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El presente documento es una traducción realizada por Sweet

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con discreción para que podamos seguir trayéndoles más libros.
Hace años, me enamoré de un hombre llamado AXIMIL
alto, de voz suave y muy guapo.

Lo era todo para mí, un hombre que no podía hacer nada malo, pero
entonces hizo lo único que prometió que nunca haría:

ME ROMPIÓ EL CORAZÓN.

Ahora, casi siete años después, estoy felizmente casada con un


hombre que ha cambiado mi vida por completo... pero con mi salud
pendiendo de un hilo, a menudo me pregunto qué le depara el futuro,
porque sé que existe la posibilidad de que tenga que vivir sin mí.

John, mi esposo, es el amor de mi vida, y nunca he cuestionado


nuestro amor...

Todas las chicas tienen a ese tipo al que no pueden olvidar o dejar
atrás por completo, sin importar lo tóxica que haya sido la relación o lo
mal que haya terminado. Bueno, esta historia es un poco diferente.

Esta es la historia de cómo Maximilian Grant pasó de ser mi primer


amor tóxico, al hombre que finalmente salva mi vida... y, créeme, esto no
se desarrollará de la manera que crees.
¡Hola!
Antes de sumergirte, solo quiero que sepas que la enfermedad que se usa
en esta novela, la Pleura de Onyx, no es una enfermedad real. Es ficticia,
sin embargo, se utilizaron enfermedades y condiciones de salud de la vida
real (como cáncer, asma, etc.) para crear y, de alguna manera, inspirar esta
enfermedad ficticia.
Espero que disfrutes leyendo este libro tanto como yo disfruté
escribiéndolo.

Mucho amor,
Muchas personas tienen miedo a la oscuridad.

Para ellos, la oscuridad crea un miedo instantáneo en sus mentes, pero


lo que la gente no se da cuenta es que ese miedo es solo producto de su
imaginación. Si tienes miedo a la oscuridad, es porque te aterroriza lo que
se esconde en ella.

Monstruos

Demonios.

El hombre del saco. Sea lo que sea a lo que le temes, es porque te has
permitido tener miedo de esa oscuridad desconocida.

Para mí, la oscuridad es mi vida. Habito en ella. Me deleito en ella.

Disfruto de la frescura. La tranquilidad. La paz. La mirada en la nada.


No me importa la oscuridad. Tampoco me da miedo. De hecho, me
encanta porque oculta mi apariencia y quién soy realmente.

Pasé la mayor parte de mi infancia oculta entre las sombras, y por eso
me reconforta. En la oscuridad total, puedo ocultar mi rostro, mis ojos, mi
culpa. Nadie puede verme. Nadie puede leer mi rostro y saber cómo me
siento.

Es un placer, sinceramente.

Y es por eso que John y yo estamos sentados en esta habitación en la


oscuridad. Estoy viendo hacia el techo en blanco y él está observando
cómo la lluvia se desliza por el cristal de la ventana que tiene enfrente
como si fuera una obra maestra húmeda que se altera constantemente.

Está callado. Demasiado callado.

No debería sentirme tan aliviada por su silencio, pero la verdad es que


no quiero hablar ahora mismo. La lluvia, junto con el constante pitido del
monitor que tengo a mi lado, se han convertido en sonidos de consuelo,
ruidos en los que mi mente hueca puede ahogarse.

La cabeza de John se gira cuando suspiro.

―¿Estás bien? ―pregunta, inclinándose hacia adelante. Aunque está


oscuro, hay una pizca de luz de luna que entra por la ventana y me
permite verlo. Las ojeras que rodean sus ojos azules me dan un tirón en el
corazón.

Mi labio se contrae y le hago un gesto con la cabeza.

Él coloca una mano en mi brazo. Su toque siempre es cálido y


reconfortante. Intento sonreír, pero mis labios agrietados me impiden
hacerlo.

―Hoy has estado muy callada ―murmura, pasando sus dedos por mi
brazo. Levanta mi mano y me besa el dorso, sus brillantes ojos azules
encuentran los míos. Destellan por las luces que se filtran a través de la
ventana―. Deberías intentar dormir.

Lentamente aparto mi mano.

―Sabes que no tienes que seguir diciéndome que duerma, John


―suspiro.

―Solo estoy preocupado por ti, Shannon. Tengo todos los motivos para
estar preocupado. ―Y todavía está molesto por la discusión que tuvimos
antes porque no quería que me sedaran otra vez porque sentí apenas un
indicio de dolor. Estaba bien. Juro que lo estaba. Él solo estaba siendo su
yo dominante habitual.

Murmuro algo en voz baja y lo escucho moverse en su silla.

―¿Qué? ―pregunta.
No respondo.

Mi silencio claramente lo molesta y, segundos después, escucho las


patas de su silla raspar el piso y las luces se encienden sobre mí. Me tapo
los ojos, sintiéndome como un vampiro atrapado por el sol.

―¡John! ¿En serio?

―¿Qué dijiste? ―pregunta, ignorando mi ligera reacción exagerada a


la luz.

―Nada ―murmuro, dejando caer las manos.

―Sí que dijiste algo. ¿Serías tan amable de repetirlo? ―Él es alto, con
la barbilla elevada, su cabello castaño suelto y desordenado alrededor de
las orejas y la frente.

Recuerdo la primera vez que vi a mi esposo. Me impresionó su belleza.


Es tan guapo, pero tan serio todo el tiempo. Tiene un rostro cincelado,
fuerte con ángulos agudos. Sus labios son carnosos y flexibles, y con un
cuerpo como el suyo, es como si estuviera hecho para ser un dios.

En un momento dado me encantó todo lo relacionado con él y toda su


seriedad porque, para mí, la seriedad significaba dedicación y estabilidad,
pero después de que me diagnosticaran, esa seriedad empezó a
molestarme poco a poco. Lo sé, lo sé. Soy una esposa horrible por pensar
eso.

Respiro con fuerza.

―John, vamos a olvidarlo ¿de acuerdo? Realmente no quiero gastar mi


energía discutiendo en este momento. ―Me ajusto los tubos que salen de
mis fosas nasales.

Él suspira.

―Repítelo, por favor.

―¿Por qué? ¿Qué crees que dije?

―¡No lo sé! ―chasquea y yo me sobresalto―. ¡Por eso te lo pregunto,


Shannon!
Nuestras miradas se cruzan, la hostilidad es como la estática en el aire.
Pasamos por esto muchas veces, demasiadas, de hecho. Empiezo a estar
harta de lo mismo, de discutir por mi salud, algo que él desearía poder
controlar. Es el tipo de hombre que quiere tener el control de todo en su
vida, pero con mi situación, no puede ser así y él lo sabe, y eso lo hace
enojar a veces. Irritable.

―Tienes que dejar de engañarte a ti misma, deja de jugar tantos juegos


cuando se trata de tu salud, Shannon ―espeta.

La ira me invade, y antes de que pueda pensar en eso, escupo las


palabras que una vez tuve miedo de que escuchara.

―Bien. ¿Quieres saber lo que dije? ¡Dije que quiero que dejes de
preocuparte por mí, John! No necesito que te preocupes tanto por cada
pequeña cosa, ¿de acuerdo? Estar aquí sentado ya es bastante difícil.
¡Quiero que sigas adelante antes de que sea demasiado tarde! Olvídate de
mí y de este maldito hospital y prepárate para lo que sigue. Ambos
sabemos que no iré a ninguna parte, bueno, en realidad, no. Retiro lo
dicho. Si me voy a alguna parte, será porque mi cadáver será sacado de
esta habitación y enterrado a dos metros bajo tierra. Tú te irás a casa y yo
me habré ido.

Su hostilidad desaparece y en un instante sus ojos se llenan de agonía


y culpa, una culpa que no debería sentir.

―No. ―Avanza, situándose por encima de mí―. ¿Por qué iba a


olvidarme de ti? ¿Cómo puedo olvidarme de alguien como tú, Shannon?

―Algún día tendrás que hacerlo. ―Veo a sus ojos llorosos, tratando de
luchar contra el dolor en mi pecho, pero por supuesto lo siento todo. Me
duele por él porque no me gusta verlo molesto. No me gusta pensar que
tendrá que vivir sin mí―. Voy... voy a morir, John. ¿No lo ves? ―Mi voz
se quiebra al hablar. Es involuntario. No quiero llorar, ahora mismo no,
pero no puedo no llorar con él. Es mi esposo, mi todo, y el hecho de que
esto le ocurra a él me destroza. No es su culpa, sin embargo, se culpa
constantemente a sí mismo.
Sus ojos enrojecidos se llenan de lágrimas y trata de acercarse a mi
rostro, pero me doy la vuelta hundiéndome de nuevo contra la dura cama
de hospital.

―Shannon... ―Su cabeza baja y tiembla―. Cariño, por favor no hables


así. Puede pasar cualquier cosa. Un milagro, una oportunidad. Todavía
puedes luchar contra esto. Eres la mujer más fuerte que conozco.

―¿Puedes volver a apagar las luces, por favor? ―No puedo aceptar sus
palabras alentadoras en este momento. Ambos sabemos que no hay
milagros en camino.

―No, sé lo que intentas hacer y estoy cansado de eso. No puedes


esconderte de mí, sigues siendo hermosa para mí, eres perfecta. ―Retira
mis manos antes de que pueda taparme la cara con las palmas. Pasando
las puntas de sus dedos por el suave lugar detrás de mi oreja, susurra―:
Eres hermosa, nena. Mi bella esposa. No me digas nunca que te olvide.

Mis labios se estrechan, y mis ojos parpadean de calor.

―John ―susurro.

―¿Si, nena?

La voy a aplastar. ¿Esa esperanza en sus ojos? ¿Esa fe? Ya está aplastada
y lo sé.

―Yo. Voy. A. Morir. ―Pronuncio cada palabra lentamente―. ¿Por qué


no lo has aceptado todavía?

Lentamente, las grandes manos de John se alejan de mí y me mira


fijamente desde la parte superior de la cabeza hasta la barbilla.

Sé lo que estás pensando. No fue correcto lo que dije. No debería


haberlo dicho. Estoy de acuerdo en que soy dura con John, pero solo
porque se merece algo mejor que esto: atravesar la deprimente
experiencia de ver a su esposa marchitarse en una cama de hospital.

Él es un chef popular en Carolina del Norte que ha recibido muchos,


muchos premios y ayuda a administrar un restaurante de primer nivel en
el corazón de Charlotte, pero prefiere pasar su precioso tiempo en el
hospital con una mujer moribunda, perdiendo lentamente el control sobre
realidad e incluso su creatividad.

No debería ser tan injusta. Quiero decir, soy su esposa y si fuera él quien
se estuviera muriendo, no me atrevería a dejar el hospital ni un segundo,
sin importar la carrera que tuviera, pero soy terca y lo admito, puedo ser
una perra, sobre todo cuando estoy deprimida. Ataco a las personas que
amo cuando soy infeliz y eso es algo que odio de mí misma.

Solo quiero una vida mejor para él. Si hubiera sabido que me iba a pasar
esto, nunca habría aceptado casarme con él, y él podría haber invertido su
tiempo en otra cosa.

Aunque parezca injusto, es simplemente porque lo amo.

No hay nada que desee más que él vuelva al trabajo, que vuelva a lo
que tanto le apasiona, y que siga construyendo su vida. Le he dicho
muchas veces que está bien que vaya a trabajar durante el día, que estaré
bien con las enfermeras y los médicos cerca.

Después de todo, ha pagado por lo mejor, pero se niega. Dice que


podría perderme en cualquier momento, lo que resulta ser cierto, y si
termino falleciendo mientras él no está, se arrepentirá por el resto de su
vida.

Mientras estoy en medio de mis pensamientos, John camina hacia la


puerta.

―¿Adónde vas? ―pregunto.

―Necesito un poco de aire.

La puerta se abre de golpe y se cierra en un instante, el portazo hace


que el interior de mi pecho vibre.

Parpadeo para quitarme las lágrimas, mirando esa espantosa cortina


verde grisácea en la solapa de la puerta agitarse antes de que finalmente
se asiente.

Lo peor es que dejó la luz encendida, permitiéndome verme en el espejo


frente a mí. Estudio mi cabello rizado, oscuro y con las puntas abiertas, la
mirada vidriosa en mis ojos castaños oscuros. La forma en que mis labios
hacen un mohín, como si quisiera que regresara de inmediato y me
perdonara. Bueno, lo quiero, pero él necesita espacio y no lo culpo.

Levanto la mano y paso la punta de mis dedos por el pico de viuda que
se encuentra en mi frente. En mi opinión, es la mejor parte de mí. Me
sienta bien, la forma en que se dirige a mis rasgos, realzando lo que queda
de mí.

Mi nariz de botón y mis ojos finos como los de un gato.

Mis labios carnosos, de los que John no se cansaba cuando estaba sana.
Ahora están agrietados, pero antes de todo esto -de los sedantes, las
píldoras y los medicamentos- eran perfectos.

Siempre estaban brillantes para John.

Siempre besables.

Ahora son como un puto papel de lija.

Los ojos me arden por las lágrimas.

Giro la cabeza, y miro la pared blanca a mi derecha. Al presionar el gran


botón del altavoz en la cama, llamo a la enfermera.

Vickie asoma la cabeza unos segundos después con ojos cansados, pero
con curiosidad.

―¿Todo bien, Shannon? ―pregunta. Supongo que presenció el portazo


que se dio hace unos momentos, o al menos lo escuchó.

―Sí. ¿Te importaría apagar las luces? John se olvidó de apagarlas antes
de salir.

―Por supuesto. ―Su sonrisa es débil cuando alcanza el interruptor.


Cuando está apagado, se dirige hacia la puerta―. Avísame si necesitas
algo más, ¿de acuerdo?

―Lo haré. Gracias.

Cuando se va, exhalo, y dejo que la oscuridad me envuelva. Agarro una


almohada y la meto detrás de mi cabeza, presionando la parte de atrás de
mi cabeza contra ella y cierro los ojos.
¿Qué clase de esposa ingrata soy? Debería alegrarme saber que un
hombre como John no quiere perderme. Fácilmente podría pasar a una
mujer más nueva y saludable con un cuerpo estupendo. Alguien que no
tenga un cronómetro marcando en su frente.

Cuando la enfermedad regresó hace tres meses, el doctor David dijo


que solo me quedaban ocho meses, si acaso. Pues bien, han pasado cinco
de esos ocho meses y las posibilidades se han reducido mucho más.

Mi salud fluctúa.

Un día siento capaz de quedarme despierta durante horas, ver la


televisión e incluso comer el almuerzo que John prepara para mí cada vez
que decide ir a casa y hacer algo, pero al día siguiente apenas puedo
moverme. Me duele el cuerpo y me palpita la cabeza. Siempre siento como
si me clavaran agujas en el cerebro.

Doy vueltas y no consigo descansar lo suficiente, y es entonces cuando


el doctor David me seda. Porque es lo único que puede quitarme el dolor,
ni siquiera las píldoras funcionan para aliviarlo.

No estoy satisfecha con la vida que he llevado. De hecho, en su mayor


parte, odiaba mi vida hasta que mi hermana y yo fuimos separadas de
nuestra madre traficante de drogas para viviéramos con nuestra abuela.

Nos fue bien; nos quedamos con mi abuela hasta que falleció cuatro
años y medio después. Para entonces, había encontrado un trabajo en un
bonito bar en el centro de Charlotte llamado Capri y trabajaba en largos
turnos de noche. Dormía poco, pero me encantaba trabajar en ese bar. Me
encantaba el aura, la música, las luces, ese bar era mi libertad.

Me encantaban las bebidas, las propinas y el entusiasmo de los clientes.


Además, era raro que una joven de veintiún años trabajara en un lugar
tan exclusivo y moderno. Me consideré afortunada por haber conseguido
el trabajo y me negaba a darlo por sentado.

Así que quizá amé mi vida un poco más después de convertirme en


mujer y aceptarme. Supongo que lo que quiero decir es que no estoy
satisfecha con cierta parte de mi vida y con algunas de las decisiones que
tomé hace años. Hasta el día de hoy todavía me atormenta.
Permítanme explicar cómo empezó esta parte concreta de mi vida.
A los cinco meses de trabajar a tiempo completo en Capri, un bar
exclusivo en el centro de Charlotte, Eugene contrató a un nuevo mesero y
su nombre era Maximilian Grant.

Todo el mundo lo llamaba Max. Al principio, lo odiaba. Cuando


Eugene lo contrató, trabajé menos horas, lo que se tradujo en menos
dinero y propinas.

Además, bueno, Max estaba buenísimo, así que todos querían su cara
detrás del mostrador mucho más que la mía.

Él tenía una piel suave y rojiza, pelo negro corto y ondulado. Ojos
almendrados y penetrantes del color de la miel, y unos hoyuelos para
morirse. Era alto y ancho, tonificado y musculoso en todos los lugares
correctos, como esos jugadores de la NBA que no puedes dejar de ver
cuando están en la pantalla.

La forma en que sudaba ligeramente mientras atendía el bar... Dios, era


increíble. Hubo momentos en los que quise lamer furiosamente ese sudor,
furiosamente porque, por alguna razón, lo envidiaba. Era mi competencia
y me estorbaba.

Las chicas venían solo por él e incluso los hombres guapos pensaban
que era un hombre lo suficientemente genial como para pedirle una copa.
Le pagaban más, lo que significaba que yo estaba atrapada en mi rincón
de mierda recibiendo propinas baratas de pervertidos y solitarios.

Max no tenía ningún problema conmigo. Quiero decir, ¿por qué iba a
hacerlo? Le pagaban bien, era guapo y todo el mundo lo sabía, tenía un
buen auto, una novia atractiva... lo tenía todo. La lista podría continuar
durante días. Podría haber estado viviendo la vida de un jugador
profesional.

Y yo... bueno, compartía un apartamento de dos habitaciones con una


compañera de piso. Conducía un Beetle negro de 2 puertas de 1999 que
no tenía radio y necesitaba urgentemente una mano de pintura, y no tenía
novio ni hombres que me persiguieran.

No es que fuera fea ni nada por el estilo, simplemente no estaba muy


involucrada en la vida de las citas, y la zona rápida no era realmente mi
lugar.

Pero una noche... todo cambió, y ya no era una extraña para Max.

Eugene me llamó a su oficina con una mirada hosca, y las palabras que
compartió no eran las que yo quería escuchar.

―Simplemente no podemos permitirnos dos meseros a tiempo


completo en este momento. Dijiste que no querías ser mesera y no hay
otros puestos. Lo siento, Shannon, pero tengo que dejarte ir.

Discutí con Eugene durante diez minutos seguidos, pero finalmente me


rendí y salí furiosa de su despacho, al borde de las lágrimas. No tenía
sentido discutir ni llorar, estaba decidida a buscar trabajo a primera hora
de la mañana siguiente. No podía estar sin uno. A pesar de que Tessa ya
estaba en la universidad, seguíamos necesitando dinero.

Entré en la trastienda y me bajé la chaqueta de cuero, frunciendo el ceño


cuando vi a Max sentado en una esquina con una de las meseras en su
regazo. Ella soltó una risita y le pasó la mano por el pecho, pero sus ojos
estaban fijos en mí, con una ceja enarcada.

Mantuve mis ojos en él, tirando de mi chaqueta y observando cómo se


desprendía de la chica y se dirigía hacia mí.
―Hola. ―Su voz era pecado. Puro pecado. Si no estuviera tan enojada
con él, le habría rogado que hablara más.

Lo ignoré, yendo hacia mi casillero y sacando mis pertenencias. Sentí


que me observaba mientras llenaba mi bolsa con rabia, y luego giró sobre
sus talones, entrando en el despacho de Eugene y cerrando la puerta tras
de sí.

Tras sacar las llaves de mi mochila, me dirigí a la salida y crucé a toda


prisa el estacionamiento para llegar a mi auto. Mientras intentaba
arrancar el pedazo de mierda, escuché que alguien gritaba mi nombre.

Max estaba corriendo por el estacionamiento y venía en mi dirección.


Cuando se encontró con mi auto, me sonrió, con sus ojos color miel
brillando por las luces de la calle.

Mis fosas nasales se abrieron, fruncí las cejas, y bajé la ventanilla.

―¿Qué demonios quieres, ladrón de trabajo?

Parpadeó, asombrado.

―¿Ladrón de trabajo? ¿Por qué me llamas así?

Aferré el volante, ignorando esa leve sonrisa y el pequeño brillo en sus


ojos.

―¿Qué quieres?

―Solo hablar contigo.

―¿Y bien? ―Mis cejas se levantaron y agité una mano impaciente antes
de sentarme de nuevo contra mi asiento y cruzar los brazos.

―Me enteré de que Eugene te iba a dejar marchar y... ―se rascó la parte
superior de la cabeza―, bueno, le dije que si te ibas, sería una jugada
realmente estúpida. No se tomó mi declaración a la ligera, por supuesto.
Ya sabes cómo es ese imbécil. Pensé que acabaría despidiéndome, pero en
lugar de eso le hice reflexionar y te ofrece recuperar tu puesto de trabajo.
A cambio, trabajaré menos horas. Así es justo para todos.

Me quedé viéndolo, boquiabierta, y yo que pensaba que iba a tratar de


conseguir mi número y presumir de ello después.
―Espera, ¿qué?

―No estás despedida ―dijo riendo.

―¿Cómo que no estoy despedida? Me acaba de decir que estoy...


espera, ¿por qué me ayudas?

Max presionó una mano en mi auto, inclinándose hacia adelante.

―Porque conozco a todas las empleadas de Capri, excepto a ti. Desde


que estoy aquí, nunca he recibido una palabra tuya.

―¿Y eso qué?

Pasó una sonrisa torcida.

―Bien, puede que una parte sea también porque Eugene es mi tío
político y le dije que sería muy tonto dejar marchar a alguien como tú.
Quiero decir, trabajas duro. Te diviertes. Eres muy buena en lo que
haces... bueno, creo que te aprecian mucho tus bebidas, la gente te quiere.
Eres una necesidad aquí y este es el negocio de mi padre, odiaría ver cómo
se hunde por un error tonto como éste. También odiaría escuchar que
estoy sin trabajo en una nueva ciudad mientras estoy en la escuela, todo
porque mi tío quiso ser un idiota. Así que, Shannon, no estás despedida.

Mi respiración se ahoga un momento. Por un lado, él estaba apoyado


en mi destartalado auto, con el brazo flexionado y el cuerpo tonificado
bajo una camiseta negra, y por otro, ¡no estaba despedida! Nunca me
había sentido tan aliviada en toda mi vida.

Enarcó una ceja, probablemente confundido por mi silencio y mi


mirada perdida.

―Eso es, a menos que no quieras trabajar más aquí... ―Su voz no era
tan segura como antes.

―No, no ―defendí rápidamente mi silencio―. Créeme, sí quiero.


Necesito este trabajo. Mucho más de lo que crees, solo... estoy
sorprendida, eso es todo.
―Muy bien entonces. Si ese es el caso, lleva tu trasero conmocionado
de vuelta ahí y empieza a servir algunas bebidas. Tenemos clientes
esperando.

Sonreí, bajando la cabeza, con mis rizos oscuros y revoltosos curvando


mi cara. Suspirando, subí la ventanilla y él dio un paso atrás mientras yo
empujaba la puerta del auto.

―No tenías que hacer eso, ¿sabes? ―murmuré, saliendo del auto y
cerrando la puerta tras de mí.

―Lo sé, pero quería hacerlo. Considéralo un favor. ―Empezó a


caminar hacia atrás―. Un día me lo pagarás y no podrás decir que no.
―Su sonrisa se hizo más grande y luego se dio la vuelta y corrió hacia la
puerta trasera.

Miró por encima del hombro una vez antes de desaparecer. Me quedé
mirando al frente, resoplando una carcajada con total incredulidad.

Max me había salvado de quedarme sin trabajo. Claro que le debía un


favor. Le debía mil favores. Me encantaba trabajar en Capri. Me encantaba
ser creativa y ganar más de quinientos dólares cada noche del fin de
semana. Si somos sinceros, eso era casi el dinero de una stripper, solo que
no tenía que quitarme la ropa para cobrar. Podía mantener mi orgullo y
mi dignidad y aun así ganar más que suficiente dinero para mantenerme
a mí y a mi hermana. Un trabajo así era raro para alguien de mi edad.

¿Pero ese favor que me pidió Max? Resultó que no era sencillo.
Realmente quería decir que se lo debía, y no con trabajo, o cubriendo un
turno por él una noche para que pudiera llevar a su novia o a alguna chica
al azar a una cita, sino algo totalmente distinto.

Algo que me sorprendió por completo.


La puerta de la habitación cruje al abrirse.

Unos pasos ligeros se deslizan por el suelo después de que la puerta se


cierra y oigo un largo y cansado suspiro mientras el sofá de la esquina
cruje bajo el peso de un cuerpo.

Espero que hable, pero sé que no lo hará. Probablemente piense que


estoy dormida.

―¿John? ―lo llamo.

Lo veo en mi periferia, solo su silueta. Se levanta, con el pelo brillando


por las gotas de lluvia.

―¿Sí?

De nuevo el silencio. Mi boca se esfuerza por formar palabras... una


disculpa. Lo siento, pero también quise decir cada palabra que dije. Él
tiene que seguir adelante tarde o temprano.

―Lo siento ―susurro, y mi voz se quiebra. Las lágrimas afloran


inmediatamente a mis ojos.

John se levanta inmediatamente y camina hacia mi cama, sentándose


en el borde. La luz de la luna revela su suave rostro.

―No, yo lo siento, cariño ―murmura―. No debería haberme


marchado así.
―No, no debería haberte dicho eso. ―Me giro un poco y le agarro la
mano―. Solo... quiero que entiendas que entiendo tu punto de vista
cuando lo digo. Solo tienes treinta y un años, John. Tienes mucho por
delante. Me dolería como un ángel, o un fantasma, o lo que sea que resulte
ser, ver que estás deprimido y que ya no haces lo que te gusta. ―Me
obligo a sonreír y él se ríe, y me alegra mucho ver que la sonrisa llega a
sus ojos cansados.

―¿Un fantasma? ―repite, burlándose. Se inclina hacia delante y me


besa la frente―. Prefiero un ángel a un fantasma cualquier día, no necesito
que me persigas.

Me río.

―Eres una tonta, ¿lo sabías? ―dice, acariciando la yema de su pulgar


sobre mi mejilla.

Sonrío.

―Lo sé.

Su boca se esfuerza por formar la siguiente serie de palabras.

―Pero ya sabes cómo soy, Shannon. No es una píldora fácil de tragar


para mí, sabiendo que existe la posibilidad de perderte.

―Lo sé. ―Hago una pausa y tuerzo los labios―. Solo prométeme que
no estarás extremadamente deprimido porque no quiero eso ―suplico,
aun tratando de mantener el ánimo ligero.

―De ninguna manera puedo prometerte eso. Tendré mucho dolor y


angustia insoportables.

―Bueno, prométeme que no te convertirás en un alcohólico o un


drogadicto o algo así.

―Puedo garantizarte que eso nunca ocurrirá ―y estoy segura de ello.


El padre de John era alcohólico y, por desgracia, su madre consumía
drogas y pastillas, lo que la llevó a pasar incontables meses en
rehabilitación, echando por tierra su perfecta carrera como presentadora
de noticias. Tuvo una sobredosis cuando John tenía quince años. Eso lo
destruyó.
En el instituto se burlaban de su madre, ya que todo el pueblo la
conocía, así que abandonó los estudios. Afortunadamente, obtuvo su
diploma, fue a un colegio comunitario y luego decidió ir a la escuela
culinaria para hacer lo que más le gustaba. Ser Chef.

Nunca ha querido tener nada que ver con las drogas y, hoy en día, casi
nunca lo atraparás bebiendo licores fuertes. Se mueve en torno a los vinos
tintos y blancos e incluso una cerveza artesanal aquí y allá.

Nuestros pasados son muy similares, y por eso creo que conectamos
tanto. Podemos relacionarnos y entender las luchas y la terquedad del
otro, y sin embargo, cuando estamos juntos somos los más vulnerables.

―Te amo. ―Se inclina hacia delante y me besa la mejilla.

―Yo también te amo, Johnny. ―Luego me besa los labios, dulce y


tiernamente. Es suave y cálido. Me derrito por dentro, mi estómago
retumba con esos aleteos que me encanta sentir siempre que él está cerca.

―No discutamos más, ¿de acuerdo? Odio discutir contigo.

―De acuerdo, pero solo si podemos hacer un trato.

Sus cejas se juntan.

―¿Qué tipo de trato?

―Prometo evitar las discusiones si, y solo si, me prometes que vas a
volver a trabajar, al menos durante el día.

Su cara se pone rígida y ya puedo decir que está listo para salir furioso
de la habitación otra vez.

―¿Por favor, John? Solo considéralo.

Lo conozco. Está listo para decirme que no, pero sabe que decir que no
ahora mismo resultará en otra discusión y en ningún trato, así que dice:

―Lo pensaré. ―Se rasca la frente―. Pero no me hará mucha gracia


estar lejos de ti, y si vuelvo, solo me quedaré un par de horas. No todo el
día. ―Por su tono, puedo decir que ha pensado mucho en el trabajo. Lo
echa de menos. Esa cocina es su segundo hogar.
Yo sonrío.

―Para mí es suficiente.

Me acerca la manta de los pies para cubrirme.

―Duerme un poco. Yo también haré lo mismo.

―De acuerdo.

Tras depositar un último beso en mis labios, se dirige al sofá y se


acuesta de espaldas. Varios minutos después, se ha apagado como una
luz, roncando con la ferocidad del rugido de un león.

Acaricio mi mejilla sobre la manta y cierro los ojos, pero cuando me


pongo cómoda, mi teléfono vibra en la mesa de al lado.

Un mensaje de texto.

Lo tomo y los latidos de mi corazón casi se paralizan.

Max: Necesito verte.

Leo el mensaje varias veces. Hace meses que no sé nada de Max, no


desde que le dije que estaba enferma y que tenía que mantenerse alejado.
No desde que elegí a John para que estuviera a mi lado mientras estaba
en mi lecho de enferma.

Si John lo ve mirándome como solía hacerlo, con ojos tan llenos de


pasión, cuidado y ternura, lo arruinaría todo.

Nuestro matrimonio. Mis últimos días aquí en la tierra. Nuestro amor.


Todo. No puedo permitirme hacerle daño durante mis últimas semanas
con él. Porque se acerca el final, lo siento en mi cuerpo, en mi alma.

Trago grueso, suelto el teléfono y lo apago. No respondo. Tal vez capte


la indirecta de que no quiero que me vea, de que no debe venir a verme.
No mientras esté así.
Tal vez cuando esté sin vida en un ataúd, pueda venir, y al menos para
entonces, no tendré que enfrentarme a él por nada.
Quería estrangular a Eugene por hacerme creer que estaba despedida.
Tres días después de que Max me dijera que no lo estaba, Eugene contrató
a dos meseros. Quincy y Brenda. Es cierto que eran empleados a tiempo
parcial, pero me molestaba de sobremanera que hubiera tenido la audacia
de despedirme solo para contratar a dos personas más.

Max me dijo que tuvo que convencer a Eugene de que contratara a más
gente porque se acercaba el verano y los universitarios saldrían de la
escuela y buscarían un lugar para pasar el rato. La carga de trabajo sería
demasiado para los empleados actuales, así que era mejor estar
preparados de antemano. Tenía razón y, por suerte, salvó el trasero de
Eugene de tener una seria charla conmigo cuando vi que tenía más horas
en mi agenda.

―Oye, escucha ―dijo Max después de bajar un trago de su cerveza.


Estábamos de pie en la barra del bar, era una noche de jueves tranquila.
Volví mi atención hacia él, sorbiendo una margarita de melocotón
mientras sonreía detrás de la pajita―. ¿Recuerdas el favor que te dije que
me debías?

Solté la pajita, dejando el vaso en el suelo mientras mi sonrisa se


evaporaba lentamente. Se centró en mis ojos. No se atrevió a moverlos, ni
siquiera cuando le devolví la mirada.
―¿Sí?

―Me gustaría pedir ese favor ahora.

Me acomodé en mi taburete, enderezando la espalda. Después de


aclararme la garganta, dije:

―Bueno... ¿de qué se trata? ¿Necesitas que te cubra un turno? No me


importa abordar una noche entera si es necesario. Después de todo, así
era antes de contratar a Maximiliano el Grande. ―Sonreí.

Él me devolvió la sonrisa, con los ojos relajados, se giró en su asiento


para mirarme, prestándome toda su atención. Incluso mientras las otras
empleadas pasaban con sus camisas negras, revelando sus vientres planos
y luciendo sus pantalones de tiro bajo, él solo podía mirarme a mí. A mí,
con mi camiseta sin mangas anudada en la espalda, mis pantalones rotos
y mis botines negros. Nunca sentí la necesidad de vestirme como las
demás chicas.

Inclinándose hacia delante, con su pecho cerca del mío, Max murmuró:

―Cubrir un turno no es exactamente lo que tenía en mente como favor.

―¿No? ¿Entonces qué tenías en mente?

―Vamos, Shannon. Esto es un pase libre para mí. No es que sienta que
realmente 'me debes' o algo así, pero sé que me aprecias por ayudarte a
mantener tu trabajo.

Mi cara se deformó por la confusión.

―No sé a qué quieres llegar.

Los ojos de Max se ablandaron mientras levantaba la mano, pasando el


dorso de esta por la línea de mi mandíbula. Cuando llegó a mi barbilla,
presionó la yema de su pulgar en el centro de esta y luego la mantuvo
firmemente entre sus dedos.

Se me cortó la respiración por el repentino movimiento y se me


pusieron los brazos de gallina. Nunca me había tocado. Muchas veces vi
en sus ojos que quería hacerme algo, tocarme en alguna parte, pero nunca
lo hizo. Hubo muchas ocasiones detrás de la barra en noches de mucho
trabajo en las que estuvo a punto de ponerme la mano en la espalda para
pasar, pero nunca lo hizo, pero esta noche, se sentía muy cercano e íntimo.

―Sal conmigo el viernes por la noche. Brenda y Quincy trabajarán en


el turno de noche ―dijo―. Melanie y Jace tienen el bar.

―¿Cómo sabes que no tengo que trabajar en el VIP?

Sus labios se aplanan, la mirada que me dio sarcásticamente


preguntando ¿en serio?

―Porque lo comprobé, y porque odias el VIP. Lo vi en una nota


adhesiva en la oficina de E.

―Dios. Acosador ―me reí.

―Una noche, Pequeña Shakes. Es todo lo que te pido. ―seguía


sujetando mi barbilla, como si no quisiera que mirara a otra parte que no
fueran sus ojos.

―¿Pequeña Shakes? ―Respiré.

―Sí.

―¿Qué se supone que significa eso?

―La forma en que mueves esas caderas al ritmo de la música cuando


preparas esas bebidas... ―Sacudió la cabeza y se pasó la lengua por el
labio inferior―. No tienes ni idea de las veces que quise acercarme por
detrás para unirme a ti en un baile. Por suerte sé mantener las cosas
profesionales por aquí.

Mi corazón se aceleró al imaginarnos en la pista de baile.

Presionándonos.

Tocándonos.

Besándonos hasta que nuestros cuerpos no pudieran soportar más el


dolor o la necesidad. Dejé de lado la idea.

―¿Por qué nunca intentaste hacer un movimiento antes? ―pregunté,


mi voz apenas es un susurro.
―Porque resulta que cuando te miro, me resulta demasiado difícil
moverme, demasiado difícil funcionar.

Me reí, quitando mi barbilla de su suave agarre y tomando de nuevo


mi margarita.

―Tienes una respuesta para todo, ¿verdad, Playboy?

―¿Qué? ―Se río―. Te estoy diciendo la verdad. ―Levantó su botella


para terminar su cerveza. Cuando terminó, preguntó―: Entonces, ¿qué
dices? ¿Me darás una noche contigo, Shakes?

Parpadeé mirándolo mientras mis labios volvían a rodear la paja negra.


Sus ojos se dirigieron inmediatamente a mi boca. Sus fosas nasales se
encendieron, y su gran cuerpo ya no estaba relajado. En lugar de contener
lo que tenía que decir, porque, admitámoslo, Maximilian nunca se mordía
la lengua dijo:

―Tus labios son tan jodidamente perfectos.

Me aparté de mi bebida mientras una canción de X Ambassadors salía


de los altavoces. Quería decir que sí a salir con él justo en ese momento.
Quería abalanzarme sobre él, que me llevara a su Audi de dos puertas y
me llevara a ese apartamento del que tanto oí hablar a las chicas que
acudían al bar cada noche solo para verlo.

Pero yo era una chica inteligente. Reconozco que estaba interesada,


pero él no iba a conseguirme tan fácilmente.

―¿Tu novia? ―pregunté por encima de mi bebida.

―No tengo ninguna.

―Mmm.

―Estás dando largas. Ya debes estar atada a alguien.

―No. Soltera. Sin ataduras. Hace tiempo que es así.

―Mmm ―me imitó. Entrecerré los ojos hacia él juguetonamente,


conjurando una risa silenciosa de su parte.

―Si te digo que lo voy a pensar, ¿sirve?


La cabeza de Max se inclinó un poco, luego apretó los labios y se levantó
del taburete sin problemas.

―Claro ―dijo mientras se ponía detrás de mí, plantando sus grandes


y cálidas manos en mis hombros. Su pecho me rozó la espalda y se inclinó
más cerca, sus labios tocaron la concha de mi oreja. De cerca, olía bien, su
aroma me recordaba a un cálido día de primavera―. Pero no lo pienses
demasiado, Shakes. No soy un hombre muy paciente.

Luché contra una sonrisa, chupando de nuevo mi pajita mientras él


caminaba hacia la trastienda. Cuando desapareció, suspiré, haciendo lo
posible por ignorar la aceleración de mi corazón. Me limpié el sudor de
las palmas de las manos como si eso fuera a ayudar, pero no lo hizo. Mi
corazón seguía acelerado.

―Vaya, vaya ―dijo Quincy cuando llegó a mi extremo de la barra, yo


levanté la cabeza cuando tomó mi vaso vacío y agitó el hielo.

―¿Qué? ―pregunté, con las mejillas encendidas.

―Nunca has terminado una copa en este bar, Shannon Hales. Alguien
debe haberte puesto un poco caliente y sedienta, ¿eh? ―Quincy sonrió
con satisfacción.

―Oh, por favor. Solo necesitaba una. ―Le hago un gesto para que se
vaya.

―Si tú lo dices. Chica, sabes que no puedes negarte a ese hombre, ya te


tiene envuelta en su dedo.

―No es así. ―Jugué con el borde de una servilleta negra.

Levanté la vista cuando Quincy apoyó los codos en la encimera,


acercando su rostro a mí.

―Escuché que una vez que te tiene, no hay forma de que dejes de
pensar en él, oí que ese hombre es un dios en el dormitorio. Al final lo
estarás adorando. ―Se abanicó con exageración―. Lástima que no le
gusten los hombres finos como yo. ―Quincy levantó la mano y fingió que
se sacudía el pelo invisible por encima del hombro mientras se giraba
hacia las bebidas. Solté una carcajada mientras torcía su piercing en la ceja
y fruncía los labios―. Tómalo, Shannon. ¡Tómalo y no lo sueltes nunca!
¡Sabes que lo quieres! ―Su arrebato hizo que algunas de las meseras nos
miraran con el ceño fruncido. Evité sus ojos, dándole una mirada de cállate
antes de que te mate.

Ya casi era hora de cerrar y como la noche era lenta, sabía que Eugene
me mandaría a casa. Mientras limpiaba el mostrador del bar, la puerta del
salón de empleados se abrió y salió Max. Cuando salió, mi sonrisa se
desvaneció por completo.

Su brazo rodeaba los hombros de Brenda y la tenía demasiado cerca de


su cuerpo para mi gusto. Sus ojos parpadearon hacia los míos, solo
brevemente, y luego miró a Brenda, que estaba hablando de algo que
estoy segura que era irrelevante.

¿Qué demonios? ¿Lo hacía a propósito? ¿Intentaba ponerme celosa para


que fuera corriendo hacia él?

Bueno, a la mierda, él se equivocaba. Yo no era ese tipo de chica, no


corría hacia ningún hombre, tenía dignidad y a veces demasiado orgullo.

No era como Brenda, la pelirroja que era una profesional de las


mamadas en el baño de hombres. Yo me merecía paciencia y respeto, y
eso seguro que no era lo que Max estaba dispuesto a darme.

Quincy sacudió la cabeza con una mano en la cadera, con una mirada
de puro asco en su rostro mientras los veía pasar.

―¿Sabes qué? ―murmuró cuando pasaron y Max me ignoró por


completo―, retiro lo que dije. No aceptes una mierda de él. Haz que su
trasero de jugador trabaje por lo que tienes.
Mi cabeza da vueltas, mi cuerpo pasa por la misma rutina que hace cada
dos mañanas.

Dolor de huesos.

Fatiga.

Falta de aliento.

A veces los tratamientos de OPX me ayudan a olvidar dónde estoy,


hasta que me permito recordar. En un hospital, en un ala llena de otros
pacientes enfermos.

Es muy deprimente despertarse con un techo blanco o escuchar a


alguien toser con tanta fuerza que parece que su pulmón va a estallar.

Gimoteo, olvidando lo molesto que es despertarse y sentirse cómodo.

Tengo el trasero entumecido, los dedos también. El suero en mi brazo


se clava más profundamente, pero me giro un poco, relajándolo.

La ronda de OPX de ayer no me favoreció. De todos modos, no tiene


sentido. La única razón por la que continúo es porque John quiere que
haga todo lo que pueda para sobrevivir, aunque eso signifique estar
sentada durante casi una hora mientras dejo que el OPX nade por mis
venas, y luego permitir que los insoportables dolores de cuerpo y de
cabeza se instalen. Si eso lo hace sentir mejor, que así sea.
Ya sé que es demasiado tarde. El OPX no está funcionando como
debería y pronto los médicos dejarán de malgastarlo y lo guardarán para
alguien que realmente pueda salvarse.

Al fin y al cabo, este medicamento es caro, sobre todo porque la Pleura


de Onyx, la enfermedad que yo padezco, es rara y no hay suficiente
cantidad de OPX para curarla.

Odio la enfermedad.

Me está destruyendo. Hizo que perdiera mucho peso y que se me


cayera el pelo, hasta el punto de que Tessa tuvo que llevarme a cortarlo
hace unos meses.

Mi pelo ha vuelto a crecer un poco, pero es muy fino y quebradizo. He


perdido algo de color en mi piel oscura, mis labios están siempre secos y
no puedo olvidar mencionar las permanentes ojeras.

Trastorno de la pleura de Onyx.

Definitivamente no es mi mejor amigo, pero me acompaña todos los


días desde los veintitrés años. Nunca he tocado un cigarrillo, puede que
haya fumado algo de hierba aquí y allá, pero seguro que esa no es la causa
del diagnóstico.

Dicen, en el caso de las personas que padecen esta enfermedad, que se


forma en nuestros pulmones cuando nacemos, pero es tan raro que los
médicos no lo revisan a menos que haya síntomas cuando eres un niño.

Empeora a medida que se envejece, especialmente cuando se realizan


muchas actividades extenuantes que bombean los pulmones. Supongo
que todo mi estrés, trabajar en dos empleos en un momento dado, y
mantener el ritmo de Tessa, finalmente me había alcanzado.

Detesto esta enfermedad. No, la odio, la odio tanto por arruinar mi


vida. Sin un trasplante de pulmón, hay una tasa de supervivencia del 8%,
y no puede ser cualquier tipo de pulmón. Además de los tipos de sangre
coincidentes, hay que tomar una determinada sección del pulmón para
poder reemplazarlo. Estamos en una larga lista de espera. Han pasado
meses, ya perdí la esperanza.
Tocan a la puerta y Leah, mi enfermera de día, entra cantando “¡Buenos
días!” mientras se dirige a la ventana. Abre las cortinas de forma
espectacular, como hacen las madres en todas las películas de
adolescentes, y luego suspira cuando la luz del sol le da en la cara.

Leah es perfecta y está muy infravalorada como enfermera. Todos la


dan por sentada, pero cuando se trata de mi estancia en el hospital, ella es
la mujer que quiero que me cuide. Ni Vickie, ni Ronda, sino Leah. Es casi
como una hermana, y realmente se preocupa por mi cordura, mi felicidad
y mi salud. No hay peleas de gatos o discusiones incluidas, como Tessa y
yo tendemos a hacer.

―¿Por qué sigues intentando dormir en este glorioso día? ―me


pregunta, dándose la vuelta para mirarme―. Toda esa lluvia de anoche...
deberías estar feliz de que tengamos esto. ¿Tienes hambre?

Me incorporo atontada.

―Claro que no, siento que ya estoy a punto de vomitar.

Se apresura a buscar el cubo morado junto a la cama.

―Toma ―lo pone en mi regazo―. Hazlo en el cubo de vete a la mierda.

Sacudo la cabeza, riendo un poco.

―Creo que estoy bien, aunque un poco de agua estaría perfecto.

Su cabeza asiente y va por la jarra de la mesa, llevándola a la puerta.

―Iré a buscarte un poco. ―Echa un vistazo a la habitación como si le


faltara algo. Cuando por fin se da cuenta, pregunta―: ¿Dónde está John?

―Lo convencí para que volviera al trabajo por unas horas.

Sus ojos marrones se expanden, la luz del sol resalta su piel morena. El
tono de su piel me recuerda al de mi padre.

―¿Hablas en serio? ¿Realmente te escuchó? ―Apoya una mano en la


cadera con una sonrisa de suficiencia.
―Bueno ―me encojo de hombros―, le dije que tiene que vivir antes de
que yo deje de vivir. No puede seguir poniendo su vida en espera por
alguien que no lo hará.

La sonrisa de Leah se evapora.

―Sabes que odio cuando hablas así, Shannon.

Me encojo de hombros.

―Es la verdad.

Ella agarra el pomo de la puerta un poco más fuerte.

―Iré por el agua. ―Sale por la puerta en menos de un segundo.

Yo suspiro.

Leah y yo estamos muy unidas, así que sabe que odio que intente
mimarme o mostrarme simpatía. Por eso se fue.

Para mí, la compasión es igual a la lástima.

Esta es mi vida, la que me tocó vivir, y por fin la he aceptado. Aunque


no fue una vida muy larga, he intentado aprovecharla al máximo, aunque
hay algunas cosas que me gustaría haber hecho y lugares a los que me
gustaría haber ido antes de acabar en mi lecho de muerte.

Mi teléfono suena en la mesa de al lado. Miro y veo de nuevo el nombre


de Max. Esta vez está llamando. No contesto.

Leah entra de nuevo con la jarra y me sirve un vaso de agua mientras


se acerca a mí. Ese momento de tristeza que compartimos hace menos de
dos minutos pasó porque en sus labios vuelve a aparecer una sonrisa
plena, lo suficientemente contagiosa como para alegrarle el día a
cualquiera.

―Vamos a poner algo de comida en tu estómago ―me dice.

Y yo asiento con la cabeza.

Así es como tiene que ser.


―Está bien. ―Me acerqué a Max, con una ceja levantada, una mano en
la cadera, y la otra en la barra.

Se giró hacia mí, acomodándose en el taburete, y su aroma cálido y


varonil me hizo sentir un poco de debilidad en las rodillas. Nunca llevaba
demasiada colonia. Siempre era la justa, era sutil y tentador, haciendo que
una chica deseara acercarse para olerlo más profundamente.

―¿Qué dijiste? ―Puso una sonrisa de suficiencia, y sus ojos se abrieron


de par en par mientras bajaba su teléfono móvil.

Entrecerré los ojos y me acerqué a él. Estaba casi entre sus piernas, pero
me mantuve a una buena y segura distancia. Mostrar cualquier signo de
debilidad cerca de él no era una opción.

―Te daré una noche, pero solo una ―dije, levantando un solo dedo―.
Y tenemos que ir a un lugar al que realmente quiero ir.

―De acuerdo. ―Se pasó una mano por la cabeza. Su pelo era ondulado,
como las olas del mar en la noche―. Di la hora y el lugar.

―Mañana por la noche. A las ocho en Crave, en la Quinta Oeste. ―Di


un paso atrás, acomodando mi cabello detrás de la oreja―. Y por favor
―dije por encima del hombro mientras me daba la vuelta―, no llegues
tarde.
Le dediqué una leve sonrisa. Para mí, esto era un juego del gato y el
ratón y por fin me había atrapado, pero aún no había intentado comerme.
Tenía que manipular su ego, meterme en su piel solo un poco.

Pero no funcionó.

Las patas de su taburete arañaron el suelo y Max me atrapó antes de


que pudiera huir por la puerta trasera, giré y me encontré entre sus
brazos, mis labios se separaron al encontrar sus ojos de miel.

Su piel, así de cerca, parecía hecha de satén. Quería tocarle la cara, y


recorrer con las yemas de los dedos su firme y cincelada mandíbula, pero
me abstuve.

―Crees que me estás jodiendo la cabeza, ¿no? ―preguntó, su voz era


un murmullo bajo la música.

―En absoluto ―desafié.

―¿Qué te hizo ceder?

―Nada, es que creo que te debo esto...

Frunció el ceño.

―Ya te dije que en realidad no me debes nada.

―Más o menos sí...

―No, no lo haces, Pequeña Shakes. No tienes que hacer esto. No te


estoy obligando.

―Lo que sea ―dije, maniobrando deliberadamente fuera de sus brazos


y tirando de mi mochila sobre mi hombro―. Es solo una noche. No puede
causar mucho daño, ¿verdad? Es mejor acabar de una vez.

Max se burló, lo que me hizo fruncir el ceño. Me miraba de forma


dudosa, y esa mirada por sí sola demostraba que quizás no sabía de lo
que él era capaz.

―Tiembla ―dijo―. Cuando termine contigo, estarás rogando por más


de una noche. ―Volvió a dar un paso hacia mí, agarrando mi muñeca y
atrayéndome hacia su cuerpo duro como una roca. Choqué suavemente
con él, con la cabeza inclinada hacia arriba y nuestras miradas
atornilladas―. No estoy bromeando ―murmuró, inclinándose hacia
delante para colocar sus labios cerca de la concha de mi oreja―. Te deseo.
Demasiado. Ahora que me has dado esta oportunidad, voy a asegurarme
de que esta noche se convierta en muchas, muchas más.

Apenas podía respirar. Cada palabra me recorría como lava caliente. Su


voz era tan orgásmica y profunda. Su cuerpo, tan duro y suave y cálido
sobre el mío. No era de extrañar que las chicas no pudieran resistirse a él.
Me esforzaba por no ser esa chica, pero con él tan cerca, era casi imposible.

Max sabía lo que estaba haciendo, y yo no debería haber puesto a


prueba su ego, teniendo en cuenta que no me había acostado con nadie en
más de cinco meses.

Admito que estaba un poco desesperada por él. Era el mejor hombre
que había visto en meses. Lo veía casi todas las noches, y yo le interesaba.
Realmente, realmente le interesaba.

La forma en que me abrazaba, su mano en la parte baja de mi espalda


y a propósito cerca de mi trasero, exhibía una prueba más que suficiente
de lo mucho que me deseaba. Se burlaba silenciosamente de mí y, lenta
pero seguramente, deshacía cada fibra obstinada de mi cuerpo.

Sin embargo, me preguntaba por qué. Yo era la chica más aburrida que
trabajaba en Capri y, lo admito, no era la más atractiva del grupo. ¿Qué
había en mí que le hacía desear la persecución?

Me enderecé, sonriendo suavemente mientras me separaba de él y me


dirigía a la puerta. Sentí que me observaba, y cuando miré por encima de
mi hombro, una sonrisa se dibujó en las comisuras de esos labios
perfectamente esculpidos.

Mientras empujaba la puerta, dije despreocupadamente:

―Ya lo veremos, Max el Grande.

Luego me alejé, alegrándome de que la puerta se cerrara rápidamente


tras de mí. Apuesto a que eso me hizo a mí, la vieja y aburrida Shannon,
aún más atractiva para él. Una puerta cerrándose en su cara, cortándole
la vista.
Lo que remató la noche fue el mensaje que recibí de él más tarde esa
noche.

Max: No puedo dejar de pensar en ti

El mensaje me emocionó. Estar dando vueltas en la mente salvaje de


Maximilian Grant era una gran manera de terminar la noche.

Así que, antes de dormirme, le envié un mensaje de vuelta.

Yo: No puedo dejar de pensar en los cupcakes y las bebidas que compartiremos
en Crave. He oído que el pastel de zanahoria está para morirse.

Max: JA-JA. Grosera.

Sí, todavía estaba poniendo a prueba su ego, pero esto era divertido, y
por primera vez en mucho tiempo, me sentía viva. Coquetear no me
resultaba natural, pero hacerme la difícil, y por alguna razón a él le
gustaba eso, y a mí me gustaba que a él le gustara eso.

Me gustaba hacia dónde se dirigía esta cosa de una noche, y ni siquiera


había sucedido todavía.

Con esta historia, voy a profundizar y explicarles exactamente cómo


acabé enamorándome de Max. A juzgar por la historia hasta ahora, una
persona probablemente puede asumir que lo amo más que a mi esposo.
Pues bien, esa persona estaría equivocada. Amo a mi esposo con cada
fibra de mi ser, pero mi amor por Max es... diferente. Es un tipo de amor
crudo, un amor que una mujer nunca, nunca olvidará, no importa lo malo
que haya sido.

Aunque es engreído, arrogante y tan lleno de mierda a veces, hay


mucho de Max que la gente no llega a ver.

La historia entre Max y yo es muy profunda, y odio estar contándola


porque, por un lado, la mayor parte de ella no es mi historia, y por otro,
John odiaría que pensara en otro hombre mientras estoy hospitalizada.

Pero tengo que hacerlo. ¿Por qué? Porque estar con Max fue
probablemente uno de los mejores momentos de mi vida, aunque al final
haya abierto los ojos.

Realmente me sentí viva con él, y no en el sentido cursi, en el que la


gente está constantemente de fiesta y viajando y saltando desde
acantilados. No. Eso no es lo que es sentirse vivo para mí.

Sentirse vivo para mí, es estar cerca de alguien que puede hacerte sentir
cosas que nunca creíste posibles. Una persona que puede ayudarte a
apreciar cada pequeño momento, incluso los malos. Sentirse vivo es
cuando tu corazón late con locura al ver acercarse a la persona que amas.

Esa persona enciende tu alma y enciende las mejores partes de ti, te hace
ver lo bueno de ti mismo cuando te miras al espejo cada día, y cuando te
miras, simplemente... brillas.

Brillas con fuerza y valentía como el sol en los primeros días del verano.
Eres hermosa. Sientes que puedes dominar el mundo con solo esa pizca
de amor en tu corazón.

Tal vez no debería llamarlo solo sentirme vida. Tal vez debería llamarlo
también felicidad. Sin duda, hubo un tiempo en el que pude decir que
Max me hacía la mujer más feliz del mundo, pero a veces ocurren cosas
que están fuera de nuestro control, y esa felicidad se transforma en otra
cosa, algo deprimente y desgarrador.

A veces las cosas cambian y antes de que podamos esforzarnos por


recuperarlas, es demasiado tarde. Está hecho, y en el fondo nos
arrepentimos de no haber luchado por lo único que nos completaba.
La noche que acepté ir a esa cita con Max, sabía lo que me esperaba.
Sabía que muy probablemente me engancharía, que empezaría a esperar
sus mensajes de texto cada día, e incluso que estaría deseando verlo en el
trabajo.

Sabía que me enamoraría de él... pero lo que no sabía era lo poco


preparada que iba a estar cuando todo sucediera.
Eran cerca de las ocho de la noche para nuestra cita y Max aún no había
llegado. Me puse delante del espejo, arrancando los trozos de rímel de mis
pestañas y maldiciendo por lo bajo.

Emilia, mi compañera de piso, entró en mi habitación moviendo la


muñeca y comprobando su reloj.

Ella era retro, vestía con tirantes plateados, coletas en el pelo y pijamas
de arco iris. Sin embargo, la amaba por eso. Era única, la misma razón por
la que permití que se convirtiera en mi compañera de cuarto. Nunca
pretendía ser nadie más que ella misma.

―Vaya... ¿finalmente consigues una cita única en la vida y él no


aparece? Eso tiene que doler ―dijo Emilia.

Miré su reflejo en el espejo, entrecerrando los ojos hacia ella.

―Aparecerá, tiene que hacerlo. ―Porque sería estúpido si me cancelara


cuando trabajamos juntos.

―Más le vale. ―Alguien tocó a la puerta en cuanto dijo eso. Ya sabía


quién era ese alguien, y mi corazón palpitó en mi pecho.

Los ojos de Emilia se estiraron, como si tuviera alguna gran idea.


―Oye, voy a asomarme por la esquina para verlo, ¿de acuerdo? ―Era
curioso cómo podía hacer una pregunta y estar seria, pero también
completamente ajena a lo cursi que sonaba.

―Em ―me reí―, no tienes que escabullirte para verlo. Simplemente


sal y conócelo.

―¿Con este aspecto? ―chilló―. No, a la mierda. Llevaré el pijama


favorito de mi madre todas las noches hasta que pase mi periodo. Estoy
hinchada y con ganas de nada más que de dulces... ¡oh, asegúrate de traer
mi cupcake de chocolate, también! ―Saltó a su habitación, abriendo la
puerta y yo negué con la cabeza riendo mientras agarraba el pomo de la
puerta y la abría de un tirón.

Max tenía una mano apoyada en la pared del otro lado de la puerta,
imponiéndose sobre mí con una sonrisa en los labios. Su cercanía me tomó
desprevenida y di un paso atrás, frunciendo las cejas.

―¿Qué estás haciendo? ―Me reí.

―Escuchando a escondidas. ―Miró alrededor de la habitación―.


¿Dónde está tu amiga?

―¡Oh, Dios! ―Me reí―. ¡No te preocupes por eso!

Se encogió de hombros, bajando la mano y deslizando las yemas de los


dedos en los bolsillos delanteros de sus pantalones negros.

―Dile que no hay nada malo en que una mujer vaya en pijama un
viernes por la noche.

―Sí. ―Me burlé, recogiendo mi cartera de la mesa―. Guárdala en tus


pantalones, Playboy.

Se rio, dando un paso atrás para dejarme salir por la puerta. Cuando
saqué las llaves y empecé a cerrar la puerta, vi a Emilia corriendo hacia el
salón y pronunciando las palabras:

―Oh. Jodido. Dios.

Luché contra una sonrisa, cerrándola rápidamente antes de que Max


pudiera verla.
―Entonces ―suspiré, mirándolo después de cerrar―. ¿Estás listo?

―Ya estaba listo.

―En realidad no creo que lo estuvieras ―dije mientras bajábamos las


escaleras―. Son diez minutos después de las ocho.

―Oh, no llegué tarde. ―Apretó los labios―. Estaba sentado en mi auto


desde las ocho, viéndote jugar con tu cara. Revisaste tu teléfono unas seis
veces, y luego suspiraste mientras te mirabas en el espejo.

Dejé de caminar, y él frunció el ceño en la parte superior de su frente


mientras daba un paso hacia mí.

―Tienes mucho valor para mirarme, Max. ―Dudé mientras él luchaba


contra una risa, no estaba segura de si debía extrañarme o emocionarme
de que lo hiciera―. Entonces, ¿Subiste tarde a propósito?

―Solo quería ver si estabas preparada para esta noche.

Mis labios se apretaron.

Él continuó.

―No pienses nada de eso, tus cortinas estaban abiertas de par en par.
Es un poco difícil no ver a una mujer como tú, caminando de un lado a
otro en el segundo piso. ―Se rio―. Créeme, no soy un acosador, Shakes.

Le dirigí una mirada llena de duda.

―Podrías haberme engañado.

Me dirigí al lado del pasajero de su Audi negro con plata. Esperé a que
abriera las puertas, pero se quedó parado a unos pasos del vehículo, con
un aspecto más sexy que nunca mientras me escaneaba con la mirada.

No le había prestado mucha atención antes, pero llevaba una camisa de


vestir blanca informal con las mangas arremangadas hasta los codos, y
sus pantalones vaqueros negros no le quedaban ni demasiado holgados
ni demasiado ajustados.

También se había cortado el pelo, y su barba estaba perfilada. Al verlo


se me hizo la boca agua como una cascada. Era hermoso, y estaba segura
de que él lo sabía, era tan despreocupado y aun así tan malditamente
hermoso.

―Vamos a llegar tarde, Max ―dije, cambiando sobre mis talones.

