a su voluntad una dirección
heterónoma" 15. Para Cossio, la institución prematura del ciudadano universal por
la ley electoral no contó con la correspondiente contrapartida de un Estado y de
partidos políticos con igual proyección universal en sus desempeños. Así, la
ciudadanía recién inaugurada debió relacionarse con estructuras políticas,
estatales o partidarias, caracterizadas por el particularismo. Los partidos sin
programa, dirigidos por caudillos y las administraciones públicas con burocracias
reclutadas por medios clientelistas eran realidades mucho más atrasadas que el
ciudadano universal pergeñado por las leyes electorales, y en esa asincronía se
fundó una situación objetiva que dio el marco a la acción de la coalición golpista,
ignorante, por cierto, de la reflexión de filosofía del derecho que podía explicar las
condiciones sociopolíticas de sus prácticas.

La dictadura juniana
El gobierno de Justo se desenvolvió en una complicada continuidad con la
dictadura uriburista e inició la primera de las tres presidencias conservadoras
semidemocráticas, según la imaginativa designación de Federico Pinedo. La
combinación entre el intervencionismo estatal en la economía, la restricción de la
participación electoral de la ciudadanía y el crecimiento de la complejidad urbana
y de la industrialización, con la consiguiente ampliación de las clases populares 16,

15
Carlos Cossio, La revolución del 6 de Septiembre, Buenos Aires, Librería y Editorial La Facultad, 1933, p.146.
16
Emplearemos la noción clases populares para referirnos a un amplio conjunto de sectores sociales cuyas
situaciones en el plano de los ingresos económicos, del acceso a la educación formal y, más en general, del
reconocimiento social, los colocaba en posiciones dominadas o subalternas en la estructura de desigualdades
sociales correspondiente al período analizado.

8
crearon las situaciones objetivas y subjetivas de nuevas configuraciones
socio-históricas. Las cinco dictaduras militares posteriores tuvieron entre sus
dilemas como hacer para resolver los problemas planteados por las nuevas
dimensiones de la vida social. La dictadura militar iniciada en 1943 desembocó en
una alternativa que articuló el intervencionismo estatal, la modernización
industrial y urbano-ocupacional con la incorporación política de las clases
populares. Esa solución creó aún mayores problemas para las dictaduras militares
siguientes, pues la participación de dichos sectores sociales, no sólo en el plano
electoral sino también en las luchas por la distribución del ingreso y por la mejora
de los derechos al acceso al bienestar material y cultural, hizo más compleja la
dinámica del sistema político e introdujo permanentemente nuevas demandas de
reformas sociales.
En el golpe de estado de 1943 los militares no tuvieron el acompañamiento
inicial de una coalición golpista pública con integrantes civiles organizados
parecida a la que impulsó al cambio institucional precedente. La destitución del
gobierno conservador contó con la adhesión de la mayoría de los altos cuadros de
las Fuerzas Armadas bajo la conducción de un núcleo de oficiales superiores del
Ejercito organizados bajo forma de logia; los civiles se agregaron una vez
consumado el golpe. Los dirigentes de los principales partidos políticos de
oposición reclamaban desde hacía un cierto tiempo el fin de la indiferencia
castrense ante el fraude electoral, los grupos nacionalistas trataban de influir
sobre las Fuerzas Armadas y las jerarquías eclesiásticas tenían buen acceso a los
militares, pero ninguno de los mencionados actores fue protagonista visible del
derrocamiento del presidente Castillo. El acontecimiento generó satisfacción en
los partidos opositores e incluso en fracciones del conservadurismo, en los
órganos de prensa ligados a la Iglesia y, globalmente, en la opinión pública. Sin
embargo, el desconocimiento sobre su inminencia quedó registrado en varias
narraciones de personas propensas a buscar a los militares como interlocutores
privilegiados: Marcelo Sánchez Sorondo fue un caso ilustrativo. “Yo me contaba,
aseguró en sus Memorias, entre aquellos compatriotas que veían aproximarse el
fin de la vieja política pero poco o nada sabía al respecto del alzamiento militar. La
caída de Castillo, pues, aunque previsible, para mi no dejó de ser una sorpresa”17.
Durante el período 1943-46 se formaron coaliciones cívico-militares cuyas
divergencias se fundaban en motivos diferentes. Las posiciones frente a la guerra
mundial fueron un tema de divisiones iniciales; más tarde las polarizaciones se
dieron por las políticas impulsadas por Perón. La coalición formada en apoyo al
gobierno de Farrell-Perón reunió a altos jefes militares nacionalistas, a fracciones
menores de casi todos los partidos políticos, a agrupaciones de distintas ideologías
favorables al nacionalismo, a la mayoría de los dirigentes sindicales, a algunos
grupos de empresarios y, a medida que se acercaron las elecciones
presidenciales, se alineó en ella una alta proporción del clero católico. En la
coalición definida contra Perón figuraron menos, pero influyentes, cuadros
superiores de las Fuerzas Armadas, la mayoría de los dirigentes de todos los
partidos políticos, las corporaciones empresarias tradicionales, los sindicatos
socialistas y comunistas, los propietarios de los grandes diarios nacionales y
muchas personalidades del mundo cultural.
En las condiciones políticas abiertas por el gobierno militar, la Iglesia

17
Marcelo Sánchez Sorondo, Memorias. Conversaciones con Carlos Payá, Buenos Aires, Sudamericana, 2001,
p.81.

9
valorizó sus ventajas relativas de organización de dominación territorial
hierocrática y de articulación territorial (parroquial), dimensiones que, como
señala Max Weber, son propias de su "carácter de instituto racional y de empresa
(relativamente) continuada, como se exterioriza en sus ordenaciones, en su
cuadro administrativo y en su pretensión de dominación monopólica".18 En las
luchas del campo cultural, sus adversarios históricos eran los sectores de ideas
‘liberales’ a los que la Iglesia y sus intelectuales disputaban la primacía en materia
educativa y de institucionalización de tradiciones, cuestiones sobre las que había
avanzado durante el gobierno de Justo. En tanto que el gobierno militar asumió
viejos reclamos eclesiales, la Iglesia aportó su adhesión a la coalición golpista y
cuando ésta se dividió, se alineó en la coalición de los sectores favorables a Perón
dispuestos a mantener las políticas educativas y culturales más afines con sus
intereses y visiones del mundo.19 Además de una victoria en el plano simbólico, la
opción apuntaba a ampliar ventajes materiales para la institución religiosa y abría
la posibilidad de puestos gubernamentales para una capa de intelectuales y
profesionales católicos que se habían sentido postergados por el predominio de
sus competidores liberales.
Los distintas medidas restrictivas de las libertades públicas implementadas
por los diferentes elencos que gobernaron la dictadura militar de los años 1943-46
no sólo fueron resistidas y denunciadas por los actores disconformes, sino que las
autoridades se revelaron ineficaces para controlar los alegatos, las protestas
pacíficas y las movilizaciones más activas de franjas importantes de la población,
cuyos éxitos mostraron la imposibilidad de cerrar el espacio público de debates y
disidencias políticas. Al igual que la del ´30, la dictadura del ´43 fue permeable a
las objeciones y a las resistencias de sectores disconformes. La represión
dictatorial en la etapa presidida por Farrell apuntó, fundamentalmente, contra el
sindicalismo de izquierda, el movimiento universitario y las fracciones más activas
de los distintos partidos políticos que se movilizaban reclamando la defensa de las
libertades públicas. Los equilibrios inestables y las tensiones entre fracciones
militares reflejaron la recepción de las demandas provenientes de esos sectores
de oposición y, por momentos, dieron lugar a rápidos cambios de relaciones de
fuerzas, de los que el encarcelamiento y la recuperación de la libertad de Perón, en
octubre de 1945, pude considerarse como el ejemplo más elocuente.
En el conjunto de la etapa 1943-46 es fácil reconocer la existencia de
tejidos sociales fuertes. El mundo del trabajo reveló ser una fuente de integración
social que dotó de sólidas referencias simbólicas a sus miembros, y en especial a
los asalariados industriales, cuyas reivindicaciones convergieron en la aparición
de nuevas alternativas políticas en las luchas por las definiciones del presente y
del futuro de la sociedad argentina. Igualmente importantes eran los lazos
sociales de campo universitario en el que se formaron movimientos activos de
oposición a las políticas dictatoriales. Las convicciones ideológicas adquirieron una
presencia antes desconocida, y la crispación de los enfrentamientos políticos y
culturales, más allá de las descalificaciones recíprocas, mostraron un interés por
lo público ausente en la época conservadora. En ese contexto, lo que había
comenzado como un golpe militar carente de apoyos e incitadores civiles

18
Max Weber: Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva, México, Fondo de Cultura
Económica, 1999, p. 45.
19
Sobre las características de esa relación, ver, Loris Zanatta: Perón y el mito de la nación católica. Iglesia y
Ejército en los orígenes del peronismo 1943-1946, Buenos Aires, Sudamericana, 1999, cap. 5.

