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SINOPSIS
Todo vale en el amor y la guerra.

El problema es que no quiero ser parte de ninguno de los dos.

Quiero la paz con la Bratva, seguridad para mi esposa. ¿Y el amor?

Eso nunca ha jugado un papel en nada de esto.

Pero cuanto más lucho contra eso, más me atrae, y ahora sé que ella
guarda un secreto.

Uno que podría cambiar el futuro de ambos para siempre.

Le hice una promesa a Sofia.

Todos están a punto de descubrir cuán despiadado como hombre


puedo ser.

The Promise Trilogy, libro .


1

Lo primero que pienso al despertarme es que siento la cabeza como si


se me abriera.
Lo siguiente es que hace un frío tremendo. Parpadeo lentamente, mis
ojos se sienten viscosos y pegados, y mi boca se siente seca, como si
hubiera sido rellenada con algodón. El dolor se irradia por cada
centímetro de mi cuerpo y, cuando me muevo, otro rayo me atraviesa la
cabeza y me hace gritar.
Es entonces cuando me doy cuenta de que tengo una mordaza en la
boca, un grueso pedazo de tela colocado y asegurado alrededor de mi
cabeza. Intento escupirla, pero se me contrae la garganta y el estómago
se me revuelve por las náuseas.
No. No, no, no, no puedo vomitar, no puedo... la idea de vomitar en este
momento, sin poder escupirlo, es suficiente para que me den más
arcadas.
―Se está despertando. ―Una voz procedente del otro lado de la
habitación me hace girar la cabeza hacia un lado, obligándome a abrir
los ojos a pesar del dolor que rebota en mi cráneo. Poco a poco, la
habitación se hace visible y veo a tres hombres que me impiden ver el
resto del cuarto, vestidos con pantalones y camisetas negras y con botas
de combate. Son los hombres que me secuestraron en la iglesia, sin duda,
pero no entiendo por qué su acento suena italiano. No se me ocurre
ninguna razón por la que alguien de la mafia italiana querría
secuestrarme, a menos que...
―Esa droga se acabó jodidamente rápido. ¿Cuánto le diste?
―Se retorcía mucho. Nos costó bastante ponerla sobre su cara...
No oigo qué más dice el hombre que ha respondido porque la cabeza
me da vueltas, el pulso me retumba tanto en los oídos que ahoga todo
lo demás. Conozco esa voz. Recuerdo perfectamente su sonido en el
hospital, diciéndome que debería haberme matado, justo antes de
arrancarme el collar de mi madre del cuello.
Vitto Rossi.
Intento volver a escupir la mordaza y me revuelvo en la cama
mientras trato de incorporarme, de escapar, pero tengo las manos atadas
a la cabecera de la cama y siento un repentino temor mientras estoy de
vuelta en el momento en el que me desperté en la habitación del hotel
con los rusos, con la cara de aquel hombre bruto mirándome con
desprecio mientras me agarraba la barbilla...
―Bueno, ahora está jodidamente despierta ―gruñe Rossi, y los
hombres se separan, dándome un vistazo a él por primera vez desde que
me desperté.
Está en una silla de ruedas y no tiene buen aspecto. Su cara es de un
gris cenizo, carente de color saludable. Parece haberse desmejorado
durante su estancia en el hospital, dejándole una papada que antes no
tenía, y que resulta aún más desagradable por la barba negra y grisácea
que le cubre la barbilla. Este no es el hombre que bailó conmigo en mi
boda con Luca. Entonces era un hombre fuerte y vital, casi guapo si no
fuera por el poco peso que le sobraba. Casi me daría pena ver cómo sus
heridas lo han consumido todo, si él no estuviera decidido a matarme.
No lo entiendo. No sé por qué soy tan importante para todo el mundo,
por qué sigo terminando así, atada a camas en habitaciones extrañas con
hombres que pretenden hacerme daño, violarme, venderme, matarme.
Casi puedo oír la voz de Luca en mi oído, diciéndome que debería
haberme quedado en casa. Que debería haberlo escuchado. Que, si no
hubiera abandonado el ático y corrido a la catedral, ahora estaría a salvo,
encerrada en la jaula dorada que él me regaló, rodeada de la mejor
seguridad que el dinero puede comprar. No estaría en esta habitación,
intentando desesperadamente no vomitar y ahogarme con él. Al mismo
tiempo, me pregunto frenéticamente por qué el antiguo Don de la mafia
me secuestró.
¿Realmente me quiere tanto muerta? Intento conseguir ver bien a los
demás hombres de la sala para memorizar sus caras, pero no reconozco
a nadie. Me resultan vagamente familiares: probablemente estuvieron
en mi boda y en la de Caterina, solo son caras entre la multitud, algunos
de los soldados de Rossi y Luca. Hombres que aparentemente siguen
siendo leales a Rossi, y no a mi marido.
Rossi hace girar su silla hacia mí y siento que el miedo empieza a
atravesar la conmoción, helándome la sangre. No importa si puedo
identificar a los hombres que lo ayudan porque no hay forma de que
salga viva de esto. Rossi no habría llegado tan lejos solo para dejarme
correr de vuelta a Luca. Aunque jurara no decir una palabra, él no me
creería, y de todas formas no podría ocultárselo a Luca. Me lo sacaría de
un modo u otro.
Cuando mi marido quiere algo, he aprendido que no se le puede
negar.
En otras circunstancias, incluso después de lo ocurrido la otra noche,
ese pensamiento podría provocar un escalofrío de lujuria en mí, pero en
este momento me invade el miedo, no solo por mí, sino también por mi
bebé.
El bebé. Me siento mal de nuevo al pensarlo. Es una terrible ironía que
la misma cosa que debía salvar a mi bebé, correr hacia el Padre Donahue
en busca de ayuda, es lo que me ha traído aquí. Ni siquiera puedo
intentar aprovechar mi embarazo para salvar mi vida debido al contrato
que Luca me hizo firmar.
La estipulación que nunca explicó, la que nunca le pedí explicar
porque se suponía que jamás íbamos acostarnos. Que nunca volví a
sacar a colación porque él usó un condón en nuestra noche de bodas, y
se suponía que no debíamos volver a hacerlo, y entonces...
Lo hicimos otra vez, y otra vez, y otra vez. No estoy segura de cuántas
veces Luca me folló sin protección. Sin embargo, sé con certeza que no
usamos un condón ni una sola vez esa noche después de que regresara
a casa de República Dominicana y me follara una y otra vez hasta que
ambos estuvimos demasiado adoloridos y agotados para movernos, y
estoy segura de que esa fue la noche en que quedé embarazada.
Sea cual sea el motivo de esa estipulación en el contrato, apostaría
todo el dinero que tengo, que reconozco que es cero al que tengo acceso
en este momento, a que Rossi tiene algo que ver. Así que decirle que
estoy embarazada no me salvará la vida.
Solo le dará más razones para matarme.
Gimo cuando se acerca a mí, el sonido se amortigua por la mordaza,
y me odio por ello. Él lo oye; veo la sonrisa que se extiende por su rostro
mientras se acerca al lado de la cama, una sonrisa verdaderamente
odiosa.
―La pequeña Sofia Ferretti ―canturrea, extendiendo una mano por
mi brazo. La palma de su mano está húmeda y trato de alejarme, pero
tengo las manos atadas con fuerza y no puedo moverlas. Lleva esa mano
hasta mi mejilla, ahuecando mi rostro en su palma por un momento, y
lo que más deseo es poder morderlo, pero en lugar de eso, me limito a
apartar la cara y a entrecerrar los ojos con rabia.
―Oh, puedo ver que Luca tenía razón. Eres un poco fiera, pero no hay
mucho que puedas hacer atada y amordazada, ¿verdad? ―Mira a uno
de los hombres de pie al final de la cama, un hombre moreno, más bajo,
con una barba espesa y recortada y unos ojos oscuros que me parecen
desalmados―. Apuesto a que a Ricard le gustaría probarte. Le gustan
las mujeres atadas. Es más fácil para él hacer las cosas que prefiere con
ellas, sabes. Siempre que tengo una mujer que necesita ser torturada,
dejo que Ricard haga los honores. Lo disfruta mucho, sabes, y es una
buena recompensa, creo, para alguien que es tan leal. ¿No lo crees?
Rossi me acaricia el pelo, que está sudado y pegado a mi cuello a pesar
del frío. Aparto la cabeza y él se ríe.
―Debes cooperar conmigo, Sofia. Puedo hacer que tu muerte sea fácil,
o difícil. ¿Te ha dicho Luca alguna vez por qué hago que sea él quien
torture, más a menudo que yo, cuando necesitamos información?
―Sonríe con malicia―. Oh, no puedes responder, ¿verdad? Bueno,
asumiré que no lo ha hecho. Verás, Luca no disfruta de la tortura. Oh,
sí, tu brutal marido al que tanto temes, es en realidad bastante
quisquilloso cuando se trata de ensuciarse las manos. No le gusta
hacerlo a menos que sea absolutamente necesario, pero eso significa que
es mucho más preciso. Va directo al grano, pero para mí... ―respira
como si estuviera saboreando un dulce aroma―. Me encantan los gritos,
la sangre, el dolor. Me encanta ver cómo se rompen, el momento en que
se dan cuenta de que no pueden aguantar más y que van a contármelo
todo. El momento en el que se dan cuenta de que todo el dolor que han
soportado no ha servido para nada porque no pueden aguantar. Que
podrían haberse ahorrado tanto, si hubieran hablado de inmediato.
Dios, es jodidamente delicioso.
Me estremezco, sintiéndome mal de nuevo. No he odiado a mucha
gente en mi vida. Odié a los asesinos sin nombre y sin rostro de mi
padre. A veces he llegado a pensar que odié a Luca desde que lo conocí,
aunque también me he preguntado a menudo si solo era yo quien
luchaba contra el deseo que parecía no poder detener, pero creo que