―No creo que sea Crave lo que te apetezca tener esta noche. ―Caminó
alrededor del auto, disminuyendo la brecha entre nosotros.

Mi corazón se aceleró.

―¿Cómo lo sabes?

―Parece que quieres lo que viene después. ―Ahora estaba justo delante
de mí―. Me quieres a mí, ¿verdad? Porque yo te quiero a ti.

Me sujetó la parte superior de los brazos con suavidad, presionando mi


espalda contra la puerta del pasajero.

―Eres un imbécil cabrón engreído, ¿lo sabías? ―Mi voz me había


traicionado. No salió en el tono condescendiente que yo quería. Salió débil
y ronca en su lugar―. Ya te dije lo que quiero.

―¿Sí? ¿Y qué es eso? ―Su boca se acercó a la mía.

―Cupcakes de zanahoria ―susurré. Estaba perdiendo esta batalla.

Su cuerpo vibró con la risa.

―¿Para la cena?

―Después de la cena...

―¿Y qué más quieres después de cenar?

Estaba tratando de atraparme. La respuesta estaba en la punta de mi


lengua, pero no quería ceder... al menos, no todavía.

―Contéstame, Shannon. ―Dios, la forma en que dijo mi nombre. La


forma en que su voz pasó de ser baja y profunda a ser ruda y exigente
hizo que me flaquearan las rodillas. Bajó sus manos y la ausencia de su
contacto creó un dolor dentro de mí.

―Ya sabes lo que te espera después de la cena ―respondí.


―¿Pero es la cena lo que quieres ahora?

Me mordí el labio inferior, sintiendo el calor de su boca irradiando


sobre la mía.

―Tal vez.

―Todo lo que tienes que hacer es decirme lo que realmente quieres


ahora mismo y te lo daré, solo dilo.

―¿De qué estás hablando? ―Eso es, Shannon. Sigue haciéndote la tonta.

Tras soltar un lento suspiro, su boca se posó sobre la mía y yo tropecé


con los talones. Me atrapó en su agarre, sujetándome fuertemente con una
mano, su otra subió a mi mejilla, sus labios nunca dejaron los míos.

Mi cuerpo se encendió, ardiendo, hambriento, exigiendo más, y más es


lo que obtuve. Su lengua bailó con la mía cuando mis labios se separaron,
permitiéndole acceder a un lugar que no había compartido con nadie más
en meses.

Él gimió, empujando aún más contra mí. Mi espalda se arqueó contra


la ventana. Mis brazos subieron y se cerraron alrededor de su cuello y él
me levantó con sus grandes manos. Inmediatamente, mis piernas
rodearon su estrecha cintura y un suave gemido viajó de mí a él. Era
nuestro primer beso y estaba resultando más caliente de lo que pensaba.

Me derretí en un charco en sus brazos, sintiendo cada sensación


frenética, cada gramo de necesidad y, sobre todo, lo mucho que su cuerpo
estaba disfrutando de todo esto. Ahora estaba forzando sus pantalones
vaqueros, con su erección empujando entre mis muslos.

―Mierda ―respiró cuando nuestro beso se rompió.

Nuestros labios se reunieron una vez más, moldeándose, pero entonces


el beso se rompió de nuevo cuando pregunté:

―¿Qué? ―en un susurro jadeante.

―Eres perjudicial, Shakes.

―¿Perjudicial?
―Vas a destruirme, ya puedo sentirlo.

Sonreí mientras él inclinaba la cabeza hacia atrás para encontrarse con


mis ojos.

―¿Por qué dices eso?

―Míranos. ―Se rio y echó un vistazo al estacionamiento―. Se suponía


que esto no iba a suceder así, al menos no tan pronto. Se suponía que sería
un simple beso.

―Lo dice el hombre que lo empezó.

―Confía en mí, lo terminaré, pero primero te debo un cupcake de


zanahoria.

Colocó con cuidado mis pies en el suelo, y yo me ajusté el vestido verde


alga, sonriendo con fuerza mientras le miraba.

―¿Qué tal si me debes una bebida afrutada en su lugar? Me vendría


bien una... no, en realidad que sean dos.

Se rio.

―Lo que quieras, Shakes.

Gemí, mirando hacia la puerta del pasajero.

―Te juro que ese sobrenombre me va a matar ―murmuré mientras él


se dirigía al lado del conductor.

Desbloqueó las puertas y, después de subir al interior y dar vida al


motor, dijo:

―Acostúmbrate, a partir de ahora oirás mucho ese sobrenombre. De


hecho... ―Extendió el brazo, subiendo el volumen de la radio y pulsando
un botón de la pantalla para acceder a la radio por satélite―. Haz un
pequeño baile para mí. Ahora mismo.

Me eché a reír, mirándolo como si estuviera loco.

―¿Por qué? ―chillé.

―¡Vamos! Quieres esas bebidas, ¿no? ―dijo riendo.


Intenté mirarlo mal, pero no funcionó. Estaba demasiado ocupada
sonriendo como una idiota y todavía aturdida por ese beso, nuestro
primer beso.

―Espera, ¿estás hablando en serio? ―exclamé.

―Sí. ¡Vamos! ¡Dame vida, pequeña Shakes! Necesito que bailes para
mí.

Solté otra carcajada incontrolable, lo que hizo que él hiciera lo mismo,


luego bajé la cabeza, la sacudí y él acercó su índice para inclinar mi
barbilla y nuestros ojos se encontraron, su era mirada suave y melosa.

Esos malditos ojos.

―Está bien, de acuerdo ―dije―. Pero esto es por las bebidas, no por ti.

Él asintió con la cabeza, esperando ansiosamente.

Levanté las manos hacia el techo y agité mi cuerpo al ritmo de L.A. Love
de Fergie. No sé por qué su radio ponía de repente a Fergie, pero no me
avergoncé mientras bailaba para él.

No me malinterpreten, se rio mucho de mí, afirmando que el baile que


hice no era ni de lejos tan sexy como los que hacía en el bar, pero eso estaba
bien.

Bromear con Max parecía ser una rareza en él, una parte de sí mismo
que no revelaba a demasiada gente. Conmigo, le salía de forma natural y
yo lo apreciaba.

Si tan solo las cosas entre nosotros hubieran seguido así.


Un ramo de peonías rosas aparece en la puerta y una gran sonrisa se
dibuja en mis labios cuando la cabeza de John asoma detrás de ellas. Está
sonriendo y no puedo soportar lo guapo que es.

―No lo hiciste ―jadeo sarcásticamente, poniendo una mano en mi


pecho.

―Claro que sí. ―Me devuelve el sarcasmo, colocando el jarrón de


flores en la encimera frente a mí. La zona en la que las coloca me impide
verme en el espejo. Una parte de mí se alegra por ello, pero la otra mitad
se molesta. Dejo de lado ese sentimiento y sonrío a mi esposo mientras se
acerca a mí.

Intento incorporarme, pero un dolor agudo me golpea bajo las costillas.


Hago una mueca de dolor y John se abalanza sobre mí, pero lo detengo
antes de que pueda agarrarme.

―Estoy bien ―le aseguro.

―¿Estás segura?

Asiento con la cabeza.

―Solo me duele el cuerpo. Todavía no he tomado nada para eso.

―Supongo que el OPX no fue tan bien esta vez ―suspira.

―No, en absoluto. ―Exhalo un poco de aire.


―Es un nuevo tipo, nena. Se supone que es más fuerte. ―Se acerca a
mí, me toma la nuca y me besa la parte superior. El calor recorre mis venas
y me reconforta al instante―. El doctor David dijo que tardarías un
tiempo en acostumbrarte.

―Sí, supongo. ―Lo miro y, en lugar de dejar que se estropee el


ambiente, vuelvo a subirlo. Aparto la atención de mí y me centro en él―.
Así que ―empiezo de nuevo, agarrando la almohada azul que Tessa tejió
para mí y abrazándola contra mi pecho―. ¿Qué tal el trabajo? ¿Creaste
muchas comidas nuevas? ¿Nuevos clientes? Cuéntamelo todo.

John toma la silla junto a la cama con un suspiro.

―El trabajo fue jodidamente terrible.

Mi sonrisa cae.

―¿Por qué? ¿Qué pasó?

―No pude concentrarme. Quemé tres platos de pescado. Me


equivoqué completamente en uno de los platos principales para una fiesta
grande y tuve que empezar de cero. No les gustó la espera, así que
acabaron comiendo con descuento. Lorenzo no está muy contento con
eso. Fue una gran cantidad de dinero que perdimos. Lo habríamos
conseguido sin problemas si no hubiera sido un chef tan cabeza hueca.

―John, para. ―Le agarro la mano y le acaricio el dorso con la yema del
pulgar―. Solo estás estresado y preocupado, cariño. Todo estará bien
cuando todo esto termine... ―Cierro la boca y John levanta la cabeza, sus
ojos se fijan en los míos al instante y se llenan de lágrimas.

―Tú dices... ―Su voz se quiebra―. Dices cosas así constantemente,


como si estuvieras lista para irte.

El aire de la habitación se espesa a mi alrededor, es casi asfixiante.


Quiero apartar la mirada para que no vea la verdad en mis ojos, pero no
lo hago. Me limito a mirar sus ojos brillantes con la esperanza de que por
fin lo entienda.

Pero, por supuesto, no lo hace. Nunca lo hará.


―¿Por qué? ―Me quita la mano―. No entiendo por qué no quieres
luchar más. Hay una posibilidad de que aún puedas vencer a esta cosa,
Shannon.

―Una posibilidad muy pequeña, John.

―Escasa o no, es una posibilidad. ―Adelanta su silla, agarra mi mano


de nuevo y la aprieta―. ¿Sabes lo que creo?

―¿Qué? ―susurro, con la voz espesa por las lágrimas no derramadas.

―Creo que llegaste a mi vida por una razón. No estabas destinada a


entrar en ella y marcharte después de solo un par de años. Eso no puede
ser correcto. Dios no me castigaría así, no después de todo lo que he
pasado. Él sabe que no sería capaz de soportarlo.

―Él sacrificó a su propio hijo, John. ¿Qué te hace pensar que nosotros
somos especiales?

Me mira con seriedad, se sienta y suelta mi mano.

―¿Qué estás diciendo?

―Estoy diciendo que tal vez esto te está sucediendo porque él sabe que
puedes manejarlo...

―No, realmente no creo que pueda.

―Eso es porque no lo has experimentado antes... no con alguien de


quien estás enamorado.

―Exactamente ―dice apresuradamente, sentándose de nuevo hacia


delante sus ojos azules desesperados―. Eres mi esposa. Nos acabamos de
casar, todavía nos consideran recién casados. ¿Por qué quitarme eso? ¿Por
qué hacerme sufrir después de haber sufrido tantos años antes? Mis
padres ya fueron una pérdida suficiente. Shannon, cariño, si sigues
luchando, cualquier cosa puede pasar. No hay que dar por sentada
ninguna oportunidad.

Sus ojos son esperanzadores y eso me mata. No puedo soportar saber


que no será capaz de dejarlo ir. ¿Qué va a pasar con él cuando pase? ¿Se
rendirá? ¿Se hundirá en la depresión? ¿Volverá a amar o acabará siendo
un viejo amargado que ya no cree en la palabra amor ni en Dios?

―No estoy destinada a estar aquí, Johnny. ―Mi voz es apenas un


susurro. Apenas puedo oírla por encima de las máquinas, pero sé lo que
dije.

Y está claro que él también lo escuchó, porque suspira, cierra los ojos
durante un breve instante y los vuelve a abrir, mientras una lenta lágrima
resbala por su mejilla.

Sentado, mi esposo se pasa la palma de la mano por la cara y luego


suelta un suspiro, dejando caer las manos sobre el regazo.

―No me importa lo que digas, no voy a renunciar a ti.

―Lo sé ―murmuro, y lo sé. Sé que no lo hará hasta que no tenga más


remedio que hacerlo.

Me mira fijamente, largo y tendido.

―Sé lo que intentas hacer. Intentas alejarme, pero no lo permitiré. Estoy


aquí para quedarme, y si crees que no estás destinada a estar aquí,
entonces me sentaré al lado de esta cama cada día y cada noche hasta que
llegues a tu último... ―Su frase termina abruptamente. Míralo. Ni siquiera
puede decirlo―. Tu... último aliento.

Su vacilación es comprensible. Está tratando de aceptar lo que el futuro


puede deparar, pero también de conservar un poco de esperanza. John, es
un firme creyente en Dios. Me gusta eso de él porque lo mantiene humilde
y en el estado de ánimo adecuado.

Por eso sé que pronto me iré. Porque, aunque él piense que no puede
manejar mi pérdida, yo sé que sí. Con el tiempo seguirá adelante, se hará
más fuerte, más sabio, mejor. Lo aceptará y seguirá adelante con su vida,
quizás no durante los primeros meses, pero lo hará.

Encontrará formas de afrontarlo y amará más. Es más fuerte de lo que


cree. Dicen que Dios nunca nos hace pasar por nada que no podamos
soportar. Eso, yo lo creo.
Admitiré que perdí parte de mi fe hace mucho tiempo, especialmente
cuando mi enfermedad atacó justo después de nuestra luna de miel.

Cuando me diagnosticaron por primera vez, desapareció un mes


después. Casi como si nunca hubiera habido puntos negros en mis
pulmones. Era como si estuviera perfectamente sana, pero entonces la
pleura de Onyx volvió vengándose. Aquella noche tosí con fuerza en la
sala de mi casa, tan fuerte que me tuvieron que llevar al hospital.

La tercera y última vez fue mucho peor. Tosí en mitad de la noche y


John tuvo que llevarme a urgencias. Lo bueno que saqué fue la lealtad de
John. Su fe y su actitud positiva durante todo eso. La enfermedad
empeoró después de solo diez meses, pero él siguió manteniendo la
esperanza.

Ahora veo a mi esposo y la esperanza que brillaba en sus ojos cuando


todo empezó se ha apagado. Todavía está ahí, pero cada día veo que la
esperanza se desvanece más y más.

Y cada día deseo que esta agonía termine. No por mí, sino por él.
―¡John, vamos! ―Le hice un gesto para que se diera prisa mientras
abría la puerta de cristal del crucero.

Él se fijó en el reloj de plata de su muñeca, avanzando lo más rápido


posible con sus pantalones de vestir y su camisa blanca abotonada. Hacía
todo lo posible por seguirme el ritmo.

No es que nuestra diferencia de edad importara, solo nos separaban


cuatro años y él se mantenía en gran forma, pero él tenía una mentalidad
más madura que la mía, además de que yo tenía mucha más energía.

Después de salir durante dos maravillosos años, decidimos casarnos. El


crucero que planeamos fue algo improvisado y yo no tenía muchos
amigos que estuvieran libres, así que elegí a Tessa y a su novio para que
nos acompañaran. Yo no quería una luna de miel normal y,
sorprendentemente, John tampoco. Nos pareció bien que nos
acompañaran.

A los veinticuatro años, pensaba que era demasiado joven para el


matrimonio, que necesitaba más tiempo, pero John estuvo conmigo en
todo momento, luchando por mí, pagando algunas de mis deudas
(aunque yo había rechazado su ayuda en muchísimas ocasiones) y siendo
mi consuelo siempre que lo necesitaba. Además, me cocinaba las comidas
más increíbles, siempre me alimentaba sin que yo tuviera que pedírselo.
Sabía que él era el único que podía hacerme feliz y me apoyaría sin
importar lo que pasara, y eso era lo que más necesitaba después de todo
lo que había pasado antes: un sistema de apoyo. Es lo que ambos
necesitábamos, y por eso no dudé en decirle que sí cuando se arrodilló en
un viaje en ferry en Nueva York para pedirme que me casara con él.

―Cariño, tienes que ir más despacio. ―Se reunió conmigo en la puerta,


deslizando un brazo alrededor de mi cintura y atrayéndome hacia él, con
sus cálidos labios presionando mi mejilla. Mi cuerpo se calentó y sentí un
aleteo en la boca del estómago cuando me susurró al oído―: Guarda algo
de esa energía para más tarde, cuando volvamos a la habitación.

Me sonrojé ridículamente, evitando la conversación de los eventos que


ambos sabíamos que tendrían lugar más tarde esa noche.

―Vamos. El baile del fuego está a punto de empezar. ―Le agarré la


mano y me apresuré a avanzar.

Una multitud nos recibió después de que tomáramos el largo pasillo


hacia abajo, y me abrí paso, asegurándome de sujetar la mano de John.

Cuando por fin nos acercamos a la parte delantera de la cubierta, me


reuní con Tessa y Danny y solté la mano de John para aplaudir, rebotando
en las puntas de los pies mientras un hombre lanzaba una feroz bola de
fuego al aire.

―¡Por fin! ―gritó Tessa por encima de la música. Se acercó a mi lado,


tomando mi cara entre sus manos―. ¿Adivina qué?

―¿Qué? ―pregunté mientras su rostro se volvía serio.

Me soltó la mano y extendió la suya, y cuando vi el gran diamante en


su dedo anular, grité.

―¡Mierda!

Unas cuantas personas vieron hacia nosotros, algunas con miradas


groseras y otras riéndose, pero me faltaban uno o dos tragos de tequila
para estar borracha, así que, por supuesto, preocuparse por la opinión de
nadie en mi luna de miel era inútil.

―¡Tessa! ¿Es eso lo que creo que es? ―Me encontré con sus ojos verdes.
Ella asintió con la cabeza, extasiada.

―¡Lo es! Danny justo me lo acaba de proponer en la mesa. ―Señaló por


encima de mí la mesa en la que nos sentamos a cenar hacía apenas una
hora.

Miré por encima de ella a Danny, que sonrió tímidamente. Era tan
tímido, y un poco introvertido, pero era perfecto para Tessa.

Tessa es la extrovertida, el tipo de persona que defenderá su propio


honor y el de todos los que ama en un santiamén. Es leal siempre que tú
le seas leal a ella y no acepta ninguna mierda de nadie, por lo que Danny
era bueno para ella. Él la respetaba y la quería por lo que realmente era, a
pesar de su bocaza y su actitud alocada.

―¡Felicidades! ―John apareció por encima de mi hombro, estudiando


su impresionante diamante―. Hombre ―dijo, mirando a Danny que se
puso al lado de Tessa―. ¡Lo has hecho bien! Es precioso.

Tessa asintió, extendiendo la mano, dejando que las luces


estroboscópicas se reflejaran en ella.

―Es casi mejor que el tuyo, Shannon. ―Se echó a reír y yo fruncí los
labios, levantando el dedo anular como si fuera el corazón.

John soltó una carcajada, luego me miró y dijo:

―Voy a buscarnos algo para beber. ―Dejó caer un beso en mi mejilla―.


¿Quieren algo mientras estoy ahí? ―les preguntó a Tessa y Danny.

―Sí, iré contigo. ―Danny caminó con John y Tessa y yo los vi partir.

Cuando estuvieron fuera del alcance del oído, Tessa preguntó:

―¿Crees que es demasiado pronto? ―Se giró para mirarme. Me sacaba


cinco centímetros de altura, su cuerpo era perfecto para la carrera de
modelo que quería seguir después de la universidad―. Quiero decir, sé
que acabo de cumplir veintiún años y que tengo toda la vida por delante,
pero lo amo, Shannon. Lo amo de verdad. Veo mucho de mi futuro con
él.
―Entonces no necesitas mi aprobación, hermana. ―Le sujeté los
hombros―. Si Danny es con quien te ves compartiendo un futuro, aférrate
a eso. Haz lo que te haga feliz.

Ella asintió, haciendo girar el nuevo anillo alrededor de su dedo.

―Tienes razón. ¡Dios! Mira este anillo. ―Extendió la mano,


estudiándolo con asombro―. Hizo un buen trabajo. Mi Danny. Al menos
tiene buen gusto.

―¡Lo tiene! Ahora vamos, bicho del amor. ―Tiré de su mano, girando
hacia la pista de baile―. Vamos a bailar y a demostrarles por qué se casan
con nosotras.

Tessa sonrió ampliamente, se aferró a mi mano y se dirigió a la pista


conmigo. Bailamos una canción de Rihanna, riendo y saltando. El ritmo
me llegaba a los talones y absorbía la música como si fuera combustible
para mi alma ebria.

John vino detrás de mí varios segundos después, bailando conmigo


mientras yo movía las caderas. Levanté los brazos para rodear su nuca y
luego apoyé la parte posterior de mi cabeza en la parte superior de su
pecho. Él mantuvo las copas firmes en el aire.

De repente, me entraron ganas de toser. Al principio no pensé en eso,


solo era una tos, ¿no?

Error.

Esa tos se convirtió en dos y luego en cuatro.

Después de toser seis veces, perdí la cuenta. Era una tos continua, que
no podía controlar por mucho que lo intentara. Temía el resultado, no
porque no estuviera segura de lo que era, sino porque sabía exactamente
lo que era.

Presa del pánico, John me pasó una botella de agua después de


apresurarse a ir al bar, y me la tragué. No me ayudó. De hecho, creo que
lo empeoró. Agarrándome del brazo, me apartó de la pista de baile, lejos
de la multitud que me observaba, y salió corriendo por las puertas de
cristal hacia el pasillo.
―Shannon, ¿estás bien? ―Lo oí preguntar, pero no pude responder.

Sentía como si algo se hubiera alojado en lo más profundo de mi


garganta y no se moviera. El agua no estaba aflojando la piedra atascada
ahí, ni tampoco la forma en que John me daba palmaditas en la espalda y
luego levantaba mis manos por encima de la cabeza con la esperanza de
que se detuviera.

Me aferré con fuerza a su brazo, viendo el terror que se arremolinaba


en sus ojos, el horror grabado en todo su rostro ahora pálido. Quería
decirle que todo estaba bien, pero eso habría sido una mentira, y aunque
lo deseaba, era imposible hablar.

Pasó un momento antes de que la cara de Tessa apareciera frente a mí,


con sus ojos llenos de tanta preocupación como los de John, muy
posiblemente más.

―¡No deja de toser! ―gritó John, preso del pánico.

―Shannon, cariño, respira profundamente ―me dijo Tessa, sujetando


mis hombros.

Asentí con la cabeza, haciendo todo lo posible para inspirar el tan


necesario aire. Parecía que estaba funcionando. Solo necesitaba calmarme.

Solté una última ronda de tos y fue la peor de todas. Mi garganta, estaba
adolorida y tensa, se sentía como si las garras de un tigre la hubieran
arañado. Pero, finalmente, la tos cesó. Recobré el aliento, pero cuando vi
mi mano, vi manchas rojas.

Tessa jadeó y vio mi mano y luego volvió a mirar hacia mí. Sus ojos se
dirigieron a la comisura de mi boca, a la sangre que se había acumulado
ahí también.

―Oh, Dios. Shannon. ―Sus ojos estaban más abiertos que nunca―.
¿Estás bien? ―Nunca había visto a Tessa tan asustada, y nunca había visto
a John moverse tan rápidamente cuando vio la sangre también.

Me levantó en brazos y salió disparado por el pasillo, irrumpiendo por


la puerta que llevaba al consultorio médico a bordo.
Estuvimos toda la noche en una pequeña y estrecha habitación con una
sola ventana. Aparte del dolor de garganta, me sentía bien. Pero los
resultados mostraron lo contrario. El médico pensó que era algo mucho
peor, algo que no podía diagnosticar en un barco en movimiento.

Desembarcamos en Cancún y me enviaron inmediatamente a un


hospital. John pidió que me viera el mejor médico. Ese médico, por
supuesto, tampoco tenía ni idea de lo que me estaba pasando, pero tenía
una idea.

Suponiendo que era cáncer, me sugirió que fuera a un oncólogo y John


pidió ver al mejor de todos. Nunca se conformaba con menos, lo que a
veces era bueno.

Resultó que tampoco era cáncer, así que volví al médico anterior, que
buscó la ayuda de médicos especializados en varios campos de trabajo.

Después de pasar cinco noches en el hospital y de odiar que yo fuera la


razón por la que habíamos perdido el resto de nuestro crucero, finalmente
me diagnosticaron.

El doctor Juárez entró en la sala con un portapapeles en la mano y cerró


la puerta tras de sí mientras nos saludaba. John se levantó de un salto,
demasiado ansioso por los resultados, y Tessa permaneció sentada en la
silla junto a mí, apretando mi mano mientras Danny le frotaba la espalda.

―¿Tenemos buenas noticias? ―preguntó John.

La sonrisa del doctor Juárez se desvaneció y para evitar tener que


decirlo en voz alta y "arrancarlo como una tirita", tomó su portapapeles,
leyó algo en él y luego lo bajó, encontrándose con mis ojos.

―Después de hacer unas cuantas pruebas a las masas negras que


hemos encontrado en tu pulmón derecho, llegamos a la conclusión de que
tienes lo que se conoce como la enfermedad de la pleura de Onyx ―dijo
el doctor Juárez―. Es muy difícil de curar aquí, pero hay tratamientos
disponibles.

Tessa jadeó dramáticamente y estoy segura de que estaba apretando mi


mano con más fuerza, pero yo no podía sentirlo.
En ese momento, mientras el doctor Juárez me explicaba la sangre que
había tosido en el crucero y me informaba de que este tipo de enfermedad
era extremadamente rara, sentí que me ahogaba ahí mismo, en esa
habitación de hospital. No solo metafóricamente, sino con las lágrimas de
Tessa, las de John e incluso las de Danny, me estaba ahogando.

Mi vida, así como así, parecía haberme sido arrebatada de golpe. Todo
por lo que había luchado... todo por lo que había pasado. Sentí como si
todo hubiera sido para nada.

Mi infancia no fue la mejor y pensé que el caos de aquello había pasado


por fin y que la vida sería automáticamente mejor, más fácil.

Me equivoqué.

Acababa de casarme con el hombre más maravilloso, acababa de


casarme y estaba preparada para enfrentarme al mundo, incluso para dar
a luz a sus hijos, ¿y entonces ocurre esto?

Todo eso, el futuro y todo lo que se nos prometió, desapareció así nada
más. El suelo podría haberme tragado entera.

Aunque el doctor Juárez dijo repetidamente que había una posibilidad


de que desapareciera, no lo creí. Toda esperanza para mí estaba perdida
y era evidente. Empecé a cuestionar mi existencia. ¿Por qué ser creada
solo para morir a los veinticinco años?

¿Por qué intentar vivir la vida que merecía si no había vida que esperar?

Mientras estaba sentada en aquella cama, desmadejada y al borde de


las lágrimas, no podía dejar de pensar en todas las cosas que me quedaban
por vivir. Acababa de empezar a viajar y eso era gracias a John. Él hizo
posible un camino para Tessa y para mí, para que fuéramos felices por
primera vez, y aun así, me había llevado un tiempo aceptar este placer,
esta dicha. Todo parecía demasiado bueno para ser verdad, y me di
cuenta de que era por eso, toda esa dicha era para suavizar el golpe.

Entonces deseé no haber dudado. París. Esa era una de mis metas. Se
suponía que íbamos a viajar ahí después. Claramente, eso ya no iba a
suceder.
Mi vida y la de mi hermana cuando éramos niñas e incluso adolescentes
era oscura, solitaria y horrible, y que por fin se nos hiciera algo de luz, que
nos sacaran de la oscuridad, fue una bendición. Nos lo merecíamos.

Me convirtió en madre de una hermana que era solo cuatro años menor
que yo. Sacrifiqué tanto, no solo por mí, sino por ella, hice tanto para que
ella pudiera tener un futuro mejor. Me maté a trabajar día y noche, luché
por ella y por mí misma hasta sangrar. Trabajé para que ella pudiera ir a
la escuela y recibir una educación.

Podría haberme rendido y no haber hecho nada de eso, pero no fui tan
egoísta como para dejarla sola en este mundo. Yo era todo lo que le
quedaba, y ella lo sabía.

Casi parecía que ella pensaba lo mismo que yo porque en ese momento
nuestras cabezas se giraron y nuestra atención se desvió del doctor Juárez
hacia el otro.

Luché con todas mis fuerzas para contener las lágrimas y ser fuerte por
ella, pero no duró ni un segundo. Porque no era lástima lo que vi en sus
ojos ese día. Era miedo.

Me derrumbé cuando se subió a la cama y me abrazó. Todavía quería


desempeñar mi papel de hermana mayor, como su guardiana y
protectora, pero en ese momento, ella era la mía.

Mientras lloraba, ella apoyó mi frente en su pecho y me dejó llorar sin


decir una palabra, solo dando lágrimas a cambio. Esto fue mucho peor
que cuando encontramos a nuestra madre en el suelo de la cocina con
agujas en los brazos. Peor que cuando descubrimos que nuestro padre
había muerto, el hombre que más nos cuidaba por la ausencia de mamá.
Nos cuidó y nos guio, enseñándonos lo bueno y lo malo, pero perdiendo
a sus demonios en el proceso. Tenía mucho de bueno en él. Por desgracia,
lo malo eclipsó su buen corazón.

Esa noche, mis fuerzas menguaron y pendieron de un hilo. Tessa y


Danny acabaron reservando un hotel y se fueron a dormir un poco, pero
John se sentó en una silla en un rincón, sin pronunciar ninguna palabra
durante horas. Tenía los codos apoyados en la parte superior de los
muslos y las manos tapándose la cara.
Me dolía el corazón al darme cuenta del dolor que sentía. No podía ver
sus ojos, pero cuando lo llamé por su nombre, bajó las manos,
mostrándolos finalmente. Estaba hecho un desastre.

Verlo así, tan pálido y angustiado, hizo que se me saltaran las lágrimas.

Se levantó y se dirigió al lado de la cama. Tomando la silla que había al


lado, se inclinó hacia adelante, con una lenta lágrima deslizándose por su
mejilla. Intentaba mantener la calma y, por suerte, no fallaba en ello
porque yo lo necesitaba. Como dije, él era mi sistema de apoyo.

―No puedo creer esto ―murmuró―. Tú. No tú. ¿Por qué tú? ¿Por qué?
―preguntó por qué muchas veces esa noche, y supe que no solo me
hablaba a mí, le estaba preguntando al gran hombre de arriba.

Esa noche, supe que John se sentía traicionado.

Estaba dolido. Enojado. No quería aceptar la verdad, así que se aseguró


de que en cuanto aterrizáramos en Carolina del Norte, me pusiera
directamente a tomar tratamientos de OPX. No se podían hacer cirugías
sin un pulmón donado y nadie quería arriesgarse a desperdiciar uno para
una chica con una tasa de sobrevivencia del diez por ciento.

La enfermedad hizo mella en mi cuerpo, mi bienestar emocional y mi


mente. Mis inseguridades aumentaron de tamaño, ya no me sentía la
chica de espíritu libre que se casaba con el amor de su vida. Me sentía
atrapada en una caja de cristal mientras muchos ojos mostraban una
simpatía que yo no quería. Todas las personas que me importaban
parecían presionar o apoyarse en el cristal, queriendo ayudar, queriendo
acercarse y yo siempre levantaba las manos para resistirme.

Sabía que, si seguían presionando, seguían empujando y acercándose y


diciéndome que luchara, el cristal se rompería y yo quedaría cortada y
magullada, rodeada de cristales y corazones rotos y ensangrentados.

Y con un trozo de ese cristal roto, la idea de usarlo y cortarme las venas
estaba siempre en mi mente. Haría el proceso más rápido, más fácil. Lo
haría para que no siguieran esperando mi muerte.

Pero en lugar de eso, me aferré a lo que me quedaba de vida.


Me mantuve viva por John.

Por Tessa.

Por ellos, porque sabía que nunca me perdonarían por haberme


rendido, por haber terminado y no haberles dado más tiempo para
prepararse.

Los amaba, y si seguir viva por ahora los hacía felices, así sería.
Aguantaría solo para ver otra sonrisa en sus rostros, lucharía lo suficiente.

―Estaré aquí contigo ―susurró John durante una de las primeras


noches de mi tratamiento, con su aliento cálido recorriendo mi oreja.
Estaba en la cama conmigo, con mi cabeza sobre su pecho y sus brazos
rodeándome―. Te prometo, Shannon, que mientras tú luches, yo también
lo haré, estaré contigo pase lo que pase.

―¿Incluso cuando ande por ahí pareciéndome a Dobby1? ―Pensar en


eso hizo que mi cuerpo se estremeciera con los sollozos. No importaba la
situación, no importaba cuántas lágrimas derramara, tenía que hacer la
situación ligera y juguetona de alguna manera.

Dejó escapar un pequeño resoplido, abrazándome más fuerte.

―Eso no me importa, cariño. Nada de eso me ha importado nunca, eres


una mujer hermosa por dentro y por fuera―. Me levantó la cabeza y me
obligó a mirarlo a los ojos―. Nunca me rendiré contigo. ¿Me oyes? ―Su
voz era severa, provocando un tirón en mi pecho. Era una buena
sensación. Difícil de describir, pero buena.

―No vas a luchar sola. No tienes que fingir que esto no está ocurriendo.
No tienes que bromear con esto ni tomarte esta situación a la ligera. Sé
que tienes miedo, sé que estás sufriendo. Puedes llorar conmigo, puedes
enojarte, y si necesitas arremeter, hazlo conmigo. Yo también estoy
molesto, pero estamos aquí juntos en las buenas y en las malas, para lo
bueno y para lo malo. Por siempre y para siempre. ―Bajó la cabeza y
apretó sus labios contra los míos, haciendo que el horno de mi vientre
ardiera.

1
Personaje de ficción creado por J. K. Rowling en la serie de libros Harry Potter. Era un elfo doméstico
pequeño, encorvado, e incluso más delgado que los demás de su especie.
―Por siempre y para siempre ―susurró.

―Hasta el último aliento ―murmuré.

Me besó la parte superior de la cabeza y suspiró mientras me abrazaba,


pero mi sonrisa se desvaneció y mi rostro se puso rígido al recordar a la
última persona que usó las palabras que yo acababa de utilizar.

Max.

A estas alturas, él sabía que yo estaba enferma, pero no sabía dónde


estaba y no tenía ni idea de que había progresado a una etapa tan horrible
en tan poco tiempo. Estaba perdiendo la batalla y él no tenía ni idea.

Le conté mentiras piadosas, como que el OPX estaba funcionando,


porque en un momento dado estaba funcionando, y yo empezaba a
sentirme mucho mejor, pero no le dije que después de dos meses de
tomarlo empecé a sentirme peor que nunca.

Terribles dolores corporales.

Migrañas.

Olvidaba las cosas más simples.

Y lo que es peor, tosía montones de sangre y descubrí pronto que las


masas negras se estaban extendiendo a mi pulmón izquierdo.

Se me acababa el tiempo, y cuando por fin le dije a Max la verdad, que


iba a morir, exigió saber dónde estaba. Se lo dije y vino a verme.

Y en su cara le dije que ya no podíamos vernos ni hablarnos. Parece


algo egoísta, pero lo hice para que no se preocupara y para que no fuera
como John: aferrado a una falsa esperanza. Aunque mantuvo las
distancias la mayor parte del tiempo, Max nunca lo aceptó.

Siempre me he arrepentido de habérselo dicho, pero para mí era una


elección entre Max o John. John es mi esposo y se dedicaba a mantenerme
lo más sana posible y nada más. En aquel entonces necesitaba eso.

Sin embargo, cuanto peor estaba, más sabía que había cometido un
error. No estaba mejorando, me estaba desmoronando lento pero seguro
debido a mis pulmones dañados y nada podía detenerlo. Había alguien
que podía hacerme sentir mejor con solo ser él mismo y sabía que esa
persona era Max, incluso una simple visita me habría hecho sentir mejor.

John tenía demasiado miedo de tocarme, demasiado miedo incluso


para besarme, tenía miedo de que cualquier tipo de afecto me hiciera
perder el aliento y morir delante de él. Estaba exagerando, pero ese era mi
John, mi Bot de la Preocupación. Al principio me encantaba que se
preocupara tanto, pero ahora no lo soporto.

Su asfixia y su insistencia para que me tome en serio mi OPX. La forma


en que me dice que no coma esto o aquello como si fuera una niña. Sé que
solo ve por mí, pero a mí ya no me importa. Voy a morir
independientemente de lo que coma, diga o haga, así que mejor comer,
decir o hacer.

Con el tiempo, John se centró menos en nuestra relación y en la felicidad


y más en mantenerme viva, lo cual no era malo, pero tampoco era una
gran sensación.

Perdió el verdadero sentido de la asociación que acordamos mantener


y reprendió todo lo que yo hacía. Esta enfermedad lo cambió, pero solo
porque no podía soportar la idea de perderme. Tuvo que sacrificar alguna
parte de sí mismo para eso, supongo.

La Pleura de Ónix cambió nuestra conexión con el otro... me hizo


cuestionar nuestro amor. Cambió todo, y por eso odié haber tosido sangre
en nuestro perfecto crucero de luna de miel.

¿Por qué no podía seguir todo en paz? ¿Por qué no podía simplemente
estar sana?

De los miles de millones de personas que hay en este mundo, ¿por qué
tenía que ser yo una de ellas para pasar por esto? No le desearía esta
enfermedad a mi peor enemigo, así que todo lo que pregunto es: ¿por qué
yo?

¿Qué he hecho? ¿Por qué tengo que seguir sufriendo? ¿Por qué tengo
que ser yo quien muera?

¿Por qué?
Solo dime qué hice mal...

Solo dime por qué...

¿Por qué, Dios? ¿Por qué?


El OPX no funciona hoy.

Me siento horrible. Tengo náuseas.

Mis ojos se abren y veo a John observándome, probablemente


contemplando si debo seguir tomando el tratamiento o dejarlo
definitivamente, pero él es testarudo, no se rinde. Una de estas bolsas será
la cura que necesitas, dice. Tiene que serlo. Una de ellas funcionará.

Pero sé que no lo harán.

Quiero decirle...

Cariño, me estoy muriendo. Cariño, déjame ir. Cariño, olvídate de mí. Te


mereces algo mejor que esto.

Pero no lo hará. No John. Nunca.

Mis ojos se cierran. No sé cuándo tendré la energía o la voluntad de


despertarme y enfrentarme a él de nuevo, así que me doy una rápida
oración:

Permíteme morir mientras duermo, Señor. Que sea fácil. Prefiero no


asfixiarme, si quieres. Haz que sea fácil para todos, que no tengan que mirarme a
los ojos y presenciar mi último aliento.

Por favor, Dios, es todo lo que pido.


Crave estaba lleno, como era de esperar. Me sorprendió que Max y yo
hubiéramos conseguido una mesa.

Echando un vistazo a la barra, me di cuenta de que todas las meseras,


con sus cortos vestidos negros, pasaban junto a nosotros y veían a Max.

Una chica de piel color moka y con las puntas decoloradas en su pelo
rizado le sonrió. Antes de darme cuenta, estaba en nuestra mesa con un
bloc de notas en la mano y una amplia sonrisa en los labios.

―Hola ―cantó ella, mirándolo a los ojos―. Soy Janelle y seré tu mesera
esta noche. Cualquier cosa que necesites ―murmuró, mirando de sus ojos
a su regazo―, y estaré más que feliz de proporcionarte lo que sea.

Me burlé y Max la miró asombrado por su audacia, pero no dijo ni una


palabra; al menos no sobre la forma en que estaba coqueteando con él en
mi cara.

―Sí. Sí, tráeme una coca y ron.

Ella asintió, mirándome sin ganas.

―¿Y usted, señorita?

La palabra señorita salió grosera y sarcástica.


―Margarita de fresa con hielo picado. Además, prefiero un tequila de
alta gama, nada de los baratos. ―Le sonreí, con la voz cargada de
sarcasmo.

Sus ojos se entrecerraron lo suficiente como para que me diera cuenta y


puse un puño bajo mi barbilla, sin dejar de mirarla.

―Ajá. ―Se marchó en un instante, se dirigió a la barra y pidió nuestra


primera ronda de bebidas. Mientras lo hacía, me miró por encima del
hombro antes de apartar la mirada.

―Está bromeando, ¿verdad? ―Miré a Max, soltando una carcajada.

Se encogió de hombros.

―Supongo que algunas mujeres no pueden evitarlo.

―Sí, bueno, ella es simplemente grosera.

―Puedo estar de acuerdo con eso. Tú eres diferente, grosera a tu


manera. ―Sonrió, seguramente por su inmadurez.

Le quité importancia a su comentario, sacudiendo la cabeza y


sentándome.

―Está claro que se supone que esto es un tiempo íntimo compartido


entre dos personas, ella no debería intentar arruinar eso.

―Espera. ¿Así que estás llamando a esto una cita? ―Sus ojos se
abrieron de par en par con diversión.

―No ―lo corregí rápidamente―. Quiero decir... bueno, si viera a un


tipo vestido como tú en una mesa con una chica vestida como yo, asumiría
que es una cita y definitivamente no coquetearía con el tipo.

―Shannon ―murmuró Max, y mientras lo hacía, la mesera estaba de


vuelta en nuestra mesa con nuestras bebidas, colocándolas sobre la
mesa―. Son las chicas como ella, las que buscan constantemente el drama
y la atención, las que no me interesan para dedicarles mi tiempo. ¿Quieres
que te demuestre lo poco que significó su comentario para mí, y lo mucho
que significa esta noche contigo?
Enarqué una ceja y la mesera dio un paso atrás, jugueteando con las
servilletas de su delantal. Ella estaba escuchando, exactamente lo que Max
quería.

―¿Cómo? ―susurré, vacilante.

Su cabeza se inclinó ligeramente y, tras dar un sorbo a su bebida, se


volvió hacia la mesera y dijo:

―Escucha, Janelle, a mi chica no le gusta que coquetees conmigo en


nuestra cita. Teniendo en cuenta que hace tiempo que quiero que esta
noche se celebre, creo que lo mejor es que te límites a hacer tu trabajo y
mantengas las cosas profesionales. Lo último que quiero es que esté
molesta conmigo al final de la noche, tengo demasiadas cosas planeadas
para nosotros después de salir de este lugar y simplemente no puedo
permitir que me lo arruines.

Los brillantes ojos marrones de la mesera se dilataron bajo las tenues


luces y su garganta se estremeció. Respiré con sorpresa, con los ojos tan
abiertos como los suyos.

¿De verdad le dijo eso? ¿Y de verdad me llamó su chica?

―Yo... entiendo ―dijo la mesera, evitando sus ojos―. ¿Puedo empezar


con un aperitivo o quieren pasar directamente a la cena?

Ella estaba avergonzada. Lo notaba por la expresión sonrojada de su


rostro y la forma en que el sudor le punzaba en la línea del cabello. Max,
como si no hubiera pasado nada, pidió lo que quería comer y como se
tomó el momento a la ligera, yo también lo hice. No esperaba una disculpa
por su parte, solo habría hecho que las cosas fueran aún más embarazosas
para ella.

Créeme, la cena era increíblemente incómoda cada vez que ella volvía
a la mesa para ver cómo estábamos, fingiendo estar de buen humor. Ya
no estaba muy segura de cómo manejarnos, pero no podía evitar la
sonrisa que se dibujaba en mis labios cuando miraba a Max.

Max rechazó a una chica por mí. No es que fuera fea ni nada por el
estilo, en realidad era muy bonita, pero lo hizo por mí.
―Por cierto, eso fue muy mezquino ―le susurré cuando terminamos
de cenar.

―No fue mezquino, era la verdad y a veces la verdad duele. ―Se acercó
a la mesa para tomarme la mano y utilizó la otra para recoger parte del
glaseado que se había caído de mi tarta de zanahoria.

Con el dedo que tenía el glaseado en la punta, me lo llevó a los labios y


sonreí. Una parte competitiva de mí quería que supiera que no era una
chica aburrida, tenía que mantenerlo en vilo durante toda la noche, así
que separé los labios y chupé el glaseado de su dedo hasta que se agotó
cada gota de dulzura. Mientras lo hacía, sus ojos se llenaron de calor y
deseo.

―Maldita sea ―respiró, retirando lentamente el dedo.

Me lamí los labios antes de tomar mi bebida y dar un pequeño sorbo,


intentando con todas mis fuerzas no sonreír.

―Espero que te des cuenta de que eso hizo que quiera follar contigo.
―Sus ojos seguían encendidos.

Yo sonreí.

―Lo sé, ese era el plan.

―No ―continuó en un murmullo―, no creo que entiendas lo difícil


que va a ser para mí contenerme, Shannon.

―Estoy segura de que no será tan malo ―bromeé.

―No sería prudente poner a prueba mi ego en este momento.

Luché contra una sonrisa.

Bien, puede que fuera un desastre excitado y cachondo, y seguramente


las bebidas no estaban ayudando a mejorar la situación, pero me
encantaba esto. Provocarlo, preparando el momento que ambos
esperábamos con impaciencia.

―Vamos ―instó Max, señalando mi postre―. No te distraigas, termina


tu pastel para que pueda sacarte de aquí.
Me reí y tomé el tenedor. No podía ignorar el calor que me recorría
mientras me terminaba el pastel.

Podría haberlo dejado ahí o incluso pedirlo para llevar, pero sabía que
no me lo comería mientras estuviera con Max, no una vez que
estuviéramos solos de nuevo. También creía firmemente en no
desperdiciar la comida. Después de pasar semanas sin comer, con la
esperanza de arañar la superficie encontrando un trabajo a los dieciséis
años, juré no volver a desperdiciar ni una migaja en mi vida. Pasar hambre
no era una broma.

―Toma ―Corté el pastel en dos trozos con el tenedor y le entregué una


mitad―. Si me ayudas a comer podremos salir de aquí un poco más
rápido.

Aceptó su mitad con una sonrisa arrogante que se dibujaba en la


comisura de los labios. No necesitaba decir nada más, todo lo que tenía
que hacer era mostrarme lo que quería una vez que nos fuéramos... y yo
estaba deseando que eso sucediera.

El estudio de Max era bonito, más bien era un apartamento de soltero,


en realidad. Me lo imaginaba.

Así que este era el Señor Grant. El joven de veinticuatro años que todas
las chicas querían tener en su cama. Las llevaba a citas, a lugares como
Crave o a un pintoresco bar de lujo en la zona alta de la ciudad, como
Capri, y las ponía un poco ebrias.

Lo sabía porque ese era el estado en el que me encontraba cuando


irrumpimos en su casa, con los labios pegados y mis brazos apretados
alrededor de su cuello.

Cuando le quité la camisa y empecé a desabrocharle los pantalones, no


pude evitar ver su casa. Estaba ordenada, con el cromo y el azul Carolina
como colores característicos. Los taburetes de la barra frente al mostrador
de la isla eran azules, y los mostradores, de un suave mármol gris. Su sofá
en forma de L parecía más que cómodo, lo suficientemente bueno como
para que explorara mi cuerpo en él.

Pero yo prefería la cama.

―¿Dónde está tu habitación? ―pregunté cuando sus labios se posaron


en mi mejilla.

―Ahí atrás ―gimió. No señaló ninguna dirección, lo que me hizo soltar


una risita.

―Llévame ahí ―susurré.

Dejó de besarme, asintiendo mientras me soltaba de mala gana. Me


tomó de la mano y me dirigió hacia una puerta de color beige, la empujó
y fue en dirección a la cama, liberando mi mano.

―Siéntate aquí ―murmuró―. Espérame. ―Me colocó en el borde de


la cama y me senté, mirándolo a los ojos.

Se dio la vuelta y salió de la habitación. Los armarios se abrieron con


un chirrido y luego se cerraron a distancia, con el tintineo de las copas.

Riendo, pregunté:

―¿Qué estás haciendo?

―Dame un segundo ―dijo con picardía en su voz.

Me senté de nuevo, colocando las palmas de las manos en el cómodo


edredón azul y alisándolo. Momentos después, la música sonó desde
unos altavoces ocultos en la habitación, tomándome completamente por
sorpresa. Sonó una de mis favoritas de Miguel y entró Max con dos copas
de algún tipo de bebida rosa.

Mi corazón latía con fuerza cuando apareció entre los marcos de la


puerta de su habitación sin camiseta. No pude evitar llevar mi línea de
visión a lo largo de su cuerpo, centrándome en esa deliciosa V que nunca
le fallaba a un hombre. Tan cortada y delgada en todos los lugares
adecuados.
―Toma ―murmuró, acercándose y entregándome una de las copas.

―¿Rosa? ―pregunté, estudiándola.

―Moscato rosado. El mejor. Lo compré para ti. ¿No te gusta?

―Me gusta el moscato rosado. ―Tomó el lugar a mi lado mientras yo


tomaba un sorbo―. Espero que no hayas puesto nada en esto...

Se rio a carcajadas, encontrando mi comentario totalmente humorístico.

―¿Cómo qué? ―preguntó, enarcando una ceja, muy divertido.

―Droga de violación, éxtasis o algo para que me acueste


voluntariamente contigo.

―Pshh. ―Sacudió la cabeza, luchando contra una sonrisa―. No


necesito una droga para que te acuestes conmigo. Y, para que conste,
nunca le haría eso a una mujer.

―Oye ―eché un vistazo a su dormitorio, bastante grande―, con un


lugar así, seguro que algo tiene que ceder.

Intercambió copas conmigo y frunció una ceja, tomando un sorbo de mi


copa anterior y comprobando que no había nada en mi bebida.

―Normalmente las damas ven este lugar y es todo lo que necesitan. En


cuanto están aquí se les bajan las bragas como si fueran a visitar al
ginecólogo.

―¡Dios! ―Resoplé―. ¡Eres tan repugnante! ¿Lo sabes?

Se inclinó más hacia mí, depositando un beso en mi hombro y


murmurando:

―Pero te gusto.

Mis cejas se movieron hacia arriba mientras bebía un poco de mi vino.


Max se bebió el suyo de un solo trago y se puso de pie para dejar su copa
encima de la cómoda.

Después de atenuar las luces, se volvió para fijar sus ojos en mí. Los
ojos brillaron por mi cuerpo y se suavizaron cuando se acercó de nuevo,
y al hacerlo, mi cuerpo se debilitó.
Separó lentamente mis piernas y se movió entre ellas en cuestión de
segundos, tomando mi copa y estirando el brazo para dejarla sobre la
mesita.

―No creo que pueda esperar a que te acabes eso ―respiró, con la punta
de su nariz recorriendo la línea de mi mandíbula.

―Pero estaba tan rico ―murmuré.

―Te dejaré terminar en cuanto acabe contigo.

―Para entonces estará todo caliente y asqueroso.

Se rio.

―Me alegro de que pienses que estaremos en esto el tiempo suficiente


para que tu bebida se caliente, eres inteligente al no subestimarme.

Finalmente, había llegado. La verdadera cosa que estaba esperando.

En ese momento fuimos como imanes. Conectados. Imposible de


separarnos menos que alguien nos arrastrara y nos enviara por caminos
separados.

Me abrazó con fuerza, sus labios se amoldaron a los míos mientras se


mecía contra mí. Mi espalda chocó con las frías almohadas y Max se
deslizó hacia arriba, balanceando su ingle sobre la mía.

En un instante me dio la vuelta y quedé encima de él. Me quitó el


vestido, arrojándolo a un lado cuando recogió la tela en sus manos.

Me posicioné en el centro de su regazo, achispada, sin importarme.


Seguro que él lo quería así. No es que no lo hubiera tenido en cuenta. Max
me quería lo más suelta y libre posible, teniendo en cuenta los términos
en los que estábamos. Podía haber pospuesto esto, pero ya no podía
negárselo.

Él sabía que me gustaba.

Y yo sabía que a él le gustaba.

La forma en que sus ojos recorrieron mi cuerpo, la forma en que se tensó


en sus calzoncillos y me abrazó demostró que ambos teníamos un deseo
que necesitaba ser satisfecho. Sin poder contenerme más, me incliné hacia
abajo y lo besé, tomando su cara con mis manos y poniéndolo de pie
conmigo.

Gimiendo, me tomó el trasero con las manos y suspiré. Mi lengua


exploró inmediatamente su boca y probé el moscato rosado que acababa
de beber.

Lo besé con avidez y me apreté contra su regazo, queriendo que sintiera


lo mucho que deseaba este momento. En cuestión de segundos me quité
el sujetador y mis senos presionaron el calor de su pecho.

No creía que fuera a ceder tan fácilmente a la idea de estar casi desnuda
encima de él, pero era difícil no hacerlo. Me sentí atraída por Max desde
el principio, desde que puso un pie en Capri.

Su rostro cincelado, sus labios esculpidos y un cuerpo para morirse…


Maximilian Grant lo tenía todo y ni siquiera la chica que fingía que no
existía podía negarlo.

En aquel entonces, él era todo lo que había deseado. Alguien por quien
sabía que me sentiría permanentemente atraída, alguien que realmente
me escuchaba. Alguien que defendía mi honor y daba la cara por mí, que
me encontraba tan hermosa como yo a él. Alguien que fuera un poco
agresivo y un poco áspero en los bordes, pero genuinamente dulce en el
interior.

Bueno, supongo que debería decir que en ese momento él era lo que yo
quería, lo que ansiaba. Necesitaba divertirme después de todo lo que
había pasado, pero no creía merecerlo. Creía que cuidar de mi hermana y
de mí misma era lo único que importaba, trabajar duro para mantenerla a
ella y a mí… pero Max rápidamente demostró que esa teoría era falsa.

Mientras seguía besándolo, recorriendo con mis labios su pecho


desnudo, él se puso rígido debajo de mí y yo levanté la vista. Ya me estaba
mirando, con los ojos duros y el rostro sombrío en la penumbra.

Me detuve inmediatamente y le pregunté:

―¿Qué pasa?
Se quedó callado un momento, estudiándome.

―Yo... Mierda. ―Soltó un suspiro pesado―. Pensé que podría seguir


con esto, pero no puedo. No puedo hacer esto. No a ti.

Me senté, ofendida por sus palabras.

―¿Qué quieres decir? ¿No es esto lo que querías de mí esta noche?


―Recogí mi sujetador y luego crucé los brazos para cubrir mi pecho.

Me agarró las muñecas y me retiró suavemente los brazos uno a uno.

―No ―susurró, acercando sus labios a uno de mis pezones―. Quiero


decir que es lo que quiero, no me malinterpretes ―dijo, defendiéndose―.
Es que... no puedo aceptarte en estos términos. Esto no puede ser solo
porque yo lo haya querido, y no puede ser solo una vez. No quiero que
ocurra así, porque crees que me lo debes. Una chica como tú es difícil de
encontrar, no quiero perderme a alguien como tú.

―Yo quiero ―le aseguré―. Quiero decir que al principio no quería,


pero... mierda. Max, ¿cómo puedo resistirme a ti ahora mismo? ―Lo vi de
arriba abajo, estudiando los planos y músculos de su cuerpo―. Además,
no tiene que ser solo esta vez.

―¿Cuántas veces, entonces? ―Sonrió.

―No lo sé ―respiré, apretando mi frente contra la suya―. Pero no


llevaré la cuenta si tú no lo haces.

―¿Entonces esto será una aventura? ¿Nada más?

―¿Eso es lo que quieres?

―La verdad es que no.

Me senté.

―Bueno, puede ser lo que queramos. Por ahora, podemos seguir la


corriente y que pase lo que tenga que pasar.

Asintió, acercándome, con sus dedos extendidos por mis caderas.

―Eso suena bien.


―Entonces, ¿podemos volver a lo que estábamos haciendo antes de que
interrumpieras tan bruscamente con este festival de sollozos? ―Me burlé.

―Sí ―murmuró―. Lo haremos. ―Pasó la punta de su nariz por el


pliegue de mi cuello y me dio un pequeño mordisco en el hombro―. Pero
no esta noche, Shakes.

Su cabeza se movió hacia abajo, esos cálidos labios suyos envolviendo


gradualmente mi tenso pezón marrón. Gemí mientras él rodeaba el pezón
con su lengua. Cuando retiró su boca, me subí a su regazo de nuevo.

―¿Me estás tomando el pelo? ―pregunté, sin aliento―. ¿Qué me toca


esta noche entonces? ―Ajusté mis caderas mientras me movía hacia
adelante en su regazo, moliendo a propósito sobre su erección.

En un instante, Max me agarró de las muñecas y me puso de espaldas,


clavándome las manos por encima de la cabeza en la cama. Grité mientras
él chupaba con avidez mis senos expuestos, lo suficiente para que sintiera
lo serio que era este momento.

Mi espalda se arqueó y él aprovechó la oportunidad, agarrando la


cintura de mis bragas y tirando de ellas hacia abajo. Cuando me las quitó,
bajó más y más, plantando besos en mi estómago, por encima de mi
ombligo y luego por debajo, hasta que estuvo justo ahí. Justo ahí, donde
más lo necesitaba.

Su boca se cernió sobre mi sexo, tan cerca que era insoportable. Me


quedé sin bragas y me retorcí mientras su lengua recorría los labios de mi
sexo. Un suave grito brotó de mí cuando su lengua presionó mi doloroso
nódulo. Mi espalda se arqueó y él susurró:

―Quédate quieta para mí, nena. Tendrás esto, pero solo eso por esta
noche.

―¿Por qué no puedo tener más? ―pregunté sin aliento.

―Porque sí. ―Bajó sus manos para separar más mis piernas.
Apoyando mis muslos en sus hombros, centró su cara entre ellos y
continuó―: Todavía no estás preparada para mí, Shakes. Tengo que
conseguir que lo estés. Tengo que asegurarme de que cuando finalmente
ocurra, estés preparada. Me doy cuenta de que hace tiempo que no tienes
a nadie, tengo que asegurarme de que merezca la pena.

Me sonrió y antes de que pudiera decir otra palabra, me estaba


devorando como si fuera lo mejor que había probado.

Era vulnerable a Maximilian, a su toque. Me sentí como una reina en la


cima del mundo. En la cima del Rey Max.

Pronto, mis pensamientos se silenciaron y alcancé mi punto máximo.


Me corrí en su boca, arqueando la espalda, gritando tan alto y con tanta
fuerza que se oyó un golpe en la pared de enfrente.

Jadeé, casi sin aliento, mientras mi cuerpo trataba de calmarse.

―¿Alguien acaba de golpear la pared? ―pregunté, jadeando.

Cuando Max bajó mis caderas y se sentó, mirando por encima de su


hombro, dijo:

―Oh, sí. No te preocupes por eso. Es solo Francine, está un poco


molesta porque no me meto con señoras maduras.

Mis ojos se abrieron de par en par.

―¿Quiere que te acuestes con ella?

Se levantó, riendo.

―¿Quién no lo quiere?

Mis labios se apretaron mientras juntaba mis piernas.

―No seas tan engreído, Playboy.

Se rio, extendiendo las manos y haciéndome un gesto.

―¿Qué? ―pregunté, mordiendo una sonrisa mientras me miraba.

―No puedo creer que Shannon Hales esté sentada en mi cama


completamente desnuda y que acabo de hacer que se corriera en mi boca.
―Sus palmas presionaron la cama mientras plantó un profundo y cálido
beso en mis ardientes mejillas. Giré un poco la cabeza y nuestras bocas se
conectaron. El beso fue profundo, apasionado y perfecto―. ¿Aún crees
que estás preparada para mí, Shakes?

―No me siento intimidada.

―Una chica como tú no debería estarlo...

―¿Entonces por qué no podemos ahora mismo? ―le susurré al oído.

―Porque ―dijo, besando el pliegue de mi cuello―. Quiero que me


ruegues.

―Bueno, buena suerte con eso porque yo no suplico.

―Lo dice la mujer que acaba de dejar que me la comiera en mi cama.

Esa mirada ardiente en sus ojos, la cercanía, y saber en el fondo que


seguramente le rogaría que estuviera dentro de mí, me volvió loca, pero
nunca se lo iba a decir. Era muy testaruda.

―No voy a suplicar ―dije con suficiencia mientras él me recostaba y


apoyaba su erección en mi bajo vientre. Quería que lo sintiera, que sintiera
lo duro que estaba.

Sonrió y pasó la punta de su nariz por mi mejilla. Estaba a punto de


besarme y preparé mis labios para ello, pero entonces se apartó lo
suficiente como para que mi boca no llegara a la suya.

―Sí ―dijo, con una profunda carcajada―. Eso ya lo veremos.


―Tessa llamó esta mañana. ―La voz cansada de John se eleva, alejando
mi atención de las palabras de mi novela romántica.

―¿Lo hizo? ―Dejo caer el libro y tomo el móvil―. ¿Por qué no me lo


dijiste antes?

―Porque es la primera vez que estás bien desde hace tiempo, y antes
estabas descansando. Ella lo entiende.

―¿Qué dijo?

―No mucho, dijo que tenía algo que decirte pero que esperaría a
decírtelo cuando te sintieras mejor. Parecía emocionada. ―Sonríe.

Tomo el teléfono y voy a mi lista de favoritos, llamándola enseguida.


Responde al segundo timbre, con la voz alegre.

