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Broken Promise (The Promise 2) - M. James
Broken Promise (The Promise 2) - M. James
1
Rusos
Así que, en lugar de ir a casa, le envió a Carmen un mensaje pidiendo que
me entreguen un traje nuevo en el hotel en donde me voy a alojar. Luego,
le doy a mi chófer la ubicación antes de recostarme en mi asiento y
servirme un generoso trago de whisky. No suelo beber por la tarde, pero
creo que ahora es un momento tan bueno como cualquier otro para hacer
una excepción.
La habitación del hotel es fresca y con olor agradable, está
perfectamente ordenada y limpia, es una de las mejores suites que tienen
disponibles. Me quito el traje inmediatamente y lo cuelgo, sirviéndome
otro trago de whisky del minibar antes de entrar en el gran cuarto de baño
y abrir las llaves de la ducha. Me bebo el trago dorado mientras espero a
que se caliente el agua, disfrutando del ardor que me produce en el pecho
y del sabor ahumado en el fondo de la garganta.
Por fin un poco de jodida paz y tranquilidad. Me siento más agotado que
nunca, la carga de responsabilidad sobre mis hombros se ha multiplicado
por diez. Necesito un momento para respirar, recordar quién soy y por
qué he hecho todo esto durante tanto tiempo.
Pero la verdad es demasiado simple, nací en esto, no conozco otra vida
y no creo que quiera hacerlo, y ahora Sofia ha echado por tierra todo eso.
Tenía mi futuro planeado… continuar con mi estilo de vida de playboy
rico hasta el día en que el título pasara a mis manos... y luego seguir siendo
un playboy rico, pero con más responsabilidades. Los hijos estaban
descartados, lo que significaba que una esposa no era necesaria. ¿Y el
amor?
El amor es para otros hombres. Hombres inferiores. Mi padre amó a mi
madre. Aunque no estoy seguro de lo que significa el amor, sé eso.
Pero por lo que oí de la familia de Sofia, su padre amó a su madre, y
mira a dónde los llevó... a dónde nos llevó a todos nosotros. El padre de
Sofia fue asesinado por la Bratva, mi padre asesinado para vengarlo, mi
madre, muerta, la madre de Sofia, muerta. Ambos somos huérfanos. ¿Y si
el padre de Sofia no hubiera insistido en casarse con una mujer rusa?
Tal vez todos estarían todavía aquí. Giovanni, Marco, sus esposas. Mis
padres.
Pero Sofia no existiría. No sin todo eso.
―Esto se está volviendo jodidamente filosófico para mi gusto.
Murmuro en voz alta a la habitación vacía, apartando los pensamientos
de mi cabeza. No tiene sentido darle vueltas al pasado.
Lo hecho, hecho está y los muertos están muertos. No pueden regresar.
Todo lo que puedo hacer es asegurarme de que la carnicería se detenga y
que no haya más que los sigan prematuramente hasta las tumbas.
Diga lo que diga Rossi al respecto, no quiero la guerra.
Cree que no estamos destinados a ser hombres de paz, siempre lo he
sabido. Él se alimenta de eso, pero yo nunca he sido ese hombre. Creo que
la paz es posible para todos nosotros si trabajamos juntos. Tenemos los
mismos intereses, después de todo.
Así que lo que hay que hacer es encontrar ese terreno común y resolver
entre todos cómo conseguirlo sin pisar los pies de los demás. Es más fácil
decirlo que hacerlo, y con Rossi intentando seguir gobernando a través de
mí, añade otra capa de complicaciones.
Me meto en el agua caliente, gimiendo de placer mientras me resbala
por la espalda y mis pensamientos vuelven a centrarse en Sofia.
Ella también es una complicación. Creía que podría dejarla de lado
después de la boda, pero está claro que no será así. Permanecerá en mi
casa y en mis pensamientos durante más tiempo del que me siento
cómodo, y no sé cómo enfrentar esto.
Sería más fácil si fuera un hombre como Rossi, y aunque no estoy por
encima de darle a Sofia todo lo bueno que ella me da, incluso empujándola
a enfrentarse a sus propios deseos como aquella noche que la doblé sobre
el sofá, no me atrevo a obligarla a acostarse conmigo, eso no me atrae. Soy
un hombre violento, pero nunca con las mujeres, y a decir verdad, es parte
de lo que siento que nos separa de la Bratva. Nunca le haría daño a una
mujer.
Sin embargo, Sofia me está volviendo jodidamente loco.
Solo pensar en ella me pone duro, siento que mi polla se engrosa
mientras estoy bajo el agua, se levanta obstinadamente al recordar su
cálido cuerpo bajo mis manos hace dos noches, su pequeño grito cuando
me deslicé dentro de ella por primera vez, la forma en que se tensó en
torno a mí, su coño virgen apretándose alrededor de mi polla como si
quisiera que la penetrara lo más profundamente posible. Podría haberme
dicho que acabara de una vez, pero su cuerpo dijo lo contrario.
Mierda. Mi polla palpita, con el pre-semen perlado en mí punta,
mientras mis bolas se tensan por la necesidad y gimo sin poder evitar
rodear mi gruesa longitud con mi mano y acariciarla lentamente. Tengo
la suerte de que cuando me obligaron a casarme, me tocó una mujer que
se niega a hacer el papel de esposa obediente. Hay tantos placeres que
podría mostrarle, tantas cosas que podría enseñarle. Pienso en cómo se
sienten sus labios suaves bajo los míos, en cómo me besan mientras sus
mejillas se ruborizan cuando la penetro y en lo bien que se sentirían
envueltos en mi polla.
Toda mi vida dije que despreciaba acostarme con vírgenes, que eran
pegajosas y no eran buenas en la cama, que mi regla de no acostarme
nunca con la misma mujer dos veces significaba que, para mí, una virgen
no era más que un mal sexo, pero Sofia es mía.
Podría entrenarla para mi placer, enseñarle a chuparme la polla como a
mí me gusta, a metérsela hasta el fondo de la garganta, y a mirarme con
esos bonitos ojos oscuros mientras sus labios se fruncen y se enrojecen
alrededor de mi pene por el esfuerzo que supone tomar todo de mí.
Y nunca he sido un amante egoísta, la recompensaría con mi lengua en
su coño, lamiéndola hasta que alcanzara todos los orgasmos que pudiera
soportar. La dejaría sin fuerzas por el placer antes de tomarla en todas las
posiciones que se me puedan ocurrir para enseñarle. Solo de pensar en
Sofia encima de mí, con sus senos rebotando mientras cabalga sobre mi
polla, o en su trasero levantado si la tomo bruscamente por detrás, es
suficiente para llevarme al borde del orgasmo.
Mi polla palpita en mis manos, mis bolas adoloridas me avisan que
estoy cerca, y el impulso de acariciar más fuerte y más rápido me golpea.
Podría acabar en cuestión de segundos y tener un poco de alivio, pero,
por la razón que sea, voy más despacio, saboreando la sensación de la piel
sobre la piel mientras imagino todas las formas en que podría tomar a mi
esposa, y en todas las cosas que podría hacerle si se rindiera.
Podría someterla a mi voluntad, pienso, y gimo mientras la palma de mi
mano roza la resbaladiza cabeza de mi polla. Podría hacer que aceptara que
me desea, hacer que sea mi esposa en todos los sentidos.
Dejo que la fantasía se apodere de mí por un momento, aunque sé que
no lo haré. Es una distracción demasiado grande cuando tengo una guerra
que evitar, una organización que dirigir y la Bratva a la que someter. El
deseo de permanecer sin ataduras emocionales no es la única razón por la
que he evitado acostarme con la misma mujer más de una vez.
También es para no perder el rumbo, para no estar tan inmerso en el
placer que me olvide de lo que se necesita para mantener todo lo que he
ganado para mí, y hasta ahora, nunca ha habido una mujer que pudiera
amenazar eso.
De pie, en la lujosa ducha, con las caderas empujando en mi puño
mientras vuelvo a trabajar para llegar al clímax, está claro que eso ha
cambiado. He perdido la cuenta de cuántas veces me he dado placer
pensando en Sofia, cuántas veces su bonito rostro, sus labios carnosos y
su perfecta figura han sido lo que ha pasado por mis ojos mientras
alcanzaba el clímax. Tanto si la vuelvo a tocar como si no, se ha convertido
en algo parecido a una obsesión. Algo que amenaza con destruir el
cuidadoso control y la disciplina que he construido durante tantos años.
Solo llama a alguien, solo sal, fóllate a otra mujer por el amor de Dios, pienso
mientras un torrente de imágenes llena mi mente... Sofia de rodillas, Sofia
inclinada, Sofia chupando mi polla y gimiendo alrededor de ella mientras
yo lamo su coño al mismo tiempo, ahogándola con mi longitud y haciendo
que se corra a la vez. Sofia intentaba no mirarme mientras tomaba su
virginidad, el dulce calor húmedo de ella me envolvía, una tensión que
nunca había sentido antes, un placer que no había imaginado que podría
tener con ella. Mentí cuando dije que fue malo.
Nunca había sentido nada como ese orgasmo, todo lo que quería era
arrancar ese maldito condón y sentir su coño apretado alrededor de mi
polla desnuda, llenándola con mi semilla hasta que no me quedara nada
para darle.
―¡Mierda! Mierda... Dios, maldita sea… ―gimo mientras mi polla
entra en erupción en mi puño, el semen salpica la pared de la ducha
mientras mis bolas se tensan hasta el punto del dolor, y los músculos de
mis muslos se ponen rígidos por el esfuerzo. Es como si no fuera a parar
nunca, y me sacudo con más fuerza, imaginando todo ese semen pintando
las tetas de Sofia, su cara, sus labios, ella tragándoselo, enterrándolo
profundamente dentro de ella, lo bien que se sentiría...
Estoy jadeando cuando mi polla deja de palpitar, apoyado en el lateral
de la ducha con el agua aun cayendo sobre mí. Sé lo que tengo que hacer,
igual que lo he sabido desde la noche en que inmovilicé a Sofia contra la
puerta de mi casa y me di cuenta del tipo de deseo que despierta en mí.
Necesito encontrar alguna otra mujer, quizá más de una, demonios,
todas las que pueda traer a esta habitación de hotel y sacarme a Sofia de
la cabeza. Necesito desahogarme con tantos cuerpos dispuestos como
pueda hasta que recuerde que ninguna mujer tiene ese tipo de influencia
sobre mí y exactamente por eso he permanecido soltero toda mi vida.
Pero incluso mientras recupero el aliento, sé que no lo haré. No voy a
follar con nadie esta noche, y probablemente tampoco mañana. No saldré.
Pediré al servicio a la habitación y beberé todo lo que pueda del minibar,
luego probablemente me masturbaré de nuevo, tal vez incluso dos veces,
pensando en Sofia. Pensando en todo lo que quiero de ella pero que me
niego a aceptar.
Recuerdo a Rossi en la habitación del hospital, llamándome débil.
Nunca creeré que querer la paz por encima de la guerra me convierta en
un líder débil, pero justo ahora, con mi polla desinflándose contra mi
muslo después de semanas en las que solo me he dado placer a mí mismo,
interrumpido por esa única noche con mi ahora esposa, no estoy seguro
de no tener una debilidad después de todo.
Si soy débil en algún sentido, es por Sofia y solo por ella, y hay una cosa
que me han enseñado toda mi vida.
Un hombre en mi posición no puede tener ninguna debilidad.
4
Estoy en la cocina, pelando una mandarina del frutero que siempre está
misteriosamente lleno, la despensa y la nevera también están siempre
llenas de comida, a pesar de que ni Luca ni yo cocinamos nunca. Cuando
oigo que la puerta principal se abre y se cierra con un fuerte portazo.
Se me hace un nudo en el estómago. Llevo todo el día con náuseas, con
la cabeza adolorida y el estómago revuelto por la resaca que me produjo
la borrachera de ayer, pero esto es algo diferente. Estoy casi segura que
Luca está en casa, y la sensación que me invade es extraña y desconocida.
Se siente como un miedo mezclado con emoción. Aunque puedo
entender el miedo, no puedo entender por qué su llegada me produce
también una emoción que me hace sentir casi nerviosa.
Es casi como si estuviera anticipando la pelea que podríamos tener, la
forma en que se cernirá sobre mí con ira, el aire tenso y espeso entre
nosotros a medida que aumenta la tensión. Nunca pensé que fuera
alguien que se excitara con ese tipo de cosas, pero hay algo en la forma en
que Luca y yo chocamos que me hace desearlo más, por mucho que me
diga que no.
―¿Sofia? ¡Sofia!
Le oigo gritar mi nombre desde la sala de estar, alto y dominante, y
salgo de la cocina vacilantemente, con el corazón palpitando en mi pecho.
No sé de qué humor está, pero tengo la sensación que estoy a punto de
descubrirlo.
Las luces del salón son bajas, la habitación está iluminada
principalmente por el resplandor nocturno de la ciudad que entra por la
enorme ventana. Luca está de pie, su silueta se refleja a contraluz, no lleva
el saco del traje y tiene las mangas de la camisa arremangadas. Cuando se
gira al oír mis pasos, veo que también se quitó la corbata y se abrió los dos
primeros botones de la camisa. Me recuerda el aspecto que tenía justo
antes de marcharse, cuando me comunicó mis nuevas condiciones de
vida, y un escalofrío me recorre la piel.
―Anoche no viniste a casa. ―Hay un ligero temblor en mi voz y lo
odio―. ¿En dónde estabas?
―¿Acaso importa? ―Su voz es tensa y fría, me produce otro escalofrío.
―No lo sé. ―Me muerdo el labio inferior―. Solo... pensé que estarías
en casa.
―Pensé que disfrutarías de la paz. ―Su tono es engañosamente
tranquilo, a estas alturas sé que debe haber algo más debajo―. ¿No puede
un marido preocuparse por el bienestar de su mujer?
―Tú no eres ese tipo de marido ―replico―, y lo sabes.
―No, supongo que no lo soy. ―Toca las luces, subiéndolas una
fracción―. ¿Te portaste bien mientras estuve fuera, Sofia?
Mi corazón tartamudea en mi pecho. ¿Él lo sabe? Que no he sido “buena
chica” en muchos aspectos: no leí ni una palabra de lo que me dejaron en
el iPad, me emborraché demasiado, yo...
No puedo ni pensar en lo que hice en la sala de cine, o me sonrojaré y
entonces Luca sabrá con certeza que he hecho algo que no debía.
¿Y por qué no debería haberlo hecho? Pienso desafiante. Después de todo
es mi cuerpo, pero no es por lo que hice por lo que me siento culpable. Es
por lo que pensé mientras lo hacía. En quién pensaba.
Da un paso hacia mí y la forma en que se mueve me hace pensar en una
pantera al acecho, algo que me acecha en la penumbra de la habitación.
―¿Qué pasó con tus clases? ¿Leíste lo que te envió Carmen?
―Yo…
―¿Cómo se llama el subjefe de Miami?
―Mmm…
―Leo Esposito. ―Luca se detiene, todavía a varios centímetros de
distancia.
―¿Y su esposa?