nunca he odiado a nadie tanto como odio a Rossi en este momento. Todo
lo que tiene que ver con él, desde su gruesa y sudorosa mano
recorriendo mi garganta hasta sus fríos ojos oscuros, pasando por el
sonido de su voz, que se regodea en el dolor que le ha causado a tantas
otras personas, me revuelve el estómago y me hace arder de ira a pesar
del frío que siento como si me calara hasta los huesos.
―Adelante ―dice Rossi, asintiendo a Ricard―. Corta su ropa.
No hay manera de que se lo ponga fácil. En el momento en que Ricard
busca mi pie, me empujo hacia abajo en la cama con toda la fuerza que
puedo, clavando mi pie directamente en su cara. No le doy una gran
patada, pero es suficiente para hacerlo retroceder un poco, con un grito
de sorpresa mientras se lleva la mano al labio sangrante.
Va a tratar de que me arrepienta; lo sé, pero no puedo. Sea lo que sea
que me hagan, al menos he sacado la primera sangre.
Al menos traté de luchar.
Vuelvo a agitarme en la cama, intentando por todos los medios liberar
mis manos de las ataduras, pero no puedo. Tengo la sensación de que
me aprietan más. En todo caso, la circulación se corta poco a poco y mis
manos se entumecen. Uno de los otros hombres me agarra el pie
izquierdo mientras Ricard me quita la zapatilla de la derecha y me
aprieta el pie, pasando el pulgar por la punta.
―Me gustan tus pies, Bambina ―dice, su acento es grueso―. Tal vez
me lleve una uña del pie o dos para desquitarme por haberme partido
el labio, y luego te haré frotarlo sobre mi polla hasta que se me ponga
bien dura para ti.
Lo miro con horror. ¿Cómo puede alguien imaginar algo tan horrible? La
depravación de ese hombre me estremece, y tengo la sensación de que
solo va a empeorar.
Sería fácil quitarme los jeans. Mis piernas no están atadas, pero esto
no se trata de la facilidad. Se trata de aterrorizarme y humillarme.
―No te retuerzas, bebé ―dice Ricard, subiendo a la cama para
sentarse a horcajadas sobre mis muslos, con la punta de su cuchillo
metiéndose por debajo del botón de mis jeans―. No quiero cortar esa
bonita piel tuya por accidente. ―Sonríe, mostrando unos dientes
demasiado blancos―. Cada corte que te haga quiero disfrutarlo.
Mierda. Si sigue así, voy a vomitar. Intento escupir la mordaza de
nuevo, pero es imposible. Me lloran los ojos mientras intento
mantenerme quieta, cada músculo y nervio de mi cuerpo me grita que
luche, que me agite, que intente quitármelo de encima. Me cuesta todo
lo que tengo negar ese instinto, pero el cuchillo que lleva en la mano
parece largo y afilado, brillando con la luz de la habitación. Lo último
que quiero es que me abra las tripas por accidente porque este hombre
se está poniendo a cortarme los jeans.
Ricard arrastra el cuchillo hacia abajo, cortando la fina tela de mis
jeans de diseño, hechos para ser vistos, no para ser duraderos, hasta la
pierna. Aprieto los ojos con fuerza cuando el cuchillo se desliza por el
interior de mi muslo, diciéndome a mí misma que no pensaré en Luca.
No quiero pensar en él arrodillándose entre mis piernas en nuestra
noche de bodas, cortando la suave piel con un cuchillo como el que
sostiene Ricard, dejando que sangre sobre la sábana un momento antes
de vendarla. No quiero pensar en la mano de Luca en mi pierna ni en la
forma en que minutos antes estaba dentro de mí, besándome como si no
quisiera parar nunca mientras perdía el control.
No quiero pensar en nada de eso mientras un hombre diferente
desliza su mano por mi pierna, mirándome lascivamente mientras tira
mis jeans rotos a un lado.
Ricard parece decepcionado al ver mis bragas de bikini de algodón
negro, enganchando su dedo bajo el borde de la cintura.
―¿Todo ese dinero y esto es lo que eliges? Espero que el coño que
cubre sea más bonito que el envoltorio.
―Deja su ropa interior puesta por ahora ―ordena Rossi―. Corta su
camisa.
―Sí, señor ―dice Ricard, pero puedo oír la decepción en su voz. Me
aprieta la cara interna del muslo y noto que la almohadilla de su dedo
traza la cicatriz que me dejó la noche de bodas―. ¿Oh? ¿Qué es esto?
¿No es el primer hombre que te mete un cuchillo entre los muslos? Qué
pequeña zorra. ―Presiona el cuchillo contra mi muslo izquierdo,
clavando la punta en mi piel hasta que me lloran los ojos―. Tal vez te
deje uno aquí mismo, para que coincida.
―La blusa, Ricard. ―Hay una emoción en la voz de Rossi que me
hace sentir mal de nuevo. Es lo suficientemente mayor como para ser mi
padre y algo más, pero aquí está salivando mientras ve cómo su matón
me desnuda. Lo miro fijamente, intentando poner en mis ojos cada
gramo de odio y asco que siento por él mientras Ricard arrastra la punta
de su cuchillo por mi esternón, presionando la hoja en el escote de mi
fina blusa.
Corta un poco hacia abajo y luego agarra la blusa con una mano,
rasgándola por la mitad para que mi sujetador negro quede a la vista de
todos los presentes. Grito detrás de la mordaza, el sonido es
amortiguado, haciendo todo lo posible para no dejar caer las lágrimas
que arden detrás de mis ojos. No pienses en Luca, me digo. Él también me
arrancó la blusa, y me desnudó en parte contra mi voluntad, pero no fue
nada parecido a esto. Incluso su violencia fue seductora y sensual, llena
de lujuria de una manera que me excitó a pesar de mí misma, llamando
a algo profundo y oscuro dentro de mí que nunca reconocí hasta él.
Esto no es nada de eso. Ricard me mira con desprecio mientras me
corta el resto de la blusa y está a años luz de Luca en todos los sentidos.
Desearía más que nada no tener esta estúpida mordaza en la boca para
poder escupirle en la cara.
―De acuerdo, es suficiente por ahora ―dice Rossi. Se inclina hacia
mí, con una sonrisa fría en el rostro―. Ahora, Sofia, ¿crees que hablo en
serio? ―Frunce el ceño―. Oh, todavía no puedes hablar. Si hago que
uno de mis hombres te quite la mordaza, ¿prometes no gritar?
Asiento con la cabeza, con toda la intención de gritar como loca en
cuanto me quiten la mordaza de la boca. Después de todo, ¿qué van a
hacer, matarme? Hay muy pocas cosas que puedan hacerme que no crea
que ya han planeado. Tal vez me torturen, tal vez me violen y
seguramente me matarán. Podrían hacerlo peor, pero para ser
completamente honesta, no estoy segura de cómo puede ser mucho
peor. La anticipación enfermiza de lo que van a hacer se está
convirtiendo rápidamente en la peor parte. Si se dieran prisa en hacerlo,
sería mejor que este interminable juego.
―Leo, quítale la mordaza.
El hombre que se acerca a mí es alto y delgado, guapo en cierto modo,
joven, y me pregunto qué tendrá Rossi que le hace estar de acuerdo con
esto. No parece que esté disfrutando especialmente mientras me
desabrocha la correa que sujeta la mordaza en la boca, y sus ojos se
apartan cuidadosamente de mi cuerpo semidesnudo. Tomo nota de él:
si alguien va a romperse en algún momento y ayudarme a salir de esto,
será él, pero no parece el tipo de héroe. Si lo fuera, no estaría aquí en
primer lugar.
No creo que vaya a haber ningún tipo de rescate dramático, a decir
verdad. Creo que estoy bien jodida.
En el momento en que me sacan la tela empapada de la boca, hago
exactamente lo contrario de lo que había acordado. Siento la boca seca y
reseca, pero respiro lo más profundamente que puedo. Con cada gramo
de fuerza que tengo, grito tan fuerte que, si hay alguien en los
alrededores, no sé cómo es posible que no me oiga.
―¡Ayuda! ¡Ayúdenme, por favor, por favor ayúdenme! Ayuda,
ayuda, ayu…
El golpe surge de la nada y me hace girar la cabeza hacia un lado,
mientras el dolor me recorre la mejilla y la cabeza, la mandíbula se cierra
y me muerdo la lengua. Saboreo la sangre y se me saltan las lágrimas,
pero no tengo la oportunidad de recomponerme antes de que el mismo
golpe caiga en el lado opuesto de mi cara, haciendo que mi cabeza gire
en la otra dirección.
Noto que la sangre se desliza por mi labio. Nunca me habían golpeado
antes, y el dolor es sorprendente. No puedo hablar. Tengo la sensación
de no poder respirar, el aire se me ha ido por el golpe, y mi cabeza se
inclina hacia Rossi, con los ojos un poco desenfocados mientras lo miro.
―Luca mencionó que eras un poco mentirosa ―dice Rossi con
indiferencia―. Pensé que podría haber estado exagerando, ya sabes,
peleas matrimoniales y todo eso, pero realmente eres una zorrita
mentirosa, ¿no? ―Mira a Ricard―. No te gustan las mujeres que
mienten, ¿verdad?
―No. No desde que mi vieja me abandonó y se metió la polla de mi
hermano por el culo. ―Ricard pasa su dedo por el borde de la hoja de
su cuchillo, mientras sus ojos brillan hacia mí―. Disfruto tallando coños
mentirosos. Realmente me pone duro, escucharlas rogar por piedad.
Su tono es conversacional, como si él y Rossi estuvieran hablando del
tiempo o de dónde deberían almorzar. Siento que voy a romper a llorar
y me esfuerzo por contenerme. Si voy a morir, lo último que quiero es
morir llorando como un bebé, suplicando que paren. Sea lo que sea lo
que me hagan, voy a hacer todo lo posible por soportarlo y morir
maldiciendo, no suplicando.
Lo siento, pienso mientras Ricard me sonríe, y Rossi se echa hacia atrás
en su silla, claramente preparándose para interrogarme más. Lo siento,
bebé. Siento no haber podido protegerte.
Lo intenté.
Realmente lo hice.
2