―¡Shanny!

―¡Tessy! ―canto.

―¿Adivina qué?

―¿Qué?

―¡Terminé los exámenes y Danny estará en Louisville la próxima


semana y media, así que iré a Charlotte!

―¿Qué? ―Jadeo―. ¿En serio?


―¡Sí! Te echo de menos y no puedo esperar para verte. ―Se separa,
diciendo algo a alguien en el fondo antes de dirigirse a mí de nuevo―. Lo
siento, iré por un café. Fue una noche larga. Como sea, escucha, vuelvo en
un rato para terminar de hacer la maleta y debería estar en camino en una
hora. Prometo darte mucho chocolate a escondidas. ―Susurra la última
frase, sabiendo que John está cerca y que seguramente está tratando de
escuchar todo lo que está diciendo.

Me rio.

―De acuerdo. Nos vemos pronto.

Cuelgo y John me mira, con ojos inquisitivos.

―¿Qué fue eso?

―Vendrá a Charlotte.

―Oh. ―Se revuelve en su silla, rascándose la cabeza―. ¿Crees que es


buena idea en este momento?

Frunzo el ceño.

―¿Qué quieres decir?

―Tessa te estresa a veces, las dos discuten por las cosas más tontas. Lo
último que necesitas es el estrés... y que te dé chocolate a escondidas. El
doctor David dijo que evitaras los dulces si podías.

―John ―me rio secamente―. ¿Estás hablando en serio? ¿Por qué


estabas escuchando tan detenidamente? Ella literalmente susurró lo del
chocolate.

―Solo estoy cuidando de ti, nena. Eso es todo. ―Levanta las manos en
el aire, alegando inocencia.

Aparto la mirada de él, soltando un suspiro mientras me concentro en


mi regazo.

―Me estrese o no, necesito verla ahora mismo. La extraño.

―Lo entiendo.

―No puedes ser egoísta conmigo, Johnny.


―No lo soy. ―Se acerca, tomando mi mano―. Solo quiero lo mejor
para ti en este momento.

―Estoy bien ―insisto―. Lo juro.

Me aprieta la mano, presionando sus labios, como si dudara de cada


palabra que digo. El silencio se cierne sobre nosotros, y exhalo un suspiro,
apartando lentamente mi mano.

―¿Quién es Max? ―Hace la pregunta como si llevara horas


esperando… como si le pesara en la cabeza y por fin la sacara a la luz.

Mi corazón casi deja de latir mientras levanto la cabeza para centrarme


en mi esposo. Ese nombre es uno que nunca debería salir de la boca de
John, no sabe nada de lo que fue Max para mí.

―Le vi decir que venía ―continúa John, tratando de fingir que tiene
curiosidad, pero claramente está molesto.

―Max es un amigo, alguien a quien conocí hace mucho tiempo. Sabe


que estoy enferma.

―¿Lo he visto alguna vez?

―No, lo conocí hace años. Trabajábamos juntos y éramos muy buenos


amigos. ―Agito una mano, esperando descartar el tema.

―Oh. ―Mira la mano que tiene apoyada en la cama―. Bueno, estoy


deseando conocerlo cuando nos visite.

―¿Sabes lo que quiero? ―digo rápidamente, cambiando de tema.

―¿Qué?

―Volver a casa, volver a nuestro acogedor y tranquilo hogar.

La cara de John se tensa y sus cejas se juntan.

―¿A casa?

―Sí, es que creo que debería estar en casa ahora mismo. Ya sabes, estar
cómoda. ―Sonrío débilmente, mirando alrededor de la habitación―. No
me siento cómoda aquí, me siento como una parte de las estadísticas.
―Pero es mejor aquí, es más cómodo para ti. Tienes el mejor médico de
la ciudad y la mejor atención, incluso dijiste que te agrada Leah, que es tu
enfermera favorita.

―Sí, todo eso es cierto, pero nada es mejor que estar en casa, John.

―No, Shannon. ―La voz de John es firme mientras se sienta y se cruza


de brazos―. No. No vamos a tener esta discusión, estás demasiado
enferma, intentar incluso transportarte del hospital a nuestra casa es un
riesgo.

―Por el amor de Dios, John. Deja de tratarme como si fuera tu hija.


―Mi voz es más fuerte, la ira es transparente―. Soy tu esposa. No tu bebé.
No tu hija. Tu esposa. ¿No lo entiendes? Deberías apoyarme, no regañarme
por cosas como esta.

―Sé que eres mi mujer, Shannon, pero como tu esposo y tu compañero


de vida tengo que recordarte lo que es mejor. Estar aquí, rodeada de gente
que puede ayudarte, es lo mejor. Me sentiría mucho mejor sabiendo que
estás aquí durante los momentos en los que yo no puedo estar.

―Pero no te das cuenta de que esto no se trata solo de ti, y tampoco te


das cuenta de que esa gente, esos médicos a los que tratas como dioses,
no pueden resucitar a los muertos. Cuando muera, no podrán revivirme.
No podrán hacer una mierda. ―Mis ojos arden de lágrimas, y no de
tristeza o dolor. De rabia. Ira cruda y desgarradora.

Él se levanta de la silla, caminando de un lado a otro y murmurando en


voz baja. Apoyando la espalda en la cama, cierro los ojos y lucho contra
las lágrimas, pero fracaso estrepitosamente.

―Es que... quiero decir, no sé qué hacer, Shannon ―suspira.

―Olvídalo ―murmuro, limpiando con fuerza mis ojos―. Hagamos


como si nunca hubiera sacado el tema, ¿bien? No quiero discutir en este
momento, no contigo. ―John deja de pasearse para verme. Sus ojos se
llenan inmediatamente de arrepentimiento.

Agacho la cabeza y le susurro que apague las luces. Ya no quiero que


me vea. Además, se hace tarde. El sol acaba de ponerse, pero mis
persianas están cerradas. Está lo suficientemente oscuro como para que
pueda descansar.

―Nena, vamos ―me suplica.

―Las luces, por favor, John. ―Mi voz es firme, y evito sus ojos.

Duda, pero con un suspiro pesado y reacio, se aleja, accionando el


interruptor de la pared para apagar las luces. Mi cuerpo se relaja cuando
la reconfortante oscuridad llena la habitación. Puedo ver a John de pie con
su camiseta blanca. También puedo ver sus ojos, y todo lo demás, pero al
menos no todos los detalles de su cara, como esa pequeña depresión que
sé que tiene entre las cejas cuando hace un mohín.

John suelta un suspiro mientras yo me pongo de lado y me tapo con la


manta. La máquina emite un pitido más rápido antes de volver a
establecer un ritmo constante. Pasan varios minutos antes de que sienta
la mano de John en la parte baja de mi espalda, frotando en círculos lentos.

―Shannon ―susurra, con una voz débil y compungida.

No respondo. Las lágrimas fluyen, mojando la almohada sobre la que


descansa mi cabeza.

―Cariño, por favor, dime qué debo hacer. Por favor, dime qué quieres
que tenga sentido. ―Su voz se quiebra, profundizando el dolor que siento
en mi pecho.

―Ya te dije lo que quiero.

―Algo realista.

Me froto los ojos con la poca energía que tengo y luego me incorporo
para mirarlo.

―Bien. ¿Quieres algo realista? Seré realista contigo ahora mismo. ―Se
sienta de nuevo, con los ojos muy abiertos cuando se fijan en los míos―.
No quiero morir en este lugar, Jonathan. No quiero pasar mis últimos días
en esta cama dura como una roca, viendo el techo blanco o el espejo frente
a mí, contemplando mi vida y todo lo que debería haber hecho de otra
manera. No quiero sufrir más. No quiero estar con tres malditos goteos
intravenosos de OPX a la semana. No quiero seguir haciéndome esto a mí
misma, a nosotros, pasando por la misma rutina todos los días. Quiero
pasar los últimos días de mi vida haciendo las cosas que me gustan y
estando donde me merezco. No me merezco estar en esta cama con este
puto tubo en la nariz y agujas en los brazos. No me merezco no poder
estar de pie y besarte, o acurrucarme con mi esposo en nuestra puta cama.

Cierra los ojos, se le caen las lágrimas, y yo le acaricio la mejilla, usando


la yema del pulgar para quitarle algunas lágrimas. Odio verlo llorar.

―No merezco estar aquí. ¿No lo ves? ―susurro―. Cuando tenga que
irme, me iré, pero odio tener que estar retenida, atrapada en este frío y
deprimente hospital, porque tú crees que es lo mejor para mí. Tal vez, por
una vez, quiero lo que creo que es mejor para mí. Tal vez deberías tenerlo
en cuenta. Soy tu esposa, John. Tu esposa. Por una vez, ¿puedes apoyar
mis decisiones durante todo esto? Escúchame sobre mis necesidades, te
estoy llamando y es como si no estuvieras escuchando.

Su boca se entreabre y me doy cuenta de que quiere decir muchas cosas,


pero no está seguro de cómo hacerlo. En lugar de hablar, se levanta y se
sienta en el borde de la cama, abrazándome, pero sin apretar.

Extraño sus apretados abrazos. Sus cálidos brazos, echo de menos al


John despreocupado, el que no se preocupaba tanto por mi salud y por lo
que podía soportar. Nos echo de menos, y es triste ver cómo todo se va a
la mierda por culpa de una estúpida enfermedad que se niega a
desaparecer.

Sabemos que nos merecemos más, pero ¿cómo conseguirlo cuando


nuestro destino ya está escrito?

―Te escucho, cariño ―me susurra en el pelo―. Te escucho y lo


entiendo. ―Me inclina la barbilla y me besa suavemente los labios. Cómo
extrañé su tacto, su boca en la mía, ávida y suave. Me inclino hacia él, lo
rodeo con los brazos y suspiro cuando el beso se hace más profundo. Mi
lengua empieza a separar sus labios, pero él me detiene, moviendo la
cabeza.

―Será mejor que no lo hagamos ―murmura.

―Pero lo extraño ―susurro―. Besarte. Estar contigo.


―Yo también lo extraño, créeme. ―Planta sus labios en la parte
superior de mi frente y se levanta. Derrotada, me encorvo hacia atrás,
mirando al frente―. Descansa un poco ―me dice, sentándose en la silla.
Pero no lo necesito. Estoy un poco cansada, pero ayer dormí casi doce
horas seguidas, lo último que quiero hacer es dormir, pero sé que esa
sensación de cansancio no tardará en aparecer, así que me deslizo bajo la
manta y le doy la espalda.

Quiero enojarme, pero tengo que ponerme en su lugar. Él no sabe qué


hacer, solo sabe que no quiere perderme. Créanme, lo entiendo. Nuestra
vida en común acababa de empezar y ahora está llegando a su fin.

No sé en qué momento me duermo, pero cuando me despierto, las


ventanas están abiertas con el sol brillando a través de ellas y John está
sentado junto a mi cama con una sonrisa y la ropa limpia.

En la puerta está mi esperada sorpresa, Tessa. Ella despliega sus brazos


mientras viene corriendo hacia mí.

―¡Shanny! ―Me rodea con sus brazos, asegurándose de no causar


ningún dolor o daño. Me abraza un poco más fuerte de lo esperado,
probablemente asumiendo que tengo el mismo peso que tenía durante su
última visita.

Error.

He perdido mucho más, ya ni siquiera me parezco a mí misma. Por la


forma en que se retira y me mira con la mayor despreocupación posible,
pero con sus ojos ligeramente preocupados, sé que eso es exactamente lo
que está pensando. Es extraño, tenemos muchas diferencias, pero siempre
puedo leer su mente.

―¡Hola! ¿Cuándo llegaste a la ciudad? ―pregunto mientras ella acerca


una silla para sentarse a mi lado.
―Llegué alrededor de la medianoche. John se reunió conmigo para que
pudiera dejar mis cosas en la casa.

―Me alegro mucho de que estés aquí. ¿Cómo crees que te fue en los
finales?

―Ugh. ―Ella pone los ojos en blanco―. No lo sé, solo sé que me he


dejado la piel estudiando y lo he hecho lo mejor posible. No puede ser tan
malo, ¿verdad? ―Se encoge de hombros, mordiéndose el labio inferior.

―Estoy segura de que lo hiciste muy bien.

―¿Dónde está Danny? ―pregunta John, como si no lo supiera ya.

―En Louisville por trabajo, volverá el próximo sábado. ―Ella le sonríe,


casi como si estuviera esperando que él dijera o preguntara algo más. John
la mira, incapaz de ocultar su sonrisa.

Se me arruga la frente.

―Mmm... ¿hay algo que me esté perdiendo ahora mismo? ―pregunto,


riendo un poco―. ¿Por qué están sonriendo así?

―¡Adelante, John! ¡Díselo! ―Tessa insiste, agitando la mano en su


dirección.

Miro a John, que parece dudar.

―Oh, por el amor de Dios ―se queja Tessa―. ¿Quieres que se lo diga
yo? No es gran cosa, digo, sí es gran cosa, pero puedo decírselo si tú
quieres.

―No. ―Sacude la cabeza―. Yo lo hago.

Mis cejas se juntan mientras él me mira y suspira.

―Pues, tuve en cuenta lo que dijiste anoche. Cuando te quedaste


dormida fui a hablar con el doctor David y al principio no fue demasiado
indulgente, pero después de una hora de garantías, accedió a darte el alta
y asignarte un nuevo médico que pueda visitar la casa y que pases los días
ahí.

Mi corazón se acelera y mis ojos se llenan de lágrimas al instante.


―Dios. ―Me inclino hacia adelante―. ¿Lo dices en serio?

―Lo digo en serio. Ya contraté al médico que el doctor David me


recomendó encarecidamente. Vendrá a la casa todos los días y una
enfermera certificada vendrá unas semanas después, cuando estemos
instalados.

Tessa aplaude como una foca amaestrada, quizá un poco más


emocionada que yo.

―¡Sí! ¡Lo necesitas! ―aclama―. Te mereces estar en casa, en un lugar


donde te sientas más cómoda. Soy parte de la razón por la que John fue a
hablar con el médico, ¿sabes? Le dije: 'Escucha, hombre, tienes que hacer
lo que mi hermana quiera ahora mismo'. Básicamente lo hice entrar en
razón.

Me rio, luchando contra las lágrimas. Maldito sea mi orgullo.

―Chicos... en serio, no tenían que hacerlo.

―Sí, nena, lo hicimos ―murmura John―. Te escuché anoche y lo


último que quiero es que seas infeliz, estaba demasiado preocupado por
lo que yo quería y no lo suficiente por lo que tú quieres. ―Me toma la cara
y me besa en el centro de la frente. Cuando se separa, dice―: Iré a hablar
con el doctor David, para hacerle saber que estás despierta y que
tendremos que ser dados de alta pronto.

―Claro que sí. ―Tessa frunce los labios y ladea la cabeza mientras John
abre la puerta―. Dile que se dé prisa. Shannon realmente necesita una
manicura. ―Me toma la mano y me mira las cutículas con asco.

Retiro la mano, le hago una seña con el dedo medio y me río. Cuando
John se va, Tessa y yo hablamos de sus exámenes finales, y mientras lo
hacemos, mi teléfono vibra sobre la mesa.

―Oye, ¿puedes tomarlo, por favor?

Tessa toma mi teléfono, mira el nombre en la pantalla y me lo da.

―¿Para qué demonios te llama?


Miro fijamente la pantalla. Max. Por mi mente pasan muchos
pensamientos, tantos sobre él que no puedo ignorar. Mis pensamientos
felices sobre la vuelta a casa se desvanecen cuanto más vibra el teléfono.

―No contestes. ―Tessa sisea. Ni siquiera me doy cuenta de que está en


la puerta―. Iré por un café.

Asiento con la cabeza. Cuando se va, respondo a la llamada.

Lo quiera admitir o no, tengo que ver a Max antes de morir. Tengo que
verlo a los ojos al menos una vez más y decirle que no me arrepiento de
nada de lo que pasó entre nosotros. Estoy segura de que eso es lo que
piensa, que me arrepiento de nosotros y de todo lo que representamos,
pero no es así. Lo he aceptado.

Contesto al teléfono y, cuando habla, vuelvo a tener esa vieja sensación,


que tenía cuando estábamos juntos. Tengo las manos húmedas y la
garganta llena de palabras no pronunciadas. Hay tanto... tanto que
necesito decir, pero no digo nada de inmediato, le doy la oportunidad de
hablar.

―Hola, Shakes. ―Su voz es suave, casual.

―Hola. ―Mi voz es ligera―. Tengo algo que decirte.

―¿Qué es? ―pregunta.

―Me voy a casa.

―¿Te vas? Eso es bueno, me hace más fácil encontrarte.

―No ―digo rápidamente―. No puedes aparecer, a John no le gustaría


saber que un extraño está cerca de mí.

Se ríe.

―Todavía no le dijiste lo que soy para ti.

―No. Ya estaba haciendo preguntas. Además, no necesita saberlo


ahora. ¿Qué sentido tiene?

―Eso no me impedirá ir a verte, tus excusas nunca han funcionado


conmigo, Shannon.
―Max ―respiro, recordando todas y cada una de las veces que puse
una excusa y él siguió apareciendo.

―Me gusta que siempre sigamos donde lo dejamos ―dice, cambiando


de tema.

Ignoro su afirmación.

―Tenemos mucho que hablar.

―Sí, y por eso necesito verte.

―Ya no soy como antes. Lo sabes, ¿verdad?

―Escucha ―comienza, con voz severa―, deja de decirme eso, has


intentado alejarme una y otra vez y está claro que no funciona.

La frustración y la vergüenza se apoderan de mi garganta mientras veo


mi reflejo en el espejo. Cuando veo mi pelo encrespado y mis labios secos,
se me llenan los ojos de lágrimas.

―No es que te esté apartando, es que... quiero decir... ―Soy fea. Soy
asquerosa. Soy letal. Estoy dañada. Estoy jodidamente aterrorizada. No quiero
que tú también sufras. Resoplo―. No quiero que me veas. No así.

Max se calla un momento.

―No llores. ―Cuando oye otro resoplido, dice―: Deja de llorar,


Shannon.

Me aclaro un poco la garganta y luego trago con fuerza, haciendo lo


posible por combatir la ola de emoción.

―Déjame verte, demostrarte que tu aspecto no es lo que me importa.

―No deberías hacerlo, a John no le gustaría.

―Bueno, todo lo que tienes que hacer es avisarme cuando no esté cerca.
Si es necesario, te sacaré a escondidas.

Una risa brota de mí.

―Te mataría por eso.


―Que lo intente.

La puerta se abre con un chirrido y Tessa vuelve a entrar en la


habitación, soplando sobre una taza de café.

―Te avisaré. ¿Te parece bien? No hace falta que te escabullas, tendré
que fijar una hora.

―Prométemelo, Shakes.

Me quedo en silencio.

―Realmente necesito verte ―añade.

―De acuerdo...

―No puedes alejarme.

No hablo, no sé qué decir.

―¿Temes que resurjan los buenos recuerdos? ―pregunta,


interrumpiendo mi silencio.

Me burlo.

―Ya lo han hecho.

―¿Y por eso me alejas? ¿Eso y porque crees que no puedo soportar
verte como estás ahora?

―Tal vez.

―Bueno, verás, lo curioso es que te estoy viendo y sigo pensando que


eres la mujer más hermosa que he visto nunca, con tubos, sueros y todo.

Jadeando, miro hacia la puerta abierta y de pie entre el marco está Max.
Max es tan alto como siempre, con el pelo más crecido desde la última
vez que lo vi. Su pelo es más rizado, y ya no tiene la cara limpia y afeitada
que tenía durante sus días de soltero, el vello facial le sienta bien.

Su camiseta negra le abraza el cuerpo, y los músculos de sus brazos se


flexionan mientras se quita el teléfono de la oreja, sonriéndome con tanta
dulzura que me duele.

Me duele porque me he esforzado mucho por mantenerlo alejado, no


quiero que me vea así. Él sigue siendo tan jodidamente guapo y saludable
y yo estoy toda flaca y marchita y mi sangre fluye con toxinas que se
supone que me curan.

Esos viejos sentimientos regresan y me golpean con fuerza, atacando lo


que queda de mi alma. Dejo caer lentamente el teléfono y me concentro
únicamente en él. Mis labios se separan, queriendo decirle tantas cosas,
pero sin saber por dónde empezar.

―Eres preciosa, Shannon ―dice, dando un paso hacia la habitación.

―M-max ―tartamudeo―. ¿Qué haces aquí?

―Ya sabes por qué estoy aquí. ―Por fin me quita los ojos de encima y
los dirige a Tessa. Una punzada de celos me golpea y odio sentirla. Es mi
hermana. Nunca debería sentir que compito con ella, pero se ve diez veces
mejor de lo que yo podría, incluso más ahora. Su maquillaje es siempre
genial, se viste bien. Es el paquete completo.
Aunque ya no se toma su carrera de modelo tan en serio, sigue teniendo
su figura de modelo, esa por la que todas las chicas matarían por tener.
Cuando los ojos de Max rebotan hacia los míos en menos de un segundo,
me alegro. Él no piensa en ella de esa manera, nunca lo hizo.
Principalmente por sus diferencias.

―Su esposo está a la vuelta de la esquina ―le informa Tessa, dejando el


café sobre la mesa con los ojos entrecerrados.

―No me importa.

―Se preguntará quién eres ―prosigue―. Realmente deberías salir de


aquí.

―Ya sabes cómo soy, Tessa. Nada ha cambiado.

―Sí, sé exactamente cómo eres ―dice ella―. No era tu fan entonces y


definitivamente no soy tu fan ahora.

―¿Y eso por qué?

―Porque eres un arrogante y egoísta hijo de puta. ―Se cruza de brazos


y sonríe.

―Tessa ―la regaño, frunciendo el ceño.

―¿Qué? ―Se encoge de hombros―. Lo es, y está claro que no escucha


muy bien porque sigue ahí de pie.

―Está aquí por mí, Tess. ¿Ahora puedo tener un momento a solas con
él?

Ella me mira, con ojos marrones desorbitados y desconcertados.

―¿Hablas en serio?

Le dirijo una mirada severa, una que solo le dirijo cuando no creo que
sea necesario discutir. Ella exhala un suspiro y toma su bolso. Después de
tomar su café, pasa junto a Max, pero no sin decir:

―No te atrevas a tocarla.

A Max le hace gracia. Siempre le ha gustado meterse en su piel.


―No puedo prometer nada, hermana.

Ella le muestra el dedo medio, entornando los ojos.

―Ya no puedes llamarme así. ―Sale por la puerta, murmurando la


palabra “Imbécil” antes de irse.

Sacudo la cabeza, luchando contra una sonrisa mientras vemos cómo


se cierra la puerta.

―Veo que todavía me odia ―suspira Max, pasándose una mano por la
cabeza.

―Sí, no creo que eso vaya a cambiar. ―Me rio.

―Pero tiene que entenderlo, ¿no?

Me encojo de hombros.

―Tessa es una persona muy dura. Una vez que pierdes su confianza es
difícil recuperarla.

―Ya veo.

―Pero ella tiene razón, sin embargo ―continúo.

―¿Sobre qué?

―No deberías haber venido aquí. John hará preguntas... se preguntará


por qué estás aquí. Quién eres...

―Y le diré exactamente quién soy. ¿Por qué guardarle secretos a tu


esposo?

―Max, por favor. Realmente no necesito el drama en este momento.

Señala la puerta con el pulgar.

―¿Así que quieres que me vaya?

―No, no quiero que te vayas. Me alegro de que estés aquí, pero ahora
mismo no es un buen momento.

―¿Eso es porque no quieres que John me vea y haga preguntas?


―Exactamente.

En lugar de retroceder, camina hacia delante, suspirando y metiendo


las manos en los bolsillos delanteros.

―¿Cuándo podré volver a verte entonces?

―No estoy segura, los primeros días que esté en casa estoy segura de
que John estará mucho más cerca y quiero pasar ese tiempo con él.

―Bueno, qué tal si me llamas cuando el sabueso te haya dado por fin
algo de espacio.

―Estamos hablando de mi esposo. Él no cree en darme espacio, no


cuando estoy en un estado como este.

Sus ojos se vuelven finos, su ira es transparente.

―No me restriegues eso. ―Retira la mano.

Frunzo el ceño.

―¿Restregarte qué?

―La cosa del esposo. Yo estaba aquí primero.

―Pero ahora estoy con él ―replico.

Su ceño se frunce y se aleja, mirándome detenidamente. Insegura, subo


la manta, protegiendo mi frágil cuerpo de su dura y penetrante mirada.

En lugar de discutir conmigo, lo cual me alegra, rebusca en su bolsillo


trasero y saca una pequeña caja negra.

―Tengo algo para ti. ―Me la entrega y yo dudo, sosteniéndola en la


palma de la mano, encontrándome con sus ojos.

―Más vale que no sea un anillo.

Se ríe.

―¿Lo aceptarías si lo fuera?


Pongo los ojos en blanco y abro la caja. Es un collar de plata. Los
colgantes son la Torre Eiffel y una bicicleta francesa. Mi corazón se
acelera.

―Vaya, Max. Yo... ―Ni siquiera tengo las palabras. ¿Cómo se acuerda?

Lo miro y él sonríe.

―¿Te acordaste?

―Nunca lo olvidé. ―Me quita la caja, saca con cuidado el collar y se


acerca a mí para ponérmelo en el cuello―. Creo que valió la pena
comprarlo. Todavía quieres ir ahí, ¿verdad? ¿A París?

―Me encantaría ir a París. ―Sonrío mientras recojo la pequeña torre de


plata, haciéndola girar entre mis dedos.

―Entonces, ¿por qué no lo haces?

Frunzo el ceño y lo veo.

―¿Hablas en serio? ¿Qué clase de pregunta es esa?

―Tener la Pleura de Ónix no significa que no puedas viajar. Es un


riesgo, sí, pero tus piernas siguen funcionando y el tratamiento puede ir
contigo. Hay formas de evitarlo. He hecho mi investigación.

―Tengo tal vez tres meses o menos para hacer eso que se llama vivir,
Max. Viajar probablemente acortaría mis días. Además, mi médico nunca
lo aprobaría.

―Nunca digas nunca, Shakes. ―Max retrocede, señalando con el


pulgar la puerta―. Saldré de aquí antes de que el sabueso vuelva a
aparecer, pero espero una llamada tuya pronto.

―¿Cuánto tiempo estarás en la ciudad? ―pregunto.

―El tiempo que necesites que esté.

Empieza a salir, pero lo llamo y se detiene, mirándome por encima del


hombro.

―¿Qué te hizo venir hoy?


Se encoge de hombros, con una sonrisa en los labios.

―No podía pasar otro día sin verte.

Me resisto a sonreír y veo hacia mi regazo. Yo también lo eché de


menos, pero no lo admito. No puedo engañarlo ni hacer que se quede más
tiempo del necesario, solo lo llevaría a un oscuro abismo.

Varios segundos después, Max está de nuevo cerca de la cama, de pie


justo encima de mí. Agarrando mi cara con sus manos, me inclina la
cabeza, plantando un cálido beso en mi frente y luego en mi mejilla. El
calor corre por mis venas, trayendo de vuelta sentimientos que no he
sentido en años. Mirándome a los ojos, me pregunta:

―¿Nos vemos pronto?

Asiento con la cabeza.

―Sí. Pronto.

Y entonces se aparta y sale por la puerta, sonriéndome por encima del


hombro antes de desaparecer por la esquina.
Nunca pensé que extrañaría el sol. Soy más bien una chica de noches
frescas y clima otoñal, pero mientras voy en el auto absorbiendo el calor
del sol en mi piel, estoy casi segura de que puedo acostumbrarme a la
primavera. Me baño la cara con los rayos, apuntando al cielo mientras una
canción de Laura Welsh fluye por los altavoces. Por primera vez en meses,
no deseo la oscuridad. Finalmente tengo luz.

Anoche, John creó una lista de reproducción para nuestro viaje a casa.
Durante toda la noche, no dejé de pensar en el paseo por la casa,
preguntándome si John cambió la pintura del comedor como yo le pedí.
¿Barrió la terraza cada semana como solía hacer? ¿Regó las plantas?
¿Cambió las almohadas de la cama y cubrió los muebles del patio?

Unos minutos más tarde, John toma por fin la curva que yo esperaba y
se mete en el camino entrada de piedra de nuestra casa. Mientras me
muevo en mi asiento, sonrío, y John mira y toma mi mano para apretarla.
Cuando llega al final del camino de entrada, le suelto la mano y agarro el
pomo de la puerta.

―Nena ―me dice antes de que pueda salir.

―¿Sí? ―Le devuelvo la mirada antes de que pueda salir.

―Déjame a mí ―dice, saliendo del auto. Suspiro, me siento de nuevo


contra el asiento de cuero y le observo rodear la parte delantera del auto.
Abre la puerta y me sonríe. Me ayuda a salir y me rodea la cintura con el
brazo y yo con el suyo―. Sé que estás deseando llegar a casa, pero tienes
que tomártelo con calma. Nada de actividades extenuantes, ¿recuerdas?
―Es difícil estar tranquila cuando mi gran y cómoda cama me espera
arriba. Además, puedo volver a tocar mi casa, todas las baratijas y demás.

―Bueno, ahora puedes hacer todos los toques que quieras... siempre y
cuando tu médico diga que está bien que te levantes.

―Oh, por favor, John ―murmuro mientras subimos los escalones de


piedra hasta la puerta principal―. Soy una rebelde. Ya lo sabes. ―Le
sonrío.

Se ríe, saca las llaves y abre la puerta. Una vez abierta, me guía por el
pasillo, con su brazo todavía apretado a mi alrededor.

Damos la vuelta a la esquina, John acciona un interruptor y, en cuanto


se enciende la luz, un fuerte “¡BIENVENIDA A CASA, SHANNON!”
llena la habitación.

Jadeo y me pongo una mano en el pecho, sonriendo de par en par


mientras se lanza confeti al aire y se hacen sonar los silbatos. Todas las
personas que conozco y quiero están aquí, la mayoría de ellas luciendo
tontos y coloridos gorros de cono.

―¡Dios! ―Jadeo cuando John me suelta. Lo miro, pero tiene el ceño


fruncido, lo que me toma totalmente por sorpresa y mi sonrisa se
desvanece un poco. Pensé que todo esto era idea suya, pero cuando ve a
Tessa desde el otro lado de la habitación, con el ceño fruncido, me doy
cuenta de que no fue idea suya en absoluto. Fue idea de ella.

En lugar de hacer una escena, pone una sonrisa forzada y saluda a


nuestros invitados cuando se acercan a nosotros.

Tessa se precipita hacia mí, abrazándome por lo que debe ser la


vigésima vez en las últimas veinticuatro horas.

―Me alegro mucho de que estés en casa ―suspira.

―¿Tú hiciste todo esto? ―pregunto, echando un vistazo a la habitación


inundada de recuerdos de la fiesta, comida y decoración.

―Lo hice. ―Sus ojos marrones brillan mientras mira a su alrededor―.


¿Te gusta?
Asiento con la cabeza.

―Me encanta, y lo aprecio. Gracias. Solo que no estoy segura de que


John lo apruebe.

―Tessa ―John se pone a mi lado, mirándola fijamente a los ojos―.


¿Puedo hablar contigo en la cocina, por favor?

―¿Para qué? ―exige ella.

―John ―suspiro―. Por favor, ahora no. Al menos espera a que todos
se vayan.

Me mira antes de darle una mirada severa, sabiendo que tengo razón.

―Bien. Después. ―Se aleja, forzando una sonrisa hacia Emilia y


Quincy al pasar junto a ellos.

―Tessa ―siseo, tirando de ella hacia la ventana con cortinas de


cobre―. Deberías haberle preguntado antes de hacer todo esto.

―¡Quería hacerlo! pero no ha venido a casa y no contestaba el teléfono,


pensé que te lo merecías y que al menos apoyaría la idea. ―Ella pone los
ojos en blanco―. No me imaginé que enloquecería así.

―Lo entiendo, pero sabes que John no es nada espontáneo, así que la
próxima vez que hagas algo así asegúrate de preguntarle. ―Aprieto mis
manos en modo de oración―. ¿Por favor? ―le ruego―. Quiero que mi
estancia en casa sea cómoda, sin estrés.

Ella asiente y suelta una lenta respiración.

―Bien, de acuerdo. Está bien. Siento haberme excedido. No volverá a


ocurrir, lo prometo y le diré a John lo mismo cuando se haya calmado.

―Gracias.

Se gira y me pasa un brazo por los hombros, mirando a todos los


presentes.

―¡Chicos! ¿Pueden prestarme su atención, por favor? ―grita.

Los murmullos y las risas se acallan cuando todos los ojos apuntan a
Tessa. Ella sonríe, sorprendida de que funcione.
―Hola ―chilla y se sonroja, pero todos sabemos que Tessa está lejos de
ser tímida―. La mayoría de ustedes son más cercanos de Shannon que de
mí, pero si han estado con Shannon seguro que ya la han oído quejarse de
su loca y dramática hermana pequeña.

Todo el mundo se ríe, incluido John, que está de pie en la esquina,


dando un sorbo a una copa de vino tinto y asintiendo con la cabeza con
demasiado entusiasmo.

―Como sea, solo quería decir que estoy muy contenta de que mi
hermana esté en casa. Si conocen a Shannon, saben que es una luchadora
y lo fue toda su vida. Nunca se ha rendido conmigo, nunca se ha rendido
consigo misma, y aunque podría rendirse ahora mismo, no lo hizo. Ella
me inspira y me empuja a ser mejor persona y la quiero mucho. ―Sus ojos
se posan en los míos, húmedos y rojos ahora. Mis ojos están llenos de
lágrimas en este momento―. ¡Esta noche es para ti, Shannon! ―Ella
sonríe con fuerza, juntando las manos. Las lágrimas que estoy tratando de
combatir finalmente se me escapan.

―Te quiero mucho, Shanny. Eres una persona increíble con un corazón
asombroso y estoy muy contenta de tenerte como hermana. ―Tessa se
baja de su tribuna, caminando directamente hacia mis brazos abiertos.

―Te amo, hermanita ―murmuro por encima de su hombro.

―Yo te amo más.

Todos sonríen y canturrean. Burbujeo una risa, disfrutando de su


abrazo. Al fin y al cabo, ahora sé que tengo que aprovechar cada momento
de vigilia. No me quedan muchos días, ni sé cuándo llegará el momento,
pero nada me impedirá vivirlo. Estar en casa es solo el comienzo. Hay
mucho más que me gustaría hacer.

―Bien ―dice Quincy, acercándose a nosotras y separándonos. Se


enjuaga los ojos, riendo mientras va hacia el equipo de música―. No
puedo soportar estas lágrimas de cocodrilo y Shannon está en casa,
¿verdad? Subamos la música y divirtámonos un poco. ―Quincy se pone
delante de mí y me toma la cara con las manos―. Sé que no puedes tomar
alcohol, así que preparé unos Shirley Temple para ti. Están en la nevera
para cuando los quieras, pero no añadí mucha granadina, Tessa me dijo
que no mucha azúcar.

―Gracias, Q. ―Le sujeto la cara y le beso la mejilla. Después de dejarlo


marchar y de charlar con algunos viejos amigos que trabajaban en Capri,
y con mi antigua compañera de piso Emilia, que aún hoy me hace reír, me
despido educadamente de la reunión. Una pequeña parte de mí se
pregunta si Max fue invitado a venir esta noche.

Al entrar en la cocina, abro la nevera y saco una de las bebidas vírgenes.

―Por la vida ―susurro para mí, llevándome la bebida a los labios y


dándole un sorbo. Hacía tiempo que no tomaba algo tan lleno de sabor.
Aunque la granadina lo habría perfeccionado, sé que no lo necesito.

Suenan pasos a poca distancia y John entra en la cocina. Me fuerzo a


sonreír.

―¿Estás bien? ¿Estás cansada? ―me pregunta.

Por primera vez no desestimo la sensación, estoy un poco mareada y


cansada. El descanso es necesario. Hace tanto tiempo que no me muevo y
socializo, no puedo permitirme desmayarme delante de mis amigos, y
arruinarle la noche a las personas que más quiero.

―Sí, probablemente debería acostarme.

Sin dudarlo, John me toma de la mano y toma la otra salida, la que lleva
al estudio, lo atravesamos y desde ahí me toma en brazos y me sube por
la escalera. Apoyando la oreja en su pecho, escucho los latidos de su
corazón, sintiendo su calor.

―Vamos a descansar un poco ―susurra cuando llegamos al


dormitorio. La forma en que esto sucede me tranquiliza. Sé que John no
volverá a bajar a discutir con Tessa cuando todos se hayan ido, al menos
no esta noche.

―No quiero que nadie se preocupe ―le digo.

―No lo harán. Le enviaré un mensaje a Tessa para que les avise.


John cierra y bloquea la puerta de nuestro dormitorio, dándome la
completa seguridad de que no volverá a bajar. Después de quitarme los
zapatos y ponerme el pijama, me acuesto en nuestra cama y gimo de
placer al sentir las almohadas de plumas.

―Oh, cómo eché de menos estas almohadas ―canto.

Él levanta las sábanas con una sonrisa, me mete debajo de ellas y luego
me pone el edredón encima.

Cuando ya estoy bien arropada, observo cómo se mueve hacia el otro


lado de la cama para sacarse la camisa por encima de la cabeza, dejando
al descubierto seis filas de abdominales. Hace meses que no veo esos
abdominales y recién ahora me doy cuenta. A continuación, se quita los
pantalones, y momentos después está en la cama conmigo, suspirando
con las palmas de las manos relajadas detrás de la cabeza.

―Fue un día largo, ¿eh? ―susurro con una sonrisa. Todavía puedo oír
la música de abajo, y a mis amigos riendo y charlando.

Me mira con ojos cansados.

―Sí que lo fue. ―Acercándose, me atrae hacia él y apoyo la cabeza en


su pecho―. Pero estás bien, ¿verdad?

―Estoy bien.

―¿Tu respiración?

―Está bien ―susurro―. El doctor David dijo que debería poder durar
hasta la mañana desde que tomé esa bolsa de OPX. En realidad, creo que
está haciendo lo que se supone que debe hacer y me hace sentir mejor hoy.

―¿Sí? ―Su voz es esperanzadora―. Eso es bueno. Me alegro. ―Me


besa la parte superior de la cabeza―. Me quedaré aquí esta noche para
vigilarte.

―Es totalmente innecesario ―bostezo.

Se ríe.

―Puedes dormir.
―¿Cuándo llegarán todas las cosas para los tratamientos?

―Estarán aquí en una hora más o menos, pero hasta entonces,


descansa.

Asiento con la cabeza, acurrucándome en él, abrazándome con fuerza.

―¿John?

―¿Sí, cariño?

―Gracias por hacer esto por mí, y por no enojarte demasiado con Tessa.
Ya sabes cómo puede ser.

―Sí, lo sé. Me advertiste sobre ella. ―Se ríe y yo me rio con él, luego se
queda callado un momento, y su respiración cambia. Es más suave.

Todo su cuerpo se ha relajado y me alegro porque odio cuando está tan


tenso.

―Quiero ser capaz de hacer lo que sea necesario para que seas feliz,
Shannon. Te amo.

―Yo también te amo.

Me acaricia el pelo, el afecto y la caricia me devuelven sentimientos que


realmente eché de menos. Extrañaba acostarme en la cama con mi esposo,
abrazarlo, besarlo, moldearme con su escultural cuerpo. Echaba de menos
todo lo de John Streeter. Todo. Esos pequeños toques y acciones que
mucha gente da por sentado cada día.

Antes de darme cuenta, entre las constantes caricias a mi pelo y sus


suaves besos de en mi frente y mi mejilla, me estoy quedando dormida y
puedo decir que va a ser el mejor sueño que he tenido en semanas.

Sé que esto es el comienzo de la felicidad de nuevo. Tengo que


aprovechar al máximo lo que tengo ahora. Tengo que hacer lo que es
mejor para mí, sin importar los sentimientos que se hieran en el proceso.

Shannon Hales-Streeter ya no puede contenerse. Tiene que volar como


un pájaro. Volar como un avión. Tiene que ser fuerte y vivir. Tiene que
recordar que cada día es un regalo que espera ser desenvuelto y que la
vida depende de lo que uno haga. En este momento, la vida me está
diciendo que no se detenga. Que siga adelante. Que siga luchando.

La vida está esperando y hay que vivirla.


Era casi medianoche la noche que conocí a Jonathan Streeter. Era el tipo
de tarde en la que una mujer de veintitrés años no debería haber salido
sola.

Acababa de reventar una rueda al salir de la autopista. La lluvia caía a


cántaros, los truenos aplaudían y los relámpagos golpeaban el cielo en
forma de rayas plateadas.

Era un mal momento, llegaba tarde al trabajo y odiaba llegar tarde. Esa
noche debía atender el bar yo sola. Eugene me iba a despedir seguro esta
vez.

Saqué mi teléfono móvil, y le marqué a Max. No contestó. No me


sorprendió. Lo estábamos pasando mal y estaba jugando a este molesto
juego de distancia del que me estaba hartando.

―Mierda ―siseé cuando saltó su buzón de voz.

Tenía una rueda de repuesto y recordaba que mi padre me enseñó una


vez a cambiar una, pero mientras me sentaba dentro de mi destartalado
Escarabajo, no tenía ni idea de por dónde empezar con la lluvia y los
truenos.

En lugar de quedarme sentada esperando a que Max respondiera, salí


del auto y me apresuré hacia el maletero, con la lluvia golpeándome.
Abriéndolo, me agaché para echar un vistazo al interior. Tenía una llave
de tuercas, una rueda de repuesto... pero no estaba segura de qué más
necesitaba.

Retrocedí, observando cómo los autos pasaban a mi lado, era la chica


indefensa atrapada en la lluvia, con frío y jodidamente enojada. Intenté
llamar a Emilia, pero no hubo respuesta. Sabía que estaba dormida. Eran
más de las diez, y ella era madrugadora, además estaba estresada y
sobrecargada con los estudios y los finales.

―¡Maldita sea! ―grité, y como si las cosas no pudieran ir peor, un gran


chorro de agua me golpeó la cara, empapando la mitad delantera de mi
cuerpo.

Jadeé y, sin saber cómo reaccionar, me quedé de pie a un lado de la


carretera, con los brazos en alto, boquiabierta, mientras veía al Mercedes
Benz blanco seguir conduciendo.

Nunca olvidaría ese elegante auto. Era uno que sabía que nunca podría
permitirme. Se dirigió a la salida y yo maldije tras él, gritando todos los
insultos del libro como si la persona pudiera oírme. Estaba segura de que
no tenían ni idea de que estaba ahí.

Para mi sorpresa, después de despotricar y agitar un puño en dirección


al Mercedes, el auto se detuvo, con las luces de freno rojas brillantes.

Pronto se encendieron las luces de marcha atrás y el auto retrocedió a


toda velocidad, maniobrando hacia la derecha y deteniéndose unos
metros adelante de mi auto.

Oh, mierda. La acabo de cagar.

Me quedé en el sitio, alcanzando lentamente la llave inglesa de mi


maletero. No pude distinguir claramente a la persona que salía del auto,
pero definitivamente era alta y llevaba un abrigo negro. La persona
caminaba con una zancada lenta, la zancada de un asesino diría yo, o tal
vez solo pensaba eso porque estaba varada a un lado de la carretera bajo
la lluvia.

Sin embargo, cuanto más se acercaba la persona, más me daba cuenta


de lo absolutamente hermosa que era. Gracias a mis faros, pude ver las
gotas de lluvia que se acumularon en sus largas pestañas, humedeció su
desordenado pelo castaño y sus ojos eran tan azules e hipnotizantes.

Entrecerró la mirada mientras se acercaba, moviéndose por el lado del


pasajero de mi auto con las manos en alto, en un gesto inocente.

―¡Oye! ―gritó por encima del ruido de los autos que pasaban y de la
lluvia―. ¿Estás bien?

Asentí con la cabeza, dando un paso atrás, apretando mi agarre


alrededor del metal.

―Estoy bien.

Sus ojos se dirigieron a mi agarre de anaconda alrededor de la llave


inglesa.

―¿Necesitas ayuda?

―No. ―Sacudí la cabeza y lo rechacé―. Estoy bien, señor. Por favor,


vuelva a su lujoso auto y empape a otra persona con un charco a un lado
de la carretera.

Me recorrió con la mirada.

―Me disculpo sinceramente por eso, no tenía ni idea de que hubiera


alguien junto al auto. ―Dio un paso adelante, yo me aparté y se detuvo
en seco―. No estoy aquí para hacerte daño. Vamos... ―Se adelantó,
tratando de alcanzar la llave inglesa que tenía en mis manos.

A la defensiva, la mantuve en alto, rechazándolo.

―¡Te dije que estoy bien! Tengo amigos que vienen a ayudarme. ―Qué
mentira. Todos mis amigos estaban demasiado ocupados ignorando mis
llamadas. Sus manos se alzaron rápidamente en el aire mientras
retrocedía, aturdido. Pero en cuestión de segundos, estaba sacudiendo la
cabeza y se alejó, de vuelta a su Mercedes―. Sí ―dije tras él―. ¡Solo vete!

Pero no se fue. Abrió el maletero, sacó algunos objetos y volvió


corriendo. Jadeé, con el corazón acelerado, pensando que venía a
matarme.
Me imaginé que en ese momento iba a morir. Tal vez tenía problemas
de ira y no le gustaba la forma en que le hablé, o tal vez odiaba el rechazo.
En cualquier caso, acababa de caerle mal y estaba destinada a morir.

No habría podido llegar muy lejos si hubiera intentado huir, y él parecía


estar lo suficientemente en forma como para atraparme si me atrevía. Las
carreteras abiertas con autos rápidos me rodeaban y buscar el bosque era
un imposible. Me quedé quieta, atrapada en mi camino mientras él se
reunía de nuevo con mi auto.

Observé cómo dejaba caer los objetos y se agachaba sobre una rodilla,
con la lluvia golpeándolo.

No volvió con una pistola o un cuchillo para matarme. Tenía su propia


llave de tuercas, un gato y tuercas. Una vez que subió el auto unos cuantos
niveles con el gato, quitó la rueda con la llave y se puso de pie, rebuscando
en mi maletero para encontrar el neumático.

Me miró mientras la sacaba, poniendo una sutil sonrisa antes de volver


a trabajar. En cuestión de minutos, terminó, recogiendo sus herramientas
y dirigiéndose de nuevo a su auto.

Asombrada, caminé alrededor de mi auto, observando cómo dejaba sus


herramientas en el maletero y luego lo cerraba de golpe.

―¡Oye! ―dije, corriendo tras él.

Se detuvo antes de subir a la seguridad de su auto y miró en mi


dirección. La lluvia se convirtió en una ligera llovizna.

Cuando por fin me encontré con él, me aclaré la garganta y tomé aire.

―Mmm... gracias por lo de antes.

La lluvia resbalaba por su rostro cincelado, haciendo brillar la barba


incipiente alrededor de su boca. Parecía que no había dormido en
semanas. De cerca se veía diferente. Todavía sexy, todavía hermoso, pero
diferente. Había tristeza en sus ojos, una tristeza que supuse inexplicable.
Parecía haber estado enterrada en lo más profundo de sus ojos durante
años.

―No iba a hacerte daño ―me informa.


―Yo... bueno, quiero decir que nunca se sabe con la gente hoy en día.
Este mundo está loco, ¿sabes?

―Eso, lo sé. Lo entiendo. ―Pone una sonrisa infantil.

―Bueno, de nuevo, gracias. Como probablemente puedes ver, nunca


he cambiado un neumático antes.

―Sí. ―Le hizo gracia, sonriendo como un colegial―. Definitivamente


se nota.

Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía manchas de comida en


la camisa blanca que llevaba debajo de la chaqueta. El aspecto no encajaba
del todo con el auto que conducía, como tampoco lo hacían sus pantalones
negros sucios y sus tenis deportivos.

―¿Acabas de salir del trabajo?

Miró su atuendo y suspiró mientras tiraba del dobladillo de la camisa.

―Oh, eh, sí. Soy un chef. Te prometo que no siempre estoy tan sucio.
―Me dedicó otra sonrisa torcida y tonta. Me reí y me sentí bien al reírme.

―Bueno, como sea, de nada, pero te aconsejo que te metas a YouTube


o algo así y veas cómo se cambia una rueda. No es tan difícil como crees,
hay montones de vídeos por ahí.

Asentí, y podría haberle dicho que ya sabía lo básico, pero estaba


completamente hipnotizada por la forma en que se movían sus labios, y
lo rectos y perfectos que eran sus dientes.

―Lo haré.

Se giró hacia su auto.

―Que tengas una buena noche, Chica Rara.

Mis labios se apretaron mientras arrancaba el auto, cerrando su puerta


tras él. Me di la vuelta, caminando hacia el mío, entrando y arrancando el
motor. El tipo se quedó sentado en la acera durante un rato, demasiado
tiempo para que yo esperara a que se apartara. Mi auto estaba arreglado
y yo ya llegaba tarde al trabajo, no estaba segura de cómo iba a pasar mi
turno con la ropa mojada, pero tenía que arreglármelas.
Me aparté y salí, bajando por otra autopista hasta llegar a la parte alta
de la ciudad. No fue hasta que me estacioné en la parte de atrás y recogí
mis cosas que me di cuenta de que ese mismo Mercedes blanco estaba
estacionado a unas cuantas plazas de mí.

―¿Qué demonios? ―Respiré. ¿De verdad me siguió? Ahora sí que este


tipo me estaba poniendo los pelos de punta. ¿Qué era para él? ¿Cambiar
la rueda de una chica, coquetear un poco y luego matarla cuando
estuviera listo? No, tenía que ser: cambiar el neumático, fingir ser un tipo
agradable e inocente, seguirla y luego masacrar su trasero en cuanto
creyera que estaba a salvo. Era un caso de Ted Bundy, sin duda.

Me apresuré hacia la puerta trasera del club, pero él me llamó. Abrí la


puerta hasta la mitad para que me fuera más fácil escapar si lo necesitaba,
pero de todos modos lo miré por encima del hombro.

―¿Me estás siguiendo? ―pregunté, enarcando las cejas hacia él.

―No... Bueno, no te rías ―dijo, riéndose él mismo―, pero pensé que


cuando me detuviera en la carretera para hacer de buen samaritano,
acabaría ayudando a alguna anciana indefensa. ―Hizo una pausa, los
ojos se volvieron serios―. Pero cuando te vi... yo... bueno... ―Vaciló y lo
miré, haciendo lo posible por contener la risa. Pasando los dedos por su
pelo mojado, dijo―: Es que no pensé que fueras tan condenadamente
hermosa, eso es todo.

Me ablandé de inmediato.

Okey. Admito que, aunque fue cursi al respecto, fue lo más dulce que
oí en mucho tiempo. No era demasiado atrevido como Max, pero tampoco
tenía miedo de hacerme saber lo que pensaba.

―Sé que piensas que estoy loco por seguirte hasta aquí, pero si pudiera
saber tu nombre me tranquilizaría mucho. Un nombre con tu cara me
alegraría toda la noche, y entonces te juro que te dejaré en paz. ―Levantó
las manos de forma inocente antes de soltarlas poco a poco.

Soltando la puerta, caminé en su dirección con los brazos cruzados.

―¿Mi nombre? ¿Estás seguro de que eso es todo lo que quieres, loco?
Asintió, sonriendo.

―Eso es todo lo que quiero, Chica Rara.

Me mordí el labio inferior, echando un vistazo al estacionamiento antes


de volver a encontrarme con sus brillantes iris azules.

―De acuerdo. Soy Shannon.

―Ehh ―su nariz se arrugó―, creo que me gusta más Chica Rara.

Me reí, y fue natural y se sintió increíble. No me había reído con tanta


naturalidad en mucho tiempo. Me estaba tomando el pelo, bromeando.
Era lindo, un poco cursi, pero lindo.

―Tómalo o déjalo, amigo.

―Bueno, soy Jonathan Streeter. Me llaman John. ―Extendió el brazo y


me tendió la mano para que se la estrechara.

Me acerqué y la estreché con firmeza.

―Es bueno saber el nombre del hombre que salvó mi Escarabajo


destartalado. No tengo un nombre para mi auto, pero quizá empiece a
llamarlo Streeter ahora.

―Eso es divertidísimo, aunque deberías intentar conseguir uno nuevo.


No parece que el Streeter de atrás te vaya a durar mucho más, al final será
algo más que un neumático que necesita ser arreglado.

―Sí, bueno ―suspiré, pasándome los dedos por el pelo―, estoy


trabajando en eso. De ahí la razón por la que estoy a punto de entrar en
este bar.

―Mmm. ―Hizo un ruido, su cara inquisitiva, casi como si tuviera una


idea, pero no quisiera decirla en voz alta. No lo iba a obligar,
probablemente estaba pensando en cosas más cursis que decir.

Se hizo el silencio entre nosotros y, segundos después, cuando levanté


la vista, ya me estaba viendo, con una mirada suave. Bajo las luces de la
calle podía verlo realmente. Había mucho daño en sus ojos, el dolor yacía
en lo más profundo de ellos, pero él hacía todo lo posible por ocultarlo.
No me malinterpretes, sus ojos eran hermosos, pero yo conocía el dolor,
conocía el sufrimiento, podía detectarlo en una persona a una milla de
distancia.

Aparte de la tristeza, era impresionante. Quería abrazarlo, decirle que,


fuera lo que fuera lo que le preocupaba, estaría bien. Yo, más que nadie,
sabía lo dura que podía ser la vida.

En ese momento, me di cuenta de que teníamos mucho en común. John


Streeter no era un tipo cualquiera que cambiaba la rueda de una chica
indefensa. Puede que nos hayamos encontrado accidentalmente, pero
tenía que haber una razón mayor detrás. Soy una firme creyente de que
todos los que entran en tu vida están ahí por una razón. Por aquel
entonces, no sabía cuál sería la razón de John para entrar en mi vida, pero
quería averiguarlo, así que invité a John al club a tomar unas copas. La
primera la pagué yo.

Estaba libre el resto de la noche, así que hice todo lo posible para que se
lo pasara bien e incluso me ofreció una camiseta negra de repuesto que
tenía en el auto. Me la anudó en la espalda para que tuviera un atractivo
femenino, pero mis pantalones estaban todavía un poco mojados.

Le parecía bien charlar conmigo en la barra, bromear conmigo, reírse


de cómo creía que iba a volver para matarme con un puñado de
herramientas e incluso de cómo me empapó con un charco de mierda al
azar, con las ruedas de su auto.

Estaba bien estando cerca de mí y, mientras lo estaba, vi que parte de


esa tristeza se desvanecía lentamente de sus ojos.

Vi luz, alegría, supuse que eso era raro para él, quería que siguiera
siendo así. A partir de ese momento, John Streeter ya no era solo un
extraño, se convirtió en un amigo, luego en un mejor amigo, y luego un
novio, y finalmente, mi esposo.

No tenía ni idea mientras estaba en el bar aquella noche de que sería el


amor de mi vida y el hombre con el que acabaría casándome.

Es un gran hombre. Dios, todavía no puedo creer que sea mío. Por
supuesto, nuestra relación no siempre fue estable, ni fácil.
Nos enfrentamos a retos, él con su trabajo y no pudiendo pasar tanto
tiempo conmigo hasta más tarde en la noche, y yo con mi pasado, el
pasado que nunca resolví ni acepté.

Sin embargo, Max seguía en mi corazón y seguíamos en contacto aquí


y allá. Fue difícil cortar por completo con él, deshacerme de él, pero con
John, se hizo un poco más fácil no pensar en él todos los días. Finalmente,
dejé de pensar en él por completo, dedicando mi corazón y mi mente a
John.

Sabía que era malo utilizar mi enfermedad como razón para no hablar
más con él, pero Max me hizo daño. Max desapareció y John hizo que me
olvidara del hombre que me rompió el corazón durante un tiempo.

Eso es, hasta que volvió de nuevo.


Llevo horas despierta mientras mi nuevo médico, el doctor Vivek
Barad, manipula un nuevo aparato que tendré que usar.

Mientras comprueba los signos vitales, marcando cosas en la hoja de su


portapapeles y haciéndome preguntas sobre mis niveles de comodidad,
he estado practicando su nombre dentro y fuera de mi cabeza.

―Vi-veck Bar-add ―pronuncio el nombre, haciéndolo rodar por mi


lengua.

―Es correcto. ―Me sonríe.

El doctor Barad es un hindú muy joven y guapo. Tiene el pelo negro


hasta los hombros y la piel morena y cálida. Sus lentes redondos lo hacen
parecer mayor de lo que realmente es. Estoy segura de que los lleva a
propósito, probablemente para que la gente como yo lo tome más en serio.
No parece mucho mayor que John.

Me parece que su edad es algo bueno. Respeta mucho más mis deseos,
a diferencia del doctor David, que respetaba sobre todo los de John.

―De acuerdo ―dice con un acento fuerte―. Tiré la vieja bolsa de OPX
e introduje una nueva. Debes cambiar la bolsa cada seis u ocho horas.
―Levanta mi nuevo dispositivo, el que ahora tengo que llevar a todas
partes―. John y tu hermana Tessa mencionaron que estás cansada de
estar en la cama todo el día y que te gustaría caminar más.

Asiento con la cabeza.


―Sí, me gustaría al menos poder bajar las escaleras sin que a alguien le
dé un infarto por ello.

Se ríe.

―Lo entiendo, pero debes darte cuenta de que esta es una enfermedad
que no puede tomarse a la ligera, Shannon. Tuve que pasar por los aros
solo para conseguir este dispositivo. Nadie cree que las pequeñas dosis te
funcionen, pero yo tengo fe. Bombearán a través de los tubos en tu nariz
y en tus pulmones cada pocos minutos para mantener tus pulmones
estables y las pastillas que te receté deberían darte mucha energía para
pasar el día, pero recuerda que cualquier tipo de actividad extra podría
dañar aún más tus pulmones. Has llegado a un nivel crítico. Tienes suerte
de estar respirando ahora mismo, y de que el OPX siga funcionando.

―Lo entiendo. ―Bajo la cabeza, evitando sus ojos.

―Créeme, no estoy aquí para regañarte ―me recuerda por tercera vez
hoy―, simplemente estoy aquí para asegurarme de que mi paciente esté
cómoda y feliz. ―Levanto la vista hacia su blanca y brillante sonrisa,
observando cómo se sube los lentes por el puente de su gran nariz―.
Entonces, esto se puede llevar en una mochila. ―Toma el dispositivo
plateado con aspecto de mochila propulsora y lo hace girar para que lo
vea bien―. O simplemente se puede llevar así. Pero, independientemente
de cómo decidas llevarlo, debes tenerlo contigo en todo momento si no
piensas llevar bolsas de OPX para que te dure el día. Hace un pequeño
ruido, pero puede ser fácilmente ignorado. Fue diseñado para ser ligero y
personal para el paciente. Así puedes subir y bajar las escaleras y no
sentirte como si llevaras a un niño de dos años. ―Vuelve a colocar el
dispositivo en el suelo―. El OPX mantendrá tus pulmones funcionando
correctamente mientras este dispositivo esté en marcha. Emitirá un pitido
cuando necesite una carga rápida de la batería. Yo diría que necesita al
menos treinta minutos.

―De acuerdo. Treinta minutos, puedo hacerlo.

―Bien. Ahora, también debes recordar mantener este tubo libre de


pellizcos y dobleces. Mantén siempre un ojo en él. Si no puedes, haz que
otra persona esté atenta. No necesitamos que se bloqueen las vías
respiratorias.

Asiento con la cabeza y veo el tubo transparente que va desde mi nariz


hasta el dispositivo.

―Entendido.

―Entonces, ¿cómo vas a llamar a esta cosa? Hay un nombre largo para
esto, pero no me molestaré en pronunciarlo. ―Se ríe, colocando su
portapapeles en el tocador de John y luego cruzando los brazos.

―Creo que lo llamaré simplemente mi mochila propulsora. Con ella,


puedo volver a caminar, sentir el sol, ir al lago, divertirme un poco al
menos. Poder caminar ahora es como poder volar, no todos los pacientes
de OPX pueden permitirse esta cosa, ¿verdad? ―La levanto de la
alfombra marrón, apoyándola sobre el colchón.

―Así es. Considérate afortunada, tu esposo es un gran hombre. No


quiere nada más que lo mejor para ti, sin importar lo que cueste.

―Sí, lo sé. ―Todo el mundo lo sabe.