―Yo…
―Bianca Esposito, tienen tres hijos. ―Lo recita de memoria, con su
mirada verde fija en la mía. Puedo ver algo ahí, no deseo, ni ira. Algo más,
alguna emoción inquieta―. ¿Y el subjefe de Filadelfia?
―Luca...
―Angelo Rossi. Es joven y soltero. ―Da dos pasos más hacia mí, puedo
ver los músculos que trabajan en su mandíbula―. ¿Viste siquiera los
documentos, Sofia?
―No ―admito, con la boca seca por la expresión de su rostro―. No lo
hice.
―¿Y por qué no? ―Hay una calma engañosa, como si realmente no le
importara, pero sé que le importa. Sé que se está gestando una tormenta,
pero no sé cuándo llegará.
No hay nada que pueda decir. No quería hacerlo y esa es la única
respuesta honesta que puedo dar, pero sé que es lo peor que podría decirle
a Luca.
―No sabía la contraseña.
―La dejaron para ti en una nota pegada al iPad. Carmen me lo dijo.
―Se habrá caído.
Luca da otro paso cerrando más el espacio entre nosotros y mi pulso
comienza a revolotear nervioso en mi garganta. Podría retroceder, debería
retroceder, pero parece que no puedo hacer que mis pies se muevan. Me
siento como si estuviera congelada en el sitio.
―Esa es la primera mentira de esta noche. ―Levanta un dedo―. No
los has leído. Entonces, ¿qué hiciste mientras yo no estaba?
―Fui a la piscina...
―¿Y qué hiciste mientras estabas ahí arriba?
―Solo tomé el sol, nadé un poco… ―Intento tragar, pero siento la
garganta reseca. Luca parece tenso, inquieto y sé que hay algo más que le
molesta que cualquier mal comportamiento que me haya descubierto. Mis
rebeliones, sin embargo, podrían ser lo que lo lleve al límite.
Solo de pensarlo me produce un escalofrío en la espalda, y un cosquilleo
en la piel que va hasta la punta de los dedos. Para mi horror, noto esa
nueva sensación familiar que se enrolla en mi vientre y que llega hasta la
ingle, y no lo entiendo. Esto me está excitando, este juego que parece que
jugamos cada vez que estamos juntos, una mezcla de miedo, aprensión y
lujuria que él despierta en mí.
¿En quién me está convirtiendo?
―¿Así que no te emborrachaste en la terraza? ¿No estuviste bebiendo
hasta que te acostaste?
―En realidad no bebo...
―Excepto cuando te quedas sola en un ático con alcohol ilimitado,
aparentemente. ―Da un paso atrás―. Con esa son dos mentiras. ―Me
mira con expresión impasible y parte del calor entre nosotros se disipa
mientras se retira―. Sube, Sofia.
―Pero… ―Lo miro, confusa―. ¿A dónde quieres que vaya?
―Sabes exactamente a dónde quiero que vayas. ―Su voz suena casi
enfadada ahora―. No pelees conmigo, Sofia, o te juro por todo lo más
sagrado que te arrepentirás. Sube las escaleras.
No sé qué fuerza insana me impulsa a hacerlo: debo tener un deseo de
muerte, o soy secretamente masoquista. Es la única explicación de por
qué, ante el rostro serio y la mirada fría de Luca, cruzo los brazos sobre
mi pecho y lo miro con la barbilla orgullosamente levantada mientras
replico:
―No quiero subir a tu habitación.
―Sofia. ―Su voz contiene un filo que me provoca otro de esos
escalofríos―. Puedes subir sola y yo me reuniré contigo en un momento,
o puedo llevarte en brazos y te prometo que no te gustará el estado de
ánimo en el que me encuentro ni lo que ocurra a continuación si eliges ese
camino. Puede que no te guste ninguna de las dos cosas, pero será tú
elección.
Estoy tentada de seguir desafiándolo, pero mi mente nublada se aclara
lo suficiente como para recordar lo que ha pasado el día de hoy, y lo que
probablemente ha soportado, lo agotado que debe estar… siento un
mínimo parpadeo de simpatía por él, incluso a pesar de toda mi
frustración, mi ira y mi miedo.
Es suficiente para hacerme ceder.
―Bien. ―Chasqueo―. Subiré.
―Sabia elección. ―Se aparta de mí, cruzando hacia la barra―. Ponte
algo bonito. Quizás uno de esos camisones de tu armario.
Se me vuelve a apretar el estómago.
―Dijiste que no querías tener sexo conmigo.
―Yo no dije nada sobre eso. ―Se oye el tintineo del hielo en un vaso―.
Ve arriba, Sofia. Necesito un momento a solas.
Algo en su voz me dice que no lo presione más y giro sobre mis talones,
huyendo hacia la escalera y la seguridad momentánea de su dormitorio.
Pero no será segura por mucho tiempo. No he llevado la lencería de mi
armario a la habitación de Luca, ¿por qué iba a hacerlo? Él dio a entender
que no quería tener nada que ver conmigo sexualmente, yo tampoco
quiero, de verdad, no quiero, así que no hay razón. Había planeado llevar a
la cama lo menos atractivo posible mientras me viera obligada a
compartirla con él: las camisetas más grandes que pudiera encontrar, las
bragas de abuela más aburridas que pudiera conseguir.
Pero por desgracia, no tengo nada de eso.
Mi ropa de dormir habitual que utilizaba esta en mi antiguo
apartamento era una camiseta sin mangas y mis habituales pantalones
cortos de algodón o una camiseta ligeramente más grande.
Nada que gritara, soy sexy. De hecho, me atrevería a decir que a muchos
hombres les parecería bonito, no erótico, lo que suelo llevar a la cama.
Pero no quiero que Luca piense que soy linda. O erótica. Quiero...
No sé lo que quiero.
Todavía estoy dándole vueltas cuando se abre la puerta de la habitación
y entra con un vaso de whisky a medio terminar en la mano.
―Me has desobedecido ―dice con frialdad, mientras su mirada recorre
mi cuerpo aún vestido.
―Pensé que era una sugerencia ―replico desafiante―. Dijiste que me
pusiera algo bonito y resulta que creo que esto es bonito.
Hay un brillo de advertencia en sus ojos, me mira con detenimiento y
se toma el resto del whisky. Sin decir nada más, se acerca a mí y se queda
a una palma de distancia mientras mira hacia abajo.
―No creo que sea agradable en lo absoluto.
Ni siquiera tengo la oportunidad de respirar, mucho menos de
responder, antes que se acerque y me agarre del cuello de la camisa, es
una camisa blanca sin mangas. Cuando Luca tira hacia abajo, los botones
vuelan, l la camisa se abre y oigo cómo algunos chocan contra las paredes
mientras vuelan por la habitación, Luca me mira el escote con el fino
sujetador de copa pequeña que hay debajo.
Ahora respira con más fuerza y, si mirara hacia abajo, imagino que ya
está duro. Esa idea me hace sentir un nuevo rayo de electricidad en la piel
y el recuerdo de él en nuestra noche de bodas se me hace demasiado
vívido: la ondulación muscular de sus abdominales, la gruesa y dura
columna de su erección. Intento respirar, pero no puedo porque los ojos
de Luca están clavados en los míos, y hay algo tan oscuro en ellos que no
puedo ni imaginar lo que va a ocurrir a continuación.
Sin embargo, tengo la sensación que estoy a punto de averiguarlo.
―Dime ―me dice, con una voz más grave de lo habitual, casi un
gruñido―. ¿Qué más hiciste mientras yo no estaba?
Un rubor comienza a extenderse por mi piel. Lo sabe. Tiene que saberlo,
de algún modo. Intento imaginarme confesando, diciéndole lo hice. Intento
formar las palabras para decirle a mi marido que jugué conmigo misma,
a la vista, en donde cualquiera que entrara podría haberme visto, donde
alguien que mirara por las cámaras podría haber visto. Me imagino a Luca
preguntándome en qué estaba pensando, interrogándome más, ni
siquiera puedo imaginarme a mí misma empezando a explicarlo. Ya
estaba tan lejos de cualquier cosa que hubiera hecho y admitirlo en voz
alta...
No puedo.
―Nada ―susurro en voz baja, y veo que sus ojos brillan con intensidad.
―Mentira número tres ―murmura.
Estira la mano y me pasa los dedos entre los pechos, y aspiro
bruscamente ante su contacto. Es lo más suave que ha hecho nunca, las
yemas de sus dedos patinan sobre mi piel y recorren la curva superior de
mi pecho, estoy tan distraída que ni siquiera noto que se desabrocha el
cinturón.
Hasta que, con un rápido movimiento, me rodea la cintura con el brazo
que tiene libre y me tira a la cama.
Antes que pueda moverme, Luca está sobre la cama, cerniéndose sobre
mí mientras me agarra de las muñecas y me las levanta por encima de la
cabeza. El recuerdo de aquella primera noche en el apartamento me viene
de golpe: él inmovilizando mis manos sobre la cabeza contra la puerta,
besándome por primera vez, con su boca caliente y urgente contra la mía...
Siento la presión de algo contra mis muñecas, algo que tira con fuerza,
y me doy cuenta con una mezcla de excitación y miedo que Luca me ha
atado las manos con el cinturón. Su cabecera es de cuero, así que no puede
atarme a ella… pero aun así no puedo hacer mucho, aunque me pusiera
las manos sobre mi cabeza. Y Luca está demasiado cerca de mí para eso,
con sus rodillas a ambos lados de mis caderas mientras me coloca en su
lugar, con su cara sobre la mía.
Por un momento tengo una sensación de terror en la boca del estómago,
y recuerdo la habitación de hotel en la que me desperté.
Pero me habían atado a la cama con algo parecido a una abrazadera
plástica, no con un cinturón de cuero. No con el cinturón de cuero de mi
marido, e incluso con el conflicto que tengo con Luca, no puedo negar que
esto es diferente.
Mi cuerpo ciertamente no lo es.
Lo odio, estoy segura de eso. Podría enumerar tantas razones de
porqué: el matrimonio forzado, quitarme la virginidad, todas las formas
en que ha faltado a su palabra, los deberes que me puso hoy, la forma en
que aparentemente quiere apartarme hasta que le convenga tratar
conmigo. El modo en que me trata como una molestia, una carga…
excepto en momentos como éste.
Cuando veo que mi marido se desprende de su control cuidadosamente
perfeccionado, ese momento debería ser el más aterrador, y en cierto
modo, lo es.
Pero también estoy completa e innegablemente excitada. Puedo
sentirlo, lo caliente, húmeda y necesitada que estoy, el dolor de mi coño...
y solo pensar en esa palabra hace que me ruborice de nuevo.
―Sé lo que hiciste, Sofia. ―Su voz se desliza sobre mí como la seda,
rodeándome como un humo espeso, oscuro y seductor―. Vi la cinta de
seguridad. ¿No crees que la vi antes de hacerte saber que estaba en casa?
¿No crees que querría saber qué hacía mi mujer mientras yo no estaba?
Agarra el botón de mis vaqueros e intento zafarme de él. Mi camisa
sigue abierta, mis pechos cubiertos por el sujetador, y Luca frunce el ceño
al ver mi escote.
―Esto no está bien ―dice, presionando un dedo entre mis pechos―.
Has sido una chica traviesa, Sofia. Una zorra, abriendo las piernas en
donde cualquiera podría haberte visto, tocándote, haciéndote correrte.
Mis guardias ven esas cintas si creen que ha pasado algo… o que necesitan
comunicarme algo. A veces incluso miran las cámaras. ¿Por eso lo hiciste?
Introduce la mano en el cajón que hay junto a la cama y oigo el sonido
de algo que saca, aunque no me atrevo a girar la cabeza para mirar. Se me
hiela la sangre al mirarlo en la penumbra del dormitorio, cuando su mano
aparece, veo un cuchillo, probablemente el mismo con el que me cortó el
muslo en nuestra noche de bodas.
―¿Esperabas que mis guardias estuvieran viendo? ¿Esperabas que uno
de ellos se masturbara al ver tu coño expuesto? ¿Era esa tu manera de
vengarte de mí?
―¡No! ―El horror en mi tono es real y por un minuto me olvido de
todo excepto de convencerlo que no es en absoluto el caso―. No, Luca,
nunca pensé...
―¿No pensaste que alguien estaba viendo? ―El cuchillo baja y me
retuerzo bajo él, toda mi excitación huye en un frío horror. No es posible
que esté tan enojado, no después de todo lo que ha hecho para salvarme, no, no
puede...
El cuchillo me aprieta por encima del pecho y me doy cuenta que Luca
me está cortando los tirantes del sujetador. Mareada, veo que nunca ha
pretendido hacerme daño… tengo las manos atadas, pero es solo su forma
de desnudarme... de la forma más dramática posible. Casi puedo sentir
cómo la sangre vuelve a mi piel, volviéndola rosa y luego roja mientras
me corta el resto del sujetador y luego la camisa, tirando los restos al suelo.
Estoy tan aliviada que por un momento ni siquiera pienso en el hecho de
que estoy desnuda hasta que Luca vuelve a tirar el cuchillo en el cajón. Lo
veo arrodillado sobre mí, inmovilizando mis caderas contra la cama,
mientras sus ojos recorren con avidez mis pechos desnudos.
Me muevo por reflejo para cubrirme y mis muñecas se sacuden contra
el cinturón que las sujeta antes de recordar que estoy atada. Algo me hace
sentir un nuevo temblor y trato de apretar los muslos sin que Luca se dé
cuenta, ese dolor vuelve a aparecer.
―¿No te gusta esto? ―Mi esposo me sonríe cruelmente, curvando sus
labios en una fría sonrisa―. Pero pensé que te gustaba estar expuesta
después de lo que vi en esa cinta. La vi dos veces, para asegurarme que
no me había perdido nada. Vi la forma en que te expusiste, pasando tus
dedos hacia arriba y hacia abajo. Vi lo mojada que estabas. ―Sus ojos no
se apartan de los míos ni un segundo mientras se desliza hacia abajo, y
sus manos vuelven a la cintura de mis vaqueros.
―No, Luca, por favor...
Me baja la cremallera de un tirón y me agarra tanto los vaqueros como
el borde de las bragas de algodón antes de arrastrarlas por las caderas, y
ahora aprieto los muslos por una razón diferente, no quiero que me vea
así, completamente desnuda y atada en su cama.
Pero mi cuerpo dice algo completamente distinto. Hay una mirada en
sus ojos que he visto antes, en la noche antes de nuestra boda cuando me
inclinó sobre el sofá. Es una mirada hambrienta y salvaje, algo primitivo
en su mirada que me dice que, diga lo que diga, ya ha decidido lo que va
a hacer a continuación y nada va a detenerlo, y eso hace que me moje.
Estoy tan húmeda que temo que pueda ver la evidencia en el interior
de mis muslos antes de tocarme, si es que piensa hacerlo.
Hasta donde sé, solo planea desnudarme y burlarse de mí.
―Tres mentiras ―dice mientras tira el resto de mi ropa al suelo para
unirse a los jirones de mi sujetador y mi camisa―. Tres oportunidades,
Sofia, de confesarme lo que hiciste mientras yo no estaba. Tres
oportunidades. ―Sube la mano justo por debajo de mis pechos, recorre
mi vientre plano y tembloroso con la palma de la mano, deteniéndose
justo por encima de mi coño.