'Todavía estoy en mi oficina cuando se activa la alerta que me dice que


Sofia ya no está en el apartamento.
Ese caro brazalete de diamantes que le regalé fue porque quería hacer
algo bueno por ella. En un momento de lo que supongo fue debilidad,
quise regalarle algo bonito, pero también era un regalo práctico.
Hay un rastreador incrustado en una de las margaritas, vinculado a
mi teléfono para avisarme si sale del ático. El problema es que, por
casualidad, me alejo de mi teléfono en el momento en que se apaga. Para
cuando vuelvo a mi mesa y veo la alerta en mi pantalla, el pequeño
punto del mapa que representa a Sofia está en la catedral de St. Patrick’s.
―¡Mierda! ―grito la palabra en la habitación vacía, tomo mi teléfono
y me dirijo a la puerta, enviándole un mensaje de texto a mi chofer para
que me encuentre en la acera mientras me apresuro hacia el ascensor. Si
no está ahí para cuando salga a la calle, tomaré un taxi, y nunca he
tomado un taxi en toda mi vida.
Pero no voy a perder ni un segundo en llegar a Sofia.
¿Por qué mierda dejó el ático? Me enfurezco internamente, mi sangre
hierve más con cada paso que doy. ¿Por qué no puede seguir las malditas
instrucciones por puta una vez en su vida? Estoy harto de intentar
mantenerla con vida, de que luche contra mí a cada paso, de que me
lleve... a la locura con sus argumentos y rebeldía, y ese puto cuerpo que
me pone duro solo de pensarlo.
No se me ocurre ninguna razón para que vaya a la catedral, pero estoy
seguro de que tiene una, una estúpida, sin duda, pero una razón, y me
va a encantar oírla, pienso con tristeza.
Si tengo que adivinar, diría que huyó por lo que hice anoche, por la
forma en que me la follé con la sangre aún en la camisa y la usé como
una amante... ni siquiera eso, en realidad. Una puta. Nunca he pagado
por sexo, pero me imagino que eso es lo que pasa. Me la follé como si no
significara nada para mí, y se suponía que debía conseguir una cosa:
hacerle creer que no significa nada, para que tuviera el suficiente miedo
como para escucharme y seguir órdenes.
Pero claramente, eso la hizo retroceder y la hizo lo suficientemente
imprudente como para correr en su lugar. ¿Qué demonios voy a hacer con
ella? Quiero golpear a alguien, a ella no, por supuesto, nunca le pondría
la mano encima de otra forma que no fuera la sexual, pero tal vez a uno
de los guardias de seguridad, quien quiera que estuviera demasiado
ocupado rellenando su café o masturbándose la polla para darse cuenta
de que mi puta esposa estaba huyendo. Voy a despedir a todos y cada uno
de ellos, pienso con rabia mientras la iglesia se pone a la vista. Mejor aún,
voy a averiguar exactamente quién estaba de guardia cuando Sofia bajó
en ese ascensor. Me aseguraré de que no vuelva a ver nada nunca más,
ya que está claro que no le sirven los ojos.
Sigue lloviendo cuando salgo del auto. Cae en forma de láminas que
han dejado charcos junto a la acera, que me salpican los tobillos y
empapan el dobladillo de mis pantalones. Apenas me doy cuenta
mientras subo los escalones hasta la puerta de la iglesia. Mi pulso se
acelera ante el peligro cuando veo que la puerta está abierta y que la
tenue luz del interior se derrama sobre los escalones. Mi mano se dirige
automáticamente a la pistola que tengo en la espalda, y la sostengo
delante de mí mientras entro en la nave y camino lentamente hacia el
pasillo principal.
Al principio, creo que está vacía, pero entonces veo la figura
encorvada al frente de los bancos, con la sangre en el suelo salpicando
grotescamente el piso blanco y tiñendo el borde del pasillo de un marrón
arenoso.
―¿Padre Donahue? ―le llamo por su nombre mientras bajo con
cuidado con la pistola aún preparada mientras miro a mi alrededor en
busca de alguien más que pueda estar todavía merodeando―. ¿Qué
pasó aquí?
El cura se gira lentamente y veo el corte en la parte posterior de la
cabeza, que todavía sangra. Tiene un moretón en la frente y en el puente
de la nariz, que se extiende lentamente. Para mañana tendrá al menos
un ojo morado.
―Alguien entró en la iglesia ―dice en voz baja, y puedo oír la
vergüenza en su voz. Se levanta lentamente, dando pasos cuidadosos
hacia mí.
―No hace falta que vengas a mí, padre. Parece que te vas a caer en
cualquier momento. ¿Quién entró en la iglesia?
―No lo sé ―admite―. No los vi ni oí hasta que me golpearon. Un
golpe en la nuca, como puedes ver. ―Sus dedos tocan con cautela la
nuca, sin atreverse a tocar la herida.
―Tienes que ir al hospital. ―Entrecierro los ojos hacia él―. Sé que
Sofia estuvo aquí. Así que dime la verdad, padre. ¿Dónde está ella?
―No lo sé ―dice el padre Donahue, hablando rápidamente al ver mi
mirada―. Es la verdad, Luca, por la Virgen María, lo juro. Cuando me
desperté, Sofia ya no estaba. Quien quiera que haya entrado, debe
habérsela llevado. ―Me mira con atención―. ¿Crees que fue la Bratva?
―¿Cómo demonios voy a saberlo? ―Me quejo―. ¿No hablaron en
absoluto? ¿No viste ni oíste nada?
―No.
―La Bratva son los culpables más probables. ―Me paso una mano
por la boca, volviendo a enfundar mi pistola mientras me dirijo al
sacerdote―. Bueno, ya que no puedes decirme nada sobre quién
secuestró a mi mujer, quizá puedas decirme algo más, padre. ―Doy un
paso amenazante hacia él, sintiendo que la rabia vuelve a burbujear en
mí, caliente e inmediata―. ¿Por qué vino Sofia a verte?
―Sabes que no puedo decirte eso, Luca. ―Levanta las manos,
negando con la cabeza mientras da un paso atrás―. El secreto de
confesión...
―Me importa una mierda el secreto de confesión. ―Mis labios se
juntan, formando una línea apretada, y me pica la mano para tomar mi
pistola, pero ni siquiera yo le dispararía a un sacerdote. No tengo
muchas esperanzas en el cielo, pero prefiero que mi círculo particular
del infierno no esté demasiado caliente.
Sin embargo, la tentación está ahí.
―Luca, no puedo decírtelo. No lo haré ―dice con firmeza―. Puedes
hacer lo que quieras, pero me tomo en serio mis votos y la santidad de
este lugar en el que estás. Esta iglesia es un santuario, y Sofia acudió a
mí precisamente por eso. No voy a romper esa confidencia.
―¿Santuario de quién, exactamente?
El padre Donahue me mira con tristeza, y puedo ver la decepción
escrita en su rostro. Decepcionado de mí. Duele más de lo que debería,
para ser honesto. Hay que caer muy bajo para decepcionar al cura que
te roció con agua la frente mientras chillabas lo bastante fuerte como
para llenar toda la iglesia, que te puso tu primera hostia de la comunión
en la lengua, que te oyó pronunciar el nombre de tu santo, que tomó tu
primera confesión. El cura que te oyó murmurar tus defectos de
adolescente desde el otro lado de la mampara, admitiendo las tetas que
acariciabas y las que no, pero que las querías, los caramelos que robabas,
aunque no los necesitabas y las mentiras que le decías a tus padres. Esas
confesiones siempre había que sacarlas a rastras. Incluso de niño, yo era
Luca Romano, criado para ser alguien. Criado para ser rico, para ser
poderoso, para que nunca me dijeran que no.
A decir verdad, creo que el hombre que tengo delante es el único que
lo ha hecho y el único que podría salirse con la suya.
Sin embargo, eso solo me hace enojar más.
―El hombre del que huyó Sofia no es el hombre que eres, Luca. ―El
padre se hunde en el banco, con las manos ligeramente temblorosas por
las heridas―. Yo lo creo, y le dije lo mismo, pero ella vino a pedirme
ayuda, y yo le prometí a su padre...
―Su padre extrajo un montón de putas promesas ―gruño―. Me
hubiera gustado saber quién era Giovanni Ferretti, que tiene a todo el
mundo haciendo su puta voluntad, incluso a mí. Intenté mantener a
Sofia a salvo. Me casé con ella, me acosté con ella, le di refugio y mi
protección. La salvé de Vitto, arriesgando mi vida, y aun así ella huyó
de mí.
―¿Y por qué sería eso, Luca? ―Su rostro es impasible, y otra sacudida
de furia me recorre, haciéndome ver rojo.
―Te daré una oportunidad más, padre...
Mi teléfono emite un pitido entonces, alertándome de que ha vuelto a
captar la señal de la pulsera de Sofia. El pulso me salta en la garganta al
acercarme al punto parpadeante, que se mueve por el mapa, y se me
hiela la sangre de nuevo al darme cuenta de por dónde va esa carretera.
Conozco esa ruta, ya he estado en ella antes. Hay una casa de seguridad
al final de ese camino, una que he reforzado en el pasado, a la que he
llevado envíos, en la que he amenazado a hombres.
Es una de las casas de seguridad de Rossi.
Rossi secuestró a Sofia.
El pulso me retumba en los oídos y noto que la sangre me sube a la
cara, enrojeciendo mientras aprieto el puño.
―Gracias por nada, padre ―consigo decir con los dientes
apretados―. Probablemente deberías ir al hospital por esa herida.
―Hago una pausa, mirándolo fijamente―, y por esta otra…
Golpeo fuertemente al sacerdote con un golpe bien colocado, y mi
puño conecta con su mandíbula y lo hace retroceder. Intenta
incorporarse, pero lo golpeo una vez más, lo bastante fuerte como para
noquearlo y que caiga al suelo sin conocimiento.
Sacudo la mano, haciendo una mueca de dolor que irradia de mis
nudillos. No debí hacer eso, lo sé, pero no pude evitarlo.
Fue demasiado satisfactorio. Y, además, llamaré a alguien para que lo
lleve al hospital cuando salga, justo antes de ir a buscar a mi mujer.
Y matar a todos los que se atrevieron a pensar que podían
arrebatármela.
3

―No voy a dejar que seas la ruina de todo lo que he construido.


