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Lo era todo para mí, un hombre que no podía hacer nada malo, pero
entonces hizo lo único que prometió que nunca haría:
ME ROMPIÓ EL CORAZÓN.
Todas las chicas tienen a ese tipo al que no pueden olvidar o dejar
atrás por completo, sin importar lo tóxica que haya sido la relación o lo
mal que haya terminado. Bueno, esta historia es un poco diferente.
Mucho amor,
Muchas personas tienen miedo a la oscuridad.
Monstruos
Demonios.
El hombre del saco. Sea lo que sea a lo que le temes, es porque te has
permitido tener miedo de esa oscuridad desconocida.
Pasé la mayor parte de mi infancia oculta entre las sombras, y por eso
me reconforta. En la oscuridad total, puedo ocultar mi rostro, mis ojos, mi
culpa. Nadie puede verme. Nadie puede leer mi rostro y saber cómo me
siento.
Es un placer, sinceramente.
―Hoy has estado muy callada ―murmura, pasando sus dedos por mi
brazo. Levanta mi mano y me besa el dorso, sus brillantes ojos azules
encuentran los míos. Destellan por las luces que se filtran a través de la
ventana―. Deberías intentar dormir.
―Solo estoy preocupado por ti, Shannon. Tengo todos los motivos para
estar preocupado. ―Y todavía está molesto por la discusión que tuvimos
antes porque no quería que me sedaran otra vez porque sentí apenas un
indicio de dolor. Estaba bien. Juro que lo estaba. Él solo estaba siendo su
yo dominante habitual.
―¿Qué? ―pregunta.
No respondo.
―Sí que dijiste algo. ¿Serías tan amable de repetirlo? ―Él es alto, con
la barbilla elevada, su cabello castaño suelto y desordenado alrededor de
las orejas y la frente.
Él suspira.
―Bien. ¿Quieres saber lo que dije? ¡Dije que quiero que dejes de
preocuparte por mí, John! No necesito que te preocupes tanto por cada
pequeña cosa, ¿de acuerdo? Estar aquí sentado ya es bastante difícil.
¡Quiero que sigas adelante antes de que sea demasiado tarde! Olvídate de
mí y de este maldito hospital y prepárate para lo que sigue. Ambos
sabemos que no iré a ninguna parte, bueno, en realidad, no. Retiro lo
dicho. Si me voy a alguna parte, será porque mi cadáver será sacado de
esta habitación y enterrado a dos metros bajo tierra. Tú te irás a casa y yo
me habré ido.
―Algún día tendrás que hacerlo. ―Veo a sus ojos llorosos, tratando de
luchar contra el dolor en mi pecho, pero por supuesto lo siento todo. Me
duele por él porque no me gusta verlo molesto. No me gusta pensar que
tendrá que vivir sin mí―. Voy... voy a morir, John. ¿No lo ves? ―Mi voz
se quiebra al hablar. Es involuntario. No quiero llorar, ahora mismo no,
pero no puedo no llorar con él. Es mi esposo, mi todo, y el hecho de que
esto le ocurra a él me destroza. No es su culpa, sin embargo, se culpa
constantemente a sí mismo.
Sus ojos enrojecidos se llenan de lágrimas y trata de acercarse a mi
rostro, pero me doy la vuelta hundiéndome de nuevo contra la dura cama
de hospital.
―¿Puedes volver a apagar las luces, por favor? ―No puedo aceptar sus
palabras alentadoras en este momento. Ambos sabemos que no hay
milagros en camino.
―John ―susurro.
―¿Si, nena?
La voy a aplastar. ¿Esa esperanza en sus ojos? ¿Esa fe? Ya está aplastada
y lo sé.
No debería ser tan injusta. Quiero decir, soy su esposa y si fuera él quien
se estuviera muriendo, no me atrevería a dejar el hospital ni un segundo,
sin importar la carrera que tuviera, pero soy terca y lo admito, puedo ser
una perra, sobre todo cuando estoy deprimida. Ataco a las personas que
amo cuando soy infeliz y eso es algo que odio de mí misma.
Solo quiero una vida mejor para él. Si hubiera sabido que me iba a pasar
esto, nunca habría aceptado casarme con él, y él podría haber invertido su
tiempo en otra cosa.
No hay nada que desee más que él vuelva al trabajo, que vuelva a lo
que tanto le apasiona, y que siga construyendo su vida. Le he dicho
muchas veces que está bien que vaya a trabajar durante el día, que estaré
bien con las enfermeras y los médicos cerca.
Levanto la mano y paso la punta de mis dedos por el pico de viuda que
se encuentra en mi frente. En mi opinión, es la mejor parte de mí. Me
sienta bien, la forma en que se dirige a mis rasgos, realzando lo que queda
de mí.
Mis labios carnosos, de los que John no se cansaba cuando estaba sana.
Ahora están agrietados, pero antes de todo esto -de los sedantes, las
píldoras y los medicamentos- eran perfectos.
Siempre besables.
Vickie asoma la cabeza unos segundos después con ojos cansados, pero
con curiosidad.
―Sí. ¿Te importaría apagar las luces? John se olvidó de apagarlas antes
de salir.
Mi salud fluctúa.
Nos fue bien; nos quedamos con mi abuela hasta que falleció cuatro
años y medio después. Para entonces, había encontrado un trabajo en un
bonito bar en el centro de Charlotte llamado Capri y trabajaba en largos
turnos de noche. Dormía poco, pero me encantaba trabajar en ese bar. Me
encantaba el aura, la música, las luces, ese bar era mi libertad.
Además, bueno, Max estaba buenísimo, así que todos querían su cara
detrás del mostrador mucho más que la mía.
Él tenía una piel suave y rojiza, pelo negro corto y ondulado. Ojos
almendrados y penetrantes del color de la miel, y unos hoyuelos para
morirse. Era alto y ancho, tonificado y musculoso en todos los lugares
correctos, como esos jugadores de la NBA que no puedes dejar de ver
cuando están en la pantalla.
Las chicas venían solo por él e incluso los hombres guapos pensaban
que era un hombre lo suficientemente genial como para pedirle una copa.
Le pagaban más, lo que significaba que yo estaba atrapada en mi rincón
de mierda recibiendo propinas baratas de pervertidos y solitarios.
Max no tenía ningún problema conmigo. Quiero decir, ¿por qué iba a
hacerlo? Le pagaban bien, era guapo y todo el mundo lo sabía, tenía un
buen auto, una novia atractiva... lo tenía todo. La lista podría continuar
durante días. Podría haber estado viviendo la vida de un jugador
profesional.
Pero una noche... todo cambió, y ya no era una extraña para Max.
Eugene me llamó a su oficina con una mirada hosca, y las palabras que
compartió no eran las que yo quería escuchar.
Parpadeó, asombrado.
―¿Qué quieres?
―¿Y bien? ―Mis cejas se levantaron y agité una mano impaciente antes
de sentarme de nuevo contra mi asiento y cruzar los brazos.
―Me enteré de que Eugene te iba a dejar marchar y... ―se rascó la parte
superior de la cabeza―, bueno, le dije que si te ibas, sería una jugada
realmente estúpida. No se tomó mi declaración a la ligera, por supuesto.
Ya sabes cómo es ese imbécil. Pensé que acabaría despidiéndome, pero en
lugar de eso le hice reflexionar y te ofrece recuperar tu puesto de trabajo.
A cambio, trabajaré menos horas. Así es justo para todos.
―Bien, puede que una parte sea también porque Eugene es mi tío
político y le dije que sería muy tonto dejar marchar a alguien como tú.
Quiero decir, trabajas duro. Te diviertes. Eres muy buena en lo que
haces... bueno, creo que te aprecian mucho tus bebidas, la gente te quiere.
Eres una necesidad aquí y este es el negocio de mi padre, odiaría ver cómo
se hunde por un error tonto como éste. También odiaría escuchar que
estoy sin trabajo en una nueva ciudad mientras estoy en la escuela, todo
porque mi tío quiso ser un idiota. Así que, Shannon, no estás despedida.
―Eso es, a menos que no quieras trabajar más aquí... ―Su voz no era
tan segura como antes.
―No tenías que hacer eso, ¿sabes? ―murmuré, saliendo del auto y
cerrando la puerta tras de mí.
Miró por encima del hombro una vez antes de desaparecer. Me quedé
mirando al frente, resoplando una carcajada con total incredulidad.
¿Pero ese favor que me pidió Max? Resultó que no era sencillo.
Realmente quería decir que se lo debía, y no con trabajo, o cubriendo un
turno por él una noche para que pudiera llevar a su novia o a alguna chica
al azar a una cita, sino algo totalmente distinto.
―¿Sí?
Me río.
Sonrío.
―Lo sé.
―Lo sé. ―Hago una pausa y tuerzo los labios―. Solo prométeme que
no estarás extremadamente deprimido porque no quiero eso ―suplico,
aun tratando de mantener el ánimo ligero.
Nunca ha querido tener nada que ver con las drogas y, hoy en día, casi
nunca lo atraparás bebiendo licores fuertes. Se mueve en torno a los vinos
tintos y blancos e incluso una cerveza artesanal aquí y allá.
Nuestros pasados son muy similares, y por eso creo que conectamos
tanto. Podemos relacionarnos y entender las luchas y la terquedad del
otro, y sin embargo, cuando estamos juntos somos los más vulnerables.
―Prometo evitar las discusiones si, y solo si, me prometes que vas a
volver a trabajar, al menos durante el día.
Su cara se pone rígida y ya puedo decir que está listo para salir furioso
de la habitación otra vez.
Lo conozco. Está listo para decirme que no, pero sabe que decir que no
ahora mismo resultará en otra discusión y en ningún trato, así que dice:
―Para mí es suficiente.
―De acuerdo.
Un mensaje de texto.
Max me dijo que tuvo que convencer a Eugene de que contratara a más
gente porque se acercaba el verano y los universitarios saldrían de la
escuela y buscarían un lugar para pasar el rato. La carga de trabajo sería
demasiado para los empleados actuales, así que era mejor estar
preparados de antemano. Tenía razón y, por suerte, salvó el trasero de
Eugene de tener una seria charla conmigo cuando vi que tenía más horas
en mi agenda.
Inclinándose hacia delante, con su pecho cerca del mío, Max murmuró:
―Vamos, Shannon. Esto es un pase libre para mí. No es que sienta que
realmente 'me debes' o algo así, pero sé que me aprecias por ayudarte a
mantener tu trabajo.
―Sí.
Presionándonos.
Tocándonos.
―Mmm.
―Nunca has terminado una copa en este bar, Shannon Hales. Alguien
debe haberte puesto un poco caliente y sedienta, ¿eh? ―Quincy sonrió
con satisfacción.
―Oh, por favor. Solo necesitaba una. ―Le hago un gesto para que se
vaya.
―Escuché que una vez que te tiene, no hay forma de que dejes de
pensar en él, oí que ese hombre es un dios en el dormitorio. Al final lo
estarás adorando. ―Se abanicó con exageración―. Lástima que no le
gusten los hombres finos como yo. ―Quincy levantó la mano y fingió que
se sacudía el pelo invisible por encima del hombro mientras se giraba
hacia las bebidas. Solté una carcajada mientras torcía su piercing en la ceja
y fruncía los labios―. Tómalo, Shannon. ¡Tómalo y no lo sueltes nunca!
¡Sabes que lo quieres! ―Su arrebato hizo que algunas de las meseras nos
miraran con el ceño fruncido. Evité sus ojos, dándole una mirada de cállate
antes de que te mate.
Ya casi era hora de cerrar y como la noche era lenta, sabía que Eugene
me mandaría a casa. Mientras limpiaba el mostrador del bar, la puerta del
salón de empleados se abrió y salió Max. Cuando salió, mi sonrisa se
desvaneció por completo.
Quincy sacudió la cabeza con una mano en la cadera, con una mirada
de puro asco en su rostro mientras los veía pasar.
Dolor de huesos.
Fatiga.
Falta de aliento.
Odio la enfermedad.
Me incorporo atontada.
Sus ojos marrones se expanden, la luz del sol resalta su piel morena. El
tono de su piel me recuerda al de mi padre.
Me encojo de hombros.
―Es la verdad.
Yo suspiro.
Leah y yo estamos muy unidas, así que sabe que odio que intente
mimarme o mostrarme simpatía. Por eso se fue.
Entrecerré los ojos y me acerqué a él. Estaba casi entre sus piernas, pero
me mantuve a una buena y segura distancia. Mostrar cualquier signo de
debilidad cerca de él no era una opción.
―Te daré una noche, pero solo una ―dije, levantando un solo dedo―.
Y tenemos que ir a un lugar al que realmente quiero ir.
―De acuerdo. ―Se pasó una mano por la cabeza. Su pelo era ondulado,
como las olas del mar en la noche―. Di la hora y el lugar.
Pero no funcionó.
Frunció el ceño.
Admito que estaba un poco desesperada por él. Era el mejor hombre
que había visto en meses. Lo veía casi todas las noches, y yo le interesaba.
Realmente, realmente le interesaba.
Sin embargo, me preguntaba por qué. Yo era la chica más aburrida que
trabajaba en Capri y, lo admito, no era la más atractiva del grupo. ¿Qué
había en mí que le hacía desear la persecución?
Yo: No puedo dejar de pensar en los cupcakes y las bebidas que compartiremos
en Crave. He oído que el pastel de zanahoria está para morirse.
Sí, todavía estaba poniendo a prueba su ego, pero esto era divertido, y
por primera vez en mucho tiempo, me sentía viva. Coquetear no me
resultaba natural, pero hacerme la difícil, y por alguna razón a él le
gustaba eso, y a mí me gustaba que a él le gustara eso.
Pero tengo que hacerlo. ¿Por qué? Porque estar con Max fue
probablemente uno de los mejores momentos de mi vida, aunque al final
haya abierto los ojos.
Sentirse vivo para mí, es estar cerca de alguien que puede hacerte sentir
cosas que nunca creíste posibles. Una persona que puede ayudarte a
apreciar cada pequeño momento, incluso los malos. Sentirse vivo es
cuando tu corazón late con locura al ver acercarse a la persona que amas.
Esa persona enciende tu alma y enciende las mejores partes de ti, te hace
ver lo bueno de ti mismo cuando te miras al espejo cada día, y cuando te
miras, simplemente... brillas.
Brillas con fuerza y valentía como el sol en los primeros días del verano.
Eres hermosa. Sientes que puedes dominar el mundo con solo esa pizca
de amor en tu corazón.
Tal vez no debería llamarlo solo sentirme vida. Tal vez debería llamarlo
también felicidad. Sin duda, hubo un tiempo en el que pude decir que
Max me hacía la mujer más feliz del mundo, pero a veces ocurren cosas
que están fuera de nuestro control, y esa felicidad se transforma en otra
cosa, algo deprimente y desgarrador.
Ella era retro, vestía con tirantes plateados, coletas en el pelo y pijamas
de arco iris. Sin embargo, la amaba por eso. Era única, la misma razón por
la que permití que se convirtiera en mi compañera de cuarto. Nunca
pretendía ser nadie más que ella misma.
Max tenía una mano apoyada en la pared del otro lado de la puerta,
imponiéndose sobre mí con una sonrisa en los labios. Su cercanía me tomó
desprevenida y di un paso atrás, frunciendo las cejas.
―Dile que no hay nada malo en que una mujer vaya en pijama un
viernes por la noche.
