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Entré en aquella habitación lujosa en la quinta planta.

Era la cuarta vez que estaba allí, sabía lo que


me esperaba. Yo, sinceramente, no me encontraba demasiado bien. Acaba de perder otro trabajo y
solo me quedaban cincuenta euros en la cartera. Me preguntaba constantemente como había llegado
a ese punto, en que momento me torcí, como pasé de ser el mejor alumno de mi promoción a un
simple albañil o un mozo de almacén malhumorado.
Y allí estaba ella, vistiendo una lencería negra que caía sobre su cuerpo, haciendo cierto contraste con
su piel de porcelana. Observaba sus pechos, sostenidos con dificultad por el sujetador, aquel liguero
que descendía, atándose a las medias de lana fina que llegaban hasta aquellos muslos. En un instante
me olvidé de todo, nada era más importante que mirar esas piernas envueltas en las medias. Ella me
sonrió con picardía. Sabía como volver loco a un hombre, cualquier mujer sabía como volver loco a un
hombre. El mundo parecía haberse detenido. La mayoría de hombres caían presos de esto, una mujer
con lencería, no podrías resistirte a tus instintos naturales. Solo sucumbías, esperando morir entre
aquellas piernas para no tener que volver a casa, para no recibir más cartas, para no gastar más
dinero.
Me acerqué a ella sin mediar palabra y la besé, notando el sabor del carmín, sus labios gruesos
jugaban conmigo mientras su lengua luchaba con la mía. La habitación con las lámparas lujosas y sus
paredes en color beige, eran todo el mundo. Entre besos nos tumbamos en la cama y al despegarme
de ella, sus grandes y tiernos ojos marrones, como los de un gato, me miraron. Recorrían todo mi
cuerpo de arriba abajo y viceversa mientras se mordía el labio inferior. Me desvestí entero. Ella con el
dedo índice de su mano derecha me hizo una seña de que me acercara. Me detuvo, aún yo de pie, al
borde la cama. Entonces se tumbó con la cabeza en mi dirección y me acogió con sus labios,
produciendo en mí una descarga eléctrica que recorrió toda mi espina dorsal, contrayendo
absolutamente todos los músculos de los cuerpo. Ella sabía como trabajar, sabía muchas cosas, sabía
la porquería del mundo, sabía que los hombres a veces solo necesitan hablar y otras, simplemente
necesitan calor femenino. Pero todo eso no encaja en la sociedad, como hombre debes sufrir en
silencio, eres débil si te quejas, si lloras, si explotas. Generación de mierda inculcando otra generación
de mierda.
Yo, conteniéndome con todo mi ser, me aparte a un par de centímetros de su boca. Hice que se
tumbara de manera inversa a la que estaba. Me arrodille y comencé a jugar con ella. Retiré sus bragas
negras. Notaba todo de ella, sus contracciones involuntarias, su olor a jabón de rosa mosqueta, sus
jadeos. Desde ese punto parecía fácil complacer a una mujer. Entonces soltó un ligero grito a la vez
que se retorcía como una serpiente atrapando a un roedor. Supe que estaba lista. Le dí la vuelta y ella
misma se colocó en la posición de mesa. Me acerqué a las puertas del cielo y noté, en mí, cierto
sentimiento de apatía mezclado con excitación. Creí volverme loco. Y antes de que aquel sentimiento
me derrotara por completo me introduje en su interior a la vez que ella soltaba un gemido
involuntario. No me entendía, no entendía nada, y preso de una potente euforia aceleré mis
embestidas con mi atención en ese magnífico trasero y en como sus piernas, rodillas y manos se
esforzaban por mantenerla en posición. Me había poseído un demonio, entregándome su fuerza, y allí
estaba como un caballo desbocado. Sus gemidos estaban de fondo pero poco me importaba eso, me
preocupaba yo, mi disfrute, sentir como me desgastaba con cada embestida. Me encontraba cerca del
nirvana y ella pudo sentirlo, sintió como me hice más grande dentro de ella. Como la amargura y el
fracaso se desvanecieron en sus piernas. Culminé vertiendo todo mi veneno dentro de ella a la vez
que ella gritó mi nombre. No reparé en ello en el momento pero nunca le había dicho mi nombre. Me
sentí algo mareado y me desplomé, como un pez congelado, en la cama.

