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SINOPSIS
Se suponía que casarme con Luca sería mi salvación, pero ahora es solo
una prisión de la que no puedo escapar.
Casarme con él o morir.
Esa fue la elección.
Cuando el ataque de la Bratva en nuestra boda obliga a mi nuevo
marido a ocupar el puesto de Don, todas sus promesas quedan en
suspenso.
Ahora estoy en una jaula dorada, lejos de todo lo que pueda dañarme,
excepto del hombre que tiene la llave.
Hasta que una noche apasionada me hace cuestionar todo lo que creía
sobre el hombre con el que me casé en contra de mi voluntad, y me deja
con un secreto que moriría por guardar.
Él rompió su promesa.
Ahora yo voy a tener que romper la mía.

The promise trilogy, libro ii


1

Me despierto con las luces fluorescentes sobre mí y el olor a


desinfectante llenando mi nariz. Por un momento, estoy completamente
desorientada, mi último recuerdo es el de estar sirviendo fruta con una
cuchara en un plato de porcelana en la sala de banquetes del hotel.
Luego abro los ojos por completo y me doy cuenta de dónde estoy.
Estoy en un hospital, acostada en una cama. Siento que algo me jala del
brazo y, cuando miro, tengo una vía intravenosa, y alguna otra máquina
conectada a mí que controla mi ritmo cardíaco con pequeños y constantes
pitidos que se aceleran a medida que los recuerdos empiezan a llegar. Una
explosión… cristales que se rompen y humo que llena la habitación, sillas
volcadas y gritos de los invitados.
El cuerpo de Luca sobre el mío sangrando por la boca y la nariz, y luego
más sangre brotando por su costado.
Jadeo y me levanto como puedo. Mi primer temor demoledor es que
esté muerto. Ni siquiera me tomo el tiempo de analizar por qué o de
preguntarme por qué me importaría después de todo lo que ha pasado.
Mi marido podría estar muerto. Inexplicablemente, ese pensamiento me
llena de tristeza, quizá no lo suficientemente profunda como para llamarla
pena, pero sí algo doloroso y hueco en el pecho.
Si soy viuda, Don Rossi me matará.
Me alegro que ese no haya sido mi primer pensamiento, pero
definitivamente es el segundo. Si Luca está muerto, no queda nadie para
protegerme. No es la única razón por la que espero que esté vivo, pero
definitivamente es una de ellas.
Y no puedo evitar preguntarme por qué se lanzó sobre mí. Si yo hubiera
muerto en la explosión, le habría resuelto dos problemas: ya no tendría
una esposa no deseada y tampoco habría tenido que sentirse responsable
por dejar que me matara Rossi. Habría sido solo una desafortunada
víctima de... lo que sea que haya pasado en el hotel.
Tocan a la puerta y entra una enfermera rubia mayor, con una ligera
sonrisa en la cara.
―Oh, señora Romano. Me alegro de que se haya levantado.
Señora Romano. Es la primera vez que oigo a alguien referirse a mí de
ese modo, y durante un breve segundo, tengo el impulso de decir que no,
que soy la señorita Ferretti, que se ha equivocado de habitación.
Y entonces recuerdo que soy la señora Romano, la esposa de Luca… en
todos los sentidos.
El recuerdo de nuestra noche de bodas me hace sentir incómoda. Todo
lo relacionado con esa noche me pareció incorrecto y confuso, luego la
traición de descubrir que no tenía que hacerlo en absoluto y que Luca me
cortó el muslo como último recurso en lugar de ser el primero.
Ahora ni siquiera siento el escozor del corte, pero por reflejo quiero
bajar la mano y tocarlo, aunque no lo hago, sino que miro a la enfermera
cuando se acerca a mi cama.
―¿Cómo se siente? ―me pregunta amablemente, revisando el
portapapeles a los pies de mi cama―. Tiene suerte, señora Romano. Sus
heridas son leves, tiene algunas contusiones y una ligera conmoción
cerebral, pero eso se resolverá rápidamente. No hay ninguna hemorragia
interna y el daño en sus oídos internos parece ser menor también. Tiene
algunos rasguños y cortes, pero todo es bastante superficial. ―Me
sonríe―. Ha tenido mucha suerte.
La forma en que lo dice hace que se me revuelva el estómago. Algo en
su voz implica que otros no tuvieron tanta suerte.
―¿Y mi marido? ―le pregunto, con la voz ronca.
―Las heridas del señor Romano fueron más graves… pero está vivo
―añade rápidamente al final al ver mi cara.
―¿A qué se refiere con más graves?
―Tenía una profunda laceración en el costado y encontramos algunos
fragmentos de vidrio en esa área. También tenía el tímpano perforado,
pero se curará en un par de semanas y podrá irse a casa pronto. En este
momento está sedado, después de la intervención que tuvo para retirarle
los cristales y suturar la laceración del costado.
―¿Puedo ir a verlo? ―la pregunta incluso me sorprende. No sé por qué
quiero verlo, tal vez sea porque me siento culpable del alivio que me
invade al saber que está vivo porque al menos en un sesenta por ciento
ahora sé que estoy a salvo, o al menos tan a salvo como puedo estar. Mi
marido sigue vivo.
El otro cuarenta por ciento se debe a que tuvo una fracción de segundo
para tomar una decisión y eligió protegerme.
No sé por qué, pero me gustaría hacerlo, y por muy molesta que siga
estando por los acontecimientos de nuestra noche de bodas, me gustaría
al menos poder darle las gracias.
―Puedo acompañarla a su habitación ―dice la enfermera después de
pensarlo un momento―, pero no puede entrar todavía, y no por mucho
tiempo, también usted necesita descansar.
―Está bien. ―Acepto rápidamente―. No por mucho tiempo, solo
quiero verlo.
La enfermera me sonríe, sin duda pensando que soy una recién casada
enamorada que echa de menos a su marido. No hace daño dejar que lo
crea, y no me molesto en decir nada que le haga pensar lo contrario
mientras me ayuda a salir de la cama del hospital, deshaciendo las
conexiones con el monitor y mostrándome cómo llevar mi soporte
intravenoso.
Odio todo esto, incluso el ático es preferible a estar aquí, con mangueras
saliendo de mi brazo y en bata de hospital. Me siento enferma y débil, y
esto me recuerda demasiado a la última vez que estuve en un hospital con
mi madre, en los meses anteriores a su muerte. Intento con todas mis
fuerzas no pensar en eso, y no recordar la forma en que pasó de ser una
mujer hermosa y vibrante a una cáscara de sí misma, de un brillante pelo
rubio a uno marchito; de su piel perfecta, a una seca y agrietada; su cuerpo
antes sano y fuerte, a uno frágil y esquelético. Al final ni siquiera podía
reconocerla, y una parte de mí se alegró de que mi padre no estuviera ahí
para verla así, que su último recuerdo de ella fuera el de la mujer con la
que se había casado, y por la que a menudo había insinuado que había
arriesgado mucho, porque la amaba mucho.
Al menos una parte de eso era simplemente porque ella era rusa; lo sé,
pero siempre hubo un indicio de algo más, una razón por la que nunca
debió haberse casado con ella, pero lo hizo de todos modos.
Ella se alegraba de que él no hubiera estado ahí para verlo.
Me lo dijo no mucho antes de morir, luego me dio su collar y me dijo
que esperaba volver a verlo pronto.
Pero había algo en sus ojos que me decía que no lo creía realmente. Que
todo lo que había intentado creer durante toda su vida, creciendo en las
iglesias ortodoxas de su país natal, había sido desprendido por la
enfermedad como todo lo demás.
Yo tampoco lo creo, al igual que ya no creo en los cuentos de hadas. Si
hay un cielo o un infierno, es el que hacemos aquí y nada más.
Todavía no estoy segura de cómo será mi vida con Luca, no será el cielo,
de eso estoy segura, pero si le importó lo suficiente como para tirarse
encima de mí durante la explosión, tal vez un término medio provisional.
Un purgatorio, por así decirlo.
La enfermera me acompaña hasta la ventana de la habitación de Luca.
Está en una cama, conectado a la misma clase de tubos y cables, dormido
tal como ella dijo. Está más pálido que de costumbre y puedo ver los
moretones alrededor de su ojo y el lado de su cara, y los cortes en su cuello
y manos.
―Él también tuvo suerte ―dice la enfermera en voz baja mientras sigue
mi mirada―. Si algo tan grande como lo que se le incrustó en el costado
le hubiera golpeado en el cuello, no estaría aquí ahora.
Eso me produce un escalofrío que no esperaba, no estoy segura de sí es
por él o por mí. Por mí, al menos en parte, por lo ligada que está mi vida
a la suya, pero también por él, no quiero admitir que me importa. Que,
aunque no quiera estar casada con él, y aunque lo odie un poco por todo
esto y culpe en buena parte a su voluntad de seguir adelante en lugar de
encontrar otra salida para mí, no quiero que se muera.
Se ve casi pacífico, acostado en la cama del hospital con la sábana
recogida bajo las axilas. Su rostro parece más suave así, más joven, las
duras líneas de su mandíbula y sus pómulos son más relajados en el
sueño. Parece más bien un hombre con el que me podría cruzar en la calle
o al que le podría dar a la derecha en Tinder, no un criminal empedernido,
no el segundo al mando de la organización más notoria y poderosa del
mundo.
Soy su esposa. Una esposa de la mafia. Me hace sentir frío por todas partes.
No quiero formar parte de esto, sin embargo, soy parte de ello y siempre
lo he sido. He intentado salir, pero cada día me absorben más y más.
―¿Y los demás? ―pregunto en voz baja―. Los Rossi... Caterina y su
madre, y...
―La señorita Rossi y su prometido, el señor Bianchi, están bien. Me
dijeron que el señor Bianchi ni siquiera estaba en la habitación, así que,
por supuesto, no sufrió ninguna herida. La señorita Rossi tuvo algunos
moretones y una leve perforación del tímpano, pero se curará
rápidamente. En cuanto al señor Rossi... ―La enfermera respira
profundamente―. Está en estado crítico, no puedo darle detalles exactos
ya que usted no es miembro de su familia, pero no estamos seguros…
Mi corazón late tan fuerte que puedo oírlo.
―¿No están seguros?
―Su estado es muy crítico ―vuelve a decir la enfermera―. Es
realmente todo lo que puedo decirle.
―¿Y su mujer? ¿Giulia?
El silencio de la enfermera me dice la respuesta antes que hable.
―La señora Rossi no sobrevivió a la explosión ―dice en voz baja―. Lo
siento mucho. ¿Supongo que eran amigos suyos?
―De mi marido. ―Me siento entumecida, no conocía bien a la señora
Rossi, pero nada de lo que hizo me parecía especialmente malicioso o
desagradable. Era seca y formal conmigo, me dio la impresión de que era
feliz viviendo la vida en la que se había casado y disfrutaba de las
ventajas, haciéndose de la vista gorda a los crímenes y devaneos de su
marido. Sin embargo, no parecía muy feliz cuando entraron a ver la cama
a la mañana siguiente a la boda, y tuve la clara impresión que le había
parecido una ceremonia anticuada y ridícula. Era educada conmigo y
cariñosa con su hija.
No merecía morir, especialmente estando alguien como su marido en
la misma habitación, un hombre realmente malvado que me habría
matado solo para su propia tranquilidad y que amenazó a Luca, el hombre
en el que se supone que confía más que nada, si se negaba a violar a su
esposa en su noche de bodas. Al final accedí, pero sé que a Rossi no le
importó, no le habría molestado que Luca me hubiera atado y
amordazado con tal que se hiciera.
Él debería estar muerto, no Giulia. Siento que se me aprieta la garganta,
y que los ojos me arden por las lágrimas mientras la enfermera me ayuda
a volver a mi habitación. Caterina. Deseo más que nada poder ir con ella y
ayudarla a superar esto de cualquier manera que pueda en este momento,
y lo haré en cuanto nos den el alta del hospital, me lo prometo a mí misma. Sé
exactamente cuánto duele perder a un padre, y Caterina solo ha tratado
de ser amable conmigo desde que nos conocimos.
―Tiene que descansar ―dice la enfermera con severidad―. Puede que
no esté malherida, pero has pasado por mucho, señora Romano. Le llevará
algún tiempo procesar el shock.
―Yo…
―Voy a darle un sedante ―me dice y antes de que pueda discutir y ya
me está inyectando algo en mi línea intravenosa.
―Descanse un poco, señora Romano.
No siento que pueda descansar, tengo un nudo en el estómago, y la
garganta y los ojos me arden por las lágrimas no derramadas, siento que
todo ha empeorado. Puedo sentir que algo de la conmoción se está
asentando, y la comprensión de que si fuimos atacados, no puede ser una
coincidencia que hubiera una explosión en el hotel en donde nos alojamos
después de la boda, podría volver a suceder. Podría ocurrir aquí, o en el
ático de Luca. ¿Cómo voy a sentirme realmente segura?
Se suponía que la boda debería haber hecho retroceder a la Bratva y
satisfacer a Rossi. Parece haber hecho lo segundo, pero no lo primero, y si
soy sincera, no sé quién me aterra más.

Cuando me despierto de nuevo, me siento aturdida probablemente por


los efectos del sedante. Siento la boca seca y algodonosa, y deseo
desesperadamente un trago de agua. Parpadeo rápidamente mientras
intento incorporarme un poco, haciendo una mueca de dolor por la
rigidez de mis ojos.
―Me alegra ver que estás despierta.
El sonido de la profunda voz de Luca me hace recobrar la conciencia.
Lo veo sentado junto a mi cama, completamente vestido con unos
pantalones de color carbón y una camisa color burdeos desabrochada en
el cuello. Sin embargo, incluso así, es lo menos arreglado que lo he visto
nunca. La camisa está un poco arrugada y tiene el pelo desordenado, lo
que le hace parecer más joven y accesible.
Las mangas están arremangadas hasta los codos, y puedo ver algunos
parches vendados en los brazos, así como en el cuello. Me sonríe a medias
y, por primera vez, no parece calculador o reservado. Parece realmente
feliz de ver que estoy despierta y viva.
―¿Puedes darme un poco de agua? ―pregunto tímidamente,
señalando con la cabeza la mesa cercana que está justo fuera de mi alcance,
en donde hay una jarra de plástico y vasos.
Luca asiente, se levanta sin decir nada y vierte agua en un vaso. El mero
sonido del chapoteo hace que me duela la boca y que se me contraiga la
garganta, puede que la vía intravenosa haya estado bombeando fluidos
en mi interior, pero sigo sintiéndome tan reseca como el desierto del
Sáhara. Tomo el vaso agradeciéndole y me lo bebo.
―Con calma ―me dice, sentándose de nuevo―. No te vayas a ahogar.
Lo dice casualmente, pero en sus ojos hay una pizca de preocupación
real. Por un segundo, vuelvo a imaginar cómo sería si fuéramos una pareja
normal, si Luca fuera un marido común y corriente que va por agua para
su mujer común y corriente, recuperándonos ambos del trauma que
acabamos de compartir.
―¿Cómo te sientes? ―Me las arreglo para preguntarle una vez que he
terminado con el agua―. La enfermera me dijo...
―Estoy bien ―me dice bruscamente―. Solo algunos rasguños y
moretones, pero todo lo demás bien.
―Dijo que tenías una herida bastante grave en el costado y la vi cuando
estabas encima de mí. ―Trago con fuerza, sabiendo exactamente cómo
sonó esa última frase. Me trae el recuerdo de la vez anterior que estuvo
encima de mí, cuando supe lo que se sentía al tenerlo dentro de mí.
―He pasado cosas peores ―dice con mala cara―. No llegas a los treinta
años en la mafia sin que te disparen al menos una vez.
Lo miro fijamente.
―¿Te han disparado?
―Un par de veces. ―Él se encoge de hombros―. Son cosas que pasan.
Y así, cualquier ilusión de que pudiéramos ser normales se rompe de
nuevo. No es que pensara realmente que eso fuera posible, pero el
momento casi había sido agradable.
Pensar en que Luca ha recibido un disparo no provocó la misma
respuesta que tuve cuando creí que estaba muerto. La otra noche, yo
misma quería dispararle, solo que no para matarlo.
―Me alegro de que estés viva ―me dice en voz baja, inclinándose hacia
adelante en su asiento―, y sin heridas. Estoy agradecido por eso, la
enfermera dice que podrás irte a casa ahora que estás despierta.
A casa. Ya no tengo casa, pero sé lo que quiere decir: el ático, aunque
siempre será su casa y no la mía. Pronto, con suerte podré tener al menos
mi propio apartamento, aunque tampoco estoy segura que se sienta como
un hogar.
―Me salvaste. ―Suelto las palabras que he tenido en la punta de la
lengua desde que me desperté y lo vi ahí sentado―. Te tiraste encima de
mí cuando ocurrió la explosión. ¿Por qué lo hiciste? Podrías haber muerto.
Sus rasgos se quedan cuidadosamente neutrales, lo veo cuando sucede.
―Eres mi esposa ―dice fríamente.
―Y podrías haber resuelto dos problemas de una sola vez dejándome
morir ―señalo―. Serías libre, sin la culpa de dejar que Rossi me mate, y
estoy segura de que la pena de que seas viudo, te ayudaría a calentar tu
cama, también.
―No necesito ayuda para calentar mi cama ―me dice con firmeza―.
Si quiero a otra mujer, me la buscaré. Si te quiero a ti, te tendré. En cuanto
a lo que hice, llegué hasta aquí para protegerte. ¿Por qué detenerme ahí?
Podría llegar hasta el amargo final.
Las palabras suenan huecas incluso cuando las dice. Sé tan bien como
él que es una tapadera para la verdad, que tampoco él entiende por qué
me protegió instintivamente. Su respuesta me lo confirma, pero no voy a
dejar pasar el resto de lo que dijo tan fácilmente.
―No puedes tenerme cuando quieras ―le digo en voz baja―. Solo por
lo que pasó en nuestra noche de bodas, eso no va a volver a pasar, Luca.
No hay razón para eso ahora. Le demostraste a Rossi que me follaste
―digo la palabra con amargura―, pero no voy a ser tu juguete para tu
placer. Esa vez fue todo.
―Claro. ―Se encoge de hombros―. No fue exactamente el mejor sexo
de mi vida, Sofia.
Me estremezco. Las palabras no deberían escocer, ni siquiera debería
importarme, pero lo hacen. Es otra reacción confusa hacia él en una larga
lista de ellas, desde que me desperté en su cama después que me rescatara.
Debería alegrarme que no lo haya disfrutado, que no sienta interés en
volver a intentarlo, a no empujarme contra las puertas y besarme
salvajemente o a inclinarme sobre los sofás, y llevarme tan cerca del
orgasmo que sienta que podría morir si...
Jesús, Sofia, contrólate. Trago con fuerza y noto cómo se me enrojece la
cara. Se me calienta la piel con solo recordarlo, e intento con todas mis
fuerzas quitármelo de la cabeza, y olvidar la mezcla de placer, negación y
vergüenza de aquella noche.
―No te lo tomes como algo personal ―dice con facilidad―. Eras virgen
y ni siquiera lo querías. Esperaba que fueras fría como un pez.
Sus palabras parecen dagas afiladas y cortantes, aunque no pretendan
ser un insulto. Lo dice con tanta ligereza que nunca me he sentido menos
esposa y mucho menos una esposa querida. Me siento como algo con lo
que ha terminado y que está dispuesto a desechar ahora que ha cumplido
con su deber.
Que es exactamente lo que debería querer, me recuerdo a mí misma. Cuanto
antes tenga mi propio lugar y pueda poner cierta distancia entre él y yo,
dejaré de sentir todas estas cosas horribles, conflictivas y confusas.
―La enfermera me habló de los otros ―le digo rápidamente,
cambiando de tema. En el momento en que pienso en eso… en la muerte
de la señora Rossi, en el dolor de Caterina, me siento culpable por
preocuparme siquiera de los comentarios insultantes de Luca. Caterina
acaba de perder a su madre y yo me siento mal porque mi nuevo marido
ha insultado mis habilidades, reconocidamente inexistentes en la cama―.
Sobre Don Rossi, quiero decir, y Giulia. ¿Qué significa eso para ti y para
nosotros?
La cara de Luca se queda muy quieta.
―Don Rossi está en estado muy crítico ―dice en voz baja―. La última
vez que hablé con el médico justo antes de venir aquí, él está despierto,
pero lo mantendrán sedado por un tiempo indeterminado. Ha sufrido
graves daños en las piernas y posiblemente en la columna vertebral, así
como un traumatismo craneal. Tendrá que someterse a una extensa
cirugía para volver a caminar, hubo hemorragias y daños internos. Está
lejos de estar fuera de peligro.
Es tan injusto. Hay algo ligeramente poético en Don Rossi sufriendo en
una cama de hospital después de todo lo que me hizo pasar, pero no
puedo evitar sentir que es una terrible injusticia que esté vivo cuando su
esposa está muerta. Intento imaginarlo llorando por ella, pero no puedo,
no puedo imaginar ninguna emoción real de él en absoluto.
―No está en condiciones de seguir al frente de la familia como don
―continúa―. Iremos a verlo antes de que te lleve de vuelta a casa,
Caterina y Franco también estarán ahí. Franco asumirá su nuevo papel de
subjefe, el papel que yo ocupaba hasta ahora. ―Respira profundamente y
sus ojos verdes se encuentran con los míos.
»Y yo seré el nuevo don.
2

Me siento como si me hubieran absorbido todo el aire del cuerpo.


Sospeché algo así cuando la enfermera dijo que Rossi estaba en estado
crítico, pero no quise pensar en eso. Con Luca al mando, no quiero pensar
en lo que pasará después. Si se volverá más duro, cruel e impaciente
conmigo, y si esperará que cumpla el mismo tipo de papel que Giulia, el
de la esposa de un buen mafioso. Sé que él lo esperaba, incluso tenía la
expectativa de que pasaran años antes de que ocurriera algo así.
―Pensé que tendría más tiempo para prepararte ―dice en voz baja,
confirmando mis sospechas―. Seré don, al menos en funciones, pero lo
más probable es que sea para siempre, aunque Rossi se recupere. Es
dudoso que pueda retomar sus ocupaciones.
Viendo su rostro, no puedo decir si está feliz o no.
―Tú también tendrás responsabilidades ―me dice―. Aunque no
espero que asumas de buena gana muchas de ellas ―añade con un toque
de amargura en su voz―, pero si al menos puedes intentar ser una buena
amiga de Caterina durante este tiempo, te ayudaría.
―Ya había pensado hablar con ella ―digo a la defensiva―. Después de
todo...
―Tú sabes lo que es tener a tus padres muertos. Si, soy muy consciente,
al igual que yo ―me recuerda―. Necesito que en los próximos días
pienses menos en tus problemas conmigo, Sofia y más en la supervivencia
de todos nosotros.
―¿Quiénes fueron? ―Consigo evitar que me tiemble la voz―. ¿Lo
sabes?
―No con certeza todavía, pero yo apostaría por los de la Bratva ―dice
con firmeza―. Es con ellos con quienes estamos luchando, después de
todo. Boston no tiene ninguna razón para molestarnos. Si no tuviera algo
que ver con Viktor y sus hombres, me sorprendería.
Yo también estoy un poco sorprendida, aunque solo sea porque es lo
más abierto que ha sido conmigo desde el día que me llevó a su ático.
―¿Y ahora qué?
―Ahora ―dice poniéndose de pie y alisando sus manos por las
perneras de sus pantalones―. Iremos a ver a Rossi, y luego nos vamos a
casa.
Algo en mi estómago se aprieta cada vez que dice casa, pero hago un
buen trabajo para disimularlo y miro hacia otro lado cuando la enfermera
entra a arreglarme para poder irnos. Luca me trajo una maleta y le doy las
gracias entre dientes mientras la tomo y me dirijo al baño. Los nervios me
invaden de repente al tener que volver al ático con él y ver a Rossi antes.
Todo esto ha sido una especie de pesadilla espantosa que va creciendo
desde que la Bratva me secuestró, y no puedo aguantar más.
Pero está claro que las cosas van de mal a peor.
Salgo unos minutos después, con unos vaqueros y una blusa azul sin
mangas, con el pelo recogido en una coleta. Necesito desesperadamente
darme un baño y me siento peor que nunca. Casi agradezco volver a casa
de Luca si eso significa que puedo lavarme el pelo y dormir bien en una
cama de verdad.
Él me espera cuando salgo y me toma de la mano sin molestarse en
pedírmelo, sujetándola con fuerza mientras salimos al pasillo. Más que un
gesto romántico, es un gesto posesivo e incluso cuando intento zafarme
de su mano, está claro que me tiene agarrada con fuerza.
―No voy a huir ―le digo apretando los dientes―. No soy tan estúpida.
―Puede que lo seas ―dice con frialdad―. Rossi está en el hospital y yo
seré el don en breve. Puede que decidas que ahora es un buen momento
para intentar huir, pero te advierto que aunque yo no te mataría, sí que
puedo hacer que te encuentren y te traigan. Casi todos los policías de esta
ciudad están en nuestra nómina y nadie en este hospital te ayudará
tampoco ―añade, viéndome mirar a mi alrededor―. Nuestro control
sobre esta ciudad es fuerte, Sofia. No puedes escapar de mí, igual que no
pudiste escapar de Rossi. La diferencia es que él te habría matado y yo
simplemente haré que te arrepientas de haber intentado marcharte.
La fría indiferencia de su voz me deja tan helada como sus palabras.
Casi tengo que trotar para seguir sus largas zancadas mientras nos
dirigimos al ascensor y siento que voy a vomitar. Pensé que la muerte de
Rossi significaría que podría salir de esto, pero veo que esa pequeña
posibilidad se estrecha hasta que ya no estoy segura que exista. Esto
realmente podría ser por el resto de mi vida o al menos hasta que Luca
muera.
No sabía que hasta que la muerte nos separe fuera algo que deseaba. Hace
diez minutos, me alegré de que sobreviviera, ahora ya no estoy tan segura.
Luca no me dice nada mientras subimos al piso en el que se aloja Don
Rossi, y permanece en silencio hasta que entramos en la habitación, en
donde Caterina y Franco ya nos están esperando. Franco está
inusualmente sombrío, dándole a Luca un rápido pero apretado abrazo,
y Caterina está visiblemente alterada. Nunca la había visto sin maquillaje,
con la cara lavada y los ojos rojos e hinchados de tanto llorar, tiene los
labios mordidos y la cara mortalmente pálida. Me doy cuenta que está un
poco apartada de Franco, que no parece prestar mucha atención a su
afligida prometida en absoluto. Puedo ver lo sola que se siente con solo
mirarla, irradia de ella como un aura.
Recuerdo muy bien esa sensación después de que mi propia madre
muriera y me dejara sola. Me rompe el corazón verla así, sobre todo
cuando Franco debería ser quien la acompañara en todo esto. Él ni
siquiera está herido, no tiene ni un rasguño ya que seguía en su habitación
de hotel cuando ocurrió el ataque, con demasiada resaca para bajar. Qué
suerte tiene, pienso con amargura. Me pregunto cómo se sentirá Caterina
al respecto: ¿feliz de que su prometido esté ileso, o amargada de que, de
todos nosotros, su madre fuera la que tuviera que morir?
―Luca. ―La voz de Rossi es ronca y agrietada, pero aún conserva algo
de su antiguo poder―. Ven a ponerte a mi lado.
Franco lo acompaña y se pone al lado de Luca mientras caminan hacia
el otro lado de la cama del hospital, dejándome al lado de Caterina. Ella
me mira y yo le tiendo la mano instintivamente, me pregunto si se echará
atrás, después de todo no somos tan cercanas, pero sus dedos se
entrelazan con los míos y me aprietan. Su rostro sigue pálido y sombrío,
pero cuando sus ojos se cruzan con los míos, veo que agradece el apoyo.
―Si las circunstancias fueran diferentes ―dice Rossi―. Esto sería una
ceremonia formal para pasarte el título, pero como no lo son y yo no me
voy a ir de aquí pronto, esto es lo mejor que podemos hacer. ―Respira
profundamente y con estrépito, yo me estremezco solo con oírlo. Puedo
ver en todo lo que le rodea que Luca tenía razón cuando adivinó que Rossi
probablemente no estará nunca en condiciones de volver a dirigir. Incluso
si sobrevive, no volverá a ser fuerte.
Ya es un hombre viejo y esto fue un golpe enorme.
―Yo, Vitto Rossi, en presencia de estos testigos, mi hija Caterina, tu
esposa Sofia y mi consigliere Franco Bianchi, renuncio a mi puesto al
frente de la familia y a mi título de Don. Te lo traspaso a ti, Luca Romano,
hijo de Marco, heredero de mi posición. Mantendrás este título y lo
conservarás, lo defenderás y también a la familia que diriges, hasta el
momento en que pases a mejor vida o consideres oportuno renunciar. Lo
transmitirás al primer hijo de mi sangre, nacido de la unión entre mi hija
y Franco Bianchi.
Entonces se quita el anillo que lleva en el dedo, una gruesa banda con
un rubí incrustado en la parte superior, y trago saliva. La energía en la
sala es tensa, todo el mundo se concentra en los dos hombres, uno en la
cama del hospital, otro de pie junto a ella y en el traspaso de poder que
tiene lugar ahí.
―Yo, Luca Romano, acepto este título y el lugar que me otorga a la
cabeza de la mesa. Juro mantener las alianzas que se han construido,
defendernos de todos los enemigos, y dar mi sangre y mi vida si es
necesario en defensa de la familia. Mantendré, preservaré y defenderé a
todos los que sirvan conmigo y bajo mi mando, y cuando llegue el
momento de transmitir el título, juro dárselo al primer hijo de tu sangre,
el hijo de Caterina Rossi y Franco Bianchi.
Esas últimas palabras, dichas por Luca de forma alta y clara, son un frío
recordatorio del contrato que firmé y de mi lugar en esta familia. Un
recordatorio de que ni siquiera tendré hijos a los que amar, ni familia que
me consuele mientras mi marido está afuera matando, torturando y
follando con otras mujeres. La señora Rossi tuvo eso, al menos, una
hermosa hija a la que amar y querer, aunque no pudiera tener un marido
al que le importara algo más que su poder y su codicia.
Yo no tengo nada. Ni marido, ni hijos, apenas mi mejor amiga. Ningún
propósito real que no sea el de sentarme, callar y agarrarme al brazo de
Luca en público cuando sea necesario. Soy una esposa trofeo, una
decoración, un medio para un fin. Una carta retirada del juego.
Mi felicidad no importa en absoluto.
Oigo la respiración de Caterina y la miro de reojo para ver su mano
presionada sobre la boca, con las lágrimas acumuladas en las pestañas
inferiores, pero ni Luca ni Don Rossi nos prestan atención a ninguna de
las dos. Franco se coloca en su codo mientras Luca toma el anillo, lo
desliza en su dedo índice y agarra la mano de Don Rossi.
―Ha sido usted como un segundo padre para mí ―dice en voz baja,
tan baja que tengo que esforzarme para oírla―. Haré todo lo posible por
ser digno de la confianza que ha depositado en mí.
―Tengo fe en ti, hijo. ―Rossi sonríe débilmente, agarrando la mano de
Luca hasta que sus nudillos se vuelven blancos.
―Necesita descansar ―dice Caterina de repente, dando un paso
adelante. Su voz es temblorosa y su rostro está muy pálido, pero parece
firme―. Por favor, ya fue suficiente ceremonia.
―Silencio, mujer ―gruñe Franco y yo lo miro bruscamente,
sorprendida. He pasado muy poco tiempo con él, pero en las pocas
ocasiones en que nos hemos encontrado, parecía el más alegre y fresco de
todos, no alguien que se tomara la vida tan en serio, pero ahora veo a
alguien más debajo de eso, alguien capaz de arremeter contra su
prometida en uno de los peores días de su vida, y que podría tener un
lado tan brutal como cualquiera de estos otros hombres.
Es un recordatorio para mí, una vez más, de que no debo bajar la
guardia. No puedo confiar en nadie, menos en mi nuevo esposo.
Caterina se estremece visiblemente, encogiéndose a mi lado y me duele
el corazón al verlo. Todo lo que he visto de ella hasta ahora me ha
demostrado que es amable, que al menos quiere intentar ser mi amiga,
aunque me cueste dejarla entrar.
Ver a Franco ser tan cruel con ella me hace odiarlo, al menos Luca me
habla con educación en público, aunque nos peleemos a puerta cerrada.
―Quiero que Giulia sea vengada. ―Le oigo decir a Rossi en voz baja,
todavía agarrando la mano de Luca―. Esos perros bastardos mataron a
mi mujer, eso no es algo que pueda quedar sin respuesta.
―No sabemos con seguridad que sea la Bratva ―responde Luca en voz
baja―, pero ten por seguro, Vitto, que no permitiremos que se ignore su
muerte.
―No podré estar en su funeral, asegúrate...
―Yo me encargaré de todo, papá ―le dice Caterina, adelantándose de
nuevo con la barbilla levantada―. No te preocupes por nada. ―Se acerca
a su cama sin mirar a Franco, tomando la otra mano de su padre―. Me
aseguraré de que mamá descanse bien.
Para mi sorpresa, me doy cuenta de que realmente quiere a su padre.
No debería haberme sorprendido, supongo; estoy segura de que mi
propio padre hizo muchas cosas tan violentas como las que ha hecho
Rossi. Después de todo, trabajaba para él, le servía, de hecho, y yo amaba
profundamente a mi padre, pero no era consciente de las cosas que hizo,
y de todo aquello en lo que participó. Caterina seguramente sabe más…
fue criada para ser parte de esto, casarse con el hombre correcto y ser una
buena esposa de la mafia, pero aún así lo ama.
Y ahora él y Franco son todo lo que le queda.
―Vamos ―dice Luca secamente, soltando la mano de Rossi y cruzando
hacia mí―. Es hora de que vuelvas a casa y estés a salvo.
Las palabras deberían ser tranquilizadoras, pero no lo son. Sin embargo,
sé que no tengo otra opción, así que sigo a Luca obedientemente afuera
de la habitación y hacia el ascensor, permaneciendo en silencio todo el
camino.
El anillo que lleva en el dedo brilla con la luz, el rubí se ve de un rojo
resplandeciente. El anillo que lleva en la mano derecha representa un
compromiso tan grande como el anillo de oro que lleva en la izquierda, y
no puedo evitar preguntarme si, llegado el caso, qué compromiso ganará.
Ha prometido mantenerme a salvo, me ha convertido en su esposa para
lograr exactamente eso y, sin embargo, si el título que acaba de jurar
mantener exige otra cosa, ¿qué elegiría?
Me hace sentir más incómoda que nunca, no puedo deshacerme de esa
sensación mientras subimos al auto y recorremos las manzanas de vuelta
al imponente edificio en el que él... nosotros vivimos. La sensación persiste
durante todo el camino hasta el ático, cuando entramos en el salón y él
pulsa el botón para bajar las persianas e inundar la habitación de luz, me
volteo hacia él.
―¿Y ahora qué? ―Trago saliva, mirando a mi nuevo marido―.
¿Cuándo será el funeral?
―Mañana ―me dice con firmeza―, pero tú no irás.
―¿Qué? Pero seguramente como estamos casados la gente esperará
verme ahí...
―Habrá muchas ocasiones en las que se esperará que te vean, pero ésta
no me interesa especialmente. ―Las palabras son frías y cortantes―. Te
quedarás aquí, eso reducirá la probabilidad que la Bratva intente
atacarnos en el funeral, aunque espero que Viktor tenga el suficiente
respeto como para contenerse.
―¿Y qué pasa conmigo, aquí? ―El miedo helado me recorre el vientre
y la columna vertebral: ¿Ha decidido que soy demasiado problemática?
¿Prefiere que la Bratva venga por mí aquí antes que poner a todos los
demás en peligro otra vez? Y si ese es el caso, ¿por qué no seguir adelante
y entregarme?
―No debes salir del ático por ningún motivo, la seguridad se duplicará
y te asignaré un guardaespaldas personal.
―¿Hasta cuándo? ―Puedo sentir que mi pánico aumenta―. Este no era
el trato, Luca. Se supone que me darás mi propio apartamento para que
no tengamos que quedarnos aquí juntos...
―Hasta que la Bratva sea expulsada del territorio. ―Se acerca a mí, con
ese brillo duro en sus ojos verdes. Está tan guapo como siempre; a veces
pienso, traicioneramente, que su aspecto es más atractivo cuando es así,
frío y enfadado, casi aterrador, pero duro y cincelado como si estuviera
hecho de granito. Este hombre duro y frío solo se calienta cuando se acerca
a mí, y solo se ablanda un poco cuando nos tocamos.
Pero no puedo pensar así, no puedo pensar en él de ninguna manera
que me haga desearlo más y bajar la guardia, sentir cosas hacia él que no
sean cautela e incluso odio. No me puedo permitir ablandarme con este
hombre que ahora se ha vuelto aún más poderoso que antes, que podría
tener que ser y hacer cosas aún más horribles para mantenerlo.
―¿Cuánto tiempo llevará eso? ―Mi voz tiembla por mucho que intente
evitar exactamente eso. No quiero que Luca sepa lo asustada que estoy,
de él, de ellos, de todo esto, pero no puedo evitarlo.
Se encoge de hombros con indiferencia, como si no importara.
―¿Quién sabe? ¿Semanas? ¿Meses? ¿Años? No puedo saber la
respuesta a eso, Sofia. Serán derrotados cuando se den cuenta que no
pueden ganar y no antes de eso. Viktor no se rendirá fácilmente.
El pánico me inunda. Siento que mi pensamiento racional y lógico se
desvanece ante el hecho de ser mantenida como una virtual prisionera en
este ático -por muy lujoso que sea- durante un tiempo indeterminado.
―¡No! ―exclamo, sacudiendo la cabeza y dando un paso atrás,
tratando de poner algo de distancia entre nosotros―. Me lo prometiste,
me dijiste que si me casaba contigo estaría a salvo, que...
―Lo estarás ―dice con paciencia, pero puedo oír cómo se está
erosionando de su tono―. Con el tiempo.
―¡Pero no puedes decirme cuánto tiempo! ―Trago con fuerza,
sintiendo que el nudo de mi garganta se hincha y me ahoga―. Rossi ni
siquiera pudo proteger a su mujer, ¿y ahora quieres que me sienta segura
cuando dices que ni siquiera puedo salir de este apartamento?
―¡Rossi no es el Don, ahora! ―truena, dando dos zancadas hacia mí y
antes que pueda intentar esquivarlo, me toma en brazos como si no pesara
nada, al estilo de una novia. No se me escapa la ironía y me retuerzo en
sus brazos, intentando zafarme mientras me lleva escaleras arriba. A
mitad de camino, casi consigo soltarme y Luca gruñe de frustración, un
sonido que me produce un escalofrío no del todo desagradable.
¿Qué demonios me pasa? ¿Por qué me excitan estas peleas? No le estoy
dando cuerda a propósito, ¿o sí?
La ira de Luca me asusta y me excita a la vez, no lo entiendo. Es casi
como si una parte de mí quisiera que él tomara el control como lo hizo la
noche antes de nuestra boda y que me haga sentir las cosas que no puedo
permitirme sentir con él.
―Te vendría bien que te lanzara por el lado de esta escalera ―gruñe,
bajándome brevemente. Por un momento pienso que me va a dejar subir
el resto del camino sola, pero en lugar de eso, me levanta de los pies una
vez más y me echa por encima de su hombro para que me cuelgue sobre
su espalda, mirando las relucientes escaleras de madera mientras
comienza a subir una vez más.
―¡Bájame! ―le grito, golpeando con un puño en algún lugar donde
creo que está su riñón. Mis piernas se agitan y espero vagamente que una
de ellas pueda conectarse con sus bolas, pero él me rodea las rodillas con
un brazo, sujetándolas firmemente contra su pecho y algo de eso me hace
sentir otra descarga de placer en la columna vertebral. Siento con horror
que empiezo a estar más que excitada, que la fina tela de mis bragas se
adhiere húmedamente a mi piel mientras mi cuerpo se enardece.
―De ninguna manera ―dice con rotundidad, llevándome
directamente hacia las puertas dobles que conducen a su dormitorio.
Me deposita sin ceremonias en la cama y yo me levanto
inmediatamente, y algunos mechones de pelo se sueltan de la coleta y
flotan alrededor de mi cara enrojecida.
―No voy a volver a follar contigo. ―Levanto la barbilla, esperando
parecer más segura de lo que estoy. Soy dolorosamente consciente de la
enorme cama que hay detrás de mí, del ático vacío y del hecho que Luca
podría hacerme lo que quisiera, tiene derecho, según su manera de
pensar, de a hacerme lo que quiera, y ver cómo se encoge de hombros para
quitarse la chaqueta del traje no ayuda. Sus musculosos antebrazos se
flexionan cuando se arremanga la camisa y siento que se me seca la boca
cuando se desabrocha el botón superior de la camisa, dejando al
descubierto un trozo de pecho que me hace sentir las rodillas un poco
débiles.
De repente me acuerdo de nuestra noche de bodas, de él dando vueltas
detrás de mí mientras empezaba a desabrocharme el vestido, de lo
diferente que podría haber sido si no le hubiera dicho que acabara de una
vez. ¿Qué habría hecho él si yo hubiera dejado que fuera otra cosa?
¿Habría usado sus manos en mí, como lo hizo cuando me inclinó sobre el
sofá? ¿Su boca?
Oh, Dios. Solo pensar en eso me produce una oleada de algo que no
comprendo del todo, una sensación de opresión en el estómago que hace
que se me erice la piel.
Probablemente Luca ni siquiera haría eso, le gusta tenerme bajo su poder, no
dar placer sin recibir algo a cambio.
―No te lo estoy pidiendo ―me dice, levantando una ceja y siento un
rubor de repentina vergüenza.
―Tampoco me lo pediste la primera vez ―respondo.
―Pues yo no te lo estoy pidiendo. ¿Es eso suficiente para tus
sensibilidades virginales? Pensé que te las había quitado la otra noche.
―Sonríe―. Sofia, como te dije en el hospital, no me interesa una fría
follada contigo. Si quiero mojar mi polla, lo haré con alguien que
realmente sepa qué hacer.
Y así, sin más, me siento completamente humillada. Ni siquiera me
molesto en tratar de entender por qué su rechazo es peor que sus
exigencias. Todo lo que sé es que mi marido por alguna razón pretende
que ni siquiera me quiere ahora que ha probado, que una noche conmigo
lo apagó por completo.
―¿Entonces por qué me arrastraste hasta aquí? ―Me cruzo de brazos
y lo miro fijamente en un esfuerzo por ocultar la oleada de sentimientos
que se agolpan en mi pecho―. ¿Cuál era el objetivo?
―La cuestión, Sofia, es que ya no tendrás tu propia habitación.
Dormirás aquí, conmigo, como debe hacer una buena esposa y donde
puedo vigilarte. No puedo asegurarme de que estás a salvo si estás en el
pasillo. Así que puedes mover las cosas que quieras aquí hoy y dejar el
resto en tu antigua habitación, pueden quedarse ahí. La habitación no será
utilizada por nadie más. ―Se aclara la garganta, mirándome
severamente―. Si duermes, es aquí. Si te das un baño, es en el baño
principal de aquí. Si...
―Entiendo la idea ―le digo rápidamente―. ¿Y qué? ¿Se supone que
debo quedarme encerrada aquí, no salir nunca, dormir a tu lado y no tener
problema con eso?
¿Los ojos de Luca brillan peligrosamente…?
―Eso es exactamente lo que espero que hagas, Sofia ―dice con voz
baja y oscura mientras camina hacia mí―. Porque te estoy manteniendo a
salvo. Ahora soy el Don, esta familia está bajo mi control y haré todo lo
que pueda para asegurarme que no vuelva a ocurrir nada parecido a lo
que pasó en el hotel, pero no puedo concentrarme en eso si estoy
demasiado ocupado asegurándome que mi pequeña demonio de esposa
obedezca mis putas órdenes ―dice las últimas palabras con fuerza,
puntuando cada una de ellas y puedo ver cómo aumenta su ira.
Me aterra y me excita a la vez, no lo entiendo en absoluto.
―No soy uno de tus soldaditos ―siseo, incapaz de resistir el impulso
de contraatacar―. No acepto tus órdenes.
Da un paso más, acercando su cuerpo al mío, me mira con ese rostro
bien definido, con sus ojos verdes oscuros y furiosos. Su mano sale
volando, agarrando mi barbilla para inclinarla hacia arriba de modo que
no pueda apartar la vista y aunque su toque no es doloroso, no hay duda
del significado que tiene.
―Aceptarás mis órdenes, Sofia. ¿O tal vez prefieras aceptar otra cosa?
―Sonríe fríamente―. Si follarte es lo que tengo que hacer para que
cumplas, entonces tal vez sea un deber que tenga que asumir. Igual que
protegerte. Desagradable, pero necesario. Tal vez deberíamos averiguar
si tu boca me complace.
Está mintiendo. Sé que lo hace. Lo sentí dentro de mí, sentí cómo perdió
el control al final, con su boca devorando la mía mientras sus manos
recorrían mi cuerpo, y su polla dura y palpitante mientras se corría. Sé que
lo disfrutó, pero por alguna razón se empeña en insistir en que no me
desea, que el sexo conmigo le resulta desagradable.
―No. ―Trago con fuerza, arrancando mi barbilla de su agarre y
retrocediendo. Si hay algo que sé que no quiero, es que Luca me folle
mientras actúa como si no lo quisiera, eso lo haría mucho peor. Ya es
bastante confuso el modo en que me hace sentir sin complicarlo aún
más―. Está bien, me quedaré aquí hasta que la Bratva deje de ser una
amenaza.
―Bien. ―Se endereza, con una expresión de satisfacción―. Ahora que
eres mi esposa, Sofia, y que he asumido mis nuevas responsabilidades, es
importante que conozcas a los miembros de alto rango de la familia, a sus
esposas y sus posiciones. Te dejaré un iPad en el que Carmen podrá cargar
todos esos detalles; estúdialo como lo harías para un examen ―añade―.
porque espero que te sepas cada palabra. Es importante que no me
avergüences en los eventos a los que tengamos que asistir juntos. Galas
benéficas y eventos similares. ―Frunce el ceño―. Espero que no vayas a
discutir conmigo por esto.
Su voz vuelve a ser fría, reservada y formal, trago más allá del nudo en
la garganta. Mi marido tiene tantas facetas diferentes y no entiendo
ninguna de ellas, o qué le hace cambiar de una a otra.
―No ―le digo en voz baja.
―Me alegro de oírlo ―me dice, mirándome de reojo mientras se dirige
al armario―. Ahora tengo una gran responsabilidad, Sofia. Necesito una
mujer que pueda ser al menos una esposa decente para esta familia y para
mí.
Su tono cortante me dice todo lo que necesito saber sobre la fe que tiene
en que puedo hacerlo y la verdad es que tiene toda la razón para sentirse
así: no quiero estar aquí, no quiero ser su esposa en absoluto y mucho
menos una buena esposa de la mafia, pero por alguna razón, la forma en
que lo dijo me hizo sentir aún peor que antes.
Me siento en el borde de la cama y me quedo sin palabras mientras Luca
recoge su traje y va al baño a cambiarse. Cuando sale, apenas me mira.
―Le diré a Carmen que te envíe esa información para que la estudies,
te preguntaré al respecto cuando vuelva. ―Me mira entonces, con una
expresión plana y sin emoción―. No intentes nada estúpido, Sofia.
Y luego sale dando grandes zancadas, dejándome ahí sin otra palabra,
sin una despedida, sin nada más. Subrayando lo que este matrimonio es
a puerta cerrada. Una farsa, una mentira construida para protegerme, la
cual no sé si pueda hacerlo.
Cuando oigo cerrarse la puerta principal y sé que estoy realmente sola,
no puedo evitarlo. El peso de todo lo que ha sucedido en los últimos días
se derrumba y me pongo de lado en la cama, enterrando la cara entre los
brazos.
Y así, sin más, rompo a llorar.
3

La pelea con Sofia me deja exhausto.


Si soy sincero, no es solo la pelea con ella. Es todo lo demás que ha
ocurrido también: el drama de nuestra noche de bodas, el ataque al hotel,
las heridas que me llevaron al hospital, la repentina transferencia del
título de Rossi hacia mí y todo lo que eso conlleva.
Pero al final, todo eso se reduce a una persona: Sofia.
Sin ella, nada de esto habría ocurrido, y aunque nunca querría o
autorizaría matarla, de repente puedo ver por qué Rossi sintió que era la
solución más conveniente. La pelea que acabamos de tener solo ha hecho
que me frustre más con ella y con su incapacidad para quedarse callada
por cada puta cosa que le digo que haga.
No ayuda el hecho de que la sola acción de estar cerca de ella sea
suficiente para excitarme, y el hecho de pelearme con ella, ver que su piel
se vuelve de ese bonito tono rosado, que sus ojos arden y esa delicada
barbilla puntiaguda se levanta, ver la forma en que tiembla de rabia, me
pone tan duro como nunca he estado en mi vida. Ahora que hemos
superado el obstáculo de quitarle la virginidad, lo único que quiero es
meterla en mi cama y pasar un fin de semana entero dentro de ella, sin
hacer otra cosa que follarla de todas las maneras posibles hasta que los
dos estemos completamente secos.
Por esa razón necesito hacer cualquier cosa menos eso, exactamente por
este motivo me he empeñado en hacerle creer que su inocencia y su falta
de experiencia no me calientan por completo, cuando en realidad es
exactamente lo contrario. Porque no necesito la distracción, es bastante
difícil mantener mi lujuria frente a ella bajo control, así que cada vez que
terminamos cara a cara, es solo una fachada mía cuando manifiesto que
no quiero tener nada que ver con ella sexualmente.
Cuando en realidad, quiero todo con ella sexualmente.
Llevo dieciséis años follando con todas las mujeres que puedo y nadie
me ha cautivado como Sofia Ferretti, no, mejor dicho, Sofia Romano. Ahora
tiene mi apellido, que es otra cosa que me vuelve absolutamente loco
cuando se trata de ella.
Le he dado todo: mi protección, mi nombre, mi casa, mi seguridad y mi
riqueza, mi polla y cualquier otra cosa que pueda necesitar para
mantenerse a salvo y protegida. Sin embargo, actúa como si la estuviera
torturando al insistir en que siga unas simples instrucciones. Es una locura
y me dan ganas de estrangularla.
Algo que podría conseguirse fácilmente con mi polla en su garganta en lugar
de con mis manos alrededor de su cuello.
Me sacudo el pensamiento apretando los dientes mientras intento
quitarme a Sofia de la cabeza. Al menos, al final de esta discusión en
particular, parecía estar de acuerdo.
Ya veré qué tal ha ido cuando vuelva a casa, pero antes de eso, tengo
varias cosas de las que ocuparme, la primera es visitar a Rossi antes de ir
al funeral de su esposa y tener una discusión sin tantos oídos en la
habitación.
―Él necesita descansar ―intenta decirme la enfermera mientras me
dirijo a su habitación, pero puedo ver a través de la ventana que está
despierto y esto no puede esperar. Él estará de acuerdo conmigo, así que
simplemente la ignoro y me dirijo a la puerta.
Casi me aparta la mano de un manotazo y me giro para mirarla
fijamente, clavándole mi gélida mirada verde.
―¿Sabe quién soy, señorita…? ―Miro su placa de identificación―.
¿Browning?
―No, pero supongo que debe ser de la familia si se le ha permitido
subir hasta aquí...
―Soy Luca Romano ―le digo con frialdad, con voz rígida y autoritaria.
La autoridad se siente bien―. El nuevo Don de la rama americana de la
mafia italiana, y si no sabes lo que eso significa, te sugiero que vayas a
buscar a tu superior y le cuentes lo que acabo de decirte para que te
eduque sobre cómo hablar con tus superiores.
La enfermera se pone pálida y me permito disfrutarlo por un momento.
Mi nuevo título tiene beneficios que van más allá de la riqueza y uno de
ellos lo estoy viendo en tiempo real en este momento.
―Por supuesto, señor Romano ―dice rápidamente, retrocediendo para
que pueda entrar en la habitación.
―¿Otra vez coqueteando con las enfermeras? ―bromea Rossi mientras
me dirijo a grandes zancadas hacia su cama, acercando una de las sillas
para poder sentarme.
―Soy un hombre casado ―le digo con burla y Rossi resopla,
levantándose un poco.
―Sabes tan bien como yo que eso no significa una mierda. Me he
follado a más mujeres después de casarme que antes, creo. ―Sonríe―.
Cuanto más poder y dinero tienes, más se alinean para caer en tu cama.
Recuerda mis palabras, tendrás más coños ahora que antes de tomar mi
título.
―Yo no lo tomé ―señalo―. Me lo entregaste. Hubiera sido feliz de
seguir esperando.
―Bueno, lo hecho, hecho está. ―Frunce el ceño, y el humor ligero se
disipa―. ¿De qué has venido a hablar, Luca? El funeral es mañana, ¿no?
―Sí. El velorio es por la mañana, y el servicio por la tarde. ―Me inclino
hacia delante, mirándolo fijamente―. Tenemos que hablar de la amenaza
de la Bratva y de lo que hay que hacer al respecto. Sé que tal vez no te
guste cómo quiero manejarlo, pero...
―¿Qué hay que discutir? ―Su voz se eleva―. Mataron a mi maldita
esposa, Luca. Vamos a la guerra y matamos hasta el último perro ruso que
haya tenido su sangre en las manos hasta que los hagamos retroceder
tanto que no se arrastren fuera de sus guaridas durante otra década.
Bueno, esa es la respuesta que esperaba. Respiro profundamente,
preparándome para la pelea que sé que va a venir.
―No es así como creo que debemos manejarlo. Entiendo el deseo de
venganza ―le digo rápidamente―, pero con eso no termina, Vitto. Nunca
termina. Quiero llevarnos por un camino diferente.
―¿Qué otro camino hay? ―gruñe enfadado―. Mataron a tu padre,
Luca. Mataron al padre de Sofia. Tu madre se suicidó porque no podía
soportar el miedo de preguntarse cuándo serías tú el siguiente. ¿Cuánta
sangre más tiene Viktor que ordenar que se derrame para que decidas que
todos deben morir?
―Vitto, sé razonable. ―Aprieto los dientes, tratando de mantener mi
voz medida y la clara frustración en ella―. ¿Qué crees que pasará si
matamos a Viktor Andreyev? Deberíamos eliminar a algunos de sus
soldados, sí. Tal vez incluso un brigadier o dos, pero no podemos
masacrar al jefe de la Bratva y a todos los demás junto con él. ¿Qué le dice
eso a los otros territorios, a los irlandeses que expulsamos de Nueva York
hace décadas y con los que tenemos una paz tentativa ahora si
simplemente matamos a otro líder? ¿Derramar su sangre y la de todos los
rusos en las calles hasta que se pongan rojas? Ya no habrá confianza, y no
habrá razón para hacer tratados. Será una guerra total, nadie nos creerá
cuando intentemos hacer tratos. Nuestro negocio depende de los tratos,
Vitto. Demonios, hemos estado trabajando con los irlandeses en las armas
durante los últimos siete años y te ha hecho un hombre rico.
―Me importa una mierda todo eso, ellos mataron a Giulia.
Su cara se enrojece de rabia y por un momento, me preocupa que pueda
llegar a sufrir un ataque al corazón o algo igual de malo.
―Perdona que te diga esto, pero no creía que estuvieras tan enamorado
de ella, Vitto ―digo con calma―. La mataron, sí. Pero no quedará
impune. Si quieres que mueran los hombres que pusieron las bombas, le
pediré a Viktor que los entregue. Los tiraremos desde un muelle y
veremos cómo se hunden, pero estás hablando de violencia a una escala
que no se ha visto en… Cristo, ni siquiera sé cuándo. Antes de que yo
naciera, quizá antes que naciera mi padre.
―Para ser hijo de Marco, te pareces más a Giovanni ―dice con un
gruñido―. No se trata de amor, maldito muchacho. Se trata de venganza,
se trata de que mataron lo que era mío, de quitarme algo que me
pertenecía. ¿Cómo reaccionarías si fuera Sofia? ―Él estrecha los ojos―.
Yo tan solo amenacé su vida y tiraste por la borda toda esa soltería que
tanto apreciabas, te apresuraste a ponerle un anillo en el dedo como un
chico enamorado, y me dices que no pintarías las calles de rojo para
vengar su muerte.
Intento pensar en eso solo por un momento, y sé que no se equivoca.
Pienso en la sangre salpicada en las paredes de la habitación del hotel
cuando entré a rescatarla de Mikhail, en los quejidos moribundos de todos
esos hombres, y en los dientes en el suelo cuando torturé a uno de los
soldados de Viktor para conseguir la ubicación. ¿Haría eso y más si ella
estuviera muerta?
Quisiera decir que no estoy seguro, quisiera decir que sé que eso no la
traería de vuelta, que pensaría en el bien de la familia, que mantendría la
lucidez y trataría de hacer lo mismo que estoy haciendo ahora: poner paz
y devolver el orden a nuestras calles.
Pero la verdad es que mataría a todos los hombres que pensaran en
hacerle daño a Sofia, hasta Viktor Andreyev, y luego lo haría pedazos y
se los daría de comer a los perros.
Sin embargo, nada de eso ayuda ahora, nada de eso cambia el hecho de
que la guerra no va a arreglar nada, solo va a empeorar las cosas.
―Desearía que Giulia estuviera todavía aquí, de verdad ―le digo con
calma―. Veo tu dolor, Vitto y entiendo tu deseo de venganza, pero,
¿cuántos civiles resultaron heridos en esa explosión? ―Hago una pausa,
mirándolo―. A nosotros también nos caerá la ley encima si hay
demasiados daños colaterales, y una guerra con los rusos significa la
muerte de gente que no tiene nada que ver con esto.
―La policía está en nuestros bolsillos o en los de ellos ―dice Rossi con
un movimiento de la mano―. No habrá problemas y lo sabes.
―Siempre hay algunos que insisten en hacer su trabajo, y si escalamos
esto hasta el punto de que los federales se involucren…
―¿Y qué? ¿Quieres echarte al suelo y mostrar tu vientre como un perro
azotado? ¿A los Ussuri1? A la mierda ―escupe.
―No voy a ceder. ―Siento que estoy a punto de perder la paciencia―.
Tú me hiciste don, Vitto. Así que déjame ser don.
―No sabía que había elegido a un heredero que sería tan débil.
Su voz es cortante.
―Pensé que eras el hijo de tu padre.
―Lo soy ―digo con frialdad―, y en muchos aspectos, también soy hijo
tuyo. No soy débil, Vitto. Intento ser práctico.
No hay duda que está tratando de sacarme de quicio, de hacerme enojar
lo suficiente para que acepte lo que quiere, pero no voy a picar el anzuelo.
No tenía intención de llegar a este puesto tan pronto, pero siempre he
pretendido liderar a mi manera y no voy a cambiar eso ahora.
―Mmm. ―Resopla, girando la cara hacia otro lado―. Estoy cansado,
asegúrate de que mañana hagan lo correcto con Giulia. Hablaremos de
esto después.
Es un claro despido, una parte de mí se indigna al ver cómo cree que
puede deshacerse de mí tan fácilmente, pero no voy a insistir en esto.
Ahora tengo el anillo y el título, y tengo la intención de proceder a mi
manera durante el mayor tiempo posible, independientemente de cómo
Rossi parece querer seguir gobernando a través de mí. Eso solo ocurrirá
si lo permito y no pienso hacerlo.
Decido pasar la noche lejos de Sofia. Necesito tiempo para procesar,
para pensar en todo lo que ha pasado en las últimas cuarenta y ocho horas.

