Está en la página 1de 497

Copyright©2022.

Olga Andreu
Todos los derechos reservados. No se permite la reproducción total o parcial
de esta obra ni su incorporación a un sistema informático ni su transmisión en
cualquier forma o por cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por
fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del
autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito
contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). El
copyright estimula la creatividad, defiende la diversidad en el ámbito de las ideas y
el conocimiento, promueve la libre expresión y favorece una cultura viva. Gracias
por comprar una edición autorizada de este libro y por respetar las leyes del
copyright al no reproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra por
ningún medio sin permiso.
Primera edición, febrero 2022
Titulo original: Encuentro con El Diablo
Diseño de la portada: Nina Minina
A las malas decisiones
«Hay derrotas que tienen más dignidad que una vitoria»
Jorge Luis Borges
1
EVAN

¿En serio iba a dejarme? ¿Tantos años juntos y se iba? Me


toqué el pelo nervioso, no estaba preparado para quedarme
solo y buscar a otra. Éramos uña y carne, una pareja perfecta
que me hacía la vida fácil, y, además, quería con locura.
—¿Así, sin más? —le pregunté a Betty desesperado. Ella
me lanzó una mirada tierna con tal de calmarme.
—Voy a casarme, me mudo a otra parte del país ¿De qué
te serviría de todas formas? Además, podrás sobrevivir sin mí,
Evan.
—No, no es cierto, no podré. Llevas años siendo mi
asistente personal, me conoces mejor que yo mismo —dije
mientras la vi coger su bolso de la encimera de mi cocina.
Después me miró ladeando la cabeza.
—Ya encontrarás a alguien mejor que yo. —Vi cómo se
dirigía a la puerta, decidida—. Te avisé con un mes de
antelación cuando sabes que por ley son quince días, sabías
que este momento iba a llegar.
¿Y a mí de qué me servía eso? Era cierto que me había
avisado, pero no me importaba.
—No creía que fueras capaz —dije con furia y
poniéndome frente a mi puerta para impedir que se fuera.
—Evan, quítate, no seas crío, tienes treinta años —dijo
Betty abrazando su bolso.
—Sabes que te echaré mucho de menos, y Neil también.
Eres despiadada.
—Yo a ti también, aunque algo menos a tu gatito, me ha
roto muchos pares de medias —dijo mientras acariciaba mi
mejilla con cariño y apartaba uno de mis mechones que habían
caído por mi frente. Siempre me hacía gracia que hiciera eso
como acto reflejo.
—Dile al insensible de tu futuro esposo que se la tengo
jurada.
—Díselo tú mismo cuando vengas a la boda. —Soltó un
largo suspiro antes de continuar. —Mírate, todo un hombre
independiente que ha logrado salir adelante por sus propios
méritos e intercediendo para que su asistente no pueda largarse
de una vez para vivir una vida feliz.
Me rendí y me aparté. El mero hecho de verla coger el
pomo de la puerta y abrir ya me dolió, aquello era el fin.
La vi salir a paso lento y pensé que a pesar de que por
fuera aparentara ser una niña, por dentro tenía el alma de una
mujer adulta y responsable que me había facilitado la vida. No
se preocupaba por cosas sin importancia porque era la
felicidad personificada. Tenía toneladas de buenas vibras y
eso, de alguna forma, la hacía ser más hermosa. Ben tenía
mucha suerte de tenerla a su lado.
—Me has partido el corazón —fue lo último que le dije.
—Lo superarás. Nos vemos en la boda —dijo al punto que
pulsaba el botón del ascensor.
Una llamada me sacó de mis pensamientos y miré mi
reloj. ¡Mierda! Los daños por la marcha de Betty ya se hacían
notar en mi casa.
—Dígame —dije rápidamente cuando descolgué.
—¿Evan Denver? —habló una mujer que no reconocí.
—Sí, ¿quién llama?
—Soy Carol Jackson, Josh me ha dado tu número.
¡Joder! Otra vez no, el imbécil de Josh le había dado mi
número a otra mujer, estaba harto. Yo no necesitaba que nadie
me ayudara a ligar, podía hacerlo yo mismo si quería, pero no
era el caso, y mucho menos en esos momentos en los que mi
vida iba a dar un vuelco por la marcha de Betty.
—Lo siento, se ha equivocado. —Colgué rápidamente y
salí en dirección a la oficina.
Saludé al portero alzando la barbilla cuando estuve en la
calle. Ser un hombre con dinero me permitía vivir en un ático
de uno de los edificios del centro de la ciudad de Nueva York.
Pero, en cierto modo, Josh tenía razón. Estaba solo, y ahora lo
iba a estar más, ya que la mujer de mi vida, y de forma literal,
se había largado para casarse con un tipo que no la merecía.
No, no estaba enamorado de ella, pero la quería como para
pensar que no había nadie en el mundo que estuviera a su
altura.
El hecho de no tener pareja no me afectaba mucho, podía
trabajar todo el día o viajar cuando necesitaba desestresarme.
No me gustaba, en realidad, que nadie invadiera mi espacio
vital, mi casa era un lugar sagrado para mí y solo Betty tenía
mi beneplácito para hacer uso de ella como si fuera la suya
propia.
Cuando tenía citas con mujeres, cenábamos fuera, y
prefería pagar una habitación de hotel para pasar una noche
divertida. No era ningún semental, pero de vez en cuando me
apetecía, como a todo el mundo, disfrutar del sexo, aunque
jamás había una segunda cita ni un mensaje de
agradecimiento, eso no iba conmigo.
Satisfacía mis necesidades más primarias, como hacemos
todos, pero, de ahí a enamorarme…
Nunca me había enamorado, esa era la verdad, al menos
no intensamente, pues mis relaciones más serias habían durado
apenas un par de meses, pero en esos momentos estaba en una
etapa de mi vida en la que tenía claro que prefería disfrutar de
mi vida de soltero.
Las relaciones te complicaban la vida y no me gustaba dar
demasiadas explicaciones.
Mi trabajo era estresante y no era raro que llegara a los
encuentros con mis parejas con cara agria, haciendo que la
noche acabara convirtiéndose en un monólogo en el que solo
hablaban ellas y me preguntaban de manera incansable que
qué era lo que me pasaba.
Y la realidad era que no me pasaba nada, tan solo había
tenido un día agotador. ¿Acaso no le pasa eso a todo el mundo
alguna vez?

Cuando llegué a la oficina, que estaba a tan solo dos


manzanas de mi casa, le pedí a mi secretaria que anulara todas
mis citas y salí de allí como alma que lleva al diablo, nunca
mejor dicho, pues era el nombre con el que el mundo del ocio
nocturno me había apodado.
Era el dueño de uno de los garitos de moda en la ciudad,
The Hell, junto a otros dos locales en el Soho más modestos.
Además, tenía la previsión de abrir uno nuevo con un concepto
innovador en alguna otra parte del país.
Mi vida no era fácil y pasaba las noches solo, así que no
podía complicarme la existencia con relaciones que no iban a
llegar a ningún lado. Seguro que ahora lo entendéis.
Cuando salí de nuevo a la calle, respiré hondo el aire
contaminado de Nueva York, pero, lejos de quemarme los
pulmones, aquello me infundió calma.
Confiaba en mi equipo de trabajo y había decidido
tomarme un par de días libres. Aceptar que Betty ya no estaba
en mi vida era una cosa que me iba a costar superar, así que
quería estar tranquilo.

***

«Qué relajante es dormir hasta tarde», pensé cuando me


desperté aquella mañana y estiré los brazos todo lo que pude
para desperezarme. No es que no me gustara madrugar, lo
tenía que hacer cada día, pero entre una opción y la otra,
quedaba más que clara mi elección y la de cualquier persona.
Eran las once, el sol se reflejaba en el ventanal del salón
iluminando toda la estancia y decidí salir a la terraza. Neil me
siguió cruzándose entre mis piernas.
La brisa que amenizaba aquella mañana de jueves la Gran
Manzana me golpeó en la cara, haciéndome recobrar algo de
razón. Aquellas vistas tan bonitas, que aún lo eran más cuando
caía la noche, siempre me aportaban calma y ordenaban mi
cabeza y, de pronto, mi estómago envió una señal a mi
cerebro: tenía hambre. A esas horas ya había desayunado dos
veces normalmente. La primera, en el ático, cuando Betty
entraba a primera hora con un capuchino mocca en la mano y
una deliciosa pieza de bollería casera de Delis Bakery.
Su ausencia ya se estaba haciendo notar en todos los
rincones de mi casa. Definitivamente, necesitaba encontrar a
una nueva asistente personal lo antes posible si no quería
parecer un despojo humano a final de mes.
Lo sé, era un completo inútil sin ayuda de alguien que me
recordara los horarios de comida, citas con proveedores,
cumpleaños de amigos y familiares, y se preocupara de
hacerme la compra y cocinar para mí si era preciso.
Maldito Ben Clarson, ¿por qué tuvo que llevársela?
2
LUCY

Estás despedida, Lucy.


Aquellas palabras seguían retumbándome una y otra vez
desde hacía dos meses, mientras me atiborraba de palomitas
con sabor a queso tirada en el sofá de mi piso compartido en
Brooklyn.
Era consciente que Margie, mi antigua jefa, me odiaba, ya
que yo era la que menos gozaba de privilegios en ese maldito
despacho en el que gestionábamos los pedidos de material de
oficina de una corporativa. Siempre tenía que echar horas
extra que nunca me pagaba porque decía que eran horas
complementarias no remuneradas y me hacía desatascar la
fotocopiadora cada vez que se tragaba un kilo de papel como
si fuera un gato al que le cuesta digerir una gran bola de
pelo…
En fin, esa serie de cosas, pero ese trabajo pagaba mis
facturas y ahora tenía que sobrevivir del subsidio estatal de
desempleo a peligro de agotarlo y vivir con algún vagabundo
en un cajero automático.
No es que tuviera nada en contra de los vagabundos, claro,
pero si podía evitar esa situación, mejor. Estaba deseando
encontrar un nuevo trabajo.
—¿Qué? Pero, pero ¿por qué? —dije para mí misma
llevándome a la boca un puñado de palomitas, corriendo el
riesgo de quedarme atascada como aquella maldita
fotocopiadora fabricada en 1982.
Contuve el llanto para no morir ahogada, pero no pude
evitar que una palomita se colara maliciosamente por el
conducto que no era y empecé a toser como una descosida.
—Lucy, ¿qué te pasa? —Betty, mi compañera suertuda
que se iba a casar en un mes, entró en el apartamento y me
encontró en aquella tesitura. Me dio unos golpes secos en la
espalda y levanté la mano pidiendo clemencia.
—Estoy bien, tranquila, solo me he atragantado un poco
—dije con un hilo de voz, intentado que el aire volviera a
circular con normalidad e invadiera mis pulmones.
—Joder, qué susto me has dado. ¿Otra vez comiendo esas
dichosas palomitas que huelen a pies rancios? Tienes que
hacer algo con tu vida, pronto te quedarás aquí sola y no
quiero que te encuentren medio podrida en el sofá cuando los
vecinos avisen de que el piso desprende un olor putrefacto por
debajo de la puerta.
Me quedé allí, estática, con otro puñado de palomitas
apresado en mi mano, no se me daba bien iniciar
conversaciones difíciles.
Betty ya hablaba por las dos, siempre iba por el piso
dándole a la sin hueso mientras yo tan solo la escuchaba y
asentía, eso sí que se me daba bien. Incluso, a veces, me
animaba y le contaba alguna de mis cosas, porque era la única
persona en la que confiaba del mundo.
—¿No vas a decir nada? —me preguntó, mirándome a mí
y a mi mano, que amenazaba con moverse hasta mi boca para
llenarla de nuevo de comida basura.
—No sé qué hacer, Betty.
Sus ojos marrones, grandes y expresivos, se abrieron de
par en par, como cuando se le ocurría una gran idea e iba a
apuntarla en una agenda que siempre llevaba con ella: mismo
color, mismo tamaño, año tras año. Hasta para eso era
organizada.
Se recostó en el sofá y siguió observándome con
detenimiento.
—Lucy, escúchame —al escuchar esas palabras me erguí
rápidamente y abrí el puño dejando que las palomitas
volvieran a caer en el bol algo sudadas. La miré intensamente,
como si sus palabras, por arte de magia, fueran a devolverme
mi empleo, mi vida y la decencia—. No quiero volver a verte
tratarte de este modo, eres una chica brillante, inteligente y
con grandes capacidades para trabajar bajo presión. Esa jefa
tuya era una tirana y, librarte de ella, aunque te haya
despedido, es lo mejor que te podía haber pasado, ¿me oyes?
—Asentí como una niña pequeña.
Ahí estaba Betty haciendo su magia, porque ella tenía
muchos trucos, y uno de ellos que, además, nunca fallaba, era
el de levantarme el ánimo.
—He trabajado duro y ahora me siento muy débil, Betty
—sollocé.
—La debilidad es un rasgo normal en los seres humanos,
todos lo somos en ciertas ocasiones, pero conozco a una
persona aún más inútil que tú.
—¿Crees que soy inútil? —Apunto estuve de coger las
palomitas sudadas e intoxicarme con ellas.
¿De verdad mi mejor amiga creía eso?
—No en el sentido que tú piensas, pero ahora mismo no
eres la eficiencia personificada.
—Bueno, por lo menos conoces a alguien peor que yo. —
Me encogí de hombros, tenía razón, no estaba en mi mejor
momento.
—Te estoy hablando de mi jefe. Bueno, exjefe.
—Lo siento, lo siento mucho, soy un desastre y siempre te
estoy agobiando con mis problemas. Había olvidado que hoy
era tu último día con ese pesado. —Betty cogió aire.
—Ha sido difícil, ¿te puedes creer que se ha apalancado
en la puerta para no dejarme salir? Le va a costar adaptarse al
cambio, pero acabo de pensar en una persona perfecta para él.
—¿Cómo dices que se llama? —pregunté algo más
animada, centrarme en sus historias me ayudaba a evadirme.
Pasaba demasiado tiempo sola con mis pensamientos
destructivos y la vida de Betty fuera de esas cuatro paredes era
mi terapia.
—Evan, Evan Denver, y no es un pesado, es un chico
encantador y somos buenos amigos.
—¿Chico? Pensé que trabajabas para un señor mayor y le
hacías los recados. —Su carcajada se debió escuchar hasta en
el Seven Eleven de la esquina.
—¿Cuándo he dicho yo eso?
—Ay, no sé, nunca se me ocurrió que las cosas que
contabas se referían a alguien joven. Parece muy incompetente
con algunas cosas para tener, ¿cuántos años? ¿Dieciocho?
¿Veinticinco?
—Tiene treinta años recién cumplidos y es bastante mono.
—¿Y por qué te casas con Ben y no con él? Es rico, eso sí
te lo he escuchado decir.
—No es rico, pero tampoco pobre. Digamos que tiene
dinero, mucho, pero es un jefe generoso, no lo gana
aprovechándose de los demás. —-Alzó las cejas un par de
veces como queriéndome decir algo.
—Ah, no, ya sé por donde vas y no me veo yo en esa
tesitura. La de las agendas eres tú.
—No creo que sirvieras para eso, pero le he oído decir
esta mañana por teléfono que está buscando a una chica mona
que le haga de imagen al local. Si lo llamo y le digo que eres
amiga mía y que eres la mejor opción en estos momentos, te
contratará para el anuncio. Es algo raro en ciertos aspectos y
siempre busca la perfección, pero de esta situación podéis salir
ganando los dos, ¿no crees?
Tuve que replantear aquello que había dicho tres veces en
mi mente antes de contestar. ¿Imagen del local? Y, por otro
lado, ¿yo no valía para organizar nada? ¿Cómo podía
solucionarnos la vida a ambos que yo hiciera de modelo?
Betty chasqueó tan fuerte la lengua que, si no hubiera
estado sentada, me habría caído de culo contra la tarima.
—No soy modelo ni voy a arriesgarme a que la cosa salga
mal y tengas que matarme. Y, si es tan exigente como dices,
¿cómo se te puede ocurrir que yo sea una candidata para ese
puesto?
—¿Tan poca fe tienes en ti misma? Eres una monada de
chica, cuando te arreglas —dijo haciendo énfasis en esa última
frase y echando la vista a todo mi atuendo de noche en pijama.
—Nunca me he hecho ni un simple book y no sé posar.
Además, no creo que ese jefe tuyo esté buscando una chica
corriente para ese local que mencionas y del que nunca he oído
hablar. Más que su asistente, pareces su esposa. ¿Por qué te
casas con Ben? Quédate haciendo lo mismo, pero cobrando
una pasta.
—Estoy empezando a creer que odias a mi novio y crees
que me trata como a un florero. Sabes que me caso por amor y
mi intención es trabajar en cuanto encuentre alguna cosa.
No lo odiaba, de hecho, Ben me parecía un buen tipo, pero
al lado de Betty era feo con ganas. El amor es ciego, pero los
que estamos a su alrededor, no.
—No lo odio, pero no pienso hacer de modelo para nada.
Que ese Evan llame a una agencia y busque a otra.
—Deberías pensarlo. Paga bien.
—¿Cuánto de bien? —Ese tema me interesaba más, según
los ceros del cheque a principios de mes, estaba dispuesta a
quitarle las pelusas del traje con la lengua si hacía falta.
Debieron ponérseme los ojos como platos.
—Ocho de los grandes si te acepta. Escuché la
conversación que mantuvo con Josh esta mañana al respecto.
No encuentra a nadie que le encaje con la imagen de The Hell.
—¿Ocho mil dólares?
—En efectivo. Son un par de fotos y quizá un vídeo para
las redes. Hablaba de que quería que la modelo tuviera belleza
natural y tú la tienes. Eres perfecta.
Levantándome con dificultad, ya que tenía el cuerpo
viciado en una postura toda la tarde, me estiré y comencé a dar
vueltas por el salón para procesar aquella propuesta y devolver
a mis extremidades la circulación.
Aquello era algo que me ayudaba a pensar.
Quince minutos después, mientras Betty esperaba
pacientemente con el móvil en la mano, le di una respuesta.
Era un dinero que me salvaría el culo unos meses y, por
intentarlo, no me iba a pasar nada.
La decisión estaba tomada.
—Está bien, llámalo, pero no le digas que estás segura de
que estoy a la altura, solo que pruebe y que haré lo posible por
satisfacerlo.
—No pensaba hacer otra cosa.
—Gracias, acabas de aumentar mi autoestima y mi
seguridad un mil por ciento —dije con sarcasmo.
—Hay que ser realista. El Diablo es buena gente, pero
algo exigente a veces, ya te lo he dicho.
—¿Quién? —dije con la voz ronca. Aún tenía rasposa la
garganta por aquella dichosa palomita que casi me había
dejado en el sitio.
—Tranquila, solo es un mote y tiene un gatito negro muy
mono, te gustará —dijo ya habiendo marcado su número y con
el móvil pegado a su oreja, mientras yo no estaba segura de si
hacer aquella llamada era lo más acertado para encauzar mi
vida. De pronto me había entrado mucha inseguridad.
Nadie se llama El Diablo por que sí, y yo ya estaba
viviendo mi propio infierno.
3
LUCY

Abrí los ojos cuando un potente rayo de luz entró por la


ventana y me iluminó directamente la cara.
Me había dormido en el sofá, tan cansada por la tensión
del día, que me dormí casi al final de la película que estaba
viendo.
—Buenos días —anunció Betty con su bata rosa de seda y
sus pantuflas a juego con un pompón horroroso.
—Buenos días —dije frotándome la nuca, había dormido
en una posición ortopédica—. Podrías haberme despertado y
obligado a irme a la cama.
—¿Y que me arañaras la cara? No, gracias, tengo que
conservarla para la boda.
—Claro, sería por eso —dije irónicamente.
—Venga, deja de quejarte y levanta el culo de ahí,
tenemos que ir a casa de Evan.
—¿Quién es Evan? —dije bostezando y estirando los
brazos para desperezarme, sabía perfectamente quién era, pero
la idea seguía sin convencerme. Solo con recordar que se hacía
llamar El Diablo, me temblaba todo el cuerpo.
—No te hagas la loca, ya sabes que accedió a hacerte una
entrevista.
—Entrevista con El Diablo, ya veo.
—Eso mismo. Toma, te hace más falta que a mí. —Me
tendió la taza de café que abrazaba con sus manos.
—Gracias —dije levantándola levemente.
—Hace una hora que lo llamé para confirmar la cita. Se ha
tomado la mañana libre para atendernos, así que date prisa en
ducharte y vestirte de una manera decente.
—¿Voy a tener que posar en ropa interior?
—No digas bobadas, Lucy.
—Está bien, pero si no me contrata no me des la murga,
no tengo la culpa de tener esta imagen tan corriente.
—Precisamente es lo que está buscando.
—Genial, eso significa que le has dicho que tienes a la
chica del montón perfecta. —Puse los ojos en blanco. Aquello
era maravilloso para mi autoestima—. Vale que a mí ese
dinero me vaya a venir muy bien, pero ¿ese hombre no estará
más necesitado de sustituirte como asistente personal?
—Si le caes bien puede que él mismo te ofrezca ese
puesto, pero entiende que yo no puedo recomendarte porque
no sabes ni freír un huevo frito. No podría hacerle eso a Evan.
Aceptemos que eres un poco desastre organizando cosas.
—Me estás dando la mañana con esas descripciones poco
alentadoras de mí.
Vi como Betty hacía lo mismo, poner los ojitos en blanco.
Ambas compartíamos ese gesto recurrente. Se marchó a la
cocina a servirse otro café para ella y me dejó dándole vueltas
al asunto.
¿Por qué todo el mundo pensaba que era una fracasada?

***

Dos insufribles horas después en las que Betty me obligó a


cambiarme tres veces y peinarme a conciencia, estaba lista,
según ella, para triunfar.
Unos vaqueros oscuros, un bodi de color nude liso sobre
el que me colocó una de sus blazers negras y unos zapatos de
tacón de color mostaza, eran para ella el look ideal de: estoy
preparada para el puesto.
Para mí era aburrido y soso y no decía nada de mí. Pero
mi amiga creía que lo ideal era mostrar una imagen neutra y
que el equipo creativo pudiera adaptar a su antojo.
Mi cara agónica no le afectó en lo más mínimo y comenzó
a maquillarme.
No es por echarme flores, pero mis ojos son grandes y de
un color azul bastante llamativo, no era necesario ponerles
tanta sombra e iluminador, ya eran bonitos de por sí.
Nunca había sido una mujer sofisticada a la que le
importase la imagen, quizá eso era la fuente de mi fracaso, o
quizá era la fuente de mis virtudes en esos momentos, pues era
un lienzo en blanco que se podía moldear por el módico precio
de ocho mil dólares.
Madre mía, ¿dónde me estaba metiendo?
Odiaba los tacones y la manera en la que me hacían
caminar cuando los llevaba puestos, pues me hacían parecer
torpe y nada sexi, pero, mi vida en esos momentos no era un
ejemplo y mi pobre amiga solo intentaba mejorarla a golpe de
brocha y pincel. En los ojos de Betty había picardía y algo de
malicia. Se estaba divirtiendo haciéndome aquel makeover.
—¡Listo! Estás estupenda, le vas a encantar —dijo al
punto que dejaba la última brocha que había utilizado sobre el
lavabo.
—¿Le voy a encantar? Creía que a la gente se la
contrataba por sus dotes laborales, no voy a ligar con ese tío.
—Evan es un hombre sofisticado y elegante, le gusta que
su personal sea lo más parecido a él.
—¿Tan egocéntrico es?
—Es un trabajo de nivel, deja de decir esas tonterías. Evan
es el dueño de uno de los locales más de moda en la cuidad:
The Hell, y tú serías su imagen. Para alcanzar el éxito, a veces,
hay que dejar a un lado nuestros prejuicios y esforzarnos un
poquito más.
—Entendido, normalmente soy un adefesio, captado.
Una rayita menos para mi autoestima. A este paso, me
quedaría sin ella.
—¿Vas a dejar ya esa actitud o quieres morir sola en este
apartamento cuando me vaya y te hayas gastado todo el dinero
en palomitas mugrientas? —Se cruzó de brazos y puso su cara
de rabia más absoluta.
—Lo siento, Betty, es que no sé si voy a poder hacerlo. Yo
no soy modelo, ni nada parecido, estoy nerviosa.
—Respira hondo, ponte en pie y mírate en el espejo —me
dijo esta vez algo más conciliadora.
Menos mal, no tenía yo cuerpo para tanta bronca. Era
cierto que estaba de los nervios, solo quería que todo saliera
bien.
Bufé mientras levantaba el trasero de la taza del váter, era
difícil quitarse el estado emocional derrotista cuando te había
estado acompañando muchas semanas.
Me miré en el espejo y me quedé sorprendida con mi
aspecto. Aquella mujer reflejada no era yo. Me había peinado
con ondas sutiles el cabello rubio, haciendo que se viera más
brillante y cayera con gracia sobre mis hombros.
Mis ojos estaban enmarcados por una sombra de ojos
blanca y la raya de color negro había conseguido que se vieran
más alargados y sensuales.
Y mis labios, ya de por sí gruesos, estaban maquillados de
un rosa pálido que los hacía resaltar, pero no de forma
exultante. Me gustó mucho que no se hubiera propasado con el
maquillaje.
—Espera, falta una cosa —dijo levantando el dedo índice
y rebuscando después en su bolsa de maquillaje.
—Déjalo, Betty, creo que es suficiente.
—No, de eso nada. —Abrió una cajita pequeña y con una
brochita pequeña dio unos golpecitos sobre el producto—.
Agáchate para que pueda aplicártelo.
Hice lo que me pidió, yo era bastante alta para la media,
uno setenta y cinco, y con tacones debía parecer la Torre
Eiffel.
—Perfecto —dijo pasándome la brocha por el puente de la
nariz y la punta—. El iluminador en esa zona queda ideal para
looks naturales.
Revisé el último retoque que me había hecho y asentí
contenta. Tenía razón, estaba guapa sin parecer un cuadro de
Jackson Pollock.
—Es hora de irnos. —Betty guardó todos los productos en
su neceser y sonrió, satisfecha con su trabajo.
Refregué mis manos sudorosas contra el pantalón y, con
una postura erguida y decidida, asentí a mi amiga, rezando
mentalmente para que todo saliera bien.

***

Estaba frente a uno de los edificios más imponentes que


había visto en mi vida. El portero saludó a Betty y nos abrió la
puerta muy diligente. Yo la seguía algo tímida pues la gente
rica y su modo de vida me intimidaban un poco.
—¿Estás bien?
—Todo lo bien que puede estar una pringada como yo
disfrazada de mujer sofisticada en este lugar.
—No te dejes impresionar. En realidad, Evan es muy
sencillo.
Lo dudaba bastante, seguro que era un tipo lleno de
excentricidades y manías que se paseaba desnudo con una boa
de pelo al cuello.
Al menos, eso es lo que había visto en las películas.
Tampoco conocía a nadie tan rico como para ir por casa de esa
guisa.
—Parezco un pato mareado con estos tacones.
—Te acostumbrarás, pasa —me dijo Betty cuando las
puertas del ascensor se abrieron.
Para ella era fácil decir aquello, ya que había estado
trabajando en aquel ambiente de lujo y con aquel tío durante
mucho tiempo. Yo, sin embargo, era un desastre con patas y un
manojo de nervios mientras el ascensor ascendía hasta la
última planta.
La vi sacar el móvil.
—¿A quién llamas?
—Le estoy enviando un wasap a Evan. Sigo teniendo las
llaves, ayer se me olvidó dárselas, pero está bien avisar de que
estamos subiendo, ¿no crees?
Perfecto, mis sospechas de que era un nudista excéntrico
cada vez se tornaban más reales.
«Nudista, vale, pero que no tenga una boa de plumas
enredada en el cuello», pensé, pues me parecía una horterada.
El ascensor paró en seco y dio una leve sacudida,
anunciando así que ya habíamos llegado.
Betty salió derecha hacia la puerta que teníamos enfrente
y, sin darme tiempo siquiera a hacerme a la idea, la abrió y me
instó a pasar.
Caminé como las geishas hasta el resquicio y esta me
empujó hacia dentro con un golpe determinante en la espalda.
«¡Madre mía!», pensé. Aquel ático era una pasada.
Un salón diáfano con cocina abierta e iluminado por la luz
natural que entraba por los enormes ventanales de suelo a
techo; muebles escasos, pero perfectamente combinados para
crear calidez y modernidad, y una chimenea de aspecto
industrial y muy ecléctica en el centro del salón como si fuera
un pilar de carga.
A mi derecha, una escalera de caracol de peldaños anchos
y seguros que conducía a la planta superior.
—¡Pedazo de casa! —dije sin apartar la vista del gato
negro que me miraba con desconfianza desde el borde del
respaldo del sofá.
—Deja de hablar así. Compórtate, Lucy.
—Es que es muy bonita, me he quedado de piedra.
—Pues no es lo único bonito de esta casa.
—Si te refieres a las vistas, te diré que son impresionantes
también.
—No me refería a eso… Oh, mira, ya baja Evan —dijo
interrumpiendo lo primero que iba a decir.
El pudor se apoderó de mí y agaché la cabeza mientras
escuchaba el sonido metálico de aquella escalera de caracol al
soportar las pisadas de mi posible futuro contratador.
El olor a perfume caro que desprendía ese hombre empezó
a notarse en el ambiente, olía a gloria bendita y mis sentidos
no escaparon de las notas chispeantes de naranja, vainilla y
alguna especia bien seleccionada para crear aquel aroma
perfecto.
—Betty, no te puedes imaginar la noche que he pasado —
lo escuché decir. Intenté mirar a todos lados menos a él
directamente. Debí parecerle idiota, girando la cabeza de un
lado a otro y fijando la vista en el suelo.
—Ya será menos, y he vuelto a salvarte el culo.
—Me alegré mucho de que me llamaras, aunque esperaba
que me dijeras otra cosa.
—Oh, venga, Lucy es perfecta para el puesto. ¿Verdad?
Siento haberte escuchado hablar con la oficina esta mañana y
haberme tomado la licencia, pero creo que ella es lo que estáis
buscando. —Betty me dio un codazo, había estado escuchando
toda la conversación mientras miraba los pies de aquel hombre
que había tenido la poca decencia de recibirnos en chanclas.

Levanté mi cabeza un poco y el corazón casi se me salió


del pecho cuando vi a semejante ser frente a mí, escrutándome
con la mirada.
Su cabello castaño oscuro con un corte muy a la moda,
estaba perfectamente colocado para darle un aire macarrilla.
De cejas espesas, pero sin exceso, enmarcando unos ojos
de color azul marino con motas verdes que en ese momento se
encontraban achicados y algo confusos con mi reacción.
No había en su cara algo que descuadrara, su nariz y su
boca hacían de su rostro algo perfecto. Y la camiseta ajustada
de color gris dejaba poco a la imaginación, pues tenía unos
abdominales de infarto y un pecho varonil donde apoyar la
mejilla para escuchar los latidos de su corazón desbocado
cuando te estaba fo…
—Lucy, saluda —Betty me devolvió a la realidad.
Y menos mal.
—Perdona…hola… soy, soy Lucy Moore.
Madre de mi vida, conforme me iba acercando a ese ser
del inframundo para tenderle la mano, el calor en mis mejillas
aumentaba. No soy de carácter vergonzoso, pero hay ciertas
cosas que me ponen nerviosa y alteran mi estado físico, por
ejemplo, los ejemplares humanos de aquel calibre.
—No pareces muy segura de serlo —me dijo con una
sonrisa ladeada, apretando mi mano.
—Es que es tímida, a veces —matizó Betty.
—Pues para un trabajo como este no sé si ese rasgo es
muy adecuado —añadió, y yo me morí un poco más por
dentro.
Qué vergüenza.
—Oh, Evan, sabes que impresionas, no se lo tengas en
cuenta.
¿Que impresionaba? ¿Betty estaba insinuando que me
había quedado totalmente alelada por el atractivo de ese
hombre? Bueno, sí, lo había hecho, pero no podía dejar que
pensara que me había gustado su aspecto hasta tal punto.
—No, lo siento, ha sido por esta casa, es muy bonita. Y tu
gato también, aunque intimida un poco. —Me erguí e intenté
parecer todo lo normal que podía en esos momentos.
—Solo intenta protegerme. No solo los perros guardan las
casas. Se llama Neil.
Evan dirigió su mirada hacia mí, y en el momento en que
sus ojos contactaron de nuevo con los míos, creí que mis
piernas iban a convertirse en gelatina. La intensidad de su
mirada era tan fuerte que, si realmente fuera el diablo, le
hubiera firmado el contrato de compraventa de mi alma.
—Disculpad. —El teléfono de Betty comenzó a sonar y se
alejó un poco de nosotros para hablar.
—Un gusto conocerte, Lucy Moore —me dijo
tendiéndome la mano. Todo lo que lo envolvía era
arrebatadoramente sexi, incluso su voz.
No sé cómo lo hice, pero pude conectar mi cerebro con la
lengua para contestar.
—El gusto es mío, señor Denver.
—Llámame Evan, no me gustan los formalismos.
Tan solo asentí y pedí a todos los dioses que Betty colgara
y volviera a salvarme.
Después de unos segundos, los cuales me parecieron
eternos, de mirarnos mutuamente a los ojos con las manos aún
unidas en un leve apretón, Betty volvió hasta donde
estábamos.
—Lo siento, chicos, pero tengo que marcharme,
emergencia de boda. No os importa que os deje solos,
¿verdad?
Unas alarmas como esas que llevan los coches de policía
en el techo, pero en tamaño kingsize, aparecieron alrededor de
mi cabeza. No podía dejarme allí con aquel hombre y con las
feromonas de mi cuerpo dando saltitos y aplausos.
No, no, no.
—En absoluto, Betty, lo primero es lo primero —dijo él
aún con su mano agarrada a la mía y lanzándome una mirada
divertida.
4
EVAN

La noche anterior no esperaba para nada la llamada de Betty.


Cuando vi su nombre en el identificador, sentí una oleada de
alivio en el pecho.
Quería volver, se había arrepentido de su decisión y se
reincorporaba de nuevo a su puesto de trabajo, eso fue lo que
pensé.
Se podía decir que tenía dependencia emocional hacia
ella, me costaba confiar en la gente.
Mi núcleo familiar no era malo, pero mis padres nunca se
preocuparon de medir sus peleas cuando era niño, nunca se
llevaron bien y estaban más atareados en gritarse mutuamente
que en fingir que éramos una familia feliz y tirarse los trastos a
la cabeza conmigo en su presencia.
Con los años, me hice a mí mismo, había trabajado duro
para conseguir todo lo que tenía e, incluso, gozaba de una
buena relación con mis padres, que lejos de lo que podía
parecer, seguían juntos y felices, mucho más de lo que lo
fueron en mi infancia, ya que yo conocí la peor parte de ellos y
los tres conocíamos ahora la mejor parte de cada uno de
nosotros.
Aquella llamada de Betty era un puro trámite, según ella,
para salvarme el culo a mí y a una amiga que se había quedado
sin trabajo.
Sus palabras textuales fueron.
—Sé que odias hacer castings y entrevistas a la gente que
demanda empleo, es un win to win.
Estaba en lo cierto, esa idea era una de las que más tedio
me daba, por no mencionar que ni Josh ni yo habíamos
encontrado la modelo que buscábamos para la imagen del
local, así que accedí a su propuesta, porque, según ella, su
amiga era perfecta, justo lo que estaba buscando, y si Betty me
pedía algo, era difícil negarme, ya que siempre me había dado
el cien por cien de ella.
Cuando colgué la llamada, recordé que a menudo solía hablar
de esa tal Lucy, que compartían piso, y que, aunque era un
poco desastre —esto me preocupaba enormemente—, le tenía
mucho cariño.
Me había formado una imagen de la mujer que compartía
la vida privada de mi asistenta, y en cierto modo me creaba
intriga, pero la espera había llegado a su fin y las dos ya
subían hasta mi casa.
Betty me había enviado un wasap y decidí salir de la cama
y ponerme algo de ropa.
Escuché la cerradura de la puerta dar un par de vueltas y el
taconeo inconfundible de Betty entrando en mi casa.
Cómo la echaba de menos… Ojalá escuchase aquel sonido
durante toda mi vida. Escucharla entrar me transmitía paz y
serenidad.
Me coloqué las chanclas que siempre usaba para estar en
casa y bajé a su encuentro. Seguro que Neil ya estaba en
alerta, era casi tan arisco como yo cuando un intruso entraba
en casa.
En cuanto fijé la vista en Betty y su acompañante mientras
bajaba las escaleras, aquella muchacha me dedicó una mirada
tímida y agachó la cabeza hacia el suelo. Después mantuve
una breve conversación con Betty mientas ella seguía callada.
—Lucy, saluda —dijo Betty a su amiga.
—Perdona…hola… soy, soy Lucy Moore.
—No pareces muy segura de serlo —no pude evitar
sonreír.
—Es que es tímida.
—Pues para un trabajo como este no sé si ese rasgo es
muy adecuado —añadí, me pareció divertido ponerla aún más
nerviosa.
—Oh, Evan, sabes que impresionas, no se lo tengas en
cuenta.
—No, lo siento, ha sido por esta casa, es muy bonita. Y tu
gato también, aunque intimida un poco. —La vi ponerse
derecha y recuperar algo de confianza en sí misma. Me gustó
esa determinación inmediata.
—Solo intenta protegerme. No solo los perros guardan las
casas. Se llama Neil.
—Disculpad. —Betty estaba recibiendo una llamada y se
alejó un poco de nosotros para hablar.
—Un gusto conocerte, Lucy Moore. —Le tendí la mano.
Al cubrir su delicada mano, noté que ella se tensaba y le
comenzaba a sudar la palma, qué encanto.
Me centré en su rostro mientas seguía sosteniéndole la
mano, no me apetecía soltársela de inmediato, se notaba que
nuestro contacto la estaba incomodando y me gustaba
provocarle ese sentimiento, soy un poco malicioso.
A veces, incluso demasiado.
Tenía unos inmensos ojos azules, su nariz era pequeña y
algo elevada en la punta, sus labios pintados en un tono rosa
pálido eran altamente sensuales, y su pelo… era una cascada
de ondas rubias brillantes que imaginé de inmediato entre mis
dedos.
Tenía un cuerpo esbelto y unas piernas largas que se
amoldaban a la perfección al pantalón ajustado que llevaba,
era bastante alta.
—El gusto es mío, señor Denver.
—Llámame Evan, no me gustan los formalismos.
—Lo siento, chicos, pero tengo que marcharme,
emergencia de boda. No os importa que os deje solos,
¿verdad? —dijo Betty cuando terminó la llamada.
—En absoluto, Betty, lo primero es lo primero —le dije,
era la verdad, no me importaba lo más mínimo quedarme con
aquella chica a solas en mi apartamento, tuve la sensación de
que podía confiar en ella.
En cuanto Betty cerró la puerta, solté su mano, quizá había
alargado demasiado el contacto entre ella y yo, y la miré con
intensidad a los ojos cuando, de una manera adorable, metió
las manos en sus bolsillos y volvió a dirigir su mirada hacia el
suelo.
—Espero que no te moleste que te tutee, como te he dicho,
no me gustan los formalismos.
—Por supuesto que no, señor Denver.
—No lo hagas tú tampoco, somos muy jóvenes para eso,
¿no crees?
—Yo creo todo lo que usted me diga.
—Espero que no, no sé lo que crees que supone trabajar
para mí, pero sin duda alguna, darme la razón como a los locos
no está dentro de tus cometidos.
—Por supuesto que no, señor Denver.
Betty no me había advertido de que Lucy Moore tenía un
don innato para ponerme de los nervios.
—Llámame Evan, por favor.
—Claro que sí —dijo de una manera casi imperceptible,
en un hilo de voz y mordiéndose el labio después.
Suspiré, armándome de paciencia.
—¿De verdad eres tan tímida o estás así por algo en
concreto?
—Supongo que necesito el trabajo y quiero causar buena
impresión.
—Pues no sé si de este modo es la mejor manera, deberías
relajarte, pienso dártelo, si es lo que te preocupa.
—¿Así, sin más? —No pareció contenta de que hubiera
decidido contratarla para ser la imagen pública de The Hell, ya
que podía ser una gran oportunidad para ella.
—Bueno, solo si tú también estás de acuerdo. Eres la
candidata elegida por Betty, confío mucho en ella y es
evidente que tu imagen me ha gustado y que es justo lo que
andamos buscando.
—Pero… eso no es justo para las otras optantes al puesto.
—No te preocupes, no hay otras optantes—reí —, como tú
las llamas. No sé si te lo habrá dicho, pero es difícil encontrar
belleza natural en las agencias de modelos.
—Entonces, también sabrá que yo no soy modelo, que
jamás he posado para nadie y que es más que evidente que mi
cuerpo no es nada del otro mundo. Quizá podría ayudarlo a
que busque a otras candidatas y concertar algunas entrevistas,
podría serle útil para eso —dijo sin dejar de llamarme de
usted.
—¿Por qué habría de querer tal cosa? Te acabo de dar el
puesto a ti. —No sabía si su falta de comprensión se debía a
los nervios o es que realmente le costaba pillar las cosas.
—No lo sé, es que no estoy muy segura de estar a la altura
de las circunstancias.
Lo siento, pero en ese momento bufé de manera descortés,
no pude soportarlo más, estaba cansado de aquella
conversación de besugos.
—Lucy —la cogí por los hombros y la obligué a mirarme
—, te doy el puesto, ¿quieres trabajar para The Hell, sí o no?
—Sí, quiero —dijo como si le hubiera pedido matrimonio.
—Bien, en ese caso te enseñaré algunas fotos de campañas
anteriores para que te pongas en situación.
Lucy tan solo asintió. Esa muchacha de ojos de mar, me
producía a partes iguales rechazo, excitación y ternura, era una
auténtica diablesa con tacones.
¿Acabaría volviéndome loco?
5
LUCY

Cuando llegué a mi casa, cerré de un portazo, me apoyé en la


puerta y me deslicé hasta el suelo para acabar sentada con las
piernas estiradas. Estar cerca de semejante ejemplar masculino
exultando testosterona me había dejado exhausta. Una no es de
piedra, y los nervios de nuestro primer encuentro, mezclados
con el atractivo de Evan Denver, me habían frito el cerebro.
Era guapo, demasiado guapo. Estaba muy por encima del
porcentaje promedio de la cuidad en cuanto a tíos buenos por
fémina que nos era otorgado al nacer, y me incomodaba no
poder controlar mis instintos en el trabajo e ir babeando por las
esquinas de su lujoso ático.
Lo acababa de conocer y ya era jodidamente frustrante no
poder sacarme sus ojos y su boca de la cabeza, como tampoco
el maravilloso y varonil timbre de su voz y su traviesa sonrisa.
Sin duda, el mote le iba que ni pintado, El Diablo, era un
hombre hipnótico.
¿Cómo sería que me cogiera por la cintura y me empotrara
contra la pared para comerme a besos?
Me reí y negué con la cabeza. «¿Te has vuelto loca,
Lucy?».
Seguro que era un mujeriego o tenía un ego gigantesco
capaz de tapar el sol con la sombra de su narcisismo. Pero es
que podía estar bien seguro de que desprendía sexualidad por
todos los poros, incluso en chanclas.
Hasta la uña del dedo gordo tenía
bonita.
Además, ¿cómo y por qué podía un hombre de ese calibre
fijarse en mí? Mi historial de novios se reducía a dos, uno en
la Universidad y el último, un informático con gafas de pasta
al que tuve que dejar porque le interesaba más el porno que yo.
Lo sé, era triste, tristísimo. Las citas que había tenido después
de Pornoman, habían sido un desastre.
Vivimos en un mundo donde a solo un match podemos
tener sexo sin compromiso a cualquier hora del día y sin
complicaciones. El compromiso y el romance han pasado a un
segundo plano y, si albergas aún esa posibilidad, no estás a la
moda.
La sociedad había ligado esos dos términos con el
sufrimiento y, tal y como estaba la vida, ¿quién quería padecer
por amor?
A mis fracasos sentimentales se sumó mi despido del
trabajo más simple y aburrido del mundo y, de manera
inevitable, mi autoestima no pudo soportarlo y bajó de manera
considerable, pero eso ya lo sabéis.
Y allí, tirada en el suelo, apalancando la puerta con la
espalda, me di cuenta de lo pequeño que era nuestro
apartamento, pero lo mucho que me gustaba.
Cuando la puerta se abrió y me arrastró con ella hasta
doblegar mis rodillas contra la pared donde colgaba el
perchero, pensé que Betty tenía una fuerza descomunal.
—¿Se puede saber qué narices haces? —me dijo sacando
la cabeza por el borde de la puerta—. Creía que se había
desplazado algún muro de contención y no podía abrir la
puerta.
—Estaba descansando.
—¿Pegada a la puerta? Anda, levántate de ahí y cuéntame
cómo te ha ido.
Me levanté sin muchas ganas, me descalcé y me arrastré
literalmente hasta el sofá.
—¿Te ha puesto a ensayar los andares de modelo subiendo
garrafas de agua por las escaleras? —me preguntó mi amiga
dejando su foulard en el perchero.
—No.
—Entonces, ¿por qué estás así?
—No me habías dicho que Evan era un tío bueno con
mayúsculas y que su gato está entrenado para asesinar con la
mirada a los intrusos.
—No lo vi necesario porque vas a trabajar para él, no a
ligártelo para pasar una noche loca. Y Neil solo sabe romper
medias, es inofensivo y no lo vas a tener que ver más. Las
fotos se harán en el local y en exteriores.
—¿Cómo es que te casas con Ben y no lo has hecho con
él? —le pregunté por enésima vez, porque, de verdad, es que
no me entraba en la cabeza—. Parece que te adora, me ha dado
el empleo sin entrevistarme ni nada.
—Ya te dije que lo haría, no es que las modelos tengan
que tener mucho currículo y don de gentes. Evan y yo, además
de jefe y empleada, somos buenos amigos, lo conozco muy
bien. Además, ¿qué insinúas? Yo amo a mi novio.
—Debe ser así, si no, no lo entiendo. —Puse los ojos en
blanco y Betty se cruzó de brazos.
—A ver que me aclare, ¿estás enfadada porque te he
encontrado trabajo para un hombre atractivo?
—Pero ¿tú lo has visto? Va a ser imposible que me
concentre en hacer nada, estoy en dique seco desde hace ocho
meses.
—Lucy, no puedo creer que me estés diciendo esto. ¿Tú te
escuchas? No puedes negarte a un empleo bien pagado por
eso, tienes que priorizar las cosas de tu vida, porque el paro no
es una opción, querida. Debes mantener a raya el trabajo y lo
personal.
—Me ha pedido que mañana desayunemos juntos en su
ático.
Tragué saliva, todavía estaba haciéndome a la idea en
cuanto a eso.
—No es tan difícil, es una tarea agradable.
—Me ha traído a casa, Betty. Él y yo, en su coche
europeo, no automático y caro. Era como ir subida en el
Batmovil, ¿entiendes? Nunca había visto un coche tan sexi en
mi vida.
—¿Qué más da que lleve marchas? No te capto.
—Evan Denver agarrando el cambio con su mano…
—Estás enferma. Lo sabías, ¿no?
—Lo siento, huele demasiado bien como para no tenerlo
presente. No sé si voy a poder.
—Vas a poder, ya lo creo que vas a poder o te juro que te
planto el vestido más feo que encuentre para que hagas de
dama de honor.
—¡No serás capaz! No deslucirías de ese modo el día de
tu boda —me burlé.
—Vale, pero te sentaré en la mesa de los primos de Ben, te
van a encantar.
—¿Los paletos de Ohio? —Betty asintió con una sonrisa
en los labios, triunfal—. Puedo hacer un esfuerzo, en calidad
de prueba, pero si salgo mal en las fotos o con gestos raros no
quiero que me grites.
—Nunca te he visto salir mal en una foto. Lucy, aún no
eres consciente de lo guapa que eres, quiérete un poquito,
¿vale?
Quererme un poquito. Una lucha entre mi autoestima y yo.

***

Cuando me desperté, mi aspecto era lamentable. Las


ondas del día anterior se habían convertido en una maraña y
los ojos lucían unas ojeras, de esas que te ve un oso panda y te
hace el ritual de apareamiento.
Cepillé mi cabello a conciencia y pude adecentarlo.
Decidí recogerlo en una coleta y traté de ocultar las sombras
negras de mis ojos con un poco de maquillaje, algo de colorete
y brillo de labios.
—Buenos días. —Betty ya estaba en la cocina bebiendo
un café apoyada en la encimera —Veo que repites outfit.
—Siento haberme quedado dormida tan pronto ayer y no
prestarte atención a los posibles looks.
—No importa, estabas muy alterada. Toma. —Me tendió
un papel doblado.
—¿Qué es? —pregunté mientras me servía una taza de
café.
—El nombre de una tienda de ropa que te vendrá bien de
cara al futuro. No sé si eres consciente, pero ser la imagen de
The Hell puede abrirte muchas puertas.
—Solo lo voy a hacer una vez. No quiero ser modelo, ya
sabes que lo mío son los trabajos más mediocres, es lo que
tiene dejar la Universidad.
—No digas tonterías, vales para todo lo que te propongas.
—Menos para ser su asistente, ¿por qué no me has
recomendado para sustituirte?
—Para todo menos eso, perdóname, pero eres un poco
mete patas para organizar nada.
—Así que soy una rubia tonta, una cara bonita —dije de
forma dramática, pero Betty tenía razón, si no servía para
organizar mi propia vida, mucho menos para hacerlo con la de
otra persona—. Me bebo el café y me marcho, aún no he
pedido el Uber. —Apuré la taza y salí de la cocina pitando.
—Suerte —escuché decir a mi amiga antes de salir por la
puerta.

***

Las piernas me temblaban y mi corazón latía a mil por


hora mientras el ascensor subía al ático de aquel edificio
lujoso.
Había llegado el momento de volver a verlo y juro que me
costaba hasta tragar saliva.
Betty me había metido junto con la agenda un manojo de
llaves, pero no me sentía con la confianza de hacer uso de
ellas, así que toqué la puerta con los nudillos y esperé a que
Evan me abriera con la tensión palpitando en mi garganta.
Tres minutos después, en los que esperé paciente a que se
dignara a abrir, la puerta me desveló su figura frente a mí.
—Hola, Lucy, ¿no te ha dado Betty las llaves? —dijo con
el gesto contrariado mientas se anudaba la corbata.
La camisa se le ajustaba a sus fuertes brazos y la postura
hacía que la prenda se abriera ligeramente, dejando entrever su
pecho fuerte. Derrochaba sensualidad y elegancia por todos los
poros de su piel.
—No, no creo que hubiera sido propio hacer eso e
importunarte. Me las ha dado para que te las devuelva.
—Pasa —se hizo a un lado para que entrara—, y no me
importunas, hemos quedado, ¿recuerdas?
—Lo sé, he venido por eso —dije también con cierto
sarcasmo y echando un vistazo a la barra de la cocina en la que
había dispuesto un gran desayuno para dos. Parecía que estaba
espabilando y no me sentía tan apabullada con su presencia
como había pensado. Aun así, todavía no quería cantar victoria
en cuanto a la seguridad en mí misma frente a él.
6
EVAN
Durante el desayuno hablamos del trabajo y de qué tipo de
imagen queríamos darle al local con esta nueva campaña en
redes, como también de presentarle a Josh, mi relaciones
públicas y mano derecha en el negocio, que se encargaba de
que todo el engranaje de la empresa funcionara. Confiaba
mucho en él, y no solo por los otros aspectos que nos unían en
la vida.
Sin duda, Lucy Moore era perfecta. Tenía una belleza
serena de ojos grandes y expresivos, era alta y tenía el cuerpo
bien contorneado, quedaría perfecta enfundada en el mono
rojo de charol que teníamos pensado para la sesión.
Era la imagen ideal de chica neoyorkina en la veintena,
algo tímida pero atrevida, un verdadero regalo para los ojos.
Solo había un problema, no conocía el local y ni siquiera
había oído hablar de él, y para ser la imagen del mismo, era
importante saber a qué se exponía.
—¿No conoces The Hell?
—No.
—¿Ni has oído hablar siquiera de él? —pregunté algo
sorprendido.
—Eso sí, en misa alguna vez, cuando iba con mi abuela de
pequeña.
—Te aseguro que nada tiene que ver ir con ir a misa —me
reí de manera jocosa ¿De dónde había salido aquella mujer?
¿En serio vivía en Nueva York?
Me había hecho reír. Me lo estaba pasando bien en aquel
momento junto a ella.
—Pues me temo que en ese caso no sé a qué infierno te
refieres.
—Hablaré con mi equipo de relaciones públicas, si no lo
conoces es que algo estamos haciendo mal.
—Aún estoy esperando que me digas qué es The Hell,
igual eso le da una pista de por qué no lo conozco. —La
señorita Lucy Moore había vuelto guerrera esa mañana. Casi
parecía otra persona distinta a la que me pareció la primera vez
que la vi.
—The Hell es uno de los locales de moda de la ciudad.
Bueno, el mejor local de la ciudad, me atrevería a decir. Entre
semana es algo más comedido, pero los fines de semana lo
damos todo para que la gente lo pase bien.
—Ahora entiendo tu apodo: El Diablo —dijo
pronunciando de forma exagerada la o y dejando sus labios
jugosos entreabiertos mientras dejaba la taza de café
lentamente sobre la barra de la cocina.
—Ese soy yo, pero nadie me ha vendido su alma aún. —
Sonreí, era ingeniosa, aunque notaba cierta inquina en su tono.
—Bueno, tienes una asistente para todo, quizá venga a ser
lo mismo. —La vi poner los ojos en blanco.
Me quedé parado un segundo, no entendía muy bien lo
que quería decir con aquello ni la actitud que tenía. Había
pasado de ser una chica tímida a la que le costó mirarme a los
ojos más de dos segundos el día anterior, a ser arisca y
respondona.
—Si tanto te molesto, y es obvio que lo hago, ¿por qué
has aceptado trabajar para mí?
—Pura necesidad.
—Entonces te parecerá un motivo suficiente para ser algo
más amable conmigo, ¿no crees, Lucy?
—Lo siento. —La Lucy del día anterior parecía haber
vuelto—. Supongo que es un mecanismo de defensa.
Ahí tenía el motivo de aquel cambio.
—No tienes que protegerte de mí, mi apodo no me hace
justicia. —Cogí la chaqueta del traje que había dejado sobre el
respaldo del sofá y me la coloqué—. ¿Te ha gustado el
desayuno?
—Sí, gracias. Pero aún no sé qué tipo de local es The Hell.
—No te preocupes tanto. Sírvete otro café antes de irte, yo
tengo que marcharme ya a hacer las llamadas a los artistas.
—¿Hacen teatro en el local?
—No— solté una carcajada—. Deberías venir y verlo tú
misma.
—No suelo salir de noche.
¿En serio? No me creía del todo que una chica joven,
guapa y libre de responsabilidades no saliera a darse un
garbeo.
—Pues hoy vas a hacerlo. —Me acerqué al mueble bajo
de la televisión y saqué el casco y los guantes.
—¿Vas a trabajar en traje y moto? —preguntó extrañada.
—Sí, ¿te parece raro?
—Más bien incómodo.
—Estoy acostumbrado. —Enfundé mis manos en los
guantes—. Bien, tengo que irme. Te llamaré a mediodía y
concretaremos lo de esta noche, te gustará.
—Con respecto a lo de ir a The Hell, no creo que sea
buena idea, ya te he dicho que no me gusta mucho salir de
noche.
—No es una opción, Lucy, es una orden. Si vas a trabajar
para el local debes conocer el negocio y para qué tipo de
actividad vas a prestar tu imagen.
—Supongo que eso tiene algo de sentido.
—Lo tiene. Hablaré con Betty para que vengáis las dos
esta noche si así te sientes más cómoda.
—Está bien —dijo, aunque no la vi del todo convencida.
—¿Tienes alguna pregunta más?
—Seguro que tras esta noche me surge alguna.
—Estoy seguro de que sí, pasa un buen día.
7
LUCY

—Vale, respira —me dije presa del pánico cuando me


quedé allí sola con el dichoso gato mirándome de manera
asesina.
Fui hasta la encimera de la cocina y me llevé a la boca con
las manos una tira de bacon y un poco de revuelto de huevo.
Estaba delicioso y era una pena tirarlo, así que me terminé
todo lo que Evan había dejado en el plato y luego lo recogí
para marcharme a casa.
¿Qué narices hacía yo sola en la casa de ese hombre?
Realmente pensaba que era demasiado confiado conmigo,
bien podría robarle todo lo que encontrara de valor, pero la
verdad es que pocas veces iba a tener la ocasión de disfrutar de
un piso como ese en la Gran Manzana, así que me hice otro
café de cápsula y salí a la terraza a disfrutar de las vistas,
móvil en mano para googlear.
La web de The Hell apareció en la pantalla de mi móvil,
posé mi dedo sobre un icono y, voliá, se abrió una pestaña
donde ponía: eventos.
Solté todo el aire que había retenido en los pulmones y
comencé a repasar los nombres de los artistas.
Bailarines, acróbatas, cantantes amateurs y… ¡No podía
ser cierto!
The Weeknd.
¿Abel Makkonen iba a actuar esta noche en The hell?
¿Qué tipo de broma era esa? ¿Tan famoso era ese local que
podía permitirse pagar el caché de un artista internacional?
La boca se me comenzó a secar. Estaba en shock, ¿cómo
es que Betty no me había dicho nunca que trabajaba para
alguien tan influyente? ¿Me haría firmar algún tipo de contrato
de confidencialidad?
—Céntrate, Lucy —me dije en voz alta soltándome dos
soberanas tortas en la cara al tiempo que Neil maullaba, algo
sorprendido con mi reacción de humana loca —. ¡Joder! —Me
picaban los carrillos, me había dado demasiado fuerte.

***

—¿Cómo es que no me lo habías dicho? —grité al


teléfono mirando hacia la ciudad desde los ventanales.
—Hola a ti también —me contestó Betty—. ¿El qué
exactamente?
—Que Evan se codea con esta gente. Esta noche actúa
The Weeknd en el local. En serio, ¿no pensabas decírmelo?
—Para mí era algo de lo más normal, tú tampoco me
dabas detalles sobre tu trabajo.
—Porque era aburrido hasta decir basta, no es lo mismo.
—Bueno, pues para mí sí lo es. ¿Qué es lo que te
preocupa? Ni que fueras a cantar tú.
—Me ha invitado a ir esta noche al local con él. Bueno, a
las dos, quiere que vayamos esta noche y va a llamarte para
decírtelo. —Soné arrebatada por la emoción, la angustia y un
sinfín de emociones.
—Lucy, respira, que te pones roja, aunque no pueda verte
sé que tienes la cara como la ventana de una estufa de leña.
Querrá que te familiarices con el negocio. Además, te vendrá
bien salir, The Hell es un sitio muy divertido.
Sí, eso mismo me había dicho Evan, aun así…
—¡Hay hasta acróbatas! ¿Qué tipo de fiesta es esa?
—Tienes que verlo por ti misma, te sorprenderá.
—No pienso ir, voy a hacer el ridículo en un sitio así.
—Pues allá tú, pero si Evan te lo ha pedido, deberías
hacerlo. ¿No se supone que vas a ser su imagen? Es lógico que
vayas. ¿Tienes algún otro plan para esta noche?
—No.
—Pues en ese caso deberías complacer a tu nuevo jefe.
Tengo que dejarte, van a lavarme el pelo, he venido a hacerme
unas mechas.
—Betty.
—¿Qué?
—Te odio.
—Yo también te quiero e iré contigo, petarda —dio un
sonoro beso al micrófono del móvil y colgó.

***

—¿Qué es lo que te preocupa? —Betty estaba mirándome


desde el sofá con su nuevo peinado. ¿Qué narices se había
hecho en la cabeza?
—En estos momentos…tu pelo.
—¿Qué le pasa? —Se llevó las manos, nerviosa, a la
cabeza.
—Que es naranja y las mechas salen tan de raíz, que
parece que te las han implantado como a una muñeca. Un día
vi un reportaje de cómo lo hacían.
—Eso es normal, tengo que usar un champú para matizar
el color estos días y que me crezca un poco antes de la boda.
—Eso espero, pareces Chucky.
—No intentes desviar el tema minándome la moral.
—No lo desvío, es que no quiero ir a esa fiesta.
—Ya te he dicho que no aceptará un no por respuesta, solo
intenta conocerte mejor y que os llevéis bien si vais a trabajar
juntos.
—No me hace gracia que os llevéis tan bien y habléis de
mí.
—Somos amigos y eres mi protegida.
—Claro, ahora resulta que soy una niña pequeña que hay
que cuidar. —Me crucé de brazos, aquello era el colmo.
—Evan es un poco maniático y, si no vamos, no le va a
sentar muy bien.
—Ah, ¿sí? Pues no lo será tanto cuando no hace ni la
cama.
—¿Has subido a su habitación? —Betty abrió los ojos
como platos.
No entendía de qué se sorprendía. ¿Acaso pensaba que iba
a perder la oportunidad de fijarme en cada detalle? Me
subestimaba, entonces.
—Bueno, me dejó sola en su apartamento, ya sabes que
soy de naturaleza cotilla.
Sí, lo reconozco, lo hice. No contenta con quedarme un
buen rato en su terraza y beberme un par de cafés más, decidí
inspeccionar a fondo el lugar donde dormía El Diablo.
—Eso está muy mal, Lucy.
—Vale, sí, he cotilleado un poco, no creo que vaya a ir a la
cárcel por eso. ¿Sabes que venden suavizantes con olor a
macho?
—¿Has olido su ropa? —Esa vez no solo tenía los ojos de
par en par, también se llevó las manos a la boca.
—Solo un poquito. —Me encogí de hombros y junté los
dedos a la altura de mi cara.
—Tú estás loca, ya entiendo por qué no quieres ir a su
local con él esta noche.
—No quiero porque no me siento cómoda con ese tío
cerca. Intimida muchísimo, me parece incluso inmoral pensar
en él como un objeto sexual, no es ético por mi parte.
—Lo que no es ético es que te pongas a tono oliendo la
ropa de tu jefe. Evan te gusta, te has pillado de él y no debes.
—Es que está muy bueno —me defendí—. Y sí,
reconozco que me pone muy nerviosa.
—Solo es un hombre, por el amor de Dios, mantén a raya
tus hormonas, Lucy.
—¿Eso significa que no debo ir? —necesitaba su
beneplácito.
—Eso significa que vamos a ir y que te puedes ligar a
otro, necesitas recuperar tu flora vaginal cuanto antes.
—¿Qué insinúas?
—Que no te riega bien el cerebro porque llevas en dique
seco mucho tiempo. Sal, conoce a qué se dedica Evan, te
ayudará a hacer mejor tu trabajo, empatizarás con las
necesidades de la campaña y te lo pasarás bien.
—No sé… —fruncí los labios, dudosa.
—Pongámonos manos a la obra, solo tenemos dos horas y
tienes que estar a la altura de la gente que frecuenta The Hell.
Di una gran bocanada de aire, eso que había dicho no
ayudaba nada a que me relajara.
¿Por qué siempre tenía que estar tan nerviosa?
—Voy a despintar entre todo ese mundo glamuroso.
—Intentaremos que seas como la Cenicienta esta noche.
—¿Me vas a obligar a ir con zapatos de cristal? —La idea
de volver a calzarme unos stilettos que me destrozaran aún
más los pies no me hacía la menor gracia.
—Mejor, podrás ir con zapato plano, he pensado un look
ideal para ti, yo el mío ya lo tengo elegido.

***
—Evan pasará a por ti en cinco minutos —me dijo Betty
mientras yo seguía mirándome en el espejo de mi habitación.
—¿Perdona? —grité—Pensaba que tú y yo iríamos juntas.
—Me ha escrito y quiere aparecer contigo, como parte de
la campaña. Yo iré por mi cuenta.
—¿No debería habérmelo dicho a mí?
—Lo siento, no supera que ya no sea su asistente y,
tratándose de ti, ha considerado que te lo comunique yo.
Fruncí los labios y me sentí frustrada de ser el títere de mi
amiga y su exjefe.
¿De qué iban?
Betty pensó que mi look debía ser cañero, como el de una
estrella del rock para un videoclip macarra. Llevaba un body
negro con un escote de escándalo que apenas me cubría el
pecho, una falda de tul del mismo color con diminutos
brillantitos, medias negras, unas botas militares y una chupa de
cuero rojo que mi amiga había tenido que revivir con algo de
grasa para zapatos, era de su época de instituto.
—Parezco Cindy Lauper.
—Estás divina y juvenil.
—Lo único que se salva es el pelo y el maquillaje.
—Pues ya no hay tiempo para cambios. —Me arrastró
literalmente hasta el salón.
—¿Por qué te escribe a ti y no a mí? Me parece ridículo
—volví a repetir, realmente llegaba a molestarme ese asunto.
—Porque aún no tiene confianza.
—No le pega nada ser tímido.
—No lo es, pero a veces se toma sus licencias con la
gente.
—Debo parecerle idiota —bufé—, nunca debí aceptar este
trabajo.
El móvil de Betty volvió a sonar.
—Es él, te espera abajo.
—No esperaba que subiera con un ramo de flores.
Estaba comenzando a ser borde y Betty se dio cuenta,
pues ladeó la cabeza y me miró ceñuda.
—Lucy, baja la guardia y compórtate, es un honor que
vayas con El Diablo a The Hell, ha sido muy amable contigo y
estaría mal que le hicieras un desplante. Diviértete, ¿lo harás?
—Haré lo que pueda.
—Buena chica, ahora baja, no le hagas esperar tanto, es el
anfitrión de la fiesta. —Me dio un beso en la mejilla y una
palmadita en el trasero.
Mientras bajaba en nuestro viejo ascensor hasta la calle,
dejé de respirar y el tiempo se ralentizó unos segundos. Si no
hubiera sido porque en mis oídos retumbaba el fuerte latido de
mi corazón, habría pensado que me había dado un paro
cardiaco.
Si Evan estaba guapo de diario, no podía imaginar cómo
me lo iba a encontrar esa vez.
Ya en la calle, con las piernas estables por el zapato plano,
pero algo temblorosas por los nervios del momento, me lo
encontré apoyado en su coche negro de lunas tintadas, con los
brazos cruzados y las piernas estiradas una encima de la otra.
Llevaba un esmoquin negro con las solapas en un tono vino
mate, la camisa entreabierta y la pajarita deshecha colgando a
un lado. El pantalón se le ajustaba ligeramente a las piernas,
era uno de esos diseños slimfit tobilleros que tanto estaban de
moda.
No esperaba menos de un hombre como él.
—Vaya, Lucy, ha merecido la pena la espera. Estás
encantadora.
—Sé que acabas de llegar, ¿no te ha dado tiempo a acabar
de vestirte?
No me contestó, se limitó a sonreír, coger una postura más
correcta y abrirme la puerta trasera del coche.
—¿Vas a llevarme en plan taxi? —Puse los ojos en blanco,
aquello era lo más impersonal del mundo.
—Anda, sube. Hablas demasiado, Lucy, déjate llevar por
la noche.
—Me voy a dejar llevar por ti, que ya es mucho, así que
no te quejes —contesté entrando en el vehículo cuando una
voz de mujer me sorprendió.
—Hola, soy Lea, me encanta tu chaqueta, ¿de dónde es?
Una chica sentada en el asiento del copiloto, de belleza
más que evidente, se giró hacia mí dedicándome una amplia
sonrisa de dientes blancos y perfectos.
—Oh, gracias, no lo sé, lo único que puedo decirte es que
es muy vintage. Yo soy Lucy.
—Lo sé, eres la nueva imagen del local de Evan. Eres una
monada, ¿lo sabías?
¿En serio iba a ir de carabina con el ligue de Evan? ¿Por
eso había venido a medio vestir el muy salido? Hice un gesto
de repugnancia disimuladamente.
—Veo que estás informada. —Forcé una sonrisa.
Cuando Evan entró en el coche, Lea le posó la mano sobre
el muslo en un gesto demasiado cómplice, debían conocerse
mucho.
—¿Estáis preparadas, chicas? La noche promete, os lo
aseguro.
—Yo estoy más que preparada, estoy muy emocionada, es
la primera vez que voy al local —dijo Lea, lo que me dejó
algo confundida.
—Para Lucy también es la primera vez —añadió él.
—Sí, me siento profundamente afortunada —dije con
fingida emoción.
Recordé lo que me había dicho Betty e intenté cambiar el
chip. Pero es que, cuando pensaba que Evan no podía
sorprenderme más, hacía algo como que volvía a
descuadrarme, como haber traído a esa mujer si quería ir
conmigo al local.
—Lo vamos a pasar bien, Lucy, Evan es muy atento para
esas cosas. —Lea giró la cabeza hacia mí de nuevo en cuanto
Evan arrancó y se incorporó a la carretera.
¿Quién narices era aquella chica que parecía conocerlo tan
bien y que nunca había puesto un pie en los negocios de El
Diablo?
—Apuesto a que sí —contesté para luego centrar mi
mirada hacia el exterior. Me sentía una intrusa aquella noche,
una obligación para ellos y, por qué no decirlo, totalmente
fuera de lugar.
8
EVAN

El reflejo de Lucy en el retrovisor interior, me devolvió la


mirada que le eché de manera fugaz mientras conducía. Noté
ciertas sospechas grabadas en su cara ovalada, seguramente
pensaba que mi aspecto a medio vestir se debía a una sesión de
sexo fugaz y arrebatado, y para ser sincero, así era.
—¿Tardaremos mucho en llegar? —preguntó Lucy.
—Yo también estoy impaciente. ¿Te lo puedes creer,
Lucy? The Weeknd, va a ser alucinante. —Lea dio unas
palmaditas entusiasmada.
—A Evan parece gustarle destacar ya sea para bien o para
mal, ¿verdad? —noté cierta inquina en el tono de Lucy.
—Supongo —contestó Lea encogiéndose de hombros, al
punto que yo volvía a echarle una mirada por el espejo interior
a mi asistente.
—Lo vamos a pasar muy bien, eso tenlo por seguro, Lucy
—le dije con la mirada fija en ella cuando tuve que detenerme
en un semáforo en rojo.
—Unos más que otros —me contestó clavando también su
penetrante mirada azul en mis ojos.
¿Estaba celosa? ¿Realmente había creído que lo de esta
noche era una cita entre ella y yo? A decir verdad, me hubiera
gustado, pero a veces surgían imprevistos como ese.
Lea estiró su brazo y posó su mano en mi nuca,
acariciándola en un gesto cariñoso. Era una chica dulce y algo
inocente que había conocido hacía un par de semanas en
Seattle, en una de mis escapadas para desconectar del mundo.
Por lo visto la había invitado a venir a Nueva York, pero no lo
recordaba. Fue ella la que me sorprendió esa misma tarde
anunciando que estaba en el aeropuerto para darme una
sorpresa, viéndome obligado a recogerla y cumplir la promesa
que le hice, seguramente, embriagado por el alcohol. Por muy
diablo que fuera, no era un cabrón, y cuando llegué, esta corrió
hacia mí para comerme la boca con desesperación,
despertando así todos mis sentidos.
De allí, nos fuimos directamente a un hotel y, como buen
hombre precavido y, considerando esa posibilidad, metí mi
bolsa con la ropa que iba a utilizar esa noche.
El resto ya lo conocéis: Llegué recién follado y muy
relajado a casa de Lucy, pero la cercanía de Lea y las
confianzas que se estaba tomando conmigo ya empezaban a
incomodarme, y mucho más, si también provocaban tensión en
Lucy en la que, de manera directa e indirecta, estaba muy
interesado.
—¿Os conocéis mucho tú y Evan? —preguntó Lucy a
Lea.
—Muy en profundidad, ¿verdad, amorcito?
No me gustó nada que utilizara ese apelativo, yo no era su
novio ni pretendía serlo.
Comenzaba a pensar que quizá había sido un error no
haber sido sincero y haberle parado los pies.
—Somos buenos amigos —contesté yo, aunque la
pregunta no me la hubiera hecho a mí directamente.
—Eso ya lo veo. —Lucy estaba molesta, era evidente, y
no paraba de preguntarme si me agradaba que lo estuviera.
—En realidad somos algo más que eso —atacó Lea,
hundiendo sus dedos en mi pelo. Mi caballerosidad me
impedía desmentirla y dejarla en mal lugar, y tan solo suspiré,
algo excitado con la idea de que Lucy estuviera ardiendo de
celos.
La tensión acumulada en mi coche era tan densa que podía
cortarse con un cuchillo, pero por suerte estábamos a pocas
manzanas del local y podría respirar aire fresco antes de entrar
en mi mundo y sentirme algo más cómodo.
9
THE HELL
EVAN
Nos sumergimos en la oscuridad del local por la puerta trasera.
No me gustaba crear expectación a los clientes entrando por la
puerta principal, la discreción en mi posición era un bien
preciado para mí y necesitaba adecentarme, cerrar mi camisa y
colocar bien la pajarita.
—Déjame que lo haga yo —me dijo Lea, que con
delicadeza hizo el lazo en el pasillo de acceso.
Luego me cogió la mano, creída de ser la anfitriona con su
corto vestido de lentejuelas de colores e imperceptibles
tirantes, y Lucy nos siguió tímidamente detrás.
Estaba realmente encantadora con aquel atuendo tan pop y
tan desenfadado. Con su pelo rubio suelto cayendo sobre el
cuero de aquella chaqueta de piel roja, sus labios carnosos
apretados y sus ojos mirando a todos los lados.
Era una delicia y apostaba a que ni ella misma sabía lo
sexi que podía llegar a ser con ese carácter tan volátil: a veces
una fiera y otras una niñata asustadiza.
Cuando atravesamos el pasillo que conducía a la gran
pista, con gente entrando y saliendo de la barra central,
charlando, bailando y algunos jugueteando en los sofás, el
ambiente se notaba calentito a aquellas horas tempranas.
La música empezaba a sonar cercana y me paré a observar
a las personas que disfrutaban de mi local. Todavía en
ocasiones me costaba creer que todo aquello lo hubiera
conseguido yo.
Con mis manos.
Desde cero.
Y me sentía orgulloso de mi trabajo, de todo lo que había
logrado.
Sonó una canción que me gustaba mucho y cerré los ojos.
Los bailarines de las tarimas hicieron su aparición estelar entre
luces caleidoscópicas, estábamos en el puto paraíso.
The Hell era mi nirvana, mi seña de identidad, un lugar
donde el ocio y lo prohibido se cogían de la mano sin parecer
nada obsceno, solo un lugar donde desinhibirse y ser uno
mismo con sus debilidades y virtudes.
Los pechos desnudos de una de las gogós, con su
indumentaria de diablesa de botas altas de charol rojo que le
cubrían hasta las rodillas, el tanga diminuto en el mismo tono
y su cintura adornada con un cinturón de cadenas doradas, me
llamaron mucho la atención, pues iba en topless. Mi propia
obra lograba sorprenderme, los vestuarios y espectáculos los
solía organizar Terence, era el mejor en ese aspecto.
La chica tenía unos pezones rosados y abultados que
pedían a gritos ser lamidos, eran altamente excitantes y sus
movimientos hacían justicia a toda la sensualidad que
desprendía.
Miré a Lucy, estaba con los ojos abiertos como platos
mirando a la misma chica y la vi tragar saliva con dificultad.
No pude evitar sonreír y devolver la vista a la pista.
Era adorable y peligrosa al mismo tiempo.
—Jefe. —Las manos de uno de mis empleados en mi
hombro hizo que despertara del hechizo—. Hoy has llegado
pronto y en buena compañía. —Este miró a las dos mujeres y
reparó unos segundos más en Lucy, que seguía recorriendo la
disco con cara de asombro, quizá algo asustada.
—Josh —le tendí la mano—, así es. Te presento a Lea
Taylor y Lucy Moore.
—Un placer conocerla, señorita. —Muy amablemente
cogió la mano de Lea y posó un beso en su dorso.
—Lucy. —Tuve que devolverla a la realidad alzando la
voz y la vi dar un respingo.
—Perdón, estaba…
—¿Alucinada? —Josh terminó la frase por ella—. Evan
nos estaba presentando.
—Sí, esa es la palabra. Lo siento, soy Lucy.
—Lucy Moore, lo sé. —A diferencia de Lea, Josh le
tendió la mano a Lucy y esta se la estrechó.
—Un placer conocerte.
—Betty tenía razón, es un verdadero encanto y me gusta
—dijo mirándonos a ambos—. Ya que Evan está bien
acompañado, yo terminaré de enseñarte el local. Te vendrá
bien ponerte al corriente de lo que se cuece aquí.
—Amorcito, tengo sed. —Lea me apretó la mano, aún las
teníamos unidas y me obligué a deshacer ese gesto tan íntimo
entre los dos.
Agobiado, así es como comenzaba a sentirme estando a su
lado.
—Josh, estaré en mi reservado, pide a Clair que nos traiga
una botella de Moët y algo de fruta —le dije.
—Descuida, Evan. ¿Vienes, Lucy? —le pidió a Lucy.
—¿Puedo? —me preguntó algo temerosa, pidiéndome
permiso sin tener necesidad de hacer aquello.
—Es un país libre y has venido a divertirte, ¿no? —
respondí mirándola fijamente, no sé si queriendo trasmitirle
que prefería que se quedara a mi lado, ya que no estaba seguro
de lo que quería. No estaba seguro del tipo de relaciones
públicas que solía hacer Josh al final de la noche.
—En ese caso me la llevaré, la veo algo cohibida, a nadie
le gusta hacer de carabina. —Josh le ofreció la mano para que
ella se la cogiera y lo siguiera a las profundidades del local.
Fue en ese momento cuando ardí un poco por dentro.
Lucy se agarró a él y se marchó dedicándome una mirada
con una sonrisa de medio lado algo juguetona. ¿Estaba
retándome a algo?
—Evan, en serio, necesito beber algo. —Lea comenzaba a
impacientarse.
—Perdona, preciosa —le di un beso suave en la boca—,
vayamos al reservado.
Estaba claro que Lea iba a reclamar mi atención; al fin y al
cabo, estaba aquí específicamente por mí.
10
LUCY
Mientras recorría el local agarrada de la mano de Josh, no
dejaba de preguntarme qué tipo de lugar era ese.
El ambiente y la gente era selecta, de eso no tenía duda.
La gente vestía de forma elegante, aunque vi a algunas
personas hacerlo de manera estrambótica.
Además, la edad de los asistentes al evento de esa noche
no pasaba de los cuarenta años como mucho.
Había mucha gente, pero no hasta el punto de estar
atestado y no poder moverte.
El local era grande, pero no en exceso.
Era como un circo romano de dos plantas con decoración
barroca, pero sin resultar cargante.
Había un escenario en la planta inferior con una barra a
los pies que separaba las actuaciones de la pista central.
La planta superior que habíamos abandonado, era donde
se encontraban los reservados y, por supuesto, Evan tenía uno
para él solito, seguramente el más grande y mejor situado para
controlar el local desde su posición privilegiada.
Mientras nos hacíamos paso, Josh iba saludando a algunas
personas sin soltarme la mano, pero pronto me sentí ridícula y
decidí deshacer aquel agarre entre ambos que ya no tenía
mucho sentido.
—Lo siento, te has debido de sentir como una niña
pequeña —me dijo cuando estuvimos frente a la barra central.
—Tranquilo, no querías que me perdiera, aunque es difícil
hacerlo en un lugar como este, tan… circular.
—En eso tienes razón, hay pocos escondites, está pensado
para que no pasen cosas ilícitas en el local, a Evan no le van
ese tipo de cosas, tú ya me entiendes.
—Le gusta tenerlo todo bajo control, ¿te refieres a eso?
—En cierto modo, sí. Le cuesta relajarse de verdad
cuando está aquí, pero es más para evitar rincones donde se
pase droga o se pueda acosar a las mujeres. Desde su palco se
puede observar bien todo el local.
—Eso ya me lo había imaginado, pero está bien pensado
por su parte. Seguro que te tendrá bien vigilado esta noche.
—¿A mí? No creo, sabe que puede confiar plenamente.
—Y yo que me había hecho ilusiones… —dije juguetona.
Josh era un chico de apariencia ruda pero atractiva, el típico
chico que tu madre te aconsejaría no besar.
Tenía la cara aniñada, y sobre cada uno de sus pómulos,
llevaba tatuada una palabra en letras tan pequeñas que podía
confundirse con una marca de nacimiento.
Los ojos eran de un marrón tan oscuro que se veían
prácticamente negros; el pelo, castaño corto, pero con las
puntas del flequillo algo más largas y revueltas enmarcando su
rostro de facciones juveniles, y una boca de labio fino, pero
bien definida, que cuando sonreía, iba cargada de picardía.
Tenía ambos dorsos de la mano tatuados, lo que me hacía
intuir que los tres tatuajes que se le veían no eran los únicos
que debían adornar su cuerpo de gimnasio.
Era guapo, pero sin pasarse, así que atractivo sería la
palabra que mejor lo definía.
Últimamente debía estar de suerte, no paraba de codearme
con chicos que podrían ser perfectamente los protagonistas de
la portada de una revista.
—¿Ilusiones? —dijo al punto que llamaba al camarero con
la mano, dedicándome una sonrisa de medio lado.
—Solo estaba bromeando. —Le devolví la sonrisa
ladeando la cabeza.
—¿Qué quieres tomar? —me preguntó cuando aquel
barman descamisado vino a atendernos.
¿Es que todos los empleados de The Hell tenían que ir
enseñando el pecho? Aquello parecía ser un requisito
indispensable si querías bailar o servir copas en el local.
No es que me molestara, el cuerpo humano es bonito en
todas sus formas y no era nada grotesco mostrarlo… en la
playa, por ejemplo, pero nunca había visto hacerlo de aquel
modo en un local de copas a menos que fuera un lugar de
streaptease.
—Una cerveza está bien —dije. Hacía mucho que no salía
y no estaba segura si beber algo más fuerte iba a sentarme bien
—. ¿Cuándo empezará la actuación?
—Normalmente los espectáculos empiezan a las diez, pero
seguramente hoy se retrasarán un poco.
—Espero que no. He de confesar que me quedé alucinada
cuando me metí en la página web del local y vi que The
Weeknd actuaba esta noche aquí, no me quiero imaginar lo
que cuesta la entrada.
—Trabajar para Evan tiene ventajas como esta —dijo
alzando el botellín de cerveza antes de tendérmelo.
—¿Te refieres a cerveza gratis?
—Me refiero a formar parte de esto. Ha creado uno de los
mejores locales de ocio de Nueva York y trabajar para él es
más un placer que una obligación.
¿Aquel chico hablaba en serio? ¿Tan prestigioso era El
Diablo?
—Yo solo voy a ser la imagen de todo esto, supongo que
trabajar para Evan durante solo una campaña no me convierte
en una empleada de verdad.
—Vas a ser más que una simple empleada, eres una musa
y te doy la bienvenida al mundo del diablo —dijo instándome
a brindar con él, pues había decidido acompañarme bebiendo
otra cerveza.
—Fuera del local, es más bien un diablillo, no imaginaba
para nada todo el tinglado que tiene aquí montado.
—¿Nunca te enseñaron que las apariencias engañan?
—Claro, pero no sé a qué te refieres con eso.
—A que este tinglado parece una cosa, pero es otra. No
hay cuartos oscuros ni se permite hacer uso de los sofás para
practicar sexo en público, tú ya me entiendes. —Levantó las
cejas y se llevó la cerveza a la boca para darle un trago.
—No había pensado en eso, pero gracias por la aclaración.
—En ese caso, te diré que alguna vez he usado los sofás
para eso mismo, pero juro que ha sido a puerta cerrada.
—¿Quieres que te guarde el secreto? —le pregunté.
¿Estábamos coqueteando?
—Solo si quieres que yo te guarde el tuyo.
Lo confirmo.
—¿El mío? —dije extrañada, pero Josh tan solo sonrió.
—Ven, iremos a los camerinos, te gustará ver lo que se
cuece por allí, hagamos uso de nuestros privilegios. —Apuró
la cerveza de un largo trago y la dejó sobre la barra.
—Yo aún no la he terminado.
—Puedes traerla contigo. Vamos, Lucy. —Con un
movimiento de cabeza me instó a que lo siguiera.
11
EVAN
Los había perdido de vista. La última vez estaban en la barra
bebiendo unas cervezas, pero Josh se la había llevado a algún
lugar que se escapaba de mi campo de visión y me mesé el
pelo nervioso.
Confiaba en él, pero sabía que le había gustado por cómo
la miró antes de llevársela y dejarme a solas con Lea. Lo
conocía muy bien, no podía ser de otra forma.
Mi mente había previsto una noche muy diferente.
Realmente quería venir con Lucy para conocerla mejor y ver
cómo se desenvolvía en mi ambiente. Era importante que la
gente que trabajara para mí fuera empática con el mundo que
me rodeaba. Pero también tenía otras intenciones que se vieron
truncadas con la aparición inesperada de Lea.
The Hell era un lugar donde poner a prueba todas esas
cosas, un lugar donde desinhibirse y mostrar tu verdadera cara
cuando te dejabas llevar un poco, dentro del marco de la
legalidad y la fantasía.
Yo no era el dueño de Lucy, nunca jamás me habría
comportado de ese modo con ninguna otra persona, pero sentía
que a ella debía protegerla de no sabía qué realmente, ya que
no la conocía de nada, salvo por ese culo que me había
asaltado la mente algunos ratos del día.
No era ningún salido, pero había cosas de las que era
imposible escapar, se te colaban en la mente y ya no había
marcha atrás.
—¿Qué haces ahí asomado? Parece que te aburres
conmigo. —Lea vino hasta el borde del palco, así era mi
reservado, para eso era el jefe del local, y me acarició la
espalda.
Se estaba tomando demasiadas confianzas y no estaba
acostumbrado a que las mujeres me tomaran como algo más
que una diversión para un rato, pero no me importaba ser un
objeto para ellas, porque en mis planes no entraba
comprometerme a nada que no fueran mis negocios.
—¿Quieres que te sea sincero?
—¿Va a hacerme daño? —Se puso a mi lado y se agarró
de la barandilla.
—Depende.
—Me arriesgaré, ¿qué pasa?
—No estoy cómodo con esto.
—¿Con qué exactamente? —Me miró ladeando la cabeza.
—Lea, eres estupenda, pero yo…
—Pero no te ha gustado la sorpresa.
—No me gusta que me impongan ciertas cosas, debiste
avisarme de que venías.
—¿Y perderme la cara que has puesto cuando me has
visto? Tranquilo, Evan, sé que entre nosotros no va a haber
nada más que sexo, no soy ninguna estúpida, pero la frialdad
no va implícita en este tipo de relaciones, se pueden llevar de
una forma más o menos humana.
—En eso tienes razón.
—Supongo que lo de llevarme a un hotel me ha dado una
pista.
—Has supuesto bien, y siento si te ha molestado.
—Para nada, y esta conversación tampoco, eso me permite
pasar una noche a mi gusto, en este sitio hay más hombres
guapos aparte de ti. —Me pasó el dedo índice por el mentón
de forma juguetona, como queriendo ponerme celoso. Ya lo
estaba, pero no de sus intenciones. No era la mujer que me
interesaba esa noche, solo la que había impuesto su presencia
con la sorpresa de venir a Nueva York a visitarme.
—En ese sentido ambos pensamos lo mismo.
—Bien, te dejaré solo si es lo que quieres.
—Todo lo que pueda darte esta noche, que no sea amor,
corre de mi cuenta.
—No esperaba menos, lo que hemos hecho en el hotel no
se lo hago a todo el mundo.
Lea estaba jugando bien su papel de mala, pero no lo era.
También estaba intentando que la situación no le afectase, pero
la expresión corporal la delataba, quería retarme.
—Gracias por la exclusiva —le dije devolviendo la vista a
la pista de baile en un intento para que se diera por aludida de
que no iba a seguirle el juego.
—Iré abajo, una pena que Josh ya esté ocupado esta
noche.
Ese comentario me molestó, era demasiado pérfido para
venir de parte de una niñata que había venido a jugar a los
novios. No era la primera que lo intentaba, pero para atarme,
la mujer debía tener muchas más cualidades que un cuerpo
bonito y una flexibilidad envidiable como la que había
demostrado tener ella esa tarde.
¿Dónde narices estaba Lucy con Josh? Ese cabrón tenía un
don innato para llevárselas de calle, seguro que ya estaba
rendida a sus encantos.
Había venido escoltado por dos mujeres y ahora estaba
solo en mi reservado, porque ser El Diablo no te eximía de ser
un capullo integral, y yo lo era, y mucho.
12
LUCY
La parte oculta de The Hell, esa en la que la gente se prepara
para dar rienda suelta a sus fantasías en un escenario, era un
hervidero. Los bailarines iban de un lado a otro
intercambiándose ropa, ayudándose a maquillarse y a
colocarse disfraces rocambolescos que simulaban criaturas del
inframundo.
Los hombres y mujeres que componían aquel abanico de
artistas eran guapísimos y atléticos, en su trabajo era
importante dar una imagen, era de entender, pero el resto de
mortales también podíamos expresar nuestro arte, y la
sensualidad no es exclusiva de nadie.
Aun así, componían una imagen bonita de lo que es
montar un espectáculo atrayente para el público que había
pagado, seguramente, un alto precio por pasar un viernes por
la noche en el local.
—¿Aquí todo el mundo es así? —pregunté al punto de
tener que apartarme a un lado para dejar pasar a un chico que
portaba una diadema enorme de cuernos enroscados.
—¿Así cómo?
—De espectaculares, me siento horrible al lado de todo el
mundo que trabaja aquí.
—No entiendo el por qué, creo que tú eres realmente
bonita.
—No te discuto que pueda tener cierta gracia, pero ¿has
visto el cuerpo de esas mujeres y hombres? Parecen sacados
de un catálogo de gente perfecta. No creo que hayáis acertado
conmigo para el trabajo.
Otra vez me sentía insegura, pero ¿quién no lo haría
teniendo al lado semejantes chicos y chicas, que parecían
sacados de una obra de arte moderna y sofisticada?
—Estoy seguro de que no lo son, tienes un concepto de la
perfección algo distorsionado si solo lo mides por el físico.
Aquello me sorprendió gratamente. Había prejuzgado
injustamente a Josh por su apariencia, y estaba en lo correcto
cuando me dijo aquello. Nadie, absolutamente nadie, es
perfecto por muchos abdominales que tenga, y mucho menos
dan la felicidad.
—Supongo que tienes razón, pero pretenden vender eso.
—Aquí vendemos fantasía e ilusión, noches divertidas con
un toque picante y atrevido, si es a lo que te refieres. La
intención no es menospreciar a nadie ni que se acompleje por
los cuerpos de los bailarines, que, por otro lado, están
justificados por el tipo de trabajo que realizan, hacen mucho
deporte.
—Supongo que vivimos en una sociedad donde me han
aleccionado a ver todo desde un punto negativo.
—Ya te he dicho antes que no todo es lo que parece, a
veces las cosas solo son así porque no pueden ser de otra
manera.
—¿Y cuál es el secreto que tienes que guardarme tú? No
creas que porque hayas sorteado la pregunta antes vas a
librarte de contestarla.
Me moría de ganas por saberlo, a cotilla no me ganaba
nadie.
—Intuyo que no querías venir esta noche.
—Intuyes bien, pero no es ningún secreto.
¿Por qué tendría que serlo? Yo había sido sincera con
Evan desde el minuto uno, y él sabía perfectamente que no
estaba segura de acudir al lugar aquella noche.
—Te ha molestado que Evan viniera con esa chica.
—En eso te equivocas.
Eso no pensaba reconocerlo delante de él, por mucho que
tuviera razón.
—Creo que no lo hago. Sé el efecto que provoca Evan en
la gente, no soy gay, pero sé cuándo un tipo es atractivo hasta
el punto de volver locas a las mujeres.
—¿Crees que estoy loca por él? —Me reí de manera
intensa.
—Loca no es la palabra, pero sí que te gusta y esperabas
una noche a solas con él. Es una fantasía muy recurrente entre
las mujeres que conocen a Evan.
—¿Y por qué das por hecho que yo he tenido ese tipo de
fantasía sin apenas conocerlo? He venido porque casi me ha
obligado a hacerlo, y Betty también.
—¿Siempre le haces caso a Betty?
—Es mi mejor amiga y la que me ha conseguido este
trabajo, aunque creo que Evan nunca ha necesitado que ella le
organice la vida, en realidad necesita a alguien a quien saludar
cuando llega a casa, debe sentirse muy solo fuera de este
mundo tan irreal. Así que no sé en qué has podido notar esas
cosas que has visto de mí.
—Tengo mucha experiencia detectando esas cosas, es
parte de mi trabajo seducir y crear expectativas.
—¿Eres un calientabragas?
—Solo hago que muchas clientas se queden con ganas de
volver, ya sabes.
—¿Y vas a intentar algo así conmigo?
—Solo si quieres que lo haga, pero contigo quedaría para
cenar algún día.
—¿Me estás proponiendo una cita? —Levanté una ceja
curiosa.
—Es justo lo que he hecho.
—Me parece precipitado darte una respuesta ya, quizá
deba preguntarle a Evan si es una buena idea concederte una
noche de mi vida.
Eso, o llevar un par de cervezas más encima.
—¿Acaso has firmado un contrato donde debes arroparlo
por las noches después de darle un vaso de leche caliente?
—No, pero seguro que él tiene experiencia en detectar
capullos como él y no conozco a otra persona que pueda
darme referencias sobre ti.
—Touché.
—Que lleve una estúpida falda infantil, no significa que
puedan tomarme el pelo.
—Tu falda me resulta encantadora, te hace parecer
diferente, y, como ves por aquí, lo diferente gusta y atrae,
seguro que por eso has sido la elegida.
—Lo tendré en cuenta, quizá la próxima vez venga en
pijama.
—¿Eso significa que volverás por aquí? —Se cruzó de
brazos frente a mí en una pose chulesca, estaba demasiado
acostumbrado a gustar, pero no estaba segura de que él fuera
mi tipo.
¿Y Evan? ¿Era él mi tipo? Hasta que lo conocí, no era
consciente que existían hombres como él, y claramente, podía
incluirse en mi lista de polvos deseables.
—Significa que, depende de lo que me divierta esta noche,
volveré o no. Que vaya a prestar mi cara y mi cuerpo a la
empresa, no significa que tenga que pasar las noches de mis
fines de semana metida en este garito.
—En ese caso pondré todo mi empeño en ello. —Josh se
acercó a mí obligándome a pegarme a la pared y crear un
contacto muy estrecho entre nuestras bocas. Con mi mano en
su pecho lo obligué a apartarse, yo no iba a ser su presa fácil
esa noche.
—Quiero salir de aquí, hace demasiado calor.
—Es lo que tiene venir al infierno, Lucy. —Me guiñó un
ojo y, cogiéndome la mano, tiró de mí para volver a la fiesta.
13
EVAN
Volví a tenerlos en mi campo de visión en la primera fila con
otra cerveza en la mano. El show contratado para esa noche
estaba a punto de comenzar y toda la gente empezaba a
congregarse en la pista principal, copa en mano.
Ella reía desinhibida y Josh le pasó la mano por la espalda,
deslizándola hasta el final para asirla hacia él por la cintura.
Es lo último que vi cuando las luces se atenuaron hasta
quedar el local completamente en penumbra y los focos rojos
y azules hicieron su acto de presencia en el escenario. La
canción de Vannda, Demond, empezó a sonar.