Ambos estábamos abrazados en la cama fumando unos cigarillos. No habíamos hablado desde que
terminamos y decidimos acurrucarnos uno al lado del otro. Ella no parecía la misma que me miró
cuando entré en la habitación, parecía algo más sombría. Todos tenemos demonios, supusé. No
quería establecer ningún contacto humano con ella y eso me hacía sentirme egoísta pero el viejo Alex
había vuelto y yo debía marcharme. Podías amar a alguien unos minutos, pero permanecí callado.
Después de media hora de absoluto silencio me aparté de ella, me incorporé en la cama y me dirigí al
baño. Cuando llegué frente a la puerta ella preguntó.

- ¿No lo oíste? - Yo no reparé en ese momento que ella había gritado mi nombre en nuestra
culminación conjunta, estaba absorto en mi trance de euforia y fuerza. Negué con la cabeza.
- No pude oír nada, me encontraba en algún tipo de trance - Me volví - ¿Era algo importante? ¿Te hice
daño? - Ella me miró con sus ojos de gata un instante y luego negó con la cabeza

- No hiciste nada que yo no quisiera - dijo ella, habiendo recobrado ese tono que me encontré al
principio.

- Muy bien - dije yo

Me metí en el baño cerrando la puerta tras de mí y me observe en el espejo, tenía todo el pelo
revuelto y mi color de piel se mezclaba con el blanco del fluorescente. Mis ojos marrones, algo tristes,
me miraban como buscando algo. Era yo el del espejo acaso, comencé a asustarme, y di un ligero
salto cuando oí unos golpes en la puerta. Era ella. Me preguntó con voz dulce si podía entrar, me lo
pensé un segundo, pero finalmente accedí. Abrió la puerta, aún desnuda. Dios santo, que buen
cuerpo tenía, era una diosa. Yo continué observándome en el espejo, sin prestarle atención, entonces
me rodeo con los brazos por la espalda y se aferró como no queriéndose separarse de mí.

- ¿Estás bien, cariño? - Me preguntó ella - Estás temblando.

- Estoy bien - dije

- No es cierto, algo te está devorando por dentro y no puedes más con ello. Una mujer puede notar
cuando un hombre está desesperado, ansioso por una esperanza, simplemente por como fornica
con ella. Y tú, hoy, eras un demonio tratando de buscar una razón para no pegarse un tiro. Mira -
señaló sus caderas y en ellas se percibían una marcas por donde la había sujetado durante el acto -
Me agarraste como si yo fuera la solución a todos tus problemas.

- Lo siento si te hice daño pero, de verdad, estoy bien - dije reafirmando mi respuesta pero una
lágrima descendió por mi mejilla. Mi padre me molería a palos si me viera llorar delante de una
mujer, pensé yo. Pobre hijo de puta. Ella me acarició la mejilla esparciendo la lágrima pero caían
más, caían como lluvia de otoño.

- No te preocupes, estoy aquí ahora, no tienes necesidad de hacerte el duro conmigo. El mundo no
está aquí para verte - Al oír esas palabras, caí sobre mis rodillas y sollocé como un niño pequeño que
ha perdido a su madre, pero ella no se separó de mí lo más mínimo, noté como su pelo castaño
oscuro rozaba la parte superior de mi espalda y sus brazos se apretaban firmemente contra mí.

Mi llanto era horrible, nunca pensé que podía llorar de aquella manera. Aún así ella no se apartó, solo
me decía esta bien y me acariciaba mi cara cubierta de lágrimas. Cuando acabé de llorar ambos nos
incorporamos, me volví, miré sus ojos de gata y la besé suavemente. Ella me cogió de la mano y me
llevo a la cama y allí repetimos pero esta vez no sentí la euforia ni la fuerza del demonio en mi
interior. Ambos nos abrazamos cuando acabamos y estuvimos otra media hora en silencio, pero ví
que su rostro estaba vivaz y sonrojado. Nada de sombras. Entonces me miró con esos ojos café
enormes, sonrió dulcemente y me besó. Nos duchamos juntos y al salir me secó todo el cuerpo y me
vestí inmediatamente después. Ella volvió a colocarse todo, se puso un albornoz, y me acompaño a la
puerta. La abrió lentamente y la dejó entreabierta, me rodeo nuevamente con sus brazos y me besó
con una ternura difícil de explicar. Crucé el umbral de la puerta y me despedí de ella. Ambos nos
miramos un largo rato pensando en nuestro secreto. Me volví y caminé hacia el ascensor mientras oía
como se cerraba la puerta.

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