10
estructurados, dio lugar a la conformación de varias coaliciones cívico-militares de
signos opuestos, ligadas a las luchas de los campos social, político y cultural,
entendidos en el sentido que Pierre Bourdieu asigna a dicho concepto.
La coalición golpista que se formó en torno al gobierno dictatorial de Farrell
consiguió asegurar una continuidad política en el régimen sucesor presidido por
Perón y en ese aspecto, su nivel de logro fue similar a la intervención militar del
´30. Con el gobierno del peronismo se amplió la participación política de las clases
populares, se politizaron los conflictos sociales con una intensidad desconocida
hasta entonces. Las propuestas de finalizar con los antagonismos sociales y crear
una “comunidad organizada” encontraron sus principales apoyos y adversarios
siguiendo, de modo predominante, los antagonismos entre intereses
socioeconómicos. Los peronistas concitaron una amplia proporción de sus apoyos
en las clases propietarias negativamente privilegiadas, entendidas en sentido
weberianos, y sus rivales encontraron predominantemente sus adhesiones en los
polos opuestos de esas dicotomías.20 El Estado intervencionista fue el locus de
unificación de una nueva fracción de la clase política muchos de cuyos miembros
provenían de partidos tradicionales, del viejo y del nuevo sindicalismo, de los
estamentos de dirección de las burocracias públicas, unificados en torno a una
visión estatista, favorable a la industrialización y a la profundización de la equidad
social.21
Sobre la primera experiencia de gobierno peronista, Gino Germani propuso
un conjunto de hipótesis que abrieron las discusiones sociológicas sobre ese
movimiento político y en el que destacó específicamente en el tema del tipo de
ampliación de la participación política de las clases populares y de su relación con
el golpe de estado: “El régimen peronista, típico movimiento ‘nacional-popular’,
por su origen, por el carácter de sus líderes, por las circunstancias de su
surgimiento, estaba llamado a representar solamente un Ersazt de participación
política para las clases populares. Su caída, aunque fue el resultado de una
conjunción de fuerzas muy distintas, sólo fue posible por sus limitaciones
intrínsecas. Y la principal de éstas era que, para defenderse, el peronismo debía
transformar esa participación ilusoria en una intervención real; debía, en otras
palabras, cambiar de naturaleza, volverse realmente una expresión de las clases
populares. Esto era imposible y tuvo que caer frente al incesante ataque de grupos
de muy distinta orientación y origen. Pero el proceso iniciado con el peronismo y
mucho antes aún, con el sufragio universal, ha quedado abierto, y el problema de
la integración de la población ahora completamente “movilizada”, de la
incorporación de todos los estratos sociales a la vida política nacional, dentro de
una democracia representativa funcionante de manera efectiva, en base a los
derechos políticos y sociales, resume en sí la historia presente y la del inmediato
futuro, en la Argentina”.22

20
La mencionada modalidad de conflictos la captaba un balance de la Sociedad Rural Argentina diciendo que
durante el decenio peronista en el agro se habían producido rupturas entre sectores diciendo que: “las leyes sobre
arrendamientos rurales, que congelaron y redujeron los arrendamientos e hicieron crónicas sus prorrogas,
convirtieron a los colonos en enemigos de los propietarios y a éstos de aquellos” , Memorias de la Sociedad Rural
Argentina, 1956, citado en Mirta Palomino: Tradición y poder: la Sociedad Rural Argentina 1955-1983, Buenos
Aires, CISEA- Grupo Editor Latinoamericano, 1988, p. 116.
21
Al respecto, ver Ricardo Sidicaro: Los tres peronismos. Estado y poder económico 1946-55/ 1973-76/
1989-99, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, cap. 2.
22
Gino Germani: Política y sociedad en una época de transición, Buenos Aires, Paidós, 1968, p. 309.

11
La dictadura “libertadora”
El sector de las Fuerzas Armadas que se sublevó contra el gobierno
peronista e instauró la dictadura de los años 1955-58 era numéricamente
minoritario en comparación con el que no participó del golpe y se mantuvo fiel a
las autoridades. En la medida que en el decenio peronista se había limitado la
libertad de expresión de prácticamente todas las entidades de la sociedad civil a la
vez que se les pedía muestras externas de adhesión, las posibilidades de
formación de una coalición golpista cívico-militar se vieron notablemente
restringidas a pesar de la animadversión hacia el gobierno de amplios sectores de
la sociedad y, en especial, de los situados en la mitad superior de la distribución
del ingreso. Esa coalición golpista virtual se convirtió en real al instalase el
gobierno dictatorial y su único común denominador, la celebración de la
destitución del peronismo, se demostró incapaz de contrarrestar las fuerzas
centrífugas que contenía en su seno. Alrededor de la primera administración
dictatorial, presidida por el general Eduardo Lonardi, se formó una coalición
golpista cuyo rasgo característico fue su orientación nacionalista católica, con
afinidades con el peronismo pero que rechazaba a Perón, y predispuesta a
conciliar con las dirigencias partidarias y sindicales del régimen depuesto. A dos
meses del comienzo de su gestión, un “golpe de palacio” reemplazó a los elencos
iniciales de la dictadura e impuso un giro definidamente antiperonista con la
designación del general Pedro E. Aramburu apoyado por una coalición golpista
liberal.
La divergencia de opiniones sobre qué hacer con el peronismo condujo a la
división de la coalición liberal en dos tendencias con sus respectivas soluciones:
para unos se trataba de una “cuestión política”, para otros se estaba frente a una
“cuestión social”. Las argumentaciones de ambas distaron de ser unívocas y
mezclaron preocupaciones múltiples, la prisa por alcanzar puestos de poder, la
búsqueda de ganancias económicas, la reparación cultural, si bien las iniciativas y
las propuestas prácticas fueron relativamente más precisas. Quienes encararon el
problema peronista como político, propusieron iniciativas orientadas a neutralizar
la capacidad de intervención de sus dirigentes en la escena política, y emplear
para ese fin los mecanismos de control dictatorial pero sin desestimar la
posibilidad de integrar figuras menos conflictivas del anterior oficialismo. La
perspectiva que definía al problema como social se preguntó por las estrategias
para destruir las condiciones sociales de existencia del peronismo y su opción fue
extremar las medidas represivas. Uno de los aspectos más interesantes de
destacar fue que todos los participantes en esa bifurcación de ideas y estrategias
se proclamaban defensores del sistema democrático: “herederos históricos de las
luchas contra la primera y la segunda tiranía” y, por lo tanto, se vedaban a sí
mismos la posibilidad de enunciar una ideología dictatorial consistente y una
salida institucional capaz de asumirse como antidemocrática al estilo de los
fascismos europeos o del falangismo español.
La Iglesia Católica tuvo una participación destacada en la coalición golpista
de 1955. La limitación de las libertades de expresión implementada por los
peronistas fue poco eficaz frente a una institución con medios propios para hacer
circular sus opiniones y, en algunas coyunturas densas, convertir las procesiones
religiosas en actos políticos multitudinarios contra el oficialismo. Si para el triunfo
electoral del peronismo de los años ´40 la Iglesia había contribuido con su
estructura jerárquica y su implantación parroquial, en el ´55 esos recursos fueron

12
fundamentales para el éxito del golpe de estado. La acción política de la Iglesia
encontró buena recepción en parte de los peronistas, disgustados por la violencia
adquirida por el conflicto, y no faltaron los funcionarios que renunciaron a sus
cargos. Además, la disconformidad se manifestó en algunos sectores de la
oficialidad de las Fuerzas Armadas, lo que facilitó la convergencia entre los
nacionalistas católicos y los liberales, otrora adversarios. Cristo Vence fue la
consigna del triunfante golpe de estado.
Los dirigentes de los partidos políticos que apoyaron la intervención militar
no tuvieron mayor participación en el golpe, pues sus estructuras no eran capaces
de sortear las dificultades derivadas de la falta de libertades públicas. Por otra
parte, en esa coyuntura, todas las entidades empresarias tradicionales adherían
públicamente al gobierno, por presiones oficiales o por coincidencias políticas, y
sus discursos eran favorables al oficialismo. Los diarios de mayor circulación
apoyaban a Perón, y más allá de las causas de esas actitudes (presiones oficiales,
confiscaciones, convicción política, decisión independiente de sus dueños en un
contexto hostil, etc.), lo cierto es que no había prensa opositora. En realidad, la
gran mayoría de los críticos del peronismo, participaban individualmente de
asociaciones empresarias, profesionales y culturales que adherían al gobierno y
carecían de posibilidades para llevar adelante iniciativas colectivas,
medianamente significativas, para lograr figuración pública en los momentos
iniciales de la nueva dictadura.
Al comienzo de su exilio Perón abordó el tema de la relación de fuerzas
militares del ‘55: “las probabilidades de éxito eran absolutas, pero para ello,
hubiera sido necesario prolongar la lucha, matar mucha gente y destruir lo que
tanto costó crear”.23 La decisión de los rebeldes de no ahorrar recursos violentos
se hallaba, seguramente, demostrada en el bombardeo a mansalva de las
personas que se encontraban en Plaza de Mayo en junio de 1955. Como
consecuencia de la ausencia de un enfrentamiento efectivo entre sectores, la
nueva etapa política tuvo un punto de partida complejo dentro de las Fuerzas
Armadas, pues quedó sin resolver el hecho de que la mayoría de sus cuadros de
todos los niveles jerárquicos habían tenido afinidades, más o menos manifiestas,
con el gobierno destituido. Por otra parte, el futuro institucional de los militares
antiperonistas se encontró amenazado por el eventual retorno de los peronistas.
Esa combinación de situaciones fue el marco de las “intervenciones de veto”,
como las llama Huntington, orientadas a defender las carreras castrenses de los
sectores con mayor protagonismo en el golpe del ´55 o que se sumaron a esa
orientación luego del evento con el usual fervor de los conversos. Las
coincidencias de intereses entre los jefes militares y los principales sectores
empresarios provenía de la común inquietud por un “retorno” susceptible de
perjudicarlos, a unos en sus carreras y a otros en sus ganancias y esa
convergencia se manifestó en los golpes de veto siguientes. En fin, la proscripción
de los candidatos peronistas contó con el apoyo de los partidos beneficiados de
distintas maneras por la marginación de esos competidores electorales.
La acción de la dictadura militar de los años 1955-58 reforzó la
identificación de las clases populares con el peronismo, contribuyendo a aumentar
su representatividad social en comparación con las épocas que gestionaba el
Estado, pues desde el llano ya no se preocupaba por morigerar las
reivindicaciones sindicales y, más aún, las atizaba promoviendo el conflicto entre