I got demon on my mind


I got monster on my mind, on my mind
I got murder on my mind
He gon’ whispers all the time
I got demon on my mind (on my mind)
I got monster on my mind, on my mind
I got murder on my mind (on my mind)
He gon’ whispers all the time, all the time
I got demon on my mind right now
I got monster on my mind
I got murder on my mind right now
He gon’ whispers all the time

Los bailarines fueron apareciendo uno a uno, eran fantásticos.


Cuando entré en el mundo de la noche, recuerdo que
cuando la gente preguntaba por The Hell, solían decir que era
un lugar donde iba la gente in y había mucho nivel, pero no
era verdad, siempre ves todo tipo de gente, aunque si buscas
glamur y experiencias únicas, lo tienes.
Un poco de pretensión no le sienta mal a nadie, se trataba
de ofrecer algo diferente y excitante.
Me gustaba bajar las escaleras y adentrarme en uno de los
espacios más elegantes de la ciudad y ese era la pista central
de The Hell, con todos esos sofás de terciopelo rojo en los
laterales, donde, por supuesto, también tenía un espacio
reservado para mí. Me gustaba tener todo bajo control en el
local, me tomaba muy en serio que fuera un lugar donde
sentirse libre en todos los sentidos, en especial, las mujeres.
Porque, ¿quién pensaría que respirarle en el cuello a un
desconocido en la pista es acoso? ¿Que levantarle el vestido
amistosamente a una chica cuando se distrae es algo horrible?
¿En qué cabeza cabía que está mal acechar e insistir a las
personas a que bailen contigo a pesar de su negativa?
Pues sencillamente en la cabeza de la gente que bebe y se
deja llevar por el morbo del local y el halo que lo envuelve.
Para eso contaba con un equipo de seguridad que
mantenía a raya a todas esas manzanas podridas que se
colaban allí sin poder evitarlo.
Y en mi cabeza solo rondaba una idea: que Josh intentaba
aprovecharse de Lucy, y no estaba dispuesto a poner en
evidencia a uno de mis empleados más cercano y arruinarle la
noche a mi invitada. Simplemente, no podía por lo que nos
unía a Josh y a mí.
—¿No crees que ese escote deja mucho que ver? —le dije
a Lucy al oído, tras ella, asustándola.
Soné tóxico, era consciente de ello, y me resultó absurdo
incluso después de haberlo soltado de manera impulsiva.
¿Quién era yo para decirle algo así a una chica?
Un hombre desarmado a sus encantos y jodido de no ser el
centro de atención esa noche. Esa era la verdad.
La idea era vestirla de diablesa sexi y le estaba
recriminando que su escote era muy sugerente, pero la realidad
es que me jodía no poder disfrutar de esas vistas y que fuera
Josh quien gozara de su compañía esa noche. Estaba
comportándome como un perfecto imbécil, pero no podía
controlarme si me sentía menospreciado por alguien o me
quitaban lo que consideraba que era mío. Lucy no erar un
objeto, no me malinterpretéis, es que era una de esas personas
que nada más verla sentías ganas de proteger y abrazar para
calmar ese carácter que se gastaba. Me había impactado como
mujer, y fantasear con ella a eso del amor, me resultaba
tentador.
—¡Evan! —Josh pareció sorprenderse aún más que ella
cuando me vio allí plantado, obligándolo a deshacer la
cercanía entre ellos dos.
—He bajado a disfrutar del espectáculo.
—¿Dónde está esa chica… Lea? —Josh miró a nuestro
alrededor.
—Pasándolo bien, por libre. ¿Tú no deberías estar
atendiendo a nuestros invitados especiales? —le dije algo
molesto, pero era la única forma de deshacerme de él.
—Creía que yo era una de ellos —respondió Lucy.
—Lo eres, pero has venido conmigo, eres mi invitada
exclusiva. —Los grandes ojos azules de Lucy se clavaron en
los míos más tiempo del que solía sostenerme la mirada. El
alcohol empezaba a hacer efecto en su timidez intermitente.
—No sé por qué acepté, y Josh está siendo muy amable
conmigo dadas las circunstancias.
¿M e estaba recriminando la presencia de Lea? Lo
estaba haciendo, afirmativo. En realidad, lo llevaba haciendo
desde que descubrió que no fui a recogerla solo.
Le dediqué una mirada a mi empleado que supo captar de
inmediato.
—Será mejor que me vaya a atender a la gente, me pagan
para eso, ¿no? Quizá podamos vernos luego, Lucy. —Le dio
un beso en la mejilla y se marchó cruzando la pista.
—Te quedarás conmigo. —Apreté mi mandíbula—. No
me gusta que me ignoren después de lo que he hecho por ti.
—¿Y por qué has dejado que tu acompañante lo haga?
—Porque ella sabe cuidarse solita.
—¿Y yo no? —bufó poniendo los ojos en blanco.
¿Qué le pasaba conmigo? Me descuadraban esos cambios
de humor tan repentinos en ella. Primero tímida, luego con
comentarios sarcásticos… No la entendía, pero me encantaba.
—Quiero que dejes de estar a la defensiva conmigo, eso es
lo que realmente me apetece o esta relación no va a funcionar.
—Creo que eso ya ha quedado muy claro y puede que te
presente mi renuncia. Que te quede claro que no has hecho
absolutamente nada por mí, solo ofrecerme un trabajo y eso
implica a ambas partes. ¿Acaso ibas a regalarme el dinero?
—Si renuncias podré dejar de fingir contigo.
¿Fingir que me gustaba hasta el punto de ponerme celoso
con una completa desconocida? Afirmativo.
—¿Fingir? Perdona que te lo diga, pero no has sido muy
amable conmigo.
—Uno recibe lo que da, Lucy, te has debido perder
muchos capítulos de Barrio Sésamo.
—En efecto, prefería ver otro tipo de programas menos
infantiles. Ahora, si me disculpas… —Intentó marcharse, pero
la detuve cogiéndola por el brazo.
—Suéltame. ¿Esto es lo que sueles hacer cuando no
consigues lo que quieres?
—Intento protegerte.
—Es justo lo que estaba intentando hacer yo, huir para
protegerme de ti.
—¿Estás segura de que nada de lo que estás haciendo esta
noche es por celos?
Ese era yo, un puto egocéntrico que daba por hecho que
ella estaba loquita por mí. Solía pasar, era una especie de
defecto profesional.
—Muy segura. No te conozco, no somos nada como para
tener celos. ¿Siempre te lo tienes tan creído? No sé cómo
Betty ha podido aguantarte tanto tiempo, a mí tan solo me ha
llevado una mañana y diez minutos de la noche saber lo
arrogante y posesivo que eres. La gente que trabaja para ti no
son tus esclavos, deberías repetírtelo como un mantra.
La solté de inmediato y ella huyó de mi lado apartando a
la gente. ¡Mierda! La había cagado, pero bien, ¿qué narices me
pasaba en la cabeza? Lucy, eso es lo que me pasaba. Esa mujer
tenía un don para volver locos a tipos como yo.
Me gustaba su sonrisa, me enloquecía su pelo y estaba
totalmente enganchado a sus ojos y sus labios… Me
apasionaba su locura, era un escándalo de mujer y ella aún no
era consciente del poder que tenía sobre mí.
14
LUCY
—Betty, te juro que no te voy a perdonar en la vida —dije
entre lágrimas en la calle a mi amiga por teléfono.
Aún no podía creer lo que había pasado allí dentro. Me
sentía humillada, ultrajada. Además, ¿ella no debería estar allí,
conmigo? Me había dicho que llegaría por su cuenta.
—Lucy, ¿qué te pasa? Cálmate, no puedo entender lo que
dices si sigues llorando de ese modo.
—Evan, es… es…
—¿Qué, Lucy? ¿Qué es, Evan?
—Un loco de remate que ha insinuado que mi ropa era
provocadora, que soy un desastre y que tenía que estar pegada
a él como un perrito faldero, como si fuera de su propiedad.
—Eso no puede ser posible.
—Lo es, si no, ¿por qué iba a estar hecha un mar de
lágrimas y mocos en la calle? Y, por cierto, ¿dónde estás? ¿No
ibas a venir?
—Lo habrás malinterpretado. Y lo siento, se me ha
complicado la noche, Ben tenía otro compromiso con unos
clientes de la empresa y he tenido que acompañarlo.
—¿Por qué defiendes a Evan?
—Porque jamás ha tenido un comportamiento como ese
conmigo, debe haber alguna explicación.
—No hay ninguna, nada puede justificar el modo en el
que me ha tratado.
—Siento que te sientas así, pero me cuesta creer que lo
haya hecho, eso es todo.
—Te cueste o no, es lo que ha pasado y no estoy segura de
querer seguir con esto. Este local es un antro y no sé si quiero
formar parte de esto.
—Cálmate y no hagas tonterías. No puedes tirar la toalla a
la primera de cambio —la voz de Betty sonó chillona.
—Lo siento, pero sabía que no iba a encajar en este tipo
de trabajo, yo no soy la esclava de nadie.
—Lucy, ¿va todo bien? —La voz de Josh me sorprendió.
—Pero, Lucy, habla con él, o deja que yo lo haga,
necesitas el dinero, es una buena oportunidad…
—Lo siento, Betty, tengo que dejarte, está aquí Josh.
—¿Josh? El Josh de…
Colgué sin más, guardé el móvil el bolsillo y me enjugué
las lágrimas con la mano.
—Te he visto salir a toda prisa. ¿Por qué estás llorando?
Una chica tan guapa como tú no debería llorar de ese modo.
Levanté la mirada, seguramente con el rímel corrido y
pareciendo un perezoso. Pero en esos momentos me sentía tan
mal, que mi aspecto me la traía al pairo.
—Es de mala educación escuchar las conversaciones de
las personas, ¿lo sabías?
—Lo siento, te vi salir y te escuché gritar y llorar y no he
podido evitarlo.
—La que lo siente soy yo, he debido montar una escena en
este lugar tan exclusivo y te habrán mandado a echarme a
patadas, no debe ser muy glamuroso tener a una desquiciada
en la puerta.
—No, ya te he dicho que te vi salir. ¿Qué ha pasado?
—Que debo ser la novedad de la noche y confundo a los
hombres.
—¿Alguien se ha propasado contigo?
—Déjalo, Josh, solo quiero irme a casa.
No creía que contarle lo que había pasado fuera lo
correcto tratándose de su jefe. Evan debía tener una buena y
pulcra imagen ante sus empleados, yo era la excepción y,
seguramente, como Betty, no iba a creerme.
—No dejaré que lo hagas, te perderás el concierto y no
deberías hacerlo, yo me quedaré contigo.
—De verdad, de verdad que no, quiero quitarme esta ropa,
meterme en la cama y autoasfixiarme con la almohada. —
Sonreí para que captara que lo de suicidarme con un cojín a
presión sobre mi cara era una broma.
—Hagamos un trato.
—La última vez que me dijeron eso salí perdiendo.
Siempre lo hacía, era una débil de la vida y la gente no
dejaba de recordármelo. A mi corta edad ya podía vaticinar yo
solita, que no iba a conseguir nada bueno y que sería siempre
pobre como las ratas.
—Espero que no sea así esta vez. Quédate, tomate algo
conmigo y luego te llevaré a casa sana y salva.
—No creo que seguir bebiendo en mi estado sea la mejor
opción.
—Puede ser un batido de chocolate.
—Creo que en ese caso seguiría prefiriendo una cerveza.
—Puedes pedir todo lo que te apetezca, y te prometo que
vaciaré uno de los sofás con mejores vistas al escenario para
que estés tranquila y protegida a mi lado.
—¿No tienes que seguir atendiendo a los clientes Vip?
—No, durante la actuación seré todo para ti.
La idea era tentadora y Josh había sido un encanto
conmigo toda la noche hasta que Evan, evidentemente molesto
con sus atenciones, vino a fastidiarnos la noche.
—Vale, trato hecho. —Le tendí la mano envalentonada.
Por primera vez en la vida no iba a dejarme achantar por
nadie.
—Genial, entremos dentro, haré que disfrutes del resto de
la noche como te mereces. —Pasó su mano por mi espalda y
me pegó a él agarrándome por el hombro—. Me volveré un
ángel de la guarda esta noche por ti.
Y así es como fue mi toma de contacto con El Diablo,
breve pero intenso y dejándome muy mal sabor de boca. Quizá
una cervecita y pasar el rato con Josh, podía devolverme al
mundo terrenal, ese donde la gente podía tomar sus propias
malas decisiones.
15
LUCY
Nunca había estado en un lugar como ese, había que reconocer
que Evan Denver era un visionario de la noche, un genio en su
campo a pesar de ser un idiota integral.
The Hell era una mezcla de lo más exclusivo de la
sociedad y lo más prohibido de la ciudad, una mezcla muy a su
gusto, por lo poco que había conocido de él.
Josh se portó bien conmigo y me dejó en uno de los sofás
reservados, tal y como me había prometido. Después se dirigió
rápidamente a la barra.
Una pareja muy cariñosa estaba bailando cerca de mí sin
parar de darse besos y acariciarse de forma arrebatada. El
espectáculo que podía verse en el escenario debió excitarlos,
era imposible no hacerlo, yo misma sentí una sacudida en mi
entrepierna cuando vi a dos diablesas con poca ropa besarse y
acariciarse los pechos de manera sensual al son de la música.
No había duda que el local pretendía que la gente saliera
de allí llena de euforia y con ganas de echar un buen polvo, y
no pude evitar pensar en Evan y la forma en la que me había
recogido unas horas antes, a medio vestir y con un rubor en las
mejillas propio de alguien que acababa de aliviar su deseo
sexual. Maldito, cómo me había jodido aquello.
Miré a mi alrededor, seguramente estuviera en su palco
superior con la mano de Lea en su entrepierna. Por mucho que
Betty me lo hubiera vendido como una buena persona, el
apelativo de El Diablo le venía que ni pintado, y estaba claro
que no todos los infiernos están bajo tierra, ya que para llegar
al suyo solo había que ascender a la segunda planta y quemarte
vivo con su arrogancia, o entrar en su ático del centro de
Nueva York.
Cuando Josh volvió con dos cervezas frías se sentó a mi
lado y me tendió una.
—Gracias.
—Dije que cuidaría de ti. —Acercó su botellín al mío y lo
chocó a modo de brindis
—Creo que ya estoy mejor. —Sonreí.
Era cierto, me encontraba mejor y tenía ganas de disfrutar
del resto de la noche. Ya que estaba allí, quería aprovechar mi
estancia en aquel sitio tan exclusivo.
—¿Vas a contarme ya lo que ha pasado entre tú y Evan?
—Es bastante fácil de resumir: no tenemos química.
—Igual me arrepiento al decirte esto, pero… En el fondo
es un buen tío.
—¿Qué vas a decir tú? Es tu jefe, por suerte ya no es el
mío.
—Es buena persona, te lo prometo, sobretodo conmigo. —
Se llevó la cerveza a la boca y le dio un largo trago.
—Perdona que te corrija, pero te ha hecho irte antes de
muy malas maneras.
—La confianza da asco, e intuyo que no le ha hecho
mucha gracia que me prestaras tanta atención.
—¿A qué te refieres?
—A que lo nuestro es la típica rivalidad entre hermanos.
Me quedé con la boca abierta ante esa revelación. ¿Josh y
Evan eran hermanos? ¿Cómo no lo había adivinado? Y,
además, ¿por qué nadie me lo había dicho hasta ese momento?
Estaba alucinando.
Me fijé bien en la cara de Josh y, en efecto, era como si
hubieran hecho un molde de la cara de Evan y la hubieran
utilizado de base para crear la de su hermano, intuía, menor.
Tenían los mismos pómulos, las mismas líneas faciales y
los mismos ojos rasgados. La única diferencia entre ellos
estaba en la nariz y en la boca, pero ahora que Josh me miraba
con una amplia sonrisa esperando una reacción por mi parte,
me di cuenta que también compartían ese gesto.
Los dos eran guapos y atractivos, pero la personalidad de
Josh destacaba por encima de la de Evan, y podía dar fe de
ello.
Josh había sido todo un caballero, y Evan me había
decepcionado mucho aquella noche.
—No sé qué decir, por cómo os habéis hablado durante
toda la noche, es imposible pensar que seáis familia.
—Así es mi hermanito, cree que me está haciendo un
favor dándome trabajo. Es muy celoso de lo mucho que ha
obtenido en tan poco tiempo.
—Ya me he dado cuenta que se lo tiene creído, pero no
puede tratar a la gente como si fuéramos sus esclavos.
—Normalmente no es así, debes de haberle gustado
mucho.
Puse los ojos en blanco, lo que había insinuado era
imposible.
—Pues tiene una forma muy extraña de demostrarlo. —
Aparté la vista y bebí de mi cerveza.
No quería pensar en que Josh podía tener razón en eso de
que podía gustarle a Evan.
—Creo que deberíamos dejar de hablar de él y centrarnos
en disfrutar de la noche. Ya te la ha amargado bastante por
hoy, ¿no crees?
—Me parece justo, tú tienes que aguantarlo dentro y fuera
de aquí. —Hice una mueca y devolví la mirada a la pareja que
seguía dándose el lote fogosamente frente a nosotros—. ¿No
os molesta que la gente monte un espectáculo tan íntimo en el
local?
—¿Qué hay de malo? No lo hacen con mala intención,
aquí la gente viene a dejar los problemas de lado y dejarse
envolver por el ambiente. ¿No has visto lo que está pasando en
el escenario?
—Lo he visto, es imposible no hacerlo, y reconozco que
resulta muy excitante.
—¿Crees que el infierno será así en realidad? —Josh
apuró su cerveza y la dejó sobre la pequeña mesa de
metacrilato de enfrente.
—¿Eres de los que crees en deidades, paraísos y castigos
extraterrenales? —insistí.
—Soy de los que piensan: vive y deja vivir, y si lo haces
de forma divertida, bien por ti.
—Te confesaré que hacía mucho que no salía por la
noche, y que cuando lo he hecho, no he estado en sitios como
este.
—Seguro que después de conocerme te aficionarás a venir
a The Hell.
—La arrogancia de los Denver no tiene límites, por lo que
veo.
—Bueno, he conseguido que te quedes, así que debo
gustarte, aunque sea un poquito.
—Ambos sabéis que gustáis, jugáis con ventaja en ese
sentido, pero tú vas ganando esta noche.
Un segundo después de decirle aquello, la gente comenzó
a gritar y a aplaudir a los artistas que habían terminado su
show en el escenario.
—Voy un momento a la barra antes de que empiece el
concierto. Traeré una cubitera con algunas cervezas más. —
Josh se levantó y mis ojos no pudieron evitar posarse sobre su
trasero, observando que esa parte de la anatomía también la
compartían entre hermanos.
—Me parece bien, no me moveré de aquí.
—Eso espero. —Josh me mantuvo la mirada unos
segundos antes de marcharse a la barra; aunque no tenía los
ojos claros de Evan, su mirada era tan penetrante que podía
derrumbar todos los cimientos de la cordura humana.
El concierto comenzó, y el sonido de los sintetizadores
característico de The Weeknd inundó la sala. La canción Moth
to a flame que tanto me gusta, hizo de banda sonora a Josh,
que venía hacia mí con una cubitera repleta de botellines de
cerveza.
Estaba imponente, estaba completamente irradiado por un
halo de sensualidad.
Con el paso del tiempo que pasó desde que Josh me
rescató de una huida en Uber, me iba sintiendo más y más
partícipe de la fiesta y algo empezó a tomar forma en mi
cabeza: estaba en un concierto de uno de los cantantes que más
me gustaba del mundo con un tío delicioso como compañía.
Mi vida había sido un completo caos las últimas semanas,
me merecía un homenaje y el universo me lo estaba poniendo
en bandeja. Podía ser una gran noche, un gran momento de
éxtasis y desenfreno, podía dejarme llevar como quisiera, era
libre.
—Me encanta esta canción —me dijo levantando la voz
cerca de mi oído mientras dejaba la cubitera en la mesa.
—A mí también, se me han puesto los pelos de punta.
—Este tío siempre hace buenas canciones, Evan se ha
dejado una pasta contratándolo, pero, por toda la gente que
hay aquí disfrutando, ha debido amortizarlo ya.
—¿Tú crees? —No estaba segura de que el caché del
cantante canadiense que llenaba estadios de fútbol, estuviera
amortizado con los asistentes esa noche en The Hell.
La disco era grande, pero el aforo estaba limitado a cuatro
personas por metro cuadrado como mucho.
—Lo creo, debe haber mínimo tres mil personas, el local
es muy grande y la entrada de hoy cuesta cuatrocientos
dólares.
—¿Lo dices en serio? —Tragué saliva mientras intentaba
hacer un cálculo mental de cuánta pasta era eso.
—Muy en serio. Mi hermano es muy bueno en los
negocios. Pero no todo son ganancias, aquí trabaja mucha
gente y los espectáculos que ofrece no son baratos.
—Lo sé, aun así, es mucho dinero por una sola noche.
—Normalmente la entrada cuesta doscientos dólares con
dos consumiciones, hoy ha sido algo especial y hay más gente
de lo que suele haber en otro momento.
—En ese caso, me debería sentir afortunada.
Y aquello lo dije muy en serio, aquel lugar tenía caché y
yo debería sentirme una privilegiada por estar allí.
—Espero que yo haya tenido algo que ver para que te
sientas así.
—Tú eres el que más ha tenido que ver, créeme —dije
algo más coqueta.
—Ya eres una diablesa, puedes venir siempre que quieras,
yo te estaré esperando.
—Me acabo de quedar sin trabajo, no creo que pueda
sacrificar doscientos euros solo para verte.
—Las diablesas son Vip, no dejaré que gastes ni un dólar
si quieres repetir, para eso soy un Denver y el jefe de las
relaciones públicas del local. Y yo soy el encargado de la
publicidad, así que te pido por favor que no nos dejes tirados y
hagas la campaña, haremos la primera sesión el martes y sé
que no me fallarás.
—¿Tengo tiempo de pensármelo? —Me mordí el labio
con toda la intención, y Josh abrió una cerveza y me la tendió.
—Sí, pero no demasiado.
Estaba empezando a arder en el caldero de Satán, pero no
sabía a cuál de los dos hermanos le iba mejor el mote de El
Diablo, pues a cada uno se le podía aplicar por diferentes
motivos. Josh era endemoniadamente sexi y atento, y Evan un
cabrón engreído.
16
EVAN
Los vi juntos en la pista de baile y sentí celos. Suspiré y desvié
la mirada intentando concentrarme en otra cosa.
Estaba jodido por lo bien que se lo estaban pasando
bebiendo y bailando en la zona reservada de la pista, celoso de
que Lucy tuviera mejor concepto de Josh que de mí, y me
asqueaba la rivalidad que siempre habíamos tenido mi
hermano y yo a pesar de ser tan similares.
Era complicado de entender, lo sé.
Yo quería a mi hermano, pero no me gustaba que fuera tan
poderoso como yo y supongo que a él le pasaba lo mismo.
Vale, era una forma un poco extraña de querernos, me
hago cargo.
Quizá lo habíamos heredado del carácter de nuestro padre
o quizá del de nuestra madre, sus peleas eran como ver a dos
titanes luchando a muerte por ver quién tenía la razón, éramos
una burda copia de lo que habíamos vivido durante nuestra
infancia, nos gustaba retarnos, y bastaba una mirada entre
nosotros para saber que nos habíamos batido en duelo, ya
fuera por algo tan simple como comerse el último trozo de
tarta, o algo más complejo como dirigir un local.
No éramos socios, él solo trabajaba para mí, pero ser mi
hermano le daba muchas ventajas, y aquello era justo que así
fuera, porque no había otro empleado en el que confiara más.
No pude evitar volver a posar la vista en ellos al punto que
Abel Makkonen cantaba Call out my name.
Se habían juntado demasiado para bailar y Lucy le
rodeaba el cuello con sus brazos.
Mis manos se aferraron con fuerza a la barandilla de mi
palco, estaba claro que, para acceder al infierno, en mi caso,
había que ascender a la segunda planta de The Hell, a mi
cueva, donde siempre había pensado que tenía el control de
todo.
Estaba solo, sin asistente, sin acompañante, sin diversión.
Menuda mierda de noche… Lo peor es que sabía que, de
algún modo, era culpa mía.
—Lo siento —murmuró alguien tras de mí. Era Lea.
—¿Por qué? —pregunté siquiera sin darme la vuelta para
comprobar que era ella.
—Por ser una tonta.
—No tienes que disculparte de nada —reí, sin duda alguna
el más tonto de la noche era yo.
—Si no me hubiera ido antes, ahora no estarías así.
—No es cierto —gruñí, no era por ella, aunque sí era
cierto que su compañía hubiera aplacado un poco la rabia que
tenía.
—Sí lo es. —Me volví hacia ella.
—Has venido a divertirte.
—Sí, pero tenía otro concepto de diversión cuando decidí
darte la sorpresa. Estás tan aburrido y alejado de mí que sé que
todos los besos y abrazos que me diste y has dado hoy son
falsos.
—Nunca debiste fiarte de mí.
—Lo sé —suspiró —. Eso es lo que más me duele, Evan.
—Y has decidido subir para decírmelo y que me sienta
aún más mierda esta noche.
—He venido a despedirme, me voy al hotel.
—¿Sola? No lo consentiré, le diré a Josh que te lleve.
—¿Y joderle la noche para poder acercarte a Lucy? —me
dijo echándose el pelo hacia atrás.
—No, ¿por qué piensas eso?
—Puedes dejar de disimular conmigo y, si quieres
saberlo… No, no me voy sola.
—En ese caso, te deseo mucha suerte. —Le cogí la mano
y le besé caballerosamente el dorso.
—No la necesito, pero quizá tú sí, Evan.
Fue lo último que me dijo antes de cruzar la cortina que
delimitaba la zona común de mi reservado. La vi bajar la
escalera y observé al hombre que la esperaba al final de ella.
Lea miró hacia arriba y me dijo adiós de nuevo con la
mano con una sonrisa. Era una buena chica y yo un capullo al
que había deseado suerte. Y la iba a necesitar, pero en ese
momento no sabía aún hasta qué punto.

El concierto terminó con Take my breath y fue increíble.


Habíamos negociado una actuación de una hora, Abel se
encontraba en plena promoción del nuevo disco y a ambos nos
vino bien aquel acuerdo a un precio razonable.
Él pudo cantar el single con el que presentaba su nuevo
trabajo y yo atraer a nueva clientela al local, todos salíamos
ganando, aunque yo me sintiera un perdedor en aquellos
momentos.
Decidí bajar y mezclarme con la gente para llegar a ellos
y, cuando estuve cerca, vi a una rubia señalando a otra chica
que se estaba poniendo de pie en una de las mesas; al parecer
le estaba diciendo algo.
Cuando su mirada se topó con la mía algo cambió en el
ambiente. Se acercó a mí y me sonrió.
—¿Qué tal ha ido la noche? —me preguntó.
—Bien —dije de manera escueta. Normalmente no me
hacía falta hablar mucho, ellas hacían casi todo el trabajo por
mí.
—No tienes idea de lo que me ha costado conseguir una
copa.
—Supongo que tendré que solucionar eso con algo más de
personal.
—¿Trabajas aquí? —me preguntó con una sonrisa.
—-Soy de aquí, mejor dicho. Soy el dueño.
—Eres… Eres Evan Denver. ¡Wow! He oído hablar
mucho de ti.
—Espero que cosas buenas. —Le devolví la sonrisa,
aunque mi mirada estaba más pendiente de dónde se habían
metido mi hermano y Lucy, los había vuelto a perder de vista.
—Bueno, he estado mucho tiempo lejos de la ciudad y
estoy intentado ponerme al día de los últimos cotilleos.
Trabajo en Londres, ¿sabes? En una empresa de tecnología y,
más o menos, soy la responsable de las inversiones que hacen
en la compañía.
—Eso es maravilloso …
—July, July Craft.
—Un placer haberte conocido, July, te deseo mucha suerte
en Londres, pero ahora tengo que irme. —Posé una de mis
manos en su hombro a modo de disculpa para intentar zafarme
de ella.
Me sabía mal, pero no podía seguir perdiendo el tiempo
charlando con esa chica cuando el cuerpo me pedía otra cosa:
saber el paradero de Lucy y mi hermano.
—Espera, podrías invitarme a algo. Sé que tienes un
palco, lo llaman el ascenso al infierno, ¿no es cierto?
—Lo es, pero lo que pasa allí es muy inocente, no te creas
todo lo que escuchas.
—Aun así, me gustaría ascender. —Ladeó la cabeza y se
pasó un dedo por los labios. Era mona, pero no era mi tipo.
—Me temo que no será hoy, vuelve mañana con tus
amigas, veremos lo que podemos hacer.
—¿Sí? Vale, en ese caso, ¿me das tu teléfono?
La miré con una sonrisa de medio lado, mi número de
teléfono solo lo repartía mi hermano Josh a su antojo cuando
quería quitarse alguna mujer que no le interesaba de encima.
Menudo cabronazo estaba hecho, sabía que me molestaba que
lo hiciera, pero él se echaba unas risas cuando le recriminaba
que había vuelto a dar mi número a una desconocida, yo no
daba ese privilegio a mucha gente.
—Nos vemos, July. —Le guiñé un ojo y me escabullí
como pude para encontrarlos.
Necesitaba disculparme con Lucy antes de que Betty se
enterara de lo tóxico que había sido con su querida amiga.
Tenía una reputación que mantener a salvo y no podía
mancharla con una pataleta por culpa de mi hermano y mis
malditos celos.
17
LUCY
Quería bailar, necesitaba hacerlo, y cuando Call out my name,
una de las canciones más sexis de The Weeknd empezó, me
pegué a Josh y le rodeé el cuello con mis brazos,
envalentonada, aunque no estaba segura de lo que estaba
haciendo.
Olía tan bien que casi me mareé intentando llenar con una
aspiración todos mis sentidos. ¿Estaba cachonda? Lo estaba,
doy fe de que lo estaba, era difícil no dirigir mi mente a
pensamientos impuros con ese chico que acababa de conocer y
que me parecía más un ángel que un demonio a pesar de su
aspecto rudo y peligroso.
Me cogió con sus fuertes brazos por la cintura y comenzó
a moverse con su frente pegada a la mía. Yo traté de seguir su
ritmo, pero no estaba segura de qué hacer, me había quedado
hipnotizada por su penetrante mirada oscura y toda la sangre
se me concentró en solo una zona.
Podía sentir cómo el calor de mi entrepierna radiaba hasta
mi pelvis.
—Relájate —dijo, tirando de mí para acercarme más—.
Solo siente.
Y lo hice, aunque me sentí como una imbécil, torpe y
desastrosa que había iniciado algo que en realidad le daba
mucho respeto.
Josh no era un hombre normal, era un hombre en
mayúsculas, de esos que cuando los ves, piensas que se han
quedado toda la masculinidad y la belleza del mundo.
Su cara, a pesar de estar adornada en las mejillas por dos
pequeños tatuajes, era bonita, y estos no le afeaban las
facciones. Diría, incluso, que aquellas marcas de tinta lo
hacían aún más deseable.
Me encantó la sensación de su cuerpo contra el mío y
parecía que estaba pensando lo mismo al sentir su erección
pegada a mi vientre cuando besó mi cuello y mis hombros.
Lo dejé hacer, no había ninguna razón para rechazarlo a
esas alturas de la noche, donde la excitación era palpable entre
los dos. Éramos jóvenes, libres, habíamos bebido muchas
cervezas y nos teníamos ganas. ¿Cuál era el problema?
Hizo que diera una vuelta sobre mis pies sin soltarme la
mano, y cuando quedé de nuevo frente a él me robó un beso.
Sus dientes mordisquearon mis labios, aprisionándolos en
su boca.
Luego vino otro mucho más explorador que el primero,
uno donde por fin nuestros labios firmaron para
complementarse y fingir que éramos el uno del otro.
Lo nuestro era puro sexo, altas ganas y expectativas en la
cama.
Reconozco que nunca me había visto en una situación así
y pensaba aprovecharla.
Me recorrió los labios con la lengua, lento, suave y de
lado a lado, como quien prueba un helado.
Me separé un poco para mirarlo a los ojos y sonreírle
pícaramente, estaba encendida y al borde de la combustión
espontánea.
—Se nos está yendo la cabeza —le dije para parecer
cuerda, me encantaba esa sensación de pérdida y lo que solía
pasar después. Llevaba mucho tiempo sin echar un buen polvo
y Josh tenía pinta de saber hacerlo muy bien—. No quiero que
Evan nos vea así y piense que soy una cualquiera.
—¿Te preocupa lo que él piense de ti?
—Bueno, en cierto modo, sí, no estaría aquí de no ser por
Evan y su oferta de empleo.
¿Era por eso? No, no lo era, los motivos iban un poco más
allá, pero me pertenecían a mí y no iba a exponérselos a su
hermano que en esos momentos prometía dejarme las piernas
temblando. Yo también merecía acabar la noche del mismo
modo que la había empezado Evan. Era libre de hacerlo.
—Le has impresionado mucho en el desayuno de esta
mañana.
—¿Te lo ha contado?
—Me envió un wasap para decírmelo, era lo lógico.
—Ah, ¿sí? Pues cuando nos ha presentado me ha dado la
sensación de que no esperabas mi presencia esta noche y que
no erais dos hermanitos que se lo cuentan todo. —Me crucé de
brazos frente a él fingiendo enfado.
—No hubiera estado bien desvelar que mi hermano me ha
descrito a la mujer perfecta con mucho entusiasmo.
Escuchar aquello me produjo una sensación agridulce.
¿De verdad Evan pensaba que era una mujer perfecta? Puede
que mi imagen le hubiera encajado con la campaña que quería
lanzar, pero ¿ese comentario iba más allá? ¿Le parecía una
mujer perfecta en otro sentido?
—Muy corteses los Denver, pero, de verdad, aún me
preocupa lo que pueda pensar de mí. Tu hermano impone
mucho.
La realidad era, que su hermano me ponía mucho, aunque
imponer, en ese caso, podría ser un sinónimo valido.
—Pues entonces no te gustará saber que ya te ha visto, y
que, si no fuera por una rubia de nariz respingona que lo ha
interceptado, hubiera llegado hasta aquí para arrebatarte de
mis brazos.
—Sácame de aquí, Josh, no quiero verlo ni hablar con él.
—Pensaba hacerlo. —Me dio un toque en la punta de mi
nariz—. Coge tu chaqueta, aprovecharemos que sigue
entretenido con ella para largarnos a la francesa, eso lo
cabreará aún más.
Cuando me hice con la chupa que me había prestado
Betty, Josh tiró de mí entre risas y me sacó del centro
neurálgico de The Hell. En esos momentos me creí a salvo,
pero no era consciente de todo lo que viviría después de esa
primera toma de contacto con los Denver.
18
JOSH

No estábamos en una carrera de motos en el muelle, y, aunque


tenía la sensación de estar jugándome algo, me era imposible
saber con exactitud lo que podía perder o ganar. Puede que, de
haberlo sabido, retirarme a tiempo fuera lo más inteligente,
pero debo admitir que en ese momento en el que cogía la
mano de Lucy con fuerza para sacarla del local y llevarla a
casa, mi mente estaba condicionada por las necesidades de mi
entrepierna.
Y, aunque admitirlo me hacía quedar a mí mismo como un
cerdo, lo que sentía era exactamente eso. La deseaba, igual aún
más que a otras mujeres por esa inaccesibilidad que parecía
tener a sabiendas de que mi hermano le había echado el ojo, y
porque me transmitía que estaba tan cachonda como yo.
Estaba endemoniadamente guapa en la oscuridad del
estrecho callejón donde había aparcado la moto, con ese
cabello rubio ondeando sobre sus hombros y los labios aún
hinchados por los besos que nos habíamos dado dentro. Una
preciosidad que no se merecía llorar por nada ni por nadie.
Reconozco que me había portado como un angelito.
—¿Qué pasa? —me preguntó con una sonrisa sincera.
Le tapé los labios con el dedo pulgar y negué con la
cabeza. No quería responder a la pregunta, era más de actuar
en beneficio de lo que los dos deseábamos en esos momentos.
Su expresión corporal me pedía a gritos que le devorara la
boca allí y en ese instante.
—No puedo más, Lucy.
Durante unos segundos no supo qué decir, pero su mirada
hambrienta se estaba clavando en mi pecho, y yo también
sentía esa necesidad acuciante.
—Me muero por besarte, Josh —dijo acercando su cara a
la mía, hablando por los dos.
Retrocedió unos pasos hasta que su espalda quedó pegada
a la pared y yo avancé hacia ella, cerrándole cualquier vía de
escape. Me humedecí los labios.
—Sé que la estoy jodiendo —gruñí envolviendo sus
mejillas con mis manos y fijando mis ojos en su cara.
—¿Por qué dices eso?
En su voz noté cierta preocupación, había verbalizado
aquello sin querer. Pero necesitaba respirarla o me moriría de
ganas, así por entreabrir los labios.
En cuanto lo hice, ella reaccionó a mi gesto y su lengua
entró para jugar con la mía. Nos saboreamos mientras nuestras
respiraciones aceleradas subían y bajaban de nuestro pecho.
La alcé en peso e hice que sus piernas se anudaran en mi
cintura
No pensé mucho en nada, solo me dejé llevar. Bajé la
mano hasta el botón de mi pantalón y lo desabroché. Tanteé
por debajo del tejido de mis calzoncillos y noté el grosor de mi
miembro endurecido antes de sacarlo de su prisión. Después
rompí sus medias a la altura de su entrepierna para apartarle el
tanga y sentir su humedad sedosa. Quería metérsela dentro,
muy dentro.
Le cogí las nalgas, las aferré con más fuerza hacia mí para
entrar en ella deslicé mi erección por su mojado sexo y me
introduje en su interior de una estocada. Se detuvo por la
impresión.
—No nos hemos puesto nada —dijo, y tenía razón, no era
sensato por nuestra parte hacer aquello.
—En ese caso será mejor que te lleve a casa.
—¿Vas a dejarme con este calentón? —Abrió mucho los
ojos mientras salía de ella y la dejaba sana y salva en el suelo.
—Te llevaré para terminar lo que hemos empezado o
perderé mi rabo por estallido.
Lucy asintió y le dirigí una mirada intensa antes de besarla
de nuevo.
19
LUCY

—¿En serio quieres que me ponga esto? —Alcé el casco


que me había sacado del portamaletas de su moto.
—Si no quieres pagar una multa o perder la cabeza si nos
caemos, será mejor que te lo pongas.
—Me helaré de frío, solo llevo esta chupa vieja de Betty y
dudo que en estos momentos sea más gruesa que la piel de un
pollo.
—Estamos en mayo, creo que podrás soportarlo. Además,
te bajará ese calentón que me has dicho que tienes.
—Muy gracioso, pero te recuerdo que has roto mis medias
y estoy más ventilada que una carpa de boda en verano.
—Lucy, te prometo que, si te agarras fuerte a mí, y puedo
asegurarte que estoy ardiendo como una estufa, podrás
soportar el camino a tu casa sin que te salga ninguna estalactita
de la nariz.
—No sé si fiarme. A los dos hermanitos os gustan estos
cacharros. Tu hermano se ha ido esta mañana a trabajar en
moto.
—¿Tienes miedo de subir en moto?
—Un poco, sí, es como ir a toda velocidad suspendida en
el aire.
—Es más bien como ir montada a caballo. No correré, eso
lo dejo para las carreras.
—¿Carreras? —no entendí muy bien a qué se refería con
aquello.
—Una moto no es un vehículo más, cada moto tiene su
historia, y cada motero también tiene la suya. Puedo contártelo
luego, si quieres. ¿Vas a montar o no? —Josh estaba perdiendo
la paciencia y yo me moría de ganas por llegar a casa.
—¿No podemos pillar un Uber?
—Ya te he dicho que no pienso dejar la moto en este
callejón toda la noche, me arriesgo cada día unas cuantas horas
y no quiero tentar más a la suerte.
—Está bien, pero no vayas deprisa.
—Te lo prometo, confía en mí. —Me cogió la mano que
portaba el casco y me instó a que me lo pusiera.
Sentirme tan vulnerable sobre un medio de transporte era
una de mis debilidades. Nunca jamás se me ocurriría subir en
globo, ala delta o parapente, y una moto de esas
características, para mí venía a ser lo mismo.
No soy de fijarme en las marcas de los vehículos, pero
había que reconocer que aquella Ducati negra mate de mil
centímetros cúbicos serigrafiada en rojo, era bonita y, con Josh
montado en ella, la combinación era muy sexi.
Me subí aún indecisa, pero cuando puse mi trasero sobre
la moto y mis botas sobre los reposapiés, comprobé que no se
sentía tanta inestabilidad una vez subida a ella.
—¿Preparada? —Josh se levantó la visera del casco para
hablarme una última vez antes de arrancar.
—Sí —respondí, asintiendo con la cabeza.
—Agárrate fuerte a mí, ¿vale?
No hacía falta que me lo dijera, ya estaba abrazando todo
su tronco y pegando mi cuerpo a su espalda. Josh debía estar
sintiendo mis tetas aplastadas e, incluso, los pezones erguidos
por el frío, pues apostaba que podían atravesar la piel de la
chaqueta.
Josh arrancó la moto. El rugir puro de aquella máquina ya te
insuflaba adrenalina. Era una bella sinfonía de un potente
motor bicilíndrico que a veces acompañaba un tracateo
procedente del embrague.
En esos momentos no sabía tanto sobre motores de Ducati,
pero lo aprendí con el tiempo.
Josh cogió el cruce y aceleró a fondo.
«Maldito bastardo, me había prometido ir despacio».
Supuse que aquello era el sueño de cualquier amante de
las motos: llevarla a toda velocidad por el asfalto, coger curvas
cerradas, pero amplias, experimentar la sensación de que en
sentido contrario no había tráfico y conducir a un ritmo
infernal.
El aire hacía resistencia a nuestro alrededor, haciendo
empuje en dirección contraria, como si estuviésemos
batiéndonos en duelo con el oxígeno; si no hubiéramos llevado
casco, respirar habría estado complicado, y abrir los ojos,
imposible.
Ni siquiera me dio tiempo a disfrutar el paseo por la
ciudad, las luces pasaban como a ráfagas y con parpadeos
destellantes. Y tuvo razón cuando me dijo que apenas notaría
el frío, la emoción que vibraba en mi cuerpo me mantenía
caliente y el calor que emanaba de su cuerpo también.
No estaba segura si quería llegar a mi casa o que aquel
recorrido durara más tiempo, pues lo que sentí en aquellos
momentos subida a su moto era difícil de explicar. Tan difícil
como era dar sentido a todo lo que había sucedido desde mi
encuentro con El Diablo.

***

Dejé que entrara en mi apartamento seguido de mí.


—Lucy, no quiero que te sientas obligada a hacer esto. —
Me dio la sensación de que se estaba arrepintiendo e hirió mi
orgullo.
—Josh, creo que ha quedado más que claro que ambos
queremos algo de compañía esta noche.
—Está bien.
—No pareces muy seguro.
—No quiero confundir las cosas, no sería un buen novio,
ya me entiendes.
—¿Por qué das por hecho que he pensado tal cosa?
Ni que le acabara de pedir en matrimonio, por el amor de
Dios…
—No lo sé, estoy diciendo demasiadas tonterías esta
noche porque tengo muchas ganas de quitarte la ropa.
—¿Y por qué no empiezas ya? —Me tragué mi orgullo y
me acerqué a él.
Él me besó y luego me empujó contra la pared y puso su
mano en mi pecho.
—¿Qué estás haciendo?
—Lo que me has pedido, Lucy. Lo que llevas pidiéndome
toda la noche.
—No creo que lo haya hecho directamente —musité
lamiendo su cuello, mordiendo después, el marcado hueso de
su mandíbula masculina.
—Créeme que sí, llevo cachondo casi toda la noche.
—Eso es porque te he dejado a medias en el callejón.
—Quiero saber cómo te gusta —me dijo al oído.
—Bueno, de momento parece que me gusta lo que me
estás haciendo.
Sus manos se habían colado por mi falda y me acariciaba
de forma suave, pero precisa, el clítoris, hinchándolo con
parsimonia, haciendo que me derritiera y mis piernas flojearan
ante la expectativa.
Josh me gustaba mucho, era de los pocos hombres que
físicamente me habían atraído de aquel modo tan brusco y a la
vez me ponía muy nerviosa.
Sus manos ahora estaban en todas partes, queriendo
abrasar mi ropa con su paso.
—Eres tan bonita, Lucy —me dijo cuando su mano volvió
a mi entrepierna y sus dedos se deslizaron dentro de mí. Los
movió de tal forma, que me hizo ahogar un gemido. No quería
despertar a Betty y que nos encontrara en aquella tesitura,
pegados a la pared de la puerta de entrada.
—Vayamos a mi habitación —le sugerí ante la idea de que
nos pillara mi amiga, se hiciera realidad.
Ya en la privacidad de mi cuarto, ambos nos desnudamos
con prisa. Y cuando ya estuve frente a él sin una prenda
cubriéndome, me empujó suavemente. y me tendió en la cama.
Yo me quedé allí con las piernas abiertas. Él deslizó sus dedos
por mis muslos.
—Estás tan buena, Lucy, que duele mirarte —me dijo
antes de hundir su cara en mis pechos y lamerme los pezones
con movimientos circulares para conectar todas las conexiones
erógenas de mi cuerpo.
Era un experto en la materia, sabía cómo volver loca a una
mujer solo con el roce de su lengua en cualquier parte de su
cuerpo.
¿Dónde había estado todo este tiempo y por qué no había
encontrado un tío como él antes?
—Me encantan tus tetas.
Como respuesta, yo solo lo agarré de la nuca y,
atrayéndolo hacia mí, lo besé. Me gustaba el sabor de su boca.
Quería más. Quería sentirlo.
Me incorporé y repasé su pecho con mis manos, quería
explorar su cuerpo tatuado. En el cuello tenía una corona
láurea, símbolo del éxito, de la superioridad, símbolo de
campeones. Era un Denver, le pegaba ese egocentrismo,
aunque no lo demostrara de primeras.
No quería que se detuviera. Sentía como si me conociera
desde hacía mucho tiempo, como si hubiéramos follado
cientos de veces y supiera cómo ponerme a mil.
Se puso en pie y de un salto bajó de la cama.
—Ven aquí, quiero que te pongas de espaldas y apoyes las
manos contra la pared.
—Espera —dije acercándome a mi mesita de noche y
sacando un condón para tendérselo. Josh lo atrapó con los
dientes y después hice lo que me había pedido.
Yo, contra la pared, abierta y expuesta a su merced, sentí
cómo volvió a humedecer mi entrepierna con sus dedos.
Quería darme la vuelta y que me mirara, pero no tuve
tiempo, tiró de mi pelo y me besó el cuello antes de rodear mi
cintura con su brazo e introducir más a fondo sus dedos en mi
sexo.
Sentí el envoltorio del condón arañarme la espalda, no
quería que parara.
Me sentía como si estuviera flotando, como si estuviera en
el cielo.
Su cuerpo se mecía contra el mío y pude sentir su erección
sobre la parte baja de mi espalda. Quería tocarlo, quería
sentirlo dentro de mí.
—Por favor— le supliqué.
—¿Qué?
—Quiero que me folles de una vez.
Se apartó y le escuché rasgar el papel metálico del
condón. Volvió a juntar su cuerpo con el mío, embocando su
erección hacia mi humedad y empujó con fuerza.
Me dolió un poco, Josh gozaba de un buen tamaño y de
una fuerza bruta, parecía costarle medir la presión cuando
estaba excitado, y reconozco que fue agradable sentir esa
sensación de dolor placentero.
—Ya me tienes dentro de ti —su voz sonó ronca, como si
estuviera poseído por el éxtasis del momento.
—No, no lo estás. Si así fuera estarías en mi mente y esto
es solo sexo —dije para salvarme, iba a ser difícil olvidar a
Josh después de eso.
—Pero lo estoy, mi cuerpo está dentro del tuyo —Tiró de
mi pelo una vez más, le gustaba el sentimiento de posesión.
—Eso es exactamente lo único que quiero de ti. Estás
apretándome fuerte y no muestras ningún tipo de compasión
—dije esa vez para retarlo.
—¿Qué crees que estoy pensando ahora? —hundió su cara
en mi nuca y cogió aire.
—Sé exactamente lo que piensas porque yo pienso lo
mismo. Dame duro, Josh, lo estás deseando.
Tuve que pegar mi cara a la pared cuando empezó a
embestirme, aplastándome contra ella el pecho mientras mi
sexo recibía toda la potencia de su miembro, que no tardó en
alcanzar un ritmo perfecto.
Quería gritar fuerte, pero me reprimí mordiéndome los
labios.
Mi cuerpo temblaba por dentro y las espirales de placer
empezaron a escalar por mis entrañas, dibujando olas de placer
y erizando todo el vello de mi piel.
Las sensaciones se tornaron desbordantes y comencé a
perder toda la fuerza y simetría con sus movimientos, dejando
que él llevara todo el ritmo.
Mis dientes dejaron escapar un gemido, y su nombre en un
susurro. Y supe, en ese momento, que nadie volvería a
follarme así: tan animal, tan libre, sin pensar en nada salvo en
corrernos.
Con unas embestidas brutales consiguió que todo el
mundo a mi alrededor diera vueltas de campana y mi sexo se
desbordara sobre el suyo, convulsionando nuestros cuerpos
sudorosos.
Cuando salió de mí me dejé caer al suelo, derrotada.
—Dios mío —le dije, todavía jadeante—. Nunca lo había
hecho de este modo.
Josh me tendió la mano para ayudarme a ponerme en pie.
—Necesito un momento, aún tengo las piernas flojas.
—Pues prepárate —me advirtió.
—¿Para qué? —pregunté levantando la cabeza hacia él.
—Para lo que pienso hacerte durante toda la noche. Esto
no ha sido más que el principio.
20
LUCY

La puerta de mi cuarto se abrió y, deslumbrado por la luz del


día que se colaba por la ventaba, adiviné el contorno de su
cuerpo, dibujándose en la penumbra de la habitación.
Habíamos pasado prácticamente toda la noche dando
rienda suelta a nuestros instintos, y es que Josh sabía
despertarlos de una manera salvaje y alocada.
Cerró la puerta y corrió de nuevo a la cama.
—Joder, qué frío he pasado hasta el baño. Estoy deseando
que entre el verano.
—Podías haberte puesto mi bata.
—Eso hubiera hecho que perdiera todo el glamur. —Se
acurrucó junto a mí como si fuéramos una pareja constituida, y
he de decir que me asustó un poco la idea. Aunque jugar un
poco a las casitas no venía mal de vez en cuando. —Me debes
una explicación.
Josh se incorporó y me miró extrañado.
—¿De qué exactamente?
—Recuerdo que mencionaste algo de unas carreras.
Aquello se me había quedado en la cabeza y no había
podido apartarlo de mi mente. ¿A qué se refirió con eso?
Josh sonrió y volvió a dejarse caer en la cama.
—¿De verdad quieres saberlo?
—Si no fuera así no te lo estaría preguntando.
—Te lo contaré si prometes venir a una conmigo.
—No tengo inconveniente si es como espectadora.
—Solo la gente de confianza obtiene ese beneficio.
—Creía que cualquier persona puede asistir a una carrera
de motos si compra una entrada.
—No en las que nosotros competimos.
—¿Nosotros? ¿A quiénes te refieres?
—A Evan y yo.
Mi nivel de curiosidad al respecto aumentó de manera
instantánea.
—¿Te refieres a que lo hacéis como hobbie?
—En cierto modo, sí, pero es más peligroso de lo que
parece.
—¿Son ilegales?
Josh asintió.
—Hay bastante dinero en juego siempre que organizamos
una.
—¿Y puedo preguntar qué necesidad tenéis de hacerlo si
ya gozáis de un buen estatus económico?
—El que tiene la pasta es mi hermano, y lo hacemos por la
emoción que genera, es difícil de explicar para alguien como
tú, que tiene miedo de las motos.
—¿Qué sientes cuando lo haces? —Aunque lo que me
dijera no iba a poderlo experimentar, quería saber qué
beneficio obtenía haciendo aquello, porque realmente no lo
entendía.
—El polvo, el rugido de los motores de dos o cuatro
tiempos, el olor a gasolina, la adrenalina del momento… la
velocidad.
—Suena emocionante y peligroso a la vez.
—Lo es, he visto morir a un par de amigos, y en ese
momento te planteas si merece la pena.
—Eso es horrible, ¿por qué lo sigues haciendo?
—Ya te lo he dicho, forma parte de mi vida.
—Pero algo que pone en riesgo tu vida deja de ser
divertido.
—Te equivocas, es precisamente eso lo que lo hace
emocionante.
—Lo siento, no puedo comprenderlo.
—Por eso tienes que venir.
—No sé si podría disfrutar pensando en que puede morir
alguien.
—Te prometo que no moriré en la próxima carrera.
—¿Cómo estás tan seguro de ello?
—Porque será Evan el que compita, yo estoy descalificado
de la siguiente. Aunque sean algo salvajes, tenemos normas.
Aquello no me tranquilizó. Que Evan no fuera santo de mi
devoción no significaba que quisiera verlo espachurrado en el
suelo. De hecho, sería una pena que un hombre tan atractivo
como él se desfigurara la cara sobre el asfalto.
—Y tú eres de los que se las saltan cuando quieres, ¿me
equivoco?
—¿Tú qué crees? —Me cogió la cara entre sus manos y
me besó la punta de la nariz.
—Creo que todo esto es raro.
—¿Raro?
—Sí, tú y yo, lo que ha pasado esta noche en general —
bufé llevándome las manos a la cara.
—Bueno, lo que ha pasado quizá tenía que pasar y no ha
estado mal.
—No creo que todo el mundo opine lo mismo.
—El mundo, la gente, es algo muy abstracto cuando lo
que suceda entre nosotros solo es cosa nuestra, ¿no crees?
—Supongo, pero te recuerdo que Evan me ha contratado
para ser la imagen de vuestro local, que Betty me consiguió el
trabajo y que he acabado en la cama con el hermano del que
iba a ser mi jefe. Mis actos no me dejan en buen lugar, solo
confirman, una vez más, que soy un desastre.
—Me encantan los desastres y es justo lo que se espera de
una diablesa.
—Te felicito, pero me temo que será mejor que te vayas
antes de que mi amiga se despierte. No quiero tener que dar
demasiadas explicaciones.
—¿Me estás echando? —Josh rio más fuerte de lo que me
hubiera gustado.
—Shhhhh, la vas a despertar.
—¿De qué tienes miedo exactamente?
—De que mi único sustento en estos momentos se enfade
conmigo y me eche a la calle por mala amiga.
—¿Qué le debes a Betty? Pensaba que El Diablo era mi
hermano y no ella, ¿acaso le has dejado prestada tu alma?
—Todo y nada. Betty es mi apoyo en la vida y siempre se
ha portado bien conmigo, y yo la he cagado a base de bien.
¿De qué voy a trabajar cuando ella se case y se vaya? Necesito
esa pasta, Josh.
Estaba entrando en pánico, lo sé. La cabeza comenzó a
darme vueltas y sentí que me iba a marear del agobio.
Las imágenes del día anterior al completo empezaron a
pasar en mi mente como una presentación de Power Point con
la música de algún programa de skechtes absurdos como banda
sonora.
—En serio, Josh, tienes que irte —dije al punto que
escuché el timbre sonar una vez, y luego otra y otra más de
manera insistente—. Mierda, mierda. —De un brinco salí de
cama y busqué algo que ponerme para salir de la habitación.
—¿Qué te pasa? ¿Tienes novio o esperas la visita de tus
padres?
—No, nada de eso, pero ahora Betty te va a ver. Se habrá
despertado con los pitidos. Vístete y quédate aquí dentro hasta
que yo te diga. —Metí la cabeza por la manga de mi jersey y
tuve que quitármelo y ponérmelo dos veces.
—Lucy, tranquilízate, ¿acaso tienes drogas o armas
ilegales escondidas en la casa?
Lo miré ceñuda, no estaba para bromas. Nuestro momento
había terminado.
—Déjate de tonterías y haz lo que te digo.
Salí del cuarto al mismo tiempo que Betty, con el antifaz
que utilizaba para dormir como diadema, se arrastraba hasta la
puerta bostezando.
—¿Qué hora es? —me preguntó mientras descolgaba el
telefonillo.
Miré el reloj de la cocina.
—Las ocho y media —le respondí.
—¿Diga? —dijo por el interfono con desgana—. Sí, está
aquí, sube.
—¿Quién es?
—¿Tú quién crees que es, Cenicienta?
—No lo sé, por eso te pregunto.
—Evan —dijo bajando el antifaz tapando solo uno de sus
ojos.
—¿Qué haces? No irás a volver a la cama y dejarme sola
con ese energúmeno, ¿verdad?
—Yo he decidido no meterme en la batalla que habéis
montado, ya tuve suficiente anoche con vuestras llamaditas
para quejaros el uno del otro. Solo quiero dormir y que
vosotros solucionéis vuestros problemas. ¿Has organizado
alguna vez una boda? ¿No? —contestó ella por mí—. Ya decía
yo. Venga, que os vaya bien. Tu príncipe está en camino —
dijo abriendo la puerta del apartamento antes de volver a su
habitación.
¿Mi qué? ¿Dónde narices había estado Betty el viernes por
la noche? Parecía que aún le duraban los efectos de lo que
fuera que se hubiera tomado para soportar otra cenita de
negocios de Ben.
21
EVAN

Estaba nervioso, lo reconozco, ir a pedir perdón a una persona


que acababa de conocer y que había resultado un desastre
completo, no era algo que hiciera habitualmente.
Tenía problemas para confiar en los demás, pero, sin
embargo, con Lucy, a pesar de su poca empatía para conmigo,
me había resultado fácil lidiar con su presencia en mi casa.
¿Qué tenía ella? ¿Por qué tenía la imperiosa necesidad de
ir a buscarla y pedirle que volviera a trabajar para mí?
La respuesta era fácil: Betty.
Cuando llegué al rellano de su apartamento la puerta ya
estaba abierta, por lo que accedí sin previo aviso y la vi allí
parada.
Tenía el pelo ligeramente alborotado, sus grandes ojos
azules temerosos enmarcados por sus largas pestañas y los
labios entreabiertos.
Mis pulmones comenzaron a hiperventilar y una fina capa
de sudor me cubrió la espalda.
Odiaba cuando mi cuerpo adquiría ese estado de
debilidad, ¿por qué narices tenía que reaccionar de esa manera
ante ella? ¿Por qué no podía ser el tipo seguro de sí mismo
como lo era con otras mujeres?
A menudo me veía en situaciones más tensas que aquella,
pero Lucy atacaba mi sistema nervioso al punto de hacerme
temblar las piernas.
Aunque todavía no comprendía la razón.
Tuve que apretar los labios y los nudillos hasta que se
volvieron blanquecinos.
Ella también estaba nerviosa, los dos lo estábamos, su
expresión corporal la delataba.
No éramos nada, no nos debíamos nada, y, sin embargo,
yo sentía que le debía todo, por lo menos el trabajo al que
había renunciado por mi forma de actuar la noche anterior.
Betty me hizo ver que no había sido nada profesional con
ella y tenía razón. No quería cargar en mi conciencia que se
quedara sin un sueldo que le permitiera sobrevivir en la ciudad
después de que Betty se fuera con su recién estrenado marido a
otro estado.
Sí, la culpa de todo la tenía ella, Betty y su estúpida idea
de casarse, eso nadie me lo iba a quitar de la cabeza.
—¿Qué haces aquí? —me espetó cruzando los brazos bajo
su pecho, haciendo que este se elevara.
—Creo que te debo una disculpa.
—¿De verdad? ¿Y eso lo has pensado tú solito o te ha
ayudado Betty? —Seguía enfadada, más de lo que esperaba.
La noche anterior pareció pasárselo bien con mi hermano a
pesar de todo y creía que la encontraría más relajada. Era lo
que quería decirle, pero me mordí la lengua, eso la cabrearía
más, estaba seguro.
—Lucy, podemos solucionar lo nuestro de una forma fácil,
rápida e indolora, o discutir hasta mediodía y cabrearnos el
uno con el otro un poco más. Tú eliges.
—¿Lo nuestro? —bufó— ¿Qué es lo nuestro
exactamente?
—Nuestra relación laboral, obviamente —me reí. Aunque
no había podido dejar de mirar sus tetas puntiagudas
desprovistas de sujetador moviéndose debajo de aquel jersey
de punto fino de color blanco.
—¿Has venido a hacer tu obra de caridad del día por si la
palmas en tu próxima carrera?
Estaba a punto de sacar algo del bolsillo interior de mi
chaqueta, pero me paré en secó y la miré con el ceño fruncido.
¿Qué acababa de decir? ¿Había oído lo que creía haber
oído?
¿Cómo narices sabía ella lo de nuestras carreras? Se
suponía que solo la gente de nuestro círculo de confianza
conocía aquella actividad en los muelles. Era peligroso dar
información que podía generarnos problemas y acabar en la
puta cárcel.
—¿Cómo sabes tú eso?
—Con lo listo que eres me sorprende que no puedas
deducirlo.
—¿Ha sido Josh? —Si antes había apretado los puños
hasta perder la circulación, ahora sentí que los cartílagos iban
a traspasar la piel y convertirme en Lobezno.
—Estuve con él ayer en tu local, así que sí, me lo contó él.
Pensaba que te querías un poco más y que poner en riesgo tu
vida de ese modo no entraba en tus planes de vida.
—¿Te preocupa acaso lo que me pase, Lucy? No he
venido a que me des lecciones, solo a pedirte que hagas la
campaña del local.
—¿Por qué? Tú y yo no encajamos bien. ¿Por qué querrías
que cediera mi cara a tu local?
—Porque a pesar de ello, te necesito. He pagado una
sesión con Bernard Dafont y cuesta una pasta.
Y era cierto, una vez le abría las puertas de mi casa a
alguien, creaba un vínculo y no estaba dispuesto a buscar a
otra modelo polioperada. Ninguna encajaba con lo que quería
transmitir a los clientes, para eso ya estaban las bailarinas, que
daban una imagen más extravagante.
—¿Me necesitas? —rio profundamente—. Me humillaste
desde el minuto uno de la noche. Viniste a recogerme…
bueno, ya sabes cómo viniste, Evan. Y luego te pusiste celoso
porque Josh fue amable conmigo, ¿acaso querías que todo el
mundo te viera con tu harén? ¿Dos mujeres del brazo para
pasearte por tu imperio como un dios?
—No es necesario ir del brazo de nadie para pasearme por
mi imperio, como tú lo llamas, solo intentaba protegerte —
alcé la voz.
Aquello parecía comenzar a irse de madre y tampoco
quería eso, pero conseguía ponerme de los nervios.
—¿De qué, Evan?
Las dos puertas que teníamos a nuestra derecha se
abrieron. De una salió Betty con una bata horrible de señora
rica venida a menos, ante lo que no pude evitar poner una
mueca que ella captó e hizo que volviera a entrar en su
habitación.
Y de la segunda… Josh.
—Sí, hermanito, ¿de qué? —Josh se apoyó en el marco de
la puerta con su actitud chulesca.
—De las malas intenciones de algunos clientes, ya sabes
que me tomo muy en serio ese tipo de seguridad en el local —
contesté guardando la compostura.
¿Mi hermano y Lucy…? No entendía nada. O,
seguramente, no quería entender, porque sabía que iba a
joderme.
—Estaba conmigo, no había nada que temer. —Josh se
acercó a ella y la abrazó por detrás. Me estaba retando de
nuevo, ese maldito crío me estaba incitando a un pulso de
poder.
—Ya veo, la trajiste a casa sana y salva.
—Así es, hermano. —El maldito me guiñó un ojo y
encendió mi lado competitivo.
—Bueno, no quiero molestaros más. Lucy, he traído un
contrato en firme. Trabaja para mí, olvidemos todo esto y
empecemos de nuevo. —Saqué mi carácter más conciliador y
mi voz más tierna. Si Josh quería guerra la iba a tener. En esos
momentos, más que nunca, quería que Lucy aceptara trabajar
para mí y ser la musa de The Hell.
—No lo sé, Evan.
—Sí lo sabes, Lucy. Acepta de inmediato o la
conversación que vamos a tener tú y yo después será peor de
lo que tenía previsto —intervino Betty sacando la cabeza por
la puerta de su cuarto.
—Evan, ¿por qué no aceptas que mi chica quizá ya no
quiera ser la imagen de The Hell? —intervino de nuevo mi
hermano, a sabiendas de que teníamos contratado a Bernard,
uno de los fotógrafos más importantes de la ciudad y que no
habíamos encontrado a ninguna modelo de nuestro gusto para
la sesión prevista el martes.
—¿Tú qué? —Lucy se deshizo de su abrazo y lo miró
extrañada —. Creo que esto es demasiado para mí, así que, si
no os importa, hay demasiados Denver en mi casa y me
gustaría que os marcharais.
—No me iré hasta que no aceptes el trabajo, y esta vez de
verdad. —Que la afirmación de mi hermano la hubiera
alterado de esa forma, me daba cierta ventaja. No era su chica,
ella lo había dejado bien claro. Saqué un boli y el contrato
doblado del bolsillo interior de mi chaqueta y se lo entregué—.
Fírmalo, sabes que es un salvamento para ambos.
22
LUCY

—Tengo que pensarlo.


¿Salvamento para ambos? Bufé mentalmente. Ocho mil
pavos no iban a solucionarme la vida y para él, con lo que
ganaba una noche en su local, era limosna que dar a una
pringada como yo.
—Está bien. Avísame cuando hayas tomado una decisión,
pero tiene que ser, como mucho, el lunes a primera hora
Vi a Betty fulminarme con la mirada.
—Lo haré. Ahora, por favor, necesito estar sola —les dije
a los dos hermanos, que parecía, por su actitud, que estaban
batiéndose en duelo el uno al otro y el objetivo era yo.
Me sentí como un trofeo y aquella sensación no me gustó
en absoluto.
—Espero tu respuesta. —Evan fue el primero en
marcharse.
—Sé que yo también te lo pedí, pero no tienes que hacerlo
si no quieres —me dijo Josh.
—Necesito el trabajo.
—Estamos en Nueva York, seguro que puedes encontrar
otra cosa.
—¿Y a ti qué más te da? —Me crucé de brazos esperando
una respuesta.
—Me molesta que estés de mal humor, ¿recuerdas lo que
ha pasado entre tú y yo?
—Lo recuerdo, y también que te he pedido que te
quedaras dentro y no salieras a demostrar tus triunfos de la
noche.
—¿Por qué te preocupa tanto lo que opine Evan? A penas
lo conoces.
—Ahora ya no me preocupa en absoluto, pero no me gusta
ir aireando mi vida privada y mucho menos que insinúes que
soy tu chica. A ti tampoco te conozco. —Ya que me estaba
dando una opinión que yo no le había pedido, yo también
quería expresar lo que me parecía inapropiado.
—¿Y no piensas darme la oportunidad de conocerme?
—Yo no he dicho eso, puedo aceptar el trabajo y seguir
saliendo contigo si es lo que a ambos nos apetece.
—¿Y te apetece?
—Estaría bien repetir esto, pero aceptar esa sesión de
fotos no va a imposibilitar que haga lo que quiera en mi
tiempo libre.
Pero mi verdadera intención es que las cosas entre Josh y
yo, acabaran ahí para siempre. El alcohol y los despechos
pueden hacerte hacer cosas divertidas como aquella, pero no
estaba buscando pareja ni él parecía un candidato perfecto para
tal fin. No quería problemas.
—Entiendo. —Levantó las manos en señal de rendición
—. En ese caso, espero que vengas a la próxima carrera
conmigo.
—No creo que sea ético que haga eso si es Evan el que
compite ese día.
—A ti tampoco debería importarte lo que él haga en su
tiempo libre —dijo molesto.
—No sé si estoy entendiendo bien tu reacción, Josh,
¿tanto odias a tu hermano?
—No lo odio, lo quiero más de lo que te piensas.
—Vuestro comportamiento difiere un poco del concepto
del amor fraternal que intentas venderme.
—¿Tienes hermanos, Lucy?
—No, no tengo.
—Entonces no puedes opinar.
—Creo que es hora de que te vayas. —Su actitud estaba
empezando a cansarme.
Se mesó el pelo, nervioso.
—Está bien, supongo que nos veremos el martes.
—Descuida, estoy segura de que sí —le dije aguantando la
puerta para instarlo a marcharse, y dando por hecho que
aceptaría el trabajo. Lo necesitaba.
Cuando este salió y cerré de un portazo, Betty ya estaba
tras de mí esperando para echarme un sermón de los suyos.
—¿Qué ha pasado aquí? ¿Me he perdido algo? —me dijo
con gesto confundido.
—Creo que queda bastante claro con quién he pasado la
noche, y que estos dos están retándose a duelo de machitos a
mi costa —bufé. No era consciente hasta ese momento de lo
buena que debía estar si ellos se comportaban de eso modo por
mí. Siempre me había considerado del montón y pasaba
bastante desapercibida.
—Nunca he visto a Evan de ese modo con su hermano y
mucho menos por una chica. —Se dio unos golpecitos en la
barbilla con el dedo.
—¿Qué insinúas?
—No sé, puede que tengas razón y esos dos estén picados
entre ellos por algo… pero a Evan le gustas.
—¡No digas tonterías!
—Y a ti te gusta él. Además, me lo dijiste, te pusiste
cachonda cuando te trajo a casa porque le viste cambiar las
marchas o no sé qué rollo te traías en la cabeza.
Maldije a Betty, se acordaba de todo.
—Bueno, puede que sí, que en ese momento me pareciera
un tío bueno con dos dedos de frente, pero eso ha cambiado.
—¿Por un malentendido entre los dos en menos de
veinticuatro horas de relación laboral? A la loca de tu exjefa le
has pasado por alto cosas más graves.
—Con la loca de mi jefa tenía un contrato y con él no.
Además, son etapas diferentes de la vida y me he tirado a su
hermano. No creo que pueda trabajar para él.
Me gustaba hacerme la remolona, pero Betty me había
dejado tirada la noche anterior y no iba a darle la satisfacción
de aceptar a la primera de cambio a sus peticiones. Había
sentido que todo el mundo intentaba controlar mi vida
últimamente sin dejar de recordarme que era un completo
desastre, incapaz, de encauzar mi vida.
Lo que había pasado esa mañana en mi casa, dejaba claro
que, en cierto modo, así era, pero mi vida, mis cagadas. A
nadie le salpicaban más que a mí.
—No es que no puedas, es que debes. Ha venido hasta
aquí, y en parte yo le dije que lo hiciera, así que me debes otro
favor.
—¿Por qué intentas organizarme la vida, Betty?
—Porque tú solita ya la desordenas bastante. Firma ese
contrato y mueve tu culo a esa sesión el martes. Aprende a
separar lo profesional de lo personal y todo irá bien.
—¿Qué intentas hacernos a Evan y a mí? Desde el
principio he creído que tienes un plan para nosotros y no logro
entender por qué.
—Mi único plan es que mi marcha no os suponga un
problema a ninguno de los dos. Soy una persona encantadora.
—¿Quieres que te diga una cosa?
—Aunque diga que no me la vas a soltar igual.
—Esas mechas siguen horribles, deberías contemplar usar
una peluca el día de la boda.
—¡Maldita! Eso lo dices porque estás amargada y quieres
arrastrarme contigo a tu pozo negro —dijo al tiempo que
corría hacia el baño para comprobar el estado de su melena.
—Eso lo digo porque vas a necesitar litros y litros de
champú matizador si quieres parecer una persona normal y no
una escultura modernista del MoMa. Tienes menos de un mes
para arreglarte la cabeza.
—Te odio.
—Es mutuo, querida —le dije para fastidiarla, aunque no
era verdad, la quería tanto que iba a firmar aquel dichoso
contrato por ella y su afán de salvarme la vida.
23
JOSH

Cuando salí de casa de Lucy tenía claro que mi hermano iba a


estar esperando mi salida para asediarme.
Entre él y yo siempre había existido una sola regla: no
compartir a las mujeres.
Y por la cara que Evan tenía apoyado en su moto, lo que
había pasado con Lucy no se trataba de una maldita broma
para él.
Cuando lo veías así de cabreado, comprendías por qué no
había que hacer tratos con El Diablo, y menos de aquella
índole.
—¿Qué haces ahí, mirándome de ese modo, hermanito?
—le dije con chulería, era la única arma que me quedaba para
no acabar aplastado por su soberbia en esos momentos.
—Lo sabes perfectamente, Josh.
—¿Qué es lo que sé? ¿Acaso Lucy es tu novia? —le dije
poniéndome los guantes.
—Tampoco la tuya, ¿recuerdas?
—¿Vas a jugar así de sucio por una mujer? Ambos
sabemos que te gusta, pero va a trabajar para ti, no estaría bien
que te beneficiaras de eso.
—¿Acaso piensas las cosas antes de decirlas? Jamás haría
algo así. —Su tono se elevó y una mujer que pasaba por la
calle se nos quedó mirando.
—Entonces, ¿qué es lo que te molesta?
—No quiero que la jodas con tus jueguecitos, ¿a qué ha
venido eso de mi chica? Y, ¿cómo se te ha ocurrido contarle lo
de las carreras? ¿Te has vuelto loco?
—Le hice una promesa, era justo que se lo contara. No
dirá nada, está coladita por mí.
—¿Promesa? Perdona, hermano, pero esa palabra te queda
grande. Y no te conviene, en absoluto, que le gustes ni un
poquito, ya lo sabes.
—¿Me estás amenazando? Sabes perfectamente la mierda
de año que he tenido, igual merezco algo mejor, ¿no crees? —
No me gustaba que sacara a relucir ese tema para ponerme en
alerta, lo que hacía con mi vida solo era asunto mío.
Que él la hubiera cagado con Lucy no me eximía a mí de
pasar tiempo con ella si acaso era eso lo que me apetecía.
—No, te estoy pidiendo que no la dañes. Tú mismo lo has
dicho, será la imagen del local y es la mejor amiga de Betty.
Los Denver no hacemos esas cosas con la gente que nos
importa, y Betty me importa mucho, por eso he venido hasta
aquí, para arreglar mis cagadas, aunque no esperaba que las
tuyas fueran a ser más grandes que las mías.
—¿También querías tirarte a Betty? —reí de manera
irónica.
—En primer lugar, no quiero acostarme con Lucy, y en
segundo, jamás he tenido ese tipo de pensamientos con Betty.
—Oh, Evan, ahora vas a decirme que eres un hermano de
la caridad. Todos sabemos qué tipo de hombre eres, no
intentes ir de buen samaritano, que nos conocemos.
—¿Por qué habría de disculparme contigo por disfrutar del
sexo? No es ese tema el que estamos tratando aquí.
—Esa misma pregunta te la puedo hacer yo a ti también.
—Me cerré la chaqueta y me subí en la moto.
A esas alturas había que comprender que yo no era un
caballero de brillante armadura, ni tampoco un príncipe azul
que había salvado a Lucy de las garras del malvado Evan, o
quizá sí, porque cuando anoche la vi rota y marchita por el
comportamiento anómalo de mi hermano, por una chica que
apenas acababa de conocer, las ganas de hacerla mía se
elevaron exponencialmente.
Inicié un juego de testosterona que iba a poner a mi
hermano de los nervios; él era el tipo elegante e importante,
pero yo acababa siendo mucho más atractivo para las mujeres
si ponía empeño en volverlas loquitas.
Siempre habíamos competido en todo, y, por una vez,
quería ganar yo. Estaba cansado de ser su sombra, de ser el
hermano de Evan Denver y no Josh Denver a secas.
—No te atrevas a marcharte así. —Me dijo señalándome
con el dedo.
—No tenemos mucho más que hablar. Tú has dejado clara
tu postura y yo la mía. Disfruta tu vida a tu gusto, pero déjame
vivir la mía tal y como yo quiero. No hace falta que sigas
ejerciendo de hermano mayor, ambos estamos creciditos para
protegernos el uno al otro.
—No intento protegerte a ti.
—La trataré bien, Lucy me gusta, tiene algo especial.
Parece una mosquita muerta, pero no lo es, apuesto a que eso
te gusta.
—Eres un cerdo, Josh.
—He aprendido del mejor. —Encendí la moto y la hice
rugir ante mi hermano un par de veces —. Nos vemos el
martes en el shutter.
—¿No piensas venir a trabajar hoy?
—Tengo otros asuntos que atender, jefe. Seguro que no
me necesitas y no vas a despedirme. —Me bajé la visera del
casco y me marché a toda prisa.
24
LUCY
Martes

No había sido un sueño reparador de cuerpo entero, pero al


menos mis ojos no se iban a quedar fijos y estáticos como una
lechuza por la ceguera después de haber llorado toda la noche.
Sí, firmé ese contrato, y Betty se encargó de hacérselo llegar a
primera hora el lunes.
No tenía otra opción, necesitaba el dinero y, tras la sesión de la
mañana y unas tomas por la tarde dentro del local para montar
un video para redes, era un dinero fácil y rápido que me iba a
salvar la vida un par de meses. Después, tendría que dejar que
la suerte estuviera de mi lado y me contrataran en un burguer o
hacer de mimo en el parque.
Eran las seis de la mañana y tenía órdenes de vestirme de
una forma decente y ordenada para asistir a ese maldito
shutter.
Mi pelo estaba limpio, aunque enmarañado, y, si osaba
llegar con pintas de víctima de accidente aéreo, ese tal Bernard
Dafont me echaría de allí a patadas.
Betty y yo habíamos investigado sobre él y era un
reputado fotógrafo, de esos muy exigentes con dotes de
estilista pulcro y con un saber estar muy voluble.
Saqué la ropa que aún seguía colgada en el armario y que
no me dio tiempo a sacar la noche anterior, y la junté con la
que había quedado esparcida en el suelo sobre la cama.
Todo era horrible y jamás iba a estar a la altura de lo que
Bernard o Evan esperaban de una modelo en ciernes. Aunque
he de reconocer que autodenominarme modelo era demasiado,
la palabra me venía grande.
Suspiré hondo y me volví a centrar en la ropa.
Opté por un look básico, vaqueros pitillo, camiseta negra
lencera y unos stilettos de color granate que Betty me había
dejado amablemente.
Me peiné a conciencia para desenredarme el pelo y me
hice una coleta alta.
Hice café y me tragué un ibuprofeno.
A las siete ya estaba en la calle con un blazer de las
rebajas del verano pasado en tono nude. Aunque el calor ya se
estaba apoderado de las calles de Nueva York, por las mañanas
y la noche refrescaba un poquito.
El Uber llegó un minuto después de la hora prevista y, a
pesar de que Saint Chistopher quedaba bastante lejos de mi
apartamento, a las ocho menos cinco estaba cruzando las
puertas metálicas de aquel parque victoriano.
Era un jardín frondoso de árboles grandes, con historia a
sus espaldas, y matorrales de un verde oscuro que le daban un
aire tétrico al conjunto arquitectónico de sus bancos y farolas.
Al fondo, frente a una fuente mohosa con un Cupido al
que el paso del tiempo lo había dejado sin nariz, Bernard, al
que reconocí de inmediato, y todo el equipo de fotografía,
dirigían el cotarro.
Me sentí abrumada, jamás había formado parte de una
sesión como esa, y ni en mil años me hubiera imaginado que
fuera a hacerlo.
—¡Tú debes de ser la modelo, por fin has llegado!
―exclamó Bernad viniendo hacia mí haciendo aspavientos
con las manos.
A ver por dónde me salía aquel hombre, esperaba que no
fuera víctima de su desesperación por ser tan perfeccionista en
su trabajo.
―Me dijeron a las ocho y son menos tres minutos, me
llamo Lucy…
―Vale―me miró de arriba abajo, ese hombre no estaba
acostumbrado a que nadie más tuviera las riendas de la
conversación―, ¿ves aquel carrito en front row?
Asentí.
―Coge algo de la colección cruisse, en tonos de acento el
capri cápsula rojo y buscas un new black que le vaya al
conjunto. Todo muy barfly, muy disfraz.
Debí quedarme de piedra porque no entendí nada y
Bernad tuvo que apremiarme para que fuera a hacer lo que me
había pedido. Creía que yo era la estrella aquel día, pero por lo
visto debía vestirme solita.
Vale, me dije frente aquel perchero metálico lleno de ropa
estridente. No podía ser tan difícil descifrar aquellos términos,
no había nada que se asemejara al estilo de ¿Tom Cruisse?,
pero había un tanga de esos como una coquilla deportiva, de
color rojo, y supuse que era la cápsula a la que se refería
Bernard.
Había dicho todo muy barfly y disfraz, y dado que el
patrocinador de aquella campaña era The Hell, estaba claro
que iba a ir vestida de diabla, ¿Si no para qué una sesión en
aquella fuente de Cupido? Sin duda querían que el amor
romántico con el lado más pérfido y sexual se unieran en un
concepto teatral.
En aquel ropero callejero había un arnés de cuero negro
con tachuelas rojas: el new black que claramente le iba al
conjunto.
Lo único que no vi fueron unos cuernos que añadir al look.
La voz de Bernard sonó al otro lado.
―Molly, ¿lo tienes todo? ―vociferó con un estrés
infundado, pues el resto del equipo iba a un ritmo normal.
―Sí ―dije a la vez que alzaba el pulgar triunfal,
obviando que me había llamado Molly.
―Llévaselo a Penny, te está esperando en el camerino.
Un chico que pasaba por mi lado con un candelabro del
tamaño de una lanza del reparto de Carros de fuego, me señaló
con la cabeza dónde estaban los cambiadores o lo que fuera
que hubieran montado allí para que me cambiara.
―Gracias ―recé por lo bajo marchándome a toda leche.
La tal Penny me arrebató de las manos la ropa, si se le
podía llamar de aquel modo, y me llamó para que pasara con
ella detrás de cuatro biombos negros.
Diez minutos después ya estaba vestida con aquel
vestuario que, a decir verdad, no me parecía nada apropiado
para una sesión para The Hell. El concepto disfraz que
Bernand había mencionado, se quedaba corto para lo que
parecía yo vestida de esa guisa.
Vale que el local era algo rocambolesco y atrevido, pero
ese tanga con coquilla me hacía parecer un travesti, y el arnés
sobre mi sujetador de encaje rosa, no quedaba especialmente
bien. Me negaba a posar con los pechos al viento, no me
pagaban tanto.
No me sentía nada cómoda y a la tal Penny no pareció
sorprenderle el atuendo, supongo que solo se encargaba de
cumplir las órdenes de Bernard y estaba acostumbrada a
atrocidades como aquella, la gente moderna es así.
Después de mirarme un buen rato en el espejo y hacerme
un par de selfies para enviárselos a Betty, eché un vistazo a la
notificación que acababa de recibir.
Tenía un wassapito de un número que no conocía o, más
bien, no me había molestado en añadir a mi agenda del móvil.
No tenía el cuerpo para movidas raras con hermanos, y mi
decisión de que lo mío con Josh acabara unas horas después de
haberlo empezado, seguía en pie.
8:45 00-1-212-329-4177 Siento no estar allí hoy como te
prometí, estaría bien quedar y cenar algún día. Josh.
Un grito ensordecedor, de esos que salen del diafragma en
modo bocina histérica, resonó en el parque muy cerca de mi
orejita y dejé el móvil de inmediato.
Era Bernard levantando un café en vaso de cartón y
haciendo aspavientos con la otra mano, le gustaba mucho
utilizar los brazos para hacer gestos dramáticos.
¡Joder!
«Ha debido quemarse la tráquea con el café», pensé. Qué
manía tienen de poner la leche en modo fundición de metales
en esta ciudad.
—¿Se te ha ido la olla, Molly, o qué? ―Sus ojos estaban
encendidos como los de un muñeco de máquina
prestidigitadora. Como el de la peli Big.
―Solo se me ve un poco la teta y, aunque son pequeñas,
no están como para montar este cirio, son cosas que podréis
arreglar con Photoshop, ¿no? Y me llamo Lucy —recalqué
intentando guardar mi pezón traicionero de nuevo dentro del
sujetador.
—¿Qué sucede? —dijo una voz conocida tras de mí.
«¡Dios del cielo! Asístenos, porque el mismísimo Diablo
ha subido de los infiernos a follarnos, digo, a matarnos a
todos».
Evan, con su imponente altura, con reflejos de sol en el
pelo castaño, sus ojos penetrantes y su boca que decía:
deposite su beso aquí, estaba en ese momento frente a mí, con
una sonrisa ladeada y conciliadora. ¡Y yo, con los pezones
duros como dos timbres antiguos! Se podía colgar dos trapos
de cocina de ellos.
—¿Se puede saber qué despropósito es este, Evan? Esta
mujer no sabe nada de moda.
―Es lo que me has pedido y yo he venido a prestar mi
imagen, no a elegir mi propio vestuario —dije bastante
molesta con el trato poco cortés que ese fotógrafo famoso me
había estado dando desde un principio.
—¿Qué yo te he pedido que te vistas de Halloween?
¿Intentas dejarme de poco profesional delante del señor
Denver? —Se llevó las manos al pecho con fingido
dramatismo. Era un auténtico actor de película mala.
—¡Has dicho muy barfly y disfraz! He hecho lo que he
podido ―grité exasperada, es lo que me había dicho quisiera o
no.
Pero ¿ese señor estaba bien de la cabeza?
―Son tecnicismos de moda. ¿Eres de campo o te has
quedado lela después de un accidente doméstico? —dijo
poniendo los ojos en blanco.
―Yo creo que encaja con la temática de la campaña
―intervino Penny, que a nuestro lado hizo un escrutinio de mi
atuendo apocalíptico.
—¿Tú crees? ―Bernard se tranquilizó y volvió a
mirarme, analizando el look.
―Pues yo no lo creo. Yo elegiré la ropa, si os parece bien.
―dijo Evan, claramente para restar importancia a que Bernard
Dafont podía ser un buen fotógrafo, pero no tenía gusto para
vestir mujeres.
Qué voz, qué vibraciones mágicas había en el sonido que
emitía su boca, grave, profunda…
Perdonadme, pero es que por muy enfadada que siguiera
con él, ese hombre no era de este mundo, y me jodía que
tuviera esa capacidad sobre mí después de lo mal que se había
portado conmigo.
Cupido sin nariz detrás, apuntando con su flecha… Y yo,
cachonda como una mona frente al señor Denver, como lo
había llamado Bernard.
Definitivamente, estaba perdiendo la cabeza y
volviéndome bipolar perdida con ese hombre.
―A veces hay que arriesgarse un poco ―añadió Penny
con la baba colgando frente a Evan que, con tan solo su
presencia, te hacía palpitar las braguitas como una patata frita
dentro de una freidora con aceite caliente.
Vale, sí, me había tirado a su hermano hacía menos de
setenta y dos horas, y él y yo habíamos protagonizado la peor
relación laboral de la historia siquiera antes de empezarla, pero
Evan Denver tenía un poder extraterrenal, era atractivo de una
forma delictiva.
No podía evitar que el corazón me bombeara con fuerza
cuando lo tenía delante.
―Preferiría seguir siendo yo quien elija el vestuario —le
contestó Evan a Penny
—¿Tú estás de acuerdo? ―me preguntó Bernard y yo tan
solo asentí. ¿Qué podía decir ante eso?, era mi jefe en esos
momentos y la sesión era para su local.
―Perfecto, entonces. Vuestra sesión, vuestras normas
―dijo Bernard, que había pasado de la locura al sosiego,
aunque molesto de que no confiáramos en su criterio por la
expresión de su cara. La gente como él tiene poca habilidad en
dejar la cara en modo neutro.

