Está en la página 1de 277

Importante

Esta traducción fue realizada sin fines de lucro, por lo cual no


conlleva remuneración alguna. Es una traducción hecha exclusivamente
para fans. Cada proyecto se realiza con el fin de complacer al lector
dando a conocer al autor y animando a adquirir sus libros. Por favor
comparte en privado y no acudas a fuentes oficiales de las autoras a
solicitar las traducciones de fans. Preserva y cuida el esfuerzo que
conlleva todo el trabajo.
Sinopsis

Estoy falsamente prometida con el jefe de la Bratva Zarkov, ¿qué


podría salir mal?

Lev Zarkov es un monstruo en la vida real.


No, rectifico, realmente es el diablo.
Excepto que, cuando le conocí por primera vez, era simplemente el
misterioso y apuesto hombre viajando a mi lado en primera clase, rumbo
a Nueva York.
Y tras haber sido abandonada en el altar por el pringado de mi
prometido, desvanecido en el aire la mañana de nuestra boda, cuando la
cosa se vuelve más coqueta entre el misterioso desconocido y yo, pienso
¿por qué no?
Seguro que me merezco una noche olvidable, quiero decir, ¿qué hay
de malo en un poco de indulgencia, ¿verdad?
Te diré exactamente dónde está el inconveniente. Resulta que mi
ligue de una noche no solo es el jefe de la Bratva Zarkov, sino también un
multimillonario acostumbrado a conseguir lo que quiere... y lo que quiere
es a mí con su anillo en mi dedo.
Apareceré en público como su falsa prometida y, a cambio, el
fracasado de mi ex podrá mantener sus sesos dentro de su cabeza.
Todos mis instintos me dicen que no quiero hacer esto.
Pero no estoy preparada para lo persuasivo que puede llegar a ser...
1

Brooke

Miro fijamente mi reflejo en el espejo y aliso la parte delantera de mi


vestido. Es todo lo que soñaba de niña cuando veía a todas las novias
entrar y salir de la boutique nupcial de mi madre. La seda italiana más
suave. Blanco e incrustado con los cristales más diminutos. Una extraña
sensación cosquillea en mi estómago. Por aquel entonces, también soñaba
con un apuesto príncipe que me llevaría en volandas y me convertiría en
su esposa. Pero hoy definitivamente no me caso con un príncipe. Más
bien con un chico malo reformado. El hombre de traje que hacía
desmayarse a todas las chicas del club. El voraz seductor que cambió sus
costumbres por mí. Me has domado, Brooke, soy un hombre cambiado.
Le conocí cuando comencé a trabajar en el club que regentaba. Yo
era la jefa de marketing, y él era el jefe guapísimo del cual sabía que
debería alejarme. Pero su encanto juvenil y sus hoyuelos acabaron por
convencerme y, antes de darme cuenta, éramos pareja y nos fuimos a
vivir juntos.
Respiro hondo y lo suelto lentamente para calmar mis nervios. Esto
es lo que quiero, ¿verdad? Quiero a Wilson. Llevamos juntos dos años y ha
sido... genial.
Me retiro un rizo suelto detrás de la oreja.
Son solo nervios.
―¿Estás preparada? ―pregunta mi mejor amiga Elsa. Ataviada con
un vestido de seda color champán, me lanza una mirada cariñosa―. La
limusina está delante.
Exhalo otro nervioso suspiro y asiento con la cabeza. Quiero esto.
Al pasar junto a Elsa, me detiene. Embarazada de siete meses, sujeta
mi mano.
―No es preciso llevarte a la iglesia, ¿sabes? Solo tienes que decir la
palabra y el chófer nos llevará donde tú quieras.
Sé que tiene sus reservas sobre Wilson. Después de todo, es mi mejor
amiga, así que es a ella a quien acudo cada vez que necesito desahogarme
porque Wilson está demasiado con otra empleada de nuevo, o Wilson
está distante y demasiado preocupado para acordarse de mi cumpleaños,
o del aniversario de la muerte de mis padres, o inserta aquí cualquier fecha
importante que se le haya pasado. También es ella quien sabe que llevo casi
un mes sin echar un polvo porque Wilson ha estado demasiado ocupado
con el club para venir a casa y follarme.
Le dedico una sonrisa confiada, pero todo es humo y espejos. Porque
detrás de ella, estoy sufriendo un caso grave de acobardamiento.
Juego nerviosamente con el amuleto en forma de búho colgando de
mi pulsera. Un regalo de mi madre que nunca me quito.
Se abre la puerta y entran mis otras dos damas de honor, Chloe y
Samantha, que inmediatamente comienzan a hablar maravillas de mi
vestido. Chloe me da una copa de champán y Samantha le pasa una copa
de zumo a Elsa.
Tomo un sorbo esperando que me ayude a calmar los nervios. Quiero
esto.
Dan otro golpecito en la puerta y entra Henry. Henry es hermano
mío de distinta madre.
Aunque conozco a Elsa, Chloe y Samantha desde el instituto, conocí
a Henry cuando se mudó al piso de enfrente del mío hace tres años. Un
día llamó a mi puerta para pedirme prestado un cargador de móvil, y
cuando vio mis zapatillas Gucci, rápidamente declaró que éramos
grandes amigos, y desde entonces somos inseparables. Incluso cuando se
mudó al otro lado de la ciudad, a un lujoso loft, con su novio productor,
seguimos manteniendo nuestras salidas para cócteles.
Hoy, me está entregando. Como mis padres murieron y no tengo
más parientes vivos, este pequeño grupo se ha convertido en mi familia, y
cuando Wilson me pidió que me casara con él, Henry fue la única
persona que quise que me llevara al altar.
―¿Llego demasiado tarde para el brindis? ―pregunta.
No lleva una copa de champán. Lleva la botella abierta.
―¡Vaya! ―dice Samantha, recorriendo con la mirada su traje morado
de espiga y su corbata.
―Lo sé, estoy guapísimo ―le dice con una pequeña reverencia y un
brillo en los ojos.
Confía en que Henry se salga completamente de lo tradicional en
una boda tradicional. Su traje es un espectáculo y está absolutamente
fabuloso.
―Henry, ¿te gustaría hacer el brindis? ―pregunta Chloe.
Henry me guiña un ojo.
―Por la novia más hermosa del mundo. Espero que seáis bendecidos
con una boda preciosa y un matrimonio maravilloso. ―Levanta la
botella―. Y que todos vuestros altibajos solo se produzcan en el
dormitorio.
Chloe levanta su copa.
―Sí, brindemos por un gran matrimonio.
―Y un sexo estupendo ―añade Samantha.
El tintineo del cristal resuena en la habitación del hotel.
A pesar de sentirme enferma de los nervios, bebo un sorbo de mi
champán y rezo para que se mantenga. Tal vez el alcohol calme las
mariposas y mantenga mis nervios firmes. Es un buen champán, así que
bebo otro sorbo y disfruto del calor que me invade. Pero no hace nada
para calmar esa sensación de opresión en el estómago.
Contrólate. Esto es lo que quieres.
―Madre mía, será mejor que nos pongamos en marcha o llegaremos
tarde ―me dice Henry, dejando la botella y ofreciéndome el brazo―.
Vámonos, Cenicienta.
Fuerzo una sonrisa y acepto su brazo, agradecida por ello, ya que no
estoy segura si podría hacerlo sola.
¿Cómo voy a caminar por el pasillo?
Cuando lo que realmente deseo es correr.
2

Brooke

Es un largo trayecto de veinte minutos hasta la iglesia, y siento cada


segundo de cada minuto.
Pero si pensaba que mis nervios se habían agitado durante el
trayecto en coche, no son nada comparados con el momento en que veo a
Chad, el mejor amigo de Wilson, esperándonos junto a su lujoso Aston
Martin aparcado a la entrada de la iglesia. Algo no va bien. Es el padrino
de Wilson, pero no lleva su traje.
Se acerca y Henry baja la ventanilla.
―¿Está todo bien? ―pregunta Henry.
Chad parece incómodo.
―No hay forma fácil de decirte esto.
No me gusta Chad. Es un prepotente y engreído al que solo le gustas
si tienes dinero. Yo tampoco le caigo bien porque no soy rica ni tengo
contactos, y desde que estoy con él, no tiene a su compinche habitual con
el que recorrer bares y clubes a la caza de su próximo ligue. No obstante,
nos toleramos mutuamente gracias a Wilson.
―Escúpelo ―dice Henry, su voz cortante.
Chad se pasa la mano por la nuca.
―No va a venir.
Frunzo el ceño.
―¿Cómo que no viene? ¿Ha ocurrido algo?
―Se ha ido, Brooke, y no sé si va a volver.
Le miro sin comprender.
―No lo entiendo.
―Esta mañana habíamos quedado en su apartamento. Pero cuando
llegué, encontré una nota clavada en la puerta. Decía: Dile a Brooke que lo
siento.
La información da vueltas en mi cabeza.
Me llevo la mano al estómago.
Me siento mal.
―¿Qué demonios está pasando? ―exige Henry.
Chad parece incómodo, y es evidente que lo ignora. Wilson también
le ha dejado al margen.
―Eso es todo lo que sé. Su padre y su hermano están dentro
avisando a todos los invitados que la boda se cancela.
La citada imagen visual provoca en mí la sensación de vomitar el
champán que he tomado antes.
―¿Así que no has hablado con él? ―pregunto.
―Cuando vi la nota, le llamé. Fue una conversación breve.
―¿Y qué dijo? ―exige Henry.
―Dijo que tenía que salir de la ciudad. Necesita tiempo para pensar.
Intento tragarme el nudo frío que tengo en la garganta.
―¿Pensar en qué?
―¿Cómo demonios voy a saberlo?
Henry chasquea.
―Eres su mejor amigo.
―Sí, bueno, esto me ha sorprendido incluso a mí.
Henry le fulmina con la mirada.
―Si lo sabías desde esta mañana, eres un gilipollas por esperar a que
Brooke llegara para decírselo. Podrías haber llamado al hotel, y sin
embargo la dejaste venir hasta aquí, convencida de su inminente boda.
¿Dónde está tu puta compasión?
―¿Acaso importa? Ella no se va a casar de todas formas.
Henry lanza a Chad una mirada asesina.
―Hay un lugar especial en el infierno para la gente como tú.
Se me revuelve el estómago cuando veo a Chad alejarse de nosotros
y subir a su coche.
―¿Quién tiene mi teléfono? ―pregunto a mis tres damas de honor
sentadas enfrente a Henry y a mí.
Chloe lo saca rápidamente del pequeño bolso que tiene a su lado en
el asiento y me lo entrega.
No hay llamadas perdidas.
Pero hay un mensaje.
Y es de Wilson.
Lo siento, cariño.

¿Eso es todo?
Tres patéticas palabritas.
Es todo lo que pudo decir por plantarme en nuestra boda.
Demonios, yo también me acobardé, pero al menos di la jodida cara.
Se me corta la respiración y suelto el teléfono. Henry lo coge
rápidamente y lee el mensaje.
―Muy bien, señor conductor, por favor, llévenos de vuelta al hotel
―dice, con su voz habitualmente carismática, entrecortada por la ira.
Pasa el teléfono a Elsa, quien se lo muestra a Chloe y Samantha,
quienes automáticamente se lanzan a controlar los daños.
―Es evidente que has esquivado una bala ―exclama Samantha.
―No te merece ―añade Chloe.
―Pero se merece el puñetazo en la nariz que le voy a dar cuando lo
vuelva a ver ―replica Samantha.
―Vamos a llevarte a casa, y podremos resolver tu próximo
movimiento ―dice Chloe.
―Podemos comprar más champán por el camino y luego planear
todas las formas de asesinar al maldito Wilson Peyton y cómo vamos a
deshacernos de su cuerpo ―responde Samantha.
Elsa frota su embarazadísimo vientre, y me lanza una mirada serena.
―¿Qué quieres hacer, Brooke?
Buena pregunta.
¿Qué quiero hacer?
Ni siquiera puedo llorar.
Me siento herida. Humillada. Cabreada.
Sin embargo, hay otro sentimiento cociéndose a fuego lento
silenciosamente bajo el resto de ellos.
Alivio.
3

Brooke

No quiero volver al hotel donde pasé la noche con mis damas de


honor. Quiero ver por mí misma el apartamento vacío para empezar a
creer que esto me está pasando realmente. Salvo que cuando llego,
vestida con mi traje de novia y mi velo, entro en el apartamento y veo que
todas sus cosas han desaparecido, tengo que sentarme y respirar hondo.
Se ha ido de verdad. Toda su ropa del armario. Se ha ido. Todas sus
zapatillas caras. No están. El cepillo de dientes. Desaparecido.
Maldita sea, ¿por qué me escuece tanto si hace solo unos minutos
sentí alivio?
Porque te ha humillado. Ni siquiera se molestó en cortar cara a cara. En
su lugar, dejó que sucediera de esta manera, cuando lo único que tenía
que hacer era llamarme y hablar conmigo.
Wilson claramente no está hecho para mí.
Lo realmente triste es que lo sé desde hace tiempo. Simplemente no
quise afrontarlo.
Henry, Chloe y Samantha van directamente a la cocina a preparar el
champán que compramos al volver al apartamento. Pero Elsa no se
aparta de mi lado.
Se sienta a la mesa conmigo y toma mi mano.
―Es preferible que esto haya pasado ahora que dentro de dos meses
o seis, estando ya casados.
―Hubiera sido mejor ayer.
―Cierto. Pero la consideración nunca ha sido el punto fuerte de
Wilson.
No se equivoca. ¿Cuántas veces me dejó esperando en un
restaurante porque había olvidado que teníamos una cita?
Levanto la vista.
―¿Debería haberlo visto venir?
―Ninguno de nosotros lo vio venir ―dice Henry a mi espalda. Me
doy la vuelta y me entrega una copa de champán―. Pensarías que,
después de todos los capullos con los que he salido, mi radar de capullos
estaría alerta.
―También yo. Con mi historial de citas, mi olfato para las
gilipolleces debería ser mucho más fuerte ―asiente Chloe.
Elsa no dice nada. Porque sabía que Wilson no era para ti, y cuando lo
expresó, no le hiciste caso.
Samantha se une a nosotros en la mesa.
―Suficiente charla retrospectiva. Hablemos de venganza.
―Sí, ¿cómo vamos a asesinarlo y a deshacernos del cadáver?
―pregunta Chloe, sentándose a su lado.
―Ser fabulosa es la mejor venganza ―dice Henry guiñándome un
ojo―. Cuando vuelva arrastrándose y pidiéndote perdón, le dirás que
estás demasiado ocupada siendo fabulosa para siquiera reconocer su
existencia.
―Justo antes de darle un puñetazo en su engreída cara ―añade
Samantha.
Samantha creció con seis hermanos mayores. Sabe defenderse y no
es alguien con quien se pueda joder.
―Para ello, primero tenemos que encontrarle ―dice Chloe.
Durante el trayecto de vuelta al hotel, se produjo un aluvión de
llamadas telefónicas en la parte trasera de la limusina. Llamé al hermano
de Wilson, que juró por su madre que no tenía ni idea de dónde estaba el
pringado de su hermano. Elsa llamó al club del que es propietario Wilson
y habló con Rita, la gerente, que también juró por su madre que no tenía
idea de su paradero. Chloe, Samantha y Henry llamaron a distintos
amigos que quizá tuvieran una mínima idea de dónde se había esfumado
el novio, pero nadie sabía nada.
Es como si Wilson hubiera desaparecido de la faz de la tierra.
―Él no es para ti ―dice finalmente Elsa, haciéndose eco de mis
pensamientos anteriores―. Y creo que hace tiempo que lo sabes.
Tiene razón. En el fondo, sabía que no iba a durar, pero no quise
afrontarlo. Y ciertamente no pensé que tendría que afrontarlo vestida de
novia, con una iglesia llena de invitados preguntándose dónde estaba el
novio.
Observo cómo suben las burbujas de champán, burbujeando en mi
copa, y me pregunto por qué diablos no dije algo a tiempo.
―Lo sé. En parte es culpa mía.
―No, todo esto es culpa suya ―dice Elsa.
Doy un largo sorbo a mi champán. A mi lado, sobre la mesa, mi
teléfono sigue vibrando con mensajes de amigos, expresándome su
comprensión. Pero los ignoro ya que voy a necesitar mucho más
champán antes de poder enfrentarme a ellos.
―Puedo ocuparme de los mensajes si quieres ―se ofrece Elsa.
Sacudo la cabeza.
―No, debería hacerlo y lo haré. Pero primero tengo que quitarme
este vestido.
―Te ayudaré ―dice Elsa.
―No, está bien. Sinceramente, tan solo necesito un momento.
En el dormitorio, me miro en el espejo de cuerpo entero de la pared.
Me giro y miro la cama de matrimonio. Hace apenas dos noches, estaba
despierta junto a Wilson, que roncaba, preguntándome si había tomado la
decisión correcta al casarme con él. Las cosas se habían enfriado entre
nosotros. Hacía semanas que no nos acostábamos. Pero nuestra vida
sexual llevaba mucho más tiempo muriendo lentamente.
«Atrás habían quedado los preliminares que solíamos disfrutar
cuando éramos una pareja recién enamorada. Atrás había quedado el
sexo espontáneo de mediodía. No es que hubiera sido explosivo como yo
había pensado que sería. Es decir, Wilson jugaba. Un chico malo que
parecía capaz de darte todos los orgasmos. Pero la verdad era mucho
menos excitante. El sexo era para el dormitorio. Normalmente el
misionero. Y normalmente rápido. Lo suyo consistía en correrse y no
tanto en ser creativo. Una vez observé el reloj, desde el momento en que
se puso boca abajo y comenzó a follarme hasta que se corrió
ruidosamente en mi oído, y todo acabó en dos minutos. A veces, me sentí
como un simple recipiente en el que vaciarse. Otras veces, parecía que
para él era importante que me corriera, y no dejaba de preguntarme:
¿Estás cerca? mientras martilleaba dentro de mí. Necesito que te corras para
mí. Eso es, Brooke, cariño, vente para mí. Pero él no hacía nada para que eso
ocurriera»
¿Cuántas veces había fingido simplemente para hacerle sentir mejor?
Algunas noches, habría estado bien hacer que se centrara en mí.
Había veces que solo quería que despejara la mesa de un manotazo y me
follara allí mismo, en la superficie.
Una vez intenté tomar el control, pero él volvió al misionero.
También intenté darle un toque picante y llevar más cosas a la cama para
ralentizar el ritmo y hacer que nuestro sexo fuera más íntimo, pero mis
intentos le parecieron frustrantes y una pérdida de tiempo.
―El masaje es para lesiones deportivas, Brooke, no para follar, y
¿quién demonios querría meter otra polla en la ecuación, aunque sea de
plástico?
Señales. Todas ellas. El distanciamiento. La falta de sexo. Ese
sentimiento carcomiéndome las entrañas antes de hoy.
¿Qué otras señales me había perdido?
Me quito la pinza de brillantes sujeta a mi velo y sacudo mi cabello
para que caiga en ondas sueltas por la espalda. Me quito el vestido y me
pongo unos pantalones de yoga y una camiseta de tirantes.
Cuelgo el vestido y me miro en el espejo. El reflejo que veo no es una
mujer con el corazón roto. Está dolida y necesita respuestas, pero no está
destrozada.
Recordando de repente el dinero que estaba ahorrando para montar
mi propio negocio de consultoría de marketing, compruebo rápidamente
la caja fuerte que tenemos escondida en el armario, y está vacía.
Seiscientos dólares. Desaparecidos.
Gilipollas.
Compruebo si se ha dejado algo en su apresurada tarea de recogerlo
todo cuando estaba en un hotel al otro lado de la ciudad, pensando en
casarme al día siguiente, pero no encuentro nada.
Hasta que bajo la cama descubro un trozo de papel arrugado. Al
desplegarlo, veo un número de teléfono y un nombre escrito con tinta
roja. Laura.
Sentada en la cama, llamo al número.
Una mujer lo coge al tercer timbrazo.
―¿Sí?
―Hola, ¿con quién hablo, por favor?
―Cariño, tú me has llamado. Debería ser yo quien preguntara.
―Me llamo Brooke Masters.
Hay una pausa.
―Ah, eres la prometida.
Una alarma recorre mi cuerpo en espiral y un extraño hormigueo se
apodera de la base de mi espalda.
―¿Conoces a mi prometido, Wilson?
―Sí, le conozco. Probablemente mejor de lo que te gustaría ―se mofa.
Me entran náuseas y agarro el teléfono con más fuerza.
―¿Está contigo?
―Así que contigo también se ha esfumado, ¿eh? ―vuelve a burlarse.
―¿Qué significa eso?
―Si te ha dejado, cariño, es que te ha hecho un puto favor.
Cuelga y me quedo sentada un momento, preguntándome qué
demonios acaba de suceder.
Vuelvo a llamar al número y ella contesta casi inmediatamente.
―¿Qué quieres decir con que le conoces mejor de lo que me gustaría?
¿Tenías una aventura con él?
―Escucha, no sabía nada de ti hasta que fui a buscarlo, ¿de acuerdo?
Cuando descubrí que estaba liado con alguien, me alejé.
―¿Cuándo fue eso?
―Hace un par de meses. Lo conocí en su club. Nos enrollamos unas
cuantas veces. Cuando me dejó plantada, fui a buscarle y me enteré que
ya estaba comprometido. No soy de las que pisan a otra mujer, así que lo
atribuí a una mala experiencia y seguí adelante.
―Cuántas veces.
―Escucha, lo siento... ―su tono se suaviza.
―¿Cuántas veces? ―Suelto un chasquido.
―Cuatro, quizá cinco veces. Se dejaba caer por aquí después del
trabajo.
Si bien yo acababa normalmente en el club sobre las seis de la tarde,
Wilson generalmente terminaba a las tres o las cuatro de la madrugada.
Cuando llegaba a casa, yo ya estaba dormida y no me enteraría si llegaba
tarde.
―¿Cuándo fue la última vez que le viste? ―pregunto.
―Hace semanas.
Podría estar mintiendo. Incluso podría estar con ella, y esta es su
forma de engañarme.
―Mientes ―susurro. Porque no puedo soportar pensar que él esté al
otro lado de esta llamada y que ella se esté riendo de mí.
―No, cariño, no lo hago. Y si te ha dejado plantada, lo siento, pero
has esquivado una bala 1.
Es la segunda vez que lo oigo hoy y, sinceramente, están predicando
a coro. Sé que he esquivado una bala, pero necesito respuestas.
―¿Sabes dónde puede haber ido? ―pregunto.
―No, y mi consejo es que no vayas a buscarlo. ―Hace una pausa,
luego añade―, Estás mejor sin él, cariño. No es un buen tipo.
Vuelve a colgar, y esta vez no me molesto en devolverle la llamada.
Dejo caer el teléfono sobre la cama y permito que la extraña sensación me
invada. Curiosamente, lo que acabo de saber me hace sentir más fuerte.
Capullo infiel.
Al salir del dormitorio, oigo a Chloe y Samantha en el pasillo.
―Está tranquila, y eso me pone nerviosa ―dice Chloe.
―Sé lo que quieres decir, es como la calma que precede a la tormenta
―responde Samantha―. Siento que va a implosionar en cualquier
momento y que esta tormenta de mierda va a devastarla.
Chloe baja la voz hasta un susurro.
―Tenemos que vigilarla las veinticuatro horas del día por si acaso.
―No se va a hacer daño.
―No, pero podría llamarla y seguir con su mierda. Culparla de su
comportamiento de mierda. Hacerla sentir peor de lo que ya se siente.
Quién sabe de lo que es capaz ese capullo.
―Jesús, me encantaría encontrármelo solo para poder lastimarlo
―dice Samantha anhelante.

1 Comúnmente, se usa esta frase para decir que una persona se salvó de una
situación peligrosa por haberse separado de una persona peligrosa, o por haber
tomado una decisión que lo alejó de una situación peligrosa.
―Lo sé, ¿cierto? Un callejón oscuro con un cuchillo oxidado. Le
cortaría la polla y le haría comerse los huevos. ―Chloe parece un ángel,
pero estoy segura que tiene tendencias de asesina en serie.
Sonrío para mis adentros. Adoro a mis amigas. Pase lo que pase, me
cubren las espaldas.
Salgo al pasillo y, cuando me ven, sonríen.
―¿Adivina qué? ―dice Samantha.
―¿Qué?
―Nos vamos contigo de luna de miel ―dicen las dos al unísono.
Mi luna de miel. En Las Vegas. Lo había olvidado por completo.
De repente, la idea de todo ese ardor y luces brillantes no es tan
excitante como cuando Wilson me dijo que iríamos allí de luna de miel.
Me acerco a mis amigas, las abrazo a ambas y retrocedo.
―Os quiero, chicas, pero no voy a ir a Las Vegas.
―¿No? ―pregunta Samantha.
Chloe frunce el ceño.
―No te quedarás aquí, ¿verdad?
―Desde luego que no. Me marcho a algún sitio al que quiero ir.
Ahora, Samantha frunce el ceño.
―¿Y dónde está eso?
―Nueva York. Siempre he querido ir, y esta es mi oportunidad. Voy
a registrarme en el Waldorf, mirar escaparates en Tiffany's, comerme un
bagel, pasear por Central Park y visitar Broadway. ―Me lo estoy
inventando sobre la marcha porque de repente soy consciente que soy
libre como un pájaro y puedo ir donde quiera y hacer lo que quiera.
Siempre he soñado con visitar Nueva York. Y Dios sabe que necesito
escapar de esta pesadilla.
―Nosotras también podemos ir ―dice Samantha.
―No, tengo que hacerlo yo sola ―niego con la cabeza.
―¿Y si Wilson aparece cuando tú no estás? ―pregunta Chloe.
Mi instinto me dice que no lo hará.
―Es una lástima que no vaya a estar aquí ―le digo―. Deja que se
pregunte dónde estoy.
―¿Y si se pone en contacto con alguna de nosotras? ―pregunta
Samantha.
―Mándale al infierno utilizando todo el lenguaje colorido que
quieras. Siéntete libre de ser creativa también con los insultos.
Samantha sonríe.
―Oh, será un placer.
Pero Chloe parece insegura.
―¿Estás segura?
Engancho mi brazo al suyo.
―Estoy segura. Ahora vamos a beber champán y podrás contarme
todas tus fantasías de callejón oscuro, sobre todo las de cortarle la polla a
Wilson.
Me encanta que mis amigas quieran cerrar filas en torno a mí, por lo
que siempre les estaré agradecida.
Aunque ahora mismo, lo único que quiero es un poco de espacio.
4

Lev

El hombre sentado frente a mí aún no lo sabe, pero está a punto de


morir.
Aleks Baracoff. Vor 2 de la Bratva Zarkov.
Mi Bratva.
Hasta hace cuatro días, era uno de mis hombres de mayor confianza.
Como lo fue para mi padre antes que para mí. Alguien que moriría por
mí. Por la Bratva. Por eso le puse al mando de las operaciones en Chicago
y por eso es una de las pocas personas en quien confío información
sensible.
Eso fue hasta que recibí un correo electrónico anónimo,
mostrándome unas interesantes imágenes de vídeo vigilancia de un
asesinato.

2 Vor v zakone o simplemente vor, expresión traducible como «ladrón en la ley»


y que designa a un miembro del crimen organizado ruso
Un asesinato por el cual ahora me chantajean ya que el autor del
chantaje cree que podría perjudicar a la Bratva si se filtrara a la prensa, y
quiere dinero para garantizar que no sea así.
Por el contrario, me importa muy poco el asesinato por el que el
chantajista pensó que se haría rico. En mi mundo, el asesinato no
despierta interés. No, fue el resto de lo que vi en aquella grabación lo que
me hizo enfurecer. La mera presencia de Angelo Draconi, nuevo Don de
la familia Draconi, estrechando la mano de Aleks y festejando con él
como si fueran putos hermanos.
Los Draconi son nuestros rivales. Y nuestra mayor amenaza.
Las imágenes son un dolor de cabeza. Porque ahora tengo dos líos
que limpiar. La traición de mi Vor de mayor confianza, y un aspirante a
lameculos que creyó que podría chantajearme.
Al otro lado de la mesa, Aleks me dedica una sonrisa que antes
significaba algo para mí.
Pero ahora sé la verdad: que tras ella hay un hombre cuya palabra
no significa nada. Cuya lealtad pueden comprar mis rivales. Siento su
traición hasta lo más profundo de mi ser.
Estamos en el restaurante que posee cerca del paseo fluvial, un lugar
caro que vende algunos de los mejores platos de cocina rusa del Medio
Oeste. Unos metros detrás de mí, mi primo Feliks está de pie con el
guardaespaldas de Aleks, un gigante de dos metros llamado Thor.
―Deberías haberme avisado de tu llegada ―me dice Aleks―.
Hubiera hecho arreglos para que tu estancia fuera más agradable.
¿Quieres comer algo? Haré que Elina te prepare un plato. El restaurante
no abre hasta dentro de cuatro horas, pero hay comida suficiente en los
frigoríficos.
―No es necesario. ―Sacudo la cabeza.
―¿Estás seguro? Como sabes, Elina hace los mejores pirozhki 3 de
América.

3Los pirozhki son panecillos rellenos típicos de las gastronomías rusa, bielorrusa
y ucraniana. Pueden ser horneados o fritos con levadura. Sus rellenos son de carne,
verduras u otros ingredientes
―No estoy aquí para comer, Aleks ―gruño.
Se le escapa una sonrisa.
―Por supuesto.
Saco mi arma del bolsillo superior de la chaqueta, apoyándola en la
mesa entre nosotros, y palidece de inmediato.
―¿Por qué lo hiciste? ―pregunto con calma.
Se endereza en la silla y traga saliva. Ha adquirido un tono gris
enfermizo.
―¿Qué quieres decir, Pakhan?
―Creo que sabes exactamente de qué estoy hablando, Aleks. De tu
noche en Soulless. ―Aun así, finge estar confuso, así que le insto―. El club
de Lincoln Park.
Veo en sus ojos que sabe exactamente de qué estoy hablando. El
miedo le está jodiendo ahora. Se pregunta si debe confesar o seguir
mintiendo.
Se decide por una verdad a medias.
―¿Sabes lo de la chica? ―pregunta.
―Todo el mundo sabe lo de la chica, Aleks. Está en todas las putas
noticias. Todas las cadenas de noticias tienen su cara estampada en su
canal. La llaman el Ángel del Mar de Chicago. La encontraron golpeada y
tirada en el puerto.
Recuerdo las imágenes de la cámara de seguridad y el asesinato.
Cómo Aleks se había puesto violento con una acompañante en la sección
VIP del club. Cómo la había estrangulado y luego la había arrojado al
puerto, desnuda y muy muerta. Cómo ahora alguien cree que puede utilizar
esas imágenes para chantajearme.
La furia punza mi nuca.
―La chica fue un error. Ahora me doy cuenta. ―Aleks se mueve
nervioso en su silla―. Era una puta que deseaba sexo duro. Decía que le
gustaba el dolor. No pensé que pudiera morirse follando conmigo.
No le creo. Vi la expresión de su rostro al matarla. Vi el placer en su
cara mientras veía cómo se le iba la vida de los ojos. Encontró placer en su
miedo, y la pequeña parte de mí que aún es humana quiere rodearle la
garganta con las manos y estrangularle por lo que le hizo. Los medios de
comunicación dicen que apenas medía metro y medio. Una cosa
diminuta. Joven. Toda una vida por delante para vivir. Y él se la arrebató
sin conciencia.
Pero no estoy aquí por eso.
―No me refiero a la chica ―digo con un filo en mi voz.
Se queda muy quieto. Porque sabe que la chica es la menor de sus
preocupaciones. Se pregunta si sé qué más hizo aquella noche. Con quién
estuvo. Qué planearon juntos. Sus ojos se desvían hacia el arma tengo
delante sobre la mesa, y una pequeña parte de mí desea que vaya a por la
Ruger que guarda en el bolsillo del pecho, solo para poner fin a esta
situación con una bala entre sus ojos.
Intenta sonreír, pero está cagado de miedo.
―No lo entiendo.
Cojo mi arma y le apunto.
―Dime que no lo entiendes una puta vez más y te pego un tiro.
Levanta las manos.
―Bien, bien. ¿Qué quieres saber?
―Quiero saber por qué te reuniste con Don Draconi.
―Yo no...
Me levanto tan deprisa que mi silla cae hacia atrás.
―Miénteme otra vez, mudak 4. Te reto, maldita sea.
―¡De acuerdo! ―grita. Sabe que le tengo acorralado―. Sí, me he
reunido con él. Pero no es lo que tú crees.

4 Mudak: Este término procede de la antigua jerga carcelaria que se refería a un


soplón o informador. Мудак (mudak) - Es un término específico del género masculino
que básicamente significa "fanfarrón" o "imbécil". ¿Pero literalmente? Significa
"testículo". Pero existe la teoría que sus raíces se remontan a una palabra sánscrita que
significa "idiota"
―Nunca es lo que pienso. ¿Por qué te reuniste con el Don de nuestro
máximo rival?
―Quería hablar.
―¿Y? ―exijo impaciente.
El miedo aflora a su rostro. A estas alturas, ya se ha dado cuenta.
Que conozco su pequeño plan de vender mis secretos a los putos Draconi,
nuestros mayores rivales en el Medio Oeste y en la Costa Este, para
llenarse los bolsillos. Después de ver las imágenes del CCTV, investigué
más a fondo lo que Aleks ha estado tramando desde entonces, y no fue
difícil averiguar lo que necesitaba saber. Después de todo, soy Lev
Zarkov. Tengo ojos y oídos por todo el país. Y tengo a los mejores
hombres que reúnen y cotejan toda la información que necesito en un
bonito y ordenado paquete para que yo sepa exactamente lo que está
pasando.
Así que sé que este mudak ha estado filtrando información a los
Draconi. Información que me ha puesto a mí y a mi Bratva en peligro.
Información que me ha costado millones de dólares en ingresos perdidos.
Información que va a arrebatarle a Aleks su último aliento.
―Me vendiste a los Draconi.
Las manos de Aleks empiezan a temblar.
Pero entonces su conducta cambia porque sabe que es demasiado
tarde. Supongo que el viejo cabrón se da cuenta que es mejor irse con un
golpe de efecto.
―Tu padre vería mi muerte como una deshonra ―dice con disgusto.
―Mi padre ya habría apretado el gatillo.
Sus ojos se agudizan.
―Esto no estaría ocurriendo si tu padre siguiera siendo el Pakhan.
El sentimiento me rechina hasta el último nervio. Debería pegarle un
tiro por insinuar que soy un Pakhan débil.
Pero la retribución por la falta de respeto tendrá que esperar. No
honraré su traición con una muerte rápida. Quiero jugar con él un poco
más. Hacerle sudar. Hacerle desear no haberme traicionado jamás.
Hacerle sentir el arrepentimiento en lo más profundo de su ser.
―Hoy me siento generoso, así que voy a darte una oportunidad de
vivir. ―Recojo la silla del suelo y me siento, colocando el arma sobre la
mesa. No dice nada, pero veo el miedo en sus ojos―. Todo lo que tienes
que hacer es responder con sinceridad a la siguiente pregunta.
―¿Qué quieres saber?
―¿Quién es el responsable del asesinato de mis padres?
Hace casi doce meses, mi madre y mi padre murieron en un
atentado con coche bomba, sin que hayamos encontrado al responsable.
Desde hace meses, sospecho que fue un trabajo interno. Alguien de la
Bratva Zarkov. Concretamente, mi tío Vadim. Se suponía que iba a ir al
restaurante con mi padre y mi madre la noche que murieron, pero
contrajo una misteriosa enfermedad y lo canceló.
Lo cual es demasiado jodidamente conveniente para mi gusto.
Vadim fue quien más se benefició de la muerte de mi padre. Pensó
que se convertiría en Pakhan. El jefe. Desafortunadamente para él, mi padre
ya había dejado implícitamente claro que yo debía sucederle, y cuando llegó el
momento de la votación del círculo íntimo de la Bratva, todos los viejos Vory
estuvieron de acuerdo, y me nombraron Pakhan.
Para enfado de mi tío.
Aleks se mueve en su silla. Quiere ganarse una segunda
oportunidad de vivir. Pero tiene miedo de responder incorrectamente.
―La noche que murieron mi madre y mi padre, Vadim tenía que
estar con ellos. Pero lo canceló porque decía que se encontraba mal
después de pasar la tarde contigo. ¿Es eso cierto? ¿Estuvo realmente
contigo aquella tarde? Siempre has respaldado su historia, pero ahora que
te enfrentas al momento de la verdad, en el que tu vida está en juego,
quiero saber si hay algo más en la historia. ¿Mató Vadim a mi padre?
―Si te digo lo que quieres oír, estaría mintiendo. Si te digo la verdad,
me dispararás.
Le dispararé de todos modos.
―No quiero que me digas lo que crees que quiero oír. Quiero la
maldita verdad. ¿Conspiró mi tío contra mi padre y organizó el golpe?
―Fue pura casualidad que no estuviera en ese coche aquella noche.
Si no nos hubiéramos excedido en el almuerzo al que asistimos aquella
tarde, habría estado en aquel coche con tus padres, y también lo
habríamos perdido.
No le creo, pero no por eso voy a matarle. Ya se lo ganó cuando me
traicionó ante los Draconi.
Nuestros ojos se encuentran, y él lo sabe. Ha visto su último
amanecer.
―La chica. ―Recojo el arma―. Solo era una niña, Aleks.
Se burla.
―Que os jodan a ti y a esa puta...
La primera bala le alcanza entre los ojos. La segunda en el centro del
pecho. Le meto una tercera en la cara por el Ángel del Mar de Chicago.
Porque, maldita sea, lo que le hizo no está bien, y no lo toleraré en mi
Bratva.
Me giro cuando oigo un disparo detrás de mí. Feliks ha derribado a
Thor de un disparo en el pecho, matándolo al instante.
―Te dije que no le mataras ―le digo a mi primo―. No tenía por qué
morir. Podríamos haberle recolocado nuevamente
―Cuando un neandertal de dos metros me apunta con su arma,
respondo jodidamente apuntando y disparando al cabrón ―declara Feliks
indignado.
Me parece justo.
Las puertas de la cocina del restaurante se abren de golpe y una
mujer mayor sale corriendo. Ve a Aleks muerto en la silla donde lo dejé y
se detiene bruscamente.
Estoy preparado para lágrimas. Para gritos. Para que una retahíla de
violentas maldiciones salga de la boca de la ardiente abuela. Pero sé que
Elina tiene familia que lo pasa mal en Rusia, y sé que podré comprar su
silencio.
La veo acercarse a él y escupirle.
―Pizda 5 asesino.
Feliks y yo compartimos una mirada, y luego nos volvemos hacia
ella.
―¿Lo sabías? ―pregunto.
―Lo sospechaba. También parecía orgulloso de sí mismo. ―Me
mira―. Todo el tiempo que trabajé para él, supe que había un hombre
muy malo dentro de él. Pero él me pagaba bien y yo me mantenía al
margen.
Entretanto hablo con Elina, Feliks atiende una llamada en el exterior.
Cuando he terminado de asegurar su silencio con una atractiva paga de
jubilación, me reúno con él en el coche.
―¿A dónde, Pakhan? ―me pregunta el conductor.
Quiero volver al hotel y ducharme. Puede que matar hombres forme
parte de mi papel como Pakhan, pero no me excita. En lo que a mí
respecta, no es más que otro clavo en mi ataúd. Necesito una ducha y un
par de vodkas Beluga para calmarme. Por no hablar de quitarme el sabor
a sangre de la boca.
Feliks se inclina. ―Ese otro asunto del que querías ocuparte durante
tu estancia en la ciudad ha dado un giro interesante.
Miro a mi primo sentado frente a mí en la limusina.
―Cuéntame todos los detalles. Y no te dejes nada.

5 Pizda: Mierda, capullo, gilipollas etc…insulto.


5

Brooke

Duermo con dificultad porque mis sueños se ven empañados por


una mujer invisible que me cuenta su aventura con Wilson. En mi sueño,
él se encuentra a su lado cuando ella me relata sus escarceos, y luego
ambos se ríen de lo tonta que he sido.
Como si las cosas no pudieran ir peor, en mi siguiente sueño, me
presento en la iglesia desnuda solo para que su padrino, Chad, me diga
que Wilson no vendrá porque como demasiados rollitos de huevo.
Para cuando amanece sobre la ciudad, ya no puedo aguantar más.
Las paredes se cierran sobre mí y necesito salir de este apartamento.
Compruebo los vuelos a Nueva York y hay uno que sale dentro de
un par de horas. Cancelo mi vuelo a Las Vegas y reservo uno a Nueva
York. A continuación, hago una reserva en el Waldorf Astoria, que
probablemente me llevará los próximos dos años pagar. ¿Pero a quién le
importa? Un pequeño capricho no viene mal.
Tras una ducha rápida, hago la maleta, salgo a hurtadillas de mi
habitación y me dirijo al salón, donde Henry ronca ligeramente en el sofá.
Asomo la cabeza al dormitorio de invitados, donde duermen Chloe y
Samantha. Las dos parecen agotadas, así que decido no despertarlas. Les
escribo una nota diciéndoles que las quiero, que volveré en un par de días
y que no se preocupen por mí. Cada una tiene sus cosas. Chloe tiene
exámenes esta semana y Samantha tiene grandes compromisos laborales.
Y las conozco, me darán prioridad e invertirán toda su energía en
hacerme sentir mejor por haber sido plantada por mi novio. Es mejor para
todos que me vaya de la ciudad unos días.
―¿Saliendo a escondidas? ―dice Henry, incorporándose, con cara de
cansancio.
―No quería despertarte ―susurro.
Me dedica una sonrisa soñolienta.
―¿Por qué te vas tan temprano?
Apoyo una cadera en el respaldo del sofá.
―He reservado un vuelo temprano a Nueva York.
Piensa un momento y luego asiente.
―Eso está bien. Tienes que salir de este puto apartamento e irte a
beber unos cócteles ridículamente caros en alguna coctelería de lujo de
Manhattan. ¿Estás completamente segura que no quieres que uno de
nosotros te acompañe?
―Estoy segura. Solo serán unos días. Volveré después del fin de
semana.
Con el cabello revuelto y el aspecto aplastado a causa del sueño,
abandona el sofá y viene a abrazarme.
―Ve y diviértete.
―Lo haré.
Me guiña un ojo.
―Y no es delito meterse debajo de alguien para superar a otro,
¿sabes?
―No voy a hacerlo.
―No, probablemente no lo harás. Pero puede que sea lo que el
médico te recete.
―No necesito un rollo de una noche. Necesito cócteles.
Me dedica una gran sonrisa traviesa.
―¿Por qué no ambas cosas?
―No va a pasar. ―Le doy un beso en la mejilla―. Di a Samantha y a
Chloe que no pude despertarlas. Estuvieron despiertas media noche
controlándome cada media hora. Déjalas dormir.
―Oh, gracias a Dios, necesito dormir un poco más. ―Se vuelve a
desplomar en el sofá―. Esta hora de la mañana es una grosería.
―Adiós, dormilón ―digo, abriendo la puerta principal.
Se sube la manta hasta su barbilla y cierra los ojos.
―A por ellos, tigresa.
Cojo un taxi al aeropuerto y, a medida que atravesamos la ciudad, el
estómago se me revuelve con una extraña mezcla de excitación y tristeza.
Es extraño estar emocionada y triste al mismo tiempo. Bajo la ventanilla
trasera y aspiro una profunda bocanada de aire fresco. Lo has conseguido.
Hoy no quiero pensar en lo que pasó ayer. Quiero dejarlo todo atrás,
entusiasmarme por un futuro desconocido y no tenerle miedo porque
Wilson haya decidido que no quiere formar parte de él.
Durante los próximos días, no voy a ser Brooke a la que dejaron en
el altar, voy a ser quien demonios quiera ser.
6

Brooke

La suerte quiso que, en el mostrador de facturación me atiende una


azafata increíble que me cambia la reserva a un asiento de primera clase
en mi vuelo a Nueva York.
Primera clase. Esta nueva vida ya tiene mejor aspecto.
Desgraciadamente, el vuelo se retrasa varias horas, pero como vuelo
en primera clase, puedo disfrutar del retraso en la sala VIP de primera
clase.
Entrar en la sala VIP es como entrar en otro planeta. Es tranquila y
relajante, y todo grita lujo. Desde la lujosa sala VIP y los sillones
reclinables hasta la reluciente barra de bebidas alcohólicas gratuitas, un
completo servicio de camareros y un desayuno bufé bajo humeantes
campanas de plata.
Pero aún tengo el estómago revuelto por la expectativa de mi nueva
aventura, así que me salto la comida y opto por un café solo. Me siento en
un sillón reclinable junto a los enormes ventanales que dan al aeropuerto
y observo a la gente mientras bebo un sorbo de café y me repito que todo
va a salir bien.
De camino al aeropuerto, me percaté que no había respondido al
mensaje de texto de Wilson de ayer. Había demasiadas cosas que decir,
demasiadas preguntas que hacer y, al final, era demasiado abrumador
siquiera aceptar el mensaje.
Pero, de pie ante el precipicio de mi nueva vida sin él, me siento
tranquila y preparada para responder.
Vete a la mierda. Merezco más de tres palabras.

Envío el mensaje, pero no tengo muchas esperanzas en que lo reciba.


Para evitar la avalancha de llamadas y mensajes de texto, probablemente
ya se habrá deshecho del teléfono. Maldito cobarde. Pero, para mi sorpresa,
aparecen tres puntitos indicando que está escribiendo un mensaje.
No lo dudo. Pulso el botón de llamada. Si está escribiendo un
mensaje, es que tiene el teléfono en la mano y no se perderá esta llamada.
Pero no contesta, así que tecleo rápidamente un mensaje de una sola
palabra.
Cobarde.

Segundos después, suena mi teléfono.