―Bueno, en fin. ―El doctor Barad suelta un suspiro, despliega los


brazos y toma su portapapeles―. Me pondré en camino y volveré en otras
tres horas y media. Recuerda todo lo que he dicho y, por favor, no te dejes
llevar. Puede ser fácil hacer trabajar a tu cuerpo más de lo necesario.
Prueba a bajar la mitad de la escalera de ahí, siéntate unos minutos y
vuelve a subir. Si eso te parece demasiado, detente y llámame. El OPX
debería ayudarte a mantener el control de tus pulmones, pero podría
pasar cualquier cosa. ―Recoge sus cosas, las mete en su bolsa y se dirige
a la puerta.

―Hasta luego ―le digo mientras me hace un pequeño gesto con la


cabeza.

Me retuerzo para que mis piernas queden sobre el borde de la cama y


miro la mochila. Será molesto llevarla, pero es mejor que estar sentada en
esta cama, viendo dibujos animados y leyendo libros todo el día.
Me bajo de la cama, llevando la mochila conmigo a mi vestidor. Cuando
entro, me siento frente al baúl negro, doblo las piernas y, tras respirar un
poco, lo abro, rebuscando y buscando mi vieja mochila Jansport negra.
Cuando la encuentro, sonrío demasiado para mi propio bien.

―Ahí estás, vieja amiga. ―Abro la cremallera y tiro hojas de papel,


bolígrafos, botellas de agua vacías e incluso envoltorios de bocadillos.
Cuando está vacía, aliso el cuero marrón del fondo y meto mi mochila
propulsora en su interior. Empiezo a cerrar la cremallera, pero luego me
doy cuenta de que las cremalleras podrían causar un pellizco o un doblez,
así que la dejo medio abierta.

Vuelvo a rebuscar en el baúl, buscando la navaja que me regaló mi


padre. Mientras busco, oigo pasos que entran en el dormitorio. Momentos
después, la voz de Tessa grita:

―¿Qué demonios estás haciendo?

―Buscando algo ―le digo, ignorando por completo su reacción


exagerada.

―Bueno, déjame hacerlo. Parece que estás luchando. Para. ―Me aparta
de un manotazo, haciéndose cargo de mi búsqueda del tesoro―. ¿Qué
estás buscando?

―La vieja navaja azul con marrón que me regaló papá. ―Me meto los
mechones de pelo sueltos detrás de la oreja―. Está ahí en alguna parte.

―Oh, Dios. ―Los ojos de Tessa se estiran, llenos de horror―. Por favor,
dime que no lo estás buscando para suicidarte.

Entrecierro los ojos, apartándola del pecho y poniéndome de rodillas


para buscar de nuevo.

―El suicidio y Shannon no se mezclan ―murmuro.

―Lo sé, estoy bromeando. Te amo. ―Ella mira mi bolsa, tocando las
palancas y los mandos de la mochila―. Así que esta es la cosa en la que
John se gastó un brazo y una pierna, ¿eh?

―Ajá.
―¿Funciona? ―Ella mira hacia arriba.

―Síp, respiro mejor que antes. Se siente diez veces mejor recibir dosis
más pequeñas que tener que sentarse y dejar que una bolsa llena gotee en
mis venas.

Ella da una mirada discreta.

―Lo dices por decir.

―No, en serio ―digo, sacando la navaja y dándole vueltas a la hoja―.


Me siento muy bien, más o menos como antes. Creo que moverme con
ella está realmente ayudando, no empeorando.

―Realmente me gustaría que no caminaras en absoluto; al menos, no


tanto, Shannon.

―Tessa ―murmuro y ella levanta las manos en defensa.

―Solo digo ―murmura―. Si me dieran la oportunidad de quedarme


en la cama todo el día, ¡la aprovecharía totalmente!

―Por supuesto, lo harías. ―Me rio y uso la navaja para hacer un


agujero por encima de la etiqueta de la bolsa. Me quito rápidamente el
tubo, lo deslizo por la ranura y me lo vuelvo a poner, inhalando
rápidamente.

―Qué bien ―dice ella, jugueteando con el agujero―. Bueno, de todos


modos, subí para decirte que fui a esa panadería que tanto te gusta y te
compré un bagel y una dona sin gluten, tiene glaseado de chocolate. ―Su
sonrisa es traviesa, se levanta y me tiende las manos para que las tome.

Las tomo y me acerca a un estante.

―Me alegro mucho de que John haya decidido ir a trabajar hoy y no


pueda ver la dona de chocolate ―me rio.

―Yo también. Te lo juro, Shannon ―gime, guiándonos a la salida del


armario y del dormitorio―, quiero a John como a un hermano, pero no sé
cómo lo soportas. Se esfuerza tanto por controlar todo lo que haces. Sé
que surge del amor, pero por favor.
―Bueno, así es John para ti. ―Me encojo de hombros―. Es que es muy
sobreprotector. Ha perdido mucho en su vida, así que no puedo culparlo.

―Sí, lo sé. ―Ella se muerde el labio inferior, pensando en eso―. Sin


embargo, es un gran hombre.

―Estoy de acuerdo.

Ella baja la escalera, pero yo me detengo antes de dar el primer paso,


dándome cuenta de cuántos pasos tengo que dar antes de llegar al primer
piso.

Tessa llega a la mitad de la escalera y empieza a decir algo mientras se


gira en un ángulo, pero cuando se da cuenta de que no estoy detrás de
ella, frunce el ceño, mirando hacia arriba.

―¿Shannon? ¿Estás bien?

―Sí. ―Levanto la mano, tranquilizándola―. Estoy bien, es solo que


hace tanto tiempo que no bajo las escaleras sola. ―Fuerzo una carcajada.
Es extensa.

No he bajado ninguna escalera y ya estoy sin aliento. Lo más loco de


esto es que ni siquiera tengo miedo de la escalera, tengo miedo de que mis
pulmones se aceleren, tratando de ponerse al día con una actividad que
no he realizado en meses.

―No tienes que bajar, puedo subir la comida. Está bien...

―No. ―La corto, sacudiendo la cabeza―. Yo me encargo. Puedo


hacerlo. ―Doy un paso hacia abajo y hago un recuento mental. Uno menos,
faltan al menos trece. Doy otro y Tessa se queda en su sitio mientras me
observa con ojos preocupados. Cuando he bajado cuatro peldaños, la
saludo con una sonrisa―. Ves ―digo―. Lo tengo.

―Shannon, no sé. Ya pareces cansada, no tienes que hacer esto. Tal vez
deberías empezar por caminar por el pasillo.

―No, Tess. Puedo hacerlo. ―Aunque utilizo su apodo, mi voz es dura,


e inmediatamente me arrepiento de haber dejado que mi orgullo asome
su fea cabeza.
Sus labios se cierran con fuerza y baja su mirada. Se compadece de mí,
y lo odio. No debería sentir lástima por mí, la hermana mayor. Debería
ser al revés. Debería admirarme, preguntarse cómo lo hago, pero en lugar
de eso, teme perderme por una maldita escalera.

Suena el timbre y Tessa aprovecha la oportunidad para romper la


tensión.

―Voy yo ―dice en voz baja, bajando a toda prisa el resto de las


escaleras. Mirando por encima del hombro―, solo por favor ten cuidado.

Se aleja por el pasillo y yo me detengo un segundo, agarrándome a la


barandilla y recuperando el aliento. Ya estoy agotada y mi corazón se
acelera. No puedo creer lo débil que me he vuelto.

La voz de Tessa se oye en el pasillo. No puedo entender lo que dice,


pero está claro que está disgustada.

Varios segundos más tarde, una puerta se cierra de golpe, los zapatos
resbalan por el suelo y, al doblar la esquina y pasar por delante de la
escalera, aparece Max.

¿Max?

Tessa se agarra a su camiseta gris, humedecida por el sudor, e intenta


por todos los medios arrastrarlo de vuelta al pasillo. Gruñe y gime, pero
es inútil, es una pared de ladrillos. No irá a ninguna parte.

Mi corazón se acelera aún más cuando mira hacia arriba y luego hacia
abajo, hacia las manos que tengo fuertemente envueltas alrededor de la
barandilla.

―¿Estás bien, Shakes? ―pregunta.

―He estado mejor ―admito.

Tessa lo suelta, corriendo hacia las escaleras para llegar a mí, pero Max,
como un guepardo, rápido y ágil, se le adelanta, tomándome en brazos y
recogiendo mi mochila en el proceso.

―Cuidado con el tubo ―le digo.

Él asiente con la cabeza.


Tessa le da un golpe en la espalda.

―¡Puedo ayudarla yo misma!

―Estoy bastante seguro de que no puedes cargarla, hermanita. Aunque


es un buen intento.

Le gruñe.

Sacudo la cabeza. Son ridículos.

―¿Arriba o abajo? ―pregunta, mirándome a los ojos.

―Arriba ―dice Tessa antes de que pueda responder―. De vuelta a su


dormitorio.

―Abajo ―contraataco.

―Pues abajo. ―Una suave sonrisa adorna esos labios suaves y rosados
y camina alrededor de Tessa, dando cada paso de uno en uno.
Lentamente. Con cuidado. Solo por mí.

―Esto es una locura ―suspira―. ¿Sabes qué? Estaré en el baño


limpiando la suciedad de mis dedos. No puedo creer que te haya tocado.
¿Por qué demonios estás tan sudado a todo esto?

―Por un largo partido de baloncesto y por hacer ejercicio ―dice Max


por encima del hombro. Tessa murmura algo en voz baja y sube las
escaleras a toda prisa. Max se ríe―: Tu hermana está loca, ¿lo sabías?

―Oh, créeme, lo sé ―me rio.

―¿Cómo te sientes? Parecías un poco atascada ahí arriba...

―Estoy bien, es solo que es la primera vez que uso las escaleras en un
tiempo, tuve que preparar mi cuerpo para la tarea.

―Puedo entenderlo. Tessa me dijo que tienes algo nuevo que te ayuda
a moverte. ¿Eso es lo que hay en esta bolsa? ―Hace un gesto por encima
del hombro con los ojos.

Asiento con la cabeza.

―Lo llamo mi mochila propulsora. La cosa es como mágica.


Se ríe.

―Me alegro de que te funcione, Shakes.

Cuando está a unos pasos de la puerta, me doy cuenta de que no ha


dado la vuelta para ir a la sala.

―Max, ¿a dónde vas?

―Afuera.

―No. ¿Por qué? Bájame ―digo apresuradamente.

―¿Es eso lo que realmente quieres?

Sinceramente, no. Pero no puedo salir de la casa con él en este


momento.

―Max. ―Lucho por salir de sus brazos. Comprendiendo que esto solo
me causará daño, deja de caminar y me pone de pie inmediatamente―.
¿Qué intentas hacer, secuestrarme?

Ladea la cabeza.

―¿Puedo? ¿Solo por una hora?

―¿Una hora? ―Tomo mi mochila y deslizo mis brazos por las


correas―. ¿A dónde iremos?

―A donde quieras ir.

―¿París?

Hunde los dientes en el labio inferior, tratando de combatir una risa.

―Todavía quiero llevarte ahí un día.

―¿Y me conseguirás una bicicleta con cesta?

―Pedalearé ese bebé por ti.

―Entonces, ¿dónde me sentaré? ―pregunto, manteniendo el ánimo


ligero y juguetón.
―Puedes montar en mi regazo. Puedes estar de cara a mí o a las asas.
Sabes que no me importa ninguna de las dos vistas.

Lucho contra una risa.

―Eres un asqueroso, eso nunca va a suceder. ―Miro hacia atrás y


suspiro―. Bien, supongo que una hora está bien. ¿A dónde quieres ir?

―Es una sorpresa.

―Nada de juegos hoy, ¿de acuerdo? Tengo que volver antes de que
John llegue a casa, Max.

―Tessa dijo que no saldría hasta después de las diez de la noche.

―Sí, pero conociendo a John, intentará salir antes solo para ver cómo
estoy.

―Hombre ―dijo Max, riendo―, ese tipo no se detiene, ¿verdad? Tal


vez él es la razón por la que no puedes respirar. Toda esa maldita asfixia.

Max continúa con su risa, caminando delante de mí.

Normalmente me uniría a él, pero esta vez no lo hago. Me quedo


callada durante mucho tiempo, mirándolo mientras abre las puertas del
auto. Cuando está dentro, yo sigo de pie afuera, dando un paso atrás con
los pulgares metidos bajo las correas de mi mochila.

Al darse cuenta de mi indecisión, Max vuelve a salir del auto y me mira


por encima del techo.

―¿Shannon? ¿Qué pasa?

―Me estás haciendo pensar que debería quedarme en casa. ―Me giro
hacia mi casa.

Oigo la puerta de su auto cerrarse de golpe y sus pies arrastrándose por


la acera. Me atrapa, haciéndome girar para mirarlo.

―¿Te he ofendido?

―También lo habría ofendido a él.

―Yo... no era mi intención. Era una broma.


―No creo que el hecho de no poder respirar sea algo para bromear. Es
horrible que lo dijeras, una cosa jodidamente ignorante, Max. John no me
asfixia.

Traga con fuerza, rascándose la parte superior de la cabeza.

―Lo siento. ―Sus ojos están llenos de vergüenza y culpa.

Suspiro, moviéndome sobre mis pies. Esa mirada. Recuerdo esa maldita
mirada. Esos ojos y cómo instantáneamente te hacen sentir lástima por él,
incluso cuando está equivocado.

Lo triste de esto es que todavía soy débil por Max en algunos aspectos.
Me siento débil por él porque hemos pasado por muchas cosas. Hay tanto
que la gente no sabe sobre nosotros. Sí, nos separamos hace años, pero
hay razones detrás, grandes razones de las que es difícil hablar.

―Déjame compensarte ―ofrece Max, dando un paso atrás.

―¿Cómo?

―Llevándote a un lugar especial, un lugar en el que seguro que no has


estado desde hace tiempo.

Lo miro con los ojos entrecerrados.

―Estoy bastante segura de que ya tengo una idea de dónde podría ser
ese lugar.

―Quizá la tengas, quizás no. ¿Quieres averiguarlo?

Vuelvo a mirar hacia mi casa, estudiando la puerta verde bosque, y


luego pongo mi atención en él.

―Bien. ―Lo señalo con un dedo―. Pero nada de cosas raras, señor
Grant, y lo digo en serio.

―Sí, lo sé ―dice, sonriendo por encima del hombro. Se dirige a su auto


y me abre la puerta del pasajero. Paso junto a él con mis sandalias y me
deslizo por los cálidos asientos de cuero. Cuando se pone al volante, se
abrocha el cinturón de seguridad y arranca el motor, no puedo evitar
notar la sonrisa traviesa en sus labios.
¿Qué está tramando este hombre?
Era el 16 de junio, el vigésimo quinto cumpleaños de Max y llevábamos
cinco meses de relación. Todo era perfecto, desde que él se presentara en
mi puerta con cajas de palomitas, chocolate y vino (porque entonces no
me importaban las flores), hasta que yo me presentara en su casa, sin más
ropa que una gabardina de zorro con lencería sexy debajo.

Acababa de salir de Capri. Por supuesto, Max estaba fuera, tomándose


la noche a la ligera. Aunque estaba pasando la noche del martes en casa,
sabía que lo más probable es que se estuviera emborrachando con unos
cuantos amigos, pasándoselo en grande en su llamado apartamento de
soltero.

―¿Qué vas a hacer por él esta noche? ―preguntó Quincy mientras


deslizaba mis brazos dentro de mi chaqueta en el bar.

Me encogí de hombros, echándome el pelo por encima del hombro.

―No estoy segura. Compré un pastel y algunas películas. Dice que no


quiere hacer mucho más que verlas conmigo. ―Recojo mi mochila―.
Supongo que ese es el plan.

―Eso es todo, ¿eh? ―Quincy me mira de reojo mientras remataba un


martini con una cáscara de limón arremolinada.

―Sí. Creo que ya superamos la fase de sexo constante. Hemos


alcanzado un nuevo hito. Comer comida chatarra, acurrucarnos, ver
películas, y si resulta que nuestra ropa acaba siendo tirada a un lado y
estamos desnudos, que así sea.

Quincy suspira, haciendo un mohín con el labio inferior.

―No tienes ni idea de lo mucho que deseo eso. Los hombres que
conozco son tan jodidamente inconsistentes.

Pone los ojos en blanco ante este pensamiento, y le entrega su bebida a


la joven que espera al final de la barra con un billete de veinte dólares en
la mano. Él acepta el billete amablemente y ella se marcha corriendo.

―Ya llegará ―le digo―. No te apresures.

Gime.

―Oh, lo estoy apresurando. Necesito un hombre. Como, ahora mismo.

Me giré y me reí.

―Te veo mañana, Q.

―¡Nos vemos, nena!

Salí por la puerta trasera, abriendo mi auto manualmente y subiendo.


Después de pasar por mi apartamento para recoger el pastel, los globos y
las películas, llamé a Max. No contestó, así que le dejé un rápido mensaje
de voz.

―Hola, probablemente estés completamente borracho, para lo que


tienes una excepción ya que es tu cumpleaños y todo eso, pero solo quiero
que sepas que estoy de camino. Espero que no necesites nada más esta
noche.

Terminando la llamada, tomé la autopista, conduciendo durante quince


ansiosos minutos y saliendo de la rampa, entrando en el barrio bastante
caro de Max en Ballantyne.

Me enteré de que los padres de Max ganaban mucho dinero. Ellos lo


cuidaban bien y con las propinas que recibía en Capri, era una ventaja
añadida. Solo trabajaba porque sus padres querían que tuviera algún tipo
de responsabilidad.
Estacionando el auto, me bajé, recogiendo primero el pastel y los
globos. Después de deslizar mi mochila sobre los hombros y cerrar las
puertas, me dirigí a su apartamento.

Toqué a la puerta varias veces con una sonrisa tonta dibujada en mi


rostro. No podía creer que tuviera tantas ganas de verlo, pero no lo había
visto en todo el día. Nos enviamos mensajes de texto durante todo mi
turno. Quería pasar por el bar, pero le dije que era mejor quedarse en casa,
que así no acabaría demasiado borracho para conducir de vuelta, odiaba
dejar su auto atrás.

Toqué a la puerta por tercera vez, mi sonrisa se desvanecía lentamente.

―¿Max? ―Dije detrás de la puerta―. Abre. Soy yo. ―Varios segundos


después, la cerradura tintineó. La puerta se abrió y me preparé para un
novio intoxicado, solo que no fue un novio intoxicado lo que obtuve.

Era una chica. Una chica muy hermosa y familiar.

Tenía el pelo largo y castaño y la piel clara. Sus penetrantes ojos color
avellana se cruzaron con los míos y se aferró a la puerta, con una sonrisa
que amenazaba con apoderarse de sus labios. Sabía exactamente quién era
sin tener que decírselo.

La ex novia de Max, Evelyn.

―Hola ―chistó, y mi corazón se desplomó.

―¿Por qué estás aquí? ―pregunté, pasando por delante de ella y


viendo el apartamento.

Todo estaba en su sitio, nada fuera de lugar, no había bragas ni


sujetadores tirados por ahí. Coloqué el pastel en la encimera, soltando los
globos y dejando que chocaran con el techo.

Girando, me dirigí hacia Evelyn y le pregunté de nuevo:

―¿Por. Qué. Estás. Aquí?

Ella levantó un feo collar de oro con una perla en el extremo, sonriendo.

―Solo pasé por aquí. Necesitaba algo.


Parpadeé, haciendo caso omiso del puto y feo collar y dirigiéndome al
dormitorio. Esperaba ver a Max acostado, semidesnudo, pero no estaba
ahí. Comprobé la ducha. Ni rastro de él.

―¿Dónde está? ―pregunté.

―Aquí no. ―Se rio cuando entré de nuevo en el baño.

Saliendo, entorné los ojos hacia ella, abriendo la puerta.

―Sal ahora mismo, por favor.

Levantó las manos, recogió su bolso Coach de la mesa del vestíbulo y


pasó junto a mí.

―En caso de que te lo preguntes ―empezó, rebuscando en el bolso en


busca de algo―, tengo una llave de su casa. La tenía cuando estábamos
juntos. Le dije que tenía que pasar a buscar algo y me dijo que estaba bien.

Espera. ¿Realmente habló con ella? ¿Se mantenía en comunicación con


ella? ¿Y por qué demonios ella todavía tenía una llave y yo no? Observé
cómo la colgaba en el aire, como si hiciera alarde de oro.

En lugar de responder, le cerré la puerta en las narices, sobre todo para


no destrozarla, y luego respiré hondo y volví a tomar el teléfono. Había
tres llamadas perdidas de Max. Lo más probable es que me llamara para
informarme de que no estaba ahí, y probablemente para que no me
encontrara con su ex.

Demasiado tarde, idiota.

Volví a llamar. No contestó.

Cuando volví a marcar, la puerta se abrió de golpe y entró él, borracho


como una cuba.

―¿Nena? ―Estaba sin aliento, poniendo una sonrisa. Se dirigió hacia


mí con los brazos extendidos, pero me eché atrás, lo que le hizo tropezar
y aterrizar en el sofá. Intentó disimular la caída, pero no funcionó. Estaba
demasiado borracho y torpe.
―Max. ―Me puse una mano en la cadera, haciendo lo posible por
mantener la paciencia―. Te voy a hacer una pregunta y quiero la verdad.
¿Entiendes?

Se encogió de hombros.

―Siempre te digo la verdad, ¿no?

Ignoré su pregunta porque, francamente, no tenía ni idea de si siempre


me decía la verdad o no.

―¿Por qué estaba Evelyn en tu apartamento? ―pregunté, mirándolo


directamente a los ojos.

Pareció confundido por un segundo, pero cuando lo pensó, dijo:

―¡Oh! Dijo que había dejado aquí un collar hace mucho tiempo. Una
cosa tradicional de la familia. Su madre está en la ciudad y debe tenerlo
puesto mientras esté por aquí o algo así. No lo sé―. Volvió a encogerse
de hombros.

―Bien ―murmuro―, tengo otra pregunta.

―¿Sí?

―¿Por qué demonios sigue teniendo una llave de tu apartamento? ¿Y


por qué demonios sigues en contacto con ella?

―Son dos preguntas. ―Se rio.

Fruncí el ceño, dando un paso adelante y empujándolo contra el cojín


del sofá.

―¡Me importa una mierda cuántas preguntas son, Max! ¿Por qué tu
exnovia todavía tiene una llave de tu apartamento?

―¡No lo sé, Shannon! Supongo que nunca se me ocurrió pedirla de


vuelta, ¡maldita sea!

―¡Eso debería haber sido lo primero que pidieras, Max! ¡En cuanto
rompes con alguien, pides que te devuelvan tu mierda!

―Bueno, lo había olvidado hasta ahora. ¿Por qué actúas así?


Le eché una mirada obvia, lanzando las manos al aire con exasperación.

―¡Porque tu ex tiene mucho más acceso a tu casa que yo! Podría entrar
aquí en cualquier momento y salirse con la suya. Puedo ver a través de
mujeres como ella, es astuta y está claro que todavía te quiere.

Suspiró y gimió y eso me enojó mucho. Estaba borracho, sí, pero ahora
mismo estaba siendo un completo imbécil.

―¿Sabes qué? ―Sacudí la cabeza, resoplando una risa mientras me


daba la vuelta y recogía mi mochila―. Me voy de aquí, no tengo tiempo
para esto.

Max se levantó de un salto, corriendo hacia mí y tomándome por el


codo antes de que pudiera salir por la puerta.

―¡Espera, Shakes, ni siquiera he hecho nada!

―No me llames así ―me quejé, mirándolo fijamente―. No uses ese


puto nombre conmigo ahora mismo.

Le quité el brazo de la mano y me di la vuelta.

―Nena ―me llamó mientras abría la puerta de un tirón. Me apresuré


por el pasillo, ignorándolo―. Voy a recuperar la llave, si eso es lo que
quieres, la recuperaré.

Me giré, estrechando los ojos hacia él.

―Max, ni siquiera se trata de si es lo que quiero o no. Vengo aquí todas


las putas noches y tengo que llamar a la puerta. Ella viene y puede entrar
en tu casa y tratarla como si fuera suya. ¿Cómo es eso justo para mí
cuando se supone que ahora soy tu novia?

Me miró fijamente, sin palabras. A Max no siempre se le daba bien


explicarse o defenderse. Creo que se había acostumbrado a que le
importara una mierda y a encogerse de hombros en sus anteriores
relaciones, pero yo no era esas chicas.

Conmigo era diferente y él lo sabía. Me alegraba que estuviera


dispuesto a cambiar por mí, pero aún no lo había conseguido. Era su
cumpleaños y me sentía fatal por arruinarlo, pero tenía demasiado
orgullo y demasiado respeto por mí misma como para quedarme.

Solté un suspiro y luego me puse de puntillas, depositando un beso en


su mejilla.

―Tal vez entiendas lo que quiero decir cuando estés sobrio. Hasta
entonces, disfruta, Max. Que pases una buena noche. ―Me alejé, antes de
que pudiera llegar a las escaleras―. Ah, y feliz cumpleaños.

Todavía confundido, se quedó en medio del pasillo, llamándome,


rogando que volviera. Una buena novia habría intentado solucionarlo esa
misma noche, pero yo no era una buena novia. De hecho, me avergüenza
admitir que fui una novia horrible.

Puedo admitir que, en ese entonces, no siempre fui la mejor pareja. Me


imaginé que como era mi novio, tenía que hacer lo que fuera necesario
para hacerme feliz de nuevo. Era su trabajo hacerme feliz.

Chica feliz, mundo feliz, ¿no?

Yo era la relación más larga de Max. Llevábamos cinco meses y apenas


había momentos de aburrimiento.

Le encantaba esa sensación de estar a gusto con alguien. Sentirse feliz


con eso, adorar cada aspecto de esa persona, al igual que esa persona hace
lo mismo contigo.

Pero el problema era que él todavía estaba aprendiendo y yo ya estaba


por delante. Tenía que ponerse al día y no sabía si yo tenía paciencia para
ello.

Después de todo lo que había pasado, ser paciente para algo que quería
que sucediera nunca funcionaba. Cuando quería o esperaba algo, lo
quería o lo esperaba en ese preciso momento.

No meses o años después.

No mañana.

No en la próxima hora.

En este jodido momento.


No supe nada de Max el resto de la noche, y eso me molestó. Ni
llamadas ni mensajes de voz. Ningún mensaje de disculpa. Nada. Supuse
que, o bien había bebido hasta la inconsciencia mientras comía pastel y se
había desmayado, o bien se había desmayado y punto.

La noche siguiente fui a trabajar, agitada y con los nervios de punta.


Seguía enojada porque no sabía nada de él. Tenía un turno detrás de la
barra conmigo y no me apetecía porque al menos estaría sobrio y
consciente mientras trabajaba.

Yo llegué primero. Él apareció minutos después, colocándose detrás del


mostrador y frotándose las manos, listo para afrontar la noche.

El volumen de la música subió, la gente inundó el club con billetes de


dólar y tarjetas de crédito a punto.

La mayor parte del tiempo estaba ocupada, así que no le presté atención
a Max, pero en los momentos en los que podíamos hacer un pequeño
descanso sentí que me miraba fijamente. Observando como un halcón.

Me puse a propósito un vestido negro corto con la palabra Capri en el


pecho. El vestido hacía alarde de todas mis curvas y de gran parte de mis
senos. Emilia me ayudó a rizarme el pelo y a maquillarme, así que esa
noche estaba muy sexy.

No ayudaba que los hombres que se acercaban al bar coquetearan


conmigo, y seguro que tampoco ayudaba que las chicas más guarras se
acercaran a coquetear con mi novio.

Hice lo posible por ignorarlas mientras se inclinaban sobre la barra,


moviendo las pestañas y frunciendo los labios hacia él. Algunas se
acercaban al mostrador para meter el dinero en el bolsillo delantero de su
camisa, otras para sentir lo grande y fuerte que era.

Él no las detuvo, y cuando miré en su dirección, agarró las muñecas de


una de las chicas y le susurró algo al oído. Ella soltó una risita y se sonrojó,
apartándose lentamente y recogiendo su bebida. Esto era algo que él
siempre hacía y nunca me había molestado (me había explicado que con
este movimiento siempre conseguía más servicio y propinas), pero esa
noche me de verdad, de verdad me molestó mucho.
La vi desaparecer entre los brazos agitados y los cuerpos girando antes
de mirarlo a él. Él ya me estaba mirando, con los brazos cruzados y una
sutil sonrisa en los labios.

Me guiñó un ojo.

Lo rechacé, tomé un trapo y limpié mi zona.

Algo cálido presionó mi trasero segundos después y una voz llenó mi


oído.

―¿Estás enojada?

Me giré, encontrándome con sus ojos color miel.

―Vete a la mierda, Max.

No se sorprendió por mi respuesta. En su lugar, me atrajo antes de que


pudiera escaparme y me estrellé contra su duro cuerpo. Todo lo que sentí
fueron abdominales y músculos. Todo lo que olí fue el aroma celestial de
un hombre.

―Nunca te pones vestidos para trabajar ―me dijo como si no lo


supiera.

Me encogí de hombros.

―Necesito lavar la ropa. Era lo único que me quedaba en el clóset.

―Mentirosa.

―Imbécil.

―Lo siento ―murmuró.

No sabía qué decir a eso, así que no dije nada.

―¿Adivina qué? ―preguntó.

―¿Qué? ―Suspiré.

―Recuperé la llave ―murmuró en mi oído.

Me incliné hacia atrás, inclinando la barbilla para encontrar sus ojos.


―¿Cuándo?

―Le dije que se reuniera conmigo en el estacionamiento antes de mi


turno. Cuando se reunió conmigo, le dije: 'Mira, a mi chica no le gusta que
sigas teniendo la llave de mi casa. Necesito que me la devuelvas si quiero
que vuelva.

Luché contra una sonrisa.

―No dijiste eso.

―Sí lo dije. Me la devolvió. Vino acompañado de algunos aspavientos


y quejas por el gasto de gasolina, pero la recuperé. ―La sacó de su
bolsillo, colgándola en el aire. La miré como si estuviera hecha de oro
puro, como si valiera más que una simple llave fabricada.

Max me tomó la mano, la giró y me puso la llave en la palma.

―Ahora es tuya.

Tragué con fuerza y levanté la cabeza para mirarlo.

―Max, no, no tienes que dármela si no estás listo.

―Estoy listo.

―¿Estás seguro?

―Nunca he estado tan seguro de algo en toda mi vida. Si hay alguien


que quiero que tenga una llave de mi casa, eres tú. ―Sus cálidos labios se
pegaron a mi mejilla.

Me aferré a la llave con mi corazón que latía alegremente. Estaba


emocionada, aunque una parte de mí todavía quería estar molesta con él.
Todo esto era demasiado fácil.

Necesitaba que trabajara para mí. Así que, como una novia mezquina,
me aparté y me giré hacia el cliente que se acercaba a la barra,
preguntándole qué quería.

Preparé las bebidas y cuando el cliente se alejó, vi a Max.

―¿No me perdonas? ―preguntó, con la voz lo suficientemente alta


como para que se oyera por encima de la música.
―Oh, te perdono ―dije sin tapujos―. Pero deberías saber que las cosas
no son tan sencillas conmigo como lo serían con todas las demás chicas
con las que has salido. No vas a ganar con un discurso suave. No esta vez.
Eso es demasiado fácil para ti, señor Grant.

Su cabeza se agitó y cayó, y una risa silenciosa hizo vibrar su cuerpo.

―¡Eh! ¡Disculpa! ―Un cliente le hizo señas a Max desde su extremo de


la barra. Él me sonrió antes de volver a su rincón.

Me apoyé en el mostrador, observando cómo tomaba nota mentalmente


del pedido del tipo y se ponía a trabajar, tomando whisky y otros licores.

Se movía con rapidez, sin esfuerzo, como si hubiera hecho esto la mayor
parte de su vida. Cuando las bebidas estuvieron listas, tomó el dinero y
se dirigió a la caja registradora, echándome una rápida mirada.

―Demasiado fácil ―se burló.

Max no me dijo nada más después de eso... al menos, no durante el resto


de nuestro turno. En su lugar, se concentró en su lado de la barra,
preparando bebidas y recogiendo propinas. Pasó a mi lado varias veces
sin decir una palabra y, por un segundo, pensé que tal vez estaba cansado
de mis quejas y se estaba dando cuenta de lo molesta que podía ser.

Es decir, ahora tenía la llave de su apartamento y se había disculpado.


¿Qué más necesitaba?

Antes de darme cuenta, eran las tres de la mañana y nuestro turno


estaba terminando. Limpié la barra, conté la caja registradora y salí de ahí
en un santiamén.

―Buenas noches, Max ―dije mientras empezaba a salir de la sala de


descanso.

―Sí. Buenas noches ―murmuró por encima del hombro mientras se


ponía delante de su casillero.

Empecé a preguntarle si íbamos a salir el resto de la mañana, pero


apartó la mirada tan rápidamente que no tuve la oportunidad.
Me apresuré a salir del club, me apresuré a ir a mi auto y cerré la puerta
tras de mí, arrancándolo.

Me alejé de Capri con lágrimas en los ojos, y era mi maldita culpa. ¿Por
qué siempre tenía que dificultar las cosas?

Entré en mi apartamento, cerrando la puerta de mi habitación tras de


mí, tan contenta de que Emilia hubiera pasado la noche en casa de su
novio.

Momentos después, sonó un golpe en la puerta principal y fui a ver,


comprobando la mirilla. No me sorprendió ver que era Max. Sabía que
había venido seguramente para agitar aún más la olla.

La abrí de un tirón.

―¿Qué demonios quieres, Max?

En lugar de responder, irrumpió en la habitación, tomándome por la


cintura y llevándome de espaldas a la pared más cercana después de
cerrar la puerta tras él.

―¿Qué tengo que hacer para que te des cuenta de que esto no es fácil
para mí? ¿Que me estoy esforzando al máximo contigo? ―raspó.

Entrecerré los ojos, negándome a responder.

Estudió mis ojos, cada rasgo de mi cara.

―Rodéame con las piernas ―me ordenó.

Fruncí el ceño, y solo lo hice porque me resultaba incómodo no tenerlas


alrededor de él mientras me tenía inmovilizada contra la pared en sus
brazos.

Cuando lo hice, sus labios se acercaron a mi cuello y lo chuparon


suavemente.

Luché contra un gemido, haciendo todo lo posible para apartarlo por


los hombros. Me sujetó las muñecas a la pared, negándose a dejarme
luchar contra lo que me ofrecía.

―Puedes ser tan malditamente terca ―refunfuñó en mi cuello.


―Como sea ―suspiré.

Me llevó al dormitorio y mi espalda se apoyó en otra pared.

Jadeé mientras continuaban los besos, con sensuales y furiosos roces de


sus labios, luego me acostó en la cama y no pude evitar suspirar.

En segundos se quitó el cinturón, se desabrochó los pantalones y liberó


su polla, luego me subió el dobladillo del vestido, dejando al descubierto
mis bragas rosas.

Inclinándose de nuevo, aplastó mis labios con los suyos y saboreé el


licor en su lengua. Hundí mis dientes en su labio inferior y él gimió,
queriendo más. Se aferró a mí, con una mano en la mejilla, besándome
profundamente, abrazándome, luchando y amándome al mismo tiempo.

Apartó su boca y bajó la cabeza, dejando caer pequeños besos por mi


cuello, mi clavícula y mi pecho. Me estremecí al respirar.

Antes de darme cuenta, estaba dentro de mí, empujando lenta y


profundamente, tomándome como si fuera dueño de cada centímetro de
mí, y tal vez lo era.

Jadeé y luego gemí, sin poder oponer resistencia. Con cada empuje, mis
paredes se derrumbaban poco a poco.

―Te amo, ¿lo sabes? ―me preguntó bruscamente―. Te amo. Te


necesito y odio pelearme contigo. Odio esa mierda, Shakes. Dime que tú
también lo haces.

Podría haberlo hecho, pero estaría mintiendo porque las peleas siempre
conducen a momentos intensos como éste. Sexo duro y placentero de
reconciliación. El tipo de sexo que nunca había recibido de nadie más.

Cuando no respondí, Max arrastró mi cuerpo hasta el escritorio, tirando


papeles y otros objetos diversos al suelo. Mi engrapadora salió volando
hacia la alfombra, chocando y partiéndose.

Mi espalda se apoyó en la fría madera marrón mientras él me separaba


las piernas y se abalanzaba sobre mí, y luego gemía mientras me apretaba
los muslos y mis dedos arañaban su camisa.
El escritorio se sacudió, pero no se rompió. Mi cuerpo se fue acelerando
cada vez más, hasta llegar al clímax.

Grité y él dejó escapar un profundo gemido al liberarse también.


Jadeamos durante un momento y me esforcé por no sonreír. En lugar de
eso, cerré los ojos, asimilándolo todo, y lo abracé con fuerza.

Sentí que su cuerpo se inclinaba hacia atrás y abrí los ojos. Ya me estaba
mirando.

―No me has contestado ―murmuró.

Acaricié su mejilla con la yema del pulgar.

―Yo también te amo, Max ―dije con voz suave.

Y él sonrió, volviéndome a besar y tomándome en sus brazos,


llevándome a la cama. No tardamos mucho en volver a tener sexo, y esta
vez no opuse resistencia porque era la primera vez que Max me decía que
me amaba.

―Te amo, Shannon ―dijo cuando salió el sol horas después. Ninguno
de los dos pudo dormir, así que nos acostamos abrazados―. No dejaré de
decirte que te amo hasta que dé mi último aliento.

―Tu último aliento ―repetí. Esas palabras. Había algo en ellas. Algo
reconfortante, sanador, pero también, negativo. Inspiré, levantando la
cabeza y besándolo en sus perfectos y esculturales labios.

Me sonrió cuando nuestros labios se separaron, y luego se puso encima


de mí, tomándome una vez más y demostrándome lo mucho que me
amaba, luego caímos en un profundo y necesario sueño.

Un momento que nunca olvidaré.


Cuando Max gira a la izquierda, con esa sonrisa traviesa todavía en sus
labios, intento luchar contra mi propia sonrisa.

―Lo sabía ―digo, riendo mientras entramos en el estacionamiento de


Freedom Park.

Estaciona el Mustang de reversa en una plaza de estacionamiento, con


una sonrisa de oreja a oreja.

―No actúes como si no estuvieras emocionada por esto.

Cuando apaga el motor, tiro de la manilla de la puerta y salgo como él,


echando un vistazo a los alrededores. El parque no ha cambiado mucho,
aparte de la nueva zona de juegos. Mi cabeza se inclina hacia arriba y mi
atención se centra en los imponentes árboles de arriba. Los pájaros vuelan
con las alas desplegadas. Qué bien debe sentirse volar.

Suspiro. Hace años que no vengo aquí, este parque guarda tantos
recuerdos inolvidables. Estar aquí ahora me trae algunos de ellos.

El lugar en el que hemos estacionado está bastante vacío, a excepción


de algunas personas que hacen footing o caminan para llegar al sendero.
No hay mucha gente que visite el lado del parque en el que estamos, lo
que siempre me ha gustado. La mayoría de la gente suele ir al lago del
otro lado, donde hay hierba verde, árboles y bancos a la sombra. Es
perfecto para hacer un picnic, o para perderse en un buen libro.

―¿Vienes? ―pregunta, atrayendo de nuevo mi atención hacia él.


Me dirijo hacia él y me acerca un codo. Le enlazo los brazos y me guía
hacia el sendero. El tacto de las rocas y la grava hace que me traqueteen
las piernas y me duelan los huesos, pero lo ignoro porque me siento bien
caminando, aunque probablemente debería haberme puesto otro calzado,
no sandalias.

―No puedo creer que realmente me hayas traído aquí.

―¿Por qué no puedes? ―Me mira, enarcando una ceja―. Este lugar fue
especial una vez.

―Sí, hace tiempo.

Mira hacia delante, observando cómo una mujer gira a la derecha en la


bifurcación del final del sendero y continúa su trote.

―Quizá sean los recuerdos lo que quiero que recuerdes.

Le doy un codazo en la costilla.

―Hombre, no necesito ninguna broma. En serio.

―Shakes ―dice, casi exasperado―. ¿Crees que si lo dijeras en serio,


estarías caminando por este sendero conmigo ahora mismo?

Max deja de caminar y yo me separo rápidamente de su brazo. Vaya.


¿Sabes qué? Tiene razón. ¿En qué demonios estaba pensando? Salir con
un hombre del que estuve enamorada no hace mucho tiempo. Le dije a
John que saldría con un amigo, pero no dije con qué amigo, y no
mencionarlo se sintió un poco como una traición. Pero esto es inofensivo.
Amigable. Max y yo, solo somos amigos y nada más. El pasado se ha
quedado atrás.

―Shannon ―dice mi nombre rotundamente―. Solo estaba


bromeando, es solo un paseo, solo estamos poniéndonos al día.

Entrecierro los ojos hacia él, metiendo los pulgares bajo la correa de mi
mochila.

―Claro, si tú lo dices.

―Nunca te pondría en una situación así.


―¿Entonces por qué volviste? ―le contesto.

―Porque te queda poco tiempo. ―Hace una pausa, los labios se tuercen
un momento―. Y porque me habría arrepentido de no hacerte sonreír al
menos una vez más. Meterme en tu piel como en los viejos tiempos.
―Sonríe, y no puedo resistir la risa.

Vuelvo a avanzar, esta vez sin su brazo en el mío.

―Sí. Eso fue súper dulce pero también súper cursi.

―Sigues siendo la misma ―dice, reuniéndose a mi lado.

―¿Qué quieres decir?

―Sigues actuando como si nada te afectara, como si no te molestara lo


que estás pasando.

―Así tengo que ser si quiero sobrevivir a esto. Cada día estoy más cerca
de aceptarlo. A estas alturas es solo mi destino.

―Sí. ―Se pasa una mano por la parte superior de la cabeza,


concentrado en el suelo―. Ahora lo veo.

Decido cambiar de tema cuando llegamos al puente sobre un arroyo.

―Oye, ¿recuerdas cuando casi me tropiezo y me caigo en el lago


aquella vez? Tenía mucho miedo. No sé nadar una mierda.

―Sí, me acuerdo, y te dije que te salvaría, que no tenías que


preocuparte.

―Me atrapaste antes de que pudiera caer ―le digo, caminando hacia
atrás por el puente de madera.

Él solo sonríe y asiente con la cabeza.

Me detengo y me tomo un momento para recuperar el aliento,


estudiando la bifurcación del sendero. Un sendero lleva al lago, el otro
sube por un corto acantilado hasta la ladera de una colina con vistas a la
ciudad.

―¿Estás cansada? ―me pregunta, mirando hacia abajo.


―Estoy bien ―jadeo.

Él explora el perímetro y luego me pone una mano en el brazo, guiando


el camino hacia el sendero que lleva al lago en el otro lado del parque.
Nos acercamos a un banco y me dice que me siente. Tomo asiento porque
necesito un momento para que mis pulmones se recuperen. No han
pasado ni cinco minutos y ya estoy perdiendo el aliento. Max se sienta a
mi lado y mira de reojo mi mochila.

―No puedo creer que esté diciendo esto, pero quizás Tessa tenía razón.
No debería haberte traído aquí, deberíamos habernos sentado en tu
terraza o en el patio trasero o algo así. ―Me mira a los ojos―. Debería
llevarte de vuelta.

―Tienes que estar bromeando. ―Me burlo―. Precisamente pensé que


tú te tomarías esto con más calma. ―Me mira fijamente pero no dice
nada―. Max, estoy bien. En serio. Solo necesito un momento para
recuperar el aliento aquí y allá. Cuando empiece a sentirme mal te lo haré
saber, te lo prometo.

―No estoy intentando frenarte de nada, créeme. Es que no sé qué


esperar, es todo. Toda esta caminata podría pasarte factura; bueno, apenas
podías bajar las escaleras de tu casa. No quiero ser el que empeore tu
estado. ―Su rostro se suaviza, y no me lo creo, pero detecto una pizca de
compasión en sus ojos.

―Por favor no tú también, Max ―gimoteo.

Me mira, confundido.

―No necesito tu compasión, también. Eras el único que todavía me


miraba como si fuera fuerte, como si no fuera de cristal y pudiera
romperme en cualquier momento.

Me pongo de pie y empiezo a caminar de nuevo por el sendero. Lo oigo


suspirar y no tarda en alcanzarme con sus largas zancadas.

―Shannon ―me dice, pero lo ignoro y sigo caminando―. Shannon,


detente y mírame.

Me detengo, pero no lo miro.


Él toma la iniciativa, poniéndose delante de mí y agarrando la parte
superior de mis hombros, sin dejarme otra opción que mirarlo.

―Eres la mujer más fuerte que conozco, Shannon, y no es lástima lo


que ves en mí. Simplemente me preocupo por ti. No quiero que te pase
nada en mi guardia; bueno, no quiero que te pase nada en absoluto. ¿Es
tan malo preocuparse por eso?

Asiento en señal de comprensión, bajando la mirada.

―Te diré algo. ―Exhala un suspiro, soltando mi hombro―. Empieza a


darme un chequeo de cómo te sientes cada diez minutos más o menos y
lo dejaré. Sé que no harás nada para empeorar tu situación, pero solo
avísame para que no tenga que preguntarte constantemente. ¿De
acuerdo?

Asiento con la cabeza y sonrío.

―De acuerdo, jefe.

Se ríe y me pasa un brazo por los hombros. Damos un paseo lento y


cuidadoso hasta el lago y nos detenemos frente a uno de los bancos. Antes
de sentarnos, Max me detiene, tirando de mi brazo.

―Mira. ―Me suelta, se adelanta y se dirige a un árbol que está a pocos


metros. Cuando me doy cuenta de qué árbol es, me reúno con él ahí.

Max recorre con sus dedos las palabras grabadas en la corteza del
grueso tronco.

MAX + SHAKES PARA SIEMPRE

Debajo de las palabras hay un signo de infinito con pequeños pájaros


tallados alrededor. Max lo talló con un cuchillo para madera que le había
dado su padre. Siempre se le ha dado bien el arte, pero es más un
pasatiempo que algo que se toma en serio. Paso los dedos por las alas
desgarradas de los pájaros, sonriendo.

―¿Te acuerdas de aquel día? ―me pregunta.

―Sí ―murmuro, riendo―. Picnic. Vino. Sol.


―Uno de nuestros mejores días. ―Lo miro y está concentrado en el
tallado―. Este fue uno de los mejores días que he compartido contigo.

―¿Cómo?

Se queda callado un momento, tan cerca que siento su aliento


recorriendo mis hombros.

―Porque nunca hice algo así antes. ¿Un picnic? ¿Vino? Yo no soy así.
No soy nada romántico.

―Pero lo hiciste de todas formas ―digo, sin aliento. ¿Por qué demonios
estoy sin aliento de repente?

―Quería esforzarme más contigo, demostrarte que me importabas.


―Su mano recorre la longitud de mi brazo. Veo cómo sus dedos bajan
hasta mi mano, alegrándome de que mi cuerpo ya no reaccione a su
tacto―. ¿Qué nos pasó, Shakes? ―Su voz es baja, angustiada.

―La vida ―digo en voz baja, girándome hacia él―. La vida pasó, Max.

Los rasgos de su rostro se tensan, su mirada marrón miel se endurece


al bajar. Su mandíbula empieza a tintinear y da un paso atrás, mirando a
cualquier parte menos a mí.

―Sí. ―Su voz es más gruesa―. La vida puede ser tan jodida. ―Me
mira de nuevo―. ¿Me odias por lo que te hice pasar?

Respondo inmediatamente al oír el dolor en su voz; lo veo en sus ojos.

―Max, no. ―Le agarro la mano y se la aprieto―. Me preguntas eso


todo el tiempo. No te odio, nunca podría odiarte.

―Bien. ―Suspira, como si estuviera realmente aliviado―. No puedo


permitir que me odies.

―No creo que pueda odiar a nadie. Ni siquiera odio a mi madre, y ella
nos abandonó a mí y a Tessa. ―Suelto una risa sarcástica, como si eso
fuera a curar el dolor que siento cuando hablo de ella, pero no lo hace.
Nunca lo hace.

―Lo has superado, eso es lo único que importa ―dice.


―Pero ¿y si no lo hubiera hecho? ―Me siento en el banco―. ¿Y si
hubiera resultado ser tan descuidada como ella? ¿Dónde estaría ahora?
¿Tendría siquiera esta enfermedad? ¿Estaría Tessa sin esperanza? ¿Estaría
yo muerta? ―Deslizo mi mirada hacia él mientras se sienta a mi lado.

―Es imposible que te parezcas a tu madre, Shannon. Eres demasiado


buena, una jodida joya, de verdad. Todo lo que pasaste sucedió por una
razón.

Dejo caer la cabeza, jugueteando con la correa de mi mochila.

―Una vez le escribí a mi madre ―digo―. Para decirle que tenía OP.
Me contestó y evitó por completo la conversación, habló mucho de su vida
en la cárcel, de algunos amigos que hizo. Los libros que había leído
mientras estaba ahí.

Max no sabe qué decir.

―Salió antes por buen comportamiento. Vino una vez y le dije que no
volviera nunca más. Ahora que he tenido tiempo de pensarlo,
probablemente no debería haberle dicho eso. Quiero decir, me encantaría
hacer las paces con ella, pero dudo que se pase por aquí después de lo que
le dije. Estaba tan enojada y dolida y ella intentaba aprovecharse y...
―Cierro la boca y me muerdo el interior de la mejilla. Luego me encojo
de hombros―. Supongo que es mejor que las cosas sigan así. Que siga sin
importarle. Así, cuando yo muera, ella no será otra persona que sienta un
montón de culpa.

―No digas esa mierda ―Max arremete―. Ella se sentirá culpable, es


humana. Reconocerá los errores que cometió contigo en algún momento
y tendrá que asumirlos.

Lo miro a los ojos.

―Es verdad ―digo―. He terminado de mentirme a mí misma sobre la


mierda que pasó en mi vida, Max. Ya no tengo tiempo para eso. Es mejor
afrontar los hechos. Mi madre es una mierda y es lo que es.

Me mira fijamente a los ojos, con los labios apretados.

―Deja de hacer ver que no vales nada.


―No valgo nada, Max. Tal vez antes sí, pero ya no. Estoy enferma. Los
médicos ni siquiera quieren reemplazar una parte de mis pulmones
porque podría morir en la mesa de operaciones.

Max aprieta los puños sobre su regazo. Cerrando los ojos, respira lo más
uniformemente posible a través de sus fosas nasales, como si no pudiera
creer que esté hablando de esta manera. Supongo que no me sorprende.
Antes de todo esto, nunca fui de las que hablaban negativamente. Siempre
mantuve mi fe, me aferré a la esperanza incluso en los momentos más
oscuros y deprimentes de mi vida, pero es difícil seguir haciéndolo
cuando la muerte llama a tu puerta.

Abriendo los puños, Max endereza la espalda y me abraza con fuerza.


Gime y luego suspira.

―¿Sabes una cosa? ―me pregunta en voz baja.

―¿Qué?

―Si tuviera la oportunidad de donar algo que pudiera ayudarte, lo


haría.

―John dice lo mismo, y Tessa también.

―Porque te amamos, y aún no te lo has metido en la cabeza. ―Me


presiona un dedo en la sien y me rio―. Cuando amas a alguien harás lo
que sea necesario para que sea feliz, esté seguro, y sano.

Me suelta y yo tuerzo los labios, sentándome de nuevo y jugueteando


con la correa de mi mochila.

―Ojalá fuera posible hacer algo y mantener a todos vivos. Es un riesgo


demasiado grande.

―Todo es posible, Shakes. Además, no sabemos qué pasará. Por lo que


sabemos, el dispositivo que usas podría ayudarte, despejar todo como por
arte de magia. La medicina podría funcionar mejor. Podrías formar parte
del índice de éxito. Todo es posible, ¿verdad? Especialmente si sigues
luchando.

Oh, chico. Suena como Tessa y John. Aparto mis ojos de los suyos,
cambiando de tema.
―Me está dando hambre. ¿Crees que podemos ir a comer algo?

Me doy cuenta de que quiere volver a lo que estábamos hablando antes,


pero me pongo de pie, tirando de él de la mano.

―Claro ―dice con un suspiro―. Salgamos de aquí.

Giro con él por el sendero y nos dirigimos de nuevo al puente. Ambos


estamos callados, me doy cuenta de que tiene las cejas fruncidas y juntas.
Está pensando, pero en realidad no hay mucho que pensar. Al igual que
Tessa y John, tiene que aceptar mi destino.

Vuelvo a poner mi atención en los árboles y en el cielo azul. El viento


me hace cosquillas en las mejillas y el confort me atraviesa. La naturaleza
tiene una forma de hacer eso: reconfortar un alma herida. Si pudiera pasar
todo el día aquí, lo haría.

Al cruzar el puente, se me escapa una tos y solo esa tos hace que me
detenga en seco. El pavor llena mi corazón mientras vuelvo a toser.

―¿Estás bien? ―pregunta Max, poniéndose delante de mí. Sus ojos


están llenos de preocupación.

―Estoy bien ―digo entre dientes, pero entonces aparece otra tos.

Y luego otra. Pronto la cabeza me da vueltas, me tambaleo hacia atrás,


intentando agarrarme a algo antes de desplomarme, pero es demasiado
tarde. Aterrizo de lado, con el codo rozando la madera astillada del
puente.

―¡Shannon! ―La voz de Max retumba. Lucho por alcanzar mi espalda,


tirando de mi mochila. Uno de los tubos debe estar pinchado. Tiene que
estarlo porque ahora siento que no puedo respirar.

―¿Shannon? ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ―Max se arrodilla, mirándome


por todas partes, con los ojos llenos de preocupación.

―Mi… la mochi... mochila... Yo... ―Ruedo, sintiendo cómo el


dispositivo se clava en mi espalda. El cielo azul y las nubes blancas se
convierten en una gran mancha.

Mierda. ¿Eso es todo? ¿Así es como voy a morir?


Un par de manos me agarran los brazos para levantarme. Max grita
algo, pero no está claro.

―¡Shannon! Shannon!

Me esfuerzo por respirar. Me lleva en brazos y corre a través del puente


hasta el estacionamiento.

El cielo gira ahora sobre mí, las puntas de las hojas y las ramas de los
árboles pasan sin cesar.

Mis labios se separan.

Me estoy ahogando. Un pez fuera del agua, eso es lo que soy.

Quiero decirle que es el tubo. Debe de estar pinchado o uno de ellos


está obstruido, pero cuando me coloca en el asiento del copiloto del auto,
le veo comprobar mi mochila sin resultado.

No son los tubos ni la mochila. Solo soy yo. Algo debe haber salido mal.
El OPX no debe funcionar.

Max saca su teléfono del bolsillo y luego grita. Lo oigo gritar el nombre
de Tessa y la palabra hospital.

No, el hospital no.

Antes de darme cuenta, la puerta del pasajero está cerrada. Está al


volante de su auto y lo pone en marcha, alejándose inmediatamente.

Mi cabeza gira y miro por la ventana.

Los árboles. El cielo. La naturaleza tiene una forma de curar un alma herida...

Me lleva lejos de esta paz, lejos de la libertad. De vuelta a mi horrible y


espantosa realidad.
Gimoteo con dificultad y giro la cabeza cuando oigo voces que
murmuran. Todo está borroso y da vueltas.

Miro a la derecha y John, Tessa y el doctor Barad están de pie cerca,


hablando entre ellos. El doctor les está explicando algo mientras ambos
asienten con rostros sombríos. John me echa un vistazo rápido y, al ver
que tengo los ojos abiertos, se apresura a acercarse a mí.

―Shannon, cariño, ¿estás bien? ―Su voz está llena de angustia, sus ojos
estudian mi cara.

Suspiro mientras miro a mi alrededor, tan aliviada de no estar en el


hospital de nuevo.

―Sí, estoy bien. ―Gruño y empiezo a incorporarme, pero el doctor se


adelanta y me pone una mano suave en el hombro para advertirme.

―Yo no intentaría moverme demasiado ahora mismo ―dice.

―¿Por qué no?

―Shannon, escúchalo ―suplica Tessa, poniéndose al lado de John.

La ignoro.

―¿Doctor Barad?

El doctor exhala lentamente, dejando su portapapeles en el suelo y toma


su estetoscopio. Después de escuchar mis pulmones y mis latidos, anota
algo y vuelve a mirarme a los ojos.
―Shannon, la mochila propulsora, como tú lo llamas, te la dieron para
que pudieras pasear tranquilamente, para que no te sintieras atrapada en
tu propia casa. Estaba pensado para que hicieras tareas sencillas y
cotidianas, como ir al supermercado o dar un paseo rápido hasta el buzón.
No se te dio para que salieras a correr por un parque.

―Pero no estaba corriendo, tuve cuidado ―digo a la defensiva.

―Estoy seguro de que tuviste todo el cuidado posible, pero algo salió
mal. Todavía quedaba mucho OPX en el depósito cuando lo revisé, pero
tus pulmones parecían haberlo rechazado debido a la actividad física.
¿Quizás te esforzaste demasiado? ¿Caminaste demasiado? ¿O demasiado
rápido? De cualquier manera, tus pulmones estaban trabajando
demasiado, tratando de absorber más oxígeno que OPX. No se estaba
equilibrando.

Me rasco el brazo con incertidumbre, apartando la mirada.

―No me di cuenta de que podía pasar de eso.

―Shannon, tienes que tomarte esto en serio ―suelta John, y yo levanto


la cabeza para mirarlo―. ¡Esto no es un juego! Ves, esto es exactamente
por lo que no quería dejarte sola o incluso traerte a casa. Sabía que
llevarías las cosas demasiado lejos.

―¿Estás bromeando? ―La voz de Tessa se eleva, y por el enojo


expresado en su rostro, puedo decir que se ha ofendido completamente
por el comentario de John―. ¡No le hables así! Todos estuvimos de
acuerdo en que lo mejor sería que volviera a casa, para que recibiera el
tratamiento OPX con esa cosa. ―Ella señala la mochila en la parte inferior
de la cama.

―¿Por qué estaba esta persona Max en mi casa de todos modos? ―John
exige.

―Me estaba visitando. Es un amigo, como te dije ―afirmo.

John se burla.

―Sí, bueno, este amigo está a punto de recibir un bocado de mí. No tenía
derecho a sacarte sin mi permiso.
―Espera un momento, lo siento ―digo―. Podría haber jurado que eras
mi esposo, no mi padre, y la última vez que lo comprobé, este es mi cuerpo
y mis acciones son mías, no tuyas.

John se pone de pie, con los hombros erguidos a la defensiva. No me


importa.

Veo al doctor, que se siente claramente incómodo con la creciente


tensión mientras se aferra a su portapapeles.

―Tal vez debería permitirles un poco de privacidad.

―Ni hablar. ―Tessa hace un gesto con la mano, descartando su


presencia―. Me voy de aquí. Esto es entre ellos ahora. ―Ella sale del
dormitorio en un instante.

―¿Quieren un momento? ―pregunta el doctor Barad.

―Por favor ―dice John entre dientes apretados.

Vuelvo a centrarme en él y no me atrevo a apartar la mirada. Sí, puede


que me haya excedido yendo al parque, tomando un poco de aire, pero
no tiene derecho a tratarme así ni a actuar como si fuera de su propiedad,
sobre todo delante de mi hermana y del doctor. Si hay que responsabilizar
a alguien de mis actos, soy yo. No él. Ni Tessa. Ni siquiera Max. Yo.

El doctor se fue en cuestión de segundos, cerrando la puerta tras de sí,


y cuando lo hizo, John se paseó de un lado a otro frente a la cama.

―Este tipo, Max ―se queja―. ¿Quién demonios es? ―Deja de pasearse
y clava sus ojos en los míos.

―Es un amigo, Jonathan.

―¿Qué clase de amigo? ¿Un mejor amigo? ¿Un amigo hombre? ¿Qué?
Conozco a todos tus amigos y nunca me hablaste de él.

Desvío la mirada, cruzando los brazos con fuerza sobre el pecho.

―Es solo un amigo. ―No hay manera de que le diga que también es mi
ex. No mientras esté tan enojado.
―¿Así que fuiste al parque con tu amigo? ¿Qué te hizo hacer eso,
Shannon, eh? ¿Qué te hizo querer arriesgar tu vida hoy y en un parque de
todos los lugares? Todavía no estabas preparada para ese tipo de
actividad y lo sabes. Tienes que darle tiempo a tu cuerpo para que se
adapte al aparato y a moverse de nuevo. El médico te lo dijo.

―¡Ya lo sé! ¡Oí lo que dijo el médico, John!

―¿Entonces por qué estás siendo imprudente ahora mismo? ¿Por qué
sales con amigos sabiendo que no estás en buenas condiciones para ir?