***

Decir que me sentí bien, sería poco. Igual de verdad había


nacido para esto y era cuestión de plantearse el futuro en la
moda o en la vida en general, ya que estábamos.
Aquella nueva motivación podría ayudarme a superar el
bache emocional. Sin duda, había mucha más belleza que
dentro de mi cubículo de sobrio color marrón caca en la
empresa de la que me despidieron.
Evan me guiñó el ojo desde su posición y volvió a
dedicarme una sonrisita.
¿Qué estaba intentado hacerme? Yo no estaba en mis
cabales y cambiaba de opinión más que el viento, pero él… Él
no era así y no tenía necesidad de serlo. Era el dueño y señor
del inframundo y yo una petarda que iba a pagar con
calderilla.
Qué calor me entró de repente, qué ardor en toda la
extensión de mi sexo y parte del perineo, era una estufa de
piernas para abajo, y los adoquines del parque se calentaron
por mi irradiación.
Todo el staff se puso manos a la obra cuando aparecí de
nuevo con un mono de cuero rojo que se ajustaba a mi cuerpo
y que me sentaba realmente bien.
La maquilladora me hizo unos retoques y me revolvieron
el pelo con un spray efecto mojado.
Eso ya era otra cosa. Ese vestuario me hacía sentirme
poderosa y la dueña del mismísimo infierno.
—¿No crees que quedaría muy atrevido si le ponemos una
chaqueta de smoking abierta para darle un toque masculino?
―dijo Bernard a Evan.
―Mmmmm, ¿y unas botas militares? ―añadió él. Sabía
que lo decía en alusión al calzado con el que había aparecido
el viernes para ir a The Hell.
Evan estaba en todo y aquel detalle me gustó.
―Mejor no sacar la foto de cuerpo entero, es mejor que se
centren en esas partes de su anatomía, que, de forma evidente,
resaltan sobre el resto. ―dijo Bernard.
Envalentonada, hice una posturita a la vez que el
obturador de la cámara hacía su particular sonido al contraerse
y tomar una foto.
—¿Tú de dónde has salido? ―Bernard me miró fijamente,
esperando que dijera algo.
―Es la primera vez que lo hago, Berni ―bromeé y reí
tontamente mientras me tomaba esas confianzas con Bernard
llamándolo con ese diminutivo coqueto.
―No te pases, aún no somos tan amigos. Además, Evan
tiene que aprobar la sesión, así que reza para que no tengamos
que repetirla ―me dijo muy serio.
¿Repetir? No me importaría nada repetir mil sesiones,
estaba resultando de lo más divertido.
―Penny, chaqueta formal negra, ¡ya! —gritó Bernand
para que su asistente volviera al mundo real y dejara de
coquetear con Evan.
Cuanto más miraba a Evan mientras yo hacía posturitas,
no dejaba de pensar cómo sería compartir el set con él,
haciendo fotos de pareja sexi, enseñando sutilmente sus
abdominales haciendo a un lado la chaqueta, apretando su
anatomía para que se llenara de bultitos nada desagradables…
La depresión que tenía encima durante dos meses, se fue
disipando como una carita triste dibujada sobre el espejo del
baño tras una ducha caliente. Si aquella campaña tenía
repercusión, podría cambiarme la vida.
—¡Agua! ―exclamó de pronto Bernard.
—Te traeré una botella. —Penny se puso en alerta.
―Para mí no, para ella. Quiero que la mojes, Penny.
—¿Y cómo quieres que haga eso?
—¿Nunca has visto el anuncio de la Coca cola light o
qué? ¿Nunca has jugado con agua cuando eras pequeña?
―Sí…
―Pues súbete a esa escalera y échale una o dos botellitas.
¡Rápido! ¿Te ha dado un aire o qué? ―Comenzó a dar
palmadas para que me moviera y esta cogió dos botellas
pequeñas de agua mineral―. Ale, ale, venga, a mojar a ese
cuerpo serrano. Penny, súbete ya, no tenemos todo el día
―gruñó Bernand desde su posición.
―Tranquila, te prometo que no cogeré una pulmonía por
tu culpa ―le dije a la pobre que, temerosa, sostenía las
botellas en lo alto de la escalera.
Madre mía, lo que aguantaba esa pobre chica. Yo hubiese
enviado a Berni a freír espárragos a la primera de cambio.
Evan parecía cómodo y divertido con aquello, y yo seguí
exultando erotismo, dejando que el agua casi me excitara,
resbalando por aquel mono y colándose en mi escote, mientras
sentía el palpitar de mi entrepierna impropio de una
profesional del sector. Aunque, claro estaba, yo no era una
profesional ni de lejos, pero vaya si podría adaptarme al sector
de la moda y la fotografía, era el sueño de mi vida desde hacía
una media hora por lo menos.
―Vale, perfecto. ―Bernand dio unas palmadas―. Un
descanso de diez minutos.
Diez era poco, yo necesitaba una hora, mínimo, para
recuperarme.
—¿Tienes hambre? —me preguntó Evan al punto que
Penny me lanzaba una toalla y una mirada inquisidora.
―No mucha, pero sí la suficiente como para echarme algo
ligero al estómago.
―Ven conmigo, he visto una cesta de fruta en el vestuario
y hay plátanos.
No sé por qué, pero cuando dijo la palabra plátanos, en mi
cabeza sonó a cámara lenta.
Plá-ta-noooooooooossssss, boca en «o» al final.
—¿No tienes frío?
—No, soy una chica dura.
—¿Vamos?
―Claro, tú primero ―dije toda pilla yo para admirar
cómo el culo de Evan, que a la luz del día estaba más bueno
que el pan, se contraía con sus andares.
¿Por qué estaba yendo tras ese hombre que me había
invitado a un plátano y que supuestamente odiaba? Porque era
delito decir que no a una invitación como esa, y en aquel
momento éramos una especie de compañeros de trabajo, eso
era sagrado y quería cobrar el cheque.
―Siéntate ―me dijo señalando una silla tipo director que
había tras los biombos—. Estabas elegante. ―Se dio la vuelta
y no pude evitar fijarme de nuevo en su espalda y en el final
de esta. Tragué saliva y me reprendí mentalmente por cochina
—. Toma—. Me tendió un plátano que por su tamaño era más
bien una banana.
Cuando mi mano rozó la suya, sentí un gusanillo
recorrerme todas las venas hasta clavarse en mi corazón como
si fuera una manzana para roerlo de dentro a fuera.
―Gracias. ¿Me ayudas? —Plátano en mano, me levanté
para que desabrochara la cremallera trasera del mono—. Estoy
mojada y se me ajusta demasiado en ciertas partes, me dejará
marcas como si fuera un acordeón.
―Creía que eras una chica dura.
―También tengo una parte sensible. ―Me guiñó un ojo y,
la sensación abrasadora que inundó mi sexo, juraría que borró
mi clítoris para siempre.
―Se te da bien hacer de diablesa, lo supe el mismo día
que te vi en mi casa con Betty. Nuestra amiga no se
equivocaba.
—¿Tú crees? ―Cogí asiento de nuevo y me cubrí el
escote con la toalla.
―Para ser tu primera vez como modelo parecías muy
cómoda.
―No es difícil, pensaba que lo iba a pasar peor.
—¿No te lo comes? —dijo echando la vista al plátano que
aún sostenía.
—No, no me gustan mucho. —No podía comerme aquello
en su presencia con el calentón que llevaba encima, y, además,
era cierto que no me encantaban.
―Entonces, ¿te ha gustado la experiencia? ―Peló una
mandarina y se llevó con gusto un gajo a la boca.
¿Por qué no me había ofrecido una de esas o cualquier
otra fruta de la cesta?
―Sí, ha sido…interesante.
―Me gusta el enfoque que le vas a dar a la campaña, creo
que va muy bien con el concepto del local.
―Supongo que yo también debo agradecerte la
oportunidad y te debo una disculpa.
¿Estábamos dándonos una tregua? Eso parecía.
—¿Una disculpa? —Ladeó la cabeza en un gesto
encantador. Se le notaba a leguas que era un conquistador
nato.
―Sí, eso he dicho, ¿te sorprende?
―No, bueno… sí. No creo que debas hacerlo. Hay cosas
que es mejor no comentar.
—Pero quizá esas cosas que hice…
—¿Qué cosas?
—Nada, déjalo. ―Hice un gesto con la mano para
cambiar de tema. Evan tenía razón, no había motivo alguno
para sacar ese tema, y en realidad, ninguno debíamos dar
explicaciones a lo habíamos hecho a solas.
―No, ahora quiero saberlo.
―He de irme, ya han pasado los diez minutos. ―Me
levanté dispuesta a largarme―. Gracias por el plátano.
—Aún no te lo has comido ―en su forma de decirlo había
un doble sentido de alto voltaje.
―Ya, bueno, pero gracias igualmente.
―No creo que tarde mucho en irme, creo que Bernard ya
ha captado lo que quiero. Claire estará esta tarde en el local
para recibiros, siento no poder estar allí, pero tengo otros
asuntos que atender. Espero que nos veamos pronto.
«No creo que nos veamos», pensé. No podía, no después
de haberme acostado con su hermano y haberme insinuado que
no me había comido su «plátano». No iba a formar parte del
juego de los Denver, aunque resultara más que evidente que
sabían encenderme como una tea.
Todavía estábamos a tiempo de salir indemnes. ¿O no?
—No creo que nos veamos mucho. Es un trabajo
temporal.
—Bueno, irás a la boda de Betty, ¿no?
—Sí.
—En ese caso, sí nos veremos pronto. ―Alzó lo que le
quedaba de mandarina y sonrió de medio lado antes de echarse
otro gajito a la boca.
Evan siempre tenía la última palabra y acertaba en sus
predicciones, pero solo porque su presencia me dejaba lela y
sin raciocinio alguno.
25
LA BODA
LUCY

Tres semanas después

El Majestic, nombre que le iba bastante bien al concepto de


salón de eventos, que antiguamente había sido un museo en el
centro de Nueva York, se había engalanado para el gran día de
Betty a finales de mayo.
De los techos altos colgaban tres lámparas de araña
brillantes, las mesas estaban vestidas de blanco con vajilla
lujosa y un centro floral de calas muy elegante, y en la parte
central de la amplia sala, la pista de baile.
—Es un lugar increíble, Betty —le dije a mi amiga, que ya
vestida de novia frente a mí y lista para salir al jardín del brazo
de su padre, había querido enseñarme su pastel de boda en
exclusiva.
Aquel día sería espectacular, estaba segura.
—Estoy muy nerviosa.
—Lo entiendo, pero todo va a salir muy bien. Estás
preciosa. Por cierto… —Miré a mi alrededor—. ¿Cuál es mi
mesa?
—Esa, la que está próxima a la pista en la parte derecha.
—Me señaló un punto en la sala y fui hasta allí para
comprobar que mi nombre estaba en los cartelitos que
reposaban sobre los platos nacarados.
—Ah, sí, ya veo —alcé la voz desde aquel extremo y se
me secó la boca al punto que comprobé que, junto a mi lugar,
rezaba otro cartelito con el nombre de Evan Denver.
—¿Todo bien? —Betty debió de notar que la cara se me
había descompuesto.
—Sí, todo bien.
No pensaba decirle nada, no en aquel momento. ¿Lo había
hecho a posta? Bueno, era lo lógico teniendo en cuenta que
seguramente éramos los únicos invitados por parte de ella que
no conocíamos a nadie más.
—Te prometí que no te pondría con los primos de Ben, los
de Ohio. —Sonrió maliciosa—. ¿Cómo llevo el pelo? —
Empezó a ponerse nerviosa, el gran momento estaba a punto
de comenzar.
—Fantástico —mentí. Aquellas mechas horrorosas
seguían de un color pajizo y demasiado marcadas, parecía una
calabaza con aquel moño alto—. Vamos a casarte, amiga.
Respira hondo y sal a escena cuando estés lista. Te veré
caminar hasta el altar —le dije antes de darle un abrazo para
infundirle calma y salir al jardín con los demás invitados.

El jardín, decorado también con flores blancas en arcos


clásicos, a esa hora del atardecer, parecía casi un cuento de
hadas.
La fuente iluminada, la música de instrumentos de cuerda
en directo, la gente elegante… cuando sus ojos se clavaron en
los míos, haciéndome sentir que estaba descubriendo uno a
uno todos mis secretos.
Evan Denver, apoyado en una silla con una copa de
champán en la mano, me sonreía de medio lado, esa su gesto
más característico y le sentaba de maravilla a su preciosa cara.
—Hola —me dijo.
—Vaya, el destino nos vuelve a juntar —dije de manera
estúpida e incoherente, debía dejar de ver tantas series de
época.
—No creo que haya sido eso, es la boda de Betty, así
que…
—Sí, ya, tú me entiendes. —Puse los ojos en blanco y le
arrebaté una copa para mí a un camarero que pasaba por mi
lado sirviendo bebidas. La necesitaba, o quizá no, el alcohol
hacía que cometiera muchas estupideces.
—La verdad es que no, Lucy, eres de las pocas personas
que me cuesta pillar a veces.
De pronto, la marcha nupcial comenzó a sonar, y el
murmullo de los invitados al ver entrar al novio para
posicionarse en el altar para esperar a Betty, cesó.
Ben está visiblemente nervioso y, para ser él, bastante
guapo con su chaqué azul oscuro.
—Deberíamos sentarnos —me dijo Evan, que tomó
asiento en la silla de al lado para dejarme hueco.
—Sí, disculpa, es que estoy nerviosa por Betty.
—Te entiendo, seguro que está preciosa. —Con un gesto
me invitó a que me sentara y lo hice.
Betty comenzó a caminar de manera elegante cogida del
brazo de su padre y no pude evitar sentir cierta envidia y pena
a la vez. Mi amiga, mi compañera, ya no volvería a casa
conmigo esa noche. El resto de personas contemplaba la
belleza de su vestido y comentaba lo elegante que estaba el
novio, emocionados con la unión que íbamos a presenciar.
¡Era súper emocionante!
Cuando Betty pasó por nuestro lado, me fue imposible no
mirar a Evan y descubrí que él sintió lo mismo. Nuestras
miradas se cruzaron casi al mismo tiempo, yo ahogué un
suspiro, y él me sonrió, haciendo que mi mundo temblara de
una forma peligrosa.
¿Qué me pasaba con ese hombre? Mi imaginación me
había jugado una mala pasada y nos había vislumbrado en mi
mente en la misma situación en la que estaban Betty y Ben.
Después de la sesión de fotos, que aún no había tenido el
placer de ver, decidí cortar toda relación con los Denver.
Josh me había escrito un par de veces más, pero al no
hallar respuesta, dejó de insistir y yo pude tomarme un
descanso mental.
Tuve durante muchos días la sensación de que había
tocado fondo y que, tras haberme acostado con él, había
perdido algo y no se trataba de la dignidad.
Sé que hice bien al alejarme de ambos, podría haber
acabado loca perdida con aquellos dos. Pero de nuevo estaba
allí, con Evan, desprovista de una barrera contra machos
irresistibles.
El aroma de Evan a mi lado me intoxicaba, su cercanía
provocaba en mí un efecto extraño y difícil de explicar, estaba
excitada, removida por dentro, enloquecida y furiosa conmigo
misma porque la idea de acabar la noche con él entre mis
piernas, embistiéndome lleno de rabia y satisfecho de haberle
ganado la partida a su hermano, me ponían muy cachonda.
Pero no me quedaba otra que aceptar que la había cagado,
que estaba en la boda de Betty y debía comportarme, que
estaba delirando y que cualquier relación con los Denver
estaba prohibida para mi pobre y decepcionado corazón, con el
amor y conmigo misma.
Me había perdido tanto en mis pensamientos, que, al
volver a la realidad, escuché el «sí, quiero» de Betty que la
convirtió en la señora Clarson y, seguramente, poco después,
en madre. Aún no me hacía a la idea de que Betty estaría
conduciendo un Volvo por California y que yo volvería a
atiborrarme de palomitas grasientas y mi mundo dentro del
modelaje se iría al traste, mundo que empezó y acabó el
mismo día que trabajé con Bernard para El Diablo. Pues estaba
claro que dedicarme profesionalmente a eso, solo había sido
una ilusión óptica del momento.
26
EVAN

Estaba bebiendo mi tercera copa de champán en una esquina


del salón de bodas, observando cómo los novios bailaban su
primera canción juntos.
Todas las bodas son prácticamente iguales, pero era bonito
pensar que esa noche, Betty estaría entre los brazos de alguien
con el que iba a construir una vida nueva basada en el amor
que ambos se profesaban.
Debía ser el idiota más grande del mundo sintiéndome de
aquel modo, pensando que había perdido grandes
oportunidades de mi vida para ser feliz, que había llegado
tarde.
Recorrí el salón con la mirada para encontrarla y la vi
hablando con los padres de Betty.
Lucy, sin duda, era de las pocas mujeres que nada más
conocerla, sabía que podía volverme loco, y, sin embargo, la
perdí al segundo día. Además, me la había arrebatado mi
propio hermano.
La relación entre él y yo desde entonces era cordial, pero
tensa, y jamás volvimos a sacar el tema. Yo, por temor de que
su historia con ella me afectara de algún modo, y él, para
protegerse de mis arrebatos de superioridad y mis reproches
cuando me sentía atacado.
Siempre habíamos funcionado así, los Denver éramos de
ese modo, y preferíamos descargar toda la adrenalina en las
carreras, el único lugar en el que de verdad estábamos unidos
y nos preocupábamos el uno por el otro.
—Señores Sanders, enhorabuena por la boda de su hija —
dije acercándome a ellos con la intención de robarles la
atención de Lucy.
—Gracias. Tú debes ser Evan Denver, mi hija nos ha
hablado mucho de usted —me dijo su madre.
—Espero que cosas buenas.
—Ha sido un buen jefe, por lo que hemos oído, y también
ha ayudado a esta jovencita para que no se quede desprotegida
ahora que nuestra Betty se va a California.
—No creo que Lucy se fuera a quedar desprotegida, es
bastante avispada y resuelta —dije en pos de ella.
Quería ganarme su aprobación de algún modo, pero
aquello que había dicho lo pensaba de veras. Lucy era lista,
seguro que encontraba el modo de sobrevivir.
—Así es, Anna, pero igualmente le estoy agradecida a
vuestra hija por todo lo que ha supuesto para mí todos estos
años —Lucy decidió intervenir.
—Si no les importa, me gustaría robarles a Lucy para
bailar con ella antes de la cena.
—Toda tuya, muchacho, la gente joven debe divertirse
hoy a lo grande, me ha costado miles de dólares esta boda y
hay que aprovechar bien la fiesta —dijo el padre de la novia,
orgulloso.
Nos despedimos de ellos y, literalmente, arrastré del brazo
a Lucy hasta un sitio más tranquilo.
—No te lo había dicho, pero tú también estás preciosa. Te
sienta bien el azul.
—Gracias, es lo menos que podrías decirme después de
cogerme del brazo como un trofeo, pero el mérito del vestido
no es mío, es de Betty. Iba a ser la dama de honor, pero en el
último momento su madre la obligó a que fuera su prima y…
bueno, ella trajo su propio vestido.
—¿Te he hecho daño?
—No, pero le has puesto ganas, me has arrastrado contigo
prácticamente.
—Lo siento, a veces no mido las cosas cuando quiero
algo.
—Vamos a cenar juntos, uno al lado de otro, así que no
entiendo las prisas.
¿Cómo decirle en esos momentos que me moría de ganas
de estirar el tiempo lo máximo posible con ella esa noche
después de tres semanas pensando en ella?
Realmente me estaba volviendo loco verla con aquel
vestido que marcaba su cuerpo de forma sugerente en las
caderas y pechos, que, sin sujetador, se movía a su antojo
acariciando sus pezones contra el raso.
—¿Qué tal te va con mi hermano? ¿Puedo decir ya que
somos oficialmente cuñados? —La curiosidad pudo conmigo,
fui atrevido al hacerle esa pregunta.
Lucy ladeó la cabeza, me arrebató la copa que llevaba a
medio beber y se la terminó de un trago antes de contestar.
—No he vuelto a verlo.
—¿Por él o por ti?
—¿A qué te refieres con eso?
—A si ha sido él quien ha pasado de ti o has sido tú.
—¿Pasar de mí? —se rio de manera sarcástica—. ¿Qué
edad tienes, Evan?
—La suficiente como para hacer preguntas directas.
—¿Te importa mucho lo que pase en mi vida personal?
¿Le has hecho el mismo interrogatorio a Josh?
—No.
—Entonces será mejor que le preguntes a él.
—Pero te lo estoy preguntando a ti. Quizá sea una buena
forma de romper el hielo, de hablar de algo interesante.
—Mi vida es de todo menos interesante, y créeme que
prefiero no saber con cuántas mujeres te has acostado durante
todo ese tiempo, así que no entiendo tu interés por mis
relaciones.
—¿Me creerías si te dijera que con ninguna?
—Obviamente, no, pero no hacía falta que contestaras. Y
si lo que buscas es saber si estoy a tu nivel de perversión, la
respuesta también es no.
—¿Crees que soy perverso?
—Creo que te gusta jugar y odias perder. Pero yo no soy
ninguna carrera que tengáis que ganar los Denver. No creo que
sea buena idea tener una relación cercana con ninguno de los
dos, así que supongo que eso responde a tu pregunta de quién
de los dos, Josh o yo, decidió no seguir con lo que empezamos
ese día.
—Me ha quedado bastante claro.
—Bien. Ahora, si me disculpas, voy a ver a Betty por si
necesita algo. Es su día, no estamos en los dominios de tu
local.
El culo de Lucy moviéndose libre en un vestido de raso
azul eléctrico, triunfal y empoderada, me la ponía muy dura.
Mi estómago vibró con el danzar de las mariposas, sabía y
conocía esa sensación, aunque solo me había pasado una vez
en la vida, hacía muchos años, cuando era adolescente, y no
creía que volvería a pasarme. Más bien, evitaba que me pasara.
27
LUCY
Cuando terminamos de cenar, en la mesa se hablaba sobre
acciones de empresa, un tema que no me interesaba en
absoluto y en el que Evan parecía estar muy instruido. Era
lógico, él mismo era el dueño de un holding del ocio nocturno
de Nueva York.
Betty había tenido la amabilidad de sentarnos con algunos
socios y compañeros de Ben, y aunque para él fueran una gran
compañía, yo no pintaba nada allí, mi amiga me la había
jugado.
—Disculpad —dije tras levantarme dispuesta a ir al baño
a retocarme, porque algo tenía que hacer para entretenerme y
zafarme así de aquella conversación tan aburrida.
Cuando comencé a caminar, pude sentir la mirada de Evan
clavándose en mi espalda. Lo cierto era que el vestido que
Betty había escogido para mí antes de que su prima me
arrebatara el puesto de dama de honor, era sencillo pero
precioso.
Tenía un escote de espalda magnífico que terminaba en V
justo donde acababan mis lumbares, y el color iba perfecto con
mis ojos. Me sentía guapa.
En el baño saludé a unas cuantas chicas que reconocí al
instante, pues Betty me las había presentado antes, y me moví
incómoda hasta llegar a los espejos, ya que el espacio allí no
era muy amplio.
Abrí mi bolso de mano, saqué el labial para repasarme los
labios y luego me pellizqué las mejillas para darme un poco de
vigor a la cara.
El champán y el vino ya estaban comenzando a hacer
estragos en mi rostro.
Cuando salí de allí algo más recompuesta, no me dio
tiempo a sentarme de nuevo en la silla. Evan me arrebató el
bolso, lo dejó en la mesa y me llevó de la mano hasta la pista
de baile.
—¿No vas a cansarte de secuestrarme esta noche? —le
dije al punto que me agarraba de la cintura para pegarme a él,
e hizo que me moviera al compás de aquella melodía lenta.
—Sé que te has debido de aburrir mucho durante la cena.
—¿En qué lo has notado? —Me separé un poco para
mirarlo mientras formulé la pregunta irónica, y no debí
hacerlo, su cercanía empezó a ponerme nerviosa.
—No has hablado en toda la noche y te has terminado
prácticamente todos los platos.
—¿Te molesta que coma?
—Me encanta que comas, ¿por qué dices eso? —me dijo
apretándose más contra mí, tanto que casi podía decirse que
nos habíamos fundido en una sola pieza por el calor que
comenzábamos a irradiar.
—Eres tan rarito, tan de imponer normas, que igual te
molesta ver a una mujer comer como un camionero.
Se rio con tantas ganas, que la carcajada sonó por toda la
sala, llamando la atención de las otras personas que bailaban a
nuestro alrededor.
—Lo primero, es que eso lo has dicho tú, yo no he
insinuado que comas como un camionero, que, por otro lado,
no me importaría en absoluto. Y segundo, Lucy Moore, no me
conoces tanto para afirmar que soy rarito y que impongo
normas.
Aquello era cierto, pero tenía buenas fuentes que me
habían proporcionado aquella información. ¿Acaso alguien le
conocía mejor que Betty?
—Me lo dijo Betty.
—Dudo que usara esas palabras, quizá dijo que soy
exigente.
—¿Y acaso no es lo mismo?
—Yo creo que no. —Esa vez fue él quien se separó para
mirarme y el ambiente a nuestro alrededor empezó a sentirse
diferente, como si una corriente nos recorriera a ambos y nos
obligara a seguir algunos impulsos impropios para una boda de
alguien que nos importaba mucho.
28
EVAN

—¿Quién narices eres tú? —La pregunta salió sola, sin


pensar mucho en si le iba a molestar, aunque mi tono no fuera
recriminatorio, más bien sorpresivo.
—Lucy Moore, la candidata perfecta, ¿recuerdas? —Ella
pareció captar lo que había querido decir con aquello.
Por supuesto que lo era, nunca había dudado de ello.
—Lo eres, The Hell te está muy agradecido.
—¿Solo The Hell?
—De momento, sí.
—¿Acaso crees que esa respuesta hace que me sienta
halagada? Yo no soy Lea. —Se separó del todo y se agarró el
pecho con dramatismo.
—Me da la sensación de que estás un poco celosa. —No
era una sensación, lo estaba, sabía que esa noche le había
molestado su presencia y actuó con despecho.
—¿Celosa? —me dijo apoyando su mano en mi pecho
para mantener la distancia que en ese momento nos separaba
—. Querido Diablo, yo podría poner tu mundo patas arriba.
Sin darme ocasión de responder a su premisa, me besó y
yo no vacilé ni un segundo en apoderarme de su boca con
habilidad, como si ella se hubiera soltado de un trapecio y yo
la hubiera agarrado en el aire.
Un beso con ritmo endiablado, con las bocas abiertas y
nuestras lenguas peleando por llevar el control.
Le sujeté la barbilla con firmeza y tiré de ella para
profundizar un poco más.
Había besado a muchas mujeres, pero jamás había
experimentado el miedo de parar y no volver a probar una
boca como la suya.
Lucy metió su lengua de manera más profunda con un
sonido cargado de hambre que hizo vibrar toda mi boca, y lo
hizo de nuevo, con más fuerza, dejando caer la cabeza hacia
atrás, y yo la seguí sin dejar de besarla, como si no pudiera
permitir que se me escapara.
¿Qué estaba pasando? Yo, El Diablo, estaba perdiendo el
control en aquella pista de baile a la vista de todos y tenía que
recuperarlo.
Me aparté e inspiré hondo, con la boca aún húmeda, y
separando los labios, intentando así estabilizar mi respiración.
Mi ritmo cardíaco se había desbocado y tenía que conseguir
normalizar mis pulsaciones.
—Larguémonos de aquí.
—Lo haremos, pero no juntos, hoy no —me dijo,
atusándose el pelo para volver a la mesa. Contoneándose
triunfal por aquello que acababa de provocar en la pista entre
ella y yo.
En algún momento la música había dejado de sonar en la
sala, pero no en mi mente. Los camareros estaban sacando el
pastel de boda de Betty y Ben.
29
JOSH
Battery Park, 22:00 pm

A veces, basta una pequeña ráfaga de adrenalina súbita, pero


intensa, para que llegue a nuestras piernas y brazos toda una
avalancha de glóbulos rojos. Así, nuestras pupilas se dilatarán
casi al instante, para que entre más luz. Y cuando eso sucede,
yo me siento más fuerte que nunca.
Battery Park, en el bajo Manhattan, se preparaba esa
noche para recibir el rugir de las motos, el humo denso de los
tubos de escape y la emoción de los que competíamos ese día
mezclado con el miedo.
La puerta de la Libertad, comúnmente conocida como
City Pier A, es el último muelle histórico superviviente de la
ciudad. Recorrerlo no es fácil, sortear los obstáculos o escapar
de la policía si nos pillan, complicado, aun así, allí estaba.
Mi Honda CBR de mil centímetros cúbicos estaba
diseñada para el circuito y, sin duda, aquel le pertenecía.
Mis dos motos eran el verdadero amor de mi vida, mis
compañeras de batallas, y la que usaba en las carreras, estaba
reluciente, con el depósito a tope y deseosa de que mi mano
aferrada al acelerador la hiciera volar por aquellas calles
empedradas, haciendo que sus ruedas se aferraran al
pavimento cada vez que descendía tras un breve salto o
vibración del terrero, como si intentara de verdad alzar el
vuelo con cada golpe de puño.
Ambos estábamos listos para disparar adrenalina en cada
curva, persiguiendo la perfección, ella y yo, fundidos, los dos
involucrados en esa búsqueda.
Alguien puso música y sirvió bebida en vasos de plástico.
Normalmente bebida energética, ese día, regada con algo de
alcohol. No pregunté, me la bebí de un trago mientas
escuchaba Barracuda de Satori Zoom.
—Josh, veo que te han levantado el castigo. No veo al
flipado de tu hermano. —Will Rex, uno de los organizadores
de las apuestas de la carrera, vino a saludarme.
—Tenía un compromiso.
—La última vez también, conmigo —ironizó riendo—.
Tenía que ganar y no lo hizo, ese cabrón me hizo perder tres
de los grandes, sabes que siempre apuesto por vosotros.
Mi hermano perdió esa carrera y algunas cosas más. A
veces no le venía mal que la vida le diera dosis de realidad. Tal
y como le había calificado Will, era un flipado.
—Pues deberías confiar en mí, yo no te fallaré hoy.
—Más te vale, pero Rod te ha emparejado con Ghost
Rider y siempre va a por todas, ten cuidado con él.
—Lo tendré en cuenta y, quizá debas advertirle a él
también, yo también iré a por todas.
—Ya sabes que ese malnacido no conoce límites y
siempre se libra por los pelos de una sanción, así que ten
cuidado con él. Te deseo mucha suerte, chaval. —Will me
tendió la mano.
—Gracias, Will. Nos vemos luego.
Levanté el vaso para que Peter lo rellenara y volví a
bebérmelo de golpe.
Ghost Rider era un competidor sucio en sus prácticas, todo
valía para ganar, y no pude evitar ponerme nervioso.
Era cierto que yo había estado amonestado por saltarme
algunas normas, pero jamás había atentado contra la integridad
física de nadie, en el caso de mi contrincante no podía decirse
lo mismo. Si se te acercaba mucho, bien le valía empujarte con
el pie para que cayeras y proclamarse vencedor, no era un
piloto honesto, y sus secuaces, repartidos por el circuito,
también podían hacer de las suyas.
Era habitual encontrarse «obstáculos» que te pusieran más
difícil mantener la estabilidad encima de la moto.
Nadie comprendía por qué se le seguía permitiendo
competir y asistir a las carreras. Eran cosas que se sabían, pero
que nadie podía demostrar, y había muchos intereses
económicos por parte de la gente que apostaba por él.
Las carreras ilegales son así, un todo vale, pero con
límites, y Ghost Rider, no los conocía.
Ese tipo jugaba a la guerra sin hacer prisioneros, era un
adversario sin piedad.
30
EVAN

Lucy me producía un sinfín de sentimientos encontrados. Era


una mujer llena de contradicciones, demasiado compleja, casi
como yo mismo. Quizá por eso nos llevábamos como el perro
y el gato desde que nos habíamos conocido. Aun así, la
electricidad recorría nuestros cuerpos cuando estábamos cara a
cara sin que lo pudiéramos evitar.
La primera impresión que me dio fue la de ser una mujer
tranquila y tímida, pero la realidad es que era salvaje y
decidida.
Su aspecto era la personificación de la juventud y la
inocencia, fue lo que más me llamó la atención de ella y lo que
estaba buscando cuando necesitaba una imagen para el local.
Como ella había dicho, era la candidata perfecta, pero ya no
estaba seguro para qué.
Lucy era demasiado joven para ser tan perversa, quizá
hasta me ganara en ese aspecto, lo mío me vino dado con el
tiempo. Ella a sus veinticuatro, ya me había superado a mí a su
misma edad.
Lo único cierto era que el destino, la suerte, o lo que fuera
que dictaminara nuestras vidas, había hecho que ella y yo nos
conociéramos, y ese beso que me había dado en la pista,
definitivamente había conseguido volverme loco como ella
pretendía.
El Diablo, frío, calculador y distante con las mujeres,
había caído rendido a sus pies.
Lucy y yo nos habíamos quedado solos en la mesa y la
música dejó de sonar cuando solo quedaban los novios y
algunos pocos invitados en la pista.
Ese silencio repentino hizo que mis pensamientos se
acallaran, y el sonido de las puertas de madera abriéndose para
invitarnos a desalojar para que el personal limpiara el salón de
bodas, retumbaron en mis oídos e hicieron que todo pareciera
más dramático.
—Chicos, espero que lo hayáis pasado bien. —Betty vino
a despedirse, estaba guapa, pero en su rostro se notaba el
cansancio.
—Ha sido una boda maravillosa. —Lucy cogió su bolso
de mano y se levantó para abrazarla.
—Acompañarte en tu gran día ha sido un placer. —
Cuando ella soltó a su amiga, yo hice lo mismo.
—Despídete de Ben de mi parte. —Lucy retiró una silla y
se echó el foulard por encima de los hombros para marcharse.
—¿No os vais juntos? —Betty hizo una de sus preguntas
maliciosas.
—¿Por qué dices eso? —Lucy frunció el ceño y esperó su
respuesta.
—Os he visto, bueno, todo el mundo lo ha hecho. Ni
siquiera Ben me ha dado un beso tan apasionado esta noche.
—Ha sido por la emoción del momento, ya sabes que
Lady in red es una de mis canciones favoritas —contestó
Lucy, y no pude evitar sonreír, siempre tenía salidas como
esas.
—¿Desde cuándo? —Betty se cruzó de brazos con una
sonrisa como la mía en los labios.
Lucy Moore era una mentirosa de cuidado.
—¡Desde que me bajó la regla! Por lo de mujer de rojo —
exclamó Lucy, de nuevo una de sus respuestas rápidas y
elocuentes—. ¿Es necesario todo este interrogatorio?
Betty me miró y yo levanté los brazos haciéndome el
inocente.
—A mí no me mires, ha sido tu amiga la que me ha
besado a mí y me ha parecido descortés rechazarla.
—Ya, claro. —Betty puso los ojos en blanco cuando mi
móvil comenzó a sonar.
—Disculpad, tengo que atender la llamada.
—Salvado por la campana, Evan —me dijo Betty al punto
que me retiré un poco para hablar con intimidad.
31
LUCY

Contaba con que la gente nos hubiera visto, incluso la propia


Betty, pero no con el interrogatorio de tercer grado al que me
estaba sometiendo delante de Evan. ¿Qué pretendía?
—Bien, ya estamos solas. ¿Me puedes explicar que ha
sido eso?
—Ya lo has dicho tú, un beso.
—Muy graciosa, Lucy, y muy bueno lo de la regla, pero
había mucha pasión puesta en ese intercambio de salivas. ¡Te
acostaste con su hermano! Por el amor de Dios. ¿No se puede
calificar como incesto?
—¿Te has intoxicado con el glaseado o qué? No son mis
hermanos, no es nada de eso que dices, y Josh no es mi novio.
—Evan tampoco.
—¿Y desde cuándo se necesita estar comprometido con
alguien para besarlo? ¿Qué te pasa, te has convertido en una
señora conservadora de repente?
—No, lo que digo es que tengas cuidado, y que no juegues
con Evan.
—¿Insinúas que el que corre peligro es él?
—Visto lo visto…
Chasqueé la lengua contra el paladar. Que Betty estuviera
diciendo eso me parecía totalmente desproporcionado. Y su
querido amigo y exjefe Evan, a primera vista y por cómo
actuaba conmigo, no parecía afectado por el hecho de que me
hubiera beneficiado a su hermano. Además, me había
provocado.
—Perdona, pero… —Tenía el dedo levantado para decirle
cuatro cosas a mi recién casada amiga, cuando Evan volvió a
la mesa con la cara desencajada a por su chaqueta, la cual aún
colgaba del respaldo de la silla.
—Evan, ¿va todo bien? —le preguntó Betty al punto que
Ben venía hacia nosotros.
—¿Qué sucede? —dijo cogiéndose del brazo de su esposa.
—Es Josh, ha tenido un accidente. Me han llamado del
hospital.
—¿Un accidente? ¿Dónde? ¿Cómo? —La voz me salió
chillona.
—Ya lo sabes, Lucy. —Evan me miró y de inmediato
comprendí que había sido en una carrera ilegal.
—Tengo que irme. Ben, Betty, gracias por todo. Os deseo
toda la felicidad del mundo. —Evan le tendió la mano a Ben y
luego besó en la mejilla a Betty para después salir a toda prisa
de la sala.
—Deberías ir con él —me dijo Betty.
—¿Estás loca? Eso sí que sería raro.
—Lo raro es que te beses con un tío como lo has hecho y
lo dejes ir solo a comprobar si su hermano se ha partido la
crisma en dos o mil piezas. Lucy, ve con él —me casi ordenó
Betty.
¿Es que mi amiga no iba a dejar de darme órdenes hasta el
último momento?

***

—Evan, espera. —Tras discutir de manera breve un par de


segundos más con Betty, salí a buscarlo y lo encontré dándole
propina al aparcacoches.
—¿Qué quieres, Lucy? Tengo mucha prisa.
—Lo sé, quiero ir contigo.
—¿Por qué? ¿En realidad te preocupa lo que le haya
pasado? Creía que no querías saber nada más de él ni de mí.
—Claro, ¿por quién me tomas? Además, también me
preocupas tú, soy una persona decente a pesar de todo, y estas
cosas es mejor afrontarlas en compañía.
—Me has dicho antes que hoy no saldríamos juntos de
aquí. No hace falta que lo hagas por el compromiso de la
situación.
—No es por eso, y en el fondo lo sabes. —Ladeé la cabeza
en rendición. Realmente lo justo después de todo era brindarle
mi amistad en esos momentos. Odiaba que Betty siempre
tuviera razón.
Dudó unos segundos antes de tirar de mí hasta la puerta
del copiloto y abrir la puerta, con esa impronta que tenía para
conmigo.
—Sube, no podemos perder más tiempo y veo que no
piensas parar hasta que te lleve conmigo.
—De nuevo, esto parece un secuestro.
—Deja de decir eso, no soy nada de eso que siempre
insinúas —soltó con un gruñido antes de cerrar la puerta de
golpe.
32
EVAN
Estaba sentado en la sala de espera, el corazón me latía
acelerado, me sudaban las palmas de las manos e intenté
desviar la atención con las revistas o la televisión a bajo
volumen que colgaba de la esquina, sintiéndome realmente
incómodo.
Y ese aroma antiséptico e higiénico que estaba incrustado
ya en las paredes y suelos…
—¿Estás bien? —me preguntó Lucy tras guardar el móvil
en su bolso.
Hicimos todo el camino al hospital en silencio y hasta ese
momento ninguno de los dos había abierto la boca. Estábamos
juntos, pero incluso cuando fuimos a la sala de espera lo
hicimos en procesión.
—No, necesito que me digan algo ya. Ha competido con
el malnacido de Ghost Ridder, puede haberle pasado cualquier
cosa.
—Lo siento, siento lo que voy a decir, pero… No entiendo
por qué lo hacéis.
—No es momento de explicarlo, en eso tienes razón. Pero
todo el mundo hace cosas incompresibles para el resto.
Lo dije sin ser consciente de que esa frase se tornaría una
realidad para ella en un futuro.
Un médico hizo acto de presencia y evitó que siguiera
recriminándole que, efectivamente, no era momento para dar
explicaciones de ese tipo, o hacerla entender qué nos movía a
mi hermano y a mí a jugarnos el pescuezo en las carreras.
—¿Familiares de Josh Benjamin Denver?
—Sí, soy su hermano. ¿Cómo está? —Me levanté como
un resorte y Lucy mantuvo la calma permaneciendo sentada.
—Tiene un par de costillas rotas y algunas contusiones, se
pondrá bien. Ha tenido mucha suerte.
—Gracias, doctor.
—No me las dé, es mi trabajo y, como le digo, la caída
podría haber sido fatal, la suerte ha jugado un factor
fundamental para que solo quedara en esto.
—¿Puedo verlo? —Me mesé el pelo, nervioso y aliviado
de que estuviera bien a partes iguales.
—Claro, en media hora lo subirán a planta y podrán
visitarlo. Se quedará un par de días en observación hasta que
podamos regular el dolor y baje un poco la inflamación,
después podrá acabar de recuperarse en casa.
—Bien, ¿puedo hacer alguna cosa por él?
—Su hermano no ha podido hacerlo aún, así que si quiere
puede ir rellenando los datos para el seguro, si los conoce.
—Sí, no hay problema, conozco sus datos, trabaja para mí.
—En ese caso, pase por admisión.
—Gracias, eso haré.
33
LUCY
Era un alivio saber que Josh se pondría bien.
Aunque podía imaginar que entre ellos la relación era
tensa, y no solo imaginar, pues Josh en uno de sus mensajes de
texto me había informado de que Evan no se había tomado
muy bien nuestro encuentro esa noche, eran hermanos y se
querían por encima de cualquier desavenencia que pudieran
tener.
Me sentí estúpida en ese hospital, como si yo hubiera
podido de alguna forma haber provocado ese accidente y el
hecho de que Evan no hubiera estado en esa carrera con él,
pero no era verdad, la boda de Betty había impedido que los
hermanos permanecieran juntos ese día. Aunque, de haberlo
hecho, no podría haber evitado el fatal desenlace, pero Evan
desprendía un halo protector debajo de toda esa fachada de
tipo duro con él y conmigo.
—Te espero aquí, ve si quieres a rellenar esos papeles.
—Puedes venir conmigo y subir a verlo.
—No creo que esté bien que nos vea aparecer juntos
después de todo.
—En ese caso puedes marcharte a casa, entiendo que estar
aquí te resulte incómodo, a nadie le gustan los hospitales.
—Lo haré en cuanto te den luz verde para visitarlo,
mientras iré pidiendo un Uber.
—Siento no poder llevarte yo mismo.
—No te disculpes, lo entiendo, y no esperaba que lo
hicieras.
—Bien —asintió confuso—. Iré a ver qué necesitan.
—Sí, tranquilo.
Me quedé sola con mis pensamientos y envié a Betty un
mensaje para avisarla de que todo estaba bien, que pronto me
marcharía a casa y desearle de nuevo una fantástica luna de
miel.
De pronto, una chica entró de manera apresurada en la
sala buscando a Evan.
—Disculpen, ¿saben si ha estado aquí un hombre que se
llama Evan Denver? Lo estoy llamando, pero ha debido
quedarse sin batería.
—Hola, soy Lucy, yo he venido con él por lo de Josh.
—Oh, gracias a Dios. —Se llevó las manos a la cara—.
Dime que no le ha pasado nada grave a Josh.
—No, tranquila, solo un par de costillas rotas y algunas
magulladuras.
—¿Dónde está Evan? Me llamó de inmediato, pero ha
debido de quedarse sin batería o sin cobertura. Acabo de
volver de la ciudad y he venido directamente del areopuerto.
—Está rellenando los papeles del seguro de su hermano.
Ambos estábamos en la boda de una amiga cuando él recibió
la llamada. En cuanto vuelva creo que podréis subir a planta a
ver a Josh.
—Eres… ¿su novia? —Me dijo haciendo un escrutinio de
mi cara. Ella era castaña, con una melena espesa y lisa que le
sobrepasaba los hombros. Tenía pinta de ser italoamericana
por sus rasgos y su expresividad. Su belleza era muy exótica,
era guapa y tenía unos ojos color café rasgados muy felinos.
—No, solo somos… amigos, creo.
—¿Crees?
—Sí, creo, aún es difícil definir qué nos une, aparte de
haber hecho de modelo para la campaña del local de Evan.
—Así que eres la famosa Lucy Moore. Josh me ha
hablado de ti, bueno, te mencionó un par de veces en una
comida familiar mientras ellos hablaban de cosas de The Hell.
—¿Eres familia de ellos?
—No formalmente, soy la novia de Josh. Emily Carter. —
Me tendió la mano para presentarse y yo me morí un poco por
dentro.
¿La novia de Josh? ¿Cómo es que no me lo había dicho?
Deseé que la tierra me tragase.
—Un placer, Emily. —No estaba segura de si lo era o no.
En esos momentos me sentí una verdadera porquería humana
por haber contribuido a que esa chica hubiera sido víctima de
la infidelidad de un hombre que, a las claras, quería. Estaba
allí confusa y con la cara desencajada por lo que pudiera
haberle pasado.
—Me ha encantado conocerte, pero estoy deseando ver a
Josh. ¿Dónde dices que está Evan? —Miró hacia la salida de
la sala intentando buscarlo.
—En admisión. Creo que está a la izquierda de la entrada,
me sorprende que no os hayáis visto cuando has entrado.
—Créeme, he entrado tan cegada que no he visto a nadie a
mi alrededor.
—Lo entiendo.
—Iré a buscarlo.
Emily salió del mismo modo que había entrado,
arrebatada y nerviosa, y me sentí sucia, rastrera y
decepcionada con el mundo.
¿Por qué Evan no me había avisado de que Josh era una
persona comprometida? ¿Se cubrían entre los hermanos para
llevarse mujeres a la cama y competir por el trofeo de turno?
Recuerdo perfectamente qué fue lo que me dijo esa noche
en The Hell cuando vino a recriminarme que me estaba
insinuando demasiado, podía haber aprovechado para decirme
en ese momento que su hermano tenía novia y haberme
disuadido de hacer daño a otra mujer, a esa pobre chica que
había llegado al hospital desesperada.
La decepción comenzó a convertirse en furia. Me levanté,
y salí de la sala de espera como un cohete quemando todo el
combustible para despegar.
Cuando pasé por su lado, vi que Emily no estaba con él.
Debía haber subido a ver a Josh y Evan estaba ultimando unas
gestiones con la enfermera.
Lo miré achicando los ojos y frunciendo los labios y seguí
mi camino hacia la salida. Las puertas automáticas se abrieron
y llegué a la calle, pero alguien me paró en mi empeño de huir
de allí a la francesa, cogiéndome por el brazo.
—Lucy, ¿dónde vas tan deprisa? ¿No piensas despedirte?
—¿Crees que me siento bien después de haber hablado
con Emily? ¿Cómo crees que me siento después de haber
descubierto que he sido la mujer con la que su novio le ha sido
infiel? Siento pena de todas las mujeres que pasan por vuestra
cama. ¿Por qué no me lo dijiste ese día en The Hell?
—Porque mi hermano es mayorcito y no puedo joderlo
contándole su vida privada a la gente.
—Ah, así que lo defiendes. No es de extrañar, querías que
el bueno de Josh probara qué tal soy en la cama para no
arriesgarte conmigo y no ser una pérdida de tiempo.
—¿Das por hecho que quiero o quería acostarme contigo?
—Es lo que querías esta noche, ¿no? Que nos fuéramos de
la boda tú y yo.
—Sí, después de que tú me besaras. ¿Te crees mejor que
nosotros? Tú tampoco juegas limpio, Lucy Moore. Eres tú la
que va por ahí insinuándote a dos hermanos.
—¿Intentas decirme que soy una buscona, una cualquiera?
Yo soy libre, no voy engañando a nadie. Y jamás te he
insinuado nada a ti, más bien ha sido al contrario.
—Y si has sentido que me interesas, ¿por qué te fuiste con
Josh?
—Tú podrías haberlo evitado si tan interesado en mí
estabas. No te voy a negar que llegaste a gustarme, y es
evidente que lo sabes, tienes espejos en tu casa y es fácil
adivinar que cualquier mujer bebería los vientos por ti en el
plano de lo físico, en lo mental juegas en desventaja. Tú
hermano y tú no solo competís con las motos, vosotros dos
sois adictos a sobrepasar los límites de lo políticamente
correcto.
—Quizá no seamos los únicos a los que nos va el riesgo.
Reconoce que a ti también, y la situación en un principio te
parecía hasta interesante, una fantasía que has contemplado en
tu mente y que, tal vez, pudieras hacer realidad. No engañas a
nadie haciéndote la mosquita muerta. Ese beso, que te
recuerdo, me has robado, te delata.
—Eres un cabrón, y quiero que te olvides de mí para
siempre.
—A ti te será más difícil que a mí olvidarme, si no ¿por
qué razón estás aquí ahora recriminándome todo eso? —dijo
con esos aires de superioridad que se gastaba El Diablo.
—Es posible, pero no por los motivos que tú crees. Así
que espero no volver a verte en la vida.
—Eso está complicado. La próxima semana no te quedará
más remedio.
—Sí, claro, ¡porque tú lo digas! —Mi lado más infantil
hizo acto de presencia, apenas me quedaban fuerzas para
pensar algo inteligente que contestar a eso.
—No, porque lo dice el contrato que firmaste. El próximo
sábado será la fiesta de presentación de la campaña que has
protagonizado para las redes. Lo normal es que la imagen de
The Hell asista.
—Ni lo sueñes, Evan Denver.
—Entonces ve preparando el cheque que te dimos de
vuelta.
—¡Me la has jugado! ¿Todo esto es una treta para que os
saliera gratis la promoción por mi parte? Siempre se ha dicho
que la gente con dinero no lo suele ganarlo limpiamente.
—No, nadie te ha obligado a firmar el contrato a punta de
pistola y tretas, Lucy. Un contrato de imagen y patrocinación
suele implicar ese tipo de cosas y te dejé el contrato en tu casa
para que lo leyeras. Mi intención era que fuéramos juntos para
compensarte lo que sucedió la primera vez
—Claro, así podrías restregarle a tu hermanito que
finalmente eres tú quien se queda la pieza de caza.
—Está claro que no vamos a llevarnos bien y vas a seguir
sacando las cosas de contexto. Y quiero recordarte, que ha
sido Josh quien no te ha contado su verdad, no yo. Mandaré a
alguien a buscarte o, si lo prefieres, puedes traer el
acompañante que quieras. Pero ten por seguro que eres la
única que me odia y me rechaza cuando le interesa. Igual es
hora de que te demuestre de verdad que yo también puedo
poner tu mundo patas arriba si me lo propongo.
—¿Me estás amenazando? —Los ojos se me salieron de
las órbitas ante la poca vergüenza que demostraba.
—Te estoy advirtiendo y dándote ventaja para que te
prepares.
—En ese caso, que comience la guerra, no me das miedo.
—Acerqué mi cara peligrosamente a la suya.
—No debes tenerlo, nunca te haría daño. —Tuvo la osadía
de acariciarme la mejilla con su dedo índice, suave, demasiado
erótico para estar en la puerta de un hospital.
—No más del que ya me has hecho. —Me aparté de él y
reprimí las ganas de golpearlo.
Me sacaba de quicio, me ponía de los nervios, y aquella
superioridad que se había gastado en aquel momento hacía que
no pudiera soportarlo.
—Lo creas o no, te lo has hecho tú sola. A veces hay que
ser más observadora y menos impulsiva.
¿Más observadora? «Muy bien Evan, vamos a ver quién
está más ciego de los dos», pensé.
—Bien, Evan, ¿quieres que juguemos? —Lo vi asentir con
la cabeza y una estúpida sonrisa en la cara. Me estaba retando
y no iba a achantarme ante nada—. Pues pongamos el
contador a cero ahora mismo y veamos cuál de los dos es el
primero en arder.
—Me parece bien, lo que el fuego no destruye, se
endurece.
—Y quizá yo consiga jugar en tu infierno sin quemarme
las alas. —Me di la vuelta y emprendí mi marcha mientras
sacaba el móvil y pedía un Uber.
Algunas mujeres temen al fuego, otras, simplemente, se
convierten en él.

PURGATORIO
34
LUCY
Escoger la ropa para la ocasión, aquella vez, fue un caos para
mí. Echaba mucho de menos a Betty, y todas las emociones
que se apoderaron de mí esa semana tras su boda, seguro que
me habían hecho engordar un poco.
Sí, lo reconozco, volví a mi mundo caótico de palomitas
rancias y refrescos azucarados. Si Betty hubiera sabido
aquello, doy por seguro que habría vuelto a casa a estirarme de
los pelos.
¿Por qué tuve que besar a Evan? Era algo que me
preguntaba de forma recurrente a pesar de que había disfrutado
de aquel contacto.
No sabía qué me dolía más, si que los hermanos Denver
me la hubieran jugado, o el hecho de aceptar que me había
gustado hacerlo y, cada vez que lo recordaba, me excitaba
hasta el punto de tener que darme una ducha fría. Evan era
demasiado y aquello estaba comenzando a escapar de mi
control.
Me miré en el espejo antes de salir de casa una última vez.
Tal y como me había dicho Evan, un chófer me esperaba
abajo para llevarme a The Hell y no rechacé el ofrecimiento.
Esa noche, la estrella iba a ser yo.
Me había puesto un vestido corto de encaje negro en la
espalda y escote en V que hacía resaltar mis pechos, y unas
sandalias de tacón fino de color plata, que estaba segura de
que iban a destrozarme los pies al final de noche, si es que
llegaba a disfrutarla, pues no sabía exactamente qué iba a
encontrarme allí.
Betty me había dado el nombre de una tienda escrito en un
papel un mes atrás, e hice uso de su consejo comprándome
aquel modelito.
No negaré que estaba nerviosa, pero tampoco quería dejar
que Evan notase ni un ápice de inseguridad en mí.
Aquella campaña que había protagonizado y que Betty
pensó que me iba a cambiar la vida, se iba a presentar esa
noche. El único consuelo que tenía era que nadie conocía mi
nombre y quizá pasara desapercibida por todos, pero
conociendo al anfitrión y dueño del local, eso iba a ser
imposible, y más, cuando entre los dos había una batalla
campal abierta.
—Te odio, Evan Denver. Me las vas a pagar —dije antes
de cerrar la puerta para adentrarme en ese mundo de flashes y
gente glam, un mundo al que yo no pertenecía.

El chófer me recibió de manera cortés, me abrió la puerta


para que entrara y el nerviosismo volvió a inundarme. Me
sudaban las manos y, si me apuras, hasta las pestañas.
—Adelante, señorita Moore.
—Gracias.
Pegué mi frente a la ventana cuando el chófer arrancó y
las luces de las farolas comenzaron a desdibujarse ante mis
ojos.

***

La entrada de The Hell era un hervidero de gente


intentando entrar. Habían dispuesto dos colas: una con
alfombra roja, en la que la gente más influyente entraba sin
tener que esperar mucho, y la otra, delimitada con cordeles,
para el resto de los mortales.
—¿Está usted lista para bajar, señorita? —me dijo el
chófer, quien debió notar que no estaba ansiosa por hacer acto
de presencia. Os juro que el culo se me había pegado,
literalmente, al asiento de cuero y parecía que exudaba
superglú.
—Sí, pero lo cierto es que esperaba que viniera alguien a
recibirme.
—El señor Denver la está esperando dentro, me dijo que
se lo dijera —me comunicó con la vista al frente. El hombre
parecía muy profesional, pero carente de empatía.
—Muy amable por parte de su jefe.
—Lo siento, no puedo contestarle a eso.
—No era una pregunta, y no se moleste en bajar para
abrirme la puerta, puedo yo solita.
Me apeé del coche y me recompuse el vestido. Aproveché
el reflejo de la ventanilla para comprobar que mi pelo estaba
en condiciones, pues lo había lavado a conciencia y secado
con un poco de espuma. Tengo suerte de que mi pelo no
requiera de mucho esfuerzo para lucir bien y seguía perfecto a
pesar de haberlo aplastado durante el trayecto contra la
ventanilla.
Inspiré aire para infundirme calma, aunque sin éxito, y me
dirigí a la entrada de la alfombra roja, yo era la modelo y
suponía que estaba en la lista de invitados Vip.
—Buenas noches, soy Lucy Moore —le dije al portero
con decisión, y este comprobó la lista que rezaba sobre el
pequeño atril que le habían colocado. Parecía Obama antes de
un discurso presidencial.
—¿Puede repetirme su nombre? —me dijo tras repasar la
hoja un par de veces.
—Lucy Moore —miré a mi alrededor para cerciorarme de
que no hubiera nadie escuchando, aun así, bajé la voz—, soy
la modelo.
—¿La qué?
—La modelo.
—Lo siento, pero no la entiendo, hay demasiada gente
hablando y si no levanta la voz no puedo escucharla bien.
No podía levantar la voz y desvelar antes de que
presentaran el vídeo promocional quién era yo, eso era chafar
un poco el factor sorpresa, y aunque quería fastidiar a Evan un
poquito para ponerlo de los nervios, no se podía jugar sucio y
joderle el negocio.
—Soy la modelo de la campaña.
—¿Ha dicho que es usted la reina de España?
—¡Sí, la de Holanda!
—¿Yolanda? Creía que había dicho que se llamaba Lucy
Moore.
—Mira, chico, me llamo Lucy, Lucy Moore, y debo estar
en esa lista porque soy la modelo de la campaña que presenta
hoy The Hell. —No podía seguir preservando mi identidad
porque ese chico estaba sordo como una tapia o me estaba
tomando el pelo.
Intenté controlar mis nervios y, sobretodo, mi carácter,
aunque aquel portero no me lo estaba poniendo nada fácil.
—Lo siento, mucha gente usa ese tipo de recurso para
entrar, pero no está usted en la lista, así que le tocará hacer
cola y pagar la entrada como todo el mundo.
¡Eso era el colmo de los colmos! Los ojos se me debieron
encender y salir de las cuencas unos milímetros.
—Llame a su encargado o al mismísimo Diablo para
arreglarlo, no es posible que no esté en la lista. Soy la modelo
de la campaña.
—Sí, y yo soy el hijo de Batman.
—Voy a llamar a Evan Denver ahora mismo.
—Me parece muy bien, señorita, pero hágalo fuera de la
cola, hay gente esperando.
Pero ¿qué…? La rabia comenzó a invadirme.
Nerviosa, me hice a un lado y abrí el bolsito de mano
buscando mi móvil.
—¡Mierda! —exclamé al comprobar que me lo había
dejado olvidado en casa con las prisas y los nervios.
«Maldito cabrón», pensé. ¿Cómo podía Evan
ridiculizarme de ese modo? Porque estaba segura de que había
sido él. Él había urdido aquel plan solo para fastidiarme.
Miré la cola kilométrica al otro lado y sentí unas ganas
tremendas de llorar, tantas, que tuve que apretarme los ojos
hacia dentro para contener las lágrimas. La gente debía pensar
que estaba sufriendo algún ataque psicótico o algo parecido.
—¿Lucy? —una voz femenina me obligó a dejar de
apretarlos y abrirlos, y me costó enfocar su cara un poco, ya
que solo veía lucecitas.
—Sí, soy yo —dije aún a ciegas, hasta que recuperé la
vista y vi que era Emily.
—¿Qué haces aquí sola?
—El portero no me ha dejado entrar.
—¡Pero si eres la modelo! Tiene que ser un fallo y debes
disculparlos. Ha sido una semana de locos y, con Josh de baja,
han debido olvidarse de muchas cosas.
—¿Cómo está?
—Recuperándose, pero está bien.
—Entiendo que no ha venido esta noche.
Recé para que así fuera, porque si la velada ya había
comenzado a ser incómoda, no quería ni imaginar cómo sería
si tuviera que lidiar con la vergüenza que sentía por esa pobre
chica.
—No, no ha venido, pero estoy yo, así que pasaremos una
gran noche. ¿Entramos?
—Claro, sí, Evan debe estar esperándome desde hace un
rato —dije, a sabiendas de que Evan debía estar descojonado
en su palco por lo que había orquestado a mi llegada.
—Seguro que sí. Cógeme la mano, hay mucha gente
dentro y no quiero que te pierdas entre la multitud. —Asentí y
me cogí a ella, sin poder evitar recordar que Josh hizo lo
mismo conmigo la primera vez que puse un pie en The Hell—.
Ander, viene conmigo —le dijo al portero que abrió la puerta
para que entráramos.
Cuando pasé por su lado, agradecí la amabilidad al portero
sacándole la lengua.
35
EVAN
THE HELL

La música sonaba fuerte y las luces estroboscópicas de los


láseres y focos centelleaban en todas partes.
El local se había inundado de diferentes olores mezclados
con los perfumes de las mujeres y hombres que esa noche
disfrutaban de The Hell.
En el escenario, una gran pantalla donde se reproduciría el
vídeo de Lucy y el making off de la sesión de fotos.
—Señor Denver —era la voz de Vincent, uno de mis
chicos de confianza y encargado de la seguridad. Lo miré para
que hablara al punto que daba un trago a una cerveza—, una
mujer que dice llamarse Lucy Moore solicita subir al palco.
Venía con la señorita Carter, pero he considerado que debería
avisarlo primero.
—Déjala que suba, la estaba esperando.
—Está bien, señor.
—Y, por favor, avisa a Clair de que ya puede subir mi
champán favorito, ella sabe cuál es.
—De acuerdo.
—Gracias, Vincent. —Este levantó el mentón y se marchó
dejándome solo de nuevo, expectante a la llegada de Lucy.
Suponía que Lucy no estaría de buen humor. Era parte del
reto que nos habíamos marcado ella y yo, el primer fuego
cruzado de la noche por mi parte y no pude evitar reírme.
Escuché unos pasos por las escaleras y me metí en el
reservado, quería jugar al factor sorpresa, desquiciarla un poco
más y ponerla al borde de un ataque de nervios.
Pero no era ella. Una de mis camareras avisó antes de
cruzar la cortina y dejó la cubitera con una botella de Krug
Vintage y un par de copas.
Salí de nuevo al balcón para buscarla. La vi y debió notar
mi mirada clavarse en toda ella, ya que estaba preciosa, porque
alzó la vista unos segundos y me ignoró devolviendo su
atención a Emily. Ambas iban cogidas de la mano y entraron
dentro de los servicios.
¿Qué hacía Emily allí? No le gustaba venir cuando mi
hermano tenía la suerte de que ella estuviera en la ciudad.
Viajaba mucho y apenas se veían. Su novia tenía otros asuntos
más importantes que atender a sus espaldas.
Me quedé allí parado, algo dolido, pero sin querer darle
demasiada importancia a lo que sentía. No era mi estilo, yo no
era así, no me tomaba tantas molestias con nadie.
Mirara donde mirara, había chicas preciosas, ¿por qué
tenía que volverme loco la jodida Lucy Moore? Solo de pensar
en ella se me erizaba la piel de rabia y deseo, todo al mismo
tiempo. Vale, puede que me sobreexcitara un poco la noche
anterior pensando en nuestro encuentro de hoy y planeando en
mi cabeza mi primer ataque. Y, aunque la realidad era que
quería cambiar la mala impresión que ella se había llevado de
mí, también sentía un oscuro placer fastidiándola y sacándola
de sus casillas. Además… tenía ganas, muchas ganas de volver
a besarla.
No conocía a ninguna otra persona que produjera esa
sensación en mí, y en realidad sabía por qué era. Ella y yo nos
parecíamos bastante, y era la única mujer que se había atrevido
a plantarme cara y que no me seguía como un perrito faldero.
Era una bomba, y odiaba profundamente cuánto necesitaba eso
yo.
Por alguna razón, discutir con ella era como una especie
de juego preliminar para mí. Y ahí estaba de nuevo, esa
sensación en el pecho que me daba cuando pensaba en ella y
en tenerla frente a mí de nuevo.
¿Por qué estaban tardando tanto? ¿Iba a tener que lidiar
esa noche con la novia de mi hermano también?
Esperaba, por fin, quedarme a solas con mi fierecilla, y
Emily me molestaba, lo mismo que a mi hermano. No
entendía por qué seguía manteniendo una relación con ella si
cada vez que Emily viajaba por trabajo, él se enfadaba y se
quedaba hecho polvo. No era justo y no podía calificarse
como amor aquello que les unía.
36
LUCY

—No esperaba que fuera a haber tanta gente —dije


cuando conseguimos entrar en el baño, no sin antes llevarme
un par de codazos por el camino.
—Vas a ser la estrella de la noche.
—¿Tú lo has visto ya? —le pregunté refiriéndome al
vídeo mientras ella se retocaba los labios y se recolocaba el
escote frente al espejo.
Lo cierto es que era guapísima, no me extrañaba en
absoluto que Josh se hubiera fijado en ella y no podía evitar
compararme.
Tragué saliva. Otra vez aquella sensación de vergüenza y
culpabilidad al pensar que me había metido en la cama con un
chico que tenía novia.
—¿El qué? —me dijo apoyándose en el lavabo con los
brazos cruzados frente a mí.
—El vídeo —contesté intentando quitarme del cuerpo
aquella sensación incómoda.
—No, pero ¿sabes qué? He visto otras cosas.
—¿Qué cosas? —No lograba captar lo que quería decir.
—Lucy, somos mujeres, estamos juntas en esto.
—Sí, bueno, estamos juntas ahora, en el baño.
—¿Creías que no iba a descubrirlo?
En aquellos momentos empecé a intuir por dónde quería ir
Emily y un huevo gigante, del tamaño de una pelota de ping
pon, se instauró en mi garganta. No obstante, opté por seguir
haciéndome la tonta y esperé a que fuera ella quien me soltara
aquello que estaba dilatando con indirectas.
—Suéltalo ya, sé que intentas decirme algo. —Yo también
me crucé de brazos y esperé paciente, observando la forma en
que aquella sonrisa que había pintada en su cara se curvaba un
poco más.
—Me alegra ver que eres de las mías, que no te achantas,
es un gran consuelo teniendo en cuenta que por lo menos Josh
no me ha engañado con alguien peor que yo.
Ahí estaba la bomba que esperaba, explotándome en toda
la cara de lleno. ¿Qué iba a ser lo próximo? ¿Que se
abalanzara sobre mí y me dejara calva como Samuel L.
Jackson? El corazón me latía a mil por hora y, por si acaso, me
llevé las manos a la cabeza, intentando así proteger mi
cabellera. Era mi mejor baza, mi pelo domable y de un color
rubio nórdico natural que me gustaba mucho y que no quería
perder por nada del mundo.
—¿Qué haces? —Me dijo cuando me vio poner las manos
sobre mi cogote, como si no quisiera que la cabeza se me
desprendiera del sitio.
—Lo siento, yo no sabía que tenía novia, no me lo dijo.
—Bueno, es bastante normal que alguien que quiere
llevarse a otra persona a la cama, no dé detalles como esos de
su vida privada. —Ladeó la cabeza y volvió a mirar mi extraña
postura. Debía parecer un mono interactivo que, de un
momento a otro, iba a ponerse a aullar y darse golpes secos en
la coronilla.
—Sí, aun así, no quiero nada con Josh, fue un error.
—Lo sé, sé que ha insistido en volver a verte, pero no le
has devuelto los mensajes. Le he mirado el móvil. Pero no sé
si te gusta mucho Evan.
—No me gusta, odio a Evan —dije de forma contundente,
pero no me lo creía ni yo misma.
—Sí, por eso te has puesto ese vestido para venir esta
noche y lo estás haciendo esperar en su palco.
—Eso es porque… bueno, es largo de explicar.
No iba a explicarle que era al revés, que el que me había
obligado a esperar había sido él.
—Si estás haciendo eso —dijo señalándome la cabeza—,
porque crees que te voy a atacar, puedes estar tranquila, hay
mejores maneras de solucionar esto y nivelar la balanza.
Dejarme la calota al viento, en mi mundo, era una buena
manera de resarcir las rencillas, pero quería saber qué tramaba
la dulce Emily para solucionar el problemilla de haberme
tirado a su preciado Josh.
—¿Nivelar la balanza? —pregunté, no entendía a qué se
refería exactamente.
—Sí, tú has disfrutado de algo que yo quiero, y yo quiero
disfrutar de algo que tú quieres. Y finalmente resultar un trato
satisfactorio para ambas partes.
—No sé cómo podría satisfacerte mi sofá o mi tele, es lo
único que quiero más que a nada en estos momentos.
—No seas boba, estás coladita por El Diablo y, no te
negaré, que yo también he fantaseado con probar a los dos
Denver. Son altamente deliciosos, ¿no crees? Guapos, con un
punto peligroso, con esa pinta de mafiosos que se gastan, pero
con un lado enternecedor y romántico. Tienen todo lo que a
una chica le gusta. Además, son hermanos, todo un cliché.
—No te capto.
—¿Me tomas el pelo, Lucy? Os vi y escuché todo lo que
os dijisteis en la puerta del hospital, salí a fumarme un cigarro
antes de subir a ver a Josh, y ninguno de los dos os disteis
cuenta de que estaba a pocos metros de vosotros. ¿Cómo crees
que sé que te has follado a mi novio? —Esa vez sonó brusca,
estaba empezando a perder los papeles.
—Puede que me escucharas envalentonada por la
situación, pero en el fondo soy una chica corriente a la que
ciertas cosas le asustan un poco.
—Si te has acostado con Josh, dudo mucho que tengas
miedo de nada. Es bastante bueno con eso, ¿verdad?
¿Qué le decía? ¿Que no, que su novio era un desastre en la
cama? No podía seguir mintiendo. Josh era un maestro de la
seducción y el sexo, me dejó tan exhausta que me costó varios
días recuperar el suelo pélvico.
—No voy a responder a una cosa que ya sabes de sobra.
—¿Y Evan?
—Esperando, supongo.
—No. ¿Cómo es Evan en la cama?
—No lo sé, no me he acostado con Evan.
—No puedo creerlo. —Abrió la boca asombrada y soltó
un gritito. Había pasado de la rabia a parecer mi súper amiga.
Emily era una sociópata en potencia y yo estaba acojonada.
Pero ¿por qué tenían que pasarme a mí estas cosas?
—Es que no soy como piensas.
—Hay que ponerle solución a eso.
—No pienso acostarme con él. Nuestra relación es
compleja, pero lo único que quiero es vengarme de Evan.
—Me parece perfecto, Lucy. —Dio unas palmaditas en el
aire, triunfal, como si en su mente hubiera vislumbrado un
plan que iba a alinear los astros para que todo volviera a la
normalidad —. Ambas podemos sacar algún beneficio esta
noche. Yo cumplo una fantasía y tú lo pones en su sitio.
—Tendrás que explicarte mejor.
La vi poner los ojos en blanco, pero sus insinuaciones
poco claras eran imposibles de descifrar.
—Seduzcamos a ese capullo y disfrutemos de un final
memorable.
—¿Y cómo se supone que vamos a fastidiarlo y voy a
saldar esa deuda que tengo contigo por acostarme con Josh?
—Lo escuché echarte en cara que te acostaras con su
querido hermano. No creo que a ninguno de los dos le haga
gracia que toquen lo que no es suyo, y Evan parece creer que
tú lo eres. Pero chica, podemos sacar algo interesante de todo
esto, ¿no crees?
—Es una jodida locura. —La boca se me secó y tuve que
beber agua del lavamanos para recuperar el pH.
—Puede que lo sea, pero Evan será el malo de la película
en todo este asunto y nosotras unas víctimas inocentes de los
Denver. ¿Acaso vas a dejar que esos dos se rían de nosotras?
—¿A eso te referías cuando has dicho que éramos mujeres
y estábamos juntas en esto? —dije mientras me secaba la boca
con el dorso de la mano. El baño estaba tan concurrido, que se
había gastado el papel higiénico y el seca manos.
—Sí, a eso mismo. No podemos consentir que nos traten
como a objetos que usar a su antojo. La gente como ellos
necesita su merecido.
—¿Tú quieres a Josh? Porque me da la sensación de que
no estás tan dolida por lo que ha pasado entre él y yo.
Si lo quería, desde luego, no lo demostraba, pues yo no la
veía rota ni desconsolada por la mentira de Josh. Todo lo
contrario, esa chica me estaba sorprendiendo por momentos.
Y, sin duda, no iba a ser yo la que se solidarizara con ella.
—En estos momentos, lo nuestro es complicado.
—¿Y la solución es complicarlo más? —Era difícil
entender el planteamiento de Emily frente a una situación así.
—La solución es que no nos sintamos en deuda ninguno.
Son ellos los que nos deben algo. ¿Cuánto te ha pagado el
capullo de Evan por usarte para su local?
—Ocho mil, será suficiente para sobrevivir unos meses
hasta que encuentre algún trabajo.
—¿Y vas a dejar que Evan te gane la partida que habéis
empezado? Ya te he dicho que os escuché, si no juegas bien
tus cartas, ten por seguro que serás la primera en arder.
Aquel momento, lo juro, me pareció una novela turca. No
estaba acostumbrada a vivir momentos como aquel, con una
loca que conocía de dos minutos en un hospital, pidiéndome
hacer un trío o cederle el honor de la noche para tirarse a su
cuñado con un fin apoteósico que aún no sabía de qué se
trataba.
En cualquier caso, la idea de que fuera ella sola la que
pudiera disfrutar de Evan, no me gustaba.
¿Odiaba realmente a Evan Denver?
Lo detestaba, detestaba que me gustara tanto y la
necesidad de encender un fuego entre los dos que era difícil de
apagar a menos que le comiera la boca. Porque, no nos
engañemos, aunque en la boda me hiciera la dura, ese beso
generó un pequeño incendio en mis bragas.
—Si llevamos a cabo tu plan, vamos a acabar bien
tiznados los tres.
—¿Quién crees de los dos que es más demonio, Evan o
Josh? —me preguntó, claramente, intentando que diera luz
verde a sus intenciones.
Era una pregunta que no me había hecho, y si me paraba a
pensarla un poquito, la respuesta estaba clara. Josh Denver
podía parecer un ángel, pero el mote del Diablo le iba mejor a
él y su novia no se quedaba corta.
Santo Dios… me estaba metiendo en las llamas del
infierno sin darme cuenta. ¿Dónde estaba la salida?
—Siento decirlo, pero Josh es un cabrón.
—Es curioso que le recriminaras a Evan que omitiera mi
existencia y no a él. Quizá tu venganza pueda reconducirse,
¿no crees? Creo que no odias a Evan, te fastidia que no te
salvara ese día de las artimañas de su hermano y te follara
como lo hizo Josh. Utilizaste a mi novio por despecho, no nos
engañemos, pero si le has lanzado un desafío a Evan, no
deberías perder Lucy.
Esa reflexión era interesante y seguramente cierta. Me
costaba reconocerlo, pero esa mujer, un poco ida de toda
lógica, acababa de abrir mi caja de Pandora. Pero no estaba
acertada en sus predicciones. Me había acostado con Josh
porque me gustaba y porque me lo pidió el cuerpo. Y si no le
había contestado a los mensajes era para no meterme en un
círculo, del que, estaba segura, me iba a costar salir.
—No lo había visto de ese modo —Me llevé una mano a
la barbilla, pensativa, y levanté la vista—, aun así…
—Menos mal que he venido esta noche a salvarte yo,
confía en mí y únete a mi girl power. ¿Estás dispuesta a
escucharme?
Si no me quedaba sorda de manera espontánea, sí, no tenía
ningún inconveniente es escuchar lo que tuviera que decirme.
Pero confiar era una palabra que, unida a ese local y a esa
gente, no cobraba ningún sentido para mí, y estaba segura, de
que Emily, tal y como me había hablado, no iba a cesar en su
empeño y poco podría hacer para evitarlo.
Si ella no tenía piedad, no iba a ser yo la que tuviera
compasión con los Denver. Aquello lo tenía muy claro, porque
aquella guerra quería ganarla yo.
No iba a enfrentarme a mi enemigo en su territorio, lo
mejor era unirme a él y su forma de ver la vida.
37
EVAN
Otra vez me encontraba solo y esperando a que Lucy se
dignara a hacerme un poco de caso en mi propio local. Me
sentía patético, un pelele.
Parecía que ese iba a ser el rol entre ambos a adoptar en
The Hell.
Ella desperdigada y yo plantado como un arbusto en mi
palco con una botella de mil dólares calentándose en la
cubitera, pues el hielo empezaba a derretirse.
Y, lo peor de todo, es que había contratado una actuación
especial para la presentación de su vídeo con tal de compensar
el mal trago que le había hecho pasar en la puerta.
La idea era hacerla esperar un poco en la cola y salir en su
búsqueda, pero Emily, que no me había comunicado nadie que
vendría, se había adelantado y estaba entreteniéndola haciendo
quién sabe qué.
La inoportunidad de la gente estaba causando mella en mi
no relación con Lucy. Era imposible no estar siempre
enfadados el uno con el otro.
El único momento en el que nos comportamos como seres
civilizados y normales, fue en la sesión de fotos, pero aquello
había sido algo tan fugaz como efímero en esos momentos.
Miré mi reloj, desesperado. Habían pasado cuarenta y cinco
minutos desde que las vi ir juntas al baño y odiaba beber solo
en mi palco, como si fuera el fantasma de la ópera.
Me puse el pinganillo en la oreja. Lo utilizaba para
comunicarme con los empleados en caso de no tenerlos cerca
y pedir cosas urgentes.
Si Lucy Moore no le daba importancia a la fiesta que se
había hecho en su honor, yo tenía prisa por presentar su vídeo
en todas las pantallas del local mientras Elena Tsagrinou
cantaba en directo El Diablo. Aquella canción le iba que ni
pintada al vídeo y con ella quería enviar una indirecta a Lucy.
Además, quería contarle muchas cosas sobre la campaña y lo
que podría suponer para ella. Si había pensado que no tendría
ninguna repercusión, estaba muy equivocada.
Ese era mi estilo, me gustaba sobresalir, hacer cosas que
nadie esperaba y que sorprendían y emocionaban al público.
Me había dejado una pasta en aquello y los invitados de la
noche y la gente que había conseguido entrar pagando su
entrada, merecían poder disfrutar de todo lo que les habíamos
prometido que pasaría en The Hell.
A veces solíamos improvisar por aquello del factor
sorpresa, pero detrás de cualquier cosa que salía a escena o
sonaba por los altavoces, siempre había una pequeña
organización detrás.
Para fiestas como esa, en las que lanzábamos una campaña
que correría por las redes y revistas más prestigiosas de la
ciudad, nos tomábamos más tiempo y meditábamos cada paso
que dábamos porque invertíamos una pasta gansa.
The Hell era mi negocio más fructífero, estaba orgulloso
de él y de todo el equipo que lo componía.
—Terence, si Elena está lista podéis bajar las luces y
comenzar el show —le dije al encargado de los espectáculos,
que siempre estaba entre bambalinas, controlando que todo
saliera bien.
—De acuerdo, Evan, cinco minutos y estamos listos.
Si Terence decía cinco minutos, podía retrasarse como
mucho dos más, siempre lo tenía todo bajo control.
En la esquina donde estaba el punto muerto del escenario
que solo yo podía ver, observé cómo me enviaba el ok con el
pulgar y daba órdenes a los de luz y sonido para que
cambiaran el ambiente hablando por su pinganillo.
De pronto, las luces se atenuaron junto a la música que
sonaba en esos momentos, y la pantalla del proyector comenzó
a descender hasta convertirse casi en un cine al fondo del
escenario.
El resto de televisiones de pantalla plana que rodeaban el
local, comenzaron a emitir imágenes de fuego y el logo de The
Hell fue apareciendo de forma gradual hasta que, con un
efecto gradiente, aparecieron las puertas del parque de Cupido,
el lugar donde se había hecho la sesión de fotos, abriéndose
con el primer sonido de la canción de El Diablo: el chirriar de
unas cadenas.