23
Juan Perón: La fuerza es el derecho de las bestias, Lima, Fuerza Mundo, 1956, p. 61.

13
“el capital y el trabajo”. Usando los términos de Germani, se puede afirmar que se
había pasado del Ersazt de participación política de las clases populares a una
situación que potenciaba su intervención política real y la transformaba en el eje
de un poderoso movimiento social. Es de destacar que con más distancia
temporal, o política, de los acontecimientos de 1955, Germani propuso una
interpretación que completaba su visión anterior: “Los golpes de Estado de 1945
contra Vargas y el de 1955 contra Perón y numerosos de los golpes de Estado
militares sucesivos en esos dos países fueron preparados, al menos en parte, con
la intención de desmovilizar a las clases populares o reducir su participación
política”24.
A partir de 1955, las Fuerzas Armadas conocieron una creciente crisis
profesional y pronunciadas tendencias a la desarticulación de sus órdenes
jerárquicos. La desperonización interna de cada arma, a fin de asegurar un nuevo
perfil de preferencias políticas, implicó la depuración de los cuadros de oficiales y
de suboficiales sospechados de peronistas y la reincorporación de quienes en
diferentes momentos, y por distintas cusas, habían quedado fuera de la institución
por ser críticos, más o menos consecuentes, del régimen derrocado.25 Los cambios
politizaron las cadenas de mandos con más exigencias de lealtades en
comparación con el decenio del peronismo, cuyo estilo propagandístico buscaba
adhesiones formales y de cariz rutinario.26. Los oficiales reincorporados en el ´55
tenían méritos propios para justificar su activismo político y para reivindicar
recompensas, con un empeño y compromiso individual cuyos efectos quebraron
las pautas formales de las jerarquías. Los compromisos adquiridos en los grupos y
conciliábulos políticos crearon lazos sociales horizontales que contrariaban el
funcionamiento de las cadenas de autoridad verticales propias de las instituciones
militares.
Los anuncios de grandes cambios en las relaciones del Estado con la
actividad económica no dieron lugar, durante el gobierno de Aramburu, a mayores
modificaciones del esquema vigente durante la década anterior. El diario La
Nación, que se había incorporado a la coalición golpista luego de haber dado,
entre 1951 y 1955, su adhesión al gobierno peronista, trató de explicar la
persistencia del intervencionismo estatal empleando un razonamiento que remitía

24
Gino Germani: Politique, société et modernization, Belgique, Duculot, p.158.
25
Federico A. Gentiluomo, militar retirado que mantuvo una participación activa en el peronismo después de su
derrocamiento señaló que “Después del triunfo, la “Revolución Libertadora” no sólo detiene y encarcela a
centenares de jefes y oficiales por el solo hecho de haberse mantenido leales al gobierno constituido, sino que los
juzga, los condena , los sustituye o los pasa a situación de retiro (...) como ejemplo de la magnitud que alcanza
esta “purga”, basta señalar que no queda un solo general en actividad de los que no se plegaron a la subversión y
que en un solo decreto (...)de ese año, hay más de cien coroneles pasados a situación de retiro”, Cnel. Federico A.
Gentiluomo: Desafíos a la Revolución Argentina, Buenos Aires, Nueva Era, 1970, p. 66; al respecto, ver, Ernesto
López: Seguridad nacional y sedición militar, Buenos Aires, Legasa, p. 127; y Daniel Mazzei:”La revancha de
los gorilas. Ejercito y peronismo entre 1955 y 19958“, en Hernan Camarero y otros: De la Revolución
Libertadora al menemismo, Buenos Aires, Imago Mundi, 2000, pp.57-73.
26
Federico A. Gentiluomo criticó lo que sucedía antes de 1955 y sostuvo que la “acción adoctrinadora --
fundamentalmente la que encara la Secretaría de Prensa y Difusión--se diluye en una propaganda mal dirigida,
puesto que se basa en la exaltación, la alabanza desmedida y también en lo anecdótico la oposición con más
habilidad y sutileza, aprovecha los yerros cometidos(...) lanzando una fecunda campaña de contra-
adoctrinamiento, basada en la difamación, la ridiculización de personajes y, fundamentalmente, en crear
fantasmas que provocarán temores decisivos y determinantes, como en el caso de las milicias obreras cuya sola
mención era suficiente para provocar una airada y enconada resistencia en el seno de las Fuerzas Armadas”, op.
cit. , p. 66.

14
a las resistencias de las burocracias públicas, contrarias a cualquier reforma que
pudiera “afectar su omnipotencia, sin preocuparse de la incidencia de su actitud
sobre la economía del país (y también constataba que) no pocos empresarios
acostumbrados a que el Estado resuelva sus problemas no adoptan ninguna
medida para mejorar su situación y hasta reclaman, en sus apuros, la intervención
de aquel”.27 Sin explicitarlo, la interpretación del diario fundado por Mitre, debía
considerar a la burocracia militar como interesada en mantener los dispositivos de
intervención económica y el manejo de empresas de todo tipo que acrecentaba su
poder circunstancial. Además, el citado comentario editorial destacaba la
existencia de grupos políticos que pretendían ganar el apoyo popular mediante
una prédica que excluía cualquier forma de espíritu de sacrificio y formulaban
promesas demagógicas. La reflexión concluía reclamando la necesidad urgente de
que las burocracias, los empresarios y los políticos cambiaran su mentalidad y se
adaptaran a los requerimientos de la liberalización de la economía.
La búsqueda de apoyos en las clases populares dividía a los partidos
políticos y planteaba problemas que repercutían dentro y fuera del gobierno de la
dictadura. Las estrategias para alcanzar apoyos populares para las elecciones con
el peronismo proscrito fueron un factor decisivo para la escisión del radicalismo.
La Unión Cívica Radical del Pueblo, solidaria con la gestión castrense, en la que
ocupó varios ministerios, impulsaba decisiones públicas para beneficiarse
electoralmente y se distanciaba de las propuestas de los militares más
extremistas, identificados con el vicepresidente Rojas, proclives a prolongar el
régimen autoritario. La Unión Cívica Radical Intransigente intentaba capitalizar el
descontento popular y su cúpula dirigente terminó estableciendo un pacto
electoral con Perón. En los demás partidos, las relaciones con el poder castrense
suscitaron, igualmente, divisiones. Los argumentos de las luchas por el
predominio entre partidos y fracciones partidarias remitían a estrategias y tácticas
que podían ser más o menos sofisticadas pero que, en realidad, pensaban en las
oportunidades de crecimiento ofrecido por la situación creada con la proscripción
de los candidatos apoyados por una considerable proporción del electorado. En un
sentido general, puede afirmarse que al suspenderse la vigencia del libre juego
democrático del sistema de partidos se debilitaron sus estructuras y sus
preocupaciones programáticas, primaron las discusiones tácticas y decayó la
calidad de sus dirigentes. Es decir, ninguno de los actores del pluralismo
restringido quedó al margen de las consecuencias negativas del sistema impuesto
por la dictadura de los años 1955-1958.
A diferencia de los dos regímenes autoritarios anteriores, el establecido con
el golpe del ´55 no tuvo un gobierno sucesor originado en alguna de sus
coaliciones golpistas. En el libro de memorias del almirante Issac F. Rojas, se
reproduce el texto completo del memorandum, estrictamente confidencial y
secreto, en el cual el responsable del Departamento Coordinación de la
vicepresidencia diseña un balance político de las elecciones realizadas en febrero
de 1958, dirigido al vicepresidente Rojas. Ese texto afirmaba que “en todo el país
el triunfo de la UCRI es considerado como un triunfo del ex-dictador (...) el
resumen es simple: la Revolución ha sido derrotada y el peronismo tiene una
posibilidad muy grande de resurgir, (con respecto a los responsables de lo
ocurrido el documento de la Marina decía que) es conveniente puntualizar
perfectamente; son aquellos que prefirieron la especulación política a la línea