La voz de Rossi atraviesa la niebla del dolor. Parpadeo, queriendo
hacer mis propias preguntas, pero no puedo forzarlas más allá de mi
garganta ronca y desgarrada. Dejé de gritar lo que parecen haber Sido
hace horas cuando me di cuenta de que nadie podía oírme.
Nadie va a venir a salvarme. Nadie lo ha hecho nunca.
La tortura que Rossi ideó para mí es mucho peor de lo que imaginé.
Lo imaginé arrancándome los dientes uno por uno, arrancándome las
uñas, quemándome las plantas de los pies. El tipo de cosas que se ven
en las películas de gánsteres. En vez de eso, Rossi hizo algo mucho peor.
Hizo que Ricard me inyectara algún tipo de droga, algo que hace que
mis venas se sientan como si estuvieran en llamas desde el interior. Me
ha nublado el cerebro, mi piel se siente hinchada y sensible, por lo que
cada toque es doloroso. Me siento como si estuviera flotando en una
nube en el infierno, y solo puedo imaginar que va a empeorar.
Rossi me hizo todo tipo de preguntas, para las que no tengo
respuestas. Me preguntó sobre los negocios de Luca con los rusos, sobre
sus planes, sobre lo que ha hablado con Viktor. Sobre si irá o no a la
guerra con ellos. Lo único que pude decirle fue que la última vez que vi
a Luca, estaba cubierto de la sangre de otra persona. Eso pareció
complacerlo, y le dijo a Ricard que dejara de tocarme durante un minuto.
Desde que la droga se apoderó de mí, las manos de Ricard han estado
sobre mi cuerpo cada segundo, recorriendo mis brazos y mis pechos y
mi estómago y mis muslos, sin nada peor, aún no. No puedo empezar a
imaginar lo horrible que puede sentirse porque cada vez que Ricard toca
mi piel, se siente como si me estuviera acariciando en carne viva.
Nunca sentí nada tan terrible como esto, y aún no ha terminado. No
estoy en el punto de rogar por la muerte, no del todo, pero cada vez que
lo considero, el mismo pensamiento pasa por mi cabeza.
Mi bebé.
Pensar en lo que la droga que me inyectaron puede hacerle al bebé
hace que mis ojos se llenen de lágrimas, lágrimas que hacen reír a Ricard
y sonreír a Rossi. Will, el joven que me quitó la mordaza, parece intentar
no ver lo que me hacen. Los otros dos hombres, cuyos nombres no he
oído pronunciar, o tal vez sí y no lo recuerdo por la niebla del dolor,
observan, pero no participan. Está claro que Ricard es el torturador
estrella de Rossi en todo esto.
―La droga que te estamos dando te acabará matando, Sofia
―continúa Rossi―. No quería decírtelo hasta ahora porque esperaba
que nos dieras más información, y si sabes que vas a morir, bueno, no
hay casi tanto incentivo, para ser sinceros, ahora sí, pero tal vez pueda
convencerte de que compartas de otra manera.
Mira a Ricard, que se frota la parte delantera del pantalón de forma
sugerente. Veo que está empalmado, que se está excitando, y eso me
hace sentir mal. Puedo saborear la bilis en el fondo de mi garganta.
Siento que se me revuelve el estómago y que un hilo de vómito sale de
mi boca para unirse al resto de los líquidos que tengo en la barbilla y las
mejillas, vómitos anteriores, sangre y saliva, todo mezclado.
Tal vez agradezco de que Luca no esté aquí para verme así. No sé por qué
me importa, pero es así. No quiero que su último recuerdo sea el de mí
semidesnuda en una cama, temblando de dolor y cubierta de mis
propios fluidos corporales, pero entonces, ¿cuál será su último recuerdo
de mí?
Yo en su cama, alejándome de él mientras se corre en mi cara, con sus ojos
furiosos mirándome incluso en medio del placer. No es una forma romántica
de dejar las cosas, pero esa fue su elección, no la mía.
Muy poco de nuestra relación fue mi elección.
Pero por un tiempo, al menos pensé que había algo ahí.
Creo que eso es lo que más me duele. Lo equivocada que estaba sobre
Luca.
Sobre nosotros. Sobre todo.
―Corta el resto de su ropa ―ordena Rossi con frialdad, y yo aprieto
los ojos con fuerza, sintiendo que las lágrimas se me escurren por las
esquinas. Solo quiero que esto termine. Me ahogo en un sollozo cuando
siento la fría cuchilla de Ricard cortando mis bragas, y las palabras que
he intentado contener durante todo este tiempo salen tropezándose.
―Por favor, solo mátame. Por favor, solo quiero que se detenga.
Mátame…
Rossi se ríe, pero no hay humor en ello.
―Ah, ahí está. Tengo que admitir que duraste más de lo que pensaba,
pero aún no es el momento, princesa.
―¿Qué? ―Mi cabeza se inclina hacia él y me distraigo
momentáneamente―. Yo no...
―Seguro que sí. ―Sus ojos recorren con desinterés mi cuerpo
desnudo mientras Ricard me corta el sujetador, sus manos rozan mis
pezones mientras me quita las copas. Siento como si me clavara agujas
calientes en la piel, y grito, aunque a estas alturas no es más que un
gemido―. La princesa de Luca. De Viktor, si Luca no te hubiera
rescatado. ―Se inclina más cerca―. Princesa de la Bratva. Princesa de la
Mafia. Todos ellos te quieren. Luca, porque en el fondo, salvarte lo hace
sentirse mejor hombre de lo que es. Viktor porque... bueno, eso no
importa. ―Me sonríe―. Dime, Sofia, ¿qué trato pensaba hacer Luca con
Viktor?
―Te lo dije ―sollozo―. No lo sé.
―¿Así que nunca te dijo nada? ―La voz de Ricard atraviesa la niebla
y sus dedos se deslizan por mi muslo―. ¿Me estás diciendo que este
dulce coño nunca le hizo soltar ningún secreto? Eso sí que no me lo creo.
―Dinos, Sofia ―dice Rossi, con la voz más oscura ahora―. He
mantenido a Ricard fuera de ti durante todo este tiempo, pero no lo
mantendré atado mucho más tiempo si no hablas. Morirás de una forma
u otra, pero puedes morir como lo estás haciendo ahora, o retorciéndote
en el extremo de la polla de Ricard. Imagina el dolor que sientes ahora,
pero multiplicado. Especialmente cuando deje que los otros te violen
también. ―Su voz se desliza sobre mí, y me recuerda la forma en que la
voz de Luca me envolvía cuando me seducía, como el humo, como la
seda, como el primer sabor de un vino rico y caro. Algo que te hace sentir
sensual, mareada, un poco borracha, pero esto no es nada de eso. Esto
se desliza sobre mí como las escamas de una serpiente, envolviéndome,
estrangulándome con el miedo. Pensé que no podía ser peor, pero Rossi
tiene razón; podría hacerlo mucho peor. No quiero morir así, violada
por los secuaces de Rossi.
No quiero morir en absoluto.
Y lo peor de todo es que no sé qué decir. Aunque estuviera dispuesta
a revelar los secretos de Luca para aliviar mi dolor, para contarle todo a
Rossi, literalmente no puedo. Luca nunca me contó nada de sus asuntos
con Viktor ni con nadie que importara, probablemente por esta misma
razón, para que, si sus enemigos llegaran a tener contacto conmigo, no
pudiera contarlo.
Seguro que nunca imaginó que ese enemigo sería su antiguo jefe, un
hombre al que admiraba como un padre.
Y lo que es peor, ese intento de mantenerme en la oscuridad por mi
propia seguridad ahora solo está asegurando que mi final sea lo más
horrible posible.
―No lo sé ―susurro impotente―. No sé nada.
Es la verdad, pero sé sin lugar a duda que nada puede salvarme ahora.
Ni siquiera eso.
Siento el pinchazo de una aguja en mi brazo cuando Ricard me inyecta
más droga en las venas, y mi corazón se hunde. Esto es todo, pienso
débilmente, con la cabeza nublada. Me mantendrán con vida el tiempo
suficiente para divertirse conmigo y luego me dejarán morir.
Siento que mi sangre hierve. Tengo la piel afiebrada, me pica, zumba
con mil picaduras de hormigas. Cierro los ojos intentando superar las
olas de dolor, intentando bloquearlo todo, intentando...
Me parece oír sonidos en el exterior: el crujir de los neumáticos sobre
la grava, un portazo, una voz que reconozco gritando.
Pero todo es un sueño. Debe ser el último intento de mi mente de
fingir que todo lo que está pasando no está sucediendo. Que saldré viva
de esto.
Solo cedo.
―Mierda, le dimos demasiado. Hombre, déjame entrar ahí antes de
que se muera... ―La voz de Ricard, es espesa de lujuria haciéndome
querer callarlo.
―Hazlo de todos modos. Mientras esté caliente, ¿a quién le importa?
―Otra voz, uno de los hombres cuyos nombres no recuerdo.
Y luego ese grito de nuevo, esa voz que suena tan familiar. Quiero
salir de las profundidades para responder, pero no puedo.
Me estoy hundiendo y lo agradezco. Al menos ahora voy a morir.
Antes de que ocurra algo peor.
Lo siento. Lo siento.
4