I fell in love, I fell in loveI gave my heart to El Diablo, El


Diablo.
I gave it up, I gave it up.
Because he tells me I’m his angel, I’m his angel.

Lucy posando, con aquel mono rojo, sexi y arrebatadora.


Su pelo dorado movido por el viento del ventilador que habían
enfocado hacia ella, todo a cámara lenta y en primeros planos.
Una foto, otra, todo con cambios de secuencia dinámicos y en
total consonancia con la canción.
Elena en el escenario, con unos bailarines endemoniados a
su alrededor.
La gente saltando en la pista, fusionados con el ambiente y
el espectáculo.
Aquel momento fue una pasada.

Tonight, we gonna burn in a party.


We wild as fire that’s on the loose.
Hotter than sriracha on our bodies T-taco, tamale, yeah,
that’s my mood.
En esa ocasión, era el turno del vídeo que habían grabado
aquella tarde en el local.
Lucy llevaba un vestido muy corto de satén rojo, unas alas
negras y unas sandalias de tacón del mismo color anudadas
hasta la rodilla.
Su pelo, ya seco y peinado en ondas, le caía sobre el
pecho. Andaba con determinación, desde la entrada del local
hasta la pista, como una modelo de Victoria’s Secret.

All this spicy melts my icy edges, baby, it’s true.


Tonight, we gonna burn in a party.
It’s heaven in hell with you.

Una cámara la enfoca desde arriba, con una luz focal de


color rojo sobre ella, girando en medio de la pista.

Mama, mamacita.
Tell me what to do.
Lola, lola, loca.
I’m breaking the rules.

Lucy de frente, su cara ocupa casi toda la pantalla, pícara,


mordiéndose los labios…
Lo había visto cientos de veces antes de dar el visto
bueno, pero no me cansaba de hacerlo y, si soy completamente
sincero, me había masturbado con aquel vídeo un par de veces
esa semana.
Esas imágenes eran pura sensualidad, y esta se basaba en
dejar jugar a la imaginación con lo que mi cuerpo aún no
podía.
Era una promoción atrevida, pero el erotismo en el siglo
XXI, no tenía por qué asustar a nadie, excepto a quienes están
presos de su propia moralidad.
The Hell era para aquellos que creían que la sensualidad
es un arte y no una perversión.
Lucy tenía un don especial para crear en la mente
provocaciones que se podían experimentar y, en esos
momentos, hubiera dado mi reino por sus pensamientos.
Si ser sexi fuera delito, ella ya estaría presa por
premeditación y alevosía.

I fell in love, I fell in love, I gave my heart to El Diablo, El


Diablo.
I gave it up, I gave it up
Because he tells me I’m his angel, I’m his angel.

Miré toda la extensión del local y la vi con Emily en la


pista, junto a un grupo de chicas que no dejaban de bailar con
los brazos en alto entonando la canción.
Estaba de piedra, mirando el escenario, quizá siendo
consciente de lo dura que se la debía estar poniendo a muchos
tíos esa noche y, seguramente, captando la atención de alguna
mujer también.
Siempre que la observaba sin que ella lo supiera, parecía
percatarse de que mis ojos estaban puestos en su persona.
Como si mi mirada le quemara en la espalda.
Se giró y echó la vista al palco, donde yo levanté la copa y
saludé cortésmente, deseando que ascendiera a mi infierno,
pues en esos momentos allí hacía demasiado calor y ya había
esperado mucho tiempo por mi ángel caído esa noche.
38
LUCY

¿En serio esa era yo? Casi no me reconocía. Era mi cara y


mi cuerpo, pero era como cuando escuchas tu voz por primera
vez en una grabación, piensas que no es tuya, y en ese
momento pensé lo mismo, pero de toda yo.
La mujer que salía en ese vídeo era guapa y sexi,
deseable… Mi autoestima elevándose por momentos. ¡Por fin!
Decidí echar la vista al cielo y mirar a Evan.
Podía sentir el calor de su mirada proyectándose en mi
espalda, y seguro que me estaba haciendo una radiografía,
intentando colar la vista por debajo de mi vestido.
En efecto, nuestras miradas se cruzaron, y él levantó la
copa en mi dirección, haciéndome sentir un pequeño remolino
en las bragas.
—¿Esa cantante no es la que cantó en Eurovisión por
Chipre? —Emily hizo que desviara la mirada de nuevo hacia
ella.
—Espero que sí, no creo que Evan haya pedido que le
hagan una canción en su nombre con el estribillo en español
con tal de ampliar su público femenino a América latina —le
respondí. Era la primera vez que escuchaba aquella canción.
—Estás genial en ese vídeo —dijo de nuevo antes de
volver a concentrarse en la actuación.
—Discúlpame, creo que debería subir con Evan o va a
empezar a sospechar cosas raras.
Me había perdido el comienzo de la presentación, pues
Emily me tenía retenida en el baño, y no sabía si había
dilatado nuestra conversación para provocar que eso pasara y
formaba parte del malicioso plan. Seguro que estaba al
corriente del horario marcado por el local y los shows, ya que
era la novia de Josh, y aunque él no estaba allí, seguro que
había trabajado desde casa y Evan le habría pedido consejo y
puesto al corriente de lo que iba a pasar esa noche en The Hell,
pues Josh se encargaba de la publicidad y las relaciones
públicas.
—Vale, yo iré luego. Os dejaré solos un rato y
aprovecharé para saludar a algunas personas a las que hace
tiempo que no veo. Intenta hacer alguna de las cosas que te he
dicho, no te arrepentirás.
Estaba claro que Emily no iba a cesar en su empeño, pero
no estaba segura de que Evan fuera a aceptar algo tan
descabellado, y si lo hacía podría resultar raro y siniestro.
Mientras subía la escalera hasta el palco, pensé que, en
realidad, estaba allí de nuevo a ciegas, sin saber qué me iba a
deparar la noche y con un plan en ciernes en el que no sabía si
iba a fracasar.
No me había hecho ninguna expectativa hasta que
apareció Emily y me dijo todas esas cosas en el baño. Había
algo raro en ella, demasiada calma, demasiada seguridad en lo
que decía, quizá eran prácticas habituales entre ella y Josh.
Eso justificaba que no se hubiera puesto hecha una furia
conmigo, ya que es bastante común echarle la culpa a la
tercera persona que ha estado tan ciega como tú, en vez de
rendirle cuentas a la persona que en realidad ha mancillado tu
confianza.
Los seres humanos somos así de absurdos y yo impulsada
por salir vencedora, me sumé a la locura colectiva.
El segurata que había en las escaleras que daban acceso al
palco, conforme me vio, me dejó subir. Ya debía haber pedido
permiso a El Diablo y tenía luz verde para hacerlo.
—Dichosos los ojos —me dijo Evan.
«Y tan dichosos», pensé. El color de los suyos, bajo esa
luz tenue que envolvía la parte superior del local, brillaban
como los de un gato.
No podía ser más atractivo. Eso era innegable.
—Debería haber pasado de ti y no subir hasta aquí para
que me recrimines nada cuando me has ridiculizado en la
puerta.
—Solo ha sido una broma, reconoce que ha tenido gracia.
—No, no la ha tenido. Tu portero me ha tomado por loca y
se creía que me quería colar.
Evan me instó, tocándome el antebrazo suavemente, a que
lo siguiera.
—Toma, bebe, te refrescará, te noto algo acalorada.
—Gracias, pero no más que tú.
Eché un vistazo a la parte oculta de su palco. Si no fuera
porque el local gozaba de una higiene pulcra, apostaba a que el
olor a sexo desenfrenado hubiera rezumando la estancia.
Lo que todo el mundo veía, era el balcón que le daba una
vista privilegiada del local, pero tras unas cortinas tupidas de
color rojo vino, que en ese momento se encontraban abiertas,
te encontrabas la habitación circular con mesa roja al centro, a
la que bordeaba un sofá de terciopelo oscuro, ocupando toda la
circunferencia.
En el centro del techo, una lámpara de araña de
metacrilato negro.
—Veo que incluso tu privilegiada estancia guarda una
temática infernal —dije recorriendo cada rincón sin disimulo
con la mirada.
—Me atraen estos colores, y quizá sí sea cierto que me
gusta que todo case a la perfección con el nombre del local.
Incluso la modelo que ha hecho el vídeo promocional tiene un
nombre acorde con el concepto.
—Ah, ¿sí? Creo que se llama Lucy, y te puedo asegurar
que no es tan tétrica como el dueño de este local.
—Pues dicen las malas lenguas que su nombre no es más
que un diminutivo de Lu-ci-fer —dijo separando el nombre en
sílabas.
—Pues yo creo que se llama Lucy a secas y no es
diminutivo de nada.
—Aun así, le iría que ni pintado. —Se sirvió una copa con
champán y la chocó contra la mía.
—No más que al dueño de este antro, creo que ya se hace
llamar a sí mismo de ese modo. Incluso tiene la osadía de
utilizar una canción donde una mujer le dice que le ha
entregado su corazón. Es un poco engreído, ¿no crees?
Aquella batalla dialéctica, reconozco, me estaba hasta
gustando.
—No lo conozco tanto como usted —Levantó las cejas un
par de veces antes de llevarse la copa a la boca—. Le pido
disculpas si el champán no está muy frío, pero pedí que lo
sirvieran para una persona que no se ha dignado en
acompañarme a tiempo.
—Así que soy su segundo plato, señor Denver. —Me bebí
la copa de un golpe y se la tendí para que me sirviera más.
Aquel champán estaba delicioso. Estaba segura de que costaba
un pastizal.
—O quizá yo el suyo, ¿no cree, señorita Moore?
—Es un tema que deberías dejar a un lado, Evan, y ahora
ya no estoy bromeando —le advertí, molesta.
—No sabía que estuvieras bromeando, como no te ha
gustado mi broma de la entrada, he creído que no tenías
sentido del humor. —Llenó mi copa mientras yo la sostenía, y
dejó la botella casi vacía en la cubitera.
—¿Vamos a pasarnos la noche echándonos pullas o vas a
darme de una vez las gracias por ese pedazo de vídeo que has
montado con mi imagen?
—Ha quedado fantástico, he montado esta fiesta por ti.
¿Te parece que no te lo he agradecido lo suficiente?
—No seas falso, la has montado porque era lo propio. ¿En
serio que esa cantante actuó en Eurovisión?
—Sí, no quedó en muy buen lugar, y eso que la canción es
muy buena.
—La verdad es que sí lo es. Si cierras los ojos puedes
incluso pensar que es de Lady Gaga. Te habrá costado un buen
dinero traerla al local.
—Elena es una buena amiga.
—¿La conoces?
—Bueno, ahora sí. He venido a los ensayos esta semana.
Es bastante simpática.
—Muy gracioso, pero no vas a ponerme celosa diciendo
esas cosas.
—No era mi intención, pero si lo mencionas, es que en el
fondo te molesta pensar en mí con otra mujer que no seas tú. Y
eso que ni siquiera has probado a echar un polvo conmigo.
—¿Te estás ofreciendo como un vulgar putito?
—¿Vulgar putito? —Evan soltó una risotada—. No tienes
remedio, Lucy. A veces no sé si las cosas que dices son en
serio o las sueltas sin pensar en la solemne chorrada que sale
por tu boca.
—Perdona, muñeco, pero tú no eres la elocuencia en
persona.
—¿Muñeco? Venga, Lucy, puedes hacerlo mejor que eso.
Esfuérzate un poco más e igual lo consigues.
Ahí estábamos de nuevo, sin remedio, peleando,
denostándonos entre ambos. Había algo excitante en hacerlo, a
pesar de que yo soltaba palabras absurdas como aquellas. ¿En
serio lo había llamado putito y muñeco? Mi cabeza se estaba
yendo al traste.
—No pretendo conseguir nada, ese tipo de cosas os van
mejor a vosotros, incluida Emily…
—Lucy, ¿ya me echabas de menos? —la voz de la
interpelada nos sorprendió. Portaba una botella de champán
nueva en la mano y estaba frente a nosotros, sonriente. No
debimos darnos cuenta de que estaba subiendo, estábamos
demasiado entretenidos con nuestros diálogos provocativos.
—Le estaba diciendo a Evan…
—Déjalo, no quiero inmiscuirme en vuestros asuntos. He
subido a celebrar el éxito de tu vídeo. Allí abajo no se habla de
otra cosa, y creo que lo ideal es que salgas a presentarte
formalmente a la gente. Terence cree que sería conveniente.
—¿Quién es Terence? —pregunté mirándolos a ambos.
—Es el jefe de espectáculos —me respondió Evan.
—Me extraña que no te lo haya dicho, Evan. Esta fiesta es
en honor a Lucy, y todo el mundo se ha quedado embobado
con su imagen en la gran pantalla.
—Supongo que tiene cierta lógica, teniendo en cuenta que
saldrá en la página central de la Vogue la próxima semana —
añadió Evan dejándome ojiplática.
—¿La Vogue? —juro que me costó pronunciar aquella
pregunta.
Dios mío, ¿tan lejos había llegado aquel vídeo?
—Sí, hemos pagado una publicidad en forma de artículo,
siempre queda mejor que sacar un anuncio a media página.
—Y no te extrañe que te llame Opra para asistir a su
programa —dijo Emily, pero en su tono había cierta ironía.
—No sé si estoy preparada para decir hola con la manita a
la gente desde el escenario. Eso sería algo ridículo.
—Sí, eso es muy de concurso de belleza, deberíais ir los
dos a hablar con Terence, seguro que se le ocurre algo correcto
para que la gente sepa que Lucy está aquí y que es una mujer
de carne y hueso —volvió a intervenir Emily.
—¿Te parece bien? —me preguntó Evan. Emily había
aparecido con aquella idea que él ni siquiera había
contemplado y que yo no quería llevar a cabo por nada del
mundo.
—No sé si quiero hacerlo.
—Pero, Lucy, has firmado un contrato de patrocinación,
¿no? Lo normal es que lo hagas. Cuando todo esto termine
podrás volver a tu casa como una persona anónima más. Esta
es tu noche, querida. —Emily descorchó la botella entre risas
y nos sirvió una copa a cada uno—. Brindemos por Lucy y su
noche mágica. —Levantó su copa y, como dos autómatas,
Evan y yo, hicimos lo mismo.
—Por Lucy Moore —dijo Emily.
—Por Lucy. —Evan llevó su copa al centro.
—Por mí, supongo.
Di un sorbo tras brindar y Emily me arrebató la copa y la
dejó sobre la mesa.
—Venga, cuñadito, ve con ella. Lucíos en el escenario,
hacéis una pareja preciosa. Yo cuidaré el palco presidencial
por ti.
Evan me tendió la mano para salir juntos de allí, aunque
yo aún no estaba segura de lo que estaba pasando. Tan solo me
dejé llevar.
Las cosas que había dicho Emily llevaban otro mensaje
implícito, que solo ella y yo conocíamos, y todavía tenía que
decidir si aquello me gustaba o no.
—¿En serio crees que esto es necesario? —le dije
mientras bajaba la escalera cogida de su mano.
—Confío mucho en mi personal, es la base de mi éxito
empresarial, sin ellos nada de esto sería posible. Si Terence
cree que es lo correcto, debemos hacerlo, aunque sea una
aparición breve.
—Está bien.
Me gustó el modo en el que Evan había hablado de sus
empleados, dándoles la notoriedad que se merecían. Nadie
triunfa solo, y cuando Betty me dijo que era un buen jefe, me
dijo la verdad, por lo que me arrepentí de no haberla creído en
un principio. Quizá Evan Denver podía ser un buen tipo si se
lo proponía y yo no me estaba comportando como debía en
esos momentos.
39
EVAN

Si el infierno existía, estaba seguro de que era una fiesta


continua en The Hell.
A los allí presentes les debía doler todos los músculos de
tanto bailar y seguramente el futuro se había detenido. Estaban
demasiados ocupados en quemar la noche, desinhibidos y
conscientes de cómo a ese tiempo de ocio le iba ganando
terreno el ardor que sentían.
—Esto está atestado de gente —me dijo Lucy,
seguramente agobiada por lo que iba a hacer.
—Tranquila, accederemos a la parte de atrás del escenario
por aquí. —Hice un gesto con la cabeza para enseñarle el
camino y ella asintió.
Volvió a cogerme la mano y juro que el tiempo se detuvo
para mí. Sentir su piel contra la mía, aferrándose, buscando la
calma que necesitaba y confiando en mí, me elevó al máximo.
Cada vez que las cosas se ponían difíciles en casa cuando
era pequeño porque mis padres protagonizaban una de sus
grandes peleas y mi hermano y yo creíamos que todo
explotaría por los aires y tendríamos que elegir entre papá o
mamá, simplemente nos encerrábamos en nuestro mundo
juntos, éramos nuestro único soporte. Y en ese país inventado
que nos construimos Josh y yo, el riesgo, la adrenalina, la
confianza entre nosotros y el peligro, dominaban el espacio.
Las motos y las carreras nos permitían liberar todo eso y
complementarlo con la vida real.
Echando la vista al pasado, no puedo evitar sentir ciento
conflicto al respecto, porque la irresponsabilidad de mis padres
nos dotó de herramientas valiosas para sortear las putadas de
la vida, pero a la vez, nos impidió durante mucho tiempo ver
la belleza y el amor que hay a nuestro alrededor.
De camino al backstage sentí que Lucy apretó mi mano y,
cuando lo hizo, fue como si casi no supiera quién era yo y esa
pequeña conciencia, esa otra forma de existir más allá del
mundo que me había construido.
Fue un momento liberador en el que descubrí que había
otras formas de vivir y que podía disfrutar de pequeños
placeres como ir de la mano de una mujer, que, sin duda
alguna, sí podía poner mi mundo patas arriba como me había
dicho, porque de no haberla conocido, mis ojos aún seguirían
cerrados.
Me giré para mirarla, necesitaba hacerlo. Como si quisiera
comprobar que la mano a la que iba aferrado, efectivamente,
fuera la de ella.
Durante el tiempo que pasaba separado de Lucy Moore,
mi mente volvía hacia ella. Pensaba en cómo olía, cómo se
estaría sintiendo en ese momento y en sus ojos azules. Y juro
que cuando la conocí, solo podía calificarse como lujuria a
primera vista, pero había estado con muchas mujeres y jamás
me llegué a sentir como me sentía con ella.
Lucy hizo que todo se detuviera para prestarle atención
solo a ella. La canción que en ese momento sonaba en el local
nos envolvió. Era Fire in my head, de Two Feet.
—¿Te he dicho ya que estás preciosa esta noche? —Sin
soltarla me puse frente a ella cuando llegamos al pasillo de
acceso.
—He hecho lo que he podido. —A veces tenía la
sensación de que Lucy Moore no se quería lo suficiente.
—Estarías guapa hasta con un saco de cemento por
vestido.
—¿Estás intentando sacar tu lado romántico cuando nadie
te ve? —No respondí, tan solo me llevé su mano al pecho.
—¿Lo escuchas? —le dije, apretándola contra él para que
pudiera sentir los latidos de mi corazón.
—No soy cardióloga, pero diría que tiene un buen ritmo.
—Cada latido es una nueva forma de pensar en ti.
Aquello me salió de dentro, no pude evitar decírselo. Me
estaba volviendo loco, me estaba haciendo perder la cordura,
solo podía pensar en besarla de nuevo.
Se quedó en silencio, mirándome fijamente, y me permitió
perderme en su mirada. Sus ojos eran de un azul tan intenso
que podían provocar desvelos.

Girl, I don’t want nobody else.


You say I’m looking like a Rothko.
And I want you too.
Saint Laurent smells good on you.
So girl, I don’t want nobody else.

And I feel cold now lately.


Cold now, baby.
There’s no fire left in my head.
And I feel cold now lately.
Cold now, baby.
There’s no fire left in my head.
40
LUCY
En esa frase, salida de la boca de Evan Denver, no había
nada sentimental, pero hizo que el estómago me diera un
vuelco.
Tal vez había una posibilidad de que pudiéramos dejar a
un lado la lucha constante y ser… ¿qué, amigos?
Con el estómago anudado, intenté desviar la mirada
deseando que mi mente cambiara de rumbo y los latidos de mi
corazón se calmaran, pero Evan me cogió el mentón y me
obligó a mirarlo de nuevo. Su expresión era tensa, y esperaba
que yo dijera cualquier cosa.
«Dios mío», pensé cuando su cara se dividió en una
sonrisa preciosa, la más bonita que le había visto hasta el
momento.
Todas las partes de mi cuerpo reaccionaron, erizando cada
parte de mi piel y pensando en empujarlo contra la pared y
dejarnos llevar por el momento. Estaba allí para pasarlo bien,
ya habría tiempo de sobra para reflexionar sobre mis actos
futuros.
El ambiente de The Hell podía hacerte perder la cordura.
No sabía si era la música, U Do de TRFN, la luz, los olores allí
concentrados, o simplemente el propio Evan Denver y pensar
que todo aquello era suyo. Su propio infierno. Yo quería algo
igual, tener mi propio paraíso.

If he could ride the way you do.


I’d take him back to my place and ooh nana.
If he could act more like a fool.
I’d take him back to my bed and ooh.
I’d let him lead me.
And he would love it nana.
No losers in this game.
He plays, I play, it ain’t done.
He’d ride the way you do.
And that ride won’t be over.
The only thing it takes.
Is you two coming over.

—No deberíamos hacer esto —dije, verbalizando sin


querer los pensamientos que mi mente había generado, como
si hubieran sido reales.
—¿Hacer qué?
—Terence nos está esperando. —Agaché la mirada,
sostenérsela en aquel momento se me hacía difícil y era
doloroso para mi entrepierna.
Lo mejor sería parar ahora, montar aquella escena ridícula
en la que presentarme al público y acabar con el sufrimiento
de tenerlo delante y no comerle la boca.
—Mírame. —Bajó las manos por mi abdomen, por toda la
falda hasta mis muslos desnudos—. ¿Cómo te hace sentir
esto?
Sus dedos me rozaron al subir por uno de mis muslos y
meterse por debajo de mis bragas para acariciarme
suavemente.
Solté un gemido ahogado e intuí que debía estar sintiendo
la humedad invadiendo mi sexo.
—Aún no te he hecho nada y ya estás así de mojada. ¿Lo
ha conseguido alguien antes alguna vez?
—Sí…
No mentí, no quería regalarle el oído, pero Josh lo había
hecho, lo consiguió del mismo modo que lo había hecho él.
—¿Estás segura? —Puso su boca junto a mi oreja.
—Sí, no… no lo sé— Y era real, ya no estaba en este
mundo y no sabía nada, tan solo que me estaba volviendo loca
y que quería sentir sus dedos dentro de mí—. No digas nada y
rómpelo.
No hizo falta insistir, tiró con fuerza y mi tanga se rasgó
con facilidad, luego vi cómo se lo guardaba en el bolsillo del
pantalón.
Evan sabía lo que hacía y a mí ya me tenía en sus garras.
Me temblaba todo el cuerpo, estaba completamente
expuesta con aquel minivestido y desprovista de ropa interior
con la mano de El Diablo metida entre las piernas.
Evan me acarició suavemente el clítoris, haciendo círculos
y apretando después para sentir cómo se hinchaba a sus
estímulos.
Después paró de golpe y sacó la mano. Se llevó el dedo
índice a la boca y comprobó mi sabor sin dejar de mirarme.
—Dejaremos esto para luego, Lucy. Tu público te espera.
Mientras sus ojos recorrían cada centímetro de mi ser,
pensé que me había dejado sin bragas, y mi expresión era tan
intensa como la suya.
Seguía siendo el capullo de Evan Denver, pero en ese
momento también era un hombre que me había puesto la piel
de gallina y acelerado mi pulso y respiración.
—Ven conmigo. —Me tendió la mano, la misma que poco
antes había estado haciendo una exploración a fondo a mi
entrepierna.
Solo de pensar de nuevo en su contacto sentí que mi piel
se encontraba en un punto en el que no le sería difícil arder en
llamas.
—Me dijiste en la boda de Betty que desde que nos
conocimos no has estado con nadie —le dije con la vista en
otro punto de su anatomía que no fueran sus ojos. — ¿Sigue
siendo así? —En ese momento sí lo miré y lo vi asentir—.
¿Por qué?
—Porque no he deseado a nadie más. Me haces sentir un
puto dios por la forma en la que reaccionas ante mí. ¿Aún no
te has dado cuenta de eso?
—Sí, créeme que me he dado cuenta de eso.
—Si hoy no te follo como te mereces, podría morir de
puro deseo, Lucy. —Se acercó y me besó el hombro y el
cuello antes de besarme brevemente los labios. Nuestros ojos
se encontraron y volvió a apartarse de mí—. Deberíamos ir y
hacer tu presentación.
El pánico atenazó mi corazón cuando se produjo entre
ambos un silencio incómodo.
—Evan, no puedo…
—¿Cuál de las dos cosas?
—Voy sin bragas. —Intenté no ruborizarme al recordar
que yo misma le había pedido que rompiera el tanga.
—Vale, puedo traerte unas de los camerinos, seguro que
alguna bailarina tiene algunas de repuesto.
—Sí, por favor —mi voz sonó tímida mientras él estaba
parado frente a mí, mirándome en aquella tesitura.
—No te muevas de aquí, volveré en seguida.
—¿Y qué vas a decirles? ¿No pensarán que es raro que
vayas a pedirles unas bragas?
Evan sonrió de manera pícara antes de contestar:
—Estamos en The Hell, aquí nadie se sorprende de nada
ni se cuestionan las cosas.
«¡Amén!», pensé. En eso tenía que darle la razón. Yo
misma dejé de cuestionarme las cosas cuando puse un pie
dentro, y tan solo dije sí a todo con todas las putas
consecuencias.
41
JOSH
Aún me dolía todo el cuerpo y sentí que el whisky me
quemaba mientras bajaba por mi garganta.
La mezcla del alcohol con las pastillas que me habían
recetado era lo único que me calmaba y me hacía más
llevadero mi encierro en casa.
Había pasado una semana desde el accidente, y no sabía
qué me dolía más: que uno de los Denver hubiera perdido su
segunda carrera consecutiva, el hecho de que Emily estaba
más rara que nunca o las costillas.
—¿Sigues pensando en la rubia? —Sam, mi amigo más
fiel, interrumpió mis pensamientos. Había sacrificado la noche
del sábado para estar conmigo.
Sam y yo nos habíamos conocido en una carrera como
contrincantes hacía ya tres años, y a pesar de ser un
apasionado de las motos, no le gustaba jugarse el tipo como a
mí, ya que su nobleza superaba las ansias de ganar y llevarse
un buen fajo de billetes.
Ese día perdió, y vino a darme la enhorabuena con una
amplia y sincera sonrisa, no era lo habitual en ese tipo de
carreras.
A Sam lo que le movía era disfrutar de su moto
poniéndola al límite, a veces no lograba entender mi rivalidad
y solía intentar ponerme los pies en la tierra si sobrepasaba los
límites. Conectamos desde el primer momento, era un buen
tipo, lo quería.
—¿Cuál? —Me hice el loco, no era habitual que una
mujer me impactara tanto, no quería parecer un blando ante mi
amigo, pero me conocía demasiado bien para adivinar que el
hecho de que ella hubiera pasado de mí, hacía que mi interés
por saber los motivos creciera exponencialmente.
—Teniendo en cuenta que Emily es morena y que te
tiraste a esa chica hace un mes y ahora eres un tullido…
supongo que sabes a quién me refiero —dijo, y en sus labios
apareció una sonrisa.
—Sí —dije, y él se abalanzó sobre mí, arrancándome el
vaso de las manos.
—El whisky no va a solucionar tus problemas, Josh.
Acepta que no eres irresistible para todas las tías del mundo.
Además, tienes a Emily, ¿cómo van las cosas con ella?
—Si antes no iban, ahora no parece que haya mejorado la
cosa. Se ha ido a la fiesta de The Hell, cosa que me sorprende,
el local de mi hermano nunca ha sido santo de su devoción,
pero cualquier excusa es buena para no tener que aguantarme
en este estado.
En el fondo la entendía, estaba realmente insoportable. Era
muy mal enfermo y estar ahí quieto, sin poder hacer nada,
había agriado mi humor y aumentado mi irritabilidad.
—¿Y por qué seguís juntos?
—No lo sé, ¿costumbre?
—Las relaciones no deberían ser como una pequeña
cultura a la que hay que venerar, pero sí respetar. Vosotros
hace tiempo que os habéis perdido el respeto mutuamente. Y,
es más que evidente, que esa rubia del vídeo que me enseñaste
ocupa un gran espacio en tu mente desde que, según tus
palabras, se la arrebataste a tu querido hermano.
—Es imposible olvidar cómo sus labios rojos y gruesos se
adaptaban a mi polla como un guante de látex.
Hice una mueca, estaba molesto.
—Joder, Josh, espero que tu obsesión por ella vaya más
allá de eso. No te creía un cerdo.
—Y no lo soy, pero tú mismo has podido comprobar por
el vídeo, el tipo de mujer de la que estamos hablando.
—Es guapa, sí, pero a veces hay que fijarse un poco más
en el intelecto.
—También es lista.
—¿A qué se dedica a parte de hacer de modelo para el
local?
—No lo sé.
—Bueno, ¿te contó si tenía estudios o cuáles eran sus
ambiciones?
—No hablamos de esas cosas.
—¿Y cómo puedes estar tan colado por ella?
—No estoy colado por ella, quizá quiera volverla a ver y
conocer todos esos aspectos de su persona que mencionas.
—¿No será que a Evan también le gusta y estáis como el
perro y el gato otra vez? Nunca entenderé esa rivalidad entre
vosotros. No sois los únicos hombres de la tierra, ser tan
egocéntricos no os hace bien.
—Eso deberías decírselo a mis padres, quizá tuvieron que
pagarnos un buen psicólogo después de que se reconciliaran y
se convirtieran de la noche a la mañana en los Brady.
—O igual deberíais vosotros aprender de ellos y
convertiros en dos buenos hermanos.
—Quiero a Evan, nunca haría nada que le perjudicara,
pero Lucy no es de su propiedad, en todo caso es ella la que
debe elegir.
—¿Acaso tienes constancia de que haya hecho buenas
migas con tu hermano?
—No sé nada, hace tiempo que Evan y yo no la
mencionamos y ella no me contesta a los mensajes.
—Va a ser verdad que es lista, seguro que se ha dado
cuenta de lo capullos que sois y ha salido huyendo.
—Está con él y Emily en el local. Es parte del contrato
que firmó.
—Ahora lo entiendo. Te fastidia no poder estar allí
controlando todo y no saber qué va a pasar esta noche. —Sam
entrecerró los ojos y asintió con la cabeza. Se le daba bastante
mal hacer el papel de investigador.
—Emily me lo contará a su vuelta.
—¿Estás utilizando a tu propia novia para sacar
información sobre Lucy y Evan? —Se llevó su cerveza a la
boca mientras negaba con la cabeza —. Definitivamente, se te
está yendo la cabeza.
Sí, se me estaba yendo la cabeza por aquella rubia con
cara de diablesa.
—No, ha sido la propia Emily la que ha querido ir, y
créeme que me ha sorprendido, sabes que odia mi trabajo y el
local en general.
—Bueno, ella ama demasiado el suyo, ¿no? Siempre está
viajando por negocios. Ese jefe suyo la tiene demasiado
ocupada.
—¿Qué insinúas? Además, con esto que me ha pasado se
ha pedido una excedencia y se está planteando dejarlo.
Me incorporé, olvidando cuál era mi estado, y sentí un
pinchazo en las costillas.
—Insinúo que rompáis y empecéis a hacer vuestra vida.
Creo que ninguno de los dos está siendo sincero en esta
relación.
—Emily no me haría eso —dije soltando el aire
lentamente para recuperarme del dolor que acababa de sentir.
—Puede que tengas razón y tú seas el más cabronazo de
los dos. —Intenté estirar el brazo para alcanzar el vaso que
Sam me había arrebatado.
—Devuélveme el whisky, es lo que más me ayuda a estar
tranquilo y paliar el dolor de cuerpo. No me tortures tú
también.
—Solo si me prometes que dejaras a esa Lucy en paz y
empezarás a plantearte reconducir tu vida. Acepta las derrotas,
no se puede ganar siempre, Josh.
—¿Si te digo que lo intentaré me darás mi bebida?
—Claro, eso he dicho.
—Entonces pondré todo mi empeño. —Estaba tan jodido
físicamente, que le hubiera prometido cualquier cosa a Sam
con tal de sedarme.
42
LUCY

—¿Esto qué es? —pregunté sosteniendo unas bragas de


bordes fruncidos y un tejido tan fino y endeble que no podía
considerarse tela de ningún tipo.
—He pensado en lo que me has dicho y no me he atrevido
a pedir unas bragas a las bailarinas. Es algo demasiado
personal, pero he recordado que compramos ropa interior
desechable para una fiesta de masajes eróticos y tatuajes que
hicimos el año pasado.
—¿No hacéis fiestas normales aquí con ponche y
guirnaldas como todo el mundo?
—Si quisiéramos imitar un baile de instituto, sería una
posibilidad. Me apunto la idea.
—Esto no me va a cubrir nada.
—No vas a presentarte desnuda, llevas el vestido, nadie va
a verte las bragas. Es solo para infundirte seguridad, y te
recuerdo que has sido tú la que me has pedido que rompiera tu
tanga
Ponerme aquello, claramente, era una mera herramienta
psicológica para mí, y era cierto que me encontraba con la
entrepierna al viento por mi culpa.
—Está bien. Pero no sé qué es peor, parece un pañal.
—Pero no lo es.
—Deberían hacer mejores diseños. Que sea desechable no
la exime de ser sexi, he visto ropa interior comestible más
glamurosa.
—Llamaré a la empresa para ofrecerle tus servicios como
diseñadora, pero Terence tiene todo preparado para tu
aparición estelar y es muy pulcro en cuanto a tiempos —me
dijo con tal de apremiarme para que me diera prisa
—Está bien —acepté a regañadientes.
Apoyé mi mano en su hombro para colocarme las
dichosas bragas extrafinas.
—No mires —le pedí.
—No voy a ver nada que no haya visto con anterioridad.
—¿Quieres recordarme que te has acostado con más de
mil mujeres?
—No creo que haya llegado a ese número —dijo con
cierta ironía y yo puse los ojos en blanco.
—No quiero que mires porque son ridículas y dos tallas
más de la que suelo usar. Parezco Pebbles Picapiedra.
Me parecía increíble que el momentazo erótico festivo que
habíamos vivido minutos antes, pudiera volatilizarse de aquel
modo y hubiera pasado de sentirme poderosa, a una mujer con
posibles problemas de incontinencia.
—Vale, ya está —dije cuando me coloqué el vestido en su
sitio.
—¿Lo ves? No se nota nada.
—Siento las costuras de esta cosa torturándome las ingles.
—Deja de decir esas cosas, me estás poniendo a cien —
dijo Evan sonriendo y con ironía.
—Muy gracioso, pero acabemos de una vez con esto.

Terence era un Bernand Dafont negro, alto y corpulento,


con una voz estridente que no pegaba nada con su aspecto
fornido.
—¡Estás divina! —me dijo para infundirme seguridad.
Me había dicho que me quedara quieta sobre una marca
pintada en el suelo del escenario con forma de equis.
—Gracias, pero no creo que esté en mi mejor momento.
—No digas tonterías. Eres la diosa de ese vídeo y la gente
quiere saber si eres de carne y hueso. No he tenido tiempo de
montar nada espectacular, pero será suficiente para que te
luzcas.
Cuando empiece a sonar la música, quiero que andes hasta
el borde del escenario como lo has hecho en el vídeo. Justin te
pondrá las alas en breve. ¿Lo has entendido?
—Música y andar hasta el borde del escenario como lo he
hecho en el vídeo. Creo que sí —dije con sarcasmo, no había
que ser una lumbrera para entender aquello.
—Perfecto. No te muevas, en seguida estarás lista. —Puso
su mano en mi hombro con un gesto gentil —. ¡Justin! Alas,
por favor.
En tres segundos me colocaron las alas negras y estaba
lista. Miré a Evan, que, apoyado en la pared entre bastidores,
me lanzó un beso y un guiño. A veces era un poco hortera en
su proceder de macho, pero era tan mono que se le podía
perdonar. Aquello me dio fuerza y seguridad para lo que
estaba a punto de hacer.
La canción de El Diablo volvió a sonar, y cuando Terence
me dio el visto bueno con un asentimiento de cabeza, comencé
a andar con toda la seguridad que podía acumular con aquellas
bragas de abuela de algodón extrafino.
La gente comenzó a aplaudir entregada a la causa.
Escuché silbidos, vitoreos, gente cantando la canción a voz en
grito…
Y yo, emocionada, agudicé los golpes de cadera al andar.
Sentí que una de las alas se tambaleaba. Las llevaba a modo de
mochila con tirantes de silicona transparente. A pesar de que
parecía que las llevaba como si nada, he de decir que tenían un
peso considerable para mi complexión.
Cuando estaba a punto de llegar al borde del escenario, el
tirante no aguantó el ímpetu que le estaba poniendo a mi
aparición estelar, y se rompió. El ala derecha se volteó al lado
contrario por la inercia del peso, la pisé y caí de espaldas con
las piernas abiertas en medio de la tarima con un fatal
desenlace.
Aquello debía ser una pesadilla, no me lo podía creer.
Toda la gente allí congregada fue testigo directo de mis
partes púdicas, que se transparentaban notablemente, pues el
foco que antes me iluminaba a mí, ahora estaba enfocado en
esa parte de mi anatomía que aquellas bragas no podían
esconder.
La gente sacó los móviles y comenzó a grabarme al punto
que Evan gritaba desde detrás que cerraran las cortinas y unos
bailarines vinieron a levantarme y llevarme con él.
—¿Estás bien? —me dijo mientras Justin, que claramente
no había comprobado que las alas estuvieran bien sujetas, me
tendía una botella de agua, cuando yo lo que realmente
necesitaba era arsénico. Estaba presa del pánico y la mayor
vergüenza de mi vida.
—No, no estoy bien. Mi coño va a ser viral, la nueva
imagen de tu local es una chica despatarrada con un pañal del
grosor del papel de fumar.
—Joder, Lucy, lo siento. —Se llevó las manos a la cara
intentado que no me diera cuenta de que se estaba riendo.
—¿En serio, Evan? Tengo una madre y un padre en
Colorado que adoran los memes.
—Entonces estarán muy orgullosos de ti. —Soltó una
risotada que se me clavó en el alma.
—Vete a la mierda. —Comencé a andar buscando la salida
del escenario.
¿Acaso aquello había sido otra jugarreta suya?
—Espera, Lucy. Venga, mujer, no es para tanto.
—He hecho el ridículo. Te dije que no era buena idea,
suelo ser un desastre en directo.
—Eres un desastre precioso. —Ladeó la cabeza y me
acarició el pelo.
—Eso no arregla nada. No sé por qué Emily ha tenido que
aportar esta estúpida idea a tu fiesta, ella no trabaja aquí.
Primero había ido de amiga con sororidad y luego me
había obligado a hacer aquello.
—No ha sido culpa de nadie, son cosas que pasan.
—Sí, ya… —Me crucé de brazos y evité mirarlo a los
ojos. Cuando Evan se quitaba el rictus de encima y se reía
como cualquier ser humano de las cosas ridículas de la vida,
estaba más guapo que nunca. Los ojos le brillaban por las
lágrimas que le producía la risa y se volvían de un color azul
grisáceo más intenso.
—Vayamos al palco. Necesitamos beber algo y relajarnos.
—Pero ella está allí, no quiero que esté con nosotros
después de todo lo que ha pasado.
¿Me estaba rajando? Sí, quería irme de allí y desaparecer.
Olvidar la conversación que había mantenido con Lucy y
meter la cabeza bajo tierra como los avestruces.
—No ha pasado nada, solo te has caído y se te ha visto un
poco la sombra de lo que todas las mujeres tienen.
—¿Sombra? Eso es imposible, voy bien depilada.
—Lo sé. —Me besó en la mejilla.
—Sé que lo sabes.
—¿Subimos? Estoy seguro de que, si nos olvidamos del
asunto y nos centramos en disfrutar del resto de la noche,
podré compensarte todo lo que te debo.
Su voz. Esa maldita voz y forma de decir las cosas. Evan
Denver había nacido para pecar y convertir las desgracias en
victorias. Quería aprender de él, iba a ser un buen maestro, se
las sabía todas.
Él pensaba que me debía algo y Emily que nos los
debíamos nosotras. Me sentí un cuadro de amortización de
renta variable, pero firmé la hipoteca y me lancé de lleno a
vivir una aventura como aquella.
—Vale, pero como mis padres me envíen mi propio meme
no descarto tirarme desde el balcón en plancha hacia la gente.
—En ese caso te confiscaré el móvil. Pasemos de todo y
centrémonos en ti y en mí. ¿Te parece?
—No hace falta que lo hagas, se me ha olvidado en casa.
—Me alegra oírlo.
Me cogió de la mano y me condujo por el mismo pasillo
por el que habíamos entrado.
Era consciente de que no había nada malo en tener una
relación puramente sexual con alguien. Lo que realmente me
preocupaba, era que no tenía control de mí misma cuando
estaba con él y eso podía joderme viva.
Evan Denver ni siquiera me gustaba, o eso quería
conseguir yo, que no me gustara, pero aun así…yo seguía
cayendo en sus encantos poniéndome en peligro.
43
EVAN
—Ahórrate los comentarios, Emily —le dije cuando
llegué de nuevo al palco, por si tenía intención de ahondar en
el tema.
—No iba a decir nada, entiendo que estas cosas forman
parte del directo y son inevitables, sin embargo, otras cosas sí
lo son —dijo, sin entender a qué se quería referir con esas
cosas que sí se podían evitar. —Lucy ha ido al baño a
refrescarse, cuando regrese no quiero que se vuelva a hablar de
este tema.
—Tus deseos son órdenes para mí. —Cogió la copa que
me había dejado antes a medio beber y la rellenó con un poco
de champán frío. Había pedido otra botella—. Bebe un poco,
llevo un buen rato bebiendo sola.
—Pues no se te nota a pesar de haberte bebido una botella
prácticamente tú sola.
Alcé la copa en su dirección y me la bebí de un trago.
—Más despacio, Evan, o acabaremos haciendo locuras.
No estoy tan sobria como crees. —Se rio y se llenó su copa.
—Sírvele también a Lucy, ya viene por ahí. —Emily
asintió e hizo lo que le había pedido.
Cuando se sentó en el sofá frente a mí le tendí la copa.
—¿Estás mejor? —le pregunté bajando la voz para que
solo me escuchara ella.
—Sí, gracias.
—Lucy, no te preocupes por nada, en The Hell han pasado
cosas peores —añadió Emily a pesar de haberle pedido que
mantuviera el pico cerrado.
Maldita sea…
—Me hago cargo, pero prefiero que cambiemos de tema.
—Lucy se mesó el pelo y se bebió la copa de golpe y le pidió a
Emily que le sirviera un poco más.
—Solo quería dejar claro que no debes preocuparte por
nada y que estamos aquí para divertirnos.
—Eso intento. —Lucy suspiró y apuró la segunda copa de
champán.
—¿Tienes hambre? —le pregunté. Si la idea era seguir
bebiendo, quizá era mejor llenar el estómago con algo.
—Si te soy sincera, he cenado algo rápido antes de venir.
Los nervios suelen cerrarme el estómago, así que no, no tengo
hambre.
—Igualmente le pediré a Clair que nos suba algo para
picar.
—Haz lo que quieras, seguro que Emily sí quiere comer
algo.
—Sí, estaría bien —dijo nuestra aguanta velas, que, a las
claras, no pensaba marcharse a casa y dejarnos intimidad.
—En ese caso, ¿podrías, por favor, bajar y decírselo? Creo
que el pinganillo se ha quedado sin batería. —Vi la
oportunidad de que nos concediera unos minutos a solas.
—Claro, ya que no tienes a Josh hoy por aquí, yo puedo
sustituir sus funciones.
—Gracias.
—De nada, cuñadito. ¿Necesitas alguna cosa más?
«Que te marches a casa y compruebes cómo está tu
novio», pensé, aunque no lo dije, claro.
—Pídele también unas cervezas, creo que a Lucy le gustan
más que el champán.
—Sí, gracias, eso estaría bien —añadió Lucy, que aún
seguía algo perturbada por lo sucedido.
—Perfecto, en seguida vuelvo. —Emily se giró dando un
golpe de melena y se marchó contoneándose como una
serpiente.
Aunque era la novia de mi hermano desde hacía casi dos
años, nunca había sido santo de mi devoción. Había algo raro
en ella. Demasiado interesada y ambiciosa de sus propios
asuntos, los cuales apenas compartía con Josh. Como si
quisiera preservar esa parte de su vida, pero denostando las
partes de la vida de Josh que, a su parecer, a ella no le
gustaban.
Mi hermano era mucho más transparente que Emily,
siempre me había dado esa impresión, y ella se aprovechaba
de ello para criticarlo y sacar a relucir temas como el dinero
que yo le pagaba por trabajar para mí.
A Emily nunca le parecía suficiente, a pesar de que Josh
ganaba ocho de los grandes cada mes, más del doble de lo que
ganaban el resto de mis empleados y tenía mucha libertad a la
hora de desempeñar su trabajo. Era mi hermano, no era
cualquier persona para mí, aunque a Emily le diera esa
sensación y hubiera provocado alguna que otra pelea entre
nosotros.
Quizá parte de la rivalidad que nos gastábamos entre
nosotros, se debía a eso.
—No sabía que eras de Colorado —le dije a Lucy cuando
nos encontramos solos de nuevo.
—No te lo había dicho hasta hoy, en realidad no sabes
mucho sobre mí, ni yo tampoco de ti, y, sin embargo, te he
dejado romper mis bragas. ¿Qué coño haces conmigo?
—Yo podría hacerte la misma pregunta.
—Yo estoy aquí cumpliendo un contrato —me contestó
apretando las piernas, como queriendo retener algo entre ellas.
¿Acaso seguía excitada?
—¿Eso crees?
—No hubiera venido si no fuera así —dijo con un tono
chulesco algo forzado.
—Entonces, quiero comunicarte que eres libre de irte
ahora mismo. Ya has cumplido con tus obligaciones.
—Ahora quiero quedarme. —Agachó la mirada, lo hacía
siempre que se sentía incómoda o intimidada.
—¿Por qué? —quería que se sincerara.
—Porque, aunque al principio me has hecho una putada,
después has sido muy cortés conmigo e intuyo que no te
apetece quedarte a solas con Emily.
—Intuyes bien, pero no me sería difícil deshacerme de
ella, sé tomar mis propias decisiones. Así que debe haber otro
motivo por el que quieres quedarte.
—¿Es necesario que te lo diga? —Se llevó la melena rubia
a un lado.
—Quiero que seas tan sincera como he demostrado ser
contigo yo esta noche. No suelo decirles a todas las cosas que
te he dicho a ti, no me gusta mostrar mis debilidades, y ten por
seguro, que tú eres una de ellas.
—Tú no eres una debilidad para mí. —Puso los ojos en
blanco y chasqueó la lengua contra el paladar.
—No pretendo serlo. No se trata de estar en igualdad de
condiciones, solo quiero saber si te gusto un poquito.
—Eso es más que evidente, no dejo que la gente vaya
rompiéndome las bragas a la primera de cambio.
—¿Y por qué te cuesta tanto verbalizarlo? —Me
molestaba que no pudiera hacerlo cuando yo le había dicho
que cada latido de mi corazón llevaba un pensamiento de ella
esa noche.
—Porque a mí tampoco me gusta mostrar mis puntos
débiles.
—Me has dicho que yo no soy una de tus debilidades.
—Eso es porque también soy un poco mentirosa. Ya sabes
dos cosas de mí: que soy natural de Colorado y, por tu
apellido, quizá sea cosa del destino que nos encontráramos en
la vida, y que miento a los chicos guapos cuando me siento
altamente atraída por ellos.
—Entonces a partir de ahora no creeré nada de lo que me
digas. Lo que me proporciona el poder de hacer contigo lo que
quiera, mentirosilla.
—Eso son palabras mayores, Evan Denver. No pretendo
ser un títere a tu lado.
—Nunca haría semejante cosa —dije con exasperación.
Yo no era ningún cerdo y quería que le quedara claro.
—No te dejaría que lo hicieras. —Me miró fugazmente y
volvió a desviar la vista al suelo.
Me levanté y fui a sentarme a su lado. Necesitaba tenerla
más cerca y, por su expresión corporal, ella lo necesitaba igual
que yo.
—Lucy, no me estás entendiendo, o quizá no he sabido
explicarme bien. —Le cogí la mano y le besé el dorso. Las
tenía frías, quizá por los nervios—. Nunca suelo sentirme tan
desprotegido por nadie, y puede dar la sensación de que soy un
loco posesivo, quizá exagero para protegerme.
—¿Protegerte de qué?
—De las cosas de las que normalmente huyo.
No me refería a que sintiera ganas de huir de ella, sino al
hecho de sentir más de lo que me permitía hacerlo. Lucy era la
candidata perfecta para hacerme salir de mi zona de confort.
—Quizá te consuele saber que esta noche me esté
sintiendo igual de posesiva contigo. Me molesta que Emily
esté aquí o el hecho de pensar que, si no hubiera venido, te
hubieras acostado con otra que no fuera yo.
Crucé la distancia que aún nos separaba y le cogí la nuca
atrayéndola hacia mí, mirándola a los ojos mientras acercaba
su boca a la mía.
Cuando nuestros labios se tocaron, el calor que mi cuerpo
empezó a emanar nos hubiera podido abrasar a los dos.
Metí mis manos entre su pelo y lo agarré con fuerza,
obligándola así a echar la cabeza hacia atrás para que aceptara
todo lo que le estaba dando.
—Podría devorarte entera.
—Sírvete —me dijo con un gemido ahogado, dándome
permiso.
Aparté la mesa y me puse de rodillas ante ella.
Le agarré las caderas e hice que se quedara sentada casi al
borde del sofá, al punto que levantaba su vestido y tiraba de
aquellas horribles bragas para dejarla expuesta ante mí y a las
ganas que tenía de saborearla.
Joder, eran las vistas más bonitas que había tenido frente a
mí jamás, y una sensación de urgencia me embargó.
Cogí una de sus piernas para colocarla sobre mi hombro y
besar la suave piel de su muslo antes de lamerle lentamente el
clítoris.
Lucy se aferró a mi pelo y movió las caderas contra mi
boca al tiempo que soltó algo ininteligible.
Ver cómo se entregaba a la comida que le estaba haciendo
hizo que me diera cuenta de que estaba tan indefensa como yo
ante todo aquello.
—Esto sería mejor si pudiera tumbarte y estimularte las
tetas.
—No te atrevas a parar, Evan.
Gemí contra su sexo, mi polla ya estaba pugnando por
romper el pantalón, y aunque sabía que no podría ejercer tanta
fuerza, parecía que lo intentaba.
Deslicé los dedos en su interior y tiré de ella con la otra
mano para que se hundieran lo máximo posible.
Lucy empezó a moverse y apretarse contra mi mano cada
vez a un ritmo más rápido.
Quería morderla, chuparla y enterrar mis dedos en ella
hasta volverla loca.
—Voy a correrme —anunció.
Aquellas palabras hicieron que girara la muñeca y
empujara más profundamente haciendo que gritara y notando
cómo sus piernas y abdomen se tensaban antes de ponerse a
temblar y que el clímax la embargara.
—Tengo que follarte o voy a explotar —le dije cuando
bajé lentamente su pierna al suelo. Hablaba totalmente en
serio, aquella chica me ponía demasiado cachondo, y me
moría de ganas por besar cada parte de su cuerpo.
Lucy estaba echada hacia atrás, aún jadeante, y no me
contestó.
—¿Lucy?
—Sí, lo siento, me he mareado un poco.
—¿Te encuentras bien? —Me incorporé preocupado,
estaba pálida. Sabía que era bueno con el sexo, pero no hasta
el punto de dejar a una mujer sin sangre en el cerebro.
—Quizá sí sea buena idea que coma algo.
—Claro, veré si Emily ha conseguido hablar ya con
Claire.
Saqué el pinganillo del bolsillo y me lo coloqué en la
oreja.
—Creía que se había quedado sin batería.
—Yo también soy un mentiroso. —Le di un beso suave en
los labios y lo encendí para comunicarme con mi empleada.
44
LUCY
¡Cómo se las gastaban los Denver para dejar temblando a
una mujer!
Estaba mareada y sentía la boca seca. Incluso la visión se
me nublaba por momentos, como si me hubiera comido una
ensalada con peyote o vete tú a saber.
Josh y Evan eran como una droga dura y te dejaban al
borde de la inconsciencia.
—¡Ya estoy aquí! —anunció Emily, a la que me costaba
enfocar todavía —. ¿Le pasa algo a Lucy?
—Está algo mareada.
—Bueno, necesitará algo que echarse a la boca. Pronto
nos subirán algo de comer. Me ha costado dar con Claire,
estaba ocupada atendiendo las necesidades de las mesas vip
allí abajo. Se nota que no está Josh controlándolo todo.
—Para eso estás tú aquí hoy, ¿no, Emily? —escuché decir
a Evan. La cabeza me daba vueltas, como si estuviera en una
noria.
—Parece que no te alegras de verme. Era el gran día de
Lucy, y teniendo en cuenta las molestias que se tomó contigo
el día de la boda acompañándote al hospital, qué menos, ¿no?
La conversación entre ellos era tensa, pero no tenía
fuerzas para intervenir y calmar las aguas. Necesitaba comer,
beber algo o que me asistieran unos paramédicos.
—Oh, aquí está lo que hemos pedido —dijo haciéndose a
un lado y dejando que los camareros dejaran algo en la mesa.
—Gracias, chicos —oí decir a Evan. — Toma, debes
comer algo ya —me dijo poniendo un mini sándwich en mi
mano.
—Tengo la boca seca —dije.
—Sí, lo siento. Te abriré un botellín de cerveza.
Cuando me lo tendió me lo llevé a la boca y di un sorbo
que me produjo una arcada.
—Lo siento, no sé qué me pasa.
—Deberías echarte y descansar un poco, Lucy —me dijo
Emily pasando frente a mí para sentarse a mi lado mientras me
guiñaba el ojo.
¿Qué sabía ella de aquel estado enfermo y débil que estaba
experimentando?
—¿Qué narices es esto? —dijo quitándose del tacón las
bragas de usar y tirar que Evan me había arrancado y tirado al
suelo.
—Parece un gorro de los que usan en las cocinas. —Evan
se lo quitó de las manos y se lo metió en el bolsillo, el mismo
donde aún estaba mi tanga—. Los camareros lo habrán traído
sin querer —. ¿Te encuentras mejor? —dijo Evan, también
tomando asiento junto a mí al otro lado. Me había quedado en
medio de los dos.
—No, cada vez me siento peor, apenas puedo mantener
los ojos abiertos. Quizá sea mejor que me vaya a casa. Ese
champán debía estar caducado.
Quería batirme en retirada. No estaba hecha para el mundo
de la noche y sus designios.
—No. ¿Para qué te vas a ir a casa? Es mejor que te quedes
aquí con nosotros para que podamos cuidar de ti —dijo Emily
poniendo su mano sobre mi pierna y acariciándome de una
forma un poco impropia.
Evan dirigió hacia nosotras la vista para ver el gesto
íntimo que ella me estaba haciendo.
—Sí, quizá debamos esperar a que se te pase un poco o
llevarte al médico en caso de que empeores —dijo Evan.
—Come un poco, Lucy. —Emily me dirigió la mano con
la que yo portaba el sándwich hasta la boca—. Ya sé que Evan
ha cenado bien antes de que nos subieran la comida, pero tú
necesitas algo que llevarte a la boca, como yo.
¿En serio acababa de decir aquello? ¿Acaso nos había
visto?
—Joder, siento que hayas tenido que verlo. —Vi cómo
Evan se mesaba el pelo, nervioso.
—Más siento yo cómo has debido de quedarte, cuñadito.
Eres tan hábil como tu hermano. Ven, dejemos que Lucy se
eche un poco en el sofá y vayamos a la otra parte.
Como hipnotizado, Evan hizo lo que esta le había pedido,
no sin antes tumbarme y ponerme de lado. Intenté detenerlo
estirando mi brazo, pero este cogió mi mano y se la llevó a la
boca para besarla.
—Descansa un poco —me dijo al punto que vi cómo
Emily tiraba de él.
—Déjala ya, Evan, ya la has agotado lo suficiente. Ha sido
una noche de muchas emociones para ella.
Sabía lo que estaba intentando hacer aprovechando mi
lamentable estado. No sabía cómo narices podía encontrarme
tan mal y tan débil, y aunque sabía que mi cuerpo luchaba por
no quedarme dormida, sentía que iba a perder la batalla de un
momento a otro. No habíamos quedado en eso ella y yo.
Aunque de forma poco nítida, vi cómo Emily cogía la
botella de champán y le servía otra copa a Evan. Este se
desabrochó un poco la camisa antes de beberse el champán.
—Así me gusta, vamos a disfrutar un poco mientras tu
chica se recupera —dijo ella, que en esos momentos le ponía
la pierna encima sin que yo pudiera hacer nada.
Qué sensación más mala.
—Emily, lo siento, pero yo tampoco me siento demasiado
bien —le escuché decir a Evan, pero ella hizo caso omiso y le
sirvió un poco más de bebida y se la llevó directamente a la
boca para que él bebiera.
—Solo tienes que beber un poco más y empezarás a
disfrutar de la noche como te mereces. Eres El Diablo, te creía
con un poco menos de escrúpulos.
Todo me daba vueltas, apenas me salía la voz y era
imposible que me oyeran con la música sonando a todo
volumen en el local.
Las imágenes se me aparecían como flashes porque los
ojos se me cerraban solos y yo hacía fuerza para mantenerlos
abiertos. Estaba librando una batalla campal con la
inconsciencia que pugnaba, incesante, por invadirme del todo.
Lo último que vi antes de que todo se volviera negro para
mí, fue la mano de Emily agarrando la entrepierna de Evan
mientras le besaba el cuello, al tiempo que, de mi boca, salía
su nombre como una exhalación:
—Evan…
45
LUCY
La luz cegadora que entraba por el ventanal hizo que me
removiera un poco.
«¿Dónde estoy?», pensé antes de abrir los ojos del todo y
darme cuenta de que estaba en el ático de Evan, desnuda en su
sofá y cubierta con una fina sábana. Neil estaba sobre mí,
mirándome fijamente. Me dio un susto de muerte el maldito.
—Joder, ¿por qué me miras así? —le dije a Neil antes de
que saltara al suelo con un maullido.
Me incorporé, pero no vi a Evan en la cocina ni en
ninguna parte de la planta inferior. No obstante, sobre la mesa
de centro había un papel.
«He salido a correr para que me dé el aire, no te marches
sin que hablemos de lo que pasó anoche».
Los recuerdos de la noche anterior se entremezclaban con
el dolor de cabeza que me producía siquiera moverla.
La imagen de Emily con la boca pegada al cuello de Evan
me vino de pronto junto a un pinchazo en la sien que podía
dejarme catatónica perfectamente.
Después, otra imagen de mí misma disfrutando de un
maravilloso sexo oral de la boquita de Evan…
Yo en el escenario, unas bragas desechables, gente
gritando y riendo, sueño, mucho sueño…
Emily de nuevo y un sobresalto cuando de pronto la puerta
de entrada se abrió y apareció él, sudado y con la respiración
entrecortada.
—Buenos días. Menos mal que te has despertado, anoche
fue imposible hacerlo para traerte hasta aquí.
—¿Cómo, en qué momento…? —bufé aturdida —. ¿Qué
narices pasó anoche? No habrás, no te habrás…
—¿Acostado con Emily? —terminó de decir él desde su
posición. Ni siquiera se atrevió a acercarse a mí desde que
había entrado.
—No estaba segura de decirlo por si lo que vi fue fruto de
mi imaginación.
—Y yo siento vergüenza, porque si te digo la verdad, no
lo sé y no estoy orgulloso de ello si realmente ha pasado.
—No sé qué decir, aparte de ¿qué coño le ponéis a las
bebidas en el local?
—Nada, era champán, y del caro. Es la primera vez que
me pasa algo así. ¿Me creerías si te digo que me desperté en el
palco desorientado y que llamé a Norman para que me ayudara
a bajarte y traernos hasta aquí?
—¿Quién es Norman?
—El chófer que te llevó a la fiesta.
—No recuerdo mucho, pero sí vi cómo te dejabas besar el
cuello por ella.
—Recuerdo que me tocó, recuerdo que yo estaba muy
cachondo después de…
—Oh, vaya, lo siento si tuviste que aliviarte con tu cuñada
—dije enfadada de que utilizara aquello para justificarse.
Sabía de las intenciones de ella, pero haberlo visto no me
hacía tanta gracia.
Odiaba pensar en aquello, me ponía enferma solo
imaginármelo.
—Lucy, joder, ¿en serio crees que lo digo para justificar lo
que sea que pasara allí?
—Bueno, me has dejado dormir en el sofá. Está claro que
ya no te hacía falta para nada.
—¿Crees que tenía fuerzas para subirte hasta mi
habitación? Te estoy diciendo que parecíamos dos drogadictos
que se habían pegado la fiesta de su vida. Y, para tu
información, me he quedado a tu lado toda la noche porque
estabas mucho peor que yo. Cuando te metí en el edificio, tuve
que arrastrarte conmigo como pude hasta el ascensor.
—¿Por qué no le pediste a Norman que te ayudara?
—Eran las siete de la mañana, hacía horas que ese hombre
se había marchado a casa, la idea era volver juntos en mi
coche, no podía joderlo tanto, él también tiene su vida. —Miré
la hora en mi reloj, eran las cuatro de la tarde.
—En ese caso haber pedido un Uber.
—Necesitaba que alguien me ayudara a bajarte. El resto
de empleados ya habían cerrado el local.
—Todo esto es muy raro. —Me levanté nerviosa y tuve
que llevarme las manos a la cabeza. Había sufrido alguna
resaca que otra en mi vida, pero jamás una como aquella.
—Necesitas un ibuprofeno y un café.
—Déjalo, no me traigas nada, no me fío —le dije.
—Lucy, ¿en serio piensas eso de mí?
—Eres El Diablo, el señor de las tinieblas en ese local.
—Sé lo que parece, pero no acostumbro a drogar a la
gente y aprovecharme de ella.
—Entonces, ¿quién nos haría algo así a los dos? Porque
claramente lo que me pasó no lo produce solo el champán.
Iba a matar a Emily en cuanto tuviera ocasión de volver a
hablar con ella.
—¿Tú me escuchas? Te he dicho que me he despertado en
el palco desorientado y sin recordar apenas nada.
—Podrías haberme llevado a dar una vuelta en una moto
con sidecar como una muñeca hinchable, que no me hubiera
enterado de nada. ¿Por qué debería creer que me estás
diciendo la verdad?
—Porque soy yo, Evan, ¿recuerdas? Porque te estoy
diciendo que no sé si acabé follándome a Emily o fue ella la
que se aprovechó de que no estaba en mis cabales. No te diría
algo así si quisiera ocultar algo, ¿no crees?
Vale, eso era cierto, era hábil. Podría haber dicho que eso
lo debía haber soñado yo y contarme una versión totalmente
distinta a la que había experimentado. Pero ambos
coincidíamos en lo que vivimos previamente en el local y no
negaba que ella se hubiera puesto más cariñosa de lo normal.
Lo que era un punto a favor.
—Bueno, pero si estabas tan mal como yo, no habrías
podido rendir.
—Por Dios, Lucy, la tenía tan dura después de lo que te
hice en ese sofá, que cuando ella volvió aún seguía como un
mástil.
—Eso no ayuda a que no sienta náuseas. No quiero ni
pensarlo. —Moví la cabeza con brusquedad como intentando
apartar esos pensamientos de él y ella retozando como conejos
conmigo en estado comatoso al otro lado del sofá, y el dolor
que me produjo me hizo sentarme de golpe de nuevo en el
sofá, sosteniéndome el cogote.
—¡Lucy! —En ese momento sí vino hasta mí preocupado.
—Me estalla la cabeza y no sabes de qué forma.
Y mientras estaba allí agachada, con aquel dolor agudo
penetrándome hasta las bolas de los ojos, recordé la
conversación que ella y yo mantuvimos en el baño. Yo no
debía encontrarme tan mal como me encontraba.
¿Sería posible que nos hubiera drogado a los dos?
—Dame ese ibuprofeno, si eso no me mata lo hará este
dolor de cabeza.
—Ahora mismo te lo traigo, recuéstate un poco —me
pidió para luego irse a la cocina.
Me volví a echar en el sofá y Neil no dudó en volver a
subirse a mi abdomen para observarme.
—Le gustas —me dijo Evan cuando volvió con un vaso de
agua y la pastilla.
—No me mira con buenos ojos —le dije cuando me lo
quitó de encima para que me incorporara.
—Los tiene así, no te mira solo a ti de ese modo.
—Me hubiera gustado eso de ti también, que no miraras a
Emily del mismo modo que lo hiciste conmigo. —Me metí la
pastilla en la boca y me la tragué con un poco de agua—.
Gracias —le dije devolviéndole el vaso y echándome de nuevo
en el sofá.
—¿Lo hice? —Se mesó el pelo nervioso.
—No lo sé, pero supongo que sí. Cuando te puso la pierna
encima y te besó el cuello, no opusiste demasiada resistencia.
—Te juro que apenas recuerdo eso.
—¿Cómo es posible que yo sí pueda recordarlo cuando
claramente estaba peor que tú anoche?
—No lo sé, Lucy, te juro que no entiendo nada. Pero a mí
debió afectarme el alcohol de otro modo.
—No creo que lo que me ha pasado solo sea fruto del
alcohol.
—¿Sigues pensando que te he drogado?
—Pienso que nos han drogado, en plural. Nada de esto es
normal.
—Ninguno de mis empleados haría tal cosa. Las botellas
estaban sin abrir cuando nos las sirvieron, yo mismo descorché
la primera y, la que trajo Emily la abrió ella delante de
nosotros.
—Pero se quedó sola en el palco cuando fuimos a
encontrarnos con Terence.
—¿Emily? ¿Por qué y para qué?
Levanté las cejas para que se diera cuenta él solo de lo que
intentaba decirle.
—¿Para acostarse conmigo? —Abrió los ojos, alucinado.
—¿Y si te digo que me insinuó eso mismo porque sabe
que Josh y yo…? —omití esa parte—. Nos escuchó en la
puerta del hospital. Por lo visto salió a fumar y no nos dimos
cuenta de que estaba a pocos metros de nosotros.
—¡Mierda! ¿Qué te insinuó, exactamente?
—Me dijo que yo le debía algo, que, si yo había probado
algo suyo, ella quería probar algo mío, pero le dije que tú y yo
no éramos nada y que tampoco sabía de su existencia hasta
que la vi en el hospital, que yo no había hecho nada malo.
—Maldita zorra, sabía que no era de fiar, que había algo
raro en ella. Si quiere vengarse de alguien que le pida
explicaciones a su novio. —Se levantó de golpe y comenzó a
dar vueltas por el salón.
—No tendría que haberte dicho nada, no quiero que todo
esto suponga una pelea entre Josh y tú, me siento culpable de
haber provocado todo esto.
—Tú no tienes la culpa de que esa mujer no sepa a quién
tiene que ir a rendirle cuentas. Pero, si nos ha drogado,
deberíamos ir a la policía, porque lo que ha hecho es un delito
y mi hermano vive con esa loca que quiere complicarnos la
vida a todos. ¿Qué va a ser lo próximo? ¿Matar a Josh?
—No creo que sea capaz de tanto. Solo ha actuado como
una mujer despechada a la que se le ha ido la cabeza
completamente. Creo que lo mejor será que corramos un
tupido velo al asunto. Habría que probar que lo hizo y ella
podría decir que has sido tú el que te has insinuado, es
complicado, Evan.
El dolor de cabeza había comenzado a remitir un poco y
me levanté con la intención de irme a casa. Allí ya estaba todo
dicho y hecho.
—¿Dónde está mi ropa?
—Tu vestido lo he puesto a lavar, vomitaste un poco, ropa
interior…—ser rascó la cabeza— no llevabas. Tus zapatos
están justo ahí. —Me señaló la esquina del sofá.
—Entiendo, en ese caso tendrás que dejarme algo de ropa.
—¿Te vas a ir así?
—¿Así cómo?
—Así, sin más, sin hablar un poco más de lo que sentimos
después de lo que ha pasado.
—No hay mucho más que añadir. Creo que es mejor que
olvidemos el asunto.
—Acepto lo de olvidarnos de algunas cosas, pero no
quiero olvidarme de ti y de lo que sentimos anoche.
—¿De verdad crees que es momento de ponernos
sentimentales?
—No, pero sí de que dejemos abierta la posibilidad de
volver a vernos y terminar lo que empezamos.
—Creo que ya lo terminaste solito anoche.
—Joder, Lucy, ¿en serio vas a torturarme así cuando tú
misma crees que esa loca nos drogó a ambos?
—Eso no quita el hecho de que lo imagine y se me
revuelvan las tripas.
—¿Acaso crees que no me sucede lo mismo cuando os
imagino a Josh y a ti?
—Entonces debes entender bien a Emily y lo que quería
conseguir con esto.
—¿Y vamos a dejar que nos gane la partida?
—Necesito tiempo, Evan. ¿Podrías concedérmelo?
—Todo el que necesites —me dijo, aunque, conociéndolo,
lo dijo a regañadientes.
—Yo no soy como vosotros. Aunque me haya dejado
llevar un poco estas últimas semanas, no entiendo el sexo
como lo entendéis Josh o tú. No puedo olvidar ciertas cosas
que hemos hecho todos y que nublan un poco la percepción de
lo que entiendo por una relación entre dos personas.
—Por lo menos deja que esa relación entre tú y yo pueda
florecer algún día.
—Ya te he dicho que necesito tiempo para recuperarme de
todo esto.
—Quédate aquí, cuidaré de ti hasta que te sientas mejor.
Betty no está, no quiero que te sientas sola.
—Es justo lo que necesito, estar sola, Evan.
—¿Me dejarás por lo menos que te llame para saber cómo
estás?
Asentí, no podía castigarlo de aquel modo, él también
había sido golpeado por las infidelidades de su hermano. Podía
ser algo benevolente con él.
—Necesito ropa —le recordé.
—Sí, lo siento, te bajaré un chándal.
—Quedará raro con los tacones, pero no me queda más
remedio que volver a casa como una ridícula, la situación en
general lo requiere. —Las lágrimas se agolparon en mis
lagrimales, pugnando por salir.
—Me duele que te sientas de ese modo.
—No tienes la culpa de que mi vida siempre sea un
desastre. Y ahora, por favor, el chándal. Te lo devolveré
cuando esté lista para verte, espero que lo entiendas.
—Lo entiendo y puedes quedártelo para siempre, no
quiero que te sientas obligada. Además, yo mismo te llevaré a
casa si me das un minuto para quitarme la ropa sudada —me
dijo antes de subir las escaleras hasta su habitación.
—No te molestes, con que me dejes usar tu teléfono para
llamar un taxi será suficiente —alcé la voz para que me oyera.
—¿Estás segura? —paró en la mitad de la escalera y se
giró para mirarme.
—Completamente segura.
—Como quieras. —Evan estaba abatido, los dos lo
estábamos, y desapareció de mi vista dejándome una pena
tremenda en el pecho. Aunque estuviera poniendo todo mi
empeño en ser dura, tenía un corazoncito.
¡Maldita Emily Carter! Las sorpresas como esas que se
salían de los planes iniciales no me gustaban un pelo.
INFIERNO
46
EVAN
Durante un par de noches no pude pensar en nada más que
en Lucy. Había pensado tanto en ella, que podía sentirla en mi
habitación en aquellos momentos. Nunca antes me había
sucedido algo parecido, quizá porque jamás había dormido con
la sensación de no haber conseguido la chica que quería. Pero
esta vez era distinto. Incluso en una de esas dos noches, en la
oscuridad, me estampé contra una de las ventanas con una
botella de cerveza aún en la mano, con el alcohol filtrándose
en mis venas y sobrepasando mis sentidos hasta que encontré
la calma con el sueño.
No podía quitarme de la cabeza todo lo que había pasado.
Fueron dos noches las que pasé en guerra conmigo mismo,
maldiciendo a Emily y a mi hermano.
La mañana del miércoles, después no haber recibido
ninguna noticia de Josh, decidí que era hora de enfrentarme
cara a cara con él y comprobar si todo seguía en calma o, en
cambio, su silencio se debía al enfado monumental que tenía
por haberse enterado de que ese sábado había sucedido algo
entre su novia y yo. No era su estilo callarse una cosa así, pero
los seres humanos somos imprevisibles cuando algo nos hace
mucho daño.
Tan solo tenía que levantarme, salir de la cama y lavarme
la cara. Había que afrontar las cosas como venían, y yo no era
ningún cobarde, así que me arrastré literalmente hasta el baño,
intentando ignorar sin éxito el dolor de cabeza y el constante
latido que me había perseguido desde el domingo.

***
Apreté los dientes mientras me ponía el casco y me
cerraba la chaqueta.
Salí del garaje con mi BMW M 1000 RR agarrando el
manillar con fuerza. Cuando estuve en la calle me subí la
visera, necesitaba sentir el viento azotando mi cara. Puede que
así me espabilara un poco más.
Las calles serpenteaban mientras conducía mi moto con
furia, como queriendo desprenderme de esa sensación
pegajosa por el asco que me producía la toxicidad de la
relación de mi hermano y las consecuencias que habíamos
pagado Lucy y yo.
Todo lo que sentía era una jodida mierda.

***

Cuando respondió al timbrazo, la voz de Josh sonó vacía.