Se rio, dando un paso atrás para dejarme salir por la puerta. Cuando
saqué las llaves y empecé a cerrar la puerta, vi a Emilia corriendo hacia el
salón y pronunciando las palabras:
Él continuó.
―No pienses nada de eso, tus cortinas estaban abiertas de par en par.
Es un poco difícil no ver a una mujer como tú, caminando de un lado a
otro en el segundo piso. ―Se rio―. Créeme, no soy un acosador, Shakes.
Me dirigí al lado del pasajero de su Audi negro con plata. Esperé a que
abriera las puertas, pero se quedó parado a unos pasos del vehículo, con
un aspecto más sexy que nunca mientras me escaneaba con la mirada.
―No creo que sea Crave lo que te apetezca tener esta noche. ―Caminó
alrededor del auto, disminuyendo la brecha entre nosotros.
Mi corazón se aceleró.
―¿Cómo lo sabes?
―Parece que quieres lo que viene después. ―Ahora estaba justo delante
de mí―. Me quieres a mí, ¿verdad? Porque yo te quiero a ti.
―¿Para la cena?
―Después de la cena...
―Tal vez.
―¿De qué estás hablando? ―Eso es, Shannon. Sigue haciéndote la tonta.
―¿Perjudicial?
―Vas a destruirme, ya puedo sentirlo.
Se rio.
―Sí. ¡Vamos! ¡Dame vida, pequeña Shakes! Necesito que bailes para
mí.
―Está bien, de acuerdo ―dije―. Pero esto es por las bebidas, no por ti.
Levanté las manos hacia el techo y agité mi cuerpo al ritmo de L.A. Love
de Fergie. No sé por qué su radio ponía de repente a Fergie, pero no me
avergoncé mientras bailaba para él.
Bromear con Max parecía ser una rareza en él, una parte de sí mismo
que no revelaba a demasiada gente. Conmigo, le salía de forma natural y
yo lo apreciaba.
―¿Estás segura?
Mi sonrisa cae.
―John, para. ―Le agarro la mano y le acaricio el dorso con la yema del
pulgar―. Solo estás estresado y preocupado, cariño. Todo estará bien
cuando todo esto termine... ―Cierro la boca y John levanta la cabeza, sus
ojos se fijan en los míos al instante y se llenan de lágrimas.
―Él sacrificó a su propio hijo, John. ¿Qué te hace pensar que nosotros
somos especiales?
―Estoy diciendo que tal vez esto te está sucediendo porque él sabe que
puedes manejarlo...
Y está claro que él también lo escuchó, porque suspira, cierra los ojos
durante un breve instante y los vuelve a abrir, mientras una lenta lágrima
resbala por su mejilla.
Por eso sé que pronto me iré. Porque, aunque él piense que no puede
manejar mi pérdida, yo sé que sí. Con el tiempo seguirá adelante, se hará
más fuerte, más sabio, mejor. Lo aceptará y seguirá adelante con su vida,
quizás no durante los primeros meses, pero lo hará.
Y cada día deseo que esta agonía termine. No por mí, sino por él.
―¡John, vamos! ―Le hice un gesto para que se diera prisa mientras
abría la puerta de cristal del crucero.
―¡Mierda!
―¡Tessa! ¿Es eso lo que creo que es? ―Me encontré con sus ojos verdes.
Ella asintió con la cabeza, extasiada.
Miré por encima de ella a Danny, que sonrió tímidamente. Era tan
tímido, y un poco introvertido, pero era perfecto para Tessa.
―Es casi mejor que el tuyo, Shannon. ―Se echó a reír y yo fruncí los
labios, levantando el dedo anular como si fuera el corazón.
―Sí, iré contigo. ―Danny caminó con John y Tessa y yo los vi partir.
―¡Lo tiene! Ahora vamos, bicho del amor. ―Tiré de su mano, girando
hacia la pista de baile―. Vamos a bailar y a demostrarles por qué se casan
con nosotras.
Error.
Después de toser seis veces, perdí la cuenta. Era una tos continua, que
no podía controlar por mucho que lo intentara. Temía el resultado, no
porque no estuviera segura de lo que era, sino porque sabía exactamente
lo que era.
Solté una última ronda de tos y fue la peor de todas. Mi garganta, estaba
adolorida y tensa, se sentía como si las garras de un tigre la hubieran
arañado. Pero, finalmente, la tos cesó. Recobré el aliento, pero cuando vi
mi mano, vi manchas rojas.
Tessa jadeó y vio mi mano y luego volvió a mirar hacia mí. Sus ojos se
dirigieron a la comisura de mi boca, a la sangre que se había acumulado
ahí también.
―Oh, Dios. Shannon. ―Sus ojos estaban más abiertos que nunca―.
¿Estás bien? ―Nunca había visto a Tessa tan asustada, y nunca había visto
a John moverse tan rápidamente cuando vio la sangre también.
Resultó que tampoco era cáncer, así que volví al médico anterior, que
buscó la ayuda de médicos especializados en varios campos de trabajo.
Mi vida, así como así, parecía haberme sido arrebatada de golpe. Todo
por lo que había luchado... todo por lo que había pasado. Sentí como si
todo hubiera sido para nada.
Me equivoqué.
Todo eso, el futuro y todo lo que se nos prometió, desapareció así nada
más. El suelo podría haberme tragado entera.
¿Por qué intentar vivir la vida que merecía si no había vida que esperar?
Entonces deseé no haber dudado. París. Esa era una de mis metas. Se
suponía que íbamos a viajar ahí después. Claramente, eso ya no iba a
suceder.
Mi vida y la de mi hermana cuando éramos niñas e incluso adolescentes
era oscura, solitaria y horrible, y que por fin se nos hiciera algo de luz, que
nos sacaran de la oscuridad, fue una bendición. Nos lo merecíamos.
Me convirtió en madre de una hermana que era solo cuatro años menor
que yo. Sacrifiqué tanto, no solo por mí, sino por ella, hice tanto para que
ella pudiera tener un futuro mejor. Me maté a trabajar día y noche, luché
por ella y por mí misma hasta sangrar. Trabajé para que ella pudiera ir a
la escuela y recibir una educación.
Podría haberme rendido y no haber hecho nada de eso, pero no fui tan
egoísta como para dejarla sola en este mundo. Yo era todo lo que le
quedaba, y ella lo sabía.
Casi parecía que ella pensaba lo mismo que yo porque en ese momento
nuestras cabezas se giraron y nuestra atención se desvió del doctor Juárez
hacia el otro.
Luché con todas mis fuerzas para contener las lágrimas y ser fuerte por
ella, pero no duró ni un segundo. Porque no era lástima lo que vi en sus
ojos ese día. Era miedo.
Verlo así, tan pálido y angustiado, hizo que se me saltaran las lágrimas.
―No puedo creer esto ―murmuró―. Tú. No tú. ¿Por qué tú? ¿Por qué?
―preguntó por qué muchas veces esa noche, y supe que no solo me
hablaba a mí, le estaba preguntando al gran hombre de arriba.
Y con un trozo de ese cristal roto, la idea de usarlo y cortarme las venas
estaba siempre en mi mente. Haría el proceso más rápido, más fácil. Lo
haría para que no siguieran esperando mi muerte.
Por Tessa.
Los amaba, y si seguir viva por ahora los hacía felices, así sería.
Aguantaría solo para ver otra sonrisa en sus rostros, lucharía lo suficiente.
―No vas a luchar sola. No tienes que fingir que esto no está ocurriendo.
No tienes que bromear con esto ni tomarte esta situación a la ligera. Sé
que tienes miedo, sé que estás sufriendo. Puedes llorar conmigo, puedes
enojarte, y si necesitas arremeter, hazlo conmigo. Yo también estoy
molesto, pero estamos aquí juntos en las buenas y en las malas, para lo
bueno y para lo malo. Por siempre y para siempre. ―Bajó la cabeza y
apretó sus labios contra los míos, haciendo que el horno de mi vientre
ardiera.
1
Personaje de ficción creado por J. K. Rowling en la serie de libros Harry Potter. Era un elfo doméstico
pequeño, encorvado, e incluso más delgado que los demás de su especie.
―Por siempre y para siempre ―susurró.
Max.
Migrañas.
Sin embargo, cuanto peor estaba, más sabía que había cometido un
error. No estaba mejorando, me estaba desmoronando lento pero seguro
debido a mis pulmones dañados y nada podía detenerlo. Había alguien
que podía hacerme sentir mejor con solo ser él mismo y sabía que esa
persona era Max, incluso una simple visita me habría hecho sentir mejor.
¿Por qué no podía seguir todo en paz? ¿Por qué no podía simplemente
estar sana?
De los miles de millones de personas que hay en este mundo, ¿por qué
tenía que ser yo una de ellas para pasar por esto? No le desearía esta
enfermedad a mi peor enemigo, así que todo lo que pregunto es: ¿por qué
yo?
¿Qué he hecho? ¿Por qué tengo que seguir sufriendo? ¿Por qué tengo
que ser yo quien muera?
¿Por qué?
Solo dime qué hice mal...
Quiero decirle...
Una chica de piel color moka y con las puntas decoloradas en su pelo
rizado le sonrió. Antes de darme cuenta, estaba en nuestra mesa con un
bloc de notas en la mano y una amplia sonrisa en los labios.
―Hola ―cantó ella, mirándolo a los ojos―. Soy Janelle y seré tu mesera
esta noche. Cualquier cosa que necesites ―murmuró, mirando de sus ojos
a su regazo―, y estaré más que feliz de proporcionarte lo que sea.
Se encogió de hombros.
―Espera. ¿Así que estás llamando a esto una cita? ―Sus ojos se
abrieron de par en par con diversión.
Créeme, la cena era increíblemente incómoda cada vez que ella volvía
a la mesa para ver cómo estábamos, fingiendo estar de buen humor. Ya
no estaba muy segura de cómo manejarnos, pero no podía evitar la
sonrisa que se dibujaba en mis labios cuando miraba a Max.
Max rechazó a una chica por mí. No es que fuera fea ni nada por el
estilo, en realidad era muy bonita, pero lo hizo por mí.
―Por cierto, eso fue muy mezquino ―le susurré cuando terminamos
de cenar.
―No fue mezquino, era la verdad y a veces la verdad duele. ―Se acercó
a la mesa para tomarme la mano y utilizó la otra para recoger parte del
glaseado que se había caído de mi tarta de zanahoria.
―Espero que te des cuenta de que eso hizo que quiera follar contigo.
―Sus ojos seguían encendidos.
Yo sonreí.
Podría haberlo dejado ahí o incluso pedirlo para llevar, pero sabía que
no me lo comería mientras estuviera con Max, no una vez que
estuviéramos solos de nuevo. También creía firmemente en no
desperdiciar la comida. Después de pasar semanas sin comer, con la
esperanza de arañar la superficie encontrando un trabajo a los dieciséis
años, juré no volver a desperdiciar ni una migaja en mi vida. Pasar hambre
no era una broma.
Así que este era el Señor Grant. El joven de veinticuatro años que todas
las chicas querían tener en su cama. Las llevaba a citas, a lugares como
Crave o a un pintoresco bar de lujo en la zona alta de la ciudad, como
Capri, y las ponía un poco ebrias.
Riendo, pregunté:
―Pero te gusto.
Después de atenuar las luces, se volvió para fijar sus ojos en mí. Los
ojos brillaron por mi cuerpo y se suavizaron cuando se acercó de nuevo,
y al hacerlo, mi cuerpo se debilitó.
Separó lentamente mis piernas y se movió entre ellas en cuestión de
segundos, tomando mi copa y estirando el brazo para dejarla sobre la
mesita.
―No creo que pueda esperar a que te acabes eso ―respiró, con la punta
de su nariz recorriendo la línea de mi mandíbula.
Se rio.
No creía que fuera a ceder tan fácilmente a la idea de estar casi desnuda
encima de él, pero era difícil no hacerlo. Me sentí atraída por Max desde
el principio, desde que puso un pie en Capri.
En aquel entonces, él era todo lo que había deseado. Alguien por quien
sabía que me sentiría permanentemente atraída, alguien que realmente
me escuchaba. Alguien que defendía mi honor y daba la cara por mí, que
me encontraba tan hermosa como yo a él. Alguien que fuera un poco
agresivo y un poco áspero en los bordes, pero genuinamente dulce en el
interior.
Bueno, supongo que debería decir que en ese momento él era lo que yo
quería, lo que ansiaba. Necesitaba divertirme después de todo lo que
había pasado, pero no creía merecerlo. Creía que cuidar de mi hermana y
de mí misma era lo único que importaba, trabajar duro para mantenerla a
ella y a mí… pero Max rápidamente demostró que esa teoría era falsa.
―¿Qué pasa?
Se quedó callado un momento, estudiándome.
Me senté.
―Quédate quieta para mí, nena. Tendrás esto, pero solo eso por esta
noche.
―Porque sí. ―Bajó sus manos para separar más mis piernas.
Apoyando mis muslos en sus hombros, centró su cara entre ellos y
continuó―: Todavía no estás preparada para mí, Shakes. Tengo que
conseguir que lo estés. Tengo que asegurarme de que cuando finalmente
ocurra, estés preparada. Me doy cuenta de que hace tiempo que no tienes
a nadie, tengo que asegurarme de que merezca la pena.
Se levantó, riendo.
―¿Quién no lo quiere?
―Porque es la primera vez que estás bien desde hace tiempo, y antes
estabas descansando. Ella lo entiende.
―¿Qué dijo?
―No mucho, dijo que tenía algo que decirte pero que esperaría a
decírtelo cuando te sintieras mejor. Parecía emocionada. ―Sonríe.
―¡Shanny!
―¡Tessy! ―canto.
―¿Adivina qué?
―¿Qué?
Me rio.
―Vendrá a Charlotte.
Frunzo el ceño.
―Tessa te estresa a veces, las dos discuten por las cosas más tontas. Lo
último que necesitas es el estrés... y que te dé chocolate a escondidas. El
doctor David dijo que evitaras los dulces si podías.
―Solo estoy cuidando de ti, nena. Eso es todo. ―Levanta las manos en
el aire, alegando inocencia.
―Lo entiendo.
―Le vi decir que venía ―continúa John, tratando de fingir que tiene
curiosidad, pero claramente está molesto.
―¿Qué?
―¿A casa?
―Sí, es que creo que debería estar en casa ahora mismo. Ya sabes, estar
cómoda. ―Sonrío débilmente, mirando alrededor de la habitación―. No
me siento cómoda aquí, me siento como una parte de las estadísticas.
―Pero es mejor aquí, es más cómodo para ti. Tienes el mejor médico de
la ciudad y la mejor atención, incluso dijiste que te agrada Leah, que es tu
enfermera favorita.
―Sí, todo eso es cierto, pero nada es mejor que estar en casa, John.
―Las luces, por favor, John. ―Mi voz es firme, y evito sus ojos.
―Cariño, por favor, dime qué debo hacer. Por favor, dime qué quieres
que tenga sentido. ―Su voz se quiebra, profundizando el dolor que siento
en mi pecho.
―Algo realista.
Me froto los ojos con la poca energía que tengo y luego me incorporo
para mirarlo.
―Bien. ¿Quieres algo realista? Seré realista contigo ahora mismo. ―Se
sienta de nuevo, con los ojos muy abiertos cuando se fijan en los míos―.