―¡Porque Max está en la ciudad por mí, John! ¡Sabe que estoy enferma
y quería verme! ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Ignorarlo?

―¡Eh, sí! ―dice como si yo fuera una idiota―. Tu salud es más


importante que un viaje al parque. Si tenía tantas ganas de verte, debería
haberse quedado aquí contigo en la casa, no llevarte de paseo.

Dejo escapar una risa frustrada.

―Esto es una locura. Solo era un pequeño paseo por el parque, John.
Llevo meses encerrada y me sonó bien ir ahí. No pensé que sería tan malo.

John empieza a decir algo más, pero entonces tocan a la puerta. Nos
miramos brevemente y luego él se dirige a la puerta, abriéndola de golpe.

―Hola, siento interrumpir ―dice Max. ¿Qué demonios? ¿Qué está


haciendo aquí todavía?―. Solo quiero ver si Shannon está bien. ―Su voz
es firme mientras mira a John por encima de mí. Está claro que nos ha
oído discutir.

―Ella está bien ―le suelta, montando guardia frente a la puerta―.


¿Quién te dejó entrar?

―El médico.

John mira fijamente a Max antes de dar un paso al costado y pellizcarse


el puente de la nariz.

Max da un paso hacia adentro, sonriendo torpemente hacia mí.

―¿Estás bien? ―pregunta.


―Estoy bien. ―Él tiene que irse. No es el momento.

―Me siento como una mierda ―dice, mirándome―. No sabía... no me


di cuenta...

―Deja de culparte. Está bien, Max. En serio. Podría haber pasado en


cualquier sitio.

Max suspira y luego se gira para mirar a John, extendiendo su brazo y


ofreciendo una mano.

―Me disculpo por entrometerme. Soy Max Grant. El amigo de


Shannon.

―John Streeter. ―Él estrecha la mano de Max con un apretón firme.

―Genial. Así que, eh, escucha. ―Da un paso atrás, rascándose la parte
superior de la cabeza―. Solo quería sacar a Shannon a tomar el aire. No
quería causar ningún problema. Pasé a visitarla, a ver cómo estaba, y me
ofrecí a llevarla al parque, a sacarla de casa. Estaba cuidando de ella
mientras estábamos ahí. Nunca dejaría que le pasara nada.

John lo mira.

―Te agradecería que me consultaras primero este tipo de cosas. Estoy


seguro de que sabes que puede ser un poco rebelde. La verdad es que ya
no puede soportar ese estilo de vida.

Pongo los ojos en blanco.

Max se queda callado un momento, con los ojos entrecerrados mientras


mira fijamente a John.

―Eso es... ―Duda, y espero como el infierno que no esté a punto de


decir algo grosero―. ¿Se le permite bajar a sentarse en el patio? ¿Tal vez
en la piscina si quiere?

John niega con la cabeza.

―Después de hoy, pasará un tiempo antes de que eso ocurra.

―John ―digo.
―Vaya. ―Max suelta una carcajada seca y se gira para mirarme―.
Supongo que no estaba exagerando con lo que dije antes.

―¿Exagerando sobre qué? ―pregunta John, confundido.

―Max. ―Jesús, me siento como si estuviera disolviendo una pelea


escolar con dos niños pequeños en este momento.

Max no le hace caso.

―Shannon, voy a salir de aquí. Solo quería asegurarme de que estabas


bien.

―Estoy bien. Gracias por comprobarlo. ―Aunque agradezco que se


haya quedado, le dirijo una mirada severa. Cuanto antes se vaya, mejor.
Sé cómo es Max, es muy difícil para él contener la lengua. Sin embargo,
supongo que puedo darle crédito por su respeto. No va a faltarle el
respeto a un hombre en su propia casa, especialmente en una casa que
comparte con una mujer que le importa.

Max asiente y se da la vuelta, pero no sin antes mirar de reojo a John.


John lo ve irse, luego cierra la puerta y me mira.

―Estoy... quiero decir, mierda, Shannon. ―Se frota la cara, haciendo


que aparezcan vetas blancas―. ¿Dónde conociste a este tipo? Nunca me
hablaste de él.

No digo nada. En su lugar, arranco un hilo suelto de las sábanas que


tengo debajo.

―Volveré a llamar al doctor Barad ―murmura John cuando se da


cuenta de que no obtendrá respuesta ahora mismo―. No quiero ni saber
qué demonios fue eso. ―Abre la puerta de golpe y sale de la habitación y
yo respiro. Acerco la manta azul de la cama a mi regazo, sintiendo que la
culpa me consume.

No debería haber salido, nada de esto habría ocurrido si me hubiera


quedado en casa. Ahora, voy a tener un esposo halcón a mi alrededor
hasta el día de mi muerte.
¿Y Max? Bueno, ni siquiera estoy segura de lo que va a pasar con él,
pero espero que lo entienda y que no se culpe por la locura que sufre mi
cuerpo a diario. No tiene nada que ver con él en absoluto.

Por eso quería que se alejara. Soy una bomba de relojería, una amenaza
para las emociones y los corazones inestables. Podría romper a todas las
personas de esta casa en cualquier momento y saber que nunca se
recuperarán de ello.

Juro que estos tiempos difíciles me recuerdan lo mucho que extraño al


viejo John. El hombre que no era tan duro conmigo ni consigo mismo. El
hombre que se tomaba la vida día a día, igual que yo, en lugar de
preocuparse por cada pequeño aliento y cada pequeño movimiento.

El doctor Barad vuelve a la habitación y me hace una serie de preguntas.


Respondo lo mejor que puedo, y mientras él manipula una bolsa de OPX
para un tratamiento de goteo de una hora, no puedo evitar pensar en mi
primera cita con John, cuando las cosas eran mejores y más felices.

Se suponía que íbamos a ver una película de acción en la que salía Will Smith.
Antes le había dicho a John que se agotarían las entradas porque, ¡Hola!, Will
Smith es un actor magnífico y era un viernes por la noche.

No me creyó hasta que llegamos al cine y estuvimos en la cola durante casi una
hora solo para que nos dijeran que las entradas estaban agotadas.

―Sabía que tenía que haber comprado las entradas por Internet ―dijo
mientras volvíamos al auto.

Intenté no restregarle en la cara el hecho de que ya había dicho eso.

―Siempre podemos verla en otro momento o ir a otro cine. No es gran cosa.

―Sé que realmente querías verla ―dijo después de arrancar el auto―. Lo


siento. Esta noche es mi primera noche libre en no sé cuánto tiempo y la
desperdicié. Soy una mierda, ¿eh?

―No ―me apresuré a decir, volviéndome hacia él mientras esbozaba una


sonrisa infantil. Sabía lo suficiente como para saber que siempre era demasiado
duro consigo mismo―. John, te juro que está bien, deja de ser el loco que conocí
en la carretera. ―Eso le hizo reír y yo sonreí, frotando su brazo―. Es solo una
película, podemos encontrar otra cosa que hacer.

Pasó los dedos por su sedoso lecho de pelo castaño.

―Supongo que sí. ―Agarró el volante―. ¿Tienes hambre entonces?

Justo cuando lo preguntó, mi estómago rugió lo suficientemente fuerte como


para que ambos lo oyéramos. Mis ojos se abrieron de par en par y la vergüenza
me invadió.

―Tomaré eso como un sí ―se rio.

―Lo siento ―me quejé juguetonamente―. Hoy no he tenido mucho tiempo


para comer. Tenía que trabajar. Iba a darme un atracón de palomitas en la
película.

Parecía confundido.

―¿Tienen turnos de día en Capri?

―No. Acabo de conseguir un trabajo en la Taberna Verde como mesera. Un


trabajo a tiempo parcial. ―Me encogí de hombros.

―Oh, no sabía eso.

―Sí. Quería guardar eso para una conversación en persona contigo.

Me dedicó una cálida sonrisa y un silencio nos invadió. No fue incómodo, ya


que ambos estábamos claramente pensando mucho en qué decir a continuación.

―¿Puedo preguntarte algo? ―preguntó finalmente.

―Claro.

―¿Qué hace una chica como tú con dos trabajos?

―El dinero es una necesidad, ¿no? ―Levanté las manos, no es gran cosa.

―Sí, pero me refiero a que... bueno, pareces estar muy bien puesta. Aparte de
ese horrible auto que conduces, parece que lo tienes hecho.

―Oye, no juzgues a Streeter, hombre loco ―Me río―. Me lleva a todos lados.
―Cierto, pero me refiero a que pareces una buena persona, gran personalidad,
inteligente, claramente atractiva. ―Su cara se puso roja al darse cuenta de lo que
estaba diciendo. Me sonrojé y luché contra una sonrisa―. Solo quiero decir que
no parece que debas trabajar tan duro con tantas grandes cualidades.

―Sí, bueno, mi vida siempre fue muy... complicada.

―¿Cómo?

―Simplemente lo fue. ―Sus ojos pedían más. No podía creer que ya


estuviéramos profundizando tanto―. Una mala infancia ―continúo―. Asumí
el papel de cuidador a una edad temprana. No me gusta que me falte nada, así que
me esfuerzo por salir adelante y estar siempre preparada.

―Ya veo. ―Hizo una pausa―. Pareces una gran chica, con mala infancia o
sin ella. ―Sus ojos parpadearon hacia los míos durante un breve instante antes
de mirar a través del parabrisas, hacia el abarrotado estacionamiento.

―Puedo decir que solo revelas lo que quieres que la gente vea. No quieres que
nadie vea que tienes miedos, inseguridades, o debilidades. Solo quieres que la
gente te vea como eres ahora: una chica que se esfuerza y no quiere nada... todo
para no tener que volver a ser lo que eras antes. Puedo admirar eso.

Mi frente se arrugó mientras miraba el perfil de su cara. Estaba en lo cierto y


eso daba un poco de miedo.

―Por tu silencio aturdido, estoy bastante cerca, ¿eh? ―preguntó, riéndose al


encontrarse de nuevo con mis ojos.

―En el clavo, de verdad ―susurré.

―Sí. ―Se pasó una mano por la frente―. Cuando creces con las mismas
luchas, no es difícil ver eso en otra persona.

―¿Tú también tuviste una mala infancia? ―pregunto.

―Sí. Fue bastante mierda.

―Lo siento mucho.

El auto volvió a quedarse en silencio.


―No deberías ignorarlo, ¿sabes? ―dice―. Tratar de actuar como si nada
hubiera pasado. Solo te hará miserable, créeme. Es mucho mejor reconocerlo,
aceptar lo que pasó y seguir adelante.

―Bueno, creo que deberías ser psiquiatra ―me burlé de él cuando arrancó el
auto y puso la marcha atrás.

―¿Puedes creer que eso es lo que quería ser antes de convertirme en chef?

―¡No puede ser!

―Sí. ―Sonrió, alejándose del cine y deteniéndose en una señal de alto―. Pero
solo quise convertirme en eso después de lidiar con mis propios demonios. ―Se
encogió de hombros―. Me doy cuenta de que aún no estoy ahí, pero lo conseguiré.

―Estoy segura de que lo harás. No es fácil dejar atrás el pasado, lleva tiempo.
Lo sé porque yo he estado tratando de sanar del mío. ―Asintió y sonrió,
conduciendo de nuevo, hacia la ciudad.

No tardó en llegar a un alto edificio de ladrillos. No era un lugar de tipo


empresarial. Eran condominios.

―¿Aquí es donde vives? ―pregunté.

―Sí. Pensé que si tienes hambre y como soy chef, puedo cocinar para ti en mi
casa... es decir, si te parece bien. Siempre podemos salir a comer a algún sitio,
estar en público. Ya sabes, desde que pensaste que era un asesino en serie una vez.

Solté una carcajada.

―¡Oh, realmente acabas de ir ahí!

―¡Lo hice, Chica Rara! ―Sonrió y apagó el motor, luego salió del auto.

Yo también salí y vi cómo rodeaba el parachoques delantero y se reunía a mi


lado.

―Supongo que puedes cocinar para mí. Después de todo, me muero de hambre
y estoy deseando ver lo que sabes hacer en una cocina.

―De acuerdo, entonces. Lo tengo. ―Tenía la sonrisa más grande mientras


caminaba conmigo hacia el edificio―. Mientras prometas no atacarme con una
llave inglesa, cocinaré para ti cuando quieras.
Esta vez nos reímos los dos y me sentí bien. Me gustó mucho. Era fácil de
llevar, profundo y sabía escuchar.

También me di cuenta de que yo también le gustaba.


―¿Shannon? ―Los dedos me chasquean la cara y parpadeo. Miro la
vía pegada a mi brazo y luego la bolsa casi vacía del líquido transparente
que cuelga del poste plateado. La cara de Tessa aparece, con los ojos muy
abiertos―. ¿Me oíste? ―pregunta.

―¿Oír qué?

―John hizo sopa de garbanzos. ¿Tienes hambre? ¿Quieres un poco?

Echo un vistazo a la habitación y me detengo en la puerta del baño.


John está ahí dentro. La puerta está abierta y puedo verlo a través del
hueco. Está agarrando el borde de la encimera con la cabeza baja.

―Sí, claro. Tomaré un poco. ―No quiero ahora, pero necesito que se
vaya para poder hablar con él a solas.

―De acuerdo. Enseguida. ―Sale del dormitorio y, con la poca energía


que tengo, me quito la vía y me levanto lentamente, caminando hacia la
puerta del baño.

Cuando la abro, John me mira a través del espejo. Sus ojos están rojos y
húmedos.

―¿John?

Vuelve a bajar la mirada.

―No tenías que quitarte la vía, Shannon. Iba a hacerlo por ti.

Lo ignoro y me acerco.
―¿Qué pasa? ―Lo agarro del brazo para girarlo y luego le tomo la cara
con las manos. Una gruesa lágrima marca su mejilla y evita mis ojos. Me
duele el corazón al instante. Dios, ¿Qué he hecho?

―Cariño, ¿por qué lloras? ―susurro, con la garganta llena de lágrimas.

Se golpea la cara bruscamente, como un niño, pero lo detengo.

―Necesito estar aquí ―grazna―. No puedo estar en el trabajo mientras


tú pasas por todo esto.

―Pero estoy bien, John. Te lo juro. Lo de hoy fue solo un pequeño


percance, no volverá a ocurrir.

―No se trata solo de hoy, es todos los días a partir de ahora. ―Me
levanta y me sienta encima del mostrador. Pasando entre mis piernas y
mirándome, sus brazos rodean mi cintura y dice―: Se supone que me voy
de la ciudad la próxima semana.

―¿La semana que viene? ―Frunzo el ceño―. ¿A dónde?

―¿Recuerdas que hace unos meses, antes de todo esto, te hablaba de


un concurso de cocina? Un premio de veinte mil dólares. El ganador se lo
lleva todo.

―Oh. ―Parpadeo, bajando las manos.

―Quise recordártelo, pero nunca me pareció el momento adecuado


para sacarlo con todo lo que está pasando. ―Baja la cabeza, claramente
avergonzado―. Me siento dividido por esto porque estabas y sigues
pasando por muchas cosas y con esto, es como una cosa de una vez en la
vida. Es difícil que te acepten en estas competiciones.

―Sí ―susurro―. Lo entiendo.

Me inclina la barbilla para que pueda mirarlo.

―Me enviaron un correo electrónico hace un mes. Iba a decírtelo ese


día, pero no fue un buen día para ti.

―Bueno ―digo en voz baja y tranquila―. Creo que deberías ir.


Sus ojos echan chispas y mi corazón casi da un vuelco. Hacía meses que
no veía una chispa en sus ojos así.

―¿Hablas en serio?

―Lo digo muy en serio. No tienes que quedarte por mí. Estaré bien.

Revela una sonrisa blanca y completa y quiero abrazarlo.

―¿Dónde será? ―pregunto, conteniendo las lágrimas.

―En Las Vegas.

―Hombre, si pudiera ir yo también ―me rio.

Su rostro se deforma de inmediato, esa chispa se vuelve a apagar en sus


ojos.

―Estaba hablando con el doctor Barad sobre eso. Le pregunté si podías


venir conmigo. Dijo que el vuelo no sería un problema mientras tuvieras
tu dispositivo y estuvieras cómoda, pero que le preocupaba el calor de
Las Vegas. El aire es más seco ahí, no cree que sea el mejor lugar para que
vayas... no así.

―Oh. ―Un dolor se acumula en mi pecho.

¿No poder ver a mi esposo cocinando o no verlo divertirse haciendo


algo que le gusta? Eso es una mierda. Es un golpe directo al estómago,
pero cuando miro sus ojos azules, sé que no puedo ser yo quien lo retenga.
Tiene sueños que alcanzar, y no es que vaya a estar ahí para siempre. Me
encantaría ir a verlo, animarlo, pero no puedo, y eso es algo que tengo que
aceptar, como todo lo demás.

―No te preocupes por mí, ¿de acuerdo? ―Vuelvo a estrechar su cara


entre mis manos, sonriendo―. Irás a Las Vegas y vas a arrasar. Trae el
dinero a casa y abre otro restaurante para que puedas prepararme aún
más comidas.

Se echa a reír y aprieta su frente contra la mía.

―Saldrás en la tele ―añado, sonriendo mientras suelto las manos.

―Sí. ―Solloza.
―Mi sexy esposo en la televisión. Qué genial es eso.

Se ríe y lleva sus manos a mi cara para acunarla.

―Te quiero ahí más que a nadie ―murmura.

―Me gustaría poder estar ahí, pero estará bien. Yo te veré.

―Me voy a tomar el resto de esta semana ―dice―. Quiero pasarla


contigo antes de irme. ―Se aprieta contra mí, sujetando mis hombros―.
Solo estaré fuera unos días para la competencia. Después, volveré a ser
todo tuyo. ―Por la forma en que lo dice, me doy cuenta de que está
tratando de tranquilizarse a sí mismo más que a mí.

Me abraza y hunde su nariz en mi cuello mientras yo le rodeo la espalda


con mis brazos.

―Dime que no harás ninguna locura mientras yo no esté.

Mi risa cae, juguetona. Ligera.

―No haré ninguna locura.

―Ninguna locura en absoluto. ―Se echa hacia atrás y me besa la


frente―. Quiero volver a tu hermosa sonrisa. Tu increíble personalidad.
El amor perfecto que compartimos. ―Estudia mi rostro como si nunca lo
hubiera visto de cerca. Siento que una oleada de inseguridad se despliega
en mi vientre y en lugar de verlo a él, miro por encima de su hombro hacia
la ducha―. Sabes que te amo, ¿verdad? ―pregunta, su voz es profunda y
seria.

―Sí. ―Sonrío―. Lo sé.

Me inclina la barbilla con el dedo índice.

―Te amo tanto, Shannon. Creo que no te das cuenta de cuánto.

―Yo te amo más, Johnny.

Sus dientes se hunden en el labio inferior, esos penetrantes ojos azules


se cruzan con los míos. El aire se detiene a nuestro alrededor, pero algo
nada más profundo dentro de sus ojos.

Deseo.
Anhelo.

Un hambre que no he visto en meses.

Vuelve a meter su parte inferior entre mis piernas y se inclina para


besarme, pero no es el habitual beso en los labios que me da, o el suave
beso con el que me deja cuando se marcha por el día.

No, esta vez hay pasión y fuerza incluidas. Este beso es profundo y
primitivo, y me encanta todo lo que tiene.

Enredo mis dedos en su pelo y él se inclina, haciendo que mi espalda se


apoye en el frío espejo. Mis piernas rodean su cintura y él introduce su
lengua entre mis labios, gimiendo mientras su erección se balancea contra
mí.

Me aferro a él, suspirando, gimiendo y deseándolo tanto, pero sabiendo


que probablemente no me lo dará todo.

Sigue meciéndose entre mis muslos, provocando una fricción que hace
que mi cuerpo se caliente.

Busco el dobladillo de su camisa y tiro de ella hacia arriba. Cuando


consigo quitársela, estudio su cuerpo macizo, los mechones de pelo de su
amplio pecho. Sus labios se separan para sonreír y me quedo sin aliento,
estudiando a mi esposo y toda su gloria masculina.

Mi esposo. Mi hermoso e impresionante esposo.

―Lo siento ―dice. Me abraza, disculpándose en mi oído―. Lo siento,


lo estoy llevando demasiado lejos.

―No ―susurro―. No, John. No pasa nada. Quiero esto, lo necesito.

Él observa mi cara, y mis ojos. Puedo ver la incertidumbre, sus nervios


tratando de sacar lo mejor de él, pero me niego a dejar que se aleje
demasiado en sus pensamientos. En lugar de eso, lo vuelvo a atrapar,
aplastando su boca con la mía y volviendo a rodear su cintura con mis
piernas.
Gime y me toca el trasero, y esta vez no creo que se detenga. Pasó tanto
tiempo, fueron más de tres meses. Ha tenido tanto miedo de tocarme, de
hacer cualquier cosa por temor a empeorar las cosas.

Pero ahora estamos en casa. Juntos. A salvo.

Me acerca al borde del mostrador, se quita los pantalones y los bóxers


y me ayuda a quitarme los pantalones cortos y las bragas. Me penetra,
fuerte y profundamente, y gimo, clavando mis uñas en la piel de su
espalda.

Encierra sus dedos en mi pelo, empujando imprudentemente, con sus


ojos fijos en los míos.

―Te amo ―gruñe, inclinándose hacia delante para que sus labios estén
en mi oreja―. Dios, te amo tanto. ―Me besa el cuello y luego chupa,
agarrándome el trasero y gimiendo.

Varios segundos después, se pone rígido y gime igual que yo. Me


aprieto a su alrededor cuando se libera y grito su nombre. Se estremece y
emite un sonido gutural, liberando meses de frustración acumulada.

Respiramos durante un momento, y yo sonrío como una idiota


aturdida. Se inclina hacia atrás para mirarme.

―¿Estás bien? ―respira, sosteniendo mi cara entre sus manos.

Le beso los labios.

―¿Bromeas? ―Me rio―. Nunca me he sentido mejor, cariño.

Se ríe, me envuelve en sus brazos, me abraza con fuerza y me besa la


parte superior de la cabeza. Yo también lo abrazo y nos quedamos así un
rato, recuperando el aliento y disfrutando de este pequeño momento de
euforia.
Los días que paso con John antes de su viaje a Las Vegas pasan
demasiado rápido. Antes de darme cuenta, le ayudo a elegir corbatas del
armario y a empacar sus artículos de aseo.

Entre los días que paso con él, he tenido muchos controles de salud con
el doctor Barad y he pasado mucho tiempo con Tessa.

Con Tessa, nos hemos pintado las uñas y probado las mascarillas
coreanas que había comprado hace tiempo. Lo mejor de todo es que he
podido subir y bajar las escaleras sin desmayarme ni caerme, e incluso he
podido hacer el desayuno una vez, lo que considero una victoria.

Por supuesto, John estuvo a mi lado durante cada paso, pero no me


importó. Estará fuera durante cuatro días enteros, puede que ponga a
prueba mis nervios de vez en cuando, pero lo voy a extrañar.

Va a ser la primera vez que se aleja de mí durante más de veinticuatro


horas. Mientras me siento en la cama con las piernas cruzadas, doblando
sus camisetas y pantalones cortos, se me escapa una lágrima al darme
cuenta de ese hecho. John está demasiado ocupado en el armario,
rebuscando en los estantes, tratando de encontrar sus camisas favoritas
de chef con sus iniciales.

Aparto rápidamente la frustrante lágrima, no puedo dejar que sea


testigo de eso. Si me ve llorar, no se irá. Encontrará todas las razones para
quedarse y no puedo permitirlo.
Quiero verlo hacerlo antes de que me vaya, y por eso me enderezo y
sonrío cuando sale corriendo del armario, dejando una de sus camisas
sobre la cama.

―Esta la llevé a la tintorería hoy, todo listo para la competencia. ―Me


mira con una sonrisa de oreja a oreja―. ¿Crees que pasaré de la primera
ronda?

Termino de doblar la última camisa.

―¿Bromeas? Vas a arrasar en la primera ronda.

―No lo sé. ―Su cabeza tiembla mientras dobla cuidadosamente la


camisa―. Revisé la lista, hay un montón de grandes y talentosos nombres
que van a estar. Gente de la que realmente he aprendido. Va a ser enorme.

―No importa. ―Me pongo de rodillas, arrastrándome hacia él―. El


mundo no está preparado para John Streeter y eso es un hecho.

Lo abrazo por la cintura, tirando de él hacia la cama conmigo. Él se


sienta, sonriendo mientras me rodea con un brazo, y luego entrelaza
nuestros dedos.

―Voy a ser un desastre sin ti ahí.

―Estarás bien. Drake irá contigo, ¿verdad? Seguro que te apoyará.

Pone los ojos en blanco.

―Mi primo estará demasiado preocupado por la bebida y las strippers


que por mi cocina, nunca ha entendido mi pasión por ella.

Me rio.

―Seguro que estará por ahí. No se lo perdería.

―Sí ―se burla―. Ya veremos. En cualquier caso, te voy a extrañar


muchísimo.

―Yo te voy a extrañar más. ―Inclino la barbilla, permitiendo que


presione sus labios contra mi sien―. No hagas ninguna locura ―me
burlo.
―Estaré demasiado ocupado pensando en ti como para hacer alguna
locura.

―Y cambies las ruedas de nadie en mitad de la noche ―añado riendo.

A él le hace gracia eso, su cuerpo se estremece de risa.

―No lo haré, Chica Rara.

A la mañana siguiente, alrededor las 6:15, me despido de mi esposo con


un beso. El brazo de Tessa me rodea y me abraza mientras estamos de pie
en el camino de entrada, viéndolo partir en el asiento trasero de un Uber.

Durante la última semana he sentido muchas emociones que no puedo


explicar. He estado conteniendo mis lágrimas y negándome a alterarme.
Me gustaría estar lo suficientemente sana como para ir con él. He sido
fuerte, pero no creo que pueda serlo por mucho más tiempo.

Ahora que se va, todo es tan real y siento un hueco en el pecho, una
cavidad que no se llenará hasta que él vuelva.

Y luego está el saber... saber que cualquier día podría no ser capaz de
bajar la escalera o incluso de ir al baño de mi habitación.

Podría ocurrir durante el fin de semana, mientras él está fuera, por lo


que sabemos. Podría ocurrir hoy, mientras él está en su vuelo y no puede
usar su teléfono.

Eso es lo que más me aterra, es la devastación que traerá. Tarde o


temprano esas pastillas azules y blancas no me darán energía y el OPX no
me asistirá.

Se me escuecen los ojos con lágrimas. Intento parpadear para alejarlas,


batiendo las pestañas salvajemente mientras lo veo despedirse por la
ventanilla. Las luces traseras del auto se hacen más pequeñas con la
distancia. Luego, ya no está.

El agujero es más grande ahora, casi como si pequeños hombres


imaginarios estuvieran cavando en mi corazón, paladeando cada vez que
una ola de emoción me invade.

Mis lágrimas finalmente se liberan y Tessa me abraza con más fuerza,


dándome la vuelta y susurrando que deberíamos volver a entrar.

La casa está en silencio, y no ayuda el hecho de que el cielo esté gris y


la lluvia esté en camino. Me siento en la mesa de la cocina, con una taza
de té verde que me ha preparado Tessa. Me permite sentarme en silencio
mientras prepara el desayuno.

No como mucho cuando me trae la comida, solo muevo el tenedor en


el plato.

―Apuesto a que lo hará muy bien ―dice después de dar un bocado a


su tostada francesa.

Quiero sonreír para ella, pero no me atrevo a hacerlo.

Me echo hacia atrás en la silla y abandono el plato.

―Voy a ducharme.

―De acuerdo. ¿Quieres que te ayude a levantarte? ―pregunta, a punto


de ponerse de pie.

―No, estoy bien. ―Le fuerzo una sonrisa.

―Bien. ―Se sienta, pero me doy cuenta de que está indecisa sobre si
dejarme subir las escaleras sola―. Iré a ver cómo estás en un momento.

Asiento con la cabeza, saliendo de la cocina y dirigiéndome a las


escaleras. Miro fijamente hacia arriba y, por alguna razón, las escaleras
me parecen aún más desalentadoras que antes. Oigo a Tessa colocando
los platos en el fregadero y sé que si me ve aquí de pie, preocupada por
una subida de catorce escalones, no me dejará en paz durante el resto del
día, que es lo que quiero. Necesito estar sola por ahora.
Subo, dando cada paso lentamente, conteniendo la respiración. Cuando
llego al final de la escalera, suspiro, satisfecha de mí misma.

En mi cuarto de baño, me desnudo, piso el suelo frío de mármol de la


ducha, la abro y apoyo la cabeza en la pared de enfrente.

El agua caliente se desliza por mi fino pelo, por las hendiduras de mi


espalda. Por suerte, el calor de mis lágrimas se mezcla con el agua. No me
siento tan desamparada. El calor solo reconforta una pequeña parte de mí.

Recuerdo la ducha que tomé hace unos días con John, cómo me abrazó
por detrás, me colmó de besos y luego me hizo girar, dejando que el agua
se derramara entre nuestros labios mientras ambos hacíamos una pausa
para respirar. Entonces, el cristal de la ducha se empañó y todo se llenó
de vapor. No sentí nada más que pura alegría mientras hacíamos el amor,
mientras él me agarraba, acariciando cada parte de mí. Volvíamos a tener
sexo y era mágico.

Lloro aún más fuerte, con el corazón adolorido por los gruesos sollozos.
Lloro hasta que siento que me he quedado sin emociones y entonces cierro
la ducha, salgo con cuidado y envuelvo mi cuerpo en una enorme toalla
blanca.

Entro en mi dormitorio y me siento en el borde de la cama grande. Mi


teléfono suena instantes después.

MAX

Ignoro la llamada.

Vuelve a llamar.

Lo ignoro.

Vuelve a llamar.

No contesto.

Mi teléfono vibra a continuación.

Es un mensaje de texto.
Max: Sé que el sabueso se fue. Contesta y habla conmigo.

Coloco mi teléfono boca abajo en la mesita de noche. No he hablado con


Max desde el día en que John me dijo que se iba a Las Vegas, él se merecía
toda mi atención y menos mal que Max mantuvo la distancia durante todo
aquello.

Suena un golpe en la puerta y Tessa entra trotando con una bandeja en


la mano con fruta cortada y agua encima. Colocándola en el soporte junto
a mí, dice:

―John me dijo que me asegurara de que comieras, y apenas tocaste tu


desayuno. Espero que ese plato esté vacío cuando vuelva, señorita. ―Me
dedica una cálida sonrisa. Le devuelvo una, aunque sé que fue ella quien
le dijo a Max que John se iba. Es como si quisiera odiarlo, pero no puede.
Sabe que Max tiene una manera de levantarme el ánimo―. Voy a llamar
a Danny. Avísame si me necesitas.

Vuelve a salir por la puerta, con el teléfono en la mano, evitando a


propósito mirarme a los ojos hinchados. Cuando esté lista, hablaré con
ella. Ella lo sabe y, por suerte, lo respeta.

Cuando ya no está, mis ojos se posan en la bandeja. Aunque la comida


es lo último que me apetece ahora, cortó sandía y fresas, que son mis
favoritas, y no quiero que se desperdicien.

Bajando de la cama, me dirijo hacia mi armario y saco una camiseta y


unos pantalones de correr. Cuando estoy vestida y me he frotado un poco
de loción, tomo un trozo de sandía y me lo como, pero apenas puedo
saborearlo.

El teléfono vuelve a sonar y me apresuro a tomarlo y a contestar.

―¿Qué, Max?

―Maldita sea. ―Su voz llega a través del receptor―. ¿Interrumpo


algo?

―¿Por qué sigues llamándome? ―pregunto, exasperada.


―No sé nada de ti desde hace unos días. ¿Todo está bien?

―Sí, todo está bien. ―Mi respuesta es seca.

Vacilante, pregunta:

―Shakes, ¿qué pasa? ―Su voz está llena de preocupación. Su


compasión se siente como la sal que se frota en una herida profunda. Me
escuece.

―Estoy bien. ―Hago todo lo posible para que no se me quiebre la voz.

―Puedes hablar conmigo. Recuérdalo.

Me siento en el borde de la cama, dando golpecitos con el pie, mirando


las uñas rosas de mis pies para evitar las lágrimas. No funciona.

Me quedo callada un rato y luego suspiro.

―Es... John... ―Finalmente, me derrumbo. Me rompo porque ni


siquiera puedo decir su nombre en voz alta sin sentir un dolor―. Es John.
―Mi voz está llena de lágrimas. Quiero llorar pero, de alguna manera,
mantengo la compostura.

―¿John? ¿Qué quieres decir? ¿Qué pasó?

No puedo hablar. Tengo tanto que decir, pero no puedo hablar. Nunca
en mi vida me he sentido tan débil. Tan impotente. Tan inútil. Nunca. No
puedo viajar, no puedo respirar, apenas puedo hablar.

―¿Shannon? ―me llama.

Me derrumbo, dejando caer el teléfono y sollozando. Cuando recupero


la compostura, vuelvo a levantar el teléfono, tragando aire.

Max maldice en voz baja.

―Iré a Charlotte. ―Cuelga y, con poco esfuerzo, dejo caer el teléfono


al suelo, me dirijo a los interruptores de la luz y apago todas las luces. El
sol sigue saliendo, pero las cortinas negras me ayudan a esconderme.

Me deslizo bajo las sábanas, acurrucándome en posición fetal,


permitiendo que me cubra más oscuridad. Las lágrimas se deslizan por el
puente de mi nariz y caen sobre las almohadas.
Mi cuerpo se estremece y tiembla durante casi veinte minutos. Antes de
darme cuenta, me quedo dormida.

Cuando me despierto, afuera hay más luz, las nubes grises han
desaparecido, me incorporo y miro alrededor de la habitación, esperando
que mi esposo entre en cualquier momento. Pero entonces recuerdo que
no está aquí. No puedo estar con él porque soy inútil y estoy enferma.

Veo el despertador. Las 11:15 de la mañana.

Suspirando, me acurruco de nuevo bajo las sábanas. Tal vez pueda


dormir mis días hasta que él regrese.
Una mano me toca el hombro y luego unos dedos suaves me pasan por
el pelo. Por un momento, creo que es John... es decir, hasta que oigo la voz
familiar.

―¿Shakes? ―Levanto la vista hacia unos iris color miel. Max sonríe y
vuelvo a cerrar los ojos.

Se pone en cuclillas frente a mí.

―¿Qué demonios te pasa?

Miro más allá de él, dándome cuenta de que las cortinas se han corrido
y el sol no está tan alto en el cielo.

―¿Qué hora es? ―grazno.

Max mueve la muñeca para revisar su reloj.

―Casi las 5:15 de la tarde. ―Suspira―. Tessa me dijo que no te


molestara mientras duermes, pero llevas dos días en esta habitación. Tu
médico ha entrado y salido, pero dice que estás bien.

―¿Lo hizo? ―Vaya. No me había dado cuenta. Recuerdo haberme


despertado un par de veces para ir al baño, pero sobre todo recuerdo
haber llorado hasta quedarme dormida.

―Háblame ―suplica Max.

El labio inferior me tiembla y, a estas alturas, estoy emocionalmente


agotada y dispuesta a descargarlo todo sobre él. No creo que sea capaz de
soportar la presión, pero cuando me mira, totalmente preocupado, siento
que no tengo más remedio que dejar salir algo.

―Es John ―susurro, y luego trago grueso.

―¿Estás molesta porque se fue?

―Un poco más que molesta.

Se debate entre dedicarme una sonrisa comprensiva o fruncir el ceño.


Mi preocupación desaparece por un instante. Es bonita la forma en que su
cara intenta configurarse a una sola emoción.

―Quería ir con él, pero ni siquiera puedo hacerlo, Max. Ya ni siquiera


puedo crear recuerdos con mi esposo. Estoy atrapada aquí, soy una
maldita inútil.

―Eso es una mierda. Todavía puedes ir a lugares.

―Pero no pude ir ahí por culpa de mis malditos pulmones.

Él observa mi cara, estudiándola.

―No deberías pensarlo así. Ese es solo un lugar en el mundo. Hay más
lugares a los que ir.

―Es demasiado tarde para ir a cualquier sitio o hacer algo, Max.


―Resoplo―. Me estoy muriendo lentamente. Apenas puedo caminar por
un puto parque. ¿Qué sentido tiene?

Aprieta los labios, poniendo una mano en la parte superior de mi brazo.

―Volverá. Estoy seguro de que ya te echa de menos.

―¿Cómo lo sabes? ―pregunto con una pizca de frustración―. Ni


siquiera te agrada.

―Porque yo te echaría de menos. ―Sus ojos se suavizan mientras me


acaricia el brazo. Mis ojos se fijan en sus cálidos iris de miel antes de
apartarse. Limpiando una lágrima, retiro mi brazo de su mano y él se
pone de pie, suspirando―. Vamos, Shannon ―murmura, extendiendo las
manos―. Tienes que levantarte, tenemos que sacarte de esta casa. Puede
que sea eso lo que te está bajando el ánimo, él está en todas partes en este
lugar, lo hueles, ves sus fotos, todo en esta casa probablemente te recuerda
a él.

Es cierto.

―Vamos ―repite, moviendo los dedos y haciendo un gesto para que


me levante.

Como no me muevo, me levanta de un tirón y yo gimo dramáticamente.

―¿Y a dónde vamos?

―A cualquier sitio.

―Al parque no ―le digo.

―No tiene por qué ser el parque. ¿Tal vez a tomar un helado? Podemos
llevar a Tessa.

Una sonrisa toca mis labios, pero no mis ojos.

―A ella le encantaría ―y el hecho de que se ofrezca a llevarla me deja


atónita. Odian tratar entre ellos, pero veo que, para animarme, ambos
están dispuestos a soportarse. Supongo que esto está bien.

―Vístete ―me ordena, ayudándome a bajar de la cama y luego camina


hacia la puerta―. Te espero abajo cuando estés lista.

Asiento con la cabeza y veo cómo se cierra la puerta tras él. Cuando se
va, me siento en el borde de la cama y vuelvo a ver la pared blanca de
enfrente. Reviso mi teléfono y me alegra ver que John me envió un
mensaje anoche, incluso hay una llamada perdida de él.

Hola, cariño. Llegué a Las Vegas y me registré en el hotel. Hace mucho calor
aquí. Tengo algunas reuniones e invitaciones hoy y luego tomaré unos tragos esta
noche con algunos chefs. No quiero que me esperes despierta. Te llamaré mañana
cuando pueda. ¿Estás bien?
Empiezo a responder, con el pulgar sobre el teclado. Podría decirle que
no estoy bien y que lo quiero en casa más que nunca, pero no lo haré. John
se merece estar en un lugar sin remordimientos ni preocupaciones.

Además, Max tiene razón. Estar aquí todo el día, encerrada en una casa
que me pertenece a mí y a mi esposo solo me desgastará. Podría sentarme
aquí y lamentarme por la ausencia de John y la verdad de que podría
morir en cualquier momento, pero no lo haré. Tengo que ser más fuerte,
hacer algo conmigo misma. Si no por ellos, al menos por mí misma.

Así que le devuelvo el mensaje a mi esposo:

¡Me alegro de que lo estés pasando bien! Estoy perfectamente. Disfruta de tu


viaje y llama o manda un mensaje cuando quieras. No hay problema. Tendré mi
teléfono a la mano.

Después de enviarle el mensaje, me levanto y me dirijo a mi armario,


saco un mono azul marino y lo tiro sobre la cama.

En el cuarto de baño, me cepillo los dientes, me aplico un poco de brillo


en los labios, una ligera capa de máscara de pestañas, me cepillo el pelo y
me visto rápidamente, tomando mi sombrero marrón favorito y mis
sandalias.

Me miro bien en el espejo cuando termino. El mono me queda un poco


grande, pero tendrá que servir. El sombrero es muy elegante, me lo regaló
mi hermana. Tomo mi mochila propulsora, la enciendo y añado una
nueva bolsa de OPX, y la meto con cuidado en la mochila negra.

Tras ajustarme los tubos, salgo del dormitorio y me detengo en lo alto


de la escalera. Max ya está esperando al final de esta, sentado en el
penúltimo escalón, de espaldas a mí. Cuando me oye bajar, se asoma por
encima del hombro para mirarme.

Se levanta y sube las escaleras de dos en dos, ayudándome a bajar el


resto del camino. Cuando llegamos al final, me sostiene con sus manos en
los hombros. Me mira durante un buen rato, haciéndome sentir más que
incómoda.

―¿Qué? ―pregunto, bajando la cabeza.

―Estás muy guapa. ―Retrocede y me mira de nuevo―. Adelante


―dice, mostrando una sonrisa torcida―, haz un baile.

―Oh, no. ―Le hago un gesto con las manos, riéndome mientras me
pongo la mochila sobre los hombros―. No estoy de humor para bailar.

―¡Vamos! Hace tanto tiempo que no veo a la pequeña Shakes en acción.

―La pequeña Shakes ya no es capaz de hacer esas cosas ―me rio.

―Seguro que sí. Vamos, ¡dame vida, Shakes!

Lo miro, luchando contra una sonrisa.

―Estás loco si crees que voy a bailar para ti ahora mismo, Max.

―¡Vamos! Apuesto a que te hará sentir mejor. Siempre se te ha dado


bien un baile rápido con los hombros.

―De acuerdo, está bien. Bien. ―Doy un paso atrás y miro alrededor de
la casa, sacudiendo la cabeza. No puedo creer que esté a punto de hacer
esto. Sin dejar de sonreír, hago un rápido movimiento con los hombros y
suelto una carcajada mientras lo miro―. ¡Esto es tan tonto sin música!
―grito, pero eso no me impide levantar las manos y agitarlas delante de
mí.

Max se echa a reír y da dos palmadas.

―Oh, chica ―resopla, llevándose las comisuras de los ojos cuando dejo
de bailar―. No tienes ni idea de lo mucho que necesitaba esa risa.

Me ajusto la mochila, sintiendo que mi cara está a punto de romperse


de tanto sonreír.

―He terminado de avergonzarme por ti. Por eso, tú pagas el helado.

Me pasa un brazo musculoso por los hombros y se dirige a la cocina,


donde seguro que está Tessa.
―Créeme, por ese ridículo rebote de hombros vale la pena pagarlo.

Llegamos a una heladería cerca del centro de Charlotte.

Técnicamente se supone que no debo comer helado, pero mi esposo no


está y necesito un estímulo dulce como éste. Me zambullo en mi helado
de cookies and cream en cuanto me lo dan, lamiendo la cuchara después
de cada bocado.

―Oh, mi Dios. ―Tengo la boca llena y fría, pero no me quejo―. Esto


está delicioso. Hacía tanto tiempo que no comía helado.

―¿Acaso recuerdas la última vez que lo comiste? ―pregunta Tessa,


mordiendo su helado de tarta de fresa.

―Sinceramente, ni siquiera me acuerdo. ―Doy otro mordisco, y el


crujiente y chocolatoso sabor de las galletas asfixia mis papilas
gustativas―. Pero te juro que ahora mismo puedo saborear todo. ¿Sabes
qué? Usa el chocolate, Tessa. A partir de ahora, hazme un helado a
escondidas.

―Ya lo tiene, señora ―se ríe.

―A todo esto, ¿por qué no se te permite tenerlo? ―pregunta Max,


mordiendo su perrito caliente―. Todo el mundo se merece un poco de
helado aquí y allá.

Me encojo de hombros.

―El doctor David, mi antiguo médico, juró que podría alterar el


funcionamiento del OPX. ―Miro mi mochila propulsora―. Creo que
estaba exagerando. Aparte de no poder hacer muchas actividades
extenuantes, nadie sabe realmente lo que estará bien y lo que no con el
OPX, ya que es un tratamiento tan nuevo. Como el tema del chocolate y
los dulces. ―Apunto con mi cuchara roja a Tessa, pero mantengo la
mirada en él―. El doctor David juró que me perjudicaría, que me causaría
malestar estomacal si se mezclaba con el tratamiento. Pues bien, una
noche Tessa me dio a escondidas una barrita entera, me comí la mitad y
me sentí bien. Creo que mientras coma cosas con moderación, está bien,
incluso le pregunté al doctor Barad sobre todo el asunto de los dulces y el
OPX y me dijo que nunca oyó hablar de tal cosa.

―Entonces, ¿te gusta tu nuevo médico? ―pregunta Max.

―Es mucho mejor.

―Yo también lo amo ―añade Tessa―. Ahora tiene mucha más energía.
La receta que le dio es jodidamente increíble. Es la mayor energía que he
visto en ella en semanas. No la seda, lo que me gusta. El doctor David
tenía constantemente una intravenosa en su brazo. Es un buen médico,
pero no era adecuado para Shannon. ―Tessa resopla y me mira―. Tal vez
por eso John no te quería en casa. Porque sabía que no tendrías suero y
serías libre de hacer lo que quisieras.

Sonrío.

―Sí, apuesto a que desearía que lo tuviera ahora mismo. Así estará
seguro de que no voy a hacer ninguna locura.

―¿Qué, te hizo prometer que no harías ninguna locura? ―pregunta


Max, tomando su bebida, sonriendo.

―Después de lo que pasó en el parque, por supuesto que lo hizo.

―¿De verdad piensa que pasará lo peor?

Tessa se queda callada mientras se encuentra con mis ojos. Ella ya sabe
la respuesta a esa pregunta.

―No es que piense que pasará lo peor ―murmuro―. Es que sé que


ocurrirá tarde o temprano. ―Miro mi taza casi vacía, apretando los labios.

Hay silencio entre nosotros durante varios segundos, y luego el


teléfono de Tessa vibra sobre la mesa.
―¡Es Danny! ―Se levanta de un salto y se aleja corriendo, caminando
hacia mi Lexus blanco. Sé que se alegra de haberse salvado de la
incomodidad.

―Bien, el hombre es protector y todo eso, pero... supongo que lo


entiendo, y que estoy un poco celoso de él. ―Max se sienta a mi lado,
exhalando mientras se concentra en la mesa de madera―. No podemos
pretender que no ocurra. La vida es jodida, todos lo sabemos.

―Sí...

―Así que si tiene miedo de que su mujer fallezca mientras él no está,


tiene sentido.

―Exactamente. Ahora puedes ver por qué estaba en mi dormitorio


empapando las sábanas con mis lágrimas. Eso es precisamente lo que
temo. No quiero que se vaya, pero tampoco quiero alejarlo de sus sueños.
No es su culpa que yo esté enferma y no pueda ir, ¿sabes?

―Es cierto.

Inhalo, luego exhalo lentamente y me pican los pulmones.

Una niña pasa, señalándome mientras lame el helado apilado en su


cono. Max le frunce el ceño mientras la madre se aleja a toda prisa con
ella, regañando a su hija mientras la mete en el auto en su asiento para
niños.

Suelto una carcajada. Ya es difícil ofenderse cuando la gente me señala


y mira. Sé qué aspecto tengo con estos tubos en la nariz.

―Probablemente parezco un zombi de The Walking Dead en este


momento.

―En absoluto ―dice Max con indiferencia―. Probablemente nunca ha


visto a nadie con los tubos en público. ―Se gira para mirarme, barriendo
su mirada de arriba a abajo.

―¿Qué? ―pregunto rápidamente.

―No lo entiendo. Quiero decir, ¿te has visto al espejo últimamente?

―Sí. Muchas veces, tonto ―respondo.


―Pues entonces no debes ver lo que yo veo.

Lo miro mal.

―Bueno, está bien. ―Levanta las manos en el aire para defenderse―.


Sí, puedo decir que has perdido algo de peso y que tu pelo no es tan
grueso como antes. Tu piel también está más pálida, pero eso no significa
que no sigas siendo hermosa, Shannon. ―Aparto mis ojos de los suyos,
concentrándome en mi helado derretido―. Ha habido algunos cambios,
pero eran de esperar, así que puedes dejar de llamarte fea, horrenda,
asquerosa... lo que sea que te llames estos días. Créeme, estás muy lejos
de eso. ―Levanto la vista y sus ojos brillan a la luz del sol, tan marrones
como el whisky.

―Lo que sea, Maxi Pad. ―Tomo mi cuchara y me distraigo terminando


mi helado.

Todavía puedo sentir sus ojos sobre mí, recorriendo lo que queda de mi
frágil cuerpo. Sigue encontrándome atractiva, y no puedo evitar
preguntarme cómo.

Puede que no sea completamente horrible, pero cuando una chica pasa
por un cambio tan drástico en tan poco tiempo, las inseguridades están
destinadas a consumirla.

―¿Desearías estar aquí con él en vez de conmigo? ―me pregunta.

Levanto la cabeza, igualando su mirada.

―¿Q-qué?

―Ya me oíste.

Mis cejas se juntan y mi corazón late un poco más rápido.

―¿Por qué me haces esa pregunta?

―Es solo una pregunta, puedes ser sincera conmigo. ―Esboza una
sonrisa torcida y luego se vuelve para mirar al frente, a los edificios que
están al otro lado de la calle.

Estudio cada rasgo de su rostro.


―Max, me alegro de que estés aquí. No me preguntes cosas como esas.
No puedo ocuparme de eso, no en este momento.

―De acuerdo. ―Él levanta las manos en el aire―. Tienes razón. No


debería ponerte en una posición así. Me disculpo.

El alivio me atraviesa.

―Pero estás bien, ¿verdad?

Levanto la vista.

―Quiero decir, sé que lo extrañas, pero ¿estás bien? ¿No te sientes


demasiado sola?

―No. ―Le tomo la mano y se la aprieto―. Contigo y Tess cerca, estaré


bien hasta que él vuelva.

Asiente con la cabeza y mira nuestras manos. Yo también veo, y luego


alejo la mía rápidamente, tomando mi cuchara de nuevo.

―Tessa me dijo que se iría en unos días ―murmura―. Dijo que te


quedarías aquí con una enfermera que ni siquiera conoces.

―¿Sí? ¿Y?

―Y no me gusta la idea.

―Bueno, no hay mucho que puedas hacer al respecto, Max. Ya está


planeado, además no puedo ir a ningún otro sitio.

―Oh, creo que puedo hacer algo. ―Moviendo las cejas, inclina las
caderas para sacar una hoja de papel del bolsillo trasero, y luego la golpea
sobre la mesa frente a mí. Cubre las palabras con las manos para que no
pueda verlas―. Ahora, antes de que veas lo que te voy a enseñar,
prométeme una cosa.

―¿Qué?

―Prométeme que lo pensarás primero antes de darme cualquier tipo


de respuesta.

Observo su rostro durante un breve instante. Espera que se lo prometa,


pero no lo hago porque no tengo ni idea de lo que le estoy prometiendo.
Max siempre fue así, haciéndome prometer sorpresas que muchas veces
no me importaban.

Sabiendo que no voy a responder de inmediato, destapa el papel y lo


tomo, leyendo por encima. Mi corazón late con fuerza cuando leo las
palabras; ahora puedo oír el latido en mis oídos.

Desplazando mis ojos hacia los suyos, empiezo a hablar, pero


realmente, ¿qué puedo decir?

―Max... yo... ¿qué es... ―Ni siquiera puedo terminar la frase. Estoy
demasiado concentrada en las palabras impresas en el trozo de papel que
tengo en las manos―. ¿Tienes billetes de avión a París?

Se encoge de hombros como si no fuera gran cosa.

―Te dije que un día te llevaría.

―Max... quiero decir, esto es increíble, créeme, pero aunque quisiera ir,
¿cómo podría? Esto está a horas de distancia. John nunca lo aprobaría y
estoy segura de que el doctor Barad ni siquiera me daría luz verde para
ir. ―Le devuelvo los billetes.

―Hablé con el doctor el día que te llevé al parque ―dice―. Lo atrapé


justo antes de salir de tu casa y le pregunté. Sabe que hay un riesgo, pero
no dijo exactamente que no. Cree que es una buena idea llevarte a algún
sitio como última escapada. Dijo que te quedan al menos tres meses más,
quizá más si el tratamiento sigue funcionando.

Me ilumina su respuesta.

―No me acerqué mucho a ti la semana pasada porque, para empezar,


Tessa me dijo que me apartara. ―Pone los ojos en blanco y me rio―. Pero
también porque estuve en contacto con el doctor Barad. Te hizo algunas
revisiones y me dijo que estabas lo suficientemente estable. Me
recomendó un médico que conoce en París y que puede enviar
actualizaciones, uno al que puedes ver a diario mientras estamos ahí. Me
dio toda su información y me dijo que mientras estés en primera clase y
tomes tu cosa del tanque OPX, deberías estar bien.
―¿Hablas en serio? ―pregunto, y por alguna razón me siento sin
aliento. Pero esta vez no es por mis pulmones. No, es por esta repentina
comprensión. Podría ir a algún sitio. Podría viajar.

―No estoy bromeando ―dice, sonriendo con suficiencia.

―¡Oh, Dios! ―Chillo, lanzándome hacia delante para abrazarlo. Max


me toma en brazos y se ríe. Quiero abrazarlo tan fuerte ahora mismo, pero
entonces se me ocurre un pensamiento rápido.

Me inclino hacia atrás para mirarle a los ojos.

―¿Qué pasa con John? ¿También hablaste con él?

―Sí... esa es la parte difícil. ―Hace un gesto visible de dolor y se rasca


la parte superior de la cabeza.

Mi sonrisa cae y me alejo.

―¿No hablaste con él?

―No, pero quería hacerlo. No sé. Supongo que pensé que podrías
tomar tus propias decisiones. ―Me agarra las manos, mirándome
fijamente a los ojos―. Por eso te pedí que me prometieras que lo
pensarías. Porque sé que lo más probable es que le preguntes o se lo digas
a John y dejes que te meta en la cabeza que es un viaje demasiado largo.

―Bueno, tengo que decírselo. Si me decido a ir y no se lo digo se va a


asustar.

―Créeme, lo entiendo, Shannon. Escucha, no te estoy obligando a ir, y


no me molestaré si te niegas. Siempre puedo darle las entradas a Tessa y
a su prometido si es necesario, o a algún otro conocido, pero si sirve de
algo, creo que te mereces ir ahí. Fue lo único de lo que hablaste durante
años y siempre quise ser el que te llevara ahí. No él. Yo. Lo prometí. Te
debo este sueño, Shannon.

Nuestras miradas se enganchan.

―Max... no sé si puedo...

―La decisión es tuya. Como te dije, no puedo obligarte a hacer nada y


no me molestaré si decides que no quieres hacerlo, pero piénsalo así: John
fue a cumplir el sueño de su vida. Tú deberías poder hacer lo mismo, sin
importar el estado en que te encuentres. Tienes el permiso del médico.
Tienes una recomendación para un médico en París y me haré
responsable y me aseguraré de que asistas a cada una de las revisiones.
Incluso Tessa cree que deberías ir, ella quiere esto para ti. ―Miro el Lexus,
a Tessa de pie con la espalda apoyada en la puerta del auto, sonriendo con
el teléfono pegado a la oreja. No es de extrañar que haya estado tan alegre,
y tan de acuerdo con volver a casa con Danny. La mayoría de las veces se
resiste, deseando poder quedarse más tiempo―. Queremos esto para ti,
Shakes. Te mereces tener esto.

Bajo la mirada. Vaya. Esto es tan, tan difícil. Si voy a París, John no estará
contento. Nunca me lo perdonará, especialmente si me voy con Max de
entre todas las personas, un hombre que no conoce demasiado bien.

―Solo piénsalo. ―Max me agarra por los hombros, sacándome de mis


pensamientos―. Está bien ser egoísta por una vez. Si alguien tiene
derecho a ser egoísta en este momento, eres tú. Tienes que dejar de
preocuparte en algún momento y simplemente vivir tu maldita vida.

¿Y quieres saber la parte más loca? Las palabras de Max jugaron al ping
pong en mi mente durante el resto del día. Incluso cuando ya se había ido
y me quedé en mi habitación, sentada en la silla redonda acolchada frente
a la ventana de la bahía con mi teléfono móvil en la mano, era lo único en
lo que podía pensar.

¿Y si llamaba a John y le decía que iba a volar a París? ¿Y entonces qué?


Él nunca lo aprobaría. Probablemente volaría aquí a primera hora solo
para asegurarse de que nunca me fuera. Se perdería la competencia por
mi culpa. Incluso si estuviera tan saludable como un caballo, no me
permitiría ir sin él. Me diría que lo esperara para poder ir también.

Me quedo de pie, mirando por la ventana y observando la puesta de


sol. Las salpicaduras de color rosa y naranja iluminan el cielo, las nubes
espesas con tonos de lavanda.

¿Y si pudiera ver la puesta de sol detrás de la Torre Eiffel? ¿De cerca y


en persona? Montar en bicicleta por la ciudad, caminar por la ciudad de
noche. ¿Y si...?
Voy a mi mesita de noche, saco el collar que me regaló Max y lo llevo a
la ventana. Entrecierro un ojo mientras sostengo la pequeña torre frente a
la puesta de sol.

El collar brilla a la luz del sol. Es bonita, pero no es la auténtica. Bajo el


brazo y me siento en la silla, observando de nuevo la puesta de sol.

¿Quedarme o irme?

¿Salir o reposar?

¿Vivir o morir?

La última pregunta es mi píldora de la verdad. Vivir o morir. Esa


pregunta hace que la respuesta sea tan simple. Voy a morir de todos
modos, más vale que me vaya con una explosión.

Me dirijo a mi armario, tirando el móvil en la cama por el camino. Saco


una maleta, tratando de no dejar que la culpa me consuma y centrándome
en las cosas que voy a llevar.

Estoy cansada de contenerme, cansada de esta vida aburrida y


deprimente. Tendré cuidado, sé que debo tenerlo, puedo ir en una silla de
ruedas eléctrica si es necesario. No me importa, solo sé en mis entrañas
que tengo que ir.

Es otro país, el país de mis sueños. No puedo perder esta oportunidad.


Tengo que cumplir todo lo que quiero hacer con el resto de mi vida y París
es el número uno de mi lista de deseos. Sin ir ahí, ¿habré vivido de
verdad? ¿Seré feliz cuando esté en mi lecho de muerte, aferrada a mis
últimos suspiros, imaginando todas las formas en que podría haber
vivido?

La respuesta es no. No seré feliz. Me arrepentiré de no haber ido, y una


cosa que una moribunda nunca debería hacer es arrepentirse de los
últimos momentos de su vida, porque esos son especiales.

Esos momentos son los más importantes.


Después de que Tessa y yo desayunamos, la observo empacar sus
pertenencias de la manera menos entusiasta posible. Antes de darme
cuenta, estamos fuera y ella está metiendo las maletas en el asiento trasero
de su auto.

―Shannon, por favor, cuídate ―me suplica, reuniéndose conmigo y


rodeando mi cuello con sus brazos. Apoya su barbilla en mi hombro,
prueba de que no me dejará marchar durante un tiempo―. Me alegro de
que hayas decidido contarle a John.

Le devuelvo un tierno abrazo, suspirando sobre su hombro.

―Lo sé, solo me gustaría que contestara al teléfono. Se me acaba el


tiempo.

―Bueno, si no contesta, vete. No dejes que eso te detenga. Solo cuídate,


¿okey?

―Me cuidaré. Lo prometo.

Se retira y se aferra a la parte superior de mis hombros.

―Me gustaría poder ir yo también, para poder verte mientras duermes


y asegurarme de que respiras después de tanta aventura.

Me rio.

―A mí también me gustaría, pero tienes un futuro esposo esperándote


en casa. Además, sabes que no puede quedarse mucho tiempo solo,
podría quemar la casa intentando cocinar para ti.
Se ahoga en una carcajada, sacudiendo la cabeza mientras me suelta.

―No puedo creer que aún recuerdes eso.

―¿Cómo puedo olvidarlo? Nunca he conocido a un hombre que no


sepa asar una hamburguesa. ―Le agarro las manos, sonriendo―. Te
prometo que si no me encuentro bien serás la primera persona a la que
llame. Si no puedo, le diré a Max que te llame.

―De acuerdo. ―Ella suelta un suspiro, soplando hacia arriba y


haciendo que su flequillo se balancee―. Dile a ese imbécil que no haga
ninguna estupidez. ―Ella levanta un puño en el aire―. Si lo hace y me
entero, le llenaré la boca con mi puño. ―Agita el puño en el aire,
demostrando la consecuencia.

Me echo a reír.

―Confía en mí, no lo hará. Ya lo hablamos y llegamos a un acuerdo.


Esto es solo para cumplir una promesa.

―Bien. ―Me atrae de nuevo con un gemido, abrazándome con fuerza,


luego se separa, me besa la mejilla y se dirige a su auto―. ¡Bueno,
diviértete! ―dice antes de subir―. ¡Y tómate muchas fotos!