Subí hasta su apartamento sin prisa, pues enfrentarse a las
cosas horribles de la vida cuesta tanto, que solemos postergar
el momento para sentirnos a salvo unos minutos más.
Ya en el rellano, me encontré la puerta abierta para que
entrara y a Josh tirado en el sofá con la mano apoyada en la
frente.
—Podrías abrir las ventanas, aquí huele un poco fuerte,
¿no crees? —fue lo primero que le dije.
Él y el apartamento tenían un aspecto lamentable. Aunque
no creía que yo estuviera en mejores condiciones.
—Disculpa si no puedo moverme mucho y las cosas no
están a tu gusto, pero esta es mi casa, no la tuya —dijo
intentando justificar el desastre por el que estaba rodeado.
—Sabes que no me refería a eso. He venido a ver cómo
estás.
—¿Y tú cómo crees que estoy? —Me miró repasándome
de arriba abajo.
—Por tu tono diría que jodido.
No me estaba resultando nada fácil aquello, y solo deseaba
no perder los papeles en ningún momento. Retirarme a tiempo
si era necesario.
—¿Qué quieres, Evan? —Apartó la mirada y la dejó
perdida en un punto fijo del techo.
—Ya te lo he dicho. Me preocupo por ti.
—Sí, ya veo. Tu saludo ha sido llamarme cerdo —rio
irónicamente.
—Lo siento, es que normalmente tu casa no está así.
¿Dónde está Emily?
—No lo sé, se largó el lunes.
—¿Trabajo?
—No, me ha dejado. —Soltó todo el aire que tenía
retenido en los pulmones con hastío.
—Bueno, tarde o temprano iba a suceder.
—¿Has venido a decirme que soy una mierda de tío y que
no merezco que nadie me quiera incondicionalmente? —Me
devolvió la mirada, esta vez cargada de asombro.
—No sabía lo que había pasado, ¿cómo podría haber
venido a decirte eso?
—Has dicho que tarde o temprano iba a suceder, ¿cómo se
supone que me tengo que tomar eso?
—Como lo que es, esa mujer no te convenía.
—Eso no es algo que puedas decidir tú. —Se incorporó y
en su gesto se dibujó una mueca de dolor.
—No soy yo el que le he dicho que se largara. ¿Qué
motivos te ha dado?
—No me ha dado muchas explicaciones, tan solo que
necesita otras cosas en su vida que yo no le puedo dar. —Echó
la espalda en el respaldo del sofá y soltó un bufido.
—¿De verdad estás así por ella o es por otra cosa?
—Supongo que es un cúmulo de sensaciones, se me
pasará.
—¿Qué tal las costillas?
—Estoy hecho una piltrafa en el sofá, así que es fácil
adivinar que me siguen doliendo.
—Entiendo. Si necesitas alguna cosa…
—Necesito que este dolor remita y poder volver a mi vida.
Estar encerrado aquí me está matando.
—¿Sabes a dónde se ha ido Emily? —Quería asegurarme
de que esa mujer estaba lejos y no volvería a hacernos daño.
Además, no quería verla ni en pintura.
—No, pero habló sobre largarse de la ciudad, empezar una
nueva vida. ¿Te importa mucho dónde haya ido?
—Es mera curiosidad.
—Creía que habías venido a verme a mí. —Ladeó la
cabeza esperando una respuesta.
—Y aquí estoy, contigo. Solo me intereso por tu vida.
—¿Qué vida? Llevo aquí sin poder subirme a la puta moto
una semana y media.
—Seguro que pronto podrás volver a hacerlo.
Josh se mesó el pelo intentando recobrar la calma. Lo
cierto es que estaba peor de lo que había imaginado.
—¿Qué tal las cosas por el local? —preguntó algo más
tranquilo.
—Todo bien, apenas hemos notado tu ausencia, no te
preocupes.
—La verdad es que ser prescindible me preocupa, quizá
Emily tenía razón y solo me tienes allí por obligación.
—¿Eso crees? Sin duda vas a estar mejor sin ella, te
intoxica, no es buena gente.
—¿Y tú sí? —Levantó el brazo y me señaló.
—¿Alguna vez te he fallado yo en algo, Josh?
—No lo sé, Evan, pero podrías contestarme una cosa.
—Adelante, pregunta lo que quieras. —Me arriesgué,
había ido hasta allí buscando calmar el dolor que me atenazaba
el pecho e intentar sanar las heridas, que, por todo lo que había
sucedido, nos había dejado el cuerpo y la mente para el
arrastre.
—¿Te crees mejor que yo hasta el punto de no soportar
perder por una vez en tu vida? —No entendí bien la pregunta
o, quizá, no quería entenderla.
—No sé a qué te refieres.
—Lo sabes perfectamente. Estoy hablando de Lucy.
—¿Qué pasa con ella?
—Oh, vamos, hermano, ¿quieres que me crea que te has
estado quietecito en mi ausencia? Sé que te acompañó al
hospital.
—¿Te lo dijo Emily?
—¿Quién si no?
—¿Y de verdad te preocupa más con quién quiera pasar el
tiempo ella, que engañar a tu novia? Me extraña que te duela
que se haya largado, creo que deberías sentirte aliviado de no
tener que fingir tanto tus sentimientos.
—¿Acaso tú conoces lo que es eso, los sentimientos?
Sabía lo que eran, y sabía el dolor que te causaba tenerlos
si las cosas se torcían. Josh también, por eso vivíamos de aquel
modo tan impersonal y arriesgado, porque nosotros nunca
íbamos a perder nada.
Que Emily se hubiera largado no era lo que le preocupaba,
era obvio que no la quiso lo suficiente y no cuidó lo que
tenían.
—Josh, déjala en paz.
—¿Por qué? ¿Contratas una chica guapa para la
promoción de tu local y ya piensas que es tuya?
—No, pero hay que respetar que ella no quiera nada con
ninguno de los dos.
—Así que lo has intentado, no estaba desacertado en mis
predicciones, pero veo que ella es una chica lista si te ha
rechazado.
—Respétala, Josh, con tus juegos ya nos has jodido a
todos bastante.
—¿A todos? —preguntó con una mirada cargada de
incógnitas.
—Sí, a todos.
Podía haberle dicho todo lo que había pasado. El daño que
nos había causado su manera de afrontar las relaciones. Lo
triste e ilusa que debía sentirse Lucy y la pena que sentía yo de
no poder estar con ella abrazándola… Pero mi hermano estaba
tan jodido que no podía destrozarlo más y vengarme de ese
modo tan vil de él y de su mal perder.
—No, Evan, te he jodido a ti tus planes y no quiere ni
verte porque eres un Denver. Pero yo no tengo la culpa de que
esa noche prefiriera pasarla conmigo y no con un tío loco que
se cree el verdadero Diablo. Es un mote, hermano, eres un ser
humano de carne y hueso con sus defectos y sus virtudes.
—Y tú un gilipollas que me suelta esas cosas como si yo
no fuera consciente de que no soy nadie en realidad. Quizá
tengas que despertar del sueño en el que se ha convertido tu
vida. Nunca me he creído más que nadie, el problema es que
tus complejos infundados van a acabar contigo y con lo único
que tienes en la ciudad.
—¿Y qué se supone que es lo único que tengo en Nueva
York? —Se cruzó de brazos.
—A mí, imbécil.
—No te necesito, Evan.
—¿Eso piensas?
—Lo afirmo. Prefiero dejar de vivir a tu sombra y
empezar a actuar por mi cuenta.
—Nadie te lo impide, di lo último que quieras decirme
porque no pienso dilatar más esta conversación. Te concedo la
última palabra, nunca he sido un egoísta.
—Quiero ser Josh Denver, no el hermano del Diablo, y
que gane el mejor.
Asentí, si era lo que quería, no iba a ser yo quien le
pusiera impedimento. Pero si mi propio hermano deseaba que
ganara el mejor, pondría todo mi empeño en serlo, no iba a
dejarme a mí mismo perder por sus caprichos.
Me di la vuelta y salí de su apartamento dando un portazo.
47
LUCY
Viernes

Había pasado casi una semana desde que salí en chándal y


tacones del ático de Evan con un nudo en la garganta.
Seis días en los que había vuelto a las viejas costumbres:
sofá, series y palomitas con sabor a pies.
¿En qué narices se había dejado que se convirtiera mi
vida?
Era un verdadero puzle de piezas difícil de encajar unas
con otras. Momentos truculentos y ridículos entremezclados
que no daban sentido a nada. Por lo menos hasta la fecha.
Había sido ella la que nos había drogado, lo confirmo. Mis
sospechas estaban claras desde el principio.
Mi cabeza era un amasijo de sentimientos encontrados.
Por un lado, sentía pena por Josh. Debía ser difícil lidiar con
una novia con un poder de manipulación brutal y era mejor no
desatar su furia. No se me podía involucrar en absoluto con
ella.
Y por otro lado estaba Evan. Joder, Evan Denver y su
carismático don de hacerte sentir un ser de luz erótico y
exuberante, sin ser yo nada de eso.
Podía despertar tus instintos primarios y hacerte sudar con
solo mirarte… El Diablo, era sin duda, un buen embaucador
de ojos claros con los que podía hacerte un escrutinio y
encenderte la mecha para inmolarte viva. Los dos eran una
debilidad para mí, y las cosas podían complicarse mucho. No
podía fallarme a mí misma. Quería ser una roca firme, pasar
por el purgatorio y el infierno para conseguir el paraíso. Esa
era mi única meta.
Los Denver ocupaban todos mis pensamientos, cada uno
con sus virtudes y sus defectos, y he de reconocer que me daba
miedo el poder que tenían sobre mí, pero es que había que
verlos en directo, eran un escándalo andante y, en esos
momentos de mi vida, mi cabeza no estaba funcionando con
raciocinio.
¿Dónde narices me había metido?
Metí mis dedos en la coca cola light que me estaba
bebiendo para remover el hielo, sentada en un taburete y con
los codos clavados en la isla de la cocina.
En algún rincón del apartamento, la televisión rugía con
los aplausos del público de un programa matinal.
El calor del verano en la ciudad me hacía sentir en babia,
haciendo sonar un tictac de un reloj imaginario dentro de mi
cabeza. Pero estar allí sentada refrescándome la garganta sin
hacer nada, me hacía sentir bien.
Escuché unos golpes de nudillo contundentes en la puerta
que hicieron que me sobresaltara y derramara el refresco por el
mostrador de la cocina.
¿Cómo podía, quien quisiera que fuera, llegar hasta la
puerta de mi apartamento sin tocar el telefonillo de la calle?
Una de las reglas inquebrantables de la señora Potter, que
vivía en el bajo, era cerrar la puerta del portal y bajo ningún
concepto olvidar esa premisa. No tenía otra obsesión la buena
mujer.
—¿Quién es? —grité desde la cocina mientras recogía con
papel absorbente el líquido que había derramado.
—Soy Evan.
¿Había oído bien?
Me miré los pies, iba en chanclas, las piernas sin una
depilación óptima, unas bragas que solía usar en los días del
periodo y que, aunque no lo tenía en esos momentos, eran muy
cómodas, y una camiseta ancha de los Mets.
—No me pillas en buen momento. —Tiré el papel
completamente convertido en una masa húmeda marrón y me
miré el pelo en la puerta del horno.
—Por favor, Lucy, es importante. Hace días que no sé de
ti.
Vale, le había dicho que podía llamarme, pero no atendí
ninguna de esas llamadas. No me veía con fuerzas para
enfrentarme a él ni a recordar las cosas que me habían pasado
desde que The Hell, Evan, Josh y Emily habían irrumpido en
mi vida.
Me encontraba en un punto de inflexión en el que aún
estaba a tiempo de echarme atrás.
Había hablado un par de veces fue con Betty, que me
llamó desde Bahamas con un moreno estupendo y cierta pena
en su voz cuando nos vimos por Skype. Ni falta hace decir que
omití cualquier disturbio en mi vida y me limité a sonreír y
decirle lo bien que le sentaba el matrimonio, a pesar de que su
pelo, antes naranja por el cloro de la piscina del resort, había
adquirido un decolorado verde muy poco favorecedor.
Mi querida Betty, cuánto la echaba de menos.
—Ya me estás oyendo, ya sabes que estoy bien. Vuelve en
otro momento. —Me acerqué a la puerta con tal de no
quedarme afónica en el intento de poder comunicarme con una
pared de por medio.
—Tengo tu vestido.
—No creo que lo necesite.
—Lucy, no hagas que te suplique una vez más que me
abras la puerta.
¿Suplicar, Evan Denver? Sonaba tentador.
—No quiero que supliques, quiero que me dejes en paz.
—Necesito hablar contigo, he ido a ver a Josh.
No sé por qué, pero fue oír su nombre y abrir la puerta de
golpe para encontrarme cara a cara con El Diablo.
Como siempre, iba bien vestido, rezumando masculinidad
y poder en cada prenda que llevaba. El traje le sentaba muy
bien, pero los vaqueros con una simple camiseta negra
ajustada, su chaqueta motera y el pelo revuelto por el casco
que llevaba en la mano, lo dotaban de un aire más juvenil que
no hacía desmerecer un ápice su atractivo.
Sin embargo, yo, era la decadencia personificada, y las
ojeras, que hacía un par de días había dejado de comprobar
frente al espejo, debían llegarme a los tobillos con una
coloración morada nada en tendencia.
Autoestima descendiendo en tres, dos, uno…
—Te veo bien.
—Si no tienes ninguna lesión ocular debes ver bien
cualquier cosa. Si te refieres a mi aspecto, ahórrate los
cumplidos por compromiso. —Me atusé el pelo con dignidad,
lo llevaba cogido en una coleta y se me habían soltado algunos
mechones que me molestaban en la cara—. ¿Qué quieres?
No quería ser borde, pero si no ponía mi coraza, acabaría
dejándole entrar de nueva en mi vida.
—¿No me vas a dejar pasar?
—Puedes hacerlo, pero no te esperes gran cosa. Mi
apartamento nada tiene que ver con el tuyo. —Me aparté a un
lado para dejarlo pasar.
—No he venido a juzgar tu casa.
—Me alegro. Di lo que tengas que decir, tengo muchas
cosas que hacer.
Lo vi echar un vistazo a la estancia. El apartamento no era
grande, pero tenía mucha luz natural y un concepto abierto de
salón y cocina muy bien aprovechado. Siempre había estado
orgullosa del apartamento, me enamoré de él el día que Betty
me hizo la entrevista para alquilarme la habitación, pero en
esos momentos no vivía su mejor etapa, era más bien el reflejo
de mí misma y el estado mental que sufría.
—Cuando fui a ver a Josh, su casa presentaba un aspecto
similar a este.
—Creía que no habías venido a juzgar mi casa, pero si te
apetece, debajo del fregadero tengo los productos de limpieza,
sírvete y hazme un favor si crees que es necesario.
—Siento haber dicho eso.
—Vale, Evan. ¿Vas a decirme de una vez qué quieres?
—Emily se ha largado.
—Eso me tranquiliza, pero en realidad no me importa
mucho nada lo que tenga que ver con esa mujer.
—Ha dejado a Josh.
—Bueno, es lo que he entendido por largarse.
—No le ha dicho nada.
Eso podía deducirlo yo solita sin su información.
—Eso suena lógico, ¿para qué iba a querer complicar más
las cosas? Ella ha obtenido su venganza, debe sentirse
orgullosa allá donde se haya largado. Pero ¿sabes una cosa?
No me importa cómo se sienta ella o tú o tu hermano, me
preocupa cómo me siento yo después de todo esto. No es mi
amiga, y con gente como ella, es mejor desvincularse.
Eso debía dejarlo bien claro. Ella y yo no éramos amigas.
No se me podía involucrar en sus asuntos bajo ningún
concepto.
—Ese es el principal motivo por el que estoy aquí.
—Pues ya me has visto. Estoy recuperándome de una
intoxicación etílica con alguna sustancia rara, hace días que no
me miro al espejo porque siento vergüenza, y mi casa no
podría salir en una revista de decoración. Me sorprende que tú
tengas tan buen aspecto después de haberte tirado a la novia de
tu hermano.
—Si eso ha pasado, ambos sabemos que fue en contra de
mi voluntad.
—Aún tengo mis reservas al respecto.
—¿Crees que suelo montarme bacanales en el palco?
Me crucé de brazos, ladeé la cabeza y fruncí los labios.
—Solo una vez, no soy de los que les gusta compartir.
—¿Entonces qué haces aquí? No soy nada exclusivo tuyo.
—Supongo que a ti te lo he perdonado.
En ese momento los ojos casi se me cayeron de las
cuencas. ¿Qué había dicho?
—¿Perdonado exactamente el qué, Evan? Vale que te
dijera en el shutter que igual tenía que pedirte perdón por
algunas cosas, pero no me refería al hecho de haber usado mi
cuerpo con quien me diera la gana.
—Creo que no hace falta ser tan específica.
—Evan, supéralo, no pasó nada que no hicieras tú ese
mismo día horas antes. Soy libre de hacer lo que me dé la
gana. ¿Por qué tengo que justificarme porque me gusten dos
hombres? —Aquella pregunta me salió sin pensar, no estaba
borracha, pero habría que incluir al dicho popular que las
mujeres que se sienten acorraladas, también solemos decir la
verdad.
Me incliné hacia delante y apoyé las manos sobre el
respaldo del sofá para mirarlo. Tragué saliva.
—Pensaba que lo de Josh no había significado nada para
ti.
—¿Por qué? ¿Porque tú te crees mejor?
—Dime una cosa. —Evan se quitó la máscara de niño
bueno y su tono condescendiente volvió a apoderarse de él. —
Cuando te pregunté si alguien había conseguido mojarte sin
haberte si quiera tocado y respondiste que sí… ¿Te referías a
…?
—¿Tu hermano? —terminé la pregunta por él y asintió—.
Sí.
—¿Sabes? Eres la mujer más…—Tuvo que interrumpirse
para no decir algo de lo que pudiera arrepentirse.
Ambos nos quedamos mirando duramente el uno al otro
con la respiración acelerada. Por un instante pensé que iba a
abalanzarse sobre mí. Y durante otra milésima fracción de
tiempo, quise que lo hiciera.
—No sabes lo que me estás haciendo.
—Dímelo —lo reté.
Yo sí que lo sabía, y me causaba curiosidad qué suponía él
que estaba haciendo yo.
Evan se mordió el labio, me cogió los brazos y me obligó
a apoyar mi frente contra la suya.
—Quiero que me folles tú a mí. —Le temblaban las
manos mientras me cogía y se aferraba a mi cabeza con fuerza
—. Quiero ser un juguete en tus manos, que tengas el control,
que sientas que soy tuyo.
—Yo no quiero ser la dueña de nadie.
—¿Por qué asumes siempre que me estoy comportando
como un capullo?
—Porque lo eres, Evan. Un capullo que ha venido a
desestabilizarme aún más.
Y tanto que me desestabilizaba. Yo que estaba solita en mi
casa para verlas venir, esperando mi siguiente paso, y él,
cachondo, poniéndome cachonda a mí…
—He echado mucho de menos esto y la suerte de haber
encontrado a una mujer que me ponga en mi sitio.
—La suerte no tiene nada que ver con esto.
La suerte, en ocasiones, había que buscarla.
Tiré de él por la chaqueta, debía estar a punto de la
ebullición con el calor que hacía. Sin darme cuenta ni opción,
la decisión de rendirme a sus encantos estaba tomada. El
cabreo que había enturbiado mi mente, pasó a un segundo
plano en cuanto le agarré la nuca para atraerlo de nuevo a mí.
¿Quería que yo tomara el control, que fuera yo la que se lo
follase? Pues lo había conseguido, en ese momento yo ya
estaba perdida para el resto del mundo menos para él.
La sensación del poco aire que entraba por la ventana
contra mi piel, los sonidos irregulares de nuestras
respiraciones y la idea de lo que estaba por venir, mojaron mis
bragas. Frenéticamente, tiré de su cinturón para soltarlo y con
su ayuda le bajé los pantalones.
48
EVAN
—Ahora estamos en igualdad de condiciones. Pareces
muy vulnerable con los pantalones bajados de ese modo —me
dijo, la muy pérfida—. Quítate la chaqueta y la camiseta.
—Para estar en igualdad como dices, deberías quitarte
ropa tú también.
—Sí, pero hoy mando yo.
Cuando ella se bajó las manos a la cadera y se deshizo de
las bragas, me quedé hipnotizado mirándola y ella se inclinó
para besarme.
—Déjame tocarte, déjame hacer algo.
—No, Evan.
Lucy se había tomado mis palabras al pie de la letra y
sabía perfectamente lo que ambos podíamos darnos:
distracción, alivio y placer para aplacar el dolor que ambos
sentíamos.
Era una mentirosa, tenía que ser mentira que Josh también
le gustaba, no habían vuelto a verse desde ese día.
—Hueles demasiado bien —dijo soltándose el sujetador
con las manos metidas en su camiseta mientras yo la
observaba con una erección tremenda y un dolor en el bajo
vientre por el cúmulo de sensaciones que necesitaban escapar
metido entre sus piernas—, pero no veo que te hayas deshecho
de las prendas.
Con prisa, me quité la chaqueta y la tiré de cualquier
manera, después hice lo mismo con la camiseta.
—¿Así está bien? —le pregunté, estaba preciosa cuando
se crecía, cuando se sentía poderosa.
—Está perfecto. Y quiero que sepas que estás muy
tremendo y que no me gustaría desear tanto esto, no es bueno
para mí. No quiero ser una mujer que sacrifica sus ambiciones
por un hombre. —Me pasó la mano por el vientre lentamente
hasta mis pectorales.
—¿Y cuáles son esas?
—Básicamente ser feliz.
—Yo podría hacerte tremendamente feliz, Lucy.
—No lo creo, nuestras comidas familiares serían muy
raras.
Un millón de pensamientos se cruzaron en mi mente
cuando dijo aquello mientras me besaba los hombros y el
cuello.
Seguir con mi obsesión por ella estaba interfiriendo en mi
trabajo, en mi sueño, en mi cabeza… toda mi maldita vida.
Pero sabía lo que quería, no podía dejarla ir, no después de lo
que sentía cuando estaba a su lado y lo que dolía no poder
estarlo.
—Quiero que dejes de huir de mí, Lucy.
—No estoy huyendo, estoy a dos centímetros de tu boca.
La miré mientras me iba frustrando más, no por el hecho
de alargar la agonía de penetrarla y sentirla de una vez anclada
a mí, sino al pensar que después de ese encuentro, seguiríamos
sin ser nada serio, nada auténtico, quizá porque ella no estaba
dispuesta a darlo o yo a intentarlo.
Mi cabeza era un mar de dudas que en ese momento no
iba a poder resolver, tenía más prisa en zanjar otras cosas entre
nosotros, desnudos y sudorosos a horcajadas en su sofá.
—Por favor, Lucy. Si sigues torturándome así y se me
ponen los testículos más azules, tendrás que llevarme al
hospital.
—No voy a empezar nada que tenga que interrumpir para
enfundártela en látex, así que espera ahí, quietecito, hasta que
vuelva.
Y así lo hice, me quedé quieto hasta que la vi volver de la
habitación con un condón envuelto entre los dientes.
—Voy a quitarte el bóxer y quiero que te toques para mí.
Un estremecimiento me recorrió el pecho.
—¿Tú harás lo mismo?
—Depende de lo cachonda que me pongas.
Me debatí mentalmente mientras ella se deshizo de mi
ropa interior y mi polla, dura como una piedra, saltó como un
resorte a la altura de sus ojos.
Cuando vi que a Lucy se le ponían los ojos vidriosos, la
necesidad de complacerla ganó la partida.
Me deslicé la mano por la carne dura mientras la
observaba. Sus pezones se habían erguido y apuntaban a través
de la camiseta. Parecía embelesada por la imagen que tenía
ante sí mientras me masturbaba para ella y con ella, pues cada
pensamiento que llevaban mis movimientos rítmicos alrededor
de mi polla, llevaban su nombre.
Me mordí el labio inferior con los dientes al punto que los
músculos de mi brazo y abdomen se tensaban con cada
fricción suave y experimentada.
El sudor por la excitación y el calor me perlaba la frente y
el pecho.
—Dime lo que sientes —le pedí.
Lucy gimió al tiempo que se subió a un taburete de la
cocina y se abrió de piernas acariciándose el clítoris,
acompañándome en el arte del onanismo.
—Suavidad, calor, me siento a mí, húmeda, cachonda.
—Yo ya sé lo que se siente al tocar eso que me estás
enseñando de esa forma tan morbosa. Te gustó que lo hiciera
la otra noche.
—Sí —ahogó un gemido mientras aumentaba la rapidez
de sus fricciones.
¿Cuántas veces había hecho aquello pensando en ella?
Muchas, demasiadas para un hombre adulto con acceso a
porno por internet.
De pronto, ella paró. Tenía las mejillas encendidas y la
respiración entrecortada.
Se bajó del taburete y vino hacia mí para lamerme los
labios con tal de que yo los separara, y me besó salvajemente
mientras mis manos se movían entre ambos.
Solté un gemido cuando el placer me fue a inundar todo el
cuerpo haciéndome estremecer, pero Lucy me apartó la mano
y me agarró la erección mirándome a los ojos.
—Quiero darte lo que me diste a mí. ¿Puedo fiarme?
—Puedes, jamás lo he hecho con nadie sin condón.
—Eso espero, Evan Denver —dijo antes de agacharse y
llevársela a los labios.
Joder, qué sensación más plena me produjo que se la
metiera en la boca mientras hundía mis manos en su pelo.
Cada caricia de su lengua, cada mordisco, cada
movimiento y succión, me provocaba una reacción.
Lo lamió de arriba abajo antes de metérsela hasta el fondo
para lamer toda su longitud hacia arriba. Era una maestra.
—Levántate si no quieres que te llene la boca. Levántate,
te lo suplico, no quiero que lo hagas. —Nunca se lo había
hecho a nadie, me parecía humillante e innecesario.
Me oyó suplicar, lo había conseguido. Lucy Moore había
conseguido una súplica mía para no llenarle la boca de semen,
aunque no quería obedecer.
Tiré de ella con una mano y la puse en pie y la besé para
acallar su réplica mientras me corría. Fue un beso acalorado y
frenético al ritmo de caricias por debajo de su camiseta con la
mano que me quedaba libre.
Tenía unas tetas fantásticas, ni grandes ni pequeñas, eran
un pecado.
Acabé limpiándome la mano corrida en aquella camiseta
de los Mets que llevaba, antes de que levantara los brazos para
que se la quitara.
—Muérdemelas —me susurró.
Y lo hice, hinchando sus pezones con intensas succiones
para poder apresarlos con mis dientes, haciéndola gritar.
—¿Te gusta sentir mis dientes?
—Me encantaría sentirlos en muchas otras partes de mi
cuerpo.
La levanté en peso y la lancé con cuidado al otro lado del
sofá.
Me quité los zapatos, los pantalones y el bóxer que aún
llevaba en los tobillos, y salté para reunirme con ella.
—Es tu turno, ábrete de piernas.
—No es necesario, solo quiero comprobar si puedes
correrte dos veces seguidas, conmigo.
—Oh, Dios, sí, ten por seguro que eso va a pasar.
Nuestros cuerpos estaban en sintonía, reaccionaban a
todas las miradas, sonidos y contactos.
Ambos odiábamos y amábamos cómo nos hacíamos
sentir.
Lucy alcanzó el condón, que seguía sobre el borde del
sofá y había sobrevivido a nuestra pasión sin caerse al suelo.
Lo sacó de su envoltorio metalizado y lo extendió suavemente
hasta que el grosor de mi polla quedó completamente cubierto
en látex. Y de rodillas sobre mí, bajó lentamente hasta
acoplarnos en uno solo y empezar a cabalgarme con furia.
Nuestros cuerpos brillaban por el sudor, los cristales se
empañaron con nuestras respiraciones densas, y nuestros
gemidos hicieron de banda sonora del mejor polvo de nuestras
vidas.
Dicen que el sexo es vida y, sin duda, Lucy ese día debió
hacerme inmortal.
Aquellas cualidades que ocultaba eran las mejores para
mostrar. Y aunque no estuviéramos enamorados en ese
momento, sentí que hicimos el amor, porque este solo se puede
hacer si ambas personas se entregan como lo hicimos nosotros.
—Joder, Evan, ¿qué estamos haciendo? —me dijo al oído,
bajito, con la respiración entrecortada.
—Lo que queremos.
—Yo…yo no sé lo que quiero.
—Yo sí, te quiero a ti, siempre, así, en cuerpo y alma. Y
nada me haría más feliz en este momento que ver cómo te
corres conmigo mientras me miras a los ojos.
Hizo lo que le pedí, aumentó su ritmo y nuestros gemidos
volvieron a cobrar vida.
Empecé a tensarme y apreté mi miembro contra su sexo.
En ese momento creció más, si es que eso era posible.
—¡Joder, Evan! —Se estremeció, haciendo presión sobre
mi polla y clavándome las uñas en la espalda.
—No puedo más —dije con la voz ronca.
—Estallemos juntos en un millón de estrellas…
Mi visión se nubló cuando volví a correrme al tiempo que
ella me miraba a los ojos, temblando sobre mí mientras me
succionaba por dentro, como queriendo exprimirme al
máximo.
Jamás había sentido una conexión como aquella.
Tal y como había dicho antes de correrse sobre mí con los
pezones erizados y todo su cuerpo tenso por el placer, ella y yo
debíamos haber creado una nueva galaxia, porque, en efecto,
habíamos estallado en un millón de estrellas.
49
EVAN
El sábado desperté en la cama de Lucy y vi por el rabillo
del ojo cómo ella se removía por algún sueño, seguramente
poco agradable, que estaba teniendo.
Pensé en el viernes, en el momento que irrumpí de nuevo
en su vida y lo evidente que era su pánico. Pero para mí, esa
mañana, todo era extrañamente tranquilo, como si todo lo que
había pasado nos hubiera llevado a ese preciso momento en el
que ambos descubrimos lo fácil que todo podía ser si
poníamos de nuestra parte.
Realmente creía en un futuro juntos, solo faltaba que ella
estuviera de acuerdo.
Mi teléfono comenzó a sonar y me sacó de mi trance.
Lucy se despertó.
—Lo siento, no quería que te despertaras —le dije
cogiéndolo para comprobar quién había llamado.
—¿Qué hora es? —preguntó aún con la voz pastosa.
—Las nueve.
—Mándalo a la mierda de mi parte, es sábado.
Sonreí mientras ella volvía a cerrar los ojos para volver a
conciliar el sueño.
—Tengo que contestar, es Will.
—Como si es la reina de Inglaterra, y si tienes que
marcharte, no hagas ruido al salir —dijo, como si todo lo que
hicimos el día anterior se hubiera desvanecido, como si yo
fuera un polvo informal.
No voy a negar que aquellas palabras consiguieron
provocarme una pequeña punzada de dolor.
—Descuida.
Me levanté despacio y, desnudo, fui al salón a contestar.
—No he podido cogerlo antes, ¿qué tienes para mí?
—El lunes, muelle de carga del puerto, contra Cobra.
—Es un rival fácil, me apunto.
—Bien. ¿Cómo está tu hermano? ¿Se ha recuperado?
—Bien, saldrá de esta, pero no lo presiones, aún necesita
descanso.
—Hizo una buena carrera, lástima que terminara de esa
forma. —Lo escuché chasquear la lengua contra el paladar.
—Todos sabemos que Ghost es un malnacido. No
entiendo por qué aún se le permite competir.
—Eso díselo a los de tu gremio, debe tenerlos comprados,
yo solo me dedico a organizar un poco y a controlar las
apuestas, soy un mandado.
—Lo sé, pero siempre te llevas un buen pellizco, tienes
buen ojo.
—Ya sabes que soy del club de los mejores —dijo,
haciendo referencia a los moteros legales como yo, y en
ocasiones mi hermano.
—Gracias, Will. Nos veremos el lunes.
—No me cabe duda.
Dejé el móvil sobre la isla de la cocina y Lucy apareció
con una camiseta limpia de Starbucks.
—¿Quién era? —me preguntó desperezándose y entrando
en la cocina, supuse, a preparar café.
—Ya te lo he dicho, Will.
—Sí, pero supongo que no te refieres al Príncipe de Bell-
Air. —Se puso se cuclillas para alcanzar el bote de café,
haciendo que su camiseta se levantara, dejando a la vista su
precioso culo con un fino tanga de hilo rosa.
—Supones bien, es el organizador de las carreras.
—Un delincuente, ¡vamos! —dijo en un tono molesto
pero jocoso.
—Ya sé que no las apruebas, pero me será fácil ganar el
lunes.
—No voy a hacer de abogada del Diablo, nunca mejor
dicho, pero me parece una forma absurda de partirse la crisma.
—No es tanto como te imaginas. Lo que le pasó a Josh no
es lo habitual.
—¿Quieres venderme la moto? Mira, lo he vuelto a hacer,
debe ser la mañana de las paradojas. —Abrió el cajetín de la
cafetera de goteo, le puso un filtro y el café y, tras darle al
botón de encendido, se giró hacia mí con los brazos cruzados.
—Ven conmigo.
—¿Perdona? —Puso los ojos en blanco y dejó la boca
entreabierta.
—Que vengas conmigo el lunes y compruebes por ti
misma la emoción que siento yo cuando llego al muelle. Hay
muy buen ambiente y podrás ver la carrera con las mujeres de
otros motoristas.
—Yo no soy la mujer de ningún motorista. —Se llevó la
melena a un lado.
—Pero eres una chica preciosa que encajaría a la
perfección en ese ambiente con tus botas militares.
—¿Quieres exhibirme? —Levantó las cejas.
—Solo quiero que vengas conmigo y conozcas esos
aspectos de mí que hacen que te alejes una y otra vez.
—Créeme que no es por eso. Hay demasiados obstáculos
que me hacen ir dando saltitos sin parar. Más de los que te
imaginas.
—Pero desde ayer a hoy, hemos podido recorrer un tramo
sin baches, aunque con algunas curvas. —Saqué a relucir una
de mis sonrisas encantadoras con tal de convencerla.
—¿Puedo pensármelo?
—Claro, pero no creo que ninguno de los dos seamos tan
sesudos, más bien impulsivos —dije, aún desnudo ante ella,
pues me sentía cómodo.
—Entonces, te tocará venir ese día y esperar a ver qué
pasa. —dijo mientras sacaba dos tazas.
—¿Quieres que juguemos a Cita a ciegas? Ese programa
es horrible.
—Si tantas ganas tienes de que vaya, deberías jugártela.
¿A qué hora es?
—Cuando cae la noche, poco después de que los
trabajadores se marchen a casa y se quede la zona despejada.
Sobre las diez empieza a llegar la gente y acampa con bebidas
y música.
—¿Y encendéis un bidón de metal con fuego como los
vagabundos de la peli de Rocky? —dijo con fingida emoción.
—A veces, en invierno. No creo que ahora a nadie le
apetezca asarse.
—¿Y a qué hora exacta tienes previsto aparecer tú? —
Sirvió el café y me tendió una taza, sin azúcar ni leche,
recordaba cómo lo había tomado en mi casa cuando la invité a
desayunar para hablar sobre su trabajo como imagen del local.
—¿Te va bien a las diez?
—No tengo ningún compromiso o trabajo que hacer a esa
hora el lunes, pero espero que cuando te bebas el café, te
largues. Hoy tengo algunas cosas que hacer. —Abrió el frigo,
cogió un cartón de leche y se echó un poco en su café.
—Entonces te esperaré abajo a esa hora, ni un minuto
más, ni uno menos. Ahora, desalojaré tu casa para que atiendas
esos asuntos tan importantes, hoy.
—Me parece bien, pero si pasados cinco minutos, el lunes,
no abro la puerta del portal para poner mi culo en tu moto, será
que habré decidido no ir.
—Y yo lo aceptaré —dije llevándome la taza a la boca.
—No sé si creérmelo. Evan Denver nunca acepta un no
por respuesta.
—Y Lucy Moore es tan imprevisible como el tiempo en
Inglaterra, todo un desafío para los seres vivos de la Tierra.
50
JOSH
Lunes

La vida es una serie de colisiones con el futuro, una serie


de cambios naturales y espontáneos. Interminables desastres
con algunos descansos de felicidad, y la mía, mi puta vida, era
mía.
No me gustaba molestar, ni criticar, no me metía en otras
formas de verla o vivirla, por lo que no me gustaba que
opinasen sobre cómo vivir la mía.
Solía caminar por la calle con una sonrisa, haciendo que
nada me importaba, sin que nadie supiera, que muchas noches
lloraba en silencio porque algo me había roto los esquemas.
La marcha de Emily no era una de esas cosas. Me jodía,
pero no estaba tan enamorado de ella hasta el punto de no
poder soportar su ausencia. Me molestaban más los motivos de
tan repentina marcha, esos que no me había dado, porque sus
explicaciones no me habían convencido. Sobre todo, después
de haber descubierto a qué se había dedicado durante todo un
año, pero no podía recriminarlo, yo tampoco era un monje
tibetano.
Hay algo malo en no saber qué es lo que lleva a alguien a
actuar de una forma determinada, algo que te carcome y te
impide pedir perdón o aceptar que eres un mierda. En
cualquiera de los dos casos, tenía derecho a admitir o
desmentir lo que repercutía a mi vida.
Las cosas con Evan estaban más tensas que nunca, o más
bien, no estaban. Toda nuestra relación brillaba por su
ausencia.
Aquel miércoles había dejado claro que no quería seguir
viviendo a su sombra, que yo era un hombre capaz y único,
que no vivía de las migajas del hermano exitoso, que estaba
cansado de que antes de que la gente preguntara por mí,
preguntara por él, como si su bienestar fuera más importante.
El único que no hacía eso, era Sam.
Me aconsejaba, pero me aceptaba y sentía que me
respetaba de verdad.
Aquel lunes me había sacado a rastras de mi casa después
de haber abierto las ventanas y recogido por mí algunas cosas.
Había una carrera, y aunque ninguno de los dos
competíamos, juntarnos con algunos colegas y disfrutar del
ambiente te ayudaba a dejar a un lado los problemas.
El dolor había remitido, pero aún me quedaban un par de
semanas de recuperación para poder volver a subirme en mi
moto.
—¿Todo bien? —Me dijo Sam cuando me vio quedarme
absorto en un punto fijo.
Aún me sorprendía la vista nocturna de la ciudad de
Manhattan encendida por las luces. La Estatua de la Libertad,
el One World Trade Center y los Puentes de Brooklyn
refulgiendo en la oscuridad.
—Sí, perdona, todo esto se siente raro si vienes de paquete
con alguien. Echo de menos mi moto.
—No seas tan orgulloso e intenta disfrutar.
—Lo que todavía no entiendo es que no me hayas dicho
quién compite hoy.
—Porque si te lo digo no hubieras venido.
—¿Es Ghost Rider? —Sam negó con la cabeza mientras
bebía de su botellín de cerveza—. ¿Entonces?
—Es Evan.
—¡Mierda, Sam! —Me removí nervioso y me apoyé
contra unos palets en el muelle de carga en el río Hudson.
Me la había jugado. Mi mejor amigo me había traído
medio engañado a la carrera.
—Sois hermanos, los Denver. Nunca os perdéis ninguna
de vuestras carreras, sois una piña.
—En la última él no estuvo. —Miré hacia otro lado,
incómodo.
—Porque tenía una boda, no seas especialito. La gente
tiene otros compromisos, pero él jamás te ha fallado.
—Hablas como él.
—Pero no lo soy. Te quiero, eres mi amigo, pero él es tu
hermano. No seas capullo, Josh. Te creía mejor que eso.
—¿Te ha abducido el espíritu de las reconciliaciones? —
Me crucé de brazos y lo miré sorprendido.
—No, el del buen amigo que no quiere que la cagues más.
No hace falta que lo abraces, sé que no es vuestro estilo, pero
sí que seas adulto y sepas brindarle tu apoyo, aunque sea con
tu presencia.
—¿Crees que somos adultos? Estamos bebiendo en un
muelle a la espera de una carrera ilegal.
—No tergiverses las cosas, sabes perfectamente a lo que
me refiero.
Claro que lo sabía, sabía de sobra a qué se estaba
refiriendo. Pero no me apetecía en absoluto.
—Entendido, lo saludaré con la manita desde aquí y le
levantaré el pulgar como cuando éramos pequeños.
—Haz lo que te dé la gana, pero no quiero que algún día
pase algo y te arrepientas. Como bien has dicho, estamos
haciendo algo peligroso, mírate a ti.
—Evan sabe cuidarse solito.
—Pues, hablando del rey de Roma… —dirigió la vista
hacia él y levantó el mentón.
Evan, haciendo rugir su moto de gran cilindrada, apareció
circulando por la noche estival y, para mi sorpresa y la de
todos, no lo hizo solo.
Todas las conversaciones se interrumpieron.
El faro rojo de la moto de Evan enfocó la escena callejera
que se había montado aquella noche en el muelle. Y la música
pareció encajar con su aparición estelar cargando a una mujer
desconocida aún para todos, pues llevaba el casco puesto.
—¿Con quién ha venido? —dijo Sam, como si yo pudiera
saber qué se traía entre manos mi querido hermano.
—Con un trofeo de piernas femeninas.
Cuando le miré los pies a la chica, reconocí aquellas botas
militares.
—Y menudas piernas, son kilométricas. —Le di un
codazo a Sam, que se había quedado embobado.
Cuando Evan paró la moto y la ayudó a bajar, ella se quitó
el casco y su melena rubia cayó como una cascada sobre sus
hombros. Era una diosa, sin duda.
—¿Cómo se ha atrevido a traerla?
—¿Quién es? —preguntó Sam sin quitarle los ojos de
encima.
—¿No la reconoces? Es Lucy, la chica del vídeo.
—No me jodas. —Se llevó las manos a la cabeza.
—Yo sí que estoy jodido. —Estiré el brazo y le pedí al
encargado de traer las bebidas esa noche que me pasara una
cerveza.
51
LUCY
¿Qué narices estaba yo haciendo allí? Lo sabía, pero no
podía reconocerlo abiertamente. Me sentía completamente
abducida por una persona que no era yo, pero que se estaba
divirtiendo de lo lindo.
¿Qué tienen en común el tiempo y las oportunidades?
Simplemente que ambas son infinitas, y perder cualquiera
de las dos cosas, supone no saber aprovecharlas.
No se sabe cuándo la vida te va a decir: game over. Bien lo
sabían todos los que estaban allí congregados con sus motos,
su música callejera y sus bebidas, disfrutando aquel momento
al límite.
Yo no sabía conducir una moto, ni siquiera un coche, pero
no estaba dispuesta a mirar las puertas que se cerraban, sino
las que se estaban abriendo a mi alrededor para mostrarme mi
camino. Quien sabe lo que siembra, no le tiene miedo a la
cosecha.
Y no es que yo en aquellos momentos fuera de sobrada, es
que, en el fondo, sabía que alguno de los tres acabaríamos
sobrando. El que es cazador un día puede automáticamente
convertirse en una presa.
Sí, me había transformado en una fantástica caja de
sorpresas, pero no implicaba que todas fueran a molar.
No estaba dispuesta a dar un final feliz en esos momentos
a mis relaciones, porque las buenas historias nunca terminan, y
no podría estar contándote todo esto sin aburrirte.
Te puedo parecer una estúpida, una arrogante, caerte mal
del todo por mi actitud, pero esta es mi verdad, no la tuya, y te
la estoy contando poco a poco, a fuego lento, sin omitir nada y
a pecho descubierto.
—No esperaba a tanta gente —le dije a Evan, después de
que varios tíos vinieran a saludarlo.
—Somos una gran familia.
—De delincuentes —me reí.
—No hacemos nada malo, solo nos ponemos en riesgo
nosotros.
—¿Y eso no es delito? Se podría considerar una forma de
suicidio.
—No lo veo de esa forma. Anda, Lucy, relájate e intenta
disfrutar. Me has concedido el honor de venir conmigo y,
sinceramente, no pensaba que fueras a hacerlo.
—A mí también me gusta sorprender y hacer apariciones
dramáticas, como tú en The Hell. No tienes la exclusividad,
Evan.
—¿Crees que sobreactúo? —se carcajeó.
—Creo que te encanta ser el centro de atención. Esas
chicas de ahí no te quitan los ojos de encima.
Y en cierto modo las entendía, pues Evan Denver sudaba
atractivo por cada uno de sus poros.
—¿Celosa?
—Creo que ya no sé ni lo que significa esa palabra entre
nosotros. —La que me reí, entonces, fui yo.
—Y me jode un poco.
—¿Por qué? ¿No piensas que es mejor así?
—Sin duda, es más sano. —Se encogió de hombros y me
sonrió.
—Pues igual el que debería relajarse y disfrutar eres tú.
—Te llevaré con unos amigos. Seguro que te acogen con
gusto y te invitan a una cerveza. Yo tengo que hablar con Will.
—Vale, me las apañaré.
—No me cabe duda.
Evan me acompañó hasta un grupo de gente que me
saludó con la cabeza y uno de ellos, que creo recordar, se
presentó como Tomy, sacó una cerveza de una nevera portátil
y me la tendió.
—¿Seguro que estarás bien? —me preguntó con la mano
en mi espalda antes de dejarme allí.
—Creo que sí.
—Vuelvo enseguida.
—Descuida —le sonreí y lo vi marcharse mientras iba
saludando a otras personas.
Aproveché que la gente con la que me había dejado
hablaba de sus cosas para echar un vistazo a mi alrededor.
Al fondo, en unos palés de madera junto a una grúa
portuaria, lo vi. Estaba mirándome fijamente cuando nuestras
miradas se cruzaron. Me saludó levantando el mentón.
Josh estaba serio. Diría, incluso, que molesto con mi
presencia allí.
Desvié la mirada y le di un trago a mi botellín.
La cosa se iba a poner tensa, lo sentía. Todo era raro y
confuso incluso para mí, pues yo era la que estaba provocando
esa vorágine de sentimientos encontrados y creando momentos
difíciles como aquel. Era una auténtica provocadora.

Evan no volvía, y yo ya iba por la tercera cerveza. La


capacidad de mi vejiga debía haberse encogido por la tensión.
De tanto en tanto, sin poder evitarlo, fui echando la vista
hasta donde estaba Josh con un amigo y otras personas en las
mismas condiciones que el grupo con el que me había dejado
Evan.
Bebían, fumaban y se reían hablando de sus cosas, menos
Josh, que seguía allí apoyado bebiendo cerveza sin prestar
demasiada atención a las demás personas.
—Perdona, ¿dónde puedo ir al baño? —le pregunté a una
de las chicas del grupo.
—Allí detrás. —M e señaló unos contenedores de hierro
—. No es un baño en sí, pero estarás a salvo de mirones.
—Gracias.
—No es nada —me dijo antes de volver a la conversación
que estaba manteniendo con los demás.
Las voces de la gente y el volumen de la música
comenzaron a apagarse mientras avanzaba por aquella parte
del muelle hasta los contenedores.
Siempre he creído que, en la oscuridad, las sombras toman
vida y la ausencia de colores genera en nuestra mente
imágenes escondidas. Pero la luz de la luna y los destellos de
las luces de la ciudad, ahogaban la penumbra y podía ver de
forma decente.
Cuando me encontré apartada de todos, me levanté la
falda y flexioné las rodillas para miccionar. Lo hice rápido y
me sequé como pude con una servilleta de papel que había
cogido al lado de la nevera portátil. Me subí el tanga y me
recoloqué el vestido veraniego de diminutas flores y tirantes
que me había puesto ese día.
Al disponerme a volver con los demás, esa imagen
escondida que podía haber sido fruto de la imaginación, cobró
vida.
Un chico corpulento, con una gorra de algún bar de la
ciudad, completamente vestido de negro y con botas de
motorista, apareció de la nada y soltó una risita maliciosa.
—Mira a quién tenemos aquí, la chica de Evan Denver.
—¿Quién eres? —dije con la voz entrecortada.
—No importa quién soy yo. Pero he de decir que en
directo eres mucho más guapa que en ese vídeo que ha
colgado tu chico.
—No es mi chico.
—Bueno, te ha traído aquí con él hoy, solo las mujeres de
los motoristas tienen acceso a lo que hacemos aquí. —Se
acercó a mí y pude verle mejor la cara. Era la primera vez que
veía a ese tipo. Tenía una cicatriz que le cruzaba la frente,
fruto de algún accidente sobre la moto o una operación en su
infancia
—¿Qué quieres?
—Nada y todo.
—¿Y eso qué significa? —Torcí el gesto ante esa frase tan
manida. Para delinquir había que currárselo un poquito más.
—Que no tengo todo lo que quiero, y tú eres muy bonita.
Me cogió la cara con fuerza y me obligó a mirarlo a los
ojos.
—¡Suéltala! —Escuché detrás de mí.
—Vaya, el que faltaba. ¿Has venido a defender las
propiedades de tu familia, Josh?
Cuando escuché su nombre sentí cierto alivio, la situación
acojonaba un poco, porque no las tenía todas conmigo, ese
tipo que acababa de conocer parecía peligroso. Podía portar un
arma y hacerle daño. Además, Josh todavía se estaba
recuperando de su accidente, no estaba en buenas condiciones
de defenderse.
—He dicho que la sueltes.
—No iba a hacerle nada, solo comprobar lo bonita que
tiene la cara más de cerca. —Me soltó y se apartó de mí con
los brazos en alto y dando pasos atrás.
—Eres un asqueroso, ¿te lo habían dicho alguna vez?
—Muchas, pero no me ofende, ser así me da cierto estatus
por aquí.
—No es algo de lo que sentirse orgulloso.
—¿No? Yo creo que sí. ¿Cómo van tus magulladuras?
Josh corrió hacia él con la intención de darle un puñetazo,
pero un dolor repentino lo hizo bajar el brazo y sujetarse las
costillas.
—Pobre, el joven Denver aún sigue teniendo pupita —dijo
aquel tipo con sorna cogiéndolo del pelo.
—Por favor, déjalo.
Me hizo caso a lo que le dije y lo soltó con rabia,
empujándolo hasta el suelo.
—No deberías juntarte con chusma como esta, no es oro
todo lo que reluce y lo comprobarás muy pronto —me dijo,
escupiendo al lado de Josh.
Dio media vuelta y se largó por donde había venido,
andando con chulería y echando la vista atrás para dedicarme
una sonrisa que solo yo pude ver y respiré aliviada.
—¿Estás bien? —Me agaché para socorrerlo.
—Sí, ¿y tú? —Lo ayudé a incorporarse.
—Me he cagado del susto. ¿Quién era ese?
—Ghost Rider.
—¿Fue por el que tuviste el accidente?
—Me gustaría pensar que fue fallo mío caerme de la
moto, pero sí, competí con él aquel día. —Josh se puso en pie
con un gesto amargo en la cara —. No me dijiste que vendrías.
—Tú tampoco.
—Ni siquiera sabía que había carrera hoy. Sam me
arrastró fuera de casa y me ha traído engañado. Tenía unas
cuantas llamadas perdidas de Will, no le gustan los mensajes,
pero supuse que eran para preguntarme cómo estaba y no se
las devolví.
—Lo siento, el sábado no quise decírtelo y tampoco
esperaba encontrarte aquí —mentí. Era más que probable que
estuviera.
—Bueno, es más fácil que yo esté en este muelle que tú,
Lucy.
—Todo esto está siendo muy difícil para mí…yo… —la
voz comenzó a temblarme y Josh me abrazó para calmarme.
La tensión del momento hizo que flaquearan mis fuerzas.
—No quiero que te sientas mal, sé que las cosas no
deberían ser así, es todo una mierda.
—Debería volver. —Me deshice de su abrazo, no era el
momento ni el lugar para exponernos de esa forma.
—Lo entiendo, pero es que no puedo dejar que te vayas
así.
—Fui sincera contigo y con él.
—¿Le has dicho que nos hemos visto?
—No, pero no le he negado que me gustas. Esto solo
puede funcionar si nosotros dos podemos controlarlo. Él no es
como tú, y yo no soy como vosotros. No voy a engañarlo,
Josh.
—¿Te has enamorado de Evan?
—No.
—¿Y crees que podrías estarlo con el tiempo?
—Sí.
Ni yo misma estaba segura de que eso pudiera ser verdad,
pero lo dije igualmente.
—No sé si puedo seguir con esto. —Vi cómo los puños se
le cerraban en tensión.
—¿Y qué se supone que es esto? Entre tú y yo no hay
nada, solo puedo ofrecerte mi amistad.
—Aún estás a tiempo de rectificar, mi hermano no te
conviene.
—Si quieres poner distancia entre tú y yo, no voy a
retenerte, Josh, si es lo que quieres. Ya no puedo borrar lo que
ha pasado entre nosotros, pero me pondrá las cosas más
fáciles. Tal vez sí sea lo mejor.
Ese giro de los acontecimientos, en el que Josh entró en el
juego, no estaba en mis planes, pero me vi obligada a
aceptarlo. Ambos eran insistentes y no cesaban en retarse
constantemente complicando un poco las cosas. Pero nadie
dijo que aquello iba a ser fácil y estaba empezando a sentir la
presión que ellos dos ejercían, a su voluntad, dando un sentido
diferente a los planes iniciales.
—Eso es porque lo prefieres a él.
—Puede que sienta que con Evan todo sea más cómodo.
—Yo soy el hermano cabrón, el que menos pasta tiene.
¿Es eso?
—No, es el que no me dijo que tenía novia y me embaucó
como una tonta para echarme un polvo aprovechándose de mi
vulnerabilidad.
—Pero ya no la tengo y te he pedido disculpas por eso.
—No te quedaba más remedio, y te recuerdo que es ella la
que se ha largado.
—No me contestabas a las llamadas ni a los mensajes,
¿qué querías que hiciera?
—Ser sincero, joder, Josh. Desde el principio.
Si lo hubiera sido, aquella situación no se hubiera estado
produciendo.
—¿Por qué accediste a verme el sábado? ¿Qué te hizo
cambiar de opinión?
—No lo sé.
Lo sabía. Tuve que consultarlo antes de lanzarme a la
nueva aventura con una llamadita de teléfono. ¡Cómo echaba
de menos la presencia de Betty en casa!
—Sí lo sabes, Lucy. Mírame —me dijo y lo hice—. ¿Te
doy pena?
—No.
—¿Entonces?
—Ya te he dicho que quizá fue un error.
—Eso no contesta a mi pregunta.
—Supongo que quería darte la oportunidad de disculparte,
no soy ninguna rencorosa.
—Veo que tampoco ha servido de mucho.
Suspiré.
—Lo siento, Josh, tengo que volver o van a pensar que no
he venido a hacer pis.
Me di la vuelta y comencé a andar con el corazón
encogido.
No era consciente aún, de lo difícil que iba a ser aquello
con el tiempo.
52
JOSH
—¿Dónde estabas? —me preguntó Sam cuando volví a
reunirme con él.
—No quiero hablar de eso.
—Josh, ¿qué ha pasado? —se mostró preocupado.
—Es complicado.
Lo era, mucho. Tanto, que sentía como si me acabaran de
dar un puñetazo en el pecho y me lo hubieran partido en dos.
El sábado por la mañana llamé a Lucy y esta colgó la
llamada como muchas otras veces.
Necesitaba hablar con ella, quería volver a verla, hablar,
decirle que lo sentía, que me había comportado como un
capullo y no le había dicho que tenía novia.
Lo de Emily y yo también era complejo. Sus viajes por
trabajo, las veces que volvía y estaba como ausente o me
recriminaba que yo no ganaba lo suficiente, que mi hermano
me ninguneaba y que el local me apartaba de ella.
Fueron tantas cosas, que dejé de creer en mí.
Después de haberme colgado me mandó un mensaje y
mantuvimos una conversación breve.
Lucy: Evan está aquí, está en el salón atendiendo una
llamada.
Josh: Necesito verte, tenemos que hablar.
Lucy: Evan me ha dicho que fue a verte, ¿cómo estás?
Josh: Jodido, pero no por el accidente. Siento mucho lo
que pasó.
Lucy: ¿De verdad lo sientes?
Josh: No, fue una pasada. ¿Y tú?
Lucy: No, hice lo que quise. Soy libre.
Josh: ¿Podemos quedar?
Lucy: Cuando pueda te llamo.
Josh: Ok.
A las doce nos vimos en High Line. Ella apareció con el
rostro lavado, el pelo recogido en un topo, unos pantalones
cortos que apenas le cubrían los muslos y un top blanco.
Estaba tan guapa, que su nombre era sinónimo de verano,
de picnics en Central Park, de tardes interminables bañándote
en un lago, de lo que se supone que es el amor a primera vista.
Debió ser ese instante, después de habernos perdido la
pista y reencontrarnos, que mi corazón empezó a bombear con
fuerza al verla. Sentía algo, algo que quizá no había sentido
nunca por nadie.
No podía dejarla escapar, si algún hombre lo hacía, es que
estaba loco de remate.
Lucy Moore no solo era belleza exterior, tenía el don de
generar situaciones catastróficas y reconstruir ciudades con
una sonrisa y destruirlas con una de sus subidas de tono. Qué
carácter más volátil, que ojos más azules…
—En serio, Josh, ¿la has seguido hasta el meadero? —
Sam comenzó a ponerse en plan padre.
—Y da gracias que lo he hecho. El cerdo de Alan ha
intentado propasarse con ella.
—Joder, la maldad de ese tío no tiene límites. —Lo buscó
con la mirada y comprobó que estaba al otro lado, riendo con
sus amigotes como si no hubiera pasado nada.
—No entiendo por qué ha ido a por ella, siempre viene
con el culo de una tía diferente sobre la moto.
—Deberíamos hacer algo con el mierda de Ghost Rider,
ese tipo de cosas por aquí no están muy bien vistas, y no
quiero menospreciar la belleza de ninguna mujer, pero esa
Lucy, aunque es guapa, tampoco es nada del otro mundo.
Parece que a todo el mundo se le está yendo la cabeza por ella,
incluido tú.
—¿Tú qué sabrás? A ti te van los rabos. —Le hice una
señal para que me pasara otra cerveza.
—¿Y eso qué tiene que ver? Tengo ojos en la cara para
todo el mundo. —Sacó una de su mochila térmica y me la
tendió.
—Menos para mí. ¿O has fantaseado alguna vez conmigo?
—No. —Dejó de mirarme y se llevó su cerveza a la boca.
—¿Por qué no, no soy de tu agrado?
—Eres mono, pero un poco capullo —me dijo, esa vez
mirándome divertido.
—Si lo hubieras intentado, igual te hubiera dicho que sí.
Últimamente me van las emociones fuertes.
—¿A qué te refieres? —Sam frunció el ceño.
—El sábado vi a Lucy.
—¿Te la tiraste? —negué con la cabeza—. ¿Y qué hace
aquí ella con Evan? ¿Están saliendo oficialmente?
—No lo sé, pero parece que sí. Tan solo nos vimos y me
disculpé por no haberle mencionado la existencia de Emily,
aunque ahora eso ya no tiene mucho sentido. Sé que se
conocieron en el hospital y pensé que le debía una disculpa.
—Entonces veo que los tres tenéis muchas cosas en
común. No estáis ninguno en vuestros cabales.
—Quizá ese sea el problema. —Me encogí de hombros.
Yo ya no sabía cuál era el fleco en aquella aventura de
subidas y bajadas que estábamos viviendo los tres.
—O que los hombres con los que está jugando son
hermanos —añadió de manera acertada.
—Sí, eso intensifica aún más las cosas. Pero creo que yo
ya estoy fuera de esa ecuación. Lo ha elegido a él.
—¿Y vas a alargar la pena mucho en el tiempo? Lo digo
porque hay más mujeres en el mundo a las que no les
importaría ser la novia de Josh Denver.
—Para mí, ahora mismo, solo existe ella y ojalá la hubiera
conocido antes.
—Es una frase hecha, pero… el que juega con fuego
acaba quemándose.
—Pues que me haga a la barbacoa, pero que me haga —
afirmé.
—No puedo entenderlo, tío.
—No necesito que lo hagas, tan solo que me apoyes.
—Yo solo quiero que esto no os enfrente más a ti y a
Evan. Las mujeres van y vienen, pero por vuestras venas corre
la misma sangre.
—Será por eso que ambos deseamos a la misma mujer. —
Apoyé mi cabeza en su hombro y solté todo el aire que había
retenido en los pulmones.
53
LUCY
Cuando volví con los demás me había cambiado el gesto y,
para mi sorpresa, Evan estaba allí con ellos y descubrió que mi
cara era un poema. Y no era para menos. Estaba algo aturdida.
Me quedé rezagada en un lado, apartada de la gente, y
vino hacia mí.
—Siento haber tardado. —Me abrazó y con su contacto
sentí un confort inmediato, pero también cómo mis ojos se
llenaban de lágrimas.
—Y yo haberme alejado del grupo. —Evan debió notar la
humedad de mis ojos traspasar su camiseta. Me apartó
cogiéndome por los brazos y me miró fijamente.
—¿Estás llorando? ¿Qué ha pasado?
—Nada —dije negando a la vez con la cabeza.
—Nadie llora por nada.
—Yo sí, tengo una enfermedad en el lagrimal.
Odiaba decir cosas absurdas como aquella, pero me salían
solas cuando me encontraba en tensión y ciertas situaciones
resultaban de gran ayuda. Desconcertaban a la gente.
—¿Una qué? —Hizo una mueca de extrañeza.
—Nada, déjalo.
—No, no lo dejo. ¿Ha sido Josh? ¿Te ha dicho algo? ¿Le
has contado lo que pasó con Emily?
Negué con la cabeza sin decir nada.
—Lucy, dime la verdad. ¿Le has contado algo a Josh?
—No, te estoy diciendo que no me encuentro bien en este
lugar, no estoy cómoda —dije finalmente. No quería joderle la
noche, pero era evidente que me encontraba hecha polvo y no
podía evitar que las piernas me temblaran. Estaba nerviosa
porque no sabía cuál sería el siguiente paso, iba un poco a
ciegas con todo aquello.
—¿Por qué?
—No es mi lugar, es el tuyo.
—Y por eso estás aquí, ¿no? Para que ambos podamos
compartir nuestras aficiones.
Yo no tenía ninguna salvo meterme en líos y montar
escándalos virales que a las claras habían arruinado la
incipiente carrera como modelo. No me conocía ni el tato por
la campaña, pero sí por mi apertura de piernas en plan
comando.
—Casi todos los sitios a los que voy contigo son solo tu
territorio.
—Porque aún no me has dicho qué lugares son los tuyos.
—Lo siento, soy así de estúpida. —Me llevé las manos a
los ojos para secarme las lágrimas—. Haz esa maldita carrera,
yo quiero volver a casa.
—No eres estúpida y nos iremos a casa ahora mismo,
juntos, si no te sientes bien.
—No, pediré un Uber. No puedes defraudar a tu público,
ha sido mala idea venir, solo es eso.
—Iré contigo, insisto.
—Quiero estar sola, Evan. Darme una ducha, quitarme
esta sensación pegajosa que me produce el calor de encima y
meterme en la cama.
—¿Y cómo crees que me voy a quedar sabiendo que te he
traído aquí y cómo te sientes por haberlo hecho?
—Evan, entre tú y yo hay un espacio. Follamos, nos
divertimos, lo pasamos bien, pero no quiero comprometerme a
nada, no es el momento. No eres un príncipe que tenga que
rescatarme cuando las cosas se tuercen.
—No soy un príncipe, solo soy un hombre con dos dedos
de frente.
—Por eso tienes que quedarte. No creo que a ese Will le
vaya a sentar bien que lo dejes en la estacada en el último
momento.
—Me importa una mierda Will —bufó.
—Pero a mí sí me importa que quedes mal por mi culpa.
No debería haber venido, todo lo que toco se convierte en
desastre.
Incluso yo tenía un límite y este había alcanzado cota
máxima esta noche.
—Pues qué vivan los desastres, Lucy… yo…
—Quédate, Evan, necesito que lo hagas por los dos. —Le
acaricié la cara para calmarlo—. Todo estará bien, solo
necesito descansar.
—No puedo dejar que te vayas así. —Me cogió las manos.
—Pues lo voy a hacer. —Me solté lentamente para coger
mi bolso y pillar un Uber —. Dale las gracias a tus amigos,
han sido muy amables.
—¿Puedo ir luego a verte?
—Mejor en otro momento, ¿vale?
Evan asintió poco convencido.
—Suerte —Le di un beso en los labios antes de emprender
la marcha y echar un último vistazo hasta el lugar donde
estaba Josh.
No puedo explicar con palabras cómo me sentí en ese
momento. Estaba dividida por hacer lo correcto o seguir
liándome la manta a la cabeza y que saliera la cosa por donde
tuviera que salir. Pero allí había hombres que eran capaces de
batirse en duelo por mí, dos tíos que podían ser el sueño de
cualquier mujer, pero en esos momentos, no el mío.
Entonces, ¿por qué me sentía así de mal? Era obvio, hasta
la persona más malvada tiene un corazoncito.
54
JOSH
Vi cómo Evan abrazaba a Lucy y ella se secaba las lágrimas de
los ojos con el dorso de la mano. Después cogió el bolso y se
marchó a paso rápido, buscando una salida a la civilización
con el móvil en la mano.
No podía consentir eso, no después de lo que había
pasado.
—¿Dónde están las llaves de tu moto? —le dije a Sam.
—En la chaqueta, ¿por? —me dijo extrañado, y yo, con
prisas, busqué en los bolsillos de su chupa motera—. ¿Qué
coño haces?
—¿Confías en mí?
—Depende de para qué. — Cuando me vio coger los
cascos su cara se transformó—. No puedes conducir, tienes las
costillas hechas una mierda, Josh.
—Lo soportaré —dije montándome y quitando el
caballete a su moto.
—¿Y cómo se supone qué volveré yo a casa?
—Seguro que alguien puede llevarte, esto está lleno de
moteros.
—No, Josh, no me incluyas de ese modo en tus asuntos —
tuvo que elevar la voz, pues ya había arrancado la moto.
—Te debo una —le dije antes de ajustarme el casco y
acelerar.
—¡Mierda, Josh! Maldito chalado… —fue lo último que
le escuché decir a voz en grito mientras me alejaba de allí a
todo gas.
55
LUCY

Anduve deprisa y mirando a todos lados. Tenía los nervios


a flor de piel.
Me sentía decepcionada con ese mundo en el que Josh y
Evan estaban sumergidos. Como si se me hubiera caído un
mito.
Escuché a mi espalda el ralentí de una moto con las luces
apagadas. Juro que me tensé de tal forma, que fui andando
agarrotada, como Arnold Schwarzenegger en la escena final de
Terminator, rímel corrido incluido.
De pronto, las luces de la moto me enfocaron y pegué un
grito, era mi final e iba a ser víctima de mi propio juego.
—Lucy, tranquila, soy yo —me dijo Josh—. No quería
asustarte.
—Pues no es una forma muy normal de no ir pegando
sustos a la gente. Casi se me sale el corazón del pecho, creía
que era ese tipo otra vez.
—Monta, no voy a dejarte ir sola a donde sea que vayas.
—Y yo te voy a decir lo mismo que a Evan, no es lo que
vosotros queráis o no, es que yo quiero estar sola.
—Si sigues andando iré detrás de ti a diez por hora si hace
falta. —Apagó el motor y sosteniendo la moto con los pies en
el suelo, se cruzó de brazos.
—¿Vas a escoltarme hasta donde va a recogerme el Uber?
—Y a seguirlo cuando montes en él.
—¿Pretendes que la denuncia por acoso te caiga a ti?
—Yo no te estoy acosando, te estoy protegiendo. —Apoyó
los brazos en el depósito, le costaba mantenerse erguido.
—Además, ¿cómo se supone que vas a conducir hasta mi
casa? Antes te he visto partirte de dolor.
—Lo soportaré, es por una buena causa. Y, porque sé que
no quieres, pero también haría un sobreesfuerzo para otra cosa.
—Se quitó el casco y levantó las cejas, divertido.
—No me hace gracia, Josh, no estoy para bromas, ahora
no.
—Lucy, cancela tu transporte y monta —sonó casi a una
orden.
—Si no, ¿qué? ¿Vas a subirme en esa moto obligada? —
me reí irónica.
—Sabes que no podría hacer eso.
—Por cierto, no es la tuya. ¿De quién es? ¿La has robado?
—dije abriendo mucho los ojos.
—¿Robar? Es de Sam.
—¿Quién es Sam?
—Te lo contaré si subes.
—Eso ya me lo dijiste la última vez y mira cómo hemos
acabado.
—Pues yo creo que esto no ha hecho más que empezar.
Sube, Lucy, te prometo que no te arrepentirás.
—Yo solo quiero ir a casa.
—Te prometo que te haré sentir como en casa si me dejas.
Sabía que seguir discutiendo aquello no me llevaría a
ninguna parte. Josh no tenía intención de dejarme en paz y, en
el fondo, tampoco quería que lo hiciera, tenía un margen de
actuación libre. Josh estaba bueno hasta decir basta.
—Está bien, pero…
—No correré mucho, prometido. —Levantó los brazos
para darle fuerza a su promesa.
—Toma, ponte mi casco, yo llevo el de Sam — me dijo
tendiéndomelo después de desenhebrarlo de su codo.
Cuando me lo puse, comprobé que olía a él.
—Huele muy bien, huele a ti.
—Me gusta marcar lo que es mío.
—No le habrás echado una meadita como los perros, ¿no?
—Me alegro que te haya mejorado el humor, pero no
olería tan bien si fuera orín.
Me subí en la parte trasera de la moto y lo agarré por la
cintura.
—¿Te duele?
—Me duelen más otras cosas. Agárrate fuerte si lo
necesitas.
—Lo voy a necesitar.
—Es One Million.
—¿Qué?
—El perfume que uso.
—Lo tendré en cuenta si tengo que hacerte un regalo.
Arrancó de nuevo el motor, encendió las luces y aceleró
para sacarnos de allí.

***

Josh condujo aquella moto durante una hora, mientras el


viento nos hacía resistencia y me obligaba a enrollar mis
brazos en su cintura, con fuerza, aspirando el olor a esa
colonia que usaba impregnada en el casco.
No tenía ni idea de adónde me llevaba, pero solo quería
dejarme trasladar a cualquier parte. Tenía permiso de hacerlo,
tenía permiso de hacer lo que me diera la real gana sin que
alterara el resultado final. En mis planes no entraba
enamorarme de ninguno, tan solo vivir para sobrevivir.
La mitad del camino lo hice con los ojos cerrados y la
cabeza apoyada en su espalda. El casco me impedía sentirlo,
pero lo que mi interior estaba experimentando, por muy
abstracto que fuera, era lo más preciado de este mundo: la
libertad. Esa que sentía que había perdido la última vez que
estuve en The Hell.
Cuando detuvo la moto, abrí los ojos para descubrir que
estábamos en un oscuro y desierto camino rural.
Me quité el casco y comprobé que el cielo estaba
salpicado de diminutas estrellas, como si la contaminación
lumínica de la ciudad hubiera dado una tregua al Universo y
nos permitiera ver la vía láctea.
—No quise asustarte antes, solo necesitaba que estuvieras
bien —me dijo tras bajar de la moto y ayudarme a que yo
también lo hiciera.
—¿Dónde estamos?
—En el Valle del Hudson.
—Me gustaría decir que es bonito, pero apenas estamos
iluminados por las estrellas. —Intenté mirar a mi alrededor,
pero solo podía ver algunos árboles salpicados cerca de
nosotros.
—Lo es. Otro día puedo traerte de día y en mi propia
moto.
Nos miramos en silencio por unos momentos. El aire era
limpio, menos contaminado.
—¿Por qué quieres hacer eso por mí? —le pregunté.
Nuestra relación desde que nos conocimos aquel día hacía
más de un mes en The Hell, había sido prácticamente nula
hasta que me llamó hacía un par de días.
El sábado se había disculpado y me había contado él
mismo que Emily lo había dejado y que creía que eso era lo
mejor para los dos. Yo también lo creía, y no pude evitar sentir
pena por él.
Desde ese día le había pensado mucho, quizá demasiado.
Cada gesto, cada risa y palabra que me dedicó ese día, no hizo
más que corroborar lo que ya pensaba de él. Con Josh era fácil
hablar y tener conversaciones inteligentes y no se merecía, en
el fondo, lo que Emily le estaba haciendo sufrir.
Era un cabrón con suerte, guapo, con aire macarrilla y con
un don innato para volver loca a cualquier mujer con solo
chasquear los dedos.
Josh tenía algo que Evan no y viceversa.
En realidad, eran dos cabrones con suerte, y cualquier
mujer que bebiera los vientos por dos hermanos como ellos,
debía ser advertida de que no le convenían para nada.
¿Desde cuándo me atraía la toxicidad?
Era una buena pregunta que plantearme
¿Podía una chica en mi posición enamorarse de dos
hombres?
No, no era amor, tal vez quería sentirme poderosa por una
vez en la vida, quizá solo me movía el deseo, las ganas de
sentirme plenamente satisfecha con el sexo después de unos
largos meses de sequía y, conmigo misma. Demostrarme que
no era una fracasada y que podía tomar el control de mi vida
utilizando mi mejor arma.
Fuera lo que fuera que me movía a hacer aquello, se
despertó en el mismo momento en el que nos habían drogado a
Evan y a mí, y sentí, por primera vez, lo desprotegida que
estaba en el mundo. La facilidad con la que alguien podía
hacer contigo lo que quisiera, pero no estaba segura de que
ninguno de los dos fuera siquiera consciente de eso. Siempre,
en estos casos, la balanza tiende a pesar de un lado más que de
otro, por eso, aún seguía debatiéndose en un equilibrio
ecuánime para hacernos el menor daño posible.
—Porque me gustas mucho, Lucy.
—Eso no lo pongo en duda, pero ¿por qué yo y no otra?
—Esa pregunta es fácil y rápida de contestar —Metió uno
de mis mechones detrás de mi oreja—. Porque cualquier otra
no eres tú.
—A penas sé nada de ti y tú de mí, y ya sabes que está
Evan.
—Hace poco le dije a alguien que me gustaría mucho
explorar qué hay dentro de tu cabecita, quién eres y de dónde
vienes.
—Podemos sentarnos y resumirnos nuestras biografías —
dije medio en broma.
—Me parece un buen plan. Ven, sé de un sitio tranquilo.
—Creo que todo este lugar es tranquilo.
—Pero el que me conozco tiene unas vistas fantásticas.
Me cogió la mano y lo seguí como la primera vez.
Siempre que recordaba ese momento y lo cómoda que me
sentí de que lo hiciera, me recorría un escalofrío por la
espalda, una especie de electricidad que debía asemejarse
mucho a la conexión del hilo rojo del que todo el mundo
habla. Josh y yo no éramos tan diferentes, ambos éramos
ambiciosos.
—Utiliza mi chaqueta para sentarte encima.
—Tengo la mía. —Cogí las solapas y se la mostré, aunque
supiera que la llevaba puesta.
—No quiero que la manches. Déjatela puesta, a estas
horas suele refrescar un poco.
—Gracias —dije al punto que él extendía la suya y me
invitaba a sentarme en aquel terreno boscoso.
—No tienes que darlas.
—Sí, tengo que hacerlo, quiero hacerlo. Siempre cuidas de
mí cuando las cosas entre Evan y yo se complican.
—No sé si quiero que me recuerdes que sales con mi
hermano. — Apartó la vista y miró hacia el horizonte.
—Ya sabes que no salgo con él.
—Ya, ya… aun así. Conmigo tampoco y, sin embargo,
estamos aquí. Juntos.
—No he podido evitarlo. Me has traído tú.
—Porque creo que lo necesitamos. —Me devolvió la
mirada con el ceño fruncido.
—¿Siempre das por hecho lo que quieren los demás?
—Solo a la gente a la que creo que conozco un poquito.
—Pensaba que íbamos a resumirnos nuestras biografías
ahora.
—Sí, pero hay cierta transparencia en ti.
—¿Y Emily? También te parecía transparente —me atreví
a preguntar. Esa mujer debía ser el hermetismo personificado,
escondía una personalidad pérfida y calculadora.
—Ya no es mi novia. —Negó con la cabeza.
—¿Crees que después de lo que ha pasado me fiaría de
que tú fueras el mío?
—Por esa regla de tres, yo tampoco debería fiarme de ti.
—Y no deberías hacerlo, tengo derecho a ser imprevisible.
—¿Por algún trauma? —rio de forma jocosa.
—Muchos. ¿Y tú? —le devolví la pregunta.
—Alguno, como todo el mundo, pero no me incapacitan
para hacer lo que quiera y buscar mi propia felicidad.
—Pues eso mismo estoy haciendo yo, ¿lo entiendes
ahora?
—Nunca he conocido a una mujer como tú —afirmó.
—De eso se trata, de que seamos diferentes y no nos
estereotipen a las mujeres. Ahora mismo, en estos momentos
de mi vida, no creo en el amor romántico.
—Es una pena, porque yo estoy en el mismo punto que tú,
pero con ganas de creer precisamente en eso. Creo que solo
pasa una vez en la vida con alguien en concreto.
—Pero tengo entendido que llevabas saliendo con Emily
tres años e incluso vivíais juntos. —No entendía bien a qué se
refería con creer en el amor, cuando lo había disfrutado, a su
manera, durante tres años.
—Veo que mi hermano te ha informado bien.
No había sido él, sino la propia Emily.
—¿Entonces?
—No era la adecuada.
—Nadie es al cien por cien lo que otra persona necesita.
—Y en mi caso, no soy ni un diez por ciento de lo que
necesitas tú, ¿me equivoco? —me preguntó dando por hecho
que solo me estaba divirtiendo un poco con él y Evan.
—Te equivocas, alomejor ya has llegado al veinte por
ciento.
—¿Llevas la cuenta de los tantos que lleva cada uno? —
Flexionó las rodillas y las rodeó con sus brazos. Pensé que esa
postura le estaría incomodando en la zona donde tenía la
lesión.
—¿Acaso me vas a hacer creer que no os estáis batiendo
en duelo los dos y os habéis retado? —Lo vi poner un gesto
raro, sabía que lo habían hecho y no tenía el valor de
negármelo—. Lo siento, es lo que tiene no haber conocido a
nadie como yo. No solo los hombres jugáis, yo también.
—En otras circunstancias te habría propuesto un trío,
pero…
—No lo hubiera aceptado —dije sin estar muy segura de
ello, aunque lo pareciera.
—Si estás con Evan, debe moverte el morbo.
—Me mueven otras cosas más que eso. —Josh sonrió de
medio lado, casi la misma sonrisa que su hermano.
—¿De dónde eres? —me preguntó tras un breve silencio.
—Colorado.
—Curioso.
—Si lo dices por tu apellido, sí, lo es.
—Lo decía precisamente por eso.
—¿Cómo son tus padres? —esa vez fue mi turno.
—Guapos —sonrió—, apasionados, fuertes y raros.
—¿Raros?
—Es una larga historia, pero puede resumirse en grandes
peleas entre ellos cuando éramos pequeños, y una calma
extraña cuando se hicieron más adultos y arreglaron sus
problemas. Ahora parecen un matrimonio sacado de una
película de los cincuenta que vive en una casa adosada en
Long Island.
—Suena extravagante. —Sin poder evitarlo, me imaginé a
su madre sacando un pavo gigantesco del horno con un
cardado y un delantal con volantes.
—Lo es, creo que descargaron todas sus frustraciones
cuando eran más jóvenes y ahora están tan liberados que
viven su relación sin cargas.
—Tuvo que ser duro vivir con unos padres que se
peleaban todo el día.
—Lo fue, eran peleas tremendas. Pero en cierto modo está
superado.
—¿Los dos lo habéis superado? —pregunté.
—Eso tendrás que preguntárselo a él, ¿no crees?
—Sí, lo siento. —Agaché la mirada y volví a levantarla
cuando Josh continuó hablando.
—¿Y los tuyos?
—Mis padres son personas corrientes con virtudes y
defectos. Yo me vine a la ciudad huyendo un poco de la vida
monótona de pueblo, no tenía más pretensiones que esa. No
llegué con un sueño y doce dólares en el bolsillo ni nada por el
estilo. Tan solo vine.
—Y los neoyorkinos como yo se alegran de que lo
hicieras.
—Es un consuelo, creo que mi amiga Betty hubiera
preferido una compañera de piso más equilibrada.
—¿Qué tal le va? Se casó hace poco, ¿no?
—Sí, creo que esta mañana volvía de su luna de miel. La
voy a echar mucho de menos.
—Intentaré que sea lo menos posible.
—¿Vas a ponerte su horrible bata de estar por casa para
que la sienta conmigo en el piso? Creo que aún sigue en su
cuarto, es de las pocas cosas que se dejó.
—¿Esa con la que apareció el sábado que todo el mundo
se enteró que nos habíamos acostado? —Se echó a reír
despreocupado, feliz, diferente.
—La misma.
—Necesitaré un par de cervezas antes de hacerlo, es
realmente horrible, como las que usaría mi madre en su idílica
vida actual.
—Quizá no le importe que se la regales a ella para el día
de la madre. —Ambos comenzamos a reírnos juntos a
carcajadas.
Empecé a sentirme bien, demasiado bien con Josh y no me
lo podía permitir.
56
JOSH
Lucy estaba preciosa bajo la luz de la luna y algo más relajada,
con las piernas estiradas y apoyada sobre mi chaqueta sobre
sus codos. Su pelo rozaba la hierba.
Me jodía no poder abrazarla y hundir mi cara en su pelo
para absorber todo su aroma a manzanilla y miel, a flores
silvestres y cítricos.
—¿En qué piensas? —Había pasado una media hora en la
que ambos nos quedamos en silencio.
—En lo insignificantes que somos.
—¿En qué sentido?
—En la inmensidad del mundo, y lo fácil que es que la
vida dé un cambio brusco.
—Si lo dices por lo que ha pasado en el muelle, te juro
que la mayor parte de la gente que has visto allí no es así. No
somos unos criminales.
—¿Por qué he tenido la sensación de que ese tío de los
contenedores te odia?
—Es fácil, Emily y él eran pareja antes, hace justo tres
años.
—¿Se la birlaste?
—No, ella decidió dejarlo y venirse conmigo.
—¿Quiere decir que vosotros dos estabais liados mientras
ella aún estaba con él? —Se incorporó y se quitó unas ramas
que se le habían enganchado en el pelo.
—Nos gustábamos, pero no hicimos nada hasta que ella lo
dejó. Alan es un tipo complicado, ella estaba cansada de él.
—Y él cree que fue por ti —dijo y yo asentí.
—Y lo fue, yo soy un encanto.
—Sí, ya. ¿Y pretendes hacer lo mismo con tu hermano?
—Flexionó las rodillas como intentando protegerse.
—¿Qué es lo que pretendo, según tú?
—Que lo deje y me vaya contigo.
—No estáis saliendo, lo que yo hago es por amistad hacia
ti.
—No somos pareja, pero sí hay algo entre nosotros.
—Sea lo que sea que tengáis, no es tan bueno como para
que lo consideres algo serio a largo plazo.
—Te equivocas, más bien creo que podría convertirse en
algo bueno si continuamos. Que no sea enamoradiza, no
significa que esté desprovista de sentimientos.
—Dime la verdad, ¿has pasado algún rato con Evan como
este? ¿O como el sábado conmigo en High Line? Sabes que
entre nosotros hay química, yo lo siento.
—Evan es diferente a ti, pero no significa que sea peor.
—¿Qué falla en mí?
—Nada, todas las personas son especiales en su forma,
pero lo nuestro se paró en un punto de no retorno y… ha
pasado mucho tiempo desde ese día. La vida sigue y te
sorprende.
—No parecía que vosotros dos fuerais a bajar el hacha de
guerra, aun no entiendo cómo te ha conquistado.
—Quizá esa sea nuestra motivación principal, ese tira y
afloja y compensar los malos y buenos momentos. Sé que
suena raro, pero es un enemy to lovers de toda la vida. Pero la
pregunta sería, ¿cuándo la vais a bajar vosotros?
—Siempre hemos sido así, lo hemos vivido desde
pequeños. Somos maestros en imponer nuestro criterio y en
retarnos. Pero empiezo a estar cansado de vivir bajo el ala de
Evan y que todo el mundo crea que me aprovecho de su
posición social y económica.
—¿Quién piensa eso?
—No lo sé, pero siento que es lo que la gente debe
rumorear sobre mí.
—¿Y tú crees que te aprovechas de Evan?
—No y sí, no lo sé. Me ha puesto las cosas fáciles siempre
para trabajar con él, pero sí pienso que mi hermano también
me necesita a su lado para destacar más, para dárselas de
salvador, de buen hermano.
—¿Y eso es malo? Me refiero a cuidar de ti, a darte
ciertos privilegios porque eres su hermano.
—Eso se llama nepotismo, yo quiero ganarme su respeto.
—¿Y lo has intentado?
—No, supongo que me he relajado y he aceptado esos
favoritismos por su parte. Pero ya le he dejado claro que eso se
ha terminado. He asumido mi parte de culpa.
—¿Ya no vas a trabajar para él?
—No, creo que es hora de emprender mi camino.
—¿Y qué piensas hacer?
—Buscar trabajo, ahorrar y montar mi propio taller de
motos.
—¿Eres mecánico?
—Soy un apasionado que conoce muy bien cómo funciona
una moto, pero a mí me gustaría dedicarme a la parte más
creativa, la de diseñar una moto a tu gusto.
—¿Te refieres al tunning?
—Sí, me refiero exactamente a eso.
—Suena interesante.
—Para el resto de mortales no, pero para mí sí.
—Bueno, a mí también me lo parece y me alegra que
tengas una motivación. Sin ella, es complicado llegar a nada.
—¿Y a ti qué te motiva?
—Ahora mismo mi vida está en punto muerto. No sé si
retomar la universidad y acabar la carrera de marketing, volver
a Estes Park y hacerme monitora de senderismo o probar
suerte como becaria en alguna empresa de la ciudad. Tal vez
yo también esté pensando en montar mi propio negocio, no lo
sé.
—Lo primero suena bien, ¿por qué lo dejaste?
—Por dinero. Si pedía un crédito sabía que iba a estar
endeudada hasta las cejas. La salida fácil fue dejarlo y venirme
a la Gran Manzana, optar a más ofertas de trabajo y sobrevivir.
—¿No podían ayudarte tus padres?
—Mis padres… —noté que le costaba hablar de ello— no
querían tener hijos, digamos que fui un accidente, tampoco les
importa mucho lo que haga con mi vida.
—Pero, Lucy, es imposible que a tus padres no les
importes.
—Me quieren, pero casi todas mis decisiones siempre han
recaído sobre mí. Cuando era pequeña tuvieron que hacerse
cargo porque era lo que tocaba, la cagaron en el baile del
instituto y les tocó apechugar. Pero una vez cumplidos los
veintiuno, son de los que piensan: búscate la vida. Y me la he
buscado, pero sé que me consideran una fracasada, no tengo
mucho trato con ellos desde entonces. Me gustaría
demostrarles que no lo soy y que sé sobrevivir sin ellos.
—¿Fueron padres adolescentes?
—No, eran dos profesores a los que les tocó vigilar el
baile y quisieron rememorar sus tiempos mozos a golpe de
petaca y sexo en los vestuarios del gimnasio.
—¿Tus padres son profesores y no les preocupa tu
educación?
—Gimnasia y habilidades domésticas. —Se encogió de
hombros y chasqueó la lengua contra el paladar.
—Entiendo.
Lucy estornudó un par de veces.
—¿Tienes frío?
—No, es alergia estacional, no te preocupes. Aun así, creo
que es mejor que me lleves a casa —dijo con las manos
cubriéndose la nariz.
—Sí, lo siento, te he retenido aquí demasiado tiempo.
—Tranquilo, ha estado bien, tal vez ha sido mejor idea
que encerrarme en casa a llorar de manera desconsolada.
—¿Por qué sigues cubriéndote la nariz? —Su voz sonaba
congestionada.
—No quiero decírtelo.
—¿Vas a estar así todo el camino a casa? No creo que
puedas ponerte el casco si dejas las manos ahí.
—Es que ahora mismo no puedo quitarlas. Esperaba que
te levantaras y poder…
—¿Poder qué?
—Joder, Josh, acabó de estornudar tres veces. Piensa un
poco, me da vergüenza decirlo.
—Solo dilo. ¿Qué te pasa? No creo que sea nada del otro
mundo.
—Tratándose de mí no lo es, pero…
—¿Se te han saltado los mocos, es eso?
—Sí, joder, se me han saltado los mocos, y tengo miedo
de quitarme las manos y que me haya salido alguno del
tamaño de Japón. ¿Contento?
—Aliviado de que solo sea eso y no hayas parido un Alien
por la nariz. Toma —rebuscó en su bolsillo y me dio lo que
parecía una toallita de tela para limpiar gafas.
—Gracias, espero que sea suficiente con eso.
—Has tenido suerte de que estuviera ahí, así que
aprovéchalo.
—Lo intento, podrías no mirarme. —Estaba haciendo
maniobras difíciles para meter el mini pañuelo a través de sus
dedos para limpiarse.
—Sí, disculpa.
Me di la vuelta y a los dos minutos me avisó de que ya
estaba.
—¿Lo quieres o lo tiro en la próxima papelera? —me dijo
con la pequeña tela hecha un gurruño.
—Lo segundo. Me gustas, Lucy, pero no hasta el punto de
llevarme a casa una reliquia como esa. —No pude evitar
reírme de nuevo con ella y sus ocurrencias.
—Lo suponía, pero hay gente con unas filias muy raras.
Sí, no se lo iba a poner en duda. Yo había experimentado
una esa noche, tenía una filia, pero no me parecía rara. Se
llamaba Lucy Moore y, hasta en su versión más cómica me
parecía el ser más encantador de la tierra. Evan era un tipo con
suerte.
57
LUCY
Mientras volvía subida en su moto hasta mi casa no podía
dejar de pensar lo agradable que había sido nuestro tercer
encuentro. Había sido diferente, más sincero. Y las dudas
sobre lo que estaba haciendo volvieron a instaurarse en mi
cabecita.
Josh tenía un mundo interior lleno de misterios sin
resolver. No era solo un tipo guapo lleno de tatuajes al que le
gustaban demasiado las mujeres.
Si en un principio me pareció insensible y descarado,
incluso algo pagado de sí mismo, mi percepción de él había
cambiado.
Se sentía un fracasado como yo, quizá también quería
demostrar al mundo que no lo era.
Cuando llegamos a mi calle y me bajé de la moto, casi
podía sentir cierta nostalgia por despedirme de él. Nuestra
conversación allí, rodeados por un cielo cubierto de pequeñas
luces incandescentes, me pareció la más sincera que había
tenido en mucho tiempo. Ambos nos habíamos abierto un
poco, y mis narices también, valientes secreciones nasales, qué
mal rato había pasado con aquello colgando.
—Gracias por salvar la noche. Casi he olvidado el
incidente en el muelle.
—A mí no se me ha olvidado, créeme.
—No quiero que tomes represalias contra él, no parece
alguien muy de fiar. No me perdonaría que te pasara algo por
mi culpa —dije con sinceridad. No quería que la sangre llegara
al río, las cosas debían ser lo más pacificas posibles.
—No es tu culpa, es la suya.
—Aun así, no quiero que te arriesgues. Solo intentemos
olvidarlo.
—¿Se lo has contado a Evan?
—No, por los mismos motivos. Ese tío es peligroso. Y tú
tampoco deberías contarle nada.
—Descuida —me respondió, aunque sabía que en su fuero
interno pensaba otra cosa. Eran las previsiones, esos tres se la
tenían jurada.
—Bien, gracias de nuevo. Será mejor que suba a casa. —
Le tendí su casco.
—Ya me lo darás otro día. Va a ser incómodo conducir
con él en el codo.
—Me temo que es una artimaña para volver a vernos. —
Ladeé la cabeza y sonreí.
—Puede que lo sea. —Nos quedamos un momento en
silencio, mirándonos, y Josh habló de nuevo—. Esto está bien,
¿no? Me refiero a ti y a mí. El año pasado para mí fue duro, y
estar aquí contigo es mejor, mucho mejor.
Entendí el contexto de lo que me había dicho y pensé que
sí, que no había nada malo en ser amigo de alguien, en
disfrutar de la compañía de otra persona que te aporta algo sin
sobrepasar los límites, aunque yo no era la más indicada para
ello.
No soy esa clase de mujer, podía fallar a veces, podía
dejarme llevar como cualquier ser humano, pero cuando
tomaba decisiones referentes a las relaciones que establecía
con otras personas, era leal.
Otra cosa era lo que mi corazón y mis ganas me decían,
pero la vida es una sucesión de arbitrajes, y no estaba
precisamente en tiempo muerto, tenía que seguir avanzando
según lo planeado.
—Está bien. —Me encogí de hombros—. Voy a irme,
¿vale?
—Vale —dijo casi en un susurro.
Hay algo raro en las despedidas que parecen preludios de
que algo va a nacer entre dos personas. Ese momento
incómodo entre lo que debes hacer y lo que deseas que pase.
Comencé a andar hasta el portal y eché la vista de nuevo
hacia él para despedirme una vez más con la mano.
Cuando entré en el vestíbulo del edificio suspiré con tanta
fuerza, que mis fosas nasales se despejaron para darme una
tregua y recuperar fuerzas.
Odiaba esa alergia que me machacaba la nariz y el seno
maxilar unas tres veces al año. Era como si en mi cara se
pegara un pimiento rojo escalfado permanente, con piel reseca
y escamada de tanto sonarme.
Cuando el ascensor me dejó sana y salva en mi rellano salí
dispuesta a relajarme en mi refugio. Lo necesitaba, ya estaba
un poco saturada de emociones fuertes, pero ese día tenía
preparado para mí algo más.
La puerta de mi apartamento estaba entreabierta y el
corazón me dio un vuelco.
De nuevo me sentí indefensa y vi peligrar mi integridad
física, pues la mental ya estaba tan maltrecha que era
imposible bajar un nivel más.
La luz estaba apagada, como si alguien hubiera entrado
para sorprenderme a mi llegada y hubiese olvidado cerrar la
puerta, pero no era mi cumpleaños, debía ser una sorpresa de
otra índole.
Parada allí, con la respiración entrecortada y las manos
temblorosas, con el casco de Josh en una mano, y con la otra
intentando sacar mi móvil del bolso para llamar a alguien o a
la policía directamente, vi que alguien cerraba la puerta desde
dentro con cuidado.
¿Pensaba alguien en matarme y eliminarme? Cuando te
rodeas de gente chunga puede pasar cualquier cosa.
Era la una y media de la madrugada. Todo el edificio
debía estar durmiendo, ¿cómo narices había entrado es
persona?
Las puertas, tanto la del portal como la de mi apartamento,
no estaban forzadas, y dudaba mucho que la señora Potter le
hubiera abierto la puerta, aún estaría gritando al vándalo que
no eran horas para ir molestando a la gente.
¿Qué podía hacer? ¿Llamar a Evan? Eso suponía darle una
explicación que no quería dar. Las cosas surrealistas se
acumulaban e iba a tener menos credibilidad que un anuncio
de pegamento para dentaduras postizas.
«¿Qué hago? ¿Qué hago?».
Dar aviso a la policía era lo más sensato, pero una llamada
inesperada de Betty desvió mis intenciones.
—¿Dónde estás? —me dijo sin darme opción de decir un
simple hola, algo exasperada.
—En casa, bueno, en el rellano, hay alguien dentro.
—Sí, claro, la que no estás eres tú, por eso te llamo.
¿Betty había desarrollado algún poder telemático por
ingesta masiva de mariscos en Bahamas?
—Claro que no estoy, te acabo de decir que estoy en el
rellano porque hay alguien que no soy yo dentro. Puede ser un
ladrón, o un violador… —la voz se me quebró.
—¿Qué te pasa? Joder, Lucy… —la suya también sonó
triste e incluso la oí sollozar.
—Betty… Oh, amiga, me alegro que hayas llamado,
debemos tener una conexión y has notado que estoy en
peligro. Puede que muera esta noche.
—¿Por qué coño ibas a morir? —Esa vez alzó la voz.
—Creo que quieren matarme, seguro que es Emily.
—¿Quién es Emily? Y, ¿por qué querría matarte?
—No te he contado todo lo que… —Me sorbí la nariz.
Estuve a punto de soltarle todo y cagarla. Betty no iba a poder
entender nada y seguro que se enfadaría mucho conmigo.
—Yo tampoco, yo… yo… —dijo ella también afectada.
De pronto escuché cómo la tele de mi apartamento se
encendía.
—Betty, han encendido la tele. —Me pegué el teléfono a
la boca para susurrar al micrófono.
—¿Cómo lo sabes?
—Ya te lo he dicho, estoy en el rellano.
—¿En nuestro rellano? —La voz chillona de Betty no solo
resonó en el auricular de mi móvil, casi se sentía allí.
—Claro, ¿es que no me escuchas?
—Sí, perfectamente, pero no estoy en mis cabales ahora
mismo. Ha pasado algo entre Ben y yo.
—¿Tú también? ¿Dónde estás?
—¿Cómo que yo también? Estoy en casa.
—Ojalá pudiera estar allí contigo.
—Puedes, estoy en Nueva York.
—¿Te has mudado a la ciudad? —grité. No entendía nada.
De pronto la puerta se abrió y Betty me sorprendió con la
bata de señora, con el calor que hacía, el pelo requemado y los
ojos rojos, signo de que había estado llorando a mares.
—¡Betty! —Corrí hasta ella y la abracé muy fuerte contra
mí.
—Gracias a Dios que estás bien, oí tu voz, aquí afuera…
—me dijo sollozando.
—Entremos dentro, la señora Potter va a despertarse.
—Vieja bruja —dijo en voz baja, antes de entrar en
nuestro hogar. No sabía qué le había pasado, pero era una
prioridad ponernos al día. Si estaba allí, debía ser algo muy
grave.
58
LUCY

Ya en la tranquilidad de nuestra casa, nuestro pequeño


refugio de confort, Betty comenzó a llorar desconsoladamente.
Y yo me limité a abrazarla en silencio, esperando paciente a
que estuviera lista para contarme lo que había sucedido.
¡Qué falta nos hacíamos la una a la otra!
Las amigas, esas grandes influencias de nuestras vidas.
El vínculo que nosotras teníamos no se había forjado en la
adolescencia, pero éramos un gran referente fuera de nuestras
familias. De ahí la importancia que nos dábamos, éramos
familia urbana, esa que se elige por encima de otras personas.
—Betty, ¿qué haces con esa horrenda bata puesta? Debes
estar asfixiándote —le dije para que dejara de llorar y se
calmara un poco.
—¿Es lo único que vas a decirme? Llevo aquí desde las
nueve y media, preocupada por ti. —Se separó de mí y sacó un
pañuelo de papel hecho una bola del bolsillo.
—No, necesito que te relajes, nos sentemos en el sofá y
me cuentes. —Miró mi mano.
—¿Y ese casco? —Aún lo llevaba conmigo.
—Eso no importa ahora. ¿Por qué tenías la puerta abierta?
—Eso tampoco importa, pero he sacado la basura que
tenías acumulada y he debido de cerrar mal. Bueno, pero
espero que me cuentes después de contarte yo, el por qué te
has comprado un casco.
—Hecho. —Lo dejé con cuidado en el suelo y volví a
abrazarla—. Te traeré agua, siéntate.
—La llevo porque me hace sentir en casa.
—¿El qué? —Me paré a medio camino de la cocina para
preguntarle.
—La bata. Por eso la dejé aquí. Sé que la odias, pero
supuse que dejarla en el piso supondría un alivio para las dos.
Tú para que no te olvidaras de mí y yo por si tenía que volver
y ponérmela como escudo para corazones rotos. Espero que no
te importe que me haya quedado una copia de las llaves.
—Te quiero mucho, lo sabes, ¿verdad? Y esperaba que las
tuvieras, esta siempre será tu casa.
—Yo a ti también, por eso estoy aquí.
Asentí y le traje el agua.
Juntas nos sentamos en nuestro sofá, porque seguía siendo
de las dos y no me había planteado buscar una nueva
compañera de piso, no cuando en lo único que pensaba
últimamente era a qué parte del país iba a desplazar mi culo.
Se llevó el vaso a la boca y bebió agua a sorbitos mientras
yo la miraba compasiva. ¿Qué le habría pasado para que
estuviera de aquel modo? Si no recordaba mal, nunca la había
visto así, tan desesperanzada, triste y desconsolada.
—¿Sabe Ben que estás aquí?
Betty asintió mientras tragaba el último sorbo y dejaba el
vaso en la mesa de centro.
—Cuéntame —le pedí.
—Mi luna de miel ha sido horrible.
—¿Cómo puede ser horrible estar en las Bahamas?
Francamente, no lo entendía.
—Puede, si tu recién estrenado marido se pasa los días
con alguien que no eres tú.
—¡¿Qué?! —exclamé con el corazón en un puño.
No sabía qué me molestaba más. Si el hecho de que Ben,
con esa cara de congrio que se gastaba, hubiera ligado con
otra, algo que me parecía extraordinario de todo punto, o que
le hubiera partido el corazón a mi amiga tan vilmente.
—No es lo que piensas.
—¿Entonces?
—Negocios, sus malditos negocios son más importantes
que yo. Conoció a un hombre del gremio de los seguros el
primer día que llegamos al hotel, y he pasado prácticamente la
luna de miel sola. Reservó la sala de juntas para hacer una
reunión, se fue a bucear con él, cenábamos con él cada día y se
quedaba con ese tipo en la sobremesa. No he visto a mi marido
prácticamente en todo el viaje. ¿Esa es la vida que me espera?
—Joder, Betty, ¿crees que pueda ser gay?
—Pero ¿qué dices? Te he dicho que era por negocios, no
ha dormido con él ni nada por el estilo.
—Como se fueron a bucear…
—¿Y qué?
—Ya sabes, hay que meterse un tubo en la… —Me señalé
la boca con el índice un par de veces.
—No digas tonterías. Mi mundo se desmorona, y ¿me
dices que Ben se ha metido otro tipo de tubo en la boca? —Se
sonó la nariz y negó con la cabeza.
—Es que no sé qué pensar. El mundo, como tú dices, se
nos desmorona a las dos. Tu boda ha supuesto un antes y un
después en nuestras vidas, puede que la señora Potter nos haya
echado una maldición o algo.
—En primer lugar, Ben no es gay, es simplemente
gilipollas. Y, en segundo lugar, no creo en los conjuros ni sé
qué razones llevarían a la señora Potter a echarnos una
maldición.
—Últimamente me pasan cosas muy raras, y lo tuyo no se
queda corto. —Yo sabía que nadie me había echado una
maldición y que esas cosas raras me las estaba buscando yo
solita, pero necesitaba dar una justificación plausible a Betty,
sentía que me iba a ir de la lengua más de lo que estaba
estrictamente recomendado en esos casos.
Asintió, dando por hecho que a mí siempre me pasaban
cosas raras, la conocía. Después siguió hablando.
—Cuando llegamos a Los Ángeles, le dije que me volvía a
casa. Intentó disuadirme y pedirme perdón, pero necesitaba
venir y aclarar mis ideas. Le pedí que me dejara espacio y que
no le dijera a nadie de nuestras familias lo que estaba pasando.
—Sabes que vendrá a buscarte, ¿verdad?
—Por su bien, espero que no lo haga. Si ha sido capaz de
arruinar nuestra luna de miel y dejarme sola, es justo que
ahora sea yo la que necesite precisamente eso.
—Los hombres no son así, por lo menos de los que me
rodeo últimamente. Suelen actuar por libre e imponer un poco
sus deseos.
—Los hombres son unos egoístas, Lucy. Es mejor que te
alejes de ellos.
Si estaba diciéndome aquello, en cuanto le contara la
situación en la que me encontraba, no con un hombre, sino con
dos, iba a flipar en colores.
—Lo dice la recién casada.
—Y posiblemente, casi divorciada en menos que canta un
gallo.
—No digas eso, estoy segura de que te quiere y que
arreglaréis las cosas. Si Ben es como la gente con la que me
sentaste en la boda, entiendo que te aburrieras como una ostra
y que hay momentos que no son para hablar de negocios, pero
están tan absorbidos con las inversiones y los mercados de
valores que les cuesta desconectar. Seguro que lo hizo porque
quiere una buena vida para los dos allí en Los Ángeles. Al fin
y al cabo, os habéis mudado allí por su trabajo.
No sabía muy bien qué hacía animando a Betty a seguir
con su matrimonio, disculpando a Ben una y otra vez si
todavía seguía sin entender qué hacía con él. Pero sabía que
Betty lo amaba, y no podía hacer otra cosa. Cada una tenía sus
prioridades.
—Lo sé, por eso mismo debería haber desconectado en las
Bahamas y haber disfrutado conmigo. He trasladado toda mi
vida por él, y me niego a que trabaje el doble para ser yo una
mantenida.
—Dudo mucho que vayas a serlo, tienes demasiada
energía para convertirte en un florero. Pero, Betty, deberías
relajarte un poco y tomarte un descanso en tu vida para decidir
a qué te quieres dedicar realmente. Seguro que allí hay
oportunidades diferentes y, que él quiera cuidar de ti, te
permite tomar ciertas decisiones con más calma. ¿Lo has
llamado para decirle que has llegado bien?
—No, aún no.
—Hazlo, tú no eres así. Son cosas que haría yo, ojalá se
me hubiera pegado algo de ti. Seguro que, si así fuera, las
cosas me irían mejor de lo que me van.
—Cuando hablamos por Skype me dijiste que todo iba
bien. Supuse que después de irte con él al hospital, entre tú y
Evan las cosas se habían calmado.
—Las cosas no hicieron más que empezar.
—¿Qué ha pasado?
—Escribe a Ben y te lo cuento.
—Está bien.
—Esa es mi chica. —Me levanté del sofá para dejarle
intimidad y fui a la cocina a por una botellita de vino y dos
copas. Lo íbamos a necesitar.