No quiero morir en este lugar, Jonathan. No quiero pasar mis últimos días
en esta cama dura como una roca, viendo el techo blanco o el espejo frente
a mí, contemplando mi vida y todo lo que debería haber hecho de otra
manera. No quiero sufrir más. No quiero estar con tres malditos goteos
intravenosos de OPX a la semana. No quiero seguir haciéndome esto a mí
misma, a nosotros, pasando por la misma rutina todos los días. Quiero
pasar los últimos días de mi vida haciendo las cosas que me gustan y
estando donde me merezco. No me merezco estar en esta cama con este
puto tubo en la nariz y agujas en los brazos. No me merezco no poder
estar de pie y besarte, o acurrucarme con mi esposo en nuestra puta cama.
―No merezco estar aquí. ¿No lo ves? ―susurro―. Cuando tenga que
irme, me iré, pero odio tener que estar retenida, atrapada en este frío y
deprimente hospital, porque tú crees que es lo mejor para mí. Tal vez, por
una vez, quiero lo que creo que es mejor para mí. Tal vez deberías tenerlo
en cuenta. Soy tu esposa, John. Tu esposa. Por una vez, ¿puedes apoyar
mis decisiones durante todo esto? Escúchame sobre mis necesidades, te
estoy llamando y es como si no estuvieras escuchando.
Error.
―Me alegro mucho de que estés aquí. ¿Cómo crees que te fue en los
finales?
Se me arruga la frente.
―Oh, por el amor de Dios ―se queja Tessa―. ¿Quieres que se lo diga
yo? No es gran cosa, digo, sí es gran cosa, pero puedo decírselo si tú
quieres.
―Claro que sí. ―Tessa frunce los labios y ladea la cabeza mientras John
abre la puerta―. Dile que se dé prisa. Shannon realmente necesita una
manicura. ―Me toma la mano y me mira las cutículas con asco.
Retiro la mano, le hago una seña con el dedo medio y me río. Cuando
John se va, Tessa y yo hablamos de sus exámenes finales, y mientras lo
hacemos, mi teléfono vibra sobre la mesa.
Lo quiera admitir o no, tengo que ver a Max antes de morir. Tengo que
verlo a los ojos al menos una vez más y decirle que no me arrepiento de
nada de lo que pasó entre nosotros. Estoy segura de que eso es lo que
piensa, que me arrepiento de nosotros y de todo lo que representamos,
pero no es así. Lo he aceptado.
Se ríe.
Ignoro su afirmación.
―No es que te esté apartando, es que... quiero decir... ―Soy fea. Soy
asquerosa. Soy letal. Estoy dañada. Estoy jodidamente aterrorizada. No quiero
que tú también sufras. Resoplo―. No quiero que me veas. No así.
―Bueno, todo lo que tienes que hacer es avisarme cuando no esté cerca.
Si es necesario, te sacaré a escondidas.
―Te avisaré. ¿Te parece bien? No hace falta que te escabullas, tendré
que fijar una hora.
―Prométemelo, Shakes.
Me quedo en silencio.
―De acuerdo...
Me burlo.
―¿Y por eso me alejas? ¿Eso y porque crees que no puedo soportar
verte como estás ahora?
―Tal vez.
Jadeando, miro hacia la puerta abierta y de pie entre el marco está Max.
Max es tan alto como siempre, con el pelo más crecido desde la última
vez que lo vi. Su pelo es más rizado, y ya no tiene la cara limpia y afeitada
que tenía durante sus días de soltero, el vello facial le sienta bien.
―Ya sabes por qué estoy aquí. ―Por fin me quita los ojos de encima y
los dirige a Tessa. Una punzada de celos me golpea y odio sentirla. Es mi
hermana. Nunca debería sentir que compito con ella, pero se ve diez veces
mejor de lo que yo podría, incluso más ahora. Su maquillaje es siempre
genial, se viste bien. Es el paquete completo.
Aunque ya no se toma su carrera de modelo tan en serio, sigue teniendo
su figura de modelo, esa por la que todas las chicas matarían por tener.
Cuando los ojos de Max rebotan hacia los míos en menos de un segundo,
me alegro. Él no piensa en ella de esa manera, nunca lo hizo.
Principalmente por sus diferencias.
―No me importa.
―Está aquí por mí, Tess. ¿Ahora puedo tener un momento a solas con
él?
―¿Hablas en serio?
Le dirijo una mirada severa, una que solo le dirijo cuando no creo que
sea necesario discutir. Ella exhala un suspiro y toma su bolso. Después de
tomar su café, pasa junto a Max, pero no sin decir:
―Veo que todavía me odia ―suspira Max, pasándose una mano por la
cabeza.
Me encojo de hombros.
―Tessa es una persona muy dura. Una vez que pierdes su confianza es
difícil recuperarla.
―Ya veo.
―¿Sobre qué?
―No, no quiero que te vayas. Me alegro de que estés aquí, pero ahora
mismo no es un buen momento.
―No estoy segura, los primeros días que esté en casa estoy segura de
que John estará mucho más cerca y quiero pasar ese tiempo con él.
―Bueno, qué tal si me llamas cuando el sabueso te haya dado por fin
algo de espacio.
Frunzo el ceño.
―¿Restregarte qué?
Se ríe.
―Vaya, Max. Yo... ―Ni siquiera tengo las palabras. ¿Cómo se acuerda?
Lo miro y él sonríe.
―¿Te acordaste?
―Tengo tal vez tres meses o menos para hacer eso que se llama vivir,
Max. Viajar probablemente acortaría mis días. Además, mi médico nunca
lo aprobaría.
―Sí. Pronto.
Anoche, John creó una lista de reproducción para nuestro viaje a casa.
Durante toda la noche, no dejé de pensar en el paseo por la casa,
preguntándome si John cambió la pintura del comedor como yo le pedí.
¿Barrió la terraza cada semana como solía hacer? ¿Regó las plantas?
¿Cambió las almohadas de la cama y cubrió los muebles del patio?
Unos minutos más tarde, John toma por fin la curva que yo esperaba y
se mete en el camino entrada de piedra de nuestra casa. Mientras me
muevo en mi asiento, sonrío, y John mira y toma mi mano para apretarla.
Cuando llega al final del camino de entrada, le suelto la mano y agarro el
pomo de la puerta.
―Bueno, ahora puedes hacer todos los toques que quieras... siempre y
cuando tu médico diga que está bien que te levantes.
Se ríe, saca las llaves y abre la puerta. Una vez abierta, me guía por el
pasillo, con su brazo todavía apretado a mi alrededor.
―John ―suspiro―. Por favor, ahora no. Al menos espera a que todos
se vayan.
Me mira antes de darle una mirada severa, sabiendo que tengo razón.
―Lo entiendo, pero sabes que John no es nada espontáneo, así que la
próxima vez que hagas algo así asegúrate de preguntarle. ―Aprieto mis
manos en modo de oración―. ¿Por favor? ―le ruego―. Quiero que mi
estancia en casa sea cómoda, sin estrés.
―Gracias.
Los murmullos y las risas se acallan cuando todos los ojos apuntan a
Tessa. Ella sonríe, sorprendida de que funcione.
―Hola ―chilla y se sonroja, pero todos sabemos que Tessa está lejos de
ser tímida―. La mayoría de ustedes son más cercanos de Shannon que de
mí, pero si han estado con Shannon seguro que ya la han oído quejarse de
su loca y dramática hermana pequeña.
―Como sea, solo quería decir que estoy muy contenta de que mi
hermana esté en casa. Si conocen a Shannon, saben que es una luchadora
y lo fue toda su vida. Nunca se ha rendido conmigo, nunca se ha rendido
consigo misma, y aunque podría rendirse ahora mismo, no lo hizo. Ella
me inspira y me empuja a ser mejor persona y la quiero mucho. ―Sus ojos
se posan en los míos, húmedos y rojos ahora. Mis ojos están llenos de
lágrimas en este momento―. ¡Esta noche es para ti, Shannon! ―Ella
sonríe con fuerza, juntando las manos. Las lágrimas que estoy tratando de
combatir finalmente se me escapan.
―Te quiero mucho, Shanny. Eres una persona increíble con un corazón
asombroso y estoy muy contenta de tenerte como hermana. ―Tessa se
baja de su tribuna, caminando directamente hacia mis brazos abiertos.
Sin dudarlo, John me toma de la mano y toma la otra salida, la que lleva
al estudio, lo atravesamos y desde ahí me toma en brazos y me sube por
la escalera. Apoyando la oreja en su pecho, escucho los latidos de su
corazón, sintiendo su calor.
Él levanta las sábanas con una sonrisa, me mete debajo de ellas y luego
me pone el edredón encima.
―Fue un día largo, ¿eh? ―susurro con una sonrisa. Todavía puedo oír
la música de abajo, y a mis amigos riendo y charlando.
―Estoy bien.
―¿Tu respiración?
―Está bien ―susurro―. El doctor David dijo que debería poder durar
hasta la mañana desde que tomé esa bolsa de OPX. En realidad, creo que
está haciendo lo que se supone que debe hacer y me hace sentir mejor hoy.
Se ríe.
―Puedes dormir.
―¿Cuándo llegarán todas las cosas para los tratamientos?
―¿John?
―¿Sí, cariño?
―Gracias por hacer esto por mí, y por no enojarte demasiado con Tessa.
Ya sabes cómo puede ser.
―Sí, lo sé. Me advertiste sobre ella. ―Se ríe y yo me rio con él, luego se
queda callado un momento, y su respiración cambia. Es más suave.
―Quiero ser capaz de hacer lo que sea necesario para que seas feliz,
Shannon. Te amo.
Era un mal momento, llegaba tarde al trabajo y odiaba llegar tarde. Esa
noche debía atender el bar yo sola. Eugene me iba a despedir seguro esta
vez.
Nunca olvidaría ese elegante auto. Era uno que sabía que nunca podría
permitirme. Se dirigió a la salida y yo maldije tras él, gritando todos los
insultos del libro como si la persona pudiera oírme. Estaba segura de que
no tenían ni idea de que estaba ahí.
―¡Oye! ―gritó por encima del ruido de los autos que pasaban y de la
lluvia―. ¿Estás bien?
―Estoy bien.
―¿Necesitas ayuda?
―¡Te dije que estoy bien! Tengo amigos que vienen a ayudarme. ―Qué
mentira. Todos mis amigos estaban demasiado ocupados ignorando mis
llamadas. Sus manos se alzaron rápidamente en el aire mientras
retrocedía, aturdido. Pero en cuestión de segundos, estaba sacudiendo la
cabeza y se alejó, de vuelta a su Mercedes―. Sí ―dije tras él―. ¡Solo vete!
Observé cómo dejaba caer los objetos y se agachaba sobre una rodilla,
con la lluvia golpeándolo.
Cuando por fin me encontré con él, me aclaré la garganta y tomé aire.
―Oh, eh, sí. Soy un chef. Te prometo que no siempre estoy tan sucio.
―Me dedicó otra sonrisa torcida y tonta. Me reí y me sentí bien al reírme.
―Lo haré.
Me ablandé de inmediato.
Okey. Admito que, aunque fue cursi al respecto, fue lo más dulce que
oí en mucho tiempo. No era demasiado atrevido como Max, pero tampoco
tenía miedo de hacerme saber lo que pensaba.
―Sé que piensas que estoy loco por seguirte hasta aquí, pero si pudiera
saber tu nombre me tranquilizaría mucho. Un nombre con tu cara me
alegraría toda la noche, y entonces te juro que te dejaré en paz. ―Levantó
las manos de forma inocente antes de soltarlas poco a poco.
―¿Mi nombre? ¿Estás seguro de que eso es todo lo que quieres, loco?
Asintió, sonriendo.
―Ehh ―su nariz se arrugó―, creo que me gusta más Chica Rara.
Estaba libre el resto de la noche, así que hice todo lo posible para que se
lo pasara bien e incluso me ofreció una camiseta negra de repuesto que
tenía en el auto. Me la anudó en la espalda para que tuviera un atractivo
femenino, pero mis pantalones estaban todavía un poco mojados.
Vi luz, alegría, supuse que eso era raro para él, quería que siguiera
siendo así. A partir de ese momento, John Streeter ya no era solo un
extraño, se convirtió en un amigo, luego en un mejor amigo, y luego un
novio, y finalmente, mi esposo.
Es un gran hombre. Dios, todavía no puedo creer que sea mío. Por
supuesto, nuestra relación no siempre fue estable, ni fácil.
Nos enfrentamos a retos, él con su trabajo y no pudiendo pasar tanto
tiempo conmigo hasta más tarde en la noche, y yo con mi pasado, el
pasado que nunca resolví ni acepté.
Sabía que era malo utilizar mi enfermedad como razón para no hablar
más con él, pero Max me hizo daño. Max desapareció y John hizo que me
olvidara del hombre que me rompió el corazón durante un tiempo.
Me parece que su edad es algo bueno. Respeta mucho más mis deseos,
a diferencia del doctor David, que respetaba sobre todo los de John.
―De acuerdo ―dice con un acento fuerte―. Tiré la vieja bolsa de OPX
e introduje una nueva. Debes cambiar la bolsa cada seis u ocho horas.
―Levanta mi nuevo dispositivo, el que ahora tengo que llevar a todas
partes―. John y tu hermana Tessa mencionaron que estás cansada de
estar en la cama todo el día y que te gustaría caminar más.
Se ríe.
―Lo entiendo, pero debes darte cuenta de que esta es una enfermedad
que no puede tomarse a la ligera, Shannon. Tuve que pasar por los aros
solo para conseguir este dispositivo. Nadie cree que las pequeñas dosis te
funcionen, pero yo tengo fe. Bombearán a través de los tubos en tu nariz
y en tus pulmones cada pocos minutos para mantener tus pulmones
estables y las pastillas que te receté deberían darte mucha energía para
pasar el día, pero recuerda que cualquier tipo de actividad extra podría
dañar aún más tus pulmones. Has llegado a un nivel crítico. Tienes suerte
de estar respirando ahora mismo, y de que el OPX siga funcionando.
―Créeme, no estoy aquí para regañarte ―me recuerda por tercera vez
hoy―, simplemente estoy aquí para asegurarme de que mi paciente esté
cómoda y feliz. ―Levanto la vista hacia su blanca y brillante sonrisa,
observando cómo se sube los lentes por el puente de su gran nariz―.
Entonces, esto se puede llevar en una mochila. ―Toma el dispositivo
plateado con aspecto de mochila propulsora y lo hace girar para que lo
vea bien―. O simplemente se puede llevar así. Pero, independientemente
de cómo decidas llevarlo, debes tenerlo contigo en todo momento si no
piensas llevar bolsas de OPX para que te dure el día. Hace un pequeño
ruido, pero puede ser fácilmente ignorado. Fue diseñado para ser ligero y
personal para el paciente. Así puedes subir y bajar las escaleras y no
sentirte como si llevaras a un niño de dos años. ―Vuelve a colocar el
dispositivo en el suelo―. El OPX mantendrá tus pulmones funcionando
correctamente mientras este dispositivo esté en marcha. Emitirá un pitido
cuando necesite una carga rápida de la batería. Yo diría que necesita al
menos treinta minutos.
―Entendido.
―Entonces, ¿cómo vas a llamar a esta cosa? Hay un nombre largo para
esto, pero no me molestaré en pronunciarlo. ―Se ríe, colocando su
portapapeles en el tocador de John y luego cruzando los brazos.
―Bueno, déjame hacerlo. Parece que estás luchando. Para. ―Me aparta
de un manotazo, haciéndose cargo de mi búsqueda del tesoro―. ¿Qué
estás buscando?