El viaje hasta la casa de seguridad fue tortuoso. En cuanto vi la


dirección en donde el rastreador paró, no perdí tiempo en volver a mi
edificio y tomar el auto más rápido que tengo, conduciendo
directamente hacia ese punto parpadeante que representa a mi mujer.
No confío en nadie más para que me traiga aquí, y definidamente no
en uno de los elegantes autos que me llevan por la ciudad.
Normalmente, el reluciente Maserati negro es un auto que llevaría en un
viaje de placer, pero este viaje no tiene nada de placentero, ya que circula
por la autopista a una velocidad que debería alertar a todos los policías
de la zona de Manhattan. Afortunadamente, no aparecen luces en mi
retrovisor. Si lo hubieran hecho, ningún policía que quisiera conservar
su empleo o volver a trabajar en ningún sitio, se molestaría tanto en
darme un sermón una vez que comprobara mi matrícula y viera a quién
pertenecía el auto, pero no tengo tiempo para eso.
Conozco a Rossi, y si realmente es quien tiene a Sofia, y no alguien
que se rebeló o algún ruso que descubrió la casa de seguridad, no va a
perder el tiempo. Le están haciendo daño en este momento, si es que no
la mataron ya, y cada célula de mi cuerpo grita que quien quiera que sea,
Rossi o cualquier otro, morirá gritando. La lealtad solo llega hasta cierto
punto.
Nadie toca lo que es mío.
La cosa se complica cuando llego a las sinuosas carreteras que se
adentran en los bosques del norte del estado, en donde se encuentra la
casa de seguridad. Está oscuro y las curvas son muy cerradas. Intento
tener algo de precaución, después de todo no puedo salvar a Sofia si
estrello el Maserati en un árbol, pero es casi imposible. Puedo oír mi
pulso retumbando en mis oídos, todo mi cuerpo consumido por una
necesidad casi primitiva de llegar a ella. Las visiones de todo lo que he
hecho a los demás nadan delante de mis ojos, ahora sustituidas por
Sofia, con sus gritos, su sangre, su dolor.
¿Esto es una especie de broma kármica enfermiza? Una especie de ¿castigo
por todo lo que he infligido a los demás?
Esto es exactamente por lo que no quería involucrarme con ella, con nadie.
Agarro el volante con tanta fuerza que los nudillos se me ponen blancos.
Sabía que esto pasaría en algún momento. Si salía con alguien, me
enamoraba o me casaba, alguien tomaría a esa persona y la usaría contra
mí. Les haría daño para llegar a mí.
Solo que no esperaba que fuera el hombre al que una vez consideré lo
más parecido a un padre.
No voy a dejar que se salgan con la suya.
Es posible, por supuesto, que no sea él, pero en el fondo sé la verdad.
Rossi no estaba listo para entregar las riendas del poder. Quería hacerlo
a su manera, en su tiempo. Ciertamente no quería ser relegado mientras
yo manejaba el conflicto con Viktor de una manera que él no aprobaba.
Pensó que podría seguir gobernando a través de mí, y cuando decidí
ponerme firme y usar mi nuevo poder...
Quiero creer que Rossi nunca haría esto, pero he visto demasiado de
lo que está dispuesto a hacer para pensar realmente eso.
Los neumáticos escupen grava cuando me detengo frente a la casa de
seguridad sin molestarme en disimular mi llegada. No voy a entrar a
hurtadillas. Rossi tiene que saber que vine por ella, y sin duda, tiene
todas las entradas cubiertas. Voy a entrar por la puerta principal, y voy
a entrar disparando.
Me dirijo a la puerta a grandes zancadas, con la grava crujiendo bajo
mis zapatos de cuero, mientras saco las dos P30L1 que traje conmigo,
cuyas empuñaduras se adaptan a mis palmas con demasiada
comodidad. Rara vez he tenido que dispararle a otros hombres; lo más
frecuente es que mueran a manos de nuestros soldados cuando termino
de interrogarlos, pero he pasado suficiente tiempo en el campo de tiro,
preparándome para un día como éste, que mis manos se ciñen a las
pistolas como si fueran viejas amigas.
Oigo un sonido procedente del interior, un grito débil y desgarrado,
y me hierve la sangre. Veo rojo cuando abro la puerta de una patada,
golpeando con el pie tan fuerte que los bordes se astillan al abrirse de
golpe, revelando el interior de la casa.
―¿Dónde demonios estás? ―grito, y mi voz resuena en la habitación
principal. Vuelvo a oír el ruido, esta vez es un gemido más suave, y el
sonido de una conversación procedente de una de las habitaciones del

1 Pistola semiautomática con marco de polímero de Heckler & Koch, disponible en 9 × 19 mm Parabellum y .40 S&W.
fondo. Sin pensarlo dos veces, avanzo a grandes zancadas por el pasillo,
con los dientes apretados mientras busco la habitación en donde está mi
mujer.
Cuando abro la puerta, mis peores temores se confirman, y la visión
que tengo delante es más horrible de lo que imaginaba.
Sofia está atada a la cama, completamente desnuda, con la cara
magullada e hinchada. Aunque no veo ningún indicio de lesión más allá
de la sangre procedente de la paliza que claramente le dieron, se retuerce
en la cama como si sufriera un dolor insoportable, con los labios partidos
e hinchados abiertos mientras gime. Lo he visto docenas de veces, ese
punto en el que la garganta duele demasiado para gritar, demasiado
maltratada e hinchada, pero la persona que grita sigue creyendo que
está gritando cuando en realidad solo está maullando como un gatito.
Verla así, sabiendo el punto al que la han empujado, me pone al borde
de la locura.
Rossi está junto a la cama en su silla de ruedas, y se gira bruscamente,
su rostro palidece ligeramente al verme, así que no estaba tratando de
atraerme aquí. Reconozco a Ricard, un miembro de la brigada de tortura
de Rossi al que siempre desprecié y del que pensaba deshacerme en
cuanto acabara con la Bratva. Tuve tiempo de reconsiderar a los
hombres de los que quería rodearme. Los demás son solo soldados sin
rostro para mí, mafiosos que sin duda tienen sus propias razones para
seguir a Rossi en esta locura. No me importan. Morirán, por supuesto,
pero me importa una mierda por qué están aquí o cuál es su motivo.
Lo que me importa es por qué mierda Rossi decidió secuestrar y
torturar a mi esposa, y quiero saberlo antes de enterrarlo.
―Más vale que no hayas dejado que ese asqueroso la violara ―gruño,
entrando en la habitación con una P30L apuntando a Ricard y la otra a
Rossi―. Si la tocó...
―Oh, jodidamente la toqué. ―Ricard se lleva la mano a la nariz y
olfatea dramáticamente―. El coño de tu mujer es jodidamente dulce,
Príncipe…
Ni siquiera pienso qué hacer a continuación. Solo reacciono.
Los gritos de Ricard llenan la habitación cuando la primera bala se
clava en su rodilla.
―¿Alguien más tiene algo inteligente que decir? ―Miro alrededor de
la habitación. El rostro del rubio se ha puesto pálido y parece que podría
vomitar. Los otros dos también parecen un poco cenizos y sacuden la
cabeza.
―Solo seguíamos las órdenes del Don... ―empieza a decir uno de
ellos, y vuelvo a disparar, sus gritos se unen a los de Ricard cuando mi
disparo le da de lleno en el hombro.
―Yo soy el puto Don ―gruño, mi voz es un gruñido bajo―. Ustedes
responden ante mí, y les prometo que responderán de esto con sus vidas.
―Eres un maldito débil, eso es lo que eres ―escupe Rossi―. Debería
haber matado a Sofia desde el principio y no haberte dado nunca la
opción de casarte con ella. Pensé que dejarte cumplir la promesa de
Marco te permitiría entretener tus fantasías de ser el tipo de hombre que
rescata damiselas en peligro mientras yo manejaba la amenaza rusa. No
esperaba verme obligado a entregarte el título tan pronto, o que
olvidaras cada maldita cosa que te enseñé.
―No me enseñaste a torturar y violar mujeres.
―No te preocupes, Ricard no ha pegado más que sus dedos en ella.
Todavía.
Un escalofrío de rabia se apodera de mí, mi visión se oscurece en los
bordes mientras mantengo la pistola firme, apuntando a su cara.
―Me habrías obligado a hacer eso, Vitto. No creas que olvido cómo
me dijiste que tomara su virginidad en nuestra noche de bodas, de una
forma u otra. Por suerte, ella consintió, pero me habrías matado por
negarme a forzar a mi esposa.
―Es tu mujer. ―Rossi agita una mano despreocupadamente―. Ella
te pertenece.
―Exactamente. ―Aprieto los dientes―. Así que me la llevo de aquí,
de vuelta a casa.
―No, no permitiré que destruya esta familia y todo lo que he
construido. Sofia debería haber muerto hace años junto con la puta de
su madre. Debería haber matado a Giovanni y a esa zorra rusa antes de
que tuviera la oportunidad de hacer un bebé con ella. No lamento su
muerte, Luca. Solo lamento que tu padre muriera vengándolo. Marco
era un buen hombre, demasiado bueno para morir por un traidor como
Giovanni Ferretti.
Mi siguiente bala entra en la cabeza del rubio. Lo oigo caer, y Sofia
suelta un grito de dolor o de terror, no lo sé. Cuando la miro, veo que
sus ojos parecen vidriosos, como si no me viera realmente. Ni siquiera
estoy seguro de que sepa que soy yo quien está aquí en este momento.
―Me quedan muchas ―digo en tono sombrío―. Entonces, ¿qué vas
a hacer, Vitto? ¿Dejo vivir a los hombres que te quedan y a ti, y me llevo
a mi mujer a casa? ¿O vas a seguir diciéndome que Sofia es una amenaza
para el mayor sindicato del crimen del mundo? No puedes decirme que
una sola mujer puede acabar con todo eso.
―No todo, no, pero si Viktor le pone las manos encima...
―No lo hará ―gruño―. Viktor Andreyev nunca tocará a mi esposa.
―No puedes garantizar eso, y menos con esta mierda de paz en la que
insistes. ―Rossi niega con la cabeza, con una mirada de asco―. Eres
débil, Luca. Nunca debería haberte dado el título. Franco habría sido
una mejor opción.
―Vamos, jefe, la chica va a morir antes de que yo tenga una
oportunidad con ella si el Príncipe sigue hablando...
El cuerpo de Ricard hace el sonido más satisfactorio al golpear el
suelo.
―Puedo hacer esto todo el día. ―Lo miro fijamente, conteniendo el
torrente de rabia que me hace querer asesinar a todos los que están en
esta habitación lentamente, tan lentamente como sé―. ¿Qué pasa si te
dejo salir de aquí, Vitto?
Puedo ver que está considerando su respuesta. Seguramente sabe que
me ha presionado demasiado y que no hay vuelta atrás. Finalmente, con
un profundo suspiro, me dice la verdad.
―No me detendré hasta que esté muerta, y hasta que el último perro
de la Bratva sea borrado de la faz de esta tierra.
―Eso es lo que pensaba. ―Levanto la pistola y oigo dos martilleos
más detrás de mí―. No te molestes ―digo sin darme la vuelta―. Tu jefe
estará muerto antes de que puedas apretar el gatillo, y mis hombres te
harán pedazos por matarme. No vale la pena, al menos les daré una
muerte rápida.
Oigo el ruido de sus pies cuando se dirigen a la puerta trasera. Me
giro rápidamente y les disparo a ambos en la nuca. Caen boca abajo, y
oigo el sonido de los guardias de la parte trasera que se dan a la fuga,
sin duda sabiendo exactamente quién los encontró. Puede que
estuvieran dispuestos a respaldar a Rossi contra los intrusos, pero no
contra mí. Tengo el poder del resto de la organización detrás de mí... y
hombres entregados que no los dejarán escapar de la justicia. Su mejor
apuesta es tener una ventaja.
Y se me acaba el tiempo. No sé qué le hicieron a Sofia, pero necesita ir
a un hospital. Pronto.
―Lo siento, Vitto. ―Me giro hacia él, y veo que el rostro del anciano
palidece al darse cuenta por fin de que nadie va a salvarlo, y que nadie
va a enfrentarse a mí, a elegirme a mí antes que a él frente a la muerte―.
Fuiste como un padre después de la muerte del mío. Me enseñaste
muchas cosas que siempre me servirán y otras que espero poder olvidar
algún día, pero fuiste demasiado lejos. ―Aprieto el cañón de la pistola
contra su frente, y aunque mi pulso se acelera, mi mano se mantiene
firme.
No cuestiono mi decisión, pero eso no lo hace fácil.
La mano de Rossi se aprieta alrededor de algo en su puño.
―Bien ―carraspea, mirándome desafiante―. Mátame, pero
pregúntale a Viktor cuando lo veas. Pregúntale por qué quiere a Sofia.
―Miro al hombre que una vez creí amar como a un padre, y no siento
nada. Solo la rabia que se transforma en frío en mis venas, el mundo que
se estrecha a mi alrededor mientras aprieto el gatillo.
―No me importa una mierda.
El disparo resuena en mis oídos. Rossi se desploma hacia delante, y
mientras su cuerpo se relaja en la muerte, su mano cae abierta,
dejándome ver lo que sostenía ahí.
Es un collar en forma de cruz, con bordes de diamantes tan
minúsculos que casi no los veo.
Es el collar de Sofia, el que siempre solía llevar y que le regaló su
madre.
Me pregunté por qué dejó de usarlo. Ahora lo sé. Rossi se lo robó en
algún momento, solo Dios sabe cuándo.
Siento que la sangre empieza a correr de nuevo por mis venas
mientras bajo las pistolas, metiéndolas en sus fundas bajo mi saco y a mi
espalda mientras me giro hacia la cama para agarrarla. Está fría al tacto,
su respiración es superficial y lenta, y ha dejado de retorcerse tanto,
aunque sigue retorciéndose como si le doliera. Le envuelvo el cuerpo
con la manta sobre la que está tumbada, cortando las ataduras de sus
manos y la levanto en mis brazos. La siento ligera como una pluma y se
me contrae el pecho al mirar su rostro golpeado, con sangre y otros
líquidos incrustados en sus labios y la barbilla.
―Lo siento ―susurro mientras la acuno entre mis brazos.
Esto es culpa mía. Si hubiera sido más frío, más duro, más despiadado
con ella. Si hubiera hecho que me temiera en lugar de hacer que
empezara a amarme. Si no le hubiera dado citas en la terraza y un placer
infinito en la cama, tal vez habría estado demasiado aterrada para salir
de casa.
Debí haberla encerrado en su habitación. Tirar la llave. Construir una
jaula de oro para ella. Cualquier cosa para mantenerla dentro, lejos de
los hombres que la usarían para hacerme daño.
Nunca, jamás, podrás darle a nadie una razón para creer que te importa tanto,
lo suficiente como para que pueda ser utilizada como un arma contra ti.
Ni siquiera a ella.
Mi mente va a toda velocidad mientras la saco de la casa y la llevo al
auto que espera. Sus ojos hinchados se abren por un momento, lo
suficiente para encontrarse con los míos, y por un segundo, creo que
puede reconocerme. Sus labios empiezan a formar una palabra, pero no
puede hablar.
―Shh. Pronto estarás en un hospital, Sofia. ―La acuesto en el asiento
trasero, con cuidado de no presionarla. Aun así, está claro que cada
toque y movimiento es insoportable―. No dejaré que nadie te vuelva a
hacer daño, mi amor. ―No le toco la mejilla, mis dedos se ciernen sobre
su cara, y me permito decir las palabras solo una vez. Después de todo,
ella no las recordará. Si tiene suerte, su mente bloqueará todo lo que
pasó esta noche.
―Mi amor. Mi princesa. Mi reina. ―Aprieto los dientes, viendo cómo
está tumbada―. Todos los que te hicieron esto están muertos, y todos
los que piensen en hacerte daño morirán. Te lo prometo, Sofia. Te
mantendré a salvo de todos.
Incluso de mí.
Me subo al asiento del conductor, preparándome para el viaje al
hospital. Cuando Sofia se despierte, se encontrará con el marido que
recuerda desde los primeros días en que nos conocimos. El que es frío y
duro, brutal y cruel, un hombre al que hay que temer, un rey ante el que
inclinarse, no uno al que hay que amar. Es la única forma que se me
ocurre para mantenerla a salvo. Le rehuiré en privado, y si alguna vez
puedo sacarla en público sin temor a un ataque, seré frío con ella. Haré
todo lo posible para que nadie vuelva a pensar que secuestrar a Sofia
Romano es una forma de llegar a mí.
Es la única forma que se me ocurre para mantenerla a salvo, incluso
si me destroza.
5