***

3:50 am
—¿Os drogó? —dijo Betty intentando abrir mucho los
ojos. Íbamos por la segunda botella de vino.
Las conversaciones fueron fluyendo de Ben a Evan y Josh,
de forma alterna, y la charla se fue alargando hasta bien
entrada la madrugada. Aunque yo estaba largando de lo lindo,
maquillé un poco la versión para no ponerme en riesgo y que
acabara llamando a los loqueros. Una de las reglas principales
cuando estás haciendo fechorías, es seguir pareciendo una
mosquita muerta si no quieres que tu mejor amiga ponga el
grito en el cielo y te desfigure la cara por mala persona.
—Sí, o eso creo. Pero no fue normal.
—Evan y yo no solíamos hablar de Josh, pero una vez sí
que me comentó que pensaba que esos dos no se querían, por
lo visto tenía sospecha de que esa Emily, a la que jamás he
tenido el gusto de conocer, estaba liada con otro tío.
—¿Con Ghost Rider? —pregunté como si Betty fuera a
saber quién era ese.
—¿Quién es ese? —Hice un ademán con la mano para
restar importancia a su pregunta—. Por lo visto estaba liada
con su jefe.
—¿Emily con su jefe?
—Sí, creo que viajaba mucho y Josh lo pasó bastante mal
con eso. Evan, que ya sabes cómo es, se tomó ciertas
libertades e investigó un poco, pero todo se quedó en
sospechas y prefirió no decirle nada a su hermano. Por lo
visto, debajo de esa fachada de tipo duro, hay un ser tierno y
sentimental.
Me cuadraba eso último que había dicho. Josh había
resultado ser una caja de sorpresas y coincidía totalmente con
la descripción que Betty acababa de dar de él. Era sensible a
pesar de ese envoltorio rudo.
—Debería haberme dicho aquella noche que tenía novia
—bufé, a ratos me venía el arrepentimiento. Estaba en una
espiral de bipolaridad que podía hacer tambalear todo por lo
que estaba luchando.
—Bueno, es que, si quería algo contigo, eso no hubiera
sido lógico, ¿no crees?
—No puedes ir queriendo algo con otra persona cuando
tienes pareja, ¿te gustaría que Ben estuviera liado con el de los
seguros de Bahamas?
—¡No está liado con un señor! —gritó exasperada, y
luego se calmó para seguir hablando—. Pero si fuera el caso,
no es algo que deba gustarme o no, sería que esa persona le
aporta más que yo. A veces, esas cosas pasan. Nadie está
exento de encontrarse un día al amor de su vida y perder la
cabeza. Somos humanos, Lucy, a veces hay impulsos difíciles
de frenar.
¡Qué razón tenía! Esos impulsos los conocía bastante bien.
De un momento a otro se te podían cruzar los cables y
encontrarte envuelta en una historia de no retorno.
—Pues eso mismo se lo puedes aplicar a Ben.
—Y se lo aplico, le dije que el amor de su vida era la
empresa y no yo, por eso estoy aquí, asumiendo mi derrota con
estoicidad.
—No creo que Josh esté enamorado de mí. Nos hemos
visto solo un par de veces. Intensas, eso sí, pero breves.
—No he dicho que lo esté, pero parece muy interesado en
conocerte.
—Es lo que toca, teniendo en cuenta que salgo con su
hermano. —Entrecomillé la palabra salgo, porque no éramos
nada en realidad.
—¿Has vuelto a acostarte con Josh?
—No.
—Bueno, igual tú necesitas entablar esa relación amistosa
con él para tomar decisiones. Intuyo que te gusta mucho.
En efecto, mi relación con Josh tenía unas connotaciones
decisivas.
—Evan también me gusta mucho. No sé, son tan
diferentes.
—¿En qué sentido?
—Evan es posesivo, muy sexual y apasionado en todo lo
que hace. Dice cosas que me ponen a mil. Sin embargo, Josh
tiene un instinto más protector, se puede hablar con él de
muchas cosas, tiene el don de hacerte sentir cómoda. Es… más
abierto, parece más humano.
Fue la revelación más sincera que hice en toda la
conversación. Muy a mi pesar, era lo que más me preocupaba
de todo ese entramado en el que me había metido y la idea de
terminar con el corazón roto en algún paraíso desconocido
para recuperarme del resultado final de todo aquello.
—Tengo una pregunta —me dijo levantando una ceja.
—Dispara.
—Si hoy has quedado con Evan, ¿por qué ha sido Josh
quien te ha traído a casa? ¿Habéis ido los tres a cenar o donde
sea que hayáis ido?
—Es algo que he omitido para no asustarte.
—Bueno, si me dices eso, quizá sí empiece a preocuparme
un poquito.
—Es que…
—¿Qué, Lucy Moore? Di lo que sea que tengas que decir.
El no hacerlo no consigue eliminarlo de la historia.
—Fui a echar una meadita y un tío intentó propasarse
conmigo. Evan estaba ocupado y fue Josh quien debió ver que
ese loco me siguió y pudo salvar la situación. Estábamos en un
muelle de carga.
Ahí estaba de nuevo mi verborrea haciendo de las suyas.
—¡Por eso estabas tan asustada en el rellano al ver la
puerta abierta! —Se abalanzó sobre mí y me abrazó con fuerza
—. Lo siento, debí avisarte que venía, quería darte una
sorpresa y esperaba que estuvieras en casa.
—Y me la has dado.
—Ya, pero… eso que cuentas ha debido ser horrible.
—Últimamente suelo sentir bastante miedo a cada pasito
que doy.
—¿Evan lo sabe? —dijo retirándome el abrazo y
cogiéndome los hombros.
—No, no he querido fastidiarle la noche y que se peleara
con ese hombre. Es el motorista con el que compitió Josh el
día que tuvo el accidente.
—¿Compitió? Pensaba que había tenido un accidente con
la moto sin más. ¿De qué estás hablando y por qué quedáis en
un muelle?
¿Acababa de meter la pata? ¿Acaso Betty no conocía esa
parte de Evan?
Dios, sí, acababa de meter la pata, pero bien.
—Supongo que no sabes a qué se dedican estos dos en su
tiempo libre.
—¿Te parece que mi cara es de saberlo? —Tenía las cejas
tan levantadas que casi se podían esconder en el nacimiento de
su pelo.
—Hacen carreras ilegales. Apuestan y se retan unos a
otros. Evan tenía que competir hoy—me miré el reloj—,
bueno, ya ayer.
—Vaya, sí que sabe esconder bien Evan esa faceta tras la
corbata de hombre serio —Betty pareció molestarse.
—Sí, Evan es muchas cosas que me has vendido de él,
pero tiene un lado oculto en el que nunca sabes cómo va a
actuar. Creo que la noche que Emily nos drogó, ella se
aprovechó de él y le hizo un trabajo fino.
¿Por qué narices tuve que soltar aquello? No debía
involucrar a Betty tanto en mis locuras.
—Lucy —me cogió la mano—, creo que me va a explotar
la cabeza con todo lo que me estás contando. Es tan loco y de
película, que lo mío con Ben ya casi me parece una tontería.
—Te lo he dicho, alguien nos ha maldecido.
—Y tú has debido de chupar más del ochenta por ciento
del hechizo maligno. ¿Qué tipo de bacanal te has montado?
¿Te ha poseído el espíritu del local de Evan? Igual deberíais ir
a un psicólogo para que os ayude a distinguir la vida real de la
ficción.
—Hace un momento justificas a Josh, ¿y ahora me dices
esto?
—Es que una cosa es que alguien conozca a otra persona y
le guste mucho, y otra, que la ex os drogue, Evan se la tire,
Josh no sepa nada, y te juntes con mafiosos en un muelle de
carga a ver cómo tu novio se parte la crisma. ¿Has hablado con
Evan? ¿Sigue vivo? —dijo con sarcasmo.
Y dale perico al torno. ¡Evan y yo no estábamos juntos!
—Ya te he dicho que lo he dejado allí porque necesitaba
estar sola. He desbloqueado un trauma nuevo en ese muelle,
¿vale?
—¿Sola? ¡Has vuelto con Josh!
—No permitió que cogiera un Uber, le quitó la moto a su
amigo y vino a por mí. Ha sido un bonito gesto que no ha
tenido Evan.
—Porque tú le habrás dicho que no lo hiciera. Conozco a
Evan mucho más que tú, no tan en profundidad, ya me
entiendes, pero te puedo asegurar que debes de darle mucho
miedo y te tiene demasiado respeto para incumplir lo que sea
que le hayas pedido.
—Lo cierto es que le dije que compitiera y que me dejara
sola…
—¿Sabes una cosa? Creo que los astros se han alineado
para que volviera a Nueva York e intente poner tu vida en
orden.
—¿Por qué todo el mundo cree que tiene que salvarme?
Estoy harta, no soy una inútil, puedo cuidarme solita y te lo
demostraré.
—Porque siempre te pones en peligro, y ellos también si
compiten como locos con las motos. No sois inteligentes,
estoy abrumada.
—¿Eso es lo que tú entiendes por consolar a una amiga?
—Le grité cuando se levantó dispuesta a meterse en su antigua
habitación. Esperaba un poco más de comprensión, aunque le
hubiera contado todo aquello omitiendo la parte más
importante, para Betty era una víctima y no empatizaba lo más
mínimo con el dolor ajeno.
—Tú no necesitas consuelo, necesitas pensar —me dijo en
el umbral de la puerta antes de meterse dentro y cerrarla de
golpe.
¿Pensar? Eso era difícil cuando estabas en una encrucijada
como la mía en la que solo puedes dejarte llevar hasta el final.
Estaba ya llena de mierda hasta el cuello.
59
EVAN
Pasé una noche de perros, de esas en las que intentas conciliar
el sueño y es imposible porque la cabeza quiere que sigas
pensando sin parar.
Había ganado la carrera, había conseguido una buena
suma de dinero. No podíamos apostar por nosotros mismos,
pero la gente solía dejar que un amigo lo hiciera por nosotros y
sacar provecho de aquello, pues, al fin y al cabo, éramos los
motoristas los que nos jugábamos el tipo.
Las victorias como aquella solían ponerme de buen
humor. Aun así, no me sacaba a Lucy de la mente, ni tampoco
la manera en la que se había ido.
Me pidió espacio, que la dejara libre y que no impusiera
las ganas que tenía de ir tras ella, y así lo hice.
La respetaba mucho, me imponía demasiado y no quería
perderla por mi forma de actuar autoritaria. Pero me sentí una
mierda cuando descubrí con quién se había largado y lo fácil
que fue para ella concederle a él esa opción.
En el fondo estaba probando un poco de mi propia
medicina, pero no estaba seguro de si lo merecía o no.
¿Tan mal me había portado con ella?
Caí en la tentación de llamarla un par de veces, pero no
me contestó al móvil, ni me devolvió la llamada cuando hubo
terminado lo que fuera que estuviera haciendo. La idea de que
ella y mi hermano se hubieran dejado llevar me partía el alma.
Cuando sientes que te han abierto en canal el pecho con
una sierra mecánica y no puedes dormir, haces cosas como
mirar sus redes e ir hasta su casa para comprobar con quién
vuelve esa noche a su hogar y esperar el tiempo que haga falta.
Cuando los vi llegar, unas cuantas horas después de que se
largaran juntos del muelle, el corazón me latía tan fuerte que
parecía que tuviera un tamborilero en el esternón.
Josh llevaba la moto de Sam, algo que ya sabía, pues este
me pidió después de la carrera que lo llevara a casa.
Se despidieron sin ninguna muestra de cariño, no sé si por
prudencia o porque realmente no había pasado nada entre
ellos.
El tiempo vuela cuando te estás enamorando de una mujer
con la que solo pretendías tener buen sexo, pero se convierte
en una eternidad cuando ves que lo que sientes no es
correspondido.
Will me había entregado un sobre con el dinero que Josh
había ganado esa noche apostando por mí, un dinero, que,
dadas las circunstancias, iba a necesitar.
Ambos necesitábamos algo que teníamos en nuestro
poder.
Yo su pasta, él, una información que me podía destrozar
pero que deseaba saber.

***

De nuevo me encontraba frente al portal del edificio


donde se encontraba el apartamento de mi hermano.
Esa vez aproveché que un vecino entraba para ahorrarme
el timbrazo al telefonillo y avisarlo de que estaba allí, y
tampoco alargué la llegada hasta su rellano. Fui decidido a
quitarme la venda de golpe y no sufrir demasiado. No iba con
la idea de joder a Josh, pues era mi hermano y a veces uno
debe asumir las derrotas. Al fin y al cabo, ninguno habíamos
jugado limpio nunca el uno con el otro, funcionábamos de esa
forma, era nuestra razón de ser y no era momento para
reproches, sino para ser sinceros.
Golpeé la puerta de su piso un par de veces y este no tardó
demasiado en abrir con una toalla frotándose el pelo. Acababa
de salir de la ducha y su casa lucía un aspecto más adecentado.
—Pensaba que eras Sam. Si hubiera sabido que ibas a ser
tú no me habría molestado en abrir. —Me espetó intentando
cerrarme la puerta en las narices, pero intercepté su intención
metiendo el pie.
—He venido en son de paz, tengo algo tuyo.
—¿El qué?
—Ayer apostaste por mí, gané —le tendí el sobre y él lo
cogió, dejándome entrar al fin.
—No tenías que haberte molestado, Sam podía haberse
encargado de eso.
—No me lo dio Sam, sino Will, y me temo que dejaste a
tu amigo sin vehículo.
—Has venido por eso, ¿verdad? ¿Te lo ha contado él? —
Tiró la toalla contra el sofá y me sonrió de medio lado.
—No fue necesario, tengo ojos en la cara. Sam es tu
amigo, no dijo ni una palabra y yo no le cuestioné nada.
—Pues a veces conviene usar los ojos para ver otras cosas.
—¿A qué te refieres?
—A que solo hice lo que tendrías que haber hecho tú.
¿Cómo se te ocurre dejar que se marchara sola?
—Ella me lo pidió.
—¿Y no te puedes parar un momento a pensar que si se
largó de ese modo fue porque le había pasado algo?
—No quiso contármelo. ¿Qué podía hacer yo? Yo solo
respeté su decisión.
¿Tanto la había cagado? Ya no sabía qué pensar de todo
aquello.
—No era el momento de ponerse digno, Evan. La
acosaron tras los contenedores, y da gracias que vi cómo ese
tipo la seguía para evitar consecuencias más graves. —Vi
cómo Josh se tensaba y a mí se me aceleraba el pulso.
—¿Cómo pudo callarse algo así? ¿Por qué lo hizo?
—Para evitar que te enfrentaras a él y acabaras herido o
muerto.
—¿Quién fue?
—Adivina. —Alzó las cejas.
—¿Alan?
—Sí, ese cabrón debe odiarnos demasiado como para
llegar a esos extremos. Parecía que estaba intentando cobrarse
alguna deuda contigo, como si tuviera que hacer daño gratuito
a Lucy por algo en concreto. Es un malnacido, todos los
sabemos, pero no lo tenía como un acosador o maltratador de
mujeres. Emily nunca me habló de vejaciones hacia ella, es
una faceta suya que no me hubiera esperado nunca. Debe
tenerte mucha envidia, Evan. Eres el hombre del momento,
por lo que veo. —Eso último lo dijo con cierta ironía.
—Voy a matar a esa rata asquerosa.
Comencé a dar vueltas mientras intentaba calmar la rabia
estirando mi cara con las manos.
—Me temo que tiene un escuadrón de cerdos a su lado
que nos comerían vivos a los dos. Somos dos chicos fuertes,
pero no podemos ganarle en número, tiene demasiados
secuaces.
—A la mierda él y esa gente.
—Evan, hay que ser más sensatos y hacer que tenga que
huir y perderse en otro estado para siempre.
—¿Sensatos? Yo ahora mismo he perdido todo uso de
razón. ¿Cómo crees que me siento? ¿Dónde estuvisteis ella y
tú durante tanto tiempo?
—Eso sí que me sorprende. Entiendo que pudieras verme
ir tras ella montado en la moto de Sam, pero no que tuvieras
una vista tan privilegiada y pudieras haber seguido nuestra ruta
como si fueras un dron.
—Os vi llegar a casa de Lucy, juntos.
—¿Ahora también eres espía, hermano?
No sabía si era espía o no, pero sí me hacía cargo de que
haber ido hasta su portal para saber cuándo llegaba y con
quién, era un poco tóxico cuando ella me había dejado claro
que no éramos nada.
—Intuí que no te ibas a limitar a llevarla a casa. Te
conozco. No me atreví a llamar a su casa, no quería volver a
sorprenderos. Tan solo me quedé ahí esperando si salía o
entraba alguien del edificio que me resultara familiar. Y no me
equivoqué en mis predicciones.
—Pues te animará saber que sí lo has hecho. Estás
equivocado en todo lo que tu mente ha podido imaginar. Ella
te quiere, no sé por qué, pero lo hace —se rio jocoso, como si
fuera descabellado que una mujer pudiera sentir eso por mí,
pero no me ofendió.
—¿Te lo ha dicho ella?
—No con esas palabras exactamente, pero podría decirse
que sí. Puedes estar tranquilo por nuestra parte, tan solo somos
amigos. La llevé al Valle del Hudson y solo estuvimos
hablando. Necesitaba calmarse y yo pedirle disculpas por
segunda vez. No hice bien el día que me la presentaste, debí
contarle la verdad sobre mí.
—¿Por segunda vez?
—Sí. Ya que estamos contándonos las verdades, y no hay
nada ilícito entre Lucy y yo, te diré que el sábado le escribí y
nos vimos en High Line.
—Por eso me echó de su casa. —Negué con la cabeza.
—Evan, no debes preocuparte. Tan solo, habla con ella, es
una tía que tiene mucho que ofrecer. No la cagues.
—¿Intentas ayudarme? Creía que la última vez me retaste
a que ganase el mejor.
—Y por eso hay que aceptar la decisión de Lucy, ella es la
mejor.
Por sus palabras, supe que él sentía algo por ella, que
incluso la había conocido más en profundidad que yo en
mucho menos tiempo.
—En eso tengo que darte la razón.
—Es una mujer muy interesante, con unos padres raritos
como los nuestros.
—Nunca hemos hablado de esas cosas.
—Por eso te estoy intentado aconsejar y que no metas la
pata con ella. No se merece que nos comportemos como dos
capullos a los que solo les interesa llevarse a la chica guapa
como si fuera un trofeo.
—Lo sé, y te lo agradezco. Tampoco quiero que tú y yo
estemos en pie de guerra, eres mi hermano y me importas.
Quiero que vuelvas al local y sigas trabajando para mí. Te
necesito a mi lado. Como ves, el hermano mayor es el más
desastre —dije con sinceridad.
—Quiero hacer otras cosas, Evan, yo no me considero un
hermano pequeño, solo nos llevamos tres años.
—Dime lo que necesitas, yo te ayudaré.
Era lo menos que podía hacer por él.
—No quiero tu ayuda, si sigo aceptándola, nunca sentiré
que es algo que he construido yo desde cero.
—¿Quieres montar ese taller de diseño de motos, no es
cierto?
—Me sorprende que te acuerdes —bufó.
—Nunca olvido las cosas que me cuenta la gente que me
importa. Por favor, vuelve al trabajo, eso te permitirá ahorrar
para cumplir ese sueño, es lo más sensato y lo que quieres
hacer respecto a ganártelo tú mismo.
—Tengo demasiados privilegios en The Hell, no me gano
el sueldo como los demás.
—Puedo darte más responsabilidad, si es lo que quieres.
—O yo tomarme más en serio mi puesto. —Josh se cruzó
de brazos, lo tenía casi convencido.
—No quería decirlo, pero es otra opción.
—¿No harás esto para tenerme vigilado? Si es así, no me
gustaría sentir que no confías en mí y en lo que te he dicho.
—Confío en ti, nunca habías sido tan sincero conmigo.
Siempre has tenido cierto hermetismo para según qué cosas.
—Bien. Ahora quiero que me escuches con atención —me
dijo con una mano apoyada en mi hombro para que atendiese a
lo que me tenía que decir—. No sé qué trama ese hijo de puta
de Ghost Rider, pero hay que demostrarle que con los Denver
no se mete nadie y mucho menos que le vamos a perdonar lo
que le hizo a Lucy.
—¿Y qué propones?
—¿Tienes tiempo? Por tu cara veo que has dormido poco
y necesitas un café.
Miré mi reloj, tenía algo importante que hacer, pero podía
atrasarlo un poco, solo eran las nueve y media y Lucy debía
estar dormida todavía, intuía que no era muy madrugadora.
—Uno rápido y me cuentas.
60
LUCY

El vino hizo su efecto y pude dormir hasta las doce del


mediodía, aunque me levanté hecha una piltrafa. Había dado
muchas vueltas en la cama, teniendo sueños raros en los que
sucedió de todo, que me impidieron pensar en nada, pasando
por alto lo que me había pedido Betty.
Estaba completamente deshidratada. Había sudado tanto
durante la noche, que mi pelo era una masa compacta llena de
churretes aceitosos.
Cuando abrí la puerta de mi habitación, el apartamento
estaba atestado de flores. Más que una casa, parecía un
tanatorio.
Betty estaba recolectando tarjetas de los diferentes ramos,
desprovista de bata, y con un pijama veraniego muy mono,
que me gustaba para mí.
—¿Son de Ben?
—La mayor parte, para ti también han traído uno.
—¿Para mí?
Eso sí era una sorpresa.
—Sí —dijo cargando un jarrón lleno de calas blancas para
entregármelo—. Ah, y venían con este sobre—. Volvió a la
encimera y me entrego un sobre del tamaño de un poco más
que un folio A4, de color marrón.
—¿Y esto?
—No lo sé, las flores no venían con tarjeta, pero deben ser
de Evan, ¿no crees? —dijo, y por su tono, deduje que seguía
enfadada.
Me fui al sofá y abrí el sobre. Para mi sorpresa era la
revista Vogue, esa en la que iba a salir a toda página
promocionando The Hell.
Comencé a pasar hojas hasta que me encontré. Habían
escogido la foto en la que Penny me había tirado el agua por
encima. Era increíble cómo trabajaba ese fotógrafo famoso el
Photoshop, había quedado espectacular y apenas se notaba que
solo se trataba de unos cuantos chorritos de agua embotellada,
pues habían duplicado la imagen y parecía estar debajo de una
cascada. Y por suerte, la revista no mencionaba nada de mi
incidente viral, lógicamente porque era un artículo publicitario
pagado.
—Mira. —Levanté la revista abierta hacia Betty y esta le
echó un vistazo por encima.
—Muy mona.
—Mierda, Betty, ¿en serio vas a tratarme así?
—La pregunta es, ¿tú te vas a tratar así? He estado
pensando en que deberías haber ido a la policía a denunciar a
esa loca y al asqueroso que pretendió propasarse contigo.
—Tú lo has dicho: una loca y un asqueroso. ¿Sabes lo que
les pasa a las mujeres que denuncian ese tipo de cosas?
—Que se les protege, ¿tal vez?
—¿Cómo? ¿Con una orden de alejamiento? Eres
consciente de lo fácil que es saltársela y venir a por mí para
hacerme cualquier cosa. A veces es mejor alejarte de algunos
problemas. No creo que vayan a hacerme nada.
Estaba muy segura de ello. Debía persuadir a Betty de ir a
la policía y denunciar por mí aquellos hechos. La noche
anterior tuve la lengua suelta por culpa de tanto vino.
—¿Cómo estás tan segura de ello?
—Porque no pienso ir con Evan a una carrera nunca más.
—¿Es alguien que ellos conocen?
—Sí, es Ghost Rider.
—Ayer lo mencionaste, pero no recuerdo en qué contexto.
—Es un motorista, fue el que compitió contra Josh el día
del accidente. También fue pareja de Emily, la ex de Josh.
—¿Así que Josh vuelve a estar libre? Eso no me lo dijiste
ayer.
—Porque no tiene ninguna relevancia.
No dijo nada, alzó una ceja y dijo:
—Bueno, a ver esa revista —me dijo viniendo hacia mí y
arrebatándomela de las manos—. Sabía que serías la idónea.
No pareces tú —dijo mirando mi imagen sensual en la revista.
—Gracias, tu comentario es tan elocuente que tampoco
pareces tú.
—Muy graciosa, pero sabes a qué me refiero. Estás
impresionante.
—Lo sé. ¿Has leído lo que dice el artículo?
—Lucy Moore, la nueva imagen de The Hell, una mujer
mitad ángel y mitad demonio —leyó en voz alta.
—¿Crees que me reconocerán por la calle?
Me miró fijamente y negó con la cabeza antes de decir:
—No creo que con esas pintas puedan relacionarte con el
pibón de la foto.
—Sigues burlándote de mí. —Me levanté dispuesta a
tomarme un antiinflamatorio y dos litros de café. No entendía
cómo Betty podía estar tan fresca.
—Me divierte, sigo triste por lo de Ben y es lo único que
me anima.
—Me alegra ser tu punching ball.
—¿Has leído la nota?
—¿Qué nota? Ya sé que ha sido Evan.
—Sí, pero dentro del sobre también está esto —sacó un
sobre pequeño blanco y lo movió en el aire con la mano —.
¿Quieres que la lea por ti?
—Adelante —le dije desde la cocina.
—Mi mente no me deja tranquilo, no puedo dejar de
pensar en ti y en lo mal que te ha hecho sentir alguna de mis
actitudes. Te pido disculpas antes de que sea demasiado tarde.
Me gustaría empezar de cero contigo. Por favor, te pido que te
reúnas conmigo esta tarde, a las ocho, en lo alto del Empire
States como en la película Tú y yo. Por cierto, has quedado
espectacular en la revista, espero que te guste. Fdo: Evan
Denver.
Vi cómo Betty pegó el sobre a su pecho y suspiró con los
ojos llorosos mientras yo pensaba si Tú y yo acaso era la
película favorita de Evan.
—¿Por qué lloras? Ben te ha enviado muchas flores con
varias notas, ¿no?
—Sí, y en dos de ellas hay escrito mensajes raros como:
llama a Phil Bruneau para hablar del convenio.
—¿Y eso tiene algún significado para vosotros?
—Eso significa que estaba hablando con otra persona a la
vez cuando llamó a la floristería para encargar las flores. Se
han debido de confundir.
—Creo que deberías llamarlo y decirle todo lo que te pasa
y cómo te sientes.
—No quiero molestarlo con mis tonterías, ni siquiera se ha
dignado en coger un vuelo y entregarme en mano las flores.
Ha llamado desde su despacho y me han transmitido en tarjeta
lo que le estaba diciendo a su asistente.
—Sigo pensando que deberías hablar con él y llegar a
algún acuerdo entre vosotros.
—¿Acuerdo? Yo no quiero que se vea obligado a pasar
tiempo conmigo porque se ha comprometido formalmente,
quiero que quiera hacerlo. Son cosas muy diferentes.
—Ya… no sé qué decirte, Betty.
—No importa, lo entiendo, es complicado. Por un lado,
está lo que debería hacer y por otro la necesidad de castigarlo
hasta que le exploten los… —Se mordió la lengua. No le
gustaba descontrolarse.
—Te entiendo perfectamente —afirmé. Consciente de que
las venganzas a veces pesan más que los sentimientos
románticos.
—¿Y tú qué vas a hacer? —me dijo después de respirar
varias veces con los dedos en Om.
—Supongo que lo que debo.
—¿Y lo que debes es…?
—Acudir a la cita.
—Es una buena decisión. Evan se toma muchas molestias
contigo desde el principio, hacéis una pareja preciosa.
Disfruta, tú que puedes, y céntrate en una sola cosa. ¿Vale? Os
quiero mucho a los dos y podéis ser muy felices juntos.
—Es lo más sensato, ¿no?
—Lucy—se quedó un segundo callada antes de proseguir
—, ¿estás segura que es lo que quieres? Decir que es lo más
sensato no es estar segura de algo.
—Estoy segura. —Asentí sonriendo hacia ella—. Quiere
que empecemos de cero, me parece bonito que establezcamos
de una vez qué esperamos el uno del otro. Evan me gusta.
Estaría loca si no fuera así, es un hombre estupendo y
sorprendente, además de muy guapo.
Había cierta verdad en mis palabras, pero no dejaba de ser,
efectivamente, lo correcto. Debía acudir a aquella cita sí o sí.
—Lo es. Sé que sabes apreciarlo, porque os parecéis un
poco en cuanto a personalidad.
—¿Tú crees?
—Sí, ambos sois de combustión fácil, pero en el fondo
sois dos angelitos.
—Mira, ya puedes contestar la premisa de la revista sobre
mí. Llámalos y diles que lo corrijan y pongan: Lucy Moore, de
cabreos monumentales a dulce y tierna angelita, así es ella,
una puta loca.
—Has hecho una definición perfecta de ti misma.
—Es que me conozco mucho. —Le saqué la lengua y me
bebí el café que me había preparado.
Betty y yo solíamos enfadarnos mucho, pero siempre se
nos pasaba enseguida. Adoraba ese rasgo de nuestra amistad,
que no hacía más que confirmar, que era verdadera y me odié
un poquito por estar traicionándola de una forma tan rastrera.
No podía ser tan sincera como me hubiera gustado, pero, así es
la vida.
61
LUCY

El calor casi a finales de junio en la ciudad era casi asfixiante,


pero no era suficiente para que los turistas desestimasen
quedarse en su lugar de origen y llenasen la ciudad, y, sobre
todo, los lugares más emblemáticos como en el que me había
citado Evan.
Por suerte, la cola que bordeaba la acera del edificio, ese
día estaba despejada y pude acceder fácilmente. Era como si a
toda esa gente que normalmente esperaba paciente poder
ascender a lo alto del Empire, se la hubiera tragado la tierra.
Me había puesto un vestido fluido de color tierra con mis
cómodas botas militares.
Me costaba renunciar a ellas, aunque me hirvieran los
pies. La sensación de calor se magnificaba por los altos
valores de humedad y ese día debían estar por las nubes.
Había visitado el Empire a mi llegada a Nueva York, pero
apenas recordaba cómo era su imponente vestíbulo. No es
habitual en los neoyorkinos ser turistas en su propia casa, y
creía que tampoco lo es en cualquier otra parte del mundo.
Estaba segura de que habría gente en el condado de
Pennington que jamás había puesto un pie en el monte
Rushmore, simplemente sabes que está ahí.
El hombre que daba la bienvenida a los ascensores me
saludó con un asentimiento de cabeza y pulsó el botón de uno
de ellos para que se abrieran las puertas y entrara dentro.
Quería aprovechar la subida para mirar mi aspecto en el
espejo, pero las cuatro paredes de su interior estaban recreando
el desarrollo de la ciudad durante los últimos quinientos años
en una espectacular panorámica virtual.
Tuve que confiar que el elaborado maquillaje que Betty
me había hecho en la cara estuviera intacto.
En tan solo sesenta segundos, me había elevado hasta la
planta ciento dos, sin duda, era el ascensor más rápido del
mundo.
Miré mi reloj, eran las ocho y veinte de la tarde. Y cuando
pensé en mi encuentro con Evan, el vientre me dio un vuelco
emocionante, era un tío cañón y nadie me impedía disfrutar un
poco. Cualquier plan con él llevaba implícita la sorpresa.
Nunca sabía qué podía pasar, bueno o malo, aunque intuía que
esa noche iba a ser tranquila.
Evan llevaba la clara intención de que las emociones
fuertes entre nosotros se calmaran un poco y empezar de cero,
aunque el contador seguía corriendo sin pausa, por lo menos
para mí.
Me di unos segundos para respirar hondo y calmarme, y
fui a su encuentro.
Evan estaba de espaldas, mirando las vistas que lo alto del
Empire ofrecían de la ciudad de Nueva York, y la suave brisa
que corría esa noche me hizo llegar su perfume masculino, el
cual no tardó en hacer efecto en mis debilidades, dándome una
sacudida electrizante por todo el cuerpo.
—¿Todos los primeros encuentros contigo tienen que ser
en las alturas? —dije para que fuera consciente de que ya
estaba allí.
Cuando se dio la vuelta, con su imponente aspecto y esa
cara de bonitas facciones marcadas con una sonrisa de medio
lado, esa que tanto me gustaba, la entrepierna me dio un aviso.
Llevaba una camiseta de algodón blanca que se ceñía un
poco en sus pectorales, combinada con un pantalón chino de
color negro. En el cuello, una cadena que le caía por el
esternón y apoyaba una placa militar con algún tipo de
símbolo tribal, en el hueco que separa los músculos pectorales.
Nunca me había fijado en lo sexi que podía ser eso, ese
espacio en el centro del pecho que delimitaba los músculos
desarrollados del pecho masculino.
Era como un valle del pecado. Todo él lo era.
—Me gusta pensar que, para ver al Diablo, no es necesario
descender al centro de la Tierra, que a veces, no es tan malo
como lo pintan y también puede ganarse el cielo —me dijo
apoyado en uno de los pilares del mirador.
—¿Crees que eres un ángel, Evan Denver?
—No, creo que lo eres tú, y quiero que hoy te sientas
como en casa. —Me tendió la mano y me invitó a acercarme a
él.
«¿Un ángel, yo?» Me reí internamente. Ese hombre no
sabía lo que decía.
No me consideraba para nada un ser celestial, aunque él lo
creyera, pero supe que la decisión de hacer lo correcto, era
más bien hacer lo que me apetecía esa noche.
Cuando sentí su contacto sobre la palma de mi mano,
cálido y suave, morí un poquito por dentro. Evan era mi talón
de Aquiles, no sé con exactitud qué era lo que me atraía a él
una y otra vez, pero tenía ese poder sobre mí.
—¿Puedo? —Me dijo atrayéndome hacia él con su mano
en mi nuca.
Yo solo asentí y no tardó mucho en guiarme hasta su boca
para dejar allí uno de sus besos con marca registrada.
Si los labios de ese hombre rozaban los tuyos, estabas
perdida.
—¿Qué hacemos aquí? —No es que me molestara estar en
lo alto de uno de los edificios más icónicos de la ciudad con él,
es que quería saber por qué me había citado precisamente allí.
—He reservado dos horas para nosotros solos.
—¿Dos horas? ¿Acaso vamos a avistar aves o algo
parecido?
Evan se rio, me gustaba cuando lo hacía de aquella
manera relajada, como si de verdad le hiciera gracia las cosas
que yo le decía.
—No, vamos a ver el crepúsculo y a cenar.
—¿Aquí?
—Sí, aquí. ¿No te gusta?
—Me parece original y costoso. Algo que solo podías
organizar tú.
—Es algo que podría hacer cualquiera, no pienses que voy
haciendo estas cosas siempre, de hecho, esto solo lo he
organizado para ti.
—Me imagino, sería raro cenar con una mesa llena de
turistas. —Sonreí.
—Quería que estuviéramos solos, crear algún recuerdo
bonito e inolvidable. Lucy, me gustaría que me pensaras como
yo te pienso a ti.
—Últimamente todos me pedís que piense, y créeme que
es lo único que hago, pensar y devanarme los sesos. Aunque,
no siempre son buenos pensamientos.
—Siento que te he fallado en algo, pero no sé en qué. Me
gustaría que me hablaras con sinceridad, que me digas las
cosas que te pasan y las que te gustaría que te pasaran. Quiero
ser digno de ti y de formar parte de tu vida. Odio que puedas
pensar que solo me interesan los aspectos más superfluos de lo
que sea que tengamos tú y yo. No necesito definirlo, porque
me basta con que pasemos tiempo juntos y construyamos poco
a poco algo grande, Lucy.
—Eso es una proposición muy seria. —Le cogí la mano y
se la apreté fuerte. Parecía vulnerable, él no era así.
—No se trata de proponer, se trata de dejarnos llevar por
las buenas vibraciones que nos transmitimos.
—Es muy bonito todo eso que dices y estoy de acuerdo
contigo. A veces es mejor centrarse en lo bueno y empezar a
moldear desde ahí.
—¿Moldear? No, no pretendo cambiarte, eso es
demasiado mecánico y nada emocionante, no es mi pretensión.
—No, yo tampoco quiero que lo hagas, se trata de
aceptarnos.
—Empezamos a entendernos.
—O a conocernos, Evan.
Lo vi asentir contento con cómo había empezado la tarde-
noche. Era la primera conversación con algo de profundidad
que habíamos tenido, y la verdad es que eso hacía que me
sintiera muy bien. Me merecía un alto en el camino y disfrutar.
Me besó en la frente y se quedó allí, con su boca pegada a
mi cabeza unos segundos mientras suspiraba.
—Mira —dijo señalando el horizonte.
El sol comenzó a perderse de vista y los colores rojizos
que se fundían en el cielo anunciando la inminente noche se
mezclaban con el viento, que siseaba por las rendijas de la
valla metálica.
—Dicen que, si te besas cerca de la valla, podemos sentir
la electricidad que desprenden nuestros labios.
—¿Hay peligro de electrocutarnos? —dije de forma
jocosa.
—Es probable, eres una mujer de alto voltaje.
—En ese caso deberíamos probar. Quizá ambos
desarrollemos un súper poder y acabemos salvando al mundo
como auténticos héroes americanos.
Esa vez me besó sin pedir permiso, haciéndome sentir
nada y todo. No sentí esa carga eléctrica en nuestros labios,
quizá no estábamos tan cerca del acero que nos separaba de la
nada, quizá lo nuestro no era cuestión física, no tenía
explicación científica, tal vez fuera una cuestión de ser y estar.
Dicen que un mundo nace cuando dos se besan, pero no
podía nacer algo que ya existía entre él y yo sin una forma
definida. Solo éramos Lucy Moore y Evan Denver, y con eso
bastaba para que, en ese momento, me supiera a gloria bendita.

Quince minutos después de la puesta de sol aparecieron


los empleados de un catering y montaron una mesa redonda
para dos, con mantel típico de cuadros rojos y velita al centro.
Nos sirvieron vino blanco frío y comida italoamericana.
Espaguetis con albóndigas incluidos.
—¿Cómo sabías que me gustaban? —pregunté sorbiendo
con confianza un espagueti sin preocuparme de que el tomate
me dejara la boca como a una hiena devorando una presa.
—Le gustan a todo el mundo, ¿no?
—No lo creo.
—Entonces es que están locos —afirmó Evan.
—¿Crees que si a la gente no le gusta lo mismo que a ti
está loca?
—No, solo era una frase hecha. —Se encogió de hombros
y se llevó una albóndiga a la boca.
No parecía un hombre de treinta años, por lo menos no el
tipo autoritario que solía ser a veces, con cierta prepotencia.
Cuando se relajaba, sus facciones se aniñaban y era más guapo
que nunca.
Me hubiera gustado tener más momentos así con él, pero
posiblemente, aquel iba a ser uno de los últimos.
—A veces siento que mides todo lo que digo, como si
tuviera un doble sentido —me dijo tras limpiarse la boca con
la servilleta.
—Será que desde el principio hemos funcionado así. Aún
recuerdo aquello que me dijiste del plátano.
—¿Qué dije? —Frunció el ceño.
—Te di las gracias y me dijiste de una forma muy
sugerente que no me lo había comido.
—No lo hiciste.
—Creí que lo decías refiriéndote a otra cosa.
Se echó a reír a carcajadas.
—Bueno—dijo con la voz entrecortada por la risa—, he
de confesar que igual sí lo dije con cierta intención.
—Eso me hace parecer menos tonta, sé pillar tus
indirectas.
—Lucy, eres la persona más lista que conozco. No suelo
rodearme de personas tan elocuentes y chisposas como tú. El
humor es un signo de inteligencia, y tú derrochas ambas cosas.
—Aun así, no sé qué narices hacer con mi vida. Lo de la
campaña ha estado bien y el dinero me ha dado un respiro,
pero no creo que sea mi vocación y, como cómica, no me veo.
Tengo que ponerme en serio a buscar trabajo.
—Puedo buscarte un hueco en The Hell.
—No, Evan, relaciones personales y trabajo no combinan
bien.
—Le he pedido a Josh que vuelva.
¿Se habían visto? ¿Habían hablado? En ese momento hice
un esfuerzo para que no se me notara la desazón que me
producía que Josh le hubiera contado lo que pasó la noche
anterior, y que lo siguiente que fuera a decir era que habían
matado a Alan y lo habían hundido en una bolsa en el río
Hudson.
No pude evitar ponerme nerviosa. Si pasaba algo así,
recaería toda la vida sobre mi conciencia y la de Emily, que sin
ninguna duda los mandaría derechitos a la cárcel.
—¿Y qué te ha dicho?
—Va a hacerlo. No puede vivir del aire, nadie puede.
—Sin aire tampoco. Pero supongo que yo también debería
ponerme las pilas. Y repito, trabajar de nuevo para ti, no es
una opción. Estamos mejor si no mezclamos las cosas.
—Está bien, pero me gustaría poder ayudarte.
—Hay cosas que tengo que hacer sola, si no, nunca sentiré
que lo he conseguido yo misma. Pero si te sirve de consuelo,
has sido una gran fuente de inspiración y me ayudas de manera
indirecta, créeme.
—Me alegra saber que has podido sacar algo bueno de mí.
—Lo mejor, aún está por llegar. ¿Brindamos? —dije.
—Claro. —Levantó su copa y yo hice lo mismo con la
mía—. Por las cosas que ambos nos podemos aportar.
62
EVAN
¿Dónde había escuchado aquella frase yo antes?
«No quiero tu ayuda, si sigo aceptándola, nunca sentiré
que es algo que he construido yo desde cero».
No eran las mismas palabras que me había dicho Josh esa
mañana, pero venían a significar lo mismo.
Era justo que la gente quisiera sentir lo mismo que sentí
yo cuando creé mi holding de ocio en la ciudad.
Sentirse orgulloso y autosuficiente hace que vayas por la
vida con otra actitud, sin tener que agradecer nada a nadie,
solo a ti mismo. Quizá eso formaba parte de mi carácter
volátil, a veces el Evan altivo y competitivo, a ratos el chaval
que había sido siempre, relajado y sencillo, con capacidad de
empatía y generoso.
—¿Qué sueños tienes? —le pregunté, nunca me había
preocupado de hacerle ese tipo de preguntas. Seguramente, por
mi falta de práctica.
—Antes las cosas sencillas como tener una buena vida en
general. No necesitaba mucho para ser feliz, pero a veces
lograr ese estado mental es difícil, la vida suele complicar
mucho esa tarea. Es una lucha continúa entre ella y yo. Y hoy
en día quiero marcarme otros objetivos.
—¿Y qué cosas te hacen feliz?
—Esto, por ejemplo. Dentro de la ostentosidad que supone
reservar el Empire para nosotros durante dos horas, incluir una
cena sencilla al estilo Little Italy. Dicen que los polos opuestos
se atraen, y en esa combinación está el equilibrio de la
felicidad.
—Así mismo me siento yo. En una batalla constante entre
mi yo del pasado y mi presente.
—¿Crees que hoy has podido nivelar esa balanza?
—¿Y tú? —le pregunté. Para mí era más importante en
ese momento su criterio que el mío.
—Sí, creo que hoy te has superado y el Evan de verdad ha
ganado la partida. Me sorprende cómo podemos fluir hablando
de quiénes somos, sin esconder nuestros defectos.
—Eso es porque todas esas cosas fueron las primeras que
conocimos el uno del otro.
—Puede ser. Es raro echar la vista atrás y pensar en cómo
nos conocimos y todo lo que ha pasado después de eso. Cómo
nos retamos, las salidas de tono, los momentos candentes y los
surrealistas también. Aún logro buscar algunas razones lógicas
a lo que hemos vivido, no sé.
—¿Te refieres a lo que pasó aquella noche con Emily?
—Sí y no, a todo en general. Pero sí, algo cambió en mí
esa noche y, además, me convertí en un meme.
—No quería decírtelo, pero me temo que sí. Si pones tu
nombre en google…
—Lo he evitado, créeme, pero en realidad no me preocupa
demasiado, supongo que a todo el mundo le pasan cosas así,
pero han tenido más suerte y nadie estaba grabando en ese
momento.
Asentí, aunque que en mi fuero interno no creía que a la
gente le pasaran cosas tan estrambóticas como aquella, fue un
asentimiento solidario, pero esa era la grandeza de Lucy, ser
imprevisible y espontánea en todo lo que hacía.
—¿Te he dicho ya que estás muy guapa esta noche?
—El mérito vuelve a ser de Betty.
—¿Betty? ¿Nuestra Betty?
—Ajá, el sábado cuando llegué a casa estaba allí. Ha
reñido con Ben.
—Debería llamarla. ¿Crees que es grave lo que ha pasado
entre ellos?
—No lo sé, deben hablar y aclarar las cosas, poner ciertos
límites y equilibrar la balanza como te he dicho antes. La
felicidad no es un todo, es una combinación de factores que
componen algo que funciona sin más.
—Espero que arreglen lo que sea que les pase, ella se
merece todo ese equilibrio que mencionas. Es una gran
persona.
—¡Qué te voy a decir yo! La adoro. Nos peleamos mucho,
muchísimo, pero es una persona imprescindible en mi vida.
—Entonces, como tú y yo, ¿no? Podemos explotar y
calmarnos y disfrutar de una cena como esta.
—¿Quieres convertirte en imprescindible para mí?
—Me daría rabia no conseguirlo porque… me gustaría
que tú lo fueras para mí.
—Poco a poco, Evan, lo importante es que estamos
dispuestos a intentarlo.
—Hagamos el segundo brindis de la velada. —Alcé mi
copa y la insté a brindar por ello.
—Por el buen camino —dijo ella.
—Por un único camino —añadí yo.
No quería que nos desviáramos por una ruta que nos
separara, quería que esa noche fuera un antes y un después
entre nosotros. Ser su equilibro y su felicidad, dejándole
espacio en la carretera, pero que ambos fuéramos en el mismo
sentido.
Lucy era la única mujer que me había encontrado, por la
que merecía la pena luchar y descubrir lo que el amor podía
hacer por los dos. No estaba seguro de si estábamos hechos
para la eternidad, pero lo más sensato era intentarlo. Estaba
loco por ella.
63
LUCY
Cuando abandonamos el Empire State, me encontraba
hechizada por las imágenes y palabras que siempre iba a
guardar en mi mente de una cita como aquella. Olvidando por
completo cual era la verdadera premisa.
Se había tomado muchas molestias, incluso un empleado
del edificio, a nuestra salida del ascensor al vestíbulo, nos
entregó un casco a cada uno y unas chaquetas de moto.
—¿Para mí? —dije.
Tenía refuerzo en los codos y la espalda de algo rígido
que se había colocado debajo de la piel de la chupa.
Era de un cuero de color rojo intenso y brillante y quedaba
bien ajustada al cuerpo.
El casco, del mismo color, pero con unas incrustaciones de
cristales diminutos formando una especie de llama.
—Para ti, es uno de mis regalos esta noche, para que no
tengas que pedir prestados cascos y tengas tu propia chaqueta
adecuada para montar en una moto. Es parecida a la que
llevabas el primer día que viniste a The Hell. Recuerdo que me
dijiste que era de Betty, ahora tienes una propia.
¿Sabía que tenía el casco de Josh en mi poder? Empezaba
a sospechar que esos dos habían hablado más de la cuenta, y
no sabía hasta qué punto podía molestarle el hecho de que me
marchara con Josh del muelle.
Estaba demasiado calmado y estaba siendo muy
considerado conmigo, dadas las circunstancias.
¿Desde cuándo era tan razonable Evan?
No lo sabía, pero me gustaba que tuviera la capacidad de
apartar a un lado ese carácter competidor, ojalá yo tuviera
también ese don. Eso decía mucho de él, decía todo de él, más
bien.
—Esto son dos regalos, y la cena se puede considerar otro
más. No era necesario, de verdad.
Y fui sincera cuando le dije esas palabras. No me merecía
todo aquello.
—Lo he hecho con gusto. Son de una tienda especializada
a la que suelo ir. Ha sido toda una casualidad que tuvieran este
conjunto.
—Es precioso, pero yo no soy una motera, ya sabes que
eso que haces en el muelle… Quizá por eso preferí irme a
casa, no sé si estoy preparada para ver cómo te haces daño o…
—Tranquila, no tienes por qué venir a las carreras si no
quieres, te entiendo. Pero esto es para que podamos viajar
juntos en la moto e incluirte en las cosas que me gustan.
Espero que tú hagas lo mismo y me dejes formar parte de tus
aficiones.
—Mi única afición ahora mismo es salir contigo —me reí,
aunque aquello me hiciera parecer aburrida a sus ojos.
—Me parece un gran hobbie, por la parte que me toca.
—¿Y ahora qué? Me estoy asfixiando con la chaqueta
puesta.
—Ahora acabaré de hacerte de guía turístico y pondremos
en uso la chaqueta y el casco dando una vuelta por la ciudad.
Luego podemos ir a mi casa, si quieres.
—¿Por qué no iba a querer? —le pregunté. En realidad,
era lo que más me apetecía. No era de piedra.
—Quiero que te sientas cómoda en todo momento, no
quiero que te sientas obligada a nada o que pienses que busco
algo de ti que no tienes por qué darme.
—¿Te refieres al sexo? ¿Por eso me has pedido permiso
antes para besarme?
Asintió.
—¿A qué viene eso? Es por algo en concreto, ¿te he dado
la impresión de que no quiero que me toques alguna vez?
Me pregunté, otra vez, si se había enterado de lo que pasó
tras los contendores del muelle. El estilo de Evan ante una
cosa así no era callárselo, pero cabía la posibilidad, ya que esa
noche estaba diferente.
¿Le habría contado él también lo que pasó con Emily a
Josh?
Si habían hablado, las cosas podían torcerse.
—Simplemente a que el día que esa loca nos drogó, fui
consciente de lo fácil que alguien puede aprovecharse de otra
persona y de lo horrible que es sentirse vulnerable ante las
agresiones de los demás.
Tenía toda la razón, no estaba tan ciego como yo creía.
—Me gustas, quiero acostarme contigo, Evan. Y no
entenderé nunca que llevarme a tu casa tras una bonita cita,
sea dando por hecho que solo tú quieres hacerlo. Es mutuo.
—Me alegra oírlo. —Me besó fugazmente y les dio las
gracias a los encargados del Empire antes de marcharnos.
64
EVAN

Las carreteras de Nueva York tienen memoria, cuentan


historias.
Ir subido en una moto recorriendo sus calles, con el viento
rompiendo contra tu cara, y la convivencia directa con el
entorno, es una experiencia liberadora. Y hacerlo acompañado,
convierte a tu moto en un artefacto amigo, creando vínculos de
amistad compenetrada por la afición común.
Sentir las manos de Lucy cogidas a mi abdomen, su pecho
aplastado contra mi espalda, era relajante.
Estaba envuelto en pensamientos trascendentales, sumido
en un estado de meditación y reflexión sobre la vida en
general.
Para conducir una moto utilizas todo el cuerpo en un baile
de movimientos precisos y, en aquellos momentos, ambos
estábamos danzando juntos. Como si esa manera de aferrarse a
mí fuera extrapolable a cualquier otra situación en la que nos
encontráramos juntos.
Sentía que fluíamos mientras me dejaba llevar por el ritmo
que marcaba mi moto, pero las sensaciones que no tenían que
ver con lo tangible, con lo físico, impactaban más sobre mí.
Mi mirada intentaba captar todo lo que aparecía a mi
alrededor, dejando que el mundo se paseara a través de mis
ojos. Y eso mismo me solía pasar con Lucy, si ella estaba a mi
lado, no podía dejar de admirarla, sin pensar en otra cosa, solo
la veía a ella.
Pero la noche del muelle se me escapó de vista y no pude
protegerla.
Me sentía mal por ello y me estaba costando un mundo no
contarle que lo sabía. Era mejor no alterarla sacando el tema y
que descubriera los planes que Josh y yo teníamos.
Si ella quería contármelo lo aceptaría, pero no lo había
hecho y era mejor respetar que con su silencio estaba
intentando olvidar aquel desagradable suceso.
No todo era tan fluido como viajar en moto, a veces, es
mejor dejar de pensar, salir de ese estado de introspección y
poner el foco en otra cosa.

***

Entramos en mi ático sin pronunciar ni una palabra.


Mientras subimos en el ascensor hubo un silencio denso, tan
solo acallado por nuestras sonrisas al mirarnos. En ocasiones
es mejor no decir nada cuando crees que está todo dicho.
No habíamos pasado mucho tiempo allí. La única vez que
habíamos dormido juntos en mi casa, ella lo hizo en el sofá y
yo a su lado, en duermevela, vigilando cualquier movimiento
extraño en su respiración. No era justo por todo lo que había
tenido que pasar ella desde que nos conocíamos. Era
comprensible que estuviera confusa, extraña e indulgente a
ratos.
Neil vino a nuestro encuentro, y yo me agaché para
acariciarlo.
—Me encantan las vistas de esta casa —dijo dejando la
chupa roja sobre el sofá mirando los edificios de la ciudad, los
cuales se alzaban imponentes con toda su potencia lumínica.
—A mí aún sigue sorprendiéndome cada noche.
—¿Hace cuánto que vives aquí?
—Seis años. —Neil no estaba dispuesto a dejarme
intimidad y acabé cogiéndolo para cargarlo conmigo.
—Así que lo compraste con la misma edad que tengo yo
ahora. Me encantaría ser como tú.
—Sí, con veinticuatro. Pero primero lo alquilé un año y
medio, después el propietario me ofreció la compra.
—Debe ser caro.
—Sí, aún lo estoy pagando. Pero el éxito en los negocios
me permitió pedir una buena línea de crédito al banco.
—Entiendo. Lo cierto es que nunca te lo he dicho, pero
The Hell es una pasada.
—Gracias, era la pretensión y lo conseguimos. El mérito
no es solo mío, sino de todo el equipo que lo compone. ¿Te
apetece beber algo?
—Una cerveza estaría bien —me dijo saliendo a la terraza.
Dejé a Neil en el suelo, que pareció comprender que
necesitaba que me dejara solo, y se echó en el sofá.
Fui a la cocina y saqué dos Budweiser del frigo. Las abrí
mientras la observaba, apoyada en el muro, con el aire
moviendo su pelo, y la bonita forma de su cuerpo de espaldas.
—Toma. —La sorprendí por detrás.
—Gracias —dijo antes de llevársela a la boca.
—No me las des, en todo caso debería darte las gracias yo
de que estés aquí.
—¿Por qué?
—Porque la última vez que estuviste aquí no fue por una
noche fantástica, que digamos.
—Me vi obligada, pero mi intención desde el principio era
hacerlo, tan solo que no fue de la manera que esperaba.
—No quería que mi casa aflorara un mal recuerdo.
—Podemos crear unos nuevos. —Acercó su botellín al
mío y lo chocó sonriendo. Yo le devolví el gesto complacido
con su respuesta.
El cuerpo desnudo de una mujer es precioso, pero su
mente desnuda, conocer todo lo que piensa, es maravilloso.
—Tengo otra cosa para ti.
—¿Otra?
—Sí. No te muevas de aquí.
—¿Dónde crees que voy a ir? —rio.
—No lo sé, pero te pareces mucho al aire, sobre todo
cuando me faltas.
El romanticismo que había brillado por su ausencia
durante la mayor parte de mi vida, afloraba siempre por ella de
un modo cursi y demasiado intenso. Tenía una verborrea
poética provocada por Lucy Moore, y no me importaba en
absoluto parecer un ñoño, porque lo decía sinceramente.
Cuando aparecí de nuevo con una caja pequeña de
terciopelo, Lucy me miró ceñuda.
—¿Qué es eso?
—Cógela y ábrela —le dije tendiéndole la cajita.
—Evan, esto… —me dijo con la voz entrecortada.
—Ábrela, por favor.
65
LUCY
¿Qué significaba aquello? Hasta el gato me observaba desde el
sofá del salón con la cabeza ladeada tan alucinado como yo.
Me quedé casi sin aliento. No creía que Evan hubiera sido
capaz de haber comprado un anillo para… ¿para qué,
exactamente?
No estábamos en ese punto, ni siquiera estábamos
enamorados, yo por lo menos. Y aunque solía decirme cosas
bonitas como lo que acababa de decir del aire, no iba a
lanzarme a la piscina cuando no sabía qué iba a hacer con mi
vida al día siguiente hasta que alguien me diera las
instrucciones.
Abrí la caja con las manos sudadas y no por el calor, y
suspiré de alivio cuando vi que se trataba de un colgante. Una
perla con dos alas engarzadas de color plateado con una
cadena del mismo color que debía de quedar como una
gargantilla por su longitud.
—¿Te gusta? —me preguntó, expectante.
—Sí, es precioso. Pero estás tirando la casa por la ventana
hoy y ya te he dicho que no era necesario.
—Quiero que seas una Diablesa.
Yo ya era una, no necesitaba que él me otorgara el título.
—¿Intentas marcarme como al ganado?
—No, Lucy, solo es un regalo. Yo no puedo evitar que
otras personas te miren y te deseen, y en el fondo eso me
enorgullece, pero quiero que lo tomes como un símbolo de
protección y de pertenencia a algo que siempre vigilará que no
te pase nada.
Cada vez estaba más convencida de que Evan sabía algo,
y debía sentirse tan mal, que no sabía cómo compensar lo que
había pasado en el muelle en su ausencia.
—No sé cómo un colgante va a protegerme.
—Porque yo tengo uno igual en negro. Son de acero.
—¿Y el acero es mágico? —dije con condescendencia.
Quería que fuera más sincero, que me explicara realmente el
significado de ese colgante.
—No, Lucy, ya te he dado los motivos.
—Sí, que es para que me sienta perteneciente a algo. Pero
lo que entiendo es que quieres que sepan que te pertenezco a
ti.
—No solo lo tienes tú, todas las mujeres que trabajan en
The Hell lo llevan. Quiero que la gente que no sabe
comportarse en sociedad sepa que hay cosas intocables y que,
en caso de agresión, con solo presionar la perla, envía una
señal a la seguridad del local. El tuyo, además, está conectado
a mi móvil, por si no estuviéramos en The Hell, que siga
siendo útil.
Me quedé sin palabras. ¿En serio se preocupaba tanto por
sus empleadas? Era un gesto muy bonito por su parte, ese tipo
de tecnología debía ser cara, pero muy eficaz en caso de que
alguien intentara propasarse con ellas.
—No sé qué decir, tan solo…gracias de nuevo.
—Me tomo muy en serio esas cosas en el local y fuera de
él. Ojalá todo el mundo pudiera acceder a este tipo de cosas
para evitar que le destrocen la vida. Si pulsas la perla por
detrás —le dio la vuelta al colgante para mostrarme un
pulsador pequeño y casi imperceptible—, será porque te
sientes acosada o alguien intenta agredirte.
—Tranquilo, no lo pulsaré cuando alguien me tire la copa
de un codazo. —Sonreí—. ¿Me lo pones?
Aquello era un símbolo a la feminidad, al no es no, al
derecho de ir por el mundo como te diera la gana sin necesidad
de que alguien creyera que lo estabas provocando.
Cuando sentí que el colgante se posaba sobre el hueco de
mis clavículas, pensé que omitir a Evan que su hermano y yo
nos habíamos visto un par de veces, podía darme algunos
puntos a mi favor que no iban a venir mal para que no
sospechara de mí. Tenía que devolverle la confianza.
—Quiero que sepas que yo también he visto a Josh, pero
que confíes en mí, solo necesitaba encontrar respuestas a
algunos asuntos.
—Lo sé, vi cómo os ibais juntos del muelle. No te voy a
negar que me dolió que a mí no me lo permitieras, pero quizá
en ciertas ocasiones es mejor hablar con personas ajenas y
poder expresar ciertas cosas.
—El día que viniste a mi casa y te dije que tenía asuntos
que atender…
—También lo sé, Josh me lo ha contado. Y el hecho que tú
también lo estés haciendo ahora me tranquiliza.
—¿Tú tienes algo que decirme a mí, Evan?
Quería saber de qué más cosas habían hablado. Si Josh
había sacado el tema de los contenedores, estaba segura de que
el instinto protector de los dos se había disparado y quería
asegurarme que ninguno iba a ponerse en peligro para
vengarme.
—Tan solo que confío plenamente en esto que tenemos y
que jamás volveré a mostrarme como un gilipollas porque
hables o te diviertas con él u otras personas. Y que haré todo
lo posible para que esto funcione.
—Creo que sabes que divertirme no incluye…
Me dio vergüenza terminar la frase, pero esperaba que él
entendiera lo que le quería decir.
—Lo sé, él me dijo lo mismo. Me alegra que ambos
hayáis vuelto a mi vida, no hay razón ni motivo para que no
sea así. Tú eres… Lucy— dijo como si mi nombre por sí solo
ya supusiera algo grande para él—, y él mi hermano.
66
EVAN
Estaba siendo una noche muy intensa y necesitaba estar dentro
de ella en ese preciso instante.
—¿Me deseas? —le pregunté mientras la atraía hacia mí
para besarla y metía una mano por debajo del vestido para
tocarla.
Mi necesidad era contagiosa, porque sentí cómo sus
pezones recibieron encantados mis dedos al endurecerse.
—Dime que podemos hacer esto —dije de nuevo,
mezclando mis palabras con exhalaciones.
—No pares —respondió antes de besarme el cuello.
Los dos habíamos experimentado polvos frenéticos, pero
aquello era algo diferente.
—Lucy, quiero más de esto, quiero estar contigo, me estoy
enamorando de ti.
—Llévame a tu cama —me dijo con su boca sobre la mía
y sus manos cogiéndome la cara.
Le cogí de la mano y la llevé conmigo hasta mi
habitación.
No quería despertarme de aquel sueño eterno que llevaba
días teniendo, pero la incertidumbre del futuro me asustaba.
Tenía miedo a ese maldito espacio incierto que llaman tiempo.
—Siento que pronto romperás mi corazón —confesé en
voz baja para que ella no me escuchara. Ni yo sabía por qué
dije aquello mientas ascendíamos por la escalera a la segunda
planta.
Tenía mis momentos, unos en los que no me importaba ser
un tipo libre que simplemente disfrutaba del sexo y me sentía a
gusto siendo como era, y en otros como aquel, un hombre más
romántico y comprometido pero que quería salir corriendo,
pues volvía al odio por las relaciones que pueden joderte vivo.
—No entiendo cómo es posible que, de todas las mujeres
que te rodean, me hayas escogido a mí —me dijo
desprendiéndose del vestido frente a mí.
—Desde que te descubrí, solo he tenido ojos para ti. No
todo es un físico perfecto y una bonita cara, tú eres mucho
más. Das color y emoción a mi vida. Y quisiera tener la vida
entera para poder ser feliz a tu lado.
—Entonces, ¿por qué lanzas ese tipo de comentarios?
¿Me había escuchado decir que sentía que iba a romperme
el corazón?
—Aunque no lo creas, me haces sentir inseguro porque no
sé a qué atenerme contigo. No soy un experto en relaciones,
más bien en cómo pueden destruir a dos personas y a la gente
que los rodea.
—¿Lo dices por tus padres?
—¿Josh te lo ha contado?
—Sí, pero están juntos y felices ahora.
—¿Y no es injusto? Su comportamiento ha hecho de mí lo
que soy.
—¿Preferirías que se hubieran divorciado?
—Preferiría que se hubieran querido bien y con respeto
desde el principio. Nosotros empezamos mal, pero no voy a
permitir que se alargue tanto en el tiempo como lo hicieron
ellos. Ahora, limitémonos a amarnos, solo a eso. —La giré con
delicadeza, cogí su mentón y me perdí en su preciosa cara —
¿Quieres?
—Quiero —dijo ella, besándome tan profundamente que
pensé que iba a arrastrar con su lengua mi alma para siempre.
—Hazme el amor sin prisa —me pidió, y sentí cómo la sangre
se me concentraba en un solo órgano de mi anatomía
masculina.
Lucy acarició mis labios con su pulgar, su mano bajó por
mi cuerpo haciendo despertar toda mi piel en pequeñas
descargas eléctricas.
—¿Me vas a joder la vida? —susurré.
—No lo haré —aseguró y la creí.
Me sentí idiota por dejar entrar esos pensamientos que me
decían que huyera y salvara la poca tranquilidad que me
quedaba, pero los alejé tan pronto me dijo que no lo haría.
La acaricié como ella estaba haciendo. Ambos de pie,
desnudos. Ella aún con su tanga puesto. Mirándonos a los ojos,
besándonos y gimiendo contra nuestros cuellos, después.
«Dios, qué jodido estaba».
Pasé mis manos por sus muslos y gemí dentro de su boca
cuando mis dedos encontraron el encaje de su tanga.
Lo hice a un lado y ella soltó un grito cuando metí dos
dedos en su interior. Estaba muy húmeda.
Se apartó de mis labios cuando comencé a follarla lento
con los dedos mientras con el pulgar le frotaba con delicadeza
el clítoris.
Ella inspiró con fuerza y sentí cómo se hundía contra mis
dedos, ejerciendo fuerza.
Su respiración se volvió irregular y, mirándome a los ojos,
me dijo:
—Quiero sentirte a ti, dentro de mí.
Lamió mi mandíbula antes de volver a besarnos.
Despacio, nos dejamos caer en la cama y la ayudé a
quitarse el tanga mientras nuestras bocas seguían
explorándose.
Su contacto me hacía sentir como una red de cableado
eléctrico, cada zona de mi cuerpo que ella rozaba con sus
manos, emitía un chispazo.
La presión de nuestros cuerpos pegados hizo que
empezara a sentir la misma necesidad que ella.
—Voy a ponerme un condón, ¿vale?
Ella asintió y, mientras me lo ponía, dejé escapar un
gemido grave y estrangulado. Después, apoyé mi frente contra
su hombro.
Lucy, despacio, cruzó una de sus piernas sobre mí y se
empaló mi dureza, irguiéndose y arqueando la espalda hacia
atrás.
—Oh, Dios —gemí cuando noté que tensaba sus músculos
más profundos mientras me cabalgaba lento, pero con
sincronía—. Me gusta tanto olerte como tocarte.
Solté sus caderas y mis manos se posaron sobre sus
preciosas tetas para estimular y presionar sus pezones.
Miles de pensamientos pasaron por mi mente. No había
nada en este mundo que deseara más que hundirme en ella,
pero odiaba que la lujuria que me provocaba Lucy anulara mi
sentido común y me debilitara de aquella forma.
Aun así, no podía parar, me había convertido en un
dependiente de su droga, vivía pendiente de ella y del próximo
chute.
Mi vida, esa que creía bien organizada, se estaba
desmoronado como un castillo de arena al que le ha golpeado
una ola, y a mí, lo único que me importaba era sentirla y
tenerla cerca.
La sensación que me estaban provocando sus
movimientos fue tan intensa, que tuve que detener sus caderas
para no explotar.
Mi incorporé para abrazarla y ella me rodeó la cintura con
sus piernas. Nos quedamos así, pegados unos segundos hasta
que empecé a moverme de nuevo para que ella también lo
hiciera.
El cambió de posición me hizo entrar más profundamente
en ella y hundí mi cara en su cuello.
—Estás preciosa encima de mí.
Recorrí cada centímetro de su cuerpo y cubrí de besos y
mordiscos la parte posterior de sus hombros. En el espejo de
mi armario podía ver cómo mi polla entraba y salía de ella,
una imagen que me iba a costar olvidar.
Lucy arqueó la espalda y se dejó caer en la cama.
Yo me puse de rodillas para seguir penetrándola a la vez
que le estimulaba el clítoris. Apretándolo, rodeándolo con dos
dedos para hacerlo prisionero en las fricciones.
—Sí, así, no pares, Evan.
Quería que nuestras miradas se unieran en el espejo y
sucedió. Ella del revés en el reflejo, yo embistiéndola con
fuerza para que ambos alcanzáramos el clímax.
Cuando su cuerpo comenzó a convulsionar, le metí la
mano en la boca para amortiguar su grito cuando se corrió allí,
en mi cama.
Tras unas pocas embestidas más, exploté en lo más
profundo de ella.
67
JOSH
Hacía dos semanas que había vuelto a las filas de The Hell.
Me había comprometido con Evan y estaba a tope en el
trabajo, eso me ayudaba a no pensar.
Esa misma mañana de primeros de julio había hablado con
Will y le había contado nuestras intenciones. Me había dicho
que lo iba a comentar y a organizarlo todo, y que vendría al
local a reunirse con nosotros esa noche para hablar de ello. Le
prometí unas buenas apuestas, así que no podíamos fallarle.
No se podía llamar a aquello que íbamos a hacer tomarnos
la justicia por nuestra mano, pero había que humillar a ese tío,
bajarle los humos y, si se partía algunos huesos, no íbamos a
sentirnos culpables, por lo menos yo.
Evan hacía días que no pisaba el local, debía estar
ocupado ganándose la confianza de Lucy, y yo me alegraba
por ellos, pero algo menos por mí.
Yo había adquirido más responsabilidad y me sentía más
útil que nunca, cosa que me ayudaba mucho.
The Hell era prácticamente un negocio que se gestionaba
solo, había un buen equipo de personas leales porque las
condiciones de trabajo eran buenas, y eso garantizaba
trabajadores contentos en los que se podía confiar
plenamente.
El trabajo de oficinas era cosa de mi hermano, pero no le
robaba demasiadas horas al día.
Desde la marcha de Betty no había nombrado la
posibilidad de contratar otra asistente, parecía apañárselas solo
ahora que apenas pisaba el mundo de la noche.
Yo también deseaba poder prescindir de él, pero
necesitaba la pasta. Empezar de cero no era fácil, necesitaba
tener poder de sacrificio. Y no solo por el trabajo, también
para no volverme loco cuando los veía juntos.
La risa de Lucy, su pelo, su olor, esa cabecita sorprendente
que tenía… todo, absolutamente todo me recordaba a ella.
Como si mi corazón hubiera estado dormido mucho
tiempo y ella lo hubiera despertado con sus palabas. Aunque
estaba seguro de que ella y yo no estábamos ni remotamente
cerca el uno del otro a pesar de haber hablado con asiduidad.
Durante el día y por las noches, mediante wasap, o
nuestras redes sociales, hablábamos durante una o dos horas,
siendo algo así como una rutina, como si fuéramos amigos
desde siempre.
Lucy era una parte muy activa de mi vida y poco a poco se
había colado también en mi corazón.
No hablábamos de la relación que mantenía con mi
hermano, tan solo de nosotros, de cómo nos había ido el día o
de la vida en general, y la fui descubriendo poco a poco, por
capítulos, día a día. Y siempre aprendía aspectos de su
personalidad que me fascinaban y que compartía con ella.
¿Alguien sabe de verdad qué es el amor? Quizá sea una
descarga química, una tormenta hormonal que nos doblega el
cuerpo hacia esa persona y la mente al borde del abismo. O, tal
vez, el reencuentro de dos almas predestinadas.
Sabía que Betty había vuelto al piso que ambas
compartían y que esa noche vendrían juntas a The Hell.
«Noche de chicas», así lo había calificado Lucy, pero iba a
ser imposible despegarla de Evan, que ya en su palco (no solía
gustarle el bullicio y moverse entre la gente), estaría muy
atento a sus movimientos.