―La vieja navaja azul con marrón que me regaló papá. ―Me meto los
mechones de pelo sueltos detrás de la oreja―. Está ahí en alguna parte.
―Oh, Dios. ―Los ojos de Tessa se estiran, llenos de horror―. Por favor,
dime que no lo estás buscando para suicidarte.
―Lo sé, estoy bromeando. Te amo. ―Ella mira mi bolsa, tocando las
palancas y los mandos de la mochila―. Así que esta es la cosa en la que
John se gastó un brazo y una pierna, ¿eh?
―Ajá.
―¿Funciona? ―Ella mira hacia arriba.
―Síp, respiro mejor que antes. Se siente diez veces mejor recibir dosis
más pequeñas que tener que sentarse y dejar que una bolsa llena gotee en
mis venas.
―Estoy de acuerdo.
―Shannon, no sé. Ya pareces cansada, no tienes que hacer esto. Tal vez
deberías empezar por caminar por el pasillo.
Varios segundos más tarde, una puerta se cierra de golpe, los zapatos
resbalan por el suelo y, al doblar la esquina y pasar por delante de la
escalera, aparece Max.
¿Max?
Mi corazón se acelera aún más cuando mira hacia arriba y luego hacia
abajo, hacia las manos que tengo fuertemente envueltas alrededor de la
barandilla.
Tessa lo suelta, corriendo hacia las escaleras para llegar a mí, pero Max,
como un guepardo, rápido y ágil, se le adelanta, tomándome en brazos y
recogiendo mi mochila en el proceso.
Le gruñe.
―Abajo ―contraataco.
―Pues abajo. ―Una suave sonrisa adorna esos labios suaves y rosados
y camina alrededor de Tessa, dando cada paso de uno en uno.
Lentamente. Con cuidado. Solo por mí.
―Estoy bien, es solo que es la primera vez que uso las escaleras en un
tiempo, tuve que preparar mi cuerpo para la tarea.
―Puedo entenderlo. Tessa me dijo que tienes algo nuevo que te ayuda
a moverte. ¿Eso es lo que hay en esta bolsa? ―Hace un gesto por encima
del hombro con los ojos.
―Afuera.
―Max. ―Lucho por salir de sus brazos. Comprendiendo que esto solo
me causará daño, deja de caminar y me pone de pie inmediatamente―.
¿Qué intentas hacer, secuestrarme?
Ladea la cabeza.
―¿París?
―Nada de juegos hoy, ¿de acuerdo? Tengo que volver antes de que
John llegue a casa, Max.
―Sí, pero conociendo a John, intentará salir antes solo para ver cómo
estoy.
―Me estás haciendo pensar que debería quedarme en casa. ―Me giro
hacia mi casa.
―¿Te he ofendido?
Suspiro, moviéndome sobre mis pies. Esa mirada. Recuerdo esa maldita
mirada. Esos ojos y cómo instantáneamente te hacen sentir lástima por él,
incluso cuando está equivocado.
Lo triste de esto es que todavía soy débil por Max en algunos aspectos.
Me siento débil por él porque hemos pasado por muchas cosas. Hay tanto
que la gente no sabe sobre nosotros. Sí, nos separamos hace años, pero
hay razones detrás, grandes razones de las que es difícil hablar.
―¿Cómo?
―Estoy bastante segura de que ya tengo una idea de dónde podría ser
ese lugar.
―Bien. ―Lo señalo con un dedo―. Pero nada de cosas raras, señor
Grant, y lo digo en serio.
―No tienes ni idea de lo mucho que deseo eso. Los hombres que
conozco son tan jodidamente inconsistentes.
Gime.
Me giré y me reí.
Tenía el pelo largo y castaño y la piel clara. Sus penetrantes ojos color
avellana se cruzaron con los míos y se aferró a la puerta, con una sonrisa
que amenazaba con apoderarse de sus labios. Sabía exactamente quién era
sin tener que decírselo.
Ella levantó un feo collar de oro con una perla en el extremo, sonriendo.
Se encogió de hombros.
―¡Oh! Dijo que había dejado aquí un collar hace mucho tiempo. Una
cosa tradicional de la familia. Su madre está en la ciudad y debe tenerlo
puesto mientras esté por aquí o algo así. No lo sé―. Volvió a encogerse
de hombros.
―¿Sí?
―¡Me importa una mierda cuántas preguntas son, Max! ¿Por qué tu
exnovia todavía tiene una llave de tu apartamento?
―¡Eso debería haber sido lo primero que pidieras, Max! ¡En cuanto
rompes con alguien, pides que te devuelvan tu mierda!
―¡Porque tu ex tiene mucho más acceso a tu casa que yo! Podría entrar
aquí en cualquier momento y salirse con la suya. Puedo ver a través de
mujeres como ella, es astuta y está claro que todavía te quiere.
Suspiró y gimió y eso me enojó mucho. Estaba borracho, sí, pero ahora
mismo estaba siendo un completo imbécil.
―Tal vez entiendas lo que quiero decir cuando estés sobrio. Hasta
entonces, disfruta, Max. Que pases una buena noche. ―Me alejé, antes de
que pudiera llegar a las escaleras―. Ah, y feliz cumpleaños.
Después de todo lo que había pasado, ser paciente para algo que quería
que sucediera nunca funcionaba. Cuando quería o esperaba algo, lo
quería o lo esperaba en ese preciso momento.
No mañana.
No en la próxima hora.
La mayor parte del tiempo estaba ocupada, así que no le presté atención
a Max, pero en los momentos en los que podíamos hacer un pequeño
descanso sentí que me miraba fijamente. Observando como un halcón.
Me guiñó un ojo.
―¿Estás enojada?
Me encogí de hombros.
―Mentirosa.
―Imbécil.
―¿Qué? ―Suspiré.
―Ahora es tuya.
―Estoy listo.
―¿Estás seguro?
Necesitaba que trabajara para mí. Así que, como una novia mezquina,
me aparté y me giré hacia el cliente que se acercaba a la barra,
preguntándole qué quería.
Se movía con rapidez, sin esfuerzo, como si hubiera hecho esto la mayor
parte de su vida. Cuando las bebidas estuvieron listas, tomó el dinero y
se dirigió a la caja registradora, echándome una rápida mirada.
Me alejé de Capri con lágrimas en los ojos, y era mi maldita culpa. ¿Por
qué siempre tenía que dificultar las cosas?
La abrí de un tirón.
―¿Qué tengo que hacer para que te des cuenta de que esto no es fácil
para mí? ¿Que me estoy esforzando al máximo contigo? ―raspó.
Jadeé y luego gemí, sin poder oponer resistencia. Con cada empuje, mis
paredes se derrumbaban poco a poco.
Podría haberlo hecho, pero estaría mintiendo porque las peleas siempre
conducen a momentos intensos como éste. Sexo duro y placentero de
reconciliación. El tipo de sexo que nunca había recibido de nadie más.
Sentí que su cuerpo se inclinaba hacia atrás y abrí los ojos. Ya me estaba
mirando.
―Te amo, Shannon ―dijo cuando salió el sol horas después. Ninguno
de los dos pudo dormir, así que nos acostamos abrazados―. No dejaré de
decirte que te amo hasta que dé mi último aliento.
―Tu último aliento ―repetí. Esas palabras. Había algo en ellas. Algo
reconfortante, sanador, pero también, negativo. Inspiré, levantando la
cabeza y besándolo en sus perfectos y esculturales labios.
Suspiro. Hace años que no vengo aquí, este parque guarda tantos
recuerdos inolvidables. Estar aquí ahora me trae algunos de ellos.
―¿Por qué no puedes? ―Me mira, enarcando una ceja―. Este lugar fue
especial una vez.
Entrecierro los ojos hacia él, metiendo los pulgares bajo la correa de mi
mochila.
―Claro, si tú lo dices.
―Porque te queda poco tiempo. ―Hace una pausa, los labios se tuercen
un momento―. Y porque me habría arrepentido de no hacerte sonreír al
menos una vez más. Meterme en tu piel como en los viejos tiempos.
―Sonríe, y no puedo resistir la risa.
―Así tengo que ser si quiero sobrevivir a esto. Cada día estoy más cerca
de aceptarlo. A estas alturas es solo mi destino.
―Me atrapaste antes de que pudiera caer ―le digo, caminando hacia
atrás por el puente de madera.
―No puedo creer que esté diciendo esto, pero quizás Tessa tenía razón.
No debería haberte traído aquí, deberíamos habernos sentado en tu
terraza o en el patio trasero o algo así. ―Me mira a los ojos―. Debería
llevarte de vuelta.
Me mira, confundido.
Max recorre con sus dedos las palabras grabadas en la corteza del
grueso tronco.
―¿Cómo?
―Porque nunca hice algo así antes. ¿Un picnic? ¿Vino? Yo no soy así.
No soy nada romántico.
―Pero lo hiciste de todas formas ―digo, sin aliento. ¿Por qué demonios
estoy sin aliento de repente?
―La vida ―digo en voz baja, girándome hacia él―. La vida pasó, Max.
―Sí. ―Su voz es más gruesa―. La vida puede ser tan jodida. ―Me
mira de nuevo―. ¿Me odias por lo que te hice pasar?
―No creo que pueda odiar a nadie. Ni siquiera odio a mi madre, y ella
nos abandonó a mí y a Tessa. ―Suelto una risa sarcástica, como si eso
fuera a curar el dolor que siento cuando hablo de ella, pero no lo hace.
Nunca lo hace.
―Una vez le escribí a mi madre ―digo―. Para decirle que tenía OP.
Me contestó y evitó por completo la conversación, habló mucho de su vida
en la cárcel, de algunos amigos que hizo. Los libros que había leído
mientras estaba ahí.
―Salió antes por buen comportamiento. Vino una vez y le dije que no
volviera nunca más. Ahora que he tenido tiempo de pensarlo,
probablemente no debería haberle dicho eso. Quiero decir, me encantaría
hacer las paces con ella, pero dudo que se pase por aquí después de lo que
le dije. Estaba tan enojada y dolida y ella intentaba aprovecharse y...
―Cierro la boca y me muerdo el interior de la mejilla. Luego me encojo
de hombros―. Supongo que es mejor que las cosas sigan así. Que siga sin
importarle. Así, cuando yo muera, ella no será otra persona que sienta un
montón de culpa.
Max aprieta los puños sobre su regazo. Cerrando los ojos, respira lo más
uniformemente posible a través de sus fosas nasales, como si no pudiera
creer que esté hablando de esta manera. Supongo que no me sorprende.
Antes de todo esto, nunca fui de las que hablaban negativamente. Siempre
mantuve mi fe, me aferré a la esperanza incluso en los momentos más
oscuros y deprimentes de mi vida, pero es difícil seguir haciéndolo
cuando la muerte llama a tu puerta.
―¿Qué?
Oh, chico. Suena como Tessa y John. Aparto mis ojos de los suyos,
cambiando de tema.
―Me está dando hambre. ¿Crees que podemos ir a comer algo?
Al cruzar el puente, se me escapa una tos y solo esa tos hace que me
detenga en seco. El pavor llena mi corazón mientras vuelvo a toser.
―Estoy bien ―digo entre dientes, pero entonces aparece otra tos.
―¡Shannon! Shannon!
El cielo gira ahora sobre mí, las puntas de las hojas y las ramas de los
árboles pasan sin cesar.
No son los tubos ni la mochila. Solo soy yo. Algo debe haber salido mal.
El OPX no debe funcionar.
Max saca su teléfono del bolsillo y luego grita. Lo oigo gritar el nombre
de Tessa y la palabra hospital.
Los árboles. El cielo. La naturaleza tiene una forma de curar un alma herida...
―Shannon, cariño, ¿estás bien? ―Su voz está llena de angustia, sus ojos
estudian mi cara.
La ignoro.
―¿Doctor Barad?
―Estoy seguro de que tuviste todo el cuidado posible, pero algo salió
mal. Todavía quedaba mucho OPX en el depósito cuando lo revisé, pero
tus pulmones parecían haberlo rechazado debido a la actividad física.
¿Quizás te esforzaste demasiado? ¿Caminaste demasiado? ¿O demasiado
rápido? De cualquier manera, tus pulmones estaban trabajando
demasiado, tratando de absorber más oxígeno que OPX. No se estaba
equilibrando.
―¿Por qué estaba esta persona Max en mi casa de todos modos? ―John
exige.
John se burla.
―Sí, bueno, este amigo está a punto de recibir un bocado de mí. No tenía
derecho a sacarte sin mi permiso.
―Espera un momento, lo siento ―digo―. Podría haber jurado que eras
mi esposo, no mi padre, y la última vez que lo comprobé, este es mi cuerpo
y mis acciones son mías, no tuyas.
―Este tipo, Max ―se queja―. ¿Quién demonios es? ―Deja de pasearse
y clava sus ojos en los míos.
―¿Qué clase de amigo? ¿Un mejor amigo? ¿Un amigo hombre? ¿Qué?
Conozco a todos tus amigos y nunca me hablaste de él.
―Es solo un amigo. ―No hay manera de que le diga que también es mi
ex. No mientras esté tan enojado.
―¿Así que fuiste al parque con tu amigo? ¿Qué te hizo hacer eso,
Shannon, eh? ¿Qué te hizo querer arriesgar tu vida hoy y en un parque de
todos los lugares? Todavía no estabas preparada para ese tipo de
actividad y lo sabes. Tienes que darle tiempo a tu cuerpo para que se
adapte al aparato y a moverse de nuevo. El médico te lo dijo.
―¿Entonces por qué estás siendo imprudente ahora mismo? ¿Por qué
sales con amigos sabiendo que no estás en buenas condiciones para ir?
―¡Porque Max está en la ciudad por mí, John! ¡Sabe que estoy enferma
y quería verme! ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Ignorarlo?
―Esto es una locura. Solo era un pequeño paseo por el parque, John.
Llevo meses encerrada y me sonó bien ir ahí. No pensé que sería tan malo.
John empieza a decir algo más, pero entonces tocan a la puerta. Nos
miramos brevemente y luego él se dirige a la puerta, abriéndola de golpe.
―El médico.
―Genial. Así que, eh, escucha. ―Da un paso atrás, rascándose la parte
superior de la cabeza―. Solo quería sacar a Shannon a tomar el aire. No
quería causar ningún problema. Pasé a visitarla, a ver cómo estaba, y me
ofrecí a llevarla al parque, a sacarla de casa. Estaba cuidando de ella
mientras estábamos ahí. Nunca dejaría que le pasara nada.
John lo mira.
―John ―digo.
―Vaya. ―Max suelta una carcajada seca y se gira para mirarme―.
Supongo que no estaba exagerando con lo que dije antes.
Por eso quería que se alejara. Soy una bomba de relojería, una amenaza
para las emociones y los corazones inestables. Podría romper a todas las
personas de esta casa en cualquier momento y saber que nunca se
recuperarán de ello.
Se suponía que íbamos a ver una película de acción en la que salía Will Smith.
Antes le había dicho a John que se agotarían las entradas porque, ¡Hola!, Will
Smith es un actor magnífico y era un viernes por la noche.
No me creyó hasta que llegamos al cine y estuvimos en la cola durante casi una
hora solo para que nos dijeran que las entradas estaban agotadas.
―Sabía que tenía que haber comprado las entradas por Internet ―dijo
mientras volvíamos al auto.
Parecía confundido.
―Claro.