―Lo haré.

―¡Y llámame cuando llegues! ¡Lo digo en serio!

―¡Ya lo creo! ―Le aviento un rápido beso al aire mientras se sube al


auto, lo arranca y sale de la acera. Me saluda por la ventanilla y yo le
devuelvo el saludo, y se va.

La cosa con Tessa es que me pregunto cómo seguirá sin mí cuando


llegue el momento. Siempre hemos sido muy unidas y estábamos
prácticamente unidas por la cadera hasta que se fue a la universidad.

Cuando me doy la vuelta para entrar en la casa, no puedo evitar pensar


en nuestra madre y en lo bien que hemos estado sin ella.

―Te traje un poco de avena. ―Mi madre entra por la puerta, con sus delgadas
extremidades dobladas mientras se sienta a mi lado. La miré con el ceño fruncido
mientras colocaba la avena de aspecto desagradable en la mesa junto a mí―. Hay
pasas y azúcar morena, tal y como la comías.

―Ya no me gustan las pasas ―murmuré.

―¿Ah, sí? ―Levantó una ceja, mirándome, pero no a los ojos. Rápidamente
se centró en el centro de su regazo, en sus pantalones rotos. Su piel morena estaba
calcárea y arrugada, y sus labios agrietados. Tenía un aspecto horrible―. No lo
sabía. Supongo que las cosas cambian después de diez años, ¿no? ―Intentó reírse,
convirtiéndolo en una broma, pero me senté hacia adelante, lo que hizo que John
se levantara del sofá de la habitación del hospital y se pusiera a mi lado.

Levanté la mano, negando con la cabeza. Sí, acababa de salir de un


medicamento que me había sedado mucho. Estaba cansada y de mal humor y
estuve vomitando toda la mañana, pero no iba a dejar que se saliera con la suya
con comentarios como ese. Ya no.

―¿Por qué viniste aquí exactamente? ―Mi voz era áspera―. ¿Qué demonios
te dio el valor de aparecer así?

No tenía ni idea de cómo había averiguado dónde estaba. Supongo que


investigó, preguntándole a viejos amigos, o tal vez vio un artículo sobre John en
el periódico. Ella leía mucho el periódico cuando yo era más joven, comprobando
cuál de sus amigos era arrestado por alguna mierda ilegal.

Mi madre me vio sorprendida, odiaba que sus ojos fueran tan parecidos a los
míos.

―Me enteré de que mi hija se estaba muriendo.

―No, te enteraste de que ahora estoy casada con John. Te enteraste de que me
estaba muriendo cuando aún estabas en la cárcel y no le diste importancia cuando
te escribí. No te dije nada sobre John, ¿y ahora de repente recibo una llamada
acerca de que te gustaría conocerlo? ―Me eché hacia atrás, cruzando los brazos
sobre el pecho con fuerza―. Pura mierda.

Ella miró por el rabillo del ojo a John. Él suspiró y se dirigió a la puerta.

―Les doy un minuto.

―No. ―Lo detuve antes de que pudiera salir por la puerta. Ella ya no me veía.
Su concentración había volado por la ventana hace mucho tiempo. Se rascaba el
cuello, los brazos, su destrozado y asqueroso pelo castaño. Era una adicta. No
podía soportarlo―. Ni te molestes en irte porque ella ya se va.

Finalmente, ella se encontró con mis ojos.

―Shannon...

―Vete, Allie. Ahora. ―Me senté de nuevo, sintiendo un dolor en el pecho, pero
por primera vez no era por las medicinas o el OPX. Era como si mi pecho se
hubiera abierto y toda la emoción se derramara. Mi madre se puso de pie, tomando
el bolso de imitación que había junto a su silla, con los ojos brillantes.

―Está bien. Volveré mañana, quizá te sientas un poco mejor. He oído que esa
cosa de la OP que te ponen te da malos efectos secundarios, te hace sentir mal o
algo así.

Me burlé y me senté de nuevo hacia adelante mientras ella agarraba el pomo de


la puerta.

―No, creo que no lo estás entendiendo ―solté antes de que pudiera irse.

Ella parpadeó, girándose a medias.

―Nos dejaste a Tessa y a mí para que nos cuidáramos solas. La abuela nos
acogió, pero estaba enferma y no podía hacer mucho y tú lo sabías, pero la dejaste
con esa carga. ―Sacudí la cabeza, con lágrimas calientes en los ojos―. Tenía
diecisiete años cuando murió, mamá. Diecisiete años con dos putos trabajos y
viviendo en una casa de acogida con un tutor de mierda. Podríamos haber vivido
con la tía Jessie, pero mentiste sobre ella y dijiste que también se drogaba contigo.
Por tu culpa, me atrasé en la escuela porque estaba cuidando de mi hermanita y
de mí. Tengo suerte de haberme graduado.

Ella parpadeó de nuevo y yo realmente, realmente quería abofetearla por actuar


tan estupefacta, como si no supiera nada de esto.

―¿Qué estás diciendo, Shannon?

―Estoy diciendo que no quiero que vuelvas a verme nunca más. No estuviste
ahí para mí antes, cuando más te necesitaba, así que definitivamente no te necesito
ahora. Tessa por fin está ganando estabilidad, por fin vive su vida como debe ser.
Ella ni siquiera sabe que estás aquí y creo que sería mejor mantenerlo así. Si ella
quiere verte por su cuenta, puede hacerlo, pero no permitiré que vuelvas a
irrumpir, actuando como si todo pudiera ser arco iris y puto sol. No lo haré, Allie.
Me niego. Perdiste ese derecho el día que decidiste que hacer y vender drogas era
más importante que cuidar de tus hijas. ¿Y quieres saber lo peor de todo esto?

Me miró con sus ojos brillantes esperando a que terminara.

―Lo peor es que no has preguntado por Tessa ni una sola vez desde que
entraste en esta habitación. ―Me burlé―. Sigues siendo la misma, solo te
preocupas por ti misma. Nunca cambiarás.

Su cara estaba manchada de lágrimas para cuando terminé de hablar. No estaba


segura de si estaba dolida por mis palabras, o simplemente disgustada por no
haber conseguido dinero para gastar en drogas, así que le dije a John que le diera
los cien dólares que tenía en mi bolsa de noche y luego le dije que no volviera
nunca más: que prefería morir en ese momento antes que ver su cara un segundo
más.

No me importaba lo que hiciera con el dinero, pero una parte de mí esperaba


que lo utilizara para comprar las malditas drogas y se olvidara de mí, que olvidara
que alguna vez me había dado a luz.

No puedo mentir.

Me arrepiento un poco, pero en el fondo estoy enojada con mi madre,


estoy enojada porque quería crecer con ella como una adolescente normal.
Hubo un tiempo en el que la admiraba y la respetaba, antes de las drogas
y las experiencias cercanas a la muerte.

Mi madre significaba el mundo para mí cuando era una niña. Como


todos los niños, piensan que sus padres son perfectos. Pero cuando crecí
y me di cuenta de sus defectos, también me di cuenta de que amaba las
drogas y el dinero más que a sus dos hijas. Eligió la vida de fiesta por
encima de nosotras, la mayoría de las veces ignorando el hecho de que
estaba casada.

Papá era genial. Nos quería con todo su corazón, pero perdió su trabajo
como guardia de seguridad en un centro comercial, quedando a cargo de
su mujer para cuidar de la familia mientras buscaba trabajo. Ella recurrió
a la táctica más fácil para ganar dinero cuando la despidieron: convertirse
en traficante de drogas.

Ya entonces nos quedábamos solas, pasando algunos días con la tía


Jessie, hasta que mi madre se puso celosa de cómo nos cuidaba y le dijo
que no volviera a venir.

Cuando mi madre fue condenada a diez años de prisión, consiguió que


nos quedáramos con nuestra abuela en lugar de con la tía Jessie, todo por
una mentira que contó sobre su propia hermana. Eso provocó una
investigación y no fue agradable.

La tía Jessie nos trataba a Tessa y a mí como princesas, como si fuéramos


sus propias hijas. Como no pudo tener hijos propios, nos acogió con los
brazos abiertos y nos ayudó mucho cuando nuestra madre estaba
demasiado drogada para hacer algo.

Era mejor que mi madre, y estoy segura de que mi madre lo sabía. Lo


que hizo fue más bien un acto de despecho hacia la tía Jessie, ella luchó
por nosotras, pero, por desgracia, murió mientras dormía seis meses
después de que nuestra madre fuera condenada, se enfermó de una
neumonía muy fuerte y no lo supo hasta que fue demasiado tarde. He
oído que e fue en paz.

Cuando mi abuela falleció y nos metieron en una casa de acogida, le


prometí a Tessa que nos sacaría de ahí. No me importaba cómo lo hiciera,
pero lo haría... y lo hice. En cuanto cumplí los dieciocho años, encontré un
apartamento de una habitación para vivir cerca del instituto de Tessa. La
acompañé a la escuela todos los días y, en lugar de ir a la universidad, me
maté trabajando como mesera en dos empleos diferentes para poder
pagar las facturas. Lo hice todo para que Tessa no tuviera que
preocuparse de nada más que de vivir una vida agradable y plena. No
quería que fuera como yo, enojada, amargada y deprimida. Se merecía la
felicidad.

Ella es una gran chica con una buena cabeza sobre los hombros. Se
respeta a sí misma y es dura, y eso me encanta de ella, pero soy consciente
de que me vio luchar y cree que mis luchas deberían ser también las suyas.
No quiero que tenga esa mentalidad.
Sé que puedo ser dura, y puede que haya sido grosero decirle a la mujer
que me dio a luz que no se metiera en mi vida mientras me veía
convaleciente, pero no tenía tolerancia para sus idioteces o su ignorancia
después de todo lo que había pasado y hecho para sobrevivir. Ya era
suficiente.

Antes de enfermar, y cuando mi madre aún estaba en prisión, juró que


se desintoxicaría en las cartas que me enviaba. Lo triste es que, en el fondo,
una parte de mí creía que lo haría, pero ese fue mi error, confiar en ella.
La única razón por la que salió antes por buen comportamiento es porque
no podía acceder a ninguna de las drogas de la cárcel como ella quería.

Desde el día en que le dije que se fuera y no volviera, no volví a saber


de ella ni a verla. Se fue, así de fácil, en un abrir y cerrar de ojos. Un
chasquido de dedos, como una maldita magia.

Tessa cree que volverá a aparecer, pero yo sé que no lo hará. Mi madre


sabe que la cagó con nosotras y que no merece estar en nuestras vidas.
Tampoco quiere que la carga de mi muerte recaiga sobre sus hombros, así
que mantener la distancia la libera de esa culpa.

No quiere tener que lidiar con las lágrimas de Tessa cuando se dé


cuenta de que nunca estuvo ahí para ella, que la única persona que estuvo
ahí para su hija pequeña fui yo.
Dieciséis horas después, agarro el asa de mi maleta y la arrastro sobre
sus ruedas mientras me dirijo a la puerta de mi casa. Echo un último
vistazo a mi casa, apreciando cada pequeño accesorio, cada foto familiar.

Algo familiar me llama la atención y voy a recogerlo. Es una foto


enmarcada de John y yo el día de nuestra boda. Estábamos bailando al
ritmo de Ed Sheeran. Él me mira con mucho amor en los ojos, llevo el
perfecto vestido de novia de color marfil de línea A, con el pelo bien
recogido. Recuerdo este día como si fuera ayer, me reía mientras me decía
algo, con mi mano agarrada a la suya.

Mis ojos arden por las lágrimas no derramadas. En ese momento, hace
dos años, era el día más feliz de mi vida. Acababa de casarme con el
hombre con el que iba a compartir el resto de mi vida y con el que iba a
tener hijos. Un hombre amable y protector que siempre me puso en
primer lugar.

Vuelvo a colocar la foto y veo mi teléfono. Lo he llamado varias veces


y las pocas veces que ha contestado, o bien estaba muy ocupado o se
encontraba en una zona ruidosa y no podía oírme. Estoy demasiado
nerviosa como para soltarle algo así de la nada y una parte de mí piensa
que debería esperar a decírselo cuando esté en el aeropuerto y embarque
en mi vuelo, así no podrá decir nada para detenerme. Estaré ahí y se solo
sucederá. Oh, soy tan egoísta.
Saco el móvil y llamo nuevamente a John. Suena varias veces antes de
enviarme a su buzón de voz. Decido dejarle uno esta vez. Espero que lo
escuche cuando las cosas sean menos caóticas.

―Hola John... mmm, escucha. Creo que iré a París. Es un viaje de última
hora, pero el doctor Barad dijo que está bien que fuera y que puedes
llamarlo para volver a comprobarlo si quieres. Sé que no te hará mucha
gracia oír esto ―suspiro. ―Y puede que para cuando lo hagas, no pueda
responder a tu llamada, pero, de cualquier forma, te llamaré en cuanto
aterrice. Por favor, no te enojes. Lo necesito. Te amo mucho y espero que
les patees el trasero en tu competencia.

Cuelgo, la culpa me corroe por no haberle dicho con quién me voy a


París, pero volverá a llamar y preguntará, y le diré con quién estoy. A él
no le gustará, pero a mí sí.

Este viaje es para alejarme, para dejar de apostar por el día en que mi
vida terminará. Todo el mundo sueña con hacer algo espontáneo en su
vida, y cumplir un sueño, creo que me merezco al menos algo de eso antes
de irme.

Cuelgo y la puerta principal se abre de golpe. Max entra, tomando mi


maleta mientras yo deslizo mi teléfono en mi bolso.

―¿Estás lista? ―me pregunta.

Asiento con la cabeza y me giro hacia él. Me sonríe.

―Me alegro mucho de que vengas, Shakes.

―Sí, también yo.

Una vez que tengo la casa cerrada y la alarma puesta, nos subimos al
auto de Max y nos ponemos los cinturones de seguridad. Sale del camino
de entrada lentamente y es ahora cuando mi pulso se acelera.

No puedo creer que realmente esté haciendo esto.

Es una locura viajar por horas lejos de mi casa, lejos de mi médico y del
amor de mi vida. Es una puta locura, pero sinceramente... esto es lo que
quiero en este momento. Realmente, realmente quiero esto. No puedo
seguir negándome la felicidad. Tal vez John termine la competencia antes
de tiempo y pueda volar ahí también...

Suspiro.

¿En qué demonios estoy pensando? Eso nunca funcionaría.

Espero que una vez que John escuche mi mensaje de voz, lo entienda y
no reaccione de forma exagerada. Espero que acepte mis razones una vez
que tenga la oportunidad de explicarle.

Miro a Max mientras habla sin parar de los lugares que exploraremos y
las cosas que comeremos y los lugares divertidos de los que ha oído
hablar, y yo le sonrío. Él está haciendo que esto ocurra, debería sentirse
orgulloso.

Nos registramos en el aeropuerto y subimos al avión, acomodándonos


en los asientos de primera clase.

Suena mi teléfono mientras coloco mi bolso en mi regazo y lo saco. Es


John.

―Disculpe, señora, pero necesitamos que todos los móviles y


dispositivos electrónicos estén apagados o en modo avión. Estamos a
punto de despegar. ―Una de las azafatas me toca el brazo, sonriendo
amablemente mientras mira desde mi teléfono, al tubo en mi nariz y luego
a mis ojos.

―Ah, sí. Sí, lo siento. Lo apagaré ahora mismo. ―Coloco el teléfono en


modo avión y luego lo guardo en mi bolso para que la asistente se vaya.

―Vamos, Shakes. ―Max se encorva en su asiento―. Dile al sabueso


que hablarás con él en un par de días. Este tiempo es todo tuyo. ―Él cree
que John ya sabe que estoy en este viaje con él.

Vuelvo a ver mi teléfono y hay un nuevo mensaje. Debe de haber


llegado antes de que lo pusiera en modo avión.

John: ¿En qué demonios estás pensando, Shannon?

¿¿¿PARÍS??? ¡No vayas a ese viaje!


Respiro uniformemente por las fosas nasales lo mejor que puedo,
apagando la pantalla del teléfono mientras la azafata vuelve a pasar
delante de mí.

Me giro para mirar a Max. Sus ojos ya están cerrados, pero como si
sintiera mi mirada, se acerca para poner su mano sobre la mía. Miro su
mano y veo que su piel es dos tonos más clara que la mía.

Vuelvo a ver hacia arriba. Ya me está mirando, sus ojos son suaves, su
cuerpo está relajado. Se inclina hacia mí y murmura:

―No dejes que te haga cambiar de opinión sobre esto.

―Intento no hacerlo. ―Mi cara se queda en blanco mientras miro por


la ventanilla, observando cómo se mueve el suelo bajo el avión. Estamos
a punto de partir, ya no hay vuelta atrás.

Cuando estamos en el aire y las espesas nubes pasan a nuestro lado,


cierro los ojos, agarrando los brazos de la silla, dándome cuenta de que
hacer este viaje con Maximilian Grant puede no ser lo más sensato en estos
momentos.

Quiero decir, sé que no lo es y siempre lo he sabido, pero estamos


hablando de París. París.

No importa cómo me sienta, no puedo arrepentirme de esto. Tengo que


recordar que debo vivir, incluso si eso significa molestar temporalmente
al único hombre que haría cualquier cosa por mí.
El viaje en avión no estuvo tan mal.

Max no tuvo más remedio que tomar asientos de primera clase, así que
tenía mucho espacio. Aparte de sus leves ronquidos, estuvo bien. No sé
cómo pudo dormir porque yo no pude.

Era difícil de pasar. Un minuto estaba emocionada y al siguiente tenía


pánico. Hacía tiempo que no volaba en un avión, la última vez que lo hice
fue cuando John y yo volamos a Colorado para pasar el fin de semana en
las montañas.

John...

Él es en todo lo que he podido pensar, estoy segura de que ha intentado


llamarme docenas de veces. Tengo que acordarme de llamarlo a primera
hora en cuanto lleguemos al hotel. Afortunadamente, he actualizado mi
plan telefónico para llamadas y mensajes de texto internacionales.

Cuando aterrizamos y salimos del avión, el aeropuerto está abarrotado.


Max se abre paso entre el enjambre de gente con mi brazo enganchado al
suyo y nuestras maletas atadas a nuestro alrededor.

―Esto es una puta locura ―dice por encima del hombro cuando por
fin llegamos a unas puertas de cristal. Por un momento pienso que por fin
Llegamos a un claro, pero me equivoco. Fuera del aeropuerto hay una
avalancha de gente agitando los brazos en el aire, haciéndole señas a los
taxis.

Max me quita el brazo de encima y saca su teléfono móvil.


―Voy a llamar a un Uber.

Me alegro de que nuestro conductor no tarde en llegar.

―Por aquí. ―Max gira a la derecha, abriéndose paso entre la multitud


y atraviesa la concurrida calle. Cuando nos alejamos de la gente que hace
señas a los taxis o sube a sus vehículos personales, Max se dirige hacia un
puente―. ¿Estás bien? ―me pregunta, mirando por encima del hombro,
preparado para detenerse.

Asiento con la cabeza y continúo la marcha.

―Sorprendentemente, estoy bien.

―Bien. ―Cruzamos el puente de acero donde un auto ya está


esperando. El conductor nos saluda en francés y Max le responde algo, lo
que hace reír al hombre.

―¿Desde cuándo sabes francés? ―le pregunto mientras subimos al


asiento trasero del auto.

Él sonríe.

―Aprendí algunas palabras antes de venir.

El conductor pregunta a dónde vamos en inglés y luego nos ponemos


en marcha, conduciendo por la ajetreada ciudad.

―Llegamos hasta aquí. ¿Qué te parece hasta ahora? ―me pregunta


Max mientras miro por la ventanilla con asombro.

―¿Hasta ahora? Que es un desorden tan vivo y hermoso ―respiro,


ajustando mi tubo.

―Y eso solo viniendo del aeropuerto, imagina lo que es alrededor de la


Torre Eiffel.

―¿Qué vamos a hacer primero? ―pregunto, viéndolo de frente.

―Bueno, primero, vas a descansar un poco. Nos registraremos en el


hotel, podrás refrescarte y comer, lo que quieras hacer, pero no podemos
hacer demasiado. Siento que ya fue demasiado caminar por el puente
para llegar al auto, además el viaje en avión fue agotador, estoy seguro.
―¿Estás bromeando? Estoy bien. Mírame. ―Extiendo mis manos.

Él extiende la mano y toma uno de los tubos.

―No quiero que hagas demasiadas cosas demasiado pronto. Apenas


dormiste algo en el vuelo. No tienes que fingir conmigo, Shakes.

Me muerdo la comisura del labio.

―Bien. Comeré, descansaré un poco, pero luego empiezan las


aventuras.

Se ríe.

―De acuerdo, puedo trabajar con eso.

Saco el teléfono de mi bolso y lo sostengo para que me dé señal.

―Maldita sea ―siseo.

―¿Qué pasa?

―No hay señal ―murmuro.

―¿Quieres probar con el mío?

Lo miro con el ceño fruncido.

―Sí, claro. ¿Para que John pregunte desde qué número lo estoy
llamando? No lo creo.

―Entonces, ¿no le dijiste que estarías conmigo? ―Parece divertido por


esto.

―Realmente no tuve la oportunidad, estaba ocupado en Las Vegas.

Asiente con la cabeza, pero puedo ver en sus ojos que se ha inventado
sus propios escenarios.

―¿Y qué hay de Tessa? Seguro que le gustaría saber que has aterrizado
bien.

―La llamaré cuando lleguemos al hotel. ―Se me ocurre algo y


enderezo la espalda, inclinando la barbilla para encontrarme con sus
ojos―. Reservaste dos habitaciones, ¿verdad?
Max frunce el ceño.

―Mmm, no.

―¿Qué? Max, estás bromeando, ¿verdad? Necesitamos dos


habitaciones, no podemos compartirla. ¿Estás loco? ―El corazón me salta
a la garganta, imaginando a Max caminando de un lado a otro de la
habitación del hotel, con una toalla colgando de la cintura, sin camiseta,
mostrando su paquete de abdominales perfectos. O incluso a mí,
metiéndome en la ducha mientras él se sienta en la habitación. Se me eriza
la piel, y odio que no sea de mala manera.

―¿Por qué no? Apenas vamos a estar en la habitación ―dice,


encogiéndose de hombros.

Mis cejas se pegan mientras me centro en él, aborreciendo su actitud


descuidada.

―Esto no es una broma. ―Saco mi cartera―. Supongo que entonces


usaré mi tarjeta de crédito para reservar mi propia habitación. ¿Cuál es el
nombre del hotel? ―pregunto, abriendo ya el navegador web de mi
teléfono. Por supuesto, no funciona porque todavía no tengo señal.
Maldito plan internacional.

―¡Hay dos habitaciones, Shannon! Cálmate, solo estaba bromeando.

Lo miro por encima.

―Júralo.

―He reservado dos habitaciones, te lo juro. No soy bruto. Vamos, me


conoces mejor que eso.

Trago con fuerza.

―Bueno, mierda, Max, pensé que hablabas en serio...

―Sé que lo hiciste. ―Baja la cabeza para mirarme―. ¿De verdad crees
que soy tan egoísta? ¿Hasta el punto de dejarte atrapada en la misma
habitación de hotel que yo?
No digo nada. No puedo, de verdad. Sé que Max puede ser egoísta,
pero sabe que estoy casada y tiene respeto por eso. Supongo que este viaje
es realmente solo para mí.

Levanto la vista y el conductor nos mira por el espejo retrovisor. Aparto


la mirada, viendo la pantalla de mi teléfono, esperando que aparezca una
señal. Nada.

El auto se detiene finalmente frente a un precioso edificio blanco y Max


abre la puerta y sale del asiento trasero. Lo sigo y salgo mientras Max
busca nuestras maletas en el maletero.

Por un momento, me olvido de la conversación que acabamos de tener,


sorprendida por el edificio que tengo delante.

Es exquisito. Impresionante. Es el sueño francés. Se parece a las fotos


que solía ver en Pinterest. Con las ventanas rectangulares, las barandillas
en arco que conducen a la entrada. El tejado puntiagudo, hace que parezca
un castillo elegante. Las puertas de cristal giratorias, y el botones
sonriente con su cara suave y limpia.

―Mierda ―respiro―. Este lugar es perfecto. ―Ya me siento como de


la realeza y aún no he puesto un pie dentro.

El botones nos saluda con un fuerte acento francés y nos pide que le
demos nuestras maletas. Max se las entrega, le da una propina y entra,
con mi brazo enganchado al suyo.

Nos encontramos en la recepción, donde una mujer pelirroja nos saluda


y Max dice su nombre.

―Maximilian Grant, ¿correcto? ―pregunta ella.

―Sí. ―Max finalmente me suelta el brazo, saca su cartera y le entrega


su identificación. Ella la revisa, se la devuelve y le da unos papeles para
que los firme. Una vez hecho esto, nos entrega las llaves de dos
habitaciones con una amplia sonrisa en los labios.

―Sus maletas estarán en breve. Espero que la estancia sea muy


romántica para los dos ―dice mientras él toma las llaves.

―Dios, no. Solo somos amigos ―digo rápidamente.


―¡Oh! ―pone una mano sobre el corazón de su pecho, su cara se vuelve
roja como una cereza―. ¡Mis disculpas, señora!

―No te preocupes en absoluto. ―Nos dirigimos al ascensor y Max


tiene una sonrisa en los labios―. ¿Qué es lo gracioso?

―Tú. ―Sacude la cabeza―. No es que a nadie aquí le importe si somos


pareja o no.

―Sí, bueno... ―Me encojo de hombros mientras suena el ascensor.


Tiene que saber que esto es solo amistoso. Soy una mujer casada y él no
necesita tener ninguna idea en su cabeza.

Una vez que salimos del ascensor, caminamos por el pasillo, con
nuestros zapatos haciendo clic en el suelo de mármol. Nuestras
habitaciones están una al lado de la otra.

Tomo mi llave y la introduzco en la cerradura, girando el pomo de la


puerta y echando una rápida mirada a Max antes de entrar. Él hace lo
mismo, pero no dice nada. Se limita a entrar, dejando que su puerta se
cierre tras él.

Yo también cierro la mía, echando el pestillo y entrando con un suspiro.


Puedo admitir que ha elegido bien. La habitación es fresca, la luz del sol
es brillante y rica cuando entra por las ventanas. Me calienta la piel
cuando me acerco a abrir una de ellas, pero lo que es aún mejor, me doy
cuenta, es que frente a nosotros, a varios kilómetros de distancia, está la
torre Eiffel.

Oh, Max.

Él hizo esto.

Sabía que querría despertarme con esta vista por las mañanas. Estoy
tan agradecida de que todavía me conozca. Su corazón estaba buena
forma cuando decidió traerme aquí, puedo apreciarlo.

Me doy la vuelta, admirando las acolchadas sábanas y almohadas


blancas y doradas, y las calas blancas en un jarrón sobre la mesita de
noche junto a la gran cama con dosel. Paso los dedos por la cortina blanca
que rodea la cama. Todo en esta habitación es tan elegante, tan hermoso,
mucho mejor de lo que imaginaba.

―¿Qué te parece?

Una voz profunda suena detrás de mí y doy un grito ahogado,


dándome la vuelta y mirando a Max. Está de pie frente a una puerta
abierta, apoyando un hombro en la pared, con los dedos en los bolsillos.

―¿Qué demonios, Max? ―Me acerco a él, mirando a través de la puerta


detrás de él. Ahí dentro hay una habitación idéntica a la mía. Entonces lo
miro, entrecerrando los ojos.

―Dije que teníamos dos habitaciones diferentes, nunca dije que no


estuvieran conectadas.

―Vaya. Bueno, voy a cerrar la puerta ―le informo, caminando hacia


mi cama y sentándome.

―Haz lo que quieras. ―Él cuelga la llave en su mano―. Sin embargo,


tengo una llave. Alguien tiene que vigilarte.

Se sienta a mi lado, en silencio, mirando la vista de la torre.

―¿Te gusta? ―pregunta.

―Max, me encanta. En serio. Esta habitación y esta vista son increíbles.

Me mira, y sus ojos brillan a la luz del sol.

―Me alegro de que te guste. Quería lo mejor para ti.

―Bueno, lo has hecho muy bien. ―Miro su mano y lo cerca que está de
la mía. Hemos estado demasiado cerca últimamente y es inquietante.
Max, siempre va a querer más de mí, va a querer estar cerca de mí,
tocarme, pero no puedo permitirlo. Me pongo de pie, caminando hacia la
ventana para mirar por ella y crear algo de distancia.

Suena un golpe en su puerta y él vuelve a mirar, y me siento aliviada al


instante.

―Probablemente sean nuestras maletas ―dice―. Iré a ducharme y


luego volveré para ver qué quieres comer. Me muero de hambre.
Asiento con la cabeza mientras atraviesa las puertas de conexión para
llegar a su habitación. Abre su puerta, toma las maletas, vuelve a pagarle
al botones y lleva mi maleta a mi habitación.

Se va de nuevo, cerrando la puerta de conexión tras él.

Me siento en la cama, suspirando. Agarro el asa de mi maleta y rebusco


en ella hasta sacar el móvil.

―Por fin ―respiro cuando veo que hay señal.

Mi teléfono vibra justo cuando estoy a punto de llamar a John. Él me


está llamando, debe de estar llamando constantemente. El corazón se me
sube a la garganta, pero pulso el botón verde de todos modos,
preparándome para la reacción.

―Hola, cariño ―respondo.

―No ―me dice―. No me digas 'cariño'. ¿En qué demonios estás


pensando, Shannon? ¿La jodida París? ¿Te dejo unos días y haces una
locura como esa? ¡No me digas que Tessa se te metió en la cabeza con esto!

―No, John. Esta fue mi decisión. Quería venir aquí.

―¿Por qué? ―Su voz se quiebra―. ¿Por qué no podías esperar hasta
que volviera?

―John, escucha, sé que estás molesto ―murmuro, poniéndome de pie


y caminando hacia la ventana―. Pero estoy bien y, como dije en el
mensaje de voz, el doctor Barad dijo que estaba bien.

―Lo sé, lo llamé y le reclamé por eso ―refunfuña―. Cancelaré el resto


de mi viaje aquí en Las Vegas y volaré hacia allá. Debería estar ahí contigo.

―No. ―Mi voz es brusca―. Solo... solo quédate ahí, John. Deja de
preocuparte tanto por mí, ¿de acuerdo? Por favor. Ni siquiera me voy a
quedar aquí mucho tiempo. Volveré incluso antes de que regreses de Las
Vegas. Será como si nunca me hubiera ido.

―No puedo creerlo ―refunfuña.

―¿Confías en mí? ―le pregunto.


―¿Qué? ―Mi pregunta lo ha atrapado claramente desprevenido.

―¿Confías en mí, John?

―Por supuesto que confío en ti, es en Tessa en quien no confío. Sé que


es tu hermana, pero a veces te lleva demasiado al límite, Shannon.

Dudo en cómo responder, él debería saber que no estoy con Tessa. No


puedo dejar que piense eso durante todo el viaje.

―John... deberías saber que no volé a París con Tessa.

Se queda callado durante tanto tiempo que creo que colgó.

―Jesús, Shannon. Por favor, no me digas que te fuiste a París con ese
tal Max.

Ni siquiera sé cómo responder a eso. Solo cierro los ojos, esperando que
tome mi silencio como una respuesta.

―¿Me estás tomando el pelo? No, ¡a la mierda! ¡Esto lo cambia todo!


Me voy ahora mismo por ti.

―¡No, John! ¡No puedes hacer eso! ¡Ni siquiera sabes dónde estoy! ¡Te
dije que estoy bien! ¡Quiero esto!

―¿Fue su idea? ¿Eh?

―No. Yo quería venir ―afirmo, rechazando la oportunidad de que


John le eche la culpa a Max―. Y ya estoy aquí.

―No puedo jodidamente creer esto. Te pido que no hagas ninguna


locura y te vas volando con otro hombre a otro país.

Vaya. Cuando lo dice así, suena horrible, pero Max es un amigo desde
hace mucho tiempo. Somos amigos desde hace años, a pesar de las
diferencias que tuvimos en el pasado.

Oigo a John resoplar al otro lado del teléfono.

―¿Qué estás haciendo? ―le pregunto.

―Vuelvo a mi habitación para hacer la maleta.


―John, no puedes venir a París, tienes una competencia. ―Intento
mantener la calma en mi voz, esperando que eso lo calme.

―¡Me importa una mierda la competencia! Mi esposa enferma está en


París. No está segura.

―¡Estoy perfectamente bien, John! ―Le chasqueo, y no es mi intención


que mi voz sea tan fuerte, pero lo es, y no puedo evitarlo―. Estoy bien y
veré a un médico todos los días mientras esté aquí que se asegurará de
que estoy bien. Haré turismo, me tomaré mi tiempo, viviré este momento
porque, maldita sea, me lo merezco, ¿bien? Siento no poder vivir este
momento contigo, pero esta era una oportunidad única en la vida para
mí, John. Tú no me habrías traído a París en las condiciones en las que
estoy, te conozco. No te habrías atrevido, pero Max estaba dispuesto a
correr el riesgo para que yo pudiera vivir por una vez. ―Me ahogo en un
sollozo y cierro los ojos, pero no sirve para enmascarar el dolor, ni para
evitar que las lágrimas caigan.

―Estás enferma, Shannon. Esto no es bueno para ti y lo sabes ―dice


John, pero su voz no es tan fuerte como antes―. Solo quiero lo mejor para
ti.

―Bueno, si quieres lo mejor para mí, me dejarás disfrutar de mi tiempo


aquí. Contendrás tu ira por ahora y me dejarás hacer esto. Puedes
gritarme todo lo que quieras cuando vuelva a casa, pero te dije que
necesito esto, así que por favor, John. Déjame hacerlo.

Hace un ruido y me doy cuenta de que está dudando sobre qué decir a
continuación. Me siento en la silla acolchada del rincón, dejando caer la
cara sobre una de mis palmas.

―Si te pasa algo...

―No me pasará nada ―respondo.

―Eso no lo sé.

―Yo tampoco lo sé, pero creo que no pasará nada. Creo que volveré a
casa contigo.
―Mierda, Shannon ―gime, y oigo la angustia en su voz. Esto está
lastimando profundamente a mi esposo.

―Lo siento, John ―susurro.

Él no dice nada al respecto. Oigo ruidos caprichosos de fondo y


hombres charlando. Alguien golpea mi puerta, sobresaltándome, y miro
hacia ella.

―¡Abre, Shakes! Tengo hambre.

―¿Quién es? ―John murmura.

―Max, quiere llevarme a comer algo.

John suspira. Nada más.

―Te llamaré en unas horas, ¿bien? Solo, por favor, no te preocupes...


quiero decir, puedes preocuparte, pero por favor, quiero que sepas que
estoy bien y que estoy siendo lo más cuidadosa posible.

―Sí, Shannon. Está bien.

―Te amo ―susurro.

―Sí. Te amo.

Cuelga y yo bajo el teléfono mientras suena, mirando mi salvapantallas:


una foto de John y yo besándonos en nuestro crucero de luna de miel, con
fuegos artificiales detrás de nosotros. Justo antes de que todo se fuera a la
mierda.

La puerta hace clic y entra Max con la llave en la mano.

―Ves, sabía que estas habitaciones conectadas serían útiles.

―No tengo hambre ahora mismo ―murmuro, evitando su mirada.

―Pues tienes que comer ―dice, ya exasperado conmigo―. Vamos, hay


una cafetería justo abajo. Tienen una calificación de cinco estrellas. Te
encantará, yo invito.
Me bajo de la cama y voy hacia mi maleta. Me siento fatal por estar aquí,
incluso culpable. ¿Soy egoísta por venir aquí? ¿Me equivoco por hacer
esto?

―Dame un minuto para vestirme.

―De acuerdo. ―Está claro que Max tiene en cuenta mi estado de


ánimo, porque cuando miro por encima del hombro, no está. Voy al baño,
que está hecho en su mayor parte de mármol blanco, y me visto. Cuando
me he refrescado, salgo y Max dobla la esquina, mirándome con mis
pantalones y mi camiseta amarilla de tirantes.

―Estaba pensando que podríamos hacer una pequeña parada después


de comer ―ofrece Max―. A no ser que estés muy cansada.

―No. Estoy bien, in viaje rápido suena bien.

―De acuerdo, bien. ―Sonríe demasiado, como un niño con un


secreto―. Hay algo que quiero mostrarte.

―Bueno, pero deberías saber que realmente no tengo tanta hambre,


Max. ―Me pongo los zapatos y luego tomo mi mochila, la llave de la
habitación y el móvil.

―Está bien, solo relájate conmigo mientras tomo un bocado porque me


muero de hambre.

―Claro. ―Sonrío, salgo de la habitación con él y me dirijo al ascensor.


El silencio nos rodea un momento.

―¿Hablaste con John, supongo? ―pregunta cuando estamos en el


ascensor.

―Sí. No está contento.

―Claro que no lo está, está preocupado.

―Lo sé.

Max vuelve a quedarse callado, mirando las puntas de sus tenis de


baloncesto.
―Bueno, como dije antes, no dejes que te haga cambiar de opinión
sobre esto. Ahora estás aquí, viviendo el sueño. Más vale que lo disfrutes,
¿no?

―Sí. ―Fuerzo una sonrisa―. Tienes razón, solo me preocupo por él.

―Lo sé. ―Me rodea con un brazo, abrazándome en una incómoda


posición lateral―. Pero, como te prometí, lo pasarás bien.
Era un día caluroso en Charlotte. De hecho, más caluroso de lo habitual.
El sol era abrasador y no había ninguna brisa o nube a la vista para
refrescar a nadie.

Este tipo de clima me parecía estupendo. Me encantaban los días


calurosos de verano. Llevaba el pelo recogido en un moño y unos lentes
de sol redondos y oscuros en la cara. Llevaba mi bikini azul favorito y una
revista francesa en las manos mientras me acostaba en una tumbona en la
piscina del complejo de Max.

Él salió de la piscina y se dirigió hacia mí, chorreando agua. Recogiendo


su toalla, se limpió la mayor parte, flexionando el pecho y los abdominales
mientras se movía. Juro que nunca me voy a cansar de mirarlo.

―¿Qué es eso? ―preguntó.

―Una revista sobre París ―respondí, bajando la revista.

―¿Me estás diciendo que París vive dentro de esa revista? ―Se sentó a
mi lado y luego me quitó el librito.

―¡Eh! ―chillé mientras me incorporaba y trataba de recuperarlo, pero


él seguía alejando sus largos brazos para que no pudiera tomarlo―. Max,
vamos. ¡No terminé de leerla!

―¿Qué tiene de interesante? ―Ojeó las páginas.


―Bueno, si me lo das, te lo puedo enseñar.

Me lo devolvió con una sonrisa arrogante.

―Bien, enséñamelo.

Lo observé con atención. Parecía bastante serio. Seguía sonriendo, pero


así era un tonto. Esto era todo lo serio que iba a ser ahora.

―Bueno, París tiene mucho que explorar, mucho que hacer, y mucho
que comer.

―Me encanta esa última parte ―bromeó.

―Mira, mira. ―Señalé una foto de la Torre Eiffel―. Me encantaría ver


la Torre Eiffel de cerca algún día. La gente dice que las fotos no le hacen
justicia. Hay que estar ahí para experimentar su verdadera belleza. Es lo
primero en mi lista de deseos.

Max asintió, me estaba escuchando.

Pasé la página y sonreí.

―Y esta bici... quiero tanto una, pero son tan malditamente caras. Me
encantaría ir a París, pasear en una de estas bicicletas y respirar el aire de
la ciudad. Sería increíble. Alquilan las bicicletas, ¿sabes?

―Vaya, realmente quieres ir a París, ¿eh?

―Sí. ―Le di una pequeña sonrisa―. Deberías llevarme un día. ¿Lo


harás?

Me miró, con una sutil sonrisa en los labios, inclinó su cabeza y me quitó
la revista, se acercó y rodeó mi cintura con sus manos. Me dio un beso en
la mejilla y luego en la sien.

―Mi chica consigue lo que quiere. Cuando me haga cargo del club de
mi padre en Wilmington, me aseguraré de ahorrar suficiente dinero para
llevarte un día.

―Me encantaría. ―Incliné la barbilla y sus labios quedaron a escasos


centímetros de los míos.

―Apuesto a que sí.


―¿Y si decido que quiero vivir ahí?

―Entonces estaré ahí contigo ―dijo.

―No, no lo harías ―solté una risa.

―Sí lo haría ―juró―. A donde quiera que vayas, yo también voy, nena.

―Pero, ¿qué pasa con el club?

Me guiñó un ojo.

―Puedo arreglármelas.

―¿Dices que prometes llevarme entonces?

―Prometo llevarte un día. Te daré lo que quieras. Sin preguntas. ―Su


rostro se volvió serio, y no tardó en apretar sus cálidos y suaves labios
contra los míos.

Suspiré mientras me derretía en sus brazos. Como si no estuviera lo


suficientemente caliente, él seguramente estaba subiendo la temperatura.

―Espero que seas un hombre de palabra, Grant.

Sonrió, me dio un rápido beso y se levantó de la silla. Una sonrisa


burlona se apoderó de su rostro mientras me tomaba en brazos y
marchaba hacia la piscina.

―¡Dios, no! ¡Max! Bájame. ―grité, aferrándome a él.

Pero era demasiado tarde. Me tiró al agua, se tiró justo después y los
dos estábamos en el agua fría. Mientras estábamos debajo, pude ver cómo
me sonreía, y no pude evitar devolverle la sonrisa.

Cuando salimos a la superficie, nadé hacia él y murmuró lo mucho que


me amaba mientras me acariciaba el trasero con las manos.

Rodeé su cintura con mis piernas y suspiré mientras lo besaba.

Lo amaba tanto. Él simplemente no tenía ni idea.


Almorzamos en la cafetería de abajo, como mencionó Max. Esta
cafetería sirve uno de los mejores cafés que he probado nunca.

Acabo de comer un pastelito relleno de crema de queso con chispas de


chocolate por encima mientras Max prácticamente comía como un cerdo,
devorando pasteles, sándwiches hechos con baguettes, macarons e
incluso una pasta de rigatoni con salsa de tomate. Para alguien tan alto y
delgado, tiene un verdadero apetito.

Después de darle vueltas mientras comemos, decidimos ir a nuestra


primera ubicación. Por desgracia, nos perdemos un par de veces por el
camino, así que cuando llegamos a nuestro destino, el sol se está
poniendo.

―Hubiera jurado que estábamos en el tren correcto ―dice Max


mientras caminamos por la acera. Nos cruzamos con varios peatones,
algunos de los cuales son parejas, que se toman de la mano y se sonríen.
Mantengo la mirada alejada de ellos a propósito, concentrándome en lo
que me rodea, las calles pavimentadas y los pisos.

Nos detenemos frente a una tienda y Max me dice que espere. Menos
de un minuto después, un hombre mayor sale de la tienda detrás de él
sosteniendo las asas de una bicicleta en las manos. La bicicleta es de color
azul huevo de petirrojo, los mangos plateados y una cesta marrón en la
parte delantera con un ramo de peonías rosas colocado cuidadosamente
en su interior.

Me quedo boquiabierta al verlo.


―¿Y bien? ―pregunta Max mientras el hombre le entrega la bicicleta―.
¿Qué te parece?

Es una de las bicicletas de época que siempre Quise. Es cierto que no


puedo montar la maldita cosa ahora mismo, pero wow. Es tan
impresionante que quiero llorar.

―Es preciosa, Max. ―Paso mis dedos por el cuero del asiento.

―Odio que hoy haya sido un día perdido ―suspira―. Si no, te llevaría
de paseo.

―No. ―Le sonrío―. Hoy estuvo bien. Vi más de lo que pensaba.

Max asiente, empujando mi flamante bicicleta por un jardín, con los


dedos enredados en las asas.

―Acabo de darme cuenta de algo ―dice.

Dejo de caminar.

―¿De qué se trata?

―¿Cómo demonios vamos a llevar esta bici de vuelta a Estados


Unidos? Los vuelos internacionales son una mierda. Solo puedo imaginar
el envío.

Me rio a carcajadas, agarrando una de las asas plateadas de la bici con


una mano y pasando los dedos por la brillante pintura azul con la otra.

―¿Eso es lo que te preocupa? ―Mis hombros se levantan


despreocupadamente―. De todos modos, no podré usarla una vez que
volvamos. John ni siquiera me dejaría tocar esta cosa si la viera.

―John, John, John. ―Me mira fijamente a los ojos, con un brillo en los
suyos―. ¿Te has dado cuenta de cuántas veces lo has mencionado desde
que aterrizamos? Empiezo a pensar que prefieres que él esté aquí antes
que yo.

―¡Eso no es cierto!

No parece nada seguro.


―Quiero decir... ―Resoplo―. ¿Lo extraño? Por supuesto que sí, pero
este viaje es un regalo tuyo. Me lo prometiste y te lo agradezco mucho.

―Aw. Eso es tan conmovedor. ―Sonríe y el sol hace brillar sus dientes,
el viento pasa su colonia por mi nariz.

Empiezo a agarrar las asas de la bici con las dos manos, pero una
repentina oleada de náuseas me golpea y me agarro a la correa de la
mochila, tambaleándome un poco.

La cara de Max se vuelve dura, sus cejas se juntan inmediatamente.

―¿Estás bien? ¿Necesitas sentarte?

Mi cabeza se tambalea, y para evitar cualquier conflicto o causar una


escena, camino hacia el banco vacío más cercano con Max. Una vez
sentada, absorbo todo lo que puedo de mi entorno, esperando que las
náuseas desaparezcan.

―No puedo creer que esté en París ―digo. Siempre es mejor cambiar
de tema.

Max me mira con extrañeza mientras estaciona la bici junto al banco.

―Sinceramente, no pensaba que fueras a venir―. Se sienta a mi lado,


viendo a la gente pasar también―. Hay algo que quise decirte y espero
que no te lo tomes a mal.

―¿Qué? ―Le presto toda mi atención y cuando su cara cambia y ya no


tiene su sonrisa fácil, frunzo el ceño, poniendo mi mano en su brazo―.
Max, ¿qué pasa?

―Este viaje no estaba precisamente planeado para ti. ―Él levanta la


cabeza, mirándome a los ojos.

―Oh. ―Asiento con la cabeza―. Lo entiendo. No se supone que sea yo


la que esté sentada aquí contigo. Se supone que es otra chica, ¿no?

Él frunce el ceño.

―¿Qué? No, Shannon. ―Se echa a reír―. No. Se suponía que este viaje
era solo para mí. Para nadie más.
―No lo entiendo...

―Este era un viaje de ida, pero lo adelanté y reservé otro asiento para
que pudieras acompañarme. Iba a vivir aquí, a empezar de nuevo una vez
que tú... bueno, ya sabes. ―Hace una pausa y me trago el ladrillo que
tengo en la garganta―. Durante un tiempo pensé que no iba a ser posible
traerte con tu enfermedad y todo, pensé que por qué no mudarme a un
lugar donde nunca pueda olvidarte... ¿sabes?

―Oh. ―Aprieto los labios y bajo la mirada―. Vaya.

―Tampoco es que te hubiera olvidado en casa ―afirma, echándose


inmediatamente atrás―. Es que a veces todavía no me lo creo. ―Su voz
es mucho más ligera, no tan profunda como de costumbre―. Es que no
puedo creer que seas tú a quien voy a perder, de todos los que hay en mi
vida, odio que seas tú y sé que no quieres oírlo, pero ya no puedo
guardarme esas palabras. No es justo.

―No me perderás. Siempre estaré aquí, Max. Siempre estaré ahí. ―Le
señalo el corazón en su pecho.

Él se esfuerza por poner una sonrisa.

―¿Cómo puedes tomarte esto tan a la ligera?

―Supongo que me he acostumbrado a la idea de no estar más aquí.

Un destello de dolor recorre su rostro, como una rápida sombra. Intenta


disimularlo, pero lo veo tan claro como el agua.

―Yo no.

Nuestros ojos se cruzan, solo brevemente. Luego miro hacia otro lado,
hacia mi regazo. Las náuseas se han desvanecido.

―Oh, escucha. ―Señala la bici, cambiando de tema rápidamente, y me


alegro―. Sé que no puedes montar en esa cosa, así que qué te parece si
fingimos ser E.T, y Elliot. Yo pedaleo y tú conduces este bebé hasta la luna.

―Ese es un escenario muy extraño. ―Me río―. Pero está bien. ―Junto
las manos y me pongo de pie mientras me ajusto la mochila―.
¡Hagámoslo!
Las comisuras de su boca se levantan mientras agarra las asas de la
moto y la estabiliza. Después de ayudarme a sentarme, me ordena que me
aferre a él mientras agarra el manillar. Me subo detrás de él y me agarro
a él por el medio, demasiado mareada para este viaje.

―¿Lista? ―me pregunta por encima del hombro, con su voz grave y
emocionada.

―Sí, creo que sí. ―Miro a mi alrededor. La gente está abandonando el


jardín―. Creo que están cerrando ―digo, pero él me ignora por completo,
arrancando y pedaleando hacia adelante.

Grito y me aferro más a él mientras la fresca brisa pasa a mi lado y me


revuelve el pelo. Max atraviesa el jardín en zigzag y pasa junto a los
turistas, riéndose a carcajadas mientras pasamos a toda velocidad entre
los setos.

―¡Hey! ―Un guardia de seguridad nos grita.

―¡Oh, mierda! ―Max pedalea más rápido cuando el guardia de


seguridad empieza a correr en nuestra dirección. Chillo cuando hace un
gran bucle y atraviesa la hierba perfectamente recortada, apresurándose
hacia la salida.

―¡Dios! ―grito, riendo mientras miro por encima del hombro. Max
atraviesa a toda velocidad la salida del parque, pedaleando hasta que el
guardia de seguridad se detiene y agita un puño furioso hacia nosotros,
resoplando rápidamente.

Mirando por encima de su hombro, Max se echa a reír y conduce la


bicicleta despreocupadamente durante unos dos minutos hasta que nos
detenemos frente a un museo.

Me bajo de la bici, entusiasmada y riendo tan fuerte que me duele el


pecho. Max baja de una patada el caballete y vuelve a mirar hacia atrás
para asegurarse de que no nos siguen.

―¡Fue una locura! ―grito.

―Supongo que íbamos demasiado rápido, ¿eh? ―se ríe.

―Demasiado rápido. Estás loco.


―Sigo siendo un rebelde ―dice encogiéndose de hombros. Sus ojos se
suavizan un poco mientras me mira brevemente, luego señala con la vista
un museo que está al otro lado de la calle―. He oído que la sonrisa de
Mona Lisa está en el Louvre.

―Sí. Tenemos que ir a verla. ¿Mañana por la mañana, por favor? ―le
ruego, volviéndome hacia él.

―Mañana será, Shakes. Por ahora, tengo que llevarte al hotel para que
descanses.

Mi pecho se agita y Max me agarra la mano, levantando las cejas con


preocupación.

―¿Control de diez minutos?

Levanto dos pulgares.

―Todo bien, siento que el OPX está haciendo efecto.

―Okey. Bien. ―Me lleva hacia adelante por los hombros, sus ojos se
vuelven suaves―. Pero creo que es suficiente emoción por hoy. Vamos.

Empuja el caballete hacia atrás, agarra las asas y camina conmigo a mi


ritmo. No me hace sentir rara o incómoda por lo lento que voy.

Incluso cuando la gente pasa a nuestro lado, caminando rápidamente,


lista para explorar la próxima gran cosa, a él no le importa y tengo que
admitir que esto se siente bien. El sol está ya bajo el horizonte, la luna
sigue su estela. Las luces nocturnas de la ciudad están encendidas,
titilando como estrellas. Huelo pasta, salsa de tomate, café y pan. Tantos
aromas, pero de alguna manera todo se mezcla a la perfección.

Max habla del guardia de seguridad mientras caminamos y yo le hago


bromas sobre cómo podría haber acabado en la cárcel. Nuestra mezcla de
risas y charlas continúa, incluso en el metro y durante el viaje en tren de
vuelta al hotel.

Cuando llegamos, me quedo un rato en la habitación de Max. Vemos


películas francesas divertidas y devoramos los macarons que Max pidió
en la cafetería, sin tener ni idea de lo que dicen los programas.
Hacia las 2 de la madrugada, estoy bostezando y lista para irme a la
cama.

―Necesitas descansar, fue un día muy largo ―murmura.

―Sí. Creo que también necesito cambiar mi bolsa de OPX.

No duda en tomarme en brazos y llevarme hasta la puerta que


comunica con mi habitación. Atraviesa el umbral, colocándome en el
centro de la cama y luego va por mi maleta, sacando una de las bolsas de
plástico.

A continuación, toma mi dispositivo plateado, abriendo el seguro,


sacando la bolsa casi vacía y colocando la nueva.

Le enseñé a hacerlo en el aeropuerto mientras esperábamos, por si acaso


estaba demasiado cansada o débil para hacerlo yo misma.

Cuando termina, sale de la habitación y me permite ponerme el pijama.


Lo llamo cuando he terminado, me deslizo bajo las sábanas frescas e
hinchadas y me acuesto con las almohadas.

―¿Todo bien? ―pregunta, con una ceja levantada.

―Puede que necesite la píldora rosa. ―Entrecierra los ojos,


confundido―. Me ayuda a relajarme. ―Le señalo el tocador y él mira
hacia atrás, buscando el estuche de pastillas que hay encima. Saca una de
las píldoras rosas, busca en la nevera una botella de agua y yo me la tomo,
suavizando el trago con un trago de agua―. Gracias.

―No hay problema. ¿Estás bien ahora? ―me pregunta por última vez.

―Sí ―susurro, revelando una sonrisa inocente mientras me acurruco


bajo la manta―. Todo bien.

―Muy bien. Bueno, buenas noches, Shakes. ―Se dirige de nuevo a la


puerta de conexión, accionando el interruptor de la luz al pasar por ella―.
Te veré por la mañana. ―La habitación se oscurece, pero hay volutas de
luz que se filtran a través de su habitación. Todavía no se va.

―¿Max? ―le digo.

―¿Sí?
―Hoy fue genial. No me importó perderme contigo.

Se ríe suavemente.

―A mí tampoco me importó perderme contigo, Shakes.

Me callo un momento y él se queda en su sitio, sin saber si debe ir a su


habitación o quedarse.

Entonces, le doy a elegir.

―¿Crees que puedes quedarte aquí conmigo al menos una hora, para
controlar mi respiración?

―Oh, sí. ―Cierra la puerta, caminando de nuevo hacia la cama―.


Tessa me habló de eso. Solo escuchar, ¿verdad?

―Sí. Pero no seas como Tessa que me pasa un dedo por debajo de la
nariz para sentir mi aliento cada cinco minutos.

Los dos nos reímos.

―Okey, entendido. ―Toma la silla acolchada junto a la cama.

―Puedes encender la televisión si quieres. No me importa.

Toma el control remoto y pone una comedia.

Lo escucho reírse y hacer comentarios ingeniosos sobre los programas


hasta que, finalmente, me duermo y sus risas se mezclan con mis sueños.

Los sueños son encantadores al principio.

Un hombre me susurra mientras está de pie detrás de mí. Su voz es profunda,


cálida y reconfortante. Me doy la vuelta y el hombre me abraza frente a la Torre
Eiffel, con sus brazos rodeando mi cintura y los míos rodeando su nuca.

El hombre es Max. Nuestros ojos están fijos. Estamos demasiado cerca, pero no
se siente mal.
John aparece durante el sueño, buscándome por la ciudad, preguntando a todos
si han visto a una mujer que se parezca a mí. Me encuentra y cuando lo hace,
estoy besando a Max delante de la torre.

John grita mi nombre y yo jadeo. Entonces se lanza contra Max, listo para
abordarlo y luchar contra él, pero antes de que pueda hacerlo, Max se desvanece
en el aire.

Me despierto, jadeando fuertemente, mirando a Max que ahora está


dormido en la silla, encorvado con la cabeza ligeramente girada hacia un
lado. La televisión sigue encendida, no se ha separado de mí.

Echando mi pelo hacia atrás y controlando mi respiración, tomo el


control remoto, apago la televisión y vuelvo a relajarme. Me quito los
tubos y me vuelvo a acostar en las almohadas, exhalando una respiración
constante y mirando las sábanas del dosel.

Me muevo constantemente, lo que hace que Max se despierte y me


busque.

―Hola. ―Su voz es gruesa y aturdida―. ¿Estás bien?

―Sí. Bien. Solo que no puedo dormir.

―¿Incómoda?

―No. Estaré bien. No tienes que quedarte en esa silla incómoda toda la
noche, puedes volver a tu habitación si quieres.

Se sienta de nuevo en la silla, con los labios torcidos, y su cuerpo


ajustándose en la oscuridad.

―Me quedaré hasta que te vuelvas a dormir.

―Bien. ―Me acurruco con las mantas, escucho el tic-tac del reloj en la
pared―. ¿Max?

―¿Sí?

―¿Crees que puedes cantar esa canción para mí? ¿La que solías cantar
cuando pasabas la noche en mi casa?
―Oh, chica. ―Se ríe y yo sonrío―. Bueno. Un segundo. ―Se sienta, me
toma la mano y me acaricia el dorso mientras empieza a cantar I See Fire
de Ed Sheeran.

No me malinterpreten, Max tiene una voz horrible, es chasqueante,


profunda y torpe, pero siempre me ha reconfortado.

La cantó una noche durante el karaoke en un bar que tenía una noche
de bebidas a dos dólares. Fue genial. Desde entonces, era la canción que
cantaba cada vez que necesitaba un estímulo o una buena carcajada.

Mientras canta, vuelvo a dormirme.

Sueño, pero esta vez es un sueño tranquilo. Estoy rodeada de la gente


que quiero.

John.

Tessa.

Danny.

Max.

Mis amigos de Capri.

Incluso la abuela Lane, la tía Jessie y mi padre, Abraham Hales. Lo


único es que en realidad no estoy ahí. Ya me he ido, pero en mi corazón,
me alegro de haberme ido. En lugar de llorar en un funeral, están
celebrando el hecho de que ya no sufro mientras acunan tazas de café o
sostienen platos de pastel.

Están celebrando la vida de Shannon Hales-Streeter... celebrándome a


mí.

Están sonriendo, bailando, compartiendo recuerdos divertidos y


hermosos.

Es encantador, tan encantador que siento que Max me frota la espalda


para despertarme parcialmente de mi sueño. Oigo un gemido que se me
escapa, pero no puedo salir del sueño.

Continúa. Grandes sonrisas, risas, pastel, bebidas.


Cuando por fin me despierto, el cálido tramo de sol del horizonte está
besando mi piel. Max ya no está en la silla junto a mi cama.

La habitación está vacía, así que me tomo todo el tiempo que necesito
para llorar.
Cuando el sol está más alto en el cielo y mis lágrimas han desaparecido,
voy a una clínica donde la colega del doctor Barad, Whitney Monroe, una
hermosa mujer afroamericana que me recuerda a Kelly Rowland, me hace
una rápida revisión de los pulmones y del cuerpo.

―Diviértete, pero no hagas nada demasiado extremo ―insiste la


doctora Monroe tras la revisión―. Asegúrate también de continuar con tu
OPX. Mientras lo hagas, deberías estar bien, siempre que tengas cuidado.

―Lo haré ―digo, sonriendo mientras me cuelgo la bolsa al hombro y


me encuentro con Max en la puerta―. Gracias por hacerme un espacio.
Que tenga un buen día, doctora Monroe.

―Tú también, Shannon.

Cuando por fin estoy libre, Max y yo nos dirigimos al Louvre para ver
a la Mona Lisa a los ojos.

―Mira cómo sonríe ―murmuro, mirando el cuadro―. Parece que no


está tramando nada bueno... o que sabe que nosotros no estamos
tramando nada bueno.

Max se ríe con demasiada fuerza, llamando la atención de unas cuantas


personas molestas que giran sus narices hacia nosotros cuando los
miramos.

―¿Qué te hace pensar que no estamos haciendo nada bueno?


―Quizá no le guste que me haya largado con mi maldito ex a otro país
como si no fuera la gran cosa.

―Mmm... no lo sé. Parece del tipo que puede apreciar que una chica se
arriesgue ―dice, encogiéndose de hombros. Tiene razón.

Seguimos explorando el museo, observando cada una de las delicadas


pinturas y esculturas. Cuando terminamos y almorzamos en un
restaurante cercano con los mejores espaguetis, Max nos guía hacia la
salida, viendo las nubes grises mientras salimos.

―Parece que va a llover.

―Maldita sea. ―Me muerdo el labio inferior, viendo cómo las nubes se
agrupan en masas grises.