27
La Nación, Nota editorial, 14 de enero de 1957, p.6.

15
revolucionaria; los que dejaron en libertad al partido comunista; los que dejaron
sin sancionar a los traidores a la Patria; los que bregaron por el levantamiento de
las inhabilitaciones políticas y gremiales; los que se opusieron al
desmantelamiento de las estructuras totalitarias en el campo gremial...” 28 . El
autor del memo aconsejaba la toma inmediata de una serie de medidas represivas
entre las que se encontraba la detención de todos los dirigentes comunistas y
peronistas de los gremios movilizados y juzgarlos con el Código Militar, y estimaba
que no debía descartarse la posibilidad de no entregar el gobierno al candidato
triunfante en el acto eleccionario. En gran parte, no sólo en el citado documento
sino también en muchos otras reflexiones de militares y de civiles que habían
participado de los objetivos de la dictadura de 1955-1958, el proyecto extremista
se consideró sólo momentáneamente postergado. A los efectos del análisis del
origen y desenvolvimiento de las ideas y practicas que operaron como
antecedentes del “proceso” dictatorial de 1976-83, cabe destacar la equiparación
que realizaban los sectores más ortodoxos de la dictadura “libertadora” de las
acciones de los sindicalistas peronistas y las estrategias comunistas, abriendo así
una tradición discursiva y represiva prolongada en las intervenciones castrenses
posteriores.
El general Martín Balza, en un libro reciente, consideró que “el inicio de la
desprofesionalización del Ejército y su falta de capacidad para cumplir con su
misión específica, así como la priorización de una lucha ideológica
--eufemísticamente llamada “guerra contrarrevolucionaria”-- que nos llevó
durante el Proceso a desviarnos de la juridicidad penal nacional y penal castrense,
se iniciaron a partir de la revolución que derrocó a Perón en 1955” 29 . Es
importante destacar que esa temprana recepción en el país de las doctrinas
“contrarrevolucionarias” se produjo en una situación mundial caracterizada por la
expansión en Asia y en África de las luchas de liberación nacional enfrentadas a los
ejércitos de las metrópolis colonialistas. En el mismo texto, Balza reproduce un
comentario del general Luciano B. Menéndez quien sostiene que “desde 1958, por
lo menos, el Ejercito se preparó para la guerra contrarrevolucionaria”, por cierto,
el “enemigo” en esas contiendas eran los movimientos anticolonialistas y no la
Unión Soviética. En Latinoamérica, el comunismo en tanto figura de acción política
o ideológica recién apareció con cierta entidad en 1960 con la radicalización de la
revolución castrista. Resulta pertinente resaltar la temprana incorporación del
anticomunismo en las preocupaciones de los militares argentinos para deslindar
históricamente las referencias generalizadas en el subcontinente a la amenaza
soviética instituida en el imaginario de las derechas civiles y castrenses varios
años más tarde. En el caso local, se trató de una preparación militar basada en
doctrinas que correspondían a preocupaciones por la politización y rebelión de
pueblos en vías de salir de situaciones coloniales.
Por sus prácticas represivas, la dictadura de 1955-58 superó a las
anteriores: los fusilamientos de militares y los asesinatos clandestinos de civiles
de junio de 1956, fueron los sucesos con más resonancia pública de una larga
serie que incluyó crímenes cometidos con fines políticos por agentes de los
organismos de inteligencia, encarcelamientos masivos de obreros y sindicalistas y
persecuciones generalizadas. La restricción de las libertades públicas de los

28
Memorias del almirante Issac F. Rojas. Conversaciones con Jorge González Crespo, Buenos Aires, Planeta,
1993, pp. 561-564.
29
Martín Balza: Malvinas. Gesta e incompetencia, Buenos Aires, Atlántida, 2003, p. 40.

16
opositores fue meticulosamente reglamentada para impedir la difusión de ideas al
legislarse sobre nuevas figuras delictivas de proscripción de palabras y de
símbolos. En las dependencias estatales, incluidas las universidades, se
impusieron criterios de discriminación política e ideológica, que, como suele
suceder con ese tipo iniciativas, favorecieron a las clientelas y a las parentelas de
los depuradores institucionales. Los crímenes, las torturas, las distintas
modalidades de violación de los derechos humanos y las formas más extremas de
limitar las libertades públicas fueron denunciadas por algunos periodistas
independientes y por unos pocos intelectuales.30 La mayoría de la sociedad, fuese
por que adhería al peronismo o por que seguía a los dirigentes políticos menos
comprometidos con la dictadura militar, asumió ideas contrarias a la represión y
favorables a la superación de los antagonismos, dejando a los militares y civiles
partidarios de la represión con escasos sustentos sociales.

La dictadura 1962-63
“El golpe de estado, previsible, aunque sin preparación previa a nivel de la
opinión pública, se presentaba como un accidente de ruta, porque ningún líder
militar se destacaba y ningún proyecto político que no fuera negativo legitimaba la
ruptura del orden constitucional”31. La caracterización de Rouquié sobre la caída
de Frondizi resume bien las consecuencias de las intervenciones castrenses para
interrumpir la continuidad institucional, tan oscuras y desarticuladas como la
dictadura que instauraron, con un presidente formalmente constitucional y una
vertiginosa rotación de precarias coaliciones golpistas formadas entre fin de
marzo de 1962 y mediados de octubre del año siguiente. La sustitución de
Frondizi mostró el fracaso de su propuesta de integración gradual de las clases
populares en la vida política y reabrió la alternativa represiva. En la superficie
institucional, el senador Guido dio apenas la apariencia de continuidad
constitucional a la dictadura militar de las desorganizadas Fuerzas Armadas. Las
coaliciones golpistas fueron más volátiles que las precedentes, pero sus actores
civiles y militares no retrocedieron en sus proyectos de ganar influencias sobre el
sistema de toma de decisiones públicas. Diferentes representantes de intereses
socioeconómicos, algunos dirigentes políticos antiperonistas y un cierto número
de figuras públicas sin partido, ocuparon altos cargos estatales sin conseguir
proponer un proyecto medianamente viable y rápidamente fueron sustituidos por
otros que corrieron igual suerte. El panorama global quedó marcado por las
coaliciones golpistas precarias en un vacío político que alentó la multiplicación de
las aspiraciones presidenciales de figuras civiles o militares secundarias.
En las luchas castrenses creció la figura del general Juan Carlos Onganía,
caudillo de la fracción “azul”, cuya propuesta explícita se presentaba menos
represiva que las de sus antagonistas “colorados”. Como había ocurrido en la
dictadura de 1955-58, el problema del peronismo y de las clases populares fue el
gran motivo de las divisiones, pero ahora las ideas sobre los medios no

30
Rodolfo Walsh y Enesto Sábato se encontraron entre los autores de las denuncias más importantes de los
sucesos del período dictatorial. De Walsh, ver sus investigaciones conocidas con los nombres “Operación
masacre” y “Caso Satanowsky“, y de Sábato, ver sus denuncias resumidas en “El caso Sábato. Torturas y
libertad de prensa. Carta Abierta al Gral. Aramburu”; en Enrique Arrosagaray: La resistencia y el general Valle,
Buenos Aires, s/e, 1996, se compilan reveladores testimonios del período visto “desde abajo”.
31
Alain Rouqué: Poder militar y sociedad política en la Argentina, Tomo II, Buenos Aires, Emecé, 1982, p.
193.

17
democráticos de acción entraron abiertamente en los discursos castrenses. Dos
enfrentamientos armados entre tendencias militares dejaron ante la opinión
pública las evidencias del nivel de descomposición de las Fuerzas Armadas, cuyas
instancias organizativas, creencias, jerarquías y valores profesionales, se habían
desgastado aún más con la nueva experiencia dictatorial carente de objetivos pero
plena de contradicciones. Las divisiones de las Fuerzas Armadas, iniciadas con la
dictadura anterior, acentuadas bajo Frondizi, alcanzaron en los años 1962-63
manifestaciones aún mayores y la principal novedad del período fue la perdida de
poder de la Marina y el paso del predominio militar a las fracciones triunfantes del
Ejercito y, por lo tanto, en sus disputas internas se definió la política nacional.
Eugenio Kvaternik denominó a las propuestas en conflicto en los años
1962-63 “democradura incluyente (los “azules”) y “democradura excluyente” (los
“colorados”) 32 . Antes de la derrota de los “colorados”, los “azules” habían
intentado acuerdos con los partidos para patrocinar candidaturas militares. Las
fantasías de hacer de Aramburu un De Gaulle o de Onganía un Perón, se
demostraron inviables para lograr consensos con la clase política y las elecciones
para restablecer un mínimo de legitimidad institucional fueron desvirtuadas con la
marginación legal no sólo de los candidatos peronistas, sino, también, de sus
ocasionales aliados. Las razones sociales para justificar la exclusión electoral de
los dirigentes peronistas habían sido expuestas en esos años de inusual franqueza
argumental por algunos defensores de las proscripciones considerando que no se
diferenciaban de los comunistas. A las persecuciones del período en materia
política y sindical, se sumaron las de sectores intelectuales etiquetados
genéricamente como “marxistas”, entre los que se incluía a los mentores
ideológicos del frondicismo.
La adopción de las concepciones anticomunistas, inscriptas en el universo
discursivo de la guerra fría, internacionalizó el pensamiento militar vernáculo y lo
introdujo en una gramática generativa de ideas, imágenes y prácticas que supuso
un salto en materia represiva al desnacionalizar al “otro” y transformarlo en
extranjero legítimamente eliminables, como los soldados foráneos en las guerras.
La política se presentó como un ámbito de violencia abierta y sin conciliación
posible con un adversario imaginado como un agente de las potencias comunistas.
Es probable que, con cierto realismo, el anticomunismo presente en el
sindicalismo peronistas, con sus lenguajes y prácticas macartistas, denunciando a
los “troskos” y al “trapo rojo”, llevase a algunos jefes militares a pensar que
podían encontrar interlocutores válidos en los medios gremiales para realizar su
cruzada occidental y cristiana. Sin embargo, la verdadera gimnasia revolucionaria
del sindicalismo peronista durante el trienio del presidente Arturo Illia, al realizar
huelgas, ocupar fabricas en todo el país y tomar como rehenes a sus propietarios
o directivos, era un signo de una combatividad social que debió alertar a esos
mismos jefes de las desorganizadas Fuerzas Armadas. Se sumó en esos agitados
años el frustrado retorno de Perón, quien explicó su fracaso por una supuesta
intervención norteamericana e incorporó a su prédica una perspectiva
antiimperialista que lo emparentaba con las izquierdas radicalizadas en boga en el
continente. Algunos militares argentinos debieron encontrar en ese giro del
exiliado caudillo una confirmación de sus suposiciones sobre los nexos entre el

32
Eugenio Kvaternik: Crisis sin salvataje. La crisis político-militar de 1962-63, Buenos Aires, Ides. 1987; sobre
las ideas de los actores que participaron de las confrontaciones, ver, Estanislao del Campo Wilson: Confusión en
la Argentina, Buenos Aires, Kraft, 1964.