―El dinero es una necesidad, ¿no? ―Levanté las manos, no es gran cosa.
―Sí, pero me refiero a que... bueno, pareces estar muy bien puesta. Aparte de
ese horrible auto que conduces, parece que lo tienes hecho.
―Oye, no juzgues a Streeter, hombre loco ―Me río―. Me lleva a todos lados.
―Cierto, pero me refiero a que pareces una buena persona, gran personalidad,
inteligente, claramente atractiva. ―Su cara se puso roja al darse cuenta de lo que
estaba diciendo. Me sonrojé y luché contra una sonrisa―. Solo quiero decir que
no parece que debas trabajar tan duro con tantas grandes cualidades.
―¿Cómo?
―Ya veo. ―Hizo una pausa―. Pareces una gran chica, con mala infancia o
sin ella. ―Sus ojos parpadearon hacia los míos durante un breve instante antes
de mirar a través del parabrisas, hacia el abarrotado estacionamiento.
―Puedo decir que solo revelas lo que quieres que la gente vea. No quieres que
nadie vea que tienes miedos, inseguridades, o debilidades. Solo quieres que la
gente te vea como eres ahora: una chica que se esfuerza y no quiere nada... todo
para no tener que volver a ser lo que eras antes. Puedo admirar eso.
―Sí. ―Se pasó una mano por la frente―. Cuando creces con las mismas
luchas, no es difícil ver eso en otra persona.
―Bueno, creo que deberías ser psiquiatra ―me burlé de él cuando arrancó el
auto y puso la marcha atrás.
―¿Puedes creer que eso es lo que quería ser antes de convertirme en chef?
―Sí. ―Sonrió, alejándose del cine y deteniéndose en una señal de alto―. Pero
solo quise convertirme en eso después de lidiar con mis propios demonios. ―Se
encogió de hombros―. Me doy cuenta de que aún no estoy ahí, pero lo conseguiré.
―Estoy segura de que lo harás. No es fácil dejar atrás el pasado, lleva tiempo.
Lo sé porque yo he estado tratando de sanar del mío. ―Asintió y sonrió,
conduciendo de nuevo, hacia la ciudad.
―Sí. Pensé que si tienes hambre y como soy chef, puedo cocinar para ti en mi
casa... es decir, si te parece bien. Siempre podemos salir a comer a algún sitio,
estar en público. Ya sabes, desde que pensaste que era un asesino en serie una vez.
―¡Lo hice, Chica Rara! ―Sonrió y apagó el motor, luego salió del auto.
―Supongo que puedes cocinar para mí. Después de todo, me muero de hambre
y estoy deseando ver lo que sabes hacer en una cocina.
―¿Oír qué?
―Sí, claro. Tomaré un poco. ―No quiero ahora, pero necesito que se
vaya para poder hablar con él a solas.
Cuando la abro, John me mira a través del espejo. Sus ojos están rojos y
húmedos.
―¿John?
―No tenías que quitarte la vía, Shannon. Iba a hacerlo por ti.
Lo ignoro y me acerco.
―¿Qué pasa? ―Lo agarro del brazo para girarlo y luego le tomo la cara
con las manos. Una gruesa lágrima marca su mejilla y evita mis ojos. Me
duele el corazón al instante. Dios, ¿Qué he hecho?
―No se trata solo de hoy, es todos los días a partir de ahora. ―Me
levanta y me sienta encima del mostrador. Pasando entre mis piernas y
mirándome, sus brazos rodean mi cintura y dice―: Se supone que me voy
de la ciudad la próxima semana.
―¿Hablas en serio?
―Lo digo muy en serio. No tienes que quedarte por mí. Estaré bien.
―Sí. ―Solloza.
―Mi sexy esposo en la televisión. Qué genial es eso.
Deseo.
Anhelo.
No, esta vez hay pasión y fuerza incluidas. Este beso es profundo y
primitivo, y me encanta todo lo que tiene.
Sigue meciéndose entre mis muslos, provocando una fricción que hace
que mi cuerpo se caliente.
―Te amo ―gruñe, inclinándose hacia delante para que sus labios estén
en mi oreja―. Dios, te amo tanto. ―Me besa el cuello y luego chupa,
agarrándome el trasero y gimiendo.
Entre los días que paso con él, he tenido muchos controles de salud con
el doctor Barad y he pasado mucho tiempo con Tessa.
Con Tessa, nos hemos pintado las uñas y probado las mascarillas
coreanas que había comprado hace tiempo. Lo mejor de todo es que he
podido subir y bajar las escaleras sin desmayarme ni caerme, e incluso he
podido hacer el desayuno una vez, lo que considero una victoria.
Me rio.
Ahora que se va, todo es tan real y siento un hueco en el pecho, una
cavidad que no se llenará hasta que él vuelva.
Y luego está el saber... saber que cualquier día podría no ser capaz de
bajar la escalera o incluso de ir al baño de mi habitación.
―Voy a ducharme.
―Bien. ―Se sienta, pero me doy cuenta de que está indecisa sobre si
dejarme subir las escaleras sola―. Iré a ver cómo estás en un momento.
Recuerdo la ducha que tomé hace unos días con John, cómo me abrazó
por detrás, me colmó de besos y luego me hizo girar, dejando que el agua
se derramara entre nuestros labios mientras ambos hacíamos una pausa
para respirar. Entonces, el cristal de la ducha se empañó y todo se llenó
de vapor. No sentí nada más que pura alegría mientras hacíamos el amor,
mientras él me agarraba, acariciando cada parte de mí. Volvíamos a tener
sexo y era mágico.
Lloro aún más fuerte, con el corazón adolorido por los gruesos sollozos.
Lloro hasta que siento que me he quedado sin emociones y entonces cierro
la ducha, salgo con cuidado y envuelvo mi cuerpo en una enorme toalla
blanca.
MAX
Ignoro la llamada.
Vuelve a llamar.
Lo ignoro.
Vuelve a llamar.
No contesto.
Es un mensaje de texto.
Max: Sé que el sabueso se fue. Contesta y habla conmigo.
―¿Qué, Max?
Vacilante, pregunta:
No puedo hablar. Tengo tanto que decir, pero no puedo hablar. Nunca
en mi vida me he sentido tan débil. Tan impotente. Tan inútil. Nunca. No
puedo viajar, no puedo respirar, apenas puedo hablar.
Cuando me despierto, afuera hay más luz, las nubes grises han
desaparecido, me incorporo y miro alrededor de la habitación, esperando
que mi esposo entre en cualquier momento. Pero entonces recuerdo que
no está aquí. No puedo estar con él porque soy inútil y estoy enferma.
―¿Shakes? ―Levanto la vista hacia unos iris color miel. Max sonríe y
vuelvo a cerrar los ojos.
Miro más allá de él, dándome cuenta de que las cortinas se han corrido
y el sol no está tan alto en el cielo.
―No deberías pensarlo así. Ese es solo un lugar en el mundo. Hay más
lugares a los que ir.
Es cierto.
―A cualquier sitio.
―No tiene por qué ser el parque. ¿Tal vez a tomar un helado? Podemos
llevar a Tessa.
Asiento con la cabeza y veo cómo se cierra la puerta tras él. Cuando se
va, me siento en el borde de la cama y vuelvo a ver la pared blanca de
enfrente. Reviso mi teléfono y me alegra ver que John me envió un
mensaje anoche, incluso hay una llamada perdida de él.
Hola, cariño. Llegué a Las Vegas y me registré en el hotel. Hace mucho calor
aquí. Tengo algunas reuniones e invitaciones hoy y luego tomaré unos tragos esta
noche con algunos chefs. No quiero que me esperes despierta. Te llamaré mañana
cuando pueda. ¿Estás bien?
Empiezo a responder, con el pulgar sobre el teclado. Podría decirle que
no estoy bien y que lo quiero en casa más que nunca, pero no lo haré. John
se merece estar en un lugar sin remordimientos ni preocupaciones.
Además, Max tiene razón. Estar aquí todo el día, encerrada en una casa
que me pertenece a mí y a mi esposo solo me desgastará. Podría sentarme
aquí y lamentarme por la ausencia de John y la verdad de que podría
morir en cualquier momento, pero no lo haré. Tengo que ser más fuerte,
hacer algo conmigo misma. Si no por ellos, al menos por mí misma.
―Oh, no. ―Le hago un gesto con las manos, riéndome mientras me
pongo la mochila sobre los hombros―. No estoy de humor para bailar.
―Estás loco si crees que voy a bailar para ti ahora mismo, Max.
―De acuerdo, está bien. Bien. ―Doy un paso atrás y miro alrededor de
la casa, sacudiendo la cabeza. No puedo creer que esté a punto de hacer
esto. Sin dejar de sonreír, hago un rápido movimiento con los hombros y
suelto una carcajada mientras lo miro―. ¡Esto es tan tonto sin música!
―grito, pero eso no me impide levantar las manos y agitarlas delante de
mí.
―Oh, chica ―resopla, llevándose las comisuras de los ojos cuando dejo
de bailar―. No tienes ni idea de lo mucho que necesitaba esa risa.
Me encojo de hombros.
―Yo también lo amo ―añade Tessa―. Ahora tiene mucha más energía.
La receta que le dio es jodidamente increíble. Es la mayor energía que he
visto en ella en semanas. No la seda, lo que me gusta. El doctor David
tenía constantemente una intravenosa en su brazo. Es un buen médico,
pero no era adecuado para Shannon. ―Tessa resopla y me mira―. Tal vez
por eso John no te quería en casa. Porque sabía que no tendrías suero y
serías libre de hacer lo que quisieras.
Sonrío.
―Sí, apuesto a que desearía que lo tuviera ahora mismo. Así estará
seguro de que no voy a hacer ninguna locura.
Tessa se queda callada mientras se encuentra con mis ojos. Ella ya sabe
la respuesta a esa pregunta.
―Sí...
―Es cierto.
Lo miro mal.
Todavía puedo sentir sus ojos sobre mí, recorriendo lo que queda de mi
frágil cuerpo. Sigue encontrándome atractiva, y no puedo evitar
preguntarme cómo.
Puede que no sea completamente horrible, pero cuando una chica pasa
por un cambio tan drástico en tan poco tiempo, las inseguridades están
destinadas a consumirla.
―¿Q-qué?
―Ya me oíste.
―Es solo una pregunta, puedes ser sincera conmigo. ―Esboza una
sonrisa torcida y luego se vuelve para mirar al frente, a los edificios que
están al otro lado de la calle.
El alivio me atraviesa.
Levanto la vista.
―¿Sí? ¿Y?
―Y no me gusta la idea.
―Oh, creo que puedo hacer algo. ―Moviendo las cejas, inclina las
caderas para sacar una hoja de papel del bolsillo trasero, y luego la golpea
sobre la mesa frente a mí. Cubre las palabras con las manos para que no
pueda verlas―. Ahora, antes de que veas lo que te voy a enseñar,
prométeme una cosa.
―¿Qué?
―Max... yo... ¿qué es... ―Ni siquiera puedo terminar la frase. Estoy
demasiado concentrada en las palabras impresas en el trozo de papel que
tengo en las manos―. ¿Tienes billetes de avión a París?
―Max... quiero decir, esto es increíble, créeme, pero aunque quisiera ir,
¿cómo podría? Esto está a horas de distancia. John nunca lo aprobaría y
estoy segura de que el doctor Barad ni siquiera me daría luz verde para
ir. ―Le devuelvo los billetes.
Me ilumina su respuesta.
―No, pero quería hacerlo. No sé. Supongo que pensé que podrías
tomar tus propias decisiones. ―Me agarra las manos, mirándome
fijamente a los ojos―. Por eso te pedí que me prometieras que lo
pensarías. Porque sé que lo más probable es que le preguntes o se lo digas
a John y dejes que te meta en la cabeza que es un viaje demasiado largo.
―Max... no sé si puedo...
Bajo la mirada. Vaya. Esto es tan, tan difícil. Si voy a París, John no estará
contento. Nunca me lo perdonará, especialmente si me voy con Max de
entre todas las personas, un hombre que no conoce demasiado bien.
¿Y quieres saber la parte más loca? Las palabras de Max jugaron al ping
pong en mi mente durante el resto del día. Incluso cuando ya se había ido
y me quedé en mi habitación, sentada en la silla redonda acolchada frente
a la ventana de la bahía con mi teléfono móvil en la mano, era lo único en
lo que podía pensar.
¿Quedarme o irme?
¿Salir o reposar?
¿Vivir o morir?
Me rio.
Me echo a reír.
―Lo haré.
―Te traje un poco de avena. ―Mi madre entra por la puerta, con sus delgadas
extremidades dobladas mientras se sienta a mi lado. La miré con el ceño fruncido
mientras colocaba la avena de aspecto desagradable en la mesa junto a mí―. Hay
pasas y azúcar morena, tal y como la comías.
―¿Ah, sí? ―Levantó una ceja, mirándome, pero no a los ojos. Rápidamente
se centró en el centro de su regazo, en sus pantalones rotos. Su piel morena estaba
calcárea y arrugada, y sus labios agrietados. Tenía un aspecto horrible―. No lo
sabía. Supongo que las cosas cambian después de diez años, ¿no? ―Intentó reírse,
convirtiéndolo en una broma, pero me senté hacia adelante, lo que hizo que John
se levantara del sofá de la habitación del hospital y se pusiera a mi lado.
―¿Por qué viniste aquí exactamente? ―Mi voz era áspera―. ¿Qué demonios
te dio el valor de aparecer así?
Mi madre me vio sorprendida, odiaba que sus ojos fueran tan parecidos a los
míos.
―No, te enteraste de que ahora estoy casada con John. Te enteraste de que me
estaba muriendo cuando aún estabas en la cárcel y no le diste importancia cuando
te escribí. No te dije nada sobre John, ¿y ahora de repente recibo una llamada
acerca de que te gustaría conocerlo? ―Me eché hacia atrás, cruzando los brazos
sobre el pecho con fuerza―. Pura mierda.
Ella miró por el rabillo del ojo a John. Él suspiró y se dirigió a la puerta.
―No. ―Lo detuve antes de que pudiera salir por la puerta. Ella ya no me veía.
Su concentración había volado por la ventana hace mucho tiempo. Se rascaba el
cuello, los brazos, su destrozado y asqueroso pelo castaño. Era una adicta. No
podía soportarlo―. Ni te molestes en irte porque ella ya se va.
―Shannon...
―Vete, Allie. Ahora. ―Me senté de nuevo, sintiendo un dolor en el pecho, pero
por primera vez no era por las medicinas o el OPX. Era como si mi pecho se
hubiera abierto y toda la emoción se derramara. Mi madre se puso de pie, tomando
el bolso de imitación que había junto a su silla, con los ojos brillantes.
―Está bien. Volveré mañana, quizá te sientas un poco mejor. He oído que esa
cosa de la OP que te ponen te da malos efectos secundarios, te hace sentir mal o
algo así.
―No, creo que no lo estás entendiendo ―solté antes de que pudiera irse.
―Nos dejaste a Tessa y a mí para que nos cuidáramos solas. La abuela nos
acogió, pero estaba enferma y no podía hacer mucho y tú lo sabías, pero la dejaste
con esa carga. ―Sacudí la cabeza, con lágrimas calientes en los ojos―. Tenía
diecisiete años cuando murió, mamá. Diecisiete años con dos putos trabajos y
viviendo en una casa de acogida con un tutor de mierda. Podríamos haber vivido
con la tía Jessie, pero mentiste sobre ella y dijiste que también se drogaba contigo.