A las nueve, hicieron acto de presencia. No tenía la


certeza de la hora exacta en la que iban a aparecer, pero desde
la apertura a las siete, estuve pendiente de la entrada a
intervalos.
Y allí estaba, la razón por la que yo tenía dos ojos, dos
oídos, dos piernas y dos brazos para que se complementaran y
actuaran juntos, como si fueran uno solo.
Todos y cada uno de nosotros tenemos un alma gemela a
nuestra medida. A muchos les cuesta mucho encontrarla y a
otros les llega sin previo aviso. Pero cuando lo hace, con solo
mirar sus ojos, sabes que esa persona está en este mundo por
ti.
Llevaba unos shorts vaqueros de color negro y un top de
tirantes lleno de diminutas lentejuelas plateadas que hacía
juego con las sandalias de tacón que vestían sus pies.
Preciosa era una palabra que se quedaba corta para Lucy
esa noche.
Su piel se veía ligeramente bronceada y su nariz y
pómulos se habían salpicado de pequitas tenues que le daban
un aspecto encantador. Como el de una adolescente que ha ido
a pasar el verano a casa de algún familiar y ha vuelto a casa
con la salud del sol en la cara y algunos secretos que iba a
guardar para siempre en su mente.
Lucy Moore era la viva imagen de un amor de verano, de
una primera vez, y el latir de un corazón desbocado. Era el
helado que hubiera querido lamer de mayo a septiembre para
convertirse en mi sabor favorito.
Me acerqué a ellas cuando vi que miraron a todos lados
buscando alguna cara conocida.
Betty estaba más delgada de lo que la recordaba e iba
agarrada a ella con semblante confuso.
—Bienvenidas. Puedo afirmar que sois las chicas más
guapas esta noche —les dije lo más tranquilo que pude, dadas
las circunstancias.
—Gracias. —Lucy hizo una reverencia graciosa—. La
ocasión lo merece. Necesito animar a esta chica que viene
conmigo.
—Cuánto tiempo, Betty. Te veo… bien —saludé a su
amiga y ex asistente de mi hermano.
—Te agradezco el cumplido, pero estoy hecha una
piltrafa, supongo que te has enterado.
—Sí, lo siento.
—Lo vais a arreglar, Betty. Tómate la noche como la
despedida de soltera que no me dejaste organizar —le dijo
Lucy.
—Si tú lo dices… —Betty puso los ojos en blanco. —Voy
a por algo de beber. ¿Tú quieres algo? —le preguntó a su
amiga.
—Una cerveza, gracias.
—Betty, dile que vas de mi parte, que lo apunten en mi
cuenta —le dije, y ella asintió y se marchó dejándonos solos.
Iban a ser solo un par de minutos, el local aún no estaba a
pleno rendimiento y le iba a llevar poco tiempo pedir en la
barra central, aun así, no quise desaprovechar la oportunidad
de un poco de intimidad con Lucy.
—¿Cómo estás? —Me atreví a tocarle el antebrazo.
—Bien, muy bien. ¿Y tú?
—Contento de verte. Evan aún no ha llegado.
—Lo sé, he hablado con él antes de entrar. No creo que se
retrase mucho.
—Seguro que no. Si ya sabe que estás aquí, debe estar
conduciendo a toda mecha hasta el local.
Me di cuenta de que lucía uno de los collares de las
Diablesas.
—Veo que mi hermano te ha regalado uno de nuestros
collares. Me alegro de que te cuide de esa forma.
—Sí, aunque he de reconocer que ese día pensé que tú
tenías algo que ver con el regalo.
Entendí que se refería a si le había contado algo a mi
hermano referente a ese malnacido a pesar de haberme pedido
que no lo hiciera. Decidí mentir al respecto para que no se
preocupara.
—Siento decirte que no, pero me siento aliviado de que
Evan hubiera caído en el detalle.
—Lo cierto es que es un gran gesto por vuestra parte
cuidar así de la gente que trabaja aquí, en especial de las
mujeres.
—Por desgracia, sois las más perjudicadas. La gente
confunde el concepto del local y nadie tiene que pagar las
consecuencias de las mentes enfermas de otros.
—Gracias, en nombre de todas, supongo.
Fue un instante, uno solo en el que nuestras miradas se
mantuvieron firmes y brillantes, como si los ojos quisieran
añadir algo más a nuestra conversación inocente, pero la
vuelta de Betty con las bebidas rompió ese momento entre los
dos.
—Gracias, Josh, este cóctel va a empezar a ahogar mis
penas —dijo tras entregarle la cerveza a Lucy y alzar su copa
hacia mí.
—Ojalá se fueran tan fácilmente —respondí mirando a
Lucy, con cierta intención de que notara el doble sentido de mi
respuesta.
—Es un remedio momentáneo para darte una tregua. No
se puede estar todo el día pensando, ¿no? —respondió ella
manteniéndome la mirada.
—¿Estáis intentado que descifre algún tipo de jeroglífico?
Lo digo porque últimamente he perdido facultades, se me han
muerto algunas neuronas de pensar que voy a ser una mujer
divorciada en tiempo récord —añadió Betty con sarcasmo,
mirándonos a ambos de manera simultánea.
—No, no se puede, pero a veces es inevitable —seguí en
mis trece.
—Pues haz como Betty y pide un tiempo muerto.
—¿Queréis que os deje solos? —dijo Betty entre dientes
mientras retenía la pajita en la boca.
—No, he venido a pasar una noche contigo. —Lucy
enhebró su brazo en el de su amiga y me sonrió algo forzada.
—¿Puedo hacer algo más por vosotras? —me ofrecí —.
Podéis subir al palco, eres la novia del Diablo de este local,
supongo que eso te da ciertos derechos.
—No, gracias, hoy solo soy Lucy. Vamos a bailar y a
pasarlo bien aquí. Estoy segura de que habrá por lo menos
cuatro ojos vigilándonos durante toda la noche.
—Que no te quepa duda —respondí antes de dejarlas solas
—. Disfrutad de la noche.
—¡Josh! —me dijo haciendo que me detuviera
—¿Qué?
—Aún tengo tu casco. —Se llevó la cerveza a la boca
sonriendo.
—Lo sé. —Le devolví la sonrisa y me marché a los
camerinos. Necesitaba recuperarme.
68
LUCY
Volver a ver a Josh fue extraño y me puso nerviosa.
Era cierto que habíamos hablado mucho durante esas dos
semanas y que casi sentía que lo hubiéramos hecho toda la
vida, incluso le había contado cosas de mi vida que poca gente
conocía. Todavía me sorprendía la facilidad que se apoderaba
de mí para hablar con él de cualquier cosa.
Josh me entendía y no me juzgaba. Los errores que
hubiera podido cometer siempre tenían una justificación para
él, pues sabía quitarme carga emocional.
Simplemente éramos humanos, ninguno de los dos éramos
perfectos ni pretendíamos serlo. Solo éramos, y nuestras
conversaciones fluían muy bien, consiguiendo que me fuera a
dormir con una sonrisa. Me ayudaba a sentirme menos
culpable.
Con Evan las cosas también funcionaban, podría decirse
que todo iba sobre ruedas. Podíamos tener una relación sin
ocupar demasiado espacio personal el uno del otro. Él tenía
trabajo, yo una amiga rota en casa que necesitaba que
estuviera por y para ella.
Aun así, intentábamos vernos un par de noches a la
semana, y en esos encuentros íntimos me sentía a gusto,
complacida, contenta, pero no lograba abrirme tanto como en
las conversaciones que había mantenido por wasap con Josh.
Me limitaba a disfrutar del momento, era lo menos que podía
hacer.
Podría decirse que hablar con Josh era más fácil que
hacerlo con Betty y Evan. Teníamos una relación de
entendimiento mutuo en lo personal, y me venía bien tenerlo
para los momentos en los que la debilidad podía conmigo.
Si me preguntaran qué características habría de tener
alguien a quien contar un secreto, mi respuesta sería:
imprescindible que piense como yo.
No sé si eso tendrá alguna lógica para el resto del mundo,
pero creo que es lo justo si vas a contarle algo a esa persona
que no quieres que sepa mucha gente. Y, desde hacía un
tiempo, la percepción del mundo para mí había cambiado un
poco y no tenía amigos de ese tipo a mi alrededor. Josh era mi
terapia particular cuando las fuerzas me flaqueaban en esa
recta final.
—¿Va todo bien? —me preguntó Betty, que debió notarme
distraída.
—Sí, disculpa. Estaba pensando cuándo llegará Evan.
—¿Seguro? Porque he sentido que sobraba hace unos
minutos.
—No digas tonterías. Sabes que Josh y yo solo somos
amigos y no nos habíamos vuelto a ver desde hace tiempo,
solo eso.
—Ya, pero habláis a todas horas. ¿No te parece eso ser
algo más que unos simples amigos? No te veo hacer eso con
otra gente.
—Será porque no son tan amigos, ¿no crees?
—O porque Josh te gusta demasiado y es casi como una
droga para ti.
—¿Vas a empezar otra vez con eso? —Negué con la
cabeza al punto que chasqueaba la lengua contra el paladar.
—Es que no quiero que seas una infeliz como yo. Mírame,
he perdido cuatro kilos, tengo la cara huesuda y los ojos
saltones de tanto llorar. Ni siquiera me he atrevido a decirle a
mis padres que estoy de vuelta en Nueva York y Ben hace dos
días que no me ha escrito uno de sus mensajes de
arrepentimiento. ¿Habrá tirado la toalla?
—¿Acaso crees que va a estar rogándote eternamente?
Quizá deberías haberle contestado al menos una vez a alguno
de sus mensajes.
—Josh no la ha tirado, sigue manteniendo el contacto
contigo porque parece que le compensa tenerte de una manera
u otra, aunque seas la novia de su hermano. Ben y yo estamos
juntos desde hace seis años, nos hemos casado y parece que ya
se ha olvidado de mí. ¡No es justo! Y te confieso que te tengo
un poco de envidia en estos momentos.
¿Betty envidia hacia mí? ¡Pero si ella siempre había sido
la que tenía todo bajo control y yo la que no sabía ni qué hacer
con mi vida! Esa mala racha con Ben le estaba pasando
factura.
—¿Envidia? Hace un par de días, te recuerdo, me dijiste
que estaba loca y que debería pensar con la cabezota. Que lo
que no podía ser no podía ser, que no podía ser la mejor amiga
del hermano de mi pareja después de habérmelo tirado y bla,
bla, bla… —Moví las manos en el aire.
—A la mierda lo que dije, Lucy. El tiempo, los años, la
monotonía y aguantar carros y carretas, no te garantiza nada.
—Pues siento decirte que estoy bien como estoy.
—¿Y tú quieres eso? ¿Estar así eternamente, conformada?
—dijo con sarcasmo. Betty estaba tan jodida que había
perdido toda empatía con el amor.
—No es conformismo, aunque supongo que es lo que todo
el mundo espera cuando tiene una relación sentimental con
otra, si no, tú no te hubieras casado con Ben y seguirías
buscando el amor verdadero, ¿no?
—Sí, pero es mejor dar con la persona correcta para que el
impacto de no haberlo encontrado sea menos malo. Más
llevadero.
—¿De repente Evan ya no es el adecuado para mí? —Dejé
la cerveza en una mesa alta y me crucé de brazos.
—No lo sé. ¿Es Ben el adecuado para mí?
—Pues eso deberías saberlo tú.
—Lo mismo te digo, amiga. Lo mismo te digo.
No quería tomarme aquellas palabras al pie de la letra ni
encontrar el verdadero sentido de lo que había dicho, porque
yo ya tenía claro mi destino a corto plazo.
Betty estaba muy tocada y estaba casi a punto de hundirse
en una depresión post Bahamas que podía dejarla lela para los
restos.
Pero había verdad en lo que decía, el sentido lógico
todavía parecía tenerlo intacto.
¿Cómo sabe la gente que está con la persona adecuada?
¿Que la presión social, el qué dirán y lo que la gente espera
que hagas, no hacen que no puedas ver más allá de lo que
tienes delante de las narices?
Era algo que todavía no había llegado a comprender del
todo.
Josh no había tenido escrúpulos en engañar a Emily, ¿era
realmente alguien de fiar? ¿Ser infiel hace que de manera
automática te saquen de las filas de la felicidad?
No, no lo creía. Esa no era la principal razón por la que
Josh no era una opción para mí.
—Mira, por ahí viene tu hombre —me dijo Betty,
sorbiendo ruidosamente con la pajita lo que quedaba de cóctel
al fondo de su copa.
—¿Mi hombre? No lo llames así, suena casposo.
—Casposo es que tú tengas a dos tíos buenos babeando
por ti, y yo un Ben casi calvo que no me hace ni puto caso.
Negué con la cabeza. Betty le había pedido en una
llamadita rápida a su querido marido que no la molestara más.
¿Qué más podía hacer el pobre Ben? Supongo que dejarle
su espacio y volver a la carga cuando estuviera más calmada.
Le pegó un grito al auricular del teléfono que debió hacer
temblar el tren de satélites Starlink de Elon Musk y hacerles
perder la órbita.
—Qué guapas estáis esta noche. —Se acercó a mí y me
dio un beso.
—Oh, Evan, deberías ser más original con tus halagos, eso
ya nos lo ha dicho tu hermano —soltó Betty.
—Es que a veces con decir la verdad sobra. —Sonrió
Evan, sin darle importancia al tono con el que Betty lo había
dicho.
—Claro, voy a por otra copa —dijo esa vez, marchándose
hacia la barra.
—No le hagas caso, su estado moral esta noche está muy
minado —le dije.
—Lo sé. ¿Crees que lo de esos dos no tiene arreglo?
—Lo tiene si ella baja un poco los humos. Lo está
castigando demasiado y sé que lo quiere mucho. A veces hay
que sopesar bien lo que merece la pena y lo que no.
—Seguro que pronto se dará cuenta de eso.
—Sí, espero que esté en los últimos coletazos de rabieta.
Dos semanas son muchas, no le ha dado tiempo a saborear las
virtudes del matrimonio, solo los defectos.
—Yo en eso no puedo ayudarla, también he visto lo
desgraciados que pueden ser los primeros veinte años.
—Lo de tus padres es un caso raro, quizá puedas hablar
con la ciencia para que les haga un estudio.
—No merece la pena, no me fío de que les toquen los
cables, se crucen de nuevo y tengamos que hacernos cargo de
ellos mi hermano y yo. No me veo preguntándoles con quién
se quieren venir a vivir. —Se rio, era un encanto cuando estaba
relajado y dejaba salir ese lado cómico. Sentí un poco de pena
por él.
—Si quieres subir arriba, no te sientas obligado de estar
aquí con el resto de la gente. Ya sabes que quiero pasar la
noche con Betty.
—Lo haré en cuanto vuelva. He quedado con Will,
tenemos que hablar de algunas cosas.
—¿Con Will? Ese es el que organiza las apuestas de las
carreras, ¿no?
—Sí.
—¿Eso significa que vas a volver a jugarte el tipo?
—No nos va a pasar nada.
—¿A quiénes?
Por su gesto, noté que había soltado aquello sin pensar,
que se le había escapado sin querer.
—A Josh y a mí.
—¿Vais a retaros ambos en una carrera?
—Algo parecido, pero no es lo que piensas.
—¿Habéis vuelto a las andadas? ¿Seguís con esa absurda
rivalidad? —alcé el tono, a veces me gustaba dramatizar un
poco para dar énfasis al asunto, y él me cogió las manos para
intentar calmarme.
—Lucy, no quiero que le des vueltas al asunto. Sé que no
te gusta, no tenemos por qué hablar si quiera de ello, solo
necesito que confíes en mí cuando te digo que no es nada de lo
que tú piensas.
Suspiré hondo. Evan solía zanjar los temas de los que no
quería hablar o compartir conmigo de ese modo. No lo
culpaba, yo también solía contestar con evasivas. Cada uno
jugaba un rol distinto en aquella historia.
—Siempre intentas que te dé la razón con ese recurso
fácil. Confío en ti, pero una moto es una máquina que en
cualquier momento puede fallar y tener un accidente grave.
Me gustaría que no hicieras esas cosas, que ninguno de los dos
lo hiciera, en realidad.
—Entiendo tu preocupación, pero no es algo que
necesariamente tengas que compartir conmigo, tan solo que
aceptes que quiero hacerlo.
—Y si te pasa algo también tengo que aceptarlo, ¿no? Si
te deja postrado para siempre, tengo que aceptar mi vida de
ese modo porque a ti te gusta hacerlo. Y cualquier plan,
cualquier cosa que quisiéramos conseguir como pareja se viera
relegado por tu voluntad de jugarte la vida subido a una moto.
¿Es eso lo que me quieres decir?
¿Cualquier cosa que quisiéramos conseguir como pareja?
¿Eso había soltado por mi boquita? Definitivamente estaba
desvariando y confundiendo los términos. Y a estas alturas de
la historia no me lo podía permitir. Pero me imaginé a él y a
mí como los protagonistas de Yo antes de ti y mi preocupación
me pareció muy real.
—No, Lucy, no es eso lo que quiero decir. Tú también
puedes tomar tus propias decisiones y, si estás conmigo, es
porque quieres hacerlo, con todo lo que puedo ofrecerte, bueno
y malo.
—Que te gusten las motos no es un defecto, yo misma he
disfrutado yendo contigo por las calles de la ciudad. Lo que
me preocupa es involucrarme emocionalmente con alguien que
no ve el peligro que entraña una carrera con gente que haría
cualquier cosa por ganar una apuesta.
—Esta vez es diferente.
—¿Vais a envolveros en plástico de burbujas para
amortiguar la caída? No es diferente si incluye todos los
elementos de una carrera ilegal con gente poco fiable en ella.
—Lucy…
—Ya sé lo que vas a decir, que confíe en ti.
—Sí, no sé qué más te puedo decir.
—Entonces será mejor que no digas nada más y hagas lo
que te dé la gana, Evan. Voy a buscar a Betty, hoy es noche de
chicas.
Le di un beso en la mejilla y me marché a disfrutar de la
noche.
¿De qué iba todo aquello? ¿Contra quién pensaban
retarse?
Fui hasta la barra, Betty estaba hablando con unos tíos de
forma coqueta. Definitivamente mi amiga estaba desatada,
alguien debía ponerla en vereda.
—Disculpad —dije apartándolos para hacer de barrera
entre ellos y mi amiga—. ¿Se puede saber qué haces?
—Hablando con estos chicos, se llaman Glenn y Darrel,
están de paso en la ciudad —dijo levantando la mano para
saludarlos con una caída de pestañas digna de una película
romántica en blanco y negro.
—Me dan igual esos tíos, deja de comportarte así. Ahora
soy yo la que te pide que pienses un poco.
—Solo estoy hablando, no es nada malo, ¿no?
—¿Qué insinúas?
—Que yo también tengo derecho a divertirme un poco,
que siempre he sido una mojigata, una tonta que ha estado
ciega por un hombre sin hacer un buen estudio de mercado.
Joder, Lucy, hasta he pensado que puede que sí tenga un lío
con ese tío de las Bahamas y hayan jugado con sus espadas
láser. Por eso Ben está tan obsesionado con Star Wars.
Estaba flipando en colores con esa chica en la que mi
amiga se había transformado de repente.
—No dije aquello en serio. Nadie en su sano juicio se casa
hoy en día para seguir guardado en el armario, Betty. No le
obsesionan las espadas láser de otros. Evan está obsesionado
con las carreras y Ben con su trabajo. No hay más.
—Pues vaya mierda, Lucy, todo es una mierda. —Se echó
a llorar y espantó a aquellos dos para mi alivio.
—¿Tú quieres a Ben?
—Mucho, lo quiero mucho, y duele cuando sientes que no
es correspondido.
—Lo has machacado mucho estas semanas, entiendo que
él también necesite un descanso. Intenta disfrutar de la noche,
date un respiro y mañana lo llamas con más calma.
—¿Y si he contribuido a que deje de quererme?
—Si te ha dejado de querer es que es idiota. Las cosas que
merecen la pena no se olvidan de un día para otro, créeme.
—Lo dices por…
—No digas nada —le pedí. En esos momentos el tema no
iba conmigo, estábamos tratando de resolver su problema y su
pena. Y fuera lo que fuera que iba a decir, no tenía en realidad
ningún sentido para mí—. ¿Una cerveza?
—Sí, esta vez pago yo.
69
JOSH
—Hay que demostrarle a ese cabrón que con los Denver
no se juega. Si es tan valiente de acosar a una mujer indefensa,
supongo que no va a acobardarse por enfrentarse a nosotros
dos a la vez —dije, sentado en el sofá del palco, en la reunión
que habíamos concertado mi hermano y yo con Will Rex esa
noche.
—¿Crees que podremos con él? —le preguntó Evan a
Will, que acababa de apurar su segundo vaso de whiskey.
—No sé lo que pretendéis con esto, nunca nadie ha
aceptado una carrera de dos contra uno, pero ese loco ha
aceptado. Debe estar muy seguro de que puede ganaros con
sus tretas. Yo de vosotros no las tendría todas conmigo.
—No lo hará, nos encargaremos de ello. Seguro que ya
está preparando algo para jodernos la carrera y está
aleccionando a todos los que lo apoyan para que hagan
apuestas fuertes. Tiene que hacer perder a esa gente sumas de
dinero importantes. ¿Has dejado claro que la apuesta mínima
no puede ser inferior a ocho mil dólares? —añadí.
—Lo he hecho, y está de acuerdo. De verdad, os advierto
que parecía muy seguro y divertido con el tema. Ese tío no
tiene conciencia, ya sabéis cómo funciona en las carreras. A
menos que tengáis planeado algo… ¿No estaréis planeando
eliminarlo del mapa? —Will nos miró a ambos y tragó saliva.
—No somos unos asesinos. Pero si cae y revienta contra el
asfalto no seré el primero en llamar a los servicios médicos.
Cuando competimos, todos corremos ese riesgo —contestó mi
hermano.
—Espero que así sea, no quiero que os manchéis las
manos de sangre. Esa chica debería haberlo denunciado.
—En el fondo no quería involucrar a la policía y que
descubrieran a lo que nos dedicamos en el muelle. Lo que
hacemos es ilegal —dije, Lucy me lo había dicho en una de
nuestras conversaciones, y no le quitaba razón. Al fin y al
cabo, ella tendría que haber explicado a la policía qué hacía
allí cuando el muelle estaba cerrado.
Nosotros solíamos entrar por un hueco entre las vallas por
donde cabía la moto, con mucho cuidado y destreza. De haber
avisado a la policía, nos hubiera pillado a todos en el ajo.
—Tiene lógica —dijo Will—, pero sabéis perfectamente a
qué me refiero.
—Descuida, ninguno de los dos quiere pisar la cárcel por
un desgraciado como él. Tan solo queremos bajarle los humos
y que pierda adeptos, así puede que le entre la vergüenza y no
vuelva a aparecer por ninguna de las carreras.
—En ese caso espero que os salga bien la jugada, chicos.
Yo siempre estaré de vuestro lado, y la gente que os apoya a
vosotros apostará fuerte también. No quisiera que vuestro plan
se vuelva en vuestra contra.
—No me importa, para mí esa será la última carrera que
haga —anunció Evan, dejándonos a ambos sorprendidos con
repentino anuncio.
¿Iba en serio? ¿Desde cuándo Evan quería dejar las
carreras?
—¿Te jubilas, Big Denver? —Will solía llamarlo así para
diferenciar entre el hermano mayor y el pequeño.
—Sí, digamos que usaré la moto para paseos, pero no
pondré en riesgo mi integridad física.
—¿Lo haces por Lucy? —le pregunté. Sabía que ella
detestaba las carreras y lo que implicaba aquello.
—Lo hago por los dos. Creo que es hora de sentar la
cabeza de verdad.
¿Sentar la cabeza? ¿Tan en serio iban? El estómago me
dio un vuelco y no pude evitar tensarme.
—Me dará pena no verte correr después del miércoles —
dijo Will poniéndose en pie—, espero que la última te deje un
buen sabor de boca. Tengo que marcharme. Gracias por las
copas.
—Estás en tu casa. —Evan le tendió la mano y yo, acto
seguido, hice lo mismo.
Cuando nos quedamos solos, un silencio incómodo nos
invadió a ambos hasta que decidí romper el hielo.
—¿Cuándo pensabas decírmelo?
—Acabo de hacerlo en el momento en el que lo he
decidido.
—Así, sin más, has decidido que será la última.
—Hace un par de horas, para ser exactos. Me has
preguntado si era por Lucy, y la respuesta ya la sabes.
—¿Ella te lo ha pedido?
—No y sí, a veces no hace falta expresar algo de forma
explícita para saber qué es lo que quiere de ti la otra persona,
Josh.
—En eso tienes razón.
En ese momento me hervía la sangre y tuve que morderme
la lengua para no decirle que siempre que hablaba con ella o
nos mirábamos a los ojos, podía sentir el hambre que nos
teníamos. Él había decidido apostar todo a Lucy cuando ella
aún estaba debatiendo si batirse en retirada o no.
Ella no me lo había dicho, pero las palabras que pronunció
mi hermano, aquellas de que no hacía falta expresar algo de
forma explícita para saber qué quiere de ti la otra persona, las
secundaba una a una, y había que ser muy tonto para no darse
cuenta.
70
LUCY
La noche fluyó entre risas, abrazos cómplices, copas de más y
unas cuantas lágrimas en el baño. Aun así, a última hora de la
velada, había conseguido que Betty se desinhibiera por
completo y estaba bailando sola con los brazos en alto I follow
Rivers de Lykke Li. Yo me uní a ese baile completamente
embriagada por su letra.
Oh I beg you, can I follow?
Oh I ask you, why not always?
Be the ocean, where I unravelBe my only, be the water
where I’m wading
You’re my river running high Run deep, run wild
I, I follow, I follow you
Deep sea baby, I follow you
I, I follow, I follow you
Dark doom honey, I follow you
He a message, I’m the runner
He the rebel, I’m the daughter waiting for you
You’re my river running high
Run deep, run wild

Así estábamos ambas, corriendo, profundas y salvajes.


Preguntándome, también, si podía seguir aquel sueño para
siempre, que fuera mi primero y único, ser el agua donde
estaba vadeando sin parar como un pez sin aire.
Esa canción siempre ha tenido el poder de transportarme a
una realidad paralela donde era muy feliz y no existían las
preocupaciones. Donde todo lo que llevas dentro es posible,
todo lo que sientes explota dentro de ti y solo con cantar la
letra en tu mente, se hace realidad. Seguir aquello que amas a
mar abierto.
En ese instante en el que estaba escuchando lo que me
tenía que decir la canción, como si estuviera en un flashback
de mi vida, eché la vista al palco.
Evan y Josh estaban mirándome, sonriendo y sin perder de
vista cada uno de mis movimientos, cada uno en sus propios
pensamientos.
Eran dos cosas preciosas. Dos hombres jóvenes y
atractivos que no quería del mismo modo que me querían ellos
porque simplemente no podía. Había una fuerza mayor que me
impulsaba hacia el lado práctico de las cosas. Todo tenía un
principio y un final, y este estaba cerca. Ya se sentía en el
ambiente.
Cerré los ojos y di vueltas sobre mí misma con los brazos
extendidos, sonriendo, pues la vida podía ser muy bonita, pero
a la vez muy estúpida en sus designios.
Aquella fue la última canción de la noche, Betty y yo
habíamos perdido la noción del tiempo.
Cuando encendieron las luces y la gente empezó a
desalojar The Hell, Evan bajó del palco para alcanzarnos.
—Os llevo a casa —no era una pregunta y los efectos de
la bebida hablaron por mí.
—¿Quién ha dicho que nos vamos a casa? Es verano, hay
muchos lugares que alargan la noche hasta el amanecer.
—¿Piensas seguir de fiesta? ¿No ves la borrachera que
llevas encima?
Si él hubiera sabido la falta que me hacía olvidarme de
todo a golpe de chupito…
—Puede, pero seguro que podemos comer algo para bajar
el alcohol y seguir pasándolo bien. Es nuestra noche, Evan, y
no, no puedes venir con nosotras. Tengo esto. —Me cogí la
gargantilla.
—Sí, pero si estás muy lejos puede que no llegue a
tiempo.
—O puede que Betty me salve llamando a la policía.
Aunque las probabilidades de que me vuelva a pasar en tan
corto periodo de tiempo son nulas.
—Solo intento protegeros.
—¿Lleva Betty uno de tus collares de perro? —dije sin
pensar en lo ofensivo que sonaba eso.
—Betty, asegúrate de que te la llevas a casa, va demasiado
bebida.
Evan parecía que estaba comenzando a enfadarse.
—Betty ya no trabaja para ti, tiene un marido calvo que
recuperar. —Betty me miró ceñuda—. ¿Qué? Tú misma lo has
dicho, y es obvio que Ben tiene cuatro pelos pegados en la
cabeza, no me lo estoy inventando.
—Vas muy pasada, Lucy. —Betty se cruzó de brazos. Ella
y Evan me estaban mirando de forma inquisidora.
—Lo he hecho por ti, porque llevas dos semanas
encerrada sin hacer nada. Lucha por lo que quieres, huir no es
la respuesta. Lo tuyo es un continuará.
Qué irónico sonaba aquello pronunciado por mi boquita.
—Igual tú deberías hacer lo mismo. A veces hablas en
sueños, ¿lo sabías?
—¿De qué estáis hablando? —dijo Evan, cogiéndome por
el brazo para evitar que diera un traspiés.
—Ni se te ocurra. —Señalé a Betty con el dedo.
—Lucy no se decide, ¿verdad? —dijo ella para vengarse
de que hubiera llamado calvo a Ben, pero era una verdad como
un templo, le brillaba mucho la frente.
—¿No se decide a qué, exactamente?
—A elegir, parece que le gusta perder el tiempo revisando
diferentes paletas de colores. No sabe si azul o negro.
—¿Paleta de colores? —Evan parecía impacientarse
mientras la loca de Betty me miraba con el labio fruncido.
—Sí, para el baño. No me decido, chico, no sé de qué
color pintarlo. El azul eléctrico me gusta, pero el negro
disimula las manchas de humedad.
—Creo que ninguno de los dos colores va muy bien para
pintar un baño.
—Quizá Evan tenga razón y debas dejarlo como está, con
manchas de moho incluidas —añadió Betty.
—Lo debatiremos de camino a casa —le dije a mi amiga,
que tiró de mí para instarme a marcharnos.
O la frenaba ya, o me metería en un lío si la dejaba seguir
hablando. Gracias que Evan no pilló lo que mi amiga quería
decir.
—¿De verdad no quieres que os lleve? —preguntó Evan
de nuevo.
—Déjalo, ella y yo necesitamos tener una charlita. Pediré
un Uber. —Betty besó a Evan en la mejilla y yo me deshice de
su mano, que seguía agarrada de mi brazo. —Te espero fuera
—dijo, dejándonos solos otra vez.
—¿Me puedes explicar de qué va todo esto? —me
preguntó Evan, totalmente justificado. Ni yo misma sabía qué
era lo que había dicho en sueños, capaz que Betty se lo había
inventado.
—¿El qué? He venido de fiesta al local de mi novio, pero
eso no significa que tenga que acabar la noche contigo, sino
con mi amiga. Y que des por hecho que voy a largarme a casa
me molesta.
—Solo era una suposición, no que tengas que hacerlo.
—Mira, ya somos dos, ambos tenemos que suponer cosas
y confiar el uno en el otro.
—¿Qué quieres decir?
—Que lo normal es que cuando te pregunto algo seas tan
claro como lo estoy siendo yo contigo.
—Joder, Lucy, no puedo decírtelo porque no puedo. Lo de
esa carrera es algo entre Josh y yo, pero no quiero que pienses
cosas raras.
—Pues tú tampoco deberías, Evan. Y puede que haya
bebido un poco y esté siendo algo incongruente, pero lo
nuestro también lo es cuando me pides empezar de cero y
sigues guardando secretos.
—¿Acaso tú no los tienes? ¿Vas a hacerte la digna ahora?
—¿Qué te estoy ocultando yo?
¿Qué sabía? ¿Sospechaba algo? El corazón comenzó a
latirme con fuerza.
—Déjalo, Lucy. No dejes a Betty sola fuera, te llamaré
mañana.
Odiaba que hiciera aquello, tener una última palabra que
me dejara pensando durante horas qué era lo que había querido
decir. Era más que evidente que estábamos forzando algo que
no podía ser.
En el único lugar donde congeniábamos bien era en la
cama, y aunque era una parte fundamental en una relación, no
era todo lo que ambos estábamos buscando en el otro. Sobre
todo, yo.
Evan era un tío estupendo y yo una estúpida que no había
sabido apreciarlo, pero ya no había vuelta atrás. Pensar en lo
que alguien necesita, resta verdad al amor, a veces hay que
pensar en lo que uno quiere porque sí, sin pensar mucho en las
razones. Y yo tenía un plan en el que era mejor estar sola.

Ya en la calle, vi a Betty sorbiéndose la nariz en la


esquina, había estado llorando.
—Oh, Lucy, perdóname, no debí decir eso delante de
Evan. No hablas en sueños, me lo he inventado.
—Da igual, y me he imaginado que no era verdad —quise
restarle importancia, si alguna de las dos era una verdadera
bocazas y mentirosa, era yo—. Ninguna de las dos estamos
bien ahora mismo.
—¿Crees que debería decirle a Ben que se haga un
implante de pelo?
—Creo que debería ser él el que quiera hacerlo. ¿Por qué
te importa ahora y antes no?
—Porque pienso que es un capullo que no me merece.
—No es un capullo, y cuando se peina bien a penas se le
ve el cuero cabelludo rosa —le dije. Ben no era nada de eso,
solo estaba dolida con él.
—Sííí, es rosa, como si la piel de su cabeza estuviera
hecha de mortadela siciliana, pensé que solo me había fijado
yo en eso.
—Pobre hombre, deben estar pitándole los oídos ahora
mismo —añadí.
—La aplicación dice que el coche estará aquí en tres
minutos —dijo Betty mirando el móvil.
—¿De verdad quieres irte a casa?
—No.
—¿Un sándwich de cangrejo? —le pregunté. Tenía el
estómago pegado a la espina dorsal desde la última vez que me
había echado algo a la boca.
—Perfecto —me dijo mi amiga.
Menuda nochecita.

***

Halal Guys siempre estaba abierto en la octava Avenida y


la calle cincuenta y tres. En verano siempre tenía colas, pero
valía la pena si volvías de pegarte la fiesta, su comida estaba
deliciosa y podía devolverte a la vida tras dar varios bocados.
—¿Con quién hablas? —Betty había estado todo el rato en
el banco donde nos habíamos sentado, tecleando en su
teléfono.
—Con Ben.
—¿Lo has pillado despierto?
—Dice que desde que me fui no ha pegado ojo ni una sola
noche. —Vi cómo se le iluminaban los ojos.
—Normal, Betty, igual has sido un poco dura con él.
—Le he pedido un par de días más, necesito procesar todo
esto.
—Supongo que te ha pedido perdón un millón de veces
desde que estás aquí.
—Sí, me he pasado, ¿verdad? Ni siquiera le he dado
opción a hablar para aclarar las cosas.
—Bueno, no soy la más indicada para decirte eso, pero las
cosas desde fuera se ven mejor, ¿no? Yo puedo ver tus
defectos y tú los míos, pero no verlos por nosotras mismas.
—Supongo que sí. Me está llamando, debería contestar.
—Sí, anda, contesta.
—Vuelvo enseguida.
—Tranquila —le dije. Betty se alejó unos metros y yo
aproveché para sacar mi móvil.
Tenía un mensaje importante que leí de inmediato.
Uno de Evan y unos cuantos de Josh.
Evan: Siento que hemos vuelto a las andadas, odio que no
podamos estar demasiado tiempo sin discutir. Avísame cuando
hayas llegado a casa.
Le respondí que Betty y yo estábamos sanas y salvas y no
le di más explicaciones.
Josh: No he podido despedirme de vosotras, tenía trabajo
que hacer.
Josh: Me ha encantado verte y, cuando he dicho que
estabas guapa, lo decía completamente en serio. Siempre lo
estás.
Josh: Dime cuándo podemos vernos, necesito recoger mi
casco.
¡Y tanto que lo necesitaba! Además, yo quería
devolvérselo cuanto antes.
Hoy no tengo nada que hacer, puedes venir a casa a por él
sobre las doce, aún estoy con Betty por ahí comiendo algo.
No esperaba que fuera a contestarme, eran pasadas las seis
de la mañana y lo hacía durmiendo.
Josh: ¿Cuál es tu ubicación?
Yo: No quiero que vengas, te he dicho que estoy con
Betty.
Josh: Solo somos amigos, yo también tengo hambre.
Acabo de salir de The Hell, estaba ayudando a hacer caja.
Yo: Aun así, es mejor que no. Nos vemos en un par de
horas.
Josh: Está bien. ¿Va todo bien? Te noto rara.
Yo: Solo estoy cansada.
Josh: Ok, nos vemos luego entonces.
Cuando vi aparecer a Betty guardé el teléfono y me eché
el último bocado a la boca pensando que las cosas se habían
complicado demasiado.
—¿Cómo ha ido? —le pregunté cuando volvió a sentarse
a mi lado.
—Bien, pero no sonaba como si estuviera en casa.
—¿Y dónde iba a estar a estas horas? —Me limpié la boca
con una servilleta de papel y la metí dentro de mi bolso.
—No lo sé, pero me ha mentido, estoy segura de que no
estaba en nuestra casa.
—¿Acaso te ha dado tiempo a estrenarla?
—Crucé la puerta y a las dos horas ya estaba saliendo de
ella para coger un vuelo hasta aquí.
—Igual es que no sabes cómo es el ambiente por allí, no le
des más vueltas, si te ha dicho que está allí, es que lo está.
—Se oían avisos, como los que se escuchan en un
aeropuerto.
—¿Crees que va de vuelta a las Bahamas a reencontrarse
con su amante masculino?
—¿O a hacerse un injerto de pelo? —añadió Betty riendo.
A pesar de sus sospechas no parecía muy afectada.
—No lo creo, seguro que estaba viendo una película —
añadí sumándome a su risa.
—Creo que está viniendo para acá y cuando le he escrito
le he fastidiado la sorpresa. Aun así, no ha querido decírmelo
para intentar sorprenderme.
—Y tú pensando que se había olvidado de ti. —Pasé la
mano por sus hombros y la atraje hacia mí en el banco. Se le
notaba en la carita que estaba más tranquila y animada.
—Me siento una idiota.
—No, Betty, alguien me dijo una vez que todos podemos
cagarla y hacer gilipolleces porque está dentro de la condición
humana. Y es lícito rectificar y aprender de los errores.
—Es cierto. Suena a que te lo ha dicho Evan, es muy
sensato en ese sentido.
—No fue él. Fue alguien verdaderamente especial para mí.
—Entiendo, ¿es necesario que diga quién creo que es?
—No, ambas lo sabemos. —Nos dimos un abrazo y nos
levantamos dispuestas a volver a casa dando un paseo.
71
JOSH
Eran las doce menos tres minutos y ya estaba en su puerta,
dispuesto a tocar el timbre con las manos sudorosas.
Era verdad que necesitaba el casco, porque el que tenía de
repuesto en el baúl de la Ducati era de Emily, demasiado
pequeño para mí. El miércoles teníamos la carrera, así que era
vital recuperarlo.
Pero ¿a quién quería engañar? Podía haber comprado uno
para la ocasión, el verdadero motivo de estar allí plantado era
verla.
Cuando Evan abandonó el local la noche anterior no lo
había hecho de muy buen humor, sabía que había pasado algo
entre ellos, aunque no quise preguntar, ya que no quería que
mi hermano me viera demasiado interesado en sus asuntos con
Lucy.
Me había convertido en un reprimido que vivía de las
migajas de su novia.
Solo podía soñarla, pero no tocarla. Podía compartir
conversaciones a través de una pantalla, pero no verla a todas
horas y estrecharla entre mis brazos.
Durante toda mi vida me había sentido un fracasado, pero
la sensación de desamparo que sentía en ese momento, no era
comparable con nada que hubiera sentido antes. Si conseguía
que Lucy me viera como yo la veía a ella, podría sentirme el
hombre más afortunado del mundo, pues me había vuelto loco
por ella.
No obstante, veía muy lejos el momento en el que pudiera
sentirme así. Antes de tocar su puerta tuve que apoyarme en la
pared vecina y cerrar los ojos para intentar apaciguar el vértigo
que sentía cada vez que tomaba conciencia de que era un
imposible.
La lucha entre mi hermano y yo había terminado, Evan
Denver siempre ganaba y yo nunca fui suficiente para ninguna
mujer. Era el que menos éxito tenía, el más rebelde, el más
alocado. Un pelele sin aspiraciones.
Pero todo eso no era culpa de él, solo mía. Siempre fui un
poco más cobarde a la hora de emprender, a la hora de
enfrentarme a una mujer que me recordaba que yo no era nadie
y que debía exigirle más dinero a mi hermano.
Estaba equivocada, solo tenía que exigirme más a mí
mismo y, ahora que había comprendido eso, lo único por lo
que me apetecía luchar ya no estaba a mi alcance.
Dicen que tras un gran hombre siempre hay una gran
mujer.
No era el caso de mi hermano, él lo había conseguido todo
solito, pero yo no quería crear un imperio y sentirme solo.
Aunque estuviera rodeado de gente, yo quería poder
compartirlo desde cero con alguien que pudiera darme aliento
si fallaba en el intento y celebrara conmigo las victorias. De
eso trata la vida si queremos darle un sentido.
Cuando por fin me atreví a pulsar el timbre en el interfono
y escuché su voz, mi corazón dio un brinco de alegría, yendo
por libre, como si la razón y él estuvieran desconectados.
—Pasa —me dijo aún somnolienta, bostezando—. Te
ofrecería un café, pero es que no lo tengo hecho.
Me gustaba esa naturalidad con la que me había recibido,
aún con los ojos pegados, el rímel corrido, el pelo alborotado y
ese dichoso pijama de pantalón corto que estaba estirado por
las costuras del uso. Como si ella diera por hecho que verla de
ese modo estaba implícito en lo que teníamos: una amistad que
creía sólida e inquebrantable. ¿Acaso no era a eso a lo que
debía asemejarse el amor?
—Siento que hayas tenido que despertarte por mi culpa.
—Si me hubiera preocupado de devolverte el casco antes,
hoy podría haber dormido un poco más. Fue una noche
memorable.
—Me alegro que lo pasaras bien.
—Podría haber sido mejor —me dijo lanzándose al sofá
como solía hacer yo. Me sorprendía cómo podíamos compartir
gestos como aquel.
—¿Pasó algo?
—Pasaron muchas cosas, Josh. Siempre pasan cosas
cuando estoy en The Hell, el nombre le va que ni pintado.
—¿Problemas en el infierno? —me reí—. Creo que es lo
suyo, es un lugar perverso.
—¿Te puedo hacer una pregunta?
—Claro, siempre puedes.
Podía hacerme una pregunta, quemarme la casa, arañarme
la espalda mientras se corría o insultarme como si sufriera
síndrome de Tourette, que iba a perdonárselo todo. O eso creía
yo.
—¿De qué va esa carrera?
—¿La del miércoles?
—Evan estuvo muy raro y sé que tú también estás
implicado. No me gusta que me oculte cosas.
—No deberías preocuparte.
—Por la manera en cómo lo dijo, yo diría que
preocuparme es lo menos que puedo hacer. ¿Qué está pasando,
Josh?
—Lucy, no puedo decírtelo. Sé que no lo aprobarías y ya
está todo organizado, no podemos echarnos atrás.
—No entiendo nada. —Se incorporó—. Creía que éramos
amigos, Josh, que me lo contarías todo. No me gusta ese juego
que os lleváis de jugar al gato y al ratón conmigo.
—No es contigo, es por ti. Siempre todo ha sido por ti,
Lucy.
—¿Te refieres a la carrera o algo más?
—A todo. ¿Quieres que niegue lo evidente? No puedo, no
puedo hacerlo.
—¿Y qué es lo evidente? Habla claro, o voy a empezar a
sospechar que todas las cosas que sé de ti son mentiras.
—Todo lo que te he contado es verdad, eres a la única
persona a la que le he contado todo lo que soy. Quince días en
los que he tecleado un currículo que incluye hasta a qué hora
entro en el baño.
—Nadie te lo ha pedido.
—¿Entonces por qué seguías pegada a la pantalla?
—No lo sé.
—Sí lo sabes, lo sabes tan bien como yo. Aquella noche
que pasé en ese cuarto—señalé la puerta de su habitación—,
ambos sembramos una semilla. Aunque creas que era
costumbre mía ir acostándome con la primera que se me
cruzaba, o mi hermano haya podido insinuar algo así, no es
verdad. A todos nos gusta gustar, pero nunca he sobrepasado
un límite y solía darles el número de mi hermano para
quitármelas de encima y joderlo a él un poquito. Quién sabe,
quizá así sentaba la cabeza.
—¿Y por qué yo? ¿Qué tengo yo diferente a cualquiera de
esas mujeres guapas que os pretenden? No soy tan buena
como crees.
—Todos somos únicos, Lucy, no se le puede ir buscando
explicación a todo, simplemente pasa y ha pasado. Llámalo
destino, llámalo casualidad. Me da igual cómo quieras
calificarlo, pero para mí solo es un tú y yo.
—¿Y qué se supone que debemos hacer? ¿Quitarnos la
ropa, follar apasionadamente y mandarle una foto a Evan
diciéndole que nos casamos?
—¿Te gustaría hacer eso? —le pregunté.
—El qué, ¿casarnos? Madura un poco, Josh —bufó.
—No, que follemos y ver si eso que ambos sentimos es
tan fuerte como para arriesgarnos a que se nos parta el corazón
a nosotros o que se le parta a mi hermano.
—No vamos a hacer eso… —Su expresión corporal y su
respiración agitada decían que sí, que eso era lo que quería,
pero no iba a lanzarme y tomar una decisión como esa por ella.
—Es obvio que no voy a quitarte ese dichoso pijama y…
darte sin parar. Porque, a estas alturas, creo que no podría
hacerte el amor por muy obsceno que te parezca. Esto que hay
entre tú y yo me produce tanto placer y dolor, que ser
incorrecto merece la pena. —Tensé los brazos y cerré los
puños hasta que los nudillos se me pusieron blanquecinos.
Se quedó callada, con la boca entreabierta para que el aire
entrara con fluidez, el corazón debía estar latiéndole a mil por
hora.
—¿Vais a mataros encima de esa moto por mí?
—Para morir por ti no me hace falta subir a ninguna moto,
Lucy. Momentos como este me matan lentamente cada vez
que te veo.
—No me digas esas cosas, Josh. No me hagas esto. —
Negó con la cabeza.
—Te lo estás haciendo tú sola. No necesito que seas tan
sincera conmigo como yo lo acabo de ser contigo, solo que lo
hagas contigo misma o serás una infeliz toda la vida.
—¿Por qué, Josh? ¿Por qué voy a ser una infeliz toda mi
vida? Mi vida apenas acaba de empezar, aún tengo mucho por
delante.
—Porque las oportunidades no pasan, las creas tú mismo.
Vi el casco sobre un taburete de la cocina, lo cogí y me fui
derecho hasta la puerta con un ataque de ansiedad
invadiéndome el cuerpo.
72
LUCY
Josh se había marchado hacía media hora y aún no había
recuperado el aliento.
Estaba excitada, conmocionada, alterada y asustada a la
vez.
No sabía si Josh se había declarado o había venido no solo
a recuperar el casco, sino también a volcar todas sus
frustraciones sobre mí.
¿Debería culparlo? Quizá no me había parado hasta el
momento a pensar bien cómo debía sentirse él con todo esto…
Al fin y al cabo, eran hermanos y yo estaba en medio.
Aquella carrera nos sobrevino a los tres sin previo aviso y
había que pensar en cómo darle una vuelta de tuerca al asunto.
De manera independiente al plan, lo que habían
organizado los Denver sonaba machista y, de todo punto, fuera
de lugar. Yo no era el premio a entregar al vencedor, hacía
falta algo más que eso para que yo me entregara a un hombre y
le jurara amor eterno.
Sonaba a imposición y, aunque siglos atrás supusiera un
acto de honor entre dos machos, hoy en día era de cabezas de
alcornoque.
¿Cómo podía sentirse Josh así por mí? No nos habíamos
tocado desde aquella primera vez y, aunque yo había
rememorado aquellos besos y la noche que habíamos pasado
juntos, ¿a quién quería engañar?
Ese pensamiento se había metido en mi cabeza en bucle
muchas veces, como si mi mente se negara a olvidarlo, como
si lo que pasó fuera algo que se tuviera que repetir sí o sí,
como si el maldito hilo rojo se hubiera enmarañado y no
pudiera deshacerse, aunque lo cortaras con una tijera.
Ya estábamos vinculados de algún modo, y la sola idea de
que le pasara algo y vivir del recuerdo de lo que pudo haber
sido, me oprimía el pecho. Era humana por mucho que tratara
de que ciertos sentimientos no afloraran por ninguno de los
dos hermanos.
—Pues prepárate —me advirtió después de habernos
entregado aquella noche.
—¿Para qué? —pregunté levantando la cabeza hacia él,
lo recuerdo perfectamente.
—Para lo que pienso hacerte durante toda la noche. Esto
no ha sido más que el principio.
Y estuvo en lo cierto, aquello solo había sido el principio
de toda una historia que, si bien no parecía que fuera a tener
un final feliz, había acabado empatizando un poco con los
personajes que la componían.
Nadie debía morir después de todo, y ellos estaban
arriesgándose a hacerlo con su rocambolesca idea. No eran
conscientes de con quién estaban jugándose el tipo.
—Lucy, Lucy, Lucyyyyyy —Betty tuvo que gritarme
desde el centro del salón, me había quedado absorta en mis
pensamientos.
—¿No te das cuenta de que alguien está tocando el timbre
y aporreando la puerta?
—Es obvio que no, he debido quedarme transpuesta en el
sofá. ¿Y tú que haces ahí en vez de abrir?
Betty me miró ceñuda y se dispuso a abrir la puerta.
—I promised myself. I promised I’ll wait for you. The
midnight hour, I know you’ll shine on through. I promised
myself. I promised the world to you. I gave you flowers. You
made my dreams come true…
¿Qué narices era aquello?
Corrí hasta la puerta y, junto a ella, las dos la boca abierta,
vimos a un trío de chicos cantando aquella canción del año de
Ronald Reagan a coro, mientras uno de ellos le entregaba un
ramo de flores a Betty.
¿Quién en su sano juicio elegiría una canción de Nick
Kamen para conquistar a una mujer? La respuesta era obvia:
Ben. Siempre llevaba en el coche listas de reproducción
pasadas de moda. No tardó en aparecer por las escaleras con
cara de perro abandonado, yo que esperaba que hiciera el baile
del cantante cuando actuaba.
Era tan ridículo que parecía que fuera a darle una
apoplejía. A Nick, no a Ben. Este estaba más pocho que una
lechuga después de cuatro meses en el cajón de las verduras.
La señora Potter apareció justo después de él y, con cara
de pocos amigos, gritó:
—No son horas. —Y, como un cohete, volvió a bajar las
escaleras hasta su piso.
Esa señora tenía los ciclos circadianos cambiados, pues
era medio día, aunque había que darle la razón, nunca está una
preparada para que un trío cantarín te haga una versión de
Nick Kamen.
—Betty, siento haberte mentido y no avisarte de que
estaba de camino a Nueva York para convencerte de que
vuelvas conmigo.
—Ben… Nunca has sido muy bueno dando sorpresas,
cuando hablamos por teléfono oí la megafonía del aeropuerto.
—Sí, pensábamos qué…— Betty me dio un puntapié, y
me retiré de la puerta.
—Sé que eres la más inteligente de los dos, por eso he
pensado en dedicarte esta canción, espero que esto sí te haya
dejado de piedra.
—Créeme que sí, pero no hacía falta. Yo solo necesitaba
verte a ti, saber que estabas dispuesto a hacer algo como esto
por mí.
—Haría cualquier cosa por ti, cualquier cosa, Betty. Hice
mal en dejarte de lado en nuestra luna de miel. Cuando nos
casamos juré que siempre cuidaría de ti y no quiero que te
falte de nada, pero fastidié el viaje que con tanto mimo
reservaste para nosotros. No tengo perdón, pero, aun así, te lo
pido porque si tú no estás a mi lado, no soy nada.
—No necesito cosas materiales, tan solo que no me faltes
tú en los días importantes o cuando se supone que debemos
disfrutar de lo que nos merecemos.
—Te prometo que jamás volverá a ocurrir una cosa así.
Que trabajaré menos en la empresa y mucho más en que
nuestra relación sea lo mejor que nos haya pasado nunca.
—Con que llegues a una hora prudencial a casa y me
reserves los fines de semana me conformo.
—Y la tarde del jueves, sé que te encantan los jueves —
dijo él.
—Vale, los jueves por la tarde, y puedes recogerme de la
peluquería los martes y llevarme a cenar.
—Hecho, Betty, lo que me pidas. Pídeme que deje el
trabajo y lo haré.
—No, eso no. Te quiero, Ben, No podría comerte y, si lo
dejas, no me dejarás otra opción. Te recuerdo que yo no he
empezado a buscar trabajo.
—Dejaré que me comas si alguna vez fallo en mi promesa
de darte una buena vida.
—Darnos, cariño, esto es algo de dos, no solo de ti —le
dijo Betty, que ya tenía una sonrisa instaurada en la cara de
oreja a oreja.
No sé si era la declaración más bonita que había oído en la
que se incluía el canibalismo, o es que yo estaba tan necesitada
a esas alturas de la película de algo así, tan verdadero y poco
artificial, que se me saltaron las lágrimas.
—Ven aquí, marido mío. —Betty extendió las manos y
estrechó a Ben entre sus brazos. Bueno, todo lo que la
corpulencia de él le permitía a la pobre. Era difícil rodearlo
entero.
Estuvieron un buen rato comiéndose la boca como dos
desesperados y tuve que carraspear por si a Ben se le ocurría
desnudarse y darle un par de empujones a Betty conmigo de
cuerpo presente.
—Lo siento, Lucy. Tenía muchas ganas de verla —me dijo
Ben con las mejillas encendidas.
—Me hago cargo, aunque odio que hayas venido a
llevártela. —Hice un puchero fingido.
—He pedido un par de días libres en el trabajo, tengo que
compensar lo que hice en las Bahamas —dijo mirando a Betty.
—¿Eso significa que podéis quedaros aquí conmigo hasta
el jueves?
—¿Por qué hasta el jueves concretamente? —preguntó
Betty.
—Porque me gustaría que me acompañarais el miércoles
al Valle de Hudson.
—¿Queréis que hagamos una excursión? Hace tiempo que
no voy, cuando era pequeño mi padre solía llevarme a avistar
pájaros —dijo Ben entusiasmado.
—A menos que tengas visión nocturna integrada en los
ojos, no creo que vayas a avistar ninguna avutarda. Josh y
Evan tienen una carrera de motos el miércoles, y no quiero que
hagan ninguna tontería.
—¿Motos? Me encantan las motos, ¿puedo comprarme
una, Betty? —le pidió como un niño pequeño. Ben siempre
había sido así de simplón, no entendía cómo podía tener tanto
éxito en los negocios.
—A penas te sostienes en los caballitos de los carruseles
de la feria, pero en cuanto lleguemos a California, podemos
alquilar una y probar a dar una vuelta.
—Fantástico.
—Eoooo. —Los saludé con la mano desde el sofá, pues
habían comenzado a besarse de nuevo, haciendo caso omiso a
mi triste existencia—. Entonces, ¿venís conmigo el miércoles?
No me hicieron caso, siguieron a lo suyo. Ben la cogió en
volandas y la llevó hasta su habitación, cerrando la puerta con
el pie y dando un portazo. Pero los necesitaba allí conmigo, en
el puto colofón final de mi gran y desastrosa obra maestra.
Quizá fuera la última vez que viera a Betty y a Ben, como
también la vida que conocía hasta ahora.

***

—¿No comes? —me preguntó Evan.


Me había llamado y recogido para cenar en su ático. Se
había tomado las molestias de cocinar para mí. Era una faceta
de él que desconocía. Y aunque la pasta con pesto y la tabla de
quesos tenía una pinta deliciosa, mi estómago estaba cerrado.
—No tengo mucha hambre. —Removí los espaguetis con
el tenedor.
—Lucy, tenemos que hablar.
—¿De qué? ¿De que ayer bebí mucho y dije cosas
estúpidas? ¿O de que parece que no somos capaces de tener
una relación donde todo estalle por los aires cada dos por tres?
—De lo segundo.
—Es casi un hecho científicamente probado, Evan. Tú y
yo somos demasiado orgullosos, los dos.
—O puede que tú no te estés dando a lo nuestro al cien
por cien y no seas capaz de decirme qué es lo que te lo impide.
—Ya te he dicho lo que pasa, no es por nada y por todo.
Esto es genial. —Miré a mi alrededor. Evan había dispuesto la
mesa en la terraza—. Eres atento, sabes organizar planes
fantásticos, tienes prácticamente el mundo a tus pies, pero…
No sé si realmente es lo que quiero. Todo resulta muy
milimetrado, demasiado perfecto. Tan artificial, que me siento
como en un cuento de hadas en el que yo puedo aportar poco.
Y así me sentía, porque cada paso que daba estaba
planeado de antemano, ya me sentía agotada de todo aquello.
—¿Y qué se supone que tengo hacer para complacerte?
¿Dejar de ser quién soy? —Soltó el tenedor sin cuidado sobre
el plato, haciendo un ruido estridente.
—No, Evan, pero siento que todo lo que eres ha influido
para que sea fácil conquistarme. Quizá me haya dejado
deslumbrar por tu éxito, pero es solo tuyo. Mírame, llevo ropa
de mercadillo, y la campaña para The Hell no ha tenido
ninguna repercusión para mí. Solo tú me ves como una mujer
maravillosa, y yo, después de todo, no puedo ni reconocerme a
mí misma.
—Quizá ese sea el problema, ¿no crees? No soy yo el que
te juzga a ti, y tú sí lo estás haciendo conmigo.
—No te estoy juzgando, es que de manera inevitable me
siento en desigualdad de condiciones. ¿Qué voy a hacer
cuando se me acabe el dinero? ¿Vas a volver a salvarme el
culo? No quiero eso, no quiero sentirme en deuda contigo.
—¿En deuda conmigo? Lucy, ¿me estás diciendo que
estás aquí ahora porque te sientes obligada? —alzó la voz un
poco más.
—En cierto modo, sí. Siento que nada de esto es real, que
no me lo merezco. —Aquello fue lo más verdadero que le
había dicho a Evan hasta la fecha.
—Joder, Lucy. ¿Quieres que lo nuestro parezca una puta
telenovela?
—No, Evan, quiero que parezca una historia de amor
auténtica, y la nuestra no lo es.
—Lo siento. No estoy seguro de poder darte eso, aunque
me muera de ganas.
—¿Por qué?
—¡Porque no me dejas! Y puede que estés intentando
dilapidar lo nuestro por otros motivos que te estás callando
desde el principio. —Se mesó el pelo para intentar calmarse—.
Puede que te parezca perfecto, que mi vida dé esa sensación,
pero disto mucho de rozar esa virtud, Lucy. Ni siquiera he
podido conquistar tu corazón por mucho empeño que le haya
puesto. Quizá sea porque solo me has dejado un pequeño
espacio y haya otra persona que ocupe un hueco más grande.
—¿Qué estás intentado decir?
—Qué a quien realmente quieres sentado frente a ti es a
Josh.
Aquellas palabras me impactaron, no puedo negarlo. Y lo
hicieron hasta el punto de conseguir que la boca se me secara.
—¿Por qué dices eso? Si así fuera, ¿no crees que ya
hubiera pasado? No puedes pensar por una vez que quizá no
seas ese equilibrio que necesito, ¿tan descabellado es?
—Igual estás esperando a que yo sea quien te deje para no
quedar como la mala de la película. No sé ni qué pensar a estas
alturas. —Soltó todo el aire que había retenido con un bufido.
—Pues este telefilm es malo desde el principio, te puedo
recordar todo lo que ha pasado, en todos los líos que me he
visto envuelta por acercarme a ti. He perdido la dignidad
aceptando que una loca nos drogara y se aprovechara de ti, he
pasado por alto tus idas de tono y tu irremediable sentido
controlador y tus celos, te he acompañado a tus asuntos
ilegales y casi me violan por ir al baño. —Entrecomillé la
última palabra —. ¿Te parece que soy yo la que está intentado
que quedes de malo?
—De todas esas cosas solo puedo hacerme responsable de
una —dijo levantando el dedo índice.
—Todas esas cosas, Evan, forman parte de tu mundo.
—Emily no es asunto mío.
—No la hubiera conocido si no hubiera aceptado el
trabajo en The Hell. Ni a ella, ni a Josh, ni tampoco a ti.
—Perdón por haberte dado una oportunidad, ha sido muy
descortés por mi parte contratarte y que te liaras con mi
hermano —dijo con sarcasmo y levantándose de la mesa.
—¿Cuál de esas dos cosas es lo que de verdad te molesta?
Evan estaba mirando el skyline de la ciudad y se giró de
nuevo hacia mí para mirarme.
—Sabes perfectamente que lo segundo, y las ganas que
tienes de repetir lo de aquel día con él. ¿Me equivoco?
—Te recuerdo que ese día apareciste con Lea, recién
encamado, y te diste el lujo de echarme en cara que estaba
coqueteando demasiado con él, así que en parte no te
equivocas. Hay gente con la que se puede fluir mejor que
contigo. Más sencilla, más como yo. Con aspiraciones, sueños,
tú lo has logrado ya todo y has perdido el sentido de las cosas
más efímeras. No te relajas nunca, Evan, siempre estás a la
defensiva y sigues con ese aire competidor que te caracteriza.
—¿Quieres irte con él? Adelante, vive en Queens, te será
fácil encontrar su edificio, siempre tiene la Ducati aparcada
fuera, pulsa el timbre del tercero. Aunque es posible que ya lo
sepas.
—No quiero irme con él, ni jamás he estado en su casa.
Estoy aquí contigo, hablando.
—¿Hablando? Estás volcando toda la mierda sobre mí.
Dices que soy perfecto, ¿te parezco ahora mismo la imagen de
alguien idílico que tiene todo lo que quiere y es feliz?
—No… —Y era cierto que no lo era, a veces resultaba
demasiado iluso.
—Iba a ser la última carrera, Lucy —dijo casi en un
susurro.
—¿De qué estás hablando?
—Iba a ser la última vez que corría en una carrera, por ti.
—¿Por mí? No quiero que hagas eso por mí, es como si
alguien me pidiera que me comiera la última bolsa de
palomitas de queso por él. Son las cosas que te gustan, no
necesito que las sacrifiques ni que me convenzas de que
acaben gustándome a mí. Somos dos personas diferentes.
—No quiero que sufras por mi culpa, quiero que seas
feliz.
—Igual yo deseo lo mismo para ti. Que dejemos de sufrir.
—¿Esto es el final? ¿Así van a acabar las cosas?
—Todo tiene un final, Evan. Esta locura llega a su fin.
Nos habíamos destrozando por dentro todos lentamente
por no saber gestionar las cosas. Éramos demasiado
pasionales, demasiado impulsivos, locos y ambiciosos. Un
Dios los cría y ellos se juntan.
—Es por ti, y los dos nos retamos con alguien. No entre
nosotros.
—¿Los dos contra quién?
—Ghost Rider. Tenemos que conseguir que quede mal
ante sus adeptos y eso lo obligue a marcharse lejos y no volver
a verle la cara.
—No, Evan. Te suplico que pares esa locura, ese hombre
es despiadado, un loco que parece odiarte.
Tenía que convencerlo, eso era la primera victoria que
debía conseguir. Que fuera consciente del peligro que
entrañaba no frenar esa locura por su parte, infundirle miedo y
que su decisión al día siguiente fuera lo que todos
esperábamos.
—Yo también lo odio por lo que te hizo. Tiene que sentir
la humillación en sus propias carnes. Siempre se le ha
permitido todo en las carreras, sale impune de todas las
ilegalidades que comete, pero conmigo ha rozado un límite, se
ha metido con algo que quiero.
—¿Y qué vais a hacer? ¿Perseguirlo por la carretera hasta
tirarlo por una cuneta? —Los ojos se me salían de las órbitas.
—Ganar.
—¿Ganar qué, Evan? Tú ya eres un ganador, no necesitas
nada de eso. Lo tienes todo, un negocio próspero, una buena
casa, un coche precioso y una moto que cuesta un riñón. Eres
guapo, atlético, encantador. ¿Por qué necesitas demostrar más?
—No soy un ganador si no te tengo a ti.
—Son cosas distintas. No quiero que arriesgues tu vida
por mí y sentirme culpable si te pasa algo, si os pasa algo a los
dos.
—No será tu culpa, sino la de Alan. Sé que va a jugar
sucio, cree que puede con los dos, pero no se lo vamos a
permitir. Él y sus adeptos perderán una gran suma de dinero,
es lo único que lo mueve en las carreras, es un todo por la
pasta que le ha costado muchos huesos rotos a otros
motoristas.
—Tenía que haber llamado a la policía aquel día… No
quiero que hagas eso, Evan, y menos después de lo que has
dicho. Va a ir a por vosotros y no va a tener reparos.
—Sé por qué no lo hiciste, y también por qué no me lo
quisiste contar. Josh me lo dijo, y en el fondo me molesta que
no tengas esa confianza conmigo.
—Quiero evitarte problemas, que las cosas acaben lo más
limpias posibles. A veces es más fácil hablar con él, pero veo
que no sirve de nada y después te lo cuenta todo. Podríais
haber ido a la cárcel, perder tu reputación en la ciudad,
perjudicar a tu negocio…
—Tú te sacrificaste por mí y yo lo voy a hacer por ti. Ya
no hay vuelta atrás, Lucy. No puedo echarme atrás.
—¿Ni aunque yo te lo ruegue?
Evan negó con la cabeza y agachó la mirada. Yo no había
sacrificado nada en realidad, solo hice lo que tenía que hacer.
—¿En esto nos hemos convertido? ¿En unos delincuentes,
en unos yonquis de las emociones fuertes? No quiero esta
vida, Evan. No la quiero. Quiero una propia.
—¿Y a mí? Sé sincera, Lucy, ¿me querrías a mí si me
desvinculara de mi vida?
—Me gustas, Evan, pero no sé si lo suficiente como para
quedarme contigo y construir algo juntos.
—Entonces no alarguemos más la noche, Lucy.
—¿Quieres que me vaya?
Lo ideal hubiera sido que me permitiese quedarme y
mantenerme firme y convincente para que todo saliera sobre
ruedas al día siguiente.
—Yo quiero que te quedes aquí toda la vida, si quieres,
pero no que te sientas atada a mí de ninguna forma. Yo
también necesito espacio ahora mismo.
—Está bien. No hace falta que me acompañes a la puerta,
conozco el camino.
—Me alegra, ahora solo te falta conocer el tuyo propio,
Lucy.
Aquellas palabras eran ciertas. El broche final de otra
noche desastrosa en la que Evan y yo solo habíamos
conseguido echarnos en cara una y otra vez todos los
obstáculos que nos habíamos encontrado en nuestra relación.
Era lo pactado y, desde el principio, un imposible.
Chocábamos como el mar contra las rocas, y nos
habíamos erosionado tanto, que apenas quedaba nada de
superficie por la que caminar. Resbalaba demasiado, y si él
seguía intentándolo, acabaría deslizado hasta las aguas
profundas con un fatal desenlace para su ego masculino.
Tenía que avisar de aquello y hablar con alguien si quería
que las cosas salieran bien, por lo que hice una llamada en
cuanto estuve en la calle, pero no me contestó nadie.
Dejé un mensaje en el buzón de voz y recé para que lo
escuchara. Era el plan B y, aunque eso supusiera quedar como
la mala, podía probar que no lo era y dar veracidad a lo que le
había dicho a Alan. Esa gente era peligrosa y lo mejor era
batirse en retirada si no querían mayores consecuencias.
73
JOSH
El domingo en The Hell no pude terminar la jornada. Llevaba
muchas horas de sueño atrasado y tras organizar la noche con
los empleados, decidí irme a casa a las doce.
Tenía demasiadas cosas en la mente y me sentía mareado.
El estrés solía producirme ese estado en el que la cabeza me
zumbaba y no me sentía estable.
Conduje mi Ducati hasta Queens a una velocidad de
crucero, no me apetecía darle mucho al acelerador y fue
agradable. Pocas veces disfrutaba de aquella sensación
deslizante sin romper la barrera del sonido y que el aire me
desfigurara la cara.
La brisa se sentía suave y aquello comenzó a relajarme.
Quería llegar a casa, tirarme en la cama y dormir hasta el lunes
a mediodía, lo necesitaba con urgencia.
Iba inmerso en mis pensamientos zen cuando entré por mi
calle. No sé por qué me estaba imaginando en una hamaca
meciéndome en una isla desierta, quizá necesitaba unas
vacaciones en las que perderme y olvidarme de todo.
Vivía en un barrio conflictivo, en unas de las zonas donde
las viviendas seguían una estructura de baja altura, al este del
distrito, pero en la quietud de la noche en mi zona, solía ser
tranquilo.
Mi casa estaba al final de la calle. Era la única
construcción de cuatro alturas en lo que se consideraba un
barrio residencial, pero iluminada por la luz de una de las
farolas de la calle, vi a una persona apoyada en el muro
derecho de las escaleras que daban acceso a mi edificio. A
esas horas no era común ver a alguien por la vía, pero tampoco
demasiado extraño siendo verano.
Bajé la velocidad, parecía una figura femenina, pero aún
no podía distinguir bien de quién se trataba.
Apagué las luces y avancé a ralentí. La persona se dio la
vuelta y miró en mi dirección, el ruido de la moto debió
alertarla y cuando descubrí quién era, yo también lo hice.
Paré la moto frente a ella y apagué el motor.
—¿Qué haces aquí? —pregunté.
—¿Te sorprende?
—Es obvio que sí. Sabes que a estas horas un domingo no
suelo estar en casa.
—Me va el riesgo, ya lo sabes, Josh.
—¿Habrías esperado toda la noche? —Sonreí, no eran
cosas típicas de ella.
—No, hubiera acabado yendo a buscarte a The Hell.
—Eso me cuadra más. ¿A qué has venido exactamente?
—Tengo que contarte algo, la última vez que nos vimos
no dejamos las cosas claras entre tú y yo. Quizá te debo una
explicación. —Movió su melena, siempre me había gustado su
pelo y no pude evitar mirar cómo caía sobre sus hombros.
—Entre nosotros nunca hemos sido demasiado claros, ¿no
crees?
—Eso es porque te rodeas de gente que no te conviene.
—La única que no me ha convenido nunca eres tú.
Se rio de una manera odiosa.
—Te equivocas. Si hubieras estado de mi parte no
seguirías siendo un mierda.
—¿Has venido a seguir denostándome, Emily? Ya estoy
bastante jodido para que vengas a acabar de destrozarme vivo.
Te largaste y me hiciste un favor, ¿para qué has vuelto?
—Esa amiguita vuestra nos drogó para que Evan se
aprovechara de mí. Es una guarrilla que no ha parado hasta
conseguiros a los dos. —Soltó como si nada con un gesto en la
cara desencajado.
—¿Por qué te inventas una cosa así? —Aquello no podía
ser cierto.
—No me lo estoy inventando, tengo pruebas, Alan lo
sabe. Quiere venganza, aún me quiere. No ha superado que me
apartaras de su lado, y lo que ha hecho tu hermano ha acabado
de encender su mecha.
—¿Alan? ¿Qué tiene que ver ese tío aquí? ¿Qué intentas
hacernos, Emily? ¿Qué te mueve para querer acusar a mi
hermano de una cosa así? Pensaba que te habías largado de la
ciudad y ahora apareces en mi casa con esas.
—Para largarme de la ciudad necesito dinero. Cuando salí
de tu casa, ¿dónde crees que fui? Sabía que él me acogería en
la suya.
—Tienes un buen trabajo, ¿no? Ese que te ocupaba tanto
tiempo y con el que tenías que hacer muchos viajes.
—Me han despedido, Josh. Me despidieron cuando tuviste
el accidente y encima me enteré de que te habías follado a esa.
—Lo sabía, vivíamos juntos, ¿recuerdas? Te dejaste el
mail abierto y lo vi, y también el motivo por el que te habían
despedido, así que no vengas de digna ahora. No me
arrepiento de haberte pagado con la misma moneda. Tú te has
estado follando a tu jefe durante un puto año, un año en el que
no sabía qué coño pasaba entre nosotros, en el que de pronto
me exigías que trabajara más, que le pidiera más a mi
hermano. Nunca he sido suficiente para ti y te quise con la
vida, Emily. Y da gracias que no le he dicho a nadie lo que me
has hecho. Ahora entiendo por qué dejaste a Alan por mí, en
ese momento él no era nadie. Solo te mueve el dinero, la
ambición. ¿Por qué?
—Ya sabes de dónde vengo, cómo es mi familia, nunca he
tenido nada y he trabajado muy duro para ser quien soy y
estoy en la puta calle.
—Has trabajado duro, sí, pero en la cama de ese hombre.
¿Qué esperabas que hiciera él? ¿Dejar toda su vida por ti y
convertirte en la mujer de un rico por obra y milagro? Sam
debía olérselo, me decía que viajabas demasiado, que ese jefe
tuyo te tenía demasiado ocupada. Debí hacer caso a sus
señales.
—Me lo debía. Brandon me lo debía y mira cómo me ha
pagado. Deshaciéndose de mí.
—¿Y qué es lo que te debo yo supuestamente para que
estés en mi casa diciéndome que mi hermano a abusado de ti
después de drogarte?
—Lucy lo planeó para quitármelo todo. Esa noche, juntas
fuimos al baño y le dije que sabía que os habíais liado, y me
ofreció vengarme de ti acostándome con tu hermano. Le dije
que no, y ella debió ponernos algo en la bebida para
comprometernos a ambos.
—¿Y qué podía ganar ella con todo eso? Dime, ¿qué
pretensión hay para que Lucy haga algo así?
—Control, Josh. ¿Es que no lo ves? Quiere enfrentaros y
teneros a los dos bajo sus pies.
—No puedo creerte, no le encuentro lógica a lo que dices.
—Pues la tiene. Sé lo que pasó en la última carrera. Alan
me lo contó, quiso vengarse por lo que me había hecho, que
sufriera lo mismo que me había hecho sufrir ella. —Resopló,
nerviosa—. Estoy embarazada, Josh, y es de Evan. Las fechas
coinciden.
—¡Mientes! —grité fuera de mis casillas, alertando a
algún vecino que encendió las luces.
—No, no miento. Tengo fotos.
Emily sacó con las manos temblorosas su móvil y abrió la
galería para enseñarme imágenes de ella y Evan en el palco
que hubiera preferido no ver nunca.
—No quiero ver ninguna más.
—¿Lo ves? No es culpa de Evan, ni tampoco mía. Ella,
esa puta, nos echó algo en la bebida y disfrutó del espectáculo.
Debió de hacer fotos con mi móvil para que tomara conciencia
de lo que había hecho, debió desbloquearlo con mi huella
cuando ya estaba drogada y haciendo cosas a su voluntad. Pero
no contaba con que me quedara embarazada, apenas recuerdo
nada de esa noche. Ella empezó el juego, nos alentó a que lo
hiciéramos y nadie reparó en utilizar protección.
—Me cuesta creerlo. —Si antes me sentía mareado, ahora
sentía que podía desvanecerme de un momento a otro.
De pronto, el rugido de una moto llegando a toda
velocidad por la calle, hizo ponerme en alerta y más cuando vi
que era Alan.
—¿Qué hace él aquí?
—Es quien me ha traído, ya te he dicho que estoy en su
casa.
Alan paró la moto frente a nosotros y la hizo rugir un par
de veces, como intentando advertirme de algo.
—¿Qué queréis de mí?
—Que hables con Evan. Si nos da cien mil dólares no
habrá carrera y, créeme que el equipo de Alan no dejará que
salgáis ilesos de ella. Luego desapareceremos y no haré
responsable a tu hermano de su hijo.
—¿Y por qué no lo haces tú? Es vuestro problema no el
mío. No sé qué tengo yo que ver en todo esto.
—Porque defenderá a esa zorra, está coladito por ella y tú
pagarás los platos rotos. Si no te hubieras acostado con ella, no
tendríamos ninguno este problema.
¡Valiente hija de puta! Después de todo lo que sabía de
ella, después de haberla hecho confesar abiertamente que
había estado acostándose con el viejo de su jefe, me echaba en
cara aquello.
Levanté la mano, juro que lo hice, pero acabé golpeando
la farola cuando Alan volvió a hacer rugir su moto y Emily
sonrió, satisfecha con haberme roto por dentro.
—Espero que mañana tengas el dinero. Seguro que tu
hermano tiene efectivo en casa, suele guardar la caja de The
Hell hasta el lunes. Recuerda que he sido de la familia.
Cuando lo tengamos, Alan anulará la carrera, no le importa
quedar mal por una buena causa —dijo antes de cruzar la calle
y montar en la moto de Alan para irse a toda prisa.
Y yo hice lo mismo. Con la poca fuerza que me quedaba,
con todo el dolor que se me había instaurado en el pecho, subí
a la Ducati y conduje hasta la casa de Evan.
Nunca, en toda nuestra maldita vida, una mujer nos había
jodido tanto. Era el fin de los Denver, estábamos
completamente acabados. Tanto, que ya no sentía la unidad de
hermanos.
74
EVAN
Me había terminado la botella de vino solo, en silencio y en la
oscuridad de mi salón con la vista puesta en la ciudad.
Neil, mi amigo más fiel, estaba recostado a mi lado.
Siempre sabía reconocer mis emociones y se comportaba
según mis necesidades. Su patita negra estaba apoyada en mi
pierna, como intentando darme apoyo. Realmente lo
necesitaba.
Él y yo dimos un respingo cuando alguien golpeó la puerta
de mi apartamento con furia. Fuera quien, fuera se había
saltado la seguridad del edificio o era conocido para el portero.
—Tranquilo —le dije a Neil cuando empezó a maullar con
todo el pelo del lomo encrespado y yo me dirigí a abrir la
puerta.
Cuando lo hice, Josh me empujó el pecho y entró hecho
una furia.
—¿Se puede saber qué coño te pasa? —dije aguantando el
equilibrio para no caer al suelo.
—He venido a que termines de destrozarme, porque estoy
tan roto, que la única manera de volver a levantarme será
cuando mi vida sea un amasijo de escombros y tenga que
empezar de cero.
—No sé de qué me estás hablando.
—¿Qué pasó la noche de la presentación del vídeo de
Lucy en The Hell? —Josh estaba fuera de sí. Tenía el cuerpo
tan tenso que las venas de su cuello se marcaban abultadas
bajo la piel.
—Nada.
—No me mientas, no me jodas tú también. ¿Qué clase de
hermanos somos nosotros? ¿Eh? Dime, Evan, ¿qué mierda de
familia somos? ¿Te follaste a Emily, Evan?
—¿Cómo te has enterado de eso? —Sentí que me
sobrevenía una arcada.
—Me lo ha contado ella, ha venido con su amigo Alan a
chantajearme, a amedrentarme, a acojonarme vivo en la puerta
de mi casa.
—No fue por voluntad propia, Josh. —Es lo único que
podía decir.
—Lo sé, eso también lo sé. Esa puta os drogó, esa maldita
mujer con cara de ángel ha sido nuestro verdadero infierno.
Creía que habías quedado con ella, que estaría aquí para
escuchar todo lo que tengo que decirle.
—No, se fue hará un par de horas. Por lo visto no soy lo
que anda buscando. Pero te confundes, Lucy no nos drogó.
¿Qué narices estaba diciendo Josh? No entendía nada, y lo
primero que necesitaba en aquel momento era que se calmase
y me dejase explicarme lo mejor que podía.
—¡Claro! De pronto, qué coincidencia, ya no quiere saber
nada de ti. ¿Sabes por qué? Porque le ha salido mal la jugada y
has dejado preñada a Emily.
—¿Cómo? —En ese momento se me secó la boca y sentí
que el corazón comenzaba a latirme desbocado.
—Que la has preñado, hermanito, a la que era mi novia—
dijo riendo de una forma sarcástica—. Y ahora parece que ha
vuelto a las andadas con su amiguito Alan. Quieren cien mil
dólares o no saldremos ilesos de la carrera. Si se los das,
desaparecerán ambos del mapa y te hará el favor de que no
conozcas ni a tu propio hijo. ¡Son muy majos los dos!
—Necesito sentarme —dije apoyándome en la escalera y
tomando asiento en el segundo peldaño.
—Yo quisiera morirme en estos momentos porque vivir se
me está haciendo muy cuesta arriba últimamente.
—¿Cómo puede ser que esté embarazada? A penas
recuerdo nada de esa noche, pero… en lo único que puedo
afirmar que te confundes, es en que Lucy no drogó a nadie.
—Tú mismo acabas de decir que no recuerdas apenas
nada, ¿estabas drogado o no?
—Sí, lo estaba, pero Lucy también. Me desperté aturdido
en el palco y ella estaba dormida aún. Creo que perdió la
consciencia antes que yo. La traje a mi casa y la dejé en el
sofá. Estaba tan débil que no me vi capaz de subirla escaleras
arriba. Cuando se despertó el domingo, me dijo que creía que
Emily nos había drogado, incluso que llegó a ver antes de
desmayarse cómo ella me besaba y …
—Emily me lo ha dicho, me ha dicho que la defenderías.
—La defiendo porque es verdad. Lucy no tiene nada que
ver y me advirtió de que esa gente es mejor mantenerla lejos.
No sé de lo que son capaces si no les damos lo que quieren.
—¿Puedes probarlo? Emily sí, he visto fotos de cómo te la
follabas.
—¿Fotos? ¡Nadie pudo hacerlas si no fue ella misma!
Lucy empezó a encontrarse mal y te juro que la vi dormirse,
pero no recuerdo lo que pasó después. Y sí, puedo probarlo
porque tuve que pedirle a Norman que viniera a recogernos.
Puedes revisar mis llamadas de ese día y preguntarle tú
mismo. Fue quien me ayudó a bajarla del palco y cargarla en
su coche. Esa novia tuya nunca ha sido trigo limpio, pero no se
te podía decir nada. Sam y yo lo hemos hablado muchas veces,
te engañaba con su jefe. ¡Abre los ojos! Emily solo quiere
dinero, es lo único que ha querido siempre.
Josh se quedó sin palabras y estuvimos un buen rato
escuchando el sonido de nuestras respiraciones aceleradas.
—La despidió. Ese tío la despidió y le escribió un email.
Sé lo que ha estado haciendo durante todo un año. —Josh se
mesó el pelo y bufó con rabia.
—¿Por qué no me dijiste nada?
—Porque no quería reconocer que teníais razón. Soy un
desastre, mi vida es un desastre. —Mi hermano comenzó a
llorar, hacía años que no lo veía hacerlo.
—No eres un desastre, eres un buen tío, algo inmaduro,
pero solo tienes veintisiete años, te lo puedes permitir.
—Siento haber irrumpido así en tu casa, siento haberte
dicho tantas cosas…
Me levanté para abrazarlo, desde la última vez que lo hice,
también había pasado mucho tiempo.
—Esas cosas son el menor de mis problemas. Si lo que
dice es verdad, no puedo hacer la vista gorda, debo hacerme
cargo de ese hijo.
—Ahora dudo incluso de que sea verdad, si lo fuera, no
querría dinero para largarse, te pediría algo más, como un
sustento mensual que le garantizara a ella y al bebé una buena
vida.
—Puede que tuviera previsto hacerlo en un futuro. Esa
mujer parece no tener escrúpulos.
—Le ha contado a Alan su versión, él cree que Lucy es la
que os drogó, y aquel día en el muelle, fue a cobrarse el
sufrimiento que supuestamente le ha causado a Emily todo el
asunto de la noche de la presentación de la campaña en el
local. Él aún debe quererla y nos la tiene jurada a los dos. Si
les damos la pasta, se largarán lejos y anularán la carrera, si
no, deberemos enfrentarnos a él y ya me ha advertido que no
dejaran que salgamos ilesos.
Recordé lo que me había dicho Lucy sobre ese tipo de
gente, que era mejor mantenerla lejos, que alterar lo más
mínimo sus planes podría provocar que volvieran a la carga
con cualquier otra cosa. Cogí aire y muy a mi pesar dije lo que
creía que era más correcto.
—Les daremos el dinero —dije convencido. Esa gente era
peligrosa, y si cumplían su promesa de largarse, mataríamos
dos pájaros de un tiro.
—Pero si la dejamos marchar, nunca sabremos si
realmente está embarazada. ¿Estás seguro de que no recuerdas
nada?
—Seguro, podría haber hecho cualquier cosa con nosotros
esa noche. Y, no soy tan tonto, antes de dárselo tendrá que
demostrarlo. Si no lo está, les daré la pasta. En caso contrario,
habrá que pactar otras cosas, no pienso dejar que ningún hijo
mío se críe en manos de una loca, por mucho que haya sido
concebido con engaños.
—Tendrás que decírselo a Lucy.
—No, Josh. Esta noche me ha dicho que ha perdido la
dignidad aceptando que una loca nos drogara y se aprovechara
de mí, que ha pasado por alto mis idas de tono, mi
irremediable sentido controlador y mis celos, y que por
acompañarme a las malditas carreras casi la violan tras unos
contendores. Y yo le he respondido que, de todas esas cosas,
solo era responsable de una. Que Emily no era responsabilidad
mía y que lo que hiciera ese tío tampoco.
—Y es cierto, Evan. Le has dicho la verdad.
—No, no lo es. Porque tenía razón, todas esas cosas
forman parte de mi mundo. Y, al parecer, Emily, ahora, sí es
asunto mío.
—No porque tú hayas querido. En todo caso, Emily era mi
novia, yo soy el que metí a esa loca en nuestras vidas y la ha
convertido en una auténtica locura.
—Mi única locura de verdad es querer a Lucy como la
quiero y perderla de esta forma tan…
—Sabes que ella y yo… bueno, más yo que ella, he
intentado… Me gusta o la quiero, no lo sé, Evan. Pero nadie la
merece más que tú, y ella quiere muchas cosas contigo que se
han visto nubladas por una serie de circunstancias en las que
yo he estado involucrado. He intentado torpedear lo vuestro…
—La conoces más que yo. A ti te ha contado muchas más
cosas que a mí —me reí sin fuerzas. No me quedaba otra.
—Pero no la quiero más que tú.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque tú te has rendido por ella y yo he seguido
luchando para conseguir algo que no me pertenece. Y cuando
Emily me ha dicho eso, he podido sentir odio por ella y no
tenía pensado ni darle una oportunidad para disculparse. Eso
no es amor, el amor es tan ciego que se defiende lo
indefendible, y yo no estaba dispuesto a hacerlo. Ha tenido
que pasar una cosa así para darme cuenta de que solo intentaba
demostrarme algo.
—¿Entiendes por qué no puede enterarse de esto?
Volvemos a estar solos, tú y yo, intentado sobrellevar las
incoherencias de los demás como cuando éramos pequeños.
No podemos joder más a Lucy, no se lo merece.
—Está bien, pero deja que parte de ese dinero que esos
dos van a llevarse, me haga cargo yo.
—No, prometí ayudarte, y a pesar de que no quisieras, voy
a cumplir mi palabra. Guarda tu dinero para hacer algo para ti.
No me va a doler darles esa cantidad si de verdad hago que se
pierdan de nuestra vista de una maldita vez.
—¿Estás seguro?
—Si ese es el precio que tiene nuestra tranquilidad, sí.
Hay que acabar con esto, Josh.
75
LUCY

Lunes

—¿Qué haces aquí tan temprano? Creía que pasarías la


noche en casa de Evan. —Betty me encontró en la cocina
removiendo mi taza de café mientras esperaba noticias que
aliviaran un poco mi conciencia. Estaba muy preocupada.
—No fue nuestra mejor noche. Bueno, creo que en todo
este tiempo no he tenido muchas de esas.
—¿Qué ha pasado ahora? —Se sentó a mi lado y me frotó
la espalda con la palma de su mano.
—Lo que tenía que pasar. Lo nuestro no funciona.
—¿A lo vuestro te refieres solo a Evan o incluye también
los líos que te traes con el hermano?
—Es evidente que a todo.
—Lucy, sé sincera, ¿tú quieres a alguno de los dos?
—A estas alturas, creo que, por mi estabilidad mental, no
debo querer a nadie más que a mí.
Y lo dije de verdad. A veces, el amor propio, puede
salvarte.
—Bueno, es una opción plausible. ¿Y qué vas a hacer?
—Creo que debería largarme de Nueva York y empezar de
cero en cualquier otro lado. No tengo trabajo, ni nada que me
ate a esta ciudad ahora mismo.
—Así, ¿sin más?
—Sí, así, sin más. ¿Qué otras opciones me quedan, Betty?
Ninguna, era lo que tenía que hacer. Y lo sabía antes de
que ella me contestara.
—Se me ocurren varias como ir a terapia, dejarte de
tonterías y echar currículums. A veces solo hay que respirar
hondo y, tras un alto en el camino, seguir tu ritmo como si
nada.
—No voy a quedarme en Nueva York. Quiero mudarme a
otra parte.
De pronto, aquello era una certeza para mí.
—¿Quién se muda? —dijo Ben, apareciendo en
calzoncillos y una camiseta que le quedaba pequeña,
enseñando así la mitad de su panza velluda.
—Lucy quiere hacerlo, pero no sabe dónde ni por qué. —
Betty se levantó y fue a servirse un café.
—Bueno, en mi empresa están buscando una becaria,
quizá te interese. No pagan mucho, pero podría abrirte las
puertas en un futuro en el mundo de las inversiones —dijo el
bueno de Ben.
¡Bingo! ¡La suerte parecía ponerse de mi parte!
—¡Lo quiero! Quiero trabajar como becaria.
—Sería para empezar la semana que viene, creo que aún
están en personal con el tema de la selección, pero puedo
llamarlos y conseguir que te cojan.
—Llámalos, por favor, Ben, sácame de aquí, te lo suplico.
—Cariño, pero ¿cómo va a mudarse Lucy de ciudad de un
día para otro? Es lunes, ¿dónde va a vivir en Los Ángeles? Es
una locura. Tiene que avisar al casero de este piso que se va,
hacer las maletas, buscar casa allí…
—Puede quedarse con nosotros hasta que encuentre algo
—propuso Ben.
Estaba muy avispado. ¡Bien por él!
—Sí, y no pienso llevarme nada que no sea
imprescindible, se lo regalo todo al casero o a la señora Potter.
¿Puedo, Betty? ¿Puedo seguir siendo tu compañera de piso
hasta que consiga mi propio apartamento? —Puse las manos
en modo rezo e hice un puchero.
—Bueno… no veo por qué no, pero…
—Pero ¿qué?
Ben y yo nos quedamos mirando a Betty, que estaba
escondiendo su careto detrás de la taza mientras bebía café.
—Que ni siquiera he podido estrenar mi propia casa y
pensaba que me había librado de ti por fin. ¡Ala ya lo he
dicho!
—Y lo harás, te juro que estaré solo el tiempo
imprescindible. Pero tenéis que llevarme con vosotros. Te lo
ruego. —Utilicé mi mejor baza: ojos de corderito degollado y
caidita de pestañas lastimeras.
Aquello era perfecto, justo lo que necesitaba. Nunca me
había alegrado más ver a Ben en mi cocina en calzones como
en aquel momento.
—Si me niego, quedaré como una mala persona y sabes
que no puedo hacerlo. —Suspiró—. Está bien. Pero tendrás
que organizarte solita con lo de dejar el piso y con las maletas.
Ah, y con los vuelos. Ben reservó los nuestros para el jueves
por la mañana a las diez.
—Perfecto, haré todo eso sin molestarte ni un poquito.
—Más te vale, nos hemos quedado aquí hasta ese día por
ti y ahora encima me toca irme contigo. —Betty puso los ojos
en blanco.
—No le hagas caso, Lucy. En el fondo está encantada de
que te mudes a California —dijo Ben—. Voy a llamar a la
oficina. ¿Puedo, Betty?
¿En serio ese pobre ser le estaba pidiendo permiso a mi
amiga para llamar a su trabajo?
—Puedes, pero no te extiendas demasiado, estás en tus
mini vacaciones.
—Entendido, jefa —dijo haciendo un asentimiento que
casi parecía militar.
—En serio, Betty, ¿jefa?
—Empoderamiento femenino, ¿qué te parece? —Betty me
guiñó un ojo y no pude evitar reírme.
—Me parece excesivo, pero si a Ben le va el sado…
—¡Tú qué sabrás! Ya me contarás cuando estés casada.
—Espero no tener que declararme en ese estado nunca,
Betty. Creo que no me va mucho eso de que me controlen —le
dije dejando la taza en el fregadero—. Voy a mi habitación a
hacer gestiones, jefa.
—Muy graciosa, pero te recuerdo que acabamos de
adoptarte y que igual te pido que me llames mami —dijo
levantando la voz mientras yo ya me dirigía a mi cuarto. Tenía
que hacer unas llamaditas y dejar todo bien cerrado antes de
largarme de allí en un par de días.
76
JOSH
Lunes, ático de Evan.