Max saca su móvil y consulta una aplicación meteorológica.

―Treinta por ciento de posibilidades. Creo que estamos bien por ahora.
Un poco de lluvia no le hará daño a nadie. Si empieza, podemos ir a algún
sitio hasta que pase. ¿Qué quieres hacer ahora?

―¡Oh! Leí algo en un folleto esta mañana sobre un mercadillo por aquí.
Dicen que puedes encontrar algunas antigüedades muy bonitas si tienes
suerte.

Buscamos el nombre en nuestro navegador web y, una vez que Max lo


encuentra, nos lleva a la calle para tomar un taxi.

Cuando llegamos al mercadillo, Max pregunta:

―¿Qué esperas encontrar aquí exactamente?

―Quiero conseguir algo para Tessa y John. Algo con lo que me


recuerden. ―Me meto bajo una de las tiendas que tiene cestas llenas de
baratijas, cuadros apoyados en las paredes y libros en una gran estantería
a mi derecha.

Max levanta la mano y toma una raqueta de tenis de aspecto vintage,


balanceándola como un loco. El hombre que está detrás del mostrador le
lanza una mirada severa por encima de su periódico, y éste aprieta los
labios y baja la raqueta.
―Será mejor que te detengas antes de que te ase el trasero ―le digo,
riendo.

―Sí. Lo vuelvo a poner ahora. ―Vuelve a colgar la raqueta y se pone a


mi lado mientras rebusco en una de las cestas. Observo algo brillante y
lustroso en una de las que tengo delante y lo rebusco, para descubrir que
es un ángel de cristal. Es de color rosa con un ala astillada, pero a pesar
de los daños y arañazos, es exquisito.

Paso los dedos por encima, frotando el polvo acumulado y alisando


algunos de los rasguños. Me pregunto por qué algo tan notable y fácil de
romper está en una cesta llena de objetos de metal y acero. Tal vez se haya
extraviado.

―Voy a ir a ver la tienda de ahí ―me dice Max, señalando fuera de la


tienda.

―Claro, nos vemos ahí cuando termine.

Lo veo marcharse antes de girarme y mirar al hombre, preguntándole:

―¿Cuánto cuesta esto?

―Te lo doy por cinco euros. ―Su acento es fuerte mientras levanta sus
largos dedos. Me acerco al mostrador y las arrugas se forman alrededor
de los ojos del hombre mayor mientras sonríe.

―¿Cinco euros por esto? ¿Eso es todo?

Asiente con la cabeza mientras se lo doy.

―Es bonito, ¿verdad? Pero está dañado. ―Lo levanta y busca en su


bolsillo trasero un pañuelo.

Después de limpiarlo con cuidado, lo coloca sobre una hoja de papel de


regalo y me lo envuelve, metiéndolo cuidadosamente en una bolsa de
papel marrón.

―Es precioso ―le digo, tomando la bolsa―. Me preguntaba por qué


estaba metido en un contenedor con las cosas pesadas.
―Ah, no debes dejar que esta belleza te engañe. Es un cristal muy
resistente del que está hecho, es muy difícil de romper. Como ya viste,
solo hay una pequeña astilla del ala.

―¿Cómo es posible?

―Digamos que conozco a la persona que lo creó. ―Señala la bolsa―.


¿Y quieres saber una cosa curiosa?

―¿Qué es?

―Me dijo que lo pondría en esa cesta con esos objetos pesados y que, si
alguien lo encuentra y lo quiere, que será para quien lo encuentre. La
persona que se lo lleve será un individuo valiente, humilde y fuerte.
―Estudia el tubo conectado a mi nariz, y una ola de simpatía recorre sus
ojos―, dijo que quien encuentre esto apreciará que el cristal no se rompa
porque la persona que lo vea cree en su durabilidad y en su belleza, y por
eso, la persona que lo compre será igual de duradera e igual de bella.

―Vaya ―digo―. Eso es realmente encantador. Ahora sí que lo voy a


valorar. ―Rebusco en mi mochila el dinero, pero él niega con la cabeza,
agitando una mano.

―No importa, es tuyo, tómalo.

Mi corazón se hincha.

―¿Está seguro? Me gustaría que tu amigo cobrara por su trabajo.

Su rostro se entristece.

―Mi amigo ya no está con nosotros, pero se alegraría de saber que su


trabajo se está llevando a todas partes, estoy seguro. ―Sonríe, y puedo
decir que es una sonrisa genuina.

Trago con fuerza, y mis ojos arden. Parpadeando mis lágrimas y


apartándome lentamente, veo mi bolsa antes de levantar la vista hacia el
hombre una vez más, agradeciéndole amablemente antes de darme la
vuelta y salir de la tienda.
Me hago a un lado, tomando un muy necesario respiro, y luego saco el
ángel en su papel de regalo marrón. Es realmente hermoso, tan
cuidadosamente detallado.

En cierto modo, me identifico con este ángel. Puedo parecer débil y


frágil, pero sigo siendo fuerte. Tengo la fuerza necesaria para superar
cualquier cosa. Este ángel es defectuoso y está lleno de imperfecciones,
como yo, capaz de rendirse en cualquier momento, pero sin saber cuándo,
como yo.

Max sale de la tienda frente a mí con una bolsa en la mano.

―¿Estás bien? ―pregunta.

―Sí. ―Levanto el ángel para mostrárselo―. Lo compré para mí.

Aprieta los labios, mirándolo por encima.

―Es... genial.

―Es un ángel, bicho raro. ―Pongo los ojos en blanco―. Es bonito,


¿verdad?

―Sí, me gusta. ―Rebusca en su bolso y saca un medallón de oro


antiguo. Lo abre y dice―: Lo compré por diez euros, pero no sé qué voy
a poner dentro, ni a quién se lo voy a regalar. Supongo que ya veremos.

―Aww, Max.

―Es jodidamente cursi, lo sé.

―No, no lo es, basta ya, es considerado. Algún día harás que alguna
chica se sienta muy especial con él.

Envuelvo mi ángel mientras seguimos paseando por el mercadillo.


Pasamos al menos una hora aquí, buscando los regalos perfectos para
Tessa y John.

Con John es fácil. Le compro un estuche de cuchillos de corte vintage y


cucharas de madera. No hay manera de que pueda cocinar con ellos, pero
quedarían bien en nuestra cocina para exponerlos.
Tessa es un poco más difícil, pero cuando por fin doy con el regalo
adecuado, jadeo y lo saco lentamente.

―Dios. ―Levanto el reloj de números romanos y sonrío de oreja a


oreja―. ¡Para la chica que se niega a llegar tarde a nada!

―La chica que siempre llega a tiempo. ―Max gime―. Chica, solía odiar
cuando te llamaba con treinta minutos de antelación solo para asegurarse
de que la recogerías a tiempo.

Me rio, recogiendo el reloj negro y beige y pasando por la caja en el


mostrador.

Tomamos el autobús de vuelta al hotel, riendo y presumiendo de


nuestros hallazgos. Max no para de hablar de que el suyo es más
importante que el mío, le digo que si estuviera ahí para escuchar lo que el
hombre tenía que decir, se daría cuenta de lo importante que es el mío,
que estaba destinado a que yo encontrara este ángel de color rosa.

Lo que dijo ese hombre, esas palabras aún están clavadas en mi cabeza.
Nunca podré olvidarlas. Me dieron una especie de paz, como si siempre
hubiera estado destinada a venir a París. No me malinterpretes, todavía
me siento muy culpable por lo de John y por haberlo hecho enojar, pero
no puedo mentir y decir que esto no me parece bien.

Se supone que debería estar aquí ahora mismo, disfrutando de este


momento, sosteniendo a este ángel, y estando al lado de Max. ¿Cómo
puede alguien sentirse mal por esto?

Mi sonrisa nunca se borra, incluso cuando veo a Max, observando cómo


señala un edificio al otro lado de la calle, diciendo que ha oído hablar del
lugar y que deberíamos ir ahí mañana. Hacía mucho tiempo que no lo
veía tan tranquilo y sereno. Años, honestamente.

Max, es más fuerte ahora y tiene todas las razones para serlo porque su
pasado fue difícil. Hasta el día de hoy, sé que las tragedias lo persiguen.

Intenté seguirle el ritmo en el pasado, especialmente cuando la realidad


lo golpeaba con fuerza. Intenté luchar con él contra sus demonios, pero
solo me apartó.
Lo que muchos no saben es que Max me abandonó durante un breve
período de tiempo mientras estábamos juntos. Aunque fue breve, me
pareció toda una vida y, hoy en día, aún me duele pensarlo.

Ahora puedo perdonarlo por todo ello porque sé que algunos


demonios son realmente difíciles de combatir, pero en aquel entonces, me
resultaba muy difícil perdonarlo porque mi amor por él era incondicional
y no podía aceptar el hecho de que su amor por mí no fuera el mismo.
Max y yo habíamos planeado un viaje a Hilton Head Island para el fin
de semana del 4 de julio. Podía imaginarlo antes de que ocurriera, sería
tan romántico. Las grandes olas del océano y el sol brillante para tomarlo.
Sería tranquilo y relajante.

Era la primera vez que Max no pasaría el día 4 con sus padres. Esto,
para mí, demostraba que habíamos progresado en nuestra relación, él
quería estar conmigo, y yo me sentía la chica más afortunada del mundo.
Ya habíamos cumplido un año y dos meses.

Su madre, una hermosa mujer de pómulos altos (que Max claramente


heredó de ella) y ricos ojos marrones, lo abrazó con fuerza. Era una mujer
menuda y, de pie frente a Max, parecía una niña abrazando un árbol. Era
tan bonito que me reí.

―Oye ―dijo ella, mirándome con una sonrisa juguetona―, no te rías.


Ven aquí, también hay uno para ti. ―Mis labios se rompieron en una
suave sonrisa mientras caminaba hacia ella, cayendo en su fuerte abrazo.

Ella hizo un ruido como si no quisiera dejarme ir nunca, era extraño


sentir este tipo de afecto de la madre de otra persona. Nunca había
recibido ese tipo de amor, pero se sentía agradable, cálido y reconfortante.

La madre de Max me invitaba a cenar a menudo, incluso íbamos de


compras juntas aquí y allá, solo ella y yo. Nos compenetramos bastante
bien. Comprábamos, derrochábamos y nos reíamos, y luego
comprábamos pretzels en Auntie Anne's junto con una deliciosa
limonada de fresa.

Finalmente me soltó, la señora Grant se apartó y Max le dio un rápido


beso en la mejilla.

―Te quiero, mamá. Tenemos que irnos ―dijo Max, tomándome de la


mano y guiando el camino hacia su auto.

Me senté en el asiento del copiloto y me abroché el cinturón de


seguridad mientras él ponía en marcha el motor.

―¡Cuídense! ―Los Grant dijeron mientras estaban en su porche.

Max sacó una mano por la ventanilla abierta y gritó:

―¡Los quiero! ―Cuando salimos del barrio, se rio y dijo―: Mis papás
nunca me dejarán crecer.

―Son gente maravillosa ―le dije―. Seguro que este año será diferente
ya que no estarás con ellos. Te echarán de menos.

―Sí, lo sé. ―Me agarró la mano y la apretó―. Te adoran, ¿sabes?

―Yo también los adoro.

Con el tráfico, el viaje resultó ser de cuatro horas. Me quedé dormida


un par de veces, y me desperté con un empujón en el brazo de Max, que
me preguntó varias veces si tenía hambre o necesitaba ir al baño.

Me mantuve despierta durante la última hora de nuestro viaje,


cantando con él algunas canciones de Maroon 5 y The Foo Foo Fighters.

Cuando llegamos al hotel, ya estaba mareada. Max abrió el maletero,


sacó mi maleta y luego la suya antes de colgarse una mochila al hombro.

―No creo que estés preparada para este fin de semana, nena ―dijo
mientras cerraba la puerta del pasajero.

―¿Estás bromeando? Llevo semanas esperando este viaje. Por fin


podré relajarme y tomarme un par de copas. Esto es muy raro para mí.

Sus cejas se alzaron al rodear el auto.


―Me alegro de que puedas disfrutarlo conmigo.

Se dirigió a la puerta del hotel y yo entré con él. Su teléfono sonó cuando
nos encontramos en el mostrador y él suspiró, rebuscando en su bolsillo
mientras la mujer detrás del mostrador esperaba pacientemente.

―Disculpa ―murmuró, sonriéndole. Yo también le sonreí, y luego


aparté rápidamente la mirada.

Max aún tenía una sonrisa en los labios mientras volteaba el teléfono y
revisaba la pantalla, pero cuando leyó el mensaje que había en la pantalla,
su sonrisa se desvaneció lentamente.

―¿Max? ¿Qué pasa? ―pregunté.

―Uh, solo dame un minuto. ―Soltó las maletas, dejándolas caer al


suelo, y se dio la vuelta para llamar a alguien. El teléfono estaba pegado
a su oreja mientras caminaba hacia la zona del salón.

―¿Max? ―Volví a decir, acercándome a él. Su rostro estaba más pálido,


y sus ojos más oscuros. ¿Qué demonios estaba pasando?

―Sí, estaré ahí. ―Bajó el teléfono, mirando fijamente las paredes de


cristal que tenía delante.

―¿Max? ―dije su nombre en voz baja. Algo estaba definitivamente


mal.

―Tenemos que volver.

―¿Volver a dónde? ―pregunté, pero no me contestó. En su lugar,


volvió a nuestras maletas que había dejado caer delante del mostrador y
las tomó.

―¿Max? ―siseé mientras se las colgaba del hombro―. ¿Qué está


pasando? Háblame.

―Siento hacer esto, pero ¿puede cancelar nuestra reservación?


―preguntó Max, concentrado en la recepcionista detrás del mostrador.

―Mmm... claro. Maximilian Grant, ¿correcto?

―Sí. Gracias.
Max se dio la vuelta y se apresuró hacia la salida y yo me apresuré a
seguirlo. Dejó las maletas en el maletero, lo cerró de golpe, y se apresuró
a ponerse al volante de su auto. Volví a sentarme en el asiento del
copiloto, mirándolo fijamente.

―¿Por qué cancelaste la reservación? ¿Qué demonios está pasando?


―le pregunté.

No me miró, solo miró al frente, con ojos distantes, sin ninguna emoción
en su rostro. Empezaba a preocuparme, nunca lo había visto así. Sin
palabras. Inmóvil.

―¿Max? ―supliqué, colocando mi mano sobre la suya―. Max, por


favor ―le rogué en un susurro―. Dime qué está pasando. Dime qué pasó.
Me estás asustando.

Finalmente, miró hacia mí, y cuando lo hizo, una lenta lágrima se abrió
paso por su mejilla.

Su voz se quebró cuando finalmente dijo:

―Mis papás...

―¿Qué pasa con ellos? ―insistí.

―Ellos... mmm... acaban de tener un accidente de auto. Hubo un


choque. ―Tragó con fuerza, mirando de nuevo a través del parabrisas―.
Me llamó un policía, dijo que... que no sobrevivieron. ―Jadeé y
finalmente me miró a los ojos―. Se han ido, Shannon. Mis padres... se han
ido.

Mantuve mi mano en su brazo, pero me quedé sin palabras.

¿Se han ido? Como... ¿muertos? Pero... ¿cómo? ¿Por qué? Acabábamos
de verlos, acabábamos de abrazarlos y despedirnos con un beso. ¿Cómo
fue posible?

―Dios, Max. ―No tenía palabras. De verdad, no tenía ninguna.

Su mirada bajó y luego su cuerpo se estremeció tan fuerte que pensé


que podría romperse. Su mano envolvió la mía, la apretó y me dolió, pero
no tanto como el dolor de mi corazón.
¿Cómo diablos había sucedido esto? ¿Por qué había sucedido?

―Lo siento mucho ―susurré, acercando su frente a la mía―. Lo siento


mucho, cariño.

Sollozó con más fuerza, sus gruesas lágrimas cayeron sobre la consola
central.

―Ven ―susurré―. Déjame conducir de vuelta.

Me costó un poco, pero conseguí que se moviera al asiento del copiloto


y, en cuanto lo hice, introduje la dirección en el GPS de mi teléfono y
conduje lejos de lo que se suponía que era una escapada especial para
nosotros y de vuelta a nuestra ciudad natal. La escapada ya no importaba,
no importaba nada más que llevar a Max de vuelta a Charlotte.

El viaje ya estaba invadido por la penumbra, pero lo que lo empeoró


fue la lluvia que había comenzado en nuestro camino de regreso. Miré y
la frente de Max estaba pegada a la ventanilla mientras lloraba más fuerte.

Finalmente llegamos a la ciudad, estacionándonos en la comisaría de


policía donde Eugene ya estaba esperando en el estacionamiento con un
cigarrillo apretado entre los dedos.

―Mierda, Max ―dijo Eugene cuando lo vio―. Lo siento mucho.

Max lo ignoró, pasando por delante de él y entró en la comisaría.


Llamaron a un detective y enviaron a Max a la parte de atrás, yo me quedé
en la sala de espera. Esto parecía demasiado personal y no sabía si me
quería ahí.

Mientras esperaba, Eugene me contó todo. El conductor que se había


estrellado contra los padres de Max conducía un camión de dieciocho
ruedas y estaba intoxicado. Estaba lloviendo y, de alguna manera, chocó
con ellos, desviándose hacia su carril.

Eugene señaló a un hombre con una gorra marrón, con una bandera
confederada en la parte delantera, el pelo castaño colgaba por debajo del
sombrero, y el hombre tenía un aspecto grasiento... y también parecía no
tener remordimientos. El ebrio conductor del camión estaba sentado
esposado al escritorio de un oficial, ignorando las preguntas que le hacían.
Una vez que Max descubrió quién era el hombre, las cosas se pusieron
realmente mal. Todos sabíamos que Max tenía temperamento, pero nunca
lo había visto tan enojado, y me refiero a que le hervía la sangre. Atravesó
el departamento de policía y se dirigió hacia el conductor, apartando sillas
y objetos de su camino, con la cara roja.

El conductor del camión se dio cuenta de que Max se acercaba, lo miró


y luego se rio. Tuvo suerte de que un policía interviniera y detuviera a
Max antes de que pudiera ponerle las manos encima, pero eso no impidió
que siguiera profiriendo palabras de odio, a lo que el camionero se rio aún
más, e incluso empezó a burlarse de él llamándolo a él y a sus padres por
nombres groseros que ningún hombre blanco debería decirle a un hombre
negro en un momento de tanto dolor y desesperación.

Los policías finalmente lograron controlar a Max y no tuvieron más


remedio que esposarlo y enviarlo a una habitación trasera hasta que se
calmara. No podía creer que esto estuviera ocurriendo.

Esperé tres horas a que lo soltaran y, afortunadamente, los policías no


le levantaron cargos. Lo vi salir de la comisaría mientras me sentaba en el
capó de su auto y mi corazón se aceleró, una luz brilló en mi interior, pero
se desvaneció rápidamente cuando se acercó a mí, con los hombros caídos
y el rostro inexpresivo.

―Max ―susurré―. Cariño, ¿estás bien? ―Intenté abrazarlo, pero se


apartó de mí.

―¿Dónde están mis llaves? ―exigió con la palma hacia arriba y la mano
extendida.

Parpadeé con fuerza y busqué en mi bolsillo para encontrarlas.

―Te llevaré a casa ―refunfuñó cuando se las dejé en la palma de la


mano.

Me rodeó, se puso al volante de su auto y cerró la puerta tras de sí. El


portazo me hizo estremecer y me quedé paralizada por un momento.

Arrancó el auto, lo que me impulsó a subir.

―Max, siento mucho lo de...


―Detente, Shannon. En serio, no lo hagas ―dijo, evitando mis ojos.
Puso el auto en movimiento y se alejó de la comisaría.

No dije nada más durante el resto del viaje, ni siquiera pude mirarlo.
Tenía todas las razones para estar molesto en este momento. Sus padres
acababan de morir y un hombre racista se había reído en su cara por ello.

Max me dejó en mi apartamento y ni siquiera se molestó en subir o


permitirme que lo consolara con un abrazo de despedida. En lugar de eso,
arrancó en cuanto llegué a la acera y mi corazón se rompió al verlo
marcharse, con sus neumáticos derrapando y quemando la carretera.

Mientras me acercaba a la puerta de mi apartamento, no pude evitar


pensar que tal vez él también me estaba echando parte de la culpa. Si no
hubiera ofrecido a hacer el viaje a Hilton Head, él habría ido al lago con
sus padres, como hacía todos los años. ¿Era mi culpa? ¿He creado esto?

Tres lágrimas resbalaron por mis mejillas cuando me puse delante de


la puerta de mi apartamento, pero las aparté, y fue entonces cuando me
di cuenta de que no tenía las llaves. Las había dejado en mi maleta, que
estaba en el maletero de Max. Por suerte, Emilia estaba en casa y me dejó
entrar abriendo la puerta con una amplia sonrisa. Sin embargo, en cuanto
me vio, su comportamiento cambió por completo.

―¿Shannon? ―Cerró la puerta y se puso delante de mí―. ¿Qué pasa?

Le conté todo, se lo tiré todo encima.

Las cosas cambiaron esa noche, puedo admitirlo. Esperaba tener


noticias de Max esa misma noche o incluso a la mañana siguiente, pero no
fue así. Llamé e incluso pasé por su apartamento, pero no hubo respuesta
y cuando usé la llave que me había dado, vi que no estaba en casa.

Al día siguiente, seguía sin llamar, ni siquiera un mensaje de texto.


Supuse que necesitaba espacio y tiempo a solas para llorar. Le envié un
mensaje a Eugene para preguntarle si había visto a Max, y me dijo que no,
lo que me preocupó. Aparte de sus padres y Eugene, no tenía a nadie más,
así que ¿dónde estaba?

No sé cuántas veces lo llamé, pero sí sé que le dejé suficientes mensajes


de voz como para que su buzón estuviera demasiado lleno.
Pasó una semana entera y todavía no sabía nada de él. El funeral de sus
padres era ese sábado y Max no respondía a las llamadas de nadie.
Eugene tuvo que tomar la iniciativa a principios de la semana para hacer
los arreglos pertinentes para su hermano y su cuñada ya que Max no
aparecía.

Tampoco apareció en el funeral. ¿Y eso? Eso era preocupante. ¿Qué hizo


y dónde había ido? No podía estar lejos, ¿verdad?

Intenté pensar en todos los lugares donde podría estar, pero aparte de
la casa de sus padres, nada me sonaba. Eugene y yo incluso habíamos
revisado su casa y no había ninguna señal de que Max hubiera estado ahí.

Dos noches después del funeral, empecé a sentirme mal. Me latía la


cabeza y vomité toda la noche. Al día siguiente dormí todo el día, y
cuando por fin sentí la necesidad de arrastrarme fuera de la cama, me
sentí aún más fatigada que antes.

Era espantoso, y lo que es peor, seguía sin Max. Él era la única persona
con la que quería estar, pero no había ni rastro suyo.

Después de pasar cuatro noches con los mismos vómitos y la misma


fatiga, fui al médico. No era propio de mí enfermar de repente, conocía
bien mi cuerpo y casi nunca me ponía enferma... al menos antes de la
Pleura de Onyx

El médico me hizo todas las pruebas que podían conducir a un virus


estomacal, pero resultó que no era eso en absoluto. Él entró, me entregó
una hoja de papel y me dijo:

―Shannon, ¡felicidades! Estás embarazada. ―Me sonrió, pero yo lo


miré con los ojos muy abiertos.

―¿Embarazada? ¿Qué? ¿Cómo?

―Bueno, estoy seguro de que no hace falta que te explique cómo ocurre
eso ―dijo, bromeando. No me molesté en sonreír cuando lo hizo y se
aclaró la garganta, viendo claramente que no estaba de humor para
risas―. Estás de unas cinco semanas de embarazo.
―Cinco semanas ―dije. No podía creerlo. ¿Cómo se me había pasado
esto? La cabeza me daba vueltas, la boca se me hacía de repente
demasiado agua. Salté de la mesa y me precipité hacia la papelera de la
esquina, sacando la mitad del muffin de arándanos que había engullido
esa mañana.

Las lágrimas empezaron cuando crucé el estacionamiento para llegar a


mi auto y se hicieron más intensas cuando llegué a mi apartamento y me
enterré bajo el edredón.

Curiosamente, no tenía miedo, no estaba preocupada, solo estaba...


confundida. Estaba confundida porque no sabía qué hacer con la noticia.
Quería quedarme con el bebé, pero al mismo tiempo sentía que era el
momento equivocado para tener el hijo de alguien que ni siquiera quería
verme.

Volví a llamar a Max, luego una vez más. Alrededor de la quinta vez,
contestó y de verdad me sorprendió. El sonido de su voz hizo que mi
corazón latiera más rápido.

―¿Max? ―Respiré―. ¿Qué demonios? ¿Dónde has estado? Llevo días


intentando ponerme en contacto contigo.

―Lo siento. ―No dijo nada más.

―¿Estás bien? ―pregunté, sentándome con la espalda apoyada en el


cabecero.

―Bien, supongo.

―¿Dónde estás? ¿Qué te pasa?

Se quedó callado un momento.

―Estoy en un buen lugar, no te preocupes.

No estaba segura de cómo aceptar esa declaración. Al parecer, todavía


estaba de duelo, lo cual estaba bien, pero ¿por qué me evitaba?

―Mis padres tienen un condominio en Wilmington ―dijo, y me alegré


de que al menos me lo dijera―. Lo alquilan como Airbnb aquí y allá. He
estado aquí un tiempo.
―Oh. ―El alivio me inundó―. Okey. Bueno.

La línea se quedó en silencio.

―Tengo algo que decirte ―dije llenando el vacío.

―¿Qué?

―Bueno, me he estado sintiendo un poco mal los últimos días. No


estaba segura de lo que pasaba, así que finalmente fui al médico para que
me revisara...

―¿Y? ―insistió.

―Y, bueno, todavía no puedo creerlo, pero... ―Me reí un poco, algo de
alegría por fin presente―. Estoy embarazada, Max.

Max, que esperaba que respondiera con entusiasmo, no respondió en


absoluto. Esperé a que dijera algo, cualquier cosa.

―¿Me oíste? ―le pregunté.

―Sí, te oí.

Silencio de nuevo.

―Entonces... ¿qué piensas?

Otro tramo de silencio. Me estaba matando, nunca estaba tan callado al


teléfono conmigo.

―¿Max?

―Creo que ahora no es un buen momento para que estés embarazada,


Shannon.

Su afirmación hizo que el corazón se me hundiera en el estómago. Cerré


los ojos brevemente, luchando contra las lágrimas, intentando ponerme
en su lugar, pero no pude.

¿Ese niño por nacer del que acababa de enterarme? Era una bendición.
Tenía razón en que no era el momento adecuado. Éramos jóvenes y
acabábamos de empezar en esto de ser novios, pero en el fondo sabía que
podíamos hacer que funcionara, siempre hacíamos que las cosas
funcionaran... o eso creía yo.

Supuse que la noticia de mi embarazo lo despertaría un poco, nos uniría


más, incluso lo sanaría en cierto modo. Una tragedia que lleva a una
bendición.

―¿Qué quieres decir? ―pregunté, mi voz apenas era un susurro.

―Es que... ―Suspiró―. ¿Sabes qué? No lo sé. Haz lo que quieras, ¿de
acuerdo? Solo sé que no estoy listo para un niño, pero si tú lo quieres,
quédate con él.

Egoísta. Eso es lo que era, un imbécil egoísta. La rabia se encendió en mí


y me senté hacia adelante.

―¡Max, entiendo por lo que estás pasando, pero creo que olvidas que
no eres la única persona que ha perdido a alguien antes! Yo también perdí
a un padre, ¿okey? ¡Sé lo que se siente! Duele mucho y nada podrá
reemplazarlos, pero lo que acabo de compartir contigo es la vida real, ¿de
acuerdo? ¡Esto está sucediendo, así que no puedes decirme una mierda
así! Yo tampoco estoy preparada, ¡pero estoy dispuesta a hablarlo y hacer
que funcione!

―La muerte de tu padre es diferente, Shannon ―murmuró―. Además,


yo perdí a mis dos padres, tú solo perdiste a uno. No es lo mismo.

Vaya. No podía creerlo.

―¿Hablas en serio? ―Mi voz se quebró y odié la traición de la


misma―. ¿Por qué estás siendo así? ¿Cómo puedes ser así conmigo?

Max no dijo nada, ni una sola palabra, y lo esperé, pero sabía que no iba
a volver a hablar. Así que colgué y lloré aún más fuerte que los días
anteriores.
Más tarde, esa misma noche, Max volvió a llamar. Se acercaba la
medianoche y, aunque estaba cansada y tenía los ojos cerrados, no podía
dormir.

―¿Qué? ―respondí.

―Solo estaba siendo honesto contigo antes, Shannon.

―Claro, Max.

―¿Por qué quieres esto? Sabes que tener un bebé lo va a estropear todo
para ti.

―Eso no lo sabes ―murmuré.

―No, sí lo sé, y ahora mismo sé que estás viviendo en un mundo de


fantasía. Shannon, tienes dos putos trabajos solo para mantenerte. ¿Qué
te hace pensar que añadir una boca más que alimentar te ayudará? Yo
también sigo estudiando. Somos muy jóvenes y tenemos muchas cosas
que hacer.

Me ardían los ojos. Los cerré, apretando más el teléfono contra mi oreja.

―Quiero tener hijos algún día, y sé que tú también, pero este no es el


momento adecuado, Shannon, y lo sabes.

―¡Nunca hay un momento adecuado cuando se trata de mi vida, Max!


¿De acuerdo? Nunca he tenido el tiempo de mi lado, pero de alguna
manera siempre hago un camino.

―Shannon ―gimió.

―No ―espeté, apoyándome sobre el codo―. ¿Sabes qué? ¡Vete a la


mierda, Max! Vete a la mierda. Madura de una vez y deja de pensar solo en
ti por una ocasión.

Volví a colgar, tirando el teléfono al otro lado de la habitación y


llorando tan fuerte que el estómago y las costillas empezaron a dolerme
físicamente.

Pensé en todo, desde el viaje a Hilton hasta el momento en que él


respondió al teléfono. Pensé en mi pasado: mi madre y mi padre, Tessa,
la tía Jessie, y la abuela Lane.
Pero sobre todo, pensé en que Max tenía razón, y no podía soportar eso
y lo pequeña que me sentía en este mundo grande y furioso. No tenía ni
idea de lo que Max quería de mí o de cuál era mi propósito en su vida,
pero sabía una cosa: tener a este niño solo iba a separarnos y traer más
luchas.

Tenía que elegir entre el hombre al que amaba, mi vida y el bebé que
crecía dentro de mí. Él era una persona que podía crear, alguien a quien
podía conocer desde el primer día y amar incondicionalmente, hasta el fin
del mundo. Un amor así era muy difícil de conseguir para mí.

Pero estaba luchando. Era débil. Diablos, todavía conducía un auto de


mierda que apenas podía ir del punto A al B. Apenas podía pagar el
alquiler.

Sabía lo que tenía que hacer... pero odiaba tener que hacerlo.

Dos días después, me acosté en una cama fría y nada cómoda, con las
piernas abiertas y gruesas lágrimas rodando por un lado de mi cara.

Cuando terminó la operación, conduje a casa, con calambres, aturdida


y deprimida, y odio decir esto, pero me arrepentí al instante de mi
decisión.

Incluso cuando Max apareció a la semana siguiente para intentar


consolarme, no podía mirarlo a los ojos sin llorar porque la verdad estaba
ahí: él no quería al bebé.

Ese maldito choque terminó con nosotros mucho antes de que nos
diéramos por vencidos por completo. Hoy en día, me odio por no haber
luchado por nosotros, pero realmente me odio por haber renunciado a un
hijo que sé que habría cambiado mi vida por completo.

Algunas mujeres anhelan tener su propio bebé, ruegan y rezan para


quedarse embarazadas, y yo simplemente deseché ese sueño, me deshice
de él como si no fuera nada.

Tal vez por eso me estoy muriendo, porque destrocé una vida por
desesperación, miedo y soledad. Por egoísmo. Quizá por eso Dios me
castiga, haciéndome sufrir una muerte lenta y dolorosa. No está contento
conmigo ni con mis decisiones, me dio una oportunidad y la estropeé.
Tal vez si hubiera escuchado el latido de su corazón... tal vez si lo
hubiera visto ahí dentro de mí, mi decisión hubiera sido diferente, pero
ahora es demasiado tarde para pensar así. El bebé ya no está, y ahora soy
una cáscara de esa mujer.

Max se disculpó muchas veces por todo lo que pasó después del
accidente, pero sus disculpas no significaron nada para mí en aquel
momento. Actué como si lo hubiera perdonado, por supuesto,
simplemente porque así era yo. Todavía lo quería, todavía me preocupaba
por él, pero en el fondo de mi corazón, sabía que no estábamos destinados
a estar juntos.

Apenas pudimos superar una de las partes más duras de nuestra


relación, así que ¿cómo íbamos a superar algo mucho más intenso? ¿Cómo
íbamos a cuidar a un niño?

Fue terrible, pero obviamente estaba destinado a ser así.

Estaba destinada a dejar atrás a Max para siempre. Conocer a John fue
la prueba de que debía dejar atrás a Max.

Max no era mío entonces, y nunca lo fue, solo que yo quería que lo
fuera. Ahora pienso en eso y constantemente perdoné a Max, no porque
estuviera enamorada de él, sino porque me lo rogó mucho, incluso
cuando desapareció durante casi tres semanas, lo perdoné.

Incluso cuando coqueteó con otras chicas y su exnovia tenía una llave
y yo no, lo perdoné. Incluso cuando se emborrachó y se puso bocazas
conmigo, lo perdoné. Incluso cuando estaba afligido y enojado y decía
cosas hirientes, lo perdoné.

¿Por qué? Porque me sentía sola, y con él me sentía querida y vista de


alguna manera.

De lo que me di cuenta con Max después del accidente fue de que no


era del tipo que podía soportar el sufrimiento. Maximilian Grant siempre
lo tuvo fácil, siempre lo tuvo hecho, pero la muerte de sus padres le pasó
factura.

Si pudiera volver atrás y cambiar las cosas después del accidente, con
el bebé, el aborto, con Max... no sé si lo haría.
Tal vez Dios estaba probando mi fe en ese entonces y le fallé. No es de
extrañar que me esté muriendo. Después de todo eso, no merezco su
misericordia.
Tres horas más tarde, después de ponerme un elegante vestido rojo y
blanco con escote halter que Tessa no tuvo ningún problema en ayudarme
a elegir de mi armario, Max y yo estamos de pie frente a la Torre Eiffel.

Es mucho más grande de lo que esperaba, y aún más hermosa de cerca.


Las fotografías y las películas no hacen justicia a esta torre de metal. Se
mantiene alta y firme, construida sobre sólidas losas de cemento. Es
milagrosa, impresionante, especialmente cuando el sol se pone detrás de
ella.

―Es tan hermosa ―susurro.

Max se acerca a mi lado y se pone una mano en la cadera. Lleva


pantalones negros y una camisa blanca abotonada con las mangas
arremangadas hasta los codos.

Señala hacia arriba y dice:

―Si crees que es hermosa aquí abajo, imagínate cenando dentro.

Jadeo y me encuentro con sus ojos. El brillo de estos resplandece con la


luz del sol.

―Espera... ¿hablas en serio? ¿Para eso me dijiste que me vistiera?

Pone una sonrisa sencilla y me tiende el codo.

―Diste en el jodido clavo. Vamos.


Enlazo mi brazo con el suyo, sonriendo demasiado, y él me guía.
Entramos en un ascensor con algunos otros turistas después de pagar, y
mientras miro por las ventanas, mi emoción no puede contenerse. No
puedo creer que haya reservado una cena en la Torre Eiffel. ¿Cómo puede
haber algo mejor que esto?

Antes de que me dé cuenta, Max nos guía hasta una puerta donde nos
espera una anfitriona que nos saluda en francés.

Nos sienta en una mesa junto a la ventana con una magnífica vista. Mi
corazón se acelera cuando me doy cuenta de la altura a la que estamos.
Los autos son como hormigas y la gente como motas. El sol se ha puesto
aún más, y solo una pizca asoma por el horizonte.

―¿Y? ―dice Max, mirando a su alrededor―. ¿Qué te parece?

―Me encanta, Max. Muchísimo. No puedo creer que hayas preparado


todo esto.

―Bueno, tenía que hacerlo. Pensé que tenías que experimentar una de
las mejores vistas de la ciudad. ―Él toma su menú y yo hago lo posible
por contener mi emoción, tomando también el mío.

Un mesero nos atiende, Max pide una cerveza y yo un vaso de agua, y


cuando el mesero se va Max me mira con una pequeña sonrisa en los
labios.

―¿Qué? ―pregunto.

―Te ves increíble, Shakes. Feliz.

―Gracias. Tessa me ayudó a elegir mi vestido. ―Me acomodo unos


mechones de pelo sueltos detrás de la oreja, luchando contra el rubor. Me
aliso el pelo. Es fino, pero bonito―. Hice todo lo posible para no parecer
enferma ―añado, y luego recojo mi mochila―. Pero esta cosa de aquí lo
impide.

Se ríe, cálido y profundo.

―No, me gusta. Lo has hecho funcionar.

Mi risa llena el espacio que nos rodea.


―Escucha ―dice, suspirando―. Sé que prometimos no sacar a relucir
el pasado ni nada parecido, pero no puedo evitarlo. Quiero decir, tenemos
esta vista justo delante de nosotros, estoy pasando tiempo con una de las
mujeres más increíbles que he conocido en mi vida. ―Levanta la vista y
se detiene a mitad de la frase. Es como si esperara a ver si le impido hablar,
pero no lo hago. Esto también estaba en mi mente, solo que he hecho todo
lo posible para evitar sacar el tema―. Quería hablar de lo que pasó con
nosotros, siento que nunca nos dimos un cierre...

―De acuerdo. ―Paso las palmas de las manos por el regazo de mi


vestido―. ¿Qué tal si lo hablamos una vez que hayamos pedido?

―Buena idea.

El mesero vuelve varios minutos después con la botella de cerveza de


Max. Alcanzo mi agua y bebo un sorbo mientras Max lo hace. Una vez
que hemos pedido nuestra comida, el mesero se va, dejándonos en la mesa
solos de nuevo.

―¿Cómo has conseguido un sitio aquí? ―pregunto, con la esperanza


de suavizar un poco la tensión―. Estoy segura de que este lugar está
siempre reservado.

―Conozco a un tipo que conoce a otro. No le importó conseguirme un


lugar.

―Bueno, es perfecto. Hiciste un gran trabajo.

―Sabía que te encantaría. ―Sus ojos se fijan en los míos, cálidos y


suaves, y yo desvío la mirada hacia la vela que parpadea en el farol de la
mesa.

Max no se mueve durante mucho tiempo, lo que me preocupa, así que


levanto la vista, solo para encontrarlo todavía mirándome. Alcanza el otro
lado de la mesa con sus largos brazos, el dorso de sus dedos golpea mi
mejilla y se frota hacia abajo.

―Max. ―Sacudo la cabeza y me alejo―. No lo hagas.

―Todo este tiempo que he pasado contigo, Shannon ―murmura―, no


lo entiendo.
―¿Entender qué?

―Cómo fui tan tonto como para dejarte ir.

Mi corazón late con fuerza en mi pecho. No parpadeo ni hablo.

Retira la mano y mira la mesa oscura.

―Lo que es una locura de todo esto es que pensé que sería feliz, ¿sabes?
―Dobla los dedos sobre la mesa―. Quiero decir, estoy dirigiendo mi
propio club en Wilmington, tengo una bonita casa y bonitos autos y como
bien. Nunca hay un día en el que pase hambre, nunca un día en el que no
pueda mantenerme... pero incluso con todo eso, siento que falta algo.
―Estudia mis ojos―. Al final de un largo día, me doy cuenta de que estoy
solo, y cuando estoy solo, acabo pensando en ti y, aunque me esfuerce, no
puedo parar.

Aparto los ojos y miro por la ventana. No puede hacer esto. No en este
momento.

Él resopla.

―Sé que no quieres oírlo, Shakes. Créeme, lo sé.

Lo miro de reojo.

―¿Puedo confesarte algo?

―¿Qué? ―pregunto, girando un poco más la cabeza para mirarlo.

―Tenía miedo de volver a Charlotte y verte.

―¿Por qué? ―susurro, y bajo la guardia de nuevo.

―Porque no sabía cómo lo iba a manejar. Con mis padres muertos y


luego sabiendo que un día tú podrías irte... era mucho que digerir y no
sabía si estaba preparado, te mereces algo mejor que lo que estás pasando
ahora.

―Esta es mi vida, Max. No pasa nada. Esto está pasando y lo he


aceptado.

Parpadea con una expresión de dolor.


―Sé que lo has hecho. ―Sentado contra el respaldo de su asiento, mira
de mí a la ventana―. No hay un día en que no piense en lo que te dije, en
lo que te llevé a hacer.

―Tú no me indujiste a hacer nada ―afirmo rápidamente―. Yo tomé la


decisión. Fue mi elección. ―Se me hace un nudo en la garganta.

―Pero fue por mi culpa que lo hiciste, Shannon. Te alejé durante mi


duelo en lugar de acercarte a mí y abrirte a mi dolor. Fui un jodido
estúpido y me arrepiento mucho de eso. Si pudiera volver atrás, lo haría.
―Se inclina hacia adelante y yo trago con fuerza, negando con la cabeza.
No puedo escuchar esto ahora. ¿Por qué lo hace ahora?―. ¿No piensas
nunca ―murmura―, en lo que podríamos haber sido si hubieras
conservado el bebé?

Cierro los ojos, pero eso no impide que se me escape una lágrima.

―Pienso en eso todos los días.

―Sé que te arrepientes, puedo decir que te arrepentiste desde que me


dijiste que lo habías hecho. Debería haber estado ahí para ti. Debería haber
sido un hombre y haber estado ahí para ti. No merecías pasar por eso sola.

―No digas eso ―murmuro―. No lo hagas, no puedes castigarte por tu


dolor. Necesitabas ese tiempo para ti mismo para intentar sanar.

―Pero ese tiempo para mí es lo que me hizo perderte.

―Nunca me perdiste, Max.

Él parpadea lentamente.

Yo continúo.

―Ahora que estoy enferma y que probablemente nunca tendré un hijo,


desearía haberme quedado con el bebé. Desearía no haber ido nunca a esa
estúpida clínica y haber dejado que me sacaran el bebé. Todos los días me
pregunto si habría sido niño o niña, qué nombre le habría puesto. ―Las
lágrimas son más gruesas y calientes ahora―. Créeme, yo también
desearía poder volver a ese día y hacerlo todo de nuevo, pero no puedo,
y tú tampoco. Es algo con lo que tengo que vivir ahora, al igual que esta
enfermedad, tengo que aceptarla.
Asiente, bajando la cabeza y torciendo los labios.

―¿John y tú han intentado tener hijos?

―La verdad es que no ―respiro, negando con la cabeza―. Descubrí


que estaba enferma durante nuestra luna de miel. Mi enfermedad vino y
se fue, pero de cualquier manera quisimos estar seguros. Ahora que pasó
todo esto, me doy cuenta de que habría sido malo intentar crear un bebé
con todo eso. Es demasiado estrés.

―Maldita sea, lo siento mucho.

―No pasa nada. ―La música clásica llena el silencio que se produce
entre nosotros―. ¿Puedo hacerte una pregunta? ―Me siento erguida,
poniendo una sonrisa.

―Oh, chica ―gime Max, sentándose también―. Por esa sonrisa puedo
decir que no voy a disfrutar respondiendo a cualquier pregunta que
tengas.

Yo sonrío.

―¿Por qué nunca intentaste encontrar a otra persona después de mí?


¿Por qué te quedaste estancado conmigo, incluso cuando sabías que yo
estaba con John?

Lo piensa un momento y luego suspira.

―Supongo que quería recuperarte, y supongo que también pensé que


me amabas tanto que no lo elegirías a él antes que a mí.

Asiento con la cabeza y él golpea el borde de su botella de cerveza con


los dedos.

―Parecías feliz ―dice en voz más baja―. Al ver sus fotos de


compromiso en Facebook e Instagram me quedó claro. Nunca había visto
tanta luz en tus ojos, incluso cuando hablas de él ahora, lo veo.

Lo miro de arriba abajo antes de apartar la mirada, sin saber qué decir
a eso.

―Lo único que siempre quise ―dice Max, encontrando mis ojos de
nuevo―, era que volvieras a encontrar la felicidad, aunque no fuera
conmigo, y lo hiciste, y te lo mereces. Lo admito, sé cómo soy, y por
mucho que lo intente, no creo que pueda hacerte tan feliz como él.

Ni siquiera puedo verlo con claridad porque es un borrón detrás de mis


lágrimas. Me las limpio y muevo la cabeza, sonriendo como una idiota.

―Eres un gran ser humano, Shannon.

―Y tú eres un alma increíble, Max.

Toma su cerveza y le da un trago, yo tomo mi agua y le doy un sorbo.


Momentos después, llegan nuestras comidas.

Devoro el pescado frito y los espárragos, y engullo los croissants que


los acompañan. Max termina su filete mignon y pide otra cerveza para
acompañarlo todo. Al final de la cena, no hace más que reír y me encanta
ver su mirada, y la felicidad y la alegría en sus ojos.

―Creo que ya bebiste demasiada cerveza ―le digo, luchando contra


una sonrisa mientras juega con su tenedor.

―Sí, claro. Estoy bien. Me siento bien. Aunque me gustaría que


pudieras beber.

―Ehh. ―Me encojo de hombros―. Estoy bien. Para ser sincera, no


extraño la bebida.

―Eras muy divertida cuando estabas borracha, no es que no seas


divertida ahora.

―Sí, sí. Solo te gustaba cuando estaba borracha porque siempre decía
que sí a todo.

―¡Bingo! ―dice.

Me rio, tomo el agua y bebo un pequeño sorbo poniendo los ojos en


blanco. Cuando dejo el vaso, suena una nueva canción y Max abre los ojos,
como si tuviera una idea mágica.

Se levanta de su silla y se pone de pie, caminando a mi lado y


extendiendo una mano.

Frunzo el ceño y lo miro.


―¿Qué estás haciendo?

―Quiero que bailes conmigo. ―Sus ojos son suaves―. Te prometo que
esta vez no te pediré que hagas un baile para mí.

Agacho la cabeza y me rio.

―Bien, claro. ―Agarro la mano que me ofrece, recojo mi mochila con


la otra y me la echo al hombro.

Me ayuda a ponérmela bien y luego una de sus manos se dirige a mi


cintura, y la otra sujeta mi mano izquierda. Paso mi brazo por encima de
su hombro, inclinando la cabeza mientras él baila un vals en medio de la
pista y comienza un baile lento.

La mayoría de los invitados se han ido. Aparte de dos parejas


comiendo, estamos prácticamente solos y tengo curiosidad por saber
cuánto tiempo llevamos aquí.

Sus ojos se apartan de los míos y me abraza respirando suavemente.


Ignoro la forma en que mi corazón se acelera ante nuestra proximidad, y
lo que siento en este momento, no puedo negar que me siento viva.
Mientras bailamos lentamente, me siento como una chica sana y normal,
soy una chica que baila dentro de la Torre Eiffel. Qué sueño.

―No quiero que olvides nunca esta noche ―me susurra al oído.

Echa la cabeza hacia atrás lo suficiente para poder presionar su frente


sobre la mía y se me corta la respiración, sus ojos se dirigen a mi boca y
me doy cuenta de que quiere besarme, incluso empieza a bajar su boca,
acercándola a la mía, pero yo me alejo.

―Max ―susurro. Me alejo, quitando mis brazos de sus hombros.

―Shannon ―suplica, y el arrepentimiento aparece al instante en sus


ojos―. Lo siento. No quería...

Miro a mi alrededor. A la vista de la ciudad, el cielo de color lavanda,


las luces de las velas y las parejas que se besan. ¿Qué es todo esto?

¿En qué demonios estaba pensando?

Sacudo la cabeza rápidamente.


―Lo siento, no podemos hacer esto.

Sus manos caen a los lados, con la cara en blanco. Me acerco a él y lo


miro a los ojos.

―Max ―le suplico―. No podemos hacer esto.

―Lo sé. ―Cierra los ojos―. Mierda, lo sé. Lo siento. Sabía que esto sería
una mala idea.

―No, escucha. ―Le agarro la mano y se la aprieto―. No te culpes, ¿de


acuerdo? Esto es… esto es mi culpa. Cuando decidí venir a París contigo,
estaba siendo completamente egoísta. No pensé en cómo te haría sentir,
solo pensé en mí. ―Intento apartar las lágrimas, pero es muy difícil―. No
pensé en John. ―La mirada de Max se desvía hacia cualquier otra
dirección que no sea la mía y odio tener que decírselo en voz alta, pero en
el fondo sé que ya lo sabe―. Créeme, me he divertido mucho aquí contigo,
has hecho por mí algo que no muchos harían. Te has arriesgado conmigo
y nunca lo olvidaré. Eres una gran persona y yo más que nadie lo sé, pero
cuando se trata de esto ―señalo a un lado y a otro entre nosotros―,
bueno, tenemos que afrontarlo, Max. No importa lo mucho que lo
intentes, o lo mucho que pueda pensar en ti o echarte de menos, incluso,
simplemente no estamos destinados a estar juntos.

―Oh, wow. ―Las lágrimas no tardan en acumularse de nuevo en sus


ojos―. Mierda. ―Parpadea y sus lágrimas caen. Me duele el corazón al
verlas.

―Te amo a morir, Maximilian Grant, de verdad. Pero encontré la


felicidad, la paz y la seguridad con John. Él me levantó y me recompuso.
Me hizo aceptar mi infancia y las partes más oscuras de mí. Me hizo
darme cuenta de que la vida puede ser hermosa si la haces hermosa, y
esas son solo algunas de las razones por las que me enamoré tanto de él.
Te amo mucho, pero amo más a mi esposo, ¿okey? Y siento que sea así,
pero es la verdad y me niego a mentirte al respecto.

―Sí, lo entiendo ―murmura. Su garganta se tambalea mientras traga.


Le suelto la mano y miro a mi alrededor. La otra pareja ya se está yendo
y hay un hombre de pie en la barra, bebiendo vino.
―Lo siento mucho ―le digo, suplicante. No quiero que me odie por
decir la verdad.

―No lo sientas, entiendo tu punto de vista, Shakes. Créeme, lo sé. Lo


entiendo. ―Se encoge de hombros―. Tal vez no estés destinada a ser mía,
pero sé una cosa. Mi amor por ti nunca cambiará.

Lo único que puedo hacer es asentir ante esa afirmación.

Sonríe y luego mueve la muñeca para ver la hora.

―Son casi las diez ―dice con un suspiro―. Deberíamos irnos antes de
que nos echen.

―Claro.

Volvemos a la mesa y Max toma su cerveza y se la termina, luego llama


al mesero y pide la cuenta y, mientras espera a que vuelva el mesero,
nuestras miradas se conectan.

Él sonríe, y yo también.

Esto está bien. Él está bien... creo.

Una vez que paga, salimos de la Torre Eiffel. La noche es más fresca y
nos envuelve cuando estamos afuera. Cuando estamos lo suficientemente
lejos de la torre, me giro y vuelvo a mirarla. La Torre Eiffel parpadea con
luces doradas brillantes, y detrás de ella se ve un grupo de estrellas.

Saco mi móvil, le doy la espalda a la torre, me hago una selfie y se la


envío a Tessa, ella me responde con un ¡Perra afortunada!

Sonrío y me doy la vuelta, pero alguien choca con mi hombro,


tirándome al suelo. Mi teléfono cae y siento que algo se rompe detrás de
mí.

―¡Fíjate! ―grita el hombre.

―Tú... tú fíjate ―resoplo. Me pongo de lado y busco el teléfono. Quiero


maldecirlo, pero no encuentro el aliento para hacerlo. Estoy sin jadeante
y tardo varios segundos en recuperar la compostura y darme cuenta de lo
que está pasando.
Es mi mochila, está rota. Debe haber un agujero porque estoy perdiendo
oxígeno.

―¡No, hijo de puta! ¡Tú fíjate! ―Max ladra. Levanto la vista y se


abalanza sobre el hombre, agarrándolo por el cuello de la camisa, y
apretándolo con fuerza.

Me apresuro a tomar mi móvil que se ha deslizado por el suelo. La


pantalla está rota.

―No, Max. ―Respiro con más fuerza, agarrando mi teléfono en la


mano y me levanto del suelo―. No pasa nada. Está bien, solo... solo
vámonos.

―No, no está jodidamente bien. ―La voz de Max está llena de ira―.
No te vas a ir hasta que te disculpes con ella. ¡La tiraste al suelo, hombre!
¿Qué demonios te pasa?

Meto mi teléfono en la mochila y me giro hacia donde Max está


teniendo un enfrentamiento con el hombre fornido. El hombre es casi
calvo, con una gran barriga cervecera y piel grasienta. Está borracho, eso
está claro.

―¡Vete a la mierda! Debería mirar por dónde mierdas va, entonces.

―¡Tú vete a la mierda! ¿Qué tal si tú miras por dónde mierdas vas? ¡Es
una dama, hombre!

―¡Max! ―grito.

―¿Parece que me importa una mierda? ―El hombre no puede ser de


aquí. Tiene que ser americano por el acento.

―¡Max! ―Vuelvo a decir mientras la gente empieza a frenar para verlo


a él y al hombre borracho―. Max, ¿podemos irnos, por favor?

Me abalanzo sobre él, dispuesta a agarrarle del brazo y arrastrarlo lejos


de este lugar, pero antes de que pueda alcanzarlo, el hombre le da un
fuerte empujón en el pecho y luego le lanza un gran puño.
Afortunadamente, Max se agacha y el hombre falla, y Max le devuelve
el golpe. El hombre vuelve a empujar a Max, haciéndolo chocar contra mí,
derribándome una vez más.

Caigo de nalgas y grito de dolor. El suelo es duro y frío, y de repente


no puedo respirar.

Siento el pecho más apretado, mi respiración es irregular. Mierda, no


puedo respirar.

Max y el hombre están en el suelo, algunos de los transeúntes jadean


mientras otros se ríen y graban en sus teléfonos.

―¡Max! ―Intento gritar su nombre, pero mi voz es apenas un


susurro―. ¡Detente! Max!

Mierda, no puedo respirar.

Y Max no se detiene. Ni siquiera estoy segura de que me esté


escuchando ahora mismo. Él y ese temperamento, es tan malo. A veces es
demasiado, no se detendrá hasta que haya ganado, o hasta que alguien lo
haya arrancado del hombre.

La pelea parece disminuir en velocidad. Todo lo que me rodea es un


borrón, desde los hombres que luchan frente a mí, hasta las luces
parpadeantes de la torre más allá.

El corazón me golpea en el pecho, trabajando más y más fuerte. Oigo


mi pulso en mis oídos, th-thump, th-thump, th-thump. Intento volver a decir
el nombre de Max.

No puedo.

Ahora estoy mareada, pierdo el aliento.

Intento decir su nombre una vez más.

―¡Max! ―grazno, pero eso es todo lo que me queda. Caigo de lado en


el suelo.

―¡Dios! ¿Ella está bien? ―Oigo gritar a una mujer.

―Shannon, oh, no. ¡Mierda! ¡Shannon!


Th-thump, th-thump, th-thump.

Esto es todo, pienso para mí. Estoy a punto de morir. Justo aquí, frente a
la torre Eiffel. Supongo que hay una dulzura en eso.

―¡Shannon! ―Max dice de nuevo, y siento un par de manos grandes


acunando mi cabeza―. ¡Que alguien llame a una ambulancia! Por favor.

Levanto la cabeza al oír su voz.

―¿Max? ―susurro―. Max... ¿qué... qué está pasando?

―No está pasando nada. Estoy aquí ―murmura―. Estoy aquí.

Intento decir su nombre de nuevo.

―No hables, relájate. ―Puedo oír el pánico en su voz. También sabe


que voy a morir.

Débilmente, alcanzo su rostro y por un instante, mi visión no es tan


borrosa. Puedo verlo. Puedo sentirlo, en la parte superior de mi cuerpo
ahora acunada en sus grandes brazos. Sus ojos están llorosos.

―Está bien, Maximilian.

―No. No, no, no, no. ―Max dice apresuradamente, meciéndome en


sus brazos―. ¡Mierda, esto es culpa mía!

Cierro los ojos y mi brazo cae suavemente de su cara. Lo último que veo
son las luces de la Torre Eiffel. Tan brillantes y hermosas. No es una vista
tan mala para morir.

Lo último que oigo es a Max gritando el nombre de Tessa. ¿Tessa? Lo


último que dice es:

―¡Bueno, tienes que hacerlo! ¡No tenemos otra opción! Llama a John.
Dile que pasó algo. La cagué, ¿okey? ¡La cagué de verdad!

―Eso es todo. ―Oigo una voz en la parte posterior de mi cabeza


mientras mis ojos se cierran con fuerza y la oscuridad me consume―.
Cierra los ojos. Déjate llevar, pequeña.
La voz suena igual que la de mi padre. Son las mismas palabras que
solía decir cuando nos llevaba a mí y a Tessa a columpiarnos en el parque
cada domingo. Cuando las cosas estaban más o menos bien.

Helados.

Columpios.

Risas.

La luz del sol.

Siempre nos divertimos mucho con él.

―Cierra los ojos. Siente la brisa. Imagina que vuelas cuando te empujo en este
columpio. Es bonito, ¿verdad? Eso es todo lo que tienes que hacer. Solo volar.

Siento que mis labios se mueven para sonreír.

Las voces reales son un eco ahora, cada vez más débiles y débiles.

―Cierra los ojos. Déjate llevar. Estarás bien, te lo prometo.


Oscuridad.

Luz.

Oscuridad.

Luz.

Entrando y saliendo.

Parece que no puedo mantenerme despierta, pero hay voces a mi


alrededor y son familiares.

―¡John! ¡Cálmate!

―¡No! ¡No me digas que me calme! ¡Sabía que esto iba a pasar! ¡Se lo
advertí!

Tessa y John. Están discutiendo.

―Pensé que ella estaría bien ―oigo decir a Max―. Ella me dijo que
estaba bien. Entiendo tu enojo, pero ella estaba bien hasta anoche. Se cayó
y la mochila se rompió, la llevé al hospital tan pronto como pude.

―¡No deberías haberla traído aquí! Sabes lo que hiciste, ¿verdad? ¡Te
metiste en su cabeza! ¡Lo jodiste todo y ahora podría morir por tu culpa!

―John, si vas a culpar a alguien, cúlpame a mí ―suplica Tessa―. Yo la


estaba vigilando, no debería haberla dejado ir, sin importar lo que dijera
el médico. Podría haberla convencido de que se quedara.
―Sí, bueno, ya es demasiado tarde para eso, ¿no crees, Tessa? ―John
gruñe―. ¡Maldita sea! ―Una puerta se cierra de golpe segundos después.

―Mierda, Max ―gime Tessa―. Te dije que no estaba segura de esto.


Quiero decir, quería que ella experimentara eso, pero mírala. No quería
esto.

―Lo siento, no pensé que esto pasaría. Se suponía que estaríamos en


un vuelo de regreso a casa ahora mismo.

―Será mejor que se recupere. ―La voz de Tessa está llena de


lágrimas―. Será mejor que le reces a Dios o juro que nunca te perdonaré
por esto, Max. Te perdoné una vez, no lo volveré a hacer.

Otra puerta se cierra de golpe. O tal vez es la misma puerta.

Los monitores suenan.

La oscuridad me consume de nuevo.


No puedo sentarme en esta sala de espera ni un minuto más. Me duele
el trasero, me duele el cuerpo. Llevo aquí más de una semana y Shannon
todavía no se ha despertado sin gritar de dolor, le duele mucho y sus
gritos me están matando, no creen que vaya a mejorar. Para calmarla, la
sedan. No me gusta admitirlo, pero creo que esto puede ser el final.

Miro a mi derecha y veo a la doctora Monroe saliendo a toda prisa de


la habitación de Shannon y dirigiéndose a la cafetería. Son las cuatro de
la mañana y parece agotada. Shannon está empeorando, es lo que le he
oído decir a John mientras escuchaba a escondidas.

Al parecer, la parte oscura se está extendiendo aún más en uno de los


lóbulos de sus pulmones, básicamente comiéndose esa parte en vivo.
Ninguna cantidad de OPX ayudará en este punto, todo lo que pueden
esperar es un milagro.

El sabueso sigue en la habitación y sé que no se irá pronto, así que


aprovecho para hablar yo mismo con la doctora Monroe.

John me amenazó para que me aleje de la habitación, lo que al principio


dio lugar a un enfrentamiento cara a cara. Por desgracia, los guardias de
seguridad me echaron, tiene suerte de tener la ventaja de ser su esposo.

Tessa me dijo que no tenía que salir del hospital, pero que debía
permanecer fuera de la habitación y respetar sus deseos.
No quiero faltarle el respeto, pero es una de mis únicas amigas de
verdad, la conozco desde hace más tiempo. Me importa demasiado como
para marcharme y quedarme sentado en el hotel, esperando una llamada
que quizá nunca se haga.

Al diablo con eso, quiero estar aquí tan pronto como ella abra esos
grandes ojos marrones de nuevo, para bien esta vez. Porque tiene que
hacerlo, Shannon es fuerte, tiene que salir adelante.

Me levanto de la silla y sigo a la doctora Monroe por el pasillo. Cuando


está dentro y se detiene en el puesto de café, tomo una taza, fingiendo que
yo también necesito un golpe de cafeína.

―Hola, doctora Monroe ―suspiro.

Ella levanta la cabeza, me mira a los ojos y se obliga a sonreír.

―Oh, hola, Max. ¿Aun estás por aquí?

―Sí. Supongo. ―Me obligo a sonreír con desconfianza.

Echa un poco de café en su taza y luego echa un poco en la mía.

―¿Puedo ayudarte en algo, Max? ―pregunta.

―Quería preguntarte por Shannon. ¿No hay nadie aquí que pueda
ayudar? ¿No hay ningún donante ni nada en ningún sitio?

Ella sacude la cabeza con tristeza.

―Ninguno, Max. Va a ser difícil encontrar un par de pulmones sanos y


compatibles con su tipo de sangre.

―Pero es solo una parte de su pulmón la que realmente le molesta,


¿verdad?

―Sí, su pulmón derecho es el más infectado, pero para un mejor


resultado, probablemente haríamos un doble trasplante de pulmón, solo
para que la masa no se extienda al otro pulmón.

Dejo caer la cabeza, derrotado.

―Maldita sea. Ya veo.


Siento la mirada de la doctora Monroe sobre mí. Deja la taza sobre la
mesa y cruza los brazos sobre el pecho.

―Deberías ir a descansar un poco, al menos hasta que Shannon se


despierte. No hay mucho que puedas hacer por ella ahora mismo.

―No quiero irme ―murmuro, apartando la mirada.

―Sí. Lo entiendo, pero estás agotado y está claro que el señor Streeter
no te va a dejar volver a la habitación a menos que Shannon esté despierta.
No puedes esperar sentarte en la sala de espera para siempre, ¿verdad?
Algo me dice que Shannon no querría eso.

Mis labios se aprietan, y odio lo mucho que tiene razón. Shannon no


estaría contenta con esto. Me diría que me controlara y limpiara mis
pelotas, o alguna tontería así.

―Tienes razón ―susurro―. Bueno, crees que puedes decirle a Tessa


que me llame si se despierta. No estaré fuera mucho tiempo.

―Claro que sí ―Ella sonríe, tan cálidamente que duele. ¿Cómo puede
estar tan contenta? Sé que no conoce bien a Shannon, pero ¿no debería
dolerle esto también? ¿Saber que alguien a quien cuida está a punto de
morir? ¿O la muerte es algo normal para ella?

No me molesto en hacer ninguna de esas preguntas. En su lugar, me


doy la vuelta y camino por el pasillo para llegar a la puerta de la
habitación de Shannon. No entro, pero saco el joyero que tengo en el
bolsillo y lo coloco en el buzón de su puerta. Es el regalo que le iba a hacer
cuando volviéramos de la Torre Eiffel, antes de que me metiera
tontamente en esa estúpida pelea.

¿Por qué no puedo controlar mi maldito temperamento? Las cosas más


insignificantes me molestan, y ha empeorado desde que murieron mis
padres. No debería haberle prestado atención a ese hombre. Debería
haberlo ignorado e ir por Shannon a la primera, pero dejé que mi rabia
me cegara.

Soy un estúpido. Tan jodidamente estúpido.


Me alejo de la puerta de Shannon, volviendo a caminar por el pasillo y
salgo del hospital.

Me meto en el auto que alquilé, cierro la puerta tras de mí y apoyo la


frente en el volante. El corazón me golpea en el pecho cuanto más pienso
en todo lo que pasó.

¿Este viaje? Fue un puto error. Tendría que haber dejado que se quedara
en casa, donde era seguro, y haber venido yo solo, como había planeado.
Nunca debí haberle planteado el tema. Ahora mírala, tan cerca de la
muerte que estoy seguro que puede olerla.

Todo lo que quería era hacerla pasar un buen rato. Quería que supiera
que todavía la quiero y que me importa y que nunca me olvidaré de ella,
incluso después de que se haya ido. Supongo que también he dañado eso.

Arranco el auto, salgo del estacionamiento y me pongo en marcha.


Conduzco furiosamente hacia mi hotel, pasándome los semáforos y
haciendo caso omiso de las señales de alto.

―¡Mierda! ―ladro, golpeando el volante con la palma de la mano. Lo


que más me duele es que esto va a ser igual que con mis padres. Ella se
irá. Seré débil. Nunca me lo perdonaré.

Me llevó mucho tiempo aceptar el hecho de que no fue mi culpa que


mis padres fallecieran, ¿pero con Shannon? Con ella es diferente. Se
suponía que nunca iba a dejarme. Nunca se suponía que le diagnosticaran
algo tan raro, algo tan jodido.

Se suponía que estaría aquí para siempre.

Hasta mi último aliento... ¿verdad?


No me doy cuenta de que me he desconectado. Mi mente está en otra
parte, concentrada en los recuerdos de nosotros. En cómo solía besarme,
cómo solía abrazarla, y cómo solía hacerle el amor suavemente.

Cómo la herí.

Cómo la destrocé.

Cómo la hice llorar.

Cómo siempre encontró la manera de perdonarme hasta que, un día,


no pudo.

Nunca debí haberme ido de la ciudad, debería haberme esforzado más


por ella. Nunca debí dejarla, se merecía mucho más de lo que le di.

Le hice tanto daño, y sin embargo ella me perdonó constantemente.


Nunca se olvida de mí, incluso estando casada con un hombre que sé que
es muy bueno para ella. Ni siquiera puedo odiarlo porque es exactamente
lo que ella se merece.

Alguien bueno, alguien que está ahí para ella, alguien que se preocupa.
Envidio su amor por ella.

Algo choca y golpea delante de mí y maldigo, frenando de golpe, pero


es demasiado tarde.

BOOM.

Mi parabrisas se rompe.

Mi cuerpo rueda y siento un dolor agudo en el cuello.

Me duele, y el auto... Mierda, el auto rueda alrededor de mí. Los cristales


siguen rompiéndose.

El automóvil está dando vueltas, y juro que esto no parece real. Es como
una experiencia fuera del cuerpo, solo que estoy aquí y lo siento todo.

Me doy cuenta de que no estoy soñando después de que el auto se


vuelca por última vez y se estrella contra el grueso tronco de un árbol.

Ahora estoy sufriendo. Hay mucho dolor, y mi boca sabe a cobre


caliente. El volante está roto. ¿Cómo diablos se ha roto?
Siento las piernas entumecidas, y mi abdomen... mierda. Apenas puedo
respirar. Intento hablar, pero el líquido se me sale de la boca y levanto
débilmente las manos, estudiando las palmas. Están húmedas y
manchadas de rojo.

La gente grita, surgen las luces de los vehículos de emergencia. Son


brillantes. Duelen al mirarlas, pero no puedo parpadear.

No puedo parpadear porque ya no están ahí. Ahora tengo los ojos


cerrados.

Siento frío. Vacío. El dolor se desvanece, transformándose en una


sensación que no puedo explicar.

―Shannon ―susurro.

La amo tanto.

Sí. Amo a Shannon Hales y la amaré por siempre, incluso cuando dé mi


último aliento.
Luz. Demasiada luz. No me lo esperaba.

Un gemido rasposo me llena la garganta y me muevo en la cama rígida,


solo para sentir como si algo me hubiera apuñalado cerca de las costillas.

―Ay. ―gimoteo, agarrándome el costado.

―¡Mierda! Shannon! ―La voz de Tessa suena y es fuerte. Hace que mi


cabeza palpite. Giro la cabeza para verla y ella sale disparada de su silla,
sus ojos se llenan rápidamente de lágrimas.

―Tessa ―digo. Maldita sea, tengo la garganta muy seca. Necesito


agua.

―¡John! ―grita―. ¡Está despierta! ¡Dios, está despierta! Funcionó.

―¿Qué? ¿Qué funcionó? ―Hago una mueca, confundida, y sigo


necesitando agua―. Tess, ¿puedes darme agua, por favor?

―¡Oh, sí! Por supuesto. Dios, lo siento mucho. ―Se apresura a tomar
la jarra de la encimera, me sirve un vaso rápidamente y luego gira para
dármelo.

La puerta del baño se abre cuando me tomo el agua, y mientras Tessa


me sirve más, John sale del baño. Tiene la cara pálida, y vello alrededor
de la boca y a lo largo de la mandíbula como una sombra.

―John ―digo, mi voz es casi un susurro.


En un instante está a mi lado, susurrando mi nombre y rodeando mi
nuca con sus dedos. Me acerca el agua, sintiendo que parte de ella se
derrama sobre mi pecho por el abrazo.

Inhala profundamente, suspirando con lo que parece ser un alivio antes


de besar mi frente.

―Maldita sea, nena, pensé que estabas... mierda. Pensé que estabas
muerta.

―¿Debemos llamar al médico? ―pregunta Tessa, lanzando una mirada


de preocupación a John.

Vuelvo a hacer una mueca de dolor, bajando la mirada y viendo la


sangre en mi bata. Frunzo el ceño y, con un mínimo de energía, empiezo
a levantar la bata, pero Tessa se agacha rápidamente para detenerme.

―Yo no haría eso ―dice, y luego toma mi vaso y lo coloca en la mesa


junto a la cama.

―¿Qué demonios está pasando? ¿Qué me pasó? ¿Por qué estoy tan
adolorida?

―Estás bien, Shannon ―me asegura, y una sonrisa se dibuja en sus


labios. Pero tan rápido como aparece esa sonrisa, se desvanece, y sus ojos
se nublan―. Oh, Dios.

―¿Qué? ―pregunto.

―No puedo hacer esto. ―Ella se ahoga en un sollozo. ¿Qué demonios


le pasa?―. Pensé que podía... que debía ser yo quien dijera algo cuando
te despertaras, pero... mierda. No puedo―. Se acerca a mí y me besa en la
mejilla―. Me alegro de que estés despierta, Shanny. Voy a buscar al
médico.

―¿Qué demonios está pasando? ―exijo, y realmente no me importa de


quién obtenga una respuesta mientras obtenga una maldita respuesta. Los
dos están actuando muy raro en este momento.

Tessa mira a John. Veo el cruce de miradas entre ambos.


―Ve ―le dice finalmente John, y ella se da la vuelta, corriendo hacia la
puerta y huyendo, no sin antes echarme una rápida mirada por encima
del hombro.

―John. ―Me levanto, pero el dolor es mucho peor, así que me vuelvo
a encorvar. John me ayuda a relajarme, ajustando la almohada detrás de
mi cabeza―. ¿De qué está hablando? ¿Qué pasó?

Él acerca una silla a la cama y se sienta.

―Te lo explicaré todo ―murmura―. Pero primero necesito saber cómo


te sientes.

―Estoy bien. ―Miro de él a mi dispositivo en el cubículo de la pared―.


Se me acabó el OPX. Pensé que tenía más. ―Y entonces me doy cuenta.
La razón por la que estoy aquí. La persona con la que vine―. ¿Max?
―Jadeo―. ¡Max! ¿Está bien? ¿Dónde está?

John baja inmediatamente la mirada, pero me agarra la mano para


apretarla.

―Max sigue por aquí.

Oh, gracias a Dios.

―Okey. Bueno. ―Me doy cuenta de que las palabras en la pared están
en francés en la parte superior y traducidas al inglés en la parte inferior.
Todavía estamos en París.

¿John voló hasta aquí? Debe estar furioso conmigo, soy la peor esposa
de la historia.

―Oh, Dios, John, lo siento mucho ―susurro, la emoción espesa mi


garganta―. Debería haberte escuchado, hice una locura cuando dije que
no lo haría, solo quería venir aquí antes de morir y...

―Detente. ―John levanta un dedo rápido, cortándome―. No te


disculpes conmigo, necesitabas este viaje con él.

Mis ojos se entrecierran, y me deslizo por las esquinas de ellos.

―¿No estás molesto?


―Por supuesto, estoy un poco molesto ―dice entre una respiración
entrecortada―. Me enojé cuando me enteré de lo que te había pasado y
volé hasta aquí a primera hora. No importaba nada más que estar aquí
contigo.

Aprieto los labios y me concentro en mis uñas. Están estropeadas, el


esmalte rosa está cuarteado.

Pasándose los dedos por el pelo y suspirando, John levanta la cabeza y


sus ojos se clavan en los míos.

―Shannon, hay algo que tengo que decirte.

Oh, Jesús. Me está asustando. ¿Va a dejarme? ¿Exigirá una separación?


¿Va a pedirme el divorcio?

Mi corazón se acelera y el monitor junto a la cama emite un pitido más


rápido. John lo mira.

―¿Es por este viaje? ¿Vas a dejarme? ―pregunto, sintiendo que las
lágrimas se asoman al borde de mis ojos―. Si es así, supongo que lo
entiendo. Me estoy muriendo y no te escuché.

Sus ojos caen sobre los míos.

―¿Qué? No. Nada de eso, cariño. Yo nunca... ―Deja de hablar


inmediatamente, y luego suspira―. Te amo, Shannon. Nunca te dejaré.
Cálmate, no pasa nada.

Mi pulso se estabiliza y el pitido del monitor disminuye a un ritmo


constante.

―Bien... ¿entonces qué es? ¿Qué tienes que decirme?

Sus labios se mueven y su boca se prepara para hablar, pero se detiene


cuando la doctora Monroe y Tessa entran en la habitación.

―¡Ahí estás! ―La doctora Monroe sonríe mientras se dirige hacia mí,
extendiendo las manos como si estuviera realmente contenta de verme.
Le devuelvo una sonrisa recelosa―. Nos tuviste a todos asustados por un
momento. Fueron siete largos días.

―¿Siete días? ―jadeo.


―Sí, pero no te preocupes. Ahora estás bien. ―Sigue sonriendo―.
¿Cómo te sientes?

―Bien, supongo.

―¿Cómo es tu dolor?

―¿En mi costado? ―pregunto, tocándolo.

―Sí. En una escala del uno al diez, ¿cómo lo calificarías?

―Mmm... quizás un seis o un siete.

―Bien, me alegro de que no sea demasiado grave. El fentanilo está


claramente haciendo su trabajo después de una cirugía tan intensa.
Mientras tanto, déjame hacer un rápido chequeo vital, para asegurarme
de que todo sigue bien.

Me muerdo el labio inferior mientras ella se acerca a mí con su


estetoscopio. Mientras lo hace, me doy cuenta de que John y Tessa me
miran fijamente y, por primera vez, sonríen. La esperanza se refleja en los
ojos de ambos.

―Mencionaste una cirugía ―murmuro, mirando a la doctora


Monroe―. ¿Para qué fue? ¿Qué me pasó?

―Lo que pasó fue un milagro, Shannon ―dice la doctora Monroe con
una cálida sonrisa―. Llegó una coincidencia para ti. El mismo tipo de
sangre que el tuyo y todo eso. Una mujer con la misma altura y
complexión. Sus pulmones eran fuertes y estaban en perfecto estado. Es
una pena que la hayamos perdido, pero estamos agradecidos de que fuera
donante, de lo contrario no estarías aquí sentada ahora mismo.

Trago con fuerza, mis ojos se redondean.

―¿Lo dices en serio?

―Sí ―responde, eufórica―. Desde hace dos días, me complace decirte


que te curaste de la Pleura de Onyx, Shannon. Ahora tienes un nuevo par
de pulmones. Te vas a poner bien.

Jadeo e inmediatamente me tapo la boca. Oh, Dios. Estoy... jodidamente


sin palabras. Esto tiene que ser un sueño o algún tipo de broma retorcida
y enferma. Debo estar todavía en coma, deseando que algo así ocurra
porque esto no puede ser real.

Como si me hubiera leído la mente, Tessa dice:

―Créeme, Shannon, esto está pasando. ―Ella solloza y ríe al mismo


tiempo―. ¡Estás mejor, hermana! Te vas a poner bien.

―No lo puedo creer ―respiro. Quiero alegrarme. Quiero gritar y


chillar y correr hasta no poder más, solo para probar estos nuevos
pulmones, pero quizás eso sea un poco exagerado.

Respiro profundamente y las lágrimas me escuecen los ojos. Puedo


respirar con claridad, de manera uniforme, no siento ningún pinchazo ni
dolor al respirar. Es suave y fácil.

―¿Supongo que también te contaron el desafortunado suceso con tu


amigo Max? ―La voz de la doctora Monroe vuelve a llenar la habitación
y yo levanto la cabeza, mi sorpresa se transforma en confusión.

―¿De qué estás hablando?

Ella me mira después de comprobar el monitor y su sonrisa se evapora.


Da un paso atrás, cruza los dedos delante de ella y se aclara la garganta.

―Oh, yo... lo siento. Asumí que ya estabas informada.

Sus ojos se mueven hacia John y Tessa, como si buscaran apoyo. John
niega con la cabeza. Tessa cierra los ojos brevemente antes de abrirlos y
mirar hacia abajo.

―Les diré a las enfermeras que estás despierta y que te traigan algo de
comida. Volveré más tarde para hacerte otro chequeo y luego te haremos
unas pruebas respiratorias. ―Sale de la habitación tan rápido que su bata
blanca parece un borrón.

―¿De qué está hablando? ―Miro entre mi esposo y mi hermana.


Ambos tienen una mirada de culpabilidad en sus rostros. Ninguno de los
dos puede mirarme a los ojos.
―¿Tessa? ―susurro, con la voz entrecortada. Ella aparta la mirada,
volviéndose hacia el sofá y deja caer la cara sobre las palmas de sus
manos. Me concentro en John―. ¿John?

―¿Si, nena?

―¿De qué está hablando acerca de Max? ¿Qué evento desafortunado?

John suspira y mira a su regazo. Puedo sentir mi corazón tronando en


mi pecho ahora. Necesito respuestas, y todos están dando largas.

―John, ¿qué demonios le pasó a Max? ―exijo.

―¡Tuvo un accidente! ―Tessa grita bruscamente, y luego vuelve a


tener la cara entre las manos y a sollozar―. Dios, Shannon, fue malo. Muy
malo. ―Su voz está amortiguada por sus manos, pero oigo cada palabra.

―¿Un accidente? ¿Cómo? ¿Cómo ocurrió?

Su cara está completamente cubierta por sus manos. Sé que no volverá


a decir nada durante un tiempo, no a través de esas lágrimas, así que miro
a John en busca de respuestas.

Él se desliza hasta el borde de su silla, me toma la mano y me besa los


nudillos, ni una sola vez sus ojos se encuentran con los míos.

―Max tuvo un accidente al salir del hospital hace dos noches. ―Hace
una pausa, tragando con dificultad, evitando todavía mis ojos―. No quiso
salir del hospital en toda la semana que estuviste entrando y saliendo de
la conciencia. Le dije que no podía quedarse en la habitación con nosotros,
que tenía que esperar en la sala de espera si quería quedarse. Lo culpé, le
dije que era culpa suya que te desmayaras y que se te metiera en la cabeza
la idea de viajar a París.

―Dios, John ―respiro.

―Lo sé ―susurra, su espeso pelo cae sobre su frente cuando baja la


cabeza―. Lo siento, Shannon. Es que estaba tan enojado porque estaba
aquí contigo. Me dolió saberlo. ―Sacude la cabeza―. En fin, él...
finalmente se fue hace dos noches. La doctora Monroe dijo que le
recomendó que se fuera a descansar. Dos horas después, la doctora
Monroe volvió a esta habitación y nos dijo que Max estaba siendo llevado
a urgencias.

Jadeo, y Tessa finalmente suelta las manos y aspira un suspiro,


levantándose del sofá para reunirse conmigo a mi lado. Se sienta en el
borde de la cama y me frota la espalda.

―¿Está bien? ―consigo preguntar.

―No está bien ―murmura John―. Cuando se estrelló un... un poste se


alojó en la punta de su columna vertebral. La doctora Monroe dice que le
golpeó el tallo del cerebro, el accidente fue tan grave que se rompió veinte
huesos. Sus piernas fueron aplastadas y básicamente destrozadas por el
impacto. Dice que quizá no vuelva a caminar. ―John levanta la vista.
Tessa solloza en silencio, temblando mientras se aferra a mí.

―Pero está bien, ¿verdad? ¿Está bien? ¿Está vivo? ―Esperanza.


Necesito esperanza.

―Está vivo, sí. ―Dulce alivio. Gracias a Dios―. Pero ―continúa John,
y mi alivio se desvanece en un instante―. No está bien, Shannon.
Consideran que Max tiene muerte cerebral, sus pulmones siguen
funcionando y su corazón sigue latiendo, pero eso es solo gracias al
soporte vital. Su cerebro no ha dado ninguna respuesta y los médicos
creen que nunca lo hará.

―Dios ―gimoteo, y hay una grieta en mi pecho, que se ensancha con


cada respiración―. ¿Hablas en serio? Por favor. Por favor, dime que esto
no es de verdad.

―Esto es serio ―gime Tessa―. Eugene está aquí ahora, llegó esta
mañana.

―¿Eugene? ―Giro la cabeza para encontrarme con sus ojos húmedos.

―Es el pariente más cercano. Él decidirá si se desconecta o no.

¿Desconectarlo? No. No, esto no puede estar pasando.

―¡No! ¡Tengo que verlo! ―Empiezo a hiperventilar, deseando que mis


pulmones se rindan ahora mismo para poder desmayarme de nuevo y no
pensar en todo esto―. ¡Esto... no! No, esto no puede estar pasando. Max
tiene que estar bien. Tiene que estarlo. ¡Yo era la que debía morir, no él!
¡Yo soy la que se supone que debe dejar este mundo, no él! ¡Finalmente
he llegado a la paz con eso! ¿Dónde está él? ―exijo.

―Tres pisos más arriba ―susurra Tessa.

―¡Bueno, tengo que ir a verlo! No puedo quedarme aquí sentada.


Tengo que ir. ―Empiezo a despegar la cinta que está conectada a la
intravenosa en mi mano, pero John me agarra la muñeca antes de que
pueda sacarla―. ¡John! Suéltame. Tengo que verlo. No lo entiendes.

―Entiendo que te preocupes por él, pero no puedes irte todavía. No


mientras te estés curando. Él todavía estará aquí, estoy seguro. Tessa le
dijo a su tío que querrías verlo antes de tomar una decisión.

Observo sus ojos durante varios segundos, con la vista nublada. Luego
aparto la mirada, cubriendo mi boca y dejando caer mi línea de visión.

―No puedo... no puedo creer esto.

―Hay algo más que deberías saber ―dice Tessa.

―¿Qué? ¿Qué más puede haber? ―No puedo. Estoy enojada Y dolida,
y me siento asfixiada. Siento el pecho tan apretado, mi cuerpo lleno de
emociones crudas y feas.

―Los pulmones de la mujer que te donaron... fue el resultado del


accidente en el que estuvo Max.

La miro a los ojos y juro que el corazón se me cae a la boca del estómago.

―¿Qué?

―Un autobús urbano chocó con Max. Le destrozó el auto. La policía le


dijo a Eugene que el impacto fue fuerte porque lo más probable es que
Max fuera a toda velocidad, por lo que dicen los testigos, el automóvil de
Max dio un total de seis vueltas antes de detenerse. Durante uno de esos
vuelcos, el auto golpeó a una mujer. Ella, aparentemente, estaba
caminando a casa desde el trabajo.
Las lágrimas caen libremente por mi cara. Cierro los ojos, imaginando
a una pobre mujer pisoteada por un auto que da vueltas. Imagino a Max,
y lo aterrorizado que debe haber estado mientras todo sucedía.

¿Cómo es esta mi vida?

¿Cómo ha sucedido esto?

Parece que mi salud fue cambiada por su vida, pero si pudiera elegir,
elegiría morir antes que perderlo porque no puedo soportar esto. Perderlo
es perder una gran parte de lo que me hizo ser quien soy.

―¿Cuántos días tengo que esperar? ―Mi voz se quiebra―. Para verlo.
¿Cuántos días?

―Al menos espera un día más ―dice John, acariciando mi antebrazo―.


Si quieres, te subiremos nosotros. Conseguiremos una silla de ruedas y
todo eso. ―Se levanta de la silla, exhalando lentamente mientras toma mi
cara entre sus manos. Intenta que lo mire a los ojos, pero no puedo
mirarlo, no porque no quiera, sino porque estaba muy, muy equivocada.

Si me hubiera quedado en casa, podría haber muerto ahí. Max nunca se


habría metido en ese accidente, y nunca habría sido impactado por un
maldito autobús urbano.

―Sé que te duele ―me susurra John al oído mientras me rodea con sus
brazos―. Y sé que quieres dejarlo todo e irte ahora, pero por favor,
Shannon. Quédate aquí. Me aseguraré de que veas a Max antes de que
salgamos de este hospital. Tienes mi palabra.

Entierro mi cara en su pecho. Estoy luchando como una loca contra mis
lágrimas y para no derrumbarme aquí y ahora, pero no puedo evitarlo.
Han pasado tantas cosas en las últimas dos semanas. Tanto que podría
haber controlado y cambiado, pero fui demasiado terca y egoísta para
hacerlo. Todo esto es culpa mía. Esta es la maldición que llevo. Todos los
que quiero acaban muriendo o heridos.

John se sienta en el borde de la cama y sigue abrazándome. Su apretado


abrazo es cálido, pero no es suficiente y no es lo que necesito en este
momento.
No me sentiré completa hasta que vea a Max. No me sentiré bien hasta
que pueda mirarlo y ver el daño por mí misma. Necesito esperanza.

Él no puede desaparecer. Me niego a creer que uno de los hombres más


fuertes que conozco esté a punto de perder su vida ahora mismo.
Muchas personas han experimentado pérdidas personales. Perder a
alguien que está cerca de tu corazón es como perder una parte de ti
mismo. Harías cualquier cosa para recuperar a esa persona. Lucharías
como un demonio y atravesarías las llamas para volver a encontrarla.
Sacrificarías todo lo que tienes con tal de poder ver a esa persona sonreír
al menos una vez más.

He perdido a muchas personas a las que quiero a lo largo de los años;


por ejemplo, perdí a mi padre y me quedé con una madre a la que no le
importaba una mierda.

Fue difícil recuperarme después de perder a mi padre, y hasta el día de


hoy desearía que siguiera aquí para ver cómo crecían sus hijas, pero
¿perder a Max? Perder a Max es un golpe devastador. Sé que habrá un
cambio permanente en el aire una vez que él haya tomado su último
aliento, y sé que me romperá.

No diré que es mi alma gemela, porque no lo es. John lo es, y siempre


lo será, pero Max era un amigo, un amigo muy cercano, y era honesto y
verdadero, y tenía tanto bien en su corazón que constantemente no lo veía
en sí mismo.

Sí, cometía errores, y siempre reaccionaba antes de pensar en las cosas,


y tal vez no deberíamos habernos dicho o hecho ciertas cosas el uno al
otro en el pasado, pero al final del día, estábamos destinados a cruzar
caminos.
Al igual que yo, él perdió mucho, así que saber que está perdiendo su
vida... bueno, no puedo soportar esa idea. No es justo.

Por eso esperé hasta las 3:30 de la mañana para hacer lo que voy a hacer
ahora.

Me quité la vía con cuidado hace menos de una hora. Me duele la mano
y mi cuerpo sigue un poco drogado por las medicinas, así que al salir de
la cama me tropiezo un poco, pero consigo mantenerme en pie, a pesar de
que siento las piernas un poco débiles.

John está profundamente dormido en el sofá. Tiene que estar agotado.


Está roncando, y solo ronca cuando está muy cansado. Supongo que
desde que estoy despierta encontró algo de paz.

Tessa se fue a un hotel a la vuelta de la esquina. Tiene una habitación


reservada y la única razón por la que está ahí es porque John está
ocupando el sofá. Prometió que volvería por la mañana.

Antes de irse, sin embargo, me dio un regalo de Max. Un regalo que


realmente desearía que hubiera esperado para dármelo porque al verlo
rompió lo que quedaba de mi corazón después de la noticia.

Era el relicario que compró en el mercado. Pensé con seguridad que era
un error, que le pertenecía a él, pero luego lo abrí y vi las fotos que había
dentro.

Había una foto de mi boda con John a la derecha y, a la izquierda, una


rara foto de Tessa y Max. Fue tomada cuando éramos novios. Recuerdo
haber sacado la foto con el teléfono de Max, y haberles tomado el pelo a
ambos sobre cómo un día se convertirían en cuñados mientras
almorzábamos. Fingían odiarse, pero yo sabía que en el fondo ambos se
querían. En cierto modo, él era como el hermano mayor que ella nunca
tuvo. Se peleaban como perros y gatos, pero también se llevaban bien
cuando era necesario.

Debe haber guardado la foto de él y Tessa y sacado la mía con John de


mi Facebook. Este regalo me da más razones para ir a verlo.

Recojo el relicario de la cama y lo aferro en mi mano, luego me pongo


de puntillas por el frío suelo y me dirijo a la puerta. Afortunadamente, no
cruje. Se abre con facilidad y, cuando estoy a medio camino, miro hacia
atrás.

John sigue roncando, no se despertará pronto. Miro por el pasillo,


viendo a la izquierda y luego a la derecha, asegurándome de que esté
despejado.

Está lo suficientemente despejado, así que me dirijo al ascensor, pulso


el botón y entro cuando se abre. Mi habitación está en el segundo piso, lo
que significa que él está en el quinto. Tres pisos más arriba.

Pulso el botón 5 y aprieto con el pulgar el botón de cierre para acelerar


el proceso.

El ascensor me deja en la quinta planta y giro a la derecha, siguiendo


las señales que conducen a la Unidad de cuidados intensivos. No tardo en
encontrar una habitación con el apellido Grant.

Es él.

Ver su nombre hace que todo esto sea más real. Mi corazón late un poco
más rápido. Respiro entrecortadamente, presionando la palma de la mano
contra el duro roble y cierro brevemente los ojos.

Luego agarro el pomo de la puerta y la abro lentamente. El interior está


casi a oscuras, salvo una tenue luz dorada que brilla en el centro del techo.
La luz ilumina a Max y, cuando lo veo, el corazón me da un vuelco.

La máquina situada a su derecha emite un pitido constante. Un ruido


fuerte y ventoso recorre la habitación y miro hacia la izquierda, notando
la máquina con tubos que están conectados a su boca. Es lo único que lo
mantiene con vida.

Me detengo frente a su cama, ahogando un sollozo mientras lo miro


fijamente. Está magullado y golpeado, y sus ojos están cerrados con cinta
adhesiva. Incluso desde aquí, puedo decir que la vida en él ha
desaparecido.

―Oh, Max ―digo en un susurro, frotando su pierna. Camino alrededor


de la cama y me inclino sobre él, y a pesar del dolor que siento en mi
cuerpo, no se puede comparar con el dolor que siento en mi corazón―.
Oh, lo lamento tanto. ―Acaricio su rostro, su suave piel, sollozando de
nuevo.

Me siento en un espacio vacío de la cama, observando cómo sube y baja


su pecho. Respiraciones que entran y salen, pero no son suyas.

―¿Por qué tenía que pasarte esto? Se suponía que era yo, no tú. ―Le
agarro la mano y está fría. A pesar de eso, la aprieto y la sostengo en la
mía―. Quiero que sepas que lo lamento por todo. Por el pasado, por el
bebé, por todo. Lo siento tanto, tanto. Te amo de verdad. Te amo tanto.

No sé por qué espero que responda. Observo su rostro, lo estudio en


busca de algún tipo de cambio, alguna reacción, pero no hay nada. No
emite ningún sonido, solo respiraciones forzadas. Y los pitidos de la
máquina.

Dejo caer mi frente sobre su pecho y bajo mi mano para entrelazar


nuestros dedos. Lloro, escuchando sus respiraciones, tomando nota del
tictac del reloj en la pared detrás de mí. Me disculpo una y otra vez.
Aunque esto no es culpa mía, parece que lo es. Una vida por otra. No es
justo. La vida nunca es justa.

Giro la cabeza, moqueando, con los ojos apretados y húmedos, y miro


por la ventana, observando cómo los rayos de sol se derraman lentamente
sobre el horizonte. El cielo se llena de salpicaduras de color rosa, naranja
y amarillo. Las nubes se estiran, separándose para que el sol haga su
entrada.

―Mira, Max ―digo―. Es precioso. Siempre te ha gustado un buen


amanecer. ―Sonrío, agarrando su mano con más fuerza, una calidez me
atraviesa―. ¿Recuerdas el concierto de Kings of Leon al que fuimos?
Tenía muchas ganas de ir y me conseguiste entradas. ―Suelto una
carcajada―. La noche anterior estaba tan emocionada que ni siquiera
pude dormir. Era mi primer concierto. Recuerdo que me quedé viendo
por la ventana todo el tiempo mientras tú dormías. Vi salir el sol y no
dejaba de pensar que era el amanecer más bonito que había visto nunca.
―Hago una pausa, acariciando su mejilla―. Pero me retracto porque esto
de aquí... ¿El amanecer en París? Nada podrá superar esto. ―Me rio
suavemente y vuelvo a tomar su mano. Ahora está caliente por la mía.
Desearía que me devolviera el apretón de la mano.

Su pecho se eleva y se hunde, se eleva y se hunde. No hay ruidos, no


hay palabras. Éste no es Max.

―Por cierto, me encanta el relicario. ―Resoplo, recogiéndolo de la


mesa junto a la cama―. Es precioso, las fotos son muy bonitas.

Se me saltan las lágrimas cuando lo abro y vuelvo a mirar las fotos. Max
sonríe. Tessa intenta no sonreír mientras él le pasa el brazo por los
hombros.

La respiración continúa, el monitor emite un pitido. Estudio la cara de


Max, cada uno de sus rasgos, y me doy cuenta aún más. Mi amigo no está
aquí, no va a volver.

Me paso el dorso de la mano por la cara para librarme de las lágrimas


y luego le pongo la manta encima para mantenerlo caliente. No estoy
segura de que sienta el calor, pero su cuerpo está frío.

Mientras lo observo, la puerta se abre y Eugene entra con una taza de


café en la mano. Cuando me ve, sus ojos se agrandan con sorpresa.

―Oh, Shannon ―dice―. No esperaba verte todavía.

Deslizo mis ojos, forzando una sonrisa.

―Hola, Eugene. Sí, mmm, se supone que no debería estar aquí. Me


escapé.

―Típico de Shannon ―bromea, dejando su taza en el suelo y


acercándose a la cama. Su sonrisa se desvanece cuando mira a Max, y sus
ojos brillan inmediatamente―. No puedo creer que también esté a punto
de perderlo a él.

Me bajo de la cama con cuidado.

―¿No crees que tenga una oportunidad? ―pregunto y puedo sentir mi


labio inferior temblando.

Eugene suspira, caminando a mi lado. Los dos miramos fijamente a


Max y quiero gritarle para que se despierte, para que se mueva, para que
haga cualquier cosa que nos dé una señal de vida, pero no lo hace.
Simplemente no lo hace.

―Shannon ―dice Eugene con voz suave―. Míralo y dime qué ves.

Estudio a Max, y cómo su pecho se eleva mientras el resto de su cuerpo


permanece perfectamente inmóvil.

―Veo a un hombre que no reconozco ―susurro.

―Sí.

―Si esto sucede, nunca podré volver a verlo, Eugene. Ninguno de los
dos lo hará.

―Lo sé, pero es lo que él querría. Max no querría ser un vegetal.

Tiene razón, pero de todos modos discuto.

―Sí, es cierto, pero ¿quién sabe? ―Me encojo de hombros, forzando


una sonrisa recelosa―. Tal vez un día salga de esto y se recupere poco a
poco. Podría pasar cualquier cosa... Diablos, yo pensé que iba a morir y
ahora tengo un nuevo par de pulmones y otra oportunidad de vivir.

Eugene sacude la cabeza y sus ojos empiezan a llorar de nuevo. La luz


del sol hace que sus lágrimas brillen, y cuando finalmente hace un
movimiento, se frota la parte posterior de la cabeza y exhala.

―¿Quieres saber lo que pienso? ―pregunta.

―¿Qué?

―Creo que en el fondo Max quería que pasara algo así.

―¿Qué quieres decir?

―Lo único que decía era cómo deseaba poder ayudarte, cómo deseaba
poder donar su propio pulmón y salvar tu vida, incluso dijo que moriría
por ti, ¿y sabes qué? Le creí.

―Pero eso... eso no es justo. Nunca le habría pedido eso.

―Él lo sabía. ―Odio que ya esté hablando de él en pasado, así que


aparto mi mirada.
―Max no habría sido capaz de afrontar tu pérdida si hubieras muerto,
Shannon. No sé por qué el universo funciona así, pero está claro que todo
esto ha ocurrido por una razón.

El dolor inunda cada parte de mi frágil cuerpo. Se apodera de mí, pero


asiento, manteniendo la cabeza alta, porque es cierto. Me giro hacia Max,
pasando mi mano por su mejilla magullada.

Eugene tiene razón, pero odio que esté perdiendo a alguien más, odio
que sea precisamente Max. Parece que mi vida tiene un gran precio. Si no
regateo, no sobrevivo.

―Lo sé ―susurro.

Eugene me frota la parte superior de la espalda.

―Te daré algo de tiempo con él.

Sé lo que está diciendo realmente, me está diciendo sin decirme


realmente que una vez que salga de esta habitación, hará que lo
desconecten.

Max se irá para siempre y la próxima vez que lo vea, probablemente


será cuando su cuerpo esté en un ataúd o en una urna.

Eugene sale por la puerta antes de que me dé cuenta y, en cuanto lo


hace, me acuesto en la cama junto a Max, le paso el brazo por en medio y
lo abrazo. Cierro los ojos y lloro en silencio, y no puedo ignorar los
recuerdos que afloran.

Lo recuerdo todo, desde el primer día que nos conocimos en Capri,


hasta nuestro primer beso en el estacionamiento de mi complejo de
apartamentos. Recuerdo la primera vez que hicimos el amor, la primera
vez que discutimos, los momentos en que nos reímos e incluso los
momentos en que lloramos.

Recuerdo cada momento hermoso y desgarrador.

Cada caricia, cada respiración.

Todo.
Cada vez que cierre los ojos, pensaré en Maximilian Grant. Cada vez
que piense en el club Capri, que beba moscato rosado o que haga un baile
rápido con los hombros al ritmo de la música, pensaré en él. Max nunca
será olvidado. Mis recuerdos de él serán siempre atesorados y eso será
algún tipo de consuelo.

Cuando el sol está más alto en el cielo, me siento y beso a Max en la


frente, una de mis lágrimas cae en su mejilla y la limpio con cuidado.

Supongo que es el momento.

―Gracias por todo, Max. Por aguantar mis locuras. Por quererme a
pesar de todos mis defectos y todos mis traumas, por arriesgarte conmigo
y por ser un completo loco conmigo cuando más lo necesitaba. ―Sollozo
y me rio, sacudiendo la cabeza.

«Ya puedes descansar, ¿de acuerdo? ―Le acaricio la frente con la yema
del pulgar y me inclino una vez más para besar su mejilla―. Te amaré
siempre ―susurro―. Y siempre te recordaré, incluso cuando llegue el
momento y esté dando mi último aliento.
He soñado muchas veces con viajar por el mundo, pero nunca pensé
que podría ir a ningún sitio después de que me diagnosticaran la Pleura
de Onyx.

Durante los dos últimos años me han revisado cada mes para detectar
la OP, pero a partir de este vigésimo cuarto mes no tendré que volver
hasta dentro de tres meses para una revisión rutinaria. Nunca me he
sentido más bendecida.

Fue duro lidiar con mis pérdidas, pero seguí adelante. Me siento mucho
mejor, y ahora que las cosas están mejorando conmigo y con John, y que
Tessa está casada, no podría pedir una vida más perfecta.

Sin embargo, hoy estoy realmente feliz. ¿Por qué? Porque John, Tessa,
Danny y yo estamos en Dubái.

¡El maldito Dubái!

Esto sucedió porque a John le dieron otra oportunidad de competir en


un concurso de cocina en Las Vegas. Todos los chefs, sorprendentemente,
querían hacer otra competencia después de haberse enterado de que había
huido de la competencia hace dos años para ir a París. El concurso tuvo
lugar cinco meses después, durante el invierno.
Fue genial, realmente genial. El caso es que John tenía la cabeza
despejada y yo pude ir esta vez, me senté en primera fila y animé a mi
adorable esposo.

John quedó en segundo lugar en Las Vegas. El chef que quedó en


primer lugar era un profesional japonés con tres cadenas de restaurantes
y, aparentemente, es algo importante. Que John quedara en segundo
lugar tras él fue increíble.

Fue tan reñido que decenas de representantes se dirigieron a John,


ofreciéndole muchas oportunidades de oro para viajar por el mundo,
crear nuevos platos y dar a conocer su nombre aún más.

Por supuesto, aprovechó la mayoría de las oportunidades. Tuvimos


que mudarnos de Charlotte a Miami cuando abrió su propio restaurante,
pero no fue un mal movimiento y su restaurante está prosperando.

Por eso ahora estamos en Dubái. Estoy sentada en el borde de la cama


del hotel. La habitación es preciosa, llena de los colores más cálidos:
marrones, burdeos, beiges y toques de oro.

Coloco mis pendientes de oro uno a uno, mirando distraídamente el


océano brillante a través del ventanal que tengo delante.

Cuando termino de ponerme los pendientes, me levanto y me dirijo a


la ventana, y mientras contemplo el agua del océano, cómo brilla y las olas
chocan, no puedo evitar pensar en Max.

Max y yo nunca fuimos a la playa; bueno, lo intentamos, pero debido a


ciertas circunstancias que cambiaron la vida, no funcionó. Hubo muchas
cosas que no dijimos y muchas que desearía poder volver atrás y cambiar,
pero cuando pienso en todo, ahora estoy en paz con eso.

Max y yo fuimos complicados desde el principio, nuestras idas y


venidas eran una especie de juego infantil que nos gustaba en secreto. De
hecho, sonrío cuando pienso en la vez que me salvó de perder mi trabajo.

A veces me pregunto cuáles habrían sido sus últimas palabras para mí,
después de que Eugene hiciera que los médicos lo desconectaran, siempre
me pregunto qué habría dicho.
Unas dos semanas después de su muerte, finalmente volvimos a casa.
Yo me estaba curando y tenía luz verde para irme. John me llevó a casa y
me instaló, a la mañana siguiente revisó el correo y me dio una carta.

Tenía un sello de la Torre Eiffel en la esquina superior derecha y mi


nombre y dirección estaban garabateados en el frente del sobre con la letra
de Max. Yo conocía muy bien su letra. No había remitente, probablemente
lo hizo a propósito, sabía que yo reconocería su letra.

Abrí el sobre y lo leí de inmediato.

Shakes:

Mientras dormías y yo controlaba tu respiración, estaba viendo una película


ñoña sobre una chica que tiene el corazón roto por un tipo, y cómo otro tipo se
preocupa mucho por ella, pero ella no lo sabe. Él le escribió un poema y lo metió
en su buzón y dejó su nombre, y ella lo apreció mucho. Me pareció genial cómo la
conquistó con eso, no es que esté tratando de conquistarte ni nada por el estilo, y
no es que esto sea un poema, pero... sí. Es algo. Sé que eres una chica de palabras,
así que pensé en intentarlo también, échale un vistazo...

La gente va y viene.

A veces nos dejan antes de lo que nos gustaría.

Puede que se vayan, y sí, al principio dolerá, pero los recuerdos nunca se
desvanecerán.

Estarán ahí cuando más los necesites.

En las horas más oscuras, en la santidad del tiempo.

Eso es lo que debemos conservar como personas: la alegría que compartimos.


La vida que creamos, los innumerables recuerdos.

Porque esos recuerdos pueden ser poderosos, y pueden durar infinitamente.


Puede que pienses que es una mierda, pero me costó HORAS idearlo, así que
será mejor que disfrutes de cada palabra. Enmárcalo si tienes que hacerlo. LOL.

Te amo, Pequeña Shakes.

Max

Al pensar en la carta se me saltan las lágrimas. Diablos, cuando la leí


por primera vez, era un desastre lloroso, pero cuando pienso en ella
ahora, me hace sonreír. Max nunca se dio cuenta de lo considerado que
era.

Cuando oigo que la puerta del baño se abre detrás de mí, parpadeo y
me aliso el vestido.

―¿Nena? ―La profunda voz de John llena la habitación.

Miro por encima del hombro.

―¿Sí?

―¿Tessa llamó para decirte que está lista?

―Todavía no.

John se queda callado un momento, pero puedo sentir su mirada en mi


espalda. Sus pasos son silenciosos cuando da un paso detrás de mí, y yo
me estiro hacia atrás, agarrando su mano, entrelazando nuestros dedos, y
colocando su palma en mi vientre.

―¿Qué te preocupa? ―murmura en mi oído―. ¿Es la bebé?

―No ―digo, con una sonrisa de oreja a oreja―. No, en absoluto. Ella
está bien. ―Me giro en sus brazos para mirarle.

―Dime qué es ―suplica, sus manos van a mi cintura.

―Estaba pensando en... bueno, sé que te cansa mucho que saque el


tema. ―Me obligo a reír, dejando caer mi mirada hacia su corbata
negra―. Es que creo que a Max le habría encantado este lugar.
John sonríe, ladeando la cabeza, y luego me envuelve en sus brazos,
suspirando en mi pelo. No es tan fácil como antes abrazarlo. Esta barriga
mía de seis meses se interpone ahora, como un claro recordatorio de que
esta niña que llevo dentro provocará un gran cambio en nuestras vidas.

―No me canso de que hables de él, Shannon ―dice mi esposo. Me


suelta y, cuando volvemos a estar cara a cara, me planta un suave y cálido
beso en la frente.

―Sé que él se alegra por ti en este momento. Era un buen tipo, lo sé. No
creas que no puedes hablar de él conmigo porque puedes hacerlo. Estoy
aquí para ti y sé lo mucho que significaba para ti.

―¿No te molesta? ―pregunto en voz baja.

―No, en absoluto.

―Pero esa noche cuando me escapé de la habitación del hospital para


verlo... ¿no te molestó eso?

―No, sabía dónde estabas. Vi esa cama vacía y supe exactamente a


dónde habías ido. Haber dicho tus últimas palabras con él era algo
personal y no tenía derecho a impedírtelo, tú eras la que más lo conocía.

Me alegra mucho escuchar esto. John y yo apenas hablamos de esa


noche. Cuando volví a la habitación con los ojos hinchados y la nariz
moqueando, no dijo nada, solo me ayudó a volver a la cama y me acarició
el pelo hasta que me dormí.

Sabía dónde estaba, sabía que no había mucho que pudiera decir o
hacer porque no iba a cambiar nada.

Todo lo que podía hacer era estar ahí para mí, y estoy muy agradecida
de que lo hiciera. Es un esposo increíble, a pesar de tener una esposa que
a veces es una mierda. Hasta el día de hoy, todavía no siento que lo
merezca.

El teléfono del hotel suena en la mesita de noche, seguramente es Tessa


la que llama. John se aparta para contestar, diciéndole que bajaremos
enseguida.
Cuelga y se vuelve para mirarme y una lenta sonrisa se dibuja en sus
labios.

―¿Qué? ―pregunto, riendo.

―Nada ―dice rápidamente, desentendiéndose, pero sigue sonriendo.

―No ―Me río―. ¿Qué? Cuéntame.

―Bueno, es que... ―La manzana de su garganta sube y baja―. Nunca


pensé que vería este día. A ti, llevando a mi bebé, los dos en otro país.
Sanos. Tenía tanto miedo de no tener la oportunidad de realizar mi vida
con mi único y verdadero amor, pero míranos ahora... Es tan surrealista.

Mis dientes se hunden en mi labio inferior.

―Aww, John. Me vas a hacer llorar.

―Por favor, no lo hagas. Acabas de maquillarte y no tenemos tiempo


para que lo vuelvas a hacer. ―Se ríe entre dientes, y yo estallo en una
carcajada alegre. Él rodea me rodea con su mano y nos dirigimos a la
puerta―. Vamos. Vamos a ver a tu hermana hambrienta antes de que le
arranque la cabeza a su esposo.

Me rio mientras salimos de la habitación, tan preparados para afrontar


la noche. John no estaba así desde el día que nos conocimos. Verlo tan
feliz, bueno, me completa. Incluso si la OP volviera a recorrer mis
pulmones algún día, al menos sabría que nuestro bebé estará bien
cuidado.

Dicen que la gente llega a nuestras vidas por una razón, algunos no
creen en ese dicho, pero yo sí. Creo que estuve con Max en el pasado para
aprender y crecer, y creo que conocí a John para poder aprender a ser
amada adecuadamente, para ser cuidada y para sanar de todos los
traumas de mi pasado.

Ambos estuvieron muy cerca de abandonar sus vidas, pero yo estaba


ahí para ayudar a recoger algunos de los pedazos. Yo, más que nadie, sé
lo que es perder constantemente, sentir que se ha tocado fondo en cada
momento, pero también sé cómo seguir adelante.
Si no fuera por ellos, junto con mi hermana, no sé dónde estaría ahora,
pero estoy aquí. Soy feliz. Estoy sana, tengo un nuevo comienzo e incluso
llevo una nueva vida dentro de mí.

Lo apreciaré todo.

Cada segundo.

Cada respiración.

Cada risa.

Aprovecharé esta oportunidad y lo haré bien. Por Max. Por mi padre.


Por mi bebé.

Lo haré todo, y nada me detendrá ni romperá mi espíritu porque tengo


mucho por lo que vivir. Siempre he tenido mucho por lo que vivir.

Esta es la vida que me han dado.

Soy fuerte.

Poderosa.

Empoderada.

Renovada.

Cada momento cuenta ahora, y me aseguraré de que el resto de esta


vida que me han dado valga cada uno de los sacrificios que he hecho.
No hay muchas chicas que puedan captar mi atención sin decir una sola
palabra, así supe que Shannon Hales era especial.

Pero algo no funcionaba durante uno de nuestros turnos. Estaba


trabajando en el mostrador cuando vi a Eugene llamándola a su oficina.
Había hablado de dejar ir a algunas personas, pero no creí que fuera por
ella.

La vi pasar a mi lado, mirando de reojo por un breve momento. Pude


ver en su cara que sabía que algo iba mal, Eugene nunca llamaba a nadie
a su despacho a no ser que estuviera discutiendo un asunto sobre la
seguridad del club o estuviera despidiendo a alguien.

Era una noche lenta, así que salí de la barra y me detuve frente a la
oficina, tratando de escuchar lo que sucedía ahí, pero todo lo que oí fueron
voces apagadas.

―¿Qué estás haciendo? ―preguntó Victoria, una de las meseras,


mientras se paraba frente a la puerta de la sala de empleados―. Ven a
sentarte conmigo en mi descanso. ―Ella sonrió y yo me adelanté,
mirando hacia atrás una vez hacia la puerta de la oficina de Eugene.

De alguna manera, Victoria acabó en mi regazo (tenía la costumbre de


deslizarse hasta ahí mientras hablaba conmigo), y mientras hablaba de
Dios sabe qué, oí cómo se abría la puerta del despacho de Eugene y
segundos después, Shannon irrumpía en la sala de empleados y se dirigía
con paso firme hacia el perchero, tomó una chaqueta de cuero y fruncí el
ceño mientras la observaba. Definitivamente la había despedido.

―Entonces, mi madre me llamó asustada porque mi hermana se fue


con ese tal Ryder... ―Victoria seguía hablando, pero sus palabras me
entraban por un oído y salían por el otro. No podía concentrarme en lo
que decía, mi mirada estaba puesta en Shannon, que me veía como una
daga por encima del hombro mientras seguía vaciando su casillero.

―Hey ―la llamé mientras se ponía la chaqueta, pero solo hizo una
mueca. Empecé a preguntarle a dónde iba, pero se dirigió a los casilleros
y abrió el suyo de un tirón, sacando una bolsa de mano y metiéndola
inmediatamente en su casillero.

―¿Me estás escuchando? ―preguntó Victoria.

―Dame un segundo ―murmuré. No esperé a que Victoria se levantara.


Empecé a ponerme de pie, lo que no le dejó otra opción que moverse. Salí
de la sala, escuchando todavía a Shannon sacudir y golpear sus cosas
mientras limpiaba su casillero.

En el pasillo, abrí la puerta de la oficina de Eugene y él se estremeció


detrás de su escritorio. Tenía un cigarrillo entre los labios y un encendedor
en las manos, listo para encenderlo.

―¡Jesús! ―dijo en voz baja alrededor del cigarrillo, dejando caer el


encendedor―. ¿Qué demonios, Max?

―¿Por qué estás despidiendo a la otra bartender? ―pregunté.

Me miró como si estuviera confundido, como si no acabara de tener una


conversación con nuestra otra bartender, y luego suspiró, sacándose el
cigarrillo de la boca.

―Tenemos suficiente personal y tú puedes cubrir la barra a tiempo


completo.

―Pero ella es buena bartender. Mejor que yo, y lleva más tiempo aquí.

―Sé que sí ―murmuró, evitando mis ojos.


Me adentré un poco más en su despacho.

―Entonces, ¿por qué demonios la dejas ir?

―Mira, solo estoy haciendo mi trabajo, ¿de acuerdo? He estado


revisando los libros y las cosas no cuadran. Estamos perdiendo dinero, lo
que significa que tenemos que hacer las cosas bien por aquí, cortar
algunas esquinas. Ella es buena, pero la he observado y a veces da
demasiado licor. Esa mierda acaba costando.

Me burlé.

―Eres un hijo de puta de mierda, Eugene. Maldita sea. ¿Sabes qué?


―Lo señalé con un dedo―. Si la despides, yo también me iré. Entonces
veremos cuánto luchas realmente con este lugar cuando mis padres se
enteren.

―¿Qué estás diciendo? ―espetó―. ¡Vamos, Max! ¡Te estoy haciendo


un favor! Tendrás más horas, lo que equivale a más dinero durante un par
de semanas hasta que encuentre más ayuda detrás de la barra. Ella es una
persona, es reemplazable.

Realmente no me gustó la forma en que estaba hablando de ella. Quiero


decir, no conocía a la chica muy bien, pero parecía bastante buena y
amable. Llamarla reemplazable estaba mal.

―Yo también ―refunfuñé.

―Tú atraes un montón de chicas. Las chicas hablan y hacen correr la


voz. Necesitamos eso.

―Ya te dije, si ella se va, yo también estoy fuera, entonces no tendrás


ningún bartender. ―Me puse de pie más alto, arqueando una ceja.

Me miró de reojo, y luego suspiró y negó con la cabeza.

―¡Mierda, te juro que eres una patada en el trasero! Tienes suerte de


ser mi sobrino. ―Volvió a meterse el cigarrillo entre los labios y luego
dijo―: Bien. Puede quedarse, pero saldrá de tus horas.

Sonreí

―Me parece bien. De todos modos, no es que necesite el dinero.


―¿Y ella sí?

―¿Me estás tomando el pelo? ¿Has visto lo que conduce? Está claro que
necesita este trabajo más que yo.

―Como sea, ¿por qué te importa tanto? ―murmuró, levantando el


encendedor, a punto de encender el cigarrillo―. No se va a acostar
contigo. Es una chica inteligente y tú definitivamente no eres su tipo.

Me adelanté, arrebatándole el cigarrillo de entre los labios y tirándolo a


la papelera junto a su escritorio.

―En primer lugar, deja de fumar aquí, nadie quiere oler esa mierda. En
segundo lugar, no sé por qué me importa, solo parece que necesita que
alguien la salve en lugar de fallarle ahora mismo.

Eugene puso los ojos en blanco. Nunca fue de los que se preocupara por
los demás, además era un imbécil tacaño. Siempre se preocupaba por
recortar gastos y ahorrar dinero, pero era el hermano de mi padre y a él
le parecía bien que se encargara de los negocios.

Me retorcí sobre los talones de mis zapatos y salí de su despacho. Al


ver por el pasillo, me di cuenta de que la puerta acababa de cerrarse de
golpe. Revisé la zona de la barra, pero no había ni rastro de Shannon.

Ella ya se estaba yendo. Mierda. No iba a dejar que se me escapara tan


fácilmente.

La perseguí en el estacionamiento y su sola mirada de muerte podría


haberme detenido en mi camino, haciéndome volver al club para
ocuparme de mis propios asuntos, pero sabía que era una fachada. Esta
chica siempre tenía la guardia alta, incluso el primer día que empecé a
trabajar en el bar, no me vio como las otras chicas. De hecho, me ignoró y
me dijo que me quedara en mi lado de la barra.

―¿Qué demonios quieres, ladrón de trabajos? ―me espetó. Debí tener


cuidado con la forma de acercarme. Ella estaba molesta y yo no quería
empeorar las cosas. Maldito Eugene.

Cuando le dije que seguía teniendo su trabajo, noté cómo se relajaba.


Sus ojos marrones se suavizaron al mirarme, y sus hombros no estaban
tan tensos como antes, las dagas que me lanzaba cayeron al suelo mientras
estaban en el aire.

Sinceramente, parecía estar a punto de llorar, y quise preguntarle quién


la había herido. Parecía cargar con tanto equipaje, tanto dolor, y yo estaba
seguro de que no se lo merecía.

Después de esa noche, las cosas cambiaron mucho entre nosotros.


Shannon no era tan gélida conmigo y eso me gustaba mucho. Sabía que
una parte de ella se imaginaba que me lo debía, pero en realidad no era
así. Era lo menos que podía hacer, y lo que había dicho antes iba en serio.
Estaba claro que ella necesitaba este trabajo más que yo. Yo podría haber
renunciado esa misma noche y seguir adelante sin problemas, pero no
creo que ella pudiera decir lo mismo.

Coquetear con ella era diferente pero estimulante, con todas las
discusiones y las idas y venidas. Ella fingía que no le gustaba, pero
mostraba señales sutiles de que sí le gustaba, como la forma en que se
mordía el labio inferior, o luchaba contra su sonrisa cuando me burlaba
de ella.

Le encantaba hacerse la difícil, y a mí me encantaba hacerle creer a las


mujeres que no me importaban. Éramos una receta para el desastre. Sabía
que algún día se acercaría a mí, y finalmente lo hizo.

Nuestra primera cita fue como ninguna otra que hubiera tenido. Nunca
había tenido que profundizar en mis discusiones con otras chicas, la
mayoría eran tan básicas y sencillas y solo buscaban una cosa al final de
la noche, lo mismo que yo, pero de alguna manera Shannon siempre me
llevaba a hablar de cosas que la mayoría de las veces descuidaba.

Una aventura de una noche no iba a ser suficiente con ella. Sabía,
después de esa primera noche de nuestra primera cita, que iba a necesitar
más de ella. Querría verla tanto como pudiera, llamarla, enviarle mensajes
de texto, salir con ella. Era especial, y sus muros estaban cayendo para mí.
Cuanto más revelaba su verdadero yo, más me enamoraba de la mujer
que era y la comprendía. Cuanto más revelaba mi verdadero yo, también.

Sabía que no me merecía a Shannon Hales. De hecho, siempre me


imaginé que en el fondo acabaría dañando mi relación con ella haciendo
alguna estupidez, pero me esforcé por ella, realmente lo hice. Programé
picnics, le compré chocolate, fui de compras con ella, la dejé pasar la noche
conmigo. Nunca había dejado que una mujer pasara la noche en mi casa
hasta ella.

Ella me estaba cambiando... y una parte de mí estaba aterrada por eso,


pero otra parte de mí estaba muy feliz de que fuera posible.

Shannon era mi todo y más, y aunque había dañado lo que teníamos,


ella seguía significando mucho para mí.

Después de todo lo que habíamos pasado, sabía que ella iba a ser esa
chica, la que se escapaba. La chica que un hombre como yo conoce y que
nunca, nunca olvidará, sin importar lo que le ocurra, o con quién acabe
después de ella.

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