1
Rusos
Así que, en lugar de ir a casa, le envió a Carmen un mensaje pidiendo que
me entreguen un traje nuevo en el hotel en donde me voy a alojar. Luego,
le doy a mi chófer la ubicación antes de recostarme en mi asiento y
servirme un generoso trago de whisky. No suelo beber por la tarde, pero
creo que ahora es un momento tan bueno como cualquier otro para hacer
una excepción.
La habitación del hotel es fresca y con olor agradable, está
perfectamente ordenada y limpia, es una de las mejores suites que tienen
disponibles. Me quito el traje inmediatamente y lo cuelgo, sirviéndome
otro trago de whisky del minibar antes de entrar en el gran cuarto de baño
y abrir las llaves de la ducha. Me bebo el trago dorado mientras espero a
que se caliente el agua, disfrutando del ardor que me produce en el pecho
y del sabor ahumado en el fondo de la garganta.
Por fin un poco de jodida paz y tranquilidad. Me siento más agotado que
nunca, la carga de responsabilidad sobre mis hombros se ha multiplicado
por diez. Necesito un momento para respirar, recordar quién soy y por
qué he hecho todo esto durante tanto tiempo.
Pero la verdad es demasiado simple, nací en esto, no conozco otra vida
y no creo que quiera hacerlo, y ahora Sofia ha echado por tierra todo eso.
Tenía mi futuro planeado… continuar con mi estilo de vida de playboy
rico hasta el día en que el título pasara a mis manos... y luego seguir siendo
un playboy rico, pero con más responsabilidades. Los hijos estaban
descartados, lo que significaba que una esposa no era necesaria. ¿Y el
amor?
El amor es para otros hombres. Hombres inferiores. Mi padre amó a mi
madre. Aunque no estoy seguro de lo que significa el amor, sé eso.
Pero por lo que oí de la familia de Sofia, su padre amó a su madre, y
mira a dónde los llevó... a dónde nos llevó a todos nosotros. El padre de
Sofia fue asesinado por la Bratva, mi padre asesinado para vengarlo, mi
madre, muerta, la madre de Sofia, muerta. Ambos somos huérfanos. ¿Y si
el padre de Sofia no hubiera insistido en casarse con una mujer rusa?
Tal vez todos estarían todavía aquí. Giovanni, Marco, sus esposas. Mis
padres.
Pero Sofia no existiría. No sin todo eso.
―Esto se está volviendo jodidamente filosófico para mi gusto.
Murmuro en voz alta a la habitación vacía, apartando los pensamientos
de mi cabeza. No tiene sentido darle vueltas al pasado.
Lo hecho, hecho está y los muertos están muertos. No pueden regresar.
Todo lo que puedo hacer es asegurarme de que la carnicería se detenga y
que no haya más que los sigan prematuramente hasta las tumbas.
Diga lo que diga Rossi al respecto, no quiero la guerra.
Cree que no estamos destinados a ser hombres de paz, siempre lo he
sabido. Él se alimenta de eso, pero yo nunca he sido ese hombre. Creo que
la paz es posible para todos nosotros si trabajamos juntos. Tenemos los
mismos intereses, después de todo.
Así que lo que hay que hacer es encontrar ese terreno común y resolver
entre todos cómo conseguirlo sin pisar los pies de los demás. Es más fácil
decirlo que hacerlo, y con Rossi intentando seguir gobernando a través de
mí, añade otra capa de complicaciones.
Me meto en el agua caliente, gimiendo de placer mientras me resbala
por la espalda y mis pensamientos vuelven a centrarse en Sofia.
Ella también es una complicación. Creía que podría dejarla de lado
después de la boda, pero está claro que no será así. Permanecerá en mi
casa y en mis pensamientos durante más tiempo del que me siento
cómodo, y no sé cómo enfrentar esto.
Sería más fácil si fuera un hombre como Rossi, y aunque no estoy por
encima de darle a Sofia todo lo bueno que ella me da, incluso empujándola
a enfrentarse a sus propios deseos como aquella noche que la doblé sobre
el sofá, no me atrevo a obligarla a acostarse conmigo, eso no me atrae. Soy
un hombre violento, pero nunca con las mujeres, y a decir verdad, es parte
de lo que siento que nos separa de la Bratva. Nunca le haría daño a una
mujer.
Sin embargo, Sofia me está volviendo jodidamente loco.
Solo pensar en ella me pone duro, siento que mi polla se engrosa
mientras estoy bajo el agua, se levanta obstinadamente al recordar su
cálido cuerpo bajo mis manos hace dos noches, su pequeño grito cuando
me deslicé dentro de ella por primera vez, la forma en que se tensó en
torno a mí, su coño virgen apretándose alrededor de mi polla como si
quisiera que la penetrara lo más profundamente posible. Podría haberme
dicho que acabara de una vez, pero su cuerpo dijo lo contrario.
Mierda. Mi polla palpita, con el pre-semen perlado en mí punta,
mientras mis bolas se tensan por la necesidad y gimo sin poder evitar
rodear mi gruesa longitud con mi mano y acariciarla lentamente. Tengo
la suerte de que cuando me obligaron a casarme, me tocó una mujer que
se niega a hacer el papel de esposa obediente. Hay tantos placeres que
podría mostrarle, tantas cosas que podría enseñarle. Pienso en cómo se
sienten sus labios suaves bajo los míos, en cómo me besan mientras sus
mejillas se ruborizan cuando la penetro y en lo bien que se sentirían
envueltos en mi polla.
Toda mi vida dije que despreciaba acostarme con vírgenes, que eran
pegajosas y no eran buenas en la cama, que mi regla de no acostarme
nunca con la misma mujer dos veces significaba que, para mí, una virgen
no era más que un mal sexo, pero Sofia es mía.
Podría entrenarla para mi placer, enseñarle a chuparme la polla como a
mí me gusta, a metérsela hasta el fondo de la garganta, y a mirarme con
esos bonitos ojos oscuros mientras sus labios se fruncen y se enrojecen
alrededor de mi pene por el esfuerzo que supone tomar todo de mí.
Y nunca he sido un amante egoísta, la recompensaría con mi lengua en
su coño, lamiéndola hasta que alcanzara todos los orgasmos que pudiera
soportar. La dejaría sin fuerzas por el placer antes de tomarla en todas las
posiciones que se me puedan ocurrir para enseñarle. Solo de pensar en
Sofia encima de mí, con sus senos rebotando mientras cabalga sobre mi
polla, o en su trasero levantado si la tomo bruscamente por detrás, es
suficiente para llevarme al borde del orgasmo.
Mi polla palpita en mis manos, mis bolas adoloridas me avisan que
estoy cerca, y el impulso de acariciar más fuerte y más rápido me golpea.
Podría acabar en cuestión de segundos y tener un poco de alivio, pero,
por la razón que sea, voy más despacio, saboreando la sensación de la piel
sobre la piel mientras imagino todas las formas en que podría tomar a mi
esposa, y en todas las cosas que podría hacerle si se rindiera.
Podría someterla a mi voluntad, pienso, y gimo mientras la palma de mi
mano roza la resbaladiza cabeza de mi polla. Podría hacer que aceptara que
me desea, hacer que sea mi esposa en todos los sentidos.
Dejo que la fantasía se apodere de mí por un momento, aunque sé que
no lo haré. Es una distracción demasiado grande cuando tengo una guerra
que evitar, una organización que dirigir y la Bratva a la que someter. El
deseo de permanecer sin ataduras emocionales no es la única razón por la
que he evitado acostarme con la misma mujer más de una vez.
También es para no perder el rumbo, para no estar tan inmerso en el
placer que me olvide de lo que se necesita para mantener todo lo que he
ganado para mí, y hasta ahora, nunca ha habido una mujer que pudiera
amenazar eso.
De pie, en la lujosa ducha, con las caderas empujando en mi puño
mientras vuelvo a trabajar para llegar al clímax, está claro que eso ha
cambiado. He perdido la cuenta de cuántas veces me he dado placer
pensando en Sofia, cuántas veces su bonito rostro, sus labios carnosos y
su perfecta figura han sido lo que ha pasado por mis ojos mientras
alcanzaba el clímax. Tanto si la vuelvo a tocar como si no, se ha convertido
en algo parecido a una obsesión. Algo que amenaza con destruir el
cuidadoso control y la disciplina que he construido durante tantos años.
Solo llama a alguien, solo sal, fóllate a otra mujer por el amor de Dios, pienso
mientras un torrente de imágenes llena mi mente... Sofia de rodillas, Sofia
inclinada, Sofia chupando mi polla y gimiendo alrededor de ella mientras
yo lamo su coño al mismo tiempo, ahogándola con mi longitud y haciendo
que se corra a la vez. Sofia intentaba no mirarme mientras tomaba su
virginidad, el dulce calor húmedo de ella me envolvía, una tensión que
nunca había sentido antes, un placer que no había imaginado que podría
tener con ella. Mentí cuando dije que fue malo.
Nunca había sentido nada como ese orgasmo, todo lo que quería era
arrancar ese maldito condón y sentir su coño apretado alrededor de mi
polla desnuda, llenándola con mi semilla hasta que no me quedara nada
para darle.
―¡Mierda! Mierda... Dios, maldita sea… ―gimo mientras mi polla
entra en erupción en mi puño, el semen salpica la pared de la ducha
mientras mis bolas se tensan hasta el punto del dolor, y los músculos de
mis muslos se ponen rígidos por el esfuerzo. Es como si no fuera a parar
nunca, y me sacudo con más fuerza, imaginando todo ese semen pintando
las tetas de Sofia, su cara, sus labios, ella tragándoselo, enterrándolo
profundamente dentro de ella, lo bien que se sentiría...
Estoy jadeando cuando mi polla deja de palpitar, apoyado en el lateral
de la ducha con el agua aun cayendo sobre mí. Sé lo que tengo que hacer,
igual que lo he sabido desde la noche en que inmovilicé a Sofia contra la
puerta de mi casa y me di cuenta del tipo de deseo que despierta en mí.
Necesito encontrar alguna otra mujer, quizá más de una, demonios,
todas las que pueda traer a esta habitación de hotel y sacarme a Sofia de
la cabeza. Necesito desahogarme con tantos cuerpos dispuestos como
pueda hasta que recuerde que ninguna mujer tiene ese tipo de influencia
sobre mí y exactamente por eso he permanecido soltero toda mi vida.
Pero incluso mientras recupero el aliento, sé que no lo haré. No voy a
follar con nadie esta noche, y probablemente tampoco mañana. No saldré.
Pediré al servicio a la habitación y beberé todo lo que pueda del minibar,
luego probablemente me masturbaré de nuevo, tal vez incluso dos veces,
pensando en Sofia. Pensando en todo lo que quiero de ella pero que me
niego a aceptar.
Recuerdo a Rossi en la habitación del hospital, llamándome débil.
Nunca creeré que querer la paz por encima de la guerra me convierta en
un líder débil, pero justo ahora, con mi polla desinflándose contra mi
muslo después de semanas en las que solo me he dado placer a mí mismo,
interrumpido por esa única noche con mi ahora esposa, no estoy seguro
de no tener una debilidad después de todo.
Si soy débil en algún sentido, es por Sofia y solo por ella, y hay una cosa
que me han enseñado toda mi vida.
Un hombre en mi posición no puede tener ninguna debilidad.
4

No sé qué hacer conmigo misma en todo el día. Me doy un baño


después de que Luca se va y me quedo aquí todo el tiempo que puedo
hasta que mi piel se vuelve rosada y se me arrugan las yemas de los dedos,
intentando apartar de mi mente nuestra discusión y todo lo que ha dicho,
intento concentrarme en las cosas buenas: en el lujoso aroma a hierbas del
champú que traje al baño de Luca desde el mío, el gel de ducha de vainilla
y miel, los dos cabezales de ducha que me hacen sentir como si estuviera
en el hotel más lujoso en el que me he alojado. Mi baño me parecía
absurdo, pero el de Luca lo es aún más. Los azulejos están calefactados, la
bañera es enorme y la ducha igual de grande. Trato de concentrarme en
ese placer, disfrutando de quitarme de encima el olor y la sensación del
hospital hasta que me siento renovada físicamente, al menos.
Y entonces, menos de una hora después de que se fue, entro en la sala
de estar y encuentro un iPad sobre la mesa de centro, tal y como me había
dicho, con una nota adhesiva con un código de acceso escrito en negrita.
Alguien dejó esto. ¿Hay algo que él quiera que no se haga inmediatamente?
Introduzco el código de acceso y descubro que el acceso a Internet y los
mensajes de texto están desactivados y que solo hay una aplicación para
documentos, con todo lo que Luca le debe haber pedido a Carmen que
envíe descargado. Un rápido vistazo muestra que contienen árboles
genealógicos, nombres de miembros de alto rango y esposas e hijos, las
amantes de los hombres que fueron llevadas a los eventos en lugar de sus
esposas, todo lo que podría necesitar saber sobre la familia para conversar
educadamente en los eventos y nada más. Nada interesante, ninguna
información privada, ningún negocio. Solo los detalles más tibios para
que los recite si es necesario, como la bonita marioneta de Luca.
Solo de verlo ardo de resentimiento. Luca se ha retractado de todo lo que
me prometió, pienso con amargura. Había prometido dejarme virgen y aquí
estoy, desflorada e insultada por lo mismo. Me había prometido darme
mi propio apartamento y ahora no solo estoy atrapada en su ático durante
un tiempo indeterminado, sino que me veo obligada a compartir la cama
con él. Me había prometido que apenas tendríamos que vernos después
de la boda y ahora no hay nada más lejos de la realidad.
Ahora me ha puesto deberes.
Jodidamente no los voy a hacer. Mi rebeldía me sube por el estómago,
caliente y amarga, tiro el iPad a un lado en el sofá. Luca puede irse a la
mierda. No quiero aprenderme los nombres de los hombres de su
organización, los cuales han controlado mi vida desde que era una niña
sin que yo lo supiera. Me pregunto cuántos de esos hombres eran los que
iban de traje a nuestro apartamento, y si alguno de ellos fue el se llevó a
mi madre para interrogarla, el que le golpeó la cara y la amenazó.
Los odio, los odio a cada uno de ellos. No me importaría que todos ellos se
murieran, pienso y por muy horrible que sea ese pensamiento, me permito
recrearme en él durante un minuto porque se siente bien estar molesta, se
siente bien ser mezquina, y dejarme llevar por los peores pensamientos
que pueda conjurar. Después de todo, esos hombres pueden hacer lo que
quieran, sin consecuencias.
Y las mujeres, como Caterina, como yo, y como nuestras madres, pagan
el precio.
Debería haber sido Rossi el que muriera en esa explosión, no Giulia.
Debería haber sido cualquiera de los hombres. Incluso Luca.
El pensamiento me sorprende. No es mi intención, lo sé, pero me siento
bien al permitirme pensarlo, solo por un momento. Estoy tan enfadada
que es como si hirviera de rabia.
Le echo un vistazo al iPad desechado. Si no voy a hacer lo que Luca me
ordenó y solo de pensar en eso en esos términos me enfurece aún más,
entonces ¿qué voy a hacer en el día? Tengo el ático para mí sola, podría
aprovecharlo al máximo.
Al final, decido pasar la tarde en la terraza, junto a la piscina. Siendo
rebelde, voy detrás de la pequeña barra y hago lo único que no he hecho
antes…beber. Hay todo tipo de licores y mezclas imaginables en la nevera
de acero inoxidable con puertas de cristal que hay detrás de la barra, saco
una botella de tequila y una mezcla de margarita de sandía. Si Luca va a
dejarme aquí e insiste en que no puedo ir a ningún sitio por mi cuenta,
voy a hacérselo pagar por eso.
Aunque eso signifique beber todo el alcohol caro que pueda y pedir la
comida más costosa que pueda imaginar. Carmen suele venir a última
hora de la tarde para saber qué quiero cenar, ya que Luca y yo aún no
hemos comido juntos. Al parecer, ha asumido que no sé cocinar y, aunque
sí sé, me alegra que Luca pague la cuenta para comer sin tener que
prepararlo yo.
Con una margarita de sandía con hielo en la mano, con borde de azúcar,
me recuesto en una de las tumbonas junto a la piscina, cerrando los ojos y
tomando el sol. El final de la primavera en Nueva York no suele ser tan
cálido, pero hemos tenido varios días de calor estas últimas semanas y no
me voy a quejar, al menos aquí en la terraza siento que puedo respirar un
poco mejor. El ático de Luca es indiscutiblemente suyo, todo está
cuidadosamente planeado para rezumar poder y masculinidad, y me hace
sentir como si me asfixiara.
Tener mi propia habitación, con mis propias cosas que él me regaló la
noche antes de la boda, lo había hecho ligeramente más tolerable, y ahora,
incluso ese espacio me ha sido arrebatado. Claro, puedo pasar tiempo ahí
durante el día, solo por la noche tengo que dormir en su habitación, pero
no es lo mismo. Ya no se siente como mi escape, un lugar donde puedo
dormir en paz y sentirme casi segura de nuevo.
La idea de pasar todas las noches junto a Luca hace que mi estómago se
retuerza de ansiedad. ¿Cuántas noches pasarán antes que se canse de
dormir junto a un cuerpo caliente al que no puede follar? ¿Cuánto tiempo
pasará antes que traiga a una mujer a casa?
Me sorprende que no haya ocurrido ya. ¿Dónde lo haría? ¿En la
habitación de invitados? ¿En mi habitación?
Ni siquiera es realmente mía, me recuerdo a mí misma. Vuelvo a inclinar
la copa y me bebo la margarita lo suficientemente rápido como para que
se me congele el cerebro y me haga estremecer. Aun así, me levanto para
prepararme otra casi inmediatamente. Quiero dejar de pensar en Luca,
quiero quitármelo de la cabeza, aunque tenga que emborracharme para
hacerlo.
Pero no puedo, me bebo tres margaritas más en la terraza mientras pasa
la tarde, me meto en el agua fresca de la piscina y vuelvo a salir para
estirarme al sol como un gato, intentando pensar en otra cosa que no sea
en mi frío y confuso marido, pero es imposible. Cada vez que miro a mi
izquierda, mi ridículo y enorme anillo brilla a la luz del sol. Cada vez que
miro a mi alrededor, recuerdo que nada de esto es mío, todo es suyo, que
solo lo tengo gracias a los votos que hice hace unas cuarenta y ocho horas.
No hay nada más en lo que pensar porque todo lo que tenía antes ha
desaparecido. Mi educación, mi carrera, mis planes de viajar, mis
esperanzas. No sé cómo será mi futuro, depende de los inciertos tratos de
Luca con la Bratva y de su voluntad de dar marcha atrás. ¿Y si no lo hacen?
Quién sabe qué pasará entonces.
Se supone que estoy a salvo. Se suponía que casarme con Luca me
mantendría a salvo, pero aún me siento tan insegura y asustada como
aquella noche en la que Mikhail me arrastró afuera del club nocturno.
Al cabo de un rato, cuando siento que mi piel empieza a ponerse
demasiado rosa y he agotado mi capacidad de beber otra margarita,
vuelvo a bajar tambaleándome al ático y hago mi pedido para cenar con
Carmen. Todavía furiosa, pido los cuatro rollos más caros de un
restaurante de sushi cercano que encuentro en su menú y luego voy en
busca de más alcohol.
Esperaba que Luca volviera en algún momento. Después de todo, dijo
que el funeral no era hasta mañana, pero a medida que avanza la noche y
el reloj pasa de las ocho a las nueve, y de las nueve a las diez, empiezo a
preguntarme si volverá esta noche. Ceno en la sala de cine, tumbada en
uno de los sillones con el sushi dispuesto en la bandeja extraíble y un gin-
tonic al lado. Apenas presto atención a la película, una sangrienta película
de terror que encaja con mi estado de ánimo, porque mis pensamientos
siguen consumidos por Luca mientras pico mi comida.
Si no viene a casa hay una razón para eso y solo puedo pensar en una
razón que tiene sentido para mí en este momento.
Está con otra mujer, tal vez más de una. No quería lidiar con el drama
de traer a alguien al ático con su esposa aquí, así que probablemente ha
conseguido una habitación de hotel en algún lugar para hacer
exactamente lo que dijo que haría: follar con alguien que haga lo que él
quiere y sea buena en ello. Alguien que pueda complacerlo, tal vez varias
mujeres.
Tal vez mi marido esté celebrando una puta orgía en este momento en
alguna lujosa suite de un hotel de Manhattan.
Para mi sorpresa, siento que las lágrimas arden en la parte posterior de
mis párpados. No hay razón para ello, no debería estar molesta, en todo
caso debería estar agradecida de que Luca esté con otra mujer y no me
moleste.
Pero no me siento así, me siento herida lo cual es estúpido. No quiero a
Luca en mi cama, así que no debería importarme si está en la de otra
persona.
No lo quiero. ¿Verdad? ¿Verdad?
Pienso en nuestra noche de bodas, tratando de recordar exactamente
qué es lo que no quiero, pero de repente parece que no puedo recordar lo
asustada y disgustada que me sentí al descubrir que Rossi lo estaba
obligando a quitarme la virginidad. No puedo recordar por qué le dije que
acabara de una vez, lo único que recuerdo es la forma en que sus dedos
rozaron mi columna vertebral mientras me desabrochaba la espalda del
vestido, y lo hermoso que era su cuerpo desnudo. Nunca había visto a un
hombre desnudo en persona, pero estoy segura que su polla era la más
perfecta que podía existir. Larga, gruesa y recta, casi presionándose contra
su vientre, estaba tan dura.
Por mí. Me deseaba a mí, por mucho que intentara negarlo.
Rara vez pensé en el sexo antes de Luca. Solo me había excitado un par
de veces cuando tuve tanta curiosidad que no pude resistirme. Estuve
demasiada ocupada con otras cosas como para que el placer físico,
conmigo o con cualquier otra persona, fuera una prioridad, pero ahora,
sola en la sala de cine, me olvido del hecho de que se supone que desprecio
a mi marido. Me olvido de que puede haber cámaras, o que cualquiera
puede ver. El recuerdo de Luca acechando hacia nuestro lecho nupcial, su
rostro oscuro y decidido, su cuerpo ondulado por los músculos, y su polla
dura como una roca al verme desnuda, me hace mojarme a pesar de mí
misma. Puedo sentir lo caliente y resbaladiza que estoy en mi interior, y
cómo la fina tela de mis pantalones cortos se pega a mí.
Me resulta fácil apartar la tela, empujando la bandeja para tener más
espacio, separando ligeramente las piernas mientras me masturbo un
poco, deslizando un dedo por el pliegue de mi coño. Recuerdo que Luca
lo llamó así la noche en que me inclinó sobre el sofá, diciéndome lo mojada
que estaba para él, y lo mucho que lo deseaba.
Y así era, pero me dije a mí misma que era porque Luca estaba ahí
tocándome, diciéndome esas cosas sucias, obligando a mi cuerpo a
responder. Por eso estaba tan mojada, por eso quería devolverle el beso,
por eso tenía tantas ganas de correrme cuando jugó conmigo aquella
noche en el sofá.
Pero ahora no está aquí, no me está haciendo deslizar mi dedo entre mis
pliegues, arrastrando la punta a través de la excitación acumulada hasta
mi clítoris, haciendo un pequeño círculo alrededor de ese nudo
endurecido hasta que jadeo y mis caderas se arquean. No me hace pensar
en la forma en que su polla me ha llenado por primera vez, la primera y
única vez que un hombre ha estado dentro de mí, tan cerca de mí, y la
forma en que me he arrepentido por un momento de haberle dicho que
terminara.
No me hace pensar en la forma en que me besó cuando perdió el
control, la forma en que se estremeció contra mí, y la forma en que se sintió
cuando empujó esa última vez. Sabía que estaba llegando al orgasmo, que
solo el fino condón le impedía llenarme con su semen, y que yo había
hecho eso. Le había hecho perder el control, incluso con toda mi
inexperiencia y todas mis protestas.
Tal vez es por eso. Se bajó porque sabía que no lo querías.
Esa es la peor posibilidad, por supuesto, pero no creo que sea el caso.
No creo que a Luca le guste forzarme porque no me habría hecho dormir
con él en nuestra noche de bodas. Desde entonces, se ha esforzado por
hacerme creer que no quiere volver a hacerlo.
Pero no estoy segura de creerlo.
Sé que todo esto es producto de mi mente febril, confundida por todo
el alcohol que he bebido hoy y abrumada por una repentina oleada de
deseo por un hombre que sé que no quiero realmente. Aun así, me
permito imaginarme por un momento lo que podría hacer si cediera, y si
le dijera que lo quiero.
¿Me haría las cosas que Ana solía contarme alegremente después de sus
mejores citas? ¿Cosas que no había imaginado hacer hasta ahora? ¿Bajaría
sobre mí, y me lamería en donde mis dedos están acariciando en este
momento, rodeará mi clítoris con su lengua como yo lo hago con mi dedo,
y seguirá haciéndolo hasta que grite y me corra? ¿Cómo me follaría si se
lo permitiera?
Apenas puedo imaginarlo, una parte de mí se siente indiferente,
incapaz de creer que me estoy masturbando en medio de esta habitación
en este momento, con mis pantalones cortos delgados a un lado y mi coño
desnudo a la vista de cualquiera que pueda entrar, pero parece que no
puedo parar. Empujo dos dedos dentro de mí, tratando de fingir que es la
polla de Luca, tratando de decidir si eso me excita, pero es imposible que
se sienta tan grande como él. Aun así, mi pulgar rozando mi clítoris hace
que mis caderas se contraigan en mi mano, mi respiración se vuelve cada
vez más rápida mientras trato de imaginar su boca sobre mí, con su cabeza
enterrada entre mis muslos.
―Oh, Dios… ―gimo en voz alta, y mis muslos se tensan al darme
cuenta de repente que estoy a punto de correrme. Se siente más fuerte que
cualquier otra vez que haya hecho esto antes, la presión aumenta hasta
que estoy desesperada por correrme, es casi tan bueno como cuando Luca
me provocó hasta el borde aquella noche en que se corrió en todo mi
trasero, con su semilla caliente goteando por la curva de mi mejilla, sobre
mi muslo.
―¡Mierda! ―grito de sorpresa, incapaz de creer que ese último
pensamiento me haya llevado al límite, cuando todo mi cuerpo empieza
a estremecerse, el placer me invade. Gimo y me retuerzo en el asiento,
sintiendo el calor húmedo que se extiende por mis dedos hasta mi mano,
con mi clítoris palpitando bajo mi pulgar.
Y entonces, cuando las olas de mi orgasmo retroceden y la habitación
vuelve a estar enfocada, me doy cuenta de lo que acabo de hacer.
―Oh, Dios. ―Vuelvo a poner mis bragas en su sitio, con las mejillas
enrojecidas. No hay ningún lugar en este apartamento que no tenga
cámaras, excepto el baño, estoy segura. Luca me ha mencionado varias
veces la gran seguridad que hay aquí. ¿Y si uno de sus guardias me viera?
¿Y si Luca revisa las grabaciones y me ve?
Mi corazón late con fuerza, por el orgasmo o por el miedo a que me
descubran, no estoy segura. Nunca me dejará vivir si lo ve, eso es seguro,
y si descubre que uno de sus guardias lo vio...
¿Los castigará? ¿Me castigará a mí? Trago con fuerza, ignorando el
pequeño escalofrío de excitación que me recorre la columna vertebral al
pensarlo.
Sin pensarlo más, tomo mi bebida, recojo mis bandejas de sushi y las
tiro a la basura. Se me ha quitado el apetito por completo, todo mi cuerpo
está entumecido al darme cuenta de lo que acabo de hacer y estoy
horrorizada conmigo misma.
Acabo de masturbarme por primera vez en un año o más,
probablemente, y lo he hecho pensando en Luca. Mi marido. El hombre
que me obligó a renunciar a mi virginidad. El hombre que me cortó el
muslo después cuando no sangré. El hombre al que se le pudo ocurrir esa
idea en primer lugar y que pudo evitar que tuviera que acostarme con él.
Me siento mal otra vez.
Cuando llego al dormitorio, la bebida se ha acabado y dejo la copa sobre
la cómoda sin importarme si Luca lo ve después. Tengo la cabeza mareada
por el alcohol, la piel enrojecida e irritada, no recuerdo la última vez que
estuve tan borracha.
Quizá nunca.
Consigo entrar en la bañera y permanezco bajo el chorro de agua
caliente hasta que pierdo la noción del tiempo, apoyada en la pared.
Intento apartar de mi cabeza la idea de lo que acabo de hacer, y
convencerme de que Luca no se enterará, no le importará, y no hará nada
si lo hace.
Aunque sé que eso no es cierto.
Me siento exhausta y agotada por el día, por todo lo que le precede. En
algún momento, salgo de la bañera y me seco a medias, entrando
tropezándome en el dormitorio. Siento que el estómago se me revuelve de
inquietud y náuseas cuando me meto en la enorme cama, y me siento
torpemente en el centro durante un minuto.
¿Qué lado es el de Luca? ¿En qué lado querrá que yo duerma? ¿Importa?
La idea parece tan ridícula que me dan ganas de echarme a reír y casi
lo hago, un gemido se me escapa de los labios mientras me siento en
medio del edredón gris oscuro del dormitorio desconocido, en una cama
que no es la mía.
Finalmente, elijo un lado y me arrastro bajo el edredón recordando la
primera noche que me desperté aquí en esta cama, antes de saber nada de
esto, antes de saber que Luca sería mi marido, y que todo lo que había
soñado había desaparecido.
Me pregunto cómo será cuando inevitablemente vuelva a estar en la
cama junto a mí. Estiro la mano y la pongo en el lugar fresco del otro lado,
donde la sábana es lisa e intacta, las almohadas están bien apiladas. En
algún momento, habrá una persona aquí. Mi marido.
Nunca había compartido la cama con nadie antes de mi noche de bodas
y ahora la compartiré cada noche con un hombre que debería aborrecer,
pero por el que claramente tengo sentimientos mucho más complicados.
Y no tengo la menor idea de qué hacer con eso.
5

Cuando me despierto por la mañana, lo primero que hago es tomarme


dos aspirinas para el palpitante dolor de cabeza que amenaza con
partirme el cráneo, cortesía del exceso de whisky de la noche anterior.
Lo segundo es llamar al número que sé que me pondrá en contacto con
la mano derecha de Viktor, Levin. No hay un número para hablar con
Viktor Andreyev directamente, pero esto es casi igual de bueno, y necesito
que Viktor sepa que hablo en serio.
―¿Sí? ―La voz gruesa y profundamente acentuada llega a la línea
después de un timbre―. ¿Quién habla?
―Luca Romano, no cuelgues ―le digo bruscamente―. Quieres
escuchar esto.
―Lo dudo, pero por favor, continúa.
―Tengo que reunirme con Viktor.
Hay un resoplido al otro lado de la línea.
―¿Y por qué deberían los Ussuri reunirse contigo? Dime, por favor, por
qué vale la pena su tiempo, subjefe.
―Bueno, para empezar ―digo con frialdad―. Ya no soy el subjefe.
Desde ayer, tomé el lugar de Rossi como Don, hubiera pensado que los
ojos y los oídos de Viktor ya se habrían enterado.
Hay un silencio momentáneo en la otra línea, y estoy seguro que
alguien sangrará esta noche por no haber descubierto esa información
antes, pero ese no es mi problema.
―¿Y Rossi? ―La voz de Levin es ahora cautelosa.
―En el hospital. Vivirá, pero está molesto. Quiere guerra por la muerte
de su esposa como estoy seguro que Viktor espera que lo haga.
―¿Y tú no?
―No ―digo equilibradamente―. Yo no, así que deseo hablar con
Viktor y ver qué podemos hacer. No quiero que haya más derramamiento
de sangre si se puede evitar.
―Palabras audaces de un hombre que recientemente pintó de rojo una
habitación de hotel con nuestros hombres.
―Robaron algo que me pertenecía.
―Viktor diría que debería haberle pertenecido a él.
Eso me sobresalta, pero me cuido de que Levin no lo oiga en mi voz, ni
flaquee lo más mínimo. Si voy a conseguir lo que quiero, tengo que estar
seguro de que los rusos no perciban ninguna debilidad.
Ni siquiera Sofia. Especialmente no Sofia.
―Estoy seguro que, si Viktor y yo hablamos, podemos resolver esto.
No deseo que nadie más muera, podemos detener esto ahora si podemos
llegar a un acuerdo. También quiero que acepte no tomar más medidas
contra nosotros hoy. El funeral de Giulia Rossi es esta tarde y creo que no
es mucho pedir que nos permita ponerla a descansar en paz sin el temor
de más ataques a nuestras mujeres y niños. Los hombres podemos luchar
otro día si es necesario.
Hay una larga pausa y casi me pregunto si Levin colgó. Finalmente, su
voz vuelve a sonar en la línea, con un ligero crujido de estática.
―Le transmitiré el mensaje, pero no prometo nada.
Y entonces termina la llamada.
Bueno, mejor que nada, supongo. Si Viktor insiste en la guerra, será difícil
de detener. Necesito cortar esto de raíz antes que pueda dar algún paso
más, o que Rossi pueda recuperarse lo suficiente como para hacer algo
que empeore las cosas.
Una hora más tarde, estoy recién duchado y vestido con el traje que
Carmen me envió; tomo la bandeja del desayuno y como mientras reviso
mis correos electrónicos en mi teléfono. Se me ocurre que podría hacer
que uno de los guardias me ponga en contacto con Sofia para ver cómo
está, incluso podría comprobar con ellos que está bien.
Pero rechazo la idea.
Si hubiera habido siquiera un indicio de peligro anoche, me habrían
alertado, y no sé cómo reaccionará a mi ausencia de anoche o qué me dirá
hoy. Toda mi atención debe centrarse en negociar con Viktor y acabar con
esta amenaza.
Me preparo para el día que me espera mientras me acomodo en el auto
para que me lleven a la funeraria. Desde que recibí la noticia de la muerte
de Giulia Rossi, se me ha ido acumulando en las entrañas una ira que me
ha costado contener.
Conocía a Giulia desde que era un niño, por supuesto. Mi padre no trató
de mantener a su familia al margen de los negocios de la mafia como lo
hizo Giovanni. Por otra parte, mi padre se casó con una buena mujer
italiana, la hija del antiguo subjefe de Los Ángeles, justo antes de fallecer.
Mi madre no amaba esa vida, pero nació en ella y se crio sabiendo cuál
era su lugar. Cenábamos muchas veces en la gran mansión de los Rossi;
de vez en cuando, incluso se dignaban a ir a nuestra pequeña casa de
piedra rojiza.
Giovanni Ferretti acudía a esas cenas a menudo, por supuesto, pero
siempre sin su esposa rusa y su hija. Era una regla tácita: se salió con la
suya al casarse con ella, pero siempre la mantenía lo más oculta posible.
El padre de Sofia no la preparó para un futuro inevitable como esposa
de la mafia en muchos aspectos porque era un hombre inusual. Incluso
antes de casarse, fue casi un monje, negándose a participar en el sexo, la
bebida y el juego que la mayoría de nosotros disfrutamos. Tuvo tanta
riqueza como cualquiera de nosotros y mucho poder como tercero de
Rossi, pero se mantuvo al margen, prefiriendo los libros y la música en
casa a las salidas nocturnas y la conquista de mujeres.
Yo no vi nada de eso personalmente, por supuesto, pero oí a mi padre
hablar de ello. Rossi lo mencionó un par de veces cuando yo era más
joven, después que tanto el padre de Sofia como el mío se habían ido.
Rossi se lamentó de haberlo enviado en el viaje que lo llevó a Moscú y en
el cual conoció a Irina Solovyova.
Hay muchos rumores sobre Irina, los cuales he escuchado en algún
momento y otro, algunos dicen que Giovanni la salvó de un matrimonio
que no quería, otros susurran que Sofia no era en absoluto hija de
Giovanni, que Irina ya estaba embarazada y que el hombre de quien era
el bebé planeaba matarlos a ambos.
También han circulado otros, por supuesto. En mi opinión, nada de eso
es cierto. Giovanni no era más que un idiota enamorado de una hermosa
mujer que rompió todas las reglas existentes que tenemos para traerla a
Estados Unidos después de una boda precipitada.
La historia de Giovanni e Irina, si bien es un romance para algunos, a
mí me la enseñaron como una lección. Para los hombres de nuestro rango,
esta vida es nuestra novia, y cualquier otra mujer, esposa o no, nunca será
más que una amante. El dinero, el poder y la continuación de todo lo que
hemos construido antes y todo lo que vendrá después deben ser nuestros
grandes amores; el amor de otra persona -una esposa, o un hijo- no es un
factor en el tipo de vida que debemos esperar vivir. Eso es para hombres
inferiores a nosotros.
Giovanni amaba a su mujer y a su hija, pero al final, no les sirvió de
nada. Hace tiempo que murió, seguido de mi padre, y su mujer también
está muerta, por un cáncer que apareció como de la nada poco después.
Sofia está atrapada en un matrimonio conmigo, un matrimonio que no
quiere... y, para ser sincero, yo también me siento atrapado.
Mis pensamientos vuelven a Giulia, la encantadora esposa de Vitto
Rossi. Incluso en su edad avanzada, seguía siendo elegante, el tipo de
mujer a la que los demás suelen llamar guapa. Fue amable con mi madre
después que mi padre fuera asesinado, e intentó hacer lo que pudo por mí
después que mi madre se suicidara.
Pero para entonces, no había mucho que pudiera hacer. Yo estaba al final
de la adolescencia y Rossi me había tomado firmemente bajo su ala,
preparándome para el puesto que pronto ocuparía, protegiéndome de los
rumores que nos rodeaban. Había muchos hombres mayores que
pensaban que ellos deberían haber sido elegidos para ocupar el lugar de
mi padre en lugar de su hijo apenas mayor de edad, pero Rossi era el Don
y nadie discutía lo que decía a la cara.
A sus espaldas, sin embargo, siempre ha habido discrepancias sobre si
merezco o no lo que me han dado. Hay muchos que piensan que no, que
no me lo he ganado, lo que al principio era cierto.
Pero que se jodan si no he hecho todo lo que he podido en los años
posteriores para ganarme mi lugar en la cabeza de la mesa. He torturado,
mutilado y matado para Rossi, he dirigido sus negocios y he manejado
sus tratos. Me gusta pensar que el adolescente que se convirtió en el
subjefe más joven de la historia de Manhattan hace tiempo desapareció.
Me convertí en un hombre en esta vida bajo la tutela de Rossi, y siento
tanta rabia como él por el hecho de que la única mujer que se preocupó
por mí tras la muerte de mi madre, y que trató de ser como una cuando
pudo, esté muerta por culpa de la Bratva.
Por culpa de Sofia. Esa pequeña voz aún no se va, la que me recuerda
constantemente que Sofia es la razón de todo esto. La razón de la
persistencia de la Bratva. La razón por la que estoy casado ahora. La razón
por la que el hotel fue atacado.
Y no puedo entender por qué ella es tan importante para alguien. Una
pequeña violinista huérfana mitad rusa, mitad italiana. La hija de un
antiguo subjefe, por supuesto, pero hay muchos subjefes con hijas. No he
visto a la Bratva bombardeando hoteles para llegar a ellas.
En el fondo, me encantaría cortar una franja sangrienta a través de la
Bratva y obtener venganza para Giulia tanto como Rossi. Y, sin embargo,
estoy tratando de negociar la paz. Por el bien de mi esposa y por todas las
demás esposas, madres e hijos que no quieren perder a sus maridos,
padres e hijos, que no quieren morir como daño colateral de una vida que
no eligieron.
El auto se detiene frente a la funeraria y veo que la gente ya está
entrando. Franco está en la puerta cuando me acerco y frunzo el ceño,
mirándolo.
―Pensé que estarías con Caterina.
―Ella puede arreglárselas sola, te estaba esperando. Deberíamos hablar
de lo que pasará ahora.
―Habrá tiempo para eso más tarde, debes estar con tu prometida y ser
un buen futuro esposo para ella.
Él resopla.
―Mira quién habla ―dice, con una voz demasiado ligera para la
ocasión, pero se da la vuelta y se retira al interior de todos modos.
Tiene razón, por supuesto. No soy nadie para hablar. Estoy lejos de ser
un buen esposo para Sofia y no tengo ninguna intención de llegar a serlo.
Sin embargo, Caterina es una buena mujer y una buena esposa potencial,
casi hubiera sido mi esposa si no fuera por la promesa que me unió a Sofia.
Tiene suerte de no haber acabado casada conmigo, pensaba que Franco
sería un mejor marido para ella, a pesar de su carácter mujeriego, pero
parece que no está a la altura del puesto.
Hablaré con él, pienso distraídamente, mientras me asomo a la puerta.
Le insistiré en la necesidad de hacer que su mujer se sienta cuidada, aunque no le
sea fiel. Incluso si no la ama.
Incluso el solo hecho de pensarlo me hace sentir como un hipócrita.
Puede que le sea fiel a Sofia en este momento, pero palabras como amor o
cariño ciertamente no describirían nuestra relación.
De hecho, lo que siento por ella está rozando la línea de la obsesión.
Una distracción peligrosa. Una lujuria como nunca he sentido.
Definitivamente no es amor.
Sin embargo, este es el último lugar en el que quiero permitir que los
pensamientos sobre Sofia se cuelen y me obligo a centrarme en el aquí y
el ahora, entrando en la funeraria para encontrar a Franco y Caterina.
Caterina lleva un vestido negro hasta la rodilla con un suéter por encima
para protegerse del frío del edificio, un velo corto de malla que le cubre
los ojos y el pelo recogido. Tiene los ojos enrojecidos y el rostro pálido,
pero se muestra notablemente serena, erguida con los hombros hacia atrás
y sin apoyarse en Franco.
Tal vez perciba que no va a ser un esposo en el que pueda apoyarse,
pero personalmente creo que es que Caterina se parece a su madre. Guilia
era una mujer fuerte, y siento otro destello de resentimiento por el hecho
de que yazca fría en ese ataúd en lugar de seguir viva y vibrante.
Pensé que me había acostumbrado a la muerte, pero tal vez nunca nos
acostumbramos a las que no tienen sentido. A las muertes que se
producen demasiado pronto, las que están cerca de nosotros.
―Deberías hablar con Sofia ―le digo en voz baja a Caterina, entre la
conversación con los demás asistentes y los familiares que se detienen a
consolarla―. Ella sabe algo sobre la pérdida de un padre.
Caterina sonríe sin ganas.
―Y tú también.
―No soy el mejor para consolar. ―Le dedico una media sonrisa y me
inclino para apretar su mano brevemente―, pero dime si Franco no está
haciendo su parte y lo pondré en su sitio.
―Hace lo que puede. ―Su voz suena pequeña y lejana.
Sé que probablemente no sea el caso. Miro por encima para ver a Franco
hablando con el capo de Newark, con su atención ya desviada de su futura
esposa.
―No ha tenido mucha responsabilidad hasta ahora, aparte de ser mi
amigo y respaldarme, pero ya se le pasará. Se adaptará al papel.
―Es un niño ―dice en voz baja―, pero prefiero eso a algunos de los
hombres que me podrían haber tomado como esposa. Al menos Franco
no me pegará ni me tratará como una cría, y nunca esperé un marido
especialmente cariñoso o fiel. Con uno que sea amable es suficiente.
―Franco es eso, supongo. ―Al menos, nunca he sabido que sea
maliciosamente cruel. Burlón, tal vez, pero nunca con la intención de herir
a nadie, y nunca ha sido llamado a hacer las cosas que he tenido que hacer
por Rossi. Ha sido mi compañero toda la vida, el Robin de mi Batman. El
que nunca ha tenido que ir en serio, al que siempre he tratado de proteger
de los que difundían chismes sobre él o trataban de intimidarlo.
Ahora las cosas van a cambiar, y mientras veo a Franco moverse por la
sala con su gracia fácil y encantadora, con su pelo rojo destacando como
un faro entre el mar de hombres y mujeres de pelo oscuro, siento que se
me forma un ligero malestar en el estómago.
Espero que esté a la altura.
6

Empieza a llover mientras el féretro de Giulia Rossi es enterrado y el


cementerio se convierte en un campo de paraguas negros. Caterina llora
en silencio, con la mano enguantada tapándose la boca, e incluso Franco
se ha puesto solemne, con las manos cruzadas delante de él, bajo el
paraguas que sostiene sobre ambos.
En la colina por la que pasa la carretera, veo que se detiene un auto
largo y negro. Un momento después, salen dos hombres de complexión
fuerte, con chaquetas demasiado abrigadas para el tiempo que, casi con
toda seguridad, ocultan armas y sé con un apretón en las entrañas quién
debe ser.
Viktor Andreyev.
Me inclino hacia Franco.
―Vuelvo en un momento ―le digo en voz baja y señalo con la cabeza
hacia la colina en donde el auto está parado.
Él sigue mi mirada y veo que un parpadeo de nerviosismo cruza su
rostro.
―¿Quieres que te acompañe? ―Su voz es baja y ansiosa, niego con la
cabeza.
―Quédate aquí con Caterina. Estaré bien.
―Soy tu segundo al mando. Debería estar a tu lado…
―Hoy, eres su futuro esposo. Acaba de perder a su madre, Franco,
Rossi sigue en estado crítico. Ten algo de compasión. ―Mi tono es más
duro de lo que ha sido nunca con él. Sin embargo, empiezo a preocuparme
de que la vida fácil que Franco ha llevado a mi sombra no lo haya
preparado para su nuevo puesto.
Tal vez debería haber sido más duro con él, como lo fue Rossi conmigo.
Pero ya no puedo hacer nada al respecto.
Subo la colina a grandes zancadas, sintiendo una tenue capa de sudor
en la espalda que hace que la camisa se me pegue incómodamente. No he
estado cara a cara con Viktor desde que mataron a mi padre cuando él y
Rossi llegaron a una paz temporal. El recuerdo de eso también me arde en
las entrañas. Rossi estaba dispuesto a hacer la paz entonces, pero no ahora.
Pero en aquel entonces fue Viktor quien vino a pedir un alto el fuego.
Esa semana matamos más rusos que en décadas.
Las ventanillas del auto están demasiado entintadas para ver el interior,
pero me acerco a los guardias que rodean el auto para que no me quiten
los ojos de encima. Uno de ellos abre la puerta del pasajero más cercana a
mí y, un momento después, sale un hombre alto y de traje gris que se
despliega hasta alcanzar su altura.
Parece más viejo de lo que recuerdo, aunque Viktor solo tiene seis o
siete años más que yo, llegando a finales de la treintena. No sonríe, su
rostro duro y bien afeitado no expresa nada, sus fríos ojos son azules como
el hielo.
He oído que las mujeres lo consideran un hombre guapo, pero no tiene
fama de mujeriego. Su mujer murió el año pasado, dejándole dos hijas
pequeñas y aún no se ha vuelto a casar. Me sorprende que todos los
hombres de alto rango en Rusia y Estados Unidos no hayan lanzado a sus
hijas elegibles hacia él, aunque tal vez lo hayan hecho y no nos hayamos
dado cuenta, o tal vez nadie quiere casarse con el frío viudo cuyos
hombres le llaman Ussuri.
“El Oso”.
Si yo fuera una mujer, no me inclinaría a casarme con alguien que
trafica con la esclavitud sexual. La Bratva es bien conocida por su cruel
trato a las mujeres: esposas, hijas y esclavas por igual. No tengo ninguna
razón para pensar que Viktor Andreyev sea diferente, aunque se
murmuraba que su matrimonio estaba hecho por amor.
Eso me parece ridículo. Él es un hombre hecho, con aún menos por
amor a una esposa y una familia que yo.
―Luca Romano ―habla con un acento ruso culto, más elegante que el
de Levin, o que el de los soldados que se encuentran torturados en
nuestros almacenes―. Escuché que deseabas hablar conmigo. Ha pasado
mucho tiempo.
―No pretendamos que esto sea una visita social. Sabes por qué quería
reunirme.
Su boca se mueve con diversión.
―Levin me habló de paz. Me parece extraño, teniendo en cuenta que
acaban de matar a la esposa de tu Don. Asesinada, supongo que lo
llamarías. Aunque... ―Hace una pausa para que surta efecto y su fría
mirada me recorre―. He oído también que has usurpado el puesto de
Vitto Rossi.
―El título me fue transmitido, sí. ―Mantengo mi tono lo más parejo
posible, aunque puedo sentir una rabia desconocida que empieza a hervir
en lo más profundo de mis entrañas. Siempre he sido el más tranquilo y
sereno del círculo íntimo de Rossi, por eso me envía tan a menudo a hacer
su trabajo sucio, pero ver a Viktor me hace querer sangre, a pesar de todas
mis protestas de querer la paz.
Este hombre secuestró a Sofia, recuerdo los moretones en su cara, y el
miedo en sus ojos cuando se despertó, y es el responsable de la muerte de
Giulia.
―¿Y ahora quieres pedir un alto al fuego entre nosotros?
Sigue pareciendo divertido, eso me hace sentir casi incontrolablemente
violento. Se me pasa por la cabeza la idea de agarrarlo por delante de la
camisa y empujarlo contra su auto, o de cerrar el puño y arrancarle la
sonrisa de la cara, pero sé que no debo hacerlo. Sus guardias estarían sobre
mí en un segundo, y todo lo que estoy tratando de lograr fracasaría por
completo.
Aprieto los dientes, obligándome a mantener la calma.
―Quiero paz, sí. No más explosiones en los hoteles ni tiroteos en las
calles. No más secuestros ni amenazas. Hablemos de esto entre nosotros,
de hombre a hombre, de líder a líder y lleguemos a un acuerdo.
Él me mira con ojos de satisfacción.
―¿Y qué me darás por esta paz, Luca?
―¿No son suficientes las vidas de tus hombres? Me pregunto cómo se
sentirían si supieran lo poco que los valoras.
Su expresión se ensombrece.
―Mis hombres conocen su valor para mí. Vuelvo a preguntar, ¿qué me
ofrecerás por la paz?
―¿Hay algo que tengas en mente?
―¿Y si te pido a Sofia?
Mi reacción es inesperada e instantánea; mis manos se cierran en puños
a los lados mientras lucho con fuerza para mantener la compostura. No sé
qué me enfurece más, si la forma despreocupada en que ha hecho la
sugerencia como si Sofia fuera un cargamento de drogas que se puede
negociar, o la idea de lo que podría hacer con ella. La idea de sus manos
sobre ella me vuelve homicida y por un momento, considero abrazar el
deseo de guerra de Rossi, podría limpiar la ciudad de estos bastardos.
Pero no sin una gran cantidad de sangre y muerte en ambos lados, y no
estoy dispuesto a enviar a nuestros hombres a la guerra con la Bratva a
menos que no haya otra opción.
―Sofia es mi esposa ahora ―le digo con frialdad―. Como estoy seguro
que sabes, ya que fue nuestro hotel el que atacaste a la mañana siguiente
a nuestra boda. Sabías quién estaría ahí y por qué, pero seguro que hay
otras mujeres hermosas en esta ciudad a las que puedes atraer a tus garras
y venderlas para obtener un beneficio. Yo debería saberlo, probablemente
me he tirado a la mayoría.
Viktor se ríe, con el rostro inexpresivo.
―Sin duda ―dice secamente―, pero no tenía intención de vender a
Sofia. Mi intención era casarme con ella.
Ojalá hubiera podido ocultar mi sorpresa, pero estoy demasiado
sorprendido por la revelación como para controlar mi rostro y sé que mi
reacción de asombro puede leerse claramente. Viktor lo ve, sé que lo hace
por la mirada de complacencia que se dibuja en la suya.
―No te lo esperabas.
―No ―digo con rotundidad―. ¿Por qué querrías casarte con ella? Eso
tiene aún menos sentido, la verdad. Puedo ver cómo se habría vendido
por un precio considerable: una joven y hermosa virgen. ¿Pero cómo
esposa? No necesitas una chica, Viktor. Necesitas una mujer que pueda
ser madre de tus hijas.
Su expresión se ensombrece.
―No me digas lo que necesito, Luca. Tal vez lo que necesitaba era esa
joven virgen, algo dulce y apretado para alejar mi mente de los hombres
que han matado. Algo para aliviar el dolor del territorio que me han
robado estos últimos años. Solo puedo imaginar lo bien que debe haber
sabido...
Dejo escapar un siseo sin querer, con la mandíbula apretada mientras
lucho por no abofetearlo en este momento.
―Veo que he tocado un nervio. ―Sonríe―. Supongo que no debería
hablar así de tu nueva esposa. Después de todo, ya no es virgen, así que
apenas importa. Aun así, pides paz, pero no ofreces nada a cambio. ¿Por
qué no debería seguir intentando tomar tu territorio para mí? Vitto ha
hecho un buen trabajo de intermediación a lo largo de los años, son tantos
negocios ricos y fructíferos en los que puedo entrar.
―Tú mataste a Giulia Rossi ―gruño, y mi voz se hace más profunda a
medida que mi paciencia se agota―. Tienes suerte de que no hayamos
empezado a cortar a tus perros.
La sonrisa de Viktor no vacila.
―Víctimas de guerra, Luca. Como tu padre y el de Sofia. Sus madres
también, en cierto modo, y tú quieres que esas bajas cesen. Así que te haré
otra sugerencia ya que has tomado a Sofia para ti. Dame a la hija de Rossi
como esposa. Como dijiste, necesito a alguien más capaz de asumir el
papel de esposa y madre, alguien preparada para eso. Y, lo que es más,
necesito la única cosa que mi difunta esposa no fue capaz de darme.
―¿Qué es eso?
Su mirada sostiene la mía, fría y decidida.
―Un hijo, por supuesto.
―¿Y qué te hace pensar que Caterina te lo dará? Giulia solo tuvo una
hija.
―He oído que es el hombre quien determina estas cosas y yo tengo tres
buenos hermanos, todos fuertes, y si ella me da una hija, me sembraré en
sus campos hasta que me dé hijos varones. La he visto, es una chica
preciosa, follarla hasta que me dé lo que necesito no será un problema.
―Está comprometida con mi subjefe, Franco Bianchi ―digo secamente,
aunque hiervo por dentro―. Elige una esposa entre tus propias mujeres,
Viktor. No necesitas a las nuestras.
―Ya te he ofrecido dos veces un medio para llegar a un acuerdo ―dice
con frialdad―, y aun así te niegas. Debes querer la guerra entonces, a
pesar de tu insistencia en lo contrario.
―Que no esté dispuesto a hacer un trueque con la hija de Vitto no
significa que quiera la guerra. Estoy dispuesto a negociar en tu mesa,
Viktor, pero no comerciamos con carne.
Él resopla con elegancia.
―Entonces ofréceme algo, Luca. O no habrá paz.
―Tenemos un cargamento de cocaína que llegará a los muelles en una
semana. Lo pasaremos a tus hombres en su lugar y compensaremos la
diferencia con nuestro comprador. Incluso endulzaré el trato y añadiré
una tasa de manipulación ―Nombro una cifra y Viktor se ríe, un sonido
profundo que llega hasta la colina y hace que algunos de los dolientes
reunidos miren hacia donde estamos.
―Me insultas, Luca. Pensé que Vitto te había enseñado mejor que eso.
Me robas a la mujer con la que pretendía casarme, tú mismo te la follas y
luego me niegas una novia. ¿No crees que tengo mis propios envíos? ¿Mi
propio dinero? Quiero algo mejor que tu débil limosna, pero como está
claro que no tienes nada que yo quiera que estés dispuesto a dar, entonces
no tenemos nada más que decir.
―Espera… ―Empiezo a hablar, pero Viktor ya está entrando en el auto,
con la puerta cerrándose firmemente tras él.
Empiezo a dar un paso hacia ella, no sé qué quiero hacer exactamente,
¿tirar de ella para abrirla? Exigirle que acceda... pero sus guardias se
mueven inmediatamente, poniéndose delante de la puerta y bloqueando
mi camino.
Sé que es mejor no intentar pasar por encima de ellos. Retrocedo, con
una ola de impotencia que me invade, y me deja más frío y enfadado que
antes. Viktor me ha dejado sintiéndome castrado, incapaz de hacer nada
ante la situación y puedo sentir la rabia que me recorre, tensando cada
músculo.
Casi todo el mundo se ha dispersado cuando llego al pie de la colina,
pero Franco y Caterina siguen esperándome.
―¿Qué pasó? ―Caterina pregunta con ansiedad―. ¿Quién era?
―Viktor Andreyev ―le respondo apretadamente.
―¿Y? ―Franco me mira, y hay una ansiedad nerviosa en él que me
parece de algún modo extraña, aunque no puedo precisar por qué―.
¿Llegaron a algún tipo de acuerdo?
―Hasta ahora no se han fijado las condiciones. ―Aparto la mirada del
rostro pálido de Caterina, y vuelvo a sentirme molesto por no haber sido
capaz de arreglar esto. Que el responsable de la muerte de su madre haya
decidido aparecer hoy, precisamente aquí y yo no haya sido capaz de
obligarlo a llegar a un acuerdo.
―Tendrán que casarse rápidamente ―les digo, con mi mirada pasando
entre ellos―. Hablaremos con el padre Donahue para adelantar la fecha
de la boda. Siento lo de la planificación, Caterina. Sé que será difícil sin tu
madre y más difícil aún adelantarla. Estoy seguro que Sofia te ayudará en
lo que pueda. ―Más vale, pienso sombríamente, antes que tenga la
oportunidad de reprimir el pensamiento. Mi paciencia está tan agotada
que no sé cuánto me queda para la rebelión de Sofia.
―No sé qué hará Viktor a continuación ―continúo―, pero seguiré
haciendo lo que pueda para evitar que las cosas se intensifiquen.
―Sé que encontrarás una manera ―me dice Caterina en voz baja, y la
miro, sobresaltado―. Confío en ti, Luca.
Las palabras son sencillas, pero puedo oír lo que hay detrás de ellas: ella
que confía en que seré un buen líder, que pondré fin a estos conflictos, que
haré de este mundo en el que vive un lugar en el que pueda criar al hijo
que heredará mi puesto sin temer por su vida.
Pero en este momento, después de mi conversación con Viktor, esas
palabras me hacen sentir peor que nunca.
Porque ya no estoy seguro de poder hacer ninguna de esas cosas.
7

Estoy en la cocina, pelando una mandarina del frutero que siempre está
misteriosamente lleno, la despensa y la nevera también están siempre
llenas de comida, a pesar de que ni Luca ni yo cocinamos nunca. Cuando
oigo que la puerta principal se abre y se cierra con un fuerte portazo.
Se me hace un nudo en el estómago. Llevo todo el día con náuseas, con
la cabeza adolorida y el estómago revuelto por la resaca que me produjo
la borrachera de ayer, pero esto es algo diferente. Estoy casi segura que
Luca está en casa, y la sensación que me invade es extraña y desconocida.
Se siente como un miedo mezclado con emoción. Aunque puedo
entender el miedo, no puedo entender por qué su llegada me produce
también una emoción que me hace sentir casi nerviosa.
Es casi como si estuviera anticipando la pelea que podríamos tener, la
forma en que se cernirá sobre mí con ira, el aire tenso y espeso entre
nosotros a medida que aumenta la tensión. Nunca pensé que fuera
alguien que se excitara con ese tipo de cosas, pero hay algo en la forma en
que Luca y yo chocamos que me hace desearlo más, por mucho que me
diga que no.
―¿Sofia? ¡Sofia!
Le oigo gritar mi nombre desde la sala de estar, alto y dominante, y
salgo de la cocina vacilantemente, con el corazón palpitando en mi pecho.
No sé de qué humor está, pero tengo la sensación que estoy a punto de
descubrirlo.
Las luces del salón son bajas, la habitación está iluminada
principalmente por el resplandor nocturno de la ciudad que entra por la
enorme ventana. Luca está de pie, su silueta se refleja a contraluz, no lleva
el saco del traje y tiene las mangas de la camisa arremangadas. Cuando se
gira al oír mis pasos, veo que también se quitó la corbata y se abrió los dos
primeros botones de la camisa. Me recuerda el aspecto que tenía justo
antes de marcharse, cuando me comunicó mis nuevas condiciones de
vida, y un escalofrío me recorre la piel.
―Anoche no viniste a casa. ―Hay un ligero temblor en mi voz y lo
odio―. ¿En dónde estabas?
―¿Acaso importa? ―Su voz es tensa y fría, me produce otro escalofrío.
―No lo sé. ―Me muerdo el labio inferior―. Solo... pensé que estarías
en casa.
―Pensé que disfrutarías de la paz. ―Su tono es engañosamente
tranquilo, a estas alturas sé que debe haber algo más debajo―. ¿No puede
un marido preocuparse por el bienestar de su mujer?
―Tú no eres ese tipo de marido ―replico―, y lo sabes.
―No, supongo que no lo soy. ―Toca las luces, subiéndolas una
fracción―. ¿Te portaste bien mientras estuve fuera, Sofia?
Mi corazón tartamudea en mi pecho. ¿Él lo sabe? Que no he sido “buena
chica” en muchos aspectos: no leí ni una palabra de lo que me dejaron en
el iPad, me emborraché demasiado, yo...
No puedo ni pensar en lo que hice en la sala de cine, o me sonrojaré y
entonces Luca sabrá con certeza que he hecho algo que no debía.
¿Y por qué no debería haberlo hecho? Pienso desafiante. Después de todo
es mi cuerpo, pero no es por lo que hice por lo que me siento culpable. Es
por lo que pensé mientras lo hacía. En quién pensaba.
Da un paso hacia mí y la forma en que se mueve me hace pensar en una
pantera al acecho, algo que me acecha en la penumbra de la habitación.
―¿Qué pasó con tus clases? ¿Leíste lo que te envió Carmen?
―Yo…
―¿Cómo se llama el subjefe de Miami?
―Mmm…
―Leo Esposito. ―Luca se detiene, todavía a varios centímetros de
distancia.
―¿Y su esposa?
―Yo…
―Bianca Esposito, tienen tres hijos. ―Lo recita de memoria, con su
mirada verde fija en la mía. Puedo ver algo ahí, no deseo, ni ira. Algo más,
alguna emoción inquieta―. ¿Y el subjefe de Filadelfia?
―Luca...
―Angelo Rossi. Es joven y soltero. ―Da dos pasos más hacia mí, puedo
ver los músculos que trabajan en su mandíbula―. ¿Viste siquiera los
documentos, Sofia?
―No ―admito, con la boca seca por la expresión de su rostro―. No lo
hice.
―¿Y por qué no? ―Hay una calma engañosa, como si realmente no le
importara, pero sé que le importa. Sé que se está gestando una tormenta,
pero no sé cuándo llegará.
No hay nada que pueda decir. No quería hacerlo y esa es la única
respuesta honesta que puedo dar, pero sé que es lo peor que podría decirle
a Luca.
―No sabía la contraseña.
―La dejaron para ti en una nota pegada al iPad. Carmen me lo dijo.
―Se habrá caído.
Luca da otro paso cerrando más el espacio entre nosotros y mi pulso
comienza a revolotear nervioso en mi garganta. Podría retroceder, debería
retroceder, pero parece que no puedo hacer que mis pies se muevan. Me
siento como si estuviera congelada en el sitio.
―Esa es la primera mentira de esta noche. ―Levanta un dedo―. No
los has leído. Entonces, ¿qué hiciste mientras yo no estaba?
―Fui a la piscina...
―¿Y qué hiciste mientras estabas ahí arriba?
―Solo tomé el sol, nadé un poco… ―Intento tragar, pero siento la
garganta reseca. Luca parece tenso, inquieto y sé que hay algo más que le
molesta que cualquier mal comportamiento que me haya descubierto. Mis
rebeliones, sin embargo, podrían ser lo que lo lleve al límite.
Solo de pensarlo me produce un escalofrío en la espalda, y un cosquilleo
en la piel que va hasta la punta de los dedos. Para mi horror, noto esa
nueva sensación familiar que se enrolla en mi vientre y que llega hasta la
ingle, y no lo entiendo. Esto me está excitando, este juego que parece que
jugamos cada vez que estamos juntos, una mezcla de miedo, aprensión y
lujuria que él despierta en mí.
¿En quién me está convirtiendo?
―¿Así que no te emborrachaste en la terraza? ¿No estuviste bebiendo
hasta que te acostaste?
―En realidad no bebo...
―Excepto cuando te quedas sola en un ático con alcohol ilimitado,
aparentemente. ―Da un paso atrás―. Con esa son dos mentiras. ―Me
mira con expresión impasible y parte del calor entre nosotros se disipa
mientras se retira―. Sube, Sofia.
―Pero… ―Lo miro, confusa―. ¿A dónde quieres que vaya?
―Sabes exactamente a dónde quiero que vayas. ―Su voz suena casi
enfadada ahora―. No pelees conmigo, Sofia, o te juro por todo lo más
sagrado que te arrepentirás. Sube las escaleras.
No sé qué fuerza insana me impulsa a hacerlo: debo tener un deseo de
muerte, o soy secretamente masoquista. Es la única explicación de por
qué, ante el rostro serio y la mirada fría de Luca, cruzo los brazos sobre
mi pecho y lo miro con la barbilla orgullosamente levantada mientras
replico:
―No quiero subir a tu habitación.
―Sofia. ―Su voz contiene un filo que me provoca otro de esos
escalofríos―. Puedes subir sola y yo me reuniré contigo en un momento,
o puedo llevarte en brazos y te prometo que no te gustará el estado de
ánimo en el que me encuentro ni lo que ocurra a continuación si eliges ese
camino. Puede que no te guste ninguna de las dos cosas, pero será tú
elección.
Estoy tentada de seguir desafiándolo, pero mi mente nublada se aclara
lo suficiente como para recordar lo que ha pasado el día de hoy, y lo que
probablemente ha soportado, lo agotado que debe estar… siento un
mínimo parpadeo de simpatía por él, incluso a pesar de toda mi
frustración, mi ira y mi miedo.
Es suficiente para hacerme ceder.
―Bien. ―Chasqueo―. Subiré.
―Sabia elección. ―Se aparta de mí, cruzando hacia la barra―. Ponte
algo bonito. Quizás uno de esos camisones de tu armario.
Se me vuelve a apretar el estómago.
―Dijiste que no querías tener sexo conmigo.
―Yo no dije nada sobre eso. ―Se oye el tintineo del hielo en un vaso―.
Ve arriba, Sofia. Necesito un momento a solas.
Algo en su voz me dice que no lo presione más y giro sobre mis talones,
huyendo hacia la escalera y la seguridad momentánea de su dormitorio.
Pero no será segura por mucho tiempo. No he llevado la lencería de mi
armario a la habitación de Luca, ¿por qué iba a hacerlo? Él dio a entender
que no quería tener nada que ver conmigo sexualmente, yo tampoco
quiero, de verdad, no quiero, así que no hay razón. Había planeado llevar a
la cama lo menos atractivo posible mientras me viera obligada a
compartirla con él: las camisetas más grandes que pudiera encontrar, las
bragas de abuela más aburridas que pudiera conseguir.
Pero por desgracia, no tengo nada de eso.
Mi ropa de dormir habitual que utilizaba esta en mi antiguo
apartamento era una camiseta sin mangas y mis habituales pantalones
cortos de algodón o una camiseta ligeramente más grande.
Nada que gritara, soy sexy. De hecho, me atrevería a decir que a muchos
hombres les parecería bonito, no erótico, lo que suelo llevar a la cama.
Pero no quiero que Luca piense que soy linda. O erótica. Quiero...
No sé lo que quiero.
Todavía estoy dándole vueltas cuando se abre la puerta de la habitación
y entra con un vaso de whisky a medio terminar en la mano.
―Me has desobedecido ―dice con frialdad, mientras su mirada recorre
mi cuerpo aún vestido.
―Pensé que era una sugerencia ―replico desafiante―. Dijiste que me
pusiera algo bonito y resulta que creo que esto es bonito.
Hay un brillo de advertencia en sus ojos, me mira con detenimiento y
se toma el resto del whisky. Sin decir nada más, se acerca a mí y se queda
a una palma de distancia mientras mira hacia abajo.
―No creo que sea agradable en lo absoluto.
Ni siquiera tengo la oportunidad de respirar, mucho menos de
responder, antes que se acerque y me agarre del cuello de la camisa, es
una camisa blanca sin mangas. Cuando Luca tira hacia abajo, los botones
vuelan, l la camisa se abre y oigo cómo algunos chocan contra las paredes
mientras vuelan por la habitación, Luca me mira el escote con el fino
sujetador de copa pequeña que hay debajo.
Ahora respira con más fuerza y, si mirara hacia abajo, imagino que ya
está duro. Esa idea me hace sentir un nuevo rayo de electricidad en la piel
y el recuerdo de él en nuestra noche de bodas se me hace demasiado
vívido: la ondulación muscular de sus abdominales, la gruesa y dura
columna de su erección. Intento respirar, pero no puedo porque los ojos
de Luca están clavados en los míos, y hay algo tan oscuro en ellos que no
puedo ni imaginar lo que va a ocurrir a continuación.
Sin embargo, tengo la sensación que estoy a punto de averiguarlo.
―Dime ―me dice, con una voz más grave de lo habitual, casi un
gruñido―. ¿Qué más hiciste mientras yo no estaba?
Un rubor comienza a extenderse por mi piel. Lo sabe. Tiene que saberlo,
de algún modo. Intento imaginarme confesando, diciéndole lo hice. Intento
formar las palabras para decirle a mi marido que jugué conmigo misma,
a la vista, en donde cualquiera que entrara podría haberme visto, donde
alguien que mirara por las cámaras podría haber visto. Me imagino a Luca
preguntándome en qué estaba pensando, interrogándome más, ni
siquiera puedo imaginarme a mí misma empezando a explicarlo. Ya
estaba tan lejos de cualquier cosa que hubiera hecho y admitirlo en voz
alta...
No puedo.
―Nada ―susurro en voz baja, y veo que sus ojos brillan con intensidad.
―Mentira número tres ―murmura.
Estira la mano y me pasa los dedos entre los pechos, y aspiro
bruscamente ante su contacto. Es lo más suave que ha hecho nunca, las
yemas de sus dedos patinan sobre mi piel y recorren la curva superior de
mi pecho, estoy tan distraída que ni siquiera noto que se desabrocha el
cinturón.
Hasta que, con un rápido movimiento, me rodea la cintura con el brazo
que tiene libre y me tira a la cama.
Antes que pueda moverme, Luca está sobre la cama, cerniéndose sobre
mí mientras me agarra de las muñecas y me las levanta por encima de la
cabeza. El recuerdo de aquella primera noche en el apartamento me viene
de golpe: él inmovilizando mis manos sobre la cabeza contra la puerta,
besándome por primera vez, con su boca caliente y urgente contra la mía...
Siento la presión de algo contra mis muñecas, algo que tira con fuerza,
y me doy cuenta con una mezcla de excitación y miedo que Luca me ha
atado las manos con el cinturón. Su cabecera es de cuero, así que no puede
atarme a ella… pero aun así no puedo hacer mucho, aunque me pusiera
las manos sobre mi cabeza. Y Luca está demasiado cerca de mí para eso,
con sus rodillas a ambos lados de mis caderas mientras me coloca en su
lugar, con su cara sobre la mía.
Por un momento tengo una sensación de terror en la boca del estómago,
y recuerdo la habitación de hotel en la que me desperté.
Pero me habían atado a la cama con algo parecido a una abrazadera
plástica, no con un cinturón de cuero. No con el cinturón de cuero de mi
marido, e incluso con el conflicto que tengo con Luca, no puedo negar que
esto es diferente.
Mi cuerpo ciertamente no lo es.
Lo odio, estoy segura de eso. Podría enumerar tantas razones de
porqué: el matrimonio forzado, quitarme la virginidad, todas las formas
en que ha faltado a su palabra, los deberes que me puso hoy, la forma en
que aparentemente quiere apartarme hasta que le convenga tratar
conmigo. El modo en que me trata como una molestia, una carga…
excepto en momentos como éste.
Cuando veo que mi marido se desprende de su control cuidadosamente
perfeccionado, ese momento debería ser el más aterrador, y en cierto
modo, lo es.
Pero también estoy completa e innegablemente excitada. Puedo
sentirlo, lo caliente, húmeda y necesitada que estoy, el dolor de mi coño...
y solo pensar en esa palabra hace que me ruborice de nuevo.
―Sé lo que hiciste, Sofia. ―Su voz se desliza sobre mí como la seda,
rodeándome como un humo espeso, oscuro y seductor―. Vi la cinta de
seguridad. ¿No crees que la vi antes de hacerte saber que estaba en casa?
¿No crees que querría saber qué hacía mi mujer mientras yo no estaba?
Agarra el botón de mis vaqueros e intento zafarme de él. Mi camisa
sigue abierta, mis pechos cubiertos por el sujetador, y Luca frunce el ceño
al ver mi escote.
―Esto no está bien ―dice, presionando un dedo entre mis pechos―.
Has sido una chica traviesa, Sofia. Una zorra, abriendo las piernas en
donde cualquiera podría haberte visto, tocándote, haciéndote correrte.
Mis guardias ven esas cintas si creen que ha pasado algo… o que necesitan
comunicarme algo. A veces incluso miran las cámaras. ¿Por eso lo hiciste?
Introduce la mano en el cajón que hay junto a la cama y oigo el sonido
de algo que saca, aunque no me atrevo a girar la cabeza para mirar. Se me
hiela la sangre al mirarlo en la penumbra del dormitorio, cuando su mano
aparece, veo un cuchillo, probablemente el mismo con el que me cortó el
muslo en nuestra noche de bodas.
―¿Esperabas que mis guardias estuvieran viendo? ¿Esperabas que uno
de ellos se masturbara al ver tu coño expuesto? ¿Era esa tu manera de
vengarte de mí?
―¡No! ―El horror en mi tono es real y por un minuto me olvido de
todo excepto de convencerlo que no es en absoluto el caso―. No, Luca,
nunca pensé...
―¿No pensaste que alguien estaba viendo? ―El cuchillo baja y me
retuerzo bajo él, toda mi excitación huye en un frío horror. No es posible
que esté tan enojado, no después de todo lo que ha hecho para salvarme, no, no
puede...
El cuchillo me aprieta por encima del pecho y me doy cuenta que Luca
me está cortando los tirantes del sujetador. Mareada, veo que nunca ha
pretendido hacerme daño… tengo las manos atadas, pero es solo su forma
de desnudarme... de la forma más dramática posible. Casi puedo sentir
cómo la sangre vuelve a mi piel, volviéndola rosa y luego roja mientras
me corta el resto del sujetador y luego la camisa, tirando los restos al suelo.
Estoy tan aliviada que por un momento ni siquiera pienso en el hecho de
que estoy desnuda hasta que Luca vuelve a tirar el cuchillo en el cajón. Lo
veo arrodillado sobre mí, inmovilizando mis caderas contra la cama,
mientras sus ojos recorren con avidez mis pechos desnudos.
Me muevo por reflejo para cubrirme y mis muñecas se sacuden contra
el cinturón que las sujeta antes de recordar que estoy atada. Algo me hace
sentir un nuevo temblor y trato de apretar los muslos sin que Luca se dé
cuenta, ese dolor vuelve a aparecer.
―¿No te gusta esto? ―Mi esposo me sonríe cruelmente, curvando sus
labios en una fría sonrisa―. Pero pensé que te gustaba estar expuesta
después de lo que vi en esa cinta. La vi dos veces, para asegurarme que
no me había perdido nada. Vi la forma en que te expusiste, pasando tus
dedos hacia arriba y hacia abajo. Vi lo mojada que estabas. ―Sus ojos no
se apartan de los míos ni un segundo mientras se desliza hacia abajo, y
sus manos vuelven a la cintura de mis vaqueros.
―No, Luca, por favor...
Me baja la cremallera de un tirón y me agarra tanto los vaqueros como
el borde de las bragas de algodón antes de arrastrarlas por las caderas, y
ahora aprieto los muslos por una razón diferente, no quiero que me vea
así, completamente desnuda y atada en su cama.
Pero mi cuerpo dice algo completamente distinto. Hay una mirada en
sus ojos que he visto antes, en la noche antes de nuestra boda cuando me
inclinó sobre el sofá. Es una mirada hambrienta y salvaje, algo primitivo
en su mirada que me dice que, diga lo que diga, ya ha decidido lo que va
a hacer a continuación y nada va a detenerlo, y eso hace que me moje.
Estoy tan húmeda que temo que pueda ver la evidencia en el interior
de mis muslos antes de tocarme, si es que piensa hacerlo.
Hasta donde sé, solo planea desnudarme y burlarse de mí.
―Tres mentiras ―dice mientras tira el resto de mi ropa al suelo para
unirse a los jirones de mi sujetador y mi camisa―. Tres oportunidades,
Sofia, de confesarme lo que hiciste mientras yo no estaba. Tres
oportunidades. ―Sube la mano justo por debajo de mis pechos, recorre
mi vientre plano y tembloroso con la palma de la mano, deteniéndose
justo por encima de mi coño.
―¿De quién es este coño, Sofia?
―¿Qué? ―grito. La pregunta va más lejos de lo que jamás había
imaginado que me preguntarían que, por un segundo, pienso que debe
estar bromeando, que debe estar burlándose de mí.
Pero sus ojos se encuentran con los míos y me doy cuenta que no está
bromeando.
Está hablando muy en serio.
Trago con fuerza y me lamo los labios secos.
―Yo no...
―¿No lo sabes? ―Me agarra de las rodillas y me separa las piernas
mientras se arrodilla entre ellas―. Debería haberlo adivinado, después
del pequeño espectáculo que montaste. Es hora de una lección, entonces.
―¡No! ―chillo, tratando de alejarme de él―. Dijiste que no volverías a
tener sexo conmigo, dijiste...
―¡Sé lo que dije! ―Su voz retumba sobre mí, fría y dominante―. No
voy a follar contigo, Sofia. No te has ganado mi polla en ese pequeño coño
desobediente que tienes, te follé en nuestra noche de bodas porque pensé
que no tenía otra opción, pero después de cómo te has comportado, no
veo por qué debería volver a follarte.
Lo miro fijamente, mientras mi mente es una confusa maraña de
emociones. Eso es exactamente lo que se supone que quiero oír. Debería
alegrarme de oírlo decir eso, pero entonces, ¿por qué mi reacción
inmediata es sentirme herida por su rechazo? ¿Enfadarme porque no va a
follar conmigo?
Nadie me ha confundido, enfurecido, molestado o excitado tanto como
Luca. Y estoy jodidamente casada con él. Soy su esposa, estoy legalmente
atada a él para siempre a menos que acepte dejarme ir.
Es una pesadilla.
Su mano se posa en mi bajo vientre, justo encima de donde puedo
sentirme a mí misma necesitada, deseando su toque. Deseando el placer,
deseando el tipo de orgasmo que me proporcioné anoche, un orgasmo que
sé que voy a pagar con creces.
―Te voy a dar una lección ―murmura, y vuelvo a oír ese sonido oscuro
y ahumado en su voz, esa aspereza que parece atravesarme hasta la
médula. Su mano se desliza hacia abajo, hasta que me abraza entre las
piernas, con la palma apretada contra mí y el talón de la mano apoyado
en el montículo de mi coño―, y no va a parar hasta que pagues por todas
las mentiras que me has dicho, Sofia. Hasta que me digas que lo entiendes.
―¿Qué...? ―jadeo cuando siento que su dedo medio me penetra de
repente. Me retuerzo salvajemente en la cama, y Luca se adelanta,
agarrándome las muñecas con la otra mano mientras se cierne sobre mí,
con mi coño todavía apretado en su palma.
―Vas a quedarte quieta, Sofia, vas a recibir tu lección. ¿O tengo que
encontrar alguna forma de atarte completamente? ¿De atarte las muñecas
a la cama, abrirte las piernas y atarte los tobillos para que no puedas
moverte? ―Me sonríe sombríamente―. Creo que eso me gustaría. Tú,
abierta en mi cama mientras recibes tu castigo.
Trago con fuerza, mi boca está tan seca como mi núcleo adolorido está
húmedo.
―No ―susurro, sintiendo que no puedo respirar―. No, me quedaré
quieta.
―Bien. ―Se echa hacia atrás con una sonrisa de satisfacción en su rostro
y su dedo aún enterrado dentro de mí, y entonces, mientras mira mi
cuerpo desnudo y tembloroso, empieza a moverlo.
Es una tortura, no me toca el clítoris, que a estas alturas está
prácticamente palpitando, pulsando con la necesidad desesperada de
cualquier tipo de fricción. No añade otro dedo, que me daría la plenitud
que tanto ansío, esa sensación que conocí en nuestra noche de bodas,
cuando me penetró por primera vez. Se limita a arrodillarse entre mis
piernas, moviendo lentamente ese único dedo dentro y fuera de mi canal
empapado mientras éste se agita y se aprieta alrededor de él
desesperadamente, pidiendo más de lo que él se niega a dar.
Poco a poco me doy cuenta y entiendo que esto es mi castigo. No va a
azotarme, ni a golpearme, ni a hacerme daño de ninguna manera. Solo se
va a burlar de mí todo el tiempo que quiera y apostaría cualquier cantidad
de su dinero a que no me va a dejar correrme. Lo hará mientras le divierta,
luego me dejará húmeda y necesitada, deseando algo que no debería
querer y que no podré tener.
Luca me sonríe.
―Veo que empiezas a darte cuenta, eres una chica inteligente, Sofia. Lo
que me hace preguntarme por qué harías una cosa tan estúpida. Si no
estabas exhibiéndote ante mis guardias, ¿por qué? ¿Qué podría haberte
excitado tanto como para hacer algo tan descarado?
Me mete un segundo dedo, y gimo, es un gemido se me escapa de los
labios cuando siento que mi coño aprieta sus dedos, tratando de meterlo
más adentro a pesar de mí misma. No puedo evitar mirar hacia abajo y la
visión de su mano presionada entre mis piernas me hace sentir otro
temblor de placer, amenazando con llevarme al límite. Me retuerzo a
pesar de mí misma, apretando la palma de su mano. Veo la cresta de su
polla presionando contra sus pantalones, gruesa y dura, tan desesperada
por liberarse como yo por más fricción, más tacto, más de lo que sea.
¿Qué haría él si le rogara que me follara? Se me ocurre esa idea mientras el
calor y la excitación va en aumento, mientras Luca sigue metiéndome los
dedos lentamente. ¿Sacaría su polla y la metería dentro de mí, dándome
un poco de alivio? ¿Me follaría hasta que nos corriéramos los dos? ¿O se
reiría de mí y se negaría a hacerlo, continuando con las burlas hasta que
me vuelva loca?
La última, definitivamente esa. Mis ruegos solo lo complacerían más, le
darían aún más satisfacción a este juego enfermizo que está jugando,
cierro los labios con fuerza, mirándolo con desprecio. No voy a suplicar.
Ni siquiera voy a gemir. Dos pueden jugar a este juego.
Pero, a medida que pasan los minutos, no estoy segura de poder
hacerlo.
El ritmo de sus dedos aumenta ligeramente y Luca sonríe cuando
vuelvo a gemir impotente, incapaz de evitar cualquier sonido. Mis caderas
se arquean hacia arriba a pesar de mí misma, y él se ríe, es una risa oscura
que sale de lo más profundo de su garganta.
―Estás muy mojada para alguien que jura que no me desea ―se
burla―. También vi lo mojada que estabas en esa cinta de seguridad,
Sofia. Tu lindo coño estaba tan empapado que podría haberlo visto a una
milla de distancia, y el sonido que hacías cuando jugabas contigo misma.
―Se lame los labios, mirándome―. ¿Qué sentiste cuando tocaste tu
clítoris? ¿Se sintió así?
Retira la mano, con los dedos aún dentro de mí, y de repente presiona
el pulgar contra mi adolorido clítoris y suelto un grito de placer antes de
poder contenerme, un sonido que se desvanece en un largo gemido
cuando empieza a frotar.
―Oh, sí. Ese sonido. ―Su expresión se ensombrece―. ¿En qué estabas
pensando, Sofia, para estar tan mojada?
Sacudo la cabeza. No lo diré. No puede obligarme, no puede, pero
puedo sentir el placer de su contacto apretando todo mi cuerpo,
empujándome cada vez más cerca de un clímax, uno que estoy segura que
me va a negar.
―Oh… oh, mierda, estoy... ―Empiezo a jadear y gemir antes de que
pueda detenerme, sintiendo que el orgasmo comienza a desplegarse a
través de mí y en el momento en que las palabras salen de mis labios, Luca
retira su mano.
―Mi coño ―murmura, su voz es tan profunda y áspera que me hace
sentir un rayo de lujuria como nunca antes había sentido―. Mío.
Mi cuerpo se aprieta con fuerza, repentinamente vacío, protestando por
la pérdida de la sensación de sus dedos dentro de mí. Mío. La palabra
suena tan firme, tan definitiva, que por un momento siento el impulso de
decir que sí, que, por supuesto que es suyo, que yo soy suya, si tan solo
me dejara correrme. Si tan solo deslizara sus dedos dentro de mí, su
lengua, su polla, cualquier cosa que me diera. Siento que me retuerzo en
la cama, con los muslos apretados con desesperada necesidad y las manos
cerradas en puños por la frustración.
No soy suya. Estoy decidida a no serlo.
Pero tampoco soy la misma chica de antes.
8

―Mío ―murmura de nuevo Luca, veo que su mano se dirige a sus


pantalones, y su palma roza la gruesa cresta que puedo ver tensando
contra la tela negra―. Eso es por la primera mentira, Sofia.
Gimo, mirándolo confusa. ¿Qué podría venir después?
―Me he preguntado a qué sabría ese dulce coño ―murmura pasando
un dedo por la parte interior de mi muslo, la yema de su dedo roza el corte
que se está curando y me estremece―. ¿Quieres que te coma, Sofia?
¿Quieres que te lama el coño?
Oh, Dios. Ni siquiera puedo formar palabras. Empieza a desabrocharse
la camisa mientras yo lo miro fijamente, revelando su pecho musculoso
botón a botón, la piel suave y bronceada de ahí hace que se me vuelva a
secar la boca de deseo. Es el hombre más guapo que he visto nunca,
cincelado como una estrella de cine, cada centímetro perfecto de él hecho
para que las mujeres lo deseen. No quiero ser una de esas mujeres, una
más en la larga lista que ha pasado por su cama, pero es imposible negar
lo que siento en este momento. Como si perdiera la última pizca de control
a la que me aferro, y rogara por él dentro de mí de nuevo.
Se desliza por la cama mientras su camisa se abre, con sus manos en el
interior de mis muslos mientras me separa más, y siento su cálido aliento
en mi piel mientras inspira profundamente. Mi cara se sonroja al darme
cuenta que está respirando mi aroma y que en un momento va a
probarme. Nadie ha hecho nunca eso, antes de Luca, solo me habían
besado y no bien. Nunca imaginé dejar que un hombre pusiera su boca
sobre mí ahí, pero de repente, sus labios me rozan y no solo no se inmuta,
sino que juro que le oigo gemir mientras su lengua se desliza por el
pliegue, sin llegar a profundizar.
Se retira ligeramente, sus manos se deslizan hacia abajo y para mi
horror me abre con sus dedos, mostrándome lascivamente delante de sus
ojos. Se da cuenta que puede verme toda y la piel me arde cuando
contempla mi coño abierto para él como si fuera un festín.
Estoy tan distraída que no puedo detener mi reacción cuando me lame
por primera vez y su lengua recorriendo mi entrada hasta mi clítoris en
un largo recorrido que me hace gritar, un sonido que se convierte en un
jadeo sin aliento cuando la nueva sensación me inunda. Nunca había
sentido nada parecido, ni siquiera lo había imaginado. Me retuerzo
indefensa bajo su contacto mientras su lengua rodea mi clítoris, lamiendo
el pequeño y doloroso capullo hasta que gimo con un placer que nunca
pensé que existiera. Siento que empiezo a desfallecer, que mi
determinación de no ceder, de no dejar que Luca sepa lo bien que se siente,
se desvanece en la nada mientras su lengua me lame y me lleva al borde
del orgasmo de nuevo.
―¡Oh… oh, Dios! ―grito mientras agita su lengua alrededor de mi
clítoris, con sus dedos acariciando mi entrada. Luca se echa atrás de
inmediato y se sienta entre mis muslos con una sonrisa de satisfacción en
la cara mientras yo me retuerzo indefensa en la cama, con las caderas
arqueadas hacia arriba en busca de una boca que ya no está ahí.
»Por favor... oh, Dios, por favor… ―Me muerdo el labio inferior con
fuerza, tratando de impedir pedir más. Cada centímetro de mi cuerpo se
siente electrizado, llevado a la cima dos veces y luego negado. Miro al
magnífico hombre arrodillado entre mis piernas con el tipo de
desesperación que nunca pensé que sentiría por algo sexual en mi vida.
―¿Quieres correrte? ―Me acaricia el interior del muslo y yo aprieto su
mano entre las piernas―. Tan necesitada. Tan mojada. Cuéntame lo que
imaginaste cuando te tocaste, Sofia. Dime qué te excitó tanto que tuviste
que hacer que mi coño se corriera sin que yo estuviera ahí.
―Luca… ―jadeo su nombre mientras él retira la mano, busca su
cremallera y la baja lentamente―. Luca, por favor, no puedo aguantar
más.
―Entonces dímelo. ―Golpea con sus dedos mi montículo y yo gimo―.
¿Te gustó mi boca en ti? ¿Te gustó sentir mi lengua mientras te comía?
Me muerdo el labio con fuerza, negándome a responder. Decirle sí, oh,
Dios, sí, que se sintió tan jodidamente bien, que es exactamente lo que está
pasando por mi cabeza en este momento.
―Eso fue por la segunda mentira. ―Sonríe―. Y esto es por la tercera.
Entonces saca su polla y siento que mis ojos se abren de par en par
cuando la veo en su mano. Está increíblemente dura, gruesa y más erecta
que incluso en nuestra noche de bodas, me doy cuenta que lo que me está
haciendo también le excita a él. Veo que el líquido brilla en la punta, Luca
se acerca, extendiéndola con el pulgar mientras se acaricia una vez, muy
lentamente, con la mano apoyada en la base y apretando.
―Dijiste que no… ―No puedo terminar la frase. Si decidiera meterme
hasta el último centímetro en este momento, no podría decir que no.
Quiero alivio, un orgasmo y aceptaría cualquier cosa que me diera. Mi
cuerpo tiembla con eso, se tensa, pero en el fondo me aterra cómo
responderé si lo hace, cuánto le daré si Luca decide follarme en este
momento. Por favor, no, pienso desesperadamente y luego, en el mismo
momento, oh, Dios, por favor, sí.
Me volveré loca si lo hace. Me correré gritando alrededor de su polla y
él sabrá entonces exactamente cuánto lo deseo, y en qué estaba pensando
cuando perdí el control y me toqué.
Pero si volvemos a tener sexo, quiero que él también pierda el control
como lo hizo por un momento en nuestra noche de bodas, y el Luca que
está arrodillado entre mis piernas en este momento tiene todo el control.
Cada centímetro de él está tenso y rígido, perfectamente disciplinado. Soy
yo la que está perdiendo el control, retorciéndose en la cama con una
necesidad desesperada.
―No voy a follarte ―repite―, pero desearás que lo haga cuando
termine.
Avanza, con su grueso miembro agarrado en el puño, separando aún
más mis piernas para dejar espacio, de modo que estoy completamente
abierta. Siento mi coño abierto para él, mi clítoris lascivamente expuesto,
el aire fresco de la habitación rozando mi piel empapada mientras las
caderas de Luca empujan hacia delante y la cabeza de su polla presiona
contra mi clítoris.
Grito y toda la necesidad burbujea dentro de mí cuando siento la cabeza
de terciopelo empujando contra mi piel adolorida, húmeda y demasiado
sensible, mis caderas se arquean, rechinando contra él, queriendo más.
―¡Quédate quieta! ―Su voz llena la habitación, mandando, ordenando
y me paralizo, con el corazón latiendo tan fuerte en mi pecho que creo que
seguramente él puede verlo―. Jodidamente no te muevas ―me
advierte―. O te haré esto todas las noches, te ataré en la cama y te dejaré
mojada y suplicando cada mañana, y te quedarás ahí hasta que vuelva a
casa.
Lo haría. En ese momento, creo absolutamente que lo haría, y así, en
contra de todos mis instintos, me quedo perfectamente quieta mientras el
magnífico hombre que está entre mis piernas mira mi coño expuesto,
frotando la cabeza de su polla contra mi clítoris mientras él gime con
placer.
Estoy completamente ida. Se ve tan jodidamente guapo, con su camisa
negra desabotonada colgando abierta para revelar su pecho musculoso,
su antebrazo flexionado mientras acaricia su eje, frotando la punta contra
mí en pequeños círculos. Sus ojos son oscuros y están llenos de emociones
que no puedo nombrar, lujuria, ira, frustración, todas ellas que puedo
sentir que emanan de él en oleadas. Este es un hombre con riqueza, con
poder, con mil hombres y más a sus órdenes, y en este momento yo
también estoy completamente bajo su control.
Pero por mucho que me diga que estoy aquí por castigo, él me desea
igualmente. Puedo ver la evidencia de ello justo delante de mis ojos,
gruesa, dura y palpitante mientras sus ojos recorren mi cuerpo desnudo y
tembloroso, una y otra vez mientras me frota hasta el borde del orgasmo
por tercera vez, esta vez usando su polla como un juguete sexual hasta
que gimo sin poder evitarlo, deseando más que nada que esta sea la vez
en que me deje correrme.
Pero por supuesto, justo cuando empiezo a tensarme y a jadear, Luca se
retira con su mano aún firme sobre su polla mientras se mueve hacia atrás.
Casi rompo a llorar de frustración, con los ojos ardiendo mientras lo
miro fijamente.
―Por favor ―le susurro―. Necesito correrme, por favor.
Las palabras se escapan de mis labios antes de que pueda detenerlas.
Su mano no se mueve, no se acaricia, se limita a sujetar su polla,
apuntándome como un arma.
―¿De quién es ese coño? ―Su voz es ronca, como lo fue en nuestra
noche de bodas.
―Es tuyo ―gimo. Sé lo que quiere oír y ahora diría cualquier cosa si
me dejara llegar al orgasmo. Casi cualquier cosa...
―¿Puedes correrte sin mi permiso?
Lo miro fijamente, confundida. ¿Es esto real? ¿Mi marido me está
diciendo realmente que no puedo...?
―¿Puedes...
―¡No! ―gimo―. No, no puedo. Lo siento, Luca, por favor...
―¿En qué estabas pensando cuando te tocaste?
Sacudo la cabeza en silencio. No lo diré, no...
Luca se inclina hacia delante, empujando de nuevo la cabeza de su polla
contra mi clítoris y manteniéndola ahí. Puedo sentir su calor, la humedad
resbaladiza, mi excitación y la suya mezcladas.
―Te dejaré así toda la noche ―dice en voz baja―. Dime, Sofia.
¿En qué estabas...?
―¡En ti! ―casi grito la palabra, mi cuerpo se estremece y me duele todo,
el placer se convierte en algo casi doloroso―. Estaba pensando en ti, en
nuestra noche de bodas, y...
―¿Y qué? ―Su polla empuja con más fuerza mi clítoris y gimo de
placer.
―Que te corrías en mi trasero, oh, Dios, Luca, por favor…
Se ríe, su cara se retuerce en una sonrisa mientras se retira de nuevo,
retrocediendo hasta que está demasiado lejos para tocarme con cualquier
parte de su cuerpo.
―Adelante ―dice, casi con desprecio―. Córrete, si puedes.
Estoy demasiado lejos para avergonzarme, demasiado lejos para
pensarlo dos veces. Antes que pueda retractarse consigo bajar las manos
por encima de mi cabeza, con las muñecas aún atadas, y meto las manos
entre mis muslos, los dedos se hunden en mi coño mientras me froto el
clítoris con locura, mientras mis dedos resbalan contra mi piel empapada.
Me corro en segundos, casi tan pronto como mis dedos están en mi
coño, éste empieza a tener espasmos. Cuando me toco el clítoris, me
arqueo hacia arriba con un gemido que es prácticamente un grito,
retorciéndome en la cama y rechinando contra mis manos mientras tengo
un orgasmo que parece eterno, la necesidad reprimida sale de mí mientras
me corro y me corro y me corro.
Y Luca me observa todo el tiempo. Cuando por fin me desplomo en la
cama, mirándolo aturdida, se ríe, y entonces se inclina hacia adelante,
arrancando el cinturón de mis muñecas.
―Ve a limpiarte.
Lo miro, confusa. Todavía está empalmado, su mano sigue agarrando
su polla, pero no hace ningún movimiento para hacer nada más. Esperaba
que se masturbara como lo hizo la noche anterior a nuestra boda, pero
ahora parece molesto, mirándome fijamente.
―Mierda, ve, Sofia. Límpiate.
―¿No vas a...? ―Mi mirada se dirige a su erección, y mi coño palpita
traicioneramente como si no acabara de tener uno de los mayores
orgasmos de toda mi vida, como si quisiera que Luca me follara.
En este momento, no tengo la menor puta idea de lo que quiero.
―Por supuesto ―dice Luca―, pero no contigo. Ve a limpiarte mientras
yo termino.
―Yo… ―Trago con fuerza y consigo deslizarme fuera de la cama.
Siento que las piernas no me sostienen, cuando doy un paso adelante,
Luca se vuelve a apoyar en las almohadas, mientras su mano empieza a
subir y bajar por su polla con movimientos lentos y firmes. Su pene brilla
y me doy cuenta con vergüenza que es mi humedad la que está utilizando
para excitarse, la que le queda de su roce conmigo.
―¡Vete! ―dice y yo me retiro rápidamente, corriendo hacia el baño
mientras se me acumulan lágrimas calientes en los ojos por alguna razón
que no puedo explicar del todo.
Espero que haya terminado para cuando yo termine. Enciendo la ducha
para no tener que oír sus gemidos y las lágrimas resbalan por mis mejillas
cuando me meto en el agua. No sé por qué estoy tan disgustada, por qué
siento que me ahogo con la maraña de emociones que surgen en mí, o por
qué me siento rechazada cuando Luca está en el dormitorio
masturbándose sin mí, y que ni siquiera me quiera ahí.
Se supone que no lo quiero. Lo odias, me recuerdo a mí misma y en algún
lugar profundo de mi cabeza, estoy segura que todavía lo hago.
Pero en este momento, no siento eso. Lo único en lo que puedo pensar
es que mi marido está en nuestro dormitorio dándose placer y ni siquiera
quiere mirarme mientras lo hace.
Vuelvo a entrar en el dormitorio, con una toalla bien envuelta, justo a
tiempo para ver a Luca tirando un montón de pañuelos de papel a la
papelera que hay junto a la cama. Lo sigo con la mirada y me sonríe
mientras se levanta, todavía completamente desnudo, con la polla
reblandecida mientras se acerca al tocador.
―Te dije ―dice con tanta despreocupación como si no hubiera pasado
nada raro esta última hora, y como si no acabara de torturarme con placer
hasta que perdiera la cabeza―, que tendrías que ganarte esto, Sofia, si lo
quieres. ―Se gira hacia mí, poniéndose unos pantalones de pijama de
seda negra―. Dijiste que no me deseabas, pero estabas mintiendo. ―Se
acerca a mí a grandes zancadas, me pone la mano por debajo de la barbilla
y la inclina hacia arriba mientras yo aprieto la toalla contra mis pechos―.
Actuaste como si odiaras que te inclinara sobre el sofá cuando me corrí en
todo tu trasero. Como si te hubiera violado, pero entonces también
mentías, ¿no? No te molestes en volver a mentir ―añade, mientras mis
mejillas se enrojecen―. Lo has admitido antes. Si quieres mi polla de
nuevo, Sofia, si quieres mi semen sobre ti, vas a tener que ganártelo. Al
igual que tendrás que ganarte tu lugar aquí, como mi esposa.
Mi boca se abre y Luca se ríe.
―No parezcas tan sorprendida. Estoy cansado de tu rebeldía, Sofia,
cuando todo lo que he hecho es intentar mantenerte viva, y mantenerte a
salvo. Te rescaté de la Bratva, te rescaté de Rossi, me casé contigo, y te
follé, y te ofrecí dinero y lujo, y todo lo que pudieras querer aquí, y aún
así actúas como una niña mimada, como si te estuviera encarcelando y
torturando, manteniéndote en contra de tu voluntad, cuando todo lo que
estoy haciendo es mantenerte viva.
Aparta su mano de mi barbilla dando un paso atrás, y la mirada
despectiva vuelve a aparecer en su rostro.
―Tengo responsabilidades, hay gente que depende de mí y presiones
que no podrías imaginar. Ha muerto una mujer, Sofia, una mujer que se
preocupaba por mí, que me trataba como a su hijo y tú estás jugando. Así
que, si me deseas, entonces madura. Toma tu lugar como mi esposa.
Aprende de Caterina y acepta la mano que te tocó en esta vida, pero hasta
entonces, haré contigo lo que quiera y yo también tendré mi placer donde
y como me plazca.
Siento que las lágrimas vuelven a brotar de mis ojos.
―Anoche te follaste a otra persona, ¿verdad? ―susurro―. Por eso no
viniste a casa. Querías acostarte con otra mujer, pero no querías traerla
aquí. Así que te fuiste a un hotel y...
―Eso no es asunto tuyo. ―Se da la vuelta y se mete en la cama.
―¡Dime! ―Trago con fuerza, intentando no gritarle―. Solo quiero
saber... tengo derecho a saber...
Su labio superior se curva.
―No tienes más derechos, Sofia, que los que yo te doy. Si elijo follar
con una docena de mujeres, no es asunto tuyo. Si decido no hacerlo,
tampoco es tu problema.
Se acerca, apaga la luz de la mesita y deja toda la habitación a oscuras
mientras se desliza hacia abajo, rodando sobre su costado.
―Estoy cansado, me voy a dormir y te sugiero que hagas lo mismo.
La repentina frialdad se siente como un shock en mi sistema, aunque a
estas alturas, sé que no debería. Luca ha estado así desde la noche en que
me desperté en esta misma cama: frío, luego calor y luego frío otra vez.
No te quiere, me recuerdo a mí misma mientras contengo las lágrimas y me
voy a mi lado de la cama, afortunadamente muy lejos de él. Nunca lo hará.
Lo que acaba de hacerte es un juego. Una forma de ejercer su poder sobre ti y
nada más. Él no te desea.
No debería doler, nada de esto debería, pero mientras esos
pensamientos pasan por mi cabeza dando vueltas sobre sí mismos una y
otra vez, con los ligeros ronquidos de Luca puntuando el silencio, puedo
sentir las lágrimas goteando por mis mejillas.
Mi libertad de este lugar no puede llegar lo suficientemente pronto.
9

Luca ya se ha ido cuando me despierto y estoy agradecida por eso al


menos. No sé cómo me enfrentaría a él esta mañana, después de lo que
ocurrió anoche.
Me siento adolorida y herida cuando salgo de la cama, y me doy otra
ducha caliente, tratando de lavar el recuerdo de eso junto con todo el dolor
físico, pero ambos persisten. Aunque sigo mi nueva rutina matutina,
lavándome la cara, estirándome, vistiéndome, y bajando a la cocina a
buscar el desayuno, no puedo deshacerme de la confusión.
Así que trato de resolverlo mientras abro un yogur y unto mantequilla
de almendras en una tostada, aún no puedo entender la máquina de café
expreso, así que he renunciado al café por ahora. Intento pensar en Luca,
y en lo que siento por él.
Me rescató. Está bien, un punto para él. Me salvó de la Bratva.
Me obligó a casarme con él. Pero en su defensa, Rossi me habría matado
de otra manera. No puedo darle crédito por obligarme contra mi
voluntad, pero no puedo negar que me salvó la vida.
Sin embargo, fue un imbécil al respecto.
Le quito mentalmente un punto, dando vueltas a mi cuchara alrededor
de mi yogur. ¿Qué más?
Se retractó de su promesa de darme mi propio apartamento. Se retractó de su
promesa de dejarme tranquila después de la boda.
Pero él no hubiera elegido eso, no hubiera querido que nos atacaran la
mañana siguiente. Luca podrá ser un hombre frío, un idiota en muchos
aspectos, incluso brutal en otros. Sin embargo, anoche le creí su ira y dolor
por la muerte de Giulia. Él no habría querido eso, no creo que me quiera
aquí en su ático.
Se arrojó sobre mí durante la explosión. Me protegió.
Bien, un punto por eso. ¿Qué más?
La puerta. El sofá. La suite nupcial. Anoche, en su cama. Todas las veces que
juré que no lo deseaba, que no quería nada más que alejarme de él y sin
embargo respondí cada vez a él de todos modos, mi cuerpo es atraído por
el suyo como una polilla a la llama.
Y es igual de probable que me queme.
Renuncio a las matemáticas mentales, no hay manera de darle sentido.
Luca es un hombre que nunca habría elegido en el mundo real, un hombre
al que le habría temido demasiado como para acercarme a él. El tipo de
hombre que destila poder y carisma, al que nunca habría tenido el valor
de mirar y mucho menos de hablar.
Y ahora estoy casada con él. Llevo su anillo, hice los votos, anoche hizo
cosas en mi cuerpo que ni siquiera sabía que podían sentirse tan bien, y si
cediera, si me fuera a la cama con él sin luchar...
Tienes que ganártelo.
Sus palabras resuenan en mi cabeza y la ira resentida sustituye a
cualquier otra emoción en un torrente caliente que me deja mareada.
¿Cómo se atreve a tratarme como a una niña? ¿Cómo se atreve a decirme
que tengo que ganarme algo que ni siquiera quiero, algo...?
Un golpe en la puerta interrumpe el hilo de mis pensamientos y doy un
grito casi dejando caer el yogur por la sorpresa. Lo tiro a la basura
mientras salgo, solo a medio comer, pero mi apetito se ha esfumado.
Cuando abro la puerta, Caterina está de pie.
Está tan elegante como siempre, pero pálida, sin maquillaje en la cara.
Debe de tener extensiones de pestañas porque siguen pareciendo largas y
espesas a pesar de sus ojos rojos, pero por lo demás no hay ni una pizca
de maquillaje en su piel. No importa, sigue estando impecable y siento un
pequeño parpadeo de envidia.
Y entonces recuerdo lo que ha perdido y me siento culpable.
―¿Puedo entrar? ―pregunta en voz baja y yo retrocedo, dejándola
pasar por la puerta.
―Por supuesto. ¿Estás bien? ―le pregunto y luego me doy una patada
mental. Por supuesto que no está bien.
Caterina sonríe sin ganas.
―Solo necesitaba a alguien con quien hablar. Franco está ocupado, por
supuesto, y… bueno, Luca dijo que tú podrías ser alguien que pudiera
escuchar. A causa de… ―Respira profundamente―. Tú también has
perdido a un padre.
―A los dos, en realidad. ―Una especie de calma se apodera de mí y me
siento un poco más como yo misma. En esto puedo ayudar.
Esto lo entiendo: ser una amiga, el dolor, la pérdida. Es más sencillo de
manejar que mi extraño matrimonio o mis confusos sentimientos hacia mi
esposo. La presencia de Caterina ayuda a alejar los pensamientos de Luca
y cierro la puerta tras ella, mirándola con simpatía.
―¿Quieres algo de beber? No sé cómo funciona la cafetera, pero puedo
hacer té, o...
―Un té estaría bien. ―Ella me sigue a la cocina, se sienta en una silla
mientras yo busco una taza y hojas de té. Luca tiene uno de esos coladores
elegantes, de los que se ponen las hojas en el agua, pero el resto es bastante
fácil. Por suerte hay un microondas, aunque parece tan caro como todo lo
demás y está empotrado en la pared, puedo calentar una taza de agua,
aunque no pueda averiguar mucho más aquí.
―Tengo menta, vainilla, Earl Grey y… rooibos. ―Me tropiezo con la
última palabra y Caterina se ríe, el sonido se interrumpe bruscamente
como si se sorprendiera a sí misma.
―Earl Grey, por favor ―dice amablemente―. Solo negro, sin crema ni
nada.
―Puedo hacerlo. ―Espero estar diciendo la verdad mientras lleno la
taza con agua de la jarra de la nevera y la meto en el microondas―. ¿Así
que Luca te dijo que vinieras a verme?
―Me dijo que lo entenderías. No quería molestarte, pero...
―Está bien ―le aseguro rápidamente―. No tengo nada más que hacer,
de hecho. Luca quiere que memorice todos los nombres de todas esas
personas de la organización que algún día podría conocer en una cena o
algo así, pero… ―Miro la cara pálida y derrotada de Caterina y me quedo
sin palabras―, pero eso no importa. Me alegro de que hayas venido, eso
es todo.
―Es que… ―Se muerde el labio inferior―. Fue tan inesperado. De la
nada. Estaba en tu habitación con ella antes de que ocurriera, y luego
bajamos a desayunar mientras las esperábamos a ti y a Luca. Nos
estábamos quejando de los huevos, Dios… ―se lleva una mano a la boca,
ahogando un sollozo―. Lo último que le dije a mi madre fue que los
huevos revueltos estaban secos, y yo...
Empieza a llorar y yo abandono el té, cruzando la habitación lo más
rápido posible para acercar una silla y sentarme frente a ella, buscando
sus manos para apretarlas en las mías.
―Lo sé ―susurro―. Mi madre no murió de la nada. Estuvo enferma
durante un tiempo, pero mi padre sí. Estaba esperando a que volviera a
casa cuando mi madre me dijo que había muerto. Recuerdo lo pálida que
estaba y cómo apenas se mantenía erguida, parecía que quería disolverse
de pena, ahora lo sé, pero se mantuvo firme el tiempo suficiente para
decírmelo. Yo no quería creerlo.
Caterina traga con fuerza.
―Yo tampoco quería ―susurra―. Me lo dijeron en el hospital: me
desmayé por el humo y me desperté en una cama de hospital. Yo estaba
bien, no tenía ni un rasguño, solo dolor de garganta, entonces la enfermera
vino con Franco y me dijo… ―Se ahoga en otro sollozo―. Les dije que
debían estar equivocados, que debían haberla confundido con otra
persona, pero...
Me siento con ella durante lo que parece un largo tiempo, y cada minuto
se alarga hasta convertirse en otro mientras ella llora en silencio, serena y
elegante incluso en su dolor. También conozco esa sensación, nunca he
sido tan elegante como Caterina, pero conozco la sensación de tener que
contener algo, que si dejas salir toda la tristeza que te duele en el pecho,
te derrumbarás, te destrozarás y llorarás, y llorarás hasta gritar hasta que
no puedas respirar, y tienes miedo de dejar que eso ocurra.
Siempre sucede, eventualmente. A Caterina también le sucederá, pero
cuando esté sola, cuando esté segura de que está a salvo y pueda
derrumbarse sin que nadie la vea desmoronarse.
Por ahora, llora en silencio, con sus manos rodeando las mías hasta que
sus nudillos se vuelven blancos, pero dejo que se aferre a mí. Cuando los
sollozos desaparecen lentamente, me levanto y le traigo una caja de
pañuelos de papel, vuelvo a encender el microondas para recalentar el
agua que se ha enfriado y Caterina me sonríe agradecida.
―Gracias ―me dice en voz baja―. No tengo muchos amigos. La gente
tiende a alejarse de mí, tienen demasiado miedo de mi padre, y no puedo...
sé que suena extraño, pero no puedo llorar así delante de Franco.
Simplemente no puedo.
―No suena extraño en absoluto. ―la tranquilizo―. No creo que lo
ames, ¿verdad?
Caterina niega con la cabeza.
―No, no la amo ―admite―. Ni siquiera siento que realmente deba...
No creo que mi madre amara a mi padre, o no de la forma en que se nos
dice que se debe amar. Ella amaba la seguridad que él le daba, a la familia,
me amaba y no me habría tenido sin él, pero no lo amaba. Siempre supe
que mi marido sería elegido para mí, y tengo suerte de que sea joven y
guapo. ―Se encoge de hombros―. Él tampoco me ama, pero yo no
esperaba amor, esperaba… ―vacila―. Respeto.
La miro con curiosidad.
―¿No sientes que Franco te respeta?
―No lo sé. ―Se muerde el labio―. No debería decir eso.
―No se lo diré a nadie. ―Me río un poco, sacudiendo la cabeza―. ¿A
quién se lo diría, de todos modos? ¿A Luca? No es probable.
Caterina sonríe ante eso.
―Supongo que no, las cosas no van bien entre ustedes, ¿verdad?
Niego con la cabeza.
―Estamos aquí para hablar de ti ―insisto.
No estoy dispuesta a compartir lo que ha pasado entre Luca y yo, y ni
siquiera sé qué habría que compartir.
Desde luego, no los encuentros llenos de lujuria que hemos tenido en
las últimas semanas. Ni su acuerdo de proteger mi virginidad que su
padre le obligó a romper. Entonces, ¿qué? No es que hayamos tenido
conversaciones reales sobre nada, y cada vez que intentamos hablar,
terminamos peleando.
¿Eso significa algo? No lo sé. Si fuera una relación normal, diría que sí,
por supuesto. Se lo contaría a Ana si ella tuviera un novio con el que
parece que solo se pelea o acaba en la cama.
Pero nada de mi relación con Luca es normal.
Caterina vacila, y me doy cuenta de que quiere preguntarme más sobre
Luca, pero para mí alivio no lo hace.
―Pensé que Franco sería más atento ―dice en voz baja, volviendo la
conversación hacia él―. Suena egoísta, lo sé, pero soy la hija del antiguo
Don. Él... bueno, tiene un pasado accidentado en la familia. Hubo
preguntas hace mucho tiempo sobre quién era su padre y todo se aclaró,
pero pensé... no sé, pensé que estaría agradecido de que mi padre lo
eligiera para mí, pero en vez de eso ahora actúa casi como si se lo debieran.
Especialmente desde que Luca fue nombrado Don y Franco subjefe, está
más arrogante que nunca.
―¿Crees que no te aprecia?
―No lo sé. Pensé que lo haría, pero me sentí tan sola en el funeral de
ayer.
―Siento no haber estado ahí ―le digo en voz baja―. Quería estar, pero
Luca dijo que era más peligroso que fuera.
―Probablemente tenía razón. ―Se limpia la cara y me sonríe
cansada―. No es tu culpa, Sofia. Nada de esto lo es.
Se siente como si lo fuera. No puedo evitar pensar que todo esto se debe
a mí, de alguna manera, aunque no sé por qué. Nunca pensé que fuera
alguien especial, pero desde aquella noche en el club, todo parece estar
cada vez más fuera de control.
―Y ahora… ―Respira profundamente―. Viktor apareció en el funeral.
No en él... ―añade rápidamente, al ver la expresión de mi cara―, pero
Luca fue a hablar con él. Intentaba llegar a algún tipo de acuerdo, arreglar
las cosas, pero no funcionó. No estoy segura de por qué exactamente, pero
dijo que la fecha de mi boda tendrá que ser adelantada.
―¿Qué? ―Parpadeo, sorprendida―. Después de lo que acaba de pasar,
¿cómo puede esperar que te cases antes? Acabas de perder a tu madre.
―Se disculpó por eso, pero está claro que es importante… me di cuenta
que no iba a ser discutido. Así que mi boda es en una semana, y ahora…
―No tienes a tu madre para ayudarte a planearla. ―Solo puedo
imaginar lo que debe estar sintiendo. Mi madre ya no está desde hace
mucho tiempo, pero la eché muchísimo de menos en la semana previa a
mi boda, por muy precipitada que fuera. Ni siquiera participé en la
planificación. Caterina lo habría estado planeando con Giulia durante
todo este tiempo, Giulia probablemente estaría encantada de ayudar a su
hija con su boda, y ahora todo se ha ido en un instante.
―Sí. ―Caterina se muerde el labio inferior―. Ni siquiera sé cómo
seguir adelante, no sé cómo fingir que soy feliz con nada de esto cuando
ella no está aquí… ―Hace una pausa, sacudiendo la cabeza.
―Se supone que mañana tengo que ir a ver vestidos de nuevo. Ya
habíamos ido una vez, y ahora solo quiero conseguir el vestido que más
le gustaba a mi madre, aunque no sea mi favorito.
―Yo iré contigo. ―Le aprieto la mano―. No deberías hacer nada de
esto sola.
―¡Luca no te va a dejar! Ni siquiera te dejó ir al funeral...
―Ya me las arreglaré. ―Le prometo, poniéndome de pie para traerle el
té preparado. Cuando se lo entrego, Caterina lo toma agradecida,
rodeando la taza con las manos como si tuviera frío, aunque el ático
siempre está cálido―. Hablaré con él.
La verdad es que no creo que pueda convencer a Luca que me deje hacer
nada, especialmente no después de anoche.
Pero sé que al menos tengo que intentarlo.

Fiel a lo que me temía, Luca casi se ríe en mi cara cuando le pido que
me deje salir del ático con Caterina.
―Ni hablar ―dice rotundamente―. Todo lo que estoy haciendo para
mantenerte a salvo, ¿y tú quieres ir a comprar un vestido de novia? Ni
siquiera estoy seguro de creerlo. Te dije que ibas a quedarte aquí y lo dije
en serio.
Después de toda esa frialdad, no espero que toquen a la puerta al día
siguiente, pero justo alrededor de las diez de la mañana, justo cuando
termino de comer el tazón de yogur y granola que me prepararé, me
sorprende exactamente eso.
Abro la puerta y veo a una pelirroja alta con un vestido cruzado negro
parada ahí, sonriendo alegremente.
―¡Hola! ―dice animadamente―. Soy Annie. Trabajo para Kleinfeld's.
Mi asistente y yo estamos aquí para la cita de Caterina Rossi.
La miro fijamente un poco estupefacta. Caterina no está aquí,
obviamente y parpadeo confundida durante unos diez segundos hasta
que oigo el ding de la puerta del ascensor abriéndose por el pasillo. Un
momento después, Caterina aparece detrás de ella.
―Tengo a mi asistente aquí también y los vestidos, ¿si puedo traerlos?
―La sonrisa de Annie no vacila ni un segundo cuando me hago a un lado,
todavía un poco aturdida, la asistente rubia y Caterina la siguen, junto con
un perchero lleno de seda, raso y encaje.
Aparto a Caterina inmediatamente, por supuesto, mientras Annie y su
ayudante se preparan y no tardo más de cinco segundos en hablar con ella
para entender lo que está pasa do.
Luca la llamó después de nuestra conversación y organizó la cita de
último momento para ver vestidos en el ático en vez de en la boutique. Lo
cual, por supuesto, podría haberme dicho que iba a hacer, pero no lo hizo.
En vez de eso, optó por dejarme pensar que no le importaba y dejó que
esto sucediera así sin más.
Como siempre, me deja confundida en cuanto a cómo sentirme. Estaba
tan enojada y frustrada con él por negarse a dejarme ir… y luego se da la
vuelta y hace algo como esto, algo amable para Caterina, algo que hace
posible que yo esté ahí para ella a pesar de las limitaciones.
Y, aun así, sigo molesta con él por negarse a dejarme salir del
apartamento.
Ojalá nunca lo hubiera conocido, pienso mientras me hundo en el sofá,
viendo a Caterina hablar con la asistente en voz baja, tocando cada uno de
los vestidos mientras los mira. Desearía que nada de esto hubiera sucedido.
Pero incluso mientras lo pienso, ya no estoy del todo segura que sea
cierto. Sin Luca y nuestro matrimonio forzado, me estaría graduando en
unas semanas, preparándome para ir a París y luego a Londres. Estaría en
camino de dejar Manhattan para siempre, convirtiéndome en un miembro
consumado de una orquesta, comenzando una nueva vida lejos de los
recuerdos de aquí.
Sin embargo, cuando me lo imagino ahora, me parece un sueño.
Como una vida que perteneció a otra persona, y la idea de no volver a
ver a Luca me hace sentir casi como si estuviera perdiendo algo.
Como una droga a la que no quiero admitir que me estoy volviendo
adicta.
―Me probaré este ―dice Caterina, sacándome de mis pensamientos―.
¿Qué te parece, Sofia? ¿Es bonito?
Miro la cascada de encaje que está sosteniendo y fuerzo una sonrisa. Se
supone que hoy tengo que apoyarla, no perderme en mis propios
pensamientos.
―Es precioso ―le digo, lo cual es fácil de decir. Cualquier cosa le
quedaría bien.
Se prueba unos cuantos vestidos, se cambia en el baño de abajo y luego
sale para que yo los vea. Todos son preciosos: el primero es un vestido de
encaje blanco entallado con escote en V y mangas hasta el codo, otro es un
corpiño de encaje sin tirantes con una falda de tul vaporosa, y el tercero
es corte sirena elegante de satén blanco liso y grueso.
Y luego sale el cuarto. Es sencillo, hecho de raso blanco, con un escote
fuera del hombro y un corpiño ajustado que se convierte en una falda
completa. No tiene nada de cuento de hadas ni de princesa. Es un vestido
elegante y precioso, que hace que Caterina parezca una reina. Su piel
bronceada resplandece sobre el suave blanco de las telas de satén, el
vestido se ciñe a las líneas de su cuerpo de una manera que es hermosa
sin ser demasiado sexy, y cuando la asistente le coloca un velo en el pelo,
enrollando el tul a su alrededor, siento un pinchazo de lágrimas en la
comisura de los ojos.
―Este es el que mi madre amaba ―dice Caterina en voz baja―. Pensé
que quería algo más adornado, pero ahora que me lo he vuelto a poner…
―Vacila, mirándose en el espejo que le ha preparado la asistente―. Creo
que es perfecto. ―Me devuelve la mirada, mordiéndose el labio―. ¿Qué
te parece, Sofia?
Se me aprieta el pecho y tardo un momento en poder hablar. No nos
conocemos tan bien, solo nos conocemos por las circunstancias, y quiero
decir lo correcto. Este es un momento importante en su vida, que debería
compartir con su madre, o con una hermana, o con una amiga íntima, con
alguien más cercano que yo.
Pero yo soy todo lo que tiene.
―Yo también creo que es perfecto. ―Es cierto, no puedo imaginar un
vestido más perfecto. Los otros eran preciosos, pero este le queda como si
estuviera hecho para ella―, y se sentirá como si ella estuviera ahí contigo,
al menos un poco.
―Eso es lo que estaba pensando yo también. ―Se muerde el labio,
cruza hasta el sofá y se hunde en él junto a mí, todavía con el vestido. Me
toma las manos, las agarra con las suyas y sonríe entre las lágrimas que
empiezan a correr por su cara―. Muchas gracias, Sofia. No puedo decirte
lo mucho que significa para mí que hayas estado conmigo hoy. Siento que
tengo una amiga.
Mi pecho se aprieta de emoción mientras ella me aprieta las manos.
Como en aquel momento de nuestra fiesta de compromiso en el que capté
un destello de lo que podría ser mi vida con Luca si realmente nos
quisiéramos, aquel momento en el que reíamos y nos hacíamos bromas,
veo un atisbo de lo que podría ser mi vida si realmente formara parte de
esta familia. Si aceptara mi lugar como esposa de Luca, trabajaría para ser
una buena, para apoyarlo y amarlo. Caterina sería mi amiga, casada con
el subjefe de Luca. Puedo ver las cenas que organizaríamos, las fiestas a
las que iríamos juntos, los eventos que ayudaríamos a organizar. No
puedo imaginar un día en el que Ana no sea mi mejor amiga, pero puedo
ver el lugar que ocuparía Caterina en mi vida y el lugar que yo tendría en
la suya.
Y no sería malo. Probablemente incluso sería bueno, una vida feliz y
plena en muchos sentidos.
Pero para tener eso, tendría que dejar de lado todas las ideas que
siempre he tenido sobre lo que sería mi vida. Tendría que aceptar mis
sentimientos sobre lo que Rossi y sus matones le hicieron a mi madre, el
hecho de que Luca esté ocupando el lugar que ocupaba Rossi y la forma
en que he sido arrastrada a todo esto.
No sé si puedo hacerlo, no sé si puedo encontrar un lugar aquí cuando
me molesta tanto cómo empezó todo. Cuando ni siquiera entiendo mis
sentimientos por mi propio marido. Cuando estoy alternativamente
insegura de si es alguien de quien podría enamorarme o alguien de quien
debería estar aterrorizada.
Pero sé una cosa que puedo hacer.
Le aprieto las manos a Caterina, mirándola con una sonrisa en la cara.
―Tú tienes una amiga en mí ―le digo con firmeza.
Y eso, sé que lo digo en serio. Más que cualquier cosa que haya dicho
en mucho tiempo.
10

Durante la semana siguiente, me las arreglo para evitar a Sofia todo lo


posible. Aparte de la conversación en la que me tendió una emboscada
pidiéndome que la dejara ir de compras con Caterina, lo que provocó que
mi ático se convirtiera en una boutique de novias por un día, apenas nos
hablamos. Me voy tan pronto como puedo a la oficina y cuando llego a
casa por la noche, ella ya está dormida.
Lo cual me viene bien, porque no sé qué decirle, especialmente después
de lo que pasó entre nosotros la noche que vi la cinta de seguridad.
No estoy seguro de lo que me pasó cuando la vi. No la había espiado
intencionadamente. Sin embargo, quería asegurarme que no había
ocurrido nada fuera de lo normal mientras yo no estaba. No esperaba ver
eso. Me preocupaba que invitara a una amiga sin mi consentimiento, o que
intentara irse, o...
Para ser completamente honesto, no estoy del todo seguro de lo que me
preocupó que me llevó a revisar las imágenes. El encuentro con Viktor me
había dejado al borde, sintiéndome empujado a una situación que
escapaba a mi control, en la que estaba constantemente un paso por
detrás. Quería recuperar algo de esa sensación de control de alguna
manera y cuando vi a Sofia reclinada en aquella silla, con sus delicados
dedos sujetando las bragas a un lado mientras los dedos de su otra mano
se hundían en el coño en el que no había podido dejar de pensar, algo se
rompió dentro de mí.
Nunca había hecho con otra mujer nada parecido a lo que le hice a ella.
Siempre he sido dominante en el dormitorio, el que manda y lleva la voz
cantante, pero siempre ha sido fácil. Las mujeres están demasiado
asombradas por mí, demasiado desesperadas por pasar una noche
conmigo, y demasiado esperanzadas en ser ellas las que me seduzcan para
salir de mi soltería declarada como para ser especialmente desafiantes o
creativas en la cama. Hacen todo lo que les pido, siempre que se lo pido.
Nunca he conocido a una sola mujer que me desafíe en la cama o que se
atreva a contestarme una vez que la ropa empieza a salir, o incluso antes,
de hecho.
Nunca he conocido a una mujer a la que tuviera que dominar. Una
mujer que no pudiera sacarme de la cabeza. Una que me llevara al borde
del control una y otra vez.
Hasta Sofia.
La visión y el sonido de ella haciéndose correr me volvían loco cuando
la veía. La idea de que se tocara a sí misma, que se diera placer a sí misma
cuando se empeñaba en negarme, en luchar contra mí, en rebelarse contra
mí en todo momento, me hizo sentir ligeramente desquiciado. Estuve
muy excitado todo el tiempo que lo vi y me alegré de haber optado por
verlo solo en lugar de con los guardias.
También pregunté si alguien más había revisado las imágenes y
agradecí que no lo hubieran hecho, o habría tenido que despedirlos en el
acto. De hecho, no estoy seguro de qué otra cosa habría hecho si hubiera
pensado que cualquier otro hombre había visto a mi hermosa esposa
abierta de piernas en el ático y metiéndose los dedos.
Al principio no tenía intención de castigarla. Todo lo que sucedió
después una vez que entré en el ático y la encontré, no fue planeado, pero
entonces ella no hizo la única cosa que le había pedido.
Me mintió.
Dijo que no a todo lo que le pregunté.
Y perdí el control.
Pasé toda la noche en mi habitación de hotel sin poder dejar de
fantasear con ella, intentando forzarla a salir de mi sistema pensando en
todo lo que podría querer hacerle a su hermoso y perfecto cuerpo mientras
me daba placer una y otra vez.
No funcionó.
Y ella me está volviendo loco.
Es una carga, una distracción, una responsabilidad más en un mar de
otras responsabilidades, una persona que depende de mí para mantenerse
a salvo cuando tantos otros apuntan. Y, sin embargo, ella lucha contra mí
en cada momento, me miente, finge odiarme cuando sé que está tan
confundida como yo.
Solo he sido capaz de pensar en una forma de recuperar el control, y
todo el tiempo, sentí como la cosa más natural del mundo dominarla.
Exigir la sumisión de su cuerpo, torturarla y castigarla con el placer,
provocarla hasta el borde de la locura, para que sintiera lo que yo siento
cada vez que pienso en ella. Decirle que su cuerpo es mío, para darle o
negarle el placer a mi antojo.
Y a ella le encantó, fue evidente, el problema fue que a mí también.
Necesité todo mi control para no follarla en ese momento. Lo deseaba,
lo anhelaba, lo necesitaba desesperadamente, pero se suponía que esa
noche no debía perder el control, se suponía que era para recuperarlo. Se
suponía que tenía que ejercer mi poder sobre ella para poder sacarla
finalmente de mi cabeza.
Así que no me la follé, hice lo contrario, me burlé de ella, la provoqué
con su evidente deseo y luego la eché de la habitación para poder volver
a masturbarme en mi solitaria mano, cuando probablemente podría
haberla follado toda la noche si lo hubiera intentado, estaba tan excitada
que probablemente habría hecho cualquier cosa que yo quisiera.
A veces siento como si ella me hiciera perder la cabeza.
Así y una guerra que intentar parar en seco.
Desde mi reunión con Viktor, ha habido una paz provisional a pesar de
sus amenazas. He redoblado la seguridad en todas partes: mi oficina, la
casa de Franco, la de su familia, la residencia de los Rossi en donde se aloja
Caterina. La tranquilidad es casi más alarmante que los ataques, porque
me hace temer que pueda estar planeando algo grande. No puedo añadir
más seguridad a mi propio ático, pero dejaré un guardaespaldas personal
con Sofia este fin de semana.
Lo que me lleva a pensar en lo que más me irrita en este momento: el
próximo fin de semana.
A pesar de la tensión y el peligro que se cierne sobre nosotros, Franco
insiste en que no puede dejar de celebrar una despedida de soltero, y lo
entiendo: solo se casará una vez y no hay nada que le guste Franco que
una buena fiesta, pero lo último que tengo en mente ahora es
emborracharme salvajemente en algún lugar.
―Será bueno para ti alejarte de Sofia, y de todo esto. ―Franco está en
mi oficina ahora, inclinándose hacia adelante mientras hace su argumento
para escaparse de Manhattan por un fin de semana una vez más―. Parece
que estás a punto de explotar, Luca. Tanto estrés no es bueno para tu
salud. ¿No es eso lo que le decías a Rossi todo el tiempo? ¿Que se relajara
de vez en cuando?
―No tenía una guerra entre manos cuando le dije eso ―gruño,
mirándolo―. ¿Realmente estás dispuesto a dejar a tu prometida aquí
mientras nosotros nos vamos de fiesta? ¿A dónde fue que dijiste que
querías ir, de nuevo? ¿A Cabo?
―Tijuana ―dice con una sonrisa de satisfacción―. Ahí puedes salirte
con la tuya mucho más, y sí, lo haré. Dejaremos mucha seguridad con ella.
Vamos, Luca, sé que no se espera que sea fiel una vez casado, pero
¿cuándo crees realmente que tendré la oportunidad de salir del país y
follar con tres putas de dudosa edad legal a la vez mientras me drogo con
cocaína después de ser un hombre de familia? Caterina va a querer que
me quede en casa y le haga un bebé.
―Verdaderamente la peor tarea posible ―replico secamente―. Jesús,
Franco, tu prometida es una de las mujeres más bellas de Manhattan.
Heredera de una fortuna. Casi seguro que es virgen. ¿Y te quejas de tener
que follarla?
―No me quejo ―dice alegremente―, pero el coño virgen me aburre
rápido. Después de todo, solo se puede follar por primera vez una vez. ¿Y
si resulta ser un pez frío en la cama?
―Sigue siendo rica. ―Suelto un suspiro, recostándome en mi silla―.
Franco, te das cuenta de que las cosas ya no van a ser como solían ser,
¿verdad? No solo somos hombres casados ahora, es todo. Es el peligro en
cada esquina, mi nueva posición, tu nueva posición. Nos pasamos los
veinte follando todo lo que esté a la vista y presentándonos al trabajo
todavía medio ebrios o con resaca y haciendo que funcionara. Vivíamos
como príncipes, pero ahora somos reyes, y tenemos que hacer el trabajo
bien.
―No, Luca. ―Frunce el ceño―. Tú eres el rey, yo sigo siendo tu lacayo,
y le pido a su Majestad un fin de semana más como los que solíamos tener
antes de tener que levantarme y hacer votos para casarme con una mujer
que, lo admito, está fuera de mi alcance.
―Bueno, al menos lo admites. ―Suspiro―. Está bien me aseguraré que
Caterina esté bien protegida mientras no estemos.
Está en la punta de mi lengua decirle lo que Viktor me pidió: que le
diera a Caterina en lugar de honrar su compromiso con Franco. En este
momento, estoy lo suficientemente irritado con él que no puedo evitar
pensar que le haría bien si hiciera exactamente eso y comprara la paz con
la mano de Caterina en matrimonio.
Pero hice una promesa y la cumpliré. Sin mencionar el hecho de que no
puedo imaginar entregar a Caterina, que siempre ha sido dulce, amable y
servicial en cada interacción que he tenido con ella, a un hombre como
Viktor. He estirado mi moral considerablemente delgada a lo largo de los
años, y espero estirarla aún más, pero creo que es un paso demasiado
lejos.
La mejor manera de asegurarme de que Caterina esté a salvo es que se
quede con Sofia y que los dos contingentes de seguridad las vigilen, junto
con el guardaespaldas que planeo dejar.
Pero tendré que hacerle saber a Sofia lo que está pasando, lo que
significa hacer lo que he estado evitando toda la semana.
Hablar con mi esposa.
Con eso en mente, llego a casa lo suficientemente temprano como para
que haya pocas posibilidades de que Sofia ya esté en la cama. Le envío un
mensaje a Carmen, pidiéndole que envíe cena al ático, el sushi que Sofia
pidió la noche en que la dejé ahí sola.
Cuando llego, definitivamente no está dormida, pero está de pie junto
a la mesa del comedor con los brazos cruzados, y una mirada sospechosa
en su rostro.
―¿Qué está pasando? ―Asiente con la cabeza hacia las bandejas de
sushi para llevar―. Esto está fuera de lugar para ti.
―¿No puedo querer cenar con mi esposa?
―Luca. ―Frunce los labios, lo que hace que mi polla palpite al instante.
Esos labios se verían tan bien fruncidos alrededor de mi…
―¡Luca! ―Me mira fijamente―. ¿Qué está pasando contigo? Nunca
cenamos juntos, ni una sola vez. Ni siquiera cuando lo intenté…
―Solo le pedí a Carmen que ordenara algo de cena. Tenemos que
hablar.
Ella pone los ojos en blanco.
―Esto es del mismo lugar que ordené la noche... ―Se le escapa la voz
y traga con fuerza. Un tenue rubor rosado se arrastra por su cuello, y tengo
una fantasía repentina e inmediata de inclinarla sobre la mesa, empujar la
minifalda de mezclilla que tiene puesta sobre sus caderas y follarla hasta
que grite justo al lado del sushi.
―Esto es una especie de broma, ¿verdad? ―Me mira fijamente―. ¿Qué
me vas a hacer esta vez?
Si supieras las cosas que me gustaría. Me aclaro la garganta apartando el
pensamiento, no tengo tiempo para nuestros juegos habituales, tiempo
para ser absorbido por el ir y venir que surge cada vez que estamos juntos,
o tiempo para recordarle que ella no es la que manda aquí, para recordarle
que, a pesar de todas sus actitudes y protestas, me desea tanto como yo la
deseo a ella.
Por más delicioso que sea.
―No es una broma ―le digo secamente―. Claramente, te gusta esa
comida, y como no tuviste la oportunidad de terminar la tuya la otra
noche. ―Me encojo de hombros, sonriéndole―. Tenemos que hablar. Así
que siéntate y lo discutiremos.
La mirada sospechosa no sale de su rostro ni por un segundo, pero se
sienta lentamente, mirándome con atención. Sin decir una palabra, quita
las tapas de las bandejas, toma un par de palillos y reparte las piezas en
los dos platos de porcelana de la mesa, ridículamente elegante para algo
como esto, incluso yo lo sé.
―¿Quieres un trago? ―Todavía no me he sentado, flotando detrás de
mi silla.
Sofia me mira, la sospecha en su rostro se intensifica y dejo escapar un
suspiro de sufrimiento.
―No estoy tratando de ponerte una trampa, Sofia, ni de hacer alusión
a tu pequeña borrachera de la otra noche. Solo te estoy preguntando si
quieres tomar una copa con la cena. Yo voy a tomar una, no todas las
conversaciones que tenemos tienen que ser tan difíciles.
Ella murmura algo en voz baja que suena notablemente como casi me lo
creo. Me viene a la cabeza la idea de que podría inventar fácilmente una
excusa para castigarla por esa clase de insolencia, como hice la otra noche
y siento que mi polla vuelve a palpitar, apretándose incómodamente en
mis pantalones.
Detente. Esta noche no habrá ningún castigo, ningún juego. Esta noche,
por una vez, necesito ser lo más directo con ella como sea posible. Es la
única manera de poder seguir con esta ridícula excursión de Franco y
sentirme seguro dejando a las mujeres aquí.
―Tomaré una copa de vino blanco ―me dice en voz baja.
―Gracias.
Hay un momento de paz en el silencio que desciende sobre el comedor
mientras voy a buscar nuestras bebidas, interrumpido solo por el
golpecito de los palillos contra bandejas y platos, y el deslizamiento de la
porcelana sobre la madera. Es un vistazo a cómo podrían ser las cosas para
nosotros si nuestro matrimonio funcionara, si pudiéramos dejar de
pelearnos y vivir juntos como una pareja normal. Tendríamos noches más
ordinarias y hogareñas como esta, con Sofia arreglando nuestra cena
mientras yo sirvo bebidas, y comemos, hablamos de...
¿Sobre qué, exactamente? No sé casi nada de mi esposa. Sé que es una
violinista consumada. Le encantan los libros, especialmente los clásicos,
de lo que vi a Ana traer del apartamento antiguo. Ahora sé que prefiere el
vino blanco con sus mariscos, pero eso no es una revelación.
Conozco el jadeo que hace cuando la beso y el sabor de su boca, la forma
en que se ve cuando está perdida en el placer y el sonido de su orgasmo,
pero no sé qué le gusta para el desayuno. No sé qué tipo de música
prefiere escuchar o si le gusta el teatro. No sé cuál es su género favorito
de película o su color favorito. Una vez le dije que yo no tenía uno, pero
por supuesto, eso no es cierto.
Sofia empuja mi plato hacia mí mientras bajo las dos copas y tomo
asiento, jugando con sus palillos mientras me mira con aprensión. Por lo
que puedo decir, no lleva maquillaje esta noche, no creo que esperara que
estuviera en casa hasta después que se durmiera, como de costumbre. Se
ve hermosa sin él, tiene una pizca de pecas visibles sobre el puente de la
nariz que me hace pensar, de repente, en inclinarme hacia adelante y
besarla ahí.
¿De dónde demonios vino eso? Nunca he tenido un pensamiento así en mi
vida, pero por un momento, no puedo negar que tuve la necesidad de
inclinarme y besar a mi esposa, justo en su nariz perfecta y pecosa.
Sofia me mira.
―Bien. ¿Qué es tan importante que has venido corriendo a casa y has
traído sushi para embaucarme en una conversación?
―Yo no traje el sushi ―señalo―. Hice que Carmen lo pidiera.
―Naturalmente. ―Pone los ojos en blanco―. Solo dime de qué se trata,
Luca.
―Se trata de Caterina.
Ella parece ligeramente alarmada por eso.
―No salimos del ático, toda la cita para ver los vestidos de novia fue
aquí, y…
―Sofia ―hablo con calma, mi voz es uniforme y mesurada―. No estás
en problemas, ¿okey? Intentemos tener una conversación normal por
primera vez.
Se echa hacia atrás, mordiéndose el labio inferior de una forma que me
hace desear besarla de nuevo.
―Okey ―dice finalmente.
―Bien. ―Dejo los palillos en la mesa y me giro un poco para verla―.
Franco insiste en que él, yo y algunos de nuestros otros amigos nos
vayamos este fin de semana a una despedida de soltero. No creo que sea
una buena idea, pero él está muy firme en que necesita esta última juerga
antes de que termine su tiempo como soltero.
―Entiendo, ¿a dónde van? ―Sofia frunce el ceño, y puedo ver en su
expresión exactamente lo que piensa de la insistencia de Franco.
Irónicamente, es la primera cosa en la que recuerdo que estamos de
acuerdo―. ¿No es una mala idea con todo lo que ha pasado?
―Por primera vez, estamos de acuerdo. ―Dejo escapar un suspiro―.
Pero es mi amigo más antiguo, y básicamente ha dejado claro que cree que
necesitamos esto, y creo… ―Hago una pausa, preguntándome cuánto
compartir con ella, pero para bien o para mal, ahora estamos casados, y si
alguna vez existe la posibilidad de que Sofia sea una parte funcional de mi
vida en lugar de algo por lo que tenga que estar constantemente
preocupado, tengo que ser capaz de compartir en alguna medida lo que
estoy pensando con ella.
»Franco ha llevado una vida muy privilegiada desde que somos
amigos. ―Empiezo lentamente, y ella resopla.
―Todos son privilegiados. ―También deja sus palillos, mirándome
como si me hubieran crecido dos cabezas―. ¿De verdad crees que no lo
eres?
―¿Crees que tú no lo eres? ―replico, mirándola fijamente. Maldita sea,
¿cómo puede esta mujer meterse en mi piel tan fácilmente?―. Por el amor de
Dios, Sofia, has tenido un pase gratis desde que cumpliste dieciocho años.
Un depósito automático de las cuentas de Rossi iba a parar a las tuyas
cada mes como un reloj, pagando tu matrícula por completo cada
semestre. Sin alquiler, sin servicios, sin facturas de compra. Nunca tuviste
que vivir como una persona normal. Nunca lo habrías hecho, mientras el
dinero se mantuviera, y ahora nunca lo harás desde que eres mi esposa.
―¡Creo que es justo ya que mi padre murió por su culpa!
Sofia aprieta los dientes mientras habla, su postura es firme. Puedo
sentir la tensión en el aire, como siempre.
―Tu padre murió por su culpa ―digo con rotundidad―. Por sus
errores. No por culpa de Rossi, y mi padre murió por culpa del tuyo. Por
su amistad. Y, sin embargo, aquí estoy, cumpliendo sus promesas.
La habitación se queda en silencio por un momento. Ninguno de los
dos se mueve ni habla.
―Lo siento ―dice finalmente y puedo sentir cómo la tensión sale de la
habitación como el aire de un globo―. Tienes razón. Aún hay cosas que
no sé, y yo también he sido una privilegiada. Así que dime de qué estás
hablando, Luca.
Tardo un momento en poder ordenar mis pensamientos. No esperaba
que cediera así, que aceptara. Me hace mirarla con ojos nuevos y
preguntarme brevemente si la he subestimado.
Si tal vez no me he molestado en darle, a nosotros, una oportunidad
porque estoy tan obsesionado con no tener nunca nada que perder. Si tal
vez, solo tal vez, Sofia Ferretti es más fuerte de lo que creo.
―Cuando digo que Franco ha llevado una vida privilegiada, me refiero
a que lo he protegido de muchas de las realidades de esta vida, la vida en
la mafia ―le explico―. Lo protegí de los matones que difundían mentiras
sobre él cuando éramos más jóvenes, y nunca dejé de protegerlo. Cuando
había trabajos que hacer para Rossi, cuando había hombres a los que había
que hacer hablar, hombres a los que había que matar, cosas desagradables,
yo lo protegí de lo peor. Siempre he hecho el trabajo más sucio porque
quería evitar que mi amigo tuviera que luchar contra los demonios que te
persiguen después. ―Hago una pausa, entonces, dándome cuenta que he
dicho más de lo que quería. He revelado más de lo que quería.
Sofia está en absoluto silencio. Sus manos han caído sobre su regazo y
me observa con esos ojos oscuros y líquidos, su rostro es tan suave que no
puedo ver lo que está pensando.
―Pero ya no puedo hacerlo, ya no soy el subjefe. Ahora soy el Don y
Franco es mi subjefe, y si vamos a continuar con este legado, si vamos a
hacer retroceder a la Bratva y mantener este territorio a salvo, necesito que
dé un paso adelante y haga las cosas que una vez hice por Rossi, por mí.
―¿Y crees que darle un último fin de semana de libertad para que haga
lo que quiera le permitirá hacerlo cuando vuelva a casa?
Sofia habla en voz baja, pero sus palabras van directas al corazón con
una precisión que me sobresalta. No esperaba que fuera tan aguda, pero
una vez más, me hace preguntarme si las circunstancias de nuestro
encuentro, de nuestro matrimonio, me han llevado a subestimarla
enormemente.
Mi mujer no es estúpida. Siempre lo he sabido en el fondo, después de
todo, ella era una estudiante en Juilliard, una brillante violinista. He visto
los libros que tiene en su habitación; no todo es palabrería sin sustancia.
Hay clásicos, filosofía, libros que probablemente tengo en mi propia
biblioteca. Y, sin embargo, la he tratado como a una niña.
Quizá por eso está resentida.
Bruscamente, vuelvo a centrar mis pensamientos. No tengo tiempo
para reevaluar mi matrimonio en este momento, eso puede venir más
tarde, tal vez. Si es que esta primera conversación seria que hemos tenido
no es una casualidad.
He desnudado más de mí mismo en estos últimos quince minutos que
en mucho tiempo, quizá nunca. Me siento incómodo y me enderezo en la
silla, mi voz se enfría y se vuelve más formal a continuación
―Sí, eso es lo que espero, pero para que esto funcione, necesito algo de
ti, Sofia.
Ella parpadea.
―¿De mí?
―Sí. Si Viktor se entera de que Franco y yo estamos fuera, y difícilmente
puedo evitar que se entere si se lo propone, entonces probablemente lo
verá como un momento oportuno para atacar. Si trato de protegerte a ti y
a Caterina por separado, los recursos se diluyen. Así que lo que quiero es
que Caterina se quede aquí mientras estamos fuera, y necesito que no te
opongas a mí en esto, necesito que seas una amable anfitriona y la tengas
aquí el fin de semana, y doblaré la seguridad aquí. También voy a tener
un guardaespaldas personal aquí para cada una de ustedes.
―Oh. ―Se ríe de repente, y me sorprende lo poco que he oído ese
sonido de ella―. Solo eso. Por supuesto, Luca. Te das cuenta que Caterina
y yo somos... bueno, somos básicamente amigas en este momento. Lo
convertiré en una despedida de soltera para ella. No será tan emocionante
como la que haríamos si pudiéramos salir, pero haré lo que pueda.
La facilidad me toma desprevenido.
―¿No quieres nada a cambio?
Sofia duda.
―Bueno...
Por supuesto.
―¿Qué? ¿Qué puedo hacer que no tengas ya?
Sofia se pone rígida, y me doy cuenta que he tocado un nervio.
―Solo iba a preguntarte si Ana puede venir también. No es una fiesta
si solo hay dos personas ―añade apresuradamente―. No veo que vaya a
perjudicar en nada tenerla aquí.
Tengo en la punta de la lengua decirle que no. Aunque hasta ahora ha
demostrado ser una buena amiga, no confío del todo en Anastasia, y no
puedo evitar pensar que es casi una burla hacia Viktor tener aquí a la
amiga rusa de Sofia.
Sin embargo, al pensarlo así, me dan ganas de estar de acuerdo.
Y Sofia tiene razón en que probablemente no hará daño. Por lo que sé,
nadie está detrás de Anastasia, y no creo que tenga ningún valor real para
Viktor, más allá del valor ordinario de una chica guapa para él.
―Bien ―concedo―. Anastasia puede quedarse también.
Los ojos de Sofia se abren de par en par.
―¡No esperaba que dijeras que sí! Gracias, Luca.
Puedo oír la sinceridad en su voz, y eso me calienta un poco. Sin
embargo, dudo en confiar en el deshielo entre nosotros.
―¿Hay algo más?
―No ―dice rápidamente―. Claro que no, solo estoy contenta de
volver a ver a Ana. No la he visto desde la boda, ni siquiera sé si sabe que
estoy bien.
―Por supuesto que lo sabe. Me puse en contacto con ella y le hice saber
que estabas a salvo. ―Miro a Sofia con curiosidad―. ¿No crees que
realmente habría dejado que tu amiga se preguntará si estabas viva o
muerta?
―Yo…
―Puedo ser frío, Sofia, pero no soy un monstruo. ―Dejo escapar un
largo suspiro, frotándome una mano por la frente―. Y sé que hay algo
más que quieres. Así que dímelo.
Se queda callada durante un largo rato y no estoy del todo seguro de
que vaya a decírmelo. Estoy a punto de dejarlo pasar y volver a nuestra
cena cuando finalmente levanta la vista y suelta:
―Quiero volver a dormir en mi propia habitación.
La inmediatez con la que quiero decirle que no me sobresalta.
No porque quiera negarme, sino porque mi primer pensamiento
inconsciente es que la cama se sentiría vacía sin ella.
¿Cuándo me acostumbré a tener a alguien a mi lado?
―No sé si es una buena idea...
―Ha pasado una semana, Luca. No ha pasado nada, estás duplicando
la seguridad y dándonos guardias personales. Tú mismo lo has dicho.
¿Realmente crees que el hecho de que yo duerma en tu habitación frente
a la mía va a cambiar algo?
―Si alguien viene por ti, yo estaré ahí.
―¿Cómo podrían entrar? No puedo salir, hay mucha seguridad. ―Me
mira, y puedo ver lo mucho que quiere que esté de acuerdo. Por primera
vez, estamos teniendo una discusión normal, no una pelea acalorada.
Aunque mi instinto me dice que no, que claro que no, que siga haciendo
lo que le he dicho y que se quede donde le he dicho. Sé que no hay
ninguna razón real más allá de mi propia terquedad.
Y el hecho de que, aparentemente, me gusta tenerla en mi cama, aunque
solo sea para dormir.
No quiero ceder, pero me encuentro asintiendo de todos modos.
―De acuerdo, pero si hay el más mínimo indicio de peligro,
volveremos al acuerdo que tenemos ahora.
Una sonrisa se dibuja en su rostro, y no creo que pudiera parecer más
feliz si le hubiera dicho que podía mudarse por completo. Parece
encantada. Y, por supuesto, si está feliz, es una carga menos con la que
tengo que lidiar.
Entonces, ¿por qué la idea de pasar esta noche sin que ella duerma a mi
lado me hace sentir que he perdido algo?
11

República Dominicana, es el lugar en donde finalmente decidimos


desaparecer durante el fin de semana para la fiesta de Franco, es tan
caliente como Nueva York fría.
Llegamos el viernes por la noche, apenas un día después de mi
conversación con Sofia durante la cena. Me fui con la seguridad de que
Caterina llegaría al ático a la hora y Ana un poco después cuando
terminaran sus clases, y que no habría nadie más durante el fin de semana.
También dejé a tantos hombres en el servicio de seguridad que toda una
planta de apartamentos del edificio está ahora temporalmente dedicada a
alojarlos, mientras se turnan para vigilar las cámaras dentro y fuera y
patrullar los pasillos.
Como prometí, también dejé a dos guardaespaldas, Gio y Raoul, ambos
antiguos luchadores y fisicoculturistas ahora convertidos en profesionales
de seguridad que llevan años trabajando para la familia. Si alguien puede
mantener a las mujeres a salvo, estoy seguro de que son ellos, y así habrá
seguridad tanto dentro como fuera del ático.
Todo eso, aunado a la forma notablemente pacífica en que Sofia y yo
dejamos las cosas después de nuestra última conversación, debería
hacerme sentir bien, pero en lugar de eso, mientras el jet privado se dirige
al hangar y Franco se toma lo último de su bebida, sigo sintiéndome tan
nervioso como siempre.
Este es el último lugar en el que quiero estar. Quiero estar en casa,
trabajando en un plan para hacer retroceder a la Bratva para siempre.
Quiero averiguar qué aceptará Viktor para acceder a la paz que no sea una
esposa y que no tenga un precio humano, y quiero...
Quiero estar en la cama con Sofia. Ya ha pasado más de una semana
desde aquella noche, y no me la he quitado de la cabeza como esperaba.
No me hizo sentir más en control de mi lujuria por ella.
Y no he estado dentro de una mujer desde nuestra noche de bodas. Es
el mayor tiempo que he pasado sin sexo desde que perdí la virginidad a
los quince años, y siento que me estoy volviendo ligeramente loco. Nunca
he estado tan frustrado sexualmente en toda mi vida.
―¡Ya llegamos! ―Franco levanta su vaso vacío, con su cara pecosa
ligeramente sonrojada mientras me sonríe―. Estoy listo para drogarme y
follar con todas las mujeres que puedan caber en una cama de hotel al
mismo tiempo. Último fin de semana de soltero, chicos.
Hay una ovación general, y me uno a ella como puedo. Hay otros cuatro
aquí con nosotros, otros amigos desde que estábamos juntos en el
instituto. Tony, Berto, Adrian y Max han sido parte del círculo íntimo de
Franco y mío durante más años de los que me gusta contar ahora. Todos
ellos tienen cargos dentro de la familia. Tony es el capo en Chicago. Berto
y Adrián son hombres de la mafia que me han cubierto las espaldas en
muchos trabajos, y Max es el Consigliere2 en Newark. Todos ellos
entienden la vida, los altibajos, las responsabilidades que conllevan estos
puestos.
Y todos ellos sintieron que este viaje era inoportuno, pero las reservas
que expresaron parecen desaparecer con la promesa de sol cálido, agua,
drogas y mujeres hermosas dispuestas a hacer todo lo que les pidan. El
dinero manda aquí, y no me cabe duda de que habrá mucho desenfreno
este fin de semana.

2
Consejero en italiano.
No estoy seguro de en qué medida participaré yo. Hubo un tiempo en
el que me habría entusiasmado tanto como a cualquier otra persona de
este jet un fin de semana de frivolidad sin límites en un lugar en el que
nadie cuestionará la legalidad de nada mientras tengamos dinero que dar,
y que a ninguno de nosotros nos falta, pero en este momento, no parece
tener el mismo atractivo que antes.
¿Es que me estoy haciendo viejo?
El hotel está escondido a varios metros de la playa, alquilado en su
totalidad para nuestro fin de semana. Tal y como pedí, cuando entramos
ya hay un puñado de preciosas y bronceadas modelos esperándonos en el
salón, vestidas con bikinis sobre los muebles.
A Franco casi se le salen los ojos de las órbitas.
―¿Quién quiere prepararme una copa? ―grita, agitando las manos por
encima de su cabeza―. ¡Es mi último fin de semana de libertad, señoritas!
―Parece un disco rayado ―dice Tony riendo, dirigiéndose también a
la barra. Tony lleva varios años casado y tiene un hijo pequeño, pero estoy
seguro de que él también aprovechará todo lo que el fin de semana le
ofrece. La fidelidad no es una virtud que ninguno de nosotros fue criado
para apreciar. Aun así, es menos descarado que Franco, que mira con
admiración a una modelo de pelo oscuro que levanta una ceja perfecta y
lo señala con un dedo.
―Tal vez no haya sido una mala idea ―dice con una sonrisa, cruza la
sala hacia la chica, que lo agarra por la parte delantera de la camisa y tira
de él hacia ella.
No tardamos mucho en ponernos los bañadores, y las chicas se levantan
para preparar las bebidas mientras abrimos las amplias puertas que dan
a la piscina. El sol ya está pegando fuerte, pero se siente bien después del
clima volátil de Manhattan a finales de la primavera. Siento que me relajo
un poco mientras tomo el tequila y el ginger que me tiende una chica alta
y rubia con un bikini verde eléctrico, me siento en el borde de una
tumbona, respirando el aroma de la rodaja de naranja en el lateral del vaso
y el aire salado que sopla desde la playa.
Me pregunto si a Sofia le gustaría estar aquí. La idea me sobresalta porque
es la primera vez que se me ocurre algo así. Nunca me he planteado llevar
a una mujer conmigo de vacaciones. Estas escapadas están pensadas para
ser exactamente lo que son para todos los demás hombres de aquí, un
lugar para escapar y perdernos en el placer durante unos días y
sacudirnos el estrés de casa.
Nunca he conocido a ningún hombre que lleve a su mujer de
vacaciones. Las amantes, a veces, pero normalmente porque estarán bien
con cualquier otra mujer que acabe en esa cama también. Las esposas se
van de vacaciones con otras esposas o con sus hijos. Ser románticos con
las esposas no es exactamente algo por lo que los hombres de la mafia son
conocidos.
Pero a pesar de que estoy rodeado de las mujeres más hermosas que el
dinero podría comprar, con una bebida fría en la mano y la promesa de
todo el sexo que pueda tener si lo deseo, lo único en lo que puedo pensar
es en el aspecto que tendría Sofia en bikini, de pie al borde de la piscina
con una copa de vino en la mano y su pelo oscuro ondeando con la brisa
que de vez en cuando sopla.
Noto cómo mi polla se agita en el bañador, endureciéndose solo de
pensar en la parte superior del bikini estirada sobre sus pechos llenos, y
en la forma en que se balancearían al caminar hacia mí...
Mierda. Ya he superado lo que es aceptable para cualquier hombre en
términos de frustración sexual. Tengo que tener sexo esta noche y dejar
todo esto atrás. No he follado con otra mujer desde el día en que saqué a
Sofia de aquella habitación de hotel, ya es suficiente.
Soy un hombre con riqueza y poder, el Don de la mafia italiana, uno de
los hombres más poderosos del mundo. Puedo tener a quien quiera y lo
que quiera.
Así que es hora de que lo haga realidad.
Apartando a Sofia de mi cabeza, miro a la rubia bronceada, que no
podría ser más diferente de Sofia si lo hubiera planeado. Es al menos cinco
centímetros más alta, delgada como un rayo y con unos senos casi
inexistentes, los lazos de su bikini verde se aferran precariamente a sus
afilados huesos de la cadera y sus ojos son casi tan verdes como el traje de
baño. Me sonríe seductoramente cuando ve que la miro, camina hacia mí
con un paso lento y oscilante que la hace parecer más curvilínea de lo que
es.
―Hola, guapo ―ronronea, poniéndose delante de mí. Puedo oler el
aroma del aceite de coco y la crema solar que desprende su piel. Está tan
cerca que podría inclinarme hacia adelante y lamerla si quisiera, su coño
está a centímetros de mi cara, y puedo ver por la piel impecable a ambos
lados de su bikini que está depilada.
Sin embargo, todas estas mujeres lo estarán. Son todas las
acompañantes más caras que se pueden comprar. Todas están en perfecta
forma física, arregladas a la perfección para nuestro placer, y pagadas
para hacer literalmente cualquier cosa que los hombres aquí esta noche
les pidan, y ninguna de ellas será tímida al respecto.
Le rodeo la cintura con un brazo y la atraigo hacia mi regazo. Su pelo
rubio se balancea hacia mi cara, perfumado con algo que huele a caramelo,
y mi polla reacciona instantáneamente a la sensación de su cálida piel
presionando contra mi pecho desnudo, endureciéndose casi hasta el
punto del dolor clavándose en la mejilla de su trasero mientras se retuerce
en mi regazo.
―Ohh ―gime débilmente, y siento cómo se me tensan las bolas
mientras ella inclina la cabeza hacia el pliegue de mi cuello, retorciéndose
contra mi erección sin la menor sutileza.
Bueno, al menos todavía se me levanta, pienso secamente, pero es una
reacción puramente física. En otro tiempo, no seguiría sentado en esta
tumbona. Ya estaría buscando adentro la cama más cercana para tirarla
encima para un rapidito vespertino antes de volver a la piscina para ver a
quién quiero follar después, una vez que mi polla haya podido
recuperarse, y nunca me ha llevado tanto tiempo cuando hay tantas
mujeres preciosas disponibles para elegir.
O me meto en la piscina, con ella discretamente en mi regazo mientras
deslizo su bikini a un lado y me meto dentro de ella, dejando que se
retuerza encima de mí durante una larga y placentera sesión de jugueteos
hasta que la empujo bajo el agua para que se trague mi semen. Al
oscurecer, los chicos harán exactamente eso: nunca hemos tenido una
orgía completa delante de los demás. Sin embargo, no nos resistimos a
que nos den una pequeña mamada discreta mientras los demás fingen no
saber lo que está pasando. No estoy seguro de que Berto no esté
empezando ya, con la belleza de piel oscura que tiene a horcajadas en la
piscina.
Pero, aunque esas breves fantasías hacen que mi polla se engrose aún
más, palpitando contra el cálido coño de la rubia a través de la fina tela de
su bikini mientras ella se aprieta un poco más sobre mi regazo, parecen
solo eso. Fantasías. Nada que vaya a cumplir, aunque lo haya hecho
cientos de veces.
Por mucho que intente forzarme a sentir lo contrario, la mujer que
quiero que se retuerza contra mí en este momento, prácticamente rogando
por mi polla, es Sofia.
Sencillamente, después de verla jadear y retorcerse en la cama mientras
le enterraba los dedos, y después de saborear lo dulce que era y de sentir
su pulso contra la cabeza de mi polla mientras la frotaba hasta el borde
del orgasmo, una mujer a la que le pagan para que finja que me desea no
va a ser suficiente. Tampoco, creo, una mujer a la que recoja en un bar que
solo me desea por mi estatus y mi riqueza.
Sofia quiere más que nada no desearme. Y sin embargo hace una
semana estaba en mi cama metiéndose los dedos frenéticamente hasta
llegar al orgasmo delante de mí, rechinando contra sus manos atadas
incluso mientras se sonrojaba de vergüenza.
Haría cualquier cosa para no sentir lo que siente por mí, ella no quiere
mi dinero ni mi poder, apenas quiere mi protección.
Pero no puede evitarlo.
Y mientras me siento bajo el sol dominicano, viendo a Berto salir de la
piscina y dirigirse al interior con la mujer que sin duda está a punto de
follar, con Franco a dos tumbonas de distancia con tres modelos
rodeándolo y una rubia cachonda en mi regazo, estoy bastante seguro de
que no estoy mejor que Sofia.
Para bien o para mal, parece que somos adictos a volvernos locos el uno
al otro.
Y no tengo ni puta idea de qué hacer al respecto.
12

La “fiesta” de Caterina no se parece en nada a lo que habríamos hecho


en circunstancias normales, especialmente con Ana. Solo puedo imaginar
el tipo de lugares a los que nos habría arrastrado, pero Luca me pidió que
hiciera una lista de las cosas que querría tener para ella, y yo hice
exactamente eso. Todavía me toma un poco desprevenida lo amable que
ha sido.
Aquella noche en la mesa fue la primera vez que discutimos sin que uno
de los dos acabara enfadado o besándonos violentamente. No terminó
conmigo doblada sobre un sofá o atada en la cama mientras él me
mostraba quién exactamente tiene el control.
Terminé sorprendida con él, concediéndome algo. Algo que quise
desde la mañana en que volvimos del hospital y que no pensé que
volvería a tener: poder quedarme en mi propia habitación.
Pero no me hizo tan feliz como creía. Anoche me sentí casi sola, sin los
suaves ronquidos de Luca en la oscuridad ni el aroma de su colonia en las
sábanas, ni el calor de su cuerpo calentando las sábanas incluso desde el
otro lado de su enorme cama California King. El hecho de que cediera no
se sintió como una victoria. Se sintió como...
Como si realmente no me hubiera querido ahí en absoluto, como si solo
lo hubiera forzado para obligarme a hacer algo que él sabía que no quería.
Y ahora que se ha retractado, se siente como si no me quisiera.
Es una estupidez. Sé que es estúpido. Conseguí lo que quería y aun así
sigo tan confundida e infeliz como siempre. Así que, en lugar de
centrarme en eso, pienso en que voy a tener otros dos días completos sin
Luca aquí, días en los que espero despejar mi mente, y aún mejor, días
que podré pasar con mis amigas. No me sentiré sola en el ático con
Caterina y Ana aquí y con suerte podremos animar a Caterina al menos
un poco.
Ella aparece una hora después de que Luca se fue, con una bolsa de fin
de semana a rayas en la mano y la primera sonrisa que he visto en su cara
desde antes de la explosión.
―Es muy amable de tu parte ―dice mientras deja la bolsa en el suelo
y se inclina para darme un abrazo.
―¿Estás bromeando? Este lugar es enorme y siento que me pierdo en
él cada día que estoy aquí sola. Será agradable tenerlas a ti y a Ana aquí
el fin de semana.
―¿Cuándo llega ella?
―Probablemente en unas horas. ―Echo un vistazo mientras Gio, uno
de los dos guardaespaldas que dejó Luca, cruza por la habitación hacia la
cocina―. No sé cómo voy a acostumbrarme a tenerlos aquí.
―Pronto se integrarán. Recuerdo haber tenido un guardaespaldas en
casa de vez en cuando, después de lo que les pasó a tus padres y a los de
Luca, pero después de un tiempo, ya no me daba cuenta.
―Eso espero. ―Me obligo a sonreír tratando de sacudir cualquier
indicio de mal humor―. Luca me preguntó qué quería tener aquí para tu
fiesta. Así que tenemos mucho vino, cupcakes, y ha dejado instrucciones
con Carmen para que pidas lo que quieras para cenar. Vamos a pasarla
bien esta noche, pase lo que pase. Tenemos todo el lugar para nosotras y
estaremos a salvo. Hay tanta seguridad en este edificio que no sé si podría
pasar una araña sin que la vieran.
―Bueno, eso es algo bueno ―dice riendo―. Odio las arañas.
En algún momento alrededor de las nueve, Ana finalmente aparece.
Después de un vaivén sobre qué hacer, nos encontramos en la terraza
junto a la piscina bajo las estrellas, con Ana haciendo daiquiris fríos en la
barra y cajas de pizza esparcidas por ahí.
―Oh, Dios. ―Caterina prácticamente gime mientras le da un mordisco
a una porción de salchicha y queso―. No puedo recordar la última vez
que comí pizza. He sido muy estricta con mi dieta para la boda, y yo…
―Da otro bocado, metiéndose la mitad del trozo en la boca, y me tapo la
boca con la mano para no reírme a carcajadas.
―¿Qué? ―Me sonríe, limpiando la salsa de su mejilla con una
servilleta―. ¿Nunca has visto a alguien comer pizza antes?
―Nunca te he visto comer pizza antes. Siempre eres tan elegante.
Nunca pensé que vería el día en que te metieras media porción en la boca
de un solo bocado.
―Bueno, aquí no hay nadie más que nosotras dos para ver, así que
puedo hacer lo que quiera. ―Caterina se ríe, recostándose en la tumbona
y tragando el último bocado de su pizza―. De hecho, es muy relajante.
Solo esa frase me da una idea de lo estricta que debe haber sido su vida
todos estos años.
―¿Y la universidad? ―pregunto con curiosidad―. ¿No pudiste soltarte
y divertirte entonces?
Ella resopla.
―No fue así, tuve que seguir viviendo con mis padres y tenía un
estricto toque de queda. Tuve suerte de que me dejaran ir. Hoy en día,
entre los mafiosos más jóvenes no existe el estigma de una esposa con
estudios, pero no se me permitía tener muchos amigos, ni salir de fiesta,
ni hacer nada realmente, excepto ir a clase y volver a casa. Les preocupaba
demasiado que pudiera, meter la pata.
―¿Hacer qué, exactamente? ―Ana se acerca a nosotras con tres
daiquiris de fresa y los reparte, posándose en el borde de su propia silla
mientras toma un sorbo.
―Acostarme con alguien ―dice secamente―. Mi virginidad es un bien
muy preciado. Mis padres se aseguraron de protegerla tan ferozmente
como cualquier otra parte del negocio familiar.
Ana hace una mueca.
―Espera, ¿también eres virgen? Dios, me siento como una puta
saliendo con ustedes dos.
―Lo soy. ―Caterina se ríe―. Sofia ya no lo es.
―Apenas ―murmuro―, pero a mí no me obligaron a serlo,
simplemente nunca salí con nadie.
―Al menos las dos tienen maridos súper guapos para ser su primera
vez ―dice Ana, inclinándose hacia delante―. ¿Estás nerviosa?
―Un poco ―admite Caterina―. Franco es como todos los demás
hombres jóvenes, y honestamente, algunos de los mayores también. Tiene
sexo constantemente, por lo que he oído. No quiero que no sea feliz en
nuestra noche de bodas.
―Entonces, espera, ¿no han hecho nada en absoluto? ―Ana frunce el
ceño―. Ya lo besaste, ¿verdad?
―¡Claro! ―Caterina se sonroja―. Yo... nosotros... bueno, hemos hecho
un poco. Yo… ―se muerde el labio inferior, poniéndose repentinamente
más roja de lo que nunca la he visto―. Se la chupé en la limusina después
de que me propusiera matrimonio.
―¡Yo también lo haría! Mira ese puto anillo. ―Ana canta, riendo―.
Vamos, Sofia, interviene aquí. Dale un consejo a la pobre chica, de una
novia virginal a otra.
―No creo que tenga muchos consejos que darle ―admito―.
Básicamente no tengo ni idea.
―Tú y Luca se acostaron, ¿verdad? ―Caterina frunce el ceño―. Vimos
la cama a la mañana siguiente.
Ana hace un ruido de arcadas.
―¿En serio revisaron tus putas sábanas? ¿Qué es esto, el siglo XIV?
Caterina se encoge de hombros.
―A todos nos da asco, mi madre intentó convencer a mi padre de que
no lo hiciera por Sofia, pero él insistió. Es muy tradicional. ―Un destello
de tristeza cruza su rostro probablemente al mencionar a su madre, pero
es fugaz. Me doy cuenta de que intenta mantener el buen humor.
―Luca no mantendrá esa tradición, estoy segura. ―Doy un sorbo a mi
bebida, intentando no pensar en la última noche que estuve aquí arriba en
la terraza bebiendo y en lo que eso conllevó.
―No te sorprendas si lo hace. Ha heredado un puesto y todo lo que
conlleva eso. No sé si se apresurará a hacer cambios, sobre todo mientras
mi padre siga vivo. ―Caterina hace una pausa―. Pero sí tuvieron sexo,
¿no? Quiero decir, puedo entender que lo hayan fingido, pero...
―No, lo hicimos ―le digo rápidamente. ―Yo solo...
―¿No fue bueno? ―Ana levanta una ceja―. Los hombres tan calientes
como Luca suelen ser una mierda en la cama. Son tan guapos que ni
siquiera tienen que intentarlo. Las chicas fingen un orgasmo solo con la
esperanza de salir con ellos un rato, y luego se creen dioses. ―Pone los
ojos en blanco.
―No, quiero decir...
―¿Te corriste? ―Ana se inclina hacia delante, con los ojos brillando con
picardía―. Vamos, Sofia, estamos teniendo una noche de chicas.
Comparte un poco.
Pienso en la noche de hace una semana, y en la dura polla de Luca
rozando mi clítoris, en su lengua sobre mí, y en la forma en que le rogué
que me dejara correrme hasta que finalmente cedió. La forma en que me
masturbé descaradamente delante de él, sin importarme que me estuviera
mirando.
Y la forma en que me rechazó después.
Siento que me pongo roja, y me alegro de que sea de noche, así que al
menos es menos obvio, incluso con las luces de la terraza.
―No ―digo en voz baja―. No lo hice. No estuvo mal, supongo. Solo le
dije que terminara con eso.
―¿Tú qué? ―Caterina se sienta―. No te obligó, ¿verdad?
―Quiero decir… ―dejo escapar un suspiro―. Ustedes saben que todo
esto fue arreglado para mí desde el principio. Yo no quería nada de esto,
y no quería acostarme con él.
―¿No crees que es atractivo? ―Caterina frunce el ceño.
―No ―Ojalá. Todo esto sería mucho más fácil si Luca fuera feo o si
simplemente no me atrajera en absoluto, pero ¿cómo podría alguien no
sentirse atraído? Es como algo salido de la fantasía de cualquiera:
musculoso, de cabello y ojos oscuros, alto, moreno y guapo en todos los
sentidos de la palabra. Es magnífico, y no se me ocurre cómo una mujer
no lo querría.
―Es que yo no elegí nada de esto. No quería casarme con él. Ni siquiera
hemos tenido una cita.
―Yo tampoco elegí a Franco. ―Caterina se encoge de hombros―. Pero,
aunque estoy nerviosa, también estoy emocionada por nuestra noche de
bodas. Es guapo. Espero que sea un buen amante y no veo ninguna razón
para estar molesta por ello, podría haber sido mucho peor.
―Asegúrate de que te la chupe ―dice Ana riendo―. Sobre todo,
porque ya se lo has hecho tú, más vale que dé lo mejor de sí.
Caterina se sonroja ante eso, pero yo sigo luchando con lo que acaba de
decir. ¿Estoy realmente tan equivocada al resistirme a Luca porque no
pedí este matrimonio? ¿Estoy siendo desagradecida?
―Es que no veo por qué debería acostarme voluntariamente con él
―insisto―. Lo hice en nuestra noche de bodas porque tenía que hacerlo,
pero el hecho de que sea así para las mujeres que nacen y se casan con la
mafia no significa que sea lo que quiero para mí.
―Si no quieres, no debes ―dice Ana con firmeza―. Nunca debes
sentirte forzada.
―Yo... bueno, quiero decir, yo… ―Me tropiezo con mis palabras, sin
saber cómo explicarme.
Caterina me mira.
―Sí quieres, ¿verdad? Pero sientes que no debes.
Ha dado tan directamente en el clavo que no sé ni qué decir. Eso es, por
supuesto, y lo sé desde hace tiempo. Si soy sincera conmigo misma, he
deseado a Luca desde la noche en que me inmovilizó contra la puerta de
su casa.
Pero siento que es alguien que no debería querer. No debería estar
casada con él. Tengo miedo de lo que pueda pasar si caigo bajo su hechizo.
―No es el tipo de hombre con el que habría salido, y mucho menos con
el que me habría casado. Me habría sentido demasiado intimidada incluso
para hablar con él, y es frío. Cruel, incluso.
―¿Contigo? ―Ana frunce el ceño―. ¿Te ha hecho daño?
―¡No! Quiero decir que a veces es un poco idiota, pero… ―Intento
pensar en cómo explicarlo―. Se siente distante. Inalcanzable. Como si
hubiera otro lado de él que no puedo entender.
―Sofia, estos hombres son diferentes. Los hombres como Luca y Franco
están condicionados a ver a las esposas y a los hijos como otro activo o
pasivo en un balance. Algo para considerar en términos de su valor. Mi
padre siempre fue así, enseñó a Luca a ser igual, y estoy segura de que el
padre de Luca también lo hizo.
―No recuerdo que mi padre haya tratado así a mi madre ―digo en voz
baja―. Él la amaba, estoy segura de que lo hacía.
Caterina se queda callada un momento.
―No recuerdo mucho de tu padre, Sofia, pero creo recordar que venía
a cenar en ocasiones cuando yo era más joven. Hablaba de una hija, y yo
siempre le preguntaba si podía conocerla y mi padre siempre me decía
que me callara, pero tú padre siempre fue amable. De voz suave. Puedo
ver cómo el hecho de tenerlo en tu vida te habría educado para esperar
más de los hombres.
Siento que las lágrimas me arden detrás de los párpados, y hago lo
posible por retenerlas. Lo último que quiero hacer es derrumbarme en una
noche que se supone que debe ser feliz. Se supone que es la noche de
Caterina, y es la primera vez que veo a Ana en semanas. Si Caterina puede
estar alegre después de perder a su madre hace una semana, entonces yo
puedo arreglármelas para no llorar por la mención de mi padre, que lleva
muerto casi diez años.
―Luca me hace sentir confusa ―admito―. Lo deseo. Nunca había
sentido este tipo de atracción por un hombre, nunca, pero no puedo evitar
pensar que es solo físico porque es muy guapo, que es imposible que ame
a alguien como él.
―¿Qué quieres decir? ―pregunta Ana con curiosidad―. ¿Qué pasa con
él?
―Ahora es el Don. ―La miro fijamente―. Y antes de eso, era el Subjefe
de Rossi. Ha matado a hombres, probablemente los ha torturado, les ha
hecho todo tipo de cosas horribles, ¿y para qué? ¿Para poder vender
drogas, o armas, o cualquier negocio del que obtenga todo ese dinero?
¿Cómo se supone que voy a amar a un hombre así? Alguien que podría
hacer daño a otra persona solo por, por...
―No se trata de las cosas ―dice Caterina en voz baja―. Se trata de la
lealtad, de la confianza, de no faltar a tu palabra. Todos estos hombres
hacen cosas terribles, pero todos tienen un código, y si Luca le hace daño
a alguien, es para evitar que le haga daño a otros que a él le importan. No
se trata de cualquier mercancía que estén moviendo, se trata de asegurarse
de que la traición es inaceptable. Que todos los hombres a su alrededor
sean leales y que las otras mafias se atengan a los acuerdos que los líderes
han hecho.
La miro con el ceño fruncido.
―¿Cómo sabes todo esto?
―Escucho. ―Se encoge de hombros―. Mi padre no siempre es
silencioso cuando tiene reuniones en la casa, y ya lo he oído hablar de
Luca. Luca es moderado cuando se trata de esas cosas, nunca es más
violento de lo necesario, no disfruta siéndolo.
―¿Y qué hay de Franco?
Ella guarda silencio durante un largo momento.
―No sé de él, cómo se siente con todo eso. Nunca hemos hablado de
ello.
Recuerdo de repente, lo que Luca dijo en la cena aquella noche. Que
siempre protegió a Franco, que hizo lo peor de las cosas que había que
hacer para que Franco no tuviera que hacerlo. Para que Franco no tuviera
que lidiar con los demonios que lo acompañaban.
No presté mucha atención a lo que decía entonces, pero se me ocurre
que muestra un lado de Luca que no había visto antes. El tipo de hombre
que es más allá de nuestras interacciones.
El tipo de hombre que haría cosas horribles, mancharse las manos de
sangre que no puede lavar, para salvar a su amigo. La clase de hombre
que protegió a un amigo de la infancia de los chismes y luego siguió
protegiéndolo.
El tipo de hombre que está luchando ahora, sabiendo que ya no puede
proteger a su amigo y que tal vez lo protegió durante demasiado tiempo.
―Luca me mencionó que ha evitado que Franco tenga que ensuciarse
las manos demasiado a menudo. ―Miro a Caterina―. Creo que ha tratado
de protegerlo de algunas de esas realidades.
―Han estado unidos por la cadera desde que eran niños. ―Se frota las
manos por los muslos, dejando escapar un largo suspiro―. Siempre hubo
rumores de que el padre de Franco era irlandés. Su madre se quedó
embarazada poco después de que el jefe de la mafia irlandesa de Boston
viniera de visita, y con el pelo rojo de Franco... bueno, ya ves cómo
empiezan las habladurías, pero se demostró que no era ilegítimo, lo cual
fue bueno para él y su madre.
―Espera, ¿qué habría pasado?
―Probablemente el tipo de cosas que ocurren en cualquiera de estas
familias del crimen ―murmura Ana―, y nunca es bueno para la mujer.
―Creo que es seguro asumir que su madre habría sido asesinada, y
también Franco posiblemente. Se habría iniciado una guerra con los
irlandeses. El padre de Franco no era parte del círculo interno, pero era lo
suficientemente respetado como para que si el líder irlandés se hubiera
acostado con su esposa hubiera sido visto como un terrible insulto. No
habría terminado bien.
La miro fijamente horrorizada, pero incluso cuando abro la boca para
protestar que seguramente la madre de Franco no habría sido asesinada
aunque hubiera sido infiel, porque, ¿y si no lo hubiera hecho? ¿Si la
hubieran obligado? Pero entonces me doy cuenta de que por supuesto que
ese habría sido el resultado. Rossi había querido matarme solo porque era
más fácil que intentar mantenerme con vida. Si no fuera por Luca, estaría
muerta.
¿Ves un patrón aquí? La pequeña voz en mi cabeza susurra. Él ha
protegido a Franco. Te ha protegido a ti. Tal vez no es tan terrible como crees que
es.
―Te dije que mi madre y yo vinimos aquí después de que mi padre
fuera asesinado por la Bratva ―dice Ana en voz baja―. Sofia, sé que estás
luchando con las circunstancias que te obligaron a contraer matrimonio,
y sé que Luca no es el tipo de hombre con el que te hubieras casado en el
mundo real, pero no creo que sea un mal hombre. Creo que… ―vacila,
mordiéndose el labio inferior―. Creo que incluso podría sentir algo por
ti.
―Estoy de acuerdo ―dice Caterina―. Creo que se está enamorando de
ti, aunque no lo va a admitir. No ahora, al menos.
―No creo que Luca sea el tipo de hombre que siente algo por alguien
―digo rotundamente―. Tú misma lo has dicho, Caterina, los
matrimonios en la mafia no están hechos para el amor. Entonces, ¿por qué
iba él a enamorarse de mí?
―Tal vez sea diferente. ―Caterina se encoge de hombros―. ¿No sería
bonito que lo fuera?
―Solo quiero lo que me prometió ―insisto tercamente―. Quiero que
me dé un apartamento lejos de él donde no tengamos que vernos y
entonces podré intentar olvidar todo esto.
Pero incluso mientras lo digo, no estoy segura de que lo diga en serio.
Anoche mismo, eché de menos tener a Luca en la cama a mi lado. Me sentí
sola, aunque estar de vuelta en mi propia habitación era exactamente lo
que quería.
―Nos peleamos todo el tiempo, casi cada vez que intentamos hablar.
Si hay sentimientos, es solo lujuria. Sé que eso es todo lo que hay.
―¿Y la mañana después del ataque al hotel? ―pregunta Ana de
repente―. No sabías si estaba bien, ¿verdad? ¿Y cómo te sentiste al
respecto?
Me sentí aliviada de que no estuviera muerto, y confundida porque
hubiera intentado salvarme, pero no quiero decir eso en voz alta. No
quiero admitir que una parte de mí podría querer a este marido que me
han impuesto, y que realmente podría querer intentar que esto funcione.
Que nuestra conversación de hace unas noches me dio una pequeña
visión de cómo podría ser si tuviéramos un matrimonio de verdad, y no
fue terrible.
Sigo teniendo estos pequeños atisbos de lo que podría ser mi vida: la
forma en que crecería mi amistad con Caterina, la forma en que Luca y yo
podríamos sacar lo mejor de esta situación.
Pero esto nunca estuvo destinado a ser un verdadero matrimonio.
Siempre habrá cosas que nos detengan: el hecho de no poder tener nunca
hijos, la primera noche que pasamos juntos, las mujeres que estoy segura
de que siempre lo perseguirán, el conocimiento de la clase de hombre que
es cuando no está en casa conmigo, las cosas que hace por su trabajo.
Cosas de las que me beneficio porque vivo en esta casa y gasto su dinero.
No puedo creer que alguna vez él me sea fiel o que sea otra cosa que lo
que es ahora: un hombre frío y brutal que tiene destellos de calidez en
momentos inesperados.
―No me importaba ―digo secamente, poniendo todo el empeño que
puedo en que parezca que es cierto―. Lo único que me preocupaba era lo
que me pasaría si hubiera muerto.
Sé, a ciencia cierta, mientras las palabras salen de mi boca que no es
cierto.
Y mirando las caras de Caterina y Ana, creo que ellas tampoco me creen.
13

Para cuando nos instalamos en una de las habitaciones de invitados, en


una gigantesca cama king-size en la que cabemos las tres, estamos
borrachas de daiquiris y vino, llenas de cupcakes y completamente
agotadas. Al cabo de un rato, la conversación se aleja de mi tensa relación
con Luca y se vuelve a hablar de la boda de Caterina, sobre todo, de su
próxima noche de bodas. Ana tenía muchos consejos para compartir, y
para cuando nos terminamos dos botellas de vino, todas nos reíamos más
y más con cada historia extravagante que compartía sobre sus hazañas
con los hombres con los que había salido.
Fue agradable ver reír a Caterina. La noche logró exactamente lo que yo
esperaba: apartar de su mente el dolor y darle la oportunidad de soltarse
y disfrutar de algo de la boda que se había adelantado tan
dramáticamente. También nos permitió alejar su mente de lo que
probablemente estaba haciendo Franco en su propia despedida de soltero.
Luca no me dijo a dónde iban exactamente, solo que era fuera del país y
que iban a tomar el jet privado.
Ella solo lo mencionó una vez antes de que cambiáramos rápidamente
de tema, pero vi la mirada en sus ojos. Podía decir que no lo amaba, que
aceptó su forma de ser y la de todos esos otros hombres, pero me di cuenta
de que la idea de que Franco estuviera de fiesta con otras mujeres,
probablemente follando con ellas y haciendo Dios sabe qué en algún otro
país la molestaba.
Probablemente Luca esté haciendo lo mismo. Conseguí evitar pensar en
eso durante la mayor parte de la noche, pero ahora, acostada en un sopor
inducido por el vino y la escarcha en el extremo izquierdo de la cama, de
repente me vienen a la cabeza imágenes de Luca en algún lugar lejano con
preciosas mujeres colgando de él. Intento apartarlas, pero lo único en lo
que puedo pensar una vez que la primera imagen entra en mi cabeza es
en Luca manoseando a alguna supermodelo, Luca inclinándola sobre una
cama, Luca desnudo y enredado en las sábanas con tres o cuatro mujeres
a la vez. Recuerdo la forma en que se burló de mí con esa misma imagen
hace unas semanas, lo que parece un millón de años, y la idea me produce
una sensación de malestar en el fondo del estómago.
No puedo esperar que sea célibe si yo no lo quiero y si sigo negándome
a acostarme con él, pero la idea de que juegue con otra mujer como lo hizo
conmigo, de que bese a otra con la misma pasión, me hace llorar. Ya no
son solo celos, es un profundo y doloroso sentimiento de tristeza, casi
como si...
Casi como si estuviera empezando a enamorarme de él.
Aprieto los ojos intentando no pensar en ello. Si pienso en otra cosa,
conseguiré dormirme. Intento concentrarme en el sonido de la ciudad en
el exterior que entra débilmente por la ventana, o en los pasos de Gio y
Raoul por el pasillo mientras hacen su ronda en el ático. Tal y como dijo
Caterina, hicieron un trabajo extraordinario al pasar desapercibidos toda
la noche. Al cabo de un rato, apenas me di cuenta de que estaban ahí, pero
me siento más segura.
Luca ha hecho todo lo posible para mantenerme a salvo. ¿Es realmente
solo porque está tratando de mantener la promesa que hizo?
¿Simplemente por su propio ego y la necesidad de proteger lo que es
'suyo'? ¿O hay algo más profundo, como Ana y Caterina parecen pensar
que puede haber?
Una parte de mí quiere creer eso, pero ¿Y si me equivoco? ¿Y si me dejo
enamorar y él me rompe el corazón?
Él sigue en mis pensamientos cuando me duermo, y no puedo
deshacerme de él, ni siquiera en mis sueños.
Vuelvo a estar en su cama, desnuda bajo las sábanas negras, y noto el calor de
su cuerpo detrás del mío mientras se desliza hacia mí con sus dedos recorriendo
mi garganta mientras me aparta el pelo de la cara. Sus labios recorren mi
mandíbula, bajan por mi cuello y el roce de los mismos con mi piel me hace
estremecer. Desliza su mano por mi cadera, baja entre mis piernas y sus dedos
rozan el pliegue de mi coño y me estremezco, arqueándome hacia su mano.
―¿Te has portado bien? ―susurra. ―¿Has tocado mi coño sin mi permiso?
―No ―gimo, arqueando la espalda para que mi trasero lo apriete, y noto que
él también está desnudo, con su gruesa polla dura y palpitante contra mí mientras
la cabeza me roza la espalda.
―Debes de tener muchas ganas de correrte ―me susurra al oído. Sus dedos se
deslizan entre mis pliegues mientras murmura esas palabras. Me estremece el
gemido que emite al sentir lo caliente y húmeda que estoy, ya empapada por la
sensación de su cuerpo musculoso contra el mío―. ¿Lo necesitas, Sofia?
¿Necesitas que te haga correrte?
―Por favor ―susurro en voz baja mientras me retuerzo contra él, y siento
cómo mete la mano entre nosotros, guiando su polla para que la cabeza hinchada
presione mi entrada. Estoy tan apretada que, incluso con lo mojada que estoy, le
cuesta introducirla, pero se siente tan bien cuando lo hace. Mi piel está electrizada
de sensaciones mientras él me empuja centímetro a centímetro, con sus dedos
jugando con mi clítoris mientras empuja más adentro.
―Mierda, qué bien te sientes ―gime, y sus caderas se agitan contra mí
mientras los últimos centímetros de su polla se deslizan dentro. Ya puedo sentir
que el orgasmo se está gestando cuando él empieza a moverse, moliéndose contra
mi trasero y acompasando el ritmo con sus dedos mientras me frota el clítoris―.
Yo también me voy a correr si tu coño sigue apretándome así.
Me aprieto a su alrededor solo con las palabras, mi cabeza se echa hacia atrás
contra su hombro, y mi cuerpo se mueve con el suyo mientras me pierdo en el
placer. No recuerdo por qué dije que no quería esto, o por qué intenté resistirme a
él. Se siente tan bien, como si estuviera hecho para mí, con su polla llenándome
mientras me provoca hasta el borde del orgasmo, y no sé cómo he podido fingir
que esto no era algo que...
Un ruido a los pies de la cama me hace abrir los ojos y, para mi horror, veo a
una preciosa mujer rubia en traje de noche. Lleva unos brillantes pendientes de
diamantes que resplandecen a la luz mientras nos observa, y me sonríe como si
supiera un secreto que no me quiere decir.
―¿No se siente bien? ―me dice―. Su polla sigue siendo la mejor que he tenido
nunca. Todavía sueño con ella a veces.
―Me encantaba chuparla ―dice la morena que aparece a su lado de la nada―.
¿Ya le chupaste la polla? Tendrás que hacerlo si no quieres que te engañe.
―Le encantan las chicas que tragan.
―Nos folló a las dos a la vez.
―¿Dejarás que te lo haga por el culo? Si no lo haces, encontrará a alguien que
lo haga.
―Me comió el coño toda la noche.
Mujer tras mujer aparecen alrededor de la cama, rodeándonos, y sus voces se
unen en un coro mientras describen las cosas sucias que le hicieron a Luca, o que
él hizo con ellas. Son tan ruidosas que quiero taparme los oídos, mi orgasmo hace
tiempo que ha desaparecido, pero Luca sigue empujando como si no las viera ni
las oyera, gimiendo en mi oído con cada golpe.
―Él está muy cerca. Puedo ver cómo se tensa.
―Nunca se corrió en mí. Creo que sabía que yo habría intentado quedarme
embarazada.
―Siempre se corría en mi cara.
―Me encantaba su sabor.
Hay muchas de ellas. Están por todas partes.
―Estoy tan cerca ―gime Luca, y el cántico vuelve a empezar hasta que quiero
gritar. Creo que estoy gritando, pero a Luca no le importa. Me pone boca abajo y
me penetra con fuerza por detrás, y yo grito contra la almohada una y otra vez
porque aún puedo oírlas, aún puedo…
Se oye un fuerte grito, tan fuerte que me siento erguida en la cama, y el
sueño se rompe a mi alrededor. Después de todo, el grito no fue mío. Ha
sido Caterina o Ana, que ya están sentadas. Ana tiene las manos anudadas
en la manta y Caterina tiene la mano sobre la boca, y parece un fantasma
de tan pálida que está.
―¿Qué...?
―¡Shh! ―Caterina me tapa la boca con una mano, y es entonces cuando
veo, o mejor dicho, a él.
Hay una figura vestida de negro en la puerta con la complexión de un
hombre, mirando directamente a la cama y tiene una pistola en la mano
apuntando hacia nosotras.
Me está apuntando a mí.
―Esta vez no te vas a escapar, zorra ―gruñe―. Haré el trabajo bien.
Entra en la habitación con la pistola perfectamente sujeta y siento que
me congelo del miedo. Oigo la sangre correr en mis oídos, los latidos de
mi corazón son ensordecedores, y soy terrible y visceralmente consciente
del hecho de que, si esa pistola se dispara, esos latidos podrían ser los
últimos. Que podría morir aquí en esta cama, y que mis amigas podrían
morir.
―¡No! ―Ana grita y el hombre la mira fijamente―. Cállate, pequeña
puta rusa. Ahora me encargaré de ti, y tú ―le sonríe a Caterina a través
del agujero de su máscara, con la pistola todavía apuntándome―. Viktor
tiene planes para ti.
Caterina jadea suavemente, y yo siento que me tambaleo y que mi
visión se oscurece en los bordes como si fuera a desmayarme de nuevo.
Estaba aterrorizada en la habitación del hotel después de que los rusos me
secuestraran, pero este es un miedo totalmente nuevo. Puedo ver el cañón
de la pistola mientras el hombre avanza hacia la cama. Siento náuseas y
mi estómago se revuelve salvajemente mientras trato de pensar
desesperadamente en lo que debo hacer: si debo quedarme quieta, si debo
correr y si debo gritar.
Luca me salvó en la habitación del hotel, pero esta vez no podrá
salvarme, está demasiado lejos.
Oigo pasos en las escaleras y, justo cuando el hombre se gira, uno de los
guardaespaldas, creo que es Gio, irrumpe en la habitación. El hombre le
dispara, y se escucha dolorosamente fuerte en la pequeña habitación, y
me tapo los oídos mientras las tres gritamos de terror.
Gio retrocede y yo vuelvo a gritar, dándome cuenta de que le han dado.
―¡Oh, Dios! ―Caterina grita, y el hombre vestido de negro gira para
enfrentarse a nosotras de nuevo, con el arma menos firme ahora.
―¡Cállate, maldita sea! ―grita, y veo que el arma se tambalea en mi
dirección, con el dedo apretando el gatillo.
Esto es todo. Así es como voy a morir. Luca vendrá a casa y encontrará mi
cuerpo. Nunca sabré si…
El sonido de un disparo resuena en el aire mientras aprieto los ojos con
fuerza y me sacudo hacia atrás como si me hubieran golpeado, y mi
cuerpo reacciona al ruido.
Pero no hay dolor, y lo siguiente que oigo es el sonido de algo que
golpea el suelo, cuya fuerza hace temblar la cama. A mi lado, Caterina está
casi hiperventilando.
Abro los ojos lentamente y veo a Ana con los ojos muy abiertos a los
pies de la cama. Raoul está de pie en la puerta, junto al cuerpo
desplomado de Gio, con la pistola en la mano, y el hombre que había
entrado en el dormitorio se desangra sobre la alfombra.
Salto de la cama, mis músculos congelados vuelven a funcionar de
repente y me precipito hacia los dos guardaespaldas.
―¿Está muerto? ―pregunto frenéticamente, arrodillándome junto a
Gio. Su cabeza se inclina hacia un lado y veo que su camisa está casi
empapada de sangre.
Raoul se arrodilla a mi lado.
―No ―dice bruscamente―. Todavía no, al menos, pero tenemos que
llevarlo al hospital. Llamaré al chofer. Lo bajaremos al garaje y lo
llevaremos tan rápido como podamos. ―Mira el cuerpo―. Tendré que
ocuparme de esto.
―Iré con él ―le digo rápidamente―. Alguien debería, y...
―¡Sofia, no puedes! ―exclama Caterina―. Luca se pondrá furioso si se
entera de que te fuiste. Yo puedo ir si alguien necesita...
―Ese hombre iba a dispararme a mí. ―Aprieto los dientes―. Gio
recibió una bala por mí, por las tres. Lo menos que puedo hacer es ir con
él.
―Sofia… ―empieza a decir Caterina, pero Ana ya está saliendo de la
cama.
―Entonces iremos contigo ―dice con decisión―. Todas debemos
asegurarnos de que llegue a salvo, y tú no deberías estar sola. ―Toma los
vaqueros que dejó en la silla junto a la ventana y se los pone con cuidado,
evitando el cuerpo en la alfombra. Caterina sigue inmóvil en la cama, y
me sorprende un poco lo bien que Ana está manejando esto. Siempre supe
que era bastante dura, pero esto es sorprendente incluso para ella.
Tampoco puedo creer que yo no me haya derrumbado. La única razón
por la que creo que no he colapsado es porque estoy concentrada en Gio,
que a estas alturas está completamente inconsciente y sigue sangrando.
Oigo a Raoul hablar por teléfono al otro lado de la puerta y, un momento
después, entra con una toalla en la mano.
―Ponle esto en el hombro y mantenlo ahí ―dice con severidad―. Un
par de hombres subirán en un minuto para ayudar a bajarlo al auto. Yo
me encargaré del cuerpo. Tienen que salir de la habitación. No es lugar
para ustedes en este momento.
―Todas iremos al hospital ―dice Ana con firmeza―. Vamos, Caterina.
Vístete.
Veo que Caterina empieza a levantarse de la cama, moviéndose con
rigidez.
―No está en condiciones ―dice Raoul―. Haré que un par de chicos la
vigilen, pero ninguna de las dos irá a ningún sitio. ―Se gira para
mirarme―. Luca me cortaría la cabeza si supiera que te dejo salir de este
ático. Gio estará bien con que los chicos lo acompañen, y si no es así, no
hay nada más que puedas hacer.
Ana se eriza visiblemente, pero no dice nada mientras pasa a grandes
zancadas junto a Raoul y el cadáver, poniéndose en cuclillas junto a mí.
―Todo estará bien ―dice en voz baja, y no sé a quién se dirige
exactamente: si a mí, a Gio o a ella misma, pero me siento bien al oírlo en
voz alta, aunque no me lo crea del todo.
―Tengo que ir… ―empiezo a decir, pero la mirada de Raoul me hace
callar. Sé que tiene razón, Luca probablemente lo mataría, literalmente, si
me dejara ir. Ya va a ser bastante malo cuando vuelva y descubra que
alguien ha sido capaz de entrar.
En el fondo, estoy aterrorizada y trato de contenerlo. Si alguien pudo
llegar hasta mí, hasta nosotras, incluso con tanta seguridad y dos
guardaespaldas patrullando el apartamento, significa dos cosas.
Una, alguien ayudó al hombre a entrar.
Y dos, que ya no hay ningún lugar seguro para mí.
Me ahogo en el miedo mientras los hombres suben para ayudar a bajar
a Gio. Ana y yo observamos, intentando no mirar el sofá volcado ni los
cristales rotos ni el otro cuerpo en el suelo de la habitación. Ni siquiera sé
quién es: podría ser uno de los miembros del equipo de seguridad o
cómplice del intruso.
Me parece terrible no saberlo. Me siento temblorosa y con náuseas,
probablemente a punto de entrar en shock, y Ana me rodea la cintura con
un brazo para tranquilizarme.
―Está bien ―repite―. No pasa nada.
Pero no importa cuántas veces lo diga. En el fondo, sé que nada está
bien.
Y no sé si volverá a estarlo.
14

Es fácil perder la noción del tiempo aquí.


La fiesta se ha ido intensificando a medida que ha ido oscureciendo.
Cada vez aparecen más chicas y los chicos están más sueltos. Max y Berto
están inhalando líneas de cocaína de las modelos, Max de las tetas de una
morena y Berto del culo de una pelirroja. Franco llega tropezando un
momento después, con tres chicas a cuestas. Se lanza hacia el sofá donde
estoy sentado, tratando de ignorar a la preciosa chica de pelo negro con
lencería blanca de encaje que está haciendo todo lo posible para que me la
folle.
―Estás solo, Luca ―dice entre dientes, evidentemente borracho―. Sé
en quién estás pensando, y tienes que... parar… ―Tropieza con las
últimas palabras―. Sofia, ¿verdad? Bueno, fóllatela. Fóllate a tu mujer.
Tienes que echar un puto polvo, amigo.
Empuja a las tres chicas en mi dirección, y ellas caen hacia mí, riéndose
mientras se desploman en el sofá, una de ellas justo encima de mí. Apenas
están vestidas, con tetas y pelo largo por todas partes, y yo gimo al sentir
que mis bolas palpitan dolorosamente. Se me ha puesto dura la mayor
parte de la tarde, y esto, unido a las dos chicas desnudas en el sillón
reclinable frente a mí, enredadas en un sesenta y nueve para nuestro
beneficio, no ayuda.
El problema es que no quiero follar con ninguna de ellas. Quiero hacer
exactamente lo que Franco me acaba de decir: follar con mi mujer, pero
ella está en Manhattan, y yo estoy aquí, en un hotel con cinco tipos que no
entenderán por qué no me uno al desenfreno y probablemente me
llamarán por la mañana con todo tipo de nombres medio en broma por
esto.
No es que me importe. No soy un niño de trece años para que me hieran
los sentimientos porque alguien se burle de que soy gay porque no he tuve
sexo, pero en este momento estoy al límite de mi paciencia, tan caliente
que podría explotar, preocupado por lo que está pasando en casa, y
enfadado porque deseo a mi mujer, una mujer forzada que no debería
importarme una mierda, y, sobre todo, horriblemente sobrio.
He tomado un par de copas, pero no quería emborracharme. La idea de
drogarme no es más atractiva, y a pesar del desafortunado hecho de que
he estado duro como una roca durante la mayor parte del día, no tengo
intención de follar con ninguna de estas mujeres.
Lo que quiero es volver a Manhattan.
La rubia del bikini verde se arrodilla entre mis piernas, su mano
masajea la cresta de mi polla a través de mi bañador mientras yo intento
encontrar la voluntad de apartarla, y entonces, justo cuando estoy
tratando de apartar su mano de mi dolorosa polla, uno de los guardias
entra por la puerta.
―Luca. ―Su voz resuena en la habitación, pero nadie le presta atención
más que yo. El hombre es un verdadero profesional. Apenas mira a las
chicas que gimen en el sillón, aunque una tercera se ha unido, metiéndose
los dedos mientras mira a las otras dos.
―¿Sí? ―Aparto a la rubia, poniéndome de pie y tratando de ajustarme
discretamente. Oigo gemidos al final del pasillo, probablemente de
Franco, y el sonido de la piel chocando contra piel. Tengo la tentación de
salir a la piscina, pero veo la silueta de otra persona ahí fuera, Adrian,
creo, recibiendo una mamada.
No, gracias.
―Vas a querer escuchar esto. ―Mueve la cabeza hacia la puerta―.
Vamos a hablar.

Menos de una hora después, estoy en el avión de vuelta a Manhattan.


Todo mi cuerpo tiembla de rabia. Me fui sin decirle nada a nadie; todos
los chicos están demasiado drogados o demasiado ocupados follando
como para entender lo que está pasando. Le dije a mi equipo de seguridad
que les explicara lo mejor que pudiera si alguien se daba cuenta de que
me había ido, que les informara de lo que había pasado por la mañana y
que les dijera que enviaría el avión por ellos.
Pero lo único en lo que puedo pensar es en llegar a casa.
A casa con Sofia.
Me habían asegurado que estaba a salvo, pero no estoy seguro de poder
creerlo hasta que la vea. Voy a matar a quien quiera que haya hecho esto con
mis propias manos, pienso, con los dientes apretados por la rabia mientras
miro por la ventana del avión, deseando poder llegar más rápido. Todo se
ve muy claro, incluso el hecho de que podría no haberla visto nunca más.
Esto hace que todos mis argumentos de por qué no debería acercarme
a ella, por qué no debería acostarme con ella, o por qué debería intentar
alejarla lo más posible, parezcan más endebles cada minuto. Ni siquiera
puedo empezar a desentrañar mis sentimientos en este momento, pero
por mucho el que parece más fuerte es el alivio de que siga viva.
Por ahora.
Durante todo el vuelo de regreso, solo puedo pensar en asesinar, así de
simple. Voy a matar a quien haya dejado pasar a ese hombre.
Voy a matar a Viktor.
Voy a matarlos a todos.
Pero una vez que estoy en el auto de vuelta al ático, mis pensamientos
cambian a Sofia. Me siento desesperado por verla, tocarla y asegurarme
con mis propias manos de que está viva.
―¿Dónde está ella? ―son mis primeras palabras cuando entro en el
apartamento. Raoul está limpiando el salón y levanta la vista cuando
entro.
―Está en su habitación ―dice con calma―. Las otras dos chicas están
durmiendo en las habitaciones de invitados. Ha costado un poco calmar
a todo el mundo, pero Caterina y Ana están dormidas, creo. No sé si Sofia,
pero estaba despierta la última vez que la fui a ver.
―¿Y Gio?
―Está en estado crítico, pero debería sobrevivir.
Asiento escuetamente con la cabeza y Raoul empieza a explicarme más
cosas, pero le hago un gesto con la mano y ya me estoy dirigiendo a las
escaleras.
―Puedes informarme después. En este momento, quiero ver a mi
mujer.
―Por supuesto, señor.
Subo las escaleras de dos en dos y luego de tres en tres, yendo
directamente a la habitación de invitados que le di a Sofia como suya, y
entonces me detengo, dándome cuenta de lo que dijo Raoul.
Está en su habitación.
Aunque le dije a Sofia que podía volver a su habitación, está en la mía,
después de lo que debe haber sido una de las noches más aterradoras de
su vida.
En mi cama.
La sensación que me invade es algo parecido a la locura, una locura que
no puedo detener mientras se rompe mi último y frágil hilo de control.
Me dirijo a grandes zancadas hacia la puerta del dormitorio, abriéndola
de golpe sin pensarlo dos veces mientras entro en la habitación y veo a
Sofia acurrucada contra una montaña de almohadas, con una manta sobre
las piernas.
―Luca.
Mi nombre susurrado en sus labios suena como una oración. Como si
pidiera por mí. Pidiéndome que la salve, como ya he hecho una docena
de veces.
Como lo haría cien veces más.
Estoy a su lado en un instante, agarrándola por los brazos, poniéndola
de rodillas mientras me inclino para besarla. Necesito sus labios en los
míos, su cuerpo contra el mío, a mi alrededor, envolviéndome. Me siento
como si no pudiera respirar, como si fuera a morir si no la tengo ahora,
sin más discusiones.
Sin pensarlo dos veces.
Gime contra mi boca, sus brazos me rodean el cuello, y su reacción me
atraviesa como una descarga. Esperaba que me rechazara, que se enfadara
conmigo por dejarla aquí, que me dijera que me fuera a la mierda.
Que si no puedo mantenerla a salvo como le prometí, entonces no hay
razón para que esté aquí.
Pero en lugar de eso, se derrite contra de mí, su boca se separa cuando
mi lengua se desliza sobre su labio inferior, hundiéndose en su boca de la
misma manera que yo quiero hundirme en su cuerpo. Entierro las manos
en la seda de su cabello oscuro, sintiendo cómo se desliza por mis dedos
y se enreda en ellos mientras gimo en su boca, tan fuerte que siento que
mi polla va a romperse. Todo mi cuerpo palpita de necesidad por ella, mi
pulso en la garganta mientras la levanto y la recuesto contra las
almohadas, estirándome sobre ella mientras la beso una y otra vez, hasta
que puedo sentir la certeza de que está realmente aquí.
Que está viva.
Sofia gime y se arquea contra mí mientras sus dedos recorren mi
cabello, arañando mi cuero cabelludo hasta llegar a mi mandíbula. Me
pasa las yemas de los dedos por la barba incipiente, acariciándome como
nunca lo había hecho, y sus manos bajan hasta los botones de mi camisa.
Tira de ellos hasta que la camisa queda abierta y suelta, y sus manos se
deslizan por la superficie lisa y musculosa de mi pecho mientras jadea
contra mi boca, con su cuerpo suave y cálido entre mis manos.
Y entonces se queda muy quieta debajo de mí, apartándose del beso
para mirarme con esos ojos grandes y oscuros.
―Volviste ―susurra―. No sabía...
La miro fijamente.
―Claro que volví. ―Mi voz suena desconocida para mí, profunda y
ronca, áspera con una necesidad que nunca antes había sentido―. Estaba
en el avión en cuanto me lo dijeron.
―Yo... estabas con tus amigos... pensé… ―traga con fuerza,
lamiéndose los labios―. Pensé que estarías ocupado con alguna otra
mujer…
Mierda. El corazón me late en el pecho y enredo mi mano en su pelo,
echando su cabeza hacia atrás para que sus ojos se encuentren con los
míos y no pueda apartar la mirada.
―Lo intenté. Había muchas mujeres ahí, muchas oportunidades. Iba a
hacerlo. Quería sacarte de mí sistema, para olvidar cómo me haces sentir,
pero no pude. Jodidamente no pude hacerlo. ―Las palabras salen de mi
boca antes de que pueda detenerlas, y me abalanzo hacia delante,
apretándome contra ella mientras la agarro con fuerza―. ¿Sientes lo
jodidamente duro que me pones? Así he estado durante días, semanas,
pensando en ti. Casi no puedo pensar en nadie más. Cada vez que me
toco, estás tú en mis pensamientos. Cada vez que me voy a dormir, te veo.
Cada vez que vuelvo a casa, te veo en mi cama, y todo lo que quiero es
estar dentro de ti.
Sofia me mira fijamente, sin palabras, pero yo no puedo parar. Todo lo
que he estado reprimiendo sale a borbotones, como una confesión de
borracho, excepto que no estoy intoxicado con nada más que con ella.
―Eres como una droga, una obsesión, y cada vez es peor. Solo puedo
pensar en ti, en los sonidos que haces cuando te toco, en cómo te sientes...
en cómo sabes. No puedo sacarte de mi cabeza. Sofia...
Me mira, sus manos se deslizan a ambos lados de mi cara, y noto cómo
su cuerpo se arquea hacia el mío, atraído por mí como una polilla a la
llama.
Y en este momento, no me importa que nos quememos los dos.
Sus manos se deslizan por mis hombros, me quitan la camisa y la tira al
suelo. Observo su rostro mientras desliza sus manos por mis brazos,
tocando, apretando, deslizándose por mi pecho, y me estremezco de
placer ante su contacto. No sé si la sensación es tan jodidamente buena
porque hace semanas que no he estado con nadie más, con nadie en
absoluto además de nuestra noche de bodas, o simplemente porque la
deseo tanto que apenas puedo soportarlo, pero nunca nada se había
sentido tan bien.
No creo que nada pueda detenerme en este momento, ni siquiera si cien
de la Bratva cayeran sobre esta casa, o mil. Estoy completamente perdido
en ella, en su tacto, en su aroma, en el sabor de su boca mientras la beso
una y otra vez, gimiendo de placer al sentir sus piernas rodeando mi
cintura, y sé que ella me desea con la misma intensidad.
Solo lleva una fina blusa de tirantes y un suave pantalón de pijama.
Deslizo la mano por debajo de la tela de su blusa, subiendo por la
suavidad de su vientre, hasta la curva completa de su pecho, su pezón se
endurece bajo mi tacto cuando le tomo el pecho con la mano, y mi polla
palpita cuando la aprieto ahí, desesperado por estar dentro de ella.
Pero ahora que estamos aquí, no quiero precipitarme, aunque mi
cuerpo se esfuerce por alcanzar el suyo con una necesidad que nunca
había conocido. Quiero saborearla, tocar cada centímetro.
Agarro un puñado de la blusa de tirantes, resistiendo el impulso de
romperla, y se la subo por la cabeza para poder ver su preciosa piel pálida,
y sus pechos oscilando suavemente mientras levanta los brazos para que
se la quite. Si antes me había parecido hermosa, embriagadora, no es nada
comparada con su voluntad y su flexibilidad bajo mis manos, su rostro
suave y abierto cuando se levanta para atraerme de nuevo a un beso.
Incluso cuando mis labios rozan los suyos, ya estoy tanteando la cintura
de su pijama, bajándoselo por las caderas mientras mi mano se desliza
entre sus piernas. El gemido que emite cuando recorro la humedad con
mis dedos, el sonido que se convierte en un gemido, casi me hace
deshacerme.
Nunca me había excitado tanto como cuando la veo desnuda en la cama
debajo de mí, arqueándose para recibir mis caricias, con sus suaves labios
rosados abiertos y jadeantes mientras se inclina para que la bese de nuevo.
―Te deseo ―le susurro con fuerza, enredando mi mano en su cabello
mientras atraigo su boca hacia la mía―. Di que sí, Sofia. Por favor. Di que
sí.
15

Di que sí.
No sé qué pasó.
Estaba convencida de que Luca no iba a volver. Que nadie lo molestaría
con la noticia del intruso, y que yo estaría aquí con Caterina y Ana hasta
el domingo por la noche o el lunes, y que Luca llegaría después de su viaje
solo para descubrir que todo el infierno se había desatado mientras él no
estaba.
Pero eso no fue lo que ocurrió.
En vez de eso, vino corriendo a casa. Corriendo hacia mí, y la mirada
en su rostro cuando irrumpió en la puerta del dormitorio no se parecía a
nada que hubiera visto antes.
No era la mirada de un hombre enojado porque alguien había entrado
en su casa o amenazado sus posesiones.
Estaba frenético. Aterrado. Perdido.
Y no cambió hasta que cayó en la cama conmigo, con su boca devorando
la mía hambrienta y sus manos agarrándome como si no estuviera del
todo seguro de que soy real.
No puedo evitar responder a él. El corazón me late con fuerza en el
pecho, y la repentina y desesperada necesidad de tocar y ser tocada, de
saber que estoy viva, de sentir, me invade en olas que parece que van a
ahogarme, pero no quiero salir a la superficie.
Quiero hundirme con él.
Los besos de Luca me abrasan los labios, su lengua se desliza en mi boca
con un hambre posesiva que me hace sentir electrizada mientras nos
despojamos mutuamente de la ropa. Verlo sin camisa hace que mi corazón
se acelere de nuevo, y paso las manos por encima de él mientras se desliza
entre mis piernas. Es el hombre más hermoso que he visto nunca, y quiero
tocarlo todo, cada centímetro de musculo.
Sus dedos se deslizan por los húmedos pliegues de mi coño,
haciéndome jadear y gemir mientras se deslizan entre ellos, burlándose
de mí con un ligero roce, y lo oigo gemir, con su polla palpitando contra
mi pierna.
―Te deseo ―susurra, y su voz es un gruñido ronco que me hace sentir
un rayo de lujuria. Nunca creí que pudiera hacer que un hombre sonara
así, hambriento, desesperado, pero Luca suena como si apenas se
estuviera conteniendo, aferrándose a una pizca de control que yo podría
hacerle perder en un instante.
Como en nuestra noche de bodas. Recuerdo la forma en que se abalanzó
sobre mí, la forma en que se perdió durante unos minutos, y quiero que
eso vuelva a suceder.
Solo por un momento, no quiero pensar en si debemos o no debemos.
No preocuparme por lo que está bien o mal.
Solo quiero a mi marido. Solo por esta noche.
Podemos resolver el resto por la mañana.
―Sí ―susurro, con mis manos recorriendo su espeso pelo oscuro, hasta
la sombra de barba negra en su mandíbula, y mi cuerpo temblando de
deseo―. Sí, sí, sí.
―Oh, Dios. ―Gime y me besa de nuevo, con su boca feroz y dura
contra la mía mientras me presiona contra el colchón, con sus manos
hambrientas recorriendo la curva de mi cintura y mis caderas―. Quiero
probarte, Sofia, quiero hacer que te corras tan fuerte...
Jadeo cuando sus labios se dirigen a mi garganta, pellizcando la suave
piel que hay ahí, chupando ligeramente y luego con más fuerza mientras
su mano me aprieta el pecho, con su pulgar rodando sobre mi pezón. Sé
que me está dejando una marca en la garganta, pero no me importa. Se
siente tan bien, está sensibilizando cada parte de mí mientras los dedos de
su otra mano se deslizan dentro de mí, moviéndose en lentas caricias
mientras yo me estrujo en su palma.
Sigue avanzando, con su boca bajando hasta mi clavícula, clavando
ligeramente sus dientes en mi piel antes de seguir bajando. Me besa entre
los pechos, lamiendo primero un pezón y luego otro, hasta que me
retuerzo bajo él y arqueo las caderas, deseando más. Se siente tan bien,
todo se siente tan bien, pero quiero correrme. Ya he tenido suficientes
juegos, suficiente con tocarme y preguntarme cómo sería que Luca lo
hiciera.
―Quiero que me hagas correrme ―le ruego―. Por favor, Luca, quiero
saber qué se siente....
Me mira, sus ojos brillan con intensidad.
―¿En este momento? ―Sus dedos se aceleran dentro de mí,
curvándose mientras presiona la yema de su pulgar contra mi clítoris,
haciéndolo rodar por debajo mientras empieza a empujar más rápido―.
¿Quieres que te haga correrte en este momento, Sofia?
―¡Sí! Oh, Dios, sí, por favor… ―digo entre sollozos, retorciéndome en
su agarre mientras me mete los dedos con más fuerza, frotando mi clítoris
con el pulgar hasta que siento que me voy a volver loca.
―Entonces córrete por mí, Sofia. ―Su voz me envuelve, suave como la
seda, espesa como el humo, embriagadora como el vino―. Quiero que mi
coño se corra.
Y así, de repente, vuelvo a aquella noche, sobrecogida por el placer que
me provocaba una y otra vez, desesperada por conseguirlo. Pienso en él
metiéndome los dedos en el sofá y en su semen caliente en mi trasero.
Oigo un sonido que sale de mis labios y que nunca había oído antes
cuando el orgasmo me golpea, y todo mi cuerpo se arquea sobre la cama
mientras me corro más fuerte que nunca en mi vida, casi gritando de
placer mientras me agito contra su mano.
Me mete los dedos con fuerza, su pulgar sigue frotando mi clítoris, y las
olas se abaten sobre mí hasta que siento que no puedo respirar y que voy
a morir. Todavía estoy temblando cuando Luca saca sus dedos de mí y se
desliza por la cama, abriendo bien mis muslos para que pueda ver mi coño
agitado y apretado, con mi cuerpo pidiendo más.
―No te detengas… ―jadeo, y mis caderas se levantan de la cama
mientras Luca me pasa las manos por el interior de los muslos.
―Oh, no te preocupes ―promete, con voz oscura y profunda mientras
me mira, con sus ojos verdes brillando―. No lo haré.
Y entonces siento su boca.
―¡Luca! ―Casi grito su nombre por el placer que me hace sentir, con
su lengua deslizándose sobre mi clítoris aún palpitante, casi demasiado
sensible. Su lengua es suave y caliente, y me sonrojo al darme cuenta de
lo mojada que estoy. Gime mientras arrastra su lengua desde mi entrada
hasta mi clítoris una y otra vez, succionando mis pliegues en su boca
mientras me devora, besando mi coño como besa mi boca.
Va a hacer que me corra de nuevo, lo sé. Había oído a Ana hablar de
hombres que la habían hecho correrse más de una vez, suelen ser los
chicos con los que tiene una segunda cita, pero no había pensado que
pudiera ocurrirme a mí. A mí me costó bastante hacer que me corriera una
vez.
Pero no Luca. Ya me tiene en vilo de nuevo, mi cuerpo se estremece
mientras echo la cabeza hacia atrás, y mis dedos aprietan el edredón
mientras me restriego descaradamente contra su cara, sin importarme lo
que piense de mí. Por la forma en que gime, el sonido de su vibración
contra mi piel ya demasiado sensible, eso también le excita.
Vuelve a introducir dos dedos en mi canal empapado, empujando con
golpes duros y firmes que me hacen desear su polla, y me arqueo contra
su boca, jadeando y gimiendo.
―Por favor, fóllame ―me oigo suplicar, mis muslos se abren más
mientras intento llegar al límite, desesperada―. Por favor, Luca,
necesito...
Eso lo detiene por un momento, y sus ojos se desvían hacia arriba,
mirándome desde donde su boca está enterrada entre mis muslos.
―¿Quieres que te folle? ―Me lame con insistencia, dejándome ver
cómo arrastra su lengua hacia arriba y la hace girar alrededor de mi
clítoris, haciéndome gemir de nuevo sin poder evitarlo―. ¿Quieres mi
polla?
―Sí, por favor...
―Entonces córrete una vez más por mí, y te follaré con fuerza.
Su lengua revolotea sobre mi clítoris, y sus labios se presionan contra
mi piel empapada mientras me succiona con su boca, y siento que me
disuelvo.
Me estoy desmoronando, perdida en un torbellino de placer que no he
sentido nunca. Me arqueo, me retuerzo, gimo y grito, y el orgasmo no
tiene fin mientras Luca me mete los dedos una y otra vez, chupándome el
clítoris, llevándome a lo que parece un orgasmo interminable que, cuando
por fin empieza a remitir, me deja sin fuerzas y jadeante. Lo miro mareada
y sé que, cuando esto termine, no voy a poder resistirme nunca más. Haría
cualquier cosa por sentir esto.
Si hubiera sabido que el sexo podía ser tan bueno, nunca habría
permanecido virgen tanto tiempo.
Pero en el fondo, sospecho que es solo Luca. O peor aún, que solo somos
él y yo. Juntos.
Me doy cuenta, aturdida, de que está desnudo, con los vaqueros
desabrochados y tirados, y se arrodilla entre mis piernas, con su polla
gruesa y dura y tan cerca de mí. La acaricia lentamente, con su mirada
verde fija en mi cuerpo, recorriéndola con avidez.
―Dímelo otra vez, Sofia ―ruge, su voz es casi un gruñido―. Dime que
quieres mi polla.
―Sí, por favor, quiero...
―Dilo. ―Su cara no es más que hambre desnuda, y todo su cuerpo está
rígido de deseo―. Dímelo.
Ya no me importa lo que diga. Lo necesito. Lo necesito dentro de mí.
―Quiero tu polla, Luca, por favor… por favor, fóllame, oh, Dios, por
favor… ― Las palabras salen de mi boca a toda prisa mientras me acerco
a él, queriendo atraerlo hacia mí, y cuando el último por favor se escapa de
mis labios, Luca gime, su cuerpo desciende sobre mí mientras su boca
reclama la mía en un beso abrasador.
Me penetra de un solo golpe, su polla me llena por completo mientras
se hunde hasta la empuñadura y sus caderas se posan sobre las mías.
Siento que se estremece, que una onda de placer le recorre la columna
vertebral, y le paso las manos por la espalda mientras me besa de nuevo,
inmóvil, mientras saborea el sabor de mis labios.
Y entonces Luca se retira, con los ojos oscuros de lujuria mientras me
mira.
―No puedo ir despacio, Sofia ―gime, con la voz ronca―. Necesito...
―No me importa.
Le rodeo el cuello con los brazos y lo arrastro para darle otro beso, y él
empieza a empujar.
Cada golpe es duro y rápido, y puedo sentir su necesidad, su hambre,
todo lo que ha intentado retener desde aquella noche en que me
inmovilizó contra su puerta y me besó por primera vez, y se siente tan
jodidamente bien. Quiero más de él, lo quiero todo, y me arqueo hacia
arriba, presionando mis senos contra su pecho musculoso mientras le
devuelvo el beso y mis caderas se adaptan a cada uno de sus empujones,
mis piernas se enrollan alrededor de las suyas mientras me aferro a él y el
placer también aumenta en mí. Quiero volver a correrme, quiero correrme
con él. Oigo cómo sus gemidos se intensifican, y sus embestidas son cada
vez más fuertes mientras me folla con el tipo de abandono salvaje que
ahora sé que es exactamente lo que quería.
―Sí ―me oigo susurrar entre besos―. Sí, oh, Dios, Luca, eso se siente
tan bien...
―Tan jodidamente bien ―gime, estremeciéndose mientras empuja de
nuevo―. Estás tan jodidamente apretada, oh, mierda, Sofia, estás
jodidamente hecha para mí. ―Rompe el beso, con los ojos clavados en los
míos, mientras se aprieta contra mí y puedo sentir la cabeza de su polla
presionando contra un punto sensible en mi interior, empujándome al
límite mientras sus caderas giran sobre las mías―. Voy a correrme, Sofia,
mierda, no puedo... Sofia...
Grita mi nombre, y su boca se inclina sobre la mía mientras me besa con
tanta fuerza que es casi doloroso. Siento que me aprieto en torno a él,
estremeciéndome de placer mientras él empuja una vez más, con fuerza,
y entonces empieza a estremecerse.
―Voy a correrme ―gruñe, con las palabras entre dientes mientras
presiona su boca contra mi hombro y siento que yo también caigo en el
abismo por tercera vez, mi cuerpo se agita alrededor de él mientras me
corro con fuerza sobre su polla, enredando mis brazos y piernas a su
alrededor mientras me empuja hacia atrás contra las almohadas, y puedo
sentir su polla palpitando dentro de mí mientras entra en erupción, el
torrente caliente de su semen me llena mientras gimo sin poder evitarlo,
tan abrumada por el placer que no podría haberlo evitado aunque lo
intentara.
Su boca me aprieta el hombro, sus caderas siguen moviéndose contra
mí, y me doy cuenta de que sigue empalmado.
―No puedo parar ―murmura―. Mierda, Sofia. Eres como una maldita
droga, lo juro...
Se aparta ligeramente, mirándome con ojos aturdidos. Parece como si
nunca hubiera experimentado algo así. Pienso en todas las mujeres que
deben haber estado en esta misma cama, y que lo han tenido dentro de
ellas así, y siento un ataque de celos ardientes que amenaza con
consumirme.
Pero al mirar la cara de Luca, sé, sin que él diga una palabra, que nunca
ha sido así. Lo que sea que esté sintiendo conmigo, nunca lo había sentido
antes.
Tomo su cara entre mis manos, con sus barbas arañando mis palmas, y
miro a los ojos de mi marido mientras envuelvo mis piernas alrededor de
las suyas, con mis caderas moviéndose al ritmo de sus lentos empujes.
―No pares.
16

Me siento como si estuviera en una neblina. Se siente mejor que estar


drogado, mejor que cualquier sexo que haya tenido en mi vida, mejor que
cualquier cosa que haya imaginado. Me he corrido más fuerte de lo que
creo que he hecho nunca. Sin embargo, todavía estoy empalmado,
gimiendo de placer al sentir el apretado coño de Sofia agitándose a mi
alrededor por su orgasmo. Todavía puedo saborearla en mis labios, el
aroma de ella me rodea, y no quiero parar. No puedo parar, y sigo
empujando dentro de ella, levantándome para mirarla mientras muevo
mis caderas lentamente, saboreando la sensación de su calor húmedo y
aterciopelado deslizándose a lo largo de mi polla una y otra vez.
No puedo dejarla ir. Es la mitad de la razón por la que no quiero dejar
de follarla, porque siento que, de algún modo, si paro, si la saco, si me voy
a dormir... cuando me despierte, ella ya no estará aquí. Estará en su propia
habitación, o se habrá ido, perdida para siempre. Es un pensamiento
ridículo y delirante, pero he dejado de intentar darle sentido desde el
momento en que subí al avión de vuelta a casa.
Esto es todo lo que quería.
No quiero que termine.
No pares.
Pierdo la noción de cuánto tiempo dura. Quiero hacer algo más que
follarla así, en el misionero, pero no quiero salir de ella lo suficiente como
para cambiar de posición. Sigo empujando, larga y lentamente, besándola
una y otra vez hasta que, por fin, se aprieta a mi alrededor y vuelve a
gritar. Siento que mi polla empieza a palpitar cuando vuelvo a derramar
mi semen dentro de ella por segunda vez, estremeciéndome mientras la
rodeo con mis brazos y la traigo conmigo mientras me pongo de lado, con
su pierna envolviendo la mía.
Nos quedamos dormidos durante un rato, con mi polla medio dura
todavía dentro de ella. La cabeza de Sofia está metida debajo de la mía,
con la cara pegada a mi pecho, y puedo sentir el calor de su aliento contra
mi piel.
Nunca había hecho esto antes. Me he quedado a dormir con mujeres un
puñado de veces, cuando estaba demasiado agotado como para
molestarme en llamar un Uber, pero nunca he tenido a una mujer en mis
brazos después del sexo, nunca me he quedado dormido con el cuerpo de
otra persona apretado contra el mío. Nunca pensé que querría hacerlo. Me
gusta mi espacio, mi cama gigante, la posibilidad de extenderme, el rey
en su castillo.
No había pensado que alguna vez encontraría a una mujer que quisiera
ser mi reina también.
Cuando vuelvo a despertarme, con Sofia removiéndose contra mi
pecho, el reloj marca las cinco de la mañana. En algún momento, se ha
dado la vuelta y se ha acomodado contra mí, de modo que la estoy
acurrucando. Cuando su espalda se arquea un poco y su culo empuja
contra mi entrepierna, siento que mi polla, ya parcialmente erecta, se
endurece por completo, me duelen las bolas y me muevo contra ella sin
pensar.
Sofia gime y su cabeza cae sobre mi hombro.
―¿Otra vez? ―pregunta somnolienta, con una voz ligera y burlona,
incluso medio dormida, y mi polla palpita.
―Sí ―gruño, y me agacho para colocarme entre sus piernas, gimiendo
cuando la cabeza de mi polla se desliza fácilmente dentro de ella. Está
muy mojada, su cuerpo está caliente y ansioso por mí, y la introduzco de
un solo golpe, deslizándome hasta la empuñadura mientras le rodeo la
cintura con un brazo y la atraigo hacia mí.
―Oh, Dios, qué bien sienta esto ―gime Sofia, y siento una oleada de
lujuria al recordar que nunca ha hecho nada de esto antes, y que todo lo
que hagamos juntos será nuevo para ella. Nadie ha hecho que se corra con
su lengua como yo lo hice anoche. Nadie la ha follado nunca así. Me
vuelve loco, mis bolas se tensan y me duele la necesidad de correrme
mientras deslizo un brazo por debajo de su cabeza para poder pasarla por
encima de su hombro, jugando con su pezón mientras deslizo la otra
mano entre sus piernas y empiezo a frotar su clítoris, pellizcándolo
ligeramente con cada empujón.
La sensación de que se retuerce entre mis brazos, arqueándose contra
mí mientras juego con ella, explorando su cuerpo mientras mi polla se
hunde en ella una y otra vez, es mejor que cualquier cosa que hubiera
imaginado, y había imaginado bastante. Esta vez voy más despacio, los
dos perezosos por el sueño, mientras la empujo hacia el clímax,
aguantando mi propia espalda hasta que noto que se arquea
profundamente, abre la boca mientras su pelo se derrama sobre mi pecho,
su cabeza se presiona contra mi hombro mientras choca contra mi mano
y gime con fuerza, con su coño agitándose a mi alrededor mientras se
corre.
―Mierda… ―grito contra su hombro mientras empujo, y mi polla
palpita mientras un torrente de semen brota de mí, llenándola por...
mierda, ni siquiera lo sé. He perdido la cuenta de cuántas veces hemos
follado ya.
Volvemos a quedarnos dormidos así, y cuando nos despertamos, la
hago girar sobre su espalda. Gime un poco cuando la penetro, y me doy
cuenta de que está adolorida.
―¿Quieres que pare? ―pregunto suavemente, y Sofia niega con la
cabeza, rodeando mi cuello con sus brazos.
―No ―susurra, y yo gimo mientras vuelvo a hundirme en ella, con mi
cuerpo ya tenso en previsión de otro orgasmo.
Son las nueve en punto cuando finalmente cedo y me siento, pulsando
el interruptor para abrir las persianas e inundar la habitación de luz.
―Tenemos que levantarnos. Tenemos que ver cómo están Caterina y
Ana, y yo tengo que hablar con Raoul.
Sofia se incorpora lentamente, rodeándose con los brazos mientras la
luz del sol llena la habitación. Veo que la realidad de la noche anterior
vuelve a apoderarse de ella y se me revuelve el estómago. Puedo imaginar
fácilmente que las cosas vuelven a ser como antes a la dura luz del día.
Puedo imaginar fácilmente que su voluntad de anoche fue una
casualidad.
No voy a dejarla ir. Ella es mía, ahora más que nunca. Mi esposa.
Pero si ella no me quiere, no hay nada que pueda hacer, excepto
forzarla, y si no pude hacer eso antes...
Definitivamente no puedo ahora que sé lo que es tenerla dispuesta, que
se entregue completamente a mí sin reservas, lo que había soñado desde
que la abracé, una gata infernal que escupía y arañaba, empeñada en
escapar, aquella primera noche.
Me aclaro la garganta.
―Si quieres ducharte primero...
―¿Qué fue eso? ―Sofia se gira hacia mí, subiendo la sábana para
cubrirse los pechos mientras me mira con esos ojos amplios y oscuros―.
Anoche. Tú... ¿qué fue eso?
Mi primer instinto es volver a ser frío, decirle que no fue nada. Que me
enojé porque alguien se atrevió a intentar dañar lo que era mío. Que me
he aprovechado de ella, y que he utilizado su vulnerabilidad para
conseguir lo que quería.
Podía acallar todo esto con unas pocas palabras bien colocadas. Podría
poner una línea divisoria entre nosotros que nunca podría ser cruzada de
nuevo y ahorrarnos a ambos el dolor de intentar que esto funcione.
Porque realmente, ¿cómo va a funcionar al final? No soy un hombre
hecho para amar. No soy alguien que pueda darle lo que realmente
necesita, lo que merece de un marido.
Pero ella está atrapada conmigo.
Al menos podrías intentarlo.
Decido ir por la verdad, solo por esta vez.
―No lo sé ―le digo con sinceridad―. Uno de los miembros del equipo
de seguridad me avisó de lo que había pasado, y cuando me dijo que
alguien había entrado, que casi te habían matado… ―Me paso una mano
por el pelo, sintiendo que se me eriza―. Algo se rompió dentro de mí y
solo podía pensar en volver a casa. A casa...
―A casa conmigo ―dice Sofia en voz baja―. Eso es lo que dijiste
anoche. Justo antes de...
―Si te arrepientes, puedes decírmelo―. Puedo oír cómo se me
endurece la voz―. No me voy a retractar de lo que dije, ni siquiera
después de este incidente. Puedes quedarte en tu antigua habitación. No
volveré a tocarte si...
―No me arrepiento.
Tardo un segundo en asimilarlo. Me volteo hacia ella completamente,
la sábana se acumula alrededor de mis caderas y se desliza por mi muslo.
Veo que los ojos de Sofia se dirigen hacia abajo, que su garganta se contrae
al tragar, y mi polla palpita traicioneramente al pensar en lo que se sentiría
al tener su garganta apretada a mi alrededor, al tenerla tragando mi
semen...
―¿No lo haces?
―No. ―Levanta la barbilla, y puedo ver un poco de esa vieja terquedad
brillando.
Y se me pone muy dura. Mierda, ¿cómo puede excitarme tanto?
―No me acosté contigo anoche porque me sintiera vulnerable ―dice,
cruzando los brazos sobre el pecho―. Quería saber cómo sería.
―Oh. ―No sé por qué eso me duele un poco. Dios sabe que he follado
con suficientes mujeres por pura curiosidad―. Me alegro de poder ser
útil.
―No me refería a eso. ―Se muerde el labio inferior y se sonroja un
poco―. Quiero decir que quería saber cómo sería si... si realmente lo
intentáramos.
―¿Intentar qué?
―Esto. ―Sofia agita su mano en el espacio entre nuestros cuerpos―.
Nosotros. ―Respira profundamente y con dificultad―. Mira, sé que
probablemente solo querías tener sexo anoche, y sé que no pediste este
matrimonio más que yo. Me di cuenta anoche, hablando con Caterina, que
tú también fuiste arrastrado a esto, y probablemente estés tan resentido
como yo, pero tal vez...
Levanta la vista hacia mí y puedo ver lo nerviosa que está. Se me ocurre
que podría facilitarle las cosas, pero ni siquiera sé qué decir. Anoche no
había pensado más allá de mi incontrolable deseo como para considerar
lo que podría pasar por la mañana.
A la fría luz del día, Sofia es tan hermosa como siempre, y la deseo tanto
como siempre, pero sé que el matrimonio, un verdadero matrimonio, es
mucho más que eso.
―No quiero ser el tipo de marido que fue Rossi ―digo, las palabras se
forman lentamente―. No quería ser un marido en absoluto, exactamente
por esa razón. No quería tener una esposa a la que ignorar, a la que
entregar los deberes de la casa y la familia mientras seguía viviendo de la
misma manera que siempre. Quería ser soltero porque no quería la culpa
de ser un marido ausente.
Respiro profundamente.
―Nunca pensé mucho en el matrimonio porque nunca creí que fuera a
suceder y nunca pensé que sucedería, esa deuda en particular se suponía
que nunca vencería.
Sofia me mira con cautela.
―¿Y ahora? Si fueras un marido, ¿de qué tipo querrías ser?
Considero la pregunta. No sé hacia dónde va esta conversación, pero
después de lo de anoche, ella se merece una respuesta sincera al menos.
―Justo ―digo finalmente―. Leal.
―¿Amable? ―Sonríe un poco, con la boca levantada en las comisuras.
Dejo que mi mirada recorra su cuerpo, permitiéndole ver la lujuria en
mi mirada.
―A veces.
Se estremece, pero la leve sonrisa no abandona sus labios.
―Cuando dices leal, ¿quieres decir...?
Entonces la alcanzo. No puedo evitarlo. Le paso los dedos por su pelo
desordenado, arrastrando las puntas por su delicada mandíbula.
―Me refiero a lo que dije anoche, Sofia. Durante todo el día de ayer, los
chicos me acosaron para que me follara a alguien. A todas las chicas que
pudiera, sinceramente, y no te voy a mentir: intenté obligarme a hacerlo.
Para sacarte de mí sistema, como dije.
―¿Pero? ―Su mejilla se inclina hacia mi mano, mientras sus ojos
oscuros nunca dejan los míos.
―No pude hacerlo. Todas esas mujeres eran como cualquier otra mujer
que ha estado en mi cama. Hermosas, en perfecta forma, dispuestas a
hacer cualquier cosa que les pidiera.
―Luca… ―Sofia se estremece―. Tal vez no necesito todos los detalles.
―Tienes razón. ―Me río―. La cuestión es, Sofia, que solo te quería a ti.
La noche antes del funeral, cuando te dejé aquí sola y me quedé en un
hotel... no estaba con otra mujer. Te dejé pensar eso porque quería que
hubiera distancia entre nosotros, pero me pasé todo el tiempo pensando
en ti. Deseándote. Fantaseando contigo. ―Sacudo la cabeza, mi mano se
desliza por su mandíbula hasta que su barbilla se apoya en mi mano―.
Me volví un poco loco cuando llegué a casa y vi ese vídeo. Te deseaba
jodidamente demasiado, y verte...
―Está bien. ―Se ríe un poco, arrancando su cara de mi agarre―. Por si
no lo sabías, me gustó lo que me hiciste.
Mierda. Mi polla palpita bajo la sábana, levantándose solo con la
mención de esa noche.
―¿Es así?
―Me ha gustado todo lo que me has hecho hasta ahora ―dice en voz
baja―. Aunque no quisiera admitirlo.
―¿Significa eso que...? ―Dudo―. Sofia, te dije antes de casarnos que
no te obligaría. Lo dije en serio entonces y lo digo ahora. Especialmente
después de anoche, no te quiero si no estás dispuesta, pero sí te quiero en
mi cama. Ahora, esta noche, mañana por la noche. Cada noche después
de eso.
―Mientras los dos vivamos. ―Vuelve a morderse el labio inferior, con
una expresión de tristeza deslizándose por su rostro―. No sé qué hacer,
Luca, dices que serías un marido justo, uno leal, incluso, que es mucho
más de lo que creo que puede esperar cualquier otra mujer de esta
organización. Caterina no espera fidelidad de Franco, pero si estás
pensando que yo sí la espero, entonces tienes razón. Sé que me he casado
con la mafia, pero no soy una esposa de la mafia―. Me mira, con la
barbilla levantada desafiantemente―. No puedo irme a la cama contigo
sabiendo que puedes haberte follado a otra mujer unas horas antes. O
quedarme sentada en casa, abatida porque has salido hasta tarde y no sé
qué estás haciendo o con quién. Prefiero no tenerte en absoluto que tener
solo una parte de ti.
Hace una pausa y respira lentamente.
»Sé que el matrimonio de mis padres no fue ideal en muchos aspectos,
pero nunca creeré que mi padre le fue fiel a mi madre. Él la amaba. He
luchado mucho tratando de entender por qué me entregó a ti. Por qué
confió en ti lo suficiente porque yo sé que él me amaba. Así que dime,
Luca. ¿Por qué debería confiar en ti? ¿Por qué debería creer que mi padre
no cometió un error?
Sus ojos se empañan ligeramente y siento que mi pecho se aprieta ante
la expresión de su rostro.
―Sofia, no sé qué prometerte. Te prometí mi protección, y lo dije en
serio.
―Y anoche me atacaron y casi me matan. ―Se rodea de nuevo con los
brazos, y vuelve esa mirada de miseria que conozco tan bien―. Adiós a la
protección.
―No debería haberte dejado aquí sola. Fue un error. ―Alargo la mano
para tocar su cara, pero ella se retira y veo cómo se levantan sus muros,
cerrándome el paso, recordando por qué ha luchado tanto para
mantenerse alejada de mí.
No quiero que eso ocurra. Siento que estoy luchando por algo que no
entiendo, por un futuro que no puedo ver. Todo lo que sé es que la idea
de perderla me hace sentir como si estuviera al borde de un acantilado,
demasiado lejos del fondo para ver lo que pasará si me caigo.
―Voy a averiguar cómo sucedió esto y volveré a hablar con Viktor.
―Dudo―. No sé cómo hacerlo. Puedo prometerte que haré todo lo que
esté en mi mano para mantenerte a salvo. Puedo prometerte que nunca te
haré daño, que nunca te pondré una mano encima. Puedo prometerte que
te llevaré a la cama como lo hice anoche cada vez que lo desees, por el
resto de tu vida. Incluso te prometo fidelidad si lo deseas. ―Me río
brevemente―. Dios sabe que te he sido fiel de todos modos, a pesar de
mis mejores esfuerzos, pero no sé si puedo prometerte algo más.
―Amor no. ―Me mira―. No el tipo de matrimonio que vi al crecer.
―Ese amor hizo que mataran a tu padre y casi hace que mataran a tu
madre también. Te puso aquí, casada con un hombre que no puede ser lo
que quieres, que no puede amarte, que… ―Hago una pausa, sacudiendo
la cabeza―. Me he equivocado contigo en todos los sentidos. Te merecías
algo mejor que esto, pero aquí estamos.
Ella respira profundamente.
―Está bien ―dice suavemente―. Vamos a intentar esto, por ahora.
Solo tratar de existir juntos, como una pareja. Dormiré aquí contigo.
Intentaremos hablar más y discutir menos. Trataremos de entendernos, y
ya veremos cómo resulta.
Parte de la tensión me abandona mientras la escucho. Puede que no sea
capaz de hacer las paces con la Bratva tan fácilmente, pero parece que
aquí, en este dormitorio, he hecho una paz provisional con mi mujer.
No es todo, pero creo que puede ser suficiente.
Por ahora.
17

Salgo de la habitación de Luca, sin saber qué pensar.


Nunca esperé nada de lo que pasó anoche. Como le dije, esperaba que
no volviera a casa. Que me dejara aquí, asustada y vulnerable hasta que
terminara su fin de semana fuera, no que viniera corriendo a casa.
Pero no es solo eso. Es todo lo que pasó después.
Y tengo miedo, tanto como el que sentí anoche cuando ese hombre se
plantó en la puerta con una pistola apuntándome a la cara, pero de una
manera diferente.
Si confío en Luca, tiene el potencial de romperme el corazón. Me ha
dicho una y otra vez que se ha equivocado conmigo. Que no puede
amarme. Que nunca estuvo destinado a ser un marido. Y, sin embargo,
seguimos acercándonos a eso, a vivir como marido y mujer en la realidad,
y no solo en el papel.
Si no confío en él, voy a vivir una vida solitaria. Una sin placer, sin
felicidad, sin contacto. Incluso si pudiera escapar de alguna manera, sé
que nunca me libraré completamente de él. Siempre estaré mirando por
encima del hombro esperando que venga por mí para reclamar lo que es
suyo. Después de eso, nunca podría estar en otra relación y poner en
peligro a otra persona que podría amar.
Y después de la última noche, no estoy segura de que nadie más pueda
estar a la altura.
Sabía que el sexo podía ser placentero, por supuesto. Divertido.
Excitante. Oí a Ana hablar de eso a menudo. Puede que fuera virgen, pero
no era idiota. Sabía que el sexo podía ser desde decepcionante hasta
alucinante.
Sin embargo, ninguno de esos cotilleos nocturnos me preparó para la
realidad de anoche. De alguna manera Luca tomo el placer que sentí
aquella noche en que me provocó hasta el punto de suplicar y lo duplicó,
o triplicó. Estoy adolorida en carne viva, y una parte de mí todavía quiere
volver a estar en la cama con él en este momento, solo para sentirlo todo
de nuevo.
Entre nosotros pasó algo que fue más que sexo ordinario. Fue
desesperado, hambriento, apasionado. El tipo de sexo que creía que solo
era fantasía.
Pero fue real, y adictivo.
Eres como una maldita droga. Puedo oír la voz de Luca raspando en mi
oído, y sé exactamente lo que quería decir. Pude perderme en esa clase de
placer, y olvidar todo menos lo bueno que era, y cómo me hacía sentir tan
viva, tan conectada a él.
Tengo que mantener la cabeza fría, me digo a mí misma mientras me visto,
me pongo una blusa por la cabeza y me trenzo rápidamente el pelo
mojado. Luca fue a hablar con Raoul y el resto de la seguridad, y yo tengo
que ver cómo están Caterina y Ana. No puedo permitirme perder la
cabeza y caer en la trampa de pensar que esto es más de lo que es. Por
mucho que me dijera que me sería fiel, Luca no ha pretendido esta
mañana que de repente estuviéramos enamorados o que íbamos a estar
felizmente casados.
De hecho, se empeñó en recordarme exactamente lo contrario: que no
puede amarme. Que no es el tipo de hombre con el que yo hubiera querido
casarme, y que nunca lo será.
El problema es que ahora no lo entiendo del todo. Pensaba que Luca se
aferraba a su soltería porque quería seguir siendo el mismo playboy de
siempre, porque no quería que una esposa se interpusiera en su espacio,
que le pusiera trabas a su estilo, que le impusiera restricciones a lo que
podía y no podía hacer. No quería tener que colarse en habitaciones de
hotel o ir a los apartamentos de otras mujeres en lugar de traerlas aquí y
luego echarlas.
Pero está claro que no es el caso, no tuvo ningún problema en aceptar
la fidelidad; si creo todo lo que dijo, entonces ha sido fiel desde la noche
en que me trajo a casa, aunque yo nunca esperé eso.
Entonces, si no quiere estar con otras mujeres, ¿cuál es el problema?
Tal vez sea yo, pienso mientras bajo las escaleras. Tal vez, no eres el tipo de
mujer que él podría amar. Demasiado inocente. Demasiado ingenua. Demasiado
débil.
Hubiera sido mejor que se casara con alguien como Caterina, alguien
que supiera cómo ser una esposa de la mafia y qué esperar, pero en lugar
de eso, me consiguió a mí.
Caterina y Ana están sentadas en la mesa de la cocina cuando entro.
Hay recipientes de comida para llevar delante de ellas, y Caterina tiene
las manos envueltas en una taza de café, dándole un sorbo justo cuando
entro.
Ana levanta una ceja al ver mi pelo mojado.
―Parece que te sientes mejor. ¿Dormiste algo?
Me sonrojo, y Caterina deja su café, mirándome con desconfianza.
―¿Sofia?
―Luca llegó a casa anoche. ―Me siento en una silla frente a ellas y miro
uno de los recipientes de comida para llevar―. ¿Carmen envió esto?
―Sí. Es de ese sitio que está a unas cuadras de aquí que hace un brunch
muy bueno. ―Ana lo empuja hacia mí―. Quedan algunas tortitas de
ricotta, pero volvamos a la parte en la que dijiste que Luca llegó a casa.
―Alguien le avisó del intruso y viajó de regreso anoche.
―¿Está Franco aquí? ―Caterina pregunta esperanzada, y me
estremezco al mirarla. Veo que su expresión vacila en cuanto ve mi cara,
y siento que mi corazón se rompe un poco por ella. Me siento culpable por
las horas de placer que he pasado en la cama con Luca desde la noche
anterior: estuve follando con mi marido toda la noche después de que
llegara a casa con prisa para asegurarse de que estaba bien. Mientras
tanto, su prometido sigue tirándose a modelos en algún otro país para su
fin de semana de soltero.
Podrías estar casada con alguien así, susurra una vocecita en mi cabeza.
Creías que lo estabas.
No puedo discutirlo. A pesar de todos los defectos de Luca, y no los
olvido solo porque me haya provocado varios orgasmos anoche, se
preocupó lo suficiente como para volver conmigo en cuanto se enteró de
lo sucedido.
―Luca dijo que va a enviar el jet a recogerlos ―digo con desgana,
sabiendo que eso no compensa el hecho de que Franco no esté aquí
ahora―. Volverá antes de lo previsto, creo.
―Me lo imaginaba ―dice Caterina en voz baja.
―Lo siento. ―Me muerdo el labio―. Quería que fuera un buen fin de
semana para ti.
Ella sonríe débilmente, encogiéndose de hombros.
―Esto es solo la vida. Realmente no esperaba más de él. Solo tenía un
poco de esperanza, pero está bien. Sabía qué clase de hombre era cuando
acepté casarme con él.
Esa última afirmación me hace reflexionar. Yo no sabía qué clase de
hombre era Luca cuando acepté casarme con él. Creía que lo sabía, pero
empiezo a sospechar que estaba equivocada en algunos aspectos, y me
hace preguntarme si también me equivoqué en otras cosas.
Como si lo hubieran invocado, Luca entra por la puerta y nos mira a las
tres antes de posar su mirada en mí.
―Buenos días, señoras ―dice, con esa voz profunda que me produce
un escalofrío. Pasa por detrás de mi silla y mira a Caterina y Ana.
―Me disculpo por lo que pasó anoche ―dice, y puedo sentir sus manos
apoyadas en la silla detrás de mí―. Hoy hablaré e interrogaré a la
seguridad para tratar de averiguar cómo alguien logró subir hasta aquí en
primer lugar. Averiguaré cómo pasó esto, lo prometo. ―Hace una pausa,
con las manos agarrando el respaldo de la silla―. No era mi intención que
ninguna de ustedes estuviera en peligro. Lo siento.
―No es tu culpa ―dice Caterina en voz baja―. Lo intentaste.
―Eso es una mierda. ―escupe Ana, y de repente soy consciente de lo
callada que ha estado todo este tiempo―. Le dijiste a Sofia que la
protegerías cuando te casaras con ella y la obligaste a casarse porque se
suponía que la mantendrías viva. Y, sin embargo, casi le disparan anoche.
Sea lo que sea lo que está pasando, deberías haber estado aquí,
ocupándote de eso, en lugar de estar mojando la polla con tus amigos.
―Lo mira fijamente, su mirada baja a mi cuello y luego vuelve a mirar a
Luca―. ¿Y entonces qué? ¿Seguías tan caliente que tenías que venir a casa
y follarte a Sofia también? Eres una vergüenza, y un mentiroso.
―¡Ana! ―exclamo, con el corazón palpitando de repente en mi pecho.
Luca ha estado notablemente tranquilo durante todo esto, pero no sé
cómo reaccionará si le hablan así. Rossi probablemente la habría matado
en el acto por esa clase de falta de respeto. Aunque sé que Luca no es ese
tipo de hombre, no sé si soportará que le grite una chica que sé que no le
gusta especialmente ni confía del todo en ella.
―No, está bien ―dice Luca, con voz fría y uniforme―. Anastasia,
¿puedo hablar contigo en privado?
―Luca, ella no quería… ―Empiezo a protestar, pero Ana ya se ha
levantado, todavía mirándolo.
―Estaré encantada de hacerlo ―dice fríamente, saliendo de la cocina.
Luca la sigue sin decir nada, y siento que se me revuelve el estómago
cuando lo veo salir hacia el salón con ella. Sus voces no se entienden bien,
pero puedo oírlos hablar en voz baja y enfadados, y eso me hace sentir un
poco mal.
―Está bien ―dice Caterina, tratando de consolarme―. Probablemente
Luca esté más enfadado consigo mismo que ella con él.
―Yo no estaría tan segura de eso. ―Me muerdo el labio, mirando en la
dirección en que se fueron.
Caterina se levanta, recogiendo los envases vacíos de la mesa y
llevándolos a la basura.
―¿Realmente lo hicieron...? ―se interrumpe, mirando mi cuello―. ¿Tu
querías?
Dudo, sintiendo que me sonrojo un poco.
―Sí ―digo finalmente en voz baja. Me cuesta admitir que cedí, pero
tampoco quiero que piense que Luca me obligó a hacer algo que no
quería―. Simplemente... sucedió.
―Puede ser algo bueno. ―Abre el grifo y se lava las manos antes de
enfrentarse a mí―. Un poco de paz entre ustedes dos podría ayudar a
Luca a concentrarse en el problema de resolver la disputa con la Bratva
antes de que se salga de control. ―Respira profundamente―. Has estado
ahí para mí, Sofia, a pesar de que no nos conocemos del todo bien. Así que
voy a darte un consejo, aunque sé que no lo quieres. Ser una esposa de la
mafia no es solo mirar hacia otro lado mientras tu marido se acuesta por
ahí, criar a los niños y ser una cara bonita en las cenas.
―¿Entonces de qué se trata? Porque hasta ahora, eso es todo lo que he
visto.
―Se trata de saber cuándo dejar pasar las cosas para que tu marido
pueda hacer lo que tiene que hacer. Se trata de aceptar que el hombre con
el que te casaste tiene aspectos que a veces te asustan, que incluso te
molestan, pero que forman parte de su personalidad, y si es un buen
hombre, tampoco le gustarán esas partes de sí mismo. Depende de ti
ayudarle a vivir con eso.
―¿Qué pasa con Rossi? ―Sé que no debería, pero no puedo evitar
decirlo―. Parece que le gustan esas partes de sí mismo, y quiere que Luca
sea igual.
―Mi padre no es un buen hombre ―dice secamente―. Siempre lo he
sabido. Lo quiero porque es mi padre y no conozco otra forma más que
ser una buena hija, pero él no es bueno.
―¿Y crees que Luca lo es?
―Creo que quiere serlo. ―Me ve, con una mirada inquebrantable―. Y
creo que lo que ocurra en estos próximos días y semanas determinará
mucho sobre la clase de hombre que será en el futuro.
No sé qué decir a eso.
―Yo no pedí nada de esto ―digo en voz baja―. No pedí ser su esposa.
―Podrías haber dicho que no. ―Se encoge de hombros―. Sé que no es
lo que quieres oír, pero no tenías que hacer ni pronunciar los votos.
―¿Qué clase de elección era esa? ¿Casarme con él o morir? Eso no es
una elección.
Caterina se ríe entonces, y no hay nada cruel en ello, pero aún me toma
desprevenida.
―Sí, lo era.

No puedo quitarme esa conversación de la cabeza durante el resto del


día. Luca no me dice de qué hablaron él y Ana a pesar de que se lo
pregunté, solo que la envió a casa después de su conversación. Hace que
su chófer lleve también a Caterina a la casa de los Rossi, asegurándole que
Franco debería estar de vuelta por la noche.
Después, me deja para interrogar al resto del equipo de seguridad, con
Raoul ahí para vigilarme. No menciona nuestra conversación de esta
mañana ni dice nada más, solo que volverá esta tarde y que me quede en
el ático, que no suba a la terraza ni salga. Esto último me molesta un poco,
pero lo dejo pasar. No voy a ser una pelele, pero no puedo negar que las
cosas son mejores cuando Luca y yo no nos peleamos.
El apartamento se siente enorme y vacío sin Caterina y Ana, y no sé
muy bien qué hacer conmigo misma. Exhausta y adolorida por la noche
anterior, decido tomar una siesta. Podría volver a mi habitación y,
mientras subo las escaleras, me digo que lo haré, pero como si mis pies
tuvieran mente propia, me encuentro caminando hacia la habitación de
Luca.
Las sábanas todavía huelen a nosotros, a mi jabón y a su colonia, el débil
aroma de nuestros cuerpos calientes todavía se adhiere a ellas, y aprieto
la cara contra la almohada, sintiéndome más perdida y confundida que
nunca. La piel me hormiguea con el recuerdo de lo que hicimos anoche, y
no sé cómo conciliarlo con mi convicción de que no debería amar a un
hombre como Luca.
Y luego, por supuesto, está el problema de que él crea que no puede
amarme.
Mis sueños son un caos cuando por fin me duermo, entre una mezcla
de terroríficos montajes de huidas de hombres armados, encontrándome
atada, atrapada, sin poder huir, que se convierten en visiones de mí
enredada con Luca, jadeando y gimiendo mientras me hace correrme una
y otra vez, y luego desvaneciéndose en el aire justo cuando grito su
nombre.
Me despierto, mareada y desorientada, a media tarde. La habitación
está demasiado caliente, el sol brilla a través de la ventana directamente
sobre la cama, y me incorporo lentamente, apartando mi pelo
enmarañado de la cara.
Hay una caja larga y plana justo debajo de la puerta, blanca con un
enorme lazo negro envuelto y atado de forma elaborada en la parte
superior. Alguien debe de haberla dejado ahí mientras yo dormía, y
después de la noche anterior, la idea de que alguien entre en el dormitorio
mientras duermo me pone nerviosa y ansiosa, pero Raoul ha estado
vigilando el interior del apartamento, y no puedo evitar pensar que, con
Luca en casa, el equipo de seguridad no dará un paso en falso.
Espero que cuando dijo que los estaba «interrogando», se refiriera con
palabras y no con algo más violento.
Con cautela, salgo de la cama y camino descalza por el suelo de madera
hasta la caja. La siento ligera cuando la tomo y la pongo encima de la
cama, tirando del lazo hasta que se deshace y la cinta negra cae sobre el
edredón gris oscuro.
El interior de la caja está lleno de papel dorado metálico y, al separarlo,
veo un vestido con etiquetas que dicen Alexander McQueen.
Cuando lo tomo, no puedo evitar dar un suspiro. Mi armario está lleno
de ropa de diseñador gracias a Luca, pero nunca había visto nada tan
bonito como este vestido. Está hecho de seda roja, tan suave y frágil como
el ala de una mariposa, con pequeñas flores de gasa blanca y dorada
esparcidas por la falda hasta la rodilla. Cada pétalo está perfectamente
cortado, con un pequeño cristal en el centro de cada flor, y parece que
flotan sobre la seda ondulante. El escote es muy pronunciado; incluso al
mirarlo, me doy cuenta de que termina sobre mis costillas, con tirantes
anchos y fruncidos en los hombros.
Es una obra de arte que se puede llevar, y no puedo imaginar dónde
voy a ponérmelo ni por qué está aquí. No puedo ni siquiera salir del
apartamento, y mucho menos salir a algún sitio digno de este vestido. Casi
me entristece porque es increíblemente hermoso.
Dentro de la caja hay un sobre blanco y dorado, y dejo el vestido con
cuidado, sin saber si me atreveré a ponérmelo. No es que sea tan atrevido
como el escote, pero es tan bonito y delicado que casi me da miedo tocarlo.
Alcanzo el sobre y lo abro para encontrar una tarjeta en el interior, con
una escritura en negro sobre un papel grueso de color crema.

Sofia,
Aunque somos marido y mujer desde hace una semana, nunca te he llevado a
una cita como tal. Ya que estamos tan atrasados, pensé que deberías tener algo
excepcionalmente bonito para la ocasión. Reúnete conmigo en la terraza a las 9
de la noche, ni un segundo antes.
Tu esposo,
Luca.

Se me entumecen los dedos y casi se me cae la tarjeta del susto. Vuelvo


a leerla, y luego una tercera vez, sin poder creer lo que está escrito.
Luca y yo hemos pasado una gran noche, seguro. Caliente, apasionada,
sin duda impulsada por el hecho de haber estado tan cerca de la muerte.
¿Pero una cita?
No puedo imaginar a Luca llevando a alguien a una cita. Bueno, si lo
pienso, supongo que sí, pero no es mi idea de una cita. Cuando pienso en
Luca teniendo una cita, pienso en villas italianas y paseos en helicóptero,
el tipo de romance exagerado que se ve en The Bachelor3, nada que dure.
No hay ninguna parte de mí que pueda imaginarse a Luca y a mí yendo
al cine y a cenar a un bonito lugar de moda, el tipo de lugar al que siempre
me imaginé yendo a las citas, en los ocasionales momentos en que me lo
pensé.
Pero ahí está, en blanco y negro, hay que reconocerlo, escrito con una
letra fluida en una tarjeta que parece una invitación de boda, en lugar de
estar escrita en un texto. Sin embargo, es Luca, mi marido, quien me pide
una cita.
No sé si es el sexo apasionado que tuvimos anoche o el hecho de que
hayamos conseguido tener dos conversaciones completas sin que se
convirtieran en una pelea en al menos unos días. Sin embargo, sigo
sintiendo un cosquilleo de excitación en lugar del temor que habría
esperado.
Lo único que me entristece un poco es que no puedo llamar a Ana y
pedirle que venga. Normalmente, le pediría que me ayudara a
prepararme, pero ni siquiera puedo enviarle un mensaje de texto para
decírselo. Aun así, ni siquiera eso enciende la rabia incandescente que
habría sentido hace un par de semanas. Tal vez me estoy acostumbrando
a este nuevo apartamento y a las restricciones que conlleva, o...
¿Realmente es tan difícil entender por qué es así? Me había sentido tan
asfixiada por las órdenes de Luca, porque si soy realista, eso es lo que son,
pero después de mirar el cañón de un arma sostenida por un hombre que
incuestionablemente me quería muerta, es difícil argumentar que no ha
sido razonable. La amenaza de la Bratva claramente no está bajo control,
y en cuanto al hecho de que casarme con él se suponía que me mantendría
a salvo de todo esto.

3
Programa Americano sobre citas y relaciones amorosas.
Si hay algo que creo, es que Luca quiere que esta amenaza se detenga
tanto como yo o cualquier otra persona. E incluso si nuestro matrimonio
no hizo que Viktor detuviera estos ataques, me mantuvo a salvo de Rossi.
Podría estar racionalizando todo esto. Mi cerebro podría estar
confundido por tantos orgasmos, pero no puedo negar que se me revuelve
el estómago con mariposas al pensar en lo que Luca podría haber
planeado para esta noche, y no tiene nada que ver con el miedo.
Es imposible concentrarse en otra cosa durante el resto del día. Me doy
una ducha para refrescarme de la siesta y empiezo a prepararme una hora
antes de la cita con Luca en el piso de arriba. Me digo a mí misma que no
tengo ninguna razón específica para asegurarme de que cada centímetro
de mí esté recién afeitado o que haya elegido un tanga rosa de encaje para
ponerme debajo del vestido, pero mientras me pongo delante del espejo
rizándome el pelo, sé que no es del todo cierto.
Quiero que a Luca le guste lo que ve si acaba quitándome el vestido esta
noche.
Después de teñirme el pelo de rubio durante tanto tiempo, sigue siendo
extraño verlo de nuevo de color marrón intenso, pero no puedo negar que
me queda mejor. El rubio pálido me quitaba el tono aceitunado de la piel,
pero el tono caoba que me ha dado la estilista con la mezcla de balayage4
más claro y más oscuro que me ha puesto hace que mi piel casi brille. Mis
ojos oscuros parecen aún más grandes al mezclar sombras de ojos en
crema y doradas sobre el párpado para que hagan juego con las pequeñas
flores del vestido. El efecto es apenas exagerado, nunca he sido una
experta en belleza, pero una vez que termino de aplicarme el rímel y de
pintarme los labios rojos a juego con el vestido, tengo que admitir que me
veo hermosa.
Lo suficientemente hermosa para alguien como Luca. Lo
suficientemente hermosa como para defenderme. Si Caterina siempre
parece una reina, yo parezco una princesa. Bella teniendo una cita con la
bestia, justo después de descubrir que tal vez no era tan malo después de
todo.

4
Técnica de coloración francesa que toma su nombre del verbo "balayer" que significa barrer. La técnica crea un cabello ligeramente aclarado
que luce con un aspecto natural como aclarado por el sol, con tonos más claros en las puntas.
Sé que puedo estar deslizándome por una pendiente peligrosa. Una que
podría terminar con mi corazón roto o algo peor, pero me siento
impotente para detenerlo. Ahora que Luca y yo hemos empezado, quiero
saber a dónde va esto. Se siente peligrosamente como lo que me imagino
que debe sentirse drogarse.
Justo antes de las nueve en punto, me dirijo a las escaleras que llevan a
la terraza. Tengo cuidado de no subirlas hasta que el reloj cambie de hora.
Entonces subo con cuidado en mis sandalias Louboutin de tacón alto,
tocando con cautela los diamantes de mis orejas. Me resulta extraño
ponerme diamantes para subir al tejado. Por supuesto, sigo llevando el
delicado collar de mi madre que nunca me quito, y que siempre parece
pequeño e insignificante al lado de las brillantes y caras joyas que tengo
de Luca, pero este no es el tipo de vestido con el que podría llevar aretes
de perlas o aros de plata.
Si alguna vez hubo un vestido hecho para los diamantes, es éste.
Empujo la puerta que lleva a la terraza y salgo a la cubierta, y entonces,
cuando mis ojos se ajustan, me quedo con la boca abierta al ver lo que
tengo delante.
18

La mitad de la terraza siempre ha sido la piscina y el bar, y la otra mitad


tiene una chimenea y un foso con asientos de salón y antorchas tiki, pero
en algún momento, la parte de la terraza dedicada a la chimenea y al salón
se ha transformado.
La chimenea está encendida, crepitando alegremente, y se han retirado
todos los asientos. En su lugar, hay una gruesa alfombra extendida sobre
la superficie de madera de la cubierta, con una mesa de hierro estilo café
y dos sillas colocadas sobre ella. Hay velas en el centro y cubiertos listos
para que se sienten los invitados. Alrededor de la chimenea y rodeando
el borde de la terraza, se han colocado jardineras llenas de flores para que
haya una explosión de color. El aire está impregnado de su aroma y toda
la escena está iluminada por las centelleantes lucecitas que la rodean. Se
parece a las fotos que he visto de los cafés parisinos al aire libre, salvo que
éste es solo para nosotros.
Solo para Luca y para mí.
Él está de pie junto a la chimenea, vestido a la perfección con un traje a
medida, mientras se puede oír una melodía suave de cuerda en el lugar y
sonríe cuando consigo de alguna manera empezar a caminar hacia él a
pesar de mi conmoción.
Después de todo, tenía razón. Esta es la cita más absurda, de cuento de
hadas y exagerada que podría haber imaginado. No es una cena y una
película, eso es seguro, pero no me importa. Me siento completamente
sorprendida, y cuando me detengo frente a él, lo único que puedo hacer
es mirarlo fijamente.
―¿Tu hiciste todo esto? ―Logro decir finalmente, mi voz es un
susurro―. ¿Para nuestra cita?
―Bueno, hice que alguien viniera y lo hiciera ―dice, con las esquinas
de los ojos arrugadas en una sonrisa―, pero sí. Les dije lo que quería. ¿Te
gusta? ¿Y el vestido?
―Sí... sí, por supuesto ―logro decir. Sus ojos verdes se posan en los
míos, con una expresión casi como si esperara mi aprobación, lo que
parece una locura. ¿Por qué iba a importarle si me gusta o no algo de esto?
Siempre ha parecido el tipo de hombre que va por la vida asumiendo que
todo el mundo a su alrededor está feliz con todo lo que hace―. Es
hermoso. El vestido es hermoso.
―Bien. ―Luca sonríe y se acerca a mí, atrayéndome hacia sus brazos.
Respiro cuando siento que me rodea, me aplasta contra su cuerpo fuerte
y duro, cuando se inclina para besarme, mi corazón se acelera en mí
pecho.
Sus labios en los míos se sienten eléctricos, como un millón de chispas
bailando sobre mi piel, y no puedo evitarlo. Me inclino hacia arriba, mis
brazos se deslizan alrededor de su cuello y todos mis miedos y dudas se
desvanecen por el momento. Sé que volverán, sé que nada puede cambiar
lo equivocado que somos el uno para el otro, pero en este momento es
imposible parar. El olor de las flores y el olor de la chimenea me llenan la
nariz, las luces parpadeantes nos rodean mientras sus manos se deslizan
por la seda de mi vestido, y noto que la sangre se me calienta por el deseo
cuando su lengua me recorre el labio inferior, instándome a abrir la boca
y dejar que me bese más profundamente.
Cuando se retira, ya estoy jadeando, con el sabor de su boca aún en mis
labios, mientras lo miro aturdida.
―La cena estará servida en un minuto ―me dice, tomando mi mano.
Siento mi anillo de compromiso en la palma de su mano mientras me guía
hacia la pequeña mesa, con las sillas colocadas de forma que nos sentemos
uno al lado del otro en lugar de enfrente. Miro a mi alrededor y vislumbro
a un mesero vestido de negro que cruza discretamente la cubierta junto a
la barra, en donde debe estar guardando la comida.
En cuanto nos sentamos, el mesero trae dos platos pequeños y los pone
delante de nosotros, junto con una botella de vino tinto.
―Ensalada con verduras primavera, queso de cabra, jamón york y
vinagreta de mostaza ―dice, con una voz tan seria que casi me dan ganas
de reír, mientras sostiene el corcho del vino para que Luca lo huela.
Es toda una experiencia de restaurante de cinco estrellas, pero en una
terraza privada, solo para nosotros.
―Esto es como los restaurantes al aire libre a los que quería ir en París
―le digo en voz baja mientras tomo el tenedor―. Es como algo sacado de
una película o de un cuento de hadas.
―Lo sé ―me dice, mirando hacia mí―. Le pregunté a Ana cuál sería
una cita ideal para ti teniendo en cuenta nuestras limitaciones en este
momento. Qué podría hacer sin salir del apartamento, y me habló de tus
planes de ir a París después de la graduación. Planes que, por supuesto,
nuestro matrimonio arruinó.
Parece una disculpa. No puedo dejar de pensar en eso mientras nos
sirve el vino, las luces brillan en la copa mientras me la da.
―¿Así que has intentado traerme París? ―Suena ridículo, pero después
de todo, ¿por qué no? Luca tiene más dinero que Dios. Puede hacer lo que
quiera, y por alguna razón, después de todo, decidió que quería hacer esto
para mí.
―Sí. ―Me observa por un momento―. Nunca he hecho esto antes,
sabes.
Parpadeo, momentáneamente confundida.
―¿Cenar en una terraza?
―No ―Se ríe―. Tener una cita.
―¿Qué? ―Para ser justa, solo he tenido unas pocas, pero conozco su
pasado. Se ha acostado con más mujeres que un ejército de hombres, ¿y
nunca ha tenido una cita?―. ¿Cómo es posible?
―No tengo citas ―dice simplemente―. Sé que no quieres oír hablar de
todas las mujeres con las que he estado. No lo digo para restregártelo en
la cara, pero todas esas mujeres fueron las que tomé. Alguien que vi en
una gala, que me llamó la atención en un bar, que se sentó frente a mí en
el teatro. Nunca he tenido problemas para encontrar mujeres que
quisieran salir conmigo, pero nunca he llevado a ninguna a una cita.
―¿Ni a cenar? ¿Ni a tomar una copa? ―No puedo entenderlo―. ¿En
serio es la primera cita que tienes?
―Sí.
De todas las cosas que había pensado que podría decirme esta noche,
esa no había sido una de ellas.
―Sabes que esto no es exactamente una cita normal, ¿verdad?
―Lo suponía ―me sonríe―, pero no soy un hombre normal.
―Lo sé. ―Vaya si lo sé―. ¿Así que yo era virgen, y tú eras virgen en las
citas? ―Me río entonces, no puedo evitarlo―. Qué pareja hacemos.
―Podría ser peor. ―Su boca se tuerce mientras me acerca mi copa de
vino―. ¿Qué consideras una cita normal?
―Cenar en algún sitio que no sea demasiado caro. Hamburguesas, tal
vez. Una película. O, dependiendo de cómo sea la relación, pizza en casa
y ver algo en la tele. O jugar a un juego de mesa, tal vez. ―Me encojo de
hombros―. Al menos, eso es lo que he visto con Ana y sus novios. Solo
he tenido algunas citas, tampoco soy precisamente una experta.
―Bueno. Quizá podamos aprender juntos. ―Luca toma su copa―.
¿Por qué deberíamos brindar en nuestra primera cita?
Me quedo sin palabras. Levanto mi copa, pero no encuentro ni una sola
palabra.
―Por intentarlo ―me dice en voz baja, acercando su copa a la mía, y
mi corazón se agita en el pecho como nunca lo había hecho.
Bebo un sorbo del vino. Es delicioso, rico y afrutado, con el punto justo
de sequedad, y mientras pico un bocado de mi ensalada con el tenedor,
pienso en lo que podría convertirse esto. Lo que podría ser la vida con un
hombre como Luca si me permitiera disfrutarla.
Está claro que no hay una salida fácil de esto. Aunque Rossi y la Bratva
ya no fueran una amenaza, Luca ha dejado claro que no piensa dejarme
marchar fácilmente, y después de anoche, sé que estará aún menos
dispuesto a hacerlo.
Después de anoche, ya no estoy tan segura de querer irme.
La comida es deliciosa, mejor que cualquier cosa que haya probado,
excepto quizás la comida de nuestra boda, pero esa podría haber estado
hecha de arena por lo poco que la disfruté; apenas recuerdo lo que se
sirvió. Siento que me relajo poco a poco cuando el mesero trae el siguiente
plato, una colección de pequeños platos con diversos alimentos.
―Les dije que hicieran un menú de degustación de cosas que podrías
pedir en París ―dice Luca, deslizando uno de los platos pequeños hacia
mí―. Codorniz con salsa de arándanos. Pato a la naranja. Salmón
braseado con limón. Vieiras a la mantequilla.
Busco mi tenedor, pero en su lugar, Luca pica la pechuga de codorniz,
trozo un bocado de la delicada carne y llevándolo hasta mis labios.
Parpadeo momentáneamente sorprendida, pero abro la boca
obedientemente, dejando que deslice el tenedor casi sensualmente en mi
boca.
―¿Qué te parece? ―me pregunta suavemente, sin apartar sus ojos
verdes de mi rostro.
―Está delicioso ―le digo, y el corazón se me acelera de nuevo, mientras
la piel me hormiguea. Está tan cerca de mí, lo suficientemente cerca como
para sentir el calor de su piel y oler el aroma de su colonia, como el aire
fresco de la sal y los limones. Quiero respirarlo, inclinarme más allá del
tenedor de vieiras que me tiende y besarlo, con arándanos en mi lengua y
vino tinto en la suya.
¿Esto es lo que se siente al enamorarse de alguien?
Nuestras peleas, la humillante noche antes de nuestra boda y la forma
en que me rebelé tan ferozmente contra todo lo que ha hecho, el miedo de
nuestra noche de bodas y mi ira, todo se siente a un millón de kilómetros
de distancia. No puedo recordar por qué sentí ninguna de esas cosas. Me
invaden las estrellas y las luces parpadeantes, el rico sabor de la comida
que se derrite en mi lengua regado por un vino caro. Los brillantes ojos
verdes de Luca buscan en mi rostro, como si me rogara que le diera una
oportunidad.
No entiendo por qué. ¿Por qué su cambio de actitud? Pero es difícil
preguntarle eso cuando yo puedo sentir que mi propio corazón cambia,
abriéndose a él a pesar de mí misma.
Para cuando llega el postre, siento que haría cualquier cosa para que me
besara. El mesero pone la bandeja de mármol frente a nosotros, cubierta
de fresas, quesos y pequeños vasos de crème brulee y mousse de
chocolate. Luca toma una fresa, me la acerca a los labios y, cuando me la
pone en la lengua, la punta de su dedo me roza el labio inferior.
Hago un pequeño sonido, y siento su mano en mi rodilla, deslizándose
por debajo de mi falda mientras desliza una fresa en su propia boca, sus
labios carnosos se deslizan sobre la fruta y me recuerdan a su boca sobre
mí la noche anterior, besando entre mis piernas hasta perderme en un
placer como nunca había sentido.
Una cucharadita de mousse de chocolate es lo siguiente que me da. Con
cada bocado, su mano se desliza por mi muslo, las yemas de sus dedos
recorren mi suave piel hasta que me quedo sin aliento por el deseo,
ansiando que me toque.
―Toma ―dice Luca, entregándome la cuchara―. Quiero comer mi
propio postre.
Me guiña un ojo y, por un segundo, creo que va a deslizarse por debajo
de la mesa y dentro de mi falda, pero en lugar de eso, se limita a tomar su
propio platillo de mousse, observándome entre bocado y bocado mientras
sus dedos llegan finalmente a la parte superior de mi muslo, rozando la
parte delantera de mis bragas mientras casi me atraganto con un bocado
de brulee.
―Oh ―murmura suavemente―. Encaje. Mi favorito.
No puedo evitar el gemido que se me escapa cuando sus dedos se
deslizan bajo el borde de la tanga.
―Estás tan mojada ―dice en voz baja―. Debes haber deseado mucho
esto.
Nerviosa, miro por encima del hombro para asegurarme de que el
mesero no está mirando, mordiéndome el labio con fuerza mientras los
dedos de Luca recorren el borde exterior de mi coño.
―No te preocupes, no puede vernos ―dice tranquilamente―. Mientras
no hagas ningún ruido, ni siquiera sabrá lo que está pasando.
Oh, Dios. Entonces sé exactamente lo que está planeando. Por un breve
segundo, considero la posibilidad de decirle que se detenga, aunque no
tengo la menor idea de si realmente lo haría, pero la verdad es que
tampoco quiero que lo haga.
Me siento como en una especie de fantasía salvaje, con los dedos de
Luca deslizándose hacia arriba mientras saboreo el azúcar quemado y la
nata en mi lengua, su dedo índice acaricia la punta de mi clítoris mientras
jadeo, tratando de permanecer en silencio mientras presiona, frotando en
pequeños círculos que crecen cada vez más rápido, y mientras tanto, sigue
comiendo su postre, como si no estuviera deslizándome hacia el borde de
tener un orgasmo aquí al aire libre, en la terraza.
―Mmm ―gime mientras da otro bocado―. Está delicioso, ¿no crees?
―Me mira de reojo, esperando claramente una respuesta, justo cuando
desliza dos dedos hasta el fondo de mi coño, enroscándolos hacia arriba
mientras yo reprimo un gemido, apretándome a su alrededor mientras mi
cuerpo se estremece de placer.
―¿No te gusta? ―Sonríe y vuelve a meterme los dedos mientras trago
con fuerza, incapaz de hablar. Si digo algo, sé que voy a gemir o a gritar,
al borde de un placer tan incontrolable que no sé cómo voy a contenerlo
cuando finalmente me corra.
―Sí ―consigo gemir de algún modo―. Sí, es... es tan... oh, Dios, es tan
bueno… ―Puedo oír las palabras salir de mis labios, sin aliento, justo
cuando el mesero se acerca a nosotros.
Oh, mierda. Seguramente Luca va a parar, pienso. Seguro que no va a
seguir con alguien de pie junto a nosotros. Aunque su mano está oculta
bajo el mantel blanco, no puedo imaginar cómo alguien puede estar a mi
lado y ver mi piel enrojecida y mi pecho agitado y no saber lo que está
pasando.
Pero, sorprendentemente, el mesero parece no darse cuenta.
―¿Necesitan algo más?
―Quizá más vino ―dice Luca, y sus dedos siguen moviéndose dentro
de mí mientras me frota el clítoris más rápido, y me doy cuenta con horror
de que me está empujando intencionadamente hacia un orgasmo―. ¿Qué
sugieres? ¿Tal vez un Porto mientras terminamos el postre?
―Un Porto sería perfecto, señor. Lo traeré enseguida.
―Luca, por favor… ―jadeo mientras el mesero se aleja―. Por favor...
―Por favor, ¿qué? ―Sus ojos brillan con maldad―. ¿Te quieres correr?
Sí. Oh, Dios, sí. Quiero correrme más que cualquier cosa que haya
querido en toda mi vida. Estoy tan cerca y a la vez tan lejos del límite.
Él me presiona el clítoris, sus dedos se mueven contra ese punto tan
sensible dentro de mí, y yo reprimo un grito.
―Puedes correrte cuando quieras ―murmura―, pero no voy a parar,
ni siquiera cuando él vuelva.
Siento que me invade una corriente eléctrica, mi corazón late tan fuerte
que creo que debe ser visible bajo la fina seda de mi vestido, y no sé por
qué estoy de repente más excitada que nunca en toda mi vida. Siento que
estoy a punto de caer, y justo cuando el mesero vuelve con la botella y dos
copas más pequeñas, Luca me pasa el pulgar por el clítoris y me pierdo.
No sé cómo puedo evitar los gemidos. Me muerdo el labio inferior con
fuerza, apretando su mano mientras me agarro al borde de mi asiento,
empujándome contra sus dedos mientras siento cómo me invade una
oleada tras otra de placer. Lo siento hasta en lo más profundo de mis
huesos, el orgasmo crece y se desploma sobre mí. De alguna manera,
incluso mientras me retuerzo sin poder hacer nada en los dedos de Luca
por el orgasmo, el mesero no pierde el ritmo.
―¿Hay algo más que deseen?
Estoy jadeando, con la cara roja, y sé que es imposible que no sepa lo
que está pasando, y de alguna manera, eso me excita aún más.
―No ―dice Luca con calma, con sus dedos aún dentro de mi coño para
que no pueda ni siquiera retorcerme, arrastrando el orgasmo―. De hecho,
puedes irte. Raoul tendrá tu propina.
―Muy bien, señor.
Luca no me suelta hasta que la puerta se cierra detrás del mesero, y
estamos solos en la terraza, entonces empuja su silla hacia atrás,
deslizando su mano por debajo de mi falda y, para mi sorpresa, se lleva
los dedos a la boca.
Oh, Dios. Mi multimillonario y mafioso marido está sentado frente a mí,
lamiéndose los dedos con la misma expresión en la cara que vi cuando
comía el postre. Estoy lo más lejos de estar saciada de lo que he estado
nunca. En todo caso, estoy tan desesperada por él como antes, aunque
acaba de hacer que me corra aún más fuerte que la noche anterior.
Miro hacia abajo y veo que está visible y evidentemente empalmado,
con la polla apretada contra la parte delantera del pantalón del traje en
una gruesa cresta que hace que se me seque la boca, recordando cómo se
había sentido dentro de mí la noche anterior.
Como si me leyera la mente, se lleva la mano a la bragueta, se baja la
cremallera y se saca la polla. Su mano rodea su longitud, acariciándola
una vez mientras sus ojos recorren mi cuerpo.
―Quítate las bragas ―dice, y siento que no puedo respirar.
―Yo…
―Ahora, Sofia. ―Su voz tiene ese tono oscuro y ahumado que recuerdo
de la noche anterior, y no hay forma de que pueda negarme en este
momento. Ni en mis sueños más salvajes me imaginaba haciendo algo así.
Sin embargo, mientras miro al guapísimo hombre que está sentado a mi
lado, acariciándose despreocupadamente mientras me mira como si fuera
la cosa más hermosa que ha visto nunca, lo único que quiero hacer es
exactamente lo que me pide.
En silencio, me pongo de pie y me subo la falda para poder alcanzar y
quitarme la tanga.
―¿Qué hago con ella? ―susurro sin aliento, y sus ojos se oscurecen
cuando ve el trozo de encaje en mi mano.
―Ponla sobre la mesa. Levántate la falda y abre las piernas para que
pueda verte.
Se supone que no debo querer esto. Soy una buena chica. Tengo buenas notas,
leo Orgullo y Prejuicio en lugar de novelas románticas de mala calidad. Me
gustan las comedias románticas. No se supone que esto me excite. Pero lo hace.
Me pierdo por completo en el sonido de su voz, que se desliza sobre mi
piel como la seda del caro vestido que me ha comprado, y sin dudarlo,
hago lo que me dice.
Tampoco obedezco sin más. No sé qué me lleva a deslizar la falda hacia
arriba lentamente, incluso de forma seductora, abriendo mis muslos un
poco más con cada centímetro para que Luca tenga que esperar un poco.
Me siento poderosa ante su mirada, una expresión de lujuria impaciente,
pero no me dice que vaya más rápido. Me doy cuenta de que le gusta esto
mientras subo la seda floreada, y cuando por fin la deslizo lo suficiente
como para que pueda ver mi coño desnudo y reluciente, gime en voz alta.
―Quédate así un minuto ―murmura, con la voz aspera por el deseo,
mientras empieza a acariciarse un poco más rápido, con la mano
apretando la gruesa longitud de su polla―. Mierda, eres preciosa, Sofia.
No sé qué me pasa, pero cuando veo su cara, de repente quiero
complacerlo, y más que eso... también estoy excitada, mi cuerpo está
caliente de deseo. Noto lo mojada que estoy sin ni siquiera tocarme, y
cuando me agacho y deslizo los dedos por mi coño, grito en voz alta al
más mínimo contacto. Estoy tan excitada que no puedo evitarlo.
―Mierda, Sofia… ―gime, con los ojos muy abiertos, y eso solo me hace
más valiente. Me abro con dos dedos, dejándole ver mi coño aún más, mi
clítoris visiblemente adolorido mientras froto un dedo sobre él.
―Qué bien se siente ―gimo, las palabras se me escapan antes de que
pueda detenerlas, y su mandíbula se tensa mientras aprieta la mano
alrededor de su polla.
―Te necesito ―susurra―. Ven a sentarte en mi regazo. Necesito mi
polla dentro de ti ahora.
Como en un sueño, me pongo de pie sujetando mi falda con una mano
mientras balanceo mi pierna sobre él. La silla está lo suficientemente alta
pero con mis tacones mis pies tocan el suelo. Me pongo encima sobre él,
nuestros labios se separan apenas un suspiro mientras siento cómo mete
su polla entre mis muslos, con la cabeza resbalando contra mi piel
empapada.
Yo tengo el control, me doy cuenta de repente. Soy yo la que está encima,
y cuando Luca me mira hambriento, con su mano libre enredada en los
rizos sueltos de mi pelo, tiro toda la cautela al aire.
Lo quiero, y no voy a resistirme.
Me inclino hacia adelante para besarlo, y mi mano rodea la parte
posterior de su cabeza en el mismo momento en que me deslizo sobre su
regazo, absorbiendo cada centímetro de su polla mientras gimo en voz
alta, con mis muslos apretados a ambos lados de los suyos.
Y Dios, se siente tan jodidamente bien.
19

Creo que estoy tan sorprendido por las acciones de Sofia como ella. La
chica que tembló en mis manos cuando la besé por primera vez, que se
sonrojó cuando la incliné sobre el sofá y que me dijo con rigidez que,
«acabara de una vez» en nuestra noche de bodas, no aparece por ninguna
parte. El deseo descarado en su rostro cuando obedece mis instrucciones
de levantarse la falda es lo más excitante que he visto nunca, y eso es lo
que me lleva a decirle que se suba a mi regazo.
Por una vez, quiero ver lo que hace cuando tiene el control. Cuando
todas las decisiones sobre lo que hacemos, o no, dependen de ella.
Cuando se desliza sobre mí, con sus muslos apretando los míos, me
siento casi mareado por la lujuria. Cuando me besa, me lleva al límite y
cuando se desliza hacia abajo, empalándose en mi adolorida polla, pierdo
todo el control.
Había planeado hacer que se corriera de nuevo, pero en cuanto siento
su calor aterciopelado envolviéndome, sé que no tengo mucho tiempo.
Deslizo mi mano entre nosotros, frotando frenéticamente su clítoris
mientras ella se desliza inexpertamente sobre mí, con un ritmo torpe que
deja claro que nunca ha hecho esto antes, pero no importa. Podría haberse
quedado perfectamente quieta y yo estaría a punto de derramar mi semen
dentro de ella. El movimiento de sus caderas, el balanceo de sus pechos
en el vestido de seda y la sensación de su mano en mi nuca, con sus labios
capturando los míos mientras se hace cargo de mí por primera vez, son
más que suficientes.
―Voy a correrme ―le susurro con urgencia, con mi otra mano
enredada en su pelo. ―Córrete conmigo, mierda, bebé, por favor...
No puedo creer lo que estoy diciendo. Me doy cuenta de que acabo de
llamar a una mujer por un nombre cariñoso por primera vez en mi vida,
que soy yo el que está suplicando su orgasmo, pero ya no me importa.
Nunca me había sentido tan bien como cuando Sofia se hunde en mi polla,
con su coño moliendo contra mí mientras me recibe en su cuerpo, y
cuando su lengua se enreda con la mía, pierdo todo el control.
Gimo contra su boca y agarro sus caderas con fuerza, con un instinto
casi primario, mientras la sostengo sobre mi polla y estallo dentro de ella,
con toda mi longitud palpitando con olas de placer tan intensas que mi
visión se oscurece un poco en las esquinas. Nunca he estado tan
empalmado, nunca me he corrido tan fuerte, y gimo contra la boca de Sofia
mientras la aplasto contra mi pecho. Juro que puedo sentir su corazón
latiendo contra el mío, y no quiero parar. No quiero dejarla ir nunca, no
quiero salir de ella, no quiero dejar de sentir este subidón abrumador.
Ella se siente mejor que cualquier cosa que haya sentido en toda mi
vida.
Cuando se desliza fuera de mi regazo, me levanto y me acomodo
rápidamente antes de tomarla en mis brazos. Es como si otra persona se
hubiera apoderado de mi cuerpo mientras la llevo escaleras abajo, sus ojos
aturdidos miran los míos mientras se acurruca contra mí.
―Eso estuvo bien ―susurra, inclinándose para rozar con sus labios la
base de mi garganta, y siento una opresión en el pecho que nunca había
sentido antes.
La llevo hasta el cuarto de baño de nuestra suite principal y la bajo
suavemente, apartándole el pelo de la cara mientras me inclino para
besarla. Sus labios se separan de los míos y me doy cuenta de que estoy
haciendo algo que juré que nunca haría, estoy enamorando a una mujer
de una forma que he evitado toda mi vida.
Y no cualquier mujer. Sofia. Mi esposa.
Pero parece que no puedo parar. Abro los grifos del baño y dejo que el
agua caliente llene en la bañera de hidromasaje mientras me hinco sobre
una rodilla.
―¿Te estás proponiendo otra vez? ―me dice riendo―. Oh, espera,
nunca lo hiciste. ―Sus ojos me miran con picardía y yo la miro
burlonamente.
―Cuidado, mujer ―advierto―. O te encontrarás atada en la cama de
nuevo y suplicando.
―Oh, eso sería terrible ―dice en tono de burla, y no puedo evitar
reírme.
―Vas a ser mi muerte. ―Le desabrocho uno de los zapatos y luego el
otro, esperando a que los eche a un lado antes de levantarme y alcanzar
su cremallera. La oigo gemir cuando se quita los zapatos, un sonido de
placer que se parece al que hizo cuando se deslizó sobre mi polla, y me
siento palpitar en respuesta.
Nunca nadie había sido capaz de excitarme tan rápidamente. Me siento
medio loco de deseo por ella, haciendo cosas que nunca imaginé hacer.
Cuando la cremallera se baja del todo, el vestido se desliza por sus curvas
hasta caer al suelo, diez mil dólares de seda y gasa amontonados en el
suelo de mi baño, pero no me importa.
Le compraré una docena más. No importa.
―Vierte un poco de baño de burbujas ―le digo―. Regreso en un
minuto.
Cuando vuelvo, veo a Sofia ya en la bañera, con burbujas formando
espuma alrededor de sus pechos desnudos mientras se amontona el pelo
sobre la cabeza. Ella me sonríe, su lápiz labial rojo se borró y dejó sus
labios manchados ligeramente más rosados que de costumbre, sus ojos
recorren mi pecho. Me quité la corbata y la chaqueta y desabroché los
primeros botones al entrar, y por la forma en que sus ojos me desnudan,
desearía haberme quitado todo, pero tengo algo más que hacer, primero.
―Tengo un regalo para ti ―le digo, sentándome en el borde de la
bañera―. Tenía la intención de dártelo arriba, pero me distraje.
Sus ojos se agrandan cuando le entrego la delgada caja de terciopelo.
―Luca, no tenías que…
―Lo sé ―sonrío―, pero quería mimarte un poco. Sé que esto no ha
sido fácil para ti. Estamos tratando de hacerlo mejor, así que... esto fue lo
que se me ocurrió hacer. ―Hago una pausa, mirando sus grandes ojos
oscuros, rodeados de su maquillaje todavía y orlados de largas
pestañas―. No puedo decirte que te quiero, Sofia, pero esto es lo que
puedo hacer.
Se muerde el labio inferior, y me doy cuenta de que hay algo que quiere
decirme, pero en lugar de eso, se limita a mirar la caja, con los ojos llenos
de emociones que no puedo leer del todo. Finalmente, me la quita de la
mano y la abre, jadeando cuando ve lo que hay dentro.
Hay un brazalete de oro blanco encajado en el terciopelo azul, con
margaritas enlazadas hechas con centros de diamantes amarillos y pétalos
de diamantes blancos, cada uno del tamaño de mi pulgar y brillando bajo
las luces del baño.
―¡Luca! Esto es precioso, pero...
―Nada de peros ―digo con firmeza, tratando de quitarle la caja de la
mano. Deslizo el brazalete hacia afuera, tomo su muñeca y coloco el
brazalete de diamantes en ella. Su muñeca se siente ligera y delicada en
mi mano, y ella respira con fuerza cuando la cierro.
―Es demasiado, Luca. No he hecho nada para merecer esto...
―No tienes que merecer cosas bonitas.
―Pero dijiste...
―Olvida lo que dije ―le digo bruscamente, poniéndome de pie para
desabrocharme la camisa―. Olvidemos todo lo que pasó antes de anoche.
Todo lo que hicimos, todo lo que dijimos. Vamos a empezar de nuevo.
Intentando algo nuevo.
Sé, en el fondo, que es una idea terrible. No se pueden olvidar las cosas
que nos hemos dicho, las circunstancias en las que nos casamos, la
horrible maraña de traición y sangre y muerte que nos llevó a estar de la
mano en San Patricio y decirnos unos votos que no queríamos, pero
parece que no puedo detenerme.
Me quito el resto de la ropa y me meto en la bañera, hundiéndome en
el agua caliente con Sofia. Mientras la atraigo hacia mí, sintiendo que mi
polla se levanta de nuevo al contacto de su piel cálida y húmeda con la
mía, no puedo arrepentirme de las decisiones que estoy tomando.
Incluso si sé que todo se va a derrumbar, en algún momento.

Por encima de todo, sé que necesito hacer las paces con Viktor. Con eso
en mente, paso los siguientes días tratando de ponerme en contacto con
Levin para poder intentar hablar de nuevo con Viktor. La furia que sentí
la noche que volví a casa con Sofia tras el intruso no ha disminuido: quiero
matarlo tanto como siempre.
Pero a diferencia de Rossi, sé que esa no es la respuesta. Acabar con
Viktor no es tan fácil como simplemente ir por él o enviar a un asesino por
la noche, y no tengo ningún deseo de ver morir a docenas más de mis
hombres intentando acabar con él. Todo lo que quiero es un final para
esto, una paz que evite que alguien más muera.
Rossi cree que la venganza vale la pena, pero no estoy de acuerdo.
He ido a verlo una vez más. De alguna manera se enteró de lo del
intruso, y la satisfacción en su rostro cuando me preguntó si entendía
ahora por qué los quería a todos muertos me hizo querer golpearlo, pero
no voy a golpear a un anciano convaleciente en su cama de hospital, así
que lo ignoré, igual que ignoré su insistencia en que fuéramos a la guerra
con los rusos en la medida de lo posible.
―Estoy buscando una solución ―dije una y otra vez, incluso cuando
su envejecido rostro se puso rojo de ira―. Me reuní con Viktor una vez.
Voy a intentar hacerlo de nuevo.
Viktor y yo nos encontramos en territorio neutral, cerca de un pequeño
estanque en una sección no muy transitada de Central Park. Ya sea por la
luz del sol o por el estrés de las últimas semanas, me doy cuenta de que
parece más viejo de lo habitual: el pelo canoso de las sienes es más
prominente, las tenues líneas alrededor de los ojos son más profundas.
Tiene una barba entre negro y blanco en el área de la barbilla, y pensar
que quizás todo esto le está afectando tanto como a mí, me da un poco de
placer.
―Espero que tengas algo nuevo de lo que hablar, Luca ―me dice en
tono sombrío cuando me acerco, con mi seguridad a cuestas. Veo que sus
guardias me observan con atención, pero espero que no haya ningún
conflicto hoy. No estoy aquí para iniciar una pelea a menos que él me
obligue.
―Como todavía no hay paz, cualquier cosa que digamos será nueva
―digo rotundamente―. Alguien intentó matar a mi mujer hace unas
noches. ¿Admitirás que fuiste tú?
Viktor se encoge de hombros.
―¿Cuántos enemigos tienes, Luca?
―Que yo sepa, solo la Bratva, y tú eres la Bratva. Así que solo tú, Viktor,
pero no deseo que seamos enemigos.
―No veo cómo vamos a ser amigos. ―Levanta una ceja espesa―. Hay
demasiada mala sangre entre italianos y rusos, mafia y Bratva. No hay
suficiente agua en el mundo para lavar todo lo que hemos derramado.
―No ―estoy de acuerdo―, pero podríamos dejar que se lave por sí
sola. Podríamos negarnos a añadir más. ―Respiro profundamente―.
¿Qué esperas conseguir con esto, Viktor? Seguro que no puedes pensar
que matar a mi mujer es una medida inteligente.
―Fácil. Tu territorio para gobernar. Tus negocios para beneficiarte. Tus
mujeres para vender. ―Se encoge de hombros―. ¿Qué es lo que no hay
que desear?
―¿De verdad crees que puedes quedarte con todo eso? Este conflicto
lleva décadas, desde que nuestros padres mantenían estas conversaciones
en vez de tú y yo. Pongamos fin a esto, de una vez por todas. Seamos
nosotros los que hagamos la paz en lugar de la guerra.
―Ofreces palabras y nada más ―dice, y la ira tiñe sus palabras―.
Debes pensar que soy débil para aceptar algo así.
―Te ofrecí dinero y drogas, acceso a una parte de nuestros envíos de
cocaína ―argumento impaciente―. Pero para ti no es nada, dices que soy
yo quien nos impide hacer la paz, pero eres tú quien se niega a aceptar
condiciones razonables.
―Ya te dije qué, o, mejor dicho, a quién voy a aceptar como precio de
la paz. ―Me mira fijamente―. Me enteré de que convenciste a ese
sacerdote irlandés sin bolas para que adelante las fechas de la boda, pero
Caterina Rossi sigue sin estar casada. Dame a la chica Rossi como esposa
y mis hombres no pisarán territorio italiano en cien años. Lo pondré en el
maldito contrato de matrimonio.
Maldito infierno.
―No puedo darte una esposa ―gruño entre dientes apretados―. No
hago trueques ni vendo mujeres como tú. Caterina no es mía para dártela.
Se ríe burlonamente, pero puedo ver cómo se le sube el rojo de la ira a
la garganta.
―Malditos italianos ―gruñe, escupiendo el suelo a mis pies antes de
mirarme con ojos de hielo―. Se creen mucho mejores que nosotros los
rusos porque no trafican con carne humana, pero no son diferentes. Hacen
esclavos y putas con las drogas que venden, igual que nosotros con las
mujeres que subastamos. Tienen tanta sangre en las manos por las armas
que trafican como cualquiera de mis hombres.
―No es lo mismo.
―Es lo mismo, yobanaya suka5. ―Viktor vuelve a escupir―. Tú y tus
bliads6 italianos se creen tan sofisticados, tan elegantes, mucho más
comedidos. Creen que los rusos no somos más que perros brutales, a los
que hay que castigar o sacrificar cuando nos portamos mal, pero no somos

5
Maldito perro en ruso.
6
Jodidos en ruso
perros. Somos volki, medvedi. Lobos. Osos, y al menos mis hombres y yo
somos honestos con nosotros mismos sobre quiénes y qué somos.
―Estás haciendo imposible negociar la paz, Viktor…
―¡No habrá paz! ―gruñe. Sus ojos azules como el hielo brillan con
rabia, y puedo ver cómo se endurece su postura, rígida por la ira. La mala
sangre entre nosotros de varias generaciones ya no está a fuego lento, sino
en ebullición―, y cuando tú y el bastardo irlandés al que llamas subjefe
estén muertos, tomaré a sus dos esposas como propias. Me las follaré una
al lado de la otra mientras miran sus cadáveres. Me las follaré en los
charcos de su sangre y luego decidiré a quién llamaré esposa y a quién
amante. ―Mueve la cabeza hacia sus guardias―. Poydem ―gruñe―.
Vamos. Dejen a este podonok7 en paz. ―Su acento es más marcado que
nunca mientras habla, y aunque quiero intentar detenerlo, algo me
previene de ello.
Pero, aun así, mientras lo veo irse, siento que mi corazón se hunde. No
quiero más sangre. No quiero ver morir a otro de mis hombres. Gio sigue
en el hospital, luchando en condiciones críticas. No quiero la muerte y la
destrucción que sé que seguirá.
Pero no puedo darle a Caterina más de lo que podría o le habría dado a
Sofia. Lo que me pone en una posición imposible.
No hay manera de saber lo que los próximos días traerán, pero sé una
cosa con certeza.
No dejaré que Viktor dañe a Sofia.
Aunque me mate.

7
Bastardo en ruso.
20

Los siguientes días con Luca no parecen reales. Parecen una especie de
fantasía, un sueño febril, son muy diferentes a los que pasamos juntos
antes del intruso. Una mañana me despierto con una nota en la almohada
junto a la mía, diciéndome que se ha ido temprano a la oficina y que quiere
que planee “mi tipo de cita” esta noche. Es como si hubiera visto un
puñado de comedias románticas para saber lo que podría gustarle a las
mujeres: la cita en la terraza, el baño de burbujas, la pulsera de diamantes,
la nota por la mañana, pero no me importa. La pulsera es estúpidamente
ostentosa, pero no quiero quitármela. Me la pongo todas las mañanas,
aunque esté fuera de lugar con mis sencillos aros y mi delicado collar con
la cruz. Me sorprendo a mí misma pasando los dedos por encima,
pensando en Luca dándome de comer codorniz en la terraza, su mano
bajo mi falda, y llevándome por las escaleras después.
Sé que tengo que dejar de pensar en eso, pero no quiero hacerlo. Incluso
Caterina se da cuenta un poco y me pregunta si Luca y yo nos llevamos
mejor ahora, mientras estamos sentados en el salón planeando los detalles
de su boda. Le digo que sí, sonrojándome un poco, y sé que debería
preguntarle sobre ella y Franco, pero no lo hago.
Ya me ha contado lo que sé que está dispuesta a compartir, de todos
modos. Franco regresó a casa de la despedida de soltero sin siquiera
disculparse por haber tardado tanto, minimizando el miedo y el trauma
del intruso diciéndole que había confiado en los guardaespaldas de Luca,
y que al final estaba viva sin un rasguño, ¿no? Caterina habla de ello como
si debiera haber esperado que él lo tratara como algo sin importancia, pero
puedo ver lo desilusionada que está con su prometido. Nunca esperó un
gran romance, pero sé por lo que me ha contado que al menos esperaba,
cuando la emparejaron con alguien cercano a su edad, que fuera un
matrimonio mejor que el que podría haber tenido de otro modo: uno con
respeto mutuo, buen sexo y algunas risas y diversión juntos. El tipo de
matrimonio que podría tener una chica que le hiciera una mamada a su
nuevo prometido en la parte trasera de la limusina en el viaje de vuelta de
la pedida de mano y un chico que la llevara a una fiesta posterior a su bar
favorito después de la fiesta de compromiso. Una en la que pudieran crear
buenos recuerdos, antes de que la edad, la responsabilidad y los hijos los
alcanzaran.
Pero está claro que Franco no tiene intención de tratar a su novia más
que como algo que se le debe, y ni siquiera como el premio que es. Me
molesta, no conozco a Franco tan bien, pero me pareció bastante divertido
y agradable cuando lo conocí brevemente antes y en mi propia boda. Sin
embargo, está claro que todo era un espectáculo en beneficio de los demás.
Sin embargo, Caterina parece haberlo aceptado, poniendo toda su
energía en intentar planificar la boda lo mejor posible. Le damos todos los
pequeños toques que su madre hubiera querido: violetas en los centros de
mesa, ya que eran sus flores favoritas, el menú que ella había preparado.
Caterina tiene sus joyas que piensa llevar con el vestido de novia que
eligieron juntas. Se mantiene mejor de lo que yo podría haber pensado.
Mientras tanto, Luca y yo parecemos existir en una especie de limbo de
la relación, casi como si estuviéramos jugando a estar juntos, jugando a
las casitas. Cuando Caterina y yo terminamos de planear y ella se va a
casa, empiezo a trabajar en mi cita de la noche con Luca, incluso mientras
pienso en lo ridículo que es. Estoy casada con el hombre a cargo de toda
la mafia italiana. Intento adivinar qué ingredientes de pizza le pueden
gustar porque quiero sorprenderlo con lo que voy a elegir para nuestra
cena juntos.
Ni siquiera podemos salir del ático. Estamos planeando citas en esta
extraña burbuja en la que estamos encerrados, pero aun así, cada vez que
empiezo a discutir conmigo misma sobre por qué debería hacerme a un
lado, por qué debería dejar de acostarme con él, o por qué debería alejarlo,
no puedo evitar pensar: lo estás disfrutando. Entonces, ¿por qué no seguir
haciéndolo?
Luca llega a casa y me observa con unos vaqueros de cintura alta y una
camiseta blanca con bolsillos atada por encima del ombligo, descalza, con
el brazalete de diamantes que me regaló enrollado en mi muñeca y el pelo
recogido en una coleta alta. Su mano rodea la cola de caballo cuando me
pongo de puntitas para besarlo, lo que me produce una emoción que
nunca imaginé que sentiría con él.
Nuestra cita es pizza en la sala de cine y una comedia que he elegido
porque es ligera y divertida, junto con palomitas y caramelos de cine.
―Esto es lo más parecido a una cita de pizza y cine ―le digo, riendo―,
pero ahora estamos casados, así que supongo que tenerte en casa está
bien.
Sonríe con una sonrisa genuina que parece casi fuera de lugar en su
rostro cincelado y me besa de nuevo. Sigue besándome durante toda la
noche, entre bocados de pizza con la salsa aún en el labio inferior, después
de darnos de comer palomitas, cuando me limpia el chocolate de la
comisura de la boca con el pulgar. Me besa durante toda la película, hasta
que en algún momento acabo en su regazo, acurrucada contra su pecho
mientras nos reímos con la pareja de la pantalla.
Me siento tan extrañamente normal que no sé qué hacer al respecto. Se
burla un poco de mí en la sala de cine, con su mano en mi muslo y sobre
mi hombro, apretando ocasionalmente mi pecho. Soy muy consciente de
que esta es la sala en la que me vio en el vídeo de seguridad jugando
conmigo misma. Me pregunto si intentará recrearlo, pero en lugar de eso,
cuando termina la película, nos abrazamos un poco más y nos vamos a la
cama. Hay sexo, por supuesto; hemos tenido sexo al menos una vez cada
noche desde que voló para estar en casa conmigo, pero es más lento y
menos salvaje que la cita en la terraza. Casi como si tratara de practicar
sexo “normal” en una cita “normal” Luca me besa durante mucho tiempo
en la cama, me mete los dedos hasta el orgasmo mientras me deja
explorarlo. Recorriendo con mi mano su grueso y duro eje hasta que se
desliza por mi cuerpo y baja sobre mí, lamiéndome lentamente hasta que
me corro por segunda vez. Solo entonces se pone un condón y me penetra,
follándome larga y lentamente en el misionero hasta que ambos estamos
a punto de llegar al orgasmo. Entonces me engancha los tobillos sobre los
hombros y me echa las piernas hacia atrás para poder besarme mientras
se introduce profundamente en mí, haciéndome gemir sin poder evitarlo
contra su boca mientras se corre con fuerza. Yo también me corro, mi
cuerpo reacciona mientras él gime, con su polla palpitando mientras se
restriega contra mí, y cuando nos desplomamos en la cama después, él no
se gira hacia su lado de la cama.
Nos quedamos dormidos con el brazo de Luca sobre mi vientre y mi
cabeza apoyada en su hombro. Es tan increíblemente normal que puedo
olvidar brevemente quién es él y quién soy yo, por qué estamos casados,
que estoy prácticamente en arresto domiciliario porque un mafioso ruso
me quiere matar.
Y luego está la boda de Caterina.
No hay manera de evitar tener que dejar el ático. No puede casarse
exactamente en nuestra sala de estar, estoy segura de que eso habría
sobrepasado incluso los límites del padre Donahue para complacer a
Luca. Así que, en lugar de eso, Luca me envía a regañadientes a la casa de
los Rossi para ayudarla a prepararse mientras él se reúne con Franco en la
iglesia, con suficiente seguridad siguiéndome como para poner celoso al
Presidente.
―Cuídate ―me dice mientras nos separamos y me besa con fuerza
antes de abrirme la puerta para que suba al auto que me lleva a casa de
los Rossi―. No quiero que te pase nada.
―Estaré bien. ―Le hago un pequeño gesto con la mano mientras se
cierra la puerta, apoyándome en el fresco cuero. Me siento casi mareada
por estar fuera del ático por primera vez en semanas. Ver la ciudad pasar
a toda velocidad mientras nos dirigimos a la mansión de los Rossi me hace
sentir que no puedo dejar de sonreír. Caterina levanta una ceja al ver mi
expresión cuando entro por la puerta principal y me saluda.
―Pareces más feliz que yo ―dice con ironía―. Ven, vamos a
prepararnos.
Como soy la única que estará con ella en el altar, Caterina me dijo que
eligiera lo que quisiera para mi vestido. Elegí un vestido sin tirantes azul
violeta hasta el suelo, con una banda de encaje en la cintura que hacía
juego con las flores, y me recogí el pelo en un elegante peinado con mis
aretes de diamantes en las orejas y la pulsera de Luca en la muñeca, nada
demasiado llamativo. No quiero eclipsar a Caterina. Aunque su
matrimonio no parezca ser lo que ella esperaba, quiero que el día de su
boda sea lo más perfecto posible.
Parece una reina con su vestido de novia, que se ha modificado y
ajustado perfectamente a ella, de modo que la tela pesada y rica roza su
figura hasta la falda completa, su clavícula y sus hombros destacan con
elegancia por encima del escote sin hombros. Las joyas de rubí de su
madre le sientan de maravilla: unos pendientes ovalados rodeados de un
halo de diamantes y un largo collar en forma de gota con un rubí del
tamaño de un huevo sobre una hebra de diamantes. Sin embargo, al ver
las brillantes piedras rojas contra su piel, no puedo evitar pensar que
parecen sangre. Me hace temblar un poco.
La última vez que la Bratva lanzó un ataque a gran escala, fue la mañana
siguiente a mi boda. Ni Caterina ni yo hemos querido siquiera mencionar
la posibilidad, pero mientras caminamos hacia el auto, puedo ver que está
más pálida que de costumbre. No sé si es por los nervios de la boda o por
la posibilidad de otro ataque y no quiero preguntar, pero cuando le
entrego el ramo fuera de la iglesia, veo que le tiemblan las manos.
San Patricio está llena, con todos los invitados que podrían asistir a
pesar de la posibilidad de un ataque de la Bratva. Bruno Rossi, el tío de
Caterina, la lleva al altar en lugar de su padre, que aún no ha salido del
hospital.
O eso pensamos, pero cuando empiezo a caminar por el pasillo del
brazo de Luca, el resto de la comitiva de la boda, veo a Rossi al fondo de
la iglesia, en una silla de ruedas y con un aspecto muy deteriorado... pero
aquí.
Por supuesto, no se perdería la boda de su hija si hubiera la más mínima manera
de que pudiera estar aquí. Me digo a mí misma, pero, aun así, verlo de nuevo
en carne y hueso me hace sentir ansiosa, mis dedos tiemblan de repente
por los nervios, y Luca me mira como si sintiera que estoy temblando.
―Está bien ―dice en voz baja, por debajo de la música―. Insistió en
que le dieran el alta temporal en el hospital, pero volverá después de la
ceremonia. Todavía no está lo suficientemente fuerte como para estar en
la recepción.
Me doy cuenta de que él cree que estoy preocupada por el bienestar de
Rossi, cuando de hecho, me preocupa que él esté aquí, si eso hará que la
Bratva sea más propensa a atacar si algo está pasando. No confío en Rossi,
pero en el fondo, no creo que sea lo primero. Si hay alguien a quien Viktor
querría atacar ahora, es a Luca. Sin él, el puesto pasaría a Franco, y
honestamente, no tengo mucha fe en la capacidad de Franco para dirigir
la organización. Me sorprende que Luca lo haga.
Durante la ceremonia no se siente la tensión que había entre Luca y yo.
No se trata de un matrimonio forzado, ya que tanto Caterina como Franco
están dispuestos a contraerlo. Dicen sus votos con claridad y firmeza, y
aunque sé que a Caterina no le gusta cómo se ha comportado Franco
últimamente, eso no la ha hecho flaquear. Este es el elegido para ella, y
parece haberlo aceptado.
Pero mientras se dicen los votos el uno al otro, veo a Luca mirándome,
su cara es ilegible. ¿Qué estará pensando? me pregunto, las palabras
resuenan en mis oídos y me recuerdan al día, hace apenas un mes, en que
estuve en donde está ahora Caterina, temblando sobre mis tacones
Louboutin mientras repetía esos votos sabiendo que estaba mintiendo, que
no tenía intención de cumplir ni uno solo de ellos, y estoy segura de que
los de Luca eran igual de vacíos.
¿Y ahora? No puedo evitar preguntarme si algo ha cambiado. El buen
sexo no hace un matrimonio, especialmente entre alguien como yo y
alguien tan jodido como Luca. No ha cedido en su convicción de que no
puede amarme, de que nuestro matrimonio nunca podrá ser nada más
que, en el mejor de los casos, una compañía lujuriosa en la que ambos nos
llevamos bien.
Sus ojos en los míos, sin embargo, mirándome mientras Caterina y
Franco repiten para amarte, cuidarte y respetarte, en lo bueno y en lo malo, en
la pobreza y la riqueza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos
separe, hacen que sea difícil de creer. Cuando Caterina dice obedecerte, veo
la mirada ahumada en los ojos de Luca, la que me recuerda las formas en
que lo he obedecido, las cosas que he hecho cuando su voz lame mi piel,
diciéndome que ceda a sus lujuriosas exigencias.
Pero también pienso en otras cosas, pienso en las luces parpadeantes en
la terraza, en Luca diciéndome que me ha traído París. Pienso en darnos
de comer palomitas y reírnos de los chistes estúpidos de una mala película
de comedia. Pienso en Luca en la mesa, contándome cómo se ha pasado
la vida protegiendo a su mejor amigo.
El nuevo puesto de Luca es un lugar solitario. Ahora me doy cuenta de
eso. Franco es su mejor amigo, pero ahora también es la mano derecha de
Luca, alguien de quien Luca tiene que depender para hacer lo correcto
cuando él no está ahí para hacerlo. No puede seguir protegiendo a Franco.
Tiene que continuar con el legado que el padre de Caterina ha construido
a lo largo de los años, y luego pasarlo al hijo de su subjefe.
Eso no es realmente justo, ¿verdad? Es la primera vez que me detengo a
considerarlo. Luca se pasará la vida defendiendo un legado que no
transmitirá a nadie de su propia sangre. Nadie me ha explicado realmente
por qué, por qué Luca no puede tener sus propios hijos, por qué está
manteniendo un lugar caliente para el posible hijo de Franco.
No se me había ocurrido preguntarlo porque no tenía intención de
acostarme nunca con Luca, ni siquiera tenía la intención de hablarle más
de lo necesario, y mucho menos de meterme en la cama con él una y otra
vez. Al menos hemos usado protección, pienso, recordando la caja de
condones que trajo a casa la semana pasada, ya que aparentemente
agotamos lo que quedaba de su reserva.
―Los declaro marido y mujer ―dice el padre Donahue,
interrumpiendo mis pensamientos «todos ellos completamente
inapropiados para una iglesia» Franco atrae a su nueva esposa hacia sus
brazos, besándola con firmeza. Veo que Caterina se inclina ligeramente
hacia el beso, espero que, independientemente de los problemas que
puedan tener, pueda ser feliz en este nuevo matrimonio.
Se oyen vítores mientras caminan por el pasillo, y todo el mundo se
pone en pie mientras se dirigen de la mano hacia las puertas de la iglesia,
y veo que Caterina le sonríe a su padre mientras todos salimos a la luz del
sol. Un enfermero está con él, y mientras todos estamos de pie en los
escalones de la iglesia, veo que lo sacan en silla de ruedas, y Caterina se
gira para hablar en voz baja con él.
―¿Se lo llevan ya al hospital? ―le pregunto a Luca en voz baja, y él
asiente con la cabeza.
―Mis hombres están haciendo un barrido del hotel antes de la
recepción ―añade en voz baja―. En cuanto esté todo despejado, nos
dirigiremos hacia allá.
Me doy cuenta de que se esfuerza al máximo para que el día de hoy sea
lo más tranquilo posible para Caterina y Franco, con el menor recuerdo
posible del peligro que pende sobre nuestras cabezas, el peligro que se
llevó a su madre. Es lo mismo que he intentado hacer todo este tiempo
mientras ayudaba a Caterina a planificar. Por primera vez, al mirar a Luca,
vislumbro lo que es ser su compañera en algo, trabajar juntos.
No está tan mal si soy completamente sincera conmigo misma.
Empezamos a dirigirnos a las limusinas cuando Luca extiende de
repente una mano, deteniéndonos a Caterina y a mí.
―Esperen ―dice―. Raoul me acaba de enviar algo. Quédense aquí
―añade, con una voz repentinamente grave y dominante―. Volveré en
un minuto.
Caterina se pone ligeramente pálida y toma la mano de Franco.
―Debería estar ayudando a Luca ―él dice, y yo me vuelvo hacia él en
ese momento, mirándolo con desprecio.
―Este es tu día con Caterina ―le digo, con una voz más dura de lo que
me he escuchado en mucho tiempo―. Preocúpate por tu nueva esposa
durante veinticuatro horas, al menos.
Franco me mira fijamente y se queda momentáneamente en silencio.
―Cuida tu boca ―dice bruscamente cuando se recupera―. A Luca no
le gustaría que me hablaras así.
―¡Franco! ―exclama Caterina, pero él la ignora.
―Creo que Luca estaría de acuerdo conmigo ―le digo rotundamente,
aún sin saber cómo me atrevo a hablar. Sinceramente, no sé cómo le
sentaría a Luca que le hablara así a su subjefe, pero en términos de rango,
estoy bastante segura de que Franco debe respetar a la mujer del jefe. En
cuanto a cómo se supone que debo tratar a Franco, realmente no lo sé, y
para ser honesta, no me importa.
Él abre la boca para hacer alguna réplica, pero el sonido de Luca, Raoul
y los demás regresando lo hace desistir.
―¿Qué pasa? ―le pregunto, con el estómago apretado por la mirada
en sus ojos. Sea lo que sea que haya ido a averiguar, no puede ser bueno.
―Atacaron la recepción del hotel ―dice, con la voz oscura por la ira
apenas contenida―. Todo fue destruido, el personal retenido a punta de
pistola. Franco, los envío a ti y a Caterina de vuelta a la casa de los Rossi
con el doble de guardias. No creo que esperen que pasen la noche de
bodas ahí en vez de en un hotel o en tu apartamento. Mañana haremos
una visita para llegar al fondo de esto, pero tú y Caterina se merecen una
noche de bodas. ―Me mira―. Nosotros volveremos al ático.
Caterina está tan pálida que su pintalabios rosa parece un atrevido tajo
rosa en su cara, con los rubíes resaltando chillones contra su piel.
―Luca, tengo miedo ―le susurra―. La boda...
―Siento que tu boda se haya arruinado ―le dice Luca, y puedo oír la
genuina disculpa en su tono.
―No me importa la recepción ―dice ella, agitando la mano―. Lo
importante ya está hecho, pero no van a parar, Luca. ¿Y si...?
―Se detendrán ―le responde con dureza―. Si tengo que… ―se
interrumpe―. No son cosas de las que debas preocuparte el día de tu boda
―dice con más cuidado―. Ve con Franco, me aseguraré de que estés bien
vigilada. Les llevarán la comida del catering, no tendrás que preocuparte
por nada esta noche. Te lo prometo.
Estamos en la iglesia un poco más de tiempo después de que Caterina
y Franco se van y los invitados salen. Veo a Luca hablando en voz baja
con el padre Donahue y algunos miembros de la seguridad, y me quedo
atrás, sentada en uno de los bancos, mientras espero a que termine.
Me doy cuenta de lo mucho que ha cambiado nuestra dinámica en tan
poco tiempo. Si soy sincera conmigo misma, esto me gusta más. El respeto
mutuo, la paz tentativa... sea lo que sea lo nuevo que ha surgido entre
Luca y yo, es mejor que lo que teníamos antes.
Ya ha anochecido cuando volvemos al ático. Luca deja escapar un largo
suspiro cuando la puerta se cierra tras él, y veo el alivio que se dibuja en
su rostro. Me doy cuenta entonces de que él también se siente más seguro
aquí, eso me hace reconsiderar, solo un poco, sus verdaderos motivos para
mantenerme aquí desde el principio. Que tal vez, solo tal vez, fue porque
realmente sintió que éste era el lugar más seguro para mí, y no solo porque
quería ejercer control sobre su futura esposa.
Comemos la comida enviada por el catering en relativo silencio, sin que
ninguno de los dos sepa realmente qué decir. En este momento
deberíamos estar bailando en la recepción de Caterina. En vez de eso,
estamos sentados en nuestro tranquilo comedor, comiendo el filete y el
pastel de cangrejo que deberíamos estar comiendo en una mesa cubierta
de blanco con violetas en el centro.
―Voy a consultar con seguridad una vez más antes de acostarme ―me
dice cuando terminamos―. Nos vemos arriba.
―Okey ―Le doy una pequeña sonrisa―. Nos vemos arriba.
A mitad de camino hacia su dormitorio, nuestro, me detengo en el
pasillo. Tengo el repentino deseo de hacer algo diferente, algo especial
para esta noche. No sé si es por la ceremonia de la boda, por la
interrupción del banquete o por algo más, pero pensar en la mirada de
Luca cuando volvió para decirle a Caterina que el día de su boda tenía
que acortarse me hace querer hacer algo por él. Algo que sustituya esa
mirada por otra totalmente distinta.
Entro en la habitación que era mía, abriendo la puerta del armario. Lo
más cercano es el baby doll de encaje y seda blancos y la bata que
formaban parte de la lencería que Luca había comprado para mí. Entonces
lo vi como una indirecta a la virginidad a la que me había aferrado, una
forma rencorosa de recordarme que, si él quería, podía tomarla.
Ahora, al verlo colgado sin tocar en mi viejo armario, me parece una
forma de rehacer mi noche de bodas. Podría ponérmelo para Luca, esta
noche, en una noche hecha para el amor, podríamos volver a intentarlo.
Lo saco del closet y lo llevo a la suite principal. En el dormitorio, me
quito el vestido violeta de dama de honor y lo dejo sobre una silla
mientras me quito los tacones y las joyas. Luego me pongo el camisón de
seda, suspirando de placer cuando se desliza sobre mi piel.
Se siente sensual solo con tenerlo puesto. Cae hasta la parte superior de
mis muslos, de una seda frágil como el vestido rojo que usé en esa ridícula
cita, la sensación de no tener nada debajo es a la vez vulnerable y erótico.
Hay encaje de pestañas a lo largo del dobladillo, una delicada banda de
encaje transparente en mi cintura y más encaje de pestañas a lo largo de
los bordes del escote. Mis pezones rozan la seda, endureciéndose ante la
idea de que Luca me vea así, la forma en que espero que reaccione.
La bata es de la misma seda ligera y tenue, y la dejo abierta mientras me
La pongo sobre los hombros y entro en el baño. Me dejo el maquillaje
puesto, pero me suelto el pelo, dejándolo caer en pesados rizos oscuros
alrededor de mi cara. Mis labios siguen ligeramente rosados incluso
después de la cena, e incluso para mis propios ojos, creo que me veo sexy,
más seductora de lo que debería ser cualquier novia virginal.
Oigo los pasos de Luca en el pasillo y salgo al dormitorio, sintiendo un
repentino nerviosismo. ¿Si le parece una estupidez? ¿Y si lo odia?
Pero cuando la puerta se abre y me ve, la expresión de su cara me dice
otra cosa.
21

―Sofia. ―Suspira mi nombre, entrando en la habitación y dejando que


la puerta se cierre tras él―. ¿Qué es esto?
Me estremezco un poco al encontrarme con él a mitad de camino,
cruzando la distancia entre nosotros mientras Luca camina hacia mí.
Corta más la distancia cuando estoy lo suficientemente cerca, sus manos
se deslizan por debajo de la bata y se acomodan sobre el encaje de mi
cintura.
―Creo que esta iba a ser mi lencería para nuestra noche de bodas
―digo en voz baja, noto que me sonrojo ligeramente al recordarlo―.
Pensé... pensé que podría ponérmelo y que podríamos volver a intentarlo.
―Incluso mientras lo digo, me siento tonta. No puedo perder mi
virginidad dos veces. No podemos deshacer el camino de esa noche. Al
igual que no podemos deshacer todo lo que dijimos e hicimos antes. Fingir
que estamos en París y las noches de cine en casa no pueden cambiar nada
de eso.
Pero Luca no me mira como si pensara que soy tonta. En vez de eso,
hay un calor en sus ojos que nunca había visto antes, ni siquiera en
nuestros momentos más lujuriosos.
―Estás hermosa ―murmura―. Más hermosa que nunca… ―se
interrumpe, y yo levanto la mano, alisando mis dedos por la piel donde
tiene la camisa desabrochada.
―Quería hacer algo especial ―susurro―. Algo diferente.
Nunca lo he desnudado. Luca se queda muy quieto bajo mis manos
mientras le desabrocho la camisa un botón a la vez, sacándola del
pantalón del traje y empujando la tela fuera de sus hombros. La visión de
su pecho musculoso y sus abdominales esculpidos, la flexión de sus
brazos cuando la camisa se desliza, me hace temblar de deseo. No puedo
imaginar que haya habido nunca un hombre tan hermoso como Luca, tan
perfectamente hecho. Quiero tocarlo por completo, así que lo hago,
entregándome por completo a mis impulsos.
Suspira de placer cuando mis manos recorren su pecho, y mis dedos
recorren sus ondulantes abdominales hasta llegar a su cinturón. Lo
desabrocho lentamente, y gime un poco cuando busco su bragueta.
―Podemos ir más despacio si quieres ―empieza a decir, pero lo ignoro,
bajándole la cremallera y empujando los pantalones por las caderas hasta
que rodean sus pies.
Ya está empalmado, tan erecto como nunca lo he visto, su polla se libera
y casi toca sus abdominales mientras se estira hacia arriba, claramente
deseando ser tocada. Me quito la bata y dejo que la seda caiga al suelo y
se una a su ropa mientras lo miro y me arrodillo para alcanzar su polla.
―Sofia… ―jadea mi nombre cuando mi mano rodea su pene, y la
sorpresa tiñe su tono―. No tienes que...
―Lo sé. ―Me he preguntado cómo sería hacer esto desde que me la
chupó por primera vez aquella noche en que se burló de mí sin piedad, y
ahora, esta noche, parece un momento tan bueno como cualquier otro
para intentarlo. Quiero darle el mismo tipo de placer que él me dio a mí,
y me inclino hacia él, con una mezcla de nerviosismo y excitación mientras
saco la lengua.
Luca gime cuando la punta de mi lengua recorre la cabeza de su polla,
lamiendo la gota de pre-semen que ya se está formando ahí, y hago un
pequeño ruido cuando lo pruebo por primera vez. Envalentonada por el
sonido que emite, vuelvo a pasar la lengua alrededor, moviéndola
ligeramente por debajo de la cabeza, antes de apretar los labios contra ella,
empujándolos hacia adelante mientras la tomo en mi boca por primera
vez.
―Mierda, Sofia… ―Luca se tambalea un poco, y pongo una mano en
su muslo para sujetarme―. Dios, eso se siente jodidamente bien.
Noto la tensión en sus muslos, y sé que quiere introducir más de sí
mismo en mi boca, empujarse hasta mi garganta y hacer que lo tome todo.
Solo de pensar en eso me asusta y me excita a la vez, y trato de tomar más,
sintiendo cómo mis labios se estiran alrededor de su gruesa longitud
mientras tomo un centímetro más, y luego otro.
Luca me deja explorarlo, mis dedos rodean el tronco y empiezo a
intentar moverme, subiendo y bajando ligeramente mientras paso la
lengua de arriba abajo, a lo largo de su longitud y de vuelta a la cabeza,
chupando entre una cosa y otra. Estoy segura de que no soy muy hábil,
pero a él no parece importarle. Sus dedos recorren mi pelo mientras gime
por encima de mí, mirándome.
―Estás jodidamente hermosa con mi polla en la boca ―murmura, con
la voz cargada de lujuria―. Me he imaginado esto tantas veces… ―gime
mi nombre de nuevo mientras lo llevo hasta el fondo de mi garganta,
ganando lentamente confianza.
―Si sigues haciendo eso, voy a correrme. ―Sus dedos se tensan en mi
pelo―. Dios, quiero correrme en tus tetas, en tu boca, en tu cara...
Estoy tan excitada que podría haberlo dejado hacer cualquiera de esas
cosas, pero me gusta el control temporal que tengo de esto. Me gusta
sentirme a cargo de su placer. Me alejo un poco, sintiéndome más atrevida
que nunca en mi vida, mientras lo miro, con los labios rondando justo por
encima de su cabeza mientras le susurro:
―Empecemos por mi boca.
Luca me mira incrédulo, pero antes de que pueda decir nada, vuelvo a
deslizar mi boca hacia abajo, chupando más fuerte ahora, pasando mi
lengua arriba y abajo mientras intento empujarlo hacia un orgasmo.
Quiero sentirlo, saborearlo, el deseo recorre mi sangre mientras acaricio
su cadera con una mano, pasando mi mano por su muslo. El aroma de su
piel llena mi nariz, el sabor y la sensación de él me abruman. Estoy tan
metida en esto que casi no oigo su advertencia cuando su espalda se
arquea y su mano se aprieta momentáneamente contra mi pelo.
El apuro me sobresalta al principio. Siento su polla palpitando en mi
boca, hinchándose y endureciéndose aún más mientras gime por encima
de mí con un sonido de placer estrangulado, y entonces el primer chorro
caliente de su semen se dispara sobre mi lengua y baja por mi garganta.
Me ahogo un poco, y luego trago, mi garganta se convulsiona mientras
Luca dispara oleada tras oleada de semen en mi boca, llenándola mientras
trago, una y otra vez, sin dejar de chupar hasta que por fin empuja
suavemente mi cara hacia atrás, jadeando y gimiendo mientras se aleja.
―Mierda, Sofia...
―¿Estuvo bien? ―Me relamo los labios, y una expresión de pura lujuria
atraviesa su rostro.
―Estoy a punto de enseñarte lo bueno que fue ―gruñe, acercándose a
mí. Antes de que me dé cuenta, estoy de espaldas en la cama, y me besa
con fuerza, sin que parezca importarle que acaba de correrse en mi boca.
Su mano me acaricia la mejilla, recorriendo mi pelo, y luego baja por mi
cuerpo, rozando mis pechos y mi cintura.
Se lleva un pezón a la boca, lamiéndome el pecho a través de la seda del
camisón, y luego sigue bajando, empujando el dobladillo hacia arriba
mientras se inclina entre mis muslos, abriéndolos para tener el acceso que
tanto desea.
El primer golpe de su lengua me hace gritar, mi espalda se arquea
cuando su lengua se adentra en mi coño, lamiendo todo el camino hasta
mi clítoris, girando y revoloteando y chupando hasta que gimo sin poder
evitarlo, con mis manos enredadas en su pelo. Esta vez no hay burlas, solo
su boca me lleva cada vez más alto hasta que me mete dos dedos,
enganchándolos dentro de mi coño y empujando contra ese punto que me
vuelve loca hasta que la combinación de su lengua y sus dedos es
demasiado, y siento que mis dedos se anudan en su pelo, y mi boca se
abre mientras mi gemido se convierte en un grito, y todo mi cuerpo se
tensa con un placer tan bueno que casi parece demasiado. Al igual que yo
continué mientras él se corría en mi boca, Luca no se detiene nunca, con
su lengua azotando mi piel sensible hasta que finalmente me alejo de él,
jadeando mientras me estremezco con las réplicas del orgasmo.
―Me encanta tu sabor ―gruñe mientras sube por mi cuerpo para
besarme de nuevo, y me saboreo en sus labios. Vuelve a estar empalmado,
con su pesada erección presionando el interior de mi muslo―. Sabes tan
jodidamente bien. No me canso de hacerlo. No me canso de ti… ―besa
mi cuello mientras se inclina hacia abajo, acomodando su polla para que
la cabeza se introduzca en mi interior, pero en lugar de meterla de golpe,
empieza a moverse lentamente, hundiéndose en mí centímetro a
centímetro para que pueda sentirlo todo, cada parte de él, mientras me
toma lentamente.
Cuando por fin se hunde del todo, Luca se cierne sobre mí, con sus
manos apoyadas a ambos lados de mi cabeza.
―Rara vez he estado con la misma mujer más de una vez ―dice en voz
baja―. Incluso entonces, solo fueron dos veces. Nunca he deseado a
alguien como te deseo a ti, Sofia. Nunca me he sentido tan adicto a
alguien. Tan perdido, como si no pudiera sacarte de mi cabeza. Como si
no pudiera recordar lo que era no tenerte aquí.
Me besa de nuevo, y los minutos se mezclan entre sí mientras nos
movemos el uno contra el otro, con nuestros cuerpos arqueados tensos la
y la piel húmeda, las manos enlazadas entre sí mientras Luca se introduce
en mí con largas y lentas caricias que parecen no tener fin, uniéndonos
más estrechamente que nunca. Esto es hacer el amor, pienso vagamente, e
incluso cuando recuerdo que Luca me dijo que no podía amarme, que
nunca estaríamos enamorados, que esto nunca sería eso, mi mente, mi
cuerpo, mi corazón y mi alma lo rechazan rotundamente. No puedo
imaginar lo que es el amor si no es esto, dos cuerpos que se esfuerzan por
alcanzar el placer juntos, encerrados en una maraña de la que ninguno de
los dos quiere escapar nunca, respirando el aliento del otro, sintiendo la
piel del otro, con nuestros latidos apretados hasta que he olvidado cuál es
el mío y cuál el suyo.
Siento que él empieza a correrse mientras yo lo hago también, mi
cuerpo se aprieta en torno a él en una ola de placer que me hace sentir
como si me estuviera deshaciendo en las costuras, disolviéndome por
completo. Oigo mis gemidos agudos, mis jadeos de su nombre en el
mismo momento en que Luca presiona su boca contra mi hombro,
gimiendo mi nombre en mi piel mientras su polla palpita dentro de mí, su
orgasmo derramándose dentro de mí en un torrente caliente mientras nos
aferramos el uno al otro, estremeciéndonos con un placer que parece que
nunca va a terminar.
Nos quedamos así durante mucho tiempo, abrazados, con él aún dentro
de mí mientras su polla se ablanda ligeramente, aun parcialmente dura.
Cuando por fin nos desenredamos, solo es el tiempo suficiente para que
me quite el camisón y lo tire a un lado. Entonces me toma en brazos,
tirando de mí contra su pecho mientras pone su barbilla sobre mi cabeza.
―Debería llevarte de luna de miel cuando todo esto termine ―dice
suavemente―. A donde quieras.
Aprieto mi cara contra su pecho, respirando su aroma.
―Eso sería maravilloso ―susurro, y lo digo en serio. No puedo
imaginar cómo sería ir de vacaciones con él a algún lugar exótico y
hermoso, los dos solos, pero de repente quiero averiguarlo. Quiero
escapar de este lugar más que nada con él, ir a un lugar donde la Bratva
no pueda encontrarnos, y donde todos los peligros que se ciernen sobre
nuestras cabezas desaparezcan.
―Franco y yo tenemos que ir a intentar solucionar el problema de los
rusos mañana ―dice en voz baja, como si escuchara mis pensamientos―.
Puede que me vaya unos días. Prométeme que te quedarás aquí, Sofia.
Prométeme que no te meterás en ningún problema, que harás lo que te he
pedido y que tendrás cuidado. Si quieres ver a Caterina, ella vendrá aquí.
Haré que Carmen esté pendiente de ti, en este momento es peligroso
―añade como si no lo supiera ya―. Necesito tu palabra de que no harás
nada que no debas hacer.
En cualquier otro momento, podría haberme molestado al recibir
órdenes, pero estoy demasiado relajada y cansada. Solo me está cuidando,
con el cerebro nublado por la excitación y el placer.
―Okey ―murmuro, acercándome a su pecho―. Te lo prometo.
―Bien. ―Luca se inclina y me besa suavemente, y entonces busca mi
pierna, tirando de ella sobre la suya mientras siento su polla endurecerse
contra mí―. Hagámoslo otra vez.

Él se ha ido cuando despierto. Hay una nota para mí en la que me dice


que no quiso despertarme y que volverá en cuanto pueda. Por primera
vez, me doy cuenta de lo vacía que parece la parte inferior de la nota, con
solo su nombre firmado. Nada de amor. Nada más que su nombre escrito
en la parte inferior.
Anoche se sintió como algo más. Se sintió como amor, pero sé que no
debo permitirme pensar algo así. Al final solo va a llevarme a hacer daño.
Disfruta de lo que tienes, pienso. Es mejor de lo que pensabas que sería.
Caterina viene un rato después del desayuno. Parece cansada y más
triste que de costumbre, y mi pecho se aprieta al ver su cara.
―¿Estás bien? ―le pregunto, preparándole una taza de té mientras se
sienta en la cocina―. Anoche fue...
―Estuvo bien ―dice, con la boca ligeramente levantada en una
sonrisa―. Mejor de lo que esperaba, supongo. No sé lo que esperaba,
exactamente. Franco no parecía demasiado decepcionado. Le gustó que
fuera virgen, pero eso solo funciona una vez, ya sabes. Así que, con suerte,
se alegró lo suficiente como para volver a disfrutarlo.
―¿Fue amable? ―Le frunzo el ceño―. No te hizo daño, ¿verdad?
Ella sacude la cabeza.
―Fue amable. Supongo que mejor de lo que esperaba... no sé lo que
esperaba, realmente. Solo fue más... distante, supongo. ―Toma el té de mi
mano con un gracias―. Tal vez si las cosas fueran más relajadas, si
pudiéramos irnos de luna de miel… ―se encoge de hombros―, pero, por
supuesto, no podemos con la Bratva en la puerta. Además, se supone que
mi padre será dado de alta pronto, pero su estado aún no es muy bueno
y, sin mi madre, tengo que vigilarlo. ―Hace una pausa―. Por eso vine,
sinceramente, no solo para hablar de Franco.
―Oh ― La miro con curiosidad―. ¿De qué querías hablar?
―Quería preguntarte si vendrías al hospital conmigo esta tarde. Se
supone que tengo que ir a hablar con el médico antes de que lo den el alta
para que se vaya a casa, establecer los cuidados de un enfermero a
domicilio hasta que termine de recuperarse de la operación, y… ―Respira
profundamente y con dificultad―. No puedo ir sola. Realmente no
puedo. Por favor, ven conmigo.
Más que nada, quiero decirle que sí. La idea de dejarla para que se
encargue de todo esto por sí sola me hiere en lo más profundo, pero
recuerdo la seriedad de la voz de Luca la noche anterior.
―Le prometí a Luca que no saldría ―digo lentamente―. Me pidió
específicamente que me quedara aquí mientras él no estuviera, que no
hiciera nada que no debiera. Se enojará si...
―Sería diferente si supiera lo que es ―dice Caterina con insistencia.
Puedo ver en su expresión lo desesperadamente que quiere no tener que
ir sola―. Y, además, no tiene por qué saberlo. No diré nada, lo juro.
Es imposible que Luca no lo sepa. Estoy segura de que se enterará de
alguna manera, siempre lo hace, pero tal vez ella tiene razón, racionalizo. Tal
vez lo entendería si supiera las circunstancias. Y, además, ¿qué podría
pasar? Caterina tiene tanta seguridad con ella en este momento como yo.
Estará bien, me digo. Ella te necesita.
―Está bien ―cedo―. Voy contigo.
Incluso cuando las palabras salen de mi boca, sé que es una mala idea,
pero la forma en que la cara de Caterina se ilumina me hace estar segura
de que estoy haciendo lo correcto.
Siempre y cuando Luca no se enoje demasiado.
Cuando entramos en la habitación del hospital, los ojos de Rossi se
iluminan al ver a su hija, la única emoción positiva que veo en él, pero su
expresión se ensombrece igual de rápido cuando me ve. Me mantengo al
margen mientras él habla en voz baja con Caterina, sintiéndome
incómoda por estar fuera de lugar. Solo estoy aquí para apoyar a Caterina,
me recuerdo a mí misma mientras hablan, tomando asiento cerca de la
ventana.
―Voy a hablar con el médico ―dice finalmente Caterina―. ¿Esperas
aquí, Sofia? No quiero que esté solo.
Estar sola en una habitación con Rossi es lo último que querría hacer,
pero me limito a asentir, sintiéndome atrapada ahora que he venido a
ayudarla. Siento que debo hacer lo que sea que ella necesite de mí, así que
me quedo quieta, moviéndome en mi asiento mientras ella sale al pasillo
a buscar al médico.
―Tú. ―La voz de Rossi atraviesa el silencio de la habitación, fría, dura
y áspera―. Ven aquí.
―Solo estoy esperando a que vuelva Caterina ―empiezo a decir, y
Rossi tose, impulsándose un poco.
―Puede que seas la mujer de Luca, pero yo sigo siendo tu mayor. ―Se
aclara la garganta, con la cara enrojecida―. Ven aquí.
Es lo último que quiero hacer en el mundo, pero tampoco quiero que le
dé un ataque al corazón o algo así, no cuando Caterina ya está tan frágil.
Así que me levanto de mala gana, cruzando la habitación hasta su
cabecera.
―¿Qué pasa? ―Intento mantener la voz lo más calmada posible
cuando Rossi se gira hacia mí, mientras ojos oscuros y furiosos que me
recorren.
―Tú eres la causa de todo esto, ¿sabes? ―me dice con rudeza―. Todo
lo que ha pasado, esta escalada con la Bratva, todo es culpa tuya. Tú y la
sucia perra rusa de tu madre. ―Tose, respirando con un traqueteo
mientras me mira fijamente―. Nunca debí permitir que Luca siguiera con
la puta promesa de tu padre. Debería haber hecho que te mataran cuando
tuve la oportunidad.
―Vitto… ―Debería haber sabido que no debía usar su nombre de pila
porque parece casi morado de rabia, su mandíbula se tensa mientras se
inclina más cerca.
―Deberías esperar a que Luca no descubra la verdad sobre por qué
Viktor te quería como esposa ―sisea Rossi, y yo lo miró fijamente, con los
ojos desorbitados por la sorpresa.
―Él no quería...
―Sí quería ―dice Rossi, con satisfacción en su tono―. Quería casarse
contigo y follarse ese apretado agujero virgen tuyo todas las noches hasta
que te metiera otro cachorro ruso, el hijo que tanto necesita para tomar lo
que quiere de nosotros y quedárselo, pero Luca llegó a ti primero. Aunque
ni siquiera él sabe por qué eres tan especial.
―Estás delirando. ―Mi voz ni siquiera me suena como la mía, es más
fría y dura de lo que nunca la he oído―. Necesitas descansar, no sabes lo
que dices. Luca no apreciaría que me hablaras así.
―Luca es un puto error ―gruñe, ahogándose a mitad de la frase―. Es
débil, nunca debería haberle dado... debería haberte disparado como la
puta rusa que eres.
Trato de retroceder, con escalofríos en la piel por el tono de su voz, y la
habitación repentinamente fría, pero Rossi se lanza hacia mí, tirando de
sus cables intravenosos y activando la máquina a la que sigue atado.
Esquivo su mano, pero se engancha en la cruz de mi cuello, rompiendo el
collar de mi madre y dejándolo colgando en su puño.
―¡Devuélvemelo! ―exclamo, pero ya lo está escondiendo en la palma
de su mano cuando una enfermera y Caterina entran corriendo, ambas
con los ojos muy abiertos.
―¿Qué está pasando aquí? ―pregunta la enfermera, y Rossi se tumba
de nuevo en la cama, jadeando y tosiendo.
―Esa chica está siendo cruel ―dice, ahogándose en sus palabras―. No
sé por qué está aquí; no debe estar aquí...
―Es Sofia, la conoces ―dice Caterina, con el rostro mortalmente
pálido―. Papá, está bien, ella solo está aquí para ayudarme…
―¡Sáquenla de aquí! ―ruge, y yo retrocedo a toda prisa, con el corazón
acelerado en el pecho mientras empujo a la enfermera. Casi consigo salir
de la habitación, pero antes de que pueda escabullirme, una repentina y
horrible ola de náuseas se apodera de mí.
Apenas llego al baño y vomito en el inodoro todo lo que he comido
desde la noche anterior, mientras vomito una y otra vez hasta que el
estómago se me retuerce dolorosamente y siento la garganta en carne
viva.
―¿Estás bien? ―La voz de la enfermera me hace sobresaltarme, y
asiento con la cabeza, extendiendo una mano para mantener algo de
espacio entre nosotras mientras me limpio la boca con un puñado de papel
higiénico, y las manos temblando.
―Estoy bien ―consigo decir―. Es solo un momento emocional en este
momento, eso es todo. Todo es muy estresante...
Pero incluso mientras lo digo, mi mente va hacia atrás, haciendo
cálculos en los que no me había molestado en pensar. Al fin y al cabo,
Luca y yo hemos usado protección, excepto la noche en que él vino
corriendo a casa después de que el intruso entrara, y no lo hicimos en la
terraza, y tampoco lo hicimos anoche, pero es esa primera noche la
culpable, en todo caso.
Porque cuando cuento, me doy cuenta de algo que me da ganas de
volver a vomitar.
Mi periodo tiene algo más de una semana de retraso.
22

Nunca me ha gustado la tortura.


Pero tengo que decir que esta vez no ha sido tan difícil como tantas
veces en el pasado. De hecho, ha sido casi más difícil separarme de ella,
para no ir demasiado lejos.
Con lo que sea que Viktor haya amenazado a sus soldados para
mantenerlos en silencio, debe ser horrible, porque uso todos los métodos
que conozco, todos los trucos que tengo, todas las cosas dolorosas que
puedo imaginar para tratar de sonsacarles cuándo y por qué y cómo nos
están atacando, por qué Viktor insiste en una novia como su precio por la
paz, y qué es lo que posiblemente esperan conseguir. Incluso hago que
Franco se haga cargo por un tiempo, solo para mezclar las cosas, pero
tampoco puede sacar nada de ellos. Para cuando agota al último de los
hombres de la Bratva que conseguimos atrapar, el suelo del almacén está
cubierto de sangre y sudor, dientes y uñas y orina. Pero no estamos más
cerca de encontrar una forma de avanzar que antes.
Y eso me hace cuestionar todo.
Lo único que cada uno de ellos dejó claro es que Sofia está en el centro
de todo esto. Van tras ella, la insistencia de Víctor en que Caterina sea su
esposa ahora es solo su deseo personal, y la quiere capturar o morir. No
parece importar cuál de las dos cosas, pero eso es todo lo que podemos
sacar, no importa lo que hagamos.
No puedes protegerla, y te estás acercando demasiado.
Ese es el pensamiento que pasa por mi cabeza una y otra vez, mientras
salgo hacia los muelles. No tenía intención de meterme tan a fondo con
Sofia, quería mantener las distancias, esconderla en algún lugar seguro
después de la boda y olvidarme de ella en su mayor parte. Precisamente
por eso, porque es una distracción. Mis sentimientos por ella se están
mezclando con el trabajo que tengo que hacer y eso hace que no pueda
separarme y hacer ese trabajo de la manera que necesito. No tenía que
entregarle las cosas a Franco por un tiempo como forma de mezclar las
cosas y tratar de hacerlos hablar.
También lo estaba disfrutando demasiado, y no quería parar.
Quería matarlos, por haber pensado alguna vez que podían ponerle una
mano encima a Sofia.
La noche de la boda de Caterina, después de que Sofia y yo
termináramos por segunda vez, supe que había cometido un error.
Estuve jodidamente cerca de decirle que la amaba. Estuve a punto de
hacerlo mientras me corría por segunda vez, con las palabras en la punta
de la lengua, y las reprimí. Después, acostado en la cama junto a ella,
pensé en el hecho de que, desde que la rescaté de aquella habitación de
hotel, no había querido tocar a otra mujer. Pensé en las veces que nos
habíamos acostado juntos, cuando con otras me había asegurado de no
volver más de una vez. Pensé en la forma en que me hacía sentir, casi
adicto, deseándola de nuevo incluso después de haberme corrido,
pensando en ella mientras estaba lejos.
Supe entonces que todo lo que sentía por ella, amor, lujuria, adicción,
obsesión, era demasiado fuerte. Demasiado poderoso.
Necesito dar un paso atrás, levantar los muros que siempre estuvieron
para mantener la distancia entre nosotros. Porque nada ha cambiado. Si
me acerco a ella, si dejo que se acerque a mí, si empieza a importarme, que
si soy sincero, ya lo hace, entonces puede ser utilizada en mi contra.
Viktor, o cualquier otro, podría manipularme. Cambiar mis decisiones,
hacerme hacer cosas que no haría de otra manera. Mi cabeza nunca
volverá a estar completamente clara.
Y si soy honesto, ya estoy peligrosamente cerca de eso, si no es que lo
estoy ya.
Así que cuando me dirijo a casa, con la sangre aún bajo las uñas y la
camisa todavía manchada con ella, me digo que, por muy doloroso que
sea, esa última noche con Sofia antes de irme tiene que ser la última vez
que la toque así. Si follamos, tengo que ser más frío, más práctico, un
medio para satisfacer la lujuria, y nada más. No puede ser tan íntimo, tan
personal.
Y entonces, como si mi estado de ánimo no fuera ya lo suficientemente
malo, mis emociones siendo una maraña incómoda y desconocida, me
entero por Raoul de que Sofia me desobedeció mientras yo no estaba.
―Se fue al hospital con Caterina ―me dice, y por un momento, estoy
tan intensamente furioso que veo rojo. Ni siquiera oigo el motivo, ni otra
palabra que diga Raoul, mientras me dirijo hacia el ascensor que sube al
ático.
Casi estoy temblando de furia cuando entro. Es por esto, pienso,
mientras merodeo por el apartamento en busca de Sofia. Por eso no puedo
permitirme sentir algo por ella, por eso no puedo permitir ese tipo de
intimidad, por eso es mejor que me tema a que se preocupe por mí. Fui
un idiota al pensar que las citas elaboradas en la terraza y las noches de
cine que pasamos riendo juntos eran posibles para nosotros, que de
alguna manera podía tener placeres ordinarios como esos mientras era un
hombre que es cualquier cosa menos ordinario.
Soy el jefe de la mayor organización criminal del mundo, no un marido
que viene a cenar a casa todos los días. No un padre de los suburbios. No
un hombre que tiene los rasgos de una vida normal. Es el precio de la vida
que he llevado, la que sigo llevando, y siempre estuve feliz de pagarlo.
No hay ninguna razón para empezar a presionar contra ella ahora.
La única manera de mantener a Sofia a salvo es asegurarnos de que
tenga demasiado miedo como para desobedecerme; que sienta que mi
poder sobre ella es absoluto, y que sepa que no debe ignorar mis órdenes.
No puede pensar que somos iguales, que hay una intimidad entre
nosotros o una sociedad.
Solo conseguirá que la maten.
Y si permito ese tipo de cercanía entre nosotros, y la asesinan, me
destrozará. Lo sé. Haré cosas que nunca habría hecho de otra manera, para
salvarla o vengarla.
Nunca estuve destinado a tener amor. Nunca estuve destinado a tener
una esposa que fuera algo más que un bonito trofeo que sacar de vez en
cuando y pasear, algo más que una cosa en la que meter mi polla de vez
en cuando, para obtener mi placer en casa, con menos esfuerzo del que
me costaría ligar con otra mujer. Esa era la mentalidad a la que me había
aferrado cuando me dijeron que tendría que casarme con Sofia para salvar
su vida.
No sé cuándo la perdí, pero eso cambia hoy. Ahora.
Sofia está en la cocina cuando la encuentro. Se da la vuelta con una
sonrisa en la cara, que se apaga al ver la expresión de la mía, con la sangre
todavía salpicando mi piel y mi camisa. Bien, pienso, mi cerebro se siente
espeso y lento por la emoción, con la cantidad de disciplina que se necesita
para obligarme a seguir con esto. Su sonrisa se convierte en una mirada
de aprensión y luego de miedo cuando me acerco a ella, y su grito cuando
la levanto en brazos y la arrojo sobre mi hombro hace que me duela el
pecho más de lo que debería.
―¡Bájame! Luca, ¿qué está pasando? ―grita, forcejeando en mis brazos,
pero la sostengo durante todo el camino hasta el dormitorio. Con un
rápido movimiento, la dejo en el suelo, tratando de contener la lujuria que
surge en mí cuando veo lo que lleva puesto: una minifalda vaquera y un
crop top blanco de una tela suave que me pide que pase las manos por
encima.
―Sé que fuiste al hospital. ―Mi voz es oscura, rasposa y áspera de tanto
hablar hoy, intentando convencer a los rusos de que se volteen contra
Viktor para que puedan conservar al menos algunas uñas de los dedos de
las manos o de los pies―. ¿Qué te dije, Sofia?
―Me dijiste que me quedara aquí ―dice en voz baja―, pero Caterina…
―No me importa. ―La veo retroceder ante la dureza de mi voz, pero
no me detengo. ―No me importan tus excusas. ¿Sabes lo que hice hoy?
Sus ojos se desvían hacia mí, hacia la sangre, y veo que se pone aún más
pálida.
―Puedo adivinarlo ―dice en voz baja.
―Esto es lo que soy. Un hombre sangriento. Un asesino. Un homicida.
Un torturador. Un hombre que hará cualquier cosa para preservar lo que
me han dado. Un hombre que hará cualquier cosa para protegerte, ya que
eres parte de eso. Eres mía, Sofia ―gruño, dando un paso hacia ella―.
Creo que lo has olvidado.
―No, yo solo...
―Pensaste que podías salirte con la tuya. Pensaste que podías
desobedecerme y que no habría consecuencias. ¡Mírame! ―Mi voz se
eleva, llenando la habitación, y ella se encoge―. ¿Parezco un hombre al
que se le puede desobedecer sin consecuencias?
Odio el miedo que veo en sus ojos. Odio que la esté aterrorizando, que
le esté gritando, cuando todo lo que quiero hacer es tomarla en mis brazos
y decirle que necesito que esté a salvo, que la idea de que la maten porque
no pudo escucharme me hace sentir medio loco y salvaje de rabia. Que, si
no puedo protegerla, ya no veo cuál es el puto sentido de todo esto.
Pero no puedo decirle nada de eso porque necesito construir los muros
entre ella y yo tan altos que ninguno de los dos se sienta inclinado a
intentar escalarlos de nuevo.
Es la única manera de mantenernos a salvo a los dos.
Sus ojos se empañan de lágrimas, amenazando con derramarse, pero
las ignoro. Siento una opresión en el pecho, como si me costara respirar,
y el solo hecho de verla después de estar fuera durante unos días hace que
la desee más que cualquier cosa que haya deseado en mi vida. Me siento
como un adicto persiguiendo su subidón, desesperado por el calor de su
cuerpo rodeándome, el placer cegador de hundirme en ella, y el éxtasis de
la liberación.
Con un rápido movimiento, avanzo a grandes zancadas, la levanto y la
arrojo boca abajo sobre la cama. Ella grita, intentando girarse hacia mí,
pero le subo la falda por encima del trasero y la inmovilizo con el brazo
mientras le arranco la tanga, dejándola enredado en un tobillo mientras le
separo las piernas.
―¡Luca!
―Mierda, ya estás muy mojada ―murmuro, introduciendo dos de mis
dedos en ella, con fuerza. Ella grita y levanta el trasero contra mi mano
mientras se retuerce. Yo ya estoy empalmado, palpitando dolorosamente
por la necesidad de correrme, y me bajo la cremallera, liberando mi
adolorida polla. Este es el único placer que puedo tener, el único breve
respiro que tengo, y jodidamente lo necesito.
Necesito a Sofia.
Pero tiene que ser de una manera que la aleje de mí. No una que nos
acerque de nuevo, a pesar de todo.
Así que no hago que se corra primero. En lugar de eso, saco los dedos
de su coño, que se aprieta, y acerco la cabeza de mi polla a su entrada,
empujando con fuerza.
El placer que me invade al sentir su coño apretando mi polla hace que
se me encojan los dedos de los pies. Empiezo a empujar con fuerza y
rapidez, con la intención de alcanzar mi propio orgasmo. Debajo de mí,
puedo sentir cómo se retuerce contra mí en un esfuerzo por correrse
también, cómo sus dedos arañan la manta. No sé si está tratando de
alejarse o de conseguir más, pero me digo que no me importa.
―Luca. Luca, por favor...
―¿Quieres más? Bien. ―gruño las palabras, follándola con más fuerza,
sintiéndome medio loco por ello mientras me introduzco en ella una y otra
vez―. Toma mi polla, como una buena esposa. Puedes hacer al menos
eso, ¿verdad?
―Luca ―Vuelve a gemir mi nombre―. Lo siento, no quería...
―Cállate ―le gruño―. ¿O quieres tragarte mi semen para tener algo
mejor que hacer con esa boca?
Mierda. ¿Qué estoy haciendo? No quiero hablarle así, de la forma en
que la traté cuando nos resentíamos tanto, cuando hacíamos todo lo
posible por herirnos y alejarnos, pero si la amabilidad y el romance hacen
que no me escuche, la ponen en peligro, y mi trabajo es protegerla,
mantenerla a salvo, aunque sea de ella misma. Incluso si eso significa ser
el don y no su marido. Incluso si el futuro que intentamos es imposible.
Siento cómo se me tensan las bolas, y cómo mi cuerpo palpita con el
intenso placer de mi inminente orgasmo. Vuelvo a empujar con fuerza, y
una vez más, queriendo cada pedazo de la sensación que puedo obtener.
No sé cuándo volveremos a hacer esto. Tal vez nunca y esa idea me hace
desear quedarme dentro de ella para siempre, mantenerla aquí hasta que
nos agotemos mutuamente. No puedo imaginarme no estar nunca más
dentro de Sofia.
Pero no hay forma de detener esto. Su cuerpo se aprieta rítmicamente
en torno al mío, y la oigo gemir sin poder evitarlo mientras llega al
orgasmo a pesar de todo. Su espalda se arquea, justo cuando siento que
estoy llegando al punto de no retorno, y hago lo único que se me ocurre
para hacerla sentir que solo la estoy utilizando, para separarnos aún más
que todo lo que ya he hecho.
Me retiro, apretando los dientes contra el dolor de mi polla mientras la
agarro por la cintura y le doy la vuelta, y entonces, con sus ojos amplios y
sorprendidos mirándome, agarro mi polla palpitante y empiezo a
sacudirla con rapidez y fuerza, gimiendo con un sonido casi doloroso,
mientras siento el primer brote de mi orgasmo.
He fantaseado con correrme sobre Sofia desde que la vi por primera
vez, pero no así. Ella jadea cuando el primer chorro cae sobre su cara, y su
mano sube inconscientemente para tocar su piel mientras mi semen sigue
disparándose sobre ella, cayendo sobre sus pechos, su estómago, su coño,
sus muslos. Parece que no se acaba nunca, un chorro tras otro cubriendo
su piel mientras se aparta de mí, y los últimos chorros caen sobre su
cadera vestida de vaqueros.
No me dice nada, se limita a mirar hacia otro lado, negándose a
mirarme a los ojos.
Me siento peor que nunca en toda mi vida. Me siento con el corazón
roto, es la única palabra que se me ocurre, aunque no tenga sentido. Hay
que amar a alguien para que te rompan el corazón, y yo nunca he amado
a Sofia. ¿No es así?
Solo me quedé atrapado temporalmente. Adicto, pero ahora he puesto
una distancia entre nosotros que ella no intentará cruzar pronto, volverá
a su habitación y yo volveré a evitarla. Nos pelearemos a veces, tal vez
follaremos, pero no volveremos a tener otra noche en la que me acerque a
hacer el amor con ella, acurrucándola contra mi pecho mientras nos
quedamos dormidos conmigo todavía dentro de ella.
Eso no puede volver a suceder.
Nunca debería haber ocurrido.
Entonces, ¿por qué me duele tanto ese pensamiento?

Necesito hablar con alguien, y eso me lleva a un lugar al que intento ir


con la menor frecuencia posible: la iglesia. Para ser más específico, al
confesionario.
De hecho no me confieso, no puedo imaginarme diciéndole en voz alta
al padre Donahue las cosas que he hecho, que acabo de hacerle a Sofia.
Además del hecho de que no quiero admitirlo, me parece un poco cruel
hablar con un sacerdote sobre correrse en la cara de una mujer, algo que
él nunca podrá hacer.
Lo que sí puedo hacer es hablar con él de todo lo demás, y lo hago. Al
final, acabamos sentados en uno de los bancos, con la mirada puesta en el
lugar donde, no hace tanto tiempo, me casé con Sofia.
―Rossi y yo estamos en desacuerdo ―le digo secamente―. Quiero la
paz. Quiero llegar a un acuerdo con los rusos, encontrar alguna forma de
poner fin a este conflicto, pero Viktor rechaza todos mis intentos, y Rossi
piensa que soy débil porque me niego a ir directamente a matar.
―Ya conoces mi opinión al respecto ―me dice el padre―. Siempre he
creído que tenías el potencial para ser un buen hombre, Luca. Tu padre
era un buen hombre con todos sus defectos.
―¿Y cómo, exactamente, hago eso? ―Puedo oír los rastros de amargura
en mi voz―. Quiero la paz cuando todos a mi alrededor quieren la guerra.
Intento proteger a mi mujer y ella no me obedece. Intento hacer todo lo
posible para traer una nueva era, una sin derramamiento de sangre, y a
donde quiera que vaya, siento que todos están en mi contra.
―Estás en una posición poco envidiable ―admite―, pero tengo fe en
ti, Luca. Veo lo que hay entre tú y Sofia. Es joven, pero es más fuerte de lo
que crees. Podría ser una buena esposa para ti con el tiempo y tal vez
incluso ahora ella es lo que necesitas sin que lo sepas.
―No necesito una esposa. Necesito hacer retroceder la amenaza.
Necesito a la Bratva fuera de mi puerta. Solo me casé con ella para evitar
que Rossi la matara, pero los lobos siguen aullando por ella, y no sé por
qué.
―Deberías hablar con Sofia sobre eso ―dice con seriedad―. Hay cosas
sobre su familia que deberías saber, pero no me corresponde compartir
los secretos de los Ferretti.
―¿Aunque tenga que saberlo para protegerla?
―Aun así. ―Él frunce el ceño―. Luca, sé que soy un sacerdote. Dirás
que, aunque bendigo matrimonios, no tengo ni idea de lo que pasa en uno,
de lo que realmente significa estar casado día a día, y yo te diría que, si
bien eso es cierto, sí conozco el significado del compromiso. Hice un voto
con esta iglesia, y lo cumplí. Le hice un voto al padre de Vitto Rossi, y lo
he cumplido. Le hice un voto a tu padre y al de Sofia, y lo he cumplido.
He tratado de mantener la paz entre las facciones lo mejor que pude
durante todos estos años. He sido un sacerdote, un consejero. He
presidido funerales, bodas y bautizos. Estuve ahí para bendecirte cuando
eras un bebé, así como para unirte en matrimonio, pero Luca... ―hace una
pausa, con una expresión más seria que nunca―. No quiero ver el día en
que tu ataúd entre en la tierra, no quiero ser quien realice ese funeral.
―No quiero que me sobrevivas, viejo ―digo secamente―, pero no veo
qué tiene que ver esto con mi matrimonio. No quise hacer ese
compromiso. Dije los votos, pero en mi corazón, el único voto que
importaba era el de protegerla. Todo lo demás eran solo palabras que
tenía que decir.
―Aun así, las dijiste, y serán más fuertes juntos que solos, Luca. ―Me
mira, con su rostro aún severo―. Escúchame, hijo. Puedes luchar contra
ellos por separado o juntos, pero si también luchan entre ustedes, ¿cómo
podrá haber paz? Aunque se pueda hacer retroceder a la Bratva, nunca
habrá paz entre ustedes mientras sigan así.
Él se pone de pie.
―Ve a casa con tu esposa, Luca. Deja que te consuele. Sé el hombre que
sé que puedes ser.
―¿Y quién es ese exactamente? ―No puedo evitar el sarcasmo en mi
voz, pero el padre Donahue no parece darse cuenta.
―Uno que no tiene miedo.
No me muevo durante un largo rato después de que desaparece en la
parte trasera de la iglesia. No sé del todo qué quiere decir con eso, y desde
luego no tengo ni idea de qué secretos cree que tiene Sofia que yo no
conozco.
Pero lo único que sé con certeza es que no hay forma de que me vaya a
casa esta noche.
23

Me despierto a la mañana siguiente en mi antigua cama de la habitación


de invitados, con el estómago anudado por las náuseas y la cabeza
adolorida por el llanto. Me duele todo el cuerpo y quiero creer que todo
lo que pasó ayer fue un mal sueño.
Sin embargo, a medida que el recuerdo de todo vuelve a aparecer, sé
que no lo fue. El estómago se me revuelve de nuevo y apenas consigo salir
de la cama y llegar al baño a tiempo de llegar al inodoro, con las entrañas
revueltas de nuevo mientras vomito abundantemente.
Me siento en el suelo y me tapo la boca con la mano mientras intento no
romper en llanto. Me siento abrumada, y esto es una cosa más que no sé
cómo empezar a afrontar. La conversación con Rossi en el hospital ya fue
bastante mala, la pérdida del collar de mi madre después de que me lo
arrancara y la forma en que lo hizo sonar como si hubiera sido yo la que
estuviera siendo mala con él. La vergüenza y el miedo a vomitar delante
de todo el mundo y darme cuenta de que se me había retrasado la regla.
Había pensado con seguridad que cuando Luca llegara a casa, al menos
eso sería algo mejor. Había estado deseando que volviera, y entonces
entró en la cocina, ensangrentado por... ¿qué, exactamente? ¿Tortura? Solo
podía adivinar lo que había estado haciendo. Sin molestarse en limpiarse
primero, me llevó al dormitorio y me folló sin la menor preocupación, y
se corrió sobre mí. En mi pelo, mis pechos, por todo mi cuerpo y mi ropa,
en mi cara.
Y luego se marchó sin más.
Me dejó aterrorizada. La forma en que actuó, en que me habló, las cosas
que dijo e hizo. La sangre en sus manos y en su ropa mientras me follaba,
como si no le hubiera importado tener la sangre de otros hombres
mientras estaba dentro de su mujer.
Me equivoqué con él.
Es lo único en lo que puedo pensar, una y otra vez. El hombre que me
llevó a la terraza, que me regaló una pulsera de diamantes mientras estaba
sentada en un baño de burbujas, que vio películas conmigo y me hizo el
amor... ese no era Luca. Eso era una especie de locura temporal, tal vez.
Un breve destello de que era otro tipo de persona, pero no era él.
Las lágrimas me suben a la garganta, calientes y espesas, ahogándome.
Esos dos hombres son tan diferentes entre sí. Incluso si ambos fueran
reales, el Luca que puede ser cruel y brutal, el hombre sangriento que
tortura y mata, y el hombre que es tierno conmigo, que me abrazó y me
susurró cosas dulces, que me dio un placer más allá de lo que jamás
imaginé, no sé cómo conciliarlo. No sé cómo podría amar a ambos.
Eso es lo más difícil de todo, pero no puedo ignorarlo. El Luca que era
amable y gentil, estaba empezando a enamorarme de él. Sé que lo estaba,
y se siente como si esa tierna y nueva emoción hubiera sido aplastada.
Destruida.
Me siento destruida.
Y luego está el otro problema con el que hay que lidiar.
Me aterra hacerme una prueba porque sé cuál será la respuesta: hay un
número limitado de razones por las que podría estar vomitando a todas
horas del día sin más síntomas que el agotamiento y la falta de
menstruación, sobre todo cuando el momento en que Luca vuelve a casa
conmigo coincide perfectamente. Perdí la cuenta de las veces que tuvimos
relaciones esa noche y a la mañana siguiente, y no utilizamos condón ni
una vez. Ni una sola vez.
Si estoy embarazada, las ramificaciones de ello son astronómicas.
Puedo ver el contrato que firmé como si estuviera flotando delante de mis
ojos, el párrafo que decía claramente en términos dudosos:

Si en algún momento de nuestro matrimonio me quedo embarazada, tanto si el


niño es el producto legítimo de mi unión con Luca Romano como si es el resultado
de una infidelidad, el embarazo se interrumpirá inmediatamente en cuanto se
confirme. Si el embarazo no se interrumpe, entiendo que esto anula efectivamente
este contrato. Luca Romano ya no será responsable ni podrá garantizar mi
seguridad ni la de mi hijo. Ni mi hijo ni yo recibiremos apoyo financiero o
protección. Luca Romano no aceptará en ningún momento la paternidad del niño.
Si se hace un esfuerzo para establecer la paternidad en caso de no interrumpirlo,
el niño será retirado de la custodia y colocado en otro lugar.