Por tu culpa, me atrasé en la escuela porque estaba cuidando de mi hermanita y
de mí. Tengo suerte de haberme graduado.
―Estoy diciendo que no quiero que vuelvas a verme nunca más. No estuviste
ahí para mí antes, cuando más te necesitaba, así que definitivamente no te necesito
ahora. Tessa por fin está ganando estabilidad, por fin vive su vida como debe ser.
Ella ni siquiera sabe que estás aquí y creo que sería mejor mantenerlo así. Si ella
quiere verte por su cuenta, puede hacerlo, pero no permitiré que vuelvas a
irrumpir, actuando como si todo pudiera ser arco iris y puto sol. No lo haré, Allie.
Me niego. Perdiste ese derecho el día que decidiste que hacer y vender drogas era
más importante que cuidar de tus hijas. ¿Y quieres saber lo peor de todo esto?
―Lo peor es que no has preguntado por Tessa ni una sola vez desde que
entraste en esta habitación. ―Me burlé―. Sigues siendo la misma, solo te
preocupas por ti misma. Nunca cambiarás.
No puedo mentir.
Papá era genial. Nos quería con todo su corazón, pero perdió su trabajo
como guardia de seguridad en un centro comercial, quedando a cargo de
su mujer para cuidar de la familia mientras buscaba trabajo. Ella recurrió
a la táctica más fácil para ganar dinero cuando la despidieron: convertirse
en traficante de drogas.
Ella es una gran chica con una buena cabeza sobre los hombros. Se
respeta a sí misma y es dura, y eso me encanta de ella, pero soy consciente
de que me vio luchar y cree que mis luchas deberían ser también las suyas.
No quiero que tenga esa mentalidad.
Sé que puedo ser dura, y puede que haya sido grosero decirle a la mujer
que me dio a luz que no se metiera en mi vida mientras me veía
convaleciente, pero no tenía tolerancia para sus idioteces o su ignorancia
después de todo lo que había pasado y hecho para sobrevivir. Ya era
suficiente.
Mis ojos arden por las lágrimas no derramadas. En ese momento, hace
dos años, era el día más feliz de mi vida. Acababa de casarme con el
hombre con el que iba a compartir el resto de mi vida y con el que iba a
tener hijos. Un hombre amable y protector que siempre me puso en
primer lugar.
―Hola John... mmm, escucha. Creo que iré a París. Es un viaje de última
hora, pero el doctor Barad dijo que está bien que fuera y que puedes
llamarlo para volver a comprobarlo si quieres. Sé que no te hará mucha
gracia oír esto ―suspiro. ―Y puede que para cuando lo hagas, no pueda
responder a tu llamada, pero, de cualquier forma, te llamaré en cuanto
aterrice. Por favor, no te enojes. Lo necesito. Te amo mucho y espero que
les patees el trasero en tu competencia.
Este viaje es para alejarme, para dejar de apostar por el día en que mi
vida terminará. Todo el mundo sueña con hacer algo espontáneo en su
vida, y cumplir un sueño, creo que me merezco al menos algo de eso antes
de irme.
Una vez que tengo la casa cerrada y la alarma puesta, nos subimos al
auto de Max y nos ponemos los cinturones de seguridad. Sale del camino
de entrada lentamente y es ahora cuando mi pulso se acelera.
Es una locura viajar por horas lejos de mi casa, lejos de mi médico y del
amor de mi vida. Es una puta locura, pero sinceramente... esto es lo que
quiero en este momento. Realmente, realmente quiero esto. No puedo
seguir negándome la felicidad. Tal vez John termine la competencia antes
de tiempo y pueda volar ahí también...
Suspiro.
Espero que una vez que John escuche mi mensaje de voz, lo entienda y
no reaccione de forma exagerada. Espero que acepte mis razones una vez
que tenga la oportunidad de explicarle.
Miro a Max mientras habla sin parar de los lugares que exploraremos y
las cosas que comeremos y los lugares divertidos de los que ha oído
hablar, y yo le sonrío. Él está haciendo que esto ocurra, debería sentirse
orgulloso.
Me giro para mirar a Max. Sus ojos ya están cerrados, pero como si
sintiera mi mirada, se acerca para poner su mano sobre la mía. Miro su
mano y veo que su piel es dos tonos más clara que la mía.
Vuelvo a ver hacia arriba. Ya me está mirando, sus ojos son suaves, su
cuerpo está relajado. Se inclina hacia mí y murmura:
Max no tuvo más remedio que tomar asientos de primera clase, así que
tenía mucho espacio. Aparte de sus leves ronquidos, estuvo bien. No sé
cómo pudo dormir porque yo no pude.
John...
―Esto es una puta locura ―dice por encima del hombro cuando por
fin llegamos a unas puertas de cristal. Por un momento pienso que por fin
Llegamos a un claro, pero me equivoco. Fuera del aeropuerto hay una
avalancha de gente agitando los brazos en el aire, haciéndole señas a los
taxis.
Él sonríe.
Se ríe.
―¿Qué pasa?
―Sí, claro. ¿Para que John pregunte desde qué número lo estoy
llamando? No lo creo.
Asiente con la cabeza, pero puedo ver en sus ojos que se ha inventado
sus propios escenarios.
―¿Y qué hay de Tessa? Seguro que le gustaría saber que has aterrizado
bien.
―Mmm, no.
―Júralo.
―Sé que lo hiciste. ―Baja la cabeza para mirarme―. ¿De verdad crees
que soy tan egoísta? ¿Hasta el punto de dejarte atrapada en la misma
habitación de hotel que yo?
No digo nada. No puedo, de verdad. Sé que Max puede ser egoísta,
pero sabe que estoy casada y tiene respeto por eso. Supongo que este viaje
es realmente solo para mí.
El botones nos saluda con un fuerte acento francés y nos pide que le
demos nuestras maletas. Max se las entrega, le da una propina y entra,
con mi brazo enganchado al suyo.
Una vez que salimos del ascensor, caminamos por el pasillo, con
nuestros zapatos haciendo clic en el suelo de mármol. Nuestras
habitaciones están una al lado de la otra.
Oh, Max.
Él hizo esto.
Sabía que querría despertarme con esta vista por las mañanas. Estoy
tan agradecida de que todavía me conozca. Su corazón estaba buena
forma cuando decidió traerme aquí, puedo apreciarlo.
―¿Qué te parece?
―Bueno, lo has hecho muy bien. ―Miro su mano y lo cerca que está de
la mía. Hemos estado demasiado cerca últimamente y es inquietante.
Max, siempre va a querer más de mí, va a querer estar cerca de mí,
tocarme, pero no puedo permitirlo. Me pongo de pie, caminando hacia la
ventana para mirar por ella y crear algo de distancia.
―¿Por qué? ―Su voz se quiebra―. ¿Por qué no podías esperar hasta
que volviera?
―No. ―Mi voz es brusca―. Solo... solo quédate ahí, John. Deja de
preocuparte tanto por mí, ¿de acuerdo? Por favor. Ni siquiera me voy a
quedar aquí mucho tiempo. Volveré incluso antes de que regreses de Las
Vegas. Será como si nunca me hubiera ido.
―Jesús, Shannon. Por favor, no me digas que te fuiste a París con ese
tal Max.
Ni siquiera sé cómo responder a eso. Solo cierro los ojos, esperando que
tome mi silencio como una respuesta.
―¡No, John! ¡No puedes hacer eso! ¡Ni siquiera sabes dónde estoy! ¡Te
dije que estoy bien! ¡Quiero esto!
Vaya. Cuando lo dice así, suena horrible, pero Max es un amigo desde
hace mucho tiempo. Somos amigos desde hace años, a pesar de las
diferencias que tuvimos en el pasado.
Hace un ruido y me doy cuenta de que está dudando sobre qué decir a
continuación. Me siento en la silla acolchada del rincón, dejando caer la
cara sobre una de mis palmas.
―Eso no lo sé.
―Yo tampoco lo sé, pero creo que no pasará nada. Creo que volveré a
casa contigo.
―Mierda, Shannon ―gime, y oigo la angustia en su voz. Esto está
lastimando profundamente a mi esposo.
―Sí. Te amo.
―Lo sé.
―Sí. ―Fuerzo una sonrisa―. Tienes razón, solo me preocupo por él.
―¿Me estás diciendo que París vive dentro de esa revista? ―Se sentó a
mi lado y luego me quitó el librito.
―Bien, enséñamelo.
―Bueno, París tiene mucho que explorar, mucho que hacer, y mucho
que comer.
―Y esta bici... quiero tanto una, pero son tan malditamente caras. Me
encantaría ir a París, pasear en una de estas bicicletas y respirar el aire de
la ciudad. Sería increíble. Alquilan las bicicletas, ¿sabes?
Me miró, con una sutil sonrisa en los labios, inclinó su cabeza y me quitó
la revista, se acercó y rodeó mi cintura con sus manos. Me dio un beso en
la mejilla y luego en la sien.
―Mi chica consigue lo que quiere. Cuando me haga cargo del club de
mi padre en Wilmington, me aseguraré de ahorrar suficiente dinero para
llevarte un día.
―Sí lo haría ―juró―. A donde quiera que vayas, yo también voy, nena.
Me guiñó un ojo.
―Puedo arreglármelas.
Pero era demasiado tarde. Me tiró al agua, se tiró justo después y los
dos estábamos en el agua fría. Mientras estábamos debajo, pude ver cómo
me sonreía, y no pude evitar devolverle la sonrisa.
Nos detenemos frente a una tienda y Max me dice que espere. Menos
de un minuto después, un hombre mayor sale de la tienda detrás de él
sosteniendo las asas de una bicicleta en las manos. La bicicleta es de color
azul huevo de petirrojo, los mangos plateados y una cesta marrón en la
parte delantera con un ramo de peonías rosas colocado cuidadosamente
en su interior.
―Es preciosa, Max. ―Paso mis dedos por el cuero del asiento.
―Odio que hoy haya sido un día perdido ―suspira―. Si no, te llevaría
de paseo.
Dejo de caminar.
―John, John, John. ―Me mira fijamente a los ojos, con un brillo en los
suyos―. ¿Te has dado cuenta de cuántas veces lo has mencionado desde
que aterrizamos? Empiezo a pensar que prefieres que él esté aquí antes
que yo.
―¡Eso no es cierto!
―Aw. Eso es tan conmovedor. ―Sonríe y el sol hace brillar sus dientes,
el viento pasa su colonia por mi nariz.
Empiezo a agarrar las asas de la bici con las dos manos, pero una
repentina oleada de náuseas me golpea y me agarro a la correa de la
mochila, tambaleándome un poco.
―No puedo creer que esté en París ―digo. Siempre es mejor cambiar
de tema.
Él frunce el ceño.
―¿Qué? No, Shannon. ―Se echa a reír―. No. Se suponía que este viaje
era solo para mí. Para nadie más.
―No lo entiendo...
―Este era un viaje de ida, pero lo adelanté y reservé otro asiento para
que pudieras acompañarme. Iba a vivir aquí, a empezar de nuevo una vez
que tú... bueno, ya sabes. ―Hace una pausa y me trago el ladrillo que
tengo en la garganta―. Durante un tiempo pensé que no iba a ser posible
traerte con tu enfermedad y todo, pensé que por qué no mudarme a un
lugar donde nunca pueda olvidarte... ¿sabes?
―No me perderás. Siempre estaré aquí, Max. Siempre estaré ahí. ―Le
señalo el corazón en su pecho.
―Yo no.
Nuestros ojos se cruzan, solo brevemente. Luego miro hacia otro lado,
hacia mi regazo. Las náuseas se han desvanecido.
―Ese es un escenario muy extraño. ―Me río―. Pero está bien. ―Junto
las manos y me pongo de pie mientras me ajusto la mochila―.
¡Hagámoslo!
Las comisuras de su boca se levantan mientras agarra las asas de la
moto y la estabiliza. Después de ayudarme a sentarme, me ordena que me
aferre a él mientras agarra el manillar. Me subo detrás de él y me agarro
a él por el medio, demasiado mareada para este viaje.
―¿Lista? ―me pregunta por encima del hombro, con su voz grave y
emocionada.
―¡Dios! ―grito, riendo mientras miro por encima del hombro. Max
atraviesa a toda velocidad la salida del parque, pedaleando hasta que el
guardia de seguridad se detiene y agita un puño furioso hacia nosotros,
resoplando rápidamente.
―Sí. Tenemos que ir a verla. ¿Mañana por la mañana, por favor? ―le
ruego, volviéndome hacia él.
―Mañana será, Shakes. Por ahora, tengo que llevarte al hotel para que
descanses.
―Okey. Bien. ―Me lleva hacia adelante por los hombros, sus ojos se
vuelven suaves―. Pero creo que es suficiente emoción por hoy. Vamos.
―No hay problema. ¿Estás bien ahora? ―me pregunta por última vez.
―¿Sí?
―Hoy fue genial. No me importó perderme contigo.
Se ríe suavemente.
―¿Crees que puedes quedarte aquí conmigo al menos una hora, para
controlar mi respiración?
―Sí. Pero no seas como Tessa que me pasa un dedo por debajo de la
nariz para sentir mi aliento cada cinco minutos.
El hombre es Max. Nuestros ojos están fijos. Estamos demasiado cerca, pero no
se siente mal.
John aparece durante el sueño, buscándome por la ciudad, preguntando a todos
si han visto a una mujer que se parezca a mí. Me encuentra y cuando lo hace,
estoy besando a Max delante de la torre.
John grita mi nombre y yo jadeo. Entonces se lanza contra Max, listo para
abordarlo y luchar contra él, pero antes de que pueda hacerlo, Max se desvanece
en el aire.
―¿Incómoda?
―No. Estaré bien. No tienes que quedarte en esa silla incómoda toda la
noche, puedes volver a tu habitación si quieres.
―Bien. ―Me acurruco con las mantas, escucho el tic-tac del reloj en la
pared―. ¿Max?
―¿Sí?
―¿Crees que puedes cantar esa canción para mí? ¿La que solías cantar
cuando pasabas la noche en mi casa?
―Oh, chica. ―Se ríe y yo sonrío―. Bueno. Un segundo. ―Se sienta, me
toma la mano y me acaricia el dorso mientras empieza a cantar I See Fire
de Ed Sheeran.
La cantó una noche durante el karaoke en un bar que tenía una noche
de bebidas a dos dólares. Fue genial. Desde entonces, era la canción que
cantaba cada vez que necesitaba un estímulo o una buena carcajada.
John.
Tessa.
Danny.
Max.
La habitación está vacía, así que me tomo todo el tiempo que necesito
para llorar.
Cuando el sol está más alto en el cielo y mis lágrimas han desaparecido,
voy a una clínica donde la colega del doctor Barad, Whitney Monroe, una
hermosa mujer afroamericana que me recuerda a Kelly Rowland, me hace
una rápida revisión de los pulmones y del cuerpo.
Cuando por fin estoy libre, Max y yo nos dirigimos al Louvre para ver
a la Mona Lisa a los ojos.
―Mmm... no lo sé. Parece del tipo que puede apreciar que una chica se
arriesgue ―dice, encogiéndose de hombros. Tiene razón.
―Maldita sea. ―Me muerdo el labio inferior, viendo cómo las nubes se
agrupan en masas grises.
―Treinta por ciento de posibilidades. Creo que estamos bien por ahora.