—Y cien mil —dije dejando el fajo de billetes sobre la


encimera de la cocina del ático de mi hermano.
—¿Lo has contado bien?
—Me has visto hacerlo tres veces.
—Sí, lo siento, es que estoy nervioso. ¿A qué hora dices
que vienen?
—A las once. Y son… —miré la hora en mi móvil— las
nueve y media.
—Debería llamar a Lucy, ayer dejamos las cosas muy mal.
Sentí lástima por él. Por primera vez en mi vida, verlo en
aquella tesitura, con una chalada extorsionándonos,
supuestamente embarazada, y visiblemente conmocionado por
lo que había sucedido con la mujer que quería, Evan me
pareció humano y frágil como una hoja.
—¿Crees que llamarla antes de zanjar este asunto es lo
más sensato? Puede que se te escape algo y no creo que sea un
tema que debas tratar por teléfono. Estás demasiado vulnerable
en estos momentos. Deja pasar unos días, ya sabes cómo es.
—Puede que tengas razón, pero siento que le estoy
fallando en algo si no se lo cuento.
—Solo estarás ahorrándole más quebraderos de cabeza,
Evan.
—Sí, tienes razón. Quizá sea mejor hacerlo después de
acabar con esta locura.
Ninguno de los dos habíamos pegado ojo esa noche, pero
a Evan se le veía más pálido y ojeroso que a mí.
Mi lucha había terminado. Había estado persiguiendo un
imposible, porque las cosas accesibles, las hace cualquiera. Y,
desgraciadamente, tenía la sensación de que Lucy también
estaba en ese punto de no retorno. Para esos casos, había que
tener siempre a mano un frasquito de realidad, pero había que
dosificarla porque de golpe podía ser devastadora.
Me sentía culpable. Tanto o más que él, de haber
propiciado la situación. Lo único que podía hacer una y otra
vez era disculparme con él y conmigo mismo.
Éramos dos controladores sin control, dos titanes que
luchaban constantemente por sobresalir, dos malos hermanos
que no habían podido construir entre ellos unos límites
inquebrantables. Dos auténticos estúpidos que podíamos
tenerlo todo y no teníamos nada, habíamos perdido toda
lógica.
En momentos como aquel, en el que ves que la vida te da
una hostia tremenda y eres consciente de lo pequeño que eres
para el resto del mundo, moldeable y doblegado a la voluntad
de otras personas, los aires de grandeza y superioridad se
cuelan por el sumidero como la mierda que tienes encima.
Había sido un hermano horrible para Evan y hubiera sido
un novio horrible para Lucy, pues no estaba en condiciones de
empezar una relación con nadie hasta que no me recuperara a
mí mismo en todas mis versiones, en especial, la de quererme
por encima de todo y aprender a valorar las cosas que
realmente merecían la pena.
El dinero, la fama, ganar a toda costa, competir sin medida
para demostrar a la gente que eras el mejor… todo eso, no vale
nada, y acabas dándote cuenta de que desear esas cosas te
convierte en todo lo contario.
—Evan, lo siento. Sé que ya te lo he dicho muchas veces,
pero hasta que no esté seguro de que me has perdonado de
verdad… —le dije.
Mi hermano estaba hecho polvo, y yo no podía mentir
diciendo que no me encontraba igual que él.
—Ayer me dijiste que el amor es tan ciego que se defiende
lo indefendible, así que puedes imaginarte lo mucho que yo te
quiero, porque de no ser así, no estaría aquí contigo ahora.
—Me duele que me lo digas de esa forma, sé que no tengo
perdón y me jode que tengas que hacerlo por el simple hecho
de ser mi hermano.
—No puedo decirlo de otra forma. Siempre he tenido que
ir con pies de plomo contigo para no ofenderte, para que no
sintieras que estaba haciendo uso de mi posición económica
para demostrarte algo que tú no eras. Jamás, en mi puta vida,
Josh, nunca he sentido que todo lo que tengo es solo mío.
Hemos estado juntos siempre, desde el principio, cuando aún
no era nada en esta ciudad, solo un tonto motivado con un
préstamo para invertir en algo que podía funcionar o no. Si he
podido hacer algo en la vida es porque tú estabas a mi lado,
eras mi apoyo, mi mejor amigo. Te he ofrecido todo lo que
tengo, todo lo que soy. Nunca dejaría que pasaras calamidades,
aunque tu orgullo te impida reconocer que necesitas ayuda. Y
puedes pisarme la cabeza una y mil veces, que yo seguiré aquí,
contigo, en las buenas y en las malas.
Aquellas palabras me habían tocado dentro.
—Soy un gilipollas, lo sé.
—Yo tampoco he estado muy fino últimamente.
—Necesito un respiro y que todo esto termine. No solo
esto que vamos a hacer ahora, sino hacer un borrón, buscar un
buen psicólogo y pensar en emanciparme de una maldita vez,
poner en orden mi caótica vida y convertirme en alguien
valioso. Quizá todo esto no haya sido en balde y después de
todo saquemos algo en claro.
—¿Crees que lo mío tiene remedio? —me preguntó.
—¿Estás enamorado?
—No lo sé. Pero me duele haberla cagado y que ella
pueda estar sufriendo. Tengo la sensación de que ha sido como
un trofeo para nosotros, un “la quiero para mí” a toda costa en
el que ella no se ha sentido cómoda.
—Sintiéndolo mucho, creo que yo he contribuido mucho a
que así fuera.
—Creo que los tres tenemos parte de culpa. No era muy
sano nada de lo que hacíamos. Siempre he pensado que ella se
parecía mucho a ti, a veces decíais las mismas cosas, no sé,
creo que la vida nos reunió para darlos una lección.
—Pues la vida podía haberte ahorrado cien mil pavos, ya
que ha sido tan cabrona.
—Es prácticamente la caja de un fin de semana, tampoco
va a suponer mucho, el dinero hay que gastarlo en cosas
prácticas y, créeme, hacer que esos dos desparezcan de
nuestras vidas por esa cantidad, sale rentable. —Puso su mano
sobre la mía. Me gustó que hiciera aquello. Me daba
esperanzas de que ambos podíamos reconstruirnos poco a
poco. Me sentía apoyado por él, como siempre.
—Por eso no se ha arriesgado a pedir más cantidad, sabe
que el dinero de viernes, sábado y domingo lo tienes aquí en
efectivo. Darnos más margen pondría en riesgo sus
intenciones, porque nos da tiempo a pensar en cómo
vengarnos de ella. Emily es…
—Muy astuta, pero también una miserable que no va a
conseguir amargarnos la vida por esa cantidad. No sufras,
Josh, no merece la pena.
77
EVAN
Cuando esos dos cruzaron la puerta de mi casa tuve que
contener las ganas de liarme a hostias a puño cerrado contra
Alan. Y deseé con todas mis fuerzas que Emily se largara con
la pasta y lo dejara con cara de bobo y se le borrara esa sonrisa
de estúpido que tenía instaurada en la cara.
Los hombres como él se merecían un final como ese.
Creo que nunca había conocido a nadie tan detestable
como aquella pareja.
—No os ofrezco nada de beber porque no me fío de
vosotros un pelo —les dije intentando calmarme.
—¿Cómo puedes pensar eso, Evan? Soy la madre de tu
futuro hijo. —Emily se llevó la mano al pecho de manera
dramática.
—Perdóname que lo dude y tenga que pedirte unas
pruebas de ello.
—¿Quieres que me haga un test? Ya he traído uno, mira
—Sacó de su mochila un test de embarazo donde se veía
claramente las dos rayas rosas marcadas anunciando un
positivo.
—¿Crees que nos vamos a fiar de algo que has traído tú de
tu casa? Bueno—resopló Josh—, de casa de este.
—No estás en posición de ponerte chulito, Josh —añadió
Alan.
—Estoy en posición de ponerme cómo me dé la gana
delante de chusma como vosotros. —Josh le señaló
amenazante con el dedo y tuve que frenarle para que no se
pelearan en mi casa. No quería que el único lugar donde
podría hallar un poco de paz después de todo aquello, me
trajera malos recuerdos.
—No he venido a perder el tiempo con peleítas de
machitos —gritó Emily.
—Muy graciosa teniendo en cuenta que eres la precursora
de esto —le dije. Era irónico que dijera algo así. Me hacía
hasta gracia.
—¿Yo? Creo que te equivocas. Habéis sido vosotros
solitos los que os habéis metido en este pequeño embrollo, por
pensar con la entrepierna más que con vuestra propia cabeza.
No es más ciego el que no ve, sino el que no quiere ver.
—¡Sabes de sobra que no he abusado de ti!
¿Cómo osaba decir semejante cosa?
—¿Quieres la verdad?
—Los dos la queremos, Emily, y el porqué de tanto odio
—añadió Josh.
—No les digas nada, son dos pringados —bufó Alan.
—Tú mantén la boca cerrada o no me dejarás otra opción
que dejarte sin dientes. —A esas alturas la cosa se estaba
calentando demasiado y no estaba seguro de poder
controlarme.
—No estoy preñada, ¿contento?
—Más por ese pobre niño que por mí. Hubiera estado feo
que la naturaleza te concediera ese don a ti.
—Eres tan flojo que apenas conseguí que se te pusiera
dura.
—¿Cómo puedes ser tan hija de…? —Josh se contuvo de
terminar la pregunta mordiéndose los nudillos.
—¿Y qué pretendes ahora? ¿Qué te dé el dinero por tu
admirable sinceridad?
—Deberías darle las gracias, Evan, porque el que no va a
ser tan benevolente con vosotros soy yo —dijo Alan.
—¿Lo dices por la carrera? ¿Tan mierda eres que no te
cuesta admitir que eres un tramposo?
—No, no me cuesta porque ser así me hace ganar pasta.
Pero no soy el único que no tiene escrúpulos según qué cosas.
No suelo compartir el coño de mi chica con mi hermano, es
repulsivo.
—¡Eso no es cierto! Evan, no creerás que…
—Tranquilo —intenté tranquilizar a Josh. No era
momento de hablar de eso, no era de la incumbencia de nadie
fuera del círculo entre mi hermano y yo.
—Pues no es lo que parecía esa noche tras los
contenedores, ¿eh, Josh? Te morías de ganas de que esa tía se
fuera contigo y dejara al idiota de tu hermano.
—Eres un cerdo. —No pude sostenerlo y Josh acabó
propinándole un puñetazo a Ghost Rider que hizo que se le
soltarán las narices.
—Te vas a arrepentir de esto. Voy a partirte la cara. —
Alan intentó abalanzarse contra Josh, pero Emily lo detuvo.
—¡Basta ya! —gritó Emily —. Dadnos la pasta o alguno
de los dos lo pagará caro en la carrera.
—Ya no sé si tengo ganas de anularla —dijo Josh
rugiendo de furia mientras Alan era detenido por Emily para
evitar que se mataran allí a palos.
—Es lo más sensato, cariño, por tu bien. —Emily osó
acariciarle la cara a mi hermano y este le atrapó la mano para
apartarla.
—Ni se te ocurra llamarme cariño y volver a tocarme.
—Y a ti retenerme en la ciudad, porque te juro que tu vida
será un puro calvario —le respondió ella.
—Acabemos con esto de una vez —resoplé, abriendo el
cajón de la cocina y dejando el fajo de billetes en la encimera
—. Cien mil en efectivo, y os largáis, los dos, para siempre.
—Claro, cuñadito, es el trato —dijo alargando la mano y
poniéndola sobre el dinero. Pero antes de que se lo llevara
consigo, la frené poniendo la mía sobre la de ella.
—Júramelo.
—Te lo juro. ¿Cuándo te he mentido yo a ti? —dijo de
manera jocosa, sonriendo como si tuviera que agradecerle que
desmintiera su embarazo.
—Eres pura escoria, Emily —dijo mi hermano.
—Lo mismo digo, baby —le lanzó un beso y Josh estuvo
tentado de escupirle en la cara, pero se contuvo. — Vamos,
Alan —habló de nuevo cuando metió el dinero en la mochila
—. Hoy mismo hablará con Will y anulará la carrera. Un
placer hacer tratos con vosotros, chicos.
Fue lo último que nos dijo antes de salir y cerrar la puerta.
Nosotros nos quedamos en silencio, intentando recobrar el
aliento y la compostura y con la esperanza de que cumplieran
su promesa. No quería volver a cruzarme con esos dos en la
vida.
78
LUCY
Miércoles

Ya lo tenía todo arreglado. Incluso había contratado una


empresa de transporte que esa mañana iba a recoger algunas
cajas que había apilado con las cosas que quería conservar y
llevarme a California, las cuales me serían entregadas el
viernes.
El vuelo reservado a la misma hora que Betty y Ben salvo
que en otra compañía, y una maleta enorme que tendría que
facturar con toda mi ropa.
—¿Te das cuenta de que va a ser el último día que
pasemos en esta casa? —le dije a Betty, que seguía revisando
los cajones de la cocina en busca de un pelador de patatas que
le juré y le perjuré que ya se llevó a su casa en Los Ángeles.
—Sí, ¿y te das cuenta tú también que volverás a ser la
primera cara que vea en la cocina cuando me levante por las
mañanas? ¿Dónde narices estará?
Betty seguía buscando aquel pelador.
—En Los Ángeles, en tu cocina, esa que no has revisado
aún, ni tampoco estrenado. Y no, no verás mi cara porque me
habré ido a trabajar con Ben.
—Mira qué bien, ahora seréis los dos los hombres de la
casa —dijo cerrando el cajón de golpe.
—¿Se puede saber qué te pasa?
—Nada —dijo haciendo un ademán con la mano.
—Mentira, te conozco, sé que algo te perturba.
—Vale, sí. Me fastidia ser la única que está sin trabajo y
que a Ben no se le haya ocurrido ofrecerme el trabajo de
becaria a mí.
—Joder, Betty, ¿por qué no lo has dicho antes?
—No lo sé, se te veía tan ilusionada…
—¿Ahora qué hago? ¡Dime! Ya le he dicho al casero que
me iba y el lunes a más tardar entran los nuevos inquilinos, ya
sabes que en Nueva York vuelan los alquileres y no ha puesto
pegas porque aún sigue recibiendo ofertas al anuncio antiguo.
—No te estoy pidiendo que renuncies, ahora tienes que
venir. Solo me has preguntado y yo te he contestado.
—Betty, si quieres que te dé un consejo… No deberías
querer trabajar con Ben, ya lo hablamos un día.
—Lo sé, pero ¿qué se supone que voy a hacer todo el día?
—Regar las plantas, ver alguna serie de ricas y famosas,
beber vino como si no hubiera un mañana y prepararnos la
cena.
—Muy graciosa. —Se cruzó de brazos.
—Betty, encontrarás algo, estoy segura. Eres la persona
con más talento que conozco. Tienes una capacidad innata que
yo no tengo para organizar cosas. Eres tan organizada, que has
tenido que volver a reconstruir mi vida y me llevas contigo
para que pueda empezar de cero.
—Sí, eso es cierto. —Vi cómo comenzaba a animarse.
—Imagínate lo que puedes hacer con la vida de los demás
y con sus empresas.
—Puedo montarme algo por mi cuenta, puedo… puedo
dedicarme a organizar bodas. La mía estuvo genial, ¿verdad?
Me sobrevino un recuerdo, y pensé que debía hacer una
llamada.
—Sí, fue maravillosa. ¿A qué hora tiene previsto Ben
volver de jugar al golf con ese amigo suyo?
—Sobre las seis, ¿por?
—Por nada, mera curiosidad.
—¿Qué tramas, Lucy Moore? —Me miró, ceñuda.
—Nada, es que tengo que comprobar algo que me tiene
preocupada.
Preocupada no era la palabra, más bien era acojonada. Esa
noche, en el Valle del Hudson podían pasar dos cosas: que
Evan y Josh se retiraran o que decidieran competir.
Si pasaba lo segundo, tenía que ir a impedirlo, y no quería
ir sola.
—¿Tiene que ver con esa carrera que mencionaste? Creía
que no querías volver a hablar del tema.
—Sí, es por eso. No puedo evitar pensar en Evan y la
posibilidad de que le pase algo. He tomado una decisión sobre
lo nuestro y parece haberla aceptado, porque no he recibido
noticias suyas, pero no es justo que me largue así, sin más.
Espero que haya decidido no competir.
—Supongo que deberías hablar con él, sería lo más
normal.
—Voy a hacerlo, ¿vale?
—Vale, adelante —me dijo, instándome a que me retirara
a la habitación.
Cerré la puerta y me senté en la cama. Estaba nerviosa, me
temblaban las manos. Respiré hondo y le di a rellamada.
79
JOSH
—¿Qué? ¡Eso es imposible, Will! —grité al auricular del
teléfono.
—¿Se te ha ido la olla o qué? ¿Cómo que imposible?
—El lunes tendrían que haberte avisado de que la carrera
se anulaba y no dejar que entrara ninguna apuesta.
—¿Avisarme quién? ¿Te has vuelto loco?
—No, pero estoy a punto.
—No sé de qué cojones me estás hablando, Josh. Y esta
noche os quiero en el Valle a los dos cagando leches. Acaba de
entrar una apuesta a favor de Ghost Rider de cien mil dólares.
La balanza tiende a vuestro favor, no podéis hacer perder
dinero a vuestra gente. Por ese tío solo han apostado cuatro
personas frente a veinte que lo han hecho por vosotros.
«¡Mierda! ¡Mierda! Nos la habían jugado».
—Lo siento, Will, tengo que dejarte. He de llamar a Evan
y contarle esto.
—Haz lo que tengas que hacer, pero no me jodáis. A las
diez y media os quiero aquí como un clavo. Hay mucha pasta
en juego —lo escuché decir antes de colgar y marcar el
número de Evan.
—¿Estás sentado? Porque si no lo estás deberías hacerlo
—le dije antes siquiera de que pudiera decirme hola.
—¿Qué pasa, Josh?
—Esos dos hijos de puta nos la han jugado. Will acaba de
llamarme.
—¿Will? ¿Qué quería?
—A veces me sorprende lo poco intuitivo que eres —
resoplé—. Alan no ha anulado la carrera, y adivina: ha entrado
una apuesta a su favor de cien mil dólares.
—¡No me jodas! —gritó al otro lado de la línea.
—Eso mismo me ha dicho Will, que no le jodiéramos, que
la balanza está de nuestra parte en las apuestas y que estemos
allí a las diez y media como un clavo.
—Esos dos quieren ganar más dinero a nuestra costa.
—¿Y qué podemos hacer? ¿Dejar que nos gane y pierdan
la pasta que nos han sacado? Lo siento, me niego, Evan. Si
quiere jugar sucio, jugaremos hasta el final.
—¿Crees que él no lo tiene previsto? Si ha sido capaz de
convencer a los suyos para que no apostaran por él como
hacen siempre es porque tiene un plan aún más macabro
preparado para nosotros si osamos aparecer por allí.
—Me da igual, no podemos permitirle salirse con la suya.
Tenemos que ir y competir, o Will pedirá un precio por
nuestras cabezas.
—Nuestras cabezas ya tienen precio, Josh: cien mil y lo
que vayan a sacar con su victoria.
—Evan, no me encabrones, ¿no irás a decirme que ahora
eres un cobarde? No puedes dejar que nos pisoteen de esa
forma, tenemos que ir a por todas o, por lo menos, intentarlo.
Si nos retiramos le damos lo que quiere. Me niego a ponérselo
tan fácil.
—Estoy en el local, ven y hablamos. No son cosas que se
deben debatir por teléfono.
Escuché a Evan muy jodido con todo el asunto. Al fin y al
cabo, era su dinero, lo habían timado de una forma muy
rastrera y encima yo estaba intentando vengarme a sabiendas
de que corríamos un gran riesgo. Pero me negaba en rotundo a
que siguieran riéndose de él y de mí de aquella forma.
—Está bien, voy para allá.
Colgué, cogí el casco y las llaves de la Ducati, y salí de mi
apartamento cagando leches.
80
EVAN
Josh me había convencido. Su rabia y sus ganas de darle una
lección a ese cabrón y a Emily, hicieron fuerza contra mi razón
y me dejé llevar por su entusiasmo.
Con solo avisar a Will de que no íbamos a presentarnos, le
regalaríamos la victoria a Ghost Rider, y los que no podríamos
volver a aparecer por las carreras seríamos nosotros.
A mí no me importaba, pero no podía hacerle eso a Josh.
Si perdíamos, por lo menos que fuera compitiendo.
Mi hermano se acababa de marchar al gimnasio para
liberar tensión e infundirse fuerza levantando peso, pero yo
desestimé acompañarlo. No creía que aquello fuera a servirnos
de nada.
Por primera vez sentí miedo de que fuera nuestro final.
Tenía suficiente desconfianza como para creer que iba a
suceder algo malo. Angustia ante un peligro que, lejos de ser
imaginario, era real, tanto, que podía palparlo en el ambiente.
Alan no iba a perder, había apostado una gran suma de
dinero y convencido a los suyos de que no iba a ganar.
Siempre que él competía, la balanza estaba a su favor, y
eso implicaba jugarnos el tipo con sus artimañas.
Tenía a varias personas de su confianza que harían
cualquier cosa por un buen trozo del pastel y, en esas carreras,
si moría alguien, no solía dar nadie parte a la policía, ya que
eran ilegales y eso comprometería a mucha gente. Cuando te
metías en ese mundo, sabías a lo que te podías atener.
Mi móvil comenzó a sonar, comprobé de quién se trataba
y descolgué.
—¿Vais a hacerlo?
—Sí, a las diez y media estaremos en el Valle.
—No sé si desearos suerte o parar yo esta locura.
Colgó sin más. Ya estaba todo dicho y todo hecho.
¿Habéis visto alguna vez al Diablo santiguarse?
Yo sí, y tres veces frente al espejo de mi habitación antes
de coger mi ropa motera, el casco y emprender la marcha
hacia el valle sin saber si volvería a casa esa noche.
Miré a mi pobre gato, que, si hubiera podido entender algo
y comunicarse conmigo, me habría pedido que me quedara
con él y no lo dejara huérfano.
Besé su cabecita y salí con el corazón hecho pedazos.
Maulló como si de verdad intuyera algo.
81
EVAN
El ambiente en el Valle era tenso y aquella niebla inusual en
verano daba un aire tétrico, reduciendo la visibilidad y
haciendo resplandecer los focos de las motos que fueron
apareciendo.
Como si alguien hubiera encendido una máquina de humo
para darle dramatismo al momento.
Aquella niebla inesperada en pleno julio era tan absurda
como lo que íbamos a hacer allí mi hermano y yo.
Josh estaba hablando con la gente de manera animada,
como si lo que iba a pasar allí no fuera con él. Totalmente
entregado a la causa y con un pensamiento de victoria
infundado que no sabía cómo podía tener. Recibiendo ánimos
y riendo despreocupadamente.
Yo, sin embargo, estaba cagado, pero las razones tenían
suficiente peso para ello.
No me sentía yo, estaba perdido e inmerso en mis propios
pensamientos.
Pensaba en ella, pensaba en que hacía días que no nos
habíamos visto y no sabía siquiera el calvario que habíamos
vivido.
Tal vez así fuera mejor, porque de habérselo contado o
vivido conmigo esos días, definitivamente no habría ninguna
posibilidad de intentar retomar lo nuestro pues Lucy hubiera
salido espantada y con razón.
Mantenía la promesa de que aquella iba a ser mi última
carrera, ya bien fuera por decisión propia o porque mi destino
era morir en aquella carretera serpenteante.
La sola idea de no vivir más, o que mi hermano corriera
también ese fatal destino, me oprimía el pecho.
—Joder, Evan, parece que has visto un fantasma. ¿Estás
bien? —Mi hermano me dio un golpe en la espalda con tal de
espabilarme.
—No, tío. No estoy seguro.
—¡No me jodas! Ya estamos aquí, la gente cree en
nosotros, no podemos irnos como dos niñas pequeñas y
escondernos para siempre por si viene el hombre malo. ¿Te
das cuenta de que si lo hacemos seremos el hazmerreír de esta
comunidad motera?
—¿Y qué me importa esa gente? Si nos pasa algo se acabó
todo, Josh.
—Pero lo haremos con dignidad, hermano.
—¿Y retirarse a tiempo no es digno si con ello salvas la
vida?
Cada vez me entraban más dudas. Eso jamás me había
pasado antes de ninguna carrera.
—Esta carrera la propusimos nosotros, ¿recuerdas?
—Sí, antes de saber cuáles eran las intenciones de esos
dos chalados. La idea inicial era otra, han apostado mi dinero
para intentar sacarle una rentabilidad rápida. ¿Crees de verdad
que tenemos alguna posibilidad de ganar?
—No, pero no voy a achantarme, eso nos convertiría en
doblemente perdedores.
—¿Me estás diciendo que eres consciente de que no
vamos a ganar? A mediodía no me has dicho lo mismo —dije
al punto que el inconfundible sonido de la moto de Alan y su
séquito resonaba por el Valle anunciando su llegada.
—Ahí viene ese hijo de puta.
—Ese hijo de puta lleva escrito el nombre de la Parca y
viene a llevarnos directamente al infierno.
Josh no me hizo caso y corrió a juntarse con Sam y alguno
de los nuestros para abuchearlos.
Emily iba subida de paquete en la moto de Alan, y cuando
pasó por mi lado, osó hacerme una peineta.
Juro que jamás había sentido tanto odio concentrado.
Odiaba tener miedo, odiaba que Lucy sintiera asco de las
cosas que hacía dentro y fuera de las carreras, odiaba haberme
dejado llevar por el entusiasmo de Josh, odiaba a Emily y a ese
malnacido de Ghost Rider y me odiaba a mí mismo por cómo
había gestionado las cosas.
Podía perder la vida sin haberle dicho a Lucy que la
quería.
Pensaba que siempre tenía las cosas bajo control, pero en
esos momentos me di cuenta de que todo lo que había
construido se tambaleaba bajo mis pies.
¡Qué ilusas somos las personas! El mundo que gira a tu
alrededor y crees perfecto, siempre tiene una sorpresa
preparada para que te sientas insignificante y traicionado.
—Menuda zorra es Emily. Y pensar que algún día estuve
enamorado de ella… —dijo Josh volviendo hacia donde me
había quedado yo, estático, como la luna que nos miraba desde
el cielo, pensando lo flipadas que están algunas personas.
—Siempre he pensado que no la has querido.
—¿Por qué? ¿Crees que no tengo esa capacidad? La quise,
me enamoré como un tonto, pero ella poco a poco se encargó
de que perdiera el interés y acabara hasta sintiendo pena por
ella. Y mira, sí, siento mucha pena de que no sepa buscarse la
vida honradamente y tenga que hacer mierdas como esta por
dinero.
—Todos hemos hecho mierdas por dinero alguna vez.
—¿Cómo qué?
—Apostar en carreras ilegales esperando que alguien se
parta la crisma para llevarte un buen fajo de billetes calentitos
a casa.
—Yo no espero que nadie se parta la crisma, Evan, solo
que pierda y gane por quien he apostado.
—Sabemos que esto conlleva un riesgo. Hemos visto
gente morir y no hemos cesado en el empeño de seguir
haciéndolo. ¿Cómo crees que conseguí una buena línea de
crédito, Josh? Tuve que apostar muchas veces para mostrarle
al banco que tenía solvencia. Ahora sé que es dinero
manchado y me doy un poco de asco.
—Tú no has hecho nada malo.
—Cuando aposté la mayor cantidad de dinero que he
ganado de esta forma, apostando, vi dejarse la vida a un chico
de veinticinco años, Josh —grité.
—Pero no es culpa tuya.
—No directamente, pero si nadie apostara, si nadie viniera
a hacer estas cosas, se evitarían muchos accidentes
innecesarios. ¿No lo entiendes? —Cogí mi casco, que
descansaba en el suelo, a mi lado, y comencé a andar.
—¿Qué haces? —me gritó.
—Me voy a casa.
—¡Y una mierda, Evan! Si lo haces y me dejas tirado, juro
que subiré a mi moto y empezaré la carrera yo solo contra ese
cabrón.
—Lo harás en balde porque él ya habrá ganado —le dije
elevando la voz más de lo que me hubiera gustado.
—Pero no perderé mi orgullo como estás haciendo tú
ahora.
—Hay muchas maneras de recuperarlo, pero no de esta
forma. Aprecio mucho mi integridad física, Josh.
Will, alertado por nuestras voces, vino a ver qué nos
pasaba.
—Tenéis que poneros en posición, os estamos esperando.
¿Se puede saber qué cojones os pasa?
—Me retiro, Will, dale la enhorabuena a Alan y que
disfrute del dinero, pero a mí ahora mismo me interesan otras
cosas más valiosas.
—¿De qué cojones me estás hablando, Evan? La gente
que ha apostado por vosotros se volverá loca e irá a por
vosotros.
—¿Cuánto hay?
—¿Cómo? —dijo Will con un gesto descolocado.
— ¿A cuánto asciende lo que han apostado por nosotros?
—Medio millón.
—Bien, yo lo pagaré. Puedes devolvérselo a la gente. Y
dárselo a Ghost Rider de mi parte.
—¿Te has vuelto loco? No puedes hacer frente a tanto
dinero.
—Sí puedo, y no me arruinaré por ello.
Josh estaba atónito escuchándome decir aquello.
—Como subas a esa moto, e intentes largarte, te juro que
daré comienzo a la carrera con o sin ti —me amenazó mi
hermano.
—Sé que dije que cumpliría mi promesa de ayudarte, pero
en esto no puedo, hermanito. Lo siento. Si lo haces, es que tú
te aprecias poco. Debí ofrecerle el dinero de las apuestas a
Will antes de dejarme llevar por tus ganas de competir.
Josh no dijo nada más. Fue hasta su moto, la arrancó con
furia y avanzó hasta la posición de salida, donde un Alan
divertido y satisfecho de que fuera el único que parecía
dispuesto a competir, había ganado, pero solo dinero, nada
más.
Me vi obligado a correr para intentar detenerlo una última
vez, cuando unos metros más adelante, vi a Lucy con Betty y
Ben tapándose la boca con las manos.
—¿Quieres divertirte, pequeño Denver? —le dijo Ghost
Rider.
—Josh, no lo hagas, ya tiene lo que quiere.
—Sí, pero no tengo lo que quiero yo. —Le quitó la pata a
la moto y Alan hizo lo mismo.
—Corre todo lo que puedas, Josh porque eres hombre
muerto —dijo Alan haciendo rugir la moto y consiguiendo que
el corazón se me acelerara.
Dos segundos después, ambos apretaron el puño del
acelerador y se lanzaron a una carrera sin sentido.
Cuando volví la vista al lugar donde había visto a Lucy,
los tres habían desaparecido.
82
JOSH
Las llamas que desprendía el tubo de escape de la moto de
Ghost Rider intentando interceptarme eran de un color rojo
intenso, y cuando la carretera se curvó a la derecha, siguiendo
la ley de la fuerza centrífuga, le grité y este le asestó una
patada a mi moto con tal de hacerme perder el equilibrio. Pero
no lo consiguió, tan solo pudo adelantarme unos metros,
obligándome así a acelerar.
Alan invadió el carril por el que yo circulaba y me cerró el
paso, frenando después para obligarme a hacer un desvío
rápido al lado contrario. Pero este volvió a arremeter contra mí
y escuché el arañazo agudo del acero de un impacto de metal
contra metal.
No podía verlo, pero seguro que Ghost Rider estaba
sonriendo cuando me adelantó por el carril derecho al que yo
intentaba acceder. Cuando vi un hueco claro, aceleré y me
posicioné detrás de él para luego volver a colocarme en el lado
izquierdo en paralelo.
Sentí un dolor punzante en las costillas. Creía que ya
estaba recuperado, pero un esfuerzo como aquel aún generaba
una tensión en mi cuerpo. No obstante, mi ansia de ganar a
ese malnacido me hizo de morfina. A fuerza de golpes y
caídas aprendí a reconocer, que, tras un accidente, lo que
parece un ligero dolor, en realidad significa que algo se ha roto
o está seriamente dañado.
Miré en derredor, el todo o nada y el sofocante bochorno
de la noche eran mis únicos compañeros.
Alan volvió a la carga, empujando con su pie mi moto,
intentado hacerme caer a gran velocidad. Se disparó la alerta
de mis sentidos a pesar del embotamiento, pero en uno de
aquellos envites, lo consiguió: mi moto giró bruscamente
sobre su eje y se precipitó al suelo con el ruido mate de una
maza de carnicero sobre una pieza de res.
Me deslicé sobre el asfalto unos metros mientras mi moto
hizo lo mismo junto a mí hasta que se detuvo impactando
contra un árbol, haciendo que yo absorbiera toda la energía
cinética al clavarme el manillar en el torso.
El silencio solo quedó roto por el rumor del motor de
cuatro cilindros en línea de 1000cc.
A partir de ese momento solo escuché el latido de mi
corazón y cómo la sangre bullía por mis sienes.
Me quedé inmóvil unos segundos, intentado recobrar la
respiración. Luego estiré los brazos y moví las articulaciones.
Giré los pies, probando mis tobillos por si crujían o chirriaban.
Luego comenzó el dolor, al cabo de pocos minutos, pues
cuando la adrenalina del momento baja, el cuerpo se
derrumba.
Uno piensa que todo está en su sitio, pero solo es una
estratagema de nuestro cuerpo para salvar la situación, para
permitir la huida o terminar el combate.
Estuve allí tendido unos quince minutos, hasta que alguien
que reconocí de inmediato, a pesar de no poder moverme para
girarme y comprobar de quién se trataba.
—¡Josh! —la voz de Evan en un grito ahogado empezó a
tomar fuerza a medida que avanzaba hacia mí.
Corrió un último sprint hasta arrodillarse junto a mí.
—Estoy bien, joder —le dije antes de que se pusiera en
plan plañidera. Aún estaba enfadado con él.
—No, no lo estás, debe dolerte hasta el alma. Deberíamos
ir a un hospital.
—No te molestes, seguro que Sam ha llamado ya a una
ambulancia y el resto de gente está dispersando la zona. Tú
querías irte a casa, ya puedes hacerlo. Nadie va a morir esta
noche.
—Me quedaré aquí contigo.
—Quiero que te vayas, Evan.
—No.
—¡No me jodas! Esto es cosa mía, ¿no? Lárgate de una
maldita vez.
Sam no tardó en aparecer con la voz entrecortada por
haber corrido. Era buen motorista, pero el deporte a pie no era
lo suyo.
—He llamado a emergencias. ¿Cómo estás, tío?
—Estaré mejor cuando el capullo de mi hermano se
largue.
Y lo dije en serio. Quería que Evan se largara de allí, lo
creía un cobarde y me había decepcionado. Me había dejado
solo contra las cuerdas, y ahora no me servía de nada su
preocupación.
—No quiero irme, estoy preocupado. ¡Coño, Josh!
—Ya se ha ido todo el mundo. Will ha salvado la situación
y les ha prometido devolverles las apuestas. Eso sí, Emily se
ha llevado una gran suma de dinero. Cuatrocientos de los
grandes, hizo la apuesta más alta de la noche por su querido
Alan —dijo Sam silbando al final.
—¿No le has contado nada?
—¿Contarme el qué? —preguntó de nuevo Sam.
—Nada, tío, no es el momento ahora.
—¿Evan? —le preguntó a mi hermano.
—A mí no me mires, tu amigo es él.
—Lárgate de una vez, Evan. Como has dicho, mi amigo es
él. No te necesito aquí como si fueras una madre.
—¿Estás seguro?
—Sí, tengo tantas ganas de que te largues como de poder
quitarme el dichoso casco. Ya hablaremos.
—Cuéntame lo que te digan en el hospital —bufé y puse
los ojos en blanco. No quería seguir viéndole la cara. Se me
pasaría el cabreo en un par de días, pero en esos momentos
estaba aún muy jodido con mi hermano.
—Descuida, yo te llamaré luego —le dijo Sam,
convenciéndolo finalmente de que se marchara a casa.
—Está bien. Me voy —anunció sin muchas ganas de
hacerlo. Pero era lo mejor para él y para mí.
83
LUCY
Estaba contenta, muy contenta de que Evan se hubiera retirado
por sí solo y no tener que intervenir. Y esperaba que la
brabuconada de Josh no hubiera provocado nada grave.
Betty, Ben y yo volvimos a casa en Uber, apretujados en el
asiento de detrás. Ninguno quiso sentarse en el asiento de
copiloto, el conductor tenía un aspecto raro y preferimos ir
enlatados en la parte de detrás.
—¿Por qué hemos venido para largarnos tan rápido? —
dijo Ben, que ocupaba la mayor parte del asiento.
—Porque ya he visto que Evan estaba a salvo y no me
apetecía ver la carrera.
—Pero me habías prometido que sería divertido, y lo
único que he podido ver es cómo esos dos salían embalados.
—¿No te preocupa ni un poco qué ha pasado con Josh? —
me dijo Betty algo extrañada.
—Intento no pensar en ello.
—No sé, para lo que hemos visto, no deberíamos haber
venido —añadió Ben que, a las claras, estaba enfurruñado.
—¿Acaso mi tranquilidad mental no vale?
—No es como me lo has vendido, además he perdido tres
mil dólares por tu culpa —volvió a hablar Ben.
—¿Cuándo has apostado? —preguntó Betty, yo también
quería saberlo.
—Cuando he ido a echar una meadita alguien me ofreció
apostar en el último momento y le extendí un cheque al
portador. He de confesar que cuando Evan no parecía
dispuesto a competir me he molestado un poco. Me habían
asegurado ganar algo de dinero si apostaba por ellos.
—¿Has dado a alguien desconocido un cheque de tres mil
dólares sin consultarme? —Betty puso el grito en el cielo.
—Pensaba que era una buena inversión.
—No te preocupes, yo os devolveré el dinero en cuanto
pueda.
—¿Tú? No te preocupes, no tienes que pagar las tonterías
de mi marido.
—Ha sido culpa mía por traeros aquí, insisto.
—Y yo te digo que no.
—Bueno, Betty, si insiste…—dijo Ben ganándose un
codazo de Betty.
—Tú, cállate, ya hablaremos luego —le dijo después.
—Nos ha visto —dije algo triste.
—Eso creo, deberías despedirte de él, ¿no crees?
—No estoy preparada para eso, Betty. Es mejor para los
dos que las cosas se queden así. No quiero caer en tentaciones.
—¿Tentaciones? Lucy, debes decirle que te vas de la
ciudad, darle alguna explicación, las cosas no se hacen de esa
forma. Es Evan, me llamará y yo tendré que decirle algo…
—Lo sé, pero confío en que no le dirás que estoy en Los
Ángeles con vosotros.
—No puedo prometerte eso, sabes que él es tan amigo mío
como tú y me siento responsable.
—Tú no tienes culpa de nada.
—Lo siento, Lucy, quiero que respetes que yo también
tengo opiniones y puedo tomar mis propias decisiones. Hasta
ahora he mantenido la boca cerrada y he intentado apoyarte,
pero no apruebo la manera en la que quieres hacer las cosas.
—Vale, entonces déjame que lo arregle. Pero no sé si lo
encontraré en su casa, es más de media noche y mañana
tenemos que irnos pronto al aeropuerto. ¿Te vale si le mando
un mensaje?
—No, no me vale, Lucy. Puedes enviarle uno para quedar
con él, pero nada más.
—Lucy, hazlo, no sabes cómo es cuando se enfada —dijo
Ben.
—Sí, lo sé, y te compadezco.
—Idos a la mierda vosotros dos. La única que tiene dos
dedos de frente aquí soy yo. Y más os vale hacerme caso.
—Igual tienes razón. Debería devolverle algunas cosas.
¿Cuánto queda hasta nuestra casa? —le pregunté al conductor.
—Una media hora.
Saqué las manos de entre la masa corporal de Ben, que me
tenía comprimida contra la ventanilla, y saqué el móvil de mi
bolso. Escribí un par de mensajes rápidos y otro a Evan que no
tardó en contestar.
Yo: ¿Podemos vernos?
Evan: ¿Por qué te has ido así?
Yo: No quería ver esa carrera, solo comprobar que tú no te
ponías en peligro. ¿Cómo ha quedado Josh?
Evan: Ha caído, pero está bien. Sam se ha quedado con él,
estaba a punto de coger la moto para volver a casa.
Yo: ¿Qué tardas?
Evan: Una hora aproximadamente.
Yo: Nos vemos entonces. Tengo que contarte algo.
Evan: Ok. Pensaba que no querrías verme más.
Yo: Luego hablamos.
Evan estaba en lo cierto, no tenía pensado verlo más, solo
desaparecer. No estaba en condiciones de bajar la guardia y
dejarme llevar por la pena y sus encantos. Tenía algo que
hacer antes de despedirme de él y marcharme al día siguiente a
California.
84
EVAN
Eran casi las dos de la madrugada y Lucy todavía no había
aparecido.
Sam me había llamado hacía cuarenta y cinco minutos
diciéndome que Josh estaba bien y que le iban a hacer unas
placas para descartar hemorragias internas, pero que todo
parecía indicar que estaba bien y respiré aliviado.
Me abrí una cerveza y dejé que Neil se acurrucara sobre
mí mientas escuchábamos música suave.
Aún estaba intentando recuperarme de todo ello. Seguía
alterado y emocionalmente hundido. Esos cabrones me habían
costado la friolera de medio millón de dólares y encima había
manchado mi buen nombre de tipo duro en la comunidad
motera. Si lo pensaba fríamente, tampoco me importaba tanto.
Lo único que quería era hacer borrón y cuenta nueva y ver a
Lucy para aclarar las cosas. Estaba enamorado, demasiado
para ser yo. Y confiaba plenamente en que a partir de ese
momento sí pudiéramos comenzar de cero de manera
definitiva.
La espera me estaba machacando y temía que se hubiera
echado atrás y pasar la noche en vela dándole vueltas a la
cabeza y machacarla a mensajes desesperados, pero de pronto
tocaron a la puerta. Había avisado que si venía la dejaran
pasar.
—Hola —dije con aire conciliador cuando abrí la puerta.
—Hola —me contestó. Portaba en la mano la chaqueta y
el casco que le había regalado.
—Sí, lo siento, me he quedado tonto mirándote, eres tan…
guapa.
—No hagas eso, Evan. No pongas las cosas más difíciles.
—¿Difíciles? —dije cerrando la puerta cuando ella pasó.
—Solo he venido a despedirme y a devolverte esto. Me
voy de la ciudad. —Extendió los brazos para entregarme lo
que llevaba con ella.
—¿Cuándo?
—Mañana, a primera hora tengo un vuelo a Los Ángeles.
Me voy con Betty. Ben me ha ofrecido un puesto de becaria en
su empresa.
—¿Así, sin más?
—Sí, necesito escapar de todo esto.
—¿Escapar de mí, Lucy?
—No, Evan, escapar para volver a ser yo. Empezar de
cero, pero no contigo.
—¿Por qué? ¿Qué he hecho yo aparte de quererte?
—Eso es lo que tú crees, pero tú y yo nos retamos a que
ganara el mejor y en pos de que no lo ha hecho ninguno, es
mejor que uno de los dos ponga tierra de por medio.
—¿Me estás diciendo que tú aún seguías con ese estúpido
juego? Solo fue un calentón de dos personas orgullosas,
pensaba que habías sido sincera todo ese tiempo, que de
verdad sentías algo por mí.
—Siento que no haya sido así. Por eso he venido, para
devolverte tus cosas, yo no las merezco ni las necesito.
—Puedes quedártelas, Lucy, puedes hacer con ellas lo que
quieras. Tirarlas en un contenedor al salir, por ejemplo, tal y
como estás haciendo conmigo.
—No te estoy echando de mi vida como a la basura, Evan.
Tal vez yo esté más llena de deshechos que tú.
—El único que se siente como tal soy yo, me siento como
si ya no valiera nada para nadie. Ni para ti, ni para Will, ni
para mi hermano.
—Evan, vales muchísimo, eres una persona noble y
generosa, créeme que lo sé y siento mucho que te sientas de
ese modo. En parte me siento culpable.
—¿Tú? ¿Por qué? Tú solo has actuado según tu corazón y
yo según el mío. La diferencia es que yo me he enamorado de
ti y tú no de mí, soy el único que no soy digno de nadie, solo
de mi gato.
Neil maulló al otro lado del salón, reclamándome, y los
dos lo miramos.
—Sigo sin caerle muy bien.
—Eso es porque tiene el conocimiento de un gato.
—Evan…
—Lucy, no puedo evitarlo. Te quiero y no quiero que te
marches. Quédate conmigo, puedes mudarte aquí, yo cuidaré
de ti.
—No, Evan, vuelves una y otra vez a lo mismo. No tienes
que cuidar de mí ni intentar enamorarme. Tú tienes tu vida y
yo quiero empezar la mía.
—¿No puedo hacer nada para retenerte?
—No, la decisión está tomada.
Le cogí la mano y la escuché suspirar con la mirada
agachada, tímida, tal y como la recordaba las primeras veces.
—Lucy, mírame.
—No puedo, Evan. Me duele mirarte y saber que te he
infligido daño.
—Lo único que has hecho es enseñarme que aún tengo la
capacidad de amar. Creía que jamás iba a conseguir que eso
pasara y deberías estar orgullosa.
—No está bien enamorar a alguien si no estás dispuesta a
dar lo mimo.
—Cuando uno se arriesga en esto del amor, siempre hay
uno que acaba mal parado, pero me alegro de haber sido yo y
no haberte decepcionado.
—¿Te he decepcionado, Evan?
—No, no me has decepcionado, no puedo obligarte a
sentir lo mismo por mí.
—Me haces sentir cosas, pero son confusas para mí.
—¿Y no crees que, si te quedas, quizá puedas aclararte si
me das un poco más de tiempo?
—Evan, yo… simplemente no puedo quedarme.
—¿No puedes o no quieres?
—Las dos cosas.
—Entonces no voy a retenerte más —le solté la mano.
Estaba cansado de rogar.
85
LUCY
La mentirosa más grande de la tierra era yo.
Estaba convencida que, si me sometía a un polígrafo que
detectara la verdad, explotaría en medio de la sesión por
exceso de falacias.
Estando allí de pie, en el ático de Evan, con su mano
aferrada a la mía, con carita de pena negra, me entró una cosa
por el cuerpo difícil de explicar.
Le había confesado que el día que nos declaramos la
guerra en la puerta del hospital para ver quién ardía primero,
me lo había tomado al pie de la letra. Y así era. Estaba allí
para comprobar de primera mano, que, en efecto, Evan estaba
chamuscado y hecho polvo con premeditación y alevosía.
Pero cuando me soltó la mano, me sentí más desprotegida
que nunca sin su contacto.
¿Qué clase de persona era yo si me quedaba? No era una
opción, era imposible. Tenía otros planes, había tomado una
sucesión de decisiones que me conducían a cualquier parte de
Estados Unidos menos allí. Había cumplido un ciclo.
—¿Puedes invitarme a una cerveza? —dije. La necesitaba
a pesar de que estaba alargando la agonía.
—Claro, sírvete tú misma —me dijo dándome paso a la
cocina.
—Gracias.
—Coge otra para mí —me dijo. Pero vi que sobre la
encimera rezaban dos más vacías y estaba en el sofá apurando
la tercera.
—¿No crees que has bebido demasiado?
—¿Y te importa eso mucho ahora, Lucy? Cada uno
sobrelleva las cosas de diferente manera. Yo bebo cerveza
hasta que me vence el sueño para dejar de pensar y otros se
mudan a cuatro mil quinientos kilómetros de su casa.
—Nueva York no es mi casa.
—Pero podría haberlo sido. Yo podría ser tu casa si me
dejaras.
—Igual ha sido mala idea quedarme a tomar la cerveza.
Será mejor que me vaya. —Cerré la nevera de golpe y escuché
cómo los botellines se tambalearon en su interior.
—Joder, perdona. No te vayas todavía. Quédate.
—¿Estás seguro?
—Sí, muy seguro.
—Está bien. —Volví a abrir la nevera y cogí dos
botellines.
—El abridor está en el primer cajón —me dijo. No me
había quitado la vista de encima.
Abrí las cervezas y fui hacia el salón para sentarme a su
lado. Le tendí el botellín y se lo llevó de inmediato a la boca.
—¿Puedo? —dije con la intención de quitarme las
chanclas para estar más cómoda con los pies sobre el sofá. Él
asintió.
—He hecho el pringado esta noche, Lucy.
—¿Por qué? Yo creo que has hecho lo correcto.
Lo creía, pero me sentía tremendamente culpable.
—No, lo correcto hubiera sido seguir a mi hermano,
intentar vencer. Sentí miedo, pero me acabo de dar cuenta de
que el temor que sentí en el Valle no era nada comparado con
el que tengo ahora.
—¿A qué temes ahora?
—A vivir con el corazón roto.
—Te repondrás de ello, nadie muere por amor.
—No físicamente, pero sí un poquito por dentro.
—¿Tanto crees que te costará olvidarme?
—Es la primera vez que he sentido algo así por nadie y
creo que me quedaré tocado para siempre. No creo que tenga
cojones de volver a arriesgarme. Mi destino es pasar las
noches solo en el palco de mi local y divertirme con alguna
mujer que quiera pasar el rato. Antes me parecía el mejor de
los planes, ahora me resulta hueco y vacío.
—Nunca he pensado que eso fuera una mala opción en la
vida. Quizá el problema es que ambos nos hemos arriesgado a
un imposible.
—Imposible no hay nada, Lucy.
—No, sobre todo las cosas que uno desea.
—¿No me has deseado nunca? —Me miró. Tenía los ojos
enrojecidos y cansados.
—En el plano sexual, sí. Eso no puedo negártelo.
—¿Y ahora? ¿Follarías conmigo por compasión?
—¿Me lo estás pidiendo?
—Te lo estoy preguntando.
—Si lo hiciera sería porque me apetece, nunca por
complacerte o darte consuelo.
—¿No te doy pena?
—No, no me das pena. Me da rabia verte así porque no es
tu forma de ser. No puedo haberte hecho tanto daño, Evan.
Nunca me entregué del todo, te has creado falsas ilusiones.
—Esa es la sensación que he tenido siempre contigo, que
te escurrías, que me evitabas, pero me buscabas al mismo
tiempo.
—Quizá no quería verme como te ves tú ahora.
—Entonces ya puedes decir que has ganado tú. Te felicito.
—Volvió a beber.
—Hemos ganado los dos. Con mi marcha ambos
recuperaremos la tranquilidad que nos merecemos.
—¿Eso crees?
—Firmemente.
—¿También vas a despedirte de Josh?
—No, no creo que sea necesario.
—Entiendo.
—¿Qué es lo que entiendes? Habla claro. Di todo lo que
tengas que decir. Desahógate, Evan, estamos en el tiempo de
descuento.
—¿Por qué lo has hecho? ¿Qué has sacado de todo esto?
Sé sincera.
No podía, no podía serlo porque corría el riesgo de que me
tirara por la terraza.
—No lo sé, supongo que quería demostrarme algo a mí
misma.
—¿El qué?
—Controlarme y hacer algo que me ayudara a liberar
algunos traumas.
—¿Traumas? ¿Quieres decir que tú te has desprendido de
ellos provocando otros a las demás personas?
—Dudo mucho que haya desbloqueado algún trauma en
Josh o en ti. Sois más fuertes que yo.
—Creo que no. Mírate a ti y luego a mí. Tú estás más
entera, como si la cosa no fuera contigo. —Se giró hacia mí. A
pesar de su aspecto desmejorado, estaba guapo a rabiar.
—Intento mantenerme firme por los dos porque sé que es
lo mejor.
—Bésame.
—¿Cómo?
—Que me beses. Si tan firme eres podrás soportarlo.
—Puedo, pero no quiero, no creo que sea una buena idea.
—Yo te he hecho algunos regalos, podrías concederme el
último beso.
Podía, pero no me gustaba dar besos de Judas.
—¿Quieres cobrarte los regalos que me has hecho sin que
nadie te los haya pedido con un beso? He venido a
devolvértelos.
—No los quiero, quiero besarte, Lucy.
—Pero yo no quiero que lo hagas. No te doy permiso.
—Puedo robártelo, no me importa quedar como un cerdo.
—Estás borracho.
—No, estoy jodido, Lucy, muy jodido, y me prometiste
que no me romperías en pedazos. Me lo debes.
—Es imposible cumplir todas las promesas, y no te debo
nada.
—Entonces tendré que cogerlo por mi cuenta y riesgo.
Evan se acercó peligrosamente a mí.
—No te atrevas, Evan Denver.
—Evan Derek Denver. Cuando pronuncies mi nombre
completo, hazlo bien.
No me dio tiempo a contestar. Evan se abalanzó sobre mí
y me atrapó los labios con su boca. Los succionó tan fuerte
que me fue casi imposible liberarme. No tuve más remedio
que corresponderle y que ardiera Troya una última vez.
Era irresistible para mí, una autentica debilidad. Una
maldita tortura tenerlo tan dispuesto a darme placer que podía
considerarse delito rechazarlo.
Estaba tan enfangada y ambos necesitábamos un alivio a
nuestros quebraderos de cabeza, que me lo tomé como un
premio al trabajo bien hecho, por muy egoísta que sonara.
Follar con Evan una última vez era una prima de
productividad.
—Vas a arrepentirte de marcharte y de haberte presentado
sin sujetador —me dijo liberando mis tetas del top negro de
tirantes que llevaba.
—Nunca doy un paso atrás, Evan. No empieces algo que
no vas a poder soportar perder para siempre —dije entre
gemidos cuando apresó uno de mis pezones con su boca para
succionarlo y estimularlo con su lengua, haciendo círculos en
mi aureola y alrededor de él.
—Mi cabeza piensa en el ahora y en que te tengo una vez
más relegada al placer. Me encanta cómo te pones cuando te
toco.
—Joder, Evan.
Me estaba castigando los pezones de una forma tan
placentera y dolorosa a la vez, que pensaba que los botones de
mi short vaquero iban a salir disparados por la excitación de
mi entrepierna. Pero él no dejó que eso sucediera, comenzó a
desabrocharlo y lo deslizó hasta el suelo con mis bragas.
—Acuéstate y ábrete de piernas.
Hice lo que me pidió. Tenía razón cuando me dijo que se
lo debía, le debía eso y mucho más.
Me abrí todo lo que pude para que buceara entre mis
piernas y me lamiera tan bien como sabía hacerlo.
Su lengua de arriba abajo, mezclando mi propia excitación
con su saliva, toques suaves en mi clítoris para luego volver a
lamer mi sexo como si estuviera exprimiendo una papaya con
los dientes. De nuevo se concentró en mi clítoris hinchado,
succionándolo con fuerza, lamiéndolo en círculos y volviendo
a succionar mientas yo lo apretaba contra mí agarrándolo del
pelo.
—Sí sigues así voy a correrme.
—Hazlo, Lucy, me gusta ser generoso.
Lo sabía, sabía que había asumido el medio millón de
dólares que había en las apuestas a su favor y que Ben iba a
recuperar esa pasta para tranquilidad de Betty. Era generoso
hasta decir basta en todos los sentidos.
—No puedo más —dije cuando aumentó el ritmo de los
latigazos que me estaba dando con su lengua, y me derramé en
su boca retorciéndome entre convulsiones de placer.
Bajé las piernas para recuperarme, y vi que Evan se
deshacía de la ropa para resarcirse él.
No opuse resistencia, cerré los ojos. Quería sentirlo dentro
de mí, abrazarme a su cuerpo atlético, que mi entrepierna se
tragara su erección enroscando mis piernas en su cintura.
Morir matando.
Cuando su polla se deslizó dentro de mí, entrando solo un
poco, lo escuche sollozar.
Abrí los ojos para mirarlo. Tenía lágrimas cayéndole por
las mejillas. Jamás había visto a un hombre como Evan
Denver llorar de aquella forma tan amarga y silenciosa a la
vez.
—Evan, para.
—Olvídalo, no voy a parar. Necesito sentirte una vez más.
—Evan, cuando salga de tu casa dejaremos todo esto aquí,
en este punto de no retorno.
Él asintió, mordiéndose el labio con tanta fuerza que se le
tornó blanquecino. Estiré el brazo y recogí una de sus lágrimas
para llevármela a la boca.
—Todo tú sabes tan bien, que hasta las lágrimas dejan de
ser saladas y parecen gotas de miel.
86
EVAN
Enredado en su cuerpo tenso y dulce, apretándome contra ella
en el sofá de mi casa, todo lo demás desapareció a mi
alrededor.
Su olor, su sonido y la forma de llevarse una de mis
lágrimas a la boca para lamerla, hizo que mis embestidas
fueran fuertes y erráticas.
Lucy estaba empapada, recién corrida y sudada. Toda
resbaladiza y atrayéndome más adentro.
Sus piernas me abrazaban la cadera. Las cogí, las llevé a
mis hombros y ella me clavó las uñas en los brazos.
La dejé hacer. Quería que me marcara, que me dejara algo
que siguiera estando allí al día siguiente.
Ella me apretó con más fuerza y sentí que nuestras
respiraciones se aceleraban al mismo tiempo.
Hice las embestidas más profundas, levantándola del sitio
con cada empujón. Yo ya estaba justo al borde del clímax en el
preciso instante en que ella pronunció mi nombre y no pude
contenerme más.
Era el fin, el adiós definitivo mientras me derramaba
dentro de ella.
Después acerqué mi cara a la suya, nuestras narices se
tocaron y nuestros cuatro ojos azules se distorsionaron a la
vista. Nuestras respiraciones seguían siendo rápidas y nos
costó recobrar el aliento.
Tenía la boca seca, me dolía todo el cuerpo, estaba
agotado.
El silencio cayó sobre nosotros durante varios minutos y
me pregunté si ella, tal vez, había cambiado de opinión en ese
intervalo de tiempo. Pero me soltó las manos, que en ese
momento estaba agarrando con fuerza, e intentó incorporarse.
—No te vayas.
—Voy a hacerlo, Evan. Es tarde, tengo que estar en el
aeropuerto en menos de cinco horas.
—No voy a poder retenerte, ¿verdad?
—Nadie puede.
La vi colocarse bien el top y recoger sus bragas y el
pantalón del suelo. Se vistió mientras yo la miraba, no podía
dejar de hacerlo. Metió los pies en las chanclas y se recolocó
el pelo.
—¿De verdad es el fin?
—Evan, ya te lo he dicho, no te tortures más. Acéptalo, es
lo mejor para todos.
—Es lo mejor para ti.
—¡Es que yo soy mi todo! —gritó exasperada.
—Entonces espero que tengas buena suerte. No se puede
luchar continuamente solo en esta vida.
—La suerte hay que buscarla, Evan. No viene a tocar a la
puerta de tu casa. No soy una niña que cree en cuentos de
hadas.
—No me cabe duda, los niños son inocentes y tú careces
de esa virtud. Eres una pirómana que enciende fuegos difíciles
de apagar.
—He tenido un buen maestro. —Fue hasta la puerta, pero
la llamé una última vez para que se llevara lo que era suyo. No
lo quería en mi casa.
—Llévate el casco y la chaqueta, no me hagas encima ese
desprecio. Puede que te haga falta en un futuro.
Ella retrocedió, lo cogió y volvió hasta la puerta.
—Espero que te vaya bien, Evan.
Asentí y no dejé de mirarla hasta que salió y cerró la
puerta tras de sí.
Y no sé por qué, pero tuve la certeza de que aquello no iba
a ser el fin, aunque ella hubiera afirmado que sí.
Paraíso
1

Tres años después. Miami, Florida.

Sentada en mi sala de estar, leyendo un libro recostada en


el sofá, comienzo a sentir que me suda la frente. En Miami
hace un calor de mil demonios y, como el resto de mortales en
esa ciudad, me levanto y decido ponerme el bikini y salir a mi
amplia terraza a tomar el sol antes de la entrevista con María
Polo para su programa de actualidad este miércoles por la
tarde.
Con el bikini puesto, miro mi figura en el espejo, estoy
satisfecha con todo el esfuerzo que he hecho en el gimnasio
durante todo el año. Salgo a la terraza con un zumo de piña
con un toque de vodka y me tiro en la tumbona de diseño.
Le doy un sorbo a mi bebida fresquita y me pongo las
gafas de sol, no puedo imaginar una vida mejor que aquella.
A mi llegada, hacía ya dos años, pues pasé un año en Los
Ángeles trabajando como una simple becaria en la empresa del
bueno de Ben Clarson, algunas personas del panorama de la
noche en Miami, me reconocieron. Aquella sesión fotográfica
para The Hell, seguía para aquella gente grabada en la retina,
pues admiraban el local de mi querido Evan y tenían
guardadas algunas publicaciones en Instagram, como el vídeo
y algunas fotos de aquella campaña.
La vida aquí me ha tratado bien. Había hecho un gran
sacrificio para llegar donde estaba en esos momentos, pero
aquella sesión que en Nueva York no supuso absolutamente
nada para mi carrera profesional, aquí empezó a abrirme
algunas puertas en sesiones para pequeñas empresas locales
hasta que decidí abrir mi propio negocio.
Paraíso, es un local de moda en la ciudad y su dueña, yo,
una de las mujeres más influyentes del mundo elitista desde
hace un año. Todo un referente nocturno, donde la salsa, la
bachata, los bailes caribeños y el reguetón se entremezclan con
espectáculos ardientes y apasionados, como mis clientes más
selectos.
Mi móvil comienza a sonar, es mi asistente, Carlos.
—Dime, cielo.
—El coche pasará a recogerte en una hora, han adelantado
la grabación porque el titiritero del parque que se hizo viral ha
ingresado con una peritonitis aguda y les ha quedado el hueco
libre.
—De acuerdo. Estaré lista, dales el ok.
Me levanto, apuro el zumo y entro dispuesta a darme una
ducha rápida y elegir el outfit.
A la hora prevista, el conductor toca el interfono de mi
ático en Brickell y bajo dispuesta a comerme el mundo. A
contar un poco de dónde vengo y cómo he conseguido
hacerme con un negocio próspero en el mundo de la noche.

Estudios de Miami TV

Me encanta estar aquí. Esta cadena es buque insignia de


un grupo de diez canales diseñados para el entretenimiento
más puro. Algo que yo sé hacer muy bien, aunque siempre
obtengo algo de beneficio mientras disfruto de lo lindo.
—Lucy Moore, es todo un honor tenerte aquí con nosotros
esta tarde. —María Polo, aún con el babero que le habían
colocado en maquillaje para no manchar el precioso vestido
verde esmeralda que llevaba, viene a saludarme.
—Gracias a ti por invitarme.
—Es lo menos que puedo hacer después de la buena
organización que hizo tu local el día de mi aniversario. Eres la
mejor, todo el mundo debería conocer la mejor sala de fiestas
de Miami.
—No me quejo, pero algo más de clientela nunca viene
mal.
—Muy bonito ese vestido rojo que llevas, te sienta
fantástico, querida.
—Gracias, María, eso es que me ves con buenos ojos.
—¿Puedo preguntarte si hay algún papito rondándote por
ahí?
La primera vez que escuché esa palabra me hizo mucha
gracia cuando me explicaron su significado. Mucha gente de
Miami, como María, que es descendiente de cubanos, utiliza
ese tipo de jerga y resulta encantadora.
—De momento no, pero sé divertirme estando soltera.
—No te lo discuto, a veces es mejor usar y tirar y no
complicarse la vida.
Un regidor la llama al otro lado y atiende a lo que nos está
diciendo.
—Disculpa, empezamos en diez minutos. —Se quita el
babero, hace una bola y alguien le pasa una botella de agua—.
Dale otra a Lucy, estará seca por los nervios.
—Estoy bien, gracias.
—Yo sigo poniéndome nerviosa antes de grabar.
—Normal, tú eres la estrella.
—Tonterías. —Hace un ademán con la mano—.
Deberíamos sentarnos en el set.
—Lo que me pidas.
Ambas tomamos asiento. El decorado tal y como se ve en
la televisión parece más grande, pero en realidad es una pared
de pladur móvil en forma de hexágono con los dos sillones de
mimbre blancos característicos del programa con cojines
floreados. El techo del plató es tan alto, que parece que sea
infinito y no sabes dónde termina.
María habla con alguien del programa y le hace el ok con
el pulgar. Después me mira y me dice que, tras la cabecera,
empezamos a grabar. Yo asiento.
—Bienvenidos a La tarde es tuya, hoy empezamos el
programa con una entrevista muy especial a una mujer que ha
cambiado el concepto de la noche en Miami con su innovador
local, Paraíso, la casa de muchas fiestas de famosos y gente in
de la ciudad. Lucy Moore.
En una pequeña pantalla, veo que la cámara me está
enfocando ahora a mí.
—Es un placer estar sentada frente a ti para contarte todo
lo que quieras saber sobre mí, María.
—El placer es nuestro, querida. —Sonríe complacida—
Cuéntanos, ¿cómo se te ocurrió un local de esas
características? Uniendo lo tradicional en el mundo latino con
un sinfín de espectáculos de variedades que casi rozan lo
erótico.
—La respuesta es fácil, porque una vez conocí el infierno
y aprendí de los mejores.
—¿Dónde está ese infierno?
—En Nueva York, así que era justo abrir un paraíso aquí,
en Miami.
—¿Te refieres a The Hell? Ese local que pegó fuerte en la
Gran Manzana y que sigue en activo a día de hoy con una
oferta de ocio más que atrevida.
—En efecto, María. Todo lo que soy se lo debo a Evan
Denver, a su hermano Josh y a una buena amiga.
—Entiendo, ¿crees que el apoyo de los amigos es
importante para tener éxito en la vida?
—Sí, sobre todo de las amistades femeninas. Nadie nos
puede entender mejor que alguien que comprende nuestra
manera de ver la vida.
—¿Hay diferencias entre los hombres y nosotras en cuanto
a maneras de ver la vida? —María rio.
—Supongo que dependerá de las personas, pero créeme
que hay hombres que se merecen una buena reprimenda a
veces. —Esbozo una sonrisa triunfal.
Sé que en un momento de esta historia dije que la estaba
contando a pecho descubierto, sin omitir nada, (véase capítulo
51), pero aprendí que siempre hay que tener un as en la manga
si quieres sorprender a tu público, como sucedía en The Hell,
donde siempre pasaban cosas sorprendentes e improvisadas.
—En eso no voy a quitarte la razón, Lucy. Y dinos, ¿cómo
consigue una mujer de Colorado con veinticinco años, dinero
suficiente para emprender un negocio de tal magnitud en el
Mall más famoso y grande de la ciudad?
—Es una larga historia, pero la resumiré diciendo que hice
unas buenas inversiones. A veces solo necesitas trazar un plan,
seguirlo sin salirte del camino, aunque las cosas se pongan
difíciles y los sentimientos puedan aflorar. Y, por supuesto,
escuchando los consejos de otras personas que tienen más
experiencia que tú a la hora de invertir bien tu tiempo y tus
virtudes.
—¿Los consejos de esa amiga que mencionas?
—Sí, por supuesto.
—Ahora, les dejamos con unos comerciales, pero no se
despeguen de la pantalla, porque nuestra invitada tiene mucho
más que contar después de la publicidad —dice María sin
perder la sonrisa hasta que estamos fuera de emisión.
—Disculpa, tengo que ir al baño, no debí beber tanta agua.
—Tranquila.
Me quedo sola y… ¡Ups! Os estaréis preguntando de qué
narices estoy hablando en la entrevista.
Perdonad que haga una pausa para recuperarme y hacer un
poco de memoria. Ah, sí. Capítulo 36, ¿lo recordáis? Emily y
yo en el baño de The Hell, en la presentación de mi vídeo…
pues, no he sido tan sincera como creíais, pero si lo hacía, mis
planes y los de Emily, no hubieran salido tan bien como lo han
hecho.
—No lo había visto de ese modo —Me llevé una mano a la
barbilla, pensativa, y levanté la vista—, aun así…
—Menos mal que he venido esta noche a salvarte yo,
confía en mí y únete a mi girl power.
Después de aquello, decidí escucharla un poquito más y
acabó convenciéndome del todo. Aunque tengo que decir que
me tenía pillada por los ovarios.
—Suena bien, pero no tengo muy claro lo que tengo que
hacer ni el beneficio real de todo esto.
—Solo déjate llevar y sigue mis instrucciones cuando te
las vaya dando. Los detalles del plan déjamelos a mí. Podrás
largarte con un buen dinero que te cubra las espaldas y
totalmente indemne, como una víctima más de todo esto. Solo
necesito que digas que sí.
—Sí, digo sí. Estoy harta de que la gente crea que soy una
fracasada, que no se hacer nada y se rían de mí como lo ha
hecho Evan. Me lo debo, podré empezar una nueva vida con
ese dinero e invertirlo bien.
—Eso sí, no caigas en las redes de lo sentimental o todo
se irá a la mierda y no me dejarás más remedio que
inculparte. Si me ayudas, seré generosa, si me fallas,
despiadada. Lo tengo todo grabado.
Sacó su móvil y me enseñó cómo estaba corriendo por la
línea de grabado el tiempo antes de darle al botón de stop.
Luego se debió enviar una copia de seguridad al wasap. Todo
eso delante de mis narices, porque yo había perdido toda
capacidad de reacción.
—¿Por qué iba a fiarme de ti después de todo? Puedes
acabar traicionándome y largarte con ese dinero tú sola con
esa grabación en tu poder.
—Ya te lo he dicho, tendrás que confiar.
—Ahora me estás obligando con esa grabación, no es lo
mismo.
—Porque te necesito. Evan está muy encoñado contigo,
Lucy. Hará todo lo que le digas, jamás lo he visto así con
nadie, y a Josh, muy a mi pesar, tampoco. Eres una pieza clave
en todo esto. Lo entenderás a medida que avance el plan. No
me importa quedar como la mala, pero tú tendrás que hacer
ver que lo soy, dar veracidad a mis malas intenciones y que
acaben soltando la pasta para protegerte y protegerse ellos.
—¿Y cuándo se supone que sabré que todo es parte de la
estrategia? Me refiero a, ¿cuándo sabré que lo que está
pasando es parte del plan?
—Para que sea lo más real posible, es mejor que no sepas
nada, ya te lo he dicho. Sal con Evan, pero eso sí, si te pide
que vayas con él a una de las carreras debes avisarme. Ahí es
donde mi amigo entra en juego.
—Me estoy asuntando, pero… ¿de qué cantidad estamos
hablando si todo sale bien?
—Rondará los cuatrocientos mil, que podremos repartir
entre dos. Sé más o menos lo que Evan recauda en efectivo en
el local un fin de semana. La gente suele pagar casi siempre
con tarjeta. Podremos duplicar las cantidades en un par de
carreras, pero luego tendremos que huir de la ciudad los tres.
Alan, tú y yo.
—¿Y tu amigo?
—Mi amigo lo hace por mí, es mi Evan particular. Él
sacará un buen dinero por otro lado.
—Suena tentador, es mucha pasta.
—Con suerte algo más. No te queda más remedio, Lucy,
siento decirlo, pero te has acostado con el hombre
equivocado. Si no lo haces, también vengaré mi orgullo
delatándote con la grabación donde claramente ya estás de
mierda hasta el cuello.
—Eres una cabrona, ¿lo sabías?
—Una cabrona a la que el último golpe no le ha salido
bien. No me lo tengas en cuenta. Pero te prometo que no te
fallaré y me lo agradecerás cuando te largues de la ciudad
con toda esa pasta en el bolsillo.
Tuvo razón. Tras aceptar el reto, muchas veces sentí que
aquello se me escapaba de las manos, soy humana, no de
piedra, pero no sucumbí del todo a los encantos de los Denver,
solo me divertí un poco y fui plenamente consciente de a qué
profundidad podía enterrar mis escrúpulos. A nadie le amarga
un dulce, y me llevé unos buenos polvos por delante.
Mi misión era volverlos locos, enfrentar a esos dos
hombres que, a las claras, eran unos controladores que solían
dar por hecho que las mujeres iban a caer rendidas a sus pies.
Y por desgracia, su particular lucha, se les volvió en contra.
¿Me arrepiento? Un poquito, sobre todo por Betty. Que, a día
de hoy, cree que hice unas buenas inversiones gracias a lo que
aprendí como becaria para la empresa de su marido, las cuales
me dotaron de una pasta gansa. Y en parte lo hice, invertí un
poco en una empresa externa con los conocimientos
adquiridos y me llevé cien mil dólares más a mi haber antes de
despedirme de ellos. Pues al mismo tiempo que yo
abandonaba el nido definitivamente, Ben anunció que se
tenían que mudar a Japón por negocios.
Os podéis imaginar la cara de Betty cuando le dijo
aquello, pero como buena esposa resignada que es, empaquetó
todas sus cosas y se marchó al país nipón, donde ha abierto un
local americano que es la sensación por sus hamburguesas
grasientas y los aros de cebolla picante. Le va bien, y
hablamos por Skype una vez a la semana. Es la jodida reina
del pollo frito en Osaka.
Un año en el que ni Evan ni Josh se pusieron en contacto
conmigo ni con Betty. O por lo menos es lo que ella me dijo
durante todo ese tiempo que viví en Los Ángeles, como una
pobrecita que jamás había roto un plato.
Pero pena, lo que se dice pena, por los Denver… no,
sinceramente.
Me pilló en un momento malo de mi vida y no me
considero una estafadora porque ese fue mi único y gran golpe
y no ha supuesto ningún agravio para ellos en lo económico.
A veces entro en las redes sociales de The Hell y, por lo
visto, va a abrir otro local en un lugar secreto del país que aún
no han querido revelar. Debe de irle muy bien, así que ojos
que no ven corazón que no siente.
Emily sigue buscando fortuna en camas de hombres ricos
y mantenemos el contacto.
Alan, que acabó cediéndonos el dinero de los Denver para
nuestra apuesta por el amor que seguía profesándole a Emily,
ganó también un buen dinero por su cuenta y tuvo que
mudarse a Oregón. Hacer que tus adeptos apuesten en tu
contra y ganar, contrae un peligro. Ese día huyó como un
cobarde, nunca apretó el puño de su moto como aquel día. La
gente que ganaba grandes sumas de dinero en ese tipo de
carreras era cuando el que resultaba vencedor había obtenido
el menor número de apostantes. Un riesgo que había que
correr, el último, antes de huir con el dinero y emprender una
nueva vida.
¿Recordáis aquello de que hay que elegir a gente que
piense como tú para contarle un secreto?
Pues sobran las palabras. Tras esa conversación, Emily y
yo pasamos a ser buenas confidentes.
Os puedo asegurar que ellos no se han enterado de nada, y
que sus vidas siguen su curso. En el fondo, ninguno de los dos
me quería tanto. Una pena para mi orgullo, pero no para mi
bolsillo.
Era más una obsesión, un lo quiero por mis narices que se
les fue un poquito de las manos, pues entre hermanos, las
cosas no se hacen de ese modo.
Me apuesto lo que sea, esta vez en sentido figurado, a que
ahora están más unidos que nunca y han aprendido la lección.
El tema de la carrera a tres nos pilló por sorpresa, no
sabíamos que harían piña para intentar vengarse de Alan de
aquella forma, pero la ocasión la pintan calva, como el marido
de Betty, y vimos una oportunidad para sacar más pasta de un
solo golpe y tuvimos que cambiar un poquito el curso de las
cosas.
El plan inicial era más sencillo, sacarle la pasta a Evan con
un par de extorsiones amenazando con decirle a su hermano
que Evan era quien nos había drogado y preñado a Emily, para
después apostar en un par de carreras de Alan contra cualquier
pringado.
Lo que pasó en los contenedores, estuvo preparado por
Emily, pero me acojoné un poquito, aún no había tenido el
placer de conocer a Alan. Tuve que hacer una llamadita de
consulta cuando Josh contactó conmigo y Emily me dio luz
verde y me instó a ir a esa carrera para propiciar el encuentro
con su amigo.
Fui a ciegas, sin saber muy bien el porqué de aquello. Era
el plan de Emily, y en aquellos momentos no me contaba
muchos detalles, pero ella sabía que uno de los dos hermanitos
estaría pendiente a todos mis movimientos y vivirían el
momento en primera persona. Le tocó a Josh.
En cualquier caso, plan inicial o el plan B de última hora,
tenía que parecer creíble que Alan solo quería vengar a su
querida Emily por lo que supuestamente pasó en el palco y que
Josh, por supuesto, haría de caballero andante conmigo siendo
testigo del supuesto acoso que yo había sufrido. Pero no hay
mal que por bien no venga.
Tuve que fingir un poquito más, eso sí, sentirme
tremendamente afligida y pedirle a Evan que parara esa locura
en plena carrera. Si se retiraba, que lo hizo, garantizaba la
victoria de Alan sin que nadie resultara herido. Pero ya sabéis
que no tuve que mover un dedo, lo hizo por su cuenta y riesgo,
y me ahorró un último empujón hacia la libertad.
Te estarás preguntando por qué Emily dijo que había sido
yo y que todo ese plan había sido orquestado por mí a pesar de
haberme prometido no hacerlo.
Emily, ese día, al verme algo indecisa, decidió drogarme
de verdad y Evan podía probar que yo no había tenido nada
que ver, y, con tal de protegerme, entregaría la pasta. Me
molestó un poquito de Emily se tomara esas licencias sin
avisarme, pero también me dijo que le dejara los detalles del
plan y tan solo viviera para sobrevivir. A la vista está que tenía
razón, y a día de hoy, se lo agradezco.
Contábamos con que Evan iba a descubrir que no estaba
en estado de buena esperanza, pero eso daría veracidad a que
Emily podría ser capaz de cualquier cosa con tal de
destruirnos, y la promesa de irse lejos con Alan y dejarnos en
paz sería tentadora para los Denver. Yo misma infundí a Evan
ese pensamiento de que era mejor correr un tupido velo y
perderla de vista, que, si era capaz de algo así, podría hacer
cualquier cosa, y con gente de ese calibre era mejor no llegar a
ningún entendimiento. Mi máxima fue disuadirlos y que me
creyeran en peligro.
Lo que pasó aquella noche ya lo sabéis.
Con el dinero en nuestro poder, Emily y yo hicimos la
apuesta más alta de la noche, con la certeza de que podíamos
cuadriplicar ese dinero, pues Alan se encargó de hablar con
sus adeptos días antes, diciéndoles que no estaba seguro de
poder vencer en un dos contra uno, con tal de mermarles las
ganas de que apostaran por él.
Se me da bien ser mala, ¿a que sí? Juro que a día de hoy
estoy reformada y solo me dedico a gestionar mi local, pero
¿quién sabe? Si el karma decide pagarme con la misma
moneda en un futuro, estoy entrenada para no dejarme
embaucar el corazón. Y, si finalmente fracaso en el intento y
me despluman como a un pollo, será porque me lo tenía
merecido.
María vuelve al set y se sienta de nuevo frente a mí.
—Veinte segundos y continuamos.
Asiento y espero paciente.
—Ya estamos de vuelta y seguimos con la entrevista a
Lucy Moore. ¿Te consideras una mujer empoderada?
—Me considero inteligente y que he sabido aprovechar las
oportunidades.
—¿Te has enamorado alguna vez?
—Es una pregunta interesante, María, a la que podría
responder con un sí. A veces, no puedes evitar albergar
sentimientos, aunque no quieras, pero sacrifiqué el amor por lo
práctico. La independencia en todos los sentidos tiene un
precio. Así que a día de hoy no he vuelto a conectar del todo
con nadie y dudo que lo haga, porque puede hacer daño. Así
que lo evito a toda costa.
—¿Y has olvidado a ese amor al que has renunciado?
—Sí y no, en realidad está presente en mi día a día.
—¿A qué te refieres con eso de que conectar con alguien
puede hacer daño?
—No soy buena dando amor, soy muy fría, herencia
familiar. Y cuando dos personas con ansias de poder se juntan,
puede hacer que todo estalle por los aires. Pero estoy bien así,
ahora tengo todo lo que quiero.
—Tengo la sensación de que te arrepientes de algo.
—Alguien muy especial para mí me dijo una vez que
todos podemos meter la pata y hacer estupideces, porque está
dentro de la condición humana. Que es lícito rectificar y
aprender de los errores. En mi caso esos errores se
convirtieron en victorias, es lo que pasa si retas a una mujer
como yo. —Me rio de forma escandalosa, en este tipo de
programas los invitados suelen hacerlo para restar seriedad a
lo que han dicho.
—¿Y ese alguien especial es…?
—Mi abuelo paterno, es la única persona que he sentido
que me quería de verdad. Mis padres no son demasiado
cariñosos conmigo, siempre me han dejado a mi suerte, nunca
fui una responsabilidad para ellos después de la mayoría de
edad.
—Lo siento. Hablas de tu abuelo en pasado, ¿crees que
estaría orgulloso de ti?
—Sí, murió cuando cumplí dieciocho años. En realidad,
creo que no lo estaría, pero sabría perdonarme.
—Antes has mencionado que conociste el infierno en
Nueva York. ¿Te referías en sentido figurado o realmente
tuviste un encuentro con el Diablo y por eso eres tan reticente
al amor?
Me rio soltando todo el aire por la nariz.
—María, ¿por qué das por hecho que el Diablo es un
hombre?
—No lo sé, dímelo tú.
—El Diablo…—Miro fijamente a la cámara que me está
enfocando, guiño un ojo y lanzo un beso a los espectadores
antes de terminar la frase—A veces, se viste de mujer.
2

Miami, Florida
Dos semanas después

El sol de Miami pega tan fuerte que maldigo haber


olvidado las gafas de sol en el apartamento. Estamos a
principios de febrero y, desde que puse un pie aquí, aún no me
he acostumbrado a la climatología, por eso he olvidado
llevarlas encima. Los dos últimos días ha estado lloviendo
mucho y hoy parece que el calor vaya a fundirnos a todos.
Llamo a un taxi con la mano, estoy deseando que la
empresa traslade de una vez mi vehículo predilecto.
—¿Dónde va? —me pregunta el taxista cuando monto y
cierro la puerta.
—Dolphin Mall, gracias.
—No hay de qué. Póngase el cinturón.
—Lo siento, siempre se me olvida —me disculpo. No
tengo costumbre de subir en taxi.
El taxista se incorpora a la carretera y me entretengo
mirando por la ventanilla el paisaje.
Miami está que arde, y no en sentido literal, qué también,
sino por su arquitectura y diseño. Pasando por la excentricidad
a la modernidad, mezclado con un estilo muy reconocible en el
damero urbano de la ciudad, inspirado en las antiguas
misiones españolas de California y México.
Es sin duda, un lugar privilegiado para vivir. El estado
soleado de Estados Unidos, en todo su esplendor un día de
febrero cualquiera, te invita a quedarte y tengo planeado
hacerlo.
—Ya hemos llegado —me anuncia el taxista.
—Quédese con el cambio —le entrego un billete de veinte
dólares y me apeo del taxi.
—Gracias, que tenga un buen día —se despide y sigue su
camino.
Dolphin Mall es un centro comercial enorme de más de
130.000 metros cuadrados donde se concentran más de
doscientos cincuenta negocios, desde tiendas de moda,
restaurantes y una amplia oferta de ocio nocturno.
Paraíso está allí y estoy deseando conocer su ubicación,
pero antes, tengo que comprar unas dichosas gafas de sol.
Mi móvil vibra en el bolsillo.
—Dime —contesto.
—¿Has llegado ya?
—Sí, estoy aquí.
—¿Y tu moto?
—No, he tenido que coger un taxi. Espero que esté aquí
mañana.
—Bien. Cuando la encuentres, avísame.
—Descuida, hermano. Lo haré.

ABRIL DE 2022
ENCUENTRO EN EL PARAÍSO

También podría gustarte