18
marxismo y el peronismo. Para esa época, eran muchos los indicios que permitían
prever el nuevo el nuevo golpe de estado.

La dictadura “argentina”
Ninguna coalición golpista anterior fue integrada por tantos actores con
intereses opuestos como la que llevó al general Onganía a la presidencia y
cualquiera de sus participantes pudo, sin esfuerzos, augurar su escasa duración.
Todos esos heterogéneos actores buscaban ventajas sectoriales y los discursos
inaugurales anunciando la pax autoritaria no podían resolver las causas
estructurales de la inestabilidad argentina. Lo único que compartían los partidos
políticos, los sindicalistas, las entidades patronales, las corporaciones de
profesionales, las grandes firmas nacionales y extranjeras, los medios de
comunicación, los cenáculos nacionalistas, los economistas liberales y la Iglesia
Católica, en su apoyo a la nueva intervención militar, era el rechazo, por motivos
diferentes, y en muchos aspectos opuestos, al destituido gobierno radical del
pueblo. Los programadores del golpe castrense lograron unir ese frente
coyuntural y difundir la creencia en la capacidad del general-presidente para
gobernar, pero el proyecto no pudo prescindir del uso de una alta cuota de
violencia para mantener el control de los aparatos estatales, cuya legitimidad y
eficiencia se siguió deteriorando. Por otra parte, interrumpir el proceso
institucional nacional suponía seguir resquebrajando las jerarquías castrenses y
los valores profesionales. La imagen de unas nuevas Fuerzas Armadas, con fuerte
espíritu de cuerpo, con proyectos modernizadores de la sociedad y del Estado, con
miembros volcados a la reflexión intelectual y cuyas lecturas y estudios los había
convertido en una especie de vanguardia tecnocrática, ganó aceptación en sus
simpatizantes y en sus no pocos detractores, y no faltaron, tampoco, los
apresurados analistas con inocultable fascinación por el renovado militarismo.
Al cabo de menos de un año de instaurada la dictadura era claro que su
único proyecto era cerrar el sistema de representación y participación de la
ciudadanía y se desvanecieron las ambigüedades de la gran coalición golpista
inicial. La solución, según Richard Mallon y Juan Sourrouille, surgió “en marzo de
1967, (cuando) después de escuchar a una larga caravana de consejeros que
desfilaron por la Casa Rosada, el general Onganía resolvió designar de nuevo a
Krieger Vasena ministro de Economía, para implementar la primera etapa de su
programa de tres tiempos: el económico, el social y el político. La estrategia
básica de Krieger Vasena consistió en eliminar la inflación a paso acelerado, por
medio de una política de ingresos que congeló la participación en la distribución
de estos a aproximadamente los niveles reales medios de 1966” 33 . Con esa
solución, el régimen autoritario de Onganía definió rumbos y convergencias con
los intereses socioeconómicos más poderosos a la vez que reabrió los conflictos
clásicos entre quienes habían sido sus ocasionales aliados de la víspera del golpe
de estado.
El diagrama de los tiempos suponía que en el económico se transformaría
la estructura productiva, condición necesaria para mejorar en el social los niveles
de vida de la población, para así lograr, en el político, crear un sistema de poder
equilibrado y sin los viejos actores y, obviamente, modificar la modalidad de

33
Richard Mallon y Juan Sourrouille: La poltica económica en una sociedad conflictiva. El caso argentino.
Buenos Aires, Amorrortu, 1973, p.37; para las contradicciones del desarrollo económico del periodo ver,
Guillermo O´Donnell: 1966-1973. El Estado burocrático autoritario, Buenos aires, Editorial de Belgrano, 1982.

19
politización de las clases populares. Sin embargo, los problemas estatales y
sociales eran lo suficientemente complejos como para no permitir la existencia de
gobiernos, civiles o militares, prolongados. Los elencos dictatoriales de Onganía
debieron creer que controlaban los factores recurrentes de desestabilización: no
había partidos políticos ni elecciones y las Fuerzas Armadas se encontraban
aparentemente subordinadas al presidente; así planificaron transformaciones
propias de un vacío experimental. Si en la conducción estatal y en las instituciones
militares hubiesen realmente revistado cuadros con mentalidad tecnocrática y
moderna, quizás, los límites del proyecto autoritario hubiesen sido previstos, pero
sus think tanks habían sido reclutados, como era habitual, entre los amigos
tradicionales del poder castrense que, en algunos casos más cultivados
intelectualmente, podían tener diplomas en escuelas franquistas de
administración pública o norteamericanas de negocios. En la época, los pedidos de
informes a la SIDE, trámite previo a la contratación de personal técnico del
Estado, servían para vetar a posibles candidatos con antecedentes políticos o
culturales ligeramente modernos. Los ministerios, a cargo de un mix integrado por
confesos devotos de la voluntad divina, por ex nacionalistas, y por asesores de
grandes empresas transnacionales, configuraron las políticas del para nada
sorprendente colapso.34
Las diferencias entre las coaliciones golpistas anteriores y la de 1966 eran
varias y con frecuencia se destacó la verdadera operación de marketing con la que
el producto fue colocado en la opinión pública, pero se subrayó menos la fragilidad
de una convergencia tan artificialmente inducida.35 Las coaliciones precedentes
habían sido más espontáneas, y su desgranamiento se hizo en una escena política
menos controlada y represiva que la del onganiato. El nuevo proceso de desgaste
conoció distintas modalidades y causas: las tensiones más importantes
comenzaron con la “salida” de la mayoría de los sindicalistas peronistas; las
autoridades eclesiásticas tendieron a tomar distancia del gobierno con cautela y
reflejando el malestar de sus feligreses; los consensos empresarios se debilitaron,
en especial en el sector rural perjudicado por los impuestos que les restaban
ingresos, si bien se mantuvieron las coincidencias con las restricciones impuestas
a las demandas de los asalariados; el proyecto de reorganización comunitaria de
la representación política enfrentó la oposición de los sectores de sensibilidad
liberal. Así, a diferencia de lo sucedido bajo otras dictaduras, la coalición de
Onganía se vació y colocó a su gobierno en una situación de crisis que terminó en
un nuevo “golpe de palacio”.
Mucho antes del arribo de los esperados efectos benéficos de los tres
tiempos anunciados, estalló otro que no estaba en la agenda dictatorial: el tiempo
de rebelión popular. Lanusse, comandante en jefe del Ejercito en el momento de
la mayor protesta popular del período, resumió su visión de las condiciones y de
los protagonistas : “Con el cordobazo saltaron a la mesa desde la presencia de
Dios y de su iglesia en los problemas temporales hasta la crisis del autoritarismo,
la resistencia a Buenos Aires, la protesta de los radicales, la explosión de los

34
La mejor narración, política y literaria, “desde adentro” del onganiato la ofreció el libro de Alejandro Losada:
Andá a cantale a Gardel, Buenos Aires, Escritores Editores, 1970. Al respecto es también ilustrativo, Roberto
Roth: Los años de Onganía, Relato de un testigo, La Campana, Buenos Aires, 1980. Sobre las relaciones de las
Fuerzas Armadas con Onganía, ver, Alejandro Lanusse: Mi testimonio, Buenos Aires, Lasserre Editores, 1977.
35
Sobre las operaciones de prensa orquestadas por los militares golpistas, ver Graciela Mochkofsky: Timerman.
El periodista que quiso ser parte del poder (1923-1999), Buenos Aires, Sudamericana, 2003, cap. 3.