Todo lo que sucedió después de la última inyección está borroso. Creo


que entré y salí de la conciencia, aunque recuerdo claramente que el
hombre que entró en la habitación le disparó a Will, el que intentó ser
amable conmigo. Recuerdo haber llorado por eso, deseando que no
hubiera tenido que morir.
Me pregunto si están todos muertos. Me pregunto si Rossi está
muerto.
Es como si alguien me llevara en brazos, envuelta en una manta que
parece desgarrarme el cuerpo, pero estoy demasiado débil para gritar o
luchar. Huelo el cuero de los asientos del auto, oigo una voz que
murmura por encima de mí mientras me tumba en la superficie fría.
Mi amor. Mi princesa. Mi reina.
Te mantendré a salvo de todos.
Mi amor.
Parece la voz de Luca, pero no puede ser. Luca no diría esas cosas. No
me ama, o si lo hace, me ama como podría amar una pieza de arte
particularmente hermosa. Algo que le pertenece. Algo que compró y de
lo que puede disponer a su antojo.
No me quiere como a una mujer. Como una esposa. Lo demostró la
última noche que lo vi.
El mundo se desvanece de nuevo, en una miseria de fuego, con mi
cuerpo ardiendo desde dentro. Tengo horribles visiones de manos sobre
mí, manos que no quiero, de mi bebé convirtiéndose en cenizas en
llamas que saltan mientras intento agarrarlo, gritando todo el tiempo
mientras esas manos me arrastran hacia atrás. Me siento como si me
estuviera calentando y luego ahogando, y cuando finalmente caigo en la
inconsciencia, no puedo evitar esperar que esta sea la muerte que Rossi
me prometió.
No puedo soportar más el dolor.

La siguiente vez que abro los ojos, lo hago con una luz fluorescente
deslumbrante. Sigo teniendo la sensación de estar ardiendo, pero esta
vez con una especie de euforia. Ya no hay dolor. Todo ha desaparecido
y mi cuerpo se siente ligero. La ausencia de ese dolor es en sí misma una
especie de placer, e intento estirar la mano para tocarme el vientre,
preguntándome si mi bebé sigue ahí. Si ha sobrevivido, pero no puedo
moverme. Mis manos no se mueven, estoy atada de nuevo, y siento que
me agito, que lucho, que quiero gritar.
Hay voces y manos. El pinchazo de una aguja, pero esta no trae dolor.
Solo más paz. Más sueño. Más descanso.
¿Estoy muerta? ¿Esto es el cielo?