Un poco de lluvia no le hará daño a nadie. Si empieza, podemos ir a algún
sitio hasta que pase. ¿Qué quieres hacer ahora?
―¡Oh! Leí algo en un folleto esta mañana sobre un mercadillo por aquí.
Dicen que puedes encontrar algunas antigüedades muy bonitas si tienes
suerte.
―Te lo doy por cinco euros. ―Su acento es fuerte mientras levanta sus
largos dedos. Me acerco al mostrador y las arrugas se forman alrededor
de los ojos del hombre mayor mientras sonríe.
―¿Cómo es posible?
―¿Qué es?
―Me dijo que lo pondría en esa cesta con esos objetos pesados y que, si
alguien lo encuentra y lo quiere, que será para quien lo encuentre. La
persona que se lo lleve será un individuo valiente, humilde y fuerte.
―Estudia el tubo conectado a mi nariz, y una ola de simpatía recorre sus
ojos―, dijo que quien encuentre esto apreciará que el cristal no se rompa
porque la persona que lo vea cree en su durabilidad y en su belleza, y por
eso, la persona que lo compre será igual de duradera e igual de bella.
Mi corazón se hincha.
Su rostro se entristece.
―Es... genial.
―Aww, Max.
―No, no lo es, basta ya, es considerado. Algún día harás que alguna
chica se sienta muy especial con él.
―La chica que siempre llega a tiempo. ―Max gime―. Chica, solía odiar
cuando te llamaba con treinta minutos de antelación solo para asegurarse
de que la recogerías a tiempo.
Lo que dijo ese hombre, esas palabras aún están clavadas en mi cabeza.
Nunca podré olvidarlas. Me dieron una especie de paz, como si siempre
hubiera estado destinada a venir a París. No me malinterpretes, todavía
me siento muy culpable por lo de John y por haberlo hecho enojar, pero
no puedo mentir y decir que esto no me parece bien.
Max, es más fuerte ahora y tiene todas las razones para serlo porque su
pasado fue difícil. Hasta el día de hoy, sé que las tragedias lo persiguen.
Era la primera vez que Max no pasaría el día 4 con sus padres. Esto,
para mí, demostraba que habíamos progresado en nuestra relación, él
quería estar conmigo, y yo me sentía la chica más afortunada del mundo.
Ya habíamos cumplido un año y dos meses.
―¡Los quiero! ―Cuando salimos del barrio, se rio y dijo―: Mis papás
nunca me dejarán crecer.
―Son gente maravillosa ―le dije―. Seguro que este año será diferente
ya que no estarás con ellos. Te echarán de menos.
―No creo que estés preparada para este fin de semana, nena ―dijo
mientras cerraba la puerta del pasajero.
Se dirigió a la puerta del hotel y yo entré con él. Su teléfono sonó cuando
nos encontramos en el mostrador y él suspiró, rebuscando en su bolsillo
mientras la mujer detrás del mostrador esperaba pacientemente.
Max aún tenía una sonrisa en los labios mientras volteaba el teléfono y
revisaba la pantalla, pero cuando leyó el mensaje que había en la pantalla,
su sonrisa se desvaneció lentamente.
―Sí. Gracias.
Max se dio la vuelta y se apresuró hacia la salida y yo me apresuré a
seguirlo. Dejó las maletas en el maletero, lo cerró de golpe, y se apresuró
a ponerse al volante de su auto. Volví a sentarme en el asiento del
copiloto, mirándolo fijamente.
No me miró, solo miró al frente, con ojos distantes, sin ninguna emoción
en su rostro. Empezaba a preocuparme, nunca lo había visto así. Sin
palabras. Inmóvil.
Finalmente, miró hacia mí, y cuando lo hizo, una lenta lágrima se abrió
paso por su mejilla.
―Mis papás...
¿Se han ido? Como... ¿muertos? Pero... ¿cómo? ¿Por qué? Acabábamos
de verlos, acabábamos de abrazarlos y despedirnos con un beso. ¿Cómo
fue posible?
Sollozó con más fuerza, sus gruesas lágrimas cayeron sobre la consola
central.
Eugene señaló a un hombre con una gorra marrón, con una bandera
confederada en la parte delantera, el pelo castaño colgaba por debajo del
sombrero, y el hombre tenía un aspecto grasiento... y también parecía no
tener remordimientos. El ebrio conductor del camión estaba sentado
esposado al escritorio de un oficial, ignorando las preguntas que le hacían.
Una vez que Max descubrió quién era el hombre, las cosas se pusieron
realmente mal. Todos sabíamos que Max tenía temperamento, pero nunca
lo había visto tan enojado, y me refiero a que le hervía la sangre. Atravesó
el departamento de policía y se dirigió hacia el conductor, apartando sillas
y objetos de su camino, con la cara roja.
―¿Dónde están mis llaves? ―exigió con la palma hacia arriba y la mano
extendida.
No dije nada más durante el resto del viaje, ni siquiera pude mirarlo.
Tenía todas las razones para estar molesto en este momento. Sus padres
acababan de morir y un hombre racista se había reído en su cara por ello.
Intenté pensar en todos los lugares donde podría estar, pero aparte de
la casa de sus padres, nada me sonaba. Eugene y yo incluso habíamos
revisado su casa y no había ninguna señal de que Max hubiera estado ahí.
Era espantoso, y lo que es peor, seguía sin Max. Él era la única persona
con la que quería estar, pero no había ni rastro suyo.
―Bueno, estoy seguro de que no hace falta que te explique cómo ocurre
eso ―dijo, bromeando. No me molesté en sonreír cuando lo hizo y se
aclaró la garganta, viendo claramente que no estaba de humor para
risas―. Estás de unas cinco semanas de embarazo.
―Cinco semanas ―dije. No podía creerlo. ¿Cómo se me había pasado
esto? La cabeza me daba vueltas, la boca se me hacía de repente
demasiado agua. Salté de la mesa y me precipité hacia la papelera de la
esquina, sacando la mitad del muffin de arándanos que había engullido
esa mañana.
Volví a llamar a Max, luego una vez más. Alrededor de la quinta vez,
contestó y de verdad me sorprendió. El sonido de su voz hizo que mi
corazón latiera más rápido.
―Bien, supongo.
―¿Qué?
―¿Y? ―insistió.
―Y, bueno, todavía no puedo creerlo, pero... ―Me reí un poco, algo de
alegría por fin presente―. Estoy embarazada, Max.
―Sí, te oí.
Silencio de nuevo.
―¿Max?
¿Ese niño por nacer del que acababa de enterarme? Era una bendición.
Tenía razón en que no era el momento adecuado. Éramos jóvenes y
acabábamos de empezar en esto de ser novios, pero en el fondo sabía que
podíamos hacer que funcionara, siempre hacíamos que las cosas
funcionaran... o eso creía yo.
―Es que... ―Suspiró―. ¿Sabes qué? No lo sé. Haz lo que quieras, ¿de
acuerdo? Solo sé que no estoy listo para un niño, pero si tú lo quieres,
quédate con él.
―¡Max, entiendo por lo que estás pasando, pero creo que olvidas que
no eres la única persona que ha perdido a alguien antes! Yo también perdí
a un padre, ¿okey? ¡Sé lo que se siente! Duele mucho y nada podrá
reemplazarlos, pero lo que acabo de compartir contigo es la vida real, ¿de
acuerdo? ¡Esto está sucediendo, así que no puedes decirme una mierda
así! Yo tampoco estoy preparada, ¡pero estoy dispuesta a hablarlo y hacer
que funcione!
Max no dijo nada, ni una sola palabra, y lo esperé, pero sabía que no iba
a volver a hablar. Así que colgué y lloré aún más fuerte que los días
anteriores.
Más tarde, esa misma noche, Max volvió a llamar. Se acercaba la
medianoche y, aunque estaba cansada y tenía los ojos cerrados, no podía
dormir.
―¿Qué? ―respondí.
―Claro, Max.
―¿Por qué quieres esto? Sabes que tener un bebé lo va a estropear todo
para ti.
Me ardían los ojos. Los cerré, apretando más el teléfono contra mi oreja.
―Shannon ―gimió.
Tenía que elegir entre el hombre al que amaba, mi vida y el bebé que
crecía dentro de mí. Él era una persona que podía crear, alguien a quien
podía conocer desde el primer día y amar incondicionalmente, hasta el fin
del mundo. Un amor así era muy difícil de conseguir para mí.
Sabía lo que tenía que hacer... pero odiaba tener que hacerlo.
Dos días después, me acosté en una cama fría y nada cómoda, con las
piernas abiertas y gruesas lágrimas rodando por un lado de mi cara.
Ese maldito choque terminó con nosotros mucho antes de que nos
diéramos por vencidos por completo. Hoy en día, me odio por no haber
luchado por nosotros, pero realmente me odio por haber renunciado a un
hijo que sé que habría cambiado mi vida por completo.
Tal vez por eso me estoy muriendo, porque destrocé una vida por
desesperación, miedo y soledad. Por egoísmo. Quizá por eso Dios me
castiga, haciéndome sufrir una muerte lenta y dolorosa. No está contento
conmigo ni con mis decisiones, me dio una oportunidad y la estropeé.
Tal vez si hubiera escuchado el latido de su corazón... tal vez si lo
hubiera visto ahí dentro de mí, mi decisión hubiera sido diferente, pero
ahora es demasiado tarde para pensar así. El bebé ya no está, y ahora soy
una cáscara de esa mujer.
Max se disculpó muchas veces por todo lo que pasó después del
accidente, pero sus disculpas no significaron nada para mí en aquel
momento. Actué como si lo hubiera perdonado, por supuesto,
simplemente porque así era yo. Todavía lo quería, todavía me preocupaba
por él, pero en el fondo de mi corazón, sabía que no estábamos destinados
a estar juntos.
Estaba destinada a dejar atrás a Max para siempre. Conocer a John fue
la prueba de que debía dejar atrás a Max.
Max no era mío entonces, y nunca lo fue, solo que yo quería que lo
fuera. Ahora pienso en eso y constantemente perdoné a Max, no porque
estuviera enamorada de él, sino porque me lo rogó mucho, incluso
cuando desapareció durante casi tres semanas, lo perdoné.
Incluso cuando coqueteó con otras chicas y su exnovia tenía una llave
y yo no, lo perdoné. Incluso cuando se emborrachó y se puso bocazas
conmigo, lo perdoné. Incluso cuando estaba afligido y enojado y decía
cosas hirientes, lo perdoné.
Si pudiera volver atrás y cambiar las cosas después del accidente, con
el bebé, el aborto, con Max... no sé si lo haría.
Tal vez Dios estaba probando mi fe en ese entonces y le fallé. No es de
extrañar que me esté muriendo. Después de todo eso, no merezco su
misericordia.
Tres horas más tarde, después de ponerme un elegante vestido rojo y
blanco con escote halter que Tessa no tuvo ningún problema en ayudarme
a elegir de mi armario, Max y yo estamos de pie frente a la Torre Eiffel.
Antes de que me dé cuenta, Max nos guía hasta una puerta donde nos
espera una anfitriona que nos saluda en francés.
Nos sienta en una mesa junto a la ventana con una magnífica vista. Mi
corazón se acelera cuando me doy cuenta de la altura a la que estamos.
Los autos son como hormigas y la gente como motas. El sol se ha puesto
aún más, y solo una pizca asoma por el horizonte.
―Bueno, tenía que hacerlo. Pensé que tenías que experimentar una de
las mejores vistas de la ciudad. ―Él toma su menú y yo hago lo posible
por contener mi emoción, tomando también el mío.
―¿Qué? ―pregunto.
―Buena idea.
―Lo que es una locura de todo esto es que pensé que sería feliz, ¿sabes?
―Dobla los dedos sobre la mesa―. Quiero decir, estoy dirigiendo mi
propio club en Wilmington, tengo una bonita casa y bonitos autos y como
bien. Nunca hay un día en el que pase hambre, nunca un día en el que no
pueda mantenerme... pero incluso con todo eso, siento que falta algo.
―Estudia mis ojos―. Al final de un largo día, me doy cuenta de que estoy
solo, y cuando estoy solo, acabo pensando en ti y, aunque me esfuerce, no
puedo parar.
Aparto los ojos y miro por la ventana. No puede hacer esto. No en este
momento.
Él resopla.
Lo miro de reojo.
Cierro los ojos, pero eso no impide que se me escape una lágrima.
Él parpadea lentamente.
Yo continúo.
―No pasa nada. ―La música clásica llena el silencio que se produce
entre nosotros―. ¿Puedo hacerte una pregunta? ―Me siento erguida,
poniendo una sonrisa.
―Oh, chica ―gime Max, sentándose también―. Por esa sonrisa puedo
decir que no voy a disfrutar respondiendo a cualquier pregunta que
tengas.
Yo sonrío.
Lo miro de arriba abajo antes de apartar la mirada, sin saber qué decir
a eso.
―Lo único que siempre quise ―dice Max, encontrando mis ojos de
nuevo―, era que volvieras a encontrar la felicidad, aunque no fuera
conmigo, y lo hiciste, y te lo mereces. Lo admito, sé cómo soy, y por
mucho que lo intente, no creo que pueda hacerte tan feliz como él.
―Sí, sí. Solo te gustaba cuando estaba borracha porque siempre decía
que sí a todo.
―¡Bingo! ―dice.
―Quiero que bailes conmigo. ―Sus ojos son suaves―. Te prometo que
esta vez no te pediré que hagas un baile para mí.
―No quiero que olvides nunca esta noche ―me susurra al oído.
―Lo sé. ―Cierra los ojos―. Mierda, lo sé. Lo siento. Sabía que esto sería
una mala idea.
―Son casi las diez ―dice con un suspiro―. Deberíamos irnos antes de
que nos echen.
―Claro.
Él sonríe, y yo también.
Una vez que paga, salimos de la Torre Eiffel. La noche es más fresca y
nos envuelve cuando estamos afuera. Cuando estamos lo suficientemente
lejos de la torre, me giro y vuelvo a mirarla. La Torre Eiffel parpadea con
luces doradas brillantes, y detrás de ella se ve un grupo de estrellas.
―No, no está jodidamente bien. ―La voz de Max está llena de ira―.
No te vas a ir hasta que te disculpes con ella. ¡La tiraste al suelo, hombre!
¿Qué demonios te pasa?
―¡Tú vete a la mierda! ¿Qué tal si tú miras por dónde mierdas vas? ¡Es
una dama, hombre!
―¡Max! ―grito.
No puedo.
Esto es todo, pienso para mí. Estoy a punto de morir. Justo aquí, frente a
la torre Eiffel. Supongo que hay una dulzura en eso.
Cierro los ojos y mi brazo cae suavemente de su cara. Lo último que veo
son las luces de la Torre Eiffel. Tan brillantes y hermosas. No es una vista
tan mala para morir.
―¡Bueno, tienes que hacerlo! ¡No tenemos otra opción! Llama a John.
Dile que pasó algo. La cagué, ¿okey? ¡La cagué de verdad!
Helados.
Columpios.
Risas.
―Cierra los ojos. Siente la brisa. Imagina que vuelas cuando te empujo en este
columpio. Es bonito, ¿verdad? Eso es todo lo que tienes que hacer. Solo volar.
Las voces reales son un eco ahora, cada vez más débiles y débiles.
Luz.
Oscuridad.
Luz.
Entrando y saliendo.
―¡John! ¡Cálmate!
―¡No! ¡No me digas que me calme! ¡Sabía que esto iba a pasar! ¡Se lo
advertí!