―No soy un cobarde ―me ladra.
―¿Entonces por qué diablos huyes?
―Todo esto es demasiado.
Como dije, pringado, eres un cobarde.
Es difícil mantener el tono de mi voz a pesar de estar en plena sala
de espera de un vuelo.
―¿Dónde estás?
―No puedo decírtelo. ―Hace una pausa y luego añade―, lo siento,
cariño.
―Eso ya lo has dicho ―gruño―. ¿Qué demonios está pasando?
Echo un vistazo a la sala de pasajeros. Se está llenando poco a poco,
así que huyo al baño, que afortunadamente está vacío, para no perder la
cabeza delante del público.
―Cuanto menos sepas, mejor ―dice.
―¿Qué significa eso?
―Significa que no pude hacerlo, nena.
Jesús, si me llama nena una vez más, voy a atravesar este teléfono y lo voy a
estrangular.
―Dime qué ha pasado ―exijo, harta de dar vueltas en círculos.
―Tenía que salir de la ciudad. No me presiones para obtener más
información. Ahora no. Solo... olvídate de mí.
Mi cabeza gira con mil preguntas, pero están todas revueltas. Así
que, como no sé qué decir, suelto:
―Sé lo de Laura.
Su respiración se entrecorta y guarda silencio un momento.
Seguramente está inventando alguna mentira.
Pero no lo hace. En lugar de eso, me echa la culpa de todo.
―Sabes que lo nuestro ya no funcionaba. Se volvió aburrido.
Sus palabras me golpean en el centro del pecho y tengo que frotarme
el dolor.
―¿Aburrido?
―Tienes que estar de acuerdo, nena. Estábamos estancados. Ya no
había espontaneidad. No había emoción. Por supuesto, fui a buscar a otra
parte.
Estoy tan boquiabierta que no puedo hablar.
―Pero no la amaba. Ni a las otras.
¿Las otras? Jesús.
Finalmente, las lágrimas que ayer no me atreví a soltar se precipitan
y corren por mis mejillas al escuchar a mi ex prometido contarme todas
las razones por las que no podía casarse conmigo.
¿Quién es este hombre?
―Cuando te conocí, eras excitante y salvaje. Ahora eres... predecible
y... vainilla.
Y así, sin más, dejo de llorar y miro fijamente mi reflejo en el espejo.
Estoy demacrada y tengo ojos de panda, pero no soy una jodida vainilla.
Decido que Wilson no tiene nada de valor que decirme, así que le
cuelgo.
Para bien.
Por un momento me quedo mirándome en el espejo, después exhalo
un lento y tembloroso suspiro porque sé que estaré bien. Pase lo que
pase, sé que merezco algo mejor que lo que había al otro lado de esa
llamada.
Gracias a la asombrosa variedad de artículos de aseo disponibles en
el cuarto de baño, consigo lavarme la cara y arreglar mi aspecto, y para
cuando vuelvo a entrar en la sala, me siento serena y tranquila y
preparada para poner a ese perdedor en mi retrovisor para siempre.
Adiós, gilipollas.
Cualquier sentimiento que tuviera por él se ha apagado por un
simple gesto egoísta y se ha desvanecido sin dejar rastro.
No siento nada.
No, no es verdad. Me siento preparada para seguir adelante.
Afortunadamente, mi asiento reclinable continúa libre cuando
regreso a la sala VIP, me acurruco y dejo que mi mirada se pierda en el
mar de pasajeros en movimiento en la planta baja, a nuestros pies.
Debo quedarme dormida, porque lo siguiente que recuerdo es que
me despierto de un sobresalto sin saber dónde estoy. Aturdida, miro
alrededor de la sala para ver si alguien se ha dado cuenta, esperando no
haber roncado, resoplado o hablado en sueños.
Es entonces cuando lo veo.
En una sala llena de pasajeros, esperando su vuelo, él destaca.
Sentado a dos asientos de mí, mira algo en su teléfono. Lleva un traje
hecho a medida para su musculosa figura y me fijo en lo grandes que son
sus manos al teclear un mensaje en su teléfono. Su cabello es corto, su
mandíbula cuadrada y fuerte. Piensa en Henry Cavill con traje
multiplicado por mil. Levanta la vista del teléfono y me encuentro con
unos ojos de lo más oscuro que he visto en mi vida, casi negros. Por no
hablar de las pestañas más largas.
Es tan impresionante que me quedo con la boca abierta.
Aparto rápidamente la mirada, pero no antes de atraparme, viendo
cómo la diversión se apodera de las comisuras de esos perfectos labios.
Con las mejillas encendidas, llevo mis rodillas al pecho y me obligo a no
mirar en su dirección. Estúpido hombre atractivo. Seguro que está
acostumbrado a que las mujeres caigan rendidas a su alrededor.
En mi teléfono suena un mensaje de Chloe.
Henry quiere que te diga que busques una polla en NYC. Estoy
de acuerdo. No vuelvas a casa hasta que estés caminando de lado a
lado de tanta polla.

Suelto una carcajada demasiado sonora, avergonzada, mis ojos


revolotean automáticamente hacia el Sr. Atractivo para ver si lo ha oído, y
tiene su mirada... Justo. En. Mí.
Ladea ligeramente la cabeza, levanta una ceja perfectamente
arqueada y me lanza una mirada que hace que los fuegos artificiales se
extiendan hacia mis partes más íntimas. Estoy agotada, pero no tanto
como para que mis mejillas se sonrojen más y mi cuerpo se agite.
Contrólate, Brooke. Te abandonaron justo ayer.
Mi teléfono vuelve a sonar. Esta vez es Elsa.
Envíame un mensaje cuando llegues.

Es sin duda la mamá gallina de nuestra pequeña familia.


Lo haré. Y no te preocupes por mí. Me va muy bien.

Estoy descansando en primera clase, y la vista no es nada


desdeñable.
Pero cuando vuelvo a levantar la vista, el Sr. Atractivo ya no está.
7

Brooke

La primera clase es increíble. Los asientos son espaciosos y cómodos,


y aunque yo midiera dos metros, seguiría habiendo suficiente espacio
para las piernas.
Sonrío interiormente, sintiéndome bien y fortalecida por lo que estoy
haciendo. Lo cual es un alivio, ya que hace unos minutos he dejado que
las últimas veinticuatro horas se filtraran y la repentina necesidad de
llorar era casi abrumadora. Me preocupaba que mis muros se estuvieran
derrumbando y que fuera a comenzar a desmoronarme. Empezaba a
preguntarme si mi fuerza era solo por el estado de conmoción, y ahora
esta conmoción estaba remitiendo, e iba a desplomarme en pedacitos.
Pero eso no va a ocurrir. Nadie se desmorona estando en primera
clase, decido, la cual se llena rápidamente, de modo que me pregunto si el
asiento de al lado se va a quedar vacío. Entonces, un hombre de unos
cuarenta o cincuenta años se sienta a mi lado. Me mira como si le
molestara mucho estar sentada a su lado.
Le dirijo una sonrisa amable. Pero él no me ofrece más que una
mirada arrogante por encima de su nariz.
―Me llamo Alastair Gold. Seguro que has oído hablar de mí.
No lo he hecho. Pero no tengo ocasión de decírselo porque sigue
hablando.
―Antes de despegar, aclaremos algunas normas de limpieza.
¿Normas de limpieza?
―Soy famoso, rico y algo importante. Pero no pierdo el tiempo con
charlas triviales ni parloteos, así que preferiría que no me dirigieras la
palabra durante el vuelo.
Como si me apeteciera.
Continúa.
―No te conozco y no quiero conocerte, así que no pierdas mi tiempo
ni el tuyo intentándolo. Tengo cosas mejores que hacer que sentarme aquí
a charlar con una desconocida a la que, con suerte, no volveré a ver.
El sentimiento es mutuo, amigo.
―Así que haznos un favor a ambos y mantén la boca cerrada durante
el vuelo y...
―Disculpe, señor ―le interrumpe la azafata.
Menos mal, porque estoy a dos segundos de mandar a este imbécil al
infierno.
―Lo siento, pero voy a tener que pedirte que cambie de asiento ―le
dice la azafata.
Interiormente, hago un doble gesto con el puño. Gracias, Dios.
El hombre mira a la azafata como si acabara de decirle que la Tierra
es plana.
―¿De qué estás hablando?
Tengo la sensación que no se lo va a poner fácil.
―Me temo que ha habido una confusión ―explica―. Necesito que
deje libre este asiento.
―¿Qué tipo de confusión?
―Este asiento está doblemente reservado. Pero el 4A está libre.
―Bien, entonces el otro pasajero puede sentarse allí ―le dice.
―Me temo que eso no va a ocurrir ―dice una voz grave desde el
pasillo. Levanto la vista y el Sr. Atractivo de la sala VIP está a nuestro
lado. Su presencia es embriagadora, como si hubiera entrado en una nube
de feromonas, invadiendo mis sentidos, y de nuevo me quedo con la boca
abierta.
―¿Perdona? ―dice el hombre que está a mi lado―. ¿Sabes con quién
estás hablando?
La expresión del Sr. Atractivo no cambia.
―No, y no me importa. Estás sentado en mi asiento.
―Conozco a altos cargos de esta compañía aérea.
―Me da igual si conoces a Dios, estás en mi asiento. Ahora lárgate de
una puta vez y pasa al 4A.
No alza la voz, pero la forma en que lo dice provoca escalofríos. Hay
algo amenazante en su tono grave. Una advertencia. Una oscura promesa.
El hombre debe pensar lo mismo, porque cuando va a decir algo, se
lo piensa mejor y se levanta del asiento.
Parece tan indignado y desanimado que me dan ganas de chocar los
cinco con el Sr. Atractivo. Pero el Sr. Atractivo no parece de los que
chocan los cinco.
La azafata lleva al hombre al 4A y el Sr. Atractivo ocupa el asiento
junto al mío.
Estoy a punto de darle las gracias y presentarme, pero su irritación
no parece reservarse para el imbécil que acaba de dejar libre el asiento de
al lado. Me parece que yo también me encuentro entre sus objetivos. La
mirada que me dirige podría reducirme a cenizas y algo más. Me encojo
hacia atrás, pensando que el imbécil anterior podría haber sido una mejor
opción.
Me acomodo en el asiento y cierro los ojos. No se me da bien volar.
En realidad, soy todo lo contrario.
Exhalo una respiración profunda y áspera.
Puedo hacerlo.
―¿No te gusta volar? ―pregunta una voz grave.
Mis ojos se abren de golpe y descubro al Sr. Atractivo mirándome.
―No ―le digo, sintiendo el calor de su mirada.
―Si te hace sentir mejor, tienes más posibilidades de morir en coche
o en bicicleta que en avión.
―Eso no me hace sentir mejor, pero gracias por intentarlo. ―Exhalo
un suspiro―. Dios, ¿es demasiado pronto para beber?
Sus preciosos y carnosos labios se curvan.
―Es demasiado pronto para una copa, únicamente si crees que lo es.
―Son solo las diez.
―Pero son las cinco en algún lugar del mundo.
Sonrío.
―Eres permisivo.
―No, es que me importa una mierda lo que piensen los demás. Si
quieres una copa, tómate una.
Mi teléfono vibra en mi regazo. Lo miro. Está en silencio porque
sigue repleto de mensajes. La mayoría son de Wilson, al parecer furioso
porque he tenido la osadía de colgarle mientras intentaba hablar de esto.
―Suena como si alguien estuviera desesperado por ponerse en
contacto contigo ―me dice el Sr. Atractivo cuando mi teléfono vuelve a
vibrar.
Lo apago.
―No hay nada por lo que merezca la pena preocuparse. Al menos,
ya no.
Una ceja oscura se levanta.
―Estoy intrigado.
―No lo estés, no es tan interesante. ―Solo mi vida explotando.
La voz del comandante se oye por los altavoces.
―Les habla su comandante. Tenemos un ligero retraso y no
despegaremos a tiempo. Sin embargo, nuestra tripulación de vuelo
pasará por la cabina con agua o refrescos de cortesía para todos nuestros
invitados durante la espera. Sentimos las molestias y haremos todo lo que
esté en nuestras manos para que todo se solucione rápidamente y puedan
estar en Nueva York a mediodía.
Un murmullo descontento se abre paso en el avión. Aunque el
apuesto desconocido a mi lado no reacciona. Permanece tranquilo e
imperturbable. Tengo la sensación que no deja que las pequeñas cosas le
molesten. En cambio, apuesto a que estalla como una bomba nuclear
cuando se trata de algo grande. Tiene aires de director general gruñón.
Pasa una azafata con un carrito.
―¿Champán? ―pregunta ella.
―Creí que sería agua y refrescos ―le digo, sorprendida.
Ella guiña un ojo y sonríe.
―Bienvenida a primera clase, querida.
Acepto el champán, agradecida. Tampoco está servido en una copa
de plástico, sino en cristal de verdad.
―¿Señor? ―El Sr. Atractivo asiente, y ella le tiende una copa.
―Puedes dejar la botella ―le dice con voz tranquila pero profunda y
poderosa.
La azafata no duda.
―Por supuesto.
―¿Una botella entera? Es un vuelo de dos horas ―digo cuando la
azafata se aleja.
―Entonces será mejor que empieces a beber.
Sus ojos oscuros brillan con algo un poco malvado, y me doy cuenta
que ha conseguido la botella para mí pensando que me aliviará los
nervios. Vacío mi copa.
Siento la mirada curiosa del Sr. Atractivo sobre mí.
―Así que dime, ¿vas a Nueva York por negocios o por placer?
―Estoy huyendo ―digo sin pensar porque el champán se ha
apoderado de mi lengua.
Levanta una ceja perfecta.
―¿De?
―Del cráter gigante que es mi vida después que mi ex prometido
lanzara una bomba sobre ella.
―Lamento oírlo.
―No lo sientas. Por lo visto, he esquivado una bala, o eso me dice
todo el mundo.
―¿Pero no crees que lo hayas hecho?
―Oh, sé que lo hice.
―Entonces parece que tu prometido te hizo un favor.
―Ex prometido. Y sí, lo hizo. Resulta que, después de todo, no era
un buen tipo.
Y así, sin más, se abren las compuertas y, gracias a la copa de
champán y a la falta de sueño, me paso los diez minutos siguientes
contándole al Sr. Atractivo lo que ha sucedido. Que me abandonaron en
el altar. Pero que no debería sorprenderme porque, oye, el perdedor de
mi prometido no me había follado en semanas porque estaba demasiado
ocupado tirándose a una tía llamada Laura y haciendo Dios sabe qué y a
quién más. Se me escapa antes de poder evitarlo, y empiezo a pensar que
el Sr. Atractivo se va a arrepentir incluso de haber mirado en mi
dirección, por no hablar de entablar una conversación conmigo. Pero me
escucha atentamente, sin apartar sus oscuros ojos de mi rostro, solo de
vez en cuando se posan en mis labios.
―Oh mierda ―digo―. Lo siento, no pretendía soltarte todo eso.
―No lo sientas. Parece que has pasado por muchas cosas.
―¿No hay un dicho sobre atravesar la tormenta para llegar al sol? Si
no es así, lo imprimiré en una camiseta.
―Entonces deberíamos brindar por tu nueva libertad. ―Rellena
nuestras copas y levanta la suya, con la mirada fija en mí―. Por los
nuevos comienzos... ―Sus ojos rebosan picardía―. Y por un sexo mucho
mejor.
La forma en que dice 'sexo' destila insinuación y picardía, y un latido
lujurioso empieza a palpitar en mi interior.
El calor crepita entre nosotros antes de conseguir llevarme la copa a
los labios para dar un sorbo.
Los reactores del avión cobran vida y mi ansiedad se dispara,
echando al instante un jarro de agua fría sobre el momento.
Empezamos a movernos y me agarro al reposabrazos.
―Jesús ―susurro, maldiciendo interiormente. Cuando cancelé los
billetes de avión a Las Vegas debería haber utilizado el dinero para
comprar algo que no fueran más billetes de avión. Como un día de spa. O
utilizarlo para reponer los seiscientos dólares que Wilson el Perdedor me robó.
¿Por qué elegí hacerme pasar por este infierno?
La azafata recorre la cabina, recogiendo copas y diciendo a todo el
mundo que enderecen sus asientos y guarden sus bandejas. Cuando ella
intenta quitarle la botella de champán al Sr. Atractivo, él simplemente le
ordena.
―Déjala. ―Y ella hace lo que él le dice.
Y te lo agradezco, porque tengo el corazón acelerado y los nervios a
flor de piel, así que voy a necesitar más champán para cuando
aterricemos.
Aprieto la parte posterior de mi cráneo contra el reposacabezas.
La azafata nos hace una demostración de seguridad y, unos minutos
más tarde, nuestro avión se precipita a toda velocidad por la pista.
Contengo la respiración. Nunca se me ha dado bien volar. Solía molestar
muchísimo a Wilson cada vez que visitábamos a su familia en
Connecticut. Se enfadaba y me decía que me controlara, que me dejaba
llevar por algo sobre lo que no tenía ningún control, que no tenía sentido.
Está bien, imbécil zen.
Cierro los ojos y suelto el aliento lentamente por los labios.
Ya no tengo que preocuparme por él.
Mi mente vuelve a la llamada telefónica. Eres vainilla. Y mis ojos se
abren de golpe cuando la humillación vuelve a invadirme.
Me ha llamado predecible y aburrida. Pero ni siquiera conseguí que
me inclinara sobre el sofá para follarme.
Nos elevamos y mi estómago se hunde, aferrándome al
reposabrazos con tanta fuerza que mis nudillos los tengo blancos.
―Mira, no ha estado tan mal, ¿cierto? ―suena esa voz profunda a mi
lado. Lo miro. Está relajado y tranquilo, y eso me ayuda. Parece tan
dueño de sí mismo, tan seguro de cada movimiento que hace, que no me
lo imagino muriendo en un accidente aéreo por ello, lo cual es realmente
bueno para mí y para todos los demás en este avión.
Dejo escapar un suspiro tembloroso y me rio de mi ansiedad.
―Tienes razón, no lo ha sido.
Como nuestras copas han desaparecido, me tiende la botella.
―Vamos ―me anima―. Valor líquido.
Sonrío y bebo un buen trago.
―Cualquiera pensaría que intentas emborracharme.
―Es puramente medicinal. ―Se acerca y seca una gota de champán
de mi barbilla.
Mi piel se eriza porque, santa mierda, este hombre huele tan
divinamente que no hay palabras para describirlo.
Culpo al champán porque, de la nada, me lo imagino en la cama.
Tomaría el control, no hay duda. Utilizaría su voz profunda e imperiosa
para ordenarte que te corrieras, y lo harías. Y sin duda es el tipo que te
daría mil orgasmos antes de tener el suyo propio.
Maldita sea.
Junto las rodillas para aplastar el pulso embriagador que acaba de
producirse entre mis muslos.
¿Cuánto hace que no tengo un orgasmo, cuatro semanas? E incluso
entonces, no fue con Wilson. Fue después de haberse dado la vuelta y se
durmiera y yo me colara en el baño para terminar lo que él había
empezado.
Tomo otro trago de champán. Probablemente debería ir con calma.
Todas las burbujas me hacen sentir imprudente.
Me vuelvo hacia el Sr. Atractivo y le ofrezco la mano.
―Me llamo Brooke.
Acepta mi mano y una cálida y electrizante descarga me atraviesa.
―Lev.
―Encantada de conocerte ―le digo, el calor de su mirada rozando mi
piel como un rayo de sol―. Y tú, ¿vas a Nueva York por negocios o por
placer?
Sonríe, y su sonrisa es devastadora.
―Negocios. ―En esos ojos oscuros arde un brillo perverso cuando
desvía su mirada hacia mis labios―. Pero ahora se me ocurre que podría
ser por placer.
8

Brooke

Me despierto sobresaltada al darme cuenta que tengo la cara


aplastada contra un traje muy caro que se asienta cómodamente sobre un
pecho muy duro como una roca y un par de hombros anchos y
musculosos. Mierda. Por si fuera poco, noto un charco de baba en la
comisura de mis labios y lo que estoy segura es una mancha de humedad
en su traje.
Me incorporo e intento limpiarme sutilmente la boca, pero es
imposible cuando me está mirando directamente.
―Lo siento mucho.
Su expresión es ilegible.
Y, por supuesto, no dice nada.
―Supongo que estaba cansada.
Levanta esa ceja sexy.
―A juzgar por los ronquidos.
Mis ojos se abren de par en par.
―¡No!
―Sí.
Me siento horrible. Entonces recuerdo que pronto aterrizaremos y no
tendré que volver a verle. Me aparto el cabello de la cara y vuelvo a
acomodarme en el asiento. Quizá pueda pasarme el resto del vuelo
fingiendo que leo.
―Anoche no dormí mucho ―digo, como si importara.
―Relájate, solo estuviste dormida diez minutos. Y únicamente
roncaste un par de minutos. Cinco como mucho.
Mis mejillas se ruborizan, pero aún debo de estar ebria porque me
rio.
―Estás siendo amable.
―No, estoy siendo sincero. Son dos cosas muy distintas.
―Y yo que pensaba que ibas a ser otro imbécil como el primer tipo
que se sentó a mi lado cuando nos conocimos. Pero resulta que eres un
buen tipo.
Sus labios se curvan.
―¿Por qué te divierte eso? ―pregunto.
Se inclina hacia delante y sus labios rozan mi oído.
―Porque no soy un hombre amable ―me susurra.
Sus palabras deberían ser una advertencia, pero la forma en que las
dice me produce una oleada ardiente.
―Creo que estás siendo demasiado duro contigo mismo ―carraspeo,
echando mano a la botella de champán porque de repente se me seca la
garganta.
―¿Te pongo nerviosa? ―pregunta.
Tomo un buen trago de champán por sentirme atrapada con su
sensualidad. Por su embriagador aroma. Poder. A eso huele. Un poder
jodidamente inalcanzable. No es por su traje ni por el poderoso cuerpo que
lo viste. No es por esos ojos oscuros ni por la mandíbula fuerte y sus
manos grandes. No, es por la forma en que se mueve con absoluta
confianza, como si fuera el jefe y nadie se atreviera a joderle.
Se echa hacia atrás, pero su sensualidad sigue envolviéndome.
Probablemente sea su frase para ligar. Consigue que alguna pobre
mujer desprevenida se excite mostrándose todopoderoso y misterioso, y
luego, zas, la atrae para una noche de sexo gimnástico y orgasmos antes
de desaparecer en la noche, para no volver a ser visto jamás.
Bueno, realmente no suena tan mal.
―¿Eso suele funcionar? ―pregunto, ignorando el hormigueo
palpitando entre mis muslos.
―¿Qué suele funcionar?
―Ser todo oscuridad y misterio y susurrar cosas peligrosas al oído
de una mujer.
De nuevo, esos labios perfectos se mueven divertidos.
―¿Con qué fin?
―Conseguir excitarlas para ti y así ser fáciles de ligar.
Levanta una ceja.
―¿Estás diciendo que te excita mi presencia?
―¿Qué? ¡No! ―Oh, diablos―. Estaba diciendo que parecía una frase
que podrías utilizar con las mujeres.
Me sonríe con esa sonrisa cerrada y segura que destila confianza en
sí mismo.
Me dedica esa sonrisa confiada y segura, destilando confianza en sí
mismo. Sus ojos brillan a través de sus largas pestañas, y entonces me doy
cuenta que probablemente estoy ante el hombre más apuesto del planeta.
Vale, Brooke, deja el champán.
Afortunadamente, el comandante me impide pensar en cualquier
otra estupidez. Como lo mucho que me gustaría ver a este hombre
desnudo.
―Les habla su comandante. Estamos iniciando el descenso a Nueva
York y en breve estarán en tierra. Agradecerles por volar hoy con
nosotros. Confiamos en que hayan disfrutado de su vuelo y esperamos
que vuelvan a volar con nosotros.
Aterrizaje.
Esto va a ser divertido.
Vuelvo a agarrarme al reposabrazos.
―Aterrizar es pan comido ―dice Lev, leyendo mi lenguaje corporal.
―Dice el hombre que no pilota el avión.
Siento que el avión desciende y agarro con más fuerza el
reposabrazos.
Lev se inclina.
―Lo estás haciendo muy bien.
No sé si es el descenso del avión lo que hace que mi estómago se
revuelva y caiga o el que los labios de Lev estén tan cerca de los míos.
―Oh, amigo... ―susurro jadeante.
―Eh... ―me dice, presionando dos dedos bajo mi barbilla y girando
mi cara hacia la suya.
Lo siguiente que recuerdo son sus labios sobre los míos, cálidos y
reconfortantes, con un sabor tan dulce. Nuestros labios se entreabren, su
lengua se introduce y dos dedos se convierten en dos manos fuertes que
sujetan mi mandíbula. Su beso se vuelve exigente y embriagador, y oh,
Dios, este hombre sabe besar.
Es como si besara cada célula de mi cuerpo. Cada nervio y cada fibra
bailan de placer ante la forma sensual y dominante en que mueve su boca
sobre la mía.
Gimo. Alto.
Porque diablos.
El golpe de las ruedas contra el asfalto apenas se percibe, y el
estruendo de los motores del avión no es nada comparado con el subidón
que siento en mi interior, con él besándome durante todo el aterrizaje.
No es hasta que estamos a salvo en tierra y rodamos hacia el
aeropuerto que se separa para dedicarme una oscura y lujuriosa sonrisa.
Pero no dice nada. Se sienta en su asiento y cubre mi mano con la suya.
Una mano que no se mueve, incluso cuando nos hemos detenido y el
indicador del cinturón de seguridad se apaga.
Me giro para mirarle, y un par de ojos color medianoche
resplandecen hacia mí.
Sonríe pícaramente.
―¿Necesitas que te lleve a algún sitio?
9

Brooke

―No pares ―suplico entre besos calientes.


Estamos en la parte trasera de la limusina del Sr. Atractivo, y mis
muslos están abiertos a ambos lados de sus caderas. Nos besamos
salvajemente desde que subí y levantó la mampara que nos separaba del
conductor.
Nuestras bocas se unieron sin palabras en un choque feroz y
desinhibido de labios y lenguas. Sus manos se deslizaron hasta mi
mandíbula con un gemido, y fue todo lo que necesité para subirme a su
regazo y básicamente follarle en seco.
No sé lo que estoy haciendo, pero sé que me siento bien, y sentirme
bien es exactamente lo que necesito ahora mismo.
Y la forma en que besa este tipo me está volviendo tan loca de lujuria
que no puedo dejar de preguntarme si es buena idea o no.
―Vente a mi casa ―me dice entre besos.
Sus manos se deslizan por mi espalda hasta ahuecar mi culo y
sujetarme sobre la impresionante silueta que hay detrás de su cremallera.
Jadeo, sintiendo su tamaño. Sintiendo su dureza. Es enorme.
Con un gemido, profundizo el beso. Me lo merezco. Una noche para
olvidarme y sentirme bien.
―Te quiero en mi cama, zayka.
―Entonces llévanos allí rápido ―gimo contra su boca.
Su apartamento está en Manhattan, y subimos en ascensor hasta la
suite del ático, besándonos desesperadamente.
Cuando las puertas se abren, nos precipitamos al interior del
apartamento, y aparto mi boca de la suya, aturdida por el mundo en el
que acabo de tropezar.
―¡Vaya!
El apartamento de Lev es la suite del ático de Sky Tower, un hotel de
cinco estrellas de Manhattan, con amplias vistas de la ciudad. Es como
entrar en un mundo de opulencia absoluta, y no puedo evitar mirar a mi
alrededor asombrada.
Lev se ríe y se quita despreocupadamente la chaqueta del traje,
tirándola al sofá y dirigiéndose al bar, totalmente equipado. Coge una
botella de Cristal de la nevera acristalada y empieza a quitarle el papel de
aluminio que rodea el corcho.
El ático es diáfano, cada centímetro se proclama lo mejor de lo mejor.
Desde el lujoso salón y la amplia mesa de comedor hasta los inmensos
suelos de mármol italiano, las vistas millonarias y una cocina reluciente
por la que cualquier chef daría su brazo derecho.
―Este lugar es impresionante ―digo.
―Me alegra que te guste. ―Levanta la botella―. ¿Champán?
No estoy segura al cien por cien que el venir aquí haya sido una
buena idea. Pero estoy desesperada por salir de mi vida actual y
arrastrarme hacia una nueva, y esta parece una buena forma de empezar.
Una aventura de una noche con un desconocido que puede hacerme
olvidar el actual basurero que es mi vida.
Y el champán te ayudará.
Observo cómo vierte el líquido espumoso en dos copas de cristal.
―¿A qué te dedicas exactamente? ―le pregunto cuando se acerca y
me la entrega.
―A esto y aquello ―responde con una evasiva frustrante. Choca su
copa con la mía―. Salut.
Tomo un gran sorbo, sintiéndome de repente muy sobrepasada.
Pero lo olvido rápidamente porque nunca antes había probado el
champán Cristal y mis papilas gustativas están experimentando el
nirvana en este momento.
Me coloco junto a uno de los ventanales y contemplo la cálida noche.
Fuera, las luces de la ciudad centellean como mil millones de estrellas.
―La vista es increíble. A esta altura es como el firmamento.
―Creí que no te gustaban las alturas ―me dice.
―No tengo miedo a las alturas. Me dan miedo los aviones que caen
del cielo.
Se ríe y al hacerlo su rostro se transforma en una sonrisa
devastadora. Todo hoyuelos y ojos brillantes.
―¿Qué? ―pregunto.
―No hay mucha gente que me intrigue, Srta. Masters, pero tú sí.
―Me lo tomaré como un cumplido.
―Tal y como era mi intención.
Alzo la vista hacia él y siento que se me escapa la respiración al ver
el deseo en sus ojos. Como si fuera a devorarme y a disfrutar de cada
segundo.
―Entonces, si la altura no es un problema, ¿subimos esto a la azotea
privada?
―¿Quieres decir que hay más? ―pregunto asombrada.
―Oh, hay más, Srta. Masters. Mucho más.
La azotea privada es magnífica, con piscina, chimenea y vistas en
todas direcciones. Lev se acerca por detrás, y me rodea su calor
embriagador. Me hace girar entre sus brazos.
―¿Qué hago aquí? ―susurro.
Me roza la mejilla con el dorso del dedo.
―Te he invitado.
―Nunca había hecho algo así.
―No hay nada que temer.
Vaya, eso no es cierto. Todos mis instintos me dicen que, tratándose
de este hombre, debería tener miedo de todo.
No obstante, también tiene algo que me hace confiar en él, lo cual es
una locura, lo sé, pero tengo el presentimiento que si algún tipo de
amenaza irrumpiera por esa puerta, él la reduciría a cenizas antes de
llegar a mí.
Lo cual también es un pensamiento muy loco, porque no sé nada de
este tipo.
Bebo otro sorbo de champán para sacudir mis nervios.
Lev no aparta su mirada de mí y, cuando bajo la copa, arrastra el
pulgar por mi labio húmedo. Me estremezco, sintiendo que su contacto
me quema hasta la médula.
―No pensaba hacer esto ―dice en voz baja.
―Yo tampoco ―le susurro.
Separo los labios y succiono su pulgar. Sus ojos se encienden y el
control que tenía desaparece.
Siseando, me besa, duro y feroz, como si estuviera traspasando una
línea que nunca debería cruzar, pero le importara un bledo.
Y cielos, si los besos en el avión eran buenos, los besos en la azotea
son espectaculares. Sus grandes dedos rodean mi mandíbula y su lengua
y boca se apoderan enteramente de la mía.
El deseo que sentí en el coche y en el ascensor hasta el ático, vuelve a
rugir y me siento mareada, viva y hambrienta de más.
Se eleva sobre mí, me acorrala contra la barandilla de cristal y me
besa hasta dejarme sin aliento. Me siento desbordada, pero esto aumenta
mi excitación.
Necesito esto esta noche.
Tiro de su camisa cuando abre los botones de mi blusa, y apenas
respiramos, conseguimos desnudarnos, hasta la ropa interior.
Se echa hacia atrás y me recorre con su ardiente mirada.
Instintivamente, me rodeo la cintura con los brazos, porque de repente
me siento expuesta y ligeramente vulnerable.
Pero él no se da por aludido. Me agarra por las muñecas y me abre
los brazos para poder verme entera.
―No te escondas de mí ―me dice, con voz grave―. No tienes
motivos para hacerlo.
Pero mi confianza en mí misma se ha resentido en los últimos días y
me cuesta mucho no coger la camisa del suelo y cubrirme.
―Eres jodidamente perfecta ―dice alzándome la barbilla.
Su voz resuena. Lujuria primitiva reflejada en su rostro. La lasciva
necesidad ensombreciendo sus ojos al decirlo. Mis muros caen y me
entrego a lo que vaya a ocurrir a continuación con una inhibición que
nunca había conocido.
Me levanta en brazos como si no pesara nada, acercándonos a la
mesa exterior.
No estoy segura si es por arte de magia o por pura habilidad, pero
de algún modo, su forma de depositarme en el borde de la mesa coincide
con mi sujetador cayendo al suelo.
Sus ojos brillantes me recorren y se detienen en mis braguitas.
Luego, con una sonrisita, me las arranca.
Jadeo. Una mezcla de horror y excitación.
―Eran La Perla.
―Estaban en mi camino. ―Su expresión arde en llamas.
Antes de poder protestar, me hace retroceder más sobre la mesa,
colocando mis pies en el borde. Separa mis piernas, exponiéndome por
completo ante él. Hace un momento me sentí tímida y reticente, pero bajo
su hechizo es fácil dejarse arrastrar por la corriente. Le gusta lo que ve. Lo
lleva escrito en su rostro, ardiendo intensamente en su mirada. Y, mierda,
qué bien sienta sentirse deseada ahora mismo.
Su aliento es cálido en mi muslo, sus dedos rodean mis tobillos,
sintiéndome totalmente poseída por él.
Cierro los ojos y me sobresalto cuando siento su lengua deslizarse
sobre mí como pura seda. Entierra su rostro entre mis piernas y succiona,
lame y folla mi coño con su experta lengua, y es tanta mi frustración
sexual contenida que mi primer orgasmo estalla como una erupción
volcánica.
Me agarro al borde de la mesa y suelto un grito desenfrenado, sin
importarme una mierda quién me oye o me ve. Estoy tan jodidamente
borracha de lo bien que me siento, que todo me da igual.
―Oh, Dios, nunca me había corrido tan rápido. ―Me elevo sobre mis
codos y él levanta la cabeza de entre mis muslos―.¿Esto está pasando
realmente?
Me dedica una sonrisa perversa.
―Oh, realmente está pasando.
Se endereza y vislumbro la dura silueta de su polla en los
calzoncillos. Me muerdo el labio. Es grande, y eso dolerá en el buen
sentido.
Con ojos hambrientos y entornados, lo veo despojarse de sus bóxers
y siento una oleada de lujuria cuando veo su polla. Es gruesa y ancha, no
se parece a nada que haya visto antes. Por no decir más grande de lo que
he visto antes. ¿Cómo coño va a encajar?
Me coloca en una postura sentada y envuelve mis piernas alrededor
de su cintura.
―Nunca he hecho nada así al aire libre ―le digo, exaltada por el
embriagador resplandor de mi orgasmo.
―¿Hacer qué? ―pregunta, devorando mi mandíbula, mi cuello y
arrastrando sus labios hasta mi oído.
―Esto ―gimo desesperadamente.
―¿Qué es esto?
―Lo que estamos haciendo.
―Quiero oírte decirlo ―ruge en mi oído.
Sus manos recorren mi cuerpo, provocando pequeños incendios a su
paso.
Encuentra un pezón y lo pellizca.
―Dilo.
Jadeo.
―Joder.
Gruñe.
―Entonces permíteme complacerte.
Sus caderas se impulsan hacia delante hasta abrirme y la repentina
intrusión hace que mis ojos queden en blanco. Pero él se controla,
asegurándose que sienta cada lento centímetro a medida que me penetra.
Gruño. Todo es demasiado. El costoso champán. La ciudad
resplandeciente rodeándonos. El magnífico hombre y su delicioso cuerpo.
El que hace tres horas no lo conocía y, sin embargo, aquí estoy,
follándome al hombre más atractivo que he visto nunca en una azotea
que goza de las mejores vistas de la ciudad. Es como ser arrastrada por
una ola cálida y luego ser arrojada a la orilla. Mis sentidos están
sobrecargados, incapaces de asimilarlo todo y procesarlo.
Saca su polla y desliza la cabeza por mi sensible carne.
Gimo delirante.
―¿Quién eres...?
―Soy el hombre que está a punto de darte el orgasmo número dos.
Estoy tan saturada por los efectos del orgasmo que es imposible que
vuelva a correrme tan pronto.
Pero Lev tiene otras ideas.
Empuja dentro de mí y mi útero estalla de dolor. Pero es un dolor
placentero, y arqueo el cuello y me agarro al borde de la mesa mientras él
sigue arruinándome el coño sin descanso. Mi mirada se desliza por su
magnífico cuerpo. Por sus anchos hombros y su duro torso, por los
pliegues y surcos de su paquete de seis, y más abajo, donde su polla
desaparece dentro y fuera de mi cuerpo.
Empieza a gruñir. Siento cómo se contrae dentro de mí, cómo se
hincha.
―Joder... ―Aprieta los dientes sobre el labio inferior al tiempo que
golpea sus caderas contra mí―. Me voy a... joder, esto se siente demasiado
bien.
Se va a correr. Me aferro a su trasero. Quiero sentir cómo se corre en
mi interior. Quiero ver su rostro al derramarse dentro de mí. No se
opone. De hecho, eso le lleva al límite, sus ojos se desenfocan y su rostro
se afloja. Esas cejas perfectas se contraen cuando la lujuria y el éxtasis
recorren su hermoso rostro.
Siento cómo su polla palpita al liberarse, y eso despierta esa parte
primaria de mí excitada por la idea de llenarme de su semen, y de la
nada, el orgasmo número dos recorre mi cuerpo en espiral hasta que no
soy más que líquido óseo y sudor.
Cuando nuestras respiraciones se estabilizan, no me besa. No
intimida con una suave conversación ni susurra palabras de
agradecimiento. Sin embargo, me coge en brazos y me lleva hacia la
puerta que da al interior.
―¿Qué haces? ―me rio, con su semen deslizándose por mi muslo,
registrándose en alguna parte lejana de mi cerebro.
―Nos vamos a la cama ―me dice Lev.
―¿Qué?
Me lanza una mirada carnal y al mismo tiempo admonitoria.
―Será mejor que te prepares, Srta. Masters, apenas estoy
comenzando.
10

Lev
Varias horas después, estoy mirando el tragaluz, luchando contra el
sempiterno insomnio y preguntándome qué mierda acabo de hacer.
Nada de mujeres.
Ese fue el voto silencioso que me hice a mí mismo cuando me
convertí en Pakhan. Nada de mujeres hasta que se rectifique la
inestabilidad de la Bratva. No necesito la distracción, y desde luego no
necesito los putos problemas que pueden venir con ella. Con esto.
Pero no pude evitarlo. Ya la había visto de lejos y había reconocido
su atractivo, pero de cerca, su asombrosa belleza me cogió por sorpresa.
La oscuridad de aquellos grandes ojos castaños. La suave capa de
pequeñas pecas de su nariz. La forma en que se humedecía sus labios
brillantes cuando estaba nerviosa.
No lo hagas.
Las palabras se repetías en mi cabeza mientras el deseo de compartir
algo más que una conversación con ella se volvía abrumador.
Así que empecé a decirme todas las razones por las que llevármela a
casa era una buena idea y olvidé convenientemente todas las razones por
las que no lo era.
No tenía intención de traérmela aquí para disfrutar del que resultó
ser el mejor sexo de mi vida. Pero me intrigó y quise despojarla de sus
capas y ver lo que había debajo.
No se puede negar que es sexy de cojones. Cabello rubio y largo.
Grandes ojos color café. Curvas de infarto. Labios que quiero arruinar una y
otra vez. Me sentí atraído por ella como una puta polilla a una llama.
Quería algo más que una conversación. Necesitaba más. Pese a que toda
sensatez me gritaba que me mantuviera alejado. Pero no lo hice.
No pude.
Me follé a mi conejita hasta que se retorció en la cama, otra vez en la
ducha contra las paredes de azulejos y otra vez en la cama. Ahora estoy
agotado. Pero a pesar de mi agotamiento, como de costumbre, el sueño
me elude. Miro fijamente el cielo de medianoche que presiona el tragaluz
del techo. ¿Cuándo fue la última vez que dormí toda la noche o que
dormí más de cuatro horas de un tirón? No desde que me convertí en
Pakhan y empecé a cargar sobre mis hombros el pesado peso del legado
de los Zarkov.
Me giro y miro a Brooke, dormida profundamente a mi lado. Su
brillante cabello parece seda extendida sobre la funda de la almohada.
Sus largas pestañas abanican sus altos pómulos y sus labios, Dios, esos
labios, se entreabren ligeramente con cada suave respiración. Ahogo las
ganas de besarla hasta despertarla y mi polla, cada vez más gruesa,
protesta palpitando.
Ella se agita, y una mano delicada encuentra el camino hacia mi
pecho. El roce de su piel contra la mía me produce una extraña sensación
de opresión en el pecho. Me ha hablado del desastroso día de su boda y
de su necesidad de salir de la ciudad para procesar lo ocurrido. Pero sé
que hay algo más en la historia, y me pregunto cuánto más estaría
dispuesta a compartir conmigo si la despierto y le doy otro orgasmo.
Cualquier cosa con tal de no reconocer la ansiedad provocada por el insomnio
arrastrándose por mi espina dorsal.
La idea de follármela de nuevo hace que mi polla vuelva a rugir y
me siento tentado a hacerlo. Un último orgasmo alucinante para el camino.
Porque cuando nos despertemos y le diga quién soy y qué hago en la
ciudad, querrá huir de mí lo más lejos posible, sin ninguna duda.
Se agita de nuevo y esta vez se acurruca más cerca de mí, pasando el
brazo por encima de mi torso y apoyando su mejilla en mi hombro.
Decido dejarla dormir y cierro los ojos. Escucho su suave respiración
y encuentro un extraño y reconfortante consuelo en el roce de su aliento
con mi piel. Es como una dulce y relajante canción de cuna. No recuerdo
la última vez que me dormí con alguien tumbado a mi lado.
De nuevo se agita, su cuerpo cálido roza el mío, y una oleada de
satisfacción me envuelve, y debo admitir que nunca me he sentido así de
cómodo en toda mi vida.
Una cálida oscuridad se arrastra sobre mí, y mi cuerpo se hunde más
en el colchón.
Y lentamente mis ojos se cierran y caigo en un sueño profundo sin
sueños.
11

Brooke
Abro los ojos y, por un momento, no sé dónde estoy. Pero a medida
que la oscuridad del sueño se desvanece, los acontecimientos de anoche y
de esta mañana vuelven a mi memoria.
Sexo y mucho.
Giro la cabeza para mirar al desconocido dormido a mi lado. Está
inconsciente, su glorioso y desnudo cuerpo está relajado y perfectamente
bronceado entre las sábanas blancas. Está boca arriba y lo exhibe todo. El
paquete de seis. El pecho tatuado. La gruesa polla que me proporcionó un
orgasmo alucinante tras otro. Está apoyada en su musculoso muslo, y su
tamaño es tan impresionante a la vista como lo era en mi interior.
Miro el reloj de la mesilla. 4:32 a.m.
Estoy dolorida por todo lo que hicimos anoche, pero eso no me
impide plantearme si debería despertarlo llevándome su polla a la boca y
hacerlo gruñir, esos profundos y retumbantes gruñidos que emite cuando
está a punto de correrse.
Pero decido no hacerlo. Todo en él grita claramente que no me
conviene. Y si algo me han enseñado los acontecimientos de la última
semana, es a confiar en mis instintos.
Quería una noche para olvidar, y la he conseguido. Ahora toca
enfrentarse a la fría realidad de un nuevo día y de mi nueva vida.
Con cuidado de no hacer ruido, me deslizo fuera de la cama, recojo
la ropa que había recuperado de la azotea hacía unas horas y desaparezco
en el gigantesco cuarto de baño de mármol para vestirme.
Cuando vuelvo a entrar en el dormitorio, no se ha movido. Está
apagado como una luz. Sin embargo, algo me dice que si hiciera el menor
ruido, se incorporaría como un rayo y estaría alerta al instante. No creo
que mucha gente sea capaz de sorprender a este tipo. Parece demasiado
consciente de su entorno, inquebrantablemente observador de todo lo
que ocurre a su alrededor.
No quiero despertarlo, así que contengo la respiración y me deslizo
sigilosamente por el ático hacia las puertas del ascensor, detrás de la
amplia cocina. Hago una mueca al oír el tintineo que hacen las puertas al
abrirse, y paso al interior del ascensor.

