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La Dictadura

1976-1983
--Definición--
Durante el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983), estuvo vigente un
<Estado Terrorista> que, sobre la base de quebrantar el orden constitucional y el Estado de
Derecho, desplegó un sistemático uso del terror, como método de reorganizar las relaciones
sociales de la sociedad argentina en tres niveles: a nivel social (a través de la destrucción de
relaciones sociales contestatarias, críticas, de solidaridad y cooperación), a nivel político
(despolitizando a la sociedad y quebrando los proyectos políticos alternativos basados en la justicia
y transformación radical del capitalismo) y a nivel económico (con la destrucción de la industria y la
imposición de un nuevo modelo económico de valorización financiera)
--Contexto internacional--
Las dictaduras militares “institucionales” fueron un fenómeno generalizado en los países del Cono
Sur. Como anteriormente vimos, se instauraron en la década del ’60 y, con transformaciones
internas, se prolongaron hasta la década del ’80. La primera de ellas fue la instaurada en Brasil, la
cual se prolongó 21 años (1964-1985). A ella le siguió la dictadura en Bolivia (1971-1978), en Chile
(1973-1990), en Uruguay (1973-1984), en Argentina (1976-1983) y otra vez en Bolivia (1980-1982).
Al respecto, es interesante señalar que la dictadura más represiva y sanguinaria del Cono Sur tuvo
lugar en el mismo país donde el populismo se había expresado con más fuerza, esto es, la
Argentina, con 30.000 desaparecidos. A ella le siguió la dictadura chilena, con poco más de 2.000
muertos y un régimen totalitario de enorme control sobre todo el territorio.

¿Cuál fue la postura de EE.UU frente a los nuevos gobiernos de facto? Como bien sugieren Ansaldi
y Giordano (2012), “la cínica invocación a la democracia realizada por Estados Unidos durante la
Guerra Fría se convirtió, en América Latina, en una desnuda y despiadada política de apoyo a los
Estados Terroristas de Seguridad Nacional basados ideológicamente en la Doctrina de Seguridad
Nacional (DSN)”. Según esta doctrina, el comunismo acabaría con las libertades y los derechos
individuales en el país donde se instaurara, por lo tanto, las violaciones a los DD. HH. “necesarias”
para evitar la acción o la instauración del comunismo, eran vistas como un daño colateral o un
“sacrificio menor”. De esta forma, y en medio del clima de ebullición social, la actitud de EE.UU y
del nuevo presidente, Lyndon Johnson, tras el asesinato de Kennedy, fue bien clara: apoyo abierto a
los golpes militares favorables a sus intereses. Los militares eran, para EE.UU, la garantía más
sólida contra el peligro del “castro-comunismo”. Había que destruir al “enemigo interno”. El
Departamento de Estado y personajes como Henry Kissinger (Secretario de Estado del Gobierno de
Richard Nixon desde 1973), estuvieron de un modo u otro involucrados en los golpes y en la
represión sistemática. La CIA, por su parte, participó activamente en estos procesos dictatoriales.

¿Qué es el Estado Terrorista?

Dentro del abanico de interpretaciones de la Dictadura, autodenominada Proceso de


Reorganización Nacional, la más sugerente es, a los objetivos de la materia <Sociedad y Estado>,
la esbozada por Eduardo Luis Duhalde en su libro El Estado Terrorista Argentino (2009). Para este
autor, si bien ya desde 1972 se produjeron desapariciones y asesinatos de prisioneros políticos con
la masacre de Trelew, a la vez que un sector del peronismo de derecha fue configurando un
terrorismo paraestatal, es recién con el Proceso de Reorganización Nacional cuando la participación
de los aparatos represivos del Estado en la aplicación de tecnologías de terror alcanzó un carácter
global. Del terrorismo estatal se pasó al Estado Terrorista, con plena institucionalización de la
muerte y el terror y de todas las formas más aberrantes de la actividad represiva ilegal.

¿Por qué se necesitó un Estado Terrorista? Porque se requería no sólo la supresión de los
mecanismos de representación y expresión de la sociedad civil sino la imposición de
determinados comportamientos sociales con el propósito último de lograr la reconversión
del modelo económico de la Nación.
La dictadura de 1976, como sostiene Basualdo (2001), fue la expresión política de un nuevo
patrón de acumulación internacional y nacional basado en la valorización financiera (es decir, en las
actividades de inversión, créditos, de servicios, etc.) en detrimento de la valorización productiva (es
decir, de la industria y los sectores dinámicos que requerían mano de obra). En esta dirección, era
imprescindible expulsar fuerza de trabajo, ya no se requerían tantos obreros dado que la producción
de bienes de capital, indumentaria y otras mercancías, dejaban de ser el eje de la economía
argentina. Claro que este proceso no se desarrolló sin conflictos ni resistencia. Los obreros no iban
a permitir pasivamente la conformación de una nueva economía que los excluía del proceso de
producción y, por sobre todo, que los imposibilitaba para reproducirse en condiciones normales, con
derechos a la vivienda, a la salud, a la educación, a un salario mínimo y móvil, etc. Durante el
peronismo habían conseguido efectivizar un conjunto de derechos sociales y laborales
significativos. En muchos aspectos, el movimiento obrero de la Argentina era uno de los más
importantes, si no el más importante de América Latina, con una conciencia de clase muy fuerte.
Por esta razón, las nuevas reformas estructurales (que veremos más adelante) diseñadas por el
Ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, no podían ejecutarse con un Estado
autoritario, como el de la Revolución Argentina. Era preciso un Estado Terrorista, ya que era
imposible militarizar todo el aparato productivo para lograr un cambio en el patrón de acumulación
del capital. La coerción debía ser ahora “permanente e idéntica a la que produjera el hecho de que
cada obrero (…) estudiante o profesional, tuviera la bayoneta sobre su espalda…”.Todo esto no se
podía obtener con “leyes especiales”, sólo era posible mediante el terror como método y práctica
permanente. Un terror que debía tener suficiente fuerza disuasoria. El asesinato de algunos debía
ser ejemplo para la sociedad entera. Un objetivo fundamental de la dictadura fue el aniquilamiento
de buena parte de los cuadros políticos que organizaban a los sectores populares. Aunque, como
expresa Halperín Donghi, no era tanto la muerte sino el miedo a la muerte, “la abrumadora
monotonía de vivir con miedo” (Halperín Donghi, 1999).

Sistema político
Desde la óptica de Ansaldi, la dictadura del ’76 (al igual que la del ’66) fue una
dictadura institucional porque las FF.AA establecieron e hicieron efectivas una
serie de normas para la sucesión en el ejercicio del Gobierno, asegurando la
continuidad. No era institucional por el respeto a las instituciones
democráticas sino porque se proponían institucionalizar un nuevo orden.
Enseguida de haber asumido el poder, las FF.AA elaboraron un acta con los
“Propósitos y Objetivos básicos” del Gobierno de Facto. El primero de ellos es
muy claro respecto del nuevo orden institucional:
Dictadura “Concreción de una soberanía política basada en el accionar de
institucional instituciones constitucionales revitalizadas, que ubiquen
permanentemente el interés nacional por encima de cualquier
sectarismo, tendencia o personalismo”
Dentro de esta dictadura institucional la Junta Militar se asumía plena de poderes:
(Ejecutivo, Legislativo y Judicial). En esta junta estaban representadas, a su vez,
las tres Fuerzas (El Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea), lo cual sirvió para
frenar algunas apetencias personales, como por ejemplo las del almirante
Massera.
El 24 de marzo de 1976, una junta militar integrada por los tres comandantes en
jefe de las Fuerzas Armadas derrocó al gobierno constitucional encabezado por
María Estela Martínez de Perón. Las Fuerzas Armadas asumieron el poder
político como representantes de los intereses de los grandes grupos
económicos.
El 24 de marzo Se había perpetrado un nuevo golpe de Estado que contaba con el apoyo de
de 1976 importantes sectores, sobre todo del segmento más concentrado de la burguesía
“nacional” y transnacional, la Iglesia Católica, dirigentes políticos, sindicales (que
aunque no dieron un apoyo explícito tampoco se pronunciaron en contra) y
medios de prensa que colaboraron en la preparación de la sociedad para aceptar
el golpe como única alternativa para salir de la crisis. Previamente se había
generado un consenso golpista que prendió con fuerza en un sector de la
población convencido de que cualquier cosa que sustituyera al gobierno civil sería
mejor. Los militares impondrían el orden y, como en el pasado, dejarían paso a
los civiles una vez “pacificada” la sociedad.

El peronismo y el radicalismo no resistieron el golpe como se esperaba, ya que


sus dirigentes más tradicionales guardaron, en general, un silencio cómplice y los
sectores más combativos ya no tenían capacidad de respuesta, debilitados por el
accionar de la Triple A.