20
barrios peronistas, la repugnancia al corporativismo, la vocación protagonista de
los argentinos y, por su puesto, la actividad de los núcleos subversivos que
encontraron allí óptimas condiciones para salir a escena” 36 . El
gobernador-interventor de Córdoba, destacó que: “Los barrios burgueses
colaboraron en forma espontánea y entusiasta en la acción dando materiales
combustibles a los revoltosos”37. A la luz del alcance y magnitud del alzamiento
civil de la provincia mediterránea, muchos analistas de la época consideraron que
un factor favorable había sido la falta de interés de los militares en reprimir,
asociando esa actitud con las deliberaciones castrenses tendientes al relevo
presidencial.
Bajo la dictadura de Onganía la represión había crecido a medida que en la
sociedad aparecían formas inéditas de resistencia y se extinguió, primero el apoyo
de sus aliados, y se disipó, luego, el temor de la población. Las movilizaciones de
los sectores más modernos de la Argentina, los mismos que según el proyecto
gubernamental debían ser los beneficiados de los cambios económicos, se unieron
al descontento expresado por los menos favorecidos en el rechazo a la existencia
misma de la dictadura más allá de sus políticas puntuales; si el gobierno militar
había creído que disolviendo los partidos se paralizaba la actividad política, la
experiencia demostró que, por el contrario, esa restricción contribuyó a convertir
en instancias de reflexión política a asociaciones y entidades no especializadas en
esas prácticas; el esperado vecino comunitario y despolitizado salió a las calles a
expresar sus protestas; los estudiantes universitarios no sólo perdieron en 1966
la autonomía de sus casas de altos estudios, sino que, además, disminuyeron
sobre ellos las influencias profesionales e ideológicas de muchos docentes que ,
por acción u omisión, habían justificado la dictadura militar instalada en 1955; las
revueltas estudiantiles se unieron a las de los obreros industriales; la renovación
registrada en las ideas sociales y políticas de la Iglesia contribuyó a la politización
de los sectores sensibles a su influencia, los que aportaron una vertiente
importante a la radicalización de las luchas contra el régimen autoritario; desde la
cinematografía hasta el psicoanálisis, y desde las más variadas formas de
expresión artística hasta las modernas ciencias sociales, la oleada de repulsa a la
dictadura de Onganía y sus dos sucesores castrenses abarcó todos los ámbitos de
expresión de la vida social y en esa atmósfera signada por el voluntarismo político
crecieron, como un pez en el agua, las organizaciones guerrilleras que le
cuestionaron al débil Estado el monopolio de los medios de violencia. El
desencadenante de la destitución de Onganía, el secuestro y la muerte de
Aramburu, fue un hecho que suscitó las sospechas sobre la eventual colaboración
en el mismo de grupos militares nacionalistas y de los organismos de inteligencia
estatales, conjetura cuya sola existencia revelaba las percepciones sociales de la
descomposición de las instituciones castrenses.
El interregno presidencial del general Levingston, cuya clara meta era
colocar la acción estatal en una orientación definidamente opuesta a la seguida
por su predecesor, aportó nuevos datos para corroborar la ausencia de proyectos
militares medianamente coherentes y mostró como en las condiciones de
desestructuración de la institución militar sus gobiernos podían tomar las
iniciativas más divergentes sin conexiones efectivas ni discusiones serias con sus
integrantes. Otro tanto sucedió con la presidencia de Lanusse, cierre del gobierno

36
Alejandro Lanusse, op. cit, p. 3.
37
Informe del gobernador Caballero al PEN, citado por A. Lanusse, op. cit. p. 18.

21
dictatorial y apertura del retorno del peronismo al gobierno.38
Si se piensa que durante casi dos décadas el interés por preservar la
continuidad burocrática de sus carreras había sido un factor central en el proceso
de politización castrense, en especial en los casos de los militares con más
antigüedad amenazados por el eventual retorno de los peronistas al manejo
gubernamental, no puede sino subrayarse el hecho de que fuese Lanusse, uno de
los más jóvenes oficiales reincorporados al Ejercito en 1955, quien, una vez
alcanzadas las cimas de los respectivos escalafones por quienes se hallaban en su
misma condición de riesgo, estimara posible devolver el gobierno al peronismo.
La fuerza política que retornó a los debilitados aparatos estatales de 1973, era, sin
embargo, mucho más crítica de los intereses de los aliados socioeconómicos de los
golpes militares, y sus tendencias más radicalizadas declaraban abiertamente su
simpatías por el socialismo. Las políticas del nuevo, e internamente fragmentado,
poder peronista agudizaron la desorganización y la politización de las Fuerzas
Armadas. Los militares fueron requeridos por los dirigentes políticos como apoyo
para sus luchas internas, mientras las distintas maneras de violencia que
desplegaban casi todos los actores con pretensiones de predominio en la
convulsiva arena política contribuían objetivamente con sus acciones a
profundizar la politización y la desorganización castrense.
Un balance de la dictadura “argentina” en el plano de la represión debe,
necesariamente, destacar las formas acrecentadas del empleo de la violencia
estatal contra las fuerzas de oposición y, por otra parte, la alta capacidad que
alcanzaron las acciones de protesta e impugnación al autoritarismo desarrolladas
por una sociedad civil cuya politización, en nombre de la resistencia a la opresión,
se situó en niveles superiores a los conocidos bajo regímenes militares anteriores.
Escapa a los limites materiales de este texto la posibilidad abordar las distintas
dimensiones que asumieron las prácticas de la represión del período en los más
diversos ámbitos, pero resulta pertinente, en tanto recurso que el “proceso”
empleó al extremo, señalar que en esos años se inauguró la desaparición de
opositores, que, según Amnesty International había sido utilizada a escala masiva
en Guatemala desde 1966.39 Las acciones clandestinas de violencia estatal no
eran una novedad en el país, y como se mencionó anteriormente, durante el
régimen autoritario de 1955-58 se registraron hechos de esa índole de rápida
trascendencia pública. La experiencia de Onganía y sus dos sucesores, amplío el
uso de ese método, lo que reflejó la crisis en la que se encontraba el orden
estatal. La alta politización de la sociedad civil fue, a la vez, un elemento que hizo
dudar a algunos sectores del gobierno sobre la eficiencia de la violencia empleada,
oficial o extraoficial, y condujo a otros sectores a pensar en términos de la
radicalización de las persecuciones y sanciones. Lo inédito de las movilizaciones
sociales de la época fue la aparición de un sindicalismo clasista que revelaba la
existencia de profundas transformaciones ideológicas en sectores de las clases
populares y la creación de las organizaciones guerrilleras con sus incipientes
periferias públicas. La “salida” militar que condujo al retorno del peronismo, cuya
posibilidad había suscitado anteriormente los vetos castrenses, no podría solo
entenderse considerando el factor burocrático de la carrera de la elite militar del
golpe del ´55, ya que ahora se habían agregado muchos más elementos que

38
Al respecto, ver, Alfredo Pucciarelli (editor): La primacía de la política. Lanusse, Perón y la Nueva Izquierda
en el tiempo del GAN, Buenos Aires, Eudeba, 1999.
39
Amnesty International: Les “disparus”. Rappor sur une nouvelle tenique de répression, Paris, Seuil, 1981.

22
complicaban el panorama castrense y nacional.

La dictadura del “proceso” como conclusión


La coalición golpista de 1976 tomó carácter público desde mucho antes de
la ruptura del orden institucional. Las solicitadas firmadas por las entidades
empresarias, publicadas en los principales diarios nacionales, pidiendo el golpe de
estado fueron tan habituales en el período previo a su realización como las de las
organizaciones creadas para incitar a los miembros de las Fuerzas Armadas a
poner fin al gobierno presidido por María estela Martínez de Perón, apoyado, casi
exclusivamente, por los sindicatos. La represión que se proponía explícitamente
desde esos influyentes núcleos de formación de la opinión pública apuntaba a
destruir todas las formas de organización políticas y gremiales que habían ganado
poder bajo el movido trienio en el que cuatro presidentes ocuparon la primera
magistratura sin conseguir asentar su autoridad, situación que favoreció el
avance de los intereses sindicales. En las vísperas del golpe, en la figura del
almirante Isaac Rojas, que resumió en su persona el vínculo entre la dictadura de
1955-58, los proyectos “colorados” de 1962-63 y el advenimiento del “proceso”,
era ahora presidente honorario de la Agrupación Patriótica Argentina, entidad que
publicó a fines de enero de 1976 una declaración afirmando que el sindicalismo “al
abusar de la intimidación y de la violencia, con sus secuelas de ocupación de
lugares de trabajo, toma de rehenes, agresiones, amenazas, indisciplina en las
fábricas, control de las mismas por verdaderos soviet...servía a la conjura del
comunismo internacional...”.40
Tal como lo había hecho en oportunidades anteriores, la Iglesia formó parte
de la coalición golpista, y en esta oportunidad su pasividad frente a la violencia
dictatorial sorprendió a los analistas conocedores de su historia. Según sostuvo
Emilio Mignione: “Las cabezas del Episcopado católico fueron debidamente
informadas de los planes para derribar al régimen constitucional y establecer por
un lapso prolongado una dictadura militar, seguida de un nuevo orden político y
social...Más de ochenta prelados en funciones entre diocesanos, castrenses y
auxiliares componen el cuerpo eclesial. Solo cuatro adoptaron una línea de
denuncia abierta de las violaciones de los derechos humanos cometidas por el
régimen terrorista”.41 Puede afirmarse que la autonomía del aparato eclesiástico
debió verse favorecida por el alto grado de atomización en que se encontró la
sociedad argentina en la época del “proceso”, esa fragmentación social posibilitó
que los dignatarios de la Iglesia, al igual que los dirigentes de los partidos políticos
y de otras asociaciones de representación de opiniones se sintieran menos
obligados a hablar en nombre de sus desorganizadas bases sociales.
Las relaciones de los dirigentes más conocidos de todos los partidos
políticos con la dictadura distaron de ser lineales. En el momento inicial tendieron
a predominar los argumentos que justificaban la destitución del gobierno civil no
sólo en los partidos sino, también, en los análisis de mucho observadores y se
pensó en una repetición de anteriores experiencias dictatoriales y en sus ciclos, en
consecuencia, se esperó una simple gestión dedicada a devolver el orden. Al poco
tiempo, ante las evidencias de que se estaba frente a un nuevo tipo de
autoritarismo, la conducta que primó en la clase política fue la sumisión, alentada,
seguramente, por el miedo a una represión que había perdido todos los límites.

40
Acción Patriótica Argentina, La Nación, 26-1-1976, p.10.
41
Emilio F Mignione: Iglesia y dictadura, Buenos Aires, Ediciones Pensamiento Nacional, 1986, p. 47-48.

23
Algunos altos funcionarios militares se habían propuesto tareas de cooptación
individual de figuras políticas y eso facilitó la designación en puestos públicos de
personas que difícilmente podían dar visos de civilidad a una desorganizada y
facciosa administración estatal basada en el reparto de prebendas. Cabe recordar
que la distribución del poder entre las tres armas, había disminuido el anterior
criterio republicano sobre las responsabilidades gubernamentales y los
funcionarios dependían de hecho de quienes los designaban, cuestión que produjo
no pocos conflictos entre las facciones militares. El uso de medios violentos para
saldar discusiones internas, debió, sin duda, desalentar a los políticos civiles
dispuestos a participar del régimen autoritario pero con menores riesgos. Las
expectativas que despertó la breve presidencia del general en el seno de las
dirigencias mas sumisas a la dictadura se disiparon rápido, pero las “urnas bien
guardadas” su sucesor Galtieri, no en despertaron en ellos mayores resistencias
democráticas. El colapso que siguió a la guerra del Atlántico Sur no devolvió en lo
inmediato mayores iniciativas a los partidos políticos que aceptaron que los
tiempos de la transición fuesen pautados por el ahora solitario ejercito.42
Tal como lo analizó Ricardo Falcón, en las resistencias de la clase obrera a
las políticas del “proceso”, se registró un cambio profundo en la naturaleza de las
prácticas de oposición en comparación con lo sucedido en épocas anteriores y, en
particular, con las acciones colectivas desarrolladas frente a la dictadura de
1966-73, y se pasó a estrategias “moleculares” 43 . ese cambio reflejaban la
dislocación del viejo entramado de solidaridades como consecuencia de la
desindustrialización y de las políticas de terror ejercidas por los aparatos
represivos que destruyeron los más diversos ámbitos asociativos. La combinación
de efectos económicos, sociales y políticos creó un nuevo mapa de sectores
sociales cuyos intereses se hicieron menos compatibles y eso aumento su
desmovilización. La voluntad política de los años ´60 se había visto favorecida por
la publicidad adquirida por las luchas sociales en los más dispares territorios del
país, por el contrario, bajo el régimen autoritario que comenzó en 1976, la
comunicación de los conflictos quedó casi totalmente clausurada.
Las prédicas antisindicales y antiobreras eran compartidas por muchos de
los participantes de la coalición golpista inicial, mientras que otros preferían poner
énfasis en las amenazas que significaban las organizaciones guerrilleras, en tanto
que todos compartían el antiperonismo y el anticomunismo. Los discursos
militares, cuando necesitaron justificar la modalidad represiva del “proceso”
adjudicaron una gran importancia a la existencia de la guerrilla, al punto que
describieron la situación nacional de 1976 como al borde de la toma del poder por
la misma. Sin embargo, en las discusiones entre tendencias militares, no faltaron
los altos jefes castrenses que restaron significado a los grupos guerrilleros en las
causas del golpe. El general Diaz Bessone resumió al respecto una interesante
observación: "El motivo del derrocamiento del gobierno peronista en marzo de
1976, no fue la lucha contra la subversión(...) Nada impedía eliminar a la
subversión bajo un gobierno constitucional (...) La justificación de la toma del
poder por las Fuerzas Armadas fue clausurar un ciclo histórico..."44 Tal como lo

42
Sobre las relaciones cívico-militares durante en este septenio, ver, Hugo Quiroga, op. cit.; María de los
Angeles Yannuzzi: Política y dictadura, Rosario. Editorial Fundación Ross, 1996; y Enrique Vázquez: La última.
Origen, apogeo y caída de la dictadura militar, Buenos Aires, Eudeba, 1985.
43
Ricardo Falcón: “La resistencia obrera ala dictadura militar“ , en Hugo Quiroga y César Tcach (comp.): A
veinte años del golpe, Rosario, Homo Sapiens, 1996, pp.126-141.
44
Genaro Diaz Bessone: "Sentido y justificación de las Fuerzas Armadas en el gobierno", Futurable, Revista de

24
hemos visto, dicha etapa histórica, iniciada en 1955, se caracterizó por las
iniciativas de los jefes castrenses y de los actores socioeconómicos que formaron
coaliciones golpistas, para bloquear la participación de las clases populares en la
vida social y política argentina. Para clausurar esa etapa, la dictadura de los años
1976-83 apuntó a modificar, con extrema violencia, las condiciones sociales ,
económicas y políticas que posibilitaban esa participación.
En sentido estricto, los militares del “proceso” no cultivaban el viejo
antiperonismo, al movimiento político encabezado por Perón las Fuerzas Armadas
le habían dado el gobierno en 1973 y los dirigentes peronistas habían sido
desbordados por sus crisis internas, por las consecuencias políticas de la muerte
de su jefe carismático y, más en general, por la situación de extrema debilidad en
que se hallaban las capacidades estatales para gobernar la sociedad y la
economía. Si entre la metas de las dictaduras posteriores a 1955 vetar al
peronismo y restringir la participación política y social de las clases populares
había sido un objetivo que combinaba un aspecto político y otro social, en 1976 la
realidad había decantado los problemas. La cuestión central para la coalición
golpista que instauró la dictadura de Videla-Martínez de hoz era claramente
social: como transformar el sistema de relaciones políticas, sociales y económicas
para maximizar las condiciones de explotación del trabajo asalariado suprimiendo
la capacidad de las clases populares de defender sus conquistas anteriores y de
lograr nuevos avances. Las corrupciones y corruptelas que podían crear nexos
entre jefes castrenses y el mundo de los negocios eran mucho menos
significativas que la visión conservadora fundada en el común rechazo a los
conflictos sociales y en los temores a las políticas que podían convocar apoyos
populares.
Empleando el concepto de “revolución desde arriba” propuesto por
Barrington Moore 45 analizamos en otras investigaciones el proyecto de
transformación social, económica y política del “proceso”. En las modernizaciones
conservadoras mediante “revoluciones desde arriba”, Barrington Moore destacó la
existencia de dos aspectos: los impulsos al desenvolvimiento de la economía
mediante iniciativas estatales y el resguardo de los estilos de vida y los valores
tradicionales. Esas estrategias de cambio social resultaron exitosas cuando
lograron la mutación profunda de los sistemas políticos y la cooptación de las
clases populares. El instrumento de esas “revoluciones” fueron los aparatos de
Estado con capacidades políticas, económicas, burocráticas y técnicas adecuadas
para los fines propuestos. El “proceso” intentó una “revolución desde arriba” para
establecer una dominación social conservadora fundada en la modernización de la
economía mediante las políticas liberales de Martínez de hoz. Esas metas
suponían el debilitamiento de las clases populares para incrementar las ganancias
del gran empresariado y asegurar un modelo político con baja participación de la
población de menores ingresos. En realidad, el gobierno dictatorial definió esos
objetivos desde la escasa autonomía que le daba el control de aparatos estatales
en crisis y desde hacía tiempo invadidos por los representantes y los intereses de
los principales actores socioeconómicos. 46

la Fundación Argentina Año 2000, 1er. Trimestre 1982, p.8.


45
Barrington Moore: Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia. El señor y el campesino en la
formación del mundo moderno., Península, Barcelona, 1973. Ver en especial el capítulo 8. La ampliación del
alcance del concepto de "revolución desde arriba" se encuentra en Barrington Moore: Autoridad y desigualdad
bajo el capitalismo y el socialismo. EEUU, URSS y China, Alianza Universidad, Madrid, 1990, cap.3.
46
Al respecto, ver, Ricardo Sidicaro: La crisis del Estado y los actores socioeconómicos predominantes en la

25
Sin embargo, la “revolución desde arriba” encarada por el “proceso” no
podía realizarse desde un Estado ineficiente y colonizado por los representantes
de intereses sectoriales y con sus capacidades de intervención en crisis. El
frecuente cambio de roles de los militares, de servidores del Estado a tutores de la
sociedad, era la más clara manifestación de la crisis institucional argentina.
Además, no se trataba del ejercito prusiano sino de una estructura castrense
desarticulada y con sus tejidos fragmentados que producían la lumpenización de
las conductas de sus integrantes cuyo mejor observable empírico fue el estilo de
represión de la dictadura. En la institución militar primó la situación de anomia, y
fueron nítidos los efectos que Emile Durkheim resume en La educación moral: “el
conjunto de reglas morales forma alrededor de cada hombre una especie de
barrera ideal, al pie de la cual viene a morir la marea de las pasiones humanas...si
la barrera se debilita en un punto cualquiera, las fuerzas humanas contenidas
hasta entonces se precipitan tumultuosamente por la brecha abierta”47 y esas
fuerzas morales provienen básicamente, explicó el gran sociólogo francés, de la
solidez de los tejidos sociales o institucionales de los que participan los sujetos.
Sin esos tejidos sólidos las acciones pierden las referencias profesionales o éticas
presentes en las condiciones normales de las instituciones bien integradas y
reguladas. La “desaparición de personas” no fue un “exceso” sino la manifestación
de la disolución de las reglas que aún deterioradas habían contenido las conductas
represivas en las dictaduras precedentes, vedando en el uso, y en la idea, el
empleo de la violencia castrense.
Era imposible que los militares argentinos, desconocedores del orden
estatal, protagonizaran una "revolución desde arriba" cuyo supuesto esencial era
la disciplina de las burocracias para reconstruir la sociedad y sus instituciones.
Durante años, los miembros de las Fuerzas Armadas habían incorporado
habitus48, o sistemas de disposiciones y matrices de decodificación de los procesos
sociales, que los condicionaba a operar profundizando la crisis del Estado,
problema que en sus proyectos decían querer resolver. Era escasamente probable
la aparición de la nueva “mentalidad empresaria” requerida por el proyecto
económico de la dictadura si no existía previamente un orden estatal eficiente y
racionalmente previsible, condición necesaria, si bien no suficiente, para la
constitución de un empresariado capitalista moderno, que ajustara sus
expectativas, igualmente racionales y previsibles, en sus relaciones con el Estado.
Sin ese marco institucional, como diría Max Weber, sólo cabía esperar el
florecimiento de los capitalistas aventureros que viven de los contratos públicos y
que se enriquecen con la especulación y los favores oficiales.49 El “proceso” tuvo el
apoyo de una coalición de hombres de negocios preocupados por las ganancias
especulativas que no podían brindar legitimidad a ningún gobierno.
La crisis de las instituciones militares, de sus estructuras jerárquicas y de
los valores profesionales fue puesta de manifiesto en las modalidades de ejercicio
de las distintas dimensiones de la prácticas dictatoriales en las que sus integrantes
participaron de un modo nunca conocido anteriormente. Si bien las discusiones

Argentina (1989-2001), Buenos Aires, Eudeba-Libros del Rojas, 2002, cap. 1.


47
Emile Durkheim: La educación moral , Buenos Aires, Schapire Editor, 1973, p. 51.
48
El concepto de habitus lo empleamos en el sentido que Pierre Bourdieu le dio en sus reformulaciones menos
reproductivitas, incluyendo las dimensiones de invención y creación presentes en la acción de los actores. Al
respecto ver, entre otros textos de Bourdieu, "El mercado linguístico", en Pierre Bourdieu: Sociología y Cultura,
Grijalbo, México, 1990, p.156.
49
Max Weber: op. cit. , p.1062.

26
políticas operaron en otras épocas como instancias de desorganización de los
esquemas jerárquicos, en los años del “proceso” la intervención directa en las
tareas represivas debió involucrar, por acción u omisión, a una alta proporción de
los efectivos que revistaban en las zonas en las que se ejerció la violencia estatal
y paraestatal.
En un texto de raíz weberiana, Franz Neumann analizó el
nacional–socialismo alemán y sostuvo que si se define el concepto de Estado como
un mecanismo institucional que funciona de un modo racional y que dispone del
monopolio del poder coercitivo, el límite alcanzado por el nazismo, “en el que los
grupos gobernantes controlan al resto de la población de una manera directa, sin
que medie ese aparato racional aunque coercitivo que hasta ahora se conoce con
el nombre de Estado”50, marca la disolución de los fundamentos básicos de lo
estatal como se lo concibe en Occidente. Los militares del “proceso” operaron
fuera de los marcos que normalmente acuerdan sentido a las acciones estatales y
si bien el poder dictatorial guardó las formas exteriores del Estado en el que se
instaló, suprimió, prácticamente, la vigencia legal de todos los derechos y las
garantías constitucionales que protegían a la población sin distinciones de ningún
tipo y en esas condiciones dejó de ser un Estado en su definición occidental. Esto
no significa que todos los habitantes del país conocieron los abusos del poder de
una manera represiva directa, pero todos fueron, por igual, víctimas potenciales
de la arbitrariedad reinante, incluidos quienes no se sentían concernidos o
preocupados por lo que sucedía hasta los que justificaban o simpatizaban con el
“proceso”.
En su autobiografía política, el general Lanusse planteó su interpretación
del fracaso completo en que desembocó el “proceso” diciendo que: “Muchas
pueden haber sido las causas que llevaron a ese “desemboque”, pero asigno una
gravitación especial a la circunstancia que en ningún momento, durante esos seis
años, las autoridades militares de la conducción del llamado Proceso de
Reorganización evidenciaron tener la coherencia y cohesión necesarias como para
compatibilizar sus diferentes criterios y llegar a concretar una verdadera
plataforma política para su gestión de gobierno”.51
A propósito de la situación de descomposición en que se encontraban las
Fuerzas Armadas en la época del “proceso”, viene al caso recordar la parábola
propuesta en el Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres por
Jean-Jacques Rousseau sobre las conductas de los sujetos que carecen del
espíritu de lealtad propio de compartir ideales y normas. Raymond Boudon
resume así el modelo de acción no cooperativa propuesto por Rousseau: “dos
salvajes - egoístas, hedonistas, racionales- que deciden cambiar su dieta
habitualmente compuesta de liebre y salir a cazar un ciervo. Aunque ambos
salvajes pertenecen, según la hipótesis de Rousseau, a una sociedad de
abundancia, en la que la naturaleza no les mezquina los bienes que pone a su
disposición, se supone que por sí solo un cazador no puede apropiarse de un
ciervo. Los dos cazadores se ponen de acuerdo sobre sus objetivos y conociendo
los medios técnicos para alcanzarlos se meten al acecho. Pero, como según las
hipótesis introducidas por Rousseau en su modelo, el sentimiento de lealtad no

50
Franz Neumann: Behemoth. Pensamiento y acción en el nacional-socialismo, México, FCE , 1983, pp.
516-518.
51
Alejandro A Lanusse: Protagonista y testigo (Reflexiones sobre 70 años de nuestra historia) Buenos Aires,
Marcelo Lugones S.A Editores, 1989, p.366.

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existe en el estado de naturaleza, la partida de caza fracasa: el primero de los dos
salvajes que ve pasar una liebre abandona el acecho. Como la lealtad no existe,
rompiendo el acuerdo no arriesga recibir ninguna sanción moral ni, menos
todavía, legal. Aquí estamos en una situación caracterizada hipotéticamente por la
ausencia de toda ley, tanto en el sentido moral como en el sentido jurídico del
término. Cuando el azar le ofrece un elección entre dos opciones (tener
inmediatamente un liebre, o una parte de un ciervo más tarde), nada le impide
escoger la primera alternativa si así lo prefiere. La regla del capricho es la única
ley”52. La conclusión a la que quiere llegar Rousseau con su reflexión es que al no
haber normas, por más que los actores se fijen algún objetivo, el cumplimiento de
la meta es muy difícil o imposible dada la ausencia de reglas que limiten la
búsqueda de la conveniencia propia sin temer recibir sanciones por violar lo
acordado.
Volviendo al no-Estado del “proceso”, las Fuerzas Armadas de esos años
pueden ser pensadas como una asociación laxa de jefes castrenses que llevaron al
colapso la aparente empresa en común que formalmente anunciaban sus
proclamas. El ejemplo mayor fueron las guerras corporativas y sectoriales que,
tal como lo resumió el Informe Rattenbach53, libraron en el Atlántico Sur. El poder
de convocatoria emocional de la recuperación de las islas Malvinas reveló ser más
fuerte para el común de la población que para los jefes militares, que, además,
jugaban allí la eventual conquista de una legitimidad política para la dictadura ya
agotada e imaginaron, in extremis, una salida política que se vio destinada al
fracaso por la ausencia del plexo de tejidos y creencias institucionales
imprescindibles para una acción cooperativa.
La dictadura intentó una transformación de la sociedad que se reveló
inviable, pero los efectos de su represión ilimitada consiguieron desestructurar a,
prácticamente, todos los actores políticos, sociales y culturales que habían
definido como adversarios a suprimir. La frustrada refundación de la sociedad y
del Estado, la "revolución desde arriba", no alcanzó sus metas más ambiciosas,
pero los mecanismos del terroristas del estado desorganizado y de el militarismo
anómico realizaron una contrarrevolución exitosa. No se concretó la
modernización conservadora, no aparecieron los empresarios con nuevas
mentalidades, pero la violencia extralegal de los aparatos estatales en crisis
consiguió destruir la capacidad de movilización y de protesta social que existía
antes de la implantación del régimen autoritario. Ese no era el objetivo principal
fantaseado en los documentos fundadores del "proceso", pero realizaba, por
cierto, el programa máximo de los grandes intereses económicos reunidos en la
coalición golpista inicial, y, bien vale subrayarlo, concretaba la aspiración de
quienes en las sucesivas dictaduras posteriores a 1955 habían reclamado la
liquidación de las condiciones estructurales que favorecían la participación política
de las clases populares.

52
Raymond Boudon: La logique du social, Paris, Hachette, 1979, pp. 188-189.
53
Informe Rattenbach, Buenos Aires, Espartaco, 1998.

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