―Pensé que ella estaría bien ―oigo decir a Max―. Ella me dijo que
estaba bien. Entiendo tu enojo, pero ella estaba bien hasta anoche. Se cayó
y la mochila se rompió, la llevé al hospital tan pronto como pude.
―¡No deberías haberla traído aquí! Sabes lo que hiciste, ¿verdad? ¡Te
metiste en su cabeza! ¡Lo jodiste todo y ahora podría morir por tu culpa!
Tessa me dijo que no tenía que salir del hospital, pero que debía
permanecer fuera de la habitación y respetar sus deseos.
No quiero faltarle el respeto, pero es una de mis únicas amigas de
verdad, la conozco desde hace más tiempo. Me importa demasiado como
para marcharme y quedarme sentado en el hotel, esperando una llamada
que quizá nunca se haga.
Al diablo con eso, quiero estar aquí tan pronto como ella abra esos
grandes ojos marrones de nuevo, para bien esta vez. Porque tiene que
hacerlo, Shannon es fuerte, tiene que salir adelante.
―Quería preguntarte por Shannon. ¿No hay nadie aquí que pueda
ayudar? ¿No hay ningún donante ni nada en ningún sitio?
―Sí. Lo entiendo, pero estás agotado y está claro que el señor Streeter
no te va a dejar volver a la habitación a menos que Shannon esté despierta.
No puedes esperar sentarte en la sala de espera para siempre, ¿verdad?
Algo me dice que Shannon no querría eso.
―Claro que sí ―Ella sonríe, tan cálidamente que duele. ¿Cómo puede
estar tan contenta? Sé que no conoce bien a Shannon, pero ¿no debería
dolerle esto también? ¿Saber que alguien a quien cuida está a punto de
morir? ¿O la muerte es algo normal para ella?
¿Este viaje? Fue un puto error. Tendría que haber dejado que se quedara
en casa, donde era seguro, y haber venido yo solo, como había planeado.
Nunca debí haberle planteado el tema. Ahora mírala, tan cerca de la
muerte que estoy seguro que puede olerla.
Todo lo que quería era hacerla pasar un buen rato. Quería que supiera
que todavía la quiero y que me importa y que nunca me olvidaré de ella,
incluso después de que se haya ido. Supongo que también he dañado eso.
Cómo la herí.
Cómo la destrocé.
Alguien bueno, alguien que está ahí para ella, alguien que se preocupa.
Envidio su amor por ella.
BOOM.
Mi parabrisas se rompe.
El automóvil está dando vueltas, y juro que esto no parece real. Es como
una experiencia fuera del cuerpo, solo que estoy aquí y lo siento todo.
―Shannon ―susurro.
La amo tanto.
―¡Oh, sí! Por supuesto. Dios, lo siento mucho. ―Se apresura a tomar
la jarra de la encimera, me sirve un vaso rápidamente y luego gira para
dármelo.
―Maldita sea, nena, pensé que estabas... mierda. Pensé que estabas
muerta.
―¿Qué demonios está pasando? ¿Qué me pasó? ¿Por qué estoy tan
adolorida?
―¿Qué? ―pregunto.
―John. ―Me levanto, pero el dolor es mucho peor, así que me vuelvo
a encorvar. John me ayuda a relajarme, ajustando la almohada detrás de
mi cabeza―. ¿De qué está hablando? ¿Qué pasó?
―Okey. Bueno. ―Me doy cuenta de que las palabras en la pared están
en francés en la parte superior y traducidas al inglés en la parte inferior.
Todavía estamos en París.
¿John voló hasta aquí? Debe estar furioso conmigo, soy la peor esposa
de la historia.
―¿Es por este viaje? ¿Vas a dejarme? ―pregunto, sintiendo que las
lágrimas se asoman al borde de mis ojos―. Si es así, supongo que lo
entiendo. Me estoy muriendo y no te escuché.
―¡Ahí estás! ―La doctora Monroe sonríe mientras se dirige hacia mí,
extendiendo las manos como si estuviera realmente contenta de verme.
Le devuelvo una sonrisa recelosa―. Nos tuviste a todos asustados por un
momento. Fueron siete largos días.
―Bien, supongo.
―¿Cómo es tu dolor?
―Lo que pasó fue un milagro, Shannon ―dice la doctora Monroe con
una cálida sonrisa―. Llegó una coincidencia para ti. El mismo tipo de
sangre que el tuyo y todo eso. Una mujer con la misma altura y
complexión. Sus pulmones eran fuertes y estaban en perfecto estado. Es
una pena que la hayamos perdido, pero estamos agradecidos de que fuera
donante, de lo contrario no estarías aquí sentada ahora mismo.
Sus ojos se mueven hacia John y Tessa, como si buscaran apoyo. John
niega con la cabeza. Tessa cierra los ojos brevemente antes de abrirlos y
mirar hacia abajo.
―Les diré a las enfermeras que estás despierta y que te traigan algo de
comida. Volveré más tarde para hacerte otro chequeo y luego te haremos
unas pruebas respiratorias. ―Sale de la habitación tan rápido que su bata
blanca parece un borrón.
―¿Si, nena?
―Max tuvo un accidente al salir del hospital hace dos noches. ―Hace
una pausa, tragando con dificultad, evitando todavía mis ojos―. No quiso
salir del hospital en toda la semana que estuviste entrando y saliendo de
la conciencia. Le dije que no podía quedarse en la habitación con nosotros,
que tenía que esperar en la sala de espera si quería quedarse. Lo culpé, le
dije que era culpa suya que te desmayaras y que se te metiera en la cabeza
la idea de viajar a París.
―Está vivo, sí. ―Dulce alivio. Gracias a Dios―. Pero ―continúa John,
y mi alivio se desvanece en un instante―. No está bien, Shannon.
Consideran que Max tiene muerte cerebral, sus pulmones siguen
funcionando y su corazón sigue latiendo, pero eso es solo gracias al
soporte vital. Su cerebro no ha dado ninguna respuesta y los médicos
creen que nunca lo hará.
―Esto es serio ―gime Tessa―. Eugene está aquí ahora, llegó esta
mañana.
Observo sus ojos durante varios segundos, con la vista nublada. Luego
aparto la mirada, cubriendo mi boca y dejando caer mi línea de visión.
―¿Qué? ¿Qué más puede haber? ―No puedo. Estoy enojada Y dolida,
y me siento asfixiada. Siento el pecho tan apretado, mi cuerpo lleno de
emociones crudas y feas.
La miro a los ojos y juro que el corazón se me cae a la boca del estómago.
―¿Qué?
Parece que mi salud fue cambiada por su vida, pero si pudiera elegir,
elegiría morir antes que perderlo porque no puedo soportar esto. Perderlo
es perder una gran parte de lo que me hizo ser quien soy.
―¿Cuántos días tengo que esperar? ―Mi voz se quiebra―. Para verlo.
¿Cuántos días?
―Sé que te duele ―me susurra John al oído mientras me rodea con sus
brazos―. Y sé que quieres dejarlo todo e irte ahora, pero por favor,
Shannon. Quédate aquí. Me aseguraré de que veas a Max antes de que
salgamos de este hospital. Tienes mi palabra.
Entierro mi cara en su pecho. Estoy luchando como una loca contra mis
lágrimas y para no derrumbarme aquí y ahora, pero no puedo evitarlo.
Han pasado tantas cosas en las últimas dos semanas. Tanto que podría
haber controlado y cambiado, pero fui demasiado terca y egoísta para
hacerlo. Todo esto es culpa mía. Esta es la maldición que llevo. Todos los
que quiero acaban muriendo o heridos.
Por eso esperé hasta las 3:30 de la mañana para hacer lo que voy a hacer
ahora.
Me quité la vía con cuidado hace menos de una hora. Me duele la mano
y mi cuerpo sigue un poco drogado por las medicinas, así que al salir de
la cama me tropiezo un poco, pero consigo mantenerme en pie, a pesar de
que siento las piernas un poco débiles.
Era el relicario que compró en el mercado. Pensé con seguridad que era
un error, que le pertenecía a él, pero luego lo abrí y vi las fotos que había
dentro.
Es él.
Ver su nombre hace que todo esto sea más real. Mi corazón late un poco
más rápido. Respiro entrecortadamente, presionando la palma de la mano
contra el duro roble y cierro brevemente los ojos.
―¿Por qué tenía que pasarte esto? Se suponía que era yo, no tú. ―Le
agarro la mano y está fría. A pesar de eso, la aprieto y la sostengo en la
mía―. Quiero que sepas que lo lamento por todo. Por el pasado, por el
bebé, por todo. Lo siento tanto, tanto. Te amo de verdad. Te amo tanto.
Se me saltan las lágrimas cuando lo abro y vuelvo a mirar las fotos. Max
sonríe. Tessa intenta no sonreír mientras él le pasa el brazo por los
hombros.
―Shannon ―dice Eugene con voz suave―. Míralo y dime qué ves.
―Sí.
―Si esto sucede, nunca podré volver a verlo, Eugene. Ninguno de los
dos lo hará.
―¿Qué?
―Lo único que decía era cómo deseaba poder ayudarte, cómo deseaba
poder donar su propio pulmón y salvar tu vida, incluso dijo que moriría
por ti, ¿y sabes qué? Le creí.
Eugene tiene razón, pero odio que esté perdiendo a alguien más, odio
que sea precisamente Max. Parece que mi vida tiene un gran precio. Si no
regateo, no sobrevivo.
―Lo sé ―susurro.
Todo.
Cada vez que cierre los ojos, pensaré en Maximilian Grant. Cada vez
que piense en el club Capri, que beba moscato rosado o que haga un baile
rápido con los hombros al ritmo de la música, pensaré en él. Max nunca
será olvidado. Mis recuerdos de él serán siempre atesorados y eso será
algún tipo de consuelo.
―Gracias por todo, Max. Por aguantar mis locuras. Por quererme a
pesar de todos mis defectos y todos mis traumas, por arriesgarte conmigo
y por ser un completo loco conmigo cuando más lo necesitaba. ―Sollozo
y me rio, sacudiendo la cabeza.
«Ya puedes descansar, ¿de acuerdo? ―Le acaricio la frente con la yema
del pulgar y me inclino una vez más para besar su mejilla―. Te amaré
siempre ―susurro―. Y siempre te recordaré, incluso cuando llegue el
momento y esté dando mi último aliento.
He soñado muchas veces con viajar por el mundo, pero nunca pensé
que podría ir a ningún sitio después de que me diagnosticaran la Pleura
de Onyx.
Durante los dos últimos años me han revisado cada mes para detectar
la OP, pero a partir de este vigésimo cuarto mes no tendré que volver
hasta dentro de tres meses para una revisión rutinaria. Nunca me he
sentido más bendecida.
Fue duro lidiar con mis pérdidas, pero seguí adelante. Me siento mucho
mejor, y ahora que las cosas están mejorando conmigo y con John, y que
Tessa está casada, no podría pedir una vida más perfecta.
Sin embargo, hoy estoy realmente feliz. ¿Por qué? Porque John, Tessa,
Danny y yo estamos en Dubái.
A veces me pregunto cuáles habrían sido sus últimas palabras para mí,
después de que Eugene hiciera que los médicos lo desconectaran, siempre
me pregunto qué habría dicho.
Unas dos semanas después de su muerte, finalmente volvimos a casa.
Yo me estaba curando y tenía luz verde para irme. John me llevó a casa y
me instaló, a la mañana siguiente revisó el correo y me dio una carta.
Shakes:
La gente va y viene.
Puede que se vayan, y sí, al principio dolerá, pero los recuerdos nunca se
desvanecerán.
Max
Cuando oigo que la puerta del baño se abre detrás de mí, parpadeo y
me aliso el vestido.
―¿Sí?
―Todavía no.
―No ―digo, con una sonrisa de oreja a oreja―. No, en absoluto. Ella
está bien. ―Me giro en sus brazos para mirarle.
―Sé que él se alegra por ti en este momento. Era un buen tipo, lo sé. No
creas que no puedes hablar de él conmigo porque puedes hacerlo. Estoy
aquí para ti y sé lo mucho que significaba para ti.
―No, en absoluto.
Sabía dónde estaba, sabía que no había mucho que pudiera decir o
hacer porque no iba a cambiar nada.
Todo lo que podía hacer era estar ahí para mí, y estoy muy agradecida
de que lo hiciera. Es un esposo increíble, a pesar de tener una esposa que
a veces es una mierda. Hasta el día de hoy, todavía no siento que lo
merezca.
Dicen que la gente llega a nuestras vidas por una razón, algunos no
creen en ese dicho, pero yo sí. Creo que estuve con Max en el pasado para
aprender y crecer, y creo que conocí a John para poder aprender a ser
amada adecuadamente, para ser cuidada y para sanar de todos los
traumas de mi pasado.
Lo apreciaré todo.
Cada segundo.
Cada respiración.
Cada risa.
Soy fuerte.
Poderosa.
Empoderada.
Renovada.
Era una noche lenta, así que salí de la barra y me detuve frente a la
oficina, tratando de escuchar lo que sucedía ahí, pero todo lo que oí fueron
voces apagadas.
―Hey ―la llamé mientras se ponía la chaqueta, pero solo hizo una
mueca. Empecé a preguntarle a dónde iba, pero se dirigió a los casilleros
y abrió el suyo de un tirón, sacando una bolsa de mano y metiéndola
inmediatamente en su casillero.
―Pero ella es buena bartender. Mejor que yo, y lleva más tiempo aquí.
Me burlé.
Sonreí
―¿Me estás tomando el pelo? ¿Has visto lo que conduce? Está claro que
necesita este trabajo más que yo.
―En primer lugar, deja de fumar aquí, nadie quiere oler esa mierda. En
segundo lugar, no sé por qué me importa, solo parece que necesita que
alguien la salve en lugar de fallarle ahora mismo.
Eugene puso los ojos en blanco. Nunca fue de los que se preocupara por
los demás, además era un imbécil tacaño. Siempre se preocupaba por
recortar gastos y ahorrar dinero, pero era el hermano de mi padre y a él
le parecía bien que se encargara de los negocios.
Coquetear con ella era diferente pero estimulante, con todas las
discusiones y las idas y venidas. Ella fingía que no le gustaba, pero
mostraba señales sutiles de que sí le gustaba, como la forma en que se
mordía el labio inferior, o luchaba contra su sonrisa cuando me burlaba
de ella.
Nuestra primera cita fue como ninguna otra que hubiera tenido. Nunca
había tenido que profundizar en mis discusiones con otras chicas, la
mayoría eran tan básicas y sencillas y solo buscaban una cosa al final de
la noche, lo mismo que yo, pero de alguna manera Shannon siempre me
llevaba a hablar de cosas que la mayoría de las veces descuidaba.
Una aventura de una noche no iba a ser suficiente con ella. Sabía,
después de esa primera noche de nuestra primera cita, que iba a necesitar
más de ella. Querría verla tanto como pudiera, llamarla, enviarle mensajes
de texto, salir con ella. Era especial, y sus muros estaban cayendo para mí.
Cuanto más revelaba su verdadero yo, más me enamoraba de la mujer
que era y la comprendía. Cuanto más revelaba mi verdadero yo, también.
Después de todo lo que habíamos pasado, sabía que ella iba a ser esa
chica, la que se escapaba. La chica que un hombre como yo conoce y que
nunca, nunca olvidará, sin importar lo que le ocurra, o con quién acabe
después de ella.