No hace falta ser un genio para saber que “colocado en otro lugar” era
una forma de decir que cualquier niño que insistiera en tener y que
intentara demostrar que era de Luca, o que más tarde encontrara a Luca e
insistiera en ser reconocido, sería asesinado con la misma rapidez y
eficacia que yo. Era solo una forma de no decir “asesinato” en un contrato
legal.
Pero tendríamos suerte si llegáramos tan lejos. En cuanto intentara
escapar, mi vida y la del bebé estarían perdidas, inmediatamente en la
lista para ser eliminados. Luca dijo que no tenía ningún deseo de matarme
si intentaba escapar de nuestro matrimonio, solo de traerme de vuelta,
pero ¿se extendería eso a una circunstancia en la que estuviera
embarazada? Una condición de nuestro matrimonio era que nunca
tendríamos hijos.
Y ahora he roto eso. Nosotros lo hemos hecho, pero Luca nunca tendrá
que aceptar la responsabilidad. Sé lo suficiente sobre cómo funciona esta
familia para saberlo.
Todavía tengo que realizarme una prueba, pero lo sé, y me aterra la
confirmación porque entonces tengo que tomar una decisión.
Sin embargo, incluso mientras lo pienso, no puedo ver cómo hay alguna
opción. Hace unos días tenía la esperanza de que Luca hubiera cambiado
de opinión, de que no siguiera con los términos del contrato. Ni siquiera
entiendo del todo por qué está ahí, y esperaba poder conseguir que lo
aclarara antes de saberlo con seguridad, pero después de lo que hizo ayer,
y de cómo me habló, no puedo confiar en que no me obligue a cumplir.
Ese Luca era el antiguo Luca, el que me trataba con tanta rudeza antes de
nuestra boda, que era duro y frío conmigo. Que intentó ser mi amo, no mi
marido.
Me siento engañada por ese corto tiempo en el que las cosas fueron
diferentes, en el que él fue diferente. Me siento sin amor y abandonada,
completamente sola, y mientras me toco el vientre aún plano, pienso en la
realidad de tener un hijo propio, un pequeño niño o una niña.
Alguien a quien pueda amar incondicionalmente y que pudiera
corresponderme.
De repente, con ese pensamiento, no puedo soportar la idea de perder
a este bebé.
Recuerdo antes de la boda, mi última conversación con el padre
Donahue. Recuerdo lo que me dijo.
Sofia, en presencia del Señor y de la Santa Madre, en memoria de tu padre,
haré todo lo posible para protegerte y mantenerte a salvo. Si llega un día en que
desees dejar a Luca, todo lo que tienes que hacer es atravesar esas puertas, y yo
encontraré el camino.
El siguiente pensamiento que tengo es agudo e inmediato, y
absolutamente seguro.
Tengo que salir de aquí, tengo que llegar a la iglesia.
Ayer vi a Caterina poner el código del ascensor, y estoy casi segura de
que sé cuál es. Si puedo salir, puedo llamar a un taxi y llegar a la iglesia,
y después, el padre Donahue me ayudará.
Sé que lo hará.
Está lloviendo cuando salgo. El código funcionó, a pesar de mis dedos
temblorosos y mi incertidumbre, pero los números que creí ver teclear a
Caterina eran los correctos, y ahora estoy en la calle de Manhattan, con la
lluvia fría empapando mi fina blusa mientras le hago señas a un taxi.
Mi muñeca capta la luz y me doy cuenta de que todavía llevo la pulsera
de Luca, no sé por qué. Una parte de mí está tentada de quitármela y
tirarla a la cuneta, pero no lo hago. Puede que luego tenga que venderla, me
digo, pero incluso yo sé que esa no es la única razón.
Simplemente no puedo mirarla demasiado después de todo lo que ha
pasado.
Es tarde, pero el padre Donahue responde a la puerta cuando la golpeo,
apoyándome en ella exhaustivamente. Estoy empapada y cuando abre la
puerta de la catedral y me ve ahí, empapada de lluvia y con los ojos
enrojecidos, una expresión extraña cruza su rostro.
―¿Sofia? ―Puedo oír la preocupación en su voz―. ¿Está todo bien? No
debe estarlo, para que estés aquí así. ¿Qué pasó?
Miro su expresión amable y preocupada y enseguida rompo a llorar, y
entonces, después de unos minutos, le explico todo.
Bueno, no todo. Definitivamente no entro en detalles explícitos, pero le
hablo de mis peleas con Luca, de cómo se apresuró a volver a casa después
de que el intruso casi me matara, de nuestras citas, de cómo creía que las
cosas estaban mejorando. Sobre cómo me di cuenta de que mis
sentimientos por él estaban creciendo, y luego le explico lo del bebé: cómo
estoy casi segura de que estoy embarazada, y el contrato que significa que
no debería estarlo en absoluto.
―¿Y crees que Luca te obligará a cumplir este contrato? ―El padre
frunce el ceño profundamente―. Si él lo hiciera es un pecado grave, pero
no serás tú quien cargue con él si insiste en ello.
―No quiero hacerlo, yo quiero a mi bebé, ―al decir las palabras en voz
alta, me siento más segura que nunca de que eso es cierto―, pero no creo
que Luca ceda en esto. No sé por qué es tan terrible para nosotros tener
hijos, pero incluso esa razón no importa tanto como el hecho de que no
puedo confiar en que no me obligue a interrumpir el embarazo.
―Pero dijiste que las cosas habían cambiado entre ustedes. Que se
habían suavizado.
―Hasta ayer. ―Respiro profundamente, con la voz temblorosa―.
Llegó a casa y estaba... diferente. Creo que le había hecho daño a algunas
personas. Torturó a alguien, tal vez, para tratar de obtener información.
Fue frío y cruel conmigo. Fui al hospital con Caterina, a pesar de que él
me pidió que no me fuera mientras él no estuviera, pero estaba muy
enojado. Era como las cosas solían ser al principio y volví a tenerle miedo.
No es... ―Sacudo la cabeza, intentando no volver a llorar―. No es el
hombre que yo creía que era.
―Tal vez. ―El padre Donahue parece pensativo―. Tal vez no.
―Necesito una salida. ―Lo miro desesperadamente―. Necesito una
forma de escapar con mi bebé. Alguna manera de que nunca nos
encuentre. Prometiste que me ayudarías si alguna vez te necesitaba...
―Lo hice, y mantendré esa promesa ―Me mira detenidamente, con el
rostro serio―. Si estás segura.
―Lo estoy.
―Bueno, llevará un poco de tiempo preparar las cosas, pero puedo
conseguirte nuevos papeles, una identificación falsa, las cosas que
necesitarías para empezar de nuevo. Puedes quedarte en la rectoría
hasta...
Se oye un crujido y me echo hacia atrás, asustada, cuando sus ojos se
abren de par en par, un hilo de sangre sale de su boca mientras se
tambalea en su asiento y se golpea la frente con el banco de enfrente.
Detrás de él hay un hombre vestido de negro con una máscara en la
cara. Igual que el intruso del apartamento, pero con una palanca en la
mano.
Una que acaba de usar para dejar al padre Donahue inconsciente.
Empiezo a gritar, pero una mano enguantada viene de detrás de mí y
me tapa la boca. Estaba tan concentrada, tan decidida en mis planes de
fuga, que ni siquiera los vi acercarse sigilosamente en las sombras. Se me
nublan los ojos de lágrimas cuando miro al padre Donahue desplomado
en el banco, y se me hiela la sangre. ¿Lo habrán matado? Dios, ¿y si está
muerto? Nunca me lo perdonaré...
En el fondo, sé que están aquí por mí. No sé por qué, pero sé que
vinieron por mí, que de otra manera nunca habrían estado aquí. El padre
Donahue está inconsciente, sangrando, tal vez muerto por mi culpa.
Es mi culpa. Todo esto, es mi culpa.
Intento gritar, morder, apretar los dientes contra la mano enguantada
que me tapa la boca, patalear salvajemente mientras los fuertes brazos que
me sujetan me arrastran hacia atrás por encima del banco y hacia el
pasillo. Intento luchar, pero no soy tan fuerte como el hombre que me
sujeta.
La mano se afloja durante un segundo, como si mi secuestrador
intentara agarrar algo, y aprovecho la oportunidad.
―¡Ayuda! ―grito, retorciéndome locamente en su agarre, pero es
inútil. Me tapa la boca con más fuerza y con la otra mano me jala el pelo
hacia atrás, de modo que mi cara queda inclinada hacia arriba.
―Cállate, zorra ―gruñe, y para mi sorpresa, la voz no es rusa. No hay
un acento marcado como esperaba y mi corazón empieza a acelerarse
cuando me doy cuenta de cómo sonaba.
El acento era tenue, el de alguien que ha pasado la mayor parte de su
vida en Estados Unidos.
Pero era un acento con el que estoy familiarizada: he pasado toda mi
vida rodeada de él.
Italiano, pienso frenéticamente mientras un paño húmedo me cubre la
boca y la nariz, obligándome a respirar el olor enfermizo de lo que sea que
está empapado. ¿Por qué demonios serían italianos?
Y entonces, mi visión empieza a volverse borrosa. Me están drogando.
Oh, Dios, me están secuestrando, y me están drogando, no puedo escapar.
El último pensamiento que pasa por mi cabeza mientras me desplomo
en los brazos de mi captor es el miedo, miedo por mí misma, pero sobre
todo miedo por mi bebé.
Mi bebé, al que hace unos momentos intentaba salvar
desesperadamente.
Hago un último y desesperado intento de liberarme, pero es demasiado
tarde. La droga ya está haciendo efecto, y mi visión se oscurece mientras
me aferro a ese último pensamiento, que tengo que sobrevivir a esto de
alguna manera.
Por mi bebé, por nadie más.
BONUS

Después del día que tuve, lidiar con mi rebelde y aparentemente


libertina esposa es lo último que quería hacer.
O al menos, eso es lo que me he estado diciendo a mí mismo todo el
tiempo que estuve viendo las imágenes de seguridad de anoche, mientras
dejaba sola a mi supuestamente tímida y casi virginal esposa.
Entonces, ¿por qué mi polla ya está dura, tensándose incómodamente
en mi traje ajustado mientras imagino lo que estoy a punto de hacerle?
Ella dijo que no me deseaba. Que no le interesaban los placeres de mi
cama, pero la mujer que vi en la sala de cine, con sus dedos deslizándose
no tan inocentemente entre sus muslos, no es una mujer desinteresada en
los placeres de la carne.
No solo pienso castigarla por haber sido tan imprudente como para
tocarse en donde cualquiera puede verla, incluidos los guardias que a
menudo ven las transmisiones de seguridad y no tienen por qué ver el
dulce coño de mi esposa. Sacarle los ojos a un hombre es una táctica más
propia de la Bratva que de nosotros, pero si alguno de ellos hubiera visto
siquiera un atisbo de los encantos de Sofia no habría dudado en hacerlo.
La voy a castigar por atormentarme. Por distraerme. Por intentar
desterrarme de su cama cuando apenas he sido capaz de pensar en otra
cosa que no sea ella desde que la saqué de aquella habitación de hotel.
Voy a enseñarle lo que se siente el desear y ser rechazado.
―¿Sofia? ¡Sofia!
Grito su nombre desde el salón mientras me sitúo junto al enorme
ventanal que da a la ciudad, tiro el saco del traje sobre el brazo del sofá y
me deshago de la corbata, me desabrocho los dos primeros botones de la
camisa mientras exhalo un suspiro de alivio y me arremango lentamente
por encima del codo, dejando al descubierto mis gruesos y musculosos
antebrazos. Puedo sentir la tensión ahí, recorriendo todo mi cuerpo.
Necesito una liberación, y muy pronto no seré el único.
Mi polla palpita cuando la veo entrar en la habitación tímidamente, con
los ojos muy abiertos y ansiosos al verme. Lleva unos vaqueros ajustados
y una blusa blanca de botones sin mangas, la tela se ciñe a la forma de sus
pechos y a su estrecha cintura. Me muero de ganas de tener mis manos
sobre ella, de hacerla gritar de placer, de hacerla rogar. Hacerle sentir lo
que yo he sentido cada día desde que la conocí, y luego negárselo.
Puedo ver que está un poco pálida, probablemente con la resaca por el
exceso de alcohol de ayer. Otra cosa más por la que hay que castigarla,
por ser imprudente y no cuidarse como es debido. Puede que a veces sea
un hombre duro, emocionalmente inaccesible y distante, pero cuido de lo
que es mío y espero que Sofia haga lo mismo.
Y ella es absoluta e inequívocamente mía. Ahora y siempre, ante Dios y
los hombres.
Aunque no habrá nada sagrado en lo que pienso hacer con ella esta
noche.
Su barbilla se inclina hacia arriba, con ese desafío al que me estoy
acostumbrando y que me frustra. Hay un destello de algo diferente en sus
ojos, algo que me hace pensar en la anticipación, aunque no puede ser eso.
A no ser que mi esposa haya decidido que le gusta jugar a estos juegos
conmigo.
Si es así, está claro que no es consciente de hasta dónde estoy dispuesto
a llegar para someterla.
Permanezco donde estoy en la penumbra, con el resplandor de la
ciudad que me ilumina por detrás. Veo, por la forma en que ella traga
nerviosamente mientras se acerca, que está teniendo el efecto deseado.
Quiero que me vea como una amenaza, como el hombre poderoso con el
que se casó, no como alguien con el que se puede jugar.
Tengo que evitar una guerra. No puedo pasar todo mi tiempo
asegurándome de que mi caprichosa esposa no se haga matar mientras lo
hago, pero las primeras palabras que me dice, con su lengua recorriendo
deliciosamente su labio inferior, me sorprenden.
―Anoche no viniste a casa. ―Su voz tiembla visiblemente, como si
estuviera realmente molesta por ello―. ¿Dónde estabas?
Siento que me ablando un poco y es un esfuerzo para combatirlo, para
obligarme a ser frío con ella. La idea de que le importe en dónde estuve
me hace sentir algo, una vuelta de tuerca en el pecho que me resulta
totalmente desconocida. No me importa si es la preocupación o los celos
lo que la hizo preguntar, pero de cualquier manera, mi esposa me extrañó.
Se siente extraño incluso pensar eso.
―¿Importa? ―Me obligo a preguntarle fríamente, con la voz tensa y
dura. Veo el escalofrío que recorre su cuerpo ante el tono de mi voz, y me
digo que es algo bueno. Que es mejor que me tenga miedo.
Se muerde el labio inferior, chupándolo en su boca, y yo aprieto los
dientes mientras mi polla palpita casi dolorosamente, tan fuerte ahora que
es todo lo que puedo hacer para no agarrarla y arrojarla con fuerza sobre
el brazo del sofá. Quiero bajarle los vaqueros hasta los tobillos, abrirla de
par en par y meterme hasta el fondo, follándola fuerte y rápido hasta que
me corra dentro de ella.
Pero hay varias razones por las que no puedo hacerlo, y tengo que
recordarlas todas.
―No lo sé ―me dice en voz baja―. Es que pensé que estarías en casa.
―Pensé que disfrutarías de la paz. ―Me encojo de hombros,
manteniendo la voz tranquila, sin traicionar la maraña de emociones que
estoy combatiendo cada segundo que estamos aquí―. ¿No puede un
marido preocuparse por el bienestar de su mujer? ―En sus ojos brilla el
desafío. Ah, ahí está. El acto de esposa dulce e inocente no podía durar mucho.
―Tú no eres ese tipo de marido ―me dice―. Y lo sabes. ―En cierto
modo, me siento aliviado. Puedo lidiar con esto. Su desafío y actitud,
puedo castigarla y ponerla a raya. Esto lo entiendo. Le doy a las luces y
las subo un poco para poder ver su cara con más claridad y para que ella
pueda ver la mía.
―No, supongo que no ―admito, manteniendo mi expresión en blanco.
Le devuelvo la mirada, queriendo saborear el momento en que se dé
cuenta de que sé exactamente lo que estaba haciendo mientras yo no estaba.
Quiero ver cómo me imagina viendo esas cintas, cómo se me puso dura al
ver sus delgados dedos frotando ese pequeño y necesitado clítoris suyo.
Lo enfadado que debo haber estado por su desenfreno.
Lo que ella nunca sabrá es cuánto deseé en ese momento que fuera mi
lengua la que la presionara en lugar de sus dedos, lamiéndola hasta ese
repentino y explosivo orgasmo. Cómo palpitaba mi polla con la necesidad
de estar dentro de ella, de tirar de ella a horcajadas mientras su coño aún
se agitaba con las réplicas de su clímax, bombeando dentro de ella con
fuerza y rapidez hasta que mi liberación se mezclara con la suya.
La miro a los ojos, con una mirada fría e implacable.
―¿Te portaste bien mientras estuve fuera, Sofia?
Puedo ver cómo le da un vuelco el corazón al darse cuenta de que la ha
cagado. Que lo sé todo, y que esta noche no va a salir como ella pensaba.
Lentamente, doy un paso hacia ella. No puedo negar que estoy
disfrutando con esto, con la forma en que sus labios se separan y sus ojos
se abren de par en par con nerviosismo. El poder que tengo sobre ella es
impresionante, incluso erótico, y no puedo fingir que no me excita.
Pronto, ella tampoco podrá fingir.
―¿Qué pasó con tus clases? ―pregunto, sabiendo ya cuál será la
respuesta―. ¿Leíste lo que te envió Carmen?
―Yo... ―Se lame los labios con nerviosismo. Me cruzo de brazos y la
miro con severidad, como un profesor cuyo alumno no ha aprendido las
lecciones.
―¿Cómo se llama el subjefe de Miami?
―Mmm… ―Sofia está atrapada ahora, y lo sabe.
―Leo Esposito. ¿Y su esposa?
―Yo… ―No me molesto en darle tiempo para fingir que lo piensa.
―Bianca Esposito. Tienen tres hijos. ¿Y el subjefe de Filadelfia?
―Luca... ―Ahora suena casi desesperada, como si supiera que está en
problemas.
―Angelo Rossi. Es joven y soltero. ―El músculo de mi mandíbula se
crispa de irritación, aunque ya sabía que no se había molestado en saber
lo que le había dado―. ¿Viste siquiera los documentos, Sofia?
―No. ―A su favor, no aparta la mirada al admitirlo―. No lo hice.
―¿Y por qué no? ―Mantengo la voz tranquila, como si no me
importara. Eso hará que sea más satisfactorio cuando la realidad se
estrelle contra ella.
―No sabía la contraseña. ―Tengo que ocultar mi sorpresa. De todos
los caminos que había pensado que podría tomar, no había pensado que
sería tan tonta como para mentirme abiertamente.
―La dejaron para ti. ―Cruzo los brazos sobre el pecho―. En una nota
pegada al iPad. Me lo dijo Carmen.
Se lame los labios con nerviosismo.
―Se habrá caído.
Así que se va a pegar a sus armas. Me acerco un paso más a ella, para que
haya aún menos espacio que nos separe, y veo su pulso saltar en su
garganta.
―Esa es la primera mentira de esta noche ―le digo, levantando un
dedo―. No los has leído. Entonces, ¿qué hiciste, mientras yo no estaba?
―Fui a la piscina... ―Ahora tartamudea, su pulso se acelera. Tengo que
resistir el impulso de agacharme y presionar mis labios donde late su piel.
Ella gemiría si lo hiciera, sé que lo haría.
Mi polla se tambalea en los estrechos límites de mi traje.
―¿Y qué hiciste mientras estabas ahí arriba? ―Ella traga con fuerza, y
lo único que puedo pensar es en cómo se sentiría su garganta, apretada
alrededor de mi polla.
―Solo tomé el sol, nadé un poco... ―Ella traga convulsivamente, y todo
lo que puedo pensar en cómo se sentiría su garganta, apretando alrededor
de mi polla.
―¿Así que no te emborrachaste en la terraza? ¿No seguiste bebiendo
hasta que te acostaste? ―Entrecierro los ojos hacia ella, presionando.
Dispuesto a intensificar este juego que estamos jugando.
―En realidad no bebo...
―Excepto cuando te quedas sola en un ático con alcohol ilimitado,
aparentemente. ―Doy un paso atrás, sonriendo―. Con esa son dos
mentiras. ―La miro, sacudiendo la cabeza como si estuviera
decepcionado―. Sube, Sofia.
―Pero... ―Ella me mira con verdadera confusión en su rostro, lo que
solo hace que esto sea aún más agradable―. ¿A dónde quieres que vaya?
―Sabes exactamente a dónde quiero que vayas. No pelees conmigo,
Sofia, o te juro por lo más sagrado que te arrepentirás. Sube las escaleras.
―Entrecierro los ojos, dejando que un poco de mi enfado con ella se filtre
en mi voz. La quiero bien asustada, bien obediente. Lo estará al final de la
noche, de una forma u otra.
No tengo ni idea de qué la impulsa a seguir desafiándome. Debe de
saber que no es así, pero en lugar de subir dócilmente las escaleras como
se le ha ordenado, levanta la barbilla y me mira con un desafío obstinado
mientras cruza los brazos sobre los pechos.
―No quiero subir a tu habitación.
Así que va a ser así.
―Sofia. ―Mi voz se vuelve severa, dura. Implacable―. Puedes subir
sola y yo me reuniré contigo en un momento, o puedo llevarte en brazos
y te prometo que no te gustará el estado de ánimo en el que me encuentro
ni lo que ocurra a continuación si eliges ese camino. Puede que no te guste
ninguna de las dos cosas, pero será tú elección.
La idea de levantarla y echármela al hombro es deliciosa.
Su desafío vacila un poco, y algo más aparece en su rostro, algo que no
puedo describir del todo. ¿Simpatía? ¿Comprensión? No son emociones
que esperaría de ella, no ahora, pero, para mi sorpresa, cede de repente.
―Bien. ―dice, aunque su tono sigue siendo brusco―. Subiré.
―Sabia elección ―digo rotundamente, negándome a permitirle ni
siquiera un destello de mis propias emociones. En cambio, me vuelvo
hacia el bar, pues necesito urgentemente una copa antes de continuar con
lo que he planeado para esta noche―. Ponte algo bonito. Uno de esos
camisones de tu armario, quizás.
Oigo su respiración aguda.
―Dijiste que no querías tener sexo conmigo.
De espaldas a ella, me permito sonreír mientras dejo caer dos cubitos
de hielo en mi vaso.
―No dije nada nada de eso. Sube, Sofia. Necesito un momento a solas.
Se da la vuelta y huye sin decir nada más.
Gracias a Dios. Necesito un minuto para recomponerme. Me agacho y
me ajusto la polla adolorida mientras me sirvo tres dedos de whisky en
un vaso, bebo un trago y me deleito con el ardor mientras se desliza por
mi garganta, con su sabor ahumado bañando mi lengua. Ha sido un puto
día muy largo y no puedo desahogarme por completo con Sofia. Lo que
haga a continuación tiene que ser calculado, para demostrar algo. No
puedo volver a perder el control con ella, no como lo hice en nuestra noche
de bodas. Tiene que estar bajo mi poder, no al revés.
Le doy tiempo suficiente para que se cambie y esté en mi habitación
como se le ha ordenado antes de subir, empujando la puerta con el vaso
de whisky a medio terminar todavía en la mano.
No puedo decir que me sorprenda verla todavía con sus vaqueros y su
camisa abotonada, aunque me decepciona. Estaba deseando verla vestida
de seda y encaje.
―Me has desobedecido ―digo con frialdad, dejando que mi mirada
recorra su cuerpo aún vestido. Es jodidamente hermosa sin importar lo
que lleve puesto, pero va a tener que aprender que la desobediencia y la
insolencia tienen un precio.
Inclina la barbilla hacia arriba con ese gesto tan familiar que, por alguna
razón, me pone aún más duro que antes.
―Pensé que era una sugerencia ―replica desafiante―. Dijiste que me
pusiera algo bonito y resulta que creo que esto es bonito.
La miro con detenimiento, dejando que mi boca se enrosque en una
media sonrisa cruel antes de tomar el resto del whisky y acercarme a ella
sin decir nada más, deteniéndome con apenas un mínimo de distancia
entre nosotros mientras la miro.
―No creo que sea agradable en absoluto.
No le doy la oportunidad de respirar, y mucho menos de responder,
antes de agarrarle el cuello de la camisa. Siento una oleada de emoción,
de rabia, lujuria y necesidad que sé que tengo que dominar, mientras doy
un tirón hacia abajo, abriendo la camisa y haciendo saltar los botones. Los
oigo repiquetear contra el suelo y las paredes mientras vuelan por la
habitación, y siento que mi polla va a estallar mientras miro el escote de
Sofia, con el pecho agitado por la excitación.
Quiero follarla tan desesperadamente. Podría hacerlo, en este
momento. Podría arrojarla a la cama y separar sus piernas, mirar su dulce
coño rosado, que sin duda está húmedo e hinchado para mí en este
momento a pesar de sus protestas, y hundirme en ella hasta que el placer
nos abrume a los dos. Sé que era en mí en quien pensaba cuando se tocaba.
Sé que disfrutaría si me la follara.
Pero esta noche no se trata de eso.
―Dime ―gruño, respirando con dificultad mientras miro a mi
asustada esposa. Puedo ver que su piel empieza a ponerse rosa cuando se
da cuenta de que lo sé. Veo cómo le dan vueltas en la cabeza mientras
intenta decidir si me cuenta la verdad o no, y veo el clic que hace cuando
se decide.
―Nada ―susurra en voz baja, y siento otra punzada de lujuria al verla
entrar directamente en la boca del lobo.
―Mentira número tres ―murmuro, mientras extiendo la mano para
tocar sus pechos.
La toco con suavidad, un marcado contraste con lo que pienso hacer
con ella muy pronto. Recorro su escote con los dedos y noto que respira
agudamente, distraída de repente por el suave roce de las yemas de mis
dedos al bajar para desabrocharme el cinturón. Si antes me había
preguntado si me deseaba, esto es suficiente para aclarar la verdad. Está
tan distraída por mi contacto que ni siquiera tiene tiempo de reaccionar
cuando le rodeo la cintura con mi brazo libre y la empujo hacia la cama
con el cinturón suelto en un puño.
En cuestión de segundos, le sujeto las muñecas por encima de la cabeza.
Veo que sus ojos se abren de par en par por el miedo y la alarma mientras
le pongo el cinturón alrededor de las manos, atándolas con fuerza. Ojalá
tuviera algún medio para atarlas al cabecero de la cama, pero incluso así,
no puede hacer mucho contra lo que he planeado para ella. Además, la
tengo inmovilizada a la cama, con mis rodillas a ambos lados de sus
caderas, y la necesidad de follarla es casi vertiginosa. Es todo lo que puedo
hacer para mantener el control.
Por un breve momento, parece aterrorizada. Sé que ya la han atado
antes en circunstancias menos agradables y me da pena hacerla revivir
eso. No quiero traumatizarla, solo hacerla consciente de mi poder sobre
ella. Quiero que entienda que, si me obedece, estará a salvo.
Y una parte de mí quiere que asocie el hecho de estar atada en mi cama
con el placer, no con el miedo.
Se retuerce debajo de mí, su cara se retuerce mientras se retuerce contra
el cinturón, y sé que está al menos un poco excitada. Tal vez más que eso.
Para cuando termine, seguro que lo estará.
―Sé lo que hiciste, Sofia ―murmuro, observando cómo se separan sus
labios mientras mi voz se desliza oscuramente sobre ella―. Vi la cinta de
seguridad. ¿No crees que la vi, antes de hacerte saber que estaba en casa?
¿No crees que quería saber qué hacía mi mujer mientras yo no estaba?
Intenta zafarse de mí mientras busco el botón de sus vaqueros. Su
camisa sigue abierta, su sujetador aún puesto, y miro su escote,
frunciendo el ceño mientras presiono un dedo entre sus perfectos pechos.
―Esto no está bien ―digo con calma, todavía inmovilizándola en la
cama―. Has sido una chica traviesa, Sofia. Una zorra, abriendo las piernas
en donde cualquiera podría haberte visto, tocándote, haciéndote correrte.
Mis guardias ven esas cintas si creen que ha pasado algo… o que necesitan
comunicarme algo. A veces incluso miran las cámaras. ¿Por eso lo hiciste?
Veo que sus ojos se abren de par en par cuando meto la mano en el cajón
junto a la cama, y siento que me acomodo en mi papel, disfrutando de
jugar con ella. Disfrutando de la idea de lo que le traerá los próximos
minutos, aunque no sea el orgasmo que mi adolorida polla y mis
apretadas bolas están pidiendo a gritos.
Cualquiera que haya dicho alguna vez que las bolas azules no son reales
no ha tenido a mi preciosa esposa semidesnuda y atada en su cama,
sabiendo que no podría correrse dentro de ella esta noche. Puede que
planee atormentarla, pero también voy a torturarme a mí mismo, pero no
voy a dejar que lo sepa.
Su boca se abre y la oigo inhalar una respiración aguda y asustada
cuando ve el cuchillo en mi mano.
―¿Esperabas que mis guardias estuvieran viendo? ―pregunto en voz
baja, dejándole ver el brillo de la hoja a la luz―. ¿Esperabas que uno de
ellos se masturbara al ver tu coño expuesto? ¿Era esa tu manera de
vengarte de mí?
―¡No! ―grita, y puedo oír que el horror en su tono es real―. No, Luca,
nunca pensé... ―Ahora casi balbucea, soltando el miedo, y entonces sé
que al menos no intentaba hacerme enfadar exhibiéndose ante los demás.
Eso enfría mi furia con ella, al menos un poco, aunque sigo alimentado
por su desobediencia.
―¿No pensaste que alguien estaba viendo? ―Bajo ligeramente el
cuchillo y siento que se retuerce debajo de mí, ahora en un esfuerzo más
urgente por escapar, pero no se escapará de mí, no esta noche.
Presiono el cuchillo por encima de su pecho, cortando los tirantes del
sujetador. Su piel se enrojece cuando siento que se hunde bajo mi contacto,
y entonces sé que se ha dado cuenta de que no tenía intención de hacerle
daño. Por supuesto que no. No me he tomado todas estas molestias para
hacer daño a mi encantadora esposa, pero un poco de miedo saludable
será bueno para ella, a largo plazo. Que se pregunte de qué soy capaz. Tal vez
ayude a mantenerla a raya.
Está casi roja de vergüenza, o de excitación, cuando le corto el resto del
sujetador y la camisa, tirando los restos al suelo y el cuchillo al cajón. Una
vez que tengo a mi hermosa esposa completamente desnuda, dejo que mi
mirada recorra con avidez sus pechos desnudos y su piel sonrosada, con
la polla palpitando en la maraña de mi ropa interior.
Dios, es preciosa. Sus pechos son perfectos, pequeños y turgentes,
rematados por unos pezones rosados y rígidos que me hacen la boca agua,
aún más hermosos cuando se agitan y tiemblan cuando ella se mueve por
reflejo para intentar cubrirse. Sus muñecas se sacuden contra el cinturón
que las sujeta, su cuerpo se estremece y sus muslos se aprietan, y yo le
sonrío cruelmente, disfrutando de ver su lucha.
―¿No te gusta esto? ―Me burlo de ella, relamiéndome los labios
mientras veo cómo se estremecen sus cremosos y pálidos pechos―. Pero
pensé que te gustaba estar expuesta después de lo que vi en esa cinta. La
vi dos veces, para asegurarme que no me había perdido nada. Vi la forma
en que te expusiste, pasando tus dedos hacia arriba y hacia abajo. Vi lo
mojada que estabas. ―Mantengo mi mirada fija en la suya, moviéndola
hacia abajo mientras busco la cintura de sus vaqueros.
―No, Luca, por favor... ―jadea mientras me mira, pero esta noche no
habrá piedad para ella.
Le bajo la cremallera de un tirón y le agarro los vaqueros y la cintura de
las bragas antes de arrastrarlos juntos por las caderas, sin querer esperar
ni un momento más para ver el estado de su dulce y apretado coño. Sé
que está mojada, casi puedo sentir el calor que irradia mientras aprieta los
muslos, cada parte de ella resistiéndose a que la vea desnuda y atada en
mi cama.
Y Dios, es una vista jodidamente hermosa. Como puto arte.
No puedo evitar el hambre en mi mirada mientras la contemplo, la
necesidad primaria de poseerla, de hacerla mía, de hacerla comprender
de una vez por todas que su cuerpo es mío, para mirarlo, tocarlo, follarlo,
complacerlo o castigarlo a mi antojo.
Ella también lo sabe. Puedo verlo en sus ojos, y puedo ver la evidencia
de cómo se siente ya en sus muslos, la humedad brillante que gotea de su
coño. Si la tocara ahora, sé que estaría resbaladiza, húmeda y caliente,
deseando que la penetre.
No follarla en este momento es lo más difícil que he hecho nunca, y mi
polla está más dura que nunca.
Dios, ¿qué me hace esta mujer?
Arrojo el resto de su ropa al suelo sin cuidado.
―Tres mentiras ―le digo, mirándola fríamente―. Tres oportunidades,
Sofia, de confesarme lo que hiciste mientras yo no estaba. Tres
oportunidades. ―Presiono mi mano justo debajo de sus pechos, pasando
la palma por su vientre plano y tembloroso, deteniéndome justo encima
de su coño.
―¿De quién es este coño, Sofia? ―El mero hecho de hacer la pregunta
en voz alta hace que mi polla palpite, empapando el interior de mis bóxers
con pre-semen, y la expresión de su cara, sorprendida y horrorizada por
la pregunta, solo me hace desearla más.
―¿Qué? ―chilla, y su inocencia se manifiesta. Nunca imaginó que un
hombre le hiciera una pregunta así. Nunca pensó en eso, ni fantaseó con
eso. Sofia nunca ha soñado que las cosas sucias que quiero hacerle existen.
Lo que va a hacer que mostrárselas sea aún más emocionante.
Ella traga con fuerza, lamiendo esos dulces y carnosos labios.
―Yo no... ―balbucea, claramente insegura de cómo responder.
―¿No lo sabes? ―Le agarro las rodillas desnudas, separando sus
piernas mientras me arrodillo entre ellas, y no puedo resistirme a mirar
entre ellas, exactamente lo que le estoy exigiendo que reconozca que me
pertenece.
Como esperaba, sus pliegues están hinchados y rosados, empapados de
su excitación, sus labios abiertos para mostrar la estrecha entrada en la
que me siento desesperado por introducir mi rígida polla. Si lo hiciera, no
estoy seguro de que durara mucho. Siento que podría correrme solo con
ver su coño mojado.
―Debería haberlo adivinado ―digo con dureza―. Después del
pequeño espectáculo que has montado. Es hora de una lección, entonces.
Sus ojos se abren de par en par.
―¡No! ―chilla, retorciéndose en mi agarre mientras intenta escapar―.
Dijiste que no volverías a tener sexo conmigo, dijiste...
Tengo que resistir el impulso de inmovilizarla de nuevo. Sus protestas
se están volviendo rápidamente agotadoras, al igual que su escasa visión
de mí. Nunca la forzaría, y lo he demostrado una y otra vez, pero voy a
enseñarle lo que significa ser mi esposa, y lo que se espera de ella.
―¡Sé lo que dije! ―Levanto la voz, fría y autoritaria, y siento que se
queda muy quieta―. No voy a follarte, Sofia. ―Le sonrío tenso, sintiendo
que me meto en el papel de dominante, que incluso lo disfruto, y cuando
digo las siguientes palabras, casi las digo en serio, a pesar de lo mucho
que la deseo. Porque estoy harto de luchar contra ella y contra mí mismo
―. No te has ganado mi polla en ese pequeño coño desobediente que
tienes, te follé en nuestra noche de bodas porque pensé que no tenía otra
opción, pero después de cómo te has comportado, no veo por qué debería
volver a follarte.
Me mira fijamente. Puedo ver su confusión, su propia lucha entre lo que
quiere en su cabeza y lo que quiere su cuerpo. Sé que me desea, y sé que
me odia. Por eso me sorprende ver, en la maraña de emociones de su
rostro, un destello de dolor. Apoyo mi mano justo por encima de su coño,
por encima de donde sé que me anhela en este momento. Justo encima del
lugar que va a aprender que me pertenece a mí y no a ella. Donde no se le
permite tocar, a menos que yo lo permita.
―Te voy a dar una lección ―murmuro, y mi mano se desliza hacia
abajo, hasta que la aprisiono entre las piernas, con la palma de la mano
apretada contra ella y el talón apoyado en el montículo de su coño―. Y
no va a parar hasta que pagues por todas las mentiras que me has dicho,
Sofia. Hasta que me digas que lo entiendes.
―¿Qué...? ―jadea cuando le meto el dedo corazón de repente, y el rayo
de lujuria que me atraviesa es casi doloroso cuando se retuerce
salvajemente en la cama y siento que su coño se aprieta con fuerza
alrededor de mi dedo, hambriento de la intrusión a pesar de las protestas
de Sofia. Me lanzo hacia delante, agarrando sus muñecas con la otra mano
mientras me cierro sobre ella, con su coño todavía apretado en mi palma.
―Vas a quedarte quieta, Sofia ―gruño―. Vas a recibir tu lección. ¿O
tengo que encontrar alguna forma de atarte completamente? ¿De atarte
las muñecas a la cama, abrirte las piernas y atarte los tobillos para que no
puedas moverte?
Le sonrío sombríamente, y me gusta la idea.
―Creo que eso me gustaría. Tú, abierta en mi cama mientras recibes tu
castigo. ―Traga con fuerza, con los ojos muy abiertos y temerosos, pero
puedo sentir lo mojada que está. Está empapando mi mano, su excitación
es pegajosa contra mi palma.
―No ―susurra, lamiéndose los labios―. No, me quedaré quieta.
―Buena chica. ―Me inclino hacia atrás, con una sonrisa de satisfacción
en mi rostro, con mi dedo aún enterrado dentro de ella, y entonces,
mientras miro su precioso cuerpo desnudo y tembloroso, empiezo a
moverlo.
Puedo ver en su cara lo atormentada que está. Su clítoris debe de estar
palpitando, deseando el contacto, la fricción, pero ni siquiera lo rozo. No
le doy otro dedo, que sé que su coño debe necesitar desesperadamente.
Debe de estar deseando que la llene, pero en lugar de eso, me arrodillo
entre sus piernas y muevo lentamente el dedo dentro y fuera de su
húmedo calor mientras siento cómo se agita y se aprieta a mi alrededor,
buscando más.
Mi propia polla se hincha dolorosamente al sentir su coño resbaladizo
y caliente chupando mi dedo, y mientras observo cómo se le va
ocurriendo en la cara cuál es su castigo. Estaba preparada para el dolor,
para el abuso, para que le pegara o le hiciera daño, pero empieza a darse
cuenta de que nunca le haría nada de eso. No, lo que pienso hacer es
provocarla, llevarla al límite, hacer que se moje y esté necesitada y
anhelando algo que desearía no querer y que yo no tengo ninguna
intención de darle.
Le sonrío cruelmente, disfrutando de su incomodidad.
―Veo que empiezas a entender. Eres una chica inteligente, Sofia. Lo
que me hace preguntarme por qué harías una cosa tan estúpida. Si no
estabas presumiendo ante mis guardias, ¿por qué? ¿Qué podría haberte
excitado tanto como para hacer algo tan descarado?
Le doy un segundo dedo, introduciéndoselo junto con el primero, y un
gemido jadeante se le escapa de los labios mientras su coño se aprieta
alrededor de mis dedos, tratando de atraerme más profundamente. Sus
ojos miran hacia abajo, hacia donde la sostengo con mi mano, y la visión
la hace sentir un nuevo temblor de placer, y los músculos de sus muslos
se agitan cuando siento que se acerca al límite.
Ella se retuerce a pesar de sí misma y se restriega contra mi palma, y mi
polla empuja contra la bragueta, dura y dolorosa. La deseo tanto, que
negarme a mí mismo mi propio placer es un castigo casi tan grande como
lo que le estoy haciendo a ella ahora.
Pero supongo que, en cierto modo, también me lo merezco.
Veo cómo le da vueltas en la cabeza, cómo considera sus opciones. Solo
espero que empiece a suplicar, que la excitación que veo extenderse por
su piel la invada. Sigo metiéndole los dedos lentamente, sintiendo cómo
se retuerce en la cama, cómo su coño se hincha y se tensa alrededor de mis
dedos a medida que se acerca al orgasmo. Quiero que me ruegue, para
que pueda provocarla aún más, para que vea lo inútil que es. Que su
placer me pertenece.
Sus labios se tensan y se cierran mientras me mira fijamente, negándose
a gemir, y es todo lo que puedo hacer para no reírme. Mi esposa sigue
siendo desafiante. Bueno, pronto descubrirá cómo le va a ir.
A medida que pasan los minutos, aumento ligeramente el ritmo de mis
dedos, pero sigo negándome a tocar su clítoris. Sofia vuelve a gemir
impotente, incapaz de callarse, y sus caderas se arquean hacia mi mano,
buscando más. Esta vez no puedo evitar reírme, una risa oscura que sale
de mi garganta mientras la veo jadear y retorcerse.
―Estás muy mojada para alguien que jura que no me desea ―me
burlo―. También vi lo mojada que estabas en la cinta de seguridad, Sofia.
Tu lindo coño estaba tan empapado que podría haberlo visto a una milla
de distancia, y el sonido que hacías cuando jugabas contigo. ―Me relamo
los labios, mirándola, sin poder evitar imaginarme cómo sabría su coño.
Lo dulce que sería esa humedad, en mi lengua―. ¿Qué sentiste cuando te
tocaste el clítoris? ¿Se sintió así?
Retiro la mano, con los dedos aún dentro de ella, y de repente presiono
el pulgar contra su clítoris, y suelta un repentino grito de placer que se
convierte en un largo gemido cuando empiezo a frotarla.
―Oh, sí ―murmuro, y mi expresión se ensombrece al mirarla―. Ese
sonido. ¿En qué estabas pensando, Sofia, para estar tan mojada?
Niega con la cabeza, con los labios aún apretados, pero noto que todo
su cuerpo se tensa bajo mis caricias, que su coño se humedece aún más
mientras la empujo más y más cerca de un clímax que tengo la intención
de negarle.
―Oh… oh, mierda, estoy… ―Empieza a jadear y a gemir, sus muslos
se separan mientras sus caderas se arquean, su coño empieza a palpitar
con el orgasmo, y en el momento en que las palabras salen de sus labios
quito mi mano.
―Mi coño ―murmuro, con una voz profunda y áspera. ―Mío.
Lo vuelvo a murmurar, y no puedo evitar que mi mano se dirija a los
pantalones del traje, con mi palma rozando la gruesa y pesada cresta de
mi erección mientras se tensa contra la tela negra.
―Mío. ―Me aprieto, obligándome a no gemir en voz alta―. Eso es por
la primera mentira, Sofia. ―Ella gime, mirándome confundida. Debe
haber pensado que eso era todo, pero está muy, muy equivocada―. Me
he preguntado a qué sabría ese dulce coño ―murmuro, pasando un dedo
por la parte interior de su muslo, hasta el corte que se está curando. Se
estremece cuando la toco y le sonrío fríamente.
―¿Quieres que te coma, Sofia? ¿Quieres que te lama el coño?
Sus ojos se abren de par en par y su boca se abre en silencio cuando
empiezo a desabrocharme la camisa. Su mirada me dice todo lo que
necesito saber sobre lo mucho que me desea, sus ojos se fijan en mi
musculoso pecho mientras lo descubro botón a botón, y puedo ver la
lujuria en sus ojos. No puede ocultarlo, por mucho que quiera.
Me deslizo por la cama, presionando con las manos el interior de sus
muslos mientras la separo más, con mi cálido aliento contra su coño
mientras aspiro su aroma. Huele a lujuria, a sexo, su aroma es suficiente
para llevarme al borde de mi propio orgasmo.
Veo que se sonroja de vergüenza al verme aspirar su aroma, con los ojos
llorosos de vergüenza, pero no me detengo. Su coño es mío, mío para
olerlo, saborearlo, lamerlo, chuparlo y follarlo como me plazca, mío para
hacer que se corra una y otra vez, o negarlo como me plazca.
Mi lengua recorre el pliegue de su coño y no puedo evitar gemir en voz
alta al sentir el calor de su piel y el sabor de su humedad.
Me alejo un poco y mis dedos abren sus pliegues para que pueda ver su
coño abierto lascivamente delante de mí, expuesto como un festín para un
hombre hambriento. Puedo ver lo horrorizada que está por estar tan
expuesta, lo avergonzada que está, y eso solo me excita más. Veo sus
pliegues internos hinchados, su clítoris rosado y palpitante, la humedad
brillante, y no puedo esperar más para probarla.
Sofia grita cuando la lamo por primera vez, mi lengua recorre su
entrada hasta su clítoris en un largo y delicioso recorrido, y el sonido se
convierte en un jadeo sin aliento cuando empiezo a comérsela en serio, mi
lengua rodeando su clítoris y lamiendo el pequeño capullo hasta que gime
y se retuerce con un placer que ningún otro hombre le ha proporcionado.
Está indefensa bajo la embestida de este nuevo placer, incapaz de dejar de
gemir y jadear, haciéndome saber exactamente lo bien que se siente mi
lengua caliente contra su necesitado coñito mientras la lamo y la acaricio
hasta el borde del orgasmo de nuevo.
―Oh…oh, Dios ―grita cuando muevo la lengua alrededor de su
clítoris y mis dedos acarician su entrada, y me echo hacia atrás al instante,
con el sabor de ella todavía en mis labios mientras me siento entre sus
muslos, con una sonrisa de satisfacción en la cara mientras la veo
retorcerse en la cama con el dolor frustrado de un orgasmo interrumpido,
con sus caderas arqueándose hacia una boca que ya no está ahí.
―Por favor, oh, Dios, por favor. ―Se muerde el labio inferior con
fuerza, con los ojos llenos de lágrimas frustradas mientras me mira. Parece
hambrienta, desesperada y tan jodidamente hermosa.
―¿Quieres correrte? ―Acaricio el interior de su muslo y se aprieta a mi
alrededor, apretando mi mano entre sus muslos―. Tan necesitada. Tan
mojada. Cuéntame lo que imaginaste cuando te tocaste, Sofia. Dime qué
te excitó tanto que tuviste que hacer que mi coño se corriera sin que yo
estuviera ahí.
―Luca... ―jadea mi nombre cuando retiro la mano, me la llevo a la
cremallera y la bajo lentamente mientras observo su cara.
―Luca, por favor, no puedo aguantar más.
―Entonces dímelo. ―Golpeo mis dedos contra su coño y ella gime―.
¿Te gustó mi boca en ti? ¿Te gustó sentir mi lengua mientras te comía?
―Se muerde el labio inferior con fuerza, mirándome fijamente. Sigue
siendo desafiante, incluso ahora. Sigue necesitando un castigo. Mi hermosa y
obstinada esposa.
―Eso fue por la segunda mentira. ―Le sonrío―. Y esto es por la
tercera.
Entonces saco mi polla, pesada y palpitante en mi mano, y veo que sus
ojos se abren de par en par al verla de cerca. Estoy más duro que nunca
en su presencia, espeso y goteando pre-semen, me acerco, extendiendo la
humedad con el pulgar mientras me acaricio una vez, muy lentamente,
con la mano apoyada en la base y apretando.
―Dijiste que no... ―Se detiene a mitad de la frase, y veo que se debate
entre su deseo de mantenerse firme y negarse a follar conmigo y su
ardiente deseo que le llene con la polla. Su cuerpo tiembla, tenso por la
necesidad, y sé que si la penetrara en este momento se correría gritando
alrededor de mi polla. Cree que no sé cuánto me desea, pero lo sé.
Está enloqueciendo, retorciéndose en medio de mi cama con visible
necesidad, y eso me hace sentir casi loco de deseo, cada línea de mi propio
cuerpo tensa y rígida por el esfuerzo de mantener mi control, de no abrirla
del todo y tomarla con fuerza.
―No voy a follarte ―repito lentamente―, pero desearás que lo haga,
para cuando termine.
Me deslizo hacia delante entre sus muslos, con mi polla palpitante
agarrada en el puño, separando aún más sus piernas para que quede
completamente abierta. Los labios de su coño se abren para mí, con su
clítoris a la vista, duro y rojo, deseando que lo toque de nuevo, que lo
lama, que me corra.
Observo su cara mientras mis caderas empujan hacia delante y la
cabeza de mi polla presiona contra ese clítoris duro y necesitado.
Sofia grita de placer. Siente la cabeza de mi polla, hinchada y
chorreante, presionando contra su piel hipersensible, y sus caderas se
arquean hacia arriba, moliendo contra mí. Es casi demasiado. Siento cómo
se me tensan las bolas, cómo se me hincha la polla, cómo mi cuerpo está a
punto de correrse, lo quiera o no. Estoy a punto de perder el control, y me
imagino cómo sería si me corriera ahora, con mi semen caliente
chorreando contra su clítoris, salpicando su piel rosada, la forma en que
palpitaría y se estremecería contra mí cuando la sensación de mi semen
en ella la hiciera llegar al orgasmo también.
―¡Quédate quieta! ―Ordeno en voz alta, mi voz resonando en la
habitación en un intento desesperado por mantener mi poder mientras
consigo que deje de retorcerse contra mi polla antes de que me haga
correr―. Jodidamente no te muevas ―le advierto, obligándome a hablar
con dureza, con frialdad―. O te haré esto todas las noches. Te ataré en la
cama y te dejaré mojada y suplicando cada mañana, y te quedarás ahí
hasta que vuelva a casa.
Esa imagen es casi demasiado buena. La idea de Sofia, mojada y
suplicando que me la folle, atada a mi cama expuesta y necesitada, su coño
abierto y esperándome, mojado y hambriento y desesperado, es tan
jodidamente erótica que tengo que inspirar profundamente, más de mi
pre-semen que gotea y cubre su clítoris mientras mi polla palpita en mi
mano. No puedo evitar mirar hacia abajo, frotando la cabeza de mi polla
contra su clítoris mientras grito de placer, en este momento tan
atormentado por la necesidad como ella.
Acaricio la longitud de mi polla, obligándome a respirar de manera
uniforme mientras froto la punta contra ella en pequeños círculos, mi
antebrazo se flexiona con el esfuerzo que me supone no sacudirme con
fuerza y rapidez, dejándome venir. Me imagino disparando mi semen
sobre su cuerpo, sobre su vientre tenso y tembloroso y sus pezones
rosados, cubriéndola con mi semen, haciendo que se quede ahí con él
sobre ella, durmiendo con la evidencia de mi propiedad pintando su
cuerpo.
Grito de placer, y veo que ahora está completamente bajo mi poder, que
si le dijera que quiero follarla me dejaría, aquí y ahora. Recorro con la
mirada su cuerpo desnudo y tembloroso, frotándola al borde del orgasmo
por tercera vez, obligándome a no pensar en lo que sería ver cómo se corre
en la cabeza de mi polla mientras la uso en ella como un juguete sexual.
Sofia gime sin poder evitarlo, y veo el punto de activación, la forma en
que su cuerpo se arquea justo antes de llegar al orgasmo. Me enorgullezco
de ser un conocedor de los cuerpos de las mujeres, y me he propuesto
conocer el suyo también.
En el momento en que se tensa, jadeando, me retiro, con la mano
todavía en la polla mientras me muevo hacia atrás.
Sofia gime sin poder evitarlo, visiblemente al borde de las lágrimas
mientras me mira fijamente.
―Por favor ―susurra, completamente ida―. Necesito correrme. Por
favor. ―Me agarro la polla, no la acaricio ahora, demasiado cerca de mi
propia liberación mientras la apunto como un arma.
―¿De quién es ese coño? ―Mi voz es ronca, rasposa por la necesidad,
y entonces ella lo dice. La palabra que quería que dijera desde que la tiré
a la cama.
―Tuyo. ―Su voz es suave, derrotada, suplicante. Diría cualquier cosa
si la dejara correrse.
―¿Puedes correrte sin mi permiso? ―Sus ojos se abren de par en par,
sorprendidos. No se lo esperaba.
―¿Puedes...?
―¡No! ―Ella gime sin poder evitarlo―. No, no puedo. Lo siento, Luca,
por favor...
―¿En qué estabas pensando cuando te tocaste?
Ella sacude la cabeza. Es lo único que parece que no puedo obligarla a
admitir. No puede decir en voz alta lo mucho que me desea, pero voy a
forzarla a que lo diga, aunque me lleve toda la noche.
Me inclino hacia adelante, empujando la cabeza de mi polla contra su
clítoris y manteniéndola ahí. Está tan mojada, tan caliente, y me obligo a
no imaginar mi semen goteando, porque estoy tan cerca de reventar, tan
cerca de perder el control.
―Te dejaré así toda la noche ―la amenazo―. Dime Sofia. ¿En qué
estabas...?
―¡En ti! ―grita en voz alta, su cuerpo se estremece, la mirada en sus
ojos es una mezcla de placer y dolor real―. Estaba pensando en ti, en
nuestra noche de bodas, y, y...
―¿Y qué? ―Le sonrío sombríamente, la lujuria me inunda al oír su
jadeo. Empujo mi polla con más fuerza contra su clítoris, sintiendo otro
cálido chorro de pre-semen, y Sofia chilla de placer, sacudiendo la cabeza
salvajemente.
―Que te corrías en mi trasero, oh, Dios, Luca, por favor…
No puedo evitar reírme, y mi boca se tuerce en una sonrisa al imaginar
a mi dulce e inocente esposa tocándose a sí misma, llevándose al orgasmo
mientras me imagina pintándole el culo con mi semen, humillándola
mientras me masturbo sobre su hermoso cuerpo inclinado en el sofá. Es
incluso mejor de lo que había pensado.
Me retiro, alejándome de ella hasta que estoy demasiado lejos para
tocarla con cualquier parte de mi cuerpo, todavía agarrando mi polla
dolorida mientras le doy la parte final de su castigo. Su última
humillación, por esta noche.
―Adelante ―digo, dejando que el desprecio brille en mi voz―.
Córrete, si puedes.
Esperaba que dudara, que se sintiera avergonzada, pero está demasiado
lejos para eso. Se baja las manos por encima de la cabeza, las mete entre
sus muslos, el cinturón de cuero le roza la piel mientras sus dedos se
hunden en su resbaladizo coño, frotando su clítoris en un frenesí de
necesidad.
Es casi demasiado, tengo que apartar la mano de mi polla tiesa, o me
acariciaré hasta correrme yo también, y ella no va a tener el placer de
verme correr esta noche. Solo tengo que esperar a que salga, desterrarla a
la ducha, y entonces podré finalmente permitirme vaciar mis propias
bolas adoloridas.
No tarda mucho. Sofia se corre en cuestión de segundos, casi tan pronto
como se entierra los dedos en el coño, y cuando se toca el clítoris se arquea
hacia arriba con un gemido que es casi un grito, retorciéndose en la cama
y rechinando contra sus manos. Se corre durante lo que parece una
eternidad, la necesidad reprimida se desborda mientras se revuelve
contra sus manos, gimiendo desesperadamente mientras se corre y se
corre y se corre.
Es jodidamente hermoso. Es lo más sexy que he visto en mi vida, pero
no voy a dejar que lo sepa. En el momento en que se queda sin fuerzas en
la cama, mirándome aturdida, me río, y entonces me inclino hacia delante,
arrancando el cinturón de sus muñecas.
―Ve a limpiarte.
―Me mira confundida. Vuelvo a llevarme la mano a la polla dura, sin
poder evitarlo, pero no hago ningún movimiento hacia ella. Por la
expresión de su cara, veo que esperaba que me corriera sobre ella, que la
masturbara, que la follara, que le exigiera una mamada, algo... y ahora solo
estoy molesto, porque su castigo ha terminado y yo sigo desesperado por
correrme.
―Mierda, ve, Sofia. Límpiate.
―¿No vas a…? ―Su mirada se desvía hacia mi erección, y puedo ver el
hambre todavía en sus ojos, como si no acabara de tener el mayor orgasmo
de su vida.
Realmente quiere mi puta polla.
Y que Dios me ayude, quiero dársela.
―Por supuesto ―digo, casi burlonamente―, pero no contigo. Ve a
limpiarte mientras yo termino.
―Yo... ―traga con fuerza, se desliza fuera de la cama y da un tímido
paso atrás, observándome mientras me recuesto contra las almohadas y
empiezo a deslizar mi mano hacia arriba y abajo de mi polla con
movimientos lentos y firmes. Veo que su cara se ruboriza al vislumbrar la
humedad que brilla en mi pene, al darse cuenta de que es su propia
excitación la que cubre mi piel, que su coño estaba tan empapado que lo
estoy usando como puto lubricante.
―¡Vete! ―La fulmino con la mirada mientras empiezo a acariciar más
rápido, y ella se precipita al baño como si estuviera ardiendo.
Gracias a Dios. Deslizo la otra mano entre las piernas y me acaricio las
bolas adoloridas mientras empiezo a masturbarme con fuerza y rapidez.
Me corro en cuestión de segundos, con la palma de la mano apretada
sobre la cabeza hinchada mientras el torrente caliente sale disparado en
una oleada casi dolorosa de mi liberación, pero incluso mientras el semen
se desliza por mi eje, sigo estando dolorosamente duro.
¿Qué demonios?
Nunca me había quedado duro después de un orgasmo. No creía que
fuera posible, pero mi polla sigue rígida y no puedo evitar empezar a
acariciarla de nuevo, sacudiéndola con largos y lentos movimientos y
escuchando el sonido del agua en el baño, imaginando a Sofia desnuda
bajo el chorro, con el jabón goteando por su piel.
Esta vez, el orgasmo es aún mejor. Gimo en voz alta cuando siento que
entra en erupción, mi pene se hincha y la cabeza de la polla se agita
cuando consigo coger un pañuelo de papel, inclinándome mientras me
masturbo con movimientos rápidos y rápidos y veo cómo sale a chorros
sobre el pañuelo, imaginando que son los pechos, la cara y los labios de
Sofia los que estoy cubriendo.
Sale del baño justo a tiempo para verme deshaciéndome de los
pañuelos, todavía completamente desnudo, con la polla reblandeciéndose
mientras me dirijo al tocador.
Me acerco despreocupado, de nuevo dueño de mí mismo, ahora que la
rabia y la lujuria se han satisfecho.
―Te dije que tendrías que ganarte esto, Sofia, si lo quieres. ―Me pongo
un pantalón de pijama de seda negra, disfrutando de la sensación―.
Dijiste que no me deseabas, pero estabas mintiendo.
Me acerco a ella a grandes zancadas y le meto la mano por debajo de la
barbilla y la inclino hacia arriba mientras ella aprieta la toalla contra sus
pechos. Incluso después de correrme dos veces, tengo el repentino deseo
de quitársela, de arrojarla de nuevo a la cama y follarla con fuerza.
―Actuaste como si odiaras que te inclinara sobre el sofá cuando me
corrí en todo tu trasero. Como si te hubiera violado, pero entonces
también mentías, ¿no? No te molestes en volver a mentir ―añado
mientras sus mejillas se enrojecen―. Lo has admitido, antes. Si quieres mi
polla de nuevo, Sofia, si quieres mi semen sobre ti, vas a tener que
ganártelo. Al igual que tendrás que ganarte tu lugar aquí, como mi esposa.
Se queda con la boca abierta y no puedo evitar reírme de su expresión.
Quiere hacerse la inocente tímida, pero en el fondo los deseos de mi mujer
son tan sucios como los míos, si tan solo cediera a ellos. Pero tampoco
puedo permitirme ceder a ellos. Es mejor para ambos si no lo hacemos.
―No parezcas tan sorprendida ―digo, sintiendo de repente una oleada
de cansancio que me invade―. Estoy cansado de tu rebeldía, Sofia,
cuando todo lo que he hecho es intentar mantenerte viva, y mantenerte a
salvo. Te rescaté de la Bratva, te rescaté de Rossi, me casé contigo, y te
follé, y te ofrecí dinero y lujo, y todo lo que pudieras querer aquí, y aún
así actúas como una niña mimada, como si te estuviera encarcelando y
torturando, manteniéndote en contra de tu voluntad, cuando todo lo que
estoy haciendo es mantenerte viva.
Puedo sentir la rabia de nuevo, coloreando mis palabras. Esto podría
ser sencillo, pero Sofia se niega a permitirlo. Retiro la mano de su barbilla,
dando un paso atrás, y fijo una mirada despectiva en mi rostro mientras
la miro.
La deseo, no puedo negarlo. A veces me hace sentir medio loco, y
también me hace enojar. Es egoísta y mimada, lucha contra el orden
natural de las cosas, hace que todo sea más difícil de lo que tiene que ser.
Si me obedeciera, podría mantenerla a salvo. Podría mantenernos a todos
a salvo.
―Tengo responsabilidades, hay gente que depende de mí y presiones
que no podrías imaginar. Ha muerto una mujer, Sofia, una mujer que se
preocupaba por mí, que me trataba como a su hijo y tú estás jugando. Así
que, si me deseas, entonces madura. Toma tu lugar como mi esposa.
Aprende de Caterina y acepta la mano que te tocó en esta vida, pero hasta
entonces, haré contigo lo que quiera y yo también tendré mi placer donde
y como me plazca. ―Las lágrimas brotan de sus ojos entonces.
―Anoche te follaste a otra persona, ¿verdad? ―susurra―. Por eso no
viniste a casa. Querías acostarte con otra mujer, pero no querías traerla
aquí. Así que te fuiste a un hotel y.…
Por alguna razón, el dolor en su rostro, el dolor en sus ojos, me duele.
Tengo un repentino e inexplicable impulso de decirle que por supuesto
que no, que no voy a tocar a otra mujer, que es ella la que me vuelve loco
de deseo, y nadie más.
Pero eso no serviría de nada. No ayudaría a doblegarla a mi voluntad,
ni haría más fácil mantener mis emociones fuera de esto. A mantener un
límite entre nosotros que no me atrevo a cruzar.
―Eso no es asunto tuyo. ―Me doy la vuelta y me meto en la cama.
―¡Solo dime! ―La voz de Sofia se eleva bruscamente―. Solo quiero
saber... tengo derecho a saber...
Mi labio superior se curva al oír eso, y la miro fijamente. No puedo seguir
haciendo esto. Tiene que entender cuál es su lugar, sin importar lo que me cueste
a mí o a ella. Si no, morirá, y yo también. También lo harán otros.
―No tienes más derechos, Sofia, que los que yo te doy. Si elijo follar
con una docena de mujeres, no es tu problema. Si decido no hacerlo,
tampoco es tu problema.
Se necesita todo de mí para apartarme, rodando sobre mi lado mientras
apago la luz.
―Estoy cansado. Me voy a dormir. Te sugiero que hagas lo mismo.
Oigo sus suaves y apagados sollozos mientras se aleja de mí. No quiero
herirla. No quiero hacerle daño.
Pero más vale herida que muerta.
PRÓXIMO LIBRO
Todo se vale en el amor y la guerra.

El problema es que no quiero ser parte de


ninguno de los dos.
Quiero la paz con la Bratva. Seguridad para mi
esposa. ¿Y amor?
Eso nunca ha jugado un papel en nada de esto.
Pero cuanto más lucho contra eso, más me atrae.
Y ahora sé que ella guarda un secreto.
Uno que podría cambiar el futuro de ambos para
siempre.
Le hice una promesa a Sofía.
Todos están a punto de descubrir cuán
despiadado como hombre puedo ser.

Ruthless Promise es el libro final de la serie The Promise Trilogy.

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