Pero no estoy muerta. Lo descubro cuando me despierto de nuevo,


esta vez con más claridad. Todavía están las luces fluorescentes y la
sensación de euforia sin dolor. Cuando abro los ojos, tan secos y
pegajosos como están, me doy cuenta lentamente de lo que me rodea.
Estoy en una habitación de hospital, conectada a máquinas, y mis
muñecas están sujetas al lado de la cama con suaves esposas acolchadas.
Se oye un pitido constante y me relamo los labios, deseando
desesperadamente un poco de agua. Estoy a punto de intentar llamar a
una enfermera cuando se abre la puerta y entra una mujer bajita y
morena con una bata arrugada y los ojos ligeramente delineados.
―Señora Romano, me alegro de que esté despierta. ―Hay un alivio
palpable en su voz, y me pregunto qué ha pasado desde que me
desmayé en la casa de seguridad para que me mire con esa extraña
mezcla de simpatía y preocupación―. Deje que le desate las muñecas.
―¿Por qué están ahí? ―grazno―. ¿Puedo tomar un poco de agua, por
favor?
―Por supuesto. ―La enfermera me desata las esposas y tiro de las
muñecas para liberarlas, frotándolas a pesar de que no hay irritación por
las esposas. Eran suaves y estaban bien acolchadas, pero aún siento la
piel irritada por las ataduras con las que Rossi y sus hombres me
ataron―. Aquí tiene, señora Romano. ―Me da la taza, y el primer
contacto del agua fría con mis labios agrietados es mejor que el mejor
sexo que he tenido nunca.
Bueno, tal vez no tan bueno, pero casi.
Tengo que obligarme a no tomarla demasiado rápido. Siento la
garganta reseca y quiero tragarla toda de una vez, pero la bebo a sorbos
lentos y medidos que me parecen una tortura, incluso ahora que sé lo
que es tortura.
El recuerdo del fuego en mis venas me hace estremecer, y la enfermera
me mira con la misma expresión de preocupación en sus ojos.
―¿Por qué las esposas? ―Vuelvo a preguntar cuando ya no siento la
boca espesa y seca.
―Se agitaba demasiado cuando su marido la trajo, arañándose los
brazos, fuera de sí por el dolor. Tuvimos que sujetarla para que no se
arrancara la piel. ―La enfermera traga con fuerza―. Siento que le haya
pasado esto, señora Romano. Si quiere hablar con alguien...
―No, está bien ―digo rápidamente. No tengo ni idea de cuál será la
reacción de Luca a todo esto, pero no creo que las visitas semanales al
consultorio de un terapeuta estén en mi futuro. Tal vez si pudiera
encontrar uno que hiciera visitas a domicilio...
Nunca me dejará salir después de esto. Estoy aliviada de descubrir que
las correas de las muñecas eran obra del hospital porque, por un
momento, pensé que Luca las había hecho él mismo o las había
ordenado para evitar que me despertara y huyera.
Ni siquiera se me había ocurrido cuando me desperté, pero ahora me
pregunto si habrá alguna posibilidad entre el momento en que la
enfermera se vaya y cuando Luca venga a buscarme.
―¿Cuánto tiempo he estado dormida?
―Unos días ―me dice―. Su marido apenas ha salido del hospital.
Parecía un hombre poseído. Estaba muy enojado. ―Frunce el ceño―.
Tuvimos que dejarlo ducharse aquí, se negó a separarse de usted la
primera noche para asearse, y estaba... ―hace una pausa, como si no
estuviera segura de cuánto decir―. Ensangrentado.
Me casé con un hombre sangriento. Pienso en las salpicaduras en su
camisa y los brazos cuando llegó a casa aquella noche, la sangre de otra
persona, alguien que gritó y suplicó y se retorció como yo. Luca dirá que
se lo merecían, pero Rossi diría lo mismo de mí. Debe estar muerto ahora,
pienso, temblando un poco. Tengo un vago recuerdo de Will cayendo
con un fuerte golpe cuando Luca le disparó, de mi grito de protesta
porque fue el único que me ofreció alguna amabilidad. No recuerdo
mucho más, e incluso eso pensé que podría haber sido un sueño, una
alucinación de rescate.
Sin pensarlo, me llevo la mano a mi vientre, que aún está hinchado, y
una oleada de miedo me recorre la espalda.
―Mi bebé... ―sale como un susurro, pero la enfermera me oye
igualmente. La miro con ojos muy abiertos y asustados, sin saber si
quiero hacer la siguiente pregunta.
Una vez que la responda, no podrá retractarse nunca. El pequeño
secreto que llevaba, aquello por lo que estaba dispuesta a arriesgar mi
vida, el bebé que imaginé en mi cabeza, que prometí amar y proteger,
desaparecerá para siempre una vez que ella lo confirme. Lo siento.
¿Cuántas veces pensé eso mientras me retorcía en esa cama, siendo
quemada desde dentro por esa droga? Intenté salvar a mi bebé y fracasé
de todos modos, y ahora la ira de Luca será feroz, estoy segura.
Antes me asustaba mi marido, pero ahora me aterra verlo.
―Su bebé está bien. Confirmamos el embarazo mientras la
tratábamos por las drogas en su sistema. Tiene mucha suerte, señora
Romano. El médico tuvo que hacer las exploraciones un par de veces
para estar seguro. No estaba seguro de cómo un feto tan pequeño pudo
sobrevivir a ese traumatismo; usted aún no ha superado el punto en que
es común tener un aborto espontáneo por nada.
―¿De cuánto tiempo estoy? ―Mi voz es silenciosa y mi garganta se
aprieta. Mi bebé está vivo. Parece imposible. Me había resignado en medio
de toda esa tortura a que iba a perder a mi hijo, a que no había forma de
evitarlo. Que ambos íbamos a morir. Y, sin embargo, aquí estamos los
dos, en una cama de hospital, vivos.
Por ahora.
―Seis semanas ―dice la enfermera, con la primera sonrisa que he
visto en su rostro―. Es un embarazo muy reciente. Tiene mucha suerte,
señora Romano de que los dos estén vivos.
―Lo sé ―susurro. Nunca he estado tan segura de nada, y ahora que
he tenido esa suerte, tengo que averiguar qué hacer a continuación.
Mi bebé y yo sobrevivimos a Rossi, pero ahora tenemos que sobrevivir
a Luca.
Mi marido.
Todavía no me he acostumbrado a escuchar su apellido junto al mío.
―¿Sabe mi marido lo del bebé? ―Siento que el pánico empieza a
arañar mi garganta, cerrándola aún más. Si Luca ya lo sabe, no hay nada
que pueda hacer, excepto intentar salir del hospital antes de que venga
a llevarme a casa, pero incluso si consigo escapar de aquí, no tengo ni
idea de lo que haré después. Estoy en bata de hospital, sin ropa, sin
dinero y sin ningún sitio al que ir. No puedo poner a Ana en peligro
yendo hacia ella, y ni siquiera estoy segura de que el padre Donahue
siga vivo.
Estoy aún más atrapada que antes.
―No, si no se lo ha dicho ―dice la enfermera, mirándome con
curiosidad―. Todavía no hemos actualizado su ficha médica y
pensamos que sería mejor esperar a decir algo hasta saber si usted lo
había hecho o no. No queríamos ser los que estropearan su sorpresa si...
Se detuvo, pero sé lo que iba a decir. Si ambos sobrevivíamos.
Bueno, lo hicimos, y ahora tengo que averiguar qué hacer a
continuación.
Esta enfermera es la única que podría ayudarme.
―Necesito que lo deje fuera de mi expediente médico. ―Intento hacer
que mi voz sea lo más autoritaria posible, pero es difícil cuando todavía
está en carne viva por todos los gritos que di―. No quiero que mi
marido lo sepa, en este momento no.
Me mira con curiosidad.
―No estoy segura de que eso sea algo que pueda hacer ―dice con
cuidado―. Omitir la información médica es...
―Es importante ―le digo, tratando de mantener la desesperación
fuera de mi voz, pero puedo oír cómo se arrastra―. Es… esencial que
no lo sepa.
―Tendrá que darme más detalles que eso. ―Frunce el ceño―. ¿Está
usted en algún tipo de peligro? ¿Necesita que llame a alguien? ¿Quizás
quiera hablar con alguien sobre su marido?
Me río con eso. No puedo evitarlo, y me sale una especie de sonido
agudo, casi histérico. La idea de que alguien le haga algo a Luca, que me
proteja de él, es demasiado ridícula. Intento imaginarme a mí misma
hablando con la policía, presentando cargos contra mi marido por...
¿qué? ¿Un matrimonio que acepté? ¿Sexo que le pedí? Luca
probablemente haya cometido cientos de crímenes, pero nunca verá el
interior de una celda. Y, a decir verdad, estoy más segura con él de lo
que probablemente estaría en cualquier otro lugar. Rossi nunca me
habría puesto las manos encima si no hubiera dejado el ático, un punto
que espero que mi marido me haga entender con gran énfasis.
Por mucho que lo intente, no puedo dejar de reírme hasta que mis
brazos se envuelven alrededor de mis costillas adoloridas, ahogándome
y jadeando mientras intento respirar a través de ellas.
La enfermera parece comprensiblemente alarmada.
―Señora Romano, ¿necesita un sedante? Puedo...
―¡No! ―Sacudo la cabeza, tratando de recomponerse―. Yo solo...
¿sabe quién es mi marido?
―Luca Romano. ―La enfermera parece un poco confundida―. Lo
siento, soy nueva aquí. ¿Es un gran donante del hospital o algo así?
De alguna manera, consigo no volver a reírme.
―Estoy segura de que ha hecho donaciones ―digo con toda la calma
que puedo―, pero no me refiero a eso. Mi marido es el Don de la rama
americana de la mafia italiana, y estoy segura de que, si le pregunta a
quienquiera que esté al mando aquí, le dirá exactamente qué clase de
hombre es.
Sus ojos se abren de par en par.
―Lo siento ―tartamudea―. He oído hablar... pero oí que un hombre
llamado Rossi...
Solo el sonido de su nombre hace que se me revuelva el estómago.
―Voy a vomitar ―consigo decir justo a tiempo para que la enfermera
me entregue un recipiente de plástico. Vomito en él hasta que mi visión
se oscurece y mi garganta vuelve a arder. No tengo nada en el estómago
para vomitar, pero mi cuerpo hace lo que puede, la bilis se derrama por
mi boca hasta que tampoco queda nada.
Cuando termino, me lo quita y vuelve con la misma mirada de
preocupación.
―Dígame qué pasa ―dice con calma―, y veré lo que puedo hacer.
No soy tan estúpida como para contarle todo. Solo lo que necesito
para que ella esté de acuerdo con ello.
―Hay una cláusula en mi acuerdo prenupcial que dice que no puedo
quedarme embarazada. Si lo hago, tengo que interrumpirlo.
Una mirada de horror se extiende por su rostro.
―¿Qué? ¿Por qué diablos...?
―Es complicado.
―¿Por qué no se va? Divórciese... Lo siento ―dice bruscamente―. Sé
que no siempre es tan sencillo, pero si su marido quisiera...
―Intenté irme ―digo simplemente―. Ya ve lo que pasó.
―¿Su marido le hizo esto? ―Se queda blanca como una sábana―.
Señora Romano, lo que le hicieron...
―¡No! No, Luca no hizo esto ―digo rápidamente―, pero me está
protegiendo de gente que haría esto y cosas mucho peores. Intenté irme
por mi bebé y me secuestraron. No puedo volver a marcharme. Es salir
de la sartén y caer en la hoguera. Tengo que diseñar un plan diferente,
pero necesito tiempo. ―La miro suplicante―. Necesito poder contarle
esto a mi tiempo. ―O nunca. Eso sería mejor, si puedo encontrar una salida,
pero necesito tiempo―. Si ve mi historial médico, no podré averiguar la
mejor manera de manejarlo primero. Necesito tiempo.
La enfermera deja escapar un largo suspiro.
―Está bien ―dice finalmente―, pero el señor Romano...
―No lo haga ―digo en voz baja―. Sea lo que sea que vaya a decir, le
prometo que es más complicado de lo que cree. No soy una mujer
maltratada. Mi marido no ha abusado de mí. Es solo un hombre difícil.
―Eso es decir poco―, y tengo que averiguar qué hacer por mi cuenta.
―Me aseguraré de que sus archivos no mencionen el embarazo, y le
sugeriré al médico que quizás se equivocó. ―Duda―. No puedo
prometer que todos los que están al tanto se queden callados, pero haré
todo lo posible para que no se sepa.
Siento una oleada de alivio, la primera que he sentido en más tiempo
del que puedo recordar.
―Gracias ―susurro, y me dedica una pequeña sonrisa.
―Necesita descansar, señora Romano. Su cuerpo ha sufrido mucho.
Necesita tiempo para curarse antes de ir a casa.
Eso puede llevar todo el tiempo que sea posible, pienso sombríamente. Lo
último que quiero hacer es volver al ático con Luca. Me quedaría
despierta para siempre si pudiera mantenerme aquí, en la relativa
seguridad del hospital, en lugar de volver a mi jaula dorada. Me
estremece pensar en lo furioso que debe estar.
Pero el hospital no puede protegerme de Viktor y de la Bratva.
Aunque Rossi esté muerto, no era la única amenaza que había.
Luca me tiene enjaulada por una razón; incluso yo no puedo evitar
verlo ahora, pero mi secreto lo cambia todo.
La enfermera me inyecta algo en la vía antes de que pueda decir nada.
Un escalofrío me recorre, recordando a Ricard introduciendo la aguja en
mi brazo y el insoportable dolor que siguió. ¿Cuánto tiempo pasará hasta
que deje de recordarlo? Me pregunto, y en el fondo sé que pasará mucho
tiempo.
Tal vez para siempre.
Es aterrador imaginar cuánto tiempo me perseguirá algo así.
¿Qué hago ahora? No tengo ni idea de si el Padre Donahue está vivo, y
no puedo ponerlo en riesgo de nuevo. Luca esperará que vuelva ahí.
Si Viktor me quiere tanto, ¿qué estaría dispuesto a hacer para conseguirme?
Hay alguna razón por la que me quiere en su poder, por la que la Bratva
casi ha empezado una guerra por eso, y sea cual sea esa razón, tengo
una madre rusa. Es posible que pueda negociar de alguna manera la
protección del otro lado, algo que quieren a cambio de que se aseguren
de que mi bebé estará a salvo.
Es una posibilidad muy remota, y sé que probablemente no funcione.
Si Luca es una bestia, Viktor Andreyev es un monstruo. Un lobo y un
oso, respectivamente, pero, aun así, no puedo dejar de pensar que
podría haber algo ahí, alguna ventaja que pueda utilizar.
Me pregunto si Ana podría averiguar algo, de alguna manera. Le
preguntaré, pienso cansada. Una vez que salga de aquí.
Cuando eso suceda.
Siento que el sedante se apodera de mí, por mucho que luche contra
él. Mi cuerpo anhela descanso, sueño, tiempo para recuperarse, y no
puedo luchar contra ello.
Me sumerjo en un sueño dichoso y sin pesadillas.
6

La cosa más difícil que he tenido que hacer es mirar a Caterina a los
ojos después de escuchar la noticia de la muerte de su padre.
No me arrepiento de haber matado a Rossi. Una vez que los médicos
me informaron del alcance de lo que él y sus matones le hicieron a Sofia,
cualquier rastro de arrepentimiento se borró por completo, si es que
quedaba alguno después de lo que vi. Es imposible desear no haberlo
matado después de tener a Sofia retorciéndose en mis brazos mientras
esa droga se abría paso por sus venas. Cualquier sentimiento que me
quedara por él, por toda nuestra historia y por todo lo que hizo por mí
después de la muerte de mi propio padre, fue superado por el
conocimiento de lo que le hizo a mi mujer.
Y al final, supongo que eso es parte de lo que él temía todo el tiempo
cuando dije que quería casarme con Sofia en lugar de dejar que
simplemente la eliminara. Que mi lealtad a mi mujer ganara a todas las
demás lealtades que pudiera tener. Sigo siendo leal a la familia, al título
que ostento y al cargo que se me confió, pero en todo el tiempo que llevo
bajo el mando de Rossi, nunca maté a una mujer. Sé que Ricard era su
elección para las ocasiones en que necesitaba información de una, y yo
odiaba eso. Odiaba que Rossi lo permitiera, y ahora que él y Ricard están
muertos, me aseguraré de que no vuelva a ocurrir.
Esta familia será gobernada por mí, a mi manera. Nada me lo impide
ahora.
Pero todavía duele ver el dolor escrito en la cara de Caterina.
Franco no está aquí, lo que me irrita. Ha estado notablemente ausente
durante todas las crisis de su esposa, y no lo he olvidado. Estoy seguro
de que hay muchos hombres por debajo de mí que no son maridos
modelo, pero es particularmente irritante con Franco. Le dieron una
esposa muy por encima de lo que debería haber esperado, la hija del
antiguo Don, y su comportamiento hacia ella roza la falta de respeto, no
solo hacia ella, sino también hacia su difunto padre y hacia mí, por
nuestra decisión de hacerla su esposa.
Niego con la cabeza, apartando ese pensamiento por ahora. Por el
momento, tengo algo más urgente que la negativa de mi mejor amigo y
subjefe a dejar atrás sus costumbres de soltero, y es consolar a la hija del
hombre que acabo de matar, y asegurarme de que no haya sospechas de
que fue mi mano la que asestó el golpe mortal.
―¿Dijiste que fue la Bratva? ―Caterina se pasa la mano por la nariz,
sorbiendo. Es lo menos compuesta que la he visto nunca, y puedo ver
que ha perdido peso desde la muerte de su madre y su boda. Sus mejillas
parecen demacradas y está muy pálida. Su pelo, normalmente frondoso,
brillante y espeso, algo en lo que siempre me fijé aunque sabía que nunca
sería para mí, está recogido en un moño y parece encrespado en los
bordes―. ¿Mataron a mi padre?
―Y secuestraron a Sofia ―confirmo―. Tu padre, algunos de sus
hombres y yo fuimos a rescatarla, pero la Bratva los abatió.
―¿Y cómo saliste, entonces? ―Caterina frunce el ceño y sus labios se
diluyen―. Es una suerte terrible.
No oigo sospechas en su voz: no estoy seguro de que nadie sospeche
realmente que yo haya matado a Rossi. Al fin y al cabo, si no saben que
secuestró a mi mujer, no tengo motivos para hacerlo.
Ya tengo el título, pero puedo ver la confusión escrita claramente en
su cara.
―Iba detrás de ellos en otro auto ―digo en voz baja―. Lo siento,
Caterina. Llegué demasiado tarde, pero me llevé a varios de los Bratva
conmigo. Otros pocos escaparon, pero el que mató a tu padre está
muerto. Le disparé yo mismo.
Ahí está. Limpio, ordenado. Cualquier posible testigo ya está muerto.
―¿Sufrió? ―Le tiembla la barbilla y me doy cuenta de que está
intentando no romper en llanto de nuevo.
―No ―le digo firmemente, y me alegro de poder al menos ser
honesto al respecto―. Fue rápido.
―¿Estás seguro? ¿Cómo...? ―Se le escapa un pequeño sollozo, y me
siento a su lado.
―¿De verdad quieres saberlo, Caterina? Te estás torturando...
Me estremezco al decir la palabra. No estoy seguro de que pueda
volver a pensar en la tortura de forma tan sencilla, como una parte de
mi trabajo, un medio para hacer que los hombres hablen. Me pregunto
cuánto tiempo pasará hasta que no vea el cuerpo desnudo y retorcido
de Sofia frente a mis ojos, atormentado por el dolor. Mi puño se aprieta
a mi lado, y en ese segundo sé que, si pudiera, los mataría a todos, de
nuevo.
―Quiero saberlo ―dice con firmeza, levantando su delicada
barbilla―. Será peor si lo imagino.
―Le dispararon en la cabeza ―le digo con la mayor franqueza
posible, haciendo una mueca de dolor cuando las palabras salen de mi
boca―. Murió instantáneamente, Caterina. No hay forma de que haya
sucedido.
Ella palidece ante eso, pero su barbilla permanece levantada.
―Es bueno que haya sido rápido ―dice finalmente―. Me encargaré
de los preparativos del funeral. Sé que tiene un testamento con sus
deseos.
Su testamento tiene mucho más que eso para Caterina, lo sé. Como
hija única, heredará la mansión Rossi, a la que seguro que Franco estará
encantado de mudarse. También heredará la gran riqueza de su padre,
la parte que es separada del negocio familiar, pero puedo ver en su cara
que no le importa nada de eso.
Rossi merecía morir por lo que hizo, pero sé que es una pérdida
incalculable para ella: su madre y su padre, asesinados con pocas
semanas de diferencia. Puedo ver la carga que pesa sobre sus delgados
hombros, y desearía que tuviera un marido mejor que la ayudara a
soportarlo. Franco siempre ha sido un buen amigo mío y un buen
hombre en muchos aspectos, pero en esto, está fallando.
―Hazme saber si necesitas algo. Lo digo en serio, Caterina. Cualquier
cosa en absoluto. Sofia…
―Estoy segura de que Sofia necesitará descansar. Ha pasado por
mucho. ―Caterina se frota las manos sobre sus rodillas vestidas de
jeans, dejando escapar un largo suspiro.
―Ella querrá ayudar, sin embargo, si puede. ―Incluso yo puedo oír
la aspereza en mi voz cuando hablo de ella. Puede que haya atravesado
una casa llena de hombres para salvarla, pero aún estoy furioso con ella
por haberse ido. Esperaré a que se recupere lo suficiente como para
soportar el peso de mi ira, pero va a haber un infierno que pagar cuando
la lleve a casa.
Caterina se queda callada durante un largo rato.
―¿Y ahora qué, Luca? ¿Irás a la guerra con Viktor? Todos tus intentos
de hacer la paz se han acabado, supongo.
Hago una pausa.
―Bueno, eso depende, al menos en parte, de ti.
Ella parpadea.
―¿De mí? ―La confusión en su rostro es evidente, y puedo entender
por qué. La mafia nunca ha sido muy dada para tener en cuenta las
opiniones de sus mujeres, pero a mí me importa lo que ella quiera.
Aunque no haya sido realmente la Bratva quien mato a Rossi, en cierto
modo, todo esto ha sucedido gracias a ellos, y si Caterina quiere que
alguien sangre por la muerte de su padre, estoy dispuesto a quitárselo
de encima.
Hay un largo silencio entre los dos, y puedo ver que ella está
considerando seriamente su respuesta. Sus ojos brillan con lágrimas,
pero esta vez no caen cuando se gira para mirarme.
―No ―dice finalmente, con su voz temblorosa pero firme―. No, no
quiero más muerte encima de todo esto. Dijiste que los hombres que
hicieron esto están muertos. Así que es suficiente.
Un escalofrío me recorre al oír eso. El hombre responsable no está
muerto, por supuesto. Está sentado frente a ella. Me pregunto qué diría
si supiera lo que hizo su padre antes de morir, la forma en que atormentó
a su mejor amiga, destrozó su cuerpo de dolor y dejó que uno de sus
hombres la agrediera. El médico me aseguró que Sofia no fue realmente
violada, pero sé que fue algo cercano. Ricard le habría puesto sus sucias
manos encima.
En particular, me gustaría haber tardado más en matarlo. Las
mentiras sobre la responsabilidad del secuestro de Sofia y la muerte de
Rossi no eran solo para protegerme. También era para proteger a
Caterina de tener que saber lo que hizo su padre, y de lo que era
realmente capaz. Quiero que ella pueda guardar sus recuerdos sin que
sean contaminados.
―Entonces seguiré intentando hