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Ambos estábamos abrazados en la cama fumando unos cigarillos. No habíamos hablado desde que
terminamos y decidimos acurrucarnos uno al lado del otro. Ella no parecía la misma que me miró
cuando entré en la habitación, parecía algo más sombría. Todos tenemos demonios, supusé. No
quería establecer ningún contacto humano con ella y eso me hacía sentirme egoísta pero el viejo Alex
había vuelto y yo debía marcharme. Podías amar a alguien unos minutos, pero permanecí callado.
Después de media hora de absoluto silencio me aparté de ella, me incorporé en la cama y me dirigí al
baño. Cuando llegué frente a la puerta ella preguntó.
- ¿No lo oíste? - Yo no reparé en ese momento que ella había gritado mi nombre en nuestra
culminación conjunta, estaba absorto en mi trance de euforia y fuerza. Negué con la cabeza.
- No pude oír nada, me encontraba en algún tipo de trance - Me volví - ¿Era algo importante? ¿Te hice
daño? - Ella me miró con sus ojos de gata un instante y luego negó con la cabeza
- No hiciste nada que yo no quisiera - dijo ella, habiendo recobrado ese tono que me encontré al
principio.
Me metí en el baño cerrando la puerta tras de mí y me observe en el espejo, tenía todo el pelo
revuelto y mi color de piel se mezclaba con el blanco del fluorescente. Mis ojos marrones, algo tristes,
me miraban como buscando algo. Era yo el del espejo acaso, comencé a asustarme, y di un ligero
salto cuando oí unos golpes en la puerta. Era ella. Me preguntó con voz dulce si podía entrar, me lo
pensé un segundo, pero finalmente accedí. Abrió la puerta, aún desnuda. Dios santo, que buen
cuerpo tenía, era una diosa. Yo continué observándome en el espejo, sin prestarle atención, entonces
me rodeo con los brazos por la espalda y se aferró como no queriéndose separarse de mí.
- No es cierto, algo te está devorando por dentro y no puedes más con ello. Una mujer puede notar
cuando un hombre está desesperado, ansioso por una esperanza, simplemente por como fornica
con ella. Y tú, hoy, eras un demonio tratando de buscar una razón para no pegarse un tiro. Mira -
señaló sus caderas y en ellas se percibían una marcas por donde la había sujetado durante el acto -
Me agarraste como si yo fuera la solución a todos tus problemas.
- Lo siento si te hice daño pero, de verdad, estoy bien - dije reafirmando mi respuesta pero una
lágrima descendió por mi mejilla. Mi padre me molería a palos si me viera llorar delante de una
mujer, pensé yo. Pobre hijo de puta. Ella me acarició la mejilla esparciendo la lágrima pero caían
más, caían como lluvia de otoño.
- No te preocupes, estoy aquí ahora, no tienes necesidad de hacerte el duro conmigo. El mundo no
está aquí para verte - Al oír esas palabras, caí sobre mis rodillas y sollocé como un niño pequeño que
ha perdido a su madre, pero ella no se separó de mí lo más mínimo, noté como su pelo castaño
oscuro rozaba la parte superior de mi espalda y sus brazos se apretaban firmemente contra mí.
Mi llanto era horrible, nunca pensé que podía llorar de aquella manera. Aún así ella no se apartó, solo
me decía esta bien y me acariciaba mi cara cubierta de lágrimas. Cuando acabé de llorar ambos nos
incorporamos, me volví, miré sus ojos de gata y la besé suavemente. Ella me cogió de la mano y me
llevo a la cama y allí repetimos pero esta vez no sentí la euforia ni la fuerza del demonio en mi
interior. Ambos nos abrazamos cuando acabamos y estuvimos otra media hora en silencio, pero ví
que su rostro estaba vivaz y sonrojado. Nada de sombras. Entonces me miró con esos ojos café
enormes, sonrió dulcemente y me besó. Nos duchamos juntos y al salir me secó todo el cuerpo y me
vestí inmediatamente después. Ella volvió a colocarse todo, se puso un albornoz, y me acompaño a la
puerta. La abrió lentamente y la dejó entreabierta, me rodeo nuevamente con sus brazos y me besó
con una ternura difícil de explicar. Crucé el umbral de la puerta y me despedí de ella. Ambos nos
miramos un largo rato pensando en nuestro secreto. Me volví y caminé hacia el ascensor mientras oía
como se cerraba la puerta.