Convencida que Lev habrá oído las puertas y aparecerá en cualquier


momento, aspiro hondo y rezo para que se cierren rápidamente. No
quiero tener la incómoda conversación de la mañana siguiente.
Cuando finalmente se cierran las puertas, exhalo bruscamente y
relajo los hombros.
Al pasar junto al mostrador de recepción, ni siquiera miro al portero
y sigo andando. Hasta que no salgo a la calle y me encuentro con la fría
luz de primera hora de la mañana, no advierto que he estado conteniendo
la respiración. La suelto y llamo a un taxi, agradecida por haber
encontrado uno tan rápido.
Pero mientras el taxi avanza por las calles antes del amanecer hacia
mi hotel, recuerdo cómo Lev me llamó Srta. Masters, y una sensación
inquietante recorre mi espalda.
Porque nunca le dije mi apellido.
12

Brooke
Cuatro semanas después.
―¿Estás segura que esto es lo que quieres? ―pregunta Elsa.
Está sentada en la cama del hospital amamantando a su hija de dos
días, Emily, mientras yo acomodo flores frescas en un jarrón en la mesilla
de noche.
―Me vendrá bien salir un tiempo de la ciudad. Solo serán seis meses,
así que, si no funciona, siempre puedo volver.
Al volver de Nueva York y de mi luna de miel, me habían despedido
rápidamente de mi trabajo en el club de Wilson, lo cual me pareció bien.
Wilson había dejado mucho que limpiar a su paso y, al parecer, yo era
una de esas cosas. Si no me hubieran despedido, habría dimitido.
Afortunadamente, no tardé demasiado en encontrar un nuevo
trabajo. Recibí una oferta de trabajo de ZeeMed, una de las mayores
empresas farmacéuticas del mundo, pidiéndome una entrevista para un
puesto de marketing senior en la empresa. Que resulta ser exactamente el
mismo trabajo que hice en el club Wilson. Será solamente por seis meses
durante una baja por maternidad, pero el candidato adecuado tendrá la
opción de quedarse en un nuevo puesto. La entrevista fue vía Zoom y fue
tan bien que me ofrecieron el trabajo en el acto. No me lo podía creer. El
único inconveniente era que tendría que trasladarme a Nueva York. Pero
para mí fue como si las estrellas se alinearan. Es hora de seguir adelante,
Brooke. Odiaba la idea de dejar a mis amigas durante seis meses, pero
sabía que el cambio de aires me sentaría bien.
Elsa hace un mohín.
―Te voy a echar de menos.
Le dirijo una sonrisa tranquilizadora.
―No es para siempre, te lo prometo. Volveré, pero necesito alejarme
un tiempo. Dejar que todo se calme del todo. Además, Nueva York está a
solo dos horas de vuelo, lo que facilita volver una vez al mes para tomar
cócteles y divertirse. ―Me siento en la cama a su lado y rozo con la punta
de los dedos los deditos de Emily―. Y sabes que lo haré, porque alguien
tiene que demostrarle a esta princesita por qué su tía Brooke será su tía
favorita en todo el mundo entero.
―Asegúrate de hacerlo. No podría soportar que Emily no llegara a
conocer a su tía Brooke.
―Solo son seis meses, te lo prometo ―le digo, guiñándole un ojo.
Elsa asiente. Ella, más que nadie, sabe que cuando tomo una
decisión, ni los caballos salvajes pueden hacerme cambiar de opinión.
―¿Vas a alquilar tu piso? ―pregunta ella.
Tengo la suerte de ser propietaria del apartamento que
compartíamos Wilson y yo. Mis padres lo compraron cuando se casaron
y, cuando fallecieron, lo heredé.
Sacudo la cabeza. La idea que alguien más viva en el piso en el que
crecí me resulta extraña.
―Voy a dejarlo vacío. ―Me encojo de hombros―. Quién sabe, puede
que vuelva la semana que viene si Nueva York no funciona.
―O te entra una morriña loca por tus mejores amigas.
Tiene razón: dejarla a ella, a Henry, a Sam y a Chloe va a doler. Pero
hará que esas citas mensuales de cóctel sean todavía más especiales.
―¿Sigues sin saber nada de Wilson? ―pregunta Elsa.
―No, hace tiempo que desapareció.
Mueve la cabeza con incredulidad.
―De verdad pensaba que volvería arrastrándose con el rabo entre las
piernas después de un tiempo. Pero, ¿sabes?, realmente creo que se ha ido
y no va a volver.
―Que le vaya bien.
No me duele decirlo ahora. Es extraño, pero a pesar de toda la
humillación a la que me enfrenté tras su desaparición, es como si fuera
alguien a quien conocía hace mucho tiempo.
No sé nada de él desde la llamada telefónica que me hizo en el baño
de la sala VIP de primera clase. La increíble conversación en la que me
llamó vainilla y predecible.
En la semana que siguió a su desaparición, repasé un millón de
teorías en mi cabeza sobre dónde estaba y qué hacía. Me planteé la
pregunta del millón de por qué se fue hasta que me harté de pensar en
ello. Oh, me echó la culpa de todo a mí y a lo aburrida y predecible que
era nuestra vida, pero no creo ni por un segundo que fuera por eso por lo
que se esfumó como una nube de humo. Si todo era culpa mía, ¿por qué
no romper y seguir adelante? ¿Por qué dejarlo todo?
Se me han ocurrido miles de teorías diferentes, pero la única a la que
siempre vuelvo es a que huyó porque tenía miedo de algo o de alguien.
Siempre anduvo con pies de plomo, así que probablemente se involucró
con gente sospechosa.
Lo que me hace preguntarme si estará ahí fuera observando cómo se
desarrolla todo esto. Me recorre un familiar escalofrío. Porque a veces
tengo la sensación que alguien me observa. Sé que parece una locura.
Probablemente sea paranoia provocada por la desaparición de mi ex sin
dejar rastro y porque nadie le ha visto en casi cinco semanas.
―¿Y qué hay del Sr. Nueva York? ―pregunta Elsa con un brillo
travieso en los ojos.
Es la única persona a la que he confiado lo de Lev.
―Era historia la noche que le conocí.
―Te refieres a la noche en que te bajaste de su polla y te escurriste de
su apartamento antes que se despertara ―me recuerda Elsa.
Me estremezco al recordarlo. Sé que hice lo correcto, aunque una
parte de mí se pregunta qué habría pasado si me hubiera quedado.
―No quería la incomodidad de la mañana siguiente. Era un rollo de
una noche. El perfecto elixir para una situación jodida. Nada más.
Aunque mentiría si dijera que no he pensado mucho en él desde
aquella noche, en lo que hicimos, en la forma en que me besó, en cómo
hizo que mi cuerpo ardiera y se me pusieran los ojos en blanco cuando
me provocó un orgasmo tras otro. Cada vez que pienso en ello, mi cuerpo
se estremece y se tensa con la necesidad de más, hasta que no tengo más
opción que hacerme correr solo para obtener un poco de alivio.
―Sin embargo, es una pena que no hayas conseguido su apellido. Lo
buscaría en Google solo para poder ver al hombre que le dio mil
orgasmos a mi mejor amiga.
―Menos mal que no lo hice. Porque sin eso, se queda justo donde lo
dejé... en el pasado.
Quizá algún día le olvide. Pero no hoy.
Porque Lev no es fácil de olvidar.
Aunque recordarlo es rememorar cómo me llamó por mi apellido, y
un cosquilleo de inquietud recorre mi pecho en cada ocasión, porque
estoy absolutamente segura que nunca se lo revelé. Imagino que existe
una posibilidad por la que pudo ver mi pasaporte o algo con mi nombre.
Aunque no estoy segura de cuándo ni cómo.
Y no sé cómo me siento al respecto.
13

Brooke

Pum.
Mis ojos se abren de golpe. ¿Era un ruido procedente del interior del
apartamento, o se trataba de un sueño?
Mi espina dorsal cosquillea presa de pánico al esforzarme por oír en
la oscuridad. No sé lo que ha sido, pero algo me ha sacado de mi sueño.
¿Quizá era algo que había fuera, en la calle?
Pum.
No, sea lo que sea, seguro que viene de dentro del apartamento.
Pum. Pum.
Me levanto como un rayo, me deslizo fuera de la cama, cojo el bate
de béisbol que guardo junto a la mesilla y me acerco sigilosamente a la
puerta del dormitorio. Siempre la mantengo abierta, aunque está
ligeramente entreabierta, y al darme cuenta siento un escalofrío.
Quienquiera que esté dentro de la casa la ha cerrado cuando yo
dormía y estaba inconsciente en la cama, a pocos metros de distancia.
Temblando, atravieso la puerta y me arrastro por el pequeño pasillo.
Hay una luz procedente del salón. Alguien ha encendido la lámpara que
dejé apagada anoche.
Pum.
Sea quien sea, es el ladrón más ruidoso que existe. Como si no
intentara pasar desapercibido.
Respirando hondo, reúno todo mi valor y me abalanzo doblando la
esquina con un fuerte grito.
En el salón, Wilson casi se desploma de un infarto.
―Mierda, Brooke. ¿Intentas matarme?
Por un momento, solo puedo mirarle fijamente.
―¿Wilson...? ―Su nombre cae de mis labios en un incrédulo susurro.
Tras semanas sin noticias, me despierto y lo encuentro en mi piso,
rebuscando entre mis cajas embaladas como si aún viviera aquí. También
ha abierto otras cajas, y algunas de mis pertenencias están esparcidas en
un montón junto a ellas.
Tiene otro aspecto. Despeinado y desesperado. Lleva semanas sin
afeitarse y ha adelgazado.
Se aparta de mí como si aparecer en mitad de la noche después de
dejarme en el altar hace cuatro semanas y desaparecer en la nada no fuera
gran cosa, y sigue rebuscando en las cajas.
―¿Qué mierda estás haciendo? ―exijo, acercándome a él furiosa―.
Quita tus manos de mis cosas.
Le cojo del brazo, pero me aparta de un manotazo.
―¿Dónde está?
―¿Dónde está qué?
―El anillo. Lo necesito.
―¿Qué anillo?
El único anillo que se me ocurre es el de compromiso que me regaló
y seguramente... oh, pequeña rata.
―No vas a poner tus manos en mi anillo.
Pero me ignora y sigue rebuscando entre mis pertenencias.
―¿Estás sordo? He dicho que no vas a recuperar el anillo. Pagué la
mitad, ¿recuerdas?
Se gira mirándome fijamente, y retrocedo un paso ya que nunca
antes había visto esa expresión amenazante en su rostro.
Se acerca a mí y retrocedo otro paso.
―Si no me das ese anillo, soy un hombre jodidamente muerto.
Lo único que puedo hacer es mirarlo fijamente.
―¿Qué significa eso?
―Significa que me persiguen muchos hombres malos y que, si no
salgo de la ciudad, me matarán. Ese anillo es mi viaje en avión para salir
de aquí y la oportunidad de comenzar de nuevo.
―¿Por qué? ¿qué has hecho?
―Déjate de preguntas de mierda y dime dónde está el maldito anillo.
Sé que no está en tu dedo. Lo comprobé mientras dormías.
Un horrible cosquilleo recorre mi espalda. ¿Me ha estado
observando mientras dormía para ver si llevaba el anillo? ¿Qué iba a
hacer si lo llevaba, intentar quitármelo estando dormida?
Interiormente, me estremezco.
Hay algo muy raro en él.
Pero alejo ese sentimiento porque ¿cómo se atreve a irrumpir aquí y
exigir que le devuelvan el anillo?
Cruzo los brazos y entrecierro los ojos.
―¿Por qué debería ayudarte?
Sorprendiéndome, me agarra del brazo.
―¿No me has oído? He dicho que van a matarme.
Lo miro fijamente. Ha cambiado. El Wilson de antes jamás me habría
puesto la mano encima. Entonces no le conocía realmente, así que quizá,
con el tiempo, habría mostrado esta faceta suya durante nuestro
matrimonio.
Intento zafarme, pero su agarre es demasiado fuerte.
―Quítame las manos de encima ―le exijo apretando los dientes.
Pero no lo hace. En lugar de eso, me sacude.
―No me hagas pedírtelo otra vez.
―No te diré nada hasta que me quites las manos de encima.
Me empuja contra la pared, agarrándome por el cuello, apretando
hasta hacerme ver estrellitas.
―Escúchame, puta de mierda, estos hombres van en serio. Si nos
encuentran, nos destriparán a ambos y nos arrojarán al puto puerto.
Ahora dime dónde has puesto el anillo.
El miedo me atraviesa.
―Suéltame―grité.
Pero no me suelta. En lugar de eso, aprieta con más fuerza y, en
cuestión de segundos, siento que la cabeza me va a estallar.
―¿Dónde está, Brooke?
Apenas puedo respirar y me ahogo con las palabras.
―L…lo... vendí...
―Será mejor que estés mintiendo...
―Alguien tuvo... que pagar... a los del catering...
Me golpea la cabeza con más fuerza contra la pared, y mi cerebro
traquetea.
Me clava los dedos más profundamente y siento un cosquilleo en la
cara. Hago una mueca y forcejeo por respirar. Oh Dios, me va a matar.
―¿Has oído lo que he dicho? Nos matarán a ambos. ―Habla
rápidamente, formándose saliva en las comisuras de sus labios―. Y
tampoco será una muerte rápida. Estos hombres se cerciorarán que nos
duela. Nos cortarán partes del cuerpo y nos desangrarán lentamente.
Puede que incluso se diviertan un poco con ese dulce y suculento coño
tuyo mientras la vida se desvanece de tus bonitos ojos castaños. Ahora,
por última puta vez, ¿dónde mierda está el anillo?
Miro fijamente a los ojos del hombre que una vez amé. Quizás. Tal
vez. En retrospectiva, parece que tal vez no. Quizá por eso no se me
rompió el corazón cuando desapareció. Quizá esa fue la causa de mi
alivio. Mi corazón sabía que era una mala persona y para empezar nunca
lo quiso.
En sus salvajes ojos brilla la crueldad. Mi garganta protesta bajo la
presión de sus dedos y mis pulmones piden oxígeno a gritos. Ya está. Voy
a morir. Mis párpados pesan y me siento a la deriva. Pero mis ojos se
abren repentinamente cuando la puerta principal se abre de golpe. Dirijo
la mirada hacia ella, donde un hombre con un traje carísimo y un par de
ojos oscuros muy familiares llena el umbral.
Lev.
14

Brooke

Lev sonríe satisfecho, pero su sonrisa se desvanece cuando ve la


mano de Wilson alrededor de mi cuello y un halo tormentoso se cierne
sobre su rostro. Sus ojos oscuros se centran en Wilson, después vuelven a
mí y su expresión se frunce aún más.
Wilson mira a Lev con absoluto terror.
―¿Qué mierda...? ―Su agarre en mi garganta desaparece y me
desplomo bruscamente contra la pared. Sin aire, mis piernas son
demasiado débiles para sostenerme y me hundo en el suelo.
―No es la bienvenida que esperaba ―gruñe Lev al entrar en el
apartamento.
―Sr. Zarkov... ¿Q-qué... e-está... h-haciendo... a-aquí? ―tartamudea
Wilson.
A través de la oscuridad, percibo que Wilson conoce a Lev. Confusa,
froto mi garganta e intento averiguar qué demonios está pasando.
―Creo que sabes por qué estoy aquí. ―Lev habla con calma, pero
hay algo aterrador en su voz. Un filo. Una advertencia.
¿Qué demonios está pasando?
Lev eleva un brazo, y es entonces cuando me fijo en el arma que
lleva en la mano.
Un arma con la que apunta directamente a Wilson.
Wilson levanta las manos.
―Ha sido un malentendido, lo juro.
―Esa es la mentira que dicen todos ―responde Lev, acercándose a él
y apoyando su arma en la frente―. Justo antes de meterles una bala entre
los ojos.
Jadeo.
―Detente.
Todo el aire de la habitación parece desaparecer y la tensión se siente
como si estuviera a punto de estallar.
―¿Qué está pasando? ―le ruego a Lev―. Dímelo, por favor.
―Tu prometido intentó chantajearme. Encontró unas imágenes
interesantes en el CCTV de su club y pensó en utilizarlas para ganar
dinero.
¿Wilson está chantajeando a Lev?
Todavía tengo la cabeza nublada por la falta de oxígeno, pero estoy
segura que no he oído mal lo que ha dicho.
―No fue así ―Llora Wilson―. Estaba haciéndole un favor a la Bratva.
―Me enviaste la grabación por correo electrónico de forma anónima
y me dijiste que si te pagaba, la policía no pondría sus manos sobre ella.
Eso no es un favor, mudak. Eso es chantaje. Ahora, quiero todas las copias
de esa grabación, y las quiero ahora.
―Solo hay una copia y está en un pendrive. No la tengo, pero puedo
conseguírtela, lo juro ―dice Wilson.
―¿Dónde está?
―Una caja de seguridad en Oregón. Luego envié la llave por correo a
mi abuela en Houston. Era un seguro. Si me ocurría algo, le dije que
cogiera la llave y abriera la caja, y luego enviara lo que encontrara a la
policía.
No puedo creer lo que estoy oyendo. Imágenes de CCTV. Un
misterioso pendrive. Una caja de seguridad. La policía. ¿Cómo pude
ignorar su implicación en todo esto? Aunque supongo que no debería
sorprenderme. Tampoco sabía nada de sus aventuras.
―¿Qué hay en el pendrive? ―pregunto.
―No es de tu maldita incumbencia ―suelta Wilson.
―No, adelante, díselo. Hazle saber con quién estaba a punto de
casarse. ―Los ojos de Lev se posan en los míos―. Qué clase de bala
esquivó.
Al parecer esquivé una bala. Recuerdo habérselo dicho en el avión el
día que lo conocí. Y, de algún modo, que lo saque ahora a colación, clava
un cuchillo en mí. Porque es evidente que él sabía exactamente quién era
yo y lo que me había ocurrido cuando nos conocimos, y aun así me dejó
seguir hablando de ello en el avión.
¿Cómo pude ser tan tonta?
―No la metas en esto ―dice Wilson.
Lev sonríe sombríamente.
―¿No quieres que sepa cómo tus cámaras del club captaron el
asesinato del Ángel del Mar de Chicago y, sin embargo, en lugar de
enviarlo a la policía, contactaste con la Bratva cuyo Vor aparecía en esa
misma grabación y decidiste chantajear al Pakhan?
Jadeo. El Ángel del Mar de Chicago era una chica a la que sacaron
del puerto. La golpearon brutalmente antes de asesinarla y arrojarla al
agua. Resultó que era una estudiante de la Universidad de Chicago que
se pagaba la universidad haciendo trabajos de acompañante. Su cara
salpicó todos los medios de comunicación. No tenían idea quién la había
asesinado. No había pistas.
Miro a Wilson.
―¿Sabías quién la mató y no se lo dijiste a la policía?
Wilson se calla, buscando su próxima mentira.
―¿Quién eres? ―exclamo, comprendiendo que realmente no lo
conocía en absoluto.
Lev arrastra de nuevo su mirada hacia mí.
―Esquiva la bala ―dice.
Lo miro fijamente y él sonríe, ofreciéndome la mano.
―¿Y tú quién demonios eres? ―le pregunto.
―Es de la Bratva, Brooke ―dice Wilson.
―¿Bratva?
―Mafia rusa.
Poco a poco, las piezas van encajando.
¿Este es el hombre que Wilson dijo que nos destriparía y cortaría
partes del cuerpo? Me cuesta tragar saliva. ¿Este hombre, el que se pasó
la noche haciendo que me corriera en su polla hasta quedar deshecha y
no poder caminar durante días sin sentirle allí?
Mi cuerpo se ruboriza con una combinación entre lujuria por los
recuerdos y temor por el hombre que tengo delante con un arma.
Cuando no acepto la mano de Lev, rodea mi muñeca con sus fuertes
dedos y sin apenas esfuerzo me ayuda a ponerme en pie.
Una vez en pie, lo miro fijamente y suelto mi muñeca de su agarre al
darme cuenta. Todo este tiempo, él sabía quién era yo. Lo que significa
que orquestó nuestro encuentro en el avión para ver si conocía el
paradero del pringado de mi ex prometido. No entabló conversación
porque se sintiera atraído por mí. Intentaba averiguar dónde estaba
Wilson.
Las imágenes de aquella noche vuelan sobre mí con una claridad
sorprendente.
Él inclinándome sobre la mesa exterior y hundiendo su polla tan dentro de
mí que vi las estrellas.
La forma en que sus dedos se clavaban en mis caderas cunado arrastraba mi
coño adelante y atrás sobre su polla.
Los desenfrenados gemidos brotando de mi garganta al hacerme correrme
una y otra vez sobre su cama.
Las cosas que me hizo con su cara enterrada entre mis piernas.
Oh, Dios.
Cierro los ojos al sentirme humillada.
―Me utilizaste.
Cuando abro los ojos, Lev se muestra tranquilo e inexpresivo, sin
mostrar un ápice de remordimiento, y una profunda vergüenza se
retuerce en mi estómago. Aquella noche no significó nada para él, y yo
fui una tonta al pensar lo contrario.
―Wilson había desaparecido ―dice―. Tú no lo hiciste. Si había una
posibilidad por la que pudieras llevarme hasta él, tenía que aprovecharla.
―Pero te dije en el avión que no sabía dónde estaba.
―No sabía si mentías o no. Por lo que sabía, me estabas contando
una historia que Wilson y tú habíais urdido como parte de la treta.
Mi estómago se hunde.
―Has jugado conmigo.
―Era necesario hacerlo ―me dice, sin mostrar aún ningún
remordimiento, y siento cómo la oleada de emoción que llevo dentro se
estrella y se hace añicos contra mi corazón.
―Entonces, maldita sea, ¿qué esperabas, que se me escapara algo con
tu cara enterrada entre mis muslos? ―estallo antes de tener el sentido
común de detenerme. Ya es suficientemente malo que haya jugado
conmigo como si fuera un peón, no quiero que sepa lo mucho que duele.
―¿Qué mierda? ―Wilson decide finalmente decir algo. Y tiene la
audacia de parecer cabreado.
Le lanzo una mirada sombría.
―Tres palabras, gilipollas. Laura y las otras.
Retrocede y vuelvo a dirigir mi aguda mirada a Lev. Porque ahora
mismo, el dolor que Wilson me causó no es nada comparado con la ira
que siento hacia Lev.
Mi barbilla tiembla porque, maldita sea, creí que este hombre era
algo especial, un ligue secreto de una noche que me hizo sentir deseable y
especial cuando más lo necesitaba.
Pero resulta que Lev Zarkov es algo totalmente distinto.
15

Lev

Las personas son criaturas tan predecibles. Y mi habilidad para


reconocer esa previsibilidad me ha sido muy útil en la lucha empresarial,
por no mencionar como Pakhan. Es más fácil protegerse cuando puedes
ver venir el ataque.
Por ejemplo, Wilson: Sabía que solo sería cuestión de tiempo que
volviera a la ciudad. Tiene mucho aquí para dejarlo atrás para siempre.
Y estaba en lo cierto. Salió del agujero en el que se escondía y fue
descubierto por uno de mis hombres en una cafetería de West Town hoy
a primera hora. Sabía que intentaría ponerse en contacto con Brooke esta
noche al amparo de la oscuridad, así que volé de vuelta a Chicago y me
hice cargo personalmente de los hombres que vigilaban su apartamento.
Quería estar allí cuando el mudak jugara su siguiente carta.
Desde el Escalade negro aparcado en la calle, vi la señal enviada a
mi teléfono por cortesía de las cámaras ocultas que uno de mis hombres
había instalado en su apartamento y sus alrededores mientras estábamos
en Nueva York follando salvajemente hasta altas horas de la madrugada.
Fue a través de esta cámara como vi a Wilson colarse en el
apartamento esta noche. Le vi arrastrarse hacia su dormitorio y mirarla
fijamente mientras dormía en su cama durante un par de inquietantes
minutos. Mi mano se cerró en un puño, observándole, esperando a que
me diera otra razón para meterle una bala en la cabeza. Pero no intentó
nada con ella. En lugar de eso, cerró la puerta, se alejó y empezó a
destrozar las cajas llenas de pertenencias de Brooke que había en el salón.
El plan era esperar a que saliera del piso antes de detenerlo. Pero
cuando vi que se alzaba sobre ella y la empujaba contra la pared, no lo
dudé.
Ahora tengo mi arma apuntándole, y tengo casi la intención de
cortarle las dos manos antes de meterle una bala en la cabeza por ponerle
las manos encima a Brooke. Pero por muy atractiva que sea la idea, no
puedo hacerlo delante de ella. Sería demasiado fuerte.
Lo que hace que este sea el día de suerte de Wilson. Conseguirá lo
que nadie más que se haya cruzado conmigo: una segunda oportunidad.
―Déjame decirte cómo va a desarrollarse esto ―le digo―. Vas a
recuperar el pendrive y, para asegurarme de ello, me llevo a Brooke
conmigo.
Los grandes ojos de Brooke se agrandan y me recuerda a los conejos
de las nieves que salpican el paisaje invernal de la finca de mi familia allá
en Rusia. Grandes ojos color café. Carita dulce. Inocente pero astuta.
Me clava esos grandes ojos.
―¿Perdona?
―Tu prometido tiene una semana para conseguirme el pendrive y,
por motivos de seguridad, te mantendré conmigo.
Su boca se abre con incredulidad y lleva las manos a sus caderas.
―Aclaremos un par de cosas, imbécil. En primer lugar, Wilson no es
mi prometido. Es mi ex prometido. EX. ―Me fulmina con la mirada―. En
segundo lugar, no puedes retener a la gente. Y menos a mí. Estás loco si
crees que voy a ir a ninguna parte contigo.
―Bien. ―Levanto el brazo y apunto con la pistola a la frente de
Wilson―. Como quieras.
Wilson retrocede.
―Por favor, no me dispares.
En tanto Brooke, quien hace unos segundos se mostraba tan
inflexible, cambia rápidamente de actitud.
―¡Espera! ―grita―. No le hagas daño.
―Aquí hay dos opciones, zayka. O vienes conmigo y tu prometido...
perdón, tu ex prometido... conserva su cerebro intacto, o vuelves a decirme
que no y pinto las paredes con su materia gris. Y permíteme añadir una
advertencia, en la segunda opción también vendrás conmigo, porque no
dejo testigos.
Me mira como si estuviera deseando que entrara en combustión
espontánea.
―¿Por qué no me matas a mí también? ―pregunta ella. Lo cual,
tengo que admitirlo, me sorprende. La mayoría de la gente no se atreve a
cuestionarme en los mejores momentos, y mucho menos cuando tengo un
arma apuntando a alguien.
―Mi consejo es que no cuestiones mi generosidad. La noche aún es
joven.
Sus ojos me lanzan mil dagas. No me tiene miedo. Interesante.
―Entonces, ¿qué va a ser? ―pregunto.
Los segundos pasan lentamente. Mira a Wilson, tembloroso sobre
sus botas, y luego vuelve a mirarme a mí con una expresión de absoluta
confusión en su rostro. Está acorralada, sin saber qué hacer.
―¿Y bien? ―Alzo una ceja.
―Bien ―responde ella―. Lo haré. Pero únicamente si me prometes
que no nos harás daño a ninguno de los dos.
No soy de los que tranquilizan a nadie en este tipo de situaciones,
pero ahora me encuentro tranquilizándola a ella.
―Si me consigue mi pendrive en la próxima semana, entonces ambos
permaneceréis ilesos.
Envía a Wilson una mirada suplicante. Por favor, no me falles.
Pero conozco a los hombres como Wilson. Defraudaría al mundo
entero si con ello se ahorrara un momento de incomodidad. No espero
que cumpla su parte del trato porque es previsiblemente un defraudador.
Entonces, ¿por qué hago esto si conozco el inevitable desenlace?
Porque, por mucho que quiera negármelo a mí mismo, aún no he
terminado con Brooke y quiero explorar lo que eso significa.
Bajo el arma.
―Entonces, ¿tenemos un trato?
Sus hombros se suavizan y asiente, derrotada.
Bien.
Luego, alejándose de nosotros, corre al baño a vomitar.
16

Brooke

Me echo agua en la cara en el baño y espero a que se me pasen las


náuseas. Lev aparece en la puerta y levanta una ceja al ver la escena: yo
inclinada sobre el lavabo con la cara goteando. Sin duda me ha oído
hablar de la cena de esta noche.
―¿Te encuentras mal? ―pregunta.
―Estoy a punto de ser secuestrada.
―No te van a secuestrar. Te han dado a elegir.
―Dijiste que de cualquier forma me iría contigo esta noche.
―Correcto. El segundo escenario implicaría sin duda tu secuestro,
pero como elegiste correctamente, en este escenario no.
No puedo evitarlo. Pongo los ojos en blanco. Sé que debería tenerle
miedo. Diablos, lo supe en el avión. Sin embargo, eso no me impidió dejar
que me bajara las bragas y me follara constantemente durante las doce
horas siguientes. Y tampoco me impide ahora hacerle saber lo que pienso
de él y del que me haya utilizado, cuando en realidad debería callarme.
―Me has utilizado.
―Era un medio para conseguir un fin ―responde imperturbable.
―Eso te convierte en gilipollas.
―No es lo peor que me han llamado.
―Bien, me alegro por ti. Seguro que tu madre está muy orgullosa.
―Lo dudo. Está muerta.
Maldita sea. ¿Por qué eso me hace sentir mal? Quiero decir, hola,
estamos en medio de un secuestro.
―Nos vamos ―dice secamente.
―Necesito vestirme.
Su mirada recorre mi cuerpo apenas vestido.
―Tenemos poco tiempo, Srta. Masters.
―Pero necesito recoger algunas pertenencias...
―No te vas de vacaciones ―me recuerda, y un escalofrío serpentea
por mi espalda.
De repente se me ocurre que, si Lev está aquí dentro conmigo,
entonces ha dejado a Wilson solo en el salón. La esperanza florece en mi
pecho. Con suerte, ha llamado a la policía y se están preparando para
asaltar este apartamento mientras hablamos.
Pero cuando sigo a Lev de vuelta a la sala de estar, está vacía.
Oh Dios, lo ha matado.
Escudriño la habitación, buscando el cuerpo de Wilson.
―¿Dónde está? ―pregunto.
―Si es inteligente, habrá ido a buscar mi pendrive.
Mis ojos se dirigen a Lev.
―¿Se ha ido?
Justo cuando pensaba que no podía sentirme más defraudada por
Wilson, una nueva oleada de decepción se abate sobre mí. Acaba de
dejarme aquí con este psicópata para que me haga Dios sabe qué.
Por un momento, me parece ver algo parecido a empatía en el rostro
de Lev. Pero cuando parpadeo, desaparece, y podría darme una patada
por haber pensado semejante cosa. Este hombre no conoce la empatía, y
sería prudente que lo recordara.
―¿Puedo al menos ponerme algo de ropa? ―pregunto, bajando la
mirada hacia mi camiseta de tirantes y mis pantaloncitos de dormir.
Lev asiente, y yo me giro para entrar en mi dormitorio. Pero antes
que pueda siquiera pensarlo, corro hacia el dormitorio y cierro la puerta
de golpe, echando el pestillo tras de mí. Mi teléfono está en la mesilla de
noche. Si consigo hablar con la policía, quizá pueda poner fin a esta
pesadilla. Pero solo llego a coger el teléfono cuando la puerta se abre de
golpe y Lev se abalanza sobre mí. Coge mi teléfono y se lo mete en el
bolsillo.
―¡Imbécil!
―Me decepcionas, zayka. Creí que eras más inteligente.
Voy a darle una bofetada, pero me agarra de la muñeca y aprieta.
―Tendrás que controlar esos impulsos de luchar contra mí si quieres
que los próximos siete días transcurran sin sobresaltos. ―Sus ojos se
encienden―. Fuera del dormitorio, al menos.
Mis mejillas se ruborizan y me estremezco al mirarlo fijamente
―Eres un monstruo.
Me suelta.
―Me han llamado muchas cosas en mi vida. Tendrás que inventar
algo un poco más creativo que eso si quieres que caiga donde pretendías
que cayera.
Le lanzo una mirada sucia al tiempo que froto mi muñeca.
―¿Por qué no me sorprende?
Pero Lev permanece imperturbable y muy serio.
―Ahora que ya te has desahogado, vístete.
―Bien ―digo, desesperada por un momento de paz que me permita
serenarme. Pero Lev no se mueve―. ¿Vas a quedarte ahí parado?
―Así parece.
―¿Un poco de intimidad?
―¿Por qué? ―Levanta una ceja―. No es que no lo haya visto antes.
Un arrebato de ira recorre mi piel.
―Eres un auténtico gilipollas.
Se acerca un paso más, amenazante hasta elevarse sobre mí.
―Y deberías hacer bien en recordarlo, Srta. Masters.
Miro sus oscuros ojos y no veo nada del Lev con el que pasé la
noche, y es entonces cuando me doy cuenta con absoluta seguridad que el
hombre que me proporcionó una de las noches más excitantes de mi vida
nunca existió para empezar. Era simplemente un monstruo con un disfraz
ante el que fui lo suficientemente crédula como para caer.
Mantengo la boca cerrada porque estoy demasiado enfadada para
hablar, me deslizo sobre unos vaqueros, una camiseta, una chaqueta y
unos zapatos antes de seguir a mi secuestrador fuera del apartamento.
Rompo mi silencio conforme lo acompaño por la escalera.
―¿Adónde vamos?
―Tengo un coche esperando para llevarnos a un lugar seguro.
―Que, como siempre, no me dice nada ―murmuro.
Llegamos al final de la escalera, y Lev me acompaña hacia un
Escalade negro aparcado en la calle, justo en las sombras. Me detengo,
repentinamente muy asustada. Si subo a ese coche, puede que nunca me
vuelvan a ver.
―Vamos, Srta. Masters. ―Lev aferra mi codo, pero me aparto de él.
No puede tocarme, no me importa lo grande y asustadizo que resulte.
―Quítame las zarpas de encima ―le digo furiosa.
A lo que él hace caso omiso.
―Las cosas te resultarán mucho más fáciles si haces lo que te digo.
Me encojo de hombros liberándome de su contacto y dando un paso
apresurado para alejarme de él, lo que me envía directamente a la dura
figura de un hombre situado en las sombras.
Es un gigante. Mide dos metros aproximadamente, con unos ojos
azules intensos y una expresión vacía. No dice nada al mirarme y, por
enésima vez esta noche, siento que el miedo me recorre la espalda. El
gigante abre la puerta del Escalade y gruñe para que suba. Temerosa de
lo que pueda pasar si no lo hago, me deslizo dentro y Lev sube detrás de
mí.
―¿A dónde me llevas? ―le pregunto, mientras veo al gigante subir al
lado del conductor y arrancar el coche.
Como Lev no contesta, me vuelvo para mirarle.
―He accedido a tus exigencias. Al menos podrías decirme dónde me
llevas.
Saca una botella de agua del respaldo del asiento que tenemos
delante y me la tiende. Pero yo cruzo los brazos, desafiante.
―Cógela ―exige, y hay una agudeza en su voz que resulta bastante
aterradora. Le miro, deseando que mis globos oculares pudieran disparar
balas―. Después de vaciar tu estómago, supongo que la querrás ―añade.
Y tiene razón. Siento la boca seca y me duele el estómago. La acepto
con desgana y bebo un sorbo con cautela. Pero estoy tan sedienta que
engullo hasta que la botella está casi vacía.
Mientras tanto, Lev observa todos mis movimientos.
―Ahora, ¿me dirás dónde me llevas? ―pregunto, pasándome el
dorso de la mano por los labios.
Se lo piensa un momento antes de clavar sus ojos oscuros en los
míos.
―A algún sitio privado y tranquilo. ―Donde nadie pueda oírte
gritar.
17

Brooke

Un jet privado nos espera en la pista. El hombre gigante entrega las


llaves del coche a otro hombre, y los tres subimos a bordo. Durante una
fracción de segundo, olvido la razón por la que estoy en este avión y miro
asombrada el lujoso interior. Asientos de suave cuero. Sofás mullidos y
aterciopelados. Moqueta lujosa. Cromo reluciente. Un techo
retroiluminado por líneas de luces. No parece un avión. Parece la suite de
lujo de un hotel de cinco estrellas.
Me encojo en uno de los asientos de cuero maravillosamente suave y
miro por la ventanilla hacia la oscuridad, negándome mirar a Lev y al
gigante que ocupan sus asientos a mi lado y detrás de mí,
respectivamente. El ambiente en el avión es tenso. Este no es un viaje
divertido. Me están secuestrando.
Sin embargo, para mi sorpresa, hay servicio durante el vuelo. Una
despampanante morena con blusa de seda blanca y falda tubo negra me
ofrece desde agua con gas y champán hasta una comida completa con
opciones que incluyen pollo poulet de bresse a la crème o tagliata de
ternera con aliño cremoso de cavolo nero, a pesar de ser cerca de
medianoche y, por lo que veo, un vuelo de última hora.
¿O este era el plan de Lev desde el principio? Irrumpir en mi
apartamento y robarme la vida durante siete días. Pero entonces se me
ocurre que quizá era a Wilson a quien iba a secuestrar de vuelta a Nueva
York para poder hacer buen uso de la pistola que guarda asegurada en la
chaqueta de su traje. Pero ¿por qué secuestrar a Wilson solo para matarlo
en Nueva York? No tiene sentido.
Oh Dios. Arma. Secuestro. ¿Realmente estoy teniendo esta
conversación conmigo misma?
Mi mente repasa cada detalle de lo que ha ocurrido en mi salón hace
apenas una hora, intentando dar sentido tanto a lo que me está
sucediendo y a quién demonios es realmente Lev Zarkov.
Siento su mirada penetrante clavada en mí, y eso solo hace que me
encoja más en el asiento, como si esos centímetros que me separan de él
fueran lo más preciado del mundo.
¿Cómo he podido dejar que este monstruo me pusiera las manos
encima? Ese pensamiento me provoca una nueva oleada de náuseas, y
tengo que correr al baño de la parte trasera del avión, donde arrojo el
agua que Lev me dio en el coche.
Oh mierda, ¿había algo en el agua?
¿Me ha drogado ese hijo de puta?
Otro espasmo golpea mi estómago, y vomito en el inodoro,
seguidamente me desplomo contra la pared de mármol, cubriendo mi
rostro hasta que se me pasan las náuseas.
La azafata llama a la puerta.
―¿Se encuentra bien, Srta. Masters? ¿Necesita ayuda?
Sí, por favor, llama al equipo SWAT de Nueva York para que se reúna con
nosotros en la pista cuando aterricemos.
―Estoy bien ―respondo, obligándome a ponerme en pie.
Cuando abro la puerta, me lanza una mirada empática.
―Estamos a punto de despegar. ¿Necesita ayuda para volver a tu
asiento?
―No, gracias. Me las arreglaré. No se me da muy bien eso de volar.
―El Sr. Zarkov lo ha mencionado, así que le he preparado
Biodramina ―me dice. Hago una pausa, sorprendida porque Lev haya
advertido mi miedo a volar. Ah, pero qué diferentes son las cosas desde
nuestro último vuelo juntos. En aquel vuelo, me besó a pesar del miedo.
Esta vez, ha organizado mi medicación y mi secuestro.
―¿Se encuentra mejor, Srta. Masters? ―me pregunta cuando paso a
su lado.
Ignoro su pregunta y me niego a mirarle a propósito cuando tomo
asiento.
La azafata vuelve con agua, galletas, una pastilla de Biodramina y
una bolsa para el mareo. Estupendo. No solo me están utilizando como
seguro para que el criminal gilipollas que organizó todo esto recupere su
dinero, sino que tengo que sufrir la humillación de no tener control sobre
mi propio cuerpo delante de él gracias a mi miedo a volar. Me tomo la
pastilla y la mitad de la botella de agua e intento ignorarlo.
―Bien, quizá ahora podamos seguir adelante ―me dice fríamente. Le
lanzo una mirada fulminante, pero lo único que consigo es que esos
preciosos labios se muevan divertidos.
Oh, cómo le odio.
El avión comienza a funcionar, mi miedo aumenta
considerablemente y dejo escapar un gemido ahogado. Mis manos se
agarran al reposabrazos y cierro los ojos con fuerza, deseando
tranquilizarme, pero sin conseguirlo. Comenzamos a avanzar por la pista
y suelto otra lastimera exclamación. ¿Por qué no podía haberme disparado en
vez de obligarme a hacer esto? Entonces siento la mano de Lev sobre la mía,
y tengo tanto miedo del despegue que no me molesto en apartarla. Su
mano es cálida y extrañamente reconfortante sobre la mía, y cuando
despegamos del suelo, me agarro a sus fuertes dedos apretándolos con
fuerza.
Cuando el avión se estabiliza, es tan suave que parece que no
estemos volando, pudiendo soltar el aliento que he estado conteniendo.
Me percato que sigo aferrada a la mano de Lev y la suelto rápidamente,
apartándola como si quemara.
Se ríe entre dientes.
―Como se suele decir, Srta. Masters, hay veces en que es mejor el
diablo conocido.
Me aparto de él para mirar por la ventanilla el cielo de medianoche.
―Dice bien el diablo ―murmuro con disgusto.

Cuarenta y cinco minutos después, aterrizamos en Nueva York,


donde un Rolls Royce Phantom negro nos espera en la pista. De nuevo
me meten en el vehículo, Lev sube a mi lado y el hombre gigante, que
ahora sé que se llama Igor, conduce.
Espero que me lleven al ático de Manhattan donde pasé la noche con
el gilipollas que está sentado en la parte de atrás del coche conmigo. Pero
en lugar de dirigirnos hacia Manhattan, el coche deja atrás la ciudad, y
conducimos durante media hora antes que Igor pare y se detenga ante
dos enormes verjas de hierro forjado. Cuando se abren, avanzamos
lentamente por un largo camino blanco hacia una mansión palaciega
iluminada por focos.
Me quedo con la boca abierta. La casa y su inmaculado jardín son
magníficos. No es en absoluto la guarida del monstruo que imaginaba.
Igor se detiene en la entrada principal, y Lev y yo bajamos. Lev
habla con Igor en lo que supongo es ruso, y el hombre gigante se aleja y
se pierde de vista.
Miro fijamente la gran casa que se eleva sobre mí y rodeo mi cintura
con los brazos, sin saber cuál será mi destino una vez dentro de sus
muros. El miedo se agolpa en mi estómago al seguir a Lev escaleras
arriba y atravesar las grandes puertas de hierro forjado.
―Bienvenida a mi casa ―dice Lev.
Y es lo último que oigo.
Porque es entonces cuando mi mundo se vuelve negro y me
desmayo.
18

Brooke

Me despierto en brazos de Lev. Me carga al interior de su mansión


como si no pesara nada y, mientras vuelvo lentamente en mí, soy
plenamente consciente de la solidez de los brazos que me sostienen.
―¿Qué ha pasado? ―pregunto, aturdida.
―Te has desmayado ―me dice.
―¿Desmayado?
Nunca me he desmayado en mi vida.
Pero tampoco me han secuestrado nunca los mafiosos rusos.
Es entonces cuando me golpea. El recuerdo de haber sido
secuestrada por la Bratva.
Empiezo a forcejear entre sus brazos.
―Suéltame, gilipollas.
Sus brazos me sujetan con fuerza.
―¿Así es como va a ser? ¿Luchando contra mí en todo momento?
―Sí, ahora bájame ―exijo.
―Una cosa que aprenderás sobre mí, zayka, es que no reacciono muy
bien a las exigencias. Te bajaré cuando esté seguro que no volverás a
desmayarte sobre mí.
―Estoy bien ―digo bruscamente.
Lucho contra la fuerza de sus brazos, pero me rindo porque no soy
rival. Recuerdo lo musculoso que es su cuerpo y decido ahorrar energía.
Nos conduce a través del vestíbulo, nada menos que magnífico, con
sus techos catedralicios, su majestuosa escalera de caracol y un mar de
mármol por suelo.
Todo grita dinero y poder, desde las gigantescas lámparas de araña
hasta los enormes cuadros recubriendo las paredes doradas.
Y debo estar conmocionada o algo así, porque antes de poder
contenerme.
―Es precioso ―susurro.
Le hace gracia.
―¿No es lo que esperabas?
―Supongo que podría decirse así, teniendo en cuenta que no
esperaba nada de esto hace un par de horas, cuando estaba dormida en
mi cama. Pero ahora que me han secuestrado...
―Realmente vas a tener que superar la idea de haber sido
secuestrada.
―Bien, entonces, ¿qué tal chantajeada? ¿Te va mejor esa palabra?
Él asiente.
―Mejor.
Está tan frustrantemente imperturbable conmigo, con la situación y
con todo, que me dan ganas de gritar.
Entramos en una sala apartada del amplio pasillo y es colosal.
No puedo contener el asombro al contemplar la habitación, que
parece sacada de un castillo ruso o algo así. Como si estuviera hecha para
un zar. Esta sala parece importante, donde se toman grandes decisiones,
tanto para el bien como para el mal.
Se me eriza la piel.
Esta sala es su guarida.
La guarida del monstruo.
Lev me tumba en una chaise longue de aspecto antiguo y valor
incalculable, y me alejo de él todo lo que puedo.
Se ríe y se acerca a su escritorio, una enorme losa de rica caoba, y se
apoya en ella, cruzándose de brazos. Está tan seguro de sí mismo y
confiado que me pone enferma.
―Esta es la propiedad de mi familia ―me dice―. Aquí nací y crecí.
Pertenece a la familia Zarkov desde hace más de trescientos años. Aquí
eres una invitada y serás tratada como tal.
Habla de su casa con una calidez poco habitual, y me reconforta
porque este lugar es especial para él, así que dudo que traiga aquí a la
gente para morir.
―A cambio, espero que respetes dónde estás y con quién estás.
―La gente se preguntará dónde estoy ―digo.
―Por supuesto, y mañana podrás llamarles y decirles que te tomas
una semana de tiempo personal.
―Se supone que empiezo un nuevo trabajo.
―Ah sí, el puesto de marketing en ZeeMed.
Frunzo el ceño. ¿Cómo puede...?
Ah, es verdad, ¿cómo olvidarlo? Es un señor perverso que
probablemente supo todo sobre mí en el momento en que Wilson intentó
chantajearle.
―A partir de esta noche, tu nuevo puesto en ZeeMed queda en
suspenso.
Me siento con la espalda recta.
―No puedes hacer eso.
―¿O qué, volverás a llamarme gilipollas?
Sonríe y me dan ganas de arrancarle de un puñetazo la diversión de
sus hermosos labios.
―Me alegra tanto que te parezca tan jodidamente divertido.
Se levanta y camina hacia mí, imponiéndose como el monstruo que
es.
―No tienes ni idea.
Mis hombros se hunden.
―¿Cómo te las has arreglado para dejar en suspenso mi nuevo
trabajo? Supongo que conoces a la gente de ZeeMed.
―Yo soy la gente de ZeeMed.
―¿Qué significa eso?
―La empresa es mía, Brooke.
Mis ojos se mantienen abiertos al moverse por la sala, a medida que
más piezas encajan en su sitio.
De nuevo, mi estómago se hunde.
―¿Tú me hiciste la oferta de trabajo?
―Sí.
―¿Por qué tomarse la molestia de ofrecerme un trabajo y hacerme
trasladar mi allí vida? ¿Qué sentido tenía todo aquello? ―Mis ojos se
entrecierran―. ¿Fue solo para joderme? ¿De verdad eres tan gilipollas?
―Fue una estrategia ―dice―. Pensé que trasladarte a una nueva
ciudad podría hacer salir a Wilson de su escondite. Especialmente si los
dos estabais confabulados.
―Ya te he dicho que no sabía nada del pendrive ni del chantaje.
―No lo sabía cuando te envié esa oferta.
―Eres malvado ―le digo, apartando la mirada de él. Porque cuando
le miro solo consigo enfadarme.
No ha hecho otra cosa que jugar conmigo como un peón en una
partida de ajedrez desde que nos conocimos. Dios, le detesto.
―Podrías haberme matado y haberte llevado tú mismo a Wilson a
recuperar el pendrive.
―Quizá no soy el monstruo que crees.
Vuelvo a dirigirle la mirada.
―Oh, definitivamente eres el monstruo que creo que eres.
Hambriento de poder, egoísta, narcisista. Los gilipollas como tú no hacen
nada a menos que saquen algún provecho de ello.
―Es toda una descripción.
―¿Me equivoco?
Se acerca un paso.
―No tengo hambre de poder porque ya lo tengo. Pero tienes razón,
soy egoísta y narcisista porque puedo serlo. En cuanto a ser un gilipollas,
sigue luchando contra mí y verás de lo que soy capaz.
Me encojo de hombros. Puede que esté cabreada con él y con esta
situación obscenamente ridícula, pero tengo el sentido común de cerrar la
boca antes de meterme en más problemas.
Tranquilízate, Brooke. Esto acabará pronto.
―Para que quede claro, te quedarás aquí el tiempo que tarde Wilson
en volver con el pendrive. Estarás bien cuidada y no sufrirás ningún daño
durante ese tiempo si te portas bien. Y una advertencia. Si huyes, no hay
lugar donde esconderse. Soy un Pakhan con muchas conexiones, zayka.
Tengo amigos en lugares muy altos y amigos en lugares muy bajos, y
ambos me son igual de leales e igual de temibles.
No lo dudo.
―Haz todo esto, y puede ser una estancia agradable para ti, y
cuando Wilson regrese, entonces podréis marcharos los dos.
―Y si no lo hace
―Esperemos por el bien de ambos que lo haga.
Un frío temblor me recorre.
―¿Nos entendemos?
Asiento con la cabeza.
―Bien, ahora, deja que te acompañe a tu habitación. ¿Te sientes bien
para caminar?
Le dirijo una mirada fulminante.
―Estoy bien.
Me conduce a través de la mansión y subimos por la amplia escalera
hasta un rellano tan opulento y lujoso como el resto del lugar. Abre una
puerta y entramos en una habitación que me deja sin aliento. Tan grande
como una casa, parece una habitación digna de un rey, con techos altos
pintados y paredes doradas en oro. En el centro de la habitación hay una
cama con dosel y cubrecamas antiguos que parecen recién salidos de un
episodio de los Bridgeton. Olvídate de las cinco estrellas, esta habitación es
un diez fácil.
―Si necesitas algo durante tu estancia, no tienes más que coger el
teléfono y pulsar el uno. Te pondrán con el servicio de limpieza. ―Hace
una pausa y luego añade―, Es un teléfono interno solamente, así que no
tiene sentido que intentes llamar a nadie.
Cruzo los brazos.
―¿Quién dijo que lo intentaría?
Levanta una ceja.
―Oh, sé que lo intentarías.
Dejo caer los brazos.
―No sabes nada sobre mí.
―Ahí es donde te equivocas. Lo sé todo sobre ti. ―Se acerca un paso
más hasta que el calor de su cuerpo envuelve todo mi cuerpo, y lo único
que puedo oler es su tentador aroma, todo testosterona y almizcle y
alguna feromona que me acelera el corazón―. Sé que odias volar, pero no
tienes miedo a las alturas. Conozco el dulce sonido de tu respiración
cuando te duermes. ―Se inclina hacia delante y baja la voz hasta un
gruñido seductor―. También sé cómo suenas cuando te corres en mi polla
mientras te follo una y otra vez.
Mi piel se eriza, y la emoción que me provocan sus palabras es como
agua helada. No puedo estar cerca de este hombre porque es perjudicial para mí.
Corrijo.
Es malo.
Y punto.
Me alejo un paso de él.
―¿Algo de nuestra noche juntos significó algo? ―pregunto,
odiándome inmediatamente tan pronto como las palabras salen de mi
boca.
Los ojos de Lev recorren mi rostro, pero, como es habitual, ese rostro
apuesto permanece ilegible, hermético guardián de secretos y de las
emociones que empiezo a descubrir que él simplemente no tiene.
―Hago lo que sea para conseguir lo que quiero
Sus palabras son frías y me atraviesan. No ha podido dejar más claro
que no soy más que un medio para conseguir un fin.
Me trago el dolor, pero la humillación sigue ardiendo en mis
mejillas.
―Realmente eres un monstruo.
Sus ojos se iluminan.
―No te lo tomes como algo personal.
Me burlo.
―Oh, bien entonces. Apagaré mis sentimientos para parecerme más
a ti, Sr. Hombre Robot.
―Nuestra noche juntos no fue sobre sentimientos, Brooke. Se trató
más bien de dos personas obteniendo un placer inconmensurable la una
de la otra. Un intercambio de deseo.
―Haces que parezca una transacción comercial. Como si estuvieras
comprando comida. ―Sacudo la cabeza―. Sabes qué, lo lamento por ti. Al
menos puedo admitir que aquella noche sentí algo. No sé lo que fue, pero
hubo algo. No hablo de una relación ni de nada permanente. Estaba feliz
porque hubiera terminado. Y al mismo tiempo, pensé que había tenido
una noche especial con un desconocido lo bastante casual como para
cambiar mi vida. Sabía que no volvería a verte, pero nuestro encuentro
fue lo suficientemente especial como para ayudarme a encontrar algo
aquella noche. Una nueva versión de mí. Una versión más fuerte de mí.
Pero ahora...
―¿Pero ahora?
Mis ojos se fijan en los suyos.
―Ahora sé que la única persona que pudo recibir algo real aquella
noche fuiste tú. Porque todo lo que me diste fue un gran montón de
mierda.
Su mandíbula se tensa.
―Y múltiples orgasmos, si no me falla la memoria.
―Creo recordar que tuviste tu buena ración ―le respondo
bruscamente. Entrecierro los ojos. Odio a dónde nos ha llevado esta
conversación―. ¿Por qué te acostaste conmigo? ¿Por qué no hiciste lo que
estás haciendo ahora: secuestrarme y sacarme la información a la fuerza?
Se eriza como si le hubiera tocado un nervio. Se da la vuelta y
camina hacia la puerta.
―Fue un error de juicio por mi parte.
El dolor se me retuerce en el estómago. Oírle decir que nuestra
noche juntos fue un error de juicio me escuece más de lo necesario.
Porque es imposible que él lo lamente tanto como yo ahora mismo.
―Sí, bueno, fue el mayor error de mi vida ―respondo.
Se vuelve y sus ojos parecen oscurecerse, si es que eso es posible.
―Creo que aceptar casarte con Wilson fue el mayor error de tu vida
―me dice con crueldad.
Inclino la cabeza.
―Ese error palidece en comparación con el colosal error que cometí
cuando dejé que me pusieras las manos encima.
―Te recuerdo disfrutando de mis manos sobre ti.
―Supongo que fue un error de juicio por mi parte ―le devuelvo el
golpe.
Nos quedamos mirándonos un momento.
Miro alrededor de la habitación que va a ser mi hogar en un futuro
próximo. Se me forma un nudo en el pecho, y sé que no tiene nada que
ver con el hecho de estar prisionera y sí con el hecho que Lev me recogió
aquella noche y me folló hasta la saciedad no porque se sintiera atraído
por mí, sino porque quería averiguar dónde había desaparecido Wilson
con su pendrive.
Sale, oigo cómo se desliza el cerrojo de la puerta, me desplomo en la
cama ridículamente blanda y cómoda y me pregunto qué demonios vi
alguna vez en Lev Zarkov.
19

Lev

―Esto no tiene ningún sentido ―dice Feliks.