El <pretorianismo>, dice Suriano (2005), “es la aceptación de la participación


de los militares en la esfera política”. Cuando el orden constitucional pierde
legitimidad, la solución de fuerza adquiere una fuerza progresiva y se asienta en
la crisis de confianza del Estado democrático. Más allá del evidente apoyo de
políticos, empresarios, obispos y periodistas al gobierno dictatorial, el mayor
impacto, y tal vez el más traumático y paradigmático, fue, como sostiene Suriano
(2005) “el respaldo de amplios sectores de la sociedad civil a partir de dos
acontecimientos bien diversos como lo fueron el futbol y la guerra ... Sin
El respaldo de apoyo civil, los golpes militares no hubieran tenido lugar”. Al respecto, en
la sociedad una entrevista a Videla se le preguntó “¿Cómo reaccionó la sociedad civil ante la
civil intervención militar del 24 de marzo de 1976 y después de la misma?”. El dictador
y genocida respondió:

“Padecíamos vacío de poder, parálisis institucional y riesgo de una


anarquía, y frente a este estado de cosas el clamor ciudadano, con
sus dirigentes a la cabeza, pidiendo la intervención de las Fuerzas
Armadas. Había un sentir general, que representaba Ricardo Balbín
y otros dirigentes, en favor del cambio, de la intervención. La gente
nos demandaba que interviniéramos e incluso Balbín llegó a decir en
esos momentos que tenía las manos vacías de soluciones, que la
clase política no podía hacer más”

La perspectiva de Romero (1994) nos parece muy sugerente, por cuanto para
este autor, el gobierno militar “nunca logró despertar entusiasmo ni adhesión
explícita en el conjunto de la sociedad, pese a que lo intentó, a mediados de
1978, cuando se celebró el Campeonato Mundial de Futbol. (…) En general, sólo
obtuvo pasividad, pero le alcanzó para encarar las trasformaciones profundas que
habrían de eliminar definitivamente los conflictos de la sociedad” (1995: 289)

La instalación en el poder del gobierno de facto a partir de marzo de 1976


contempló, desde el comienzo, una estrategia sistemática de utilización de
los medios de comunicación como herramienta de construcción y
circulación del discurso oficial y -como reverso de la misma moneda- de
silenciamiento de cualquier mensaje o voz opositora. La intención de
monopolizar el relato, de suprimir cualquier disenso, de sintetizar todas las voces
en una única voz quedó explicitada en el Comunicado Nº 19 del 24 de marzo, el
cual opera como marco general de la estrategia pública respecto a los medios de
comunicación instrumentada por el autodenominado Proceso de Reorganización
Los medios de Nacional (PRN):
comunicación
y la sociedad “Se comunica a la población que la Junta de Comandantes
amordazada Generales ha resuelto que sea reprimido con la pena de reclusión
por tiempo indeterminado el que por cualquier medio difundiere,
divulgare o propagare comunicados o imágenes provenientes o
atribuidas a asociaciones ilícitas o personas o grupos
notoriamente dedicados a actividades subversivas o al
terrorismo. Será reprimido con reclusión de hasta diez años, el que
por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare noticias,
comunicados o imágenes, con el propósito de perturbar,
perjudicar o desprestigiar las actividades de la Fuerzas
Armadas, de Seguridad o Policiales”.
Sin embargo, más allá de este “marco normativo”, la dictadura apeló a la
persecución de medios (interviniendo canales de televisión, radios,
expropiando o clausurando algunas revistas y diarios) y personas
(asesinando, encarcelando, forzando el exilio, o recurriendo a la
metodología de la desaparición) en función de alcanzar sus objetivos en la
denominada “lucha antisubversiva”. En ese sentido, el Gral. Jorge R. Videla
afirmaba:
“La lucha se dará en todos los campos, además del estrictamente
militar. (…) No se permitirá la acción disolvente y antinacional en la
cultura, en los medios de comunicación, en la economía, en la
política y en el gremialismo”.

Porque “La política represiva del ‘Proceso’ no se agotó en la eliminación


física del ‘enemigo’. Abarcó todos los aspectos de la vida cotidiana, de la
cultura, de la educación, del mundo del trabajo. La censura en los medios,
en los ámbitos del pensamiento y de expresión de ideas, se basaba en el
convencimiento de que la verdadera victoria era aquella que se ganaba en
el terreno de la cultura. ‘Más que lucha por las armas, es una lucha por las
almas’, sostenía un general de brigada. (…) La universidad fue
amordazada porque las palabras eran peligrosas, la matemática moderna
prohibida porque se vinculaba la teoría de los conjuntos con la subversión,
y los medios de comunicación intervenidos para manipular la opinión
pública (…).. Como en la época de la Inquisición en los comienzos de la
modernidad, el libre pensamiento subvertía el orden. Una inmensa variedad
de libros sucumbieron en verdaderos ‘autos de fe’. La censura oscurantista
y la inhibición de un pensamiento crítico produjeron diversas
consecuencias. El exilio fue el camino obligado para muchos; otros
padecieron la imposición del silencio en su propio país; algunos se
animaron a cuestionar una política cultural que los consideraba infantes
incapaces de elegir correctamente qué libro leer o qué canción escuchar,
pero sin condenar una ‘pacificación’ sangrienta que había puesto en su
lugar a obreros revoltosos, sindicalistas moderados o combativos,
sacerdotes comprometidos con los pobres o jóvenes radicalizados que
habían pretendido construir el socialismo en el país de la pampa húmeda.”
(Garulli, 1999)

Pocos días después, la junta designó como presidente a uno de sus integrantes,
el jefe del Ejército, Jorge Rafael Videla, quien fue presentado en un
comunicado de prensa oficial como “un profesional moderado, lejano de los
extremos ideológicos y militante católico”. Los otros integrantes de la junta militar
fueron el almirante Eduardo E. Massera, por la Armada, y el brigadier Orlando
Los R. Agosti, por la Fuerza Aérea.
integrantes de
la junta y los Presidentes de facto
presidentes Jorge Rafael Videla (29 de marzo de 1976 – 29 de marzo de 1981)
Roberto Viola (29 de marzo – 11 de diciembre de 1981)
Leopoldo Galtieri (22 de diciembre de 1981 – 18 de junio de1982)
Reynaldo Bignone (1 de julio de 1982 – 10 de diciembre de1983)

Las primeras medidas fueron el establecimiento de la pena de muerte para


quienes hirieran o mataran a cualquier integrante de las fuerzas de seguridad, la
clausura del Congreso Nacional, el reemplazo de todos los miembros de la
Corte Suprema de Justicia y del Poder Judicial por jueces adictos al nuevo
régimen1, el allanamiento y la intervención de los sindicatos, la prohibición de
toda actividad política y la imposición de una fuerte censura sobre todos los
medios de comunicación Salvo aquellos que legitimaron el terrorismo de
Estado, nefasta asociación evidenciada en papel prensa. Los ministerios, con
excepción del de Economía y el de Educación, fueron ocupados por militares. Los
gobiernos provinciales también fueron repartidos en su mayoría entre
uniformados de las tres fuerzas. Hasta los canales de televisión fueron
adjudicados con ese criterio. Como lo hemos señalado, algunos medios de
comunicación hicieron suya la “voz” del régimen en abierta complicidad,
publicando, omitiendo y desvirtuando las noticias en sintonía con los intereses de
la Junta Militar.

¿Unión dentro Según Quiroga (2005), las Fuerzas Armadas lograron estar durante casi todo el
de las FF.AA? proceso cohesionadas con el único objetivo de acabar con la subversión. A
diferencia de los militares “revolucionarios argentinos” de 1966, los militares
“procesistas” de 1976 no hablaban de tiempos para acabar con el enemigo

1 Es interesante señalar ahora, cuando se discute la democratización de la justicia, que ya en marzo de 2007
los Organismos de Derechos Humanos denunciaban la presencia de jueces de la dictadura en el gobierno de
Néstor Kirchner y la necesidad de removerlos:

“Los organismos de Derechos Humanos denuncian que hay más de 400 jueces que juraron bajo las
actas del Proceso de Reorganización Nacional que inició Videla. La existencia de estos funcionarios no
es resabio del pasado sino producto del Pacto de Impunidad que el PJ y la UCR garantizaron desde
1983. La confesión del Presidente de Casación, Alfredo Bisordi, señalando que durante sus 40 años de
servicio "en el que tuvimos gobiernos autoritarios y constitucionales, jamás he visto una intromisión de la
labor de los tribunales" revela la continuidad jurídica entre la dictadura y esta democracia para ricos, que
tuvo el objetivo de proteger la impunidad de los genocidas y en los ’90 a las políticas de entrega y la
corrupción estatal. A los jueces de la dictadura se sumaron los de la "servilleta" de Corach, Menem y
Alfonsín. Estos jueces ganan salarios mayores a $16.000. La única forma realmente democrática de
terminar con este tipo de justicia y su casta de funcionarios oligárquicos y corruptos es apelando al viejo
método que impusiera hace más de 200 años la Revolución Francesa en los orígenes de la democracia:
elección de todos los jueces y funcionarios judiciales por el voto popular; revocabilidad ante el
incumplimiento de su mandato” (La verdad obrera, Nro.228)

“Miremos por ejemplo al Superior Tribunal de Justicia de Formosa: sus cinco miembros, Eduardo Manuel
Hang, Carlos Gerardo González, Ariel Coll, Arminda del Carmen Colman y Héctor Tievas ocuparon
cargos institucionales en la época del terrorismo de Estado. Aunque fueron denunciados por
organizaciones sociales y de derechos, la totalidad de sus integrantes continúa en funciones”
interno y transformar la estructura del país, sino de objetivos. Y estos objetivos, a
su vez, no tenían plazos.
Si el objetivo de acabar con la subversión los unía, en cambio, en la discusión de
las metas a corto y largo plazo sus antagonismos se vieron agravados. Hubo
disputas de poder entre las fuerzas, las cuales fueron más evidentes a partir de la
renuncia de Videla. (Recordemos que entre 1981 y 1983 hubo tres presidentes, lo
cual refleja que no era todo consenso dentro de las FF.AA.)

En Argentina, esta doctrina encontró su máxima realización material y simbólica


en el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983), y fue el
resultado de diversas fuentes, entre las que Armony (1999) destaca el
pensamiento geopolítico alemán, el canon de la Iglesia Católica, la doctrina
contrarrevolucionaria francesa (aplicada sobre todo en Argelia) y las políticas de
seguridad nacional estadounidense para la guerra fría. Bajo este proceso, los
La Doctrina de militares argentinos, en su carácter de guardianes del “contrato social”,
Seguridad desplegaron todo un aparato represivo hacia quienes atentaban contra el sagrado
Nacional “bien común”.
(DSN)
Si por un lado, la dictadura no se apoyó y hasta negó la fuente de legitimidad que
podían proporcionar los partidos políticos para consolidar su carácter institucional
(incluso los partidos de derecha que apoyaban el golpe), por el otro lado, esa
fuente de legitimidad (y por ende, de institucionalidad) la encontró en su apelación
a la DSN como base ideológica para reprimir y matar.

Los militares se propusieron abiertamente acabar con la subversión interna, con


la amenaza “comunista”, “marxista” o “socialista”. Este había sido aparentemente
el leit motiv del golpe de Estado del ’76.
¿A quiénes
apuntaba la Sin embargo, este objetivo, según Eduardo Luis Duhalde, poco se ajusta con la
DSN? evidencia histórica si tenemos en cuenta, en primer lugar, que el Estado
prácticamente no se vio amenazado en su capacidad de monopolizar la violencia
física (recordemos que el monopolio de la violencia física es un atributo esencial
del Estado moderno), ni siquiera en los años de mayor impacto de las acciones
guerrilleras entre 1973-1975. Ya en el gobierno de Isabel (gobierno democrático,
elegido por el pueblo) los decretos de aniquilamiento del accionar subversivo se
habían efectivizado. A partir de su implementación, el ERP había sufrido el
asesinato de la mayoría de sus combatientes en el Operativo Independencia,
mientras que Montoneros quedaba reducido a unos pocos cuadros.
En el momento en que la violencia estatal asumió parámetros mucho más
radicalizados, en 1976, los grupos armados contestatarios estaban
prácticamente neutralizados.
“La escalada de violencia guerrillera que había contribuido a desequilibrar el
precario gobierno de Isabel Perón se constituyó en la justificación para la
intervención militar. Sin embargo, el golpe del 24 de marzo de 1976 respondió
más a cuestiones estructurales para modificar el patrón de acumulación del
capital, la distribución del ingreso y la inserción internacional de la
Argentina, que al hecho de frenar el accionar de una guerrilla que se había
automarginado del contexto social” (Garulli, 1999)
Este pretexto –frenar el accionar guerrillero- tendría, años más tarde, con la vuelta
a la democracia, su mayor expresión teórica en la “teoría de los dos
demonios”, defendida por la UCR, según la cual un demonio era la guerrilla, el
otro demonio los militares y en el medio había una población que no tenía nada
que ver con nada. En última instancia, para Halperín Donghi, si es que puede
hablarse de dos demonios, son dos demonios muy diferentes, pues hay un
elemento diferenciador entre la violencia surgida de la iniciativa de los guerrilleros,
y la violencia que comienza con la represión y el aniquilamiento desde el Estado.
Más allá de si los guerrilleros fueron “demonios” o no, lo cierto es que la
mayoría de los desparecidos fueron trabajadores y militantes de base. Como
bien señala Armony (1999) “una vez derrotados los movimientos guerrilleros en
América Latina, el terrorismo propiciado por el estado se desplegó como un
mecanismo de control social sobre la población. La victoria militar sobre la
subversión exigió un triunfo análogo en el campo político”. Se trataba de
amenazas, secuestros y muertes de personas que no eran ni altos dirigentes
guerrilleros de izquierda ni meros trabajadores o estudiantes, sino sujetos que
hacían de nexo entre las dos instancias y que Feierstein (2007) los
denominó “articuladores”, militantes, sacerdotes, sindicalistas, abogados,
intelectuales, activistas de organizaciones de derechos humanos y muchos otros.
Romero (1994) afirma que, “más allá de los accidentes y errores, las victimas
fueron las queridas: con el argumento de enfrentar y destruir en su propio terreno
a las organizaciones armadas, la operación procuraba eliminar todo activismo,
toda protesta social, hasta un modesto reclamo por el boleto estudiantil, toda
expresión de pensamiento crítico, toda expresión popular” (1995: 288).
En este punto resulta pertinente la distinción entre objeto y objetivo que
sugiere Levy (2004) para comprender la dictadura. En relación al primer punto, es
decir, a qué cuerpos (objeto) apuntaba el proceso, la definición del “enemigo”
era ambigua e impredecible: todos eran potencialmente subversivos, nada de lo
que una persona hacía -por acción u omisión- le garantizaba quedar al margen
del aparato represivo; se trató de una “democratización de la otredad negativa”
(Levy, 2004) tan eficiente como terrorífica, donde el enemigo ya no se ajustaba a
límites nacionales ni patrones raciales, podía ser interno o externo: “En la guerra
moderna, el enemigo es difícil de definir (…) El límite entre amigos y enemigos
pasa al seno mismo de la nación, en una misma aldea, a veces en una misma
familia (…) Todos interiorizamos el hecho de que el enemigo contra el cual
debíamos batirnos eran nuestros propios conciudadanos, por ejemplo, el profesor
de nuestros hijos o nuestro vecino” (Armony, 2009)
Algunos medios asumieron como propio el discurso autoritario y advertían
sobre la necesidad de estar en guardia. La Carta abierta a los padres argentinos
publicada por la Revista Gente bajo la forma de carta abierta es un ejemplo.
Reproducimos a continuación algunos fragmentos:
“Después del 24 de marzo de 1976, usted sintió un alivio. Sintió que
retornaba el orden. Que todo el cuerpo social enfermo recibía una
transfusión de sangre salvadora. Bien. Pero ese optimismo -por lo
menos, en exceso- también es peligroso. Porque un cuerpo
gravemente enfermo necesita mucho tiempo para recuperarse, y
mientras los bacilos siguen su trabajo de destrucción. (…) La
guerrilla puede perder una o cien batallas, pero habrá ganado la
guerra si consigue infiltrar su ideología en la escuela primaria, en la
secundaria, en la universidad, en el club, en la iglesia. Ese es su
objetivo principal. Y eso es lo que todavía puede conseguir. Sobre
todo si usted, que tiene hijos, no está alerta. (…) Usted tiene una
gran responsabilidad en esto. Porque usted no sabe -no puede
saber- qué cara tiene el enemigo

“Entienda algo y de una vez por todas. Esta guerra no es de los


demás. También es suya (…) Por ejemplo: ¿usted sabe qué lee su
hijo? Repasemos. Yo se que hay colegios donde “Cien años de
soledad”, de Gabriel García Márquez, es texto obligatorio. “Cien
años de soledad” es para muchos una novela bien escrita,
interesante, llena de ganchos, entretenida. Pero… ¿usted la leyó? A
lo mejor no. Confía en que es buena porque leyó comentarios,
críticas, elogios. Porque fue best-seller. Porque durante mucho
tiempo medio mundo habló de ella. Y de pronto en esa confianza hay
un error. Yo la leí y me gustó. Pero yo soy un adulto. Y tengo una
hija adolescente. ¿Y qué quiere que le diga? A mí no me gusta que
mi hija adolescente lea -y menos por obligación- una novela que
rezuma sexo, hedonismo, infidelidades y descripciones sicalípticas
(…) ” (Buenos Aires, 16 de diciembre de 1976, Revista “Gente”)

Como podemos ver -y esto es lo que nos conduce directamente al objetivo de la


dictadura- no se pretendió destruir solamente a los cuerpos (a los 30.000
desparecidos) sino más bien a las relaciones sociales de autonomía, resistencia y
solidaridad que estos sujetos encarnaban, reemplazándolas por relaciones
basadas en la desconfianza y en la delación. El aniquilamiento del cuerpo se
consideraba estratégico en tanto fuera capaz de clausurar relaciones
sociales específicas. Por consiguiente, la definición confusa del enemigo en la
DSN sólo adquiere pleno sentido cuando lo articulamos con su finalidad: el
conjunto social.

¿Qué estrategias desplegaba la DSN para cumplir estos propósitos? . El


lenguaje oficial y hegemónico hablaba constantemente de la guerra. Desde la
retórica del gobierno militar se buscaba convencer a la población de que la
irrupción de las FF.AA implicaba la drástica opción entre el “caos o el orden” y
que se estaba en “guerra contra el enemigo interno”. En la concepción militar la
lucha contra la “subversión apátrida” formaba parte de un conflicto bélico
mundial entre el “comunismo internacional” y las fuerzas de Occidente, en
el marco de la Guerra Fría, del enfrentamiento Este-Oeste. De allí las
Las fronteras recurrentes alusiones a la “lucha contra el marxismo ateo en defensa de los
ideológicas de valores de la civilización occidental y cristiana”.
la DSN Ante un enemigo global, se partía de una estrategia global en la que
América Latina era pensada como un campo de guerra en su totalidad, y
donde las únicas fronteras no eran nacionales sino ideológicas. Las fronteras,
entonces, no eran materiales, rígidas ni visibles y podían ser reacomodadas
según las necesidades. En esta dirección, los limites geográficos no podían
ser un obstáculo a la defensa del sistema democrático occidental. Así, las
naciones eran interpeladas a una nueva clase de cooperación por medio de un
programa coordinado de contrainsurgencia (tópico fundamental de DSN) a
fin de lograr un equilibrio global donde la seguridad continental y la
independencia nacional estuviesen salvaguardadas del expansionismo
soviético. A partir de estas relaciones de cooperación, los exiliados de la
Argentina en los países limítrofes (sobre todo, Brasil y Uruguay) podían ser
deportados o incluso, asesinados en el país al que habían intentado huir.
Como ejemplo se puede citar la Operación Cóndor.
Fue justamente la doctrina de las fronteras ideológicas la que, según
Armony, sirvió de pretexto a los militares argentinos para ampliar la
influencia del país en ciertas regiones latinoamericanas saliendo a flote una
arraigada creencia nacionalista que veía a la Argentina como una posible
potencia geopolítica dentro del hemisferio occidental. Según este mito, la
Argentina era un teatro de operaciones fundamental en un escenario de
confrontación internacional en que los bloques rivales estaban separados por
“fronteras ideológicas”.
Estas tareas necesitaron, como vemos, de servicios de inteligencia. La
importancia de estas tareas en la planificación y ejecución del proceso represivo y
del exterminio tiene su raíz en el planteo de Feierstein (2007) acerca del perfil
que establecieron del enemigo. En lugar de la percepción que los nazis habían
tenido de los judíos como “seres inferiores” durante el holocausto, en el proceso
y genocidio argentino la figura del “subversivo” no fue pensada en términos
de su inferioridad sino de su peligrosidad, por eso había que poner en acción
a los servicios de inteligencia así como desplegar métodos de tortura para
obtener información.

Desde el enfoque de Romero (1994) se trató de una acción terrorista, dividida en


cuatro momentos principales: el secuestro, la tortura, la detención y la ejecución.
1. Para los secuestros, cada grupo de operaciones (grupos de tareas, “patotas”)
operaban preferentemente de noche, en los domicilios de las víctimas, a la vista
de su familia, que en muchos casos era incluida en la operación. Pero también
muchas detenciones fueron realizadas en fábricas o lugares de trabajo, en la
calle, algunas en países vecinos, con la colaboración de las autoridades locales.
Centros La operación se realizaba con autos sin patente pero bien conocidos (los Ford
Clandestinos Falcon verdes). Había mucho despliegue de hombres y armamento pesado,
de Detención combinando el anonimato con la ostentación, todo cual aumentaba el buscado
efecto aterrorizador. Este fue el modus operandum principal, pero existieron otros,
a plena luz del día. 2
2. “El destino primero del secuestrado era la tortura sistemática y prolongada. 3 La
tortura física, de duración indefinida, se prolongaba en la psicológica: sufrir
simulacros de fusilamiento, asistir al suplicio de amigos, hijos o esposos. En
principio, la tortura servía para arrancar información y lograr la denuncia de los
compañeros, pero en general tenía el propósito de quebrar la resistencia del
detenido, destruir su dignidad y personalidad.
3. Los que sobrevivían a la tortura, iniciaban una detención más o menos
prolongada en alguno de los trescientos cuarenta centros clandestinos de
detención (los “chupaderos”), cuya existencia fue reiteradamente negada por las
autoridades”. En esta etapa final, de duración imprecisa, se completaba la
degradación de las víctimas, a menudo mal heridas y sin atención médica,
permanentemente encapuchados y mal alimentados. Muchas detenidas
embarazadas dieron a luz en esas condiciones, para luego ser despojadas de sus
hijos.

A pesar de las diferencias, los CCD fueron organizados con una estructura y
un régimen de funcionamiento similar. Todos contaban con una o más salas
de torturas, amplios espacios para mantener a los desaparecidos siempre en
condiciones de gran precariedad, y un centro de viviendas para los
torturadores y guardias. Casi todos tenían algún tipo de servicio médico. En
algunos casos hubo servicios religiosos permanentes para el personal
militar.

El centro clandestino de Detención fue el dispositivo fundamental de esta


operatoria, el cual operó en un doble sentido: 1) hacia sus propios internados y 2)

2 “Cuando Victoria escuchó a un tipo decirle que era de la Policía Federal y que iba a tener que
acompañarlo, intentó en ese momento, sin suerte, tomarse la pastilla de cianuro que siempre llevaba
encima por si llegaba a producirse una situación como la que se estaba produciendo. Los cuatros tipos
que tenía encima, golpeándola, reduciéndola en el piso, se lo impidieron. ¡Me llamo Graciela Daleo, me
secuestran, me van a matar, avisen a mi papá al 59-2780!”. Esas fueron las últimas palabras en libertad
de Victoria –como la conocían sus compañeros– antes de ser secuestrada por una patota de la ESMA en
la Estación Acoyte de la línea A del subte. Fue el martes 18 de octubre de 1977”
3 La “picana”, el “submarino” y las violaciones eran las formas más comunes. A éstas se sumaban otras que
combinaban la tecnología con el refinado sadismo del personal especializado. Al respecto ver Nunca Más, Informe de la
CONADEP.
hacia el conjunto social. Si solo se trató de quebrar la identidad de los propios
internados, ¿cómo se explica que estos centros se hayan instalado, en la mayoría
de los casos, en plena ciudad? Incluso, las habitaciones de tortura estaban
pegadas a la calle. Este es el caso del Olimpo, ubicado en el corazón del
barrio de Floresta (CABA). En esta zona, cuentan los vecinos, muchas veces se
podían escuchar los gritos de los torturados. El objetivo era claro y estaba
dirigido para “los de afuera”, como un mensaje aterrador sobre las
consecuencias de la acción contestataria.

Los primeros CCD fueron instalados en 1975, antes


del golpe militar del 24 de marzo de 1976. En ese año ya
estaban en funcionamiento la Escuelita en Famaillá
(Tucumán) y el Campito (Provincia de Buenos Aires).
También en 1975 funcionó un CCD en la planta de la
empresa Acindar en Villa Constitución, presidida por José
Alfredo Martínez de Hoz, como parte de la estructura
represiva organizada para contener la huelga declarada por
el sindicato UOM en mayo de ese año.

En 1976 llegaron a existir 610 Centros Clandestinos de Detención en


la Argentina, pero muchos de ellos fueron temporarios y circunstanciales. Luego
de los primeros meses posteriores al golpe de Estado, la cifra se estabilizó
en 364, y para 1979 los centros se redujeron a 7. Ya en 1983 la Escuela de
Mecánica de la Armada (ESMA), era el único campo de concentración que
seguía siendo utilizado.

En Buenos Aires hubo 60 centros; en la provincia de Córdoba 59 y en Santa


Fe, 22. Se puede decir que cinco grandes centros fueron el eje de todo el
sistema: la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y el Club Atlético en
la Ciudad de Buenos Aires; el Campito (Campo de Mayo) y el Vesubio en el
Gran Buenos Aires, Provincia de Buenos Aires; y la Perla en Córdoba.

4. Para la mayoría, el destino final era la ejecución. Pese a que la Junta Militar
estableció la pena de muerte, nunca la aplicó, y todas las ejecuciones fueron
clandestinas. En la mayoría de los casos los cuerpos se ocultaron en cementerios
como “personas no identificadas” (NN), quemados en fosas colectivas que eran
cavadas por las propias vctimas antes de ser fusiladas, o arrojados al mar con
bloques de cemento, luego de ser adormecidos con una inyección. De ese modo,
no hubo muertos, sino “desaparecidos”.

La desaparición de personas como método represivo, fue introducida en la


Argentina por la escuela militar francesa, procurando trasmitir las tácticas que
habían utilizado y perfeccionado durante la guerra de independencia de Argelia. A
partir de la década del '60 el método de la desaparición se generalizó a
través de la Escuela de las Américas, y si bien hubo desaparecidos antes
del ‘76 sería recién con el golpe del ’76 cuando se aplicó sistemáticamente
en nuestro país.
La desaparición no es, en un primer momento, sinónimo de muerte o asesinato,
¿Qué significa
la figura del sino que se constituye en una exasperante sospecha de muerte que se prolonga
desaparecido? durante muchos años hasta el proceso de apertura democrática. La estrategia
“desaparecedora” –y concentracionaria- de la dictadura argentina reconoce
similitudes con los decretos “Noche y Niebla” del Tercer Reich: el traslado de
personas hacia Alemania debía hacerse –según Hitler, “en la noche y en la
niebla”.

En 1979, en una entrevista periodística televisiva, el dictador Jorge Rafael Videla


dijo frente a las cámaras y en respuesta a las demandas de los familiares de las
víctimas, una frase que con el tiempo se volvió tristemente célebre:
«Le diré que frente al desaparecido en tanto esté como tal, es una
incógnita, mientras sea desaparecido no puede tener tratamiento
especial, porque no tiene entidad. No está muerto ni vivo…
Está desaparecido»
Las desapariciones se produjeron masivamente entre 1976-1978 (Romero,
1994: 287). Al desparecer los cuerpos, por un lado, se dificultaba la prueba del
cuerpo del delito, y por el otro, el desconocimiento del destino de los
desaparecidos infundía terror en las víctimas y en la sociedad y la falta de
certeza acerca de lo sucedido dificultaba la acción de los ciudadanos y favorecía
su división.
El procedimiento de hacer desaparecer a los opositores fue un método represivo
que se basó fundamentalmente en la producción de desconocimiento. Por eso,
saber que pasó, recuperar la memoria y exigir la verdad, se volvieron reclamos
principales de las víctimas y de las organizaciones de derechos humanos.4

4Una de las consignas que refleja esta preocupación, cantada en las marchas de protesta contra el gobierno
militar, decía: "¡¡Los desaparecidos, que digan donde están!!"
La "desaparición" de personas generaba una situación de agravamiento de las
heridas, debido a las dificultades para los familiares de "dar por muerto" a sus
seres queridos y eventualmente dar por finalizada la búsqueda de sus restos y la
averiguación de lo que realmente les había sucedido. En torno a las
desapariciones, Graciela Daleo, ex desaparecida detenida en la ESMA, decía lo
siguiente:
“Teóricamente, los periódicos, los medios de comunicación, no
tenían que registrar eso, las cosas sucedían pero debía haber el
menor registro posible (…) una cosa es que aparezca el cuerpo
fusilado en el Obelisco: eso es la muerte, la muerte seca. Otra cosa
es que haya desaparecidos. El sonido de desaparecer, ese ruido,
ese sonido del agua que te traga. Eso provoca un horror que tiene
determinados efectos hasta ahora”
En este sentido, las víctimas no murieron pues la muerte siempre queda
registrada en la memoria; las víctimas, en cambio, desaparecieron, buscando así
anular todo registro y reconstrucción histórica posible. 5
Comparando la experiencia latinoamericana con el exterminio en los Lager, el
historiador Enzo Traverso (2001) dice lo siguiente: “(…) Se trata, en ambos

5 “Si la muerte me sorprende, Poema de Alejandro Almeyda (hijo desaparecido de Taty Almeyda.)

"Si la muerte me sorprende lejos de tu vientre,/ porque para vos los tres seguimos en él,
si me sorprende lejos de tus caricias/ que tanto me hacen falta,
si la muerte me abrazara fuerte/ como recompensa por haber querido la libertad,
y tus abrazos entonces sólo envuelven recuerdos,/llantos y consejos que no quise seguir,
quisiera decirte mamá que parte de lo que fui/lo vas a encontrar en mis compañeros.
La cita de control, la última, se la llevaron ellos,/los caídos, nuestros caídos,

mi control, nuestro control está en el cielo,/y nos está esperando.


Si la muerte me sorprende/de esta forma tan amarga, pero honesta,
si no me da tiempo a un último grito/desesperado y sincero,
dejaré el aliento, el último aliento,/ para decir, te quiero."
casos, de un crimen concebido para estar, literalmente, prescripto, para no dejar
ningún rastro: el ‘crimen perfecto’ (…). La violencia extrema de las dictaduras
militares latinoamericanas (…) apuntaba a un enemigo político; la del nazismo, a
‘razas’ (los judíos, en menor medida los gitanos) juzgadas nocivas, destructivas e
indignas de vivir en este planeta. Las víctimas de las dictaduras latinoamericanas
–guerrilleros, militantes de los movimientos y partidos de izquierda,
representantes de las fuerzas políticas democráticas- eran eliminadas, según la
fórmula clásica, por lo que hacían; las víctimas de los genocidios nazis, en
cambio, eran eliminadas por lo que ‘eran’ (…)”

Madres. El grupo de las Madres de Plaza de Mayo se formó tempranamente, en


abril de 1977, en plena dictadura, con el fin de recuperar con vida a los detenidos
desaparecidos. Su objetivo inicial era poder tener una audiencia con el
presidente de facto argentino Jorge Rafael Videla. Para ello se reunieron en
la Plaza de Mayo y efectuaron una manifestación pública pacífica pidiendo saber
el paradero de sus hijos. La elección de la Plaza de Mayo se debe a que está
situada frente a la Casa Rosada, sede de la Presidencia y lugar donde
tradicionalmente se han efectuado manifestaciones políticas. 6
Madres y Abuelas. Dentro de las Madres, nacía luego un subgrupo que comprendía que la
Abuelas de situación de los niños apropiados por las fuerzas de seguridad era diferente de la
Plaza de Mayo de sus progenitores desaparecidos y que se precisaban estrategias y
metodologías específicas para recuperarlos. «Buscar a los nietos sin olvidar a los
hijos», fue la consigna que las agrupó. Se dedicaron a los niños que fueron
secuestrados junto con sus padres y no habían reaparecido, y a las jóvenes
que, secuestradas estando embarazadas, se supone habían dado a luz en
prisión.
Una de las características esenciales de Las Abuelas de Plaza de Mayo, al igual
que Las Madres, fue la de organizarse básicamente como grupo de mujeres. Eso
no significó que los abuelos, y en general otros varones y mujeres no

6 La idea surgió mientras el grupo inicial de madres estaba esperando que las atendiera el secretario del Vicario
Castrense. Una de ellas, Azucena, propuso entonces: «Individualmente no vamos a conseguir nada. ¿Por qué no vamos
todas a la Plaza de Mayo? Cuando vea que somos muchas, Videla tendrá que recibirnos». Ese mismo día, 14 madres
iniciaron una jornada a la cual, con el paso del tiempo, se acercarían otras madres afectadas. Desde entonces, todos los
jueves repetirían una caminata alrededor de la pirámide central de la plaza. La ronda en movimiento permanente tenía su
razón de ser en el estado de sitio. Al respecto, Victoria Ginzberg (2003), hija de desaparecidos, cuenta lo siguiente: “La
policía empezó a hostigarlas en la Plaza. Un día un oficial intentó dispersarlas al grito de "¡Circulen!". Decía que, como
había estado de sitio, estaban prohibidas las reuniones de tres o más personas. Las mujeres empezaron a caminar de a
dos. Primero alrededor de los canteros y los bancos, después alrededor del monumento a Belgrano. Luego dieron la
vuelta a la pirámide. Así nació la ronda de las Madres”, caracterizadas por sus pañuelos blancos en la cabeza. Esta
imagen de fortaleza dio la vuelta al mundo.
colaborasen con la Asociación, pero la dirección y la representación
recayeron siempre sobre mujeres que tenían nietos desaparecidos.
De entre los casi 500 nietos apropiados, las Abuelas, al día de hoy
(diciembre/2014), ya le devolvieron su historia a 116 nietos. Entre ellos se
encuentra el nieto de Estela de Carlotto, presidenta de la Asociación
Abuelas.

Las organizaciones internacionales de derechos humanos ya estaban


presionando. En esta dirección, ¿qué mejor acción para obtener consenso social
que el campeonato mundial de futbol de 1978? Este campeonato fue,
ciertamente, una formidable operación de búsqueda de consenso y
legitimidad. Finalmente, Argentina campeón: “esas miles y miles de banderas
argentinas flameando por la calle fortalecían a la dictadura militar genocida que
El Mundial de utilizó el futbol y el sano sentimiento nacional de nuestro pueblo para mostrarle al
fútbol / mundo que en Argentina “todo estaba bien”, legitimando así los campos de
1978 concentración y de exterminio que estaban, en algunos casos, a poca
distancia de los estadios de futbol” (Néstor Kohan, 2012: 5). A este
acontecimiento se refería también, años más tarde, Graciela Daleo, sobreviviente
de la ESMA:
“Volviendo al futbol, estaba el televisor, y el futbol, futbol, futbol (…)
gritos, besos, goles, abrazos y entonces entra el Tigre Acosta, el jefe
de inteligencia, nos dice “ganamos”. A los compañeros les dio la mano
y a las mujeres nos dio un beso a cada una. Entonces ahí yo sentí: si
él dice que ganamos, nosotros perdimos, no hay nada que podamos
tener en común (…) luego nos dijeron que íbamos a salir. Esto
significaba que te vestías, las mujeres nos pintábamos porque era
señal que te estabas recuperando y había que cuidar el aspecto (…).
Me subieron a un Peugeot 504 verde. Con el auto llegamos a Cabildo.
Era impresionante, ¡las masas en la calle! Cuando yo vi eso, le dije al
jefe si podía mirar por el techo, el tipo me dijo que si, abrió el techo y
yo me paré en el asiento. Empecé a llorar. Iba por Cabildo y pensaba,
si yo acá me pongo a gritar que soy una desaparecida nadie me va a
dar pelota….lo recuerdo como un momento, paradójicamente, de
mayor soledad …” (Entrevista a Graciela Daleo, en el marco de la
cátedra “Análisis de las prácticas sociales genocidas” de la UBA,
2003)

En 1979, en vísperas de la visita al país de la Comisión Interamericana de


Derechos Humanos (CIDH) de la OEA, el ministro del Interior, general Albano
Harguindeguy, ordenó comprar 250.000 calcomanías autoadhesivas con el
lema "Los argentinos somos derechos y humanos". El slogan había sido
ideado ha pedido de la dictadura por la empresa Burson Marsteller, ya contratada
en 1978 para mejorar la imagen de Videla. El objetivo era neutralizar las
denuncias realizadas por sobrevivientes de los centros clandestinos de
detención, los exiliados y familiares de las víctimas en el exterior, que la
dictadura llamó "campaña anti argentina". También para
ocultar los delitos cometidos por el terrorismo de Estado e
intentar perpetuar y profundizar la ilusoria sensación de
legalidad y normalidad. Además de condicionar las
Los Derechos denuncias que las Madres de Plaza de Mayo y los
humanos organismos de derechos humanos planeaban realizar ante la
CIDH. También es importante destacar que a partir de la Una de las
calcomanías de la
asunción de James Carter en enero de 1977, hubo un campaña
cambio cualitativo en las relaciones bilaterales. La nueva
administración demócrata estuvo obsesionada con dos cuestiones que la
llevaron inevitablemente a chocar con el régimen militar argentino: las
violaciones a los derechos humanos practicadas por el régimen militar y la
prioridad que el gobierno argentino otorgó al desarrollo nuclear. De este
modo, la administración de Carter se dispuso a aplicar con el mayor rigor su
política de derechos humanos sobre la Argentina con los instrumentos que
le había dado el Congreso: la reducción de la asistencia militar y económica
(Avenburg, 2009)

La CIDH abrió tres oficinas en todo el país, que del 6 al 20 de septiembre


de 1979 recibieron 5580 denuncias de secuestros y desapariciones “la
mayoría de ellas nuevas”, aparte de las casi tres mil que habían presentado los
organismos. La comisión se fue del país el 20 de septiembre, prometiendo
presentar un informe que, luego de un año, se conoció en forma de libro. La
dictadura prohibió su difusión y su venta. Pero había comenzado la cuenta
regresiva y los represores comenzaban a preocuparse por el futuro.

En este informe, la Comisión había llegado a la conclusión de que, “por


acción de las autoridades públicas y sus agentes, en la República Argentina
se cometieron durante el período a que se contrae este informe –1975 a
1979– numerosas y graves violaciones a los derechos humanos”. Así
comenzaba el informe que había redactado la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos (CIDH). Según Luis Bruschtein, “fue como si una bomba
estallara en el corazón de la dictadura militar: el telón que ocultaba el horror
comenzaba a descorrerse”. Los familiares de los desaparecidos y los miembros
de la comisión, importantes juristas estadounidenses y latinoamericanos, debieron
soportar el hostigamiento de parte de un sector de la sociedad promovido por la
propaganda oficial.

El convencimiento de que las violaciones a los derechos humanos constituyeron


actos de servicio aparece expresado en el fragmento del general Viola:
“Esta guerra, como todas, deja una secuela, tremendas heridas que
el tiempo y solamente el tiempo puede restañar. Ellas están dadas
por las bajas producidas, los muertos, los heridos, los detenidos, los
ausentes para siempre (…) lo peor no es perder la vida. Lo peor
hubiera sido perder la guerra (…) hemos cumplido nuestra
misión” (La Nación, 30 de mayo de 1979)
¿Crímenes de Lesa Humanidad? Para Luis Lorenzetti (2011) las
desapariciones en la última dictadura militar pueden ser subsumidas bajo la
carátula de “Crímenes de Lesa Humanidad”. La definición de crimen contra la
humanidad o crimen de lesa humanidad recogida en el Estatuto de Roma de
la Corte Penal Internacional comprende las conductas tipificadas
como asesinato, exterminio, deportación o desplazamiento forzoso,
encarcelación, tortura, violación, prostitución forzada, esterilización forzada,
persecución por motivos políticos, religiosos, ideológicos, raciales, étnicos,
de orientación sexual u otros (…) Estos actos también se denominan crímenes
¿Crímenes de de lesa humanidad. 7
lesa Para Feierstein (2007), en cambio, no se trata de Crímenes de Lesa Humanidad
humanidad o sino de un acto de genocidio “político”, a partir del cual se buscó la
Genocidio? destrucción parcial o total de una porción significativa de la población
argentina. El caso argentino, sin embargo, no es considerado “genocidio” por la
ONU, ya que la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de
Genocidio de 1948, declara que es genocidio cuando se intenta destruir total o
parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal. Este
dictamen de la convención es, según Feierstein, sumamente discutible ya que:
La carátula de <genocidio> depende del carácter de la víctima y no del acto
mismo. Es decir, nunca un delito es definido por la víctima que lo padece, si bien
algunos agravantes o atenuantes si se vinculan a las características de las
víctimas. Por ejemplo, violar a un menor quizás pueda resultar más grave que
violar a un mayor, pero siempre se trata de un delito caracterizado por el tipo de
acción, en este caso, la violación.

Fin del gobierno de Videla /1981


Durante el periodo de Videla, que finalizó en Marzo de 1981, se fueron debilitando las
pretensiones de producir un nuevo orden y un nuevo ciclo histórico. La idea de un proyecto
estratégico había llegado a su fin y se cerraban las posibilidades fundacionales del régimen militar.
Un conjunto de hechos internos, como el aislamiento del régimen, el descontento social y las
presiones internacionales de organismos de derechos humanos, contribuyeron a debilitar su
gobierno. Incluso, algunos autores sostienen que el gobierno de Videla no tuvo otro proyecto
político que el de sostener decididamente el plan de reestructuración capitalista de Martínez

7Leso significa agraviado, lastimado, ofendido: de allí que crimen de lesa humanidad aluda a un crimen que, por su
aberrante naturaleza, ofende, agravia, injuria a la humanidad en su conjunto.
de Hoz, es decir la imposición del modelo conservador y excluyente.

Asume Viola / 1981


“La débil apertura política”
En marzo de 1981, cinco años después de la intervención militar, el general Roberto Viola (cercano
a Videla) asumió la presidencia de la Nación. Su gobierno adquirió un carácter polémico,
siendo cuestionado desde las propias filas de la institución militar. La oposición a Viola
comenzó, en realidad, antes de que asumiera el cargo presidencial. La sombra de Videla en su
persona provocaba gran desconfianza dentro y fuera de las FF.AA. Su intento de entablar relación
con los partidos tradicionales y llevar adelante una moderada “apertura política” empeoró la
situación. Su ministro del Interior llegó a decir que “el peronismo había sido un interlocutor
válido. Sin embargo, la apertura que podía ofrecer el gobierno de Viola no dejaba de ser frágil
y limitada.
No obstante, durante su gobierno se conocieron nueve meses de descomprensión en el plano
político. La Argentina a principios de 1981 había empezado a movilizarse. Una sociedad que
había sido atomizada y atropellada culturalmente comenzaba a recomponer un espacio
democrático y a reconquistar el respeto de sí misma, luego de varios años de terrorismo estatal.

Asume Galtieri
El descontento de Galtieri y otros oficiales de la línea dura con el gobierno de Viola lo
llevaron a ocupar en noviembre del mismo año la presidencia de la junta militar y, un mes
más tarde, a destituir a Viola para ocupar la Presidencia de la Nación. Durante su gobierno,
Galtieri retuvo el control directo de las Fuerzas Armadas.
Las medidas económicas del ministro de Economía nombrado por Galtieri, Roberto
Alemann, fueron no menos ortodoxas que las de sus antecesores. La restricción del gasto público,
la compresión del circulante, la privatización de bienes estatales y el congelamiento de los
salarios llevaron a una gravísima depresión económica. La recesión llevó al cierre de
numerosas industrias (siendo Citroën y La Cantábrica las más destacadas) y a medidas
drásticas de reducción de personal en otras.
El descontento popular, canalizado a través de la Multipartidaria y las organizaciones sindicales,
comenzó a hacerse visible. Una movilización convocada a finales de marzo por organizaciones
políticas y sindicales bajo el lema "Paz, Pan y Trabajo" fue reprimida, dejando un muerto y decenas
de heridos. Se trataba de un importante desafío al poder militar.

El fracaso del proyecto económico, el desprestigio del gobierno, la débil


unidad de las FF.AA y el despertar de la sociedad civil explican la decisión
del gobierno militar de recuperar las Islas Malvinas. El régimen había
comenzado a ser cuestionado abiertamente por el conjunto de la sociedad a la
La Guerra de
las Malvinas que había aterrorizado, empobrecido y desaparecido. El 30 de marzo, los
1982 trabajadores nucleados en la Confederación General del Trabajo habían ganado
nuevamente las calles reclamando “pan y trabajo”, siendo brutalmente reprimidos
y encarcelados sus dirigentes. En ese clima de repudio popular, el régimen militar
echó mano a una reivindicación histórica del pueblo argentino para lograr
consenso y producir una especie de “amnesia temporal” en la población que
dejara sin efecto las impugnaciones y críticas. ¿Por qué este recurso? Porque lo
cierto es que la cuestión “Malvinas” funcionó, a lo largo de nuestra historia, como
una “metáfora” de la nación.

En efecto, el desembarco argentino del 2 de abril de 1982 conmovió al país y


unificó temporalmente a todos los sectores detrás de la recuperación de las
islas. El anuncio provocó expresiones de fervor patriótico y masivas
concentraciones en Plaza de Mayo, que se colmó de miles de ciudadanos,
entre ellos muchos reconocidos dirigentes políticos y sindicales. 8
La adhesión de la sociedad fue casi total. En torno a este hecho, el campo
de la izquierda se dividió. Un sector mayoritario defendió el operativo militar sin
apoyar a la junta militar, en tanto se trataba de una reivindicación nacional. Otro,
vio el triunfo de los ingleses como medio para terminar con la dictadura. En esta
dirección, para Ansaldi, “toda reivindicación del 2 de abril es,
necesariamente, una reivindicación de un acto de la dictadura”.
Hoy no caben dudas, la expedición fue lanzada sin ninguna preparación militar y
con una apreciación errónea sobre las posibilidades de apoyo que brindarían los
EE.UU. El análisis, según Quiroga (1995) perdió de vista que el país del Norte
tenía que optar entre un buen aliado en América del Sur y el principal aliado en la
OTAN. La opción no despertaba dudas: EE.UU tomó partido por Inglaterra contra
la Argentina, eligió un aliado en lugar del otro, o una alianza (la OTAN) en lugar
de otra (el TIAR, Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca)
Conocida la noticia de la rendición incondicional de la Argentina, el 14 de junio,
todo cambió de golpe. A Plaza de Mayo se dirigieron nuevamente miles de
ciudadanos. Esta vez para repudiar al gobierno. “El conflicto dejaba al desnudo la
manipulación informativa de la prensa y sus partes engañosos acerca de las
victorias argentinas en el campo de batalla. Las fuerzas armadas argentinas
habían sido derrotadas con humillación en el propio terreno para el que habían
sido preparadas: la guerra contra un enemigo externo, y en ese campo probaron
su impericia y su irresponsabilidad” (Garulli, 1999)
Para el historiador Federico Lorenz, la derrota en Malvinas marca también la
derrota en una forma de pensar el país. “En Malvinas fueron derrotadas muchas
más cosas que la guarnición: una percepción que la sociedad tenía de sí misma,
un modo triunfalista de imaginarse, un modo de encarar las relaciones entre

8 “Si quieren venir, que vengan: les presentaremos batalla”, vociferaba –patriotero- el presidente Galtieri
Buenos Aires y las provincias. La derrota abre un montón de cuestiones que
tienen que ver con qué país emerge...un país que no puede funcionar igual.
Malvinas pone en el escenario público la ineficacia sobre la guerra y también abre
la puerta para el conocimiento masivo de lo que había sido el terrorismo de
Estado” 9

El final del conflicto cerró el capítulo de la dictadura y fue un factor decisivo para
la reinstauración de la democracia, pero, en cuanto a la guerra, la sociedad no se
hizo cargo de sus responsabilidades. Desde la perspectiva de Edgardo Esteban,
periodista y ex combatiente de Malvinas:
“El genocidio iniciado por los militares el 24 de marzo de 1976
continuó de algún modo en Malvinas. La misma crueldad, el mismo
desprecio por la vida ajena, la misma cobardía. En las islas, los
militares cometieron aberraciones denunciadas por quienes las
sufrieron en carne propia: tortura física y psicológica y estaqueos.
Hubo excepciones individuales, sumadas a la valentía y capacidad
técnica de los pilotos de la Fuerza Aérea que quedan fuera de estas
calificaciones”
“Al volver, las autoridades y la sociedad se comportaban como si los
soldados fuéramos los responsables de la derrota (…) De alguna
forma se combatió a los ex combatientes, dándonos la espalda,
obligándolos a la marginación, sepultándolos en el olvido, la
indiferencia. Resultado: a los casi 700 muertos en combate se le
sumaron 500 suicidios de ex combatientes aproximadamente…”
Desde la perspectiva de Ansaldi (2012), para la Argentina, como sociedad y
como Estado, la guerra de las Malvinas carga con una ambigüedad: por un
lado, la derrota militar debilitó las demandas diplomáticas del país en los
foros mundiales, haciendo retroceder posiciones alcanzadas hasta 1974. Por
el otro, esa derrota colapsó a la dictadura y la obligó a retirarse sin
posibilidades serias de imponer condiciones en el proceso de transición a la
democracia. En cierta forma, como sostiene Suriano (2005), “la derrota de las
Malvinas marcó el comienzo del fin de la ultima dictadura militar y su
acelerado repliegue implicó el reordenamiento desordenado de la actividad
política y una breve, compleja y tumultosa transición a la democracia”
(2005: 21)

Asume Bignone /Julio de 1982


El presidente Galtieri, en un mensaje dirigido al país el 15 de junio, anunció la rendición. El tercer
gobierno militar terminaba seis meses después de su agitado comienzo, dando lugar a la crisis
institucional más grave del Estado terrorista. La disolución de la Junta Militar, con la partida

9 Entrevista de Victoria Ginsberg, 2012.


de la Fuerza Aérea y la Armada, fue el punto más alto de la crisis del régimen. La unidad de
las FF.AA estaba quebrada. El ejército, por su parte, comunicó la decisión unilateral de designar a
Reynaldo Bignone como presidente de la Nación, quien asumió el cargo a partir del 1° de
Julio de 1982. Sin aludir directamente al plazo de duración del mandato presidencial, se
mencionaba que debería cumplir con un período de gobierno limitado, que no podría superar
los primeros meses de 1984 y que la institucionalización sería acordada con los dirigentes
políticos. A pesar de las promesas electorales, en diciembre de 1982, la marcha organizada
por la Multipartidaria terminó con una atroz represión.
LA GRAN TRANSFORMACIÓN ECONÓMICA
La violencia del Estado al servicio de la violencia del mercado
Para Juan Suriano, el año 1976 implicó un cambio significativo no tanto por el inicio de la dictadura
“mas cruel y violenta de la historia argentina del siglo XX, sino fundamentalmente por el comienzo
de un proceso de reconversión económica y social que era, en parte, un eco de la crisis
mundial desatada en 1973 como consecuencia del alza en los precios del petróleo” (Suriano,
2005:12).
Las elites económicas diseñaron el cambio de rumbo en función del paradigma neoliberal. El
pensamiento neoliberal, sostiene Daniel G. Delgado (1981), cuestiona absolutamente el conjunto
de ideas y perspectivas que, elaboradas a partir de la crisis del 30, intentaron superar los efectos
sociopolíticos originados en el libre juego de las leyes del mercado y del laissez-faire impugnando,
además, los principios fundantes de la sociedad industrial. Como ideología, el neoliberalismo
racionalizaba –a través de valores como los de eficiencia, modernización y libertad individual- el
poder ascendente de las corporaciones económicas.
A partir de 1976 se produjo, según este autor, una estrecha vinculación y coherencia entre las
principales medidas económicas adoptadas bajo el signo del liberalismo y los objetivos políticos de
las FFAA

En su primer mensaje presidencial, Videla decía lo siguiente:


“Debe quedar claro que los hechos acaecidos el 24 de marzo no materializan
solamente la caída de un gobierno. Significan, por el contrario, el cierre definitivo
de un ciclo histórico y la apertura de uno nuevo, cuya característica estará dada
por la tarea de reorganizar la Nación…”(La Prensa, 30 de junio de 1976)
Según García Delgado (1981), la transformación estructural que propone el neoliberalismo
(desacreditación de las organizaciones sociales; modificación del Estado, fundamentalmente en su
rol de regulador de la sociedad; eliminación de la validez del principio de soberanía popular) no
obedece sólo a los requerimientos de un modelo económico, sino a “la necesidad de ajustar la
sociedad a un proyecto de dominación global”.
Respecto del modelo económico Luis Alberto Romero (1994) diferencia 1) una economía
imaginaria y 2) una economía real.

La economía imaginaria hace referencia a un conjunto de medidas que


supuestamente iban a devolverle a la Argentina su rango como potencia mundial.
Esta transformación fue conducida por José Martínez de Hoz, ministro de
economía durante los 5 años de presidencia de Videla.
Para Quiroga (1995) la política de transformación económica del proceso militar
liderada por Martínez de Hoz, se apoyó en dos grandes columnas: 1) la apertura
económica y 2) la reforma financiera de junio de 1977, ambas muy a tono
con lo que propondría el Consenso de Washington, en los años ‘90.
1) Apertura económica. Con la apertura comercial, la protección a la industria
despareció y el consecuente aluvión de productos importados que eran más
baratos que los nacionales terminó prácticamente con la industria que no podía
competir con semejantes niveles de productividad y eficiencia que imponía el
La economía mercado mundial.
imaginaria
2) La Ley de Entidades Financieras (1977) constituyó la base jurídica de la
Reforma Financiera de 1977, uno de los principales pilares del programa
económico de la última dictadura. A nivel discursivo, esta reforma se basaba
en las supuestas virtudes del mercado como mecanismo asignador de
recursos y fijador de precios, y condenaba al mismo tiempo la intervención
estatal en el sistema financiero. Según se argumentaba, la liberalización
financiera mejoraría la competitividad del sector e incrementaría el ahorro y la
inversión, fomentando así el desarrollo económico al liberar recursos de su estado
de “represión”. El respaldo internacional fue brindado sin reservas por el financista
norteamericano David Rockefeller y por los grupos económicos nacionales e
internacionales beneficiarios del nuevo modelo de acumulación basado en
la especulación financiera.
Estas dos medidas de corte netamente económico no podrían haberse
aplicado sin una medida social global que les allanó el terreno, esto es, la
represión, el hostigamiento y aniquilamiento de importantes sectores de la
clase obrera.
Como explica Victoria Basualdo, “Dirigentes y activistas fueron muertos, presos,
desaparecidos, exiliados. Las cifras, aunque imprecisas, tienen contornos
siniestros y horrorosos (…) Hubo ejecuciones en las fábricas y violencias físicas y
psicológicas tendientes a aterrorizar a los obreros. Se prohibieron asambleas y
reuniones”. Y completa Víctor De Gennaro, ex Secretario General de la Central de
los Trabajadores Argentinos, “El 67% de los desaparecidos son trabajadores, y
fundamentalmente se apuntó a destruir a los activistas, delegados, y algunos
secretarios generales (…). Las desapariciones de los dirigentes intermedios fue
enorme, porque había que fracturar ese poder de los trabajadores organizados:
eran los delegados de fábrica, los militantes los que construían todos los días ese
poder que tenía la clase trabajadora. Ahí apuntó sin lugar a dudas la dictadura
militar y fue sin piedad. Se entraba a una fábrica, se la tomaba por el Ejército, y
delante de todo el personal se nombraba a los que habían sido delegados o
militantes. Se los llevaban, desaparecían, y después terminaban muertos, 15 o 20
días después, tirados en las puertas de las fábricas o en los basurales”
La evidencia recolectada señala, según Calveiro (1998) “que la represión al
movimiento obrero, si bien estuvo dirigida y ejecutada mayoritariamente por el
ejército, contó no sólo con la connivencia sino también con el apoyo activo de
grandes empresas, que en una gran cantidad de casos denunciaron a sus
trabajadores, entregaron fondos a las fuerzas represivas, e incluso, en ocasiones,
hasta autorizaron la instalación de centros clandestinos de detención en el predio
de sus fábricas”.10

La economía real hace referencia a los efectos concretos que tuvo el


conjunto de medidas neoliberales. En un contexto de liberalización
creciente del mercado internacional de capitales, la nueva orientación
desarticuló los instrumentos de intervención estatal característicos del
modelo de industrialización por sustitución de importaciones vigentes hasta
el momento. La transformación que se propusieron, ciertamente, fue
grande. Con la dictadura militar de 1976 se interrumpió el modelo de
industrialización sustitutiva y se construyó un nuevo modelo de
acumulación: el sistema de valorización financiera .Según Svampa (2006), “el
La economía golpe abrió la puerta a un cambio drástico en la distribución del poder
real social. El "empate social" que regía desde los años 50 fue derribado con
violencia. En su lugar, se sentaron las bases para el empobrecimiento de
sectores medios y populares en beneficio de los grandes grupos
económicos. No sólo se profundizaron las asimetrías. Se hicieron pedazos las
expectativas con que habían crecido social y culturalmente los argentinos”. Desde
la perspectiva de Quiroga (1995), “la apertura de la economía, la paridad
cambiaria y la política arancelaria produjeron un daño irreparable en la industria
nacional (…) donde el resultado más tangible fue la quiebra de fábricas, la
irrupción de artículos importados y la invasión de nuevos bancos y
organismos financieros con los plazos fijos a “siete días”.
Algunas de las consecuencias más importantes del nuevo modelo de
acumulación fueron: a) la concentración del ingreso, b) el crecimiento de la
deuda externa, c) la desindustrialización de la economía argentina , d) la
desocupación en sectores de la clase media y los trabajadores industriales
y ) un aumento de la pauperización social y fragmentación de los sectores
populares.
a) Con respecto a la concentración del ingreso, vale señalar que el
proceso de valorización financiera no requería la expansión del

10 Ver Horacio Verbitsky y Juan P. Bohoslavsky (compiladores). Cuentas Pendientes. Los cómplices económicos de la
dictadura. El objetivo de este trabajo es hacer foco en todos los actores involucrados en los crímenes de lesa
humanidad. “Coautores, socios, instigadores, conspiradores, ejecutores, cómplices, beneficiarios…” se engloban bajo la
noción genérica de “cómplices económicos”. Algunos de sus capítulos se refieren a las “desapariciones a pedido de
empresas” –Ford Motor, Mercedes Benz, Ledesma, entre otras-; a la complicidad y beneficios de las patronales
agropecuarias; a la apropiación ilegal de empresas –el caso paradigmático es “Papel Prensa”; al rol de los medios y del
episcopado.
consumo de los trabajadores al perder importancia para la mayoría
de los capitalistas el mercado interno. De esta manera, el salario
pasó a ser visualizado como un costo para la mayoría de los
empresarios. Las políticas referentes a salarios y empleo aplicadas por
el Ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, afectaron de
manera profunda a los trabajadores. La fijación de los salarios por parte
del Estado estaba estrechamente ligada al cercenamiento de derechos
básicos como las convenciones colectivas de trabajo, el derecho a la
negociación y a la protesta por parte del movimiento obrero. Una vez
establecida la regulación oficial de los salarios, éstos sufrieron una caída
de cerca del 40% respecto a los vigentes en 1974, en un contexto de
suba del desempleo, supresión de horas extras y recortes en las
prestaciones sociales.
La prohibición del derecho de huelga fue sólo un mecanismo más dentro
de un contexto represivo e intimidatorio que se imponía tanto fuera como
dentro de las fábricas. El peligro que suponía para los trabajadores
continuar con las movilizaciones y huelgas –características de la etapa
anterior- para manifestar su oposición a las medidas anti obreras hizo que
se adoptaran modalidades de lucha diferentes (trabajo a desgano, trabajo
a reglamento, trabajo con tristeza) hasta poder recuperar la presencia en
las calles.
b) La Deuda pública externa pasó de 7.500 millones de dólares en 1976
a 45.087 millones de dólares en 1983. Mario Rapoport y Andrés
Musacchio explican de esta manera el endeudamiento argentino: “Sólo a
partir de 1976, cuando la recesión internacional estimuló la formación de
capitales especulativos que no encontraban destino en las principales
potencias, el país volvió a tener la posibilidad de endeudarse
generosamente. En ese contexto, la política de apertura comercial,
liberalización financiera, retraso cambiario y altas tasas de interés
sentaron las bases de un crecimiento explosivo de los compromisos con
el exterior, utilizados en su mayor parte para financiar el boom de
importaciones, el creciente gasto público y la fuga de capitales de los
principales grupos económicos locales. A diferencia de países como
Brasil, que se endeudó para avanzar en una cuestionable pero firme
estrategia de desarrollo, Argentina ofrecía al final de la década un
panorama desolador, en el que la pesada deuda se conjugaba con un
aparato productivo encogido, un sector industrial desarticulado y herido
de muerte y una vorágine especulativa sin parangón en la historia. El
endeudamiento ascendía en 1982 al 60,5 % del PBI y superaba en 5,7
veces a las exportaciones; los intereses, por su parte, trepaban a casi el
60 % de las ventas externas y eran responsables del 75 % del déficit
fiscal.
Aunque hacia 1979 el endeudamiento se repartía casi en proporciones
iguales entre el sector público y el privado, los sucesivos programas de
salvataje implementados por el Estado (con activa participación del
entonces director del Banco Central de la República Argentina, BCRA,
Domingo Cavallo) significaron una virtual estatización de los pasivos. En
el fondo, este fenómeno reflejaba la profunda alteración del poder relativo
de los distintos actores sociales que había producido la política
económica del ‘Proceso’ y la consolidación de un reducido conjunto de
grupos económicos que se convirtieron en un nuevo polo hegemónico.” 11

c) La desindustrialización. En este aspecto, Victoria Basualdo señala que


“en los primeros años posteriores al golpe se produjo el cierre de más de
veinte mil establecimientos fabriles; el producto bruto del sector cayó
cerca de un 20% entre 1976 y 1983; la ocupación disminuyó en ese
mismo período y se redujo el peso relativo de la actividad manufacturera
en el conjunto de la economía (del 28 al 22%). La industria dejó de ser el
núcleo dinamizador de las relaciones económicas y sociales, así como el
sector de mayor tasa de retorno de toda la economía”. Para Susana
Torrado (1992) “En la concepción de las fuerzas armadas, para lograr el
ansiado disciplinamiento político e institucional de la clase obrera, más
allá del avasallamiento de sus instituciones corporativas y de
representación política, la estrategia más eficiente debía consistir en una
modificación drástica de las condiciones económicas funcionales que
habían alentado históricamente el desarrollo de esta clase, es decir, en
una modificación drástica de los modelos industrializadores. (…) De ahí la
política de apertura externa de la economía”
Con la desindustrialización se neutralizó también el poder de los
sindicatos y se debilitó hasta su cuasi desaparición al segmento de la
pequeña y mediana industria que históricamente se había aliado con los
sectores populares en la defensa del mercado interno.
d) Fragmentación de los sectores populares. Por otro lado, uno de los
efectos que mayor importancia ha tenido para Villarreal (1985) la
dictadura militar, fue el inicio de un proceso de mutación y
fragmentación de las clases populares, caracterizado por el
debilitamiento del mundo de los trabajadores formales y de sus
instituciones sindicales, y el pasaje a un complejo mundo
organizacional y comunitario, atravesado por la pobreza y el desempleo.
La abrupta caída del salario real, al afectar de distinta manera a las
ramas económicas en que se desempeñaban los obreros. ¿Por qué? Al
haber distintos niveles de salario, la lucha unificada por el salario, que
había sido durante décadas la base del poder de negociación de los
sindicatos centralizados, dejaba de cohesionar a la clase obrera y
contribuía a la ruptura de solidaridades al interior de las clases

Rapoport y Musacchio.” La deuda externa desde una perspectiva histórica”. En La Gaceta de Económicas, 25 de
11

marzo de 2001
populares. Es decir, la diversidad de trayectorias (empleados,
desempleados, precarizados, diferentes salarios, etc.) terminó
convirtiendo a la clase obrera en “muchas clases obreras”. La
desindustrialización heterogeneizó, fragmentó y atomizó a los sectores
populares argentinos: los obreros industriales dejaron de ser
predominantes dentro de la estructura económica produciéndose un
reflujo de fuerza de trabajo hacia sectores de menor productividad.

Fin de la dictadura
Jaqueado por las crecientes protestas sociales, la presión internacional por las violaciones a
los derechos humanos, y la derrota en la guerra de las Malvinas, la Junta Militar decidió
finalmente entregar el poder en 1983. Bignone, el último presidente del Proceso, se vio obligado a
llamar a elecciones. La campaña presidencial de 1983 opuso al candidato peronista Ítalo
Luder (quien rechazaba una revisión de lo sucedido durante la dictadura otorgando legalidad
a la ley de autoamnistía dictada por los militares), y al radical, Raúl Alfonsín (favorable al
enjuiciamiento de los máximos responsables del terrorismo de estado). El 30 de octubre de 1983
Alfonsín venció con el 52% de los votos provocando la primera derrota electoral del
peronismo en la historia.

Algunas reflexiones finales

La represión y el aniquilamiento sistemático no sólo destruyeron, sino fundamentalmente


construyeron nuevas relaciones sociales por medio del terror y el aniquilamiento de una
fracción de la sociedad. El miedo, en el marco de una guerra contra la subversión, no solamente
obstruyó acciones sino que, fundamentalmente, quebró por muchos años nuestra memoria
histórica (¿para qué volver al pasado?, “el pasado, pisado”), modeló comportamientos sociales
(como el individualismo, “mis derechos terminan donde empiezan los tuyos”) y creó visiones
legitimadoras en torno a la represión y la muerte (“algo habrán hecho los que desaparecieron”),
que terminaran por derrumbar política e ideológicamente aquellos comportamiento incompatibles
con sus condiciones de reproducción: la solidaridad, la crítica, la resistencia, las utopías, el pensar
que un mundo mejor es posible.
Por ultimo, vale la pena señalar que el genocidio perpetrado por las FF.AA no quedó impune. El 22
de abril de 1985, cumpliendo con el plan de gobierno anunciado por Raúl Alfonsín, comenzó el juicio
público a los integrantes de las tres primeras Juntas Militares, acusados de violaciones a los
Derechos Humanos. Este hecho ahondó aún más el distanciamiento histórico de los militares con
los gobiernos democráticos. Las Fuerzas Armadas, especialmente el ejército, respondieron
corporativamente expresándose en levantamientos militares y amenazas al orden constitucional. En
consecuencia la "Ley de Punto Final" y la "Ley de Obediencia Debida", fueron una concesión al
"Partido Militar" que intentó detener la cadena de juicios. El presidente Menem completó estas leyes
con los indultos a los integrantes de las juntas militares.

El 14 de junio de 2005 fueron anuladas las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final, mediante las
cuales se había exculpado a gran parte de los militares de rango inferior, participantes del terrorismo

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