―¿De quién es este coño, Sofia?
―¿Qué? ―grito. La pregunta va más lejos de lo que jamás había
imaginado que me preguntarían que, por un segundo, pienso que debe
estar bromeando, que debe estar burlándose de mí.
Pero sus ojos se encuentran con los míos y me doy cuenta que no está
bromeando.
Está hablando muy en serio.
Trago con fuerza y me lamo los labios secos.
―Yo no...
―¿No lo sabes? ―Me agarra de las rodillas y me separa las piernas
mientras se arrodilla entre ellas―. Debería haberlo adivinado, después
del pequeño espectáculo que montaste. Es hora de una lección, entonces.
―¡No! ―chillo, tratando de alejarme de él―. Dijiste que no volverías a
tener sexo conmigo, dijiste...
―¡Sé lo que dije! ―Su voz retumba sobre mí, fría y dominante―. No
voy a follar contigo, Sofia. No te has ganado mi polla en ese pequeño coño
desobediente que tienes, te follé en nuestra noche de bodas porque pensé
que no tenía otra opción, pero después de cómo te has comportado, no
veo por qué debería volver a follarte.
Lo miro fijamente, mientras mi mente es una confusa maraña de
emociones. Eso es exactamente lo que se supone que quiero oír. Debería
alegrarme de oírlo decir eso, pero entonces, ¿por qué mi reacción
inmediata es sentirme herida por su rechazo? ¿Enfadarme porque no va a
follar conmigo?
Nadie me ha confundido, enfurecido, molestado o excitado tanto como
Luca. Y estoy jodidamente casada con él. Soy su esposa, estoy legalmente
atada a él para siempre a menos que acepte dejarme ir.
Es una pesadilla.
Su mano se posa en mi bajo vientre, justo encima de donde puedo
sentirme a mí misma necesitada, deseando su toque. Deseando el placer,
deseando el tipo de orgasmo que me proporcioné anoche, un orgasmo que
sé que voy a pagar con creces.
―Te voy a dar una lección ―murmura, y vuelvo a oír ese sonido oscuro
y ahumado en su voz, esa aspereza que parece atravesarme hasta la
médula. Su mano se desliza hacia abajo, hasta que me abraza entre las
piernas, con la palma apretada contra mí y el talón de la mano apoyado
en el montículo de mi coño―, y no va a parar hasta que pagues por todas
las mentiras que me has dicho, Sofia. Hasta que me digas que lo entiendes.
―¿Qué...? ―jadeo cuando siento que su dedo medio me penetra de
repente. Me retuerzo salvajemente en la cama, y Luca se adelanta,
agarrándome las muñecas con la otra mano mientras se cierne sobre mí,
con mi coño todavía apretado en su palma.
―Vas a quedarte quieta, Sofia, vas a recibir tu lección. ¿O tengo que
encontrar alguna forma de atarte completamente? ¿De atarte las muñecas
a la cama, abrirte las piernas y atarte los tobillos para que no puedas
moverte? ―Me sonríe sombríamente―. Creo que eso me gustaría. Tú,
abierta en mi cama mientras recibes tu castigo.
Trago con fuerza, mi boca está tan seca como mi núcleo adolorido está
húmedo.
―No ―susurro, sintiendo que no puedo respirar―. No, me quedaré
quieta.
―Bien. ―Se echa hacia atrás con una sonrisa de satisfacción en su rostro
y su dedo aún enterrado dentro de mí, y entonces, mientras mira mi
cuerpo desnudo y tembloroso, empieza a moverlo.
Es una tortura, no me toca el clítoris, que a estas alturas está
prácticamente palpitando, pulsando con la necesidad desesperada de
cualquier tipo de fricción. No añade otro dedo, que me daría la plenitud
que tanto ansío, esa sensación que conocí en nuestra noche de bodas,
cuando me penetró por primera vez. Se limita a arrodillarse entre mis
piernas, moviendo lentamente ese único dedo dentro y fuera de mi canal
empapado mientras éste se agita y se aprieta alrededor de él
desesperadamente, pidiendo más de lo que él se niega a dar.
Poco a poco me doy cuenta y entiendo que esto es mi castigo. No va a
azotarme, ni a golpearme, ni a hacerme daño de ninguna manera. Solo se
va a burlar de mí todo el tiempo que quiera y apostaría cualquier cantidad
de su dinero a que no me va a dejar correrme. Lo hará mientras le divierta,
luego me dejará húmeda y necesitada, deseando algo que no debería
querer y que no podré tener.
Luca me sonríe.
―Veo que empiezas a darte cuenta, eres una chica inteligente, Sofia. Lo
que me hace preguntarme por qué harías una cosa tan estúpida. Si no
estabas exhibiéndote ante mis guardias, ¿por qué? ¿Qué podría haberte
excitado tanto como para hacer algo tan descarado?
Me mete un segundo dedo, y gimo, es un gemido se me escapa de los
labios cuando siento que mi coño aprieta sus dedos, tratando de meterlo
más adentro a pesar de mí misma. No puedo evitar mirar hacia abajo y la
visión de su mano presionada entre mis piernas me hace sentir otro
temblor de placer, amenazando con llevarme al límite. Me retuerzo a
pesar de mí misma, apretando la palma de su mano. Veo la cresta de su
polla presionando contra sus pantalones, gruesa y dura, tan desesperada
por liberarse como yo por más fricción, más tacto, más de lo que sea.
¿Qué haría él si le rogara que me follara? Se me ocurre esa idea mientras el
calor y la excitación va en aumento, mientras Luca sigue metiéndome los
dedos lentamente. ¿Sacaría su polla y la metería dentro de mí, dándome
un poco de alivio? ¿Me follaría hasta que nos corriéramos los dos? ¿O se
reiría de mí y se negaría a hacerlo, continuando con las burlas hasta que
me vuelva loca?
La última, definitivamente esa. Mis ruegos solo lo complacerían más, le
darían aún más satisfacción a este juego enfermizo que está jugando,
cierro los labios con fuerza, mirándolo con desprecio. No voy a suplicar.
Ni siquiera voy a gemir. Dos pueden jugar a este juego.
Pero, a medida que pasan los minutos, no estoy segura de poder
hacerlo.
El ritmo de sus dedos aumenta ligeramente y Luca sonríe cuando
vuelvo a gemir impotente, incapaz de evitar cualquier sonido. Mis caderas
se arquean hacia arriba a pesar de mí misma, y él se ríe, es una risa oscura
que sale de lo más profundo de su garganta.
―Estás muy mojada para alguien que jura que no me desea ―se
burla―. También vi lo mojada que estabas en esa cinta de seguridad,
Sofia. Tu lindo coño estaba tan empapado que podría haberlo visto a una
milla de distancia, y el sonido que hacías cuando jugabas contigo misma.
―Se lame los labios, mirándome―. ¿Qué sentiste cuando tocaste tu
clítoris? ¿Se sintió así?
Retira la mano, con los dedos aún dentro de mí, y de repente presiona
el pulgar contra mi adolorido clítoris y suelto un grito de placer antes de
poder contenerme, un sonido que se desvanece en un largo gemido
cuando empieza a frotar.
―Oh, sí. Ese sonido. ―Su expresión se ensombrece―. ¿En qué estabas
pensando, Sofia, para estar tan mojada?
Sacudo la cabeza. No lo diré. No puede obligarme, no puede, pero
puedo sentir el placer de su contacto apretando todo mi cuerpo,
empujándome cada vez más cerca de un clímax, uno que estoy segura que
me va a negar.
―Oh… oh, mierda, estoy... ―Empiezo a jadear y gemir antes de que
pueda detenerme, sintiendo que el orgasmo comienza a desplegarse a
través de mí y en el momento en que las palabras salen de mis labios, Luca
retira su mano.
―Mi coño ―murmura, su voz es tan profunda y áspera que me hace
sentir un rayo de lujuria como nunca antes había sentido―. Mío.
Mi cuerpo se aprieta con fuerza, repentinamente vacío, protestando por
la pérdida de la sensación de sus dedos dentro de mí. Mío. La palabra
suena tan firme, tan definitiva, que por un momento siento el impulso de
decir que sí, que, por supuesto que es suyo, que yo soy suya, si tan solo
me dejara correrme. Si tan solo deslizara sus dedos dentro de mí, su
lengua, su polla, cualquier cosa que me diera. Siento que me retuerzo en
la cama, con los muslos apretados con desesperada necesidad y las manos
cerradas en puños por la frustración.
No soy suya. Estoy decidida a no serlo.
Pero tampoco soy la misma chica de antes.
8
Fiel a lo que me temía, Luca casi se ríe en mi cara cuando le pido que
me deje salir del ático con Caterina.
―Ni hablar ―dice rotundamente―. Todo lo que estoy haciendo para
mantenerte a salvo, ¿y tú quieres ir a comprar un vestido de novia? Ni
siquiera estoy seguro de creerlo. Te dije que ibas a quedarte aquí y lo dije
en serio.
Después de toda esa frialdad, no espero que toquen a la puerta al día
siguiente, pero justo alrededor de las diez de la mañana, justo cuando
termino de comer el tazón de yogur y granola que me prepararé, me
sorprende exactamente eso.
Abro la puerta y veo a una pelirroja alta con un vestido cruzado negro
parada ahí, sonriendo alegremente.
―¡Hola! ―dice animadamente―. Soy Annie. Trabajo para Kleinfeld's.
Mi asistente y yo estamos aquí para la cita de Caterina Rossi.
La miro fijamente un poco estupefacta. Caterina no está aquí,
obviamente y parpadeo confundida durante unos diez segundos hasta
que oigo el ding de la puerta del ascensor abriéndose por el pasillo. Un
momento después, Caterina aparece detrás de ella.
―Tengo a mi asistente aquí también y los vestidos, ¿si puedo traerlos?
―La sonrisa de Annie no vacila ni un segundo cuando me hago a un lado,
todavía un poco aturdida, la asistente rubia y Caterina la siguen, junto con
un perchero lleno de seda, raso y encaje.
Aparto a Caterina inmediatamente, por supuesto, mientras Annie y su
ayudante se preparan y no tardo más de cinco segundos en hablar con ella
para entender lo que está pasa do.
Luca la llamó después de nuestra conversación y organizó la cita de
último momento para ver vestidos en el ático en vez de en la boutique. Lo
cual, por supuesto, podría haberme dicho que iba a hacer, pero no lo hizo.
En vez de eso, optó por dejarme pensar que no le importaba y dejó que
esto sucediera así sin más.
Como siempre, me deja confundida en cuanto a cómo sentirme. Estaba
tan enojada y frustrada con él por negarse a dejarme ir… y luego se da la
vuelta y hace algo como esto, algo amable para Caterina, algo que hace
posible que yo esté ahí para ella a pesar de las limitaciones.
Y, aun así, sigo molesta con él por negarse a dejarme salir del
apartamento.
Ojalá nunca lo hubiera conocido, pienso mientras me hundo en el sofá,
viendo a Caterina hablar con la asistente en voz baja, tocando cada uno de
los vestidos mientras los mira. Desearía que nada de esto hubiera sucedido.
Pero incluso mientras lo pienso, ya no estoy del todo segura que sea
cierto. Sin Luca y nuestro matrimonio forzado, me estaría graduando en
unas semanas, preparándome para ir a París y luego a Londres. Estaría en
camino de dejar Manhattan para siempre, convirtiéndome en un miembro
consumado de una orquesta, comenzando una nueva vida lejos de los
recuerdos de aquí.
Sin embargo, cuando me lo imagino ahora, me parece un sueño.
Como una vida que perteneció a otra persona, y la idea de no volver a
ver a Luca me hace sentir casi como si estuviera perdiendo algo.
Como una droga a la que no quiero admitir que me estoy volviendo
adicta.
―Me probaré este ―dice Caterina, sacándome de mis pensamientos―.
¿Qué te parece, Sofia? ¿Es bonito?
Miro la cascada de encaje que está sosteniendo y fuerzo una sonrisa. Se
supone que hoy tengo que apoyarla, no perderme en mis propios
pensamientos.
―Es precioso ―le digo, lo cual es fácil de decir. Cualquier cosa le
quedaría bien.
Se prueba unos cuantos vestidos, se cambia en el baño de abajo y luego
sale para que yo los vea. Todos son preciosos: el primero es un vestido de
encaje blanco entallado con escote en V y mangas hasta el codo, otro es un
corpiño de encaje sin tirantes con una falda de tul vaporosa, y el tercero
es corte sirena elegante de satén blanco liso y grueso.
Y luego sale el cuarto. Es sencillo, hecho de raso blanco, con un escote
fuera del hombro y un corpiño ajustado que se convierte en una falda
completa. No tiene nada de cuento de hadas ni de princesa. Es un vestido
elegante y precioso, que hace que Caterina parezca una reina. Su piel
bronceada resplandece sobre el suave blanco de las telas de satén, el
vestido se ciñe a las líneas de su cuerpo de una manera que es hermosa
sin ser demasiado sexy, y cuando la asistente le coloca un velo en el pelo,
enrollando el tul a su alrededor, siento un pinchazo de lágrimas en la
comisura de los ojos.
―Este es el que mi madre amaba ―dice Caterina en voz baja―. Pensé
que quería algo más adornado, pero ahora que me lo he vuelto a poner…
―Vacila, mirándose en el espejo que le ha preparado la asistente―. Creo
que es perfecto. ―Me devuelve la mirada, mordiéndose el labio―. ¿Qué
te parece, Sofia?
Se me aprieta el pecho y tardo un momento en poder hablar. No nos
conocemos tan bien, solo nos conocemos por las circunstancias, y quiero
decir lo correcto. Este es un momento importante en su vida, que debería
compartir con su madre, o con una hermana, o con una amiga íntima, con
alguien más cercano que yo.
Pero yo soy todo lo que tiene.
―Yo también creo que es perfecto. ―Es cierto, no puedo imaginar un
vestido más perfecto. Los otros eran preciosos, pero este le queda como si
estuviera hecho para ella―, y se sentirá como si ella estuviera ahí contigo,
al menos un poco.
―Eso es lo que estaba pensando yo también. ―Se muerde el labio,
cruza hasta el sofá y se hunde en él junto a mí, todavía con el vestido. Me
toma las manos, las agarra con las suyas y sonríe entre las lágrimas que
empiezan a correr por su cara―. Muchas gracias, Sofia. No puedo decirte
lo mucho que significa para mí que hayas estado conmigo hoy. Siento que
tengo una amiga.
Mi pecho se aprieta de emoción mientras ella me aprieta las manos.
Como en aquel momento de nuestra fiesta de compromiso en el que capté
un destello de lo que podría ser mi vida con Luca si realmente nos
quisiéramos, aquel momento en el que reíamos y nos hacíamos bromas,
veo un atisbo de lo que podría ser mi vida si realmente formara parte de
esta familia. Si aceptara mi lugar como esposa de Luca, trabajaría para ser
una buena, para apoyarlo y amarlo. Caterina sería mi amiga, casada con
el subjefe de Luca. Puedo ver las cenas que organizaríamos, las fiestas a
las que iríamos juntos, los eventos que ayudaríamos a organizar. No
puedo imaginar un día en el que Ana no sea mi mejor amiga, pero puedo
ver el lugar que ocuparía Caterina en mi vida y el lugar que yo tendría en
la suya.
Y no sería malo. Probablemente incluso sería bueno, una vida feliz y
plena en muchos sentidos.
Pero para tener eso, tendría que dejar de lado todas las ideas que
siempre he tenido sobre lo que sería mi vida. Tendría que aceptar mis
sentimientos sobre lo que Rossi y sus matones le hicieron a mi madre, el
hecho de que Luca esté ocupando el lugar que ocupaba Rossi y la forma
en que he sido arrastrada a todo esto.
No sé si puedo hacerlo, no sé si puedo encontrar un lugar aquí cuando
me molesta tanto cómo empezó todo. Cuando ni siquiera entiendo mis
sentimientos por mi propio marido. Cuando estoy alternativamente
insegura de si es alguien de quien podría enamorarme o alguien de quien
debería estar aterrorizada.
Pero sé una cosa que puedo hacer.
Le aprieto las manos a Caterina, mirándola con una sonrisa en la cara.
―Tú tienes una amiga en mí ―le digo con firmeza.
Y eso, sé que lo digo en serio. Más que cualquier cosa que haya dicho
en mucho tiempo.
10
2
Consejero en italiano.
No estoy seguro de en qué medida participaré yo. Hubo un tiempo en
el que me habría entusiasmado tanto como a cualquier otra persona de
este jet un fin de semana de frivolidad sin límites en un lugar en el que
nadie cuestionará la legalidad de nada mientras tengamos dinero que dar,
y que a ninguno de nosotros nos falta, pero en este momento, no parece
tener el mismo atractivo que antes.
¿Es que me estoy haciendo viejo?
El hotel está escondido a varios metros de la playa, alquilado en su
totalidad para nuestro fin de semana. Tal y como pedí, cuando entramos
ya hay un puñado de preciosas y bronceadas modelos esperándonos en el
salón, vestidas con bikinis sobre los muebles.
A Franco casi se le salen los ojos de las órbitas.
―¿Quién quiere prepararme una copa? ―grita, agitando las manos por
encima de su cabeza―. ¡Es mi último fin de semana de libertad, señoritas!
―Parece un disco rayado ―dice Tony riendo, dirigiéndose también a
la barra. Tony lleva varios años casado y tiene un hijo pequeño, pero estoy
seguro de que él también aprovechará todo lo que el fin de semana le
ofrece. La fidelidad no es una virtud que ninguno de nosotros fue criado
para apreciar. Aun así, es menos descarado que Franco, que mira con
admiración a una modelo de pelo oscuro que levanta una ceja perfecta y
lo señala con un dedo.
―Tal vez no haya sido una mala idea ―dice con una sonrisa, cruza la
sala hacia la chica, que lo agarra por la parte delantera de la camisa y tira
de él hacia ella.
No tardamos mucho en ponernos los bañadores, y las chicas se levantan
para preparar las bebidas mientras abrimos las amplias puertas que dan
a la piscina. El sol ya está pegando fuerte, pero se siente bien después del
clima volátil de Manhattan a finales de la primavera. Siento que me relajo
un poco mientras tomo el tequila y el ginger que me tiende una chica alta
y rubia con un bikini verde eléctrico, me siento en el borde de una
tumbona, respirando el aroma de la rodaja de naranja en el lateral del vaso
y el aire salado que sopla desde la playa.
Me pregunto si a Sofia le gustaría estar aquí. La idea me sobresalta porque
es la primera vez que se me ocurre algo así. Nunca me he planteado llevar
a una mujer conmigo de vacaciones. Estas escapadas están pensadas para
ser exactamente lo que son para todos los demás hombres de aquí, un
lugar para escapar y perdernos en el placer durante unos días y
sacudirnos el estrés de casa.
Nunca he conocido a ningún hombre que lleve a su mujer de
vacaciones. Las amantes, a veces, pero normalmente porque estarán bien
con cualquier otra mujer que acabe en esa cama también. Las esposas se
van de vacaciones con otras esposas o con sus hijos. Ser románticos con
las esposas no es exactamente algo por lo que los hombres de la mafia son
conocidos.
Pero a pesar de que estoy rodeado de las mujeres más hermosas que el
dinero podría comprar, con una bebida fría en la mano y la promesa de
todo el sexo que pueda tener si lo deseo, lo único en lo que puedo pensar
es en el aspecto que tendría Sofia en bikini, de pie al borde de la piscina
con una copa de vino en la mano y su pelo oscuro ondeando con la brisa
que de vez en cuando sopla.
Noto cómo mi polla se agita en el bañador, endureciéndose solo de
pensar en la parte superior del bikini estirada sobre sus pechos llenos, y
en la forma en que se balancearían al caminar hacia mí...
Mierda. Ya he superado lo que es aceptable para cualquier hombre en
términos de frustración sexual. Tengo que tener sexo esta noche y dejar
todo esto atrás. No he follado con otra mujer desde el día en que saqué a
Sofia de aquella habitación de hotel, ya es suficiente.
Soy un hombre con riqueza y poder, el Don de la mafia italiana, uno de
los hombres más poderosos del mundo. Puedo tener a quien quiera y lo
que quiera.
Así que es hora de que lo haga realidad.
Apartando a Sofia de mi cabeza, miro a la rubia bronceada, que no
podría ser más diferente de Sofia si lo hubiera planeado. Es al menos cinco
centímetros más alta, delgada como un rayo y con unos senos casi
inexistentes, los lazos de su bikini verde se aferran precariamente a sus
afilados huesos de la cadera y sus ojos son casi tan verdes como el traje de
baño. Me sonríe seductoramente cuando ve que la miro, camina hacia mí
con un paso lento y oscilante que la hace parecer más curvilínea de lo que
es.
―Hola, guapo ―ronronea, poniéndose delante de mí. Puedo oler el
aroma del aceite de coco y la crema solar que desprende su piel. Está tan
cerca que podría inclinarme hacia adelante y lamerla si quisiera, su coño
está a centímetros de mi cara, y puedo ver por la piel impecable a ambos
lados de su bikini que está depilada.
Sin embargo, todas estas mujeres lo estarán. Son todas las
acompañantes más caras que se pueden comprar. Todas están en perfecta
forma física, arregladas a la perfección para nuestro placer, y pagadas
para hacer literalmente cualquier cosa que los hombres aquí esta noche
les pidan, y ninguna de ellas será tímida al respecto.
Le rodeo la cintura con un brazo y la atraigo hacia mi regazo. Su pelo
rubio se balancea hacia mi cara, perfumado con algo que huele a caramelo,
y mi polla reacciona instantáneamente a la sensación de su cálida piel
presionando contra mi pecho desnudo, endureciéndose casi hasta el
punto del dolor clavándose en la mejilla de su trasero mientras se retuerce
en mi regazo.
―Ohh ―gime débilmente, y siento cómo se me tensan las bolas
mientras ella inclina la cabeza hacia el pliegue de mi cuello, retorciéndose
contra mi erección sin la menor sutileza.
Bueno, al menos todavía se me levanta, pienso secamente, pero es una
reacción puramente física. En otro tiempo, no seguiría sentado en esta
tumbona. Ya estaría buscando adentro la cama más cercana para tirarla
encima para un rapidito vespertino antes de volver a la piscina para ver a
quién quiero follar después, una vez que mi polla haya podido
recuperarse, y nunca me ha llevado tanto tiempo cuando hay tantas
mujeres preciosas disponibles para elegir.
O me meto en la piscina, con ella discretamente en mi regazo mientras
deslizo su bikini a un lado y me meto dentro de ella, dejando que se
retuerza encima de mí durante una larga y placentera sesión de jugueteos
hasta que la empujo bajo el agua para que se trague mi semen. Al
oscurecer, los chicos harán exactamente eso: nunca hemos tenido una
orgía completa delante de los demás. Sin embargo, no nos resistimos a
que nos den una pequeña mamada discreta mientras los demás fingen no
saber lo que está pasando. No estoy seguro de que Berto no esté
empezando ya, con la belleza de piel oscura que tiene a horcajadas en la
piscina.
Pero, aunque esas breves fantasías hacen que mi polla se engrose aún
más, palpitando contra el cálido coño de la rubia a través de la fina tela de
su bikini mientras ella se aprieta un poco más sobre mi regazo, parecen
solo eso. Fantasías. Nada que vaya a cumplir, aunque lo haya hecho
cientos de veces.
Por mucho que intente forzarme a sentir lo contrario, la mujer que
quiero que se retuerza contra mí en este momento, prácticamente rogando
por mi polla, es Sofia.
Sencillamente, después de verla jadear y retorcerse en la cama mientras
le enterraba los dedos, y después de saborear lo dulce que era y de sentir
su pulso contra la cabeza de mi polla mientras la frotaba hasta el borde
del orgasmo, una mujer a la que le pagan para que finja que me desea no
va a ser suficiente. Tampoco, creo, una mujer a la que recoja en un bar que
solo me desea por mi estatus y mi riqueza.
Sofia quiere más que nada no desearme. Y sin embargo hace una
semana estaba en mi cama metiéndose los dedos frenéticamente hasta
llegar al orgasmo delante de mí, rechinando contra sus manos atadas
incluso mientras se sonrojaba de vergüenza.
Haría cualquier cosa para no sentir lo que siente por mí, ella no quiere
mi dinero ni mi poder, apenas quiere mi protección.
Pero no puede evitarlo.
Y mientras me siento bajo el sol dominicano, viendo a Berto salir de la
piscina y dirigirse al interior con la mujer que sin duda está a punto de
follar, con Franco a dos tumbonas de distancia con tres modelos
rodeándolo y una rubia cachonda en mi regazo, estoy bastante seguro de
que no estoy mejor que Sofia.
Para bien o para mal, parece que somos adictos a volvernos locos el uno
al otro.
Y no tengo ni puta idea de qué hacer al respecto.
12
Di que sí.
No sé qué pasó.
Estaba convencida de que Luca no iba a volver. Que nadie lo molestaría
con la noticia del intruso, y que yo estaría aquí con Caterina y Ana hasta
el domingo por la noche o el lunes, y que Luca llegaría después de su viaje
solo para descubrir que todo el infierno se había desatado mientras él no
estaba.
Pero eso no fue lo que ocurrió.
En vez de eso, vino corriendo a casa. Corriendo hacia mí, y la mirada
en su rostro cuando irrumpió en la puerta del dormitorio no se parecía a
nada que hubiera visto antes.
No era la mirada de un hombre enojado porque alguien había entrado
en su casa o amenazado sus posesiones.
Estaba frenético. Aterrado. Perdido.
Y no cambió hasta que cayó en la cama conmigo, con su boca devorando
la mía hambrienta y sus manos agarrándome como si no estuviera del
todo seguro de que soy real.
No puedo evitar responder a él. El corazón me late con fuerza en el
pecho, y la repentina y desesperada necesidad de tocar y ser tocada, de
saber que estoy viva, de sentir, me invade en olas que parece que van a
ahogarme, pero no quiero salir a la superficie.
Quiero hundirme con él.
Los besos de Luca me abrasan los labios, su lengua se desliza en mi boca
con un hambre posesiva que me hace sentir electrizada mientras nos
despojamos mutuamente de la ropa. Verlo sin camisa hace que mi corazón
se acelere de nuevo, y paso las manos por encima de él mientras se desliza
entre mis piernas. Es el hombre más hermoso que he visto nunca, y quiero
tocarlo todo, cada centímetro de musculo.
Sus dedos se deslizan por los húmedos pliegues de mi coño,
haciéndome jadear y gemir mientras se deslizan entre ellos, burlándose
de mí con un ligero roce, y lo oigo gemir, con su polla palpitando contra
mi pierna.
―Te deseo ―susurra, y su voz es un gruñido ronco que me hace sentir
un rayo de lujuria. Nunca creí que pudiera hacer que un hombre sonara
así, hambriento, desesperado, pero Luca suena como si apenas se
estuviera conteniendo, aferrándose a una pizca de control que yo podría
hacerle perder en un instante.
Como en nuestra noche de bodas. Recuerdo la forma en que se abalanzó
sobre mí, la forma en que se perdió durante unos minutos, y quiero que
eso vuelva a suceder.
Solo por un momento, no quiero pensar en si debemos o no debemos.
No preocuparme por lo que está bien o mal.
Solo quiero a mi marido. Solo por esta noche.
Podemos resolver el resto por la mañana.
―Sí ―susurro, con mis manos recorriendo su espeso pelo oscuro, hasta
la sombra de barba negra en su mandíbula, y mi cuerpo temblando de
deseo―. Sí, sí, sí.
―Oh, Dios. ―Gime y me besa de nuevo, con su boca feroz y dura
contra la mía mientras me presiona contra el colchón, con sus manos
hambrientas recorriendo la curva de mi cintura y mis caderas―. Quiero
probarte, Sofia, quiero hacer que te corras tan fuerte...
Jadeo cuando sus labios se dirigen a mi garganta, pellizcando la suave
piel que hay ahí, chupando ligeramente y luego con más fuerza mientras
su mano me aprieta el pecho, con su pulgar rodando sobre mi pezón. Sé
que me está dejando una marca en la garganta, pero no me importa. Se
siente tan bien, está sensibilizando cada parte de mí mientras los dedos de
su otra mano se deslizan dentro de mí, moviéndose en lentas caricias
mientras yo me estrujo en su palma.
Sigue avanzando, con su boca bajando hasta mi clavícula, clavando
ligeramente sus dientes en mi piel antes de seguir bajando. Me besa entre
los pechos, lamiendo primero un pezón y luego otro, hasta que me
retuerzo bajo él y arqueo las caderas, deseando más. Se siente tan bien,
todo se siente tan bien, pero quiero correrme. Ya he tenido suficientes
juegos, suficiente con tocarme y preguntarme cómo sería que Luca lo
hiciera.
―Quiero que me hagas correrme ―le ruego―. Por favor, Luca, quiero
saber qué se siente....
Me mira, sus ojos brillan con intensidad.
―¿En este momento? ―Sus dedos se aceleran dentro de mí,
curvándose mientras presiona la yema de su pulgar contra mi clítoris,
haciéndolo rodar por debajo mientras empieza a empujar más rápido―.
¿Quieres que te haga correrte en este momento, Sofia?
―¡Sí! Oh, Dios, sí, por favor… ―digo entre sollozos, retorciéndome en
su agarre mientras me mete los dedos con más fuerza, frotando mi clítoris
con el pulgar hasta que siento que me voy a volver loca.
―Entonces córrete por mí, Sofia. ―Su voz me envuelve, suave como la
seda, espesa como el humo, embriagadora como el vino―. Quiero que mi
coño se corra.
Y así, de repente, vuelvo a aquella noche, sobrecogida por el placer que
me provocaba una y otra vez, desesperada por conseguirlo. Pienso en él
metiéndome los dedos en el sofá y en su semen caliente en mi trasero.
Oigo un sonido que sale de mis labios y que nunca había oído antes
cuando el orgasmo me golpea, y todo mi cuerpo se arquea sobre la cama
mientras me corro más fuerte que nunca en mi vida, casi gritando de
placer mientras me agito contra su mano.
Me mete los dedos con fuerza, su pulgar sigue frotando mi clítoris, y las
olas se abaten sobre mí hasta que siento que no puedo respirar y que voy
a morir. Todavía estoy temblando cuando Luca saca sus dedos de mí y se
desliza por la cama, abriendo bien mis muslos para que pueda ver mi coño
agitado y apretado, con mi cuerpo pidiendo más.
―No te detengas… ―jadeo, y mis caderas se levantan de la cama
mientras Luca me pasa las manos por el interior de los muslos.
―Oh, no te preocupes ―promete, con voz oscura y profunda mientras
me mira, con sus ojos verdes brillando―. No lo haré.
Y entonces siento su boca.
―¡Luca! ―Casi grito su nombre por el placer que me hace sentir, con
su lengua deslizándose sobre mi clítoris aún palpitante, casi demasiado
sensible. Su lengua es suave y caliente, y me sonrojo al darme cuenta de
lo mojada que estoy. Gime mientras arrastra su lengua desde mi entrada
hasta mi clítoris una y otra vez, succionando mis pliegues en su boca
mientras me devora, besando mi coño como besa mi boca.
Va a hacer que me corra de nuevo, lo sé. Había oído a Ana hablar de
hombres que la habían hecho correrse más de una vez, suelen ser los
chicos con los que tiene una segunda cita, pero no había pensado que
pudiera ocurrirme a mí. A mí me costó bastante hacer que me corriera una
vez.
Pero no Luca. Ya me tiene en vilo de nuevo, mi cuerpo se estremece
mientras echo la cabeza hacia atrás, y mis dedos aprietan el edredón
mientras me restriego descaradamente contra su cara, sin importarme lo
que piense de mí. Por la forma en que gime, el sonido de su vibración
contra mi piel ya demasiado sensible, eso también le excita.
Vuelve a introducir dos dedos en mi canal empapado, empujando con
golpes duros y firmes que me hacen desear su polla, y me arqueo contra
su boca, jadeando y gimiendo.
―Por favor, fóllame ―me oigo suplicar, mis muslos se abren más
mientras intento llegar al límite, desesperada―. Por favor, Luca,
necesito...
Eso lo detiene por un momento, y sus ojos se desvían hacia arriba,
mirándome desde donde su boca está enterrada entre mis muslos.
―¿Quieres que te folle? ―Me lame con insistencia, dejándome ver
cómo arrastra su lengua hacia arriba y la hace girar alrededor de mi
clítoris, haciéndome gemir de nuevo sin poder evitarlo―. ¿Quieres mi
polla?
―Sí, por favor...
―Entonces córrete una vez más por mí, y te follaré con fuerza.
Su lengua revolotea sobre mi clítoris, y sus labios se presionan contra
mi piel empapada mientras me succiona con su boca, y siento que me
disuelvo.
Me estoy desmoronando, perdida en un torbellino de placer que no he
sentido nunca. Me arqueo, me retuerzo, gimo y grito, y el orgasmo no
tiene fin mientras Luca me mete los dedos una y otra vez, chupándome el
clítoris, llevándome a lo que parece un orgasmo interminable que, cuando
por fin empieza a remitir, me deja sin fuerzas y jadeante. Lo miro mareada
y sé que, cuando esto termine, no voy a poder resistirme nunca más. Haría
cualquier cosa por sentir esto.
Si hubiera sabido que el sexo podía ser tan bueno, nunca habría
permanecido virgen tanto tiempo.
Pero en el fondo, sospecho que es solo Luca. O peor aún, que solo somos
él y yo. Juntos.
Me doy cuenta, aturdida, de que está desnudo, con los vaqueros
desabrochados y tirados, y se arrodilla entre mis piernas, con su polla
gruesa y dura y tan cerca de mí. La acaricia lentamente, con su mirada
verde fija en mi cuerpo, recorriéndola con avidez.
―Dímelo otra vez, Sofia ―ruge, su voz es casi un gruñido―. Dime que
quieres mi polla.
―Sí, por favor, quiero...
―Dilo. ―Su cara no es más que hambre desnuda, y todo su cuerpo está
rígido de deseo―. Dímelo.
Ya no me importa lo que diga. Lo necesito. Lo necesito dentro de mí.
―Quiero tu polla, Luca, por favor… por favor, fóllame, oh, Dios, por
favor… ― Las palabras salen de mi boca a toda prisa mientras me acerco
a él, queriendo atraerlo hacia mí, y cuando el último por favor se escapa de
mis labios, Luca gime, su cuerpo desciende sobre mí mientras su boca
reclama la mía en un beso abrasador.
Me penetra de un solo golpe, su polla me llena por completo mientras
se hunde hasta la empuñadura y sus caderas se posan sobre las mías.
Siento que se estremece, que una onda de placer le recorre la columna
vertebral, y le paso las manos por la espalda mientras me besa de nuevo,
inmóvil, mientras saborea el sabor de mis labios.
Y entonces Luca se retira, con los ojos oscuros de lujuria mientras me
mira.
―No puedo ir despacio, Sofia ―gime, con la voz ronca―. Necesito...
―No me importa.
Le rodeo el cuello con los brazos y lo arrastro para darle otro beso, y él
empieza a empujar.
Cada golpe es duro y rápido, y puedo sentir su necesidad, su hambre,
todo lo que ha intentado retener desde aquella noche en que me
inmovilizó contra su puerta y me besó por primera vez, y se siente tan
jodidamente bien. Quiero más de él, lo quiero todo, y me arqueo hacia
arriba, presionando mis senos contra su pecho musculoso mientras le
devuelvo el beso y mis caderas se adaptan a cada uno de sus empujones,
mis piernas se enrollan alrededor de las suyas mientras me aferro a él y el
placer también aumenta en mí. Quiero volver a correrme, quiero correrme
con él. Oigo cómo sus gemidos se intensifican, y sus embestidas son cada
vez más fuertes mientras me folla con el tipo de abandono salvaje que
ahora sé que es exactamente lo que quería.
―Sí ―me oigo susurrar entre besos―. Sí, oh, Dios, Luca, eso se siente
tan bien...
―Tan jodidamente bien ―gime, estremeciéndose mientras empuja de
nuevo―. Estás tan jodidamente apretada, oh, mierda, Sofia, estás
jodidamente hecha para mí. ―Rompe el beso, con los ojos clavados en los
míos, mientras se aprieta contra mí y puedo sentir la cabeza de su polla
presionando contra un punto sensible en mi interior, empujándome al
límite mientras sus caderas giran sobre las mías―. Voy a correrme, Sofia,
mierda, no puedo... Sofia...
Grita mi nombre, y su boca se inclina sobre la mía mientras me besa con
tanta fuerza que es casi doloroso. Siento que me aprieto en torno a él,
estremeciéndome de placer mientras él empuja una vez más, con fuerza,
y entonces empieza a estremecerse.
―Voy a correrme ―gruñe, con las palabras entre dientes mientras
presiona su boca contra mi hombro y siento que yo también caigo en el
abismo por tercera vez, mi cuerpo se agita alrededor de él mientras me
corro con fuerza sobre su polla, enredando mis brazos y piernas a su
alrededor mientras me empuja hacia atrás contra las almohadas, y puedo
sentir su polla palpitando dentro de mí mientras entra en erupción, el
torrente caliente de su semen me llena mientras gimo sin poder evitarlo,
tan abrumada por el placer que no podría haberlo evitado aunque lo
intentara.
Su boca me aprieta el hombro, sus caderas siguen moviéndose contra
mí, y me doy cuenta de que sigue empalmado.
―No puedo parar ―murmura―. Mierda, Sofia. Eres como una maldita
droga, lo juro...
Se aparta ligeramente, mirándome con ojos aturdidos. Parece como si
nunca hubiera experimentado algo así. Pienso en todas las mujeres que
deben haber estado en esta misma cama, y que lo han tenido dentro de
ellas así, y siento un ataque de celos ardientes que amenaza con
consumirme.
Pero al mirar la cara de Luca, sé, sin que él diga una palabra, que nunca
ha sido así. Lo que sea que esté sintiendo conmigo, nunca lo había sentido
antes.
Tomo su cara entre mis manos, con sus barbas arañando mis palmas, y
miro a los ojos de mi marido mientras envuelvo mis piernas alrededor de
las suyas, con mis caderas moviéndose al ritmo de sus lentos empujes.
―No pares.
16
Sofia,
Aunque somos marido y mujer desde hace una semana, nunca te he llevado a
una cita como tal. Ya que estamos tan atrasados, pensé que deberías tener algo
excepcionalmente bonito para la ocasión. Reúnete conmigo en la terraza a las 9
de la noche, ni un segundo antes.
Tu esposo,
Luca.
3
Programa Americano sobre citas y relaciones amorosas.
Si hay algo que creo, es que Luca quiere que esta amenaza se detenga
tanto como yo o cualquier otra persona. E incluso si nuestro matrimonio
no hizo que Viktor detuviera estos ataques, me mantuvo a salvo de Rossi.
Podría estar racionalizando todo esto. Mi cerebro podría estar
confundido por tantos orgasmos, pero no puedo negar que se me revuelve
el estómago con mariposas al pensar en lo que Luca podría haber
planeado para esta noche, y no tiene nada que ver con el miedo.
Es imposible concentrarse en otra cosa durante el resto del día. Me doy
una ducha para refrescarme de la siesta y empiezo a prepararme una hora
antes de la cita con Luca en el piso de arriba. Me digo a mí misma que no
tengo ninguna razón específica para asegurarme de que cada centímetro
de mí esté recién afeitado o que haya elegido un tanga rosa de encaje para
ponerme debajo del vestido, pero mientras me pongo delante del espejo
rizándome el pelo, sé que no es del todo cierto.
Quiero que a Luca le guste lo que ve si acaba quitándome el vestido esta
noche.
Después de teñirme el pelo de rubio durante tanto tiempo, sigue siendo
extraño verlo de nuevo de color marrón intenso, pero no puedo negar que
me queda mejor. El rubio pálido me quitaba el tono aceitunado de la piel,
pero el tono caoba que me ha dado la estilista con la mezcla de balayage4
más claro y más oscuro que me ha puesto hace que mi piel casi brille. Mis
ojos oscuros parecen aún más grandes al mezclar sombras de ojos en
crema y doradas sobre el párpado para que hagan juego con las pequeñas
flores del vestido. El efecto es apenas exagerado, nunca he sido una
experta en belleza, pero una vez que termino de aplicarme el rímel y de
pintarme los labios rojos a juego con el vestido, tengo que admitir que me
veo hermosa.
Lo suficientemente hermosa para alguien como Luca. Lo
suficientemente hermosa como para defenderme. Si Caterina siempre
parece una reina, yo parezco una princesa. Bella teniendo una cita con la
bestia, justo después de descubrir que tal vez no era tan malo después de
todo.
4
Técnica de coloración francesa que toma su nombre del verbo "balayer" que significa barrer. La técnica crea un cabello ligeramente aclarado
que luce con un aspecto natural como aclarado por el sol, con tonos más claros en las puntas.
Sé que puedo estar deslizándome por una pendiente peligrosa. Una que
podría terminar con mi corazón roto o algo peor, pero me siento
impotente para detenerlo. Ahora que Luca y yo hemos empezado, quiero
saber a dónde va esto. Se siente peligrosamente como lo que me imagino
que debe sentirse drogarse.
Justo antes de las nueve en punto, me dirijo a las escaleras que llevan a
la terraza. Tengo cuidado de no subirlas hasta que el reloj cambie de hora.
Entonces subo con cuidado en mis sandalias Louboutin de tacón alto,
tocando con cautela los diamantes de mis orejas. Me resulta extraño
ponerme diamantes para subir al tejado. Por supuesto, sigo llevando el
delicado collar de mi madre que nunca me quito, y que siempre parece
pequeño e insignificante al lado de las brillantes y caras joyas que tengo
de Luca, pero este no es el tipo de vestido con el que podría llevar aretes
de perlas o aros de plata.
Si alguna vez hubo un vestido hecho para los diamantes, es éste.
Empujo la puerta que lleva a la terraza y salgo a la cubierta, y entonces,
cuando mis ojos se ajustan, me quedo con la boca abierta al ver lo que
tengo delante.
18
Creo que estoy tan sorprendido por las acciones de Sofia como ella. La
chica que tembló en mis manos cuando la besé por primera vez, que se
sonrojó cuando la incliné sobre el sofá y que me dijo con rigidez que,
«acabara de una vez» en nuestra noche de bodas, no aparece por ninguna
parte. El deseo descarado en su rostro cuando obedece mis instrucciones
de levantarse la falda es lo más excitante que he visto nunca, y eso es lo
que me lleva a decirle que se suba a mi regazo.
Por una vez, quiero ver lo que hace cuando tiene el control. Cuando
todas las decisiones sobre lo que hacemos, o no, dependen de ella.
Cuando se desliza sobre mí, con sus muslos apretando los míos, me
siento casi mareado por la lujuria. Cuando me besa, me lleva al límite y
cuando se desliza hacia abajo, empalándose en mi adolorida polla, pierdo
todo el control.
Había planeado hacer que se corriera de nuevo, pero en cuanto siento
su calor aterciopelado envolviéndome, sé que no tengo mucho tiempo.
Deslizo mi mano entre nosotros, frotando frenéticamente su clítoris
mientras ella se desliza inexpertamente sobre mí, con un ritmo torpe que
deja claro que nunca ha hecho esto antes, pero no importa. Podría haberse
quedado perfectamente quieta y yo estaría a punto de derramar mi semen
dentro de ella. El movimiento de sus caderas, el balanceo de sus pechos
en el vestido de seda y la sensación de su mano en mi nuca, con sus labios
capturando los míos mientras se hace cargo de mí por primera vez, son
más que suficientes.
―Voy a correrme ―le susurro con urgencia, con mi otra mano
enredada en su pelo. ―Córrete conmigo, mierda, bebé, por favor...
No puedo creer lo que estoy diciendo. Me doy cuenta de que acabo de
llamar a una mujer por un nombre cariñoso por primera vez en mi vida,
que soy yo el que está suplicando su orgasmo, pero ya no me importa.
Nunca me había sentido tan bien como cuando Sofia se hunde en mi polla,
con su coño moliendo contra mí mientras me recibe en su cuerpo, y
cuando su lengua se enreda con la mía, pierdo todo el control.
Gimo contra su boca y agarro sus caderas con fuerza, con un instinto
casi primario, mientras la sostengo sobre mi polla y estallo dentro de ella,
con toda mi longitud palpitando con olas de placer tan intensas que mi
visión se oscurece un poco en las esquinas. Nunca he estado tan
empalmado, nunca me he corrido tan fuerte, y gimo contra la boca de Sofia
mientras la aplasto contra mi pecho. Juro que puedo sentir su corazón
latiendo contra el mío, y no quiero parar. No quiero dejarla ir nunca, no
quiero salir de ella, no quiero dejar de sentir este subidón abrumador.
Ella se siente mejor que cualquier cosa que haya sentido en toda mi
vida.
Cuando se desliza fuera de mi regazo, me levanto y me acomodo
rápidamente antes de tomarla en mis brazos. Es como si otra persona se
hubiera apoderado de mi cuerpo mientras la llevo escaleras abajo, sus ojos
aturdidos miran los míos mientras se acurruca contra mí.
―Eso estuvo bien ―susurra, inclinándose para rozar con sus labios la
base de mi garganta, y siento una opresión en el pecho que nunca había
sentido antes.
La llevo hasta el cuarto de baño de nuestra suite principal y la bajo
suavemente, apartándole el pelo de la cara mientras me inclino para
besarla. Sus labios se separan de los míos y me doy cuenta de que estoy
haciendo algo que juré que nunca haría, estoy enamorando a una mujer
de una forma que he evitado toda mi vida.
Y no cualquier mujer. Sofia. Mi esposa.
Pero parece que no puedo parar. Abro los grifos del baño y dejo que el
agua caliente llene en la bañera de hidromasaje mientras me hinco sobre
una rodilla.
―¿Te estás proponiendo otra vez? ―me dice riendo―. Oh, espera,
nunca lo hiciste. ―Sus ojos me miran con picardía y yo la miro
burlonamente.
―Cuidado, mujer ―advierto―. O te encontrarás atada en la cama de
nuevo y suplicando.
―Oh, eso sería terrible ―dice en tono de burla, y no puedo evitar
reírme.
―Vas a ser mi muerte. ―Le desabrocho uno de los zapatos y luego el
otro, esperando a que los eche a un lado antes de levantarme y alcanzar
su cremallera. La oigo gemir cuando se quita los zapatos, un sonido de
placer que se parece al que hizo cuando se deslizó sobre mi polla, y me
siento palpitar en respuesta.
Nunca nadie había sido capaz de excitarme tan rápidamente. Me siento
medio loco de deseo por ella, haciendo cosas que nunca imaginé hacer.
Cuando la cremallera se baja del todo, el vestido se desliza por sus curvas
hasta caer al suelo, diez mil dólares de seda y gasa amontonados en el
suelo de mi baño, pero no me importa.
Le compraré una docena más. No importa.
―Vierte un poco de baño de burbujas ―le digo―. Regreso en un
minuto.
Cuando vuelvo, veo a Sofia ya en la bañera, con burbujas formando
espuma alrededor de sus pechos desnudos mientras se amontona el pelo
sobre la cabeza. Ella me sonríe, su lápiz labial rojo se borró y dejó sus
labios manchados ligeramente más rosados que de costumbre, sus ojos
recorren mi pecho. Me quité la corbata y la chaqueta y desabroché los
primeros botones al entrar, y por la forma en que sus ojos me desnudan,
desearía haberme quitado todo, pero tengo algo más que hacer, primero.
―Tengo un regalo para ti ―le digo, sentándome en el borde de la
bañera―. Tenía la intención de dártelo arriba, pero me distraje.
Sus ojos se agrandan cuando le entrego la delgada caja de terciopelo.
―Luca, no tenías que…
―Lo sé ―sonrío―, pero quería mimarte un poco. Sé que esto no ha
sido fácil para ti. Estamos tratando de hacerlo mejor, así que... esto fue lo
que se me ocurrió hacer. ―Hago una pausa, mirando sus grandes ojos
oscuros, rodeados de su maquillaje todavía y orlados de largas
pestañas―. No puedo decirte que te quiero, Sofia, pero esto es lo que
puedo hacer.
Se muerde el labio inferior, y me doy cuenta de que hay algo que quiere
decirme, pero en lugar de eso, se limita a mirar la caja, con los ojos llenos
de emociones que no puedo leer del todo. Finalmente, me la quita de la
mano y la abre, jadeando cuando ve lo que hay dentro.
Hay un brazalete de oro blanco encajado en el terciopelo azul, con
margaritas enlazadas hechas con centros de diamantes amarillos y pétalos
de diamantes blancos, cada uno del tamaño de mi pulgar y brillando bajo
las luces del baño.
―¡Luca! Esto es precioso, pero...
―Nada de peros ―digo con firmeza, tratando de quitarle la caja de la
mano. Deslizo el brazalete hacia afuera, tomo su muñeca y coloco el
brazalete de diamantes en ella. Su muñeca se siente ligera y delicada en
mi mano, y ella respira con fuerza cuando la cierro.
―Es demasiado, Luca. No he hecho nada para merecer esto...
―No tienes que merecer cosas bonitas.
―Pero dijiste...
―Olvida lo que dije ―le digo bruscamente, poniéndome de pie para
desabrocharme la camisa―. Olvidemos todo lo que pasó antes de anoche.
Todo lo que hicimos, todo lo que dijimos. Vamos a empezar de nuevo.
Intentando algo nuevo.
Sé, en el fondo, que es una idea terrible. No se pueden olvidar las cosas
que nos hemos dicho, las circunstancias en las que nos casamos, la
horrible maraña de traición y sangre y muerte que nos llevó a estar de la
mano en San Patricio y decirnos unos votos que no queríamos, pero
parece que no puedo detenerme.
Me quito el resto de la ropa y me meto en la bañera, hundiéndome en
el agua caliente con Sofia. Mientras la atraigo hacia mí, sintiendo que mi
polla se levanta de nuevo al contacto de su piel cálida y húmeda con la
mía, no puedo arrepentirme de las decisiones que estoy tomando.
Incluso si sé que todo se va a derrumbar, en algún momento.
Por encima de todo, sé que necesito hacer las paces con Viktor. Con eso
en mente, paso los siguientes días tratando de ponerme en contacto con
Levin para poder intentar hablar de nuevo con Viktor. La furia que sentí
la noche que volví a casa con Sofia tras el intruso no ha disminuido: quiero
matarlo tanto como siempre.
Pero a diferencia de Rossi, sé que esa no es la respuesta. Acabar con
Viktor no es tan fácil como simplemente ir por él o enviar a un asesino por
la noche, y no tengo ningún deseo de ver morir a docenas más de mis
hombres intentando acabar con él. Todo lo que quiero es un final para
esto, una paz que evite que alguien más muera.
Rossi cree que la venganza vale la pena, pero no estoy de acuerdo.
He ido a verlo una vez más. De alguna manera se enteró de lo del
intruso, y la satisfacción en su rostro cuando me preguntó si entendía
ahora por qué los quería a todos muertos me hizo querer golpearlo, pero
no voy a golpear a un anciano convaleciente en su cama de hospital, así
que lo ignoré, igual que ignoré su insistencia en que fuéramos a la guerra
con los rusos en la medida de lo posible.
―Estoy buscando una solución ―dije una y otra vez, incluso cuando
su envejecido rostro se puso rojo de ira―. Me reuní con Viktor una vez.
Voy a intentar hacerlo de nuevo.
Viktor y yo nos encontramos en territorio neutral, cerca de un pequeño
estanque en una sección no muy transitada de Central Park. Ya sea por la
luz del sol o por el estrés de las últimas semanas, me doy cuenta de que
parece más viejo de lo habitual: el pelo canoso de las sienes es más
prominente, las tenues líneas alrededor de los ojos son más profundas.
Tiene una barba entre negro y blanco en el área de la barbilla, y pensar
que quizás todo esto le está afectando tanto como a mí, me da un poco de
placer.
―Espero que tengas algo nuevo de lo que hablar, Luca ―me dice en
tono sombrío cuando me acerco, con mi seguridad a cuestas. Veo que sus
guardias me observan con atención, pero espero que no haya ningún
conflicto hoy. No estoy aquí para iniciar una pelea a menos que él me
obligue.
―Como todavía no hay paz, cualquier cosa que digamos será nueva
―digo rotundamente―. Alguien intentó matar a mi mujer hace unas
noches. ¿Admitirás que fuiste tú?
Viktor se encoge de hombros.
―¿Cuántos enemigos tienes, Luca?
―Que yo sepa, solo la Bratva, y tú eres la Bratva. Así que solo tú, Viktor,
pero no deseo que seamos enemigos.
―No veo cómo vamos a ser amigos. ―Levanta una ceja espesa―. Hay
demasiada mala sangre entre italianos y rusos, mafia y Bratva. No hay
suficiente agua en el mundo para lavar todo lo que hemos derramado.
―No ―estoy de acuerdo―, pero podríamos dejar que se lave por sí
sola. Podríamos negarnos a añadir más. ―Respiro profundamente―.
¿Qué esperas conseguir con esto, Viktor? Seguro que no puedes pensar
que matar a mi mujer es una medida inteligente.
―Fácil. Tu territorio para gobernar. Tus negocios para beneficiarte. Tus
mujeres para vender. ―Se encoge de hombros―. ¿Qué es lo que no hay
que desear?
―¿De verdad crees que puedes quedarte con todo eso? Este conflicto
lleva décadas, desde que nuestros padres mantenían estas conversaciones
en vez de tú y yo. Pongamos fin a esto, de una vez por todas. Seamos
nosotros los que hagamos la paz en lugar de la guerra.
―Ofreces palabras y nada más ―dice, y la ira tiñe sus palabras―.
Debes pensar que soy débil para aceptar algo así.
―Te ofrecí dinero y drogas, acceso a una parte de nuestros envíos de
cocaína ―argumento impaciente―. Pero para ti no es nada, dices que soy
yo quien nos impide hacer la paz, pero eres tú quien se niega a aceptar
condiciones razonables.
―Ya te dije qué, o, mejor dicho, a quién voy a aceptar como precio de
la paz. ―Me mira fijamente―. Me enteré de que convenciste a ese
sacerdote irlandés sin bolas para que adelante las fechas de la boda, pero
Caterina Rossi sigue sin estar casada. Dame a la chica Rossi como esposa
y mis hombres no pisarán territorio italiano en cien años. Lo pondré en el
maldito contrato de matrimonio.
Maldito infierno.
―No puedo darte una esposa ―gruño entre dientes apretados―. No
hago trueques ni vendo mujeres como tú. Caterina no es mía para dártela.
Se ríe burlonamente, pero puedo ver cómo se le sube el rojo de la ira a
la garganta.
―Malditos italianos ―gruñe, escupiendo el suelo a mis pies antes de
mirarme con ojos de hielo―. Se creen mucho mejores que nosotros los
rusos porque no trafican con carne humana, pero no son diferentes. Hacen
esclavos y putas con las drogas que venden, igual que nosotros con las
mujeres que subastamos. Tienen tanta sangre en las manos por las armas
que trafican como cualquiera de mis hombres.
―No es lo mismo.
―Es lo mismo, yobanaya suka5. ―Viktor vuelve a escupir―. Tú y tus
bliads6 italianos se creen tan sofisticados, tan elegantes, mucho más
comedidos. Creen que los rusos no somos más que perros brutales, a los
que hay que castigar o sacrificar cuando nos portamos mal, pero no somos
5
Maldito perro en ruso.
6
Jodidos en ruso
perros. Somos volki, medvedi. Lobos. Osos, y al menos mis hombres y yo
somos honestos con nosotros mismos sobre quiénes y qué somos.
―Estás haciendo imposible negociar la paz, Viktor…
―¡No habrá paz! ―gruñe. Sus ojos azules como el hielo brillan con
rabia, y puedo ver cómo se endurece su postura, rígida por la ira. La mala
sangre entre nosotros de varias generaciones ya no está a fuego lento, sino
en ebullición―, y cuando tú y el bastardo irlandés al que llamas subjefe
estén muertos, tomaré a sus dos esposas como propias. Me las follaré una
al lado de la otra mientras miran sus cadáveres. Me las follaré en los
charcos de su sangre y luego decidiré a quién llamaré esposa y a quién
amante. ―Mueve la cabeza hacia sus guardias―. Poydem ―gruñe―.
Vamos. Dejen a este podonok7 en paz. ―Su acento es más marcado que
nunca mientras habla, y aunque quiero intentar detenerlo, algo me
previene de ello.
Pero, aun así, mientras lo veo irse, siento que mi corazón se hunde. No
quiero más sangre. No quiero ver morir a otro de mis hombres. Gio sigue
en el hospital, luchando en condiciones críticas. No quiero la muerte y la
destrucción que sé que seguirá.
Pero no puedo darle a Caterina más de lo que podría o le habría dado a
Sofia. Lo que me pone en una posición imposible.
No hay manera de saber lo que los próximos días traerán, pero sé una
cosa con certeza.
No dejaré que Viktor dañe a Sofia.
Aunque me mate.
7
Bastardo en ruso.
20
Los siguientes días con Luca no parecen reales. Parecen una especie de
fantasía, un sueño febril, son muy diferentes a los que pasamos juntos
antes del intruso. Una mañana me despierto con una nota en la almohada
junto a la mía, diciéndome que se ha ido temprano a la oficina y que quiere
que planee “mi tipo de cita” esta noche. Es como si hubiera visto un
puñado de comedias románticas para saber lo que podría gustarle a las
mujeres: la cita en la terraza, el baño de burbujas, la pulsera de diamantes,
la nota por la mañana, pero no me importa. La pulsera es estúpidamente
ostentosa, pero no quiero quitármela. Me la pongo todas las mañanas,
aunque esté fuera de lugar con mis sencillos aros y mi delicado collar con
la cruz. Me sorprendo a mí misma pasando los dedos por encima,
pensando en Luca dándome de comer codorniz en la terraza, su mano
bajo mi falda, y llevándome por las escaleras después.
Sé que tengo que dejar de pensar en eso, pero no quiero hacerlo. Incluso
Caterina se da cuenta un poco y me pregunta si Luca y yo nos llevamos
mejor ahora, mientras estamos sentados en el salón planeando los detalles
de su boda. Le digo que sí, sonrojándome un poco, y sé que debería
preguntarle sobre ella y Franco, pero no lo hago.
Ya me ha contado lo que sé que está dispuesta a compartir, de todos
modos. Franco regresó a casa de la despedida de soltero sin siquiera
disculparse por haber tardado tanto, minimizando el miedo y el trauma
del intruso diciéndole que había confiado en los guardaespaldas de Luca,
y que al final estaba viva sin un rasguño, ¿no? Caterina habla de ello como
si debiera haber esperado que él lo tratara como algo sin importancia, pero
puedo ver lo desilusionada que está con su prometido. Nunca esperó un
gran romance, pero sé por lo que me ha contado que al menos esperaba,
cuando la emparejaron con alguien cercano a su edad, que fuera un
matrimonio mejor que el que podría haber tenido de otro modo: uno con
respeto mutuo, buen sexo y algunas risas y diversión juntos. El tipo de
matrimonio que podría tener una chica que le hiciera una mamada a su
nuevo prometido en la parte trasera de la limusina en el viaje de vuelta de
la pedida de mano y un chico que la llevara a una fiesta posterior a su bar
favorito después de la fiesta de compromiso. Una en la que pudieran crear
buenos recuerdos, antes de que la edad, la responsabilidad y los hijos los
alcanzaran.
Pero está claro que Franco no tiene intención de tratar a su novia más
que como algo que se le debe, y ni siquiera como el premio que es. Me
molesta, no conozco a Franco tan bien, pero me pareció bastante divertido
y agradable cuando lo conocí brevemente antes y en mi propia boda. Sin
embargo, está claro que todo era un espectáculo en beneficio de los demás.
Sin embargo, Caterina parece haberlo aceptado, poniendo toda su
energía en intentar planificar la boda lo mejor posible. Le damos todos los
pequeños toques que su madre hubiera querido: violetas en los centros de
mesa, ya que eran sus flores favoritas, el menú que ella había preparado.
Caterina tiene sus joyas que piensa llevar con el vestido de novia que
eligieron juntas. Se mantiene mejor de lo que yo podría haber pensado.
Mientras tanto, Luca y yo parecemos existir en una especie de limbo de
la relación, casi como si estuviéramos jugando a estar juntos, jugando a
las casitas. Cuando Caterina y yo terminamos de planear y ella se va a
casa, empiezo a trabajar en mi cita de la noche con Luca, incluso mientras
pienso en lo ridículo que es. Estoy casada con el hombre a cargo de toda
la mafia italiana. Intento adivinar qué ingredientes de pizza le pueden
gustar porque quiero sorprenderlo con lo que voy a elegir para nuestra
cena juntos.
Ni siquiera podemos salir del ático. Estamos planeando citas en esta
extraña burbuja en la que estamos encerrados, pero aun así, cada vez que
empiezo a discutir conmigo misma sobre por qué debería hacerme a un
lado, por qué debería dejar de acostarme con él, o por qué debería alejarlo,
no puedo evitar pensar: lo estás disfrutando. Entonces, ¿por qué no seguir
haciéndolo?
Luca llega a casa y me observa con unos vaqueros de cintura alta y una
camiseta blanca con bolsillos atada por encima del ombligo, descalza, con
el brazalete de diamantes que me regaló enrollado en mi muñeca y el pelo
recogido en una coleta alta. Su mano rodea la cola de caballo cuando me
pongo de puntitas para besarlo, lo que me produce una emoción que
nunca imaginé que sentiría con él.
Nuestra cita es pizza en la sala de cine y una comedia que he elegido
porque es ligera y divertida, junto con palomitas y caramelos de cine.
―Esto es lo más parecido a una cita de pizza y cine ―le digo, riendo―,
pero ahora estamos casados, así que supongo que tenerte en casa está
bien.
Sonríe con una sonrisa genuina que parece casi fuera de lugar en su
rostro cincelado y me besa de nuevo. Sigue besándome durante toda la
noche, entre bocados de pizza con la salsa aún en el labio inferior, después
de darnos de comer palomitas, cuando me limpia el chocolate de la
comisura de la boca con el pulgar. Me besa durante toda la película, hasta
que en algún momento acabo en su regazo, acurrucada contra su pecho
mientras nos reímos con la pareja de la pantalla.
Me siento tan extrañamente normal que no sé qué hacer al respecto. Se
burla un poco de mí en la sala de cine, con su mano en mi muslo y sobre
mi hombro, apretando ocasionalmente mi pecho. Soy muy consciente de
que esta es la sala en la que me vio en el vídeo de seguridad jugando
conmigo misma. Me pregunto si intentará recrearlo, pero en lugar de eso,
cuando termina la película, nos abrazamos un poco más y nos vamos a la
cama. Hay sexo, por supuesto; hemos tenido sexo al menos una vez cada
noche desde que voló para estar en casa conmigo, pero es más lento y
menos salvaje que la cita en la terraza. Casi como si tratara de practicar
sexo “normal” en una cita “normal” Luca me besa durante mucho tiempo
en la cama, me mete los dedos hasta el orgasmo mientras me deja
explorarlo. Recorriendo con mi mano su grueso y duro eje hasta que se
desliza por mi cuerpo y baja sobre mí, lamiéndome lentamente hasta que
me corro por segunda vez. Solo entonces se pone un condón y me penetra,
follándome larga y lentamente en el misionero hasta que ambos estamos
a punto de llegar al orgasmo. Entonces me engancha los tobillos sobre los
hombros y me echa las piernas hacia atrás para poder besarme mientras
se introduce profundamente en mí, haciéndome gemir sin poder evitarlo
contra su boca mientras se corre con fuerza. Yo también me corro, mi
cuerpo reacciona mientras él gime, con su polla palpitando mientras se
restriega contra mí, y cuando nos desplomamos en la cama después, él no
se gira hacia su lado de la cama.
Nos quedamos dormidos con el brazo de Luca sobre mi vientre y mi
cabeza apoyada en su hombro. Es tan increíblemente normal que puedo
olvidar brevemente quién es él y quién soy yo, por qué estamos casados,
que estoy prácticamente en arresto domiciliario porque un mafioso ruso
me quiere matar.
Y luego está la boda de Caterina.
No hay manera de evitar tener que dejar el ático. No puede casarse
exactamente en nuestra sala de estar, estoy segura de que eso habría
sobrepasado incluso los límites del padre Donahue para complacer a
Luca. Así que, en lugar de eso, Luca me envía a regañadientes a la casa de
los Rossi para ayudarla a prepararse mientras él se reúne con Franco en la
iglesia, con suficiente seguridad siguiéndome como para poner celoso al
Presidente.
―Cuídate ―me dice mientras nos separamos y me besa con fuerza
antes de abrirme la puerta para que suba al auto que me lleva a casa de
los Rossi―. No quiero que te pase nada.
―Estaré bien. ―Le hago un pequeño gesto con la mano mientras se
cierra la puerta, apoyándome en el fresco cuero. Me siento casi mareada
por estar fuera del ático por primera vez en semanas. Ver la ciudad pasar
a toda velocidad mientras nos dirigimos a la mansión de los Rossi me hace
sentir que no puedo dejar de sonreír. Caterina levanta una ceja al ver mi
expresión cuando entro por la puerta principal y me saluda.
―Pareces más feliz que yo ―dice con ironía―. Ven, vamos a
prepararnos.
Como soy la única que estará con ella en el altar, Caterina me dijo que
eligiera lo que quisiera para mi vestido. Elegí un vestido sin tirantes azul
violeta hasta el suelo, con una banda de encaje en la cintura que hacía
juego con las flores, y me recogí el pelo en un elegante peinado con mis
aretes de diamantes en las orejas y la pulsera de Luca en la muñeca, nada
demasiado llamativo. No quiero eclipsar a Caterina. Aunque su
matrimonio no parezca ser lo que ella esperaba, quiero que el día de su
boda sea lo más perfecto posible.
Parece una reina con su vestido de novia, que se ha modificado y
ajustado perfectamente a ella, de modo que la tela pesada y rica roza su
figura hasta la falda completa, su clavícula y sus hombros destacan con
elegancia por encima del escote sin hombros. Las joyas de rubí de su
madre le sientan de maravilla: unos pendientes ovalados rodeados de un
halo de diamantes y un largo collar en forma de gota con un rubí del
tamaño de un huevo sobre una hebra de diamantes. Sin embargo, al ver
las brillantes piedras rojas contra su piel, no puedo evitar pensar que
parecen sangre. Me hace temblar un poco.
La última vez que la Bratva lanzó un ataque a gran escala, fue la mañana
siguiente a mi boda. Ni Caterina ni yo hemos querido siquiera mencionar
la posibilidad, pero mientras caminamos hacia el auto, puedo ver que está
más pálida que de costumbre. No sé si es por los nervios de la boda o por
la posibilidad de otro ataque y no quiero preguntar, pero cuando le
entrego el ramo fuera de la iglesia, veo que le tiemblan las manos.
San Patricio está llena, con todos los invitados que podrían asistir a
pesar de la posibilidad de un ataque de la Bratva. Bruno Rossi, el tío de
Caterina, la lleva al altar en lugar de su padre, que aún no ha salido del
hospital.
O eso pensamos, pero cuando empiezo a caminar por el pasillo del
brazo de Luca, el resto de la comitiva de la boda, veo a Rossi al fondo de
la iglesia, en una silla de ruedas y con un aspecto muy deteriorado... pero
aquí.
Por supuesto, no se perdería la boda de su hija si hubiera la más mínima manera
de que pudiera estar aquí. Me digo a mí misma, pero, aun así, verlo de nuevo
en carne y hueso me hace sentir ansiosa, mis dedos tiemblan de repente
por los nervios, y Luca me mira como si sintiera que estoy temblando.
―Está bien ―dice en voz baja, por debajo de la música―. Insistió en
que le dieran el alta temporal en el hospital, pero volverá después de la
ceremonia. Todavía no está lo suficientemente fuerte como para estar en
la recepción.
Me doy cuenta de que él cree que estoy preocupada por el bienestar de
Rossi, cuando de hecho, me preocupa que él esté aquí, si eso hará que la
Bratva sea más propensa a atacar si algo está pasando. No confío en Rossi,
pero en el fondo, no creo que sea lo primero. Si hay alguien a quien Viktor
querría atacar ahora, es a Luca. Sin él, el puesto pasaría a Franco, y
honestamente, no tengo mucha fe en la capacidad de Franco para dirigir
la organización. Me sorprende que Luca lo haga.
Durante la ceremonia no se siente la tensión que había entre Luca y yo.
No se trata de un matrimonio forzado, ya que tanto Caterina como Franco
están dispuestos a contraerlo. Dicen sus votos con claridad y firmeza, y
aunque sé que a Caterina no le gusta cómo se ha comportado Franco
últimamente, eso no la ha hecho flaquear. Este es el elegido para ella, y
parece haberlo aceptado.
Pero mientras se dicen los votos el uno al otro, veo a Luca mirándome,
su cara es ilegible. ¿Qué estará pensando? me pregunto, las palabras
resuenan en mis oídos y me recuerdan al día, hace apenas un mes, en que
estuve en donde está ahora Caterina, temblando sobre mis tacones
Louboutin mientras repetía esos votos sabiendo que estaba mintiendo, que
no tenía intención de cumplir ni uno solo de ellos, y estoy segura de que
los de Luca eran igual de vacíos.
¿Y ahora? No puedo evitar preguntarme si algo ha cambiado. El buen
sexo no hace un matrimonio, especialmente entre alguien como yo y
alguien tan jodido como Luca. No ha cedido en su convicción de que no
puede amarme, de que nuestro matrimonio nunca podrá ser nada más
que, en el mejor de los casos, una compañía lujuriosa en la que ambos nos
llevamos bien.
Sus ojos en los míos, sin embargo, mirándome mientras Caterina y
Franco repiten para amarte, cuidarte y respetarte, en lo bueno y en lo malo, en
la pobreza y la riqueza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos
separe, hacen que sea difícil de creer. Cuando Caterina dice obedecerte, veo
la mirada ahumada en los ojos de Luca, la que me recuerda las formas en
que lo he obedecido, las cosas que he hecho cuando su voz lame mi piel,
diciéndome que ceda a sus lujuriosas exigencias.
Pero también pienso en otras cosas, pienso en las luces parpadeantes en
la terraza, en Luca diciéndome que me ha traído París. Pienso en darnos
de comer palomitas y reírnos de los chistes estúpidos de una mala película
de comedia. Pienso en Luca en la mesa, contándome cómo se ha pasado
la vida protegiendo a su mejor amigo.
El nuevo puesto de Luca es un lugar solitario. Ahora me doy cuenta de
eso. Franco es su mejor amigo, pero ahora también es la mano derecha de
Luca, alguien de quien Luca tiene que depender para hacer lo correcto
cuando él no está ahí para hacerlo. No puede seguir protegiendo a Franco.
Tiene que continuar con el legado que el padre de Caterina ha construido
a lo largo de los años, y luego pasarlo al hijo de su subjefe.
Eso no es realmente justo, ¿verdad? Es la primera vez que me detengo a
considerarlo. Luca se pasará la vida defendiendo un legado que no
transmitirá a nadie de su propia sangre. Nadie me ha explicado realmente
por qué, por qué Luca no puede tener sus propios hijos, por qué está
manteniendo un lugar caliente para el posible hijo de Franco.
No se me había ocurrido preguntarlo porque no tenía intención de
acostarme nunca con Luca, ni siquiera tenía la intención de hablarle más
de lo necesario, y mucho menos de meterme en la cama con él una y otra
vez. Al menos hemos usado protección, pienso, recordando la caja de
condones que trajo a casa la semana pasada, ya que aparentemente
agotamos lo que quedaba de su reserva.
―Los declaro marido y mujer ―dice el padre Donahue,
interrumpiendo mis pensamientos «todos ellos completamente
inapropiados para una iglesia» Franco atrae a su nueva esposa hacia sus
brazos, besándola con firmeza. Veo que Caterina se inclina ligeramente
hacia el beso, espero que, independientemente de los problemas que
puedan tener, pueda ser feliz en este nuevo matrimonio.
Se oyen vítores mientras caminan por el pasillo, y todo el mundo se
pone en pie mientras se dirigen de la mano hacia las puertas de la iglesia,
y veo que Caterina le sonríe a su padre mientras todos salimos a la luz del
sol. Un enfermero está con él, y mientras todos estamos de pie en los
escalones de la iglesia, veo que lo sacan en silla de ruedas, y Caterina se
gira para hablar en voz baja con él.
―¿Se lo llevan ya al hospital? ―le pregunto a Luca en voz baja, y él
asiente con la cabeza.
―Mis hombres están haciendo un barrido del hotel antes de la
recepción ―añade en voz baja―. En cuanto esté todo despejado, nos
dirigiremos hacia allá.
Me doy cuenta de que se esfuerza al máximo para que el día de hoy sea
lo más tranquilo posible para Caterina y Franco, con el menor recuerdo
posible del peligro que pende sobre nuestras cabezas, el peligro que se
llevó a su madre. Es lo mismo que he intentado hacer todo este tiempo
mientras ayudaba a Caterina a planificar. Por primera vez, al mirar a Luca,
vislumbro lo que es ser su compañera en algo, trabajar juntos.
No está tan mal si soy completamente sincera conmigo misma.
Empezamos a dirigirnos a las limusinas cuando Luca extiende de
repente una mano, deteniéndonos a Caterina y a mí.
―Esperen ―dice―. Raoul me acaba de enviar algo. Quédense aquí
―añade, con una voz repentinamente grave y dominante―. Volveré en
un minuto.
Caterina se pone ligeramente pálida y toma la mano de Franco.
―Debería estar ayudando a Luca ―él dice, y yo me vuelvo hacia él en
ese momento, mirándolo con desprecio.
―Este es tu día con Caterina ―le digo, con una voz más dura de lo que
me he escuchado en mucho tiempo―. Preocúpate por tu nueva esposa
durante veinticuatro horas, al menos.
Franco me mira fijamente y se queda momentáneamente en silencio.
―Cuida tu boca ―dice bruscamente cuando se recupera―. A Luca no
le gustaría que me hablaras así.
―¡Franco! ―exclama Caterina, pero él la ignora.
―Creo que Luca estaría de acuerdo conmigo ―le digo rotundamente,
aún sin saber cómo me atrevo a hablar. Sinceramente, no sé cómo le
sentaría a Luca que le hablara así a su subjefe, pero en términos de rango,
estoy bastante segura de que Franco debe respetar a la mujer del jefe. En
cuanto a cómo se supone que debo tratar a Franco, realmente no lo sé, y
para ser honesta, no me importa.
Él abre la boca para hacer alguna réplica, pero el sonido de Luca, Raoul
y los demás regresando lo hace desistir.
―¿Qué pasa? ―le pregunto, con el estómago apretado por la mirada
en sus ojos. Sea lo que sea que haya ido a averiguar, no puede ser bueno.
―Atacaron la recepción del hotel ―dice, con la voz oscura por la ira
apenas contenida―. Todo fue destruido, el personal retenido a punta de
pistola. Franco, los envío a ti y a Caterina de vuelta a la casa de los Rossi
con el doble de guardias. No creo que esperen que pasen la noche de
bodas ahí en vez de en un hotel o en tu apartamento. Mañana haremos
una visita para llegar al fondo de esto, pero tú y Caterina se merecen una
noche de bodas. ―Me mira―. Nosotros volveremos al ático.
Caterina está tan pálida que su pintalabios rosa parece un atrevido tajo
rosa en su cara, con los rubíes resaltando chillones contra su piel.
―Luca, tengo miedo ―le susurra―. La boda...
―Siento que tu boda se haya arruinado ―le dice Luca, y puedo oír la
genuina disculpa en su tono.
―No me importa la recepción ―dice ella, agitando la mano―. Lo
importante ya está hecho, pero no van a parar, Luca. ¿Y si...?
―Se detendrán ―le responde con dureza―. Si tengo que… ―se
interrumpe―. No son cosas de las que debas preocuparte el día de tu boda
―dice con más cuidado―. Ve con Franco, me aseguraré de que estés bien
vigilada. Les llevarán la comida del catering, no tendrás que preocuparte
por nada esta noche. Te lo prometo.
Estamos en la iglesia un poco más de tiempo después de que Caterina
y Franco se van y los invitados salen. Veo a Luca hablando en voz baja
con el padre Donahue y algunos miembros de la seguridad, y me quedo
atrás, sentada en uno de los bancos, mientras espero a que termine.
Me doy cuenta de lo mucho que ha cambiado nuestra dinámica en tan
poco tiempo. Si soy sincera conmigo misma, esto me gusta más. El respeto
mutuo, la paz tentativa... sea lo que sea lo nuevo que ha surgido entre
Luca y yo, es mejor que lo que teníamos antes.
Ya ha anochecido cuando volvemos al ático. Luca deja escapar un largo
suspiro cuando la puerta se cierra tras él, y veo el alivio que se dibuja en
su rostro. Me doy cuenta entonces de que él también se siente más seguro
aquí, eso me hace reconsiderar, solo un poco, sus verdaderos motivos para
mantenerme aquí desde el principio. Que tal vez, solo tal vez, fue porque
realmente sintió que éste era el lugar más seguro para mí, y no solo porque
quería ejercer control sobre su futura esposa.
Comemos la comida enviada por el catering en relativo silencio, sin que
ninguno de los dos sepa realmente qué decir. En este momento
deberíamos estar bailando en la recepción de Caterina. En vez de eso,
estamos sentados en nuestro tranquilo comedor, comiendo el filete y el
pastel de cangrejo que deberíamos estar comiendo en una mesa cubierta
de blanco con violetas en el centro.
―Voy a consultar con seguridad una vez más antes de acostarme ―me
dice cuando terminamos―. Nos vemos arriba.
―Okey ―Le doy una pequeña sonrisa―. Nos vemos arriba.
A mitad de camino hacia su dormitorio, nuestro, me detengo en el
pasillo. Tengo el repentino deseo de hacer algo diferente, algo especial
para esta noche. No sé si es por la ceremonia de la boda, por la
interrupción del banquete o por algo más, pero pensar en la mirada de
Luca cuando volvió para decirle a Caterina que el día de su boda tenía
que acortarse me hace querer hacer algo por él. Algo que sustituya esa
mirada por otra totalmente distinta.
Entro en la habitación que era mía, abriendo la puerta del armario. Lo
más cercano es el baby doll de encaje y seda blancos y la bata que
formaban parte de la lencería que Luca había comprado para mí. Entonces
lo vi como una indirecta a la virginidad a la que me había aferrado, una
forma rencorosa de recordarme que, si él quería, podía tomarla.
Ahora, al verlo colgado sin tocar en mi viejo armario, me parece una
forma de rehacer mi noche de bodas. Podría ponérmelo para Luca, esta
noche, en una noche hecha para el amor, podríamos volver a intentarlo.
Lo saco del closet y lo llevo a la suite principal. En el dormitorio, me
quito el vestido violeta de dama de honor y lo dejo sobre una silla
mientras me quito los tacones y las joyas. Luego me pongo el camisón de
seda, suspirando de placer cuando se desliza sobre mi piel.
Se siente sensual solo con tenerlo puesto. Cae hasta la parte superior de
mis muslos, de una seda frágil como el vestido rojo que usé en esa ridícula
cita, la sensación de no tener nada debajo es a la vez vulnerable y erótico.
Hay encaje de pestañas a lo largo del dobladillo, una delicada banda de
encaje transparente en mi cintura y más encaje de pestañas a lo largo de
los bordes del escote. Mis pezones rozan la seda, endureciéndose ante la
idea de que Luca me vea así, la forma en que espero que reaccione.
La bata es de la misma seda ligera y tenue, y la dejo abierta mientras me
La pongo sobre los hombros y entro en el baño. Me dejo el maquillaje
puesto, pero me suelto el pelo, dejándolo caer en pesados rizos oscuros
alrededor de mi cara. Mis labios siguen ligeramente rosados incluso
después de la cena, e incluso para mis propios ojos, creo que me veo sexy,
más seductora de lo que debería ser cualquier novia virginal.
Oigo los pasos de Luca en el pasillo y salgo al dormitorio, sintiendo un
repentino nerviosismo. ¿Si le parece una estupidez? ¿Y si lo odia?
Pero cuando la puerta se abre y me ve, la expresión de su cara me dice
otra cosa.
21
No hace falta ser un genio para saber que “colocado en otro lugar” era
una forma de decir que cualquier niño que insistiera en tener y que
intentara demostrar que era de Luca, o que más tarde encontrara a Luca e
insistiera en ser reconocido, sería asesinado con la misma rapidez y
eficacia que yo. Era solo una forma de no decir “asesinato” en un contrato
legal.
Pero tendríamos suerte si llegáramos tan lejos. En cuanto intentara
escapar, mi vida y la del bebé estarían perdidas, inmediatamente en la
lista para ser eliminados. Luca dijo que no tenía ningún deseo de matarme
si intentaba escapar de nuestro matrimonio, solo de traerme de vuelta,
pero ¿se extendería eso a una circunstancia en la que estuviera
embarazada? Una condición de nuestro matrimonio era que nunca
tendríamos hijos.
Y ahora he roto eso. Nosotros lo hemos hecho, pero Luca nunca tendrá
que aceptar la responsabilidad. Sé lo suficiente sobre cómo funciona esta
familia para saberlo.
Todavía tengo que realizarme una prueba, pero lo sé, y me aterra la
confirmación porque entonces tengo que tomar una decisión.
Sin embargo, incluso mientras lo pienso, no puedo ver cómo hay alguna
opción. Hace unos días tenía la esperanza de que Luca hubiera cambiado
de opinión, de que no siguiera con los términos del contrato. Ni siquiera
entiendo del todo por qué está ahí, y esperaba poder conseguir que lo
aclarara antes de saberlo con seguridad, pero después de lo que hizo ayer,
y de cómo me habló, no puedo confiar en que no me obligue a cumplir.
Ese Luca era el antiguo Luca, el que me trataba con tanta rudeza antes de
nuestra boda, que era duro y frío conmigo. Que intentó ser mi amo, no mi
marido.
Me siento engañada por ese corto tiempo en el que las cosas fueron
diferentes, en el que él fue diferente. Me siento sin amor y abandonada,
completamente sola, y mientras me toco el vientre aún plano, pienso en la
realidad de tener un hijo propio, un pequeño niño o una niña.
Alguien a quien pueda amar incondicionalmente y que pudiera
corresponderme.
De repente, con ese pensamiento, no puedo soportar la idea de perder
a este bebé.
Recuerdo antes de la boda, mi última conversación con el padre
Donahue. Recuerdo lo que me dijo.
Sofia, en presencia del Señor y de la Santa Madre, en memoria de tu padre,
haré todo lo posible para protegerte y mantenerte a salvo. Si llega un día en que
desees dejar a Luca, todo lo que tienes que hacer es atravesar esas puertas, y yo
encontraré el camino.
El siguiente pensamiento que tengo es agudo e inmediato, y
absolutamente seguro.
Tengo que salir de aquí, tengo que llegar a la iglesia.
Ayer vi a Caterina poner el código del ascensor, y estoy casi segura de
que sé cuál es. Si puedo salir, puedo llamar a un taxi y llegar a la iglesia,
y después, el padre Donahue me ayudará.
Sé que lo hará.
Está lloviendo cuando salgo. El código funcionó, a pesar de mis dedos
temblorosos y mi incertidumbre, pero los números que creí ver teclear a
Caterina eran los correctos, y ahora estoy en la calle de Manhattan, con la
lluvia fría empapando mi fina blusa mientras le hago señas a un taxi.
Mi muñeca capta la luz y me doy cuenta de que todavía llevo la pulsera
de Luca, no sé por qué. Una parte de mí está tentada de quitármela y
tirarla a la cuneta, pero no lo hago. Puede que luego tenga que venderla, me
digo, pero incluso yo sé que esa no es la única razón.
Simplemente no puedo mirarla demasiado después de todo lo que ha
pasado.
Es tarde, pero el padre Donahue responde a la puerta cuando la golpeo,
apoyándome en ella exhaustivamente. Estoy empapada y cuando abre la
puerta de la catedral y me ve ahí, empapada de lluvia y con los ojos
enrojecidos, una expresión extraña cruza su rostro.
―¿Sofia? ―Puedo oír la preocupación en su voz―. ¿Está todo bien? No
debe estarlo, para que estés aquí así. ¿Qué pasó?
Miro su expresión amable y preocupada y enseguida rompo a llorar, y
entonces, después de unos minutos, le explico todo.
Bueno, no todo. Definitivamente no entro en detalles explícitos, pero le
hablo de mis peleas con Luca, de cómo se apresuró a volver a casa después
de que el intruso casi me matara, de nuestras citas, de cómo creía que las
cosas estaban mejorando. Sobre cómo me di cuenta de que mis
sentimientos por él estaban creciendo, y luego le explico lo del bebé: cómo
estoy casi segura de que estoy embarazada, y el contrato que significa que
no debería estarlo en absoluto.
―¿Y crees que Luca te obligará a cumplir este contrato? ―El padre
frunce el ceño profundamente―. Si él lo hiciera es un pecado grave, pero
no serás tú quien cargue con él si insiste en ello.
―No quiero hacerlo, yo quiero a mi bebé, ―al decir las palabras en voz
alta, me siento más segura que nunca de que eso es cierto―, pero no creo
que Luca ceda en esto. No sé por qué es tan terrible para nosotros tener
hijos, pero incluso esa razón no importa tanto como el hecho de que no
puedo confiar en que no me obligue a interrumpir el embarazo.
―Pero dijiste que las cosas habían cambiado entre ustedes. Que se
habían suavizado.
―Hasta ayer. ―Respiro profundamente, con la voz temblorosa―.
Llegó a casa y estaba... diferente. Creo que le había hecho daño a algunas
personas. Torturó a alguien, tal vez, para tratar de obtener información.
Fue frío y cruel conmigo. Fui al hospital con Caterina, a pesar de que él
me pidió que no me fuera mientras él no estuviera, pero estaba muy
enojado. Era como las cosas solían ser al principio y volví a tenerle miedo.
No es... ―Sacudo la cabeza, intentando no volver a llorar―. No es el
hombre que yo creía que era.
―Tal vez. ―El padre Donahue parece pensativo―. Tal vez no.
―Necesito una salida. ―Lo miro desesperadamente―. Necesito una
forma de escapar con mi bebé. Alguna manera de que nunca nos
encuentre. Prometiste que me ayudarías si alguna vez te necesitaba...
―Lo hice, y mantendré esa promesa ―Me mira detenidamente, con el
rostro serio―. Si estás segura.
―Lo estoy.
―Bueno, llevará un poco de tiempo preparar las cosas, pero puedo
conseguirte nuevos papeles, una identificación falsa, las cosas que
necesitarías para empezar de nuevo. Puedes quedarte en la rectoría
hasta...
Se oye un crujido y me echo hacia atrás, asustada, cuando sus ojos se
abren de par en par, un hilo de sangre sale de su boca mientras se
tambalea en su asiento y se golpea la frente con el banco de enfrente.
Detrás de él hay un hombre vestido de negro con una máscara en la
cara. Igual que el intruso del apartamento, pero con una palanca en la
mano.
Una que acaba de usar para dejar al padre Donahue inconsciente.
Empiezo a gritar, pero una mano enguantada viene de detrás de mí y
me tapa la boca. Estaba tan concentrada, tan decidida en mis planes de
fuga, que ni siquiera los vi acercarse sigilosamente en las sombras. Se me
nublan los ojos de lágrimas cuando miro al padre Donahue desplomado
en el banco, y se me hiela la sangre. ¿Lo habrán matado? Dios, ¿y si está
muerto? Nunca me lo perdonaré...
En el fondo, sé que están aquí por mí. No sé por qué, pero sé que
vinieron por mí, que de otra manera nunca habrían estado aquí. El padre
Donahue está inconsciente, sangrando, tal vez muerto por mi culpa.
Es mi culpa. Todo esto, es mi culpa.
Intento gritar, morder, apretar los dientes contra la mano enguantada
que me tapa la boca, patalear salvajemente mientras los fuertes brazos que
me sujetan me arrastran hacia atrás por encima del banco y hacia el
pasillo. Intento luchar, pero no soy tan fuerte como el hombre que me
sujeta.
La mano se afloja durante un segundo, como si mi secuestrador
intentara agarrar algo, y aprovecho la oportunidad.
―¡Ayuda! ―grito, retorciéndome locamente en su agarre, pero es
inútil. Me tapa la boca con más fuerza y con la otra mano me jala el pelo
hacia atrás, de modo que mi cara queda inclinada hacia arriba.
―Cállate, zorra ―gruñe, y para mi sorpresa, la voz no es rusa. No hay
un acento marcado como esperaba y mi corazón empieza a acelerarse
cuando me doy cuenta de cómo sonaba.
El acento era tenue, el de alguien que ha pasado la mayor parte de su
vida en Estados Unidos.
Pero era un acento con el que estoy familiarizada: he pasado toda mi
vida rodeada de él.
Italiano, pienso frenéticamente mientras un paño húmedo me cubre la
boca y la nariz, obligándome a respirar el olor enfermizo de lo que sea que
está empapado. ¿Por qué demonios serían italianos?
Y entonces, mi visión empieza a volverse borrosa. Me están drogando.
Oh, Dios, me están secuestrando, y me están drogando, no puedo escapar.
El último pensamiento que pasa por mi cabeza mientras me desplomo
en los brazos de mi captor es el miedo, miedo por mí misma, pero sobre
todo miedo por mi bebé.
Mi bebé, al que hace unos momentos intentaba salvar
desesperadamente.
Hago un último y desesperado intento de liberarme, pero es demasiado
tarde. La droga ya está haciendo efecto, y mi visión se oscurece mientras
me aferro a ese último pensamiento, que tengo que sobrevivir a esto de
alguna manera.
Por mi bebé, por nadie más.
BONUS