Estamos en mi despacho. Me encuentro detrás de la mesa y él está
sentado frente a mí, relajado, con la camisa abierta lo suficiente para que
pueda ver el medallón Zarkov que lleva en el cuello.
―¿Qué parte? ―pregunto.
―Todo. Pero sobre todo la parte en la que dejaste marchar al mudak y
trajiste a la mujer contigo. ―Feliks me mira con suspicacia―. El Pakhan
que conozco habría hecho que el pizda le entregara el pendrive con el
cañón de una pistola apretado contra la sien.
―El Pakhan que conoces no acepta de buen grado que le interrogue
alguien que no sea el Pakhan ―le digo, con un tono lleno de advertencia.
Pero Feliks no le da importancia. Sabe hasta dónde puede llegar
conmigo antes de cruzar ninguna línea, y es bastante más lejos de lo que
cualquier otro se atrevería a llegar. Es mi primo. Mi hermano Bratva. Mi
mano derecha. Mi mayor confianza. Pero, dicho esto, incluso él puede ir
demasiado lejos, y ahora mismo está bailando en el límite.
―¿Por qué no meterle una bala al mudak y seguir adelante? No hay
nada de verdadero valor en el pendrive. La única persona relacionada
con la Bratva en esa grabación es Aleks, y está muerto. El retroceso puede
ser un grano en el culo para nosotros, pero desde luego no es algo de lo
que preocuparse. ¿Por qué traer a la chica de vuelta? ―Se detiene en seco,
y sus ojos se amplían antes de esbozar una sonrisa maliciosa―. Pues, no
me jodas.
―No, gracias.
―Es un bombón, ¿no es cierto?
―Sin duda―le corrijo.
Se levanta.
―¿A dónde vas? ―pregunto.
―Tengo que ver a la mujer que ha hecho perder el sentido común al
gran Lev Zarkov.
―Siéntate ―le ordeno bruscamente.
Suspira, sentándose.
―Estás retrasando lo inevitable. Al final voy a verla.
―No si sigues presionándome ―advierto.
Cruza las piernas.
―Estás muy susceptible. Quizá alguien necesite echar un polvo otra
vez. ¿Cuándo fue la última vez que dejaste que alguien jugara con tu
pepinillo?
Sé exactamente la última vez. Brooke. Y desde aquella noche, he
pensado en ella más de lo que me gustaría admitir. Las cosas que
hicimos. La forma en que se retorcía debajo de mí. Sus gemidos. Esos
enormes ojos llenos de tanto ardor y puestos del revés cuando se sumía
en uno de los muchos orgasmos que liberaba alrededor de mi polla.
Frunzo el ceño.
―Si vuelves a llamarlo pepinillo, te pego un tiro.
Elude la amenaza.
―Todo trabajo y nada de juego te convierte en un Pakhan muy
frustrado sexualmente. ¿Por qué no visitamos uno de los clubes?
Encuentra algún coño al que adorar durante la noche. Necesitas
divertirte.
Rara vez tengo tiempo de divertirme. Y menos de ese tipo.
A diferencia de mi primo, que siempre está dispuesto a pasárselo
bien. Mujeres. Hombres. No tiene preferencias.
―O podrías follártela y mandarla a paseo. ¿O está demostrando ser
inmune al viejo encanto Zarkov?
Guardo silencio, y Feliks lee ese silencio como un libro.
―¿Ya te la has follado? ―Sonríe con orgullo―. Perro viejo cachondo.
―Suficiente con lo de viejo ―murmuro.
Joder, ¿por qué me metí en esta conversación con él? Solo volverá
para darme una patada en el culo.
Sonríe.
―Gracias a Dios que ese lazo ya no está.
―¿Qué lazo?
―La soga de no mujeres que te colgaste al cuello cuando te convertiste
en Pakhan. Te ha convertido en un chico muy aburrido. Entonces, ¿por
qué ella?
―Fue un lapsus momentáneo de razonamiento ―digo, restando
importancia el que no haya podido sacarme a Brooke de la cabeza desde
nuestra noche juntos―. Y uno que no tengo intención de repetir.
―¿Y ahora qué vas a hacer con ella?
Buena pregunta.
Sé lo que me gustaría hacerle. Me gustaría empuñar su largo y
sedoso cabello, echar su cabeza hacia atrás y besarla hasta que vea las
putas estrellas. Recordarla con aquellos minúsculos pantaloncitos y
camiseta de tirantes hace que mi polla palpite, deseando arrancar cada
prenda de sus deliciosas curvas y pasar la noche enterrado en su interior.
Pero eso no es posible.
―Mi interés por ella es puramente profesional ―miento. Mi interés
por ella es puramente carnal, pero pasaría un frío día en el infierno antes
de admitírselo a mi primo. Simplemente se excitaría con ello o algo igual
de molesto―. Una segunda vez no es una opción.
―Aunque quizá deberías hacerlo, pero esta vez sácatela de encima y
deja todo esto atrás.
Ojalá fuera tan fácil. No sé qué tiene esta mujer que me empuja a
romper mi propia regla de no mujeres.
―No ―digo.
No mentía cuando le dije a Feliks que mi noche con Brooke fue un
lapsus momentáneo. Tiene razón. Debería haberle metido una bala en la
cabeza a Wilson por intentar chantajearme y acabar de una vez.
Pero desde aquel momento impulsivo en que decidí coger el avión a
Nueva York con Brooke, he sido víctima de una serie de cuestionables
decisiones, todas ellas de mi propia cosecha ya que no puedo quitarme de
la cabeza esos malditos ojos de conejita de las nieves.
―Supongo que esto tiene su lado bueno ―dice―. Siempre puedes
matar dos pájaros de un tiro.
―¿Qué quieres decir?
―Necesitas una esposa. Te ayudará a curar la grieta que se ha
formado desde que asumiste el papel de Pakhan en lugar de tu tío.
Le dirijo una mirada mordaz indicándole que no me interesa volver
a tener esta conversación. Lleva semanas insistiéndome en que busque
esposa y tenga un heredero, y enumerando todas las razones por las que
debo hacerlo.
Pero no puedo negar que tiene razón. La grieta en la Bratva es mi tío
Vadim y su continuo resentimiento por no haber sido elegido Pakhan. No
obstante, a pesar de haberse ganado la confianza de la mayoría de los
miembros de la Bratva Zarkov, aún quedan algunos de los Vory de la
vieja escuela que comparten su creencia acerca de mi juventud e
inexperiencia para ocupar el lugar de mi padre. Incluso después de doce
meses demostrándoles que están equivocados y haciéndoles a todos más
ricos, la grieta permanece, y siento que la Bratva se inquieta cada vez
más. He oído sus quejas de anteponer los beneficios a la familia. Por
encima de la Bratva. Lo cual va en contra de los viejos valores.
Mi instinto me dice que si no reparo completamente la grieta de una
vez por todas, Vadim podría finalmente disputarme el puesto.
El cual le daré sobre mi cadáver.
Para evitar el motín, tengo que encontrar la forma de casar las
nuevas formas de hacernos ricos a todos con las viejas formas de dar
prioridad a la familia.
Una esposa y un heredero ayudarían a convencer a los Vory de la
vieja escuela que valoro a la familia por encima de la riqueza y el poder
sustanciales que he añadido al nombre Zarkov en los últimos doce meses,
desde que me convertí en Pakhan. También pondría a un heredero entre
el tío Vadim y el trono.
Pero una esposa y un heredero siempre han estado a años vista.
―La amenaza es real ―dice Feliks con sobriedad―. Tienes que
considerar esto inmediatamente.
―¿No tienes otro sitio en el que estar que no sea aquí tocándome los
cojones? Ahora mismo no quiero pensar en una novia para la Bratva ni en
un heredero.
Tengo asuntos más urgentes que resolver. Como la inminente fecha
límite para el nuevo medicamento contra la demencia que ZeeMed
lanzará en otoño. Los ensayos están siendo muy positivos, los resultados
parecen buenos, pero aún no está listo, y empiezo a impacientarme. Hay
mucho en juego para que este medicamento tenga éxito. Más de diez mil
millones de dólares de beneficios.
―Alguien está de un humor especialmente irritable esta tarde ―dice
Felik, poniéndose en pie y caminando hacia mi mesa.
Feliks ha estado conmigo desde el principio. Crecimos juntos.
Ambos somos hijos de hombres importantes de la Bratva. Juntos
navegamos por los tormentosos años entre ser dos adolescentes
calenturientos con una sola cosa en la cabeza, y convertirnos en hombres
con mucha más responsabilidad sobre nuestros hombros. Cuando asumí
el papel de Pakhan, era lógico que él estuviera a mi lado. No confío en
nadie más que en él.
A veces le envidio. Antes que mataran a mi familia y me convirtiera
en Pakhan, yo era igual que él. Despreocupado. Frívolo. Como si no me
importara nada.
Pero esa vida hace tiempo que se fue, y esa versión de mí está tan
lejos en el pasado que ni siquiera puedo recordar lo que se sentía siendo
él.
20

Brooke

Durante veinticuatro horas, me ha dejado revolcarme en mi ira sin


que le viera ni supiera nada de él.
Una mujer mayor me trae comida en una bandeja. Al principio, no
como, así que cada vez que me trae una bandeja nueva, tiene que llevarse
la que no he tocado.
Pero al final, mi estómago protesta y decido que mejor no añadir el
hambre a la creciente lista de cosas que odio de estar secuestrada.
Así que como y me paso las siguientes horas soñando con todas las
formas diferentes en que podría matar a Lev Zarkov.
Varios escenarios incluyen estrangularle con su propia corbata,
empujarle de un vehículo en marcha, dispararle con su propia pistola y
hacerle aguantar sin dormir durante días hasta que pida clemencia y
caiga desplomado en el suelo. Pero entonces recuerdo que Lev no lleva
corbata, que su coche tiene seguro para niños, que nunca he disparado un
arma en mi vida y que, si nuestra única noche juntos sirve de indicativo,
Lev Zarkov tiene la resistencia de un Dios.
Cuando empiezo a sentir que las paredes se cierran sobre mí,
aprovecho el magnífico cuarto de baño anexo a la habitación y me doy
una ducha. Como todo lo demás de la casa, es enorme y opulento, con
suelos y paredes de mármol, y grifos y apliques dorados. Por no hablar
de la mejor presión de agua de Nueva York.
También está totalmente equipado con una serie de artículos de
aseo, así que puedo lavarme los dientes.
Después, me coloco bajo el constante caudal de agua caliente
dejando que masajee la tensión de mis hombros. Hay champú,
acondicionador y un jabón corporal perfumado que me recuerda a los
rayos del sol y los días de playa.
Pero por muy agradable que sea la ducha, no es suficiente para
evitar el pánico que siento crecer en mi interior al secarme y volver a
vestirme.
Justo cuando estoy a punto de empezar a rebotar de aburrimiento
contra las paredes, se abre la puerta de mi habitación y aparece una mujer
joven. Vestida con un traje negro de servicio doméstico, entra cargada con
una gran bolsa y cierra la puerta tras de sí.
―Hola, me llamo Enya. Pertenezco al personal de limpieza del Sr.
Zarkov. Encantada de conocerte.
―Hola ―respondo torpemente―. Soy Brooke.
―Oh, lo sé. ―Sonríe dulcemente, y aparecen dos hoyuelos a ambos
lados de sus labios carnosos―. El señor Zarkov me pidió que te trajera
algo de ropa. Me dijo que la compañía aérea había extraviado tu equipaje
y que necesitarías algo de ropa durante tu estancia. Pedí a un par de
tiendas de ropa algunas prendas que podrían gustarte. Espero que te
queden bien.
―Seguro que son perfectas, gracias. Por curiosidad, ¿cómo supiste
mi talla?
―El Sr. Zarkov ―dice ella con pura inocencia―. Me dijo que lo sabía
por experiencia.
Mis mejillas arden. Imbécil.
―Nos conocimos en un vuelo a Nueva York, y debí de
mencionárselo ―digo, restando importancia a nuestro encuentro.
Pero tengo la sensación que Enya no es tan fácil de engañar. Sin
embargo, la dulce joven se limita a sonreír y me entrega la bolsa de ropa.
―Dime si quieres que mande a buscar algo más.
Mi cabeza da vueltas. ¿Sabe esta encantadora muchacha de rostro
dulce y palabras amables que el Sr. Zarkov es un monstruo que hace
apenas veinticuatro horas apuntaba con una pistola a la cabeza de mi ex
prometido y que estuvo a punto de dispararle si no accedía a sus
absurdas exigencias?
―Enya, necesito salir de aquí. ¿Puedes ayudarme?
Su sonrisa no vacila.
―¿Quieres marcharte? Pero si acabas de llegar. El Sr. Zarkov dijo que
te quedarías una semana.
―Lo sé, pero ha habido un cambio de planes. ¿Puedes ayudarme?
He tenido tiempo para pensar y es absolutamente necesario que
salga de aquí. Y tan pronto como me ponga a salvo, llamaré a la policía.
Seguro que pueden hacer algo. Quizá pueda entrar en protección de
testigos o algo así.
Entonces las palabras de Lev me vienen a la memoria, y un frío
pavor recorre mi espalda.
Si huyes, no hay lugar donde esconderse. Soy un Pakhan con muchas
conexiones, zayka. Tengo amigos en las altas esferas y amigos en las bajas esferas,
y ambos me son igual de leales e igual de temibles
¿Esas conexiones se extienden a la policía de Nueva York?
Probablemente. Pero al menos tengo que intentar desenredarme de
este lío, y espero que esta dulce jovencita pueda ayudarme.
Pero esa esperanza se desvanece cuando un ceño fruncido cruza su
rostro.
―Me temo que no puedo hacerlo. Acabo de ver al señor Zarkov, y
sus instrucciones fueron muy específicas.
Siento que la esperanza se apaga en mi cuerpo.
―¿Y cuáles eran esas instrucciones? ―pregunto.
―Traerte ropa limpia. ―Su rostro esboza otra gran sonrisa―. Y
decirte que te reúnas con él en su estudio.
21

Lev

Miro fijamente la página de Facebook en mi portátil.


Redes sociales. Es increíble lo que la gente pone ahí sin pensar. Lo
que comen. Con quién están. Dónde trabajan. Todo lo banal que no queremos
saber de ellos, justo ahí, delante de nosotros.
Aunque no puedo negar lo útil que ha llegado a ser cuando
queremos saber más sobre las personas. Dónde están. Cómo podemos
encontrarlas. Quiénes son sus seres queridos.
A Brooke, en cambio, no le gusta compartir. Sus publicaciones son
escasas y ofrecen muy poca información. Bueno, al menos para el ojo
inexperto.
Lo cual es irónico tratándose de una directora de marketing.
La mayoría de sus posts son de ella con sus amigas. Saliendo a cenar.
Compartiendo cócteles. Solo hay un par de publicaciones en las que
aparece Wilson, y en ellas no parece tan feliz como en las que incluye a
sus amigas. No hay brillo en sus ojos. Y su sonrisa parece forzada.
No puedo decir que la culpe.
Recorro su Facebook hasta que encuentro una publicación en
particular. Es un post que he mirado mil veces desde que lo vi por
primera vez. En la foto, mira por encima del hombro como si alguien la
hubiera llamado por su nombre, y en ese segundo, me parece la criatura
más hermosa que he visto en el mundo.
Igual que el día que la vi por primera vez.
Recuerdo el momento porque está grabado a fuego en mi alma.
Acababa de disparar a Aleks, y durante el viaje de regreso al hotel,
Feliks me informó que Wilson se había largado de la ciudad, dejando a su
novia en el altar.
Así que fui a su apartamento para verlo con mis propios ojos y la vi
salir del coche vestida de novia y llevando aún el ramo. Antes de
desaparecer, se giró y mirando por encima del hombro, como si supiera
que estaba allí, y vi su rostro por primera vez. Fue como si un rayo cayera
sobre mi pecho y enviara una carga eléctrica a mi cavidad torácica. Me
recosté, estremecido por su hermoso rostro. Aquellos grandes ojos de
conejita. Aquellos labios. Y entonces supuse que era imposible que
Wilson no regresara. Porque no era un rostro que pudiera olvidarse.
Regresaría. Y cuando lo hiciera, estaría esperándole.
Pero la paciencia no es mi fuerte. Por eso cuando los hombres que
estaban vigilando el exterior de su apartamento se pusieron en contacto
conmigo y me informaron que había huido al aeropuerto a la mañana
siguiente, decidí que había llegado el momento de intervenir.
Me gustaría decir que fui allí porque creí que ella sabía dónde estaba
Wilson e iba a sonsacárselo de un modo u otro. Quisiera decir que
compré aquel billete de primera clase y utilicé mi poder y mi nombre
para conseguir el asiento junto a ella, aunque ya estuviera ocupado,
porque era un medio para conseguir un fin.
Pero al igual que mis razones para traerla aquí...
Sospecho que son todas jodidas mentiras.
Llaman a mi puerta y cierro el portátil justo cuando Enya hace un
gesto a Brooke para que entre.
Nada más verme, Brooke frunce el ceño y tengo que contener una
sonrisa. Me odia y eso provoca una chispa en mi entrepierna.
Le hago un gesto, indicándole que tome asiento.
―Siéntate.
Pero ella se cruza de brazos y levanta la barbilla.
―Estoy bien aquí.
Sonrío y me levanto de la silla, me muevo alrededor de mi escritorio
y me apoyo en el borde.
―He tomado una decisión ―digo.
―Bien por ti.
―Se trata de ti.
―Esto debería ser interesante.
―En los próximos días, me acompañarás a una serie de actos como
mi acompañante.
Sus brazos caen a los lados.
―¿Esperas que sea tu... cita falsa?
Me encanta la mezcla de sorpresa y enfado que refleja su adorable
rostro más de lo que debiera.
―Tengo varios compromisos a los que debo asistir la semana que
viene. Varios requieren que acuda con una pareja. Me acompañarás y
serás convincente como mi acompañante.
―Seguramente estás de broma ―me dice finalmente.
―Te aseguro que no es ninguna broma.
―Eres un...
―Imbécil, lo sé, pero esto sucederá Brooke, te guste o no.
Su mandíbula se endurece al considerar la situación.
―¿Puedo al menos recuperar mi teléfono?
―Y que hagas llamadas de las que solo te arrepentirás, no lo creo.
―No llamaré a la policía si es eso lo que te preocupa, pero mis
amigas podrían hacerlo si no tienen noticias mías.
―Tus amigas han recibido todos los mensajes necesarios para
mantener a raya cualquier sospecha.
Sus ojos se agrandan y se vuelven desorbitados por la ira. Lo cual,
no voy a mentir, me excita. Me recuerda la inhibida pasión que mantiene
encadenada en su interior.
Una pasión candente que sé cómo hacer aflorar en ella.
Recordarla gritando de un éxtasis desinhibido al correrse en mi polla
me pone duro.
―¿Has accedido a mi teléfono y les has enviado un mensaje?
―Por supuesto ―respondo sin disculparme, lo que no hace más que
echar leña al fuego de su ira.
―Eso es una gilipollez ―exclama.
Me limito a sonreír y noto cómo se lleva las manos a los costados.
―No creo que comprenda la gravedad de la situación, Srta. Masters.
Estás aquí porque tu prometido intentó chantajearme y, mientras estés
aquí, puedo hacer contigo lo que me dé la gana.
22

Brooke

De vuelta a mi habitación, casi dejo una marca en la elegante


alfombra del suelo con mis idas y venidas.
Le odio.
Le odio tanto que podría entrar en combustión espontánea.
Mi ansiedad aumenta con cada segundo que pasa.
Debí estar loca para estar de acuerdo con esto.
Tengo que salir de aquí. Si no lo hago, moriré.
El ataque de pánico aumenta a medida que continúo caminando por
la habitación.
Tengo que encontrar a la policía y contárselo todo.
Alargo la mano hacia la manilla de la puerta, sin esperar que gire,
pero para mi sorpresa, lo hace y la puerta se abre.
Probablemente sea una trampa. Pero me importa un bledo. Tengo
que salir de aquí.
Impulsada por el miedo y la ansiedad, salgo al pasillo y me arrastro
por la alfombra roja hasta llegar a la gran escalera. El corazón me late con
fuerza y la sangre ruge en mis oídos a medida que desciendo cada
escalón hasta el espacioso vestíbulo de mármol. Seguro que no puede ser tan
fácil, me advierte esa vocecita.
Las enormes puertas de hierro forjado están abiertas y puedo ver el
cielo azul.
Salgo disparada, cruzando el vestíbulo y atravesando las puertas.
Salgo a la luz del sol y bajo corriendo los escalones de la entrada. Hay un
coche en el camino de entrada, así que corro por un sendero hacia un
jardín inmaculadamente recortado y busco refugio entre las hileras de
lavanda. Veo salir del vehículo a varios hombres de rostros serios. Lev
aparece de la nada y los saluda. Forman parte de la Bratva. Me encojo
más detrás de las plantas de lavanda y los veo desaparecer dentro.
Esta es mi oportunidad.
Miro a mi alrededor en busca de mi ruta de escape. A través del
cuidado paisaje de lavanda silvestre y plantas perennes, veo el garaje que
hay detrás de la mansión, donde hay varios coches. Si consigo llegar a
uno y hacerlo arrancar, podré encontrar la comisaría más cercana y
contárselo todo.
Respirando hondo, empiezo a correr. El Rolls-Royce Phantom en el
que llegamos está aparcado delante del garaje y, para mi suerte, las llaves
están puestas.
Con el corazón acelerado, miro a mi alrededor, no hay rastro de los
hombres de Lev por ninguna parte y puedo saborear mi libertad.
Sin dudarlo ni un instante, me subo al Phantom y le doy al contacto.
Pero cuando arranca, Igor el gigante sale apresuradamente del garaje.
Nuestras miradas se cruzan a través del parabrisas. Sin embargo, en
lugar de estar furioso, Igor parece casi apesadumbrado cuando piso el
acelerador a fondo y me lanzo por el camino de entrada.
Mi primer obstáculo es atravesar las puertas antes que Igor avise a
seguridad y me cierren las puertas.
Justo cuando lo pienso, las puertas comienzan a cerrarse. De modo
que piso a fondo el acelerador y, gritando, cierro los ojos y me lanzo hacia
ellas, a duras penas antes que se cierren.
Empiezo a reírme. Una risa loca y maníaca.
Puedes hacerlo, Brooke. Sigue adelante hasta que encuentres una comisaría.
Aunque no tengo que buscar a la policía. Porque a ocho kilómetros
por la carretera veo un destello rojo y azul detrás de mí y me detengo.
Siento un gran alivio. Estoy a salvo.
Me detengo en el arcén y abro la puerta. Pero en el momento en que
salgo del vehículo, el agente de policía empuja sus manos hacia mí y me
gruñe pidiéndome que me detenga.
―Date la vuelta y pon las manos sobre el vehículo.
―Oficial, gracias a Dios que le he encontrado. Hay un hombre...
―He dicho que ponga las manos en el vehículo, señora.
Sus palabras tienen un tono amenazante, así que hago lo que me
dice.
―Oficial, tengo que decirle...
―Se ha denunciado el robo de este vehículo ―me dice, acercándose a
mí y agarrándome de las muñecas.
―¡Eh! ―grito cuando procede a esposarme. ―No lo entiende...
―Entiendo perfectamente.
―No, no lo entiende. Había un hombre y...
Me da un tirón, colocándome frente a él.
―Te arresto como sospechosa del robo de un vehículo.
Oigo el rugido de un coche que viene hacia nosotros a toda
velocidad. Un Lamborghini. Acelera por la carretera y se detiene detrás
del coche patrulla. Lev se baja como si no le preocupara nada en el
mundo.
―Oficial, es él, es el hombre...
―Cuyo vehículo le robaste.
―Sí, pero tenía que alejarme de él. Anoche me llevó a su casa y...
―Y cuando te despertaste esta mañana y él no mostró interés en que
fuera más que una noche, te ofendiste y le robaste el coche.
―Espera, ¿qué? No.
―No, ¿no pasaste la noche?
Le fulmino con la mirada. ¿Cuál es el problema de este tipo? Puedo
sentir como su juicio sobre mí se desprende en oleadas.
Enderezo los hombros y le fulmino con la mirada.
―Sí, pasé la noche, pero solo porque él me obligó.
Sonríe y, si no tuviera las manos esposadas, le arrancaría de un
puñetazo la petulancia de su cara.
Lev se acerca a nosotros con paso firme, y el agente le hace un gesto
amistoso con la cabeza.
―Señor Zarkov.
Lev le devuelve el saludo. Evidentemente, se conocen.
Lo que no me augura nada bueno.
En el momento en que Lev posa esos ojos oscuros en mí, una sonrisa
divertida se desliza por sus labios. Es una sonrisa que afirma haber
ganado.
Le miro con el ceño fruncido. Gilipollas.
―La encontré justo después de su llamada ―dice el agente.
―Confío en que no te haya causado demasiados problemas ―dice
Lev. Está hablando con el agente, pero su mirada oscura está fija en mí.
―No, señor.
―Entonces no creo que necesitemos las esposas, ¿verdad? ―La
perversión recorre su expresión arqueando una ceja―. Por mucho que me
guste verla con ellas puestas.
Pongo los ojos en blanco ante la insinuación. Como si no pudiera
encontrar otra razón para odiarle, me la acaba de poner en bandeja.
―Por supuesto, déjeme que me ocupe de eso por usted. ―El agente
me quita las esposas.
Decido que es ahora o nunca. Seguramente, si hago saber al agente
de policía lo que está sucediendo, tendrá que ayudarme, ¿no? Vale, quizá
no este tipo, pero si pudiera llegar a la comisaría y hablar con otra
persona, podría ser mi oportunidad de arreglar esto.
―Oficial, creo que debería llevarme a comisaría. He robado este
coche. Deberían detenerme por...
―Oye, Jonah, ¿vendrás con tu encantadora esposa a la fiesta en la
finca Zarkov el mes que viene? ―dice Lev, interrumpiendo.
El oficial sonríe.
―Sí, señor. Rita y yo no nos lo perderíamos por nada del mundo.
Llevamos esperándola desde la última.
Lev sonríe, pero se dirige directamente a mí.
―Y se lo recordarás a los demás en la comisaría, ¿no?
―No es necesario, señor. Ya sabe lo mucho que esperan asistir a sus
eventos. No piense que alguno de ellos se lo perdería por mucho dinero
que hubiera en Wall Street.
Me resisto a poner mala cara ante su evidente devoción por el
gilipollas que tengo delante.
La mirada de Lev es inquebrantable.
―Bien. Ya sabes cuánto valoro mi relación con todas las fuerzas del
orden de por aquí.
―Sí, señor. ―El agente parece complacido, pero recuerda su
profesionalidad―. ¿Está interesado en presentar cargos?
Lev arquea una ceja.
―No creo que eso sea necesario, ¿verdad, Srta. Masters?
Abro la boca y vuelvo a cerrarla. Resignada por haber ganado,
sacudo la cabeza.
―No, eso no será necesario.
―Solo fue un malentendido ―añade Lev.
―Bien, entonces, me voy ―le dice el agente, dirigiéndose a su coche
patrulla―. Le veré el mes que viene, señor Zarkov.
Lev no responde. Se limita a clavarme los ojos, y un escalofrío me
recorre la piel al ver la oscuridad que hay en ellos.
―¿Por qué me haces esto? ―pregunto en voz baja.
―Como he dicho, no es nada personal.
―Pues para mí es jodidamente personal.
Ignora mi voz agitada y mi cara de disgusto.
―Deja de luchar contra esto y puede que empieces a disfrutarlo.
―Estás loco.
―Quizás, pero no soy yo quien está librando una batalla perdida.
―Lucharé hasta que no me quede aliento.
―No puedes ganar, por lo tanto no lo intentes.
Quizá tenga razón. Quizá sea una batalla perdida y deba ahorrar
energías.
―¿Y ahora qué? ―pregunto, con la mente revuelta para idear mi
siguiente movimiento.
―Te seguiré de vuelta a la finca. ―Se acerca a su coche―. Y esta vez,
no intentes huir. Tienes suerte que te encontrara yo y no Igor. Le encanta
ese coche, y no le gusta compartirlo.
Le veo subir al Lamborghini y acelerar el motor.
Derrotada, subo al Phantom. Por un instante, pienso en darme a la
fuga y conducir hasta una zanja para que el policía no tenga más opción
que llevarme a comisaría o, al menos, llamar a una ambulancia. Pero sé
que he perdido esta batalla, y si quiero ganar la guerra, tendré que jugar
de forma mucho más inteligente que robando un coche y esperando que
todo vaya bien dándome a la fuga.
No, tendré que jugar a su juego. Y tendré que jugarlo mejor que él.
Le engañaré haciéndole creer que estoy de acuerdo con este loco plan y
luego se lo haré estallar en la cara cuando tenga pruebas suficientes para
llevarlas a las autoridades.
Enciendo el contacto, doy la vuelta al coche a desgana y sigo a Lev
de vuelta a la mansión Zarkov. Igor me espera en la escalinata de la
mansión, su inexpresivo rostro me grita de algún modo decepción e ira, y
no puedo evitar sentirme mal. Como si hubiera decepcionado a mi tío
favorito.
―No fue culpa de Igor ―digo a Lev mientras tendiéndole las llaves.
No sé por qué, pero siento la necesidad de defender al robot de dos
metros.
―Después me ocuparé de Igor ―me dice Lev bruscamente,
cogiéndome las llaves―. Una vez que me haya ocupado de ti.
23

Brooke

Una vez dentro, subo furiosa las escaleras hasta mi habitación. Lev
me sigue y cierra la puerta tras de sí.
―No puedes retenerme aquí ―le grito.
―Tienes razón. Por eso eres libre de marcharte cuando quieras.
―¿Entonces por qué llamaste a la policía?
―Como he dicho, eres libre de marcharte... solo que no en mi coche
de doscientos cincuenta mil dólares.
―Y lo de involucrar a la policía fue tu forma de demostrarme que los
tienes en el bolsillo, supongo.
―Qué astuto por tu parte ―sonríe.
Estoy tan enfadada que podría llorar.
Contrólate, Brooke.
―¿De verdad me dejarías salir de aquí? ―pregunto.
―Ya te dejé salir de aquí antes. Te vi deslizarte por el pasillo y bajar
las escaleras.
―¿Has visto eso?
―Esta casa está llena de ojos y oídos. Nada pasa desapercibido.
Entorno los ojos y lo miro
―Pero no intentaste detenerme.
―Al contrario, cuando decidiste robarme el coche, fue cuando
intervine.
―Así que, ¿si pido irme, me dejarías marchar? ¿Así de fácil?
Se dirige a la puerta del dormitorio y la abre.
―Vete si quieres. Puedo hacer que Igor te deje en algún sitio.
Aunque, después del numerito que has montado hoy, no estoy seguro
que vaya a estar muy contento contigo. El Phantom es su orgullo. Es un
poco posesivo, y tú te lo llevaste sin su permiso.
Miro hacia la puerta abierta.
Es un truco.
O Lev me está haciendo ver que, a pesar de ser libre de marcharme,
tendré que pagar las consecuencias si lo hago.
―Matarás a Wilson si atravieso esa puerta.
―Siempre hay condiciones en cualquier contrato. ―Sonríe―. Tienes
elección, zayka. Quedarte o marcharte. Si te quedas, Wilson mantendrá su
cerebro en su cabeza. Si te vas, bueno, no creo que necesite explicártelo.
Me alejo de él, frustrada. Tengo las manos atadas. Me sirvo un vaso
de agua de la jarra que hay en el aparador bajo la ventana del dormitorio.
―¿Y ahora qué? ―Me giro para mirarlo, resistiendo el impulso de
arrojarle el vaso y su contenido―. ¿Ahora que me tienes acorralada en
este rincón?
―Tienes demasiado tiempo libre. ―Camina hacia mí, ajustándose los
puños de una manga. Se detiene a poca distancia de mi posición, pero
todavía se eleva sobre mí. Su aroma me envuelve―. Quizá si te mantengo
ocupada haciendo otras cosas, estarás demasiado ocupada para
desafiarme.
Las imágenes de su rostro enterrado entre mis muslos pasan ante
mis ojos, y la lujuria canta en mi sangre.
―Ni aunque el mundo ardiera ―le digo apretando los dientes.
Se burla como si supiera que es mentira. Y lo peor de todo es que
creo que podría tener razón.
Súbitamente mareada, dejo el vaso de agua y me siento en el borde
de la cama.
―Vas muy en serio con esto.
Lev parece imperturbable.
―Como he dicho, todo contrato tiene sus condiciones. Decides
quedarte, y estas son las condiciones.
De la nada, las náuseas me golpean como una ola y tengo que correr
al baño a vomitar. Todo esto es demasiado.
Vuelvo a tener náuseas hasta que mi estómago se me vacía. Dios, ¿por qué
tengo náuseas todo el tiempo? Ah, es verdad, me han secuestrado.
Afortunadamente, Lev se queda fuera del baño, así que no tengo que
sufrir la humillación porque me vea desplomada en el suelo con la cabeza
hundida en el inodoro.
Me pongo en pie, me arrastro hasta el lavabo y me echo agua fría en
la cara. Me enjuago la boca y a continuación con el colutorio que
encuentro en el botiquín.
Me siento mejor y vuelvo al dormitorio, donde Lev está sentado en
un sillón orejero en un rincón. Parece tranquilo y sereno esperando.
―¿Te sientes mejor? ―pregunta.
En ese momento decido que le odio.
―Sí ―consigo decir entre dientes.
―¿Y supongo que te quedas?
No puedo ni hablarle, le detesto tanto. Lo único que puedo hacer es
asentir.
―Bien. ―Se levanta―. Ahora descansa un poco. Esta noche es nuestra
primera aparición pública como feliz pareja. Así que te sugiero que hagas
lo que necesites para hacer las paces con ello en tu mente.
Camina hacia la puerta, pero se detiene.
―Oh, y una pequeña cosa que harías bien en recordar, Srta.
Masters... si rompes tu mitad del acuerdo, me obligarás a romper el mío.
―Me mira fijamente con esos ojos oscuros como la noche―. Y puedo
garantizarte que te dolerá más mi parte que lo que tú puedas causarme a
mí.

Lev se marcha y tomo asiento en el borde de la cama intentando


procesar mi nueva realidad.
¿Realmente espera que simule ser su pareja?
Oh, amigo, esta situación no hace, sino que mejorar cada vez más.
Me acuesto hundiendo la cabeza en la almohada imposiblemente
blanda, con la mente luchando por procesar mi nueva situación, el cuerpo
cansado y, antes de darme cuenta, caigo en un profundo sueño.
No me despierto hasta que llaman a la puerta unas horas más tarde.
Sentada, veo entrar a Enya, con un vestido en una percha.
―Hola, Brooke. ―Sonríe dulcemente, apareciendo sus dos
hoyuelos―. Vengo para ayudar a prepararte para la cena familiar en la
ciudad.
Todavía atontada por el sueño, me froto los ojos con la palma de la
mano.
―¿Cena familiar?
Ah, sí, nuestra primera aparición pública como la feliz pareja.
Me bajo de la cama, y los hermosos ojos azules de Enya recorren mis
vaqueros y mi camiseta.
―Será una cena formal.
Me meto las manos en los bolsillos de los vaqueros.
―Cierto, lo olvidé.
Deja el vestido sobre la cama y después me pide que la acompañe al
tocador antiguo, donde empieza a cepillarme y peinarme el cabello.
―Me imagino que os lo vais a pasar muy bien ―susurra con un
entusiasmo que me gustaría poder compartir. ―Se celebra por el tío del
señor Zarkov, y habrá mucha familia.
Genial, si apenas soy capaz de lidiar con un solo Zarkov, ahora voy a estar
en una sala llena de ellos.
Enya confunde mi falta de entusiasmo con nerviosismo.
―Oh, no te preocupes, son muy agradables.
―¿Los conoces?
―No a todos. Pero Feliks y su hermano Maksim vienen mucho.
También su padre Boris, el tío de Lev. Esta noche celebran su
cumpleaños. Hay otro tío, Vadim, pero no viene a casa. No creo que él y
Lev se lleven bien. Al menos, según los rumores del personal.
―¿Qué más dicen los chismes del personal sobre el Sr. Zarkov?
Me sonríe en el espejo.
―No tienes que preocuparte por él. Lo que ves es lo que hay.
Eso es lo que temo.
Lo que veo es un monstruo.
―Mencionas a sus tíos, pero ¿y sus padres?
A Enya pierde la sonrisa.
―Ambos están muertos.
Siento las palabras tan profundamente porque sé exactamente lo que
se siente al perder a tus padres. Toco el colgante de búho de mi pulsera.
Es una pérdida que te desgarra por dentro y te hace cambiar.
―Un coche bomba hace casi doce meses ―explica Enya―. Por eso
Lev se convirtió en el Pakhan.
Mi odio hacia Lev se atenúa ligeramente. Puede que sea un
monstruo. Pero comprendo su dolor.
―Debes ser muy especial para que el señor Zarkov te lleve a una
cena tan familiar ―me dice, cambiando de tema, entrelazando un mechón
de mi cabello alrededor de una varita rizadora―. No suele ir
acompañado.
―¿No?
Ella sacude la cabeza.
―El Sr. Zarkov tampoco suele tener nunca invitados. Tú debes ser
especial.
Tan especial como para secuestrarme.
Mira a su alrededor asegurándose que nadie está escuchando a pesar
de estar solas en la habitación, y entiendo que probablemente haya
cámaras en ella. Mis ojos se dirigen a las esquinas del techo, donde veo
dos de ellas. No debería sorprenderme. Después de todo, Lev Zarkov no
es precisamente sutil en nada de lo que hace.
―He oído cómo te llama ―dice en voz baja―. Zayka.
Asiento con la cabeza.
―Así es. Pero puedes ahorrarme la traducción. Seguro que es un
insulto.
Sus ojos se agrandan
―Oh, no. Zayka, traducido al español, significa conejita.
Una extraña calidez se extiende por mi pecho. Conejita. Es algo
adorable. Contrasta mucho con la fría actitud distante de su alteza real y,
por un momento, siento que se me descongela el corazón por ello. Pero
entonces rememoro la frialdad de su voz y la forma en que me miró sin
emoción alguna cuando me dijo que nuestra noche había sido un error de
juicio, y me recuerdo que sentir algo distinto al desprecio hacia él sería
muy poco inteligente.
Una vez peinada, Enya me maquilla. Lo mantiene al mínimo. Ojos
ahumados y brillo de labios.
―Ya está, todo listo. ¿Te ponemos el vestido? Espero que te guste.
―Coge el vestido de la cama y lo levanta―. El Sr. Zarkov lo eligió él
mismo. Hizo una llamada a una de las grandes casas de diseño de la
ciudad.
El vestido es una preciosa combinación de color azul oscuro, tirantes
finos y espalda escotada.
Suspiro, resignada a mi destino.
Juega, Brooke. Puede que lleve tiempo, pero merecerá la pena cuando veas
su engreída cara entre rejas.
Sintiéndome de repente más complaciente, dejo que Enya me ayude
a ponerme el vestido.
―Estás absolutamente preciosa ―me dice una vez puesto―. Es como
si estuviera hecho para ti.
Compruebo mi imagen en el espejo y sonrío a Enya, cuyo dulce
rostro brilla con una gran sonrisa.
Tiene razón. El vestido es perfecto. También es mágico. Porque para
alguien que apenas ha dormido, realmente me hace ver bien.
Aunque el dobladillo a medio muslo deja ver mucha pierna.
―¿No es demasiado corto? ―pregunto.
―La dama del brazo del Pakhan tiene que marcar la diferencia. ―Me
sonríe en el espejo―. Y este vestido es una auténtica afirmación.
―Siempre que esa afirmación no sea 'Aquí gatito, gatito'.
Se ríe.
―No es tan corto. Tu pudor está en su sitio.
No tengo valor para decirle que mi pudor se fue por la puerta el día
que conocí a un desconocido en un avión y me monté a su polla
repetidamente durante las doce horas siguientes.
―¿Preparada? ―pregunta ella.
―Creo que sí.
Sonríe dulcemente.
―El Sr. Zarkov ha pedido reunirse contigo en el balcón antes de
marcharos.
Probablemente para repasar algunas normas más, sin duda.
Suelto un tembloroso suspiro, recordándome por qué estoy haciendo
esto.
Haz lo que te han dicho y todo esto acabará pronto.
Volverás a tu vida.
Y Wilson conseguirá mantener sus sesos dentro de su cráneo.
24

Brooke

Mi estómago se agita cuando sigo a Enya por la mansión hacia el


balcón.
Estoy nerviosa y el pulso me late rápidamente. No sé por qué. Quizá
porque nunca antes me había invadido tanta rabia asesina. Y si para algo
es bueno el maldito Lev Zarkov, es para sacar la oscuridad que hay en mí.
Enya abre dos grandes puertas dobles y salgo a un vasto balcón con
amplias vistas de la finca y un amplio cielo bañado por los colores del
crepúsculo.
Lev está en la barandilla con vistas a la resplandeciente piscina. Está
de espaldas a nosotros, pero cuando salgo al balcón, se da la vuelta y,
querida madre de Dios, debo tener algún problema, porque Lev Zarkov
en traje de etiqueta es más de lo que mis ovarios pueden soportar.
Estaba dispuesta a odiarle. Lanzarme a una diatriba sobre cuántas
leyes está infringiendo, pero todo eso se detiene en el momento en que
nuestras miradas colisionan, y mi corazón se salta ese latido extra que da
cada vez que está cerca. Su mandíbula se tensa y una de sus cejas se
levanta como si se sintiera ligeramente sorprendido. Pero la baja con la
misma rapidez, recuperando su inexpresiva mirada.
Me hace un gesto cortés con la cabeza.
―Srta. Masters.
―Monstruo ―respondo, levantando la barbilla.
Sus labios se inclinan divertidos, y me molesta que esté tan relajado
y no se inmute por nada.
―¿Eso es todo, Sr. Zarkov? ―pregunta Enya detrás de mí.
―Sí, gracias, Enya.
La despide con una calidez en el tono, contrastando tremendamente
con la fría y desapasionada piraña que es.
Enya se marcha cerrando la puerta tras de sí en tanto Lev me sirve
una copa de champán y pienso en un millón de maneras de convertir su
vida en un infierno durante el resto de la noche.
―¿Creí que íbamos a una fiesta de cumpleaños elegante? ―digo,
negándome a dejarme seducir por el ambiente romántico. El sol es apenas
un destello dorado en el horizonte, y ya han salido las primeras estrellas.
―Así es, pero antes de aparecer en público, he pensado que sería una
buena idea hablar de lo que espero de ti a lo largo de la velada.
―Bien, dispara. Dame tu lista de lo que debo y no debo hacer. No
tengo mucha experiencia en esto del cautiverio, así que puede que tengas
que explicármelo en detalle.
―¿Alguien te ha dicho alguna vez lo mocosa que eres?
―Nadie me había dado una razón para serlo... hasta que llegaste tú.
Sonríe.
―Por supuesto, pero antes brindemos por las nuevas amistades.
Me tiende una copa de champán.
Pero la suelto para cruzarme de brazos
―¿Qué haces, Lev?
―¿Qué quieres decir?
Hago un gesto a nuestro alrededor.
―Esto. El champán. Las vistas. Las estrellas. Es casi como si
intentaras...
Los ojos de Lev centellean en la penumbra.
―Intentar qué, Srta. Masters, ¿seducirte?
La palabra gotea de su lengua como miel, y la siento desde la cabeza
hasta los dedos de los pies. Levanto la copa y bebo un pequeño sorbo
para demostrarle que nada de esto me afecta lo más mínimo.
Especialmente ante cualquier intento de convertirme en masilla en sus
manos.
Ladea una ceja en mi dirección.
―¿No lo he hecho ya?
―Engañarme una vez, será tu culpa. Si me engañas dos veces, me
avergüenzo de mí. ―Suelto un suspiro, aborreciéndolo―. Acabemos con
esto de una vez. ¿Qué esperas de esta noche?
―En esta cena hay mucha gente importante. Algunos son amigos,
otros enemigos.
―¿Y?
―Debes permanecer a mi lado y mostrarte feliz por estar ahí.
―¿Qué más?
―Intenta no escapar.
―¿Eso es todo?
Su mirada se estrecha.
―¿Hay algo más que quieras que te exija? ―Sus hermosos labios se
curvan―. Porque estoy abierto a sugerencias.
A pesar de detestarlo, su mirada enciende mil fuegos en mi interior
y, retorciéndome bajo el calor de su mirada, empiezo a preguntarme qué
me está pasando. Odio a este hombre. Sin embargo, mi cuerpo recuerda
demasiado bien el inconmensurable placer que es capaz de
proporcionarme y, en este momento, elige reaccionar a su pura cercanía, a
la electricidad que fluye en el aire que nos rodea y a su maldito aroma. El
pulso se me acelera y el corazón me golpea la caja torácica como un
animal salvaje, al tiempo que una palpitación innegable se apodera de
mis muslos.
No sé qué me enfurece más. Mi deseo por él. O su audacia por
pensar que podría seducirme después de todo lo que ha hecho.
―Necesitas ser convincente, zayka. La gente tiene que creer que
quieres estar allí.
―¿Qué significa eso?
―No puedes estremecerte cuando te toco. No puedes apartarte
cuando te bese...
―Espera, no has dicho nada de besos.
―Eres mi pareja. Eso significa que en público actuaremos como dos
personas que se gustan. Te tocaré. Te besaré.
Joder.
―Si necesitas un recordatorio...
―No ―suelto―. Creo que puedo soportarlo sin aguantar un ensayo.
De nuevo, esa sonrisa. Como si estuviera disfrutando.
―Hay mucho en juego, y no me refiero solo a mí. Tienes que pensar
en Wilson.
―Como si pudiera olvidarlo.
―Eso me recuerda algo. ―Introduce la mano en el bolsillo del pecho,
saca mi móvil y me lo entrega.
No puedo ocultar mi sorpresa.
―¿En serio vas a devolverme el teléfono?
―Para que esto funcione, tiene que haber un cierto elemento de
confianza. Tienes que confiar en que mataré a Wilson si intentas alertar a
alguien sobre nuestro acuerdo actual, y confío en que lo comprendas.
Una nueva oleada de resentimiento me golpea hasta el último nervio
y le arrebato el teléfono.
Tengo once mensajes de texto sin leer. Cuatro de Elsa. Tres de
Henry. Y dos de Chloe y Samantha. Cada uno preguntándome cómo ha
ido la mudanza. Ninguno parece preocupado. ¿Pero por qué iban a
estarlo? Por lo que a ellas respecta, nada ha cambiado. Probablemente
estoy ocupada instalándome y preparándome para mi nuevo trabajo.
Les envío mensajes a todas, asegurándoles que me estoy adaptando.
Incluso pongo una sonrisa falsa y me hago un selfie para que vean que
estoy bien.
Puede que no lo esté. Pero no quiero preocuparles con ello.
Y desde luego no quiero que se vean atrapadas en medio de todo
esto.
Cuando levanto la vista, Lev me está mirando.
―¿Qué? ―pregunto a la defensiva.
―¿Un selfie?
―Es una prueba de vida, o como lo llamen los criminales.
―Esto no es una petición de rescate ―dice.
Me encojo de hombros. ―Papa, patata 6.
Se abren las puertas que dan al balcón y sale un hombre guapísimo,
de cabello rubio y ojos azules muy brillantes. Lleva traje y, al igual que
Lev, no lleva corbata, por lo que puedo ver la punta del mismo tatuaje
Zarkov en su pecho.
―Feliks ―dice Lev, saludándolo.
―Primo ―le dice, abrazando a Lev.
El hombre se gira hacia mí dedicándome una sonrisa que supongo
habrá hecho caer muchas bragas. Es guapísimo. Es evidente que hay un
gen atractivo corriendo por esta reserva genética de mafiosos.
―Por fin nos conocemos. Soy Feliks ―me dice, haciendo ademán de
cogerme la mano y llevársela a los labios―. He oído hablar mucho de ti, y
eres tan hermosa como imaginaba.

6 Papa, patata: Significa, es lo mismo.


De acuerdo, así que es encantador.
Siento que Lev se eriza a mi lado, y Feliks sonríe perversamente,
haciéndome comprender que su coqueteo conmigo es únicamente para
irritar a su primo.
Hmm... Creo que me gusta este tipo.
Me dejo llevar por su encanto y le dirijo una gran sonrisa coqueta,
con la esperanza de irritar aún más a Lev.
―Gracias.
Feliks sonríe sin esfuerzo.
―Soy el primo favorito. Probablemente no me ha mencionado
porque teme que te enamores de mí a primera vista. ―Hace un guiño y
luego susurra dramáticamente―, Es un infierno ser tan atractivo.
No puedo evitarlo, suelto una risita, lo que parece irritar aún más a
Lev.
Sonrío. Puede que esta noche sea soportable.
―¿Nos vamos? ―muerde Lev.
Al salir del balcón y caminar por la mansión, Lev coloca su mano en
la parte baja de mi espalda, algo extrañamente reconfortante mientras
camino hacia lo desconocido. Su toque es cálido, firme y tranquilizador.
Casi protector.
25

Lev

Si creía que iba a poder concentrarme con Brooke del brazo esta
noche, estaba muy equivocado.
Subestimé la atracción que sentía por ella.
Durante el trayecto en coche, Feliks y ella hablan continuamente
como si fueran novios, y me irrita muchísimo verla caer rendida a sus
encantos. Pero no son celos. Puede parecerlo, pero no lo es. Porque
tendría que tener un interés romántico en ella para dejar que me afectara
de ese modo. Y no lo tengo. Solo quiero volver a follármela. Para dejarlo
claro.
Y mi primo se está portando como una imbécil. Se burla de mí
flirteando escandalosamente con ella.
Afortunadamente, nos abandona por el bar nada más llegar al lugar
del evento. Y ahora, ella va de mi brazo a medida que avanzamos por la
sala llena de familiares y socios, y solo puedo pensar en lo bien que sienta
tenerla allí.
Es magnífica. Preciosa.
El vestido que lleva es perfecto. Elegante. Con clase. Sexy de cojones.
Es azul medianoche, se amolda a sus deliciosas curvas dejando al
descubierto el escote y muslos lo suficiente como para que me entren
ganas de probarlo.
Pero alejo ese pensamiento. Cualquier idea de quitárselo y devorar
cada centímetro de su piel con mi boca tendrá que esperar.
Esta noche necesito concentrarme. Puede que sea un asunto familiar,
pero desde que me convertí en Pakhan, he aprendido que la familia no
siempre significa seguridad. En la mía hay grietas, y sé que Vadim es la
causa. Lo que desconozco es quién comparte su creencia sobre que él
debería ser Pakhan y hasta qué profundidad llega en la familia.
―¿Y qué tenemos aquí? ―suena una voz atronadora detrás de
nosotros. Nos damos la vuelta, y mi tío Boris aúlla de risa, abriendo los
brazos para abrazarnos. ―Mi sobrino favorito.
Me abraza como un oso y me da una palmada en la espalda antes de
volver su atención hacia Brooke. Le coge la mano y se la besa. ―Es
hermosa, y por tanto digna de ser cortejada; es mujer, y por tanto digna de ser
conquistada ―dice, citando a Shakespeare
―No dejes que te engañe la desvergüenza de este viejo al citar a
Shakespeare como frase para ligar ―le dice mi primo Maksim a Brooke
cuando se une a nosotros―. Es inofensivo y bastante encantador cuando
no tiene la barriga llena de vodka y sus malos modales a flor de piel. ―Me
tiende la mano―. Soy Maksim. El hijo de este viejo toro y primo de Lev.
―Oh, ¿así que eres el hermano de Feliks? ―pregunta Brooke.
Maksim le guiña un ojo.
―El hermano mayor y, obviamente, mucho más apuesto.
Brooke sonríe, y puedo ver el brillo en los ojos de mi primo. Como
todos los presentes, él tampoco es inmune a su belleza.
Miro a Boris.
―¿Estás disfrutando de tu cumpleaños, tío?
―Es un buen acontecimiento, sobrino. Un buen acontecimiento. ―Le
arrebata una copa de champán a un camarero que pasa―. Recuérdame
mañana lo bien que me lo he pasado esta noche, ¿quieres? ―Se bebe el
champán como si fuera agua y se ríe
Siento gran afecto por Boris. El hermano menor de mi padre,
siempre ha tenido buen carácter. Cuando yo era niño, era el tío divertido.
Mientras mi padre y el tío Vadim eran siempre tan serios, Boris sabía
divertirse.
Y sé que Boris cubre mis espaldas. A diferencia de Vadim, que
apenas puede contener el gruñido de sus labios cuando está en mi
compañía.
―Perdona a mi padre ―le dice Maksim a Brooke, amablemente―. No
suele beber, pero cuando lo hace, recupera el tiempo perdido.
―Ah, los médicos me tienen muy atado, eso es cierto. Pero esta
noche es mi cumpleaños, y nada de eso importa. ―Sonríe, pero la sonrisa
se desvanece cuando su hermano se acerca a nosotros.
Vadim Zarkov.
Hermano de mi padre.
Y una espina en mi puto costado.
Aún no ha dado el paso para derrocarme, pero lo dará.
Sin embargo, jugamos a tolerarnos unos a otros hasta que alguno
haga un movimiento.
A Boris no le gusta Vadim. A poca gente le gusta.
No suele venir a los eventos familiares, y su presencia hace que me
pregunte qué estará tramando. La única vez que me cruzo con él es
cuando la Bratva se reúne en el Salón del Té para hablar de negocios y
votar asuntos.
―Feliz cumpleaños, hermano ―le dice Vadim a Boris.
Boris le hace un gesto con la cabeza. Pero ni siquiera mi afable tío
puede ocultar su descontento porque Vadim haya tenido el descaro de
dar la cara.
Vadim se fija en Brooke y vuelve su atención hacia mí.
―Sobrino, ¿no vas a presentarnos?
Mi mandíbula se tensa. Quiero a Brooke en su radar tanto como una
bala en la cabeza. Pero no tengo más opción que mantener las buenas
formas.
―Vadim, ella es Brooke.
Desliza su oscura mirada hacia ella, y la forma en que la mira hace
que mis dedos se crispen a los lados.
―Es una delicia ―dice con acento amenazador, y noto que Brooke se
estremece―. Mi sobrino nos ha estado ocultando un secreto.
Brooke me mira nerviosa, captando la oscura energía de Vadim.
―Si hay algo que se le da bien a esta familia son los secretos, ¿no es
cierto, tío? ―le digo.
Vadim se vuelve hacia Boris y luego me devuelve la mirada, riendo
sombríamente.
―Algunos mejor que otros.
Ni siquiera oculta su engaño.
Me muerdo la irritación.
―Tengo que darte la razón, tío.
Me ofrece una sonrisa de serpiente.
―Cuídate, sobrino.
Se marcha, dejando un rastro de pestilencia en el aire.
―Bueno, si antes no necesitaba una copa, ahora sí que la necesito
―dice Boris.
―Has estado bebiendo champán toda la noche ―le recuerda Maksim.
―Necesito algo más fuerte después de eso ―dice, observando a su
hermano desaparecer entre la multitud―. El loco mudak está dando la cara
aquí como si no hubiera estado intentando romper la Bratva desde dentro
desde la muerte del pobre Konstatin. Necesito algo con cierto ardor para
tragarme sus estupideces.
―Muy bien, traeré un vodka del bar ―nos dice Maksim, dejándonos
para traerle una copa a su padre.
Brooke toca mi brazo.
―Si me disculpas, voy a buscar el tocador.
Asiento con la cabeza y me deja a solas con Boris.
―Es impresionante, sobrino ―me dice Boris, apretando la mano en
mi hombro.
Sigo su mirada y veo a Brooke alejarse de nosotros. Su vestido llega
hasta la parte baja de la espalda, dejando al descubierto su impecable
piel.
Piel que ansío recorrer con mis manos.
―No es normal que traigas pareja a algo, y menos a una reunión
familiar―. Debe ser especial.
―Es algo ―murmuro.
―¿Estás pensando en sentar la cabeza? ―pregunta.
Le dirijo una mirada.
―Estoy considerando mis opciones.
Mira a Brooke moviéndose entre la multitud.
―Parecen opciones bastante buenas, en mi opinión. ―Vuelve a
centrarse en mí, su rostro se vuelve sobrio al decir―. La Bratva quiere que
te cases. Ellos desean un heredero
―Me lo sigue recordando Feliks. ―Tomo un trago de champán―. ¿Tú
qué crees? ¿Necesito una esposa?
―¿Me lo preguntas a mí? El hombre que tuvo dos hijos con dos
mujeres distintas, al tiempo que intentaba mantener contentas a todas mis
amantes. ―Suelta una carcajada―. Hijo, yo digo que salgas pitando.
Diviértete. Fóllate a todas las mujeres que puedas. Esta vida nunca es
larga. Disfrútala mientras puedas. Sobre todo, como Pakhan.
Se ríe, pero se detiene cuando pasa una hermosa mujer con un
vestido de escote pronunciado. Sonríe. Una sonrisa parecida a la de su
hijo Feliks.
―Si fuera más joven ―bufa con nostalgia.
―Y más guapo ―añado yo.
―Y no tan cabrón ―añade, riéndose. Pero entonces su risa se
desvanece y una expresión seria cruza su rostro sonrojado―. Es una vida
dura para una esposa de un Bratva. Te aconsejo que elijas sabiamente. Si
es que eliges. No necesito que te cases ni que engendres un heredero para
respetarte como Pakhan. Eso ya lo tienes.
―Gracias, tío.
Maksim vuelve con tres vodkas y los reparte.
Boris se bebe el suyo de un trago.
―Ahora, basta de negocios. Es hora de divertirse. Tomemos otra
copa en el bar y te contaré la vez que me pasé con el vodka y acabé
desnudo en un ferry de Chicago...
Me reúno con mi primo y mi tío en la barra e intento concentrarme
en lo que dice Boris, pero no puedo. Hace ya un rato que Brooke se ha ido
al tocador.
La busco por la sala, pero no la veo.
Mierda, ¿se ha escapado el petardito?
26

Lev
Presento mis excusas, dejo a mi tío y a mi primo con sus bebidas y
voy en busca de Brooke.
Todavía estoy irritado porque Vadim se deje ver. Más aún ahora que
tengo que buscar a Brooke.
Así que cuando finalmente la encuentro y veo que está hablando con
Vlad, un aspirante a mafioso y traficante de drogas de poca monta, mi
irritación llega al máximo y casi me vuela la cabeza. Vlad la tiene
acorralada, ha invadido su espacio personal y la mira como si ya la
hubiera desnudado con los ojos y estuviera dispuesto a darse un festín
con su hermoso cuerpo.
Un destello de posesividad me atraviesa.
Brooke parece incómoda, pero no hace ningún intento por moverse.
Vlad le roza con los dedos el brazo desnudo, y veo que se pone rojo.
Jodido. Infierno. No.
El veneno corre por mis venas cruzando la sala.
―¿Qué mierda crees que haces? ―le gruño a Vlad.
Vlad se da la vuelta y Brooke se aparta de él.
Vlad me dedica una sonrisa engreída.
―Lev, qué alegría verte. ¿Conoces a Brooke?
La forma en que la mira me da ganas de sacarle los ojos con una
horquilla.
―Sabes que vino aquí conmigo ―digo apretando los dientes.
―¿Sí? No me había dado cuenta. ―Levanta las manos en señal de
rendición―. Mi error.
Me inclino hacia él.
―Y tu último error. Si vuelves a acercarte tanto a ella, te cortaré las
malditas manos y se las daré de comer a mis perros, ¿lo has entendido,
joder?
Vlad no es lo bastante listo para darse cuenta que debería temerme.
Es una de las muchas razones por las que nunca vivirá una larga vida. Se
cree mejor de lo que es. Demasiado seguro de sí mismo debido a su ego,
no a su cerebro.
―Como he dicho, error mío ―dice en voz baja y peligrosa, sus finos
labios crispados por un resentimiento apenas contenido. La gente está
mirando y esto es humillante para él. Puedo ver el odio en sus ojos.
―No deberías estar aquí ―digo furioso―. Ahora lárgate de una puta
vez.
Se hace más silencio a nuestro alrededor a medida que más ojos y
oídos sintonizan con lo que está ocurriendo.
Su mandíbula se tensa
―Me han invitado.
Lo dudo.
―Pues te retiro la invitación. Los mudaks como tú no son bienvenidos
cerca de mí y de mi familia.
No dice nada. Solo arde de odio ante la mirada de la gente. Pero yo
ardo más y con más fuerza, y puedo mirar a este hijo de puta hasta que
las putas vacas regresen a su granja.
Mostrando los dientes, finalmente reconoce que ya no es bienvenido.
Me lanza una mirada como diciéndome que me arrepentiré. Ya lo hago,
pues acabo de perder los últimos cinco minutos de mi vida tratando con
él.
Cojo a Brooke del brazo y la conduzco hacia la salida opuesta a la
suya.
―¿Qué haces? ―protesta ella.
―Alejarte de él para no tener que pegarle un tiro en medio de la
maldita fiesta de cumpleaños de mi tío por faltarme al respeto y ponerte
las zarpas encima.
―Deja de mangonearme, bruto ―grita, intentando apartar el brazo.
Pero mi agarre es demasiado fuerte y no tiene más remedio que seguir
caminando―. ¿Por qué te enfadas conmigo?
―Vlad es un aspirante, Brooke. El tipo de hombre que se sienta a los
pies de los hombres importantes, esperando retazos de atención y
reconocimiento. Pero nunca lo conseguirá porque carece de delicadeza,
poder y honor. Diablos, el mudak no reconocería el honor, aunque le
golpeara en la cara. Es un bufón. Un inútil. Un pizda. Y eso de ahí no fue
una conversación inocente, fue un intento deliberado de sacarme una
reacción.
―Que claramente funcionó ―suelta.
La dirijo al exterior y la empujo hacia el coche, donde Igor está
esperando.
―Sube.
Pero ella se cruza de brazos y me mira con unos ojos ardientes que
me dicen que no va a hacer nada hasta que diga lo que quiere decir.
―No hasta que me digas por qué estás tan enfadado conmigo.
De acuerdo. Si quiere una discusión, jodidamente se la daré.
―Has venido aquí conmigo como mi cita. Y estás ahí dentro dejando
que ese mudak te ponga las manos encima.
―Me tenía acorralada. Intentaba escapar.
―No lo suficientemente duro.
―Estás siendo un imbécil, ¿lo sabes?
Síp, ya lo sé. Pero verla con Vlad ha roto algo dentro de mí.
―Añádelo a la lista de nombres que ya tienes para mí. Imbécil.
Monstruo. Al menos estás aprendiendo.
―Has olvidado secuestrador.
―Estás caminando sobre hielo delgado ―le advierto.
―Que te jodan.
―No, jódete tú. Ahora entra en el maldito coche.
Entra en el coche y el viaje de vuelta a casa es gélido. Pero en cuanto
entramos en la mansión, la discusión vuelve a rugir.
―Eres un puto gilipollas ―grita ella, subiendo furiosa las escaleras.
La sigo, subiendo la escalera con estruendosa agitación.
―No, soy el puto Pakhan, y nadie me falta al respeto, ¿lo entiendes?
Recorre el pasillo hacia su dormitorio y se gira en la puerta.
―No he hecho nada malo.
El odio arde en esos increíbles ojos castaños. Su hermoso cuerpo está
tenso de ira y emoción. Si le pusiera ahora mismo un arma en la mano,
creo que podría dispararme. Es más, creo que podría disfrutarlo.
Maldita sea. ¿Por qué me excita tanto?
Joder, lo que daría por besar ese ceño fruncido y hacerla gemir
mientras la follo en la cama gigante con dosel que tiene detrás.
No tiene sentido negarlo. La conejita me atrae como un imán. Sé que
me odia. Pero también sé lo dulces que saben sus labios y cómo se le
nublan los ojos cuando se corre. No voy a mentir. Los recuerdos de ella
en mi cama me han mantenido despierto por la noche con la mano en la
polla como un puto adolescente cachondo. Y ahora, aquí de pie, sus
recuerdos de ella retorciéndose y gimiendo debajo de mí me hacen
salivar. Quiero recorrer el camino de los recuerdos con ella, una y otra
vez.
Pero, a juzgar por la furia de su rostro, tardará mucho en dejar que
eso ocurra.
Sonrío internamente justo cuando cierra la puerta de un portazo.
Reto jodidamente aceptado.
Voy a derribar los muros de Brooke, ladrillo a jodido ladrillo, y
cosecharé la dulce recompensa de oírla gritar mi nombre bajo mi cuerpo.
27

Brooke

Me voy a la cama con ganas de asesinar a Lev por su ridícula y


exagerada reacción en la fiesta de cumpleaños.
Estaba igual de molesta con el hombre del traje de seda que estaba
esperándome cuando salí del tocador. Se acercó a mí y comenzó a
hablarme, y no tuve forma de evitarlo porque me tenía acorralada.
La única razón por la que no le dije al imbécil que se apartara fue
porque me pilló desprevenida y pensé que era uno de los hombres de Lev
o algún familiar. Me estaba desenredando de él educadamente cuando
Lev irrumpió como un tren de mercancías incontrolable.
En retrospectiva, debería haberme marchado en el momento en que
el cretino me hizo sentir incómoda. Que fue más o menos cuando me
cogió la mano y la acercó a sus húmedos labios. En el futuro, no volveré a
cometer ese error. La próxima vez que alguien me incomode, no me
preocuparé por ofender a nadie. Y si se ponen delante de mí cuando
intento marcharme, como hizo anoche ese asqueroso, dejaré que hable mi
rodilla. Rodillazo en las pelotas.
Así que ya estaba enfadada antes incluso que Lev comenzara con
toda esa cantinela posesiva.
Lo cual, si te soy sincera, me excitó ligeramente. Verle arder de celos.
Ver esa mandíbula afilada tintinear de furia porque otro hombre se
atreviera a ponerme las manos encima. Sentir su posesividad como si fuera
una caricia sobre mi cuerpo.
Quizá por eso me fui a la cama enfadada, pero esta mañana me he
levantado sintiéndome preparada para dejarlo estar y pasar página.
Lo cual es bueno, porque cuando nos encontramos al otro lado de la
mesa del desayuno, realmente podemos hablar sin pelearnos.
Desliza un pequeño sobre por la mesa. Dentro hay una tarjeta negra.
―¿Qué es esto? ―pregunto.
―Una tarjeta de crédito. Igor y Enya te llevarán a comprar cualquier
cosa que puedas necesitar durante tu estancia aquí. Ropa. Artículos de
aseo.
Miro la tarjeta negra. No se parece a ninguna tarjeta de crédito que
haya visto.
―Vaya, esto parece... de lujo. ¿Cuál es el límite de algo así?
―No tiene límite.
Sin límites.
―Entonces, ¿podría comprarme una casa con ella?
―No si quieres seguir respirando ―me dice, untando una tostada
con mantequilla.
Pongo los ojos en blanco. Es un tirano malhumorado. Pero es difícil
tenerle miedo cuando está sentado aquí untando tostadas como un
humano.
Cojo un bollo de canela glaseado del desayuno que hay en la mesa.
Lo corto, me meto un trozo en la boca y al instante me sumerjo en el
nirvana culinario.
―Oh, Dios mío, este rollo de canela está buenísimo.
―Plushki ―dice Lev.
―¿Perdona?
―Se llaman plushki.
Gimo al dar un gran mordisco.
―Son tan blanditos y mantecosos. Creo que son mi nuevo bocado
favorito.
Lev deja de comer y sus ojos se clavan en mí al otro lado de la mesa.
No hace falta ser un genio para darse cuenta de lo que está
pensando. Porque yo también lo estoy pensando. Yo llevándome a la
boca su hermosa polla la noche que nos conocimos y chupándola como si
fuera una piruleta.
Me aclaro la garganta.
―No creo que a Igor le haga mucha ilusión oír que tiene que
llevarme de compras.
―Probablemente no, pero me es leal y hará lo que le pida.
Tengo que darle la razón. Parece muy leal a él.
Y protector.
―No creo que le caiga muy bien ―le digo.
―Le robaste el coche.
―Pensaba que el coche te pertenecía.
―Así es. Pero le gusta tanto que se lo voy a regalar por su
cumpleaños el mes que viene.
No puedo evitar sonreír.
―Sabes, a veces pienso realmente que eres humano.
Me mira a través de unas pestañas oscuras.
―No te engañes, zayka, queda muy poca humanidad en mí. En
especial hacia la gente que se aprovecha de mi generosidad.
Entendido.
Me comportaré.
De momento.
Echo otro vistazo a la tarjeta.
―¿Significa esto que ya no estoy confinada en mi habitación?
―Sí, así es. Pero debo recordarte que lo mejor para ti es permanecer
dentro de los terrenos de la finca, o si vas a algún sitio, que sea con
permiso y siempre... siempre con Igor.
―Pero, ¿y si...
―Siempre con Igor. ¿Me entiendes?
Asiento con la cabeza.
―Entendido.
―Gracias al Señor ―murmura.
Le estudio mientras da un sorbo a su café.
―Sabes, comprarme ropa no era necesario. Tengo todo un armario
lleno de ellas en casa. Podría haberme traído algunas si no hubieras
estado tan malhumorado la noche que me secuestraste.
―Creo que puedo permitírmelo.
―Seguro, pero ¿qué pasará cuando Wilson vuelva dentro de un par
de días y yo pueda marcharme? Parece un desperdicio.
Su taza de café se detiene en sus labios mientras su mirada oscura
me encuentra y, por un momento fugaz, creo ver una emoción
desconocida en sus ojos. ¿Es decepción? ¿Arrepentimiento?
Pero entonces parpadea y desaparece.
―Te lo llevarás contigo.
Entorno la mirada.
―¿Intentas comprarme?
―¿Comprarte? ―Enarca una ceja perfecta.
―Entonces jugaré más limpio. ―Alcanzo otro plushki porque están
locamente buenos e inmediatamente empiezo a partirlo, dejando que
pequeños copos de hojaldre se derritan en mi lengua.
―Pensé que ya habíamos establecido que jugarías limpio. Ya sabes,
por el bien de Wilson.
―Lo hicimos. Solo intento averiguar de dónde viene esta
generosidad.
―Tal vez sea un tipo generoso.
―Buen intento, perdedor. Pero voy a por ti. ―Cojo la tarjeta de
crédito. ―¿Esto es porque te sientes culpable de tu exagerada reacción de
anoche?
―Estás leyendo demasiado. Es solo una tarjeta de crédito por
razones prácticas.
―¿Por qué no puedes admitirlo? Anoche estabas celoso.
―¿Celoso? ―Las comisuras de sus perfectos y sensuales labios se
curvan con un atisbo de sonrisa, y algo me dice que acabo de ser
acorralada en el mismo ángulo en el que él quería acorralarme―. ¿Por qué
iba a estar celoso?
Nuestras miradas vuelven a cruzarse y, esta vez, el espacio que nos
separa crepita con algo pesado y caliente.
Mierda, ¿por qué eso me pone tan caliente y me produce un cosquilleo?
―Porque... la manera... en que estabas...
Cuando me fallan las palabras, se levanta y camina hasta el extremo
de la mesa donde estoy sentada, apoyándose en el borde.
Se cruza de brazos.
―Continúa...
―Te estabas comportando como... ―Santo cielo, ¿qué aroma es ese
que lleva? Huele tan bien que no puedo pensar con claridad.
Levanta una ceja.
―¿Cómo?
―Como si pensar en que Vlad me pusiera las manos encima fuera
una declaración de guerra.
―Te aseguro que lo de anoche no tuvo nada que ver con los celos y
todo que ver con que Vlad es un gilipollas de proporciones gigantescas.
Esto no es una relación real, así que deja de interpretar las cosas, Srta.
Masters, o solo conseguirás decepcionarte. ―Se inclina hacia delante y sus
labios rozan mi oído―. Piensa en la ropa como un regalo de despedida.
Se endereza y se va.
Y esa sensación de calidez y hormigueo que sentía hace unos
instantes se fue en el momento en que la piraña gruñona abrió la boca y
me hizo saber lo poco que le gusto.
Pero no dejo que su desconexión emocional me afecte. En lugar de
eso, cojo otro plushki y decido que las calorías no cuentan cuando te han
secuestrado.
28

Brooke

Como ya no estoy encerrada en mi habitación y tengo todo el día por


delante, decido explorar los magníficos terrenos de la finca.
Al oír el ruido del agua, decido investigar, y cuando sigo el camino
que va desde la fuente hasta el camino de entrada, encuentro a Igor
lavando el coche.
Está eliminando la espuma del jabón con la manguera, con su gran
cuerpo rígido y la espalda recta como una regleta, moviendo un arco de
agua de un extremo a otro como si fuera una especie de robot industrial.
Pero no está centrado en el coche. Sigo su mirada hasta el lugar donde
Enya está ayudando a llevar la compra desde un camión de reparto
aparcado en la entrada de la casa. Cuando ella desaparece dentro, él
vuelve a centrar su atención en el vehículo, solo para volver a mirarla
cuando ella regresa a por más víveres.
Observo la suave expresión de su rostro y la forma en que su mirada
no se aparta de ella.
Una sonrisa baila en mis labios. Igor está colado por Enya.
Al oírme aproximarme, se gira, aunque mi instinto me dice que me
deje caer tras el seto de salvia púrpura.
Vuelve a limpiar el coche con la manguera, pero me ha visto.
―Puedes salir de detrás de los arbustos ―me dice con su voz
robótica.
Con cautela, me enderezo y le hago un gesto amistoso con la mano.
―Lo siento.
No se mueve. Sigue limpiando el vehículo como si no estuviera. No
puedo culparle, puse al pobre tipo en el punto de mira de Lev cuando me
escapé ayer. Me imagino en qué lío se metió.
Así que vuelvo a disculparme.
―Realmente lo siento mucho.
―¿Por esconderte detrás de los arbustos de lavanda? ―pregunta
finalmente.
―No, por robar el coche. ―Me acerco a él despacio, sinceramente
apenada por haberle causado problemas con Lev―. Veo que realmente te
enorgulleces de cuidarlo. Creo que, si alguien se llevara algo mío que me
encanta, me enfadaría mucho. Así que lo siento. Además, tu jefe es un
gruñón, y siento si te has metido en problemas con él por mi culpa.
―Mi Pakhan tenía motivos para estar enfadado. El Phantom es
responsabilidad mía.
―Pero no fue culpa tuya.
―Confiaba en mí.
La culpa me aprieta el estómago.
―Le dije que era culpa mía. ―Retuerzo mis manos delante de mí,
nerviosa―. Sabe que realmente no tenías ninguna posibilidad. Soy astuta
como un zorro cuando me lo propongo, así que no tuviste la menor
oportunidad.
Mi patético intento de hacer una gracia me hace ganar un ligero
movimiento de sus labios. Pero parpadeo y desaparece.
―¿Puedo ayudar? ―pregunto, señalando el cubo de agua jabonosa.
Se vuelve hacia el coche.
―No.
―Ya sabes lo que dicen, dos pares de manos son mejor que una.
―No.
―Soy buena con una gamuza.
―De nuevo, no.
―Podría terminar por ti y así podrías ir a ayudar a Enya a sacar la
compra del camión.
Se vuelve para mirarme.
Sí, sin duda era el botón que había que pulsar.
―Joe ya la está ayudando ―dice.
―¿Joe?
―El repartidor. Trae la comida todos los viernes.
Detecto un atisbo de celos en su voz.
―¿Ese tío? Tiene la mitad de tu tamaño y está claro que no es ni de
lejos tan fuerte como tú. ―Me adelanto y le quito la manguera de la
mano―. Ve y ayúdala. Estoy convencida que te estará muy agradecida.
Por un momento, creo que me va a quitar la manguera de la mano y
me va a decir que deje de molestar.
Pero entonces su expresión gélida se quiebra y frunce el ceño.
―¿Tú crees?
―Oh, lo creo.
Se aleja un paso, pero se detiene y se vuelve.
―No volverás a robar el Phantom, ¿verdad?
Mis ojos se abren de par en par.
―He dicho que lo siento...
Entonces veo un atisbo de sonrisa en sus labios.
―Ja, ja, eres divertidísimo, Sr. Graciosillo. ―Le doy un ligero
empujón―. Ve a ayudarla.
Veo cómo arrastra su corpachón por el camino de entrada hasta el
lugar donde Enya se dirige de nuevo hacia la puerta con dos grandes
bolsas de la compra en los brazos. Corre hacia ella y, cuando lo ve, se le
ilumina la cara. A ella también le gusta, pienso, sonriendo de oreja a
oreja. Le quita las bolsas y ella le acompaña al interior. Pero no sin antes
lanzarle a Joe, el repartidor, una mirada glacial como si fuera una
amenaza: retrocede o te arrancaré los ojos con los dedos.
Cierro la manguera y empiezo a limpiar el coche con la gamuza.
―¿Qué diablos? ―suena la voz grave y familiar al otro lado del
coche.
Alzo la vista del lugar donde estoy agachada junto a las ruedas y veo
a Lev bajando por el camino. Vestido con su traje habitual y sin corbata,
reprimo la familiar espiral de lujuria al verle.
―¿Por qué estás limpiando mi coche?
Me pongo en pie.
―Estoy haciendo algo útil. Resulta que no hay mucho que hacer en
todo el día cuando te han secuestrado. Pensé que podría hacer algo
productivo.
―¿Dónde está Igor?
―Ayudando a Enya con la compra. ―Hago un gesto hacia el camión
de reparto aparcado en la entrada de personal.
―Para eso tiene a Joe ―dice Lev, caminando hacia mí.
―Ah, sí, pero no creo que Igor quiera a Joe cerca de su cesta de la
compra.
Lev levanta una ceja.
―¿Quieres explicarte?
―¿Estás ciego? Igor siente algo por Enya. Y creo que el sentimiento
es mutuo.
Apenas contiene la mirada.
―Por supuesto que pensarías eso.
―Por supuesto que tú no. ―Me acerco y le pongo la mano en el
pecho.
―¿Qué haces?
―¿Ver si hay latido?
―¿Y?
―Y no lo hay. ―Retiro la mano―. Tal como sospechaba, no tienes
corazón.
Me lanza una mirada como diciéndome que soy la perdición de su
existencia, y siento una oleada de pura alegría. Cualquier cosa con tal de
meterme en su piel.
―Me alegra ver que has recuperado el sentido del humor ―me dice.
Reanudo la limpieza de las ruedas.
―No bromeo. No te late el corazón. O estás muerto o eres un
vampiro.
Se apoya en el coche. ―Pensaba que era un monstruo.
―También lo eres.
Por supuesto, su expresión es ilegible. Pero el músculo de su
mandíbula se estremece, así que sé que al menos lo estoy irritando.
―Así que, ¿A dónde vamos esta noche? ―pregunto.
―Una subasta benéfica.
―Suena divertido. ¿Qué vas a comprar?
―Aún no me he decidido.
―¿Es un evento elegante o más bien informal?
―Es formal.
―Bien, me vestiré elegante. Pero solo porque me has secuestrado.
Sus ojos brillan divertidos.
―Me alegra ver que estás aprendiendo cómo funciona esto.
29

Brooke

No veo a Lev el resto del día, así que lo paso en su biblioteca,


leyendo, y me pierdo tanto en el libro que no me doy cuenta que es por la
tarde hasta que Enya asoma la cabeza.
―Aquí estás. ―Se acerca a mí―. Tenemos que prepararte para esta
noche.
―Ah sí, la subasta benéfica.
―Para alguien que se dispone a ser agasajada con una cena en un
evento muy lujoso, no pareces muy emocionada.
Quiero decirle que no creo que emocionada sea una palabra que
utilizaría para nada de esto. Pero sería mentira. Porque cuando esta tarde
he puesto la mano en el pecho duro como una roca de Lev, la descarga
eléctrica me ha atravesado como si fuera un transformador humano. Lo
cual son malas, muy malas noticias. Porque no puedo permitir que Lev
me haga sentir otra cosa que desprecio por él.
No este deseo implacable de pasar una noche más con él que parece haber
surgido en las últimas veinticuatro horas.
En serio, es como si mis hormonas tomaran esteroides o algo así.
―Suena como si fuera a haber un montón de ricachones de pie con
todos sus diamantes fingiendo sentirse mal por algo ―digo, sin muchas
ganas de pasar una noche de charlatanería y falsedad.
―Oh, no, el Sr. Zarkov nunca asistiría a algo tan estirado. Creo que te
llevarás una grata sorpresa y te lo pasarás estupendamente. Además,
acaba de llegar ese vestido que pediste antes por Internet, y vas a estar
impresionante con él―. Me coge de la muñeca―. Vamos, vamos a
prepararte.
De nuevo, Enya hace magia con mi cabello y mi maquillaje.
―Ya está, ¿qué te parece? ―me pregunta dándome los últimos
toques en el cabello. Me lo ha peinado hacia arriba, con mechones sueltos
alrededor del rostro.
―Realmente podrías ser un hada madrina ―le digo, admirando lo
que ha hecho.
Se ríe y me doy cuenta de lo contagiosa que es, porque no puedo
evitar sonreír y sentir que me sube el ánimo cada vez que está cerca.
Nuestras miradas se cruzan en el espejo.
―Sabes, Igor me parece agradable ―le digo.
La sonrisa de Enya se vuelve cohibida y tímida, y desvía la mirada.
―Lo es.
Y tengo la sensación que es un tema en el que ella ha pensado
mucho.
―Creo que le gustas ―le digo.
Su mirada se dirige de nuevo a mí.
―Oh, no, Igor no se interesaría por alguien como yo.
―¿Alguien como tú? ¿a qué te refieres?
―Es el guardaespaldas y chófer del Pakhan. Es un hombre
importante en la Bratva.
―Y tú eres igual de importante. ―Me doy la vuelta para mirarla―.
Sería afortunado si tuviera una mujer tan inteligente, con tanto talento,
amable y hermosa como tú.
Ella sonríe dulcemente.
―Eres demasiado amable, pero...
―Sin peros, Enya. Es cierto. Si te interesa, díselo.
―¿Tú crees?
Le guiño un ojo.
―Lo sé.
Me ayuda a ponerme en pie y me conduce hasta el espejo de cuerpo
entero para que pueda ver todo el conjunto.
―Dios mío, estás impresionante ―me dice, recorriendo con la mirada
el vestido de terciopelo rojo ceñido a mi cuerpo.
El vestido es muy Pretty Woman. De hecho, todo esto parece sacado
del cine, y tengo que recordarme a mí misma que no debo dejarme llevar.
Que todo esto es tan falso como las películas.
Lev no es un multimillonario elegante que viene a sacarme de una
vida de lucha y escasez. Es un despiadado hombre de negocios que
controla un gran imperio lleno de hombres y mujeres cuyo principal
objetivo es ser ricos y poderosos y que están dispuestos a hacer cualquier
cosa para conseguirlo, cueste lo que cueste.
Pero entonces miro a Enya, y no puedo evitar sentir que algo de esto
es real.
Va a darse la vuelta, pero le cojo suavemente la muñeca con la mano.
―Gracias. Es bueno tener una amiga durante mi estancia aquí.
Su sonrisa se amplía.
―Espero que decidas quedarte un poco más.
No tengo valor para decirle que me iré en cuestión de días. Después
de todo, es probable que Wilson ya esté de vuelta de Oregón.
―Una cosa que he aprendido últimamente es a nunca decir nunca
―respondo crípticamente, y ella sonríe alegremente como si la idea de
quedarme la hiciera inmensamente feliz.
Para evitar más discusiones y que a Lev se le salga la vena del medio
de la frente, me aseguro de estar lista a tiempo, y a las siete en punto
estoy en el gran vestíbulo. Espero a Lev, pero es Igor quien me espera.
―¿Dónde está Lev?
―El Pakhan se retrasa con una llamada telefónica. ―Abre la enorme
puerta principal―. Nos ha pedido que esperemos en el coche.
El aire fresco me golpea cuando salgo a la fría noche y desciendo las
escaleras hacia el coche que aguarda. Igor me abre la puerta y subo,
donde al instante la temperatura es más agradable.
Sube delante y esperamos.
En silencio.
Finalmente, me inclino hacia delante, apoyando la barbilla en el
respaldo de su asiento.
―¿Y cómo te fue con Enya?
El gigante no dice nada al principio. Probablemente está
acostumbrado a guardar silencio y desvanecerse en un segundo plano, lo
cual es toda una hazaña para un coloso de dos metros.
Pero entonces me sorprende.
―La ayudé con la compra, eso es todo ―me dice.
―¿No la invitaste a salir?
Sus ojos encuentran los míos en el retrovisor.
―No haría eso.
―¿Por qué no?
Sorprendiéndome, sus hombros se relajan.
―Seguro que Enya tiene mejores opciones.
Le doy un golpecito en el hombro con el dorso de la mano.
―Le gustas, amigo.
―¿Cómo lo sabes?
―Vi cómo se le iluminó la cara cuando te ofreciste a ayudarla a llevar
la compra.
Un atisbo de emoción suaviza su rostro, y sus labios se curvan.
Pero entonces el malhumorado Pakhan abre la puerta y arruina el
momento, y la pétrea fachada de Igor vuelve a dispararse como un panel
de seguridad en un atraco a un banco. Decepcionada por no haber
podido terminar nuestra conversación, me siento de nuevo en el asiento,
y Lev se desliza a mi lado, envolviéndome en su presencia más grande
que la vida y en su embriagador aroma, que es puro nirvana.
Me recorre con la mirada, pero permanece inexpresivo, de modo que
no tengo la menor idea si está satisfecho con mi aspecto o no.
Igor y yo nos miramos por el retrovisor y él me hace un gesto
amistoso con la cabeza.
Luego, sin decir nada más, enciende el motor y nos adentramos en la
noche.
30

Lev

Joder, está impresionante.


Ese vestido. Esas curvas. Dios, ya tengo un serio caso de bolas
azules, y ahora ella está sentada a mi lado con toda esa piel expuesta y sin
tener ni idea de lo que me provoca. Me está volviendo jodidamente loco.
Mis manos se cierran en puños sobre mis rodillas.
Necesito hacer algo al respecto. Me he masturbado más veces de las
que me gustaría admitir en los últimos dos días, y todavía tengo ganas de
follármela.
―Háblame de esta noche ―me dice.
―Es una subasta benéfica para la Fundación contra la Demencia, y
como ZeeMed está trabajando en un nuevo medicamento contra la
demencia, nos han invitado.
Eso y el que derramo dinero en estas cosas como si fuera sangre.
Me mira con sus grandes ojos castaños y luego me hace un hmph
pensativo.
―¿Hmph? ―pregunto, preguntándome si debo atreverme a
preguntar―. ¿Quieres explicarte?
Se encoge de hombros.
―Supongo que estoy sorprendida, eso es todo. Eres un hombre
ocupado. Un director general y el Pakhan. Supongo que no me imaginaba
esta faceta tuya. Quiero decir, ¿por qué acudir a algo así cuando podrías
simplemente enviar un cheque?
Es una pregunta justa.
―Para moverte libremente en la sociedad, necesitas confianza. Estos
acontecimientos me hacen ganar esa confianza.
―Pero creo que preferirías que la gente te temiera, no que confiara
en ti.
―Vivo en dos mundos, zayka. Uno de ellos requiere que me gane la
confianza de quienes me rodean para no llamar la atención sobre el hecho
evidente que tengo otro lado mucho más oscuro. El otro requiere que me
gane el miedo de los que me rodean solo para sobrevivir.
―Suena pesado ―dice ella, jugando con el colgante de búho de su
pulsera―. ¿Nunca te han dado ganas de decir 'a la mierda' e irte de
vacaciones?
No puedo evitar reírme.
―No puedo decirte la última vez que me fui de vacaciones.
―Deberías. Serías menos gruñón si lo hicieras.
―¿De verdad acabas de llamarme gruñón?
―No lo niegues.
―No soy gruñón.
En el asiento delantero, Igor tose. Puede que sea sequedad de
garganta, pero suena sospechosamente como si acabara de darle la razón.
¿Qué mierda?
Entorno los ojos hacia él por el retrovisor, pero no muestra ninguna
reacción.
Brooke, en cambio, sonríe petulante. Y de repente siento el impulso
de doblarla sobre mis rodillas y dejarle el culo rosado con la huella de mi
mano.
―¿Todo el mundo se ha olvidado que soy el Pakhan? ―murmuro al
llegar al local.
Brooke me da un golpecito en el brazo.
―Oh, relájate.
Igor se detiene delante. Salgo y doy la vuelta para abrir la puerta de
Brooke.
―Por cierto, estás impresionante ―le digo mientras la ayudo a salir
del coche.
―¿Te gusta?
―Mucho. ―Mi mirada se encuentra con la suya―. Puede que decida
quedarme contigo.
Levanta la barbilla para mirarme.
―No aguantes la respiración, monstruo. Solo me tienes hasta que
Wilson regrese y entonces me iré de aquí.
Miro su hermoso rostro. Esos grandes ojos llenos de sorprendente
afecto. Esos dulces labios que suplican ser besados, aunque no sea
intencionadamente.
Pero no quiero arruinar la paz entre nosotros intentando besarla.
O diciéndole que Wilson no va a volver.
31

Brooke

―Hijo de puta.
Lev maldice en voz baja cuando entramos en la subasta y nos
sentamos en la mesa que nos han asignado.
Miro a mi alrededor para ver qué le tiene tan cabreado, y es entonces
cuando veo a Vlad sentado a dos mesas de distancia, observándonos con
una sonrisa sibilina en los labios.
Aunque lo oculta bien tras una expresión ilegible, sé que Lev está
furioso. No quiere estar en la misma ciudad que Vlad, y mucho menos
respirar el mismo aire.
Ha cambiado su comportamiento por completo. Durante el viaje en
coche, estaba casi... relajado.
Ahora está erizado y es como una bomba de relojería a punto de
estallar, a la espera que algo lo detone. Así que cuando traen copas de
champán a la mesa, cojo una para calmar la repentina ansiedad que me
recorre la espalda y le entrego una a él para evitar que haga estallar su
mecha.
En nuestra mesa ya hay seis invitados sentados, y por la forma en
que nos saludan, todos ellos están entusiasmados por sentarse en la
misma mesa que Lev Zarkov. Una en particular, una señora rubia algo
mayor, abandona su silla para ponerse a su lado sin poder quitarle las
manos de encima cuando le habla amablemente. No deja de tocarle y de
mirarle con ojos grandes y sin pestañear.
Doy un sorbo a mi champán mientras le veo ocultar su irritación tras
su carisma y encanto.
―Lydia, te presento a Brooke ―dice Lev, tomándome de la mano al
presentarnos. La rubia se enfría de inmediato y posa sus ojos, muy
maquillados, sobre mí.
―Es un placer ―me dice con frialdad, y le dirijo una sonrisa radiante
a pesar que su rostro crispado y tenso está gritándome, este no es tu sitio.
Vuelve a centrar su atención en Lev y empieza a parlotear sobre
todos los famosos presentes esta noche, mencionando nombres de paso,
probablemente para mi beneficio. Entonces menciona el medicamento
contra la demencia en el que está trabajando la empresa de Lev y lo
mucho que ha seguido sus progresos en los periódicos. Y observo el brillo
en los ojos de Lev cuando habla de ello. Por primera vez desde que ella se
acercó a nosotros, parece realmente interesado cuando habla del
medicamento y de las posibilidades que podría aportar a los enfermos.
Hay un flujo constante de invitados que se le acercan después de
marcharse la incombustible rubia. Y me encuentro interpretando tan bien
el papel de obediente acompañante que, para cuando sugiere que
salgamos a tomar el aire, prácticamente estoy convencida. De ser esto
real, y de ser su novia.
El frío del aire nocturno es un alivio frente a la sensación agobiante
que sentía en el salón de baile, y respiro hondo. Las dos copas de
champán me han relajado, y siento que me suelto aún más lejos del resto
de invitados.
―Cuéntame más cosas sobre la fabricación de medicamentos contra
la demencia por parte de ZeeMed ―le digo saliendo a la terraza.
―Esperamos lanzarlo en los próximos meses.
―¿Por qué el Pakhan de una Bratva ya rica y con una riqueza
personal extrema compra una empresa farmacéutica e invierte tanto en
medicamentos para la demencia? ―pregunto.
―No interpretes nada, Brooke. Es puramente un mercado lucrativo.
Sacudo la cabeza.
―No, es más que eso. ―Sacudo la cabeza.
―No quiero hablar de ello ―me dice.
Le doy un golpecito en el hombro.
―Te contaré algo si tú me lo cuentas.
Sonríe a medias.
―Bien, háblame de la pulsera que llevas siempre. ¿Qué tiene de
especial?
Miro la pulsera y dejo que el recuerdo aflore a la superficie.
―Mi madre me la regaló cuando tenía cinco años. Me dijo que era
mágica.
―Y tú la creíste.
―Por supuesto que la creí. Tenía cinco años. ―Sonrío al recordarlo―.
Tenía miedo a la oscuridad, y quiero decir mucho miedo. Tenía que tener
todas las luces encendidas en mi dormitorio y por el pasillo, y
absolutamente ninguna puerta de armario o alacena abierta en ningún
sitio. Una noche, mi madre me preguntó por qué tenía tanto miedo a la
oscuridad, y le dije que era porque no podía ver lo que se escondía en
ella. Así que a la noche siguiente me regaló esta pulsera. Decía que los
búhos pueden verlo todo en la oscuridad y que, mientras la llevara
puesta, ya no tendría miedo. Que el búho era mágico y que yo estaba a
salvo.
Lev se ríe.
―La inocencia de la infancia.
―¿Verdad? Pero nunca me la quité después de aquello. Y ya no tenía
tanto miedo a la oscuridad. ―Juego con el amuleto―. Ahora tiene un
significado diferente, supongo. Por supuesto, he tenido que añadir un par
de eslabones desde que me la regaló. ―Un nudo frío se agolpa en mi
garganta―. Es el único pedacito de ella que me queda.
Lev toma mi mano entre las suyas, frotando el pulgar sobre el
colgante del búho. Su tacto es suave al estudiarlo, siento su calor
extenderse por mi brazo y por todo mi cuerpo.
―Ahora te toca a ti ―le digo apartando la mano―. ¿Por qué gastaste
mil millones de dólares en una empresa farmacéutica para poder fabricar
medicamentos contra la demencia?
Se inclina para apoyar los brazos en la barandilla y contempla la luz
de la luna sobre el lago.
―Mi abuelo murió de demencia.
―¿Estabais muy unidos?
―Básicamente me crio él. Mi padre estaba ocupado como Pakhan y
mi madre perdió el interés por mí cuando nací. Había cumplido con su
deber y había engendrado el heredero que mi padre deseaba
desesperadamente. No tenía ni un hueso materno en el cuerpo. Lo suyo
eran las apariencias y los almuerzos y sus aventuras con otros hombres
que no fueran mi padre, y yo era demasiado para todas las niñeras que
empleaban para cuidarme. ―Levanta una ceja―. Era un poco difícil.
Me burlo jadeando.
―¿Tú? No ―exclamo, ahogadamente.
Sonríe, pero se desvanece.
―Mi abuelo intervino y me lo enseñó todo, desde leer y escribir
hasta a ser un hombre. Pero cuando cumplí dieciocho años, desarrolló
demencia. Cuando cumplí veintiuno, ya ni siquiera sabía quién era yo.
Murió unos meses después sin recuerdos de mí ni de nuestro tiempo
juntos.
―Lo siento mucho. No lo sabía.
―Mi dolor es solo uno entre mil millones, Brooke. No tiene nada de
especial. La enfermedad es tan extendida como insidiosa.
―¿Así que has invertido tu riqueza para evitar que otras personas
experimenten el mismo dolor?
Se ríe, pero adolece de humor.
―No es tan romántico, zayka. Son negocios, simple y llanamente.
Me encojo de hombros ante su negativa.
―Estoy segura que ganarás mucho dinero. Pero ni siquiera tú
puedes negar que tus motivaciones tuvieron más que ver con salvar
millones de vidas que con la codicia.
―Serían las acciones de un buen hombre.
―Entonces tal vez seas un buen hombre.
Gira la cara para mirarme. ―No, Brooke, ahí es donde te equivocas.
No soy un buen hombre ni mucho menos.
32

Lev

Como si estuviera decidido a demostrarle a Brooke que no soy un


buen hombre, cuando comienza la subasta, dejo que mi oscuridad salga a
jugar.
Aún me hierve la sangre porque Vlad esté aquí.
Así que cuando comienza la subasta y él puja por una gargantilla de
diamantes, decido pujar más alto.
No necesito diamantes.
Diablos, con mi dinero podría comprar una mina de diamantes.
Pero él quiere esta pieza, así que voy a asegurarme que no la
consiga.
Que el mudak aprenda que nunca debe desafiarme, o iré a por todo lo
que tienes y todo lo que quieres.
No sé por qué dejo que se meta así en mi piel. Probablemente
porque le vi hablando con Vadim en la celebración del cumpleaños de
Boris, y no me gustó. Al verlos juntos, me pregunté si estarían
colaborando para acabar conmigo.
Aunque, mi tío tendría que estar bastante desesperado para formar
una alianza con un buscavidas callejero como Vlad, que no tiene alianzas
propias, ni experiencia, ni absolutamente ningún poder.
Pero si Vadim está lo bastante desesperado, ¿quién sabe de lo que es
capaz?
―Cien mil dólares ―ofrece en voz alta, levantando la paleta.
Me mira con una sonrisa rastrera en la cara. Luego su mirada se
desplaza hacia Brooke y se detiene. Se relame los labios y puedo ver el
hambre en sus ojos viscosos.
Levanto mi paleta de oferta. ―Trescientos cincuenta mil putos
dólares.
La sala estalla en jadeos, y no sé si es por mi lenguaje soez o por el
hecho de soltar más dinero en esta sala que todos los demás juntos esta
noche.
No necesito mirar a Vlad para saber que ahora mismo me está
haciendo agujeros con sus ojillos brillantes.
Puja otra vez, hijo de puta, y seguiré pujando más que tú hasta que te
quedes sin blanca.
Pero no lo hace.
Porque él no tiene ni de lejos los recursos y el poder que yo tengo.
Y ahora todos los presentes lo saben.
El subastador baja el martillo.
―Vendido al muy distinguido caballero de la mesa uno.
La gente aplaude y observa fascinada cómo me traen el collar. La
caja en la que se encuentra está abierta, y los diamantes brillan
intensamente contra el terciopelo negro.
Mientras todos me observan con atención, saco la gargantilla de la
caja, la deslizo alrededor de la esbelta garganta de Brooke y la sujeto con
el broche. Ella jadea, y la sala vibra entre murmullos de placer.
Miro a Vlad, que me observa.
Entonces le clavo una mirada oscura en la que solo se lee un
mensaje.
Mía.
33

Brooke

Cuando termina la subasta, me excuso para ir al baño.


¿Qué demonios ha sido eso?
Casi esperaba que Lev me meara encima para demostrarle algo a
Vlad.
Me paro ante el espejo y miro fijamente mi reflejo. En la gargantilla
de centelleantes diamantes que rodea mi cuello.
Trescientos mil dólares.
Y firmó como si nada.
Luego me lo puso alrededor del cuello como un collar.
Una oleada de calor recorre mi piel al imaginarme de rodillas ante él,
con una correa atada a mi gargantilla y sujeta firmemente por sus fuertes
manos.
La lujuria late entre mis muslos y frunzo el ceño.
¿Esto es lo que soy ahora?
Toco las gemas. Son frías y duras. Y más hermosas que cualquier
otra joya que haya visto jamás.
De regreso a la subasta, me detengo en el pasillo cuando oigo dos
voces hablando en una de las habitaciones que dan al pasillo. Una es Lev,
y la otra es la rubia que estaba sentada frente a nosotros. Lydia, la
antiparpadeante.
Un extraño cosquilleo se apodera de mi estómago.
―Me sorprende ver que has traído una cita ―dice, con un ligero filo
en su voz.
―¿Quién, la rubia? ―pregunta Lev con indiferencia.
Lydia se ríe, juguetona y coqueta.
―Sí, Lev, la rubia. ¿Quién es? Estoy intrigada. Nunca te había visto
con una mujer del brazo. Debe ser especial para que la traigas a algo así.
―No es nadie especial. Necesitaba una cita, y a ella le sienta bien un
vestido.
Hmph.
―Le estás restando importancia. Son muchos diamantes colgando de
su cuello.
―Que no conservará. Yo quería esas joyas. Pero no para ella.
―Entonces, ¿por qué se las pusiste al cuello? Parecía que la estabas
reclamando públicamente.
Lev se ríe.
―Estás interpretando demasiado. Difícilmente iba a ponérselos a
otra persona. Quería que el otro postor viera lo que había perdido.
Ponérselos a ella me pareció una buena idea en aquel momento.
―Así que la utilizaste para restregárselo por la cara al otro postor.
Oh, Lev, me encanta lo travieso que eres. ―Otra risa coqueta, y me pongo
enferma―. ¿Así que de verdad no te interesa?
―En absoluto. Como he dicho, no es mi tipo. Es un poco sosa para
mi gusto.
La forma en que lo dice -tan frío y sin titubeos- hiere más de lo que
debería. De hecho, cala hasta los huesos.
Lydia se ríe.
―Me pareció que estaba fuera de tu alcance. Un poco sosa. Pero está
interesada, Lev. Me doy cuenta por la forma en que te mira.
―Entonces está cometiendo un error. Ella es un medio para un fin.
Se me eriza el vello.
Otra vez esa maldita frase.
―¿Cómo es eso?
―La gente parece pensar que necesito una cita cuando asisto a estas
cosas. Les estoy demostrando que no es así. Brooke está aquí para
demostrarles que tener a una mujer del brazo carece de sentido y no
ofrece ningún valor. Y lo está haciendo muy bien.
―Oh, eres un granuja, Lev Zarkov ―dice ella, y ahí está de nuevo esa
risa coqueta.
Ya he oído bastante.
Me marcho en busca de mi abrigo. No voy a quedarme para que me
paseen como a un paria.
Estoy tan dolida y enfadada que no soporto estar aquí ni un minuto
más.
No sé por qué me sorprende. Incluso me dijo que no era un buen
tipo.
Sin embargo, aún queda esa pequeña parte de mí que llora la
pérdida del hombre que conocí en el avión. El hombre encantador, atento
y divertido, y mucho más que este monstruo al que estoy atada
actualmente.
Busco mi abrigo y me dirijo a la puerta.
No soy un buen hombre ni mucho menos.
Él mismo lo ha dicho.
Menudo chiste.
No es solo un hombre malo.
Es un gilipollas de mierda.
34

Lev

Tras zafarme de las garras de Lydia, voy en busca de Brooke y la


encuentro encogida sobre su abrigo.
―¿Qué crees que estás haciendo?
―Me voy.
No estoy ciego. Me doy cuenta que está enfadada conmigo.
―No hemos terminado aquí ―digo.
―Puede que tú no, pero yo sí.
Me empuja y sale corriendo por la puerta.
La alcanzo cuando sube al coche. Me cierra la puerta, bloqueándola,
de modo que me veo obligado a entrar por el otro lado.
Durante el viaje en coche de vuelta a casa, permanece callada y
mirando por la ventanilla.
Y como no me gustan los juegos, no la presiono.
No voy a complacer su estado de ánimo.
Si tiene algo que decir, que lo diga.
Pero cuando llegamos a casa e intenta irse furiosa a su habitación, la
detengo.
No saldrá de esta tan fácilmente.
―Oh, no, no lo harás ―gruño―. No puedes tirar todos tus juguetes
fuera del parque y luego irte enfadada. No voy a jugar: o me dices qué te
pasa, o te encierras en tu cuarto y no sales hasta que estés dispuesta a
hablar.
Por suerte, no tengo que esperar porque está lo bastante cabreada
como para querer desahogarse.
―Te he oído hablar con esa mujer.
―¿Con quién?
―La rubia que te mira como si quisiera matarte a lametazos con la
lengua.
Lydia.
―¿Y qué? ―pregunto. Entonces recuerdo de qué estábamos hablando
y sumo dos más dos.
―He oído lo que has dicho de mí.
―Lydia es una cotilla. Si cree que tengo el más mínimo interés en ti,
utilizará sus recursos para averiguarlo todo sobre ti. Y es como un
maldito sabueso. Lo averigua todo. Y ahora mismo, no necesito ese dolor
de cabeza. Así que sí, he dicho la mierda que he dicho.
Apenas vi a Lydia, jodida Jones, me di cuenta que tendría que lidiar
con sus labios sueltos. Tiene fama de soltar la lengua a todo el mundo. Y
aunque la amenaza de lo que descubrirá si indaga en el pasado de Brooke
es mínima, es un puto grano en el culo del que podría prescindir ahora
mismo.
Cuando la vi, reaccioné. Pensé que era mejor restar importancia a la
presencia de Brooke.
Pero ver lo herida que está me dice que fui demasiado convincente.
―Me has llamado vainilla. ¿Es eso lo que piensas realmente?
―¿De eso se trata?
―No, se trata de hacerme creer que no eres un completo desalmado
un minuto solo para demostrarme lo contrario al siguiente.
―¿Mintiendo a una cotilla malcriada y entrometida porque no
quiero que indague en tu pasado y encuentre a Wilson, y luego indague
un poco más?
―Eso solo importaría si lo mataras ―grita.
―Y eso aún no está descartado ―le grito.
Se cruza de brazos mirándome fijamente, y veo que la he herido.
Lo que me hace sentir peor de lo que debería, teniendo en cuenta
que ella solo es un medio para un fin.
Joder.
―Te he oído, Lev. ―Sus grandes ojos intentan ocultarlo, pero está
herida. Y maldita sea, si eso no me hace sentir como un mierda.
Suavizo mi voz.
―Porque en mi mundo tengo que ser convincente. Especialmente
cuando miento.
―Sí, bueno, tu mundo apesta y estoy deseando alejarme de él.
Mira hacia la puerta y sé que va a intentar huir.
Y cuando lo hace, me abalanzo sobre ella, la agarro de la muñeca y la
presiono contra la pared.
Ella forcejea.
―Suéltame.
―No hasta que me escuches.
―No me importa lo que tengas que decir. Por lo visto, se te da bien
mentir, ¿recuerdas? Tus palabras, no las mías.
Mis ojos se posan en sus labios. Tan cerca, puedo ver su pulso
acelerándose en la garganta, justo por encima de la gargantilla de
diamantes que deslicé a su alrededor.
Me inclino hacia delante y rozo con mis labios su oreja.
―¿Qué quieres que diga? ¿Cuánto deseo arrancarte ese vestido para
saborear tu piel? ¿Cuánto deseo oírte gemir mientras te retuerces debajo
de mí? Cuántas ganas tengo de follarte que apenas puedo soportarlo.
Se resiste a que la agarre.
―No lo hagas.
Pero es una protesta débil. Sus ojos están ardientes.
―Quieres que te diga cuánto deseo pasar la noche enterrado tan
profundamente en tu coño que me desconcentra cada vez que te veo.
Ella lucha con más fuerza.
―Vete al infierno. Tan pronto como vuelva Wilson, me largo de aquí.
Nuestras miradas se cruzan en un acalorado enfrentamiento.
―Me temo que eso es imposible ―digo.
―¿Por qué?
―Porque Wilson no va a volver.
35

Brooke

Una intensa inquietud se apodera de mí y me paralizo.


―¿Qué quieres decir?
Lev se aparta de la pared y cruza la habitación hasta su escritorio,
donde coge un sobre amarillo.
Siento un cosquilleo en la espalda. Algo va mal. Lo que haya en ese
sobre no es bueno.
―No tiene intención de volver a por ti. La noche que salió de tu
apartamento, huyó de EEUU. Cogió un vuelo al Reino Unido y luego a
Ibiza. Y no camino de Oregón.
Está mintiendo.
Wilson es un imbécil, pero no lo haría sabiendo que podrían
matarme.
―No ―susurro.
Lev me entrega el sobre amarillo.
―Adelante, echa un vistazo por ti misma.
Abro el sobre y mi estómago se hunde. No miente. Dentro hay una
serie de fotos.
―Estas fueron tomadas ayer y hoy por los hombres que tengo
siguiéndole.
Me alejo de Lev mirando las fotos. No sé por qué. Quizá no quiero
que vea el dolor que ya se refleja en mi rostro.
Intentando controlar mis sentimientos, examino las fotos.
En un lote de imágenes, Wilson está en un bar bebiendo chupitos y
riéndose, y parece más relajado de lo que debería estarlo un hombre
metido en problemas con la Bratva. En el siguiente lote de fotos, el día se
ha convertido en noche, y está bailando y bebiendo, sacudiendo los
puños y besando descuidadamente a una joven en bikini. Otras fotos le
muestran tomando el sol en una piscina y, otro día, en la playa.
Wilson está viviendo sus mejores momentos mientras yo estoy aquí,
en el infierno de la Bratva, intentando salvar su estúpido culo.
Justo cuando creí que no podía decepcionarme más, me demuestra
lo contrario.
Dejo que las fotos se me escapen de las manos y caigan al suelo.
―De verdad que no va a volver.
―No, ya ha comprado una nueva vida. Nuevo nombre. Nuevo DNI.
―¿Vas a matarlo? ―Me preparo porque conozco la respuesta. Lev no
acepta que le falten al respeto. Hará pagar a Wilson con su vida.
―Eso depende de ti ―me dice.
Me doy la vuelta para mirarle.
―¿Qué quieres decir?
―Significa que necesito una esposa, y que tu ex necesita mantener el
pulso.
―¿Quieres decir...?
―Sí, zayka. Cásate conmigo y el mudak vivirá.
―No dejas de cambiar las reglas del juego ―digo yo.
―No, yo no, Wilson lo hace. Ha roto nuestro acuerdo, así que
debería ordenar a mis hombres que lo mataran. No obstante, me
encuentro en un aprieto en el que tú puedes ayudarme. Así que estoy
dispuesto a renunciar al asesinato y ofrecerte su libertad a cambio de
contraer matrimonio conmigo.
―¿Y cuánto durará este matrimonio?
―Doce meses.
Dios. Un año entero.
―Solo de nombre ―añade.
Lo que responde a mi siguiente pregunta. ¿Espera consumar nuestro
matrimonio?
―Estarás bien atendida. A cambio, necesito que aparezcas como mi
devota esposa en público.
―¿Y si no estoy de acuerdo, matarás a Wilson?
―Sí.
―¿Y si eso ya no me importa? Quiero decir, ¿por qué iba a hacerlo?
Me ha defraudado tantas veces, ¿por qué iba a seguir poniendo mi vida
en suspenso para salvar la suya?
―Porque sé que no puedes abandonar cuando hay una oportunidad
de salvarlo, aunque él no merezca la pena.
Creo que en ese momento le odio.
Tiene razón, por supuesto.
No puedo abandonarlo, por mucho que Wilson no merezca mi
ayuda. Porque no podría vivir con su muerte sobre mis hombros.
No solo tengo las manos atadas. Están encadenadas al monstruo que
tengo delante.
―¿Por qué haces esto? ―pregunto, sintiéndome tan defraudada que
apenas puedo respirar. No solo por Wilson, sino también por Lev. Hace
solo un par de horas, me cogió de la mano haciéndome sentir hermosa, y
me dejé llevar, pensando que estábamos en una auténtica cita.
Pero todo ha cambiado en un instante.
De nuevo.
―Solo es un medio para conseguir un fin ―dice Lev con frialdad.
Sacudo la cabeza como si pudiera sacudirme de esta pesadilla.
―Hace media hora menospreciabas mi presencia ante Lydia, y ahora
¿Me voy a casar contigo?
―Lo que le he dicho a Lydia me ha permitido ganar algo de tiempo
respecto a sus molestas y entrometidas maneras. Anunciarte como mi
prometida a la Bratva me afianzará como Pakhan a los ojos de los viejos
Vory, que creen que no valoro a la familia como al dinero.
―De cualquier forma, solo soy un peón en todas tus partidas de
ajedrez ―murmuro.
―Si te hace sentir mejor pensar eso, adelante.
―Es la verdad.
―La verdad siempre es subjetiva, zayka ―se burla.
―Entonces me das pena ―suelto―. ¿Y si me niego?
―En ese caso, haré que mis hombres se deshagan de Wilson.
―¿Y yo?
Se le frunce el ceño. Es como si nadie hubiera cuestionado su destino
ante él.
―No lo he decidido.
Interiormente, me muero ligeramente.
―Necesito tiempo para procesar todo esto ―digo en voz baja.
Sé que no tengo elección en todo el asunto del matrimonio. Tengo
que casarme con Lev pase lo que pase, o Wilson morirá. Pero no es eso en
lo que necesito pensar. Necesito procesar en qué se ha convertido mi
realidad. Un ex perdedor al que no le importa si vivo o muero. Y un
novio falso de una Bratva quien me controla si lo hago o no.
No tengo el control de mi vida, y siento la pérdida profundamente.
Pero no puedo dejar morir a Wilson, aunque sea un gilipollas que se
lo merece. Si puedo hacer algo para salvarlo, lo haré. Aunque él no haga
nada por salvarse.
Y si eso significa casarme con este hombre que tiene mi futuro en sus
manos, entonces lo haré.
Pero esta noche no estoy de humor para detalles. Necesito espacio
para pensar.
―Déjame consultarlo con la almohada.
Lev asiente.
―Bien, lo discutiremos mañana.
Me excuso y huyo a mi dormitorio.
Me preparo para ir a la cama. Me quito el maquillaje y, me doy una
larga ducha bajo el agua caliente, rezando para que borre mi decepción y
tristeza.
Después, me meto en la cama y comienzo a llorar.
No porque sienta amor por Wilson, ese se esfumó el día de la boda
que nunca se celebró.
No, lloro porque ahora tengo que casarme con un hombre al que no
soporto para salvar a un hombre al que realmente odio.
36

Brooke

Me paso el día siguiente en la cama intentando procesar la forma en


que mi vida ha desembocado en esta pesadilla. Me despierto triste y vacía
y acto seguido mi ira se apodera de mí cuando descubro que lo que más
me ha dolido no es Wilson, sino Lev y lo que me está haciendo después
de la conexión que creí que habíamos establecido. No solo la noche en
que nos conocimos, sino también anoche en la subasta, cuando se mostró
abierto y sincero conmigo.
¿Cómo pude ser tan ingenua?
Esto siempre ha sido únicamente un medio para conseguir un fin. O
eso es lo que me sigue diciendo.
Duele, pero de algún modo, mi espíritu luchador no ha disminuido
ante lo desesperado de la situación.
No, mi guerrera interna está decidida a no ponerle las cosas fáciles.
Y la mera idea de ponerle las cosas difíciles a Lev es suficiente para
levantarme el ánimo y volver a poner una chispa en mi camino.
Para animarme aún más, me hago la manicura y la pedicura en la
tumbona con las tijeras y la lima de uñas que encontré en el cuarto de
baño y un bonito esmalte rosa. Puede que esté encerrada en un miserable
callejón sin salida por culpa de un mafioso ruso al que apenas soporto
mirar en este momento, pero al menos puedo lucir unas uñas sexys
durante el tiempo que permanezca encerrada allí.
Por la tarde, mi estado de ánimo mejora aún más cuando Elsa me
envía un mensaje de texto con una foto de ella y su hija.

Os echo de menos, chicas.


Te echamos de menos.
Algunos días desearía no haberme ido nunca.
Suenas nostálgica.

Me duele decirle la verdad. De preguntarle qué hacer.

El nuevo trabajo es bastante exigente. Mi jefe es un poco


tirano.
¿Seguro que estás bien?
Aparte de querer envenenar el café del director general, estoy
muy bien.
En realidad, deshazte de ese mensaje... podrían citarlo como
prueba.
¿Tan malo es?

―Como si no te lo creyeras ―murmuro para mis adentros mientras


vuelvo a teclear otro mensaje.
Estamos pensando en ir a NYC en las próximas semanas.
Haznos saber qué fechas te vienen bien.
Lo comprobaré en el trabajo. Horas locas.

Me siento mal por mentir. Y sé que no puedo seguir postergando las


cosas a mis amigas. Se darán cuenta que algo no va bien. Pero no puedo
permitirme que se vean envueltas en este lío. Hasta que averigüe qué
hacer, tengo que mantenerlas lo más alejadas posible de Lev.
Aunque es difícil esconder a un marido cuando te visitan, Brooke.
Tengo que irme, tu ahijada está pidiendo teta.

Después de despedirnos con un millón de emojis de corazones


besucones, me meto en la ducha e intento apartar de mi cabeza los
acontecimientos de anoche y centrarme en las cosas buenas de mi vida.
Como mis amigas y mi adorable ahijada.
De nuevo mi ánimo se levanta y empiezo a creer que puedo hacerlo.
Puedo casarme con el monstruo que me está obligando y no
derrumbarme por ello.
Cuando salgo de la ducha, llaman a la puerta y es Enya. Su dulce
rostro aparece en el umbral.
―Al Sr. Zarkov le gustaría verte en su despacho.
E inmediatamente se me eriza el vello de la nuca.
Hazle ver que esto no va a ser fácil para él.
―Por favor, dile al Pakhan que tengo otros planes y que,
lamentándolo mucho, declino su invitación.
Enya parece insegura.
―¿Otros planes?
―Sí, planes importantes y urgentes.
Ella frunce el ceño.
―Querrá saber qué son.
―Dile que me estoy lavando el cabello.
Parece confusa. Y, desde luego, lo estará. No sabe que su jefe me está
obligando a casarme con él y que por eso no le mearía siquiera, aunque
estuviera en llamas.
―Le enfadará ―susurra.
―Entonces tendrá que enfrentarse a ello y aprender a controlar sus
emociones. Y si se enfada contigo, dile que puede arreglarlo conmigo.
―Le cojo la mano y le dedico una cálida sonrisa―. Todo irá bien.
Se va, y cierro la puerta tras ella, diciéndome a mí misma que será
mejor que me prepare para el impacto. Porque tengo la sensación que
cuando la Lev reciba mi negativa, toda la casa temblará.
37

Brooke

Al cabo de unos minutos, la puerta de mi habitación se abre de golpe


y Lev se planta en el umbral, con una furia que irradia de él como llamas.
―¿Rechazas lamentándolo mucho?
Aún vestida solo con una toalla, me niego a dejarme intimidar por el
malhumorado Pakhan a pesar de la repentina tensión que siento en mis
hombros.
―Así es.
Ciño la toalla alrededor de mi pecho, y Lev me recorre con una
abrasadora mirada.
Se acerca a mí.
―Creí que nos entendíamos, que harías lo que se te dijera.
―Nunca he dicho eso.
―Vas a ser mi esposa...
―Aún no he aceptado casarme contigo.
―Pero lo harás.
―¿Alguna vez te han enseñado que se cazan más moscas con miel
que con vinagre? ―digo, cruzándome de brazos, intentando ceñirme más
la toalla al pecho. Pensándolo bien, debería haberme vestido con algo más
que unas bragas y una toalla antes de pinchar al oso.
De nuevo, su mirada acalorada me recorre, quemándome la piel y
haciendo que se me acelere el corazón.
―¿Por qué insistes en intentar enfadarme? ―gruñe.
―Quizá si hubieras sido un poco más amable conmigo habría
aceptado tu invitación a reunirme contigo en tu despacho. Quizá si me
mostraras el respeto que merezco, tal vez te correspondería.
Da otro amenazante paso hacia mí. Como una pantera acechando a
su presa.
―Como esposa mía, espero que hagas lo que yo te diga.
―Bueno, espero que estés acostumbrado a sufrir decepciones.
Se acerca un paso más.
―No llevo bien las decepciones.
―Bueno, a mí tampoco me va muy bien que me chantajeen.
―El chantaje no es nada comparado con lo que soy capaz de hacer
―dice, haciendo que su ardor nos envuelva―. Tendrás que aclimatarte a
mi mundo si quieres que esto funcione.
―Bueno, no estoy de acuerdo.
Sus cejas se levantan.
―¿No estás de acuerdo?
―Si acepto casarme contigo, cosa que aún no he hecho, haré lo que
se espera de mí siempre que se me muestre el respeto que merezco. Eso
significa que no me convocarás. A partir de ahora, si quieres algo de mí,
me lo pides. ―Enarco una ceja―. Amablemente.
Aprieta los dientes.
―No es hora de jugar, Srta. Masters.
Le clavo un dedo en el pecho.
―No, es mi vida con lo que está jugando, Sr. Zarkov.
Se eleva sobre mí. Parece a punto de perder los nervios de nuevo. Su
mandíbula está tensa. Sus ojos están oscuros. En cualquier momento va a
comenzar a gritar.
Pero entonces hace algo que no veo venir.
Pega sus labios a los míos y aplasta su beso contra mi boca. Mi
cuerpo está tan tenso por la energía sexual contenida que no me resisto.
De hecho, le correspondo, el beso es feroz y desenfrenado al
desatarse toda la frustración de los dos últimos días.
Estoy jugando con fuego, pero al menos juego con mis condiciones.
Lo hago retroceder hacia la tumbona y trepo a su regazo.
Entre mis muslos, la rígida silueta de su polla proporciona la fricción
que tanto necesita mi dolorido clítoris.
Me restriego contra él, haciéndolo gruñir.
Sus manos se deslizan hacia arriba aflojando la toalla y haciéndola
caer al suelo. Sin dejar de besarme, acaricia mis pezones con las manos y
vuelve a gruñir en nuestro beso.
Ahora que está convenientemente distraído, cojo las tijeras de uñas
que dejé sobre la mesa auxiliar y las acerco al cuello de Lev. Son
pequeñas, pero lo bastante afiladas y puntiagudas como para perforar
una yugular.
Alejo mis labios de él.
―No soy un jodido juguete ―gruño y aprieto los dientes.
Su polla palpita contra mi coño, extendiendo un crudo placer por
toda mi entrepierna.
―Bien jugado, zayka ―dice sin el menor asomo de preocupación. De
hecho, la diversión baila en sus labios―. ¿Qué piensas hacer ahora?
Presiono el extremo de las tijeras más profundamente en su cuello.
No lo suficiente como para hacerle sangrar, pero sí lo suficiente como
para ver el dolor en sus ojos. Ni siquiera se molesta en intentar ocultarlo
porque no teme el dolor. Lo disfruta.
―Vamos a aclarar algunas cosas. Nuestra noche juntos fue un gran
error, y no permitiré que lo utilices en mi contra. ¿Lo has entendido?
Puede que esté pegada a ti durante los próximos doce meses, pero te
aseguro que no me obligarás a hacer nada que no quiera hacer.
De nuevo, su polla palpita entre mis piernas. Está disfrutando, y no
me da miedo admitir que ahora mismo estoy excitadísima. No sé si es el
rígido contorno de su polla frotándose contra la parte delantera de mis
bragas o el hecho de no haber tenido sexo desde nuestra última noche
juntos, y verlo así me está haciendo perder el sentido.
Mi cuerpo pide a gritos ser liberado y, en este momento, grita más
fuerte que mi sentido común.
―Yo, en cambio, no tengo ningún reparo en que obtengas tu placer
de mí. ―Sus ojos centellean con una mezcla de lujuria y ardor―. Ábreme
la cremallera, zayka. Toma de mí lo que quieras.
Sus manos encuentran mis caderas y me presionan con más fuerza
contra su erección. Muerdo mi labio entre los dientes, mi cuerpo en
llamas y las bragas empapadas por la excitación.
―Déjate llevar. Podrás luchar contra mí más tarde. Pero de
momento, lo único que tienes que hacer es ceder a lo que tu cuerpo te
pide.
La cabeza me da vueltas.
―Que te jodan ―susurro.
Me agarra la barbilla y me pasa el pulgar por el labio.
―Una boca tan sucia merece ser castigada. Di las palabras y te la
arruinaré con mucho gusto.
―Que te jodan ―repito.
Pega sus labios a los míos, devorando mi boca.
Pero me alejo porque necesito algo más que sus labios, y él lo sabe.
Se desabrocha el pantalón y libera su polla.
Es más grande de lo que recordaba. Un tronco grueso con una
cabeza ancha prometiendo orgasmos.
Agarra su amplia base.
―Suéltate, zayka. Coge mi polla, úsame para lo que quieras.
Humedezco mis labios. Sé que debería detener esto, pero no quiero.
Estoy tan increíblemente excitada, soy como un resorte fuertemente
enrollado a punto de estallar. Necesito esta liberación. La deseo.
Presiono con más fuerza las tijeras contra su piel.
―Esto no cambia nada.
Sus ojos brillan perversamente.
―Puede.
―Todavía te odio.
Sujeta mi mandíbula.
―Bien.
Me besa de nuevo, enérgico y salvaje. Dominante.
Y estoy acabada.
Dejo caer las tijeras y, con una mano, agarro la base de su miembro
y, con la otra, aparto las bragas. Me sitúo sobre la cabeza hinchada.
―Tómala ―Lev gruñe contra mis labios―. Tómala toda.
Muy lentamente, me hundo sobre él, y mis ojos se agitan por la
súbita plenitud.
―Así me gusta. Gruñe, repleto de lujuria y placer―. Tómala toda,
zayka, toma cada puto centímetro.
Un gemido se me escapa cuando empiezo a cabalgar sobre él, sus
manos agarran mis muslos y tiran de mí adelante y atrás sobre su pelvis.
Me aferro a sus hombros para mantenerme firme. Calor se agita
entre nosotros. Un sudor se acumula tras mis piernas y una sensación
viscosa recorre mi piel, pero, maldita sea, no es nada comparado con la
dulce tensión que se acumula entre mis muslos.
―Aprieta ese precioso coño tuyo, zayka, estrújame la polla ―gruñe―.
Eso es, tu coño está tan apretado... tan jodidamente apretado...
Cuando intenta moverse, le detengo.
―No.
Soy yo recuperando cierta apariencia de control.
Sonríe con suficiencia y sus ojos están vidriosos de placer carnal.
Aprieto mi coño alrededor de su longitud y borro esa sonrisa de su
cara.
―Joder... ―gruñe, y su cabeza cae hacia atrás sobre la tumbona―.
Sigue haciendo eso, zayka, y me correré más pronto que tarde.
Gimo y pego mis labios a los suyos.
―Bien, entonces córrete en mi interior ―jadeo entre besos feroces―.
Quiero que me llenes con tu semen.
Es suficiente para llevarlo al límite.
Suelta un gruñido tan primario y carnal que se me eriza la piel.
Sujetándome el cabello y apretándolo contra su muñeca, mi orgasmo
estalla como una bomba. Me desmorono sobre su regazo, mi coño se
convulsiona contra su polla, mis gemidos sonoros y desinhibidos.
Con los ojos cerrados, me desplomo sobre él. Mi cuerpo se siente tan
condenadamente bien.
Cuando nuestras respiraciones se estabilizan, dejo caer la frente
sobre la suya.
Puede que me haya excedido, pero ahora mismo me da igual.
―¿Ves qué bien sienta dejarse llevar? ―ronronea―. Deberías soltarte
más a menudo.
Se dispone a besarme, pero aparto la cara. Sin embargo, sujetándome
por la barbilla, presiona sus labios contra los míos, quemándome la piel
con su beso. No me resisto. ¿Qué sentido tiene? Solo soy yo negando que
lo deseo. Así que le devuelvo el beso, y una nueva palpitación se apodera
de mis muslos y aprieto su polla.
―Qué kiska tan glotona ―gruñe.
Me agarra por el culo, nos levanta de la tumbona como si no pesara
nada y nos acerca a la cama. Cuando me deja caer a mis pies, su polla se
desliza fuera de mi cuerpo, y su semen resbala por mi pierna.
Su polla sigue dura y se balancea pesadamente entre sus poderosos
muslos, reluciente por la mezcla de ambos.
Con una sonrisa perversa en sus hermosos labios, me da la vuelta,
me presiona contra el borde de la cama y vuelve a penetrarme.
Grito de placer y me dejo someter mientras él se eleva sobre mí,
tomándome y dándome tanto al mismo tiempo.
Todo sucede tan rápido y duro. Las embestidas. La oleada de placer
desde lo más profundo de mí. Unos dedos fuertes sujetan mis caderas
mientras me da fuertes embestidas hasta que me derrumbo y empiezo a
correrme de nuevo.
―Eso es, zayka. Vente en mi polla ―gime―. ¿No es esto mejor que
luchar contra mí?
Mis puños golpean la cama al tiempo que grito, mi segundo
orgasmo me atraviesa con tanta fuerza que abandono momentáneamente
este plano mortal para trasladarme a algún lugar lleno de brumosa luz
blanca y estrellas.
―Oh Dios... ―gimo.
Pero está lejos de haber terminado conmigo. Se retira, me da la
vuelta, y estoy tan flexible y blanda que estoy sorprendida porque mis
piernas funcionen. Las separa y me clava la polla tan profundamente que
me quedo sin aliento.
―Quiero ver tu cara mientras reclamo este coño ―gruñe―. Quiero
que mires la mía mientras me corro dentro de ti.
Estoy embriagada por lo que está haciendo y veo a través de los
pesados párpados cómo su polla entra y sale de mi cuerpo, con el coño
resbaladizo por su semen y mi excitación.
Maldita sea. Verle desaparecer dentro de mí es sexy como la mierda,
y decido que ser dominada por él es mi nueva cosa favorita.
Tiro de él hacia abajo y lo beso como una mujer hambrienta. Voy a
por el orgasmo número tres, y si eso significa que tengo que arrancárselo,
que así sea.
Se ríe, hundiendo profundamente su lengua, besándome con tanta
rudeza que después me van a arder las comisuras de los labios.
―Me gusta esta versión de ti.
Estoy al borde del orgasmo.
―No creas que significa nada. Sigo odiándote.
―El sexo por odio es un gran polvo.
Suelto una risita y jadeo contra sus labios a medida que me penetra
más profundamente.
―Eres tan patético.
―Tan patético que puedo hacer que te corras tres veces en diez
minutos.
―¿Quién dice que voy a correrme otra vez? ―jadeo. Definitivamente
me voy a correr otra vez.
―Quizá debería detenerme entonces...
―Si te detienes, Lev, te mato. ―Dios, estoy tan cerca. Si se detiene,
entraré en combustión espontánea―. Te mataré lentamente ―gimoteo.
Sonríe, restregándose con fuerza contra mí, y la fricción detona el
orgasmo número tres como si hubiera sido su plan todo el tiempo.
Me corro, y lo hago con fuerza.
Lev me sigue, corriéndose más fuerte. Y Dios mío, estoy tan
jodidamente excitada que no sé cuándo acabaré... si es que acabo
haciéndolo.
Se vacía dentro de mí, sus embestidas se vuelven lentas y
superficiales a medida que se desvanecen poco a poco.
Se hunde sobre mí y su aroma me envuelve como la seda.
Cuando levanta la cabeza, tiene un brillo perverso en los ojos.
―Este acuerdo es por doce meses ―dice.
―¿Y?
―Podríamos hacerlos muy placenteros.
―¿Qué sugieres?
―Un acuerdo mutuamente beneficioso. ―Sale de mí con suavidad y
el semen se derrama sobre la cama.
―¿Quieres que sea tu follamiga?
―Me gusta follarte, zayka, y por los sonidos que acabas de hacer, creo
que te gusta cuando lo hago. ―Se ajusta y se vuelve a subir la cremallera
del pantalón.
Desaparece en el baño y, cuando vuelve, lleva un paño húmedo en la
mano. Separándome los muslos, desliza el paño fresco y húmedo entre
mis piernas, y la sensación de frío es un alivio instantáneo contra mi piel
ya ardiente. Teniendo en cuenta mi experiencia anterior con él, mañana
me dolerá.
No me muevo. Permanezco sentada con las piernas abiertas
mientras él se ocupa suavemente del desastre que ha hecho en mi coño y
en la cama debajo de mí. Toda timidez se esfumó cuando me subí a su
regazo y me hundí en su polla.
―¿Entonces qué va a ser? ¿Vamos a perder el tiempo peleándonos o
a pasarlo bien follando? ―pregunta, rozando tiernamente el paño a lo
largo de mi muslo.
¿Qué tengo que perder? Dentro de doce meses, todo esto habrá
terminado, y Lev se desvanecerá en el recuerdo.
Pero puedo hacer que esta situación sea soportable con un poco del
mejor sexo de mi vida.
Después de todo, ¿cuál es la mejor opción? Luchar contra él a cada
paso y vivir en una perpetua frustración. O aceptar múltiples orgasmos
de un hombre que parece estar encantado de dármelos.
Ese es el momento en que decido convertirme en la abogada del
diablo.
No, ese es el momento en que me convierto en la puta del diablo.
Y tengo que admitir que no lo odio.
38

Lev

―Entonces, ¿Estamos de acuerdo?


Miro alrededor de la mesa, donde los doce miembros del círculo
íntimo de la Bratva me devuelven la mirada. Todos con traje. Todos
asintiendo con la cabeza. Excepto uno.
Vadim.
Acabamos de hablar de cortar lazos con Los Pitt, un sindicato del
crimen organizado que opera desde Chicago. Se están volviendo
demasiado peligrosos para mantener una relación con ellos debido a su
implicación fuera de nuestros intereses. Negocios oscuros como la trata,
las drogas y las armas. Tres cosas con las que nunca se ha asociado el
apellido Zarkov.
Nos va a costar caro. Pero la pérdida económica será una gota en el
océano comparada con el tiempo en prisión si nos vemos atrapados en la
inevitable implosión de su organización.
Pero Vadim no quiere romper lazos.
Se inclina hacia delante en su silla.
―Nuestra relación con los Pitt se remonta a décadas. Es una buena
relación.
―No, es una relación tóxica. Creen que traficar con adolescentes es
aceptable. Los Zarkov no.
―Se trata del nuevo cabeza de familia, Salomón el Deerhunter. Ha
manchado el nombre con estas cosas nuevas. Tenemos que presionar a la
familia para que recupere el control. Habla con algunos de los veteranos.
Cuando sepan lo que está en juego...
―¿En serio me estás diciendo que quieres que visite el santuario
interno de los Pitt y sugiera un puto golpe de estado? ¿Desde cuándo nos
metemos en la política de nuestros asociados? Yo no lo toleraría. ¿Lo
tolerarías tú?
―Es nuevo. Joven. Ambicioso. Demasiado inexperto para dirigir.
Esperemos antes de romper la alianza. Ha tenido cuerda suficiente para
ahorcarse. Dejémosle. Pronto habrá un nuevo jefe de la organización.
Ahora me pregunto si seguimos hablando del Pitt.
―¿Será que la vida imita tus propios designios, tío?
Los fríos ojos de Vadim me miran a través de la mesa.
―¿Quién más comparte la creencia de Vadim? ―Mi mirada recorre el
rostro de todos los hombres de la sala. ―¿Quién quiere esperar a que
Salomón el Deerhunter se ahorque como dice Vadim? ¿O quién prefiere
garantizar que sus vidas no implosionen en los próximos meses porque
esos mudaks trafiquen con mierda que los Zarkov nunca han tolerado?
No puedo evitar que el calor se apodere de mi voz.
―No tengáis miedo de hablar. Os invito a que seáis totalmente
transparentes.
Vadim se burla.
―¿Dónde estaba la plena transparencia cuando mataste a tiros a
Aleks en su restaurante?
Dirijo mi ardiente mirada hacia mi tío, con la voz baja e irradiando
advertencia.
―Aleks traicionó a la Bratva, y el único resultado de eso es la muerte.
La traición equivale a la muerte. Esa es la regla por la que todos nos
regimos, ¿no es así?
―El Pitt se ha convertido en un pasivo ―le dice Boris a Vadim―. Y
nosotros eliminamos pasivos.
Los fríos ojos de Vadim se detienen en su hermano antes de
deslizarse de nuevo hacia mí.
―Es cierto. Eliminamos pasivos.
Aprieto la mandíbula. ¿Es una amenaza?
Agudizo la mirada hacia él.
―¿Quieres añadir algo, Vadim? ¿Tienes algo que quieras decirme a
mí o a los demás?
―No, sobrino ―dice.
Pero no despego mi mirada. No se dirigirá a mí como a su sobrino.
Soy su líder. Su jefe y tiene que recordarlo.
―No, ¿qué...?
Me mira fijamente, su lengua gotea veneno.
―Pakhan ―añade.
Le sonrío fríamente, luego rompo la sonrisa para mirar a mis
hombres.
―Así que está decidido. Rompemos alianzas con los Pitt.
Todos los del círculo interno asienten con la cabeza.
―Bien, me aseguraré que así sea esta semana―. Me pongo en pie―.
―Oh, y antes de irme, tengo noticias.
Se hace el silencio en la mesa cuando doce pares de ojos se posan en
mí.
―Me voy a casar.
Salgo de la reunión con el calor de las palabras de mi tío
punzándome bajo el cuello.
El único resquicio de esperanza fue ver la insatisfacción en el rostro
de Vadim y el gruñido en sus finos labios cuando se dio cuenta que el
título de Pakhan quedaba aún más fuera de su alcance.
Una esposa significa un heredero.
Lo que significa que nunca dirigirá esta Bratva.
Aunque en este caso la esposa sea falsa y el heredero solo esté
implícito. Porque estoy bastante seguro que la conformidad de Brooke al
casarse conmigo no se extiende a que realmente engendre un bebé dentro
de ella.
Una punzada de lujuria me recorre.
Maldita sea, ¿por qué me excita la idea de dejar embarazada a Brooke?
Desde hace un par de noches, apenas nos quitamos las manos de
encima. Es como si hubiera estallado una presa y toda la lujuria y tensión
sexual reprimidas se hubieran desbordado.
Apenas puedo apartar mis manos de ella. Y mucho menos mi mente.
Pensar en su dulce cuerpo cabalgándome me mantiene duro todo el
día, y saber que me espera en casa me hace pisar el acelerador con más
fuerza.
Alargo la mano hacia el salpicadero, pulso el botón de llamada a
casa y María, la asistenta, contesta al tercer timbrazo.
―Pásame con la habitación de Brooke ―le digo.
―Oh, no está en su habitación, señor ―dice María.
―¿Dónde está? ―pregunto, cuestionándome qué pesadilla me estará
conjurando ahora el pequeño dolor.
―Está aquí, en la cocina. Le he estado enseñando a hacer blini. Ahora
está tomando el té con nosotros.
―¿Nosotros?
―Enya, Igor y yo.
No puedo evitar sonreír. ¿Por qué no me sorprende que ya se haya
hecho amiga del personal? Resulta fácil simpatizar con ella. Es fácil estar
con ella. Lo sé de primera mano.
―Pásamela ―le digo.
Hay una pausa y luego Brooke se pone al teléfono.
―Espero que esto sea importante, ya que Igor estaba a punto de
explicarme todo sobre cómo eras de bebé malcriado y Bratva. Es broma,
creo que ni siquiera el equipo de interrogatorios del FBI podría sacarle ese
tipo de información. ―Susurra juguetonamente al teléfono―, Es medio
robot, ¿sabes?
―No te das suficiente crédito, zayka. Creo que podrías hacer hablar a
un monje. Aunque solo fuera para decir: por favor, deja de hablar.
―Ah, es lo más bonito que me has dicho nunca.
―No te acostumbres.
―Demasiado tarde. Ahora has subido el listón, monstruo. ―Se ríe
divertida, y me agrada cómo suena―. ¿Para qué me llamas?
―Elige un sitio para ir a cenar. Habla con María o Enya, y podrán
darte algunas sugerencias.
―¿Me das a elegir? Alguien debe de estar de buen humor.
―En realidad, todo lo contrario. Ha sido un día para crisparme hasta
el último nervio. Elige un sitio tranquilo. Estaré en casa dentro de una
hora.
Me irrita la falta de respeto de mi tío. Así que cuando vuelvo a casa y
encuentro a Brooke esperándome vestida solo con una de mis camisas,
me sorprende gratamente cómo desaparecen Vadim y su hosquedad. Mi
noche ya pinta mucho mejor.
―¿Qué es esto? ―pregunto.
―Parecías estresado al teléfono, y cuando dijiste que querías un poco
de paz y tranquilidad, pensé: ¿por qué no comer en casa? ―Se acerca a
donde estoy, en la puerta de su dormitorio, me quita la chaqueta, me
pone una mano en el pecho y empieza a empujarme hacia la cama―. Y
cuando digo comer dentro, quiero decir que yo voy a comer y tú te vas a
sentar a disfrutar.
Me empuja, dejándome caer sobre la cama, luego se arrodilla ante
mí, mirándome con esos grandes ojos de conejita.
Extiendo la mano y acaricio su mandíbula arrastrando los dedos por
su mejilla hasta sus entreabiertos labios. Desde que se subió a mi regazo y
me dio placer hace cuatro noches, hemos pasado horas en esta habitación,
chupando, lamiendo y follando hasta saciarnos.
Y no voy a mentir. Son las partes favoritas de mis días.
Deslizo el pulgar en su boca y lo saco para cubrirle el labio inferior
con su saliva. Ella vuelve a meterlo y lo chupa suavemente, una promesa
de lo que está por venir.
Ella gime y mi polla casi se sale de la cremallera.
Retiro el pulgar. Estoy empalmadísimo. Necesito sus caricias.
Necesito sentir su piel sobre la mía.
Me baja la cremallera y me libera, luego se inclina hacia delante y
empieza a acariciar la cabeza de mi polla con lametones coquetos y
aterciopelados. Es una tortura. Mi polla ansía deslizarse en su boca, pero
ella me mantiene a raya, sujetándome por la base para poder seguir
haciéndome papilla con solo lamer y chupar la cabeza.
―Zayka... ―suplico, introduciendo mis manos en su cabello.
Necesito que me tome todo en su boca.
Pero no lo hace. Sigue lamiendo y pasando la lengua por la cabeza
tensa, deslizándola por debajo del borde y volviéndome loco hasta que
apenas puedo aguantar más.
―Oh Dios... ―gimo―. Fóllame con tu cálida boquita...
Finalmente, me succiona más profundamente en su boca, y ruedo los
ojos.
Dios, estoy tan empalmado que creo que voy a explotar. Mi cabeza
cae hacia atrás, y mis dedos se aprietan en su cabello mientras la pequeña
zayka arrodillada frente a mí me folla la polla con su deliciosa boca. La
desliza a lo largo de mí, arrastrando su lengua gruesa y húmeda por mi
carne y hasta la cabeza hinchada de mi polla. El placer palpita en cada
nervio y fibra, y mi polla se hincha en su boca mientras me chupa como si
fuera una maldita piruleta.
―Joder ―gruño, tirándole del cabello. Solo un par de minutos con
ella y estoy listo para correrme―. Eso es, Zayka. Llévame hasta el fondo de
tu boca.
Lo hace, me chupa profundamente y con fuerza, con el tipo de
succión que solo he conocido en mis fantasías. No puede chupármela
toda, pero se deleita con los centímetros que puede con fervor, y me
siento tan jodidamente bien que tengo que inspirar por la nariz y exhalar
bruscamente por la boca para no correrme.
―Joder, sí. Folla mi polla con esa jugosa boquita tuya como una
buena chica ―gruño, agarrándola del cabello por las raíces. Inclino su
cabeza hacia atrás para que tenga que mirarme con esos grandes ojos―.
Me la pones tan jodidamente dura...
Ella sonríe alrededor de mi polla, y juro que casi me vuelvo loco.
Porque no hay nada como tener a mi conejita de rodillas delante de mí,
devorando mi polla y sonriendo al hacerlo.
―Haces buenas mamadas, zayka. ―Me arranca otro gemido, y mi
polla palpita de placer en su boca―. Tan jodidamente buena...
Muevo las caderas hacia ella y me muerdo el labio inferior para no
correrme. Pero el dolor no hace más que aumentar el placer, y siento
cómo se me tensan las pelotas. Joder. Voy a correrme, y no hay nada en
este mundo que pueda detenerme.
Un gruñido primitivo sale de mí y palpito contra sus labios,
sacudiéndome en su boca mientras mi semen golpea el fondo de su
garganta. Latido tras latido, pulso tras pulso. Y como una buena conejita,
se lo bebe todo. Hasta la última gota.
Jadeo y tardo un momento en volver en mí.
Brooke me mira arrastrando el dorso de la mano por la boca y sonríe
perversamente.
Mi perfecta conejita infernal.
Pero no he terminado.
La levanto, me la echo al hombro y le doy una palmada en el culo.
―¡Lev! ―chilla.
La dejo caer sobre la cama, me arrastro por las sábanas hacia ella y
entierro mi cara entre sus muslos. Ella se ablanda, y sus gritos de protesta
se convierten rápidamente en gritos de placer.
Le devuelvo la tortura con mi lengua. Lamiendo, chupando,
follando su coño empapado con mi boca. Y cuando se corre, arquea la
espalda gritando y lo hace sobre mi cara, con los muslos apretándose
alrededor de mis sienes.
Levanto la cabeza y sus fluidos cubren mis labios.
Mi polla vuelve a estar dura. Agarro la base, y el precum gotea de la
cabeza deslizándose por el tronco.
Brooke separa aún más los muslos, abriéndome el coño, y yo me
deslizo dentro y la follo hasta que las dos volvemos a gritar de placer.
Cuando nuestros jadeos se estabilizan y nuestros cuerpos están listos
para hundirse en el colchón, nos duchamos juntos disfrutando
mutuamente de nuestros cuerpos enjabonados sobre la carne húmeda y
besándonos bajo el flujo constante de agua, perdidos en el brumoso
resplandor.
Masajeo su cuero cabelludo con champú y lo arrastro hasta las
puntas, saboreando sus suaves gemidos a medida que su cuerpo se
suaviza bajo mis caricias.
―Ahora voy a esperar este tipo de trato cada vez que me duche
―dice.
Y quiero dárselo. El pensamiento me golpea de repente, y la
posibilidad aprieta mi estómago.
Pero alejo ese pensamiento y le aclaro el cabello. No tiene sentido
desear lo imposible.
Después, cuando nos hemos secado, cenamos en la cama viendo
Netflix en el televisor de la pared. Entonces la estrecho entre mis brazos y
acaba por dormirse, su respiración suave y rítmica empieza a arrullarme
hacia el sueño. Mi dulce nana Bratva.
Pero no puedo dormir aquí con ella.
Nunca podré dormir aquí con ella.
Porque esa será otra línea que cruzaré. Una línea que podría
destruirnos a ambos.
Porque esto no es real.
No somos reales.
Es difícil dejar la cama. Dejarla. Cuando todo en mí me suplica que
no lo haga.
Pero sé lo dulce que es su canción de cuna, y no puedo arriesgarme a
volverme adicto a ella. Una adicción así es una debilidad, y ahora, más
que nunca, no puedo permitir que la debilidad entre en mi vida.
La vida de ambos depende de ello.
39

Brooke

Dos noches después, asistimos a una partida de póquer. Alguna cosa


de grandes apostadores en la que cuesta cien mil dólares solo sentarse.
Van a ser un puñado de viejos sentados jugando a las cartas, lo que suena
aburrido, y además me toca ir de dulce brazo, lo que empieza a ser un
poco cargante. Pero tengo la certeza que después me recompensarán con
orgasmos, así que la noche no será un completo fracaso.
Y las primeras horas de la mañana también, si las dos últimas noches
sirven de indicación.
A Lev le gusta follar.
Y le gusta follar largo y tendido hasta la madrugada del día
siguiente.
Y estoy aquí para ello.
Puede que me hayan sacado de una vida y me hayan obligado a
entrar en otra, pero he aprendido cuándo luchar y cuándo someterme, y
no está de más que someterme a mi nueva vida con Lev esté resultando
mucho más placentero que doloroso.
No sé lo que me espera cuando termine esta farsa.
No me atrevo a pensar en ello.
Preparándome para ir a la partida de póquer, me calzo unos tacones
Betty Saville, dejando ver mis piernas con el vestido corto de tirantes que
llevo. Me giro en el espejo para comprobar mi aspecto. Cabello recogido.
Ojos ahumados. Labios brillantes.
Exactamente como le gusto a Lev.
Esta noche también llevo la gargantilla que compró en la subasta
benéfica.
Y no porque vaya perfectamente con el vestido que llevo.
A Lev le gusta que me la ponga.
Porque permite que todo el mundo sepa exactamente a quién
pertenezco.
40

Lev

Llegamos a la partida de póquer. Como siempre, la organiza Daniil,


un buen amigo de la Bratva, en su restaurante de Brooklyn. Es donde
muchos aliados se reúnen para disfrutar de un buen vodka y
conversación durante una amistosa partida de póquer. Aunque se
permiten las armas, se supone que es un lugar seguro para todos los
invitados, y uno de los verdaderos momentos en que puedo relajarme.
Llegamos después de la hora de cierre y caminamos por el
restaurante vacío hasta el bar privado de la parte trasera.
Dos de mis hombres se quedan en la puerta como seguridad
mientras Brooke y yo entramos.
Es una sala oscura iluminada solo por unos apliques de pared, una
lámpara colgante sobre la mesa y una barra retroiluminada.
El póquer se juega alrededor de una gran mesa redonda en la que
caben hasta ocho hombres. Esta noche está llena, y el único asiento vacío
es el que me han dejado a mí.
Cuando entro, recibo el respeto de los demás hombres de la mesa.
Excepto dos.
Me erizo cuando veo a Vlad sentado junto a Vadim.
―¿Qué hace aquí ese pedazo de mierda? ―gruño a nadie en
particular.
Vlad está sentado y cruzado las piernas, mirándome a través de sus
ojos brillantes mientras chupa un puro. Parece demasiado relajado para
mi gusto, e inmediatamente siento que se me calienta la sangre.
―Es mi invitado ―dice Vadim como si nada.
Entrecierro los ojos. Mi tío tiene agallas al alardear de reunir aliados
contra mí.
―Disfrutemos todos de la partida ―dice Daniil, intentando dispersar
la tensión que flota en el aire como una espesa nube de humo tóxico.
Pero no voy a someter ni a Brooke ni a mí mismo a la compañía de
Vlad durante las próximas horas. Sé exactamente dónde preferiría estar,
en la cama con mi prometida, con sus piernas enroscadas alrededor de
mis caderas y mi nombre en sus labios mientras la hago deshacerse
debajo de mí.
―Si él está aquí, nosotros no. ―Me vuelvo hacia Brooke. ―Nos
vamos.
Ella está mirando a Vlad. Pero luego se vuelve hacia mí con un brillo
perverso en los ojos. Se está tocando la gargantilla de diamantes
alrededor de su cuello, acariciándola.
Y maldita sea, eso me pone.
No solo la forma en que sus dedos acarician la gargantilla, sino la
maldad que veo arder en sus grandes ojos castaños.
―Me gustaría quedarme ―dice ella.
¿Te gustaría? ―digo, enarcando una ceja.
―Déjale ver quién ha pujado más que él y quién lo lleva ―susurra―.
Mientras le quitas el dinero.
Maldita sea, mi conejita es realmente una conejita infernal.
La estrecho entre mis brazos y la beso. Después de todo, puede que
mi zayka tenga madera de Bratva.
Tomo asiento en la mesa, pero cuando Brooke se mueve para
sentarse al otro lado de la sala, la arrastro hasta mi regazo.
―¿Desde cuándo nos acompañan mujeres a la mesa? ―pregunta
Tobías. El viejo griego es el jefe de un pequeño sindicato familiar que
opera en Astoria. Es de la vieja escuela. Leal y fiable. Pero es un gruñón
hijo de puta.
―Desde que me comprometí y mi prometida se ha unido a nosotros
esta noche. ―Paso los dedos por la espalda desnuda de Brooke, y ella me
rodea con los brazos, interpretando a la perfecta prometida Bratva atenta.
―Es una distracción ―dice Peter De Kysa, primo del actual don de
los De Kysa, una poderosa familia de Nueva York.
―Creo que eso debería gustarte ―dice Victor Barasarkov, amigo de
la Bratva desde hace mucho tiempo―. Si nos distraemos, quizá tengas
alguna posibilidad de ganar una mano por una vez.
―Ya, ya, viejo ―dice Peter, reclinándose en la silla y bebiendo un
sorbo de whisky.
―Deja que la chica se quede ―Dice Tony la Mano. Tony es otro
jugador de la vieja escuela con lazos arraigados en la mafia italiana. Te
dirá que le llaman La Mano porque es bueno jugando al póquer. Pero se
rumorea que es porque le cortó la mano a un rival por tocar a su mujer y
luego se la envió por correo. Sé a cuál creer. El viejo tiene algunos años
encima, y estoy seguro que la mayoría de ellos fueron salvajes.
―Lo secundo ―gruñe Vlad, sus ojos recorren a Brooke mientras una
sonrisa rapaz se desliza por sus labios―. Que se quede... y observe.
Su valentía se ve reforzada por la presencia de Vadim. Cree que
sentarse junto a mi tío va a protegerle de mí. Lo que me dice que no solo
es un baboso de mierda, sino también un estúpido.
Un paso fuera de lugar y nadie podrá protegerle de mí. Ni siquiera
el matón calvo que ha traído como seguridad.
Cada músculo de mi cuerpo está tenso, pero ver a Brooke
acariciando con orgullo la gargantilla que lleva al cuello me tranquiliza al
instante. Su oscura sonrisa le recuerda a Vlad que ya perdió una vez
contra mí y que volverá a hacerlo esta noche, y maldita sea si eso no me
hace desear llevarme a mi conejita a casa y mostrarle mi agradecimiento.
―Si ya habéis acabado, señoritas, ¿qué os parece si jugamos al
póquer ―dice Daniil, barajando las cartas.
Nos acomodamos en la partida de póquer, y gano las dos primeras
manos, lo que habla de la primitiva necesidad de Vlad de ser un capullo.
―Quizá si tuviera un buen pedazo de culo sentado en mi...
Estoy a punto de dar la vuelta a la mesa para ir a por él por faltarle
al respeto a Brooke, pero mi tío me sorprende e impide que Vlad termine
la frase.
―Cierra la puta boca, mierdecilla. Esta noche eres mi invitado. Es la
prometida del Pakhan. Mostrarás un poco más de respeto.
Miro fijamente a mi tío, intentando comprender de dónde ha salido
esa repentina muestra de respeto.
―Por supuesto, Vadim ―dice Vlad con una risita, vaciando su vaso
de vodka―. No pretendo perjudicarte.
Su mirada se posa en mí, y le dirijo una mirada sin necesidad de
palabras.
Al sentir la tensión, Brooke se inclina más para susurrarme al oído.
―Déjame que te traiga algo de beber.
Se contonea, justo sobre mi cremallera, y eso hace que mi polla se
engrose agradecida.
Desde mi periferia, la veo dirigirse a la barra. Sin embargo, mi
atención se centra en Vlad y en la forma en que sus ojos brillantes siguen
cada uno de sus pasos.
Aprieto los dientes. Está haciendo esto para meterse en mi piel, y
jodidamente lo estoy permitiendo.
Porque sé exactamente lo que está pensando mientras mira su
exuberante cuerpo, acercándose a la barra: lo lleva escrito en su fea cara.
Se la está follando como un loco, y solo de pensar en él imaginando todas
las cosas viles que le haría, me vuelvo jodidamente loco de rabia.
Vadim le dice algo, desviando su atención de Brooke, lo cual es
bueno porque mi temperamento está a punto de detonar.
Pero Vlad está borracho y, cuando Brooke vuelve del bar con un
vodka para mí, finalmente cruza la línea. Mientras una mano, la que tiene
un ridículo anillo de cabeza de león en el dedo, permanece con la palma
hacia abajo sobre sus cartas, la otra se extiende y agarra a Brooke.
―Eso es para mí, nena ―ronronea, arrastrándola más hacia él.
Desliza los dedos por su brazo y por su piel lechosa hasta la muñeca.
Veo que Brooke se pone rígida. Veo su desagrado. Siento su repugnancia.
Mi cabeza explota con rabia, y ciegamente cojo mi arma y la
presiono contra la parte superior de su mano antes de apretar el gatillo.
Su mano estalla como una sandía al estrellarse con fuerza contra la acera.
Sangre, huesos y pequeños trozos de carne estallan hacia arriba antes de
llover sobre la mesa de póquer.
El mudak ruge de dolor.
Se desenfundan armas.
Las sillas raspan y golpean el suelo al ponerse la gente en pie.
La única persona que no se levanta es mi tío. Simplemente está
sentado, con sus ojos fríos mirándome con desprecio. A su lado, Vlad
llora como un bebé, balbuceando algo sobre venganza y humillación, y
bla, bla, bla.
Me inclino hacia él.
―Te lo advertí una vez y no me hiciste caso. Ahora sabes que no hay
segundas oportunidades. Si la miras de reojo, volveré a dispararte, solo
que la próxima vez te dispararé en el maldito corazón.
41

Lev

Brooke permanece en silencio en la parte de atrás del coche cuando


nos dirigimos a casa.
Aún contengo a duras penas la rabia porque Vlad haya tenido los
cojones de burlarse abiertamente de mí poniendo sus manos sobre
Brooke. Ni siquiera separar su mano a tiros ha amortiguado la furia
posesiva que me desgarra.
―Bueno, eso ha sido inesperado ―dice Brooke, rompiendo el
silencio. Me mira―. ¿Quieres hablar de ello?
―No.
―Acabas de disparar a un hombre.
―No es mi primera vez, ni será la última.
―No lo dudo ―me dice, sin asustarse de mi estado de ánimo cuando
nos acercamos a la finca.
Pero espera a que estemos dentro para hablar.
―Te sentirás mejor si hablas de ello ―me dice, siguiéndome hasta mi
estudio.
Pero no quiero hablar.
No quiero ni pensarlo.
Cogiéndola por sorpresa, la arrastro hasta la pared y la beso con
fuerza.
―Lev...
Beso mi nombre de sus labios.
Estoy tan excitado que, o bien necesito follarme a mi falsa prometida
hasta que nos quedemos sin aliento, o bien tengo que ir a golpear un saco
de boxeo hasta el año que viene para descargar esta energía frenética que
me recorre.
Le subo el dobladillo del vestido y aparto sus bragas. No espero. Y
por lo resbaladizos que están mis dedos, ella no necesita que lo haga.

Me la follo con fuerza hasta altas horas de la madrugada, decidido a


quitarme de la cabeza la imagen de las manos de Vlad sobre ella. Estoy
jodidamente agotado, pero hacer que se corra una vez más se ha
convertido en mi adicción esta noche.
―No más, Lev, no puedo ―gimotea justo antes de introducirme en
ella más y más fuerte, y su cuerpo se encienda con otro orgasmo.
Grita, arquea el cuerpo cuando el placer salvaje inunda sus venas, y
sus gritos desenfrenados son un arrullo para mis sentidos erizados y
ardientes.
Cuando vuelve hacia mí, coloca las palmas de las manos a ambos
lados de mi rostro.
―Tienes que correrte.
Me balanceo dentro de ella, pero me presiona el pecho con una
mano para detenerme. Miro su hermoso rostro. Tiene la frente empapada
de sudor y el cabello húmedo.
―Deja que me ocupe de ti ―me dice, y me empuja para que me
aparte de ella. Cuando ruedo sobre mi espalda, ella se arrastra por mi
cuerpo y se hunde lentamente en mi polla.
Creo que va a cabalgarme hasta mi orgasmo, pero no lo hace. En el
momento en que me tiene enfundado en su cálido y apretado coño, no se
mueve. Mi polla palpita, necesita fricción. Y maldita sea si no es una
dulce tortura esperarla.
―Dime qué te ha dado esta noche ―pregunta ella, apoyando las
manos sobre mi pecho.
La agarro por las caderas. Si no se mueve, la empujaré hacia delante
y hacia atrás sobre mi polla hasta que me corra.
Pero aparta mis manos.
―Zayka... Necesito que te muevas...
―No me moveré hasta que me digas qué pasa dentro de esa cabeza
tuya.
Dios, tengo tantas ganas que ella se mueva, y la anticipación es...
joder, está creciendo como una ola en mi vientre.
―Bien, mierda. ―Levanto la vista hacia su hermoso rostro―. No me
gustó ver las manos de Vlad sobre ti.
Ella arquea una ceja.
―Me di cuenta cuando le disparaste. Pero ¿por qué tienes celos de
ese imbécil?
―Tengo celos de cualquier hombre que te ponga las manos encima.
Parece sorprendida, pero la sorpresa da paso a un brillo perverso en
sus ojos, y empieza a moverse, balanceando suavemente las caderas con
lentitud, su coño apretándose con fuerza alrededor de mi polla.
Joder.
Arrastra mis manos hacia sus pechos y las amasa en la suave carne.
―Solo hay un par de manos que quiero sobre mí.
Rozo con mis manos sus pezones rosados y apretados, y mi boca
ansía saborearlos. Pero mi conejita tiene otros planes. Va a torturarme con
el movimiento dolorosamente lento de sus caderas, y me tiene a su
merced.
―Solo hay hombre al que quiero dentro de mí ―añade.
Bajo las manos hasta su cintura.
Sigue follándome lentamente, y es exquisitamente tortuoso. Mi polla
palpita a medida que aumenta la presión. Me muerdo el labio. Mierda,
esta mujer va a matarme.
Vuelvo a apoyar la cabeza en la almohada y mi orgasmo estalla
como un cohete despegando hacia el espacio. Es tan potente que me ciega
momentáneamente una luz blanca. Suelto un gemido, áspero y primitivo,
porque nunca antes había sentido algo así, y creo que nunca volveré a
sentirlo. Me cabalga hasta el final, ordeñándome con su apretado coño
hasta que lo ha tomado todo.
Cuando acabo, se aprieta contra mí, su hermoso cuerpo cubriendo el
mío, y maldita sea si quiero que se mueva. La satisfacción no se parece a
nada que haya sentido antes.
Y no quiero soltarla.
Es peligroso lo bien que sienta esto, y cuando me sorprendo a mí
mismo pensando en cómo podría ver que esto existiera en mi futuro,
tengo que recordarme quién soy y cómo mi vida nunca podría alimentar
este tipo de compromiso.
Pero ni siquiera yo puedo negar su encanto. Tiene algún tipo de
poder sobre mí, porque sostener a Brooke en mis brazos y oír su suave
respiración entre nosotros calma el caos de mi mente, arrullándome en un
plácido sueño. Mi pequeña nana. Es algo que intento no esperar al final del
día, pero la verdad es que lo hago. Por eso encuentro todas las razones
posibles para pasar otra noche con ella en mis brazos. Incluso
mintiéndome a mí mismo como un adicto, diciéndome que puedo dejarlo
en cualquier momento, pero sabiendo en el fondo que en realidad no
quiero. Lo cual trae sus propias complicaciones. Mi vida no podría
albergar lo que esto podría llegar a ser. Oh, necesito una esposa, ¿pero
amor? Sería un desastre. He visto lo que puede hacer el amor cuando te lo
arrebatan. Te destruye interiormente y te convierte en un cascarón de
hombre, y en mi mundo, donde el peligro acecha en cada sombra, es solo
otro riesgo que prefiero evitar. Necesito estar alerta a toda costa. Pero con
Brooke en mi vida, me distraigo cada vez más con ella.
Sin embargo, en lugar de huir de ella, siento que corro hacia ella, lo
cual es un gran error.
Detenlo ahora antes que vaya demasiado lejos.
Cuando estoy seguro que se ha dormido, salgo de la cama y
abandono la habitación. En la cocina, no me molesto en encender la luz.
En lugar de eso, preparo mi taza de café bajo la luz de la luna filtrándose
a través de los ventanales.
La cafetera retumba vibrante y libera un flujo constante de espeso
café negro en mi taza. El aroma embriagador golpea mis sentidos cuando
doy el primer sorbo orgásmico.
Pienso en el ángel de mi cama y sonrío. Tengo ganas de llamar a mi
asistenta y pedirle que cancele las citas del día para poder pasar el día en
la cama con Brooke.
Pero decido no hacerlo.
No tiene sentido ponerse cómodo cuando esto con Brooke -sea lo
que sea- solo llegará a un inevitable final.
42

Brooke

A la mañana siguiente, estoy tomando mi primer sorbo de café en la


cocina cuando Henry llama.
―Hemos roto.
Me acerco el teléfono a la oreja.
―¡Oh, no, Henry! ¿Qué ha pasado?
―Ni siquiera es algo original. Volví pronto del trabajo y el muy
gilipollas estaba metido hasta las pelotas en su fisioterapeuta.
Jadeo.
―Lo siento mucho. ¿Qué hiciste?
―Lo que hace cualquier hombre que se precie cuando descubre a su
novio tirándose al duende de los cojones del gimnasio, le tiré un donut.
En realidad, seis donuts.
―¿Donuts?
―Había pasado por Krispy Kreme de camino a casa. Le gusta el
glaseado original. Compré media docena. Pero cuando lo vi inclinado
sobre el Sr. Músculos en la cama, le tiré los seis.
―¿Qué hizo?
―Se puso los pantalones intentando esquivar los donuts voladores.
―Suspira, y suena triste―. Después hubo muchos gritos. Cogí una bolsa,
metí en ella lo que pude y me fui. Volveré a por mis cosas cuando él no
esté.
Me siento mal por mi amigo y desearía estar allí para darle un
abrazo. Para ayudarle como él siempre me ha ayudado.
―¿Dónde estás? ―pregunto―. Parece que estés en un túnel.
―Me dirijo a un motel.
―No harás tal cosa. ¿Todavía tienes la llave de repuesto de mi
apartamento?
―Por supuesto.
―Entonces te quedarás allí.
Se le quiebra la voz.
―¿Estás segura?
―Sí, es todo tuyo, bueno, al menos durante los próximos seis meses.
―¿Así que te quedas en Nueva York?
―Sí, pero intentaré volver pronto a Chicago. Te echo mucho de
menos.
No estoy segura cómo voy a conseguirlo, pero necesito ver a mis
amigos. Aunque no sé cómo voy a convencer a Lev para que me permita
ir.
Por no hablar de explicar los guardaespaldas que Lev insistirá en
que lleve.
Pero cada cosa a su tiempo. En primer lugar, tendré que convencer a
mi falso prometido que me permita volar a casa en un futuro próximo.
No va a ser fácil. Ya puedo ver cómo se desarrollará.
Me dirá que así no funciona un secuestro. Y entonces le recordaré
que es él quien dice que no me han secuestrado, por lo que su argumento
es discutible. Entonces me dirá que soy una bocazas y que me ponga de
rodillas. Y lo haré, porque sé que después de chuparle la polla, me dará
un orgasmo alucinante como recompensa.
Porque esto es lo que soy ahora.
Después de colgarle a Henry, me bebo el café y decido dar un paseo
por los impresionantes jardines de la finca. En los últimos días me ha
gustado salir a pasear por la mañana bajo el sol, lo que me ha ayudado a
aliviar las leves náuseas que sufría desde que Lev me trajo aquí aquella
noche.
Me dirijo hacia el jardín junto al estanque, oigo un ruido y levanto la
vista. Son Enya e Igor. Él está sentado en un banco de piedra y ella en su
regazo, con su diminuto cuerpo casi engullido por el tamaño de él,
mientras desenvuelve un bocadillo y lo comparte con él. Sin embargo,
antes de poder morderlo, él toma su rostro entre sus grandes manos y la
arrastra hacia sí para darle un beso lento y dulce.
El corazón casi me estalla en el pecho.
Ella es tan pequeñita y él es básicamente un Big Foot, y parecen tan
adorables juntos.
Esta vez has acertado, Cupido.
Tal vez algún día tengas una de esas flechas felices para mí. En lugar de la
flecha retorcida y oscura que me clavaron el día que conocí a Lev Zarkov.
Igor es tierno con ella. Es un gigante protector, y no podría
alegrarme más por ellos.
Como no quiero molestarles, vuelvo a mi dormitorio y me pruebo la
ropa que me han entregado mientras estaba en el jardín.
Uno de los vestidos es una combinación de seda roja con un
dobladillo alto y un escote redondo. Es revelador y sexy, y combinado
con un par de tacones Ellie Barba, me hace sentir más sexy de lo que
nunca me había sentido con nada puesto.
Esta noche, Lev me va a llevar a cenar a algún sitio. No estoy segura
para qué. Fue frustrantemente impreciso cuando me llamó antes para
decírmelo. Así que decido que me pondré el vestido rojo y espero
volverlo loco de deseo. Porque he decidido que ese es mi nuevo
pasatiempo favorito. Hacer cosas para que me desee y ver esa mirada
salvaje y necesitada aparecer en su rostro. Hay algo potente y
embriagador en hacer que un hombre poderoso te necesite tanto que no
pueda ocultarlo. Ver cómo sus labios se entreabren de necesidad. Ver sus
ojos salvajes de lujuria. Hacer que su pecho suba y baje rápidamente.
Saber que cada célula de su cuerpo está desesperada por probarte.
Giro frente al espejo. Espero volverlo lo bastante loco de lujuria
como para que me lleve en el asiento trasero del Phantom.
Lo siento, Igor.
Porque sé lo bien que sienta cuando no puede controlar su necesidad
ni un segundo más y me toma. Ya sea lento y tortuoso o duro y rápido,
soy tan adicta a que Lev ceda a sus necesidades salvajes como adicta a
hacerle sentir salvaje.
Normalmente, debo reunirme con él en el vestíbulo a una hora
determinada, pero justo cuando se pone el sol, llaman a la puerta.
La abro y me sorprendo ver a Lev al otro lado, vestido para la cena y
con un ramo de flores en la mano.
Por un momento, me quedo atónita. ¿Me ha traído flores?
Miro las flores, luego a él y vuelvo a las flores.
―¿Me estás recogiendo para una cita?
Sonríe, y es hermoso.
―Ab-jodida-mente, zayka.
Le dejo entrar y me arrastra entre sus brazos, besándome dura y
largamente y despertando cada célula lujuriosa de mi cuerpo.
Tengo que apartarlo o nunca llegaremos a cenar.
―Me vas a borrar todo el carmín a besos ―le digo.
―Y será un placer ―dice con ojos hambrientos―. Dios, ese vestido es
impresionante.
―¿Te gusta?
Sus ojos se vuelven perversos.
―Después me va a encantar arrancártelo.
Me alejo de él.
―No harás tal cosa. Es demasiado hermoso para que lo manosees
así.
Sonríe y tira de mí hacia él.
―Entonces tendré que pensar en formas más ingeniosas de quitártelo
de tu hermoso cuerpo.
Me besa, ardiente y excitante, y me pregunto si llegaremos a cenar.
Pero Lev rompe nuestro beso.
―Antes de irnos, quiero darte algo.
Introduce la mano en el bolsillo del pecho y saca una cajita. La abre y
deja al descubierto un gigantesco anillo de diamantes mirándome desde
el terciopelo negro.
¡Santo cielo! Es el diamante más grande que he visto nunca.
Jadeo.
―¿Es real?
―Todos sus dieciséis quilates.
Es un gigantesco diamante talla esmeralda asentado sobre una
banda de platino.
Tanteo para tocarlo.
―Es precioso.
―Solo lo mejor para la prometida del Pakhan. ―Lo saca de la caja,
deslizándolo en mi dedo, luego deja caer un beso sobre la parte superior
de mi mano. ―Te queda muy bien.
Lo hace. Incluso a la luz mortecina, brilla y resplandece. Es casi
como si fuera tan puro que genera su propia fuente de luz.
No puedo apartar los ojos de él.
Entonces recuerdo por qué me lo regala Lev y mi sonrisa se
desvanece.
El anillo no es un regalo. Es una mentira.
Como todo esto.
Y necesito recordarlo.
43

Lev

Cenamos en un restaurante nuevo de Manhattan, con vistas al río


por un lado y a Central Park por el otro.
Los comensales se vuelven y miran cuando entramos y, por primera
vez en mi vida, siento una sensación de orgullo que nunca antes había
sentido, y sé al instante por qué. Brooke. Es despampanante y quiero que
todos sepan que esta hermosa mujer está conmigo. Cojo su mano
posesivamente y aprieto mis dedos alrededor de los suyos, disfrutando
de la sonrisa que se extiende por sus deliciosos labios mientras
caminamos hacia nuestra mesa. Me mira y veo la felicidad brillar en sus
ojos, y en ese momento sé que haría cualquier cosa por mantenerla allí.
―Entrar en un local contigo es como entrar con una estrella del rock
―me dice Brooke cuando ya estamos sentados y he pedido una botella de
su mejor champán―. Eres famoso.
―No me miraban a mí, te miraban a ti. Estás preciosa.
Ella sonríe.
―¿Por qué siempre sabes qué decir? ¿Acaso te separan en la escuela
para Pakhans y te enseñan a dominar el arte del encanto?
Sonrío.
―Por supuesto que lo hacen. Y fui el mejor en todas mis clases.
―Puedo asegurarlo. ―Su sonrisa se suaviza―. Tú también tienes
muy buen aspecto.
Le guiño un ojo.
―Lo sé.
―Ahí está esa modestia Zarkov ―ríe divertida.
El camarero vuelve y nos sirve el champán.
Espero a que se vaya y le cojo la mano. En la que luce una gran
piedra tallada. Tardé días en encontrar el anillo adecuado para ella. Horas
de escanear catálogos de distintos diseñadores para encontrar un anillo
adecuado para la prometida de un Pakhan. Elegí este porque era lo mejor
de lo mejor, y sabía que quedaría bien en su delicado dedo.
―Te queda bien ―digo.
―¿Esta vieja cosa? ―Mueve el dedo y mil lentejuelas de luz bailan
sobre el diamante.
Levanto mi copa de champán.
―Brindo por mi prometida.
Ella levanta la suya y chocamos los cristales. La veo beber un sorbo y
sus ojos casi se ponen en blanco.
―Oh, Dios mío, nunca he probado nada tan bueno.
Toma otro bocado y suelta un gemido que va directo a mi polla.
―Cuidado, zayka... si sigues gimiendo así...
Sus ojos brillan perversamente, y vuelve a gemir, sabiendo lo que me
está provocando, y siento una repentina necesidad de hacerla seguir
gimiendo.
―¿Qué vas a hacer al respecto? ―se burla ella, humedeciéndose los
labios tentadoramente―. ¿Hacerme gemir más fuerte en un restaurante
lleno de gente?
Sí, mi conejita infernal, eso es exactamente lo que haré.
―¿Quién soy yo para negarle a mi prometida una pizca de placer?
Parece excitada ante la perspectiva. Pero enarca una ceja y una
sonrisa burlona se dibuja en sus jugosos labios.
―No te atreverías.
―Oh, pero sí, mi amor. Desde luego que sí.
Me pongo en pie, sabiendo perfectamente que la parte delantera de
mi pantalón está mostrando exactamente lo que me está provocando, y
me deslizo hasta el asiento de al lado.
Para los demás clientes, solo somos dos personas disfrutando de la
espectacular vista de la ciudad de Nueva York. Pero bajo la mesa, mi
mano se desliza entre sus muslos.
―¿Qué vas a hacer? ―Se retuerce de excitación cuando mis dedos
encuentran sus suaves braguitas de satén.
―Ya deberías saber, zayka, que siempre estoy a la altura de un
desafío ―le digo deslizando un dedo entre sus braguitas.
Está húmeda y caliente, y yo estoy tan jodidamente duro que esto va
a ser una tortura. Una jodida y dulce tortura.
Mis dedos rodean su clítoris y empiezan a frotar el resbaladizo
bultito. Ella gime y se muerde el labio, con la cara apenas conteniendo el
placer.
Gime mi nombre jadeante.
―Lev...
―¿Sí, mi amor? ―pregunto deslizando un dedo en su cálido y
húmedo coño.
Sus labios se entreabren y su rostro brilla de placer. Sobre la mesa,
sus manos se cierran en puños.
―Oh, Dios... ―jadea, con el pecho subiendo y bajando.
―¿Te gusta, Zayka? ―Se aprieta alrededor de mi dedo, y tengo que
resistirme a frotarme la parte delantera del pantalón ya que mi polla está
ardiendo―. ¿Te gusta que juegue con tu coñito en una sala llena de gente?
Como no responde, dejo de mover el dedo y ella da un respingo.
Está a punto de correrse, y la pérdida de fricción y movimiento será una
tortura.
―Por favor... ―suplica.
―Déjame oírte decirlo ―gruño.
―¿Decir qué? ―Gime, y sus ojos están vidriosos de necesidad y
desesperación.
―¿Te gusta que juegue con tu coñito en una sala llena de gente?
Froto en círculos su clítoris hinchado, una y otra vez.
Golpea la mesa con la mano.
―Oh Dios, sí...
―Buena chica ―le digo, hundiendo el dedo en su empapado coño.
Suelta un gemido agradecido y se retuerce contra mí.
Mis dedos aceleran el ritmo y ella comienza a jadear, y es imposible
apartar la mirada de su hermoso rostro mientras el placer lo devasta.
Gime y me mira con ojos vidriosos.
―Lev... yo... voy... a...
―Vente para mí como una buena chica.
Sus ojos se cierran y sus labios se entreabren mientras se desmorona
alrededor de mis dedos, su dulce coño se estremece y se aprieta al
correrse. Intenta controlar su gemido apretando los dientes contra el
labio, pero el sonido meloso se les escapa, y es el sonido más dulce del
mundo.
A nuestro alrededor, los comensales siguen con su cena, sin saber
que estoy haciendo que mi conejita se corra delante de ellos.
Cuando su placer disminuye, saco los dedos empapados de su coño,
me los llevo a los labios y los chupo lentamente. Brooke me observa con
los ojos pesadamente entornados, su mirada oscura me dice que necesita
más a medida que succiono mis dedos.
Y el sentimiento es más que mutuo.
―Llévame a algún sitio donde puedas follarme ―exige justo cuando
el camarero aparece en nuestra mesa.
Y por la expresión de su cara, ha oído exactamente lo que ella
acababa de decir.
Saco varios billetes de cien dólares de la cartera y los dejo caer sobre
la mesa para la botella de champán.
―Nuestros planes han cambiado.
Agarro a Brooke de la mano y la llevo fuera del restaurante. Apenas
puedo controlarme con ella durante el trayecto en ascensor hasta el garaje
subterráneo, besándola ferozmente contra las paredes de espejo con mis
manos recorriendo su cuerpo entero.
Igor nos espera en el Phantom, y si le sorprende vernos de vuelta tan
pronto, no lo demuestra.
Desesperado por llevar a Brooke a casa para poder terminar lo que
he comenzado, la arrastro conmigo a la parte trasera del coche y le doy
instrucciones a Igor para que nos lleve a casa rápidamente.
Salimos del garaje subterráneo entre chirridos de neumáticos y
besándola como un loco en el asiento trasero.
No puedo quitarle las manos de encima y estoy tan distraído con ella
que no veo la amenaza hasta que se nos echa encima.
Levanto la vista justo a tiempo para ver unos faros acercándose a
toda velocidad. Justo contra el lado de Brooke.
En cuestión de segundos, el vehículo choca contra nosotros y
giramos sin control. Las ventanillas estallan, los fragmentos de cristal
resplandecen en el interior como si estuviéramos en una bola de nieve, el
metal se deforma y aplasta con un ruido sordo, haciendo vibrar mi
cuerpo y sacudiéndome los dientes Sucede deprisa, después se acaba y
nos detenemos rápidamente.
Mientras el humo y los cristales se asientan, busco a Brooke para
comprobar que no esté herida.
Su lado del coche se ha llevado la peor parte de la colisión, y está
medio tumbada en el asiento y, medio en el suelo.
Presiono sus mejillas con mis manos.
―¿Estás herida?
Cuando niega con la cabeza, la vuelvo a sentar rápidamente en el
asiento. Está nerviosa. Pero nada parece roto.
Llamo por encima del hombro a Igor, que va delante.
―¿Estás bien?
―Estoy ileso, Pakhan.
―Bien. Necesito que llames a Feliks. Dile que organice un equipo de
limpieza. ―No es necesario dar más explicaciones. Sabe lo que significa.
Feliks tendrá que asegurarse que llegan al lugar los agentes de policía
adecuados. Porque lo más probable es que lleguen antes de tener la
oportunidad de retirar el cadáver de quienquiera que esté en ese
vehículo.
Porque, incluso si siguen vivos, serán cadáveres para cuando acabe
con ellos.
Esto no ha sido un accidente.
Ha sido deliberado.
Un atentado contra mi vida.
¿O un atentado contra ella?
Me recorre un escalofrío. Ahora que la he anunciado como mi
prometida, esto podría ser un atentado contra su vida.
Me acerco al otro coche, cegado por la rabia. Que todo el mundo
sepa lo que les pasa a los que intentan hacer daño a mi prometida.
La cabeza del conductor está contra el volante.
Agarrándole del cabello, le levanto la cabeza, reconociéndolo
inmediatamente.
Dmitri Barakov.
El hermano pequeño de Aleks.
Me preguntaba cuándo aparecería.
No forma parte de la Bratva. Pero sabía quién era su hermano y lo
que podía hacer. El dolor que podía infligir.
Esto es casi un alivio.
Porque este ataque no fue contra Brooke.
―Supongo que esto es una represalia por tu hermano.
―Tú me quitas, yo te quito.
Le apunto con mi arma.
―Fallaste.
La sangre cubre sus dientes por el labio ensangrentado mientras
sonríe.
―Tu hora llegará, mudak.
―Buena suerte haciéndolo desde el infierno. Saluda a tu hermano de
mi parte.
Aprieto el gatillo y lo duermo para siempre.
44

Lev

Llevo a Brooke a casa y le sirvo un vodka. Pero ella se niega.


―Siento náuseas ―me dice, con una voz demasiado monótona para
mi gusto.
¿Está entrando en shock?
Le alcanzo una botella de agua fría del bar y me bebo yo mismo el
vodka, sirviéndome otro para amortiguar la rabia que recorre mis venas.
Me hierve una ira violenta y, por primera vez en mi vida, siento que
se apodera de mí. Se abre camino hasta mi cerebro y se retuerce bajo mi
piel como un parásito, retorciéndose y dándose un festín con lo que
queda de mi humanidad. Normalmente tengo mejor autocontrol, pero
esta noche no puedo librarme de la furia salvaje e implacable que azota
mis emociones.
Porque es culpa tuya.
Tú la has puesto en peligro esta noche.
El dolor se retuerce en mi mandíbula y me doy cuenta que estoy
apretando los dientes.
―He llamado a un médico. Estará aquí dentro de unos minutos ―le
digo.
―Ya te he dicho que estoy bien. Solo estoy nerviosa.
Me agacho frente a ella y apoyo mis manos en sus rodillas.
Está temblando.
―¿Quién te ha hecho esto? ―pregunta ella.
―Alguien que ha visto su último amanecer.
No sabe que ya he metido una bala al responsable.
―¿Fue Vlad? ¿En represalia porque le disparaste?
Le cojo las manos con ternura.
―No.
Exhala un suspiro, centra su atención en el anillo de compromiso
que lleva en el dedo.
―Estoy en peligro, ¿no?
Sus palabras me matan. Mi cuerpo se endurece de rabia.
―No. Me aseguraré que nunca lo estés.
Ella solloza y yo la estrecho entre mis brazos.
―No llores, ángel. Conmigo estás a salvo.
Ella asiente, pero no me cree.
Al menos, cuando llega el médico, ha dejado de temblar. Aunque se
ha replegado sobre sí misma y ha enmudecido enormemente, siento una
pesada culpa sobre mis hombros.
―No necesito un médico ―replica. Pero insisto, y ella no tiene
energía para luchar contra mí.
El médico tarda treinta minutos en terminar su examen, a la vez que
me paseo por la alfombra, necesitando quemar el fuego que arde en cada
célula de mi cuerpo.
El médico está seguro que no tiene ninguna conmoción cerebral ni
nada persistente tras el impacto. Pero le da un sedante para ayudarla a
relajarse.
―Una buena noche de sueño y ella se despertará sintiéndose mejor.
Pero si te preocupa algo, llámame ―le dice.
Es mi médico desde que nací, y confío en él implícitamente.
Le acompaño hasta la puerta y le doy la mano.
―Gracias por venir con tan poca antelación.
Asiente y cubre mi mano con la suya.
―No la conozco, pero por lo que he visto esta noche, es fuerte. Se
pondrá bien.
Sonríe y, por primera vez desde la colisión, mis hombros se relajan.
Cuando se va, ayudo a Brooke a ir a su habitación.
―Deja de preocuparte ―me dice cuando la rodeo con el brazo y la
acerco a la cama―. Cualquiera diría que me estoy muriendo.
Intenta quitarle importancia, pero no lo consigue. Porque ambos
sabemos que estuvo a punto hacerlo.
―¿Necesitas que hablemos de esto un poco más? ―pregunto.
Ella sacude la cabeza.
―Solo necesito dormir.
Empieza a quitarse el vestido, pero me encargo yo y, de nuevo, no se
resiste.
La ayudo a quitarse el vestido y luego los zapatos, hasta que se
queda en bragas y sujetador. Pero ni siquiera la visión de su delicioso
cuerpo puede amortiguar la oleada de rabia que siento en mi interior.
Por lo que podría haber pasado.
Es entonces cuando lo veo. Hematomas en el brazo por el accidente
de coche. Vacilo, detenido por una rabia tan cegadora que no sé cómo
contenerla. Por fuera, soy ilegible. Pero por dentro, soy un tornado de
pensamientos violentos.
―Lev...
Su dulce voz me trae de vuelta. Me fuerzo a sonreír y le acomodo un
mechón de cabello detrás de la oreja. Tengo que salir ya de esta
habitación. Necesito dar caza al cadáver de Dimitri y acribillarlo a balazos
para calmar esta rabia. Una bala rápida en el cráneo no me parece
suficiente cuando veo el hermoso cuerpo de Brooke lleno de
magulladuras.
―Duerme un poco. Hablaremos por la mañana.
Se tumba y la cubro con las mantas.
―¿No te quedas conmigo?
Necesito irme.
Por varias razones.
Una, porque me siento como una bomba sin detonar a punto de
estallar, y ella no tiene por qué verlo cuando dejo que la oscuridad salga a
jugar.
Y dos, quedarme con ella sería romper la única regla que tengo con
Brooke. No pasar la noche.
Recorro con mis dedos su mejilla, por su cabello, y ella sonríe. Le
gusta que juegue con su cabello y que pase los dedos por los delicados
rasgos de su rostro.
Cierra los ojos y me quedo sentado un momento, observándola.
Estoy furioso internamente, pero hay algo que compite con la ira aquí
sentado.
Ni siquiera sé lo que es. Nunca lo había sentido. Pero está ahí,
alimentando la oscuridad que quiere infligir dolor a cualquiera que
quiera hacerle daño.
Son mis sentimientos hacia ella.
Retiro mi mano. Me estoy adentrando en terreno peligroso y
necesito retroceder antes de meterme demasiado.
Me incorporo en dirección a la puerta del dormitorio, pero me
detengo al llegar a ella.
Todos mis instintos me dicen que cruce la puerta, la cierre y me aleje.
Porque si no lo hago, estaré cruzando una línea que nunca podré
deshacer.
Abro la puerta.
Es mejor así.
Pero entonces percibo un suave gemido. Una suave exhalación de
aire.
Mi nana Bratva.
Y sé que he perdido la batalla.
La última de mis vacilaciones me abandona y cierro la puerta.
Dándome la vuelta, me deshago de la chaqueta y me acerco a la
cama.
Brooke está tumbada de lado, con el cabello esparcido por la
almohada en ondas sedosas. Me quito los zapatos y me acuesto a su lado.
Inmediatamente, su dulce aroma y la suavidad de su aliento se asientan a
mi alrededor, y me pregunto, envolviéndola con mis brazos, ¿quién
consuela a quién?

No duermo. Porque si me necesita, estaré preparado.


En lugar de eso, me tumbo rodeándola con mis brazos, escuchando
el dulce arrullo de su respiración a medida que se sumerge en un
profundo sueño, reconociendo la satisfacción que siento al estar acostado
a su lado.
Y paz. Una paz hermosa y soñolienta.
Evidentemente, estoy agotado. Por eso utilizo términos tan locos
como satisfacción y paz.
Cuando mi mente se despeje de las telarañas del sueño, al menos
recordaré por qué no paso la noche con ella en brazos. O al menos por
qué no puede volver a ocurrir. Sin embargo, ahora mismo, mil ejércitos
podrían descender sobre esta casa, y no creo que fuera capaz de quitar
mis brazos de en torno a ella, ni siquiera de abandonar esta cama.
En algún momento cerca de medianoche, siento que su cuerpo
empieza a temblar entre mis brazos. Está despierta y llora suavemente.
―Eh ―susurro.
La pongo boca arriba, me mira y el dolor que veo en su rostro me
parte en dos. Sus pestañas están húmedas. Sus grandes ojos rebosan
lágrimas. Y parece tan herida que siento que el corazón se me parte y me
sangra en la cavidad torácica.
―Todo va a ir bien ―digo.
―Lo sé. No sé por qué lloro. La gente tiene accidentes todo el
tiempo.
No le recuerdo que no ha sido un accidente.
―No tienes nada que temer, zayka.
―¿No? ―Una nueva lágrima cae por su mejilla. Seguida de otra―. Lo
siento. No sé de dónde vienen estas lágrimas.
―Estás conmocionada.
Parpadea hacia mí, con las lágrimas aun goteando por sus mejillas.
―¿Realmente crees que no debería tener miedo?
Sonrío a la luz mortecina y susurro:
―No cuando estás conmigo.
Acaricio su mandíbula y beso una lágrima. Luego otra. Luego beso
la comisura de sus temblorosos labios. Un lado. Luego el otro. Y mi
cuerpo empieza a excitarse. Pero no se trata de eso. Quiero alejar de ella
sus lágrimas. Vencer su miedo y hacer que se sienta segura.
Pero mi excitación aparece rápidamente.
Y la suya también.
Ella separa los labios y deslizo mi lengua dentro, mi boca reclama la
suya, profundizando el beso, queriendo que se sienta protegida con cada
profunda caricia.
No tengo intención de ir más allá. Solo quiero besarla, acariciarla,
rodearla con mi cuerpo protector y hacerle saber que, cuando se trata de
sentirse segura, puede confiar en mí.
Es ella quien va más allá. Se contonea debajo de mí. Separa las
piernas. Desliza las manos por mi cuerpo y me dirige hacia sus muslos
abiertos.
―Te quiero dentro de mí ―ruega, y siento su necesidad, recorriendo
todo mi cuerpo.
Estira la mano entre nosotros y me introduce en su interior.
Inmediatamente envuelto en calor, aprieto mi boca contra la suya y la
beso hambriento, meciéndome dentro de ella.
―Fóllame más fuerte ―gime contra mis labios―. Dame un orgasmo
que me haga olvidar.
La complazco. Levanto sus brazos por encima de su cabeza y le
clavo la polla fuertemente hasta hacerla gritar.
Vuelvo a atrapar su boca. Esta vez con más fuerza.
Estoy al borde de la cresta de una ola, a punto de caer en una euforia
alucinante. Pero hay algo más esperándome en mi caída en picado hacia
el fondo. Algo invisible y poco familiar. Desconocido.
Se aferra a mí cuando se corre, su cuerpo tiembla conmovido, sus
gemidos encienden algo en lo más profundo de mí. Me estremece la
intensidad del momento y me estremezco dentro de ella, soltando un
grito agónico al correrme.
Entierro mi rostro en su cuello, sintiéndome perdido y encontrado al
mismo tiempo.
―Te tengo ―gimo desesperadamente―. Y nunca te dejaré marchar.
Algo se resquebraja y se rompe en lo más profundo de mi ser.
Jesús, ¿qué me está pasando?
45

Brooke

Cuando me despierto, Lev se ha ido. Pero sospechaba a medias que


así sería. Es un robot adicto al trabajo con una resistencia inhumana.
Anoche fue increíblemente amable conmigo. Estaba conmocionada y
asustada, y él fue exactamente lo que necesitaba para volver a sentirme
segura. Incluso rompió su propia regla de quedarse toda la noche solo
para que me sintiera protegida. Ahora que me siento mucho mejor,
quiero mostrarle mi agradecimiento haciendo algo bonito por él. Quizá ir
a la ciudad y comprarle algo. Coger la tarjeta de crédito negra que me dio
y salir de compras. Sí, sé que le compraré un regalo con su propio dinero,
pero tomaré nota de cuánto gasto y tan pronto como comience a ganar mi
propio dinero de nuevo, se lo devolveré.
Pero, ¿qué le compras a un hombre que lo tiene todo y puede
comprar lo que quiera, cuando quiera?
Sé que le gusta el coñac de lujo, así que ¿quizá una de esas botellas
con diamantes por todas partes?
Me ducho y me visto, y lo encuentro en su despacho hablando de
negocios con Feliks y Maksim.
Feliks silba cuando me ve.
―Juro que cada vez que te veo te ves más hermosa ―me dice con una
gran sonrisa. Abandona su silla para saludarme con un entusiasta beso al
aire, que utiliza para burlarse de su primo. Me guiña un ojo―.¿Está
mirando?
―Ajá.
―¿Tiene el ceño fruncido? ―susurra.
―¿No lo tiene siempre? ―le susurro.
―Os dais cuenta que no estoy sordo ―dice Lev detrás de su
escritorio.
Me lanza una mirada, diciéndome que cualquier burla será pagada
con creces más tarde, cuando me lleve a la cama.
Feliks me guiña otro ojo antes de volver a su asiento. Cuando me
acerco al escritorio, Maksim me dedica una cálida sonrisa.
―Esperaba ir a la ciudad ―le digo a Lev.
―¿Por qué?
No quiero decirle que quiero comprarle un regalo.
―¿No puede una chica tener sus secretos?
―No cuando la han secuestrado.
―Oh, ahora eres un hombre divertido.
Debe estar preocupado porque no me presiona para obtener una
respuesta más adecuada.
―Bien, pero te llevarás a dos de mis hombres contigo, además de
Igor.
―¿Dos hombres?
―Sí, o no vas.
―Bien, ―concedo.
―¿Y Brooke...?
―¿Sí, papá?
―No les des esquinazo.
Sacudo la cabeza y le saludo.
Porque, venga ya... ¿dos guardaespaldas?
Quizá si supiera lo que se avecinaba no me parecería tan exagerado.

En lugar de dos guardaespaldas, acabo con uno, un hombre de


aspecto serio cuyos pantalones cargo, polo ajustado y gafas de sol oscuras
gritan equipo SWAT.
Además de Igor.
Lo cual me parece un poco exagerado para una visita al centro
comercial. Y me siento muy cohibida caminando hacia la tienda Vintage
Liquor, con Igor y Ken el Militar imponiéndose sobre mí como si fuera
una piedra preciosa valiosa. Es casi asfixiante. Pero si es lo que tengo que
hacer para salir de casa, puedo vivir con ello. Además, me encanta Igor.
Es el amable grandullón que quieres tener a tu lado.
En la licorería, solo tardo un momento en encontrar el coñac de lujo
que le gusta. Está en una vitrina bajo llave.
―¿Estás segura? ―pregunta la cajera―. No tenemos mucha gente que
pida esto. Es una belleza sin duda, pero un poco cara.
Lo es, y me va a costar unos cuantos cheques pagar a Lev. Pero
merecerá la pena.
Le enseño la tarjeta de crédito negra y sus ojos se agrandan.
―No veo muchas de estas por aquí. La cobraré.
―Gracias. Mientras lo haces, ¿puedes indicarme dónde está el baño?
―Por supuesto, está al final del pasillo.
―Gracias.
Cuando me dirijo hacia el pasillo, el militar Ken intenta seguirme.
―Escucha, voy al baño. No hace falta que me sigas.
―El Pakhan dijo...
―Y yo digo que no.
Justo cuando va a protestar, una ancianita vuelca una botella de vino
y le salpica la pierna.
Y mientras él está preocupado asegurándole a ella que está bien, yo
aprovecho su distracción para ir al baño antes que pueda seguirme.
En el lavabo, suelto un suspiro.
¿Siempre será así? Rodeada de guardaespaldas. Cada movimiento
vigilado por un hombre armado.
Es asfixiante.
Dios, ¿cómo sería si tuviera un bebé?
Algo en el fondo de mi mente hace clic y me enderezo.
Un bebé.
Una extraña sensación invade mi estómago.
¿Cuándo tuve la regla por última vez?
Empiezo a contar fechas atrás, luego semanas con los dedos.
Después meses...
Mierda.
No he tenido la regla desde antes del día de mi boda.
Doble mierda.
Termino rápidamente en el baño y me dirijo al lavabo a lavarme las
manos.
¿Estoy embarazada?
Y si lo estoy... ¿de quién?
Me agarro al lado del lavabo con un pánico repentino.
Oh Dios...
Cuando me acerco al dispensador de toallas de papel para secarme
las manos, entra corriendo una mujer joven.
―Mi bebé. Mi bebé. Tienes que ayudarme.
Me giro para mirarla.
―¿Qué ha pasado? ―pregunto, alarmada.
―Se ha caído y se ha golpeado la cabeza. Está sangrando.
Sale volando del cuarto de baño y, presa del pánico, la sigo con la
misma rapidez.
―Por favor, ayúdame ―grita, agarrándome por la muñeca.
―¿Dónde está? ―pregunto mientras empieza a arrastrarme por el
pasillo.
―Aquí abajo.
―Puedo conseguir ayuda ―le digo, tratando de llevarla por otro
camino.
Pero ella no escucha. Sigue arrastrándome hacia la salida de
incendios.
―Tengo gente conmigo que puede ayudar, pero están....
―Por favor, está aquí fuera ―suplica.
Empuja hacia abajo el picaporte de la puerta de emergencia y la luz
del sol irrumpe en el pasillo.
Me lleva fuera, y nada más salir a la luz del día, siento un golpe en la
nuca y todo se vuelve negro.
46

Brooke

Es el dolor en las muñecas lo que me despierta. Cuando vuelvo en


mí, me doy cuenta que estoy atada a una silla, con las muñecas tan
apretadas que me empiezan a hormiguear los dedos.
¿Por qué estoy atada a una silla?
Oh Dios, ¿por qué me duele todo?
Mi mente se debate intentando dar sentido a la situación.
Recuerdo estar en la licorería con Igor y el otro guardaespaldas. Pero
el resto está borroso. Recuerdo que fui al baño... había una mujer que
decía que necesitaba ayuda... luego apareció un hombre, y él...
Oh Dios, me dejó inconsciente y me trajo aquí.
Miro a mi alrededor. Parece que estoy en una especie de almacén
abandonado. Techos altos. Ventanas rotas. Muchas sombras. Algo me
observa desde esas sombras.
Lucho contra mis ataduras, pero es inútil, la cuerda que rodea mis
muñecas está demasiado apretada y no puedo aflojarla. Lanzo un grito
asustada y frustrada, pero lo único que obtengo es una risita que surge a
mi espalda. Sacudo el cuello para ver quién es, pero un dolor cegador me
sacude el cráneo por el golpe en la cabeza, y hago una mueca de dolor.
Pasan unos segundos y aparece un hombre delante de mí. Vlad.
Lleva un traje oscuro sobre una camisa azul brillante. Su cabello rubio
oscuro está peinado hacia atrás sobre su alta frente, y un par de fríos ojos
azules se estrechan sobre mí al tiempo que una sonrisa fría y reptiliana se
extiende por un par de labios finos y crueles.
Se ajusta un gran anillo de oro en el dedo meñique al tiempo que me
estudia, claramente admirando su obra. A su lado, dos matones vestidos
de negro con ametralladoras al hombro observan todos sus movimientos,
dispuestos a seguir sus instrucciones.
―Hola, conejita.
El uso que hace del apodo que Lev me puso hace que los dos
matones que están a su lado se rían a carcajadas, y me dan ganas de
escupirles a todos a la cara. Y si mi boca no fuera un desierto, lo haría.
―¿Qué quieres? ―gruño. No solo tengo la boca seca. Siento la
garganta como papel de lija y me pregunto cuánto tiempo he estado
inconsciente.
Dios, ¿qué ha hecho en ese tiempo?
Hago una rápida inspección mental. Estoy completamente vestida y
no tengo la sensación de haberme desvestido ni nada parecido, pero se
me revuelve el estómago con todas las cosas que podrían haberme
pasado estando inconsciente.
―¿Qué quiero? Hmmm... ―Vlad hace un espectáculo teatral al
considerar mi pregunta―. Déjame ver... Para empezar, quiero un poco
más de respeto por parte de tu prometido. Quiero que me vea como su
igual y me tema como debería―. Agarra mi barbilla y me gruñe en la
cara―. Quiero que vea lo que pasa cuando intenta humillarme en público.
Mi mirada se desliza hacia su otra mano. La que aún tiene vendada
porque Lev le metió una bala la noche de la partida de póquer.
Pese a que su mano aprieta mi barbilla y mi boca, consigo preguntar:
―¿Cómo está la mano?
Lo cual no hace nada por mi situación, salvo enfadarle. Me abofetea
tan fuerte que me castañetean los dientes.
Pero ha merecido la pena.
Puede que muera aquí. Pero que me cuelguen si no se lo pongo
difícil al hijo de puta.
Debo estar delirando, porque suelto una carcajada, escupiendo
sangre al suelo, sin llegar a tocar sus zapatos de piel de cocodrilo.
El repentino estruendo de vehículos me indica que estamos bajo un
paso elevado. Recuerda los pequeños detalles, susurra mi mente. Si
sobrevives a esto, tendrás que contárselo todo a la policía. No, a la policía
no. A Lev. Porque cuando se entere de esto, va a hacer llover el infierno
sobre todos los implicados en esto.
―No es nada personal. Realmente me gustas. De hecho... ―Me toca
la mejilla con ternura―. Si estuviéramos en otro mundo, creo que podría
hacerte feliz.
Me alejo de él.
―Esto es simplemente un mensaje para llamar la atención de Lev.
Cuando vea lo que te he hecho... ―Me golpea de nuevo y, esta vez, veo la
salpicadura de sangre de mi labio bailar como motas de polvo en el aire
frente a mí―. Vendrá a buscarme, y cuento con ello porque ahora me he
creado un ejército, Brooke. Y estaré preparado para él.
Quiero decirle a Vlad que sus días están contados. Que Lev le
encontrará y le hará pagar por esto, porque sé que lo hará. Sé que cuando
encuentren mi cuerpo, se encenderá una rabia en Lev para la que
posiblemente nadie pueda estar preparado. Puede que no esté
enamorado de mí y que se resista a cualquier tipo de compromiso
conmigo, pero sé que significo algo para él. Puedo sentirlo en su toque, en
la forma en que me besa, en la forma en que me hace el amor.
Pero no tengo la oportunidad de decirle nada de esto a Vlad porque,
con un nuevo y violento puñetazo, me deja misericordiosamente
inconsciente.
47

Lev

Estoy inmerso en una conversación con Feliks cuando mi teléfono


vibra en el escritorio.
Es la tercera vez que suena en el último minuto, y lo he ignorado dos
veces. Pero algo me dice que no lo ignore una tercera vez. Le doy la
vuelta y veo el nombre de Igor en la pantalla.
―Si te ha vuelto a dar esquinazo, Igor...
―Se la han llevado ―responde frenético Igor.
Tres simples palabras. Y me resultan más funestas que cualquier otra
palabra que haya oído antes.
―¿Qué quieres decir con que se la han llevado?
Al otro lado del despacho, Feliks levanta la vista de su teléfono.
―¿Qué mierda?
―Dime qué cojones ha pasado ―suelto.
Igor suena como si estuviera conduciendo.
―Fueron demasiado rápidos para detenerlos, Pakhan.
―¿Quién?
―No estoy seguro al cien por cien. Pero creo que fue Vlad.
Vlad.
La mera idea porque ese mudak esté cerca de Brooke me hace ver
rojo, por no hablar de poner sus sucias manos sobre ella.
Agarro el teléfono con más fuerza.
―Cuéntamelo todo.
―Se fue al baño. Como no volvió al cabo de unos minutos, fuimos a
comprobarlo. El aseo estaba vacío. Hay una salida de incendios en el
mismo pasillo que los aseos, y estaba entreabierta. Al salir, vi un Maserati
de cuatro puertas que salía chirriando del aparcamiento. Sin matrícula.
Ventanas oscurecidas.
Un Maserati con cristales tintados.
Es el coche de Vlad.
Siento la furia crecer bajo mi piel.
Que se la haya llevado es una declaración de guerra contra mí y mi
Bratva, y estoy dispuesto a hacer lo que haga falta para asegurarme que
sepa la gran cagada que ha cometido. Cuando recupere a Brooke, pagará
con todo lo que tiene: su dinero, su casa, su familia, su negocio, su jodida
totalidad.
Y cuando acabe con todo eso, pagará con su vida.
―¿Dónde estás ahora?
―En el coche, buscándola. No pueden haber ido muy lejos.
―No estaremos muy lejos de vosotros. Llámame si los ves.
Cuelgo y le tiro a Feliks las llaves de mi Lamborghini.
―Vlad tiene a Brooke.
―Mierda. ―Coge su chaqueta―. ¿Seguro que quieres que conduzca
yo?
―Sí, porque cuando lo encontremos, voy a utilizar mis dos armas.
Mientras salimos de mi despacho, llamo a Jerry, uno de mis expertos
en tecnología adscrito a la Bratva, un ex agente del FBI que trabajaba en
ciberdelincuencia y puede averiguar cualquier cosa sobre cualquier
persona.
―Necesito conocer todos los bienes inmuebles que Vlad Bhyzova
tiene en la ciudad. Y necesito saberlo en el próximo minuto.
Vlad no querrá pasar en la carretera más tiempo del necesario. Sabe
que tengo gente por toda la ciudad. Querrá llegar a un lugar privado lo
antes posible. Eso significa que tiene que tener cerca un lugar donde
esconderse.
―Me llevará unos minutos, jefe ―dice Jerry―. Necesito filtrar su
nombre a través de las sociedades ficticias y fideicomisos con los que
pueda estar asociado.
―No tenemos unos minutos ―digo bruscamente subiendo a mi
Lamborghini.
Una sensación desconocida se aloja en lo más profundo de mis
entrañas como un resorte fuertemente enrollado. No se parece a nada que
haya sentido antes. Algo extraño, oscuro e inquietante.
Miedo.
Así es como se siente.
Frío e insoportable.
Y bajo su peso, me siento jodidamente impotente.
Joder.
Si le hace daño...
Se oye un chirrido de neumáticos cuando salimos rugiendo del
garaje subterráneo e irrumpimos en la concurrida calle vespertina.
―Jerry, necesito esas direcciones ahora.
Sé que desatar mi tono asesino sobre Jerry y respirarle en la nuca
cuando está intentando obtener la información no va a conseguirme esas
direcciones de propiedades más rápido. Pero tengo que hacer algo. Tengo
que liberar el pánico acumulado en mi interior antes que estalle en una
oscura furia.
―Tengo una ―Dice Jerry―. ¿Dónde estás ahora?
―Vamos hacia el puente.
―Bien, tiene uno a unos cuarenta minutos de la ciudad. ―Me da la
dirección.
―No, eso está demasiado lejos. Querrá salir a la calle. Tiene que
haber algún sitio más cerca.
Feliks me mira.
―¿Y si se dirige a un lugar que no es de su propiedad?
Es entonces cuando caigo en cuenta.
Hace seis meses, superé su oferta en un negocio inmobiliario.
Un almacén abandonado a cinco minutos.
―Sé dónde se dirige ―murmuro, con el corazón bombeando una
venenosa rabia negra a través de mis venas.
Le cuelgo a Jerry y le doy a Feliks la dirección del almacén.
―Joder, qué morro tiene el mudak ―escupe con asco Feliks.
Aprieto los dientes. ―Para ser hombre muerto.
48

Lev

El almacén abandonado es una estructura en ruinas situada bajo un


paso elevado en Brooklyn. Entramos en el desolado aparcamiento lleno
de basura, escombros y pintadas, y a través de la pared de madera
destrozada del almacén, puedo ver lo que parece un cuerpo colgando de
las vigas.
Brooke.
Salgo del coche antes incluso que Feliks lo detenga y me muevo más
deprisa de lo que me he movido en mi vida para alcanzarla.
He visto muchas cosas en mi vida, la mayoría sangrientas y
horripilantes, así que podría decirse que estoy insensible a muchas de
ellas. Pero ver a Brooke colgada y golpeada hasta quedar hecha un
desastre sangriento en aquel almacén abandonado no es una de ellas. Ni
de coña.
Está inconsciente, con los ojos hinchados cerrados y la boca floja.
―Estoy aquí, Zayka. Te tengo.
El mudak la ha atado con cuerda y no con cadenas, lo cual es un
alivio para mí porque significa que puedo cortarla con el cuchillo que
llevo encima. Pero la elección de Vlad de una cuerda en lugar de cadenas
no supuso un alivio para Brooke cuando la torturó. Eligió la cuerda
porque la cuerda quema la piel, y cuanto más luche la víctima, más
penetrará la cuerda en las capas de carne.
Una oleada tras otra de rabia fluye sobre mí, colisionando con un
abrumador temor ante la posibilidad que ella no sobreviva.
La hoja de mi cuchillo corta la cuerda como si fuera mantequilla, y
Brooke cae contra mí justo cuando Feliks entra corriendo.
―Llama a una ambulancia ―le grito.
―Pero, Pakhan, la policía...
―Me importa una mierda todo eso. Llama a la puta ambulancia. Nos
ocuparemos de la policía más tarde.
Hace la llamada con desgana. Comprendo su vacilación. Los
paramédicos tendrán la obligación de llamar a la policía. Esto se
convertirá en la escena de un crimen. En mi mundo, cuando la policía
comienza a husmear en cualquier cosa en la que estés involucrado, puede
acarrear muchas complicaciones. Se despiertan intereses. Un
descubrimiento lleva a otro. La situación puede convertirse en una bola
de nieve y, antes de darte cuenta, lo que comenzó como una simple multa
de aparcamiento se convierte en veinte años de cárcel por asesinato. Pero
me importa una mierda. Llevar a Brooke a un hospital y que reciba el
tratamiento que necesita es mucho más importante que el desastre que
tendré que limpiar después.
Me desplomo en el suelo con Brooke en brazos, y se me rompe el
corazón al ver exactamente lo que Vlad le ha hecho a su hermoso rostro.
Está hinchado, y puedo ver el corte del ostentoso anillo de diamantes que
luce en su dedo meñique, y sé que voy a arrancarle ese maldito anillo de
la mano y metérselo hasta el fondo en uno de los muchos agujeros de bala
que le haré en su cuerpo.
―Lo siento mucho, zayka ―susurro, abrazando su cuerpo magullado
y rezando por primera vez en mi vida, pidiendo a Dios que la deje vivir.
Observo la vieja silla de madera de lado sobre el suelo húmedo, con
una cuerda atada al reposabrazos. ¿Qué le hicieron en esa silla antes de
colgarla?
El pensamiento es una agonía total y absoluta.
―Todo va a salir bien ―lloro en su cabello―. Te prometo que me
ocuparé de esto.
Los paramédicos llegan en medio de una lluvia de sirenas y luces y,
cuando ven lo destrozada que está, se apresuran a subirla a la parte
trasera de la ambulancia.
Voy a subir tras ella, pero el paramédico me pone la mano en el
pecho para detenerme.
―¿Quién eres?
Sé que hace su trabajo, pero comete un grave error al intentar
interponerse entre mi chica y yo. Y ahora mismo, no me opongo a
romperle unos cuantos huesos para asegurarme que no vuelva a ocurrir.
―Soy el hombre que te va a quitar la vida si no me dejas subir a la
parte de atrás de esa ambulancia.
―Eso está muy bien, pero necesito saber quién eres para esta mujer.
¿Cómo sé que no has sido tú?
La mera sugerencia me hace ver rojo. Por un momento, mi visión se
vuelve negra y mi cerebro se tambalea sobre su eje. Cuando vuelvo en mí,
tengo la cara tan tensa por la rabia que apenas me salen las palabras.
―Esta mujer lo es todo para mí.
Es suficiente para el paramédico. Me deja subir a bordo.
―Reúnete conmigo en el hospital ―le digo a Feliks.
La ambulancia se adentra en la tarde con todas las luces y sirenas. En
la camilla, Brooke empieza a volver en sí y comienza a asustarse, y cuanto
más se despierta, más pánico siente.
La cojo de la mano.
―Estoy aquí, Zayka. Estás a salvo.
Apenas puede verme a través de sus ojos hinchados, pero cuando lo
hace, se ablanda y se relaja.
―Duele ―gime, y el sonido es una puta agonía para mis oídos.
El paramédico le da algo para el dolor.
―Esto te aliviará hasta que podamos llegar al hospital.
Una lágrima solitaria rueda por su ensangrentada mejilla y me
revuelve el estómago. Arrastro su mano hasta mis labios y aprieto un
beso sobre su piel.
―Lamento mucho el daño que te ha hecho por mi culpa.
Aprieta los dedos en torno a los míos, pero entonces el analgésico se
apodera de ella, afloja su agarre y cae en un sueño medicado.
Llegamos al hospital quince minutos después.
―No voy a dejarla ―gruño con una voz que nunca antes había oído.
―Tienes que salir ―me dice el médico, sin importarle quién soy ni la
violenta tormenta que se cierne sobre mi rostro. Al igual que la necesidad
de protegerla está arraigada en mí, el bienestar de su paciente supera con
creces cualquier cosa de la que pueda pensar que es capaz el hombre que
tiene delante con una pistola en la chaqueta del traje―. Fuera ―exige de
nuevo.
―Vamos, Pakhan ―dice Feliks―. Deja que la ayuden.
Sabiendo que es lo mejor para Brooke, obedezco y dejo que Feliks
me saque de la habitación.
―Siempre has controlado tus emociones, Lev. Ahora no es el
momento de dejar que causen estragos en todo lo que te rodea. Necesitas
mantener la calma.
Paseo por el piso. Nunca antes me había permitido sentir este nivel
de emoción, y no sé qué mierda hacer con él. La furia vibra por mi cuerpo
con una ferocidad inconmensurable. Pero no es nada comparado con el
miedo pasmoso que siento cuando pienso que podría perderla. Solo
pensar en que Brooke podría perder la vida me produce una nueva
oleada de pánico y miedo. Dios, ¿por qué tardan tanto?
Sintiendo la agitación que se desata en mi interior, Feliks me pone
las manos en los hombros.
―Es fuerte y decidida. Saldrá adelante y, cuando lo haga, tú estarás
aquí para protegerla y darle todo lo que necesite.
―Si muere...
―No es una opción.
Odio parecer tan débil. Siempre he sido intrépido. Pero Brooke ha
traído algo tan tentador y puro a mi mundo de oscuridad, sangre y
pecado, y la idea de perderla jodidamente me aterroriza. No tengo miedo
de enamorarme de ella. Ya lo he hecho, estoy seguro. Pero tengo miedo
de vivir en un mundo en el que ella ya no exista.
Empiezo a andar de nuevo, porque si no lo hago, mis emociones
encontrarán otra forma de escapar, y eso no suele ser un buen augurio
para nadie que se interponga en mi camino.
Siento que ha pasado toda una vida cuando se abren las puertas y
aparece el médico.
―¿Eres el marido? ―me dice.
No le corrijo. Porque si no irrumpo ahí con todo mi arsenal, mentir
sobre quién soy será la forma más rápida de verla.
―Sí ―digo―. ¿Cómo está?
―Se pondrá bien. Aparte de algunos hematomas profundos, sus
heridas son superficiales y sanarán rápidamente. Pero me gustaría que
pasara la noche en observación.
El alivio es como un torrente de agua caliente, recorriendo mi
cuerpo. Los músculos se aflojan, mis hombros se relajan y mi corazón
empieza a latir con más fuerza.
―Aún está inconsciente, pero cuando despierte, hablaré de hacer un
kit de violación.
Mis ojos vuelan hacia los suyos.
Un kit de violación.
Se me corta la respiración. Mi mundo se detiene. El pulso me
retumba en los oídos.
Me hago una promesa en voz baja. Si Vlad la ha violado, morirá esta
noche. Lentamente. Y cuando lo encuentren, le faltará la lengua y tendrá
la polla cortada tan metida en la garganta que tendrán que abrirle el
cuello para sacársela.
―¿Puedo verla? ―pregunto al médico.
―Sí, puedes sentarte con ella hasta que podamos asignarle una
habitación.
Le sigo a través de las puertas de Urgencia hasta un cubículo donde
Brooke yace inconsciente.
Tiene la cara hinchada, el labio cortado y ensangrentado, y siento
que mis entrañas se tensan hasta el punto de dolerme.
Dios, ¿cómo he podido dejar que esto ocurriera?
Cojo su mano y siento precipitarse la emoción, hasta que la rabia y el
dolor se apoderan de mi rostro y las lágrimas se agolpan en mis ojos.
Mi zayka.
Beso su mano, y mis labios están calientes contra su piel fría.
―Te lo compensaré ―susurro.
Se despierta y empieza a llorar, y mi corazón muere de mil muertes
violentas dentro de mí.
―Quieren hacer una prueba de violación. ―Apenas me salen las
palabras. Apenas puedo controlar mi respiración.
―No me violó ―dice roncamente.
Este alivio, la segunda oleada de hoy, no empaña mis planes sobre lo
que voy a hacerle. Pero agradezco que Brooke no haya tenido que
soportar lo que podría haber pasado.
Una cosa es segura: voy a irrumpir en la vida de Vlad como una
tormenta de fuego y quemar todo su puto mundo hasta los cimientos.
49

Brooke

No se separa de mí. Cuando pierdo y recupero el conocimiento,


gracias a unos impresionantes analgésicos y a la necesidad de descanso
de mi propio cuerpo, él permanece en la silla junto a mi cama. Cuando
me despierto con un gemido porque me duelen las costillas y la cabeza, se
levanta de la silla más rápido que un rayo para buscar a una enfermera o
a un médico, y no me suelta la mano hasta que se me pasa el dolor y
vuelvo a caer en un profundo sueño.
Esa misma noche, me despierto con un cielo crepuscular y una luna
llena visible por la ventana del hospital. El efecto de los medicamentos
está desapareciendo, pero el dolor es soportable. En cuanto abro los ojos,
Lev coge mi mano. Parece cansado.
―¿Cómo te sientes? ―pregunta.
―Como si me hubiera atropellado un camión que se detuvo y luego
dio marcha atrás pasándome por encima.
Me dedica una débil sonrisa. Está dolido, pero hace todo lo posible
por ocultarlo tras una de sus estoicas expresiones. Tiene cara de póquer,
pero no puede ocultar lo que hay en sus ojos. Una mitad está agonizando
y la otra arde de rabia y de una violenta necesidad de venganza.
Le aprieto la mano tranquilizadoramente.
―Voy a estar bien, Lev.
―Lo harás. Me aseguraré de ello. Nadie volverá a tocarte.
Le creo.
Quiero incorporarme, pero no quiero molestar a un par de costillas
malhumoradas. Respirar duele, por no hablar de moverme.
―Déjame que te ayude. ―Me ayuda a sentarme y ajusta las
almohadas detrás de mí.
Asiento con la cabeza.
―Mejor, gracias.
Su ceño se frunce.
―Lo mataré.
No lo dudo.
―Lo sé.
―¿Te parece bien?
―¿Importaría si no lo hiciera?
―No.
―Entonces lo que yo piense al respecto no importa realmente.
―Lo que piensas importa, Brooke. Me importa más de lo que
debería.
―Bésame ―susurro.
La sorpresa se dibuja en su rostro.
―Necesito sentir tus labios en los míos ―digo.
―No quiero hacerte daño.
―No lo harás.
―Te partió el labio.
Recuerdo el revés de Vlad y el chasquido de dolor cuando el anillo
de su meñique rasgó la delicada piel.
Me trago un sollozo y fuerzo una débil sonrisa.
―No me hagas rogar.
Sus ojos oscuros brillan cuando se inclina para rozar sus labios con
los míos. La herida me escuece, pero no es nada comparado con lo bien
que me siento al ser besada por este hombre. Su beso es tierno.
Infinitamente suave. Y soy consciente que lo único que necesito es que
este hombre me haga sentir mejor.
Sus manos ahuecan mi rostro y presiona su frente contra la mía.
Suspira.
―Zayka...
Siento una oleada de felicidad en mi corazón, como cada vez que me
llama por mi apodo.
―Le haré pagar por lo que ha hecho ―susurra.
La apertura de la puerta hace que Lev se levante como un rayo,
llevándose la mano al arma que lleva en su cintura antes incluso que
pueda entender lo que está ocurriendo. Pero es una reacción exagerada.
No son Vlad y su ejército de gilipollas que vienen a acabar conmigo. Solo
es una enfermera empujando un ecógrafo en un carrito.
―Buenas noches, dormilona. Me alegra verte con mejor aspecto. ―Es
una mujer mayor, de unos cincuenta años, de rostro amable y mejillas
sonrosadas―. La ecografía no tardará mucho.
—¿Para qué necesito una ecografía? —pregunto.
—No hay de qué preocuparse. El doctor Cornerstone solo quiere ver
de cuántas semanas estás.
—¿Qué quieres decir? —pregunto, confusa.
—Esto comprobará el tamaño de tu bebé.
—¿Bebé? —decimos Lev y yo al mismo tiempo.
—Sí, estás embarazada, ¿verdad?
Sacudo la cabeza.
—No, no lo estoy.
Entonces recuerdo los momentos previos a mi secuestro y el
momento en que descubrí que se me había retrasado la regla.
―Es decir …no estoy segura.
La enfermera consulta su iPad.
—Bueno, según tus análisis de sangre, lo estás.
Lev y yo nos miramos. Pero, por supuesto, él está inexpresivo, y
maldita sea si eso no aumenta la repentina oleada de expectación que
oprime mi pecho.
―Voy a necesitar que te recuestes un poco, cariño ―me dice la
enfermera, sacando un frasco de gel del carro del ecógrafo.
Me relajo, pero mi cuerpo magullado grita en señal de protesta.
Resoplo y noto que Lev arquea las cejas y aprieta la mandíbula.
Da un paso adelante.
―Zayka...
Exhalo un suspiro tembloroso.
―Estoy bien.
Pero sabe que es mentira. Estoy muy lejos de estar bien.
Le cojo la mano.
―Justo antes de atraparme, recordé que no había tenido la regla
desde antes de la boda.
Sus cejas se fruncen cuando se da cuenta de lo que eso significa. Que
podría ser el bebé de Wilson y no el suyo.
Sus dedos se tensan en torno a los míos, tranquilizadores.
―Lo que ocurra después, lo resolveremos juntos.
Lo veo en sus ojos. Lo dice en serio.
La enfermera pulsa un par de teclas en el ecógrafo.
―Bien, cariño, vamos a conocer a tu bebé.
Me levanto la bata para que pueda rociarme la piel con la solución
de ultrasonidos. Está fría, y cuando retrocedo, mi cuerpo vuelve a
protestar. Esta vez, Lev me coge la mano y se la lleva a los labios. El
consuelo es inmediato y me relajo, preguntándome cuánto más está a
punto de cambiar mi vida.
Y de quién es el bebé que llevo en mi vientre.
50

Lev

Está embarazada, y dentro de unos minutos sabremos si es el bebé


de Wilson o si está gestando el mío.
Estoy inquieto, pero oculto mis emociones tras una fachada pétrea,
como hago siempre.
La vida está a punto de cambiar de nuevo, y dependiendo de cuáles
sean los resultados, podría ir en cualquier dirección, una que vea a
Brooke atada a Wilson para el resto de sus vidas, que en el caso de Wilson
podría ser poco tiempo, o una que signifique que Brooke va a dar a luz al
heredero de los Zarkov.
Mi bebé.
Frunzo el ceño, preocupado por la repentina oleada de felicidad que
me produce ese pensamiento.
Aunque es necesario un heredero, no estaba preparado para que
ocurriera tan pronto, y desde luego no esperaba que ese dichoso y dulce
calor inundara mi pecho y se extendiera por todo mi cuerpo al pensar que
él o ella ya estaba creciendo en su interior.
La enfermera mueve el ecógrafo alrededor del vientre plano de
Brooke y aparece una imagen granulada en la pantalla de la máquina.
Segundos después, el golpeteo constante de un latido llena la habitación.
Brooke abre mucho los ojos.
―¿Eso es...?
―Tu bebé, sí.
Veo que los ojos de Brooke se llenan de lágrimas. Es entonces
cuando me doy cuenta que mi rostro se ha puesto rígido por la emoción,
y se me ha formado un nudo en la garganta.
Pum, pum, pum.
¿Cómo puede un sonido evocar una respuesta emocional semejante?
―¿Está bien mi bebé? ―pregunta a la enfermera, con sus grandes
ojos de conejita desorbitados por la preocupación.
La enfermera sonríe.
―A mí me parece que está bastante bien.
El alivio recorre el rostro de Brooke, y tengo que admitir que yo
también siento una oleada de alivio. Aunque el bebé sea de Wilson, la
idea que Brooke sufra un aborto me corroe las entrañas.
―Los analgésicos que he tomado, ¿habrían hecho daño al bebé?
―pregunta.
―No, la medicación que te dieron no atraviesa la placenta, por lo que
tu bebé no se verá afectado.
De nuevo, su cara muestra el alivio que siente, y no puedo mentir:
yo siento el mismo alivio.
Brooke me mira con incertidumbre y luego vuelve a mirar a la
enfermera.
―¿De cuántas semanas estoy?
Hago las cuentas mentalmente.
Más de ocho semanas, y es de Wilson.
Menos de ocho y voy a ser padre.
La enfermera mueve el ecógrafo alrededor del vientre de Brooke un
poco más antes de detenerse a pulsar un par de teclas del teclado para
hacer una foto.
Ya está.
El momento de la verdad.
Dios, ¿por qué tarda tanto?
Mi respiración se detiene en mi pecho.
―Estás embarazada de siete semanas y dos días.
Mi aliento abandona mis pulmones de golpe.
Mío.
La palabra resuena una y otra vez en mi cerebro y me invade un
impulso feroz de coger a Brooke en brazos y besarla estúpidamente.
Hago más cuentas. Hace siete semanas y tres días, conocí a Brooke
en un avión y, en algún momento durante los muchos orgasmos de esa
noche, puse a mi bebé en su interior.
Joder, ¿por qué me pone eso tan jodidamente eufórico?
Porque quieres esto más de lo que creías.
Brooke me dedica una sonrisa insegura. Intenta calibrar mis
pensamientos por mi reacción. La sonrisa que le dirijo es auténtica. Mía.
Ella y el bebé que crece en su vientre son míos, y no podría estar más
jodidamente feliz.
―¿Se puede saber qué sexo es? ―pregunta Brooke.
―Me temo que es demasiado pronto. Pero cuando te hagan una
ecografía de control en las próximas semanas, quizá podamos ver
entonces el sexo.
No me importa el sexo del bebé, siempre que esté sano y fuerte y
tenga toda la bondad de su madre y nada de mi oscuridad.
La enfermera nos deja y Brooke espera a que cierre la puerta tras de
sí antes de hablar.
―Estás muy callado ―me dice en voz baja―. Es una gran noticia.
―Lo es.
―¿Quieres decirme cómo te sientes al respecto? Necesito saberlo.
Oigo la duda en su voz, y la odio.
―Zayka, si no estuvieras tumbada en esa cama con cortes y
moratones, te tendría en mis brazos y estaría besando ahora mismo la
duda de tus labios. ―Me siento en el borde de la cama y cojo sus mano―.
Quiero esto. Lo deseo tanto, joder, que no tengo palabras para describirlo.
Una nueva oleada de lágrimas centellea en sus ojos.
―¿En serio?
―Sí.
Ella se sorprende, incluso yo me sorprendo de lo mucho que deseo
esto.
―Tenemos mucho que hablar ―me dice.
―Sí, pero esta noche no es el momento. Necesitas descansar. ―Le
dedico una suave sonrisa. Quiero llevármela a casa, estrecharla entre mis
brazos y escuchar la suave canción de cuna de su suave respiración
mientras ambos nos dormimos. Quiero hablarle de los millones de
pensamientos que tengo sobre ella y yo con nuestro hijo, que de repente
se agolpan en mi mente. Quiero besarla como una loca por tomar mi
miedo y vencerlo con toda su bondad, su luz y su sol. Pero necesita
descansar para que su cuerpo cure.
Y cuando pienso en cómo Vlad le puso las zarpas encima a Brooke y
en lo que podría haberle pasado, quiero cortarlo en mil pedazos y ver
cómo se desangra en el suelo. No solo hizo daño a la mujer de la que me
estoy enamorando, sino que casi mata a mi bebé. A mi heredero.
Mi visión se nubla con un violento tono rojo. Este acto requiere una
represalia como nunca antes había iniciado.
Vlad tiene los días contados porque voy a por él.
Le mataré lentamente.
Y voy a hacer que duela.
51

Lev

Igor está hablando con los dos guardias que he colocado fuera de la
habitación de Brooke cuando entro en el pasillo. También está con él
Víctor, un ex guardaespaldas militar al que he entrenado para que sea el
chófer personal de Brooke.
―Nadie entra ahí a menos que sea médico o enfermero. Incluso
entonces, hay que comprobar su identificación, ¿entendido? ―les digo a
los guardias.
Asienten, con el rostro serio y hombros rígidos. Saben que sus vidas
no significarán una mierda si dejan que le ocurra algo a Brooke.
―Sí, Pakhan ―dicen ambos.
Asiento secamente y me alejo.
―¿Cómo está Brooke? ―Igor cae al paso detrás de mí, Víctor detrás
de él.
Igor nunca me ha preguntado por nadie en todos los años que lleva
trabajando como mi chófer. Pero no debería sorprenderme que
preguntara por Brooke. Tiene una forma de impresionar a todos los que
conoce, y está claro que el silencioso gigantón no es diferente.
―Se pondrá bien ―le digo―. Mañana volverá a casa.
No le hablo del bebé. Por ahora, es un secreto entre Brooke y yo, y
quiero que siga siendo así hasta que encontremos una forma de navegar
por el caos.
Aunque ya me imagino a Igor llevando a nuestro pequeño al coche y
metiéndolo en la sillita. O aguantando que se suban encima de él porque
mide dos metros y lo consideran su propio árbol al que trepar. No es de
los que muestran emociones, pero sé que en cuanto sepa lo del bebé,
estará dispuesto a morir por él.
―¿A dónde vamos, Pakhan? ―pregunta Igor.
―Llévame al restaurante de Daniil. Voy a convocar una reunión.
―De nuevo, las imágenes de Vlad hiriendo a Brooke me hacen enrojecer y
se me erizan los pelos de la nuca. Es hora de responder a su grito de
guerra.
Odio dejarla, pero tengo que planear una jodida gran represalia, y
tengo que mover ficha antes que ese pizda la vea venir. Estará esperando
algún tipo de respuesta. Por eso lo hizo. Quería hacerme saber que no me
tiene miedo. Ese fue su primer error. Si conociera la oscuridad de la que
soy capaz, entonces tendría mucho miedo.
También subestimó mis sentimientos por Brooke. Ese fue el error
número dos.
Y tres, cree que no va a ir a ninguna parte, pero se equivoca. Voy a
cazarle y enviarle directamente al infierno.
Fuera, es una noche perfectamente despejada, iluminada por una
luna brillante, y a pesar de la fatiga de mis músculos por la falta de sueño
y del cansancio de mis huesos por el peso de mis deberes con la Bratva,
me siento alerta y preparado para la batalla.
Mi teléfono vibra en el bolsillo y dejo de caminar para contestar.
―Te esperaremos en el coche ―dice Igor, lanzándole las llaves a
Víctor.
Asiento con la cabeza y miro el nombre que ilumina mi teléfono.
Brooke. Una sonrisa se dibuja en mis labios.
―¿Ya me echas de menos? ―le digo, mirando hacia su ventana, y al
verla de pie, añado―. Deberías estar en la cama descansando.
―Quiero volver a casa ―dice en voz baja. ―Quiero sentirte a mi lado
cuando me duerma.
Yo también quiero eso, zayka.
No tiene ni idea cuánto.
―Haré los preparativos para que vuelvas a casa mañana ―le digo―.
Pero esta noche, aquí estás a salvo.
―¿Me lo prometes?
Además de los dos hombres apostados ante la puerta de su
habitación de hospital, tengo otros dos en el vestíbulo y dos patrullando
por el perímetro. Y una vez que haya terminado de tirar los dados sobre
la muerte de Vlad, yo mismo volveré aquí para sentarme con ella hasta
que le den el alta. Al diablo con el sueño.
Empiezo a caminar hacia el coche en el aparcamiento.
―¿Lev?
Vuelvo a hacer una pausa para mirarla. ―¿Sí, Zayka?
―Buenas noches.
Sonrío al teléfono. ―Buenas noches, mi amor.
Boom.
La explosión rasga la noche y me hace perder el equilibrio,
lanzándome de espaldas contra los parterres. A solo unos metros de
distancia, el Phantom es destrozado por una erupción ardiente, y partes
de él llueven desde lo alto. Las llamas braman hacia el cielo y luego caen
rápidamente al suelo.
Lucho por levantarme, pero un rayo doloroso que me atraviesa el
cráneo me hace retroceder. Un fuerte zumbido en mis oídos amortigua el
ruido del mundo exterior, y el sabor metálico de la sangre invade mi
boca.
Tumbado boca arriba e incapaz de moverme, miro hacia la ventana
de Brooke y la veo allí. Su rostro está retorcido por el miedo y el pánico
mientras golpea el cristal, llamándome.
Mi amor.
Vienen a por ella. Pero no puedo llegar hasta ella. El zumbido de mis
oídos es cada vez más fuerte. Siento el cuerpo pesado, como cemento
húmedo.
Y mi mundo se vuelve negro.

Continuará…
Midnight Poison

Me secuestró como garantía para garantizar que mi ex prometido


cumpliera el trato que habían hecho.

Pero desde entonces, Lev Zarkov se ha convertido en mucho más


que el demonio que yo creí que era.
Y ahora su bebé crece en mi vientre.
No quiero dejarlo, pero después de una devastadora noche que hizo
saltar por los aires nuestra vida, sé que tengo que pensar en mi bebé.
Me digo a mí misma que dejarlo es lo correcto. Pero despertar sin
Lev en mitad de la noche es puro veneno nocturno.
Echo de menos su toque. Su aroma. La forma cálida y reconfortante
en que me estrechaba entre sus brazos y me hacía saber lo mucho que me
quería.
Pero ese no es el hombre que viene en mi busca.
Está furioso. Es temible. Está herido.
Y ahora que me ha encontrado, va a hacerme pagar por haberle roto
el corazón.
Pero hay un peligro acechando en las sombras.
Y tendremos que dejar a un lado nuestras diferencias el tiempo
suficiente para luchar contra la invisible amenaza que podría destruirlo
todo.
Sobre la Escritora

Penny Dee escribe novelas románticas contemporáneas sobre


estrellas del rock, moteros, jugadores de hockey, reyes de la mafia y todos
los personajes que hay entre medias. Sus historias aportan suspense,
sentimientos y mucha pasión.
Ella encontró la felicidad para siempre con un australiano que
conoció en una cita a ciegas.
Créditos
Traducción, Diseño y Diagramación

Corrección

La 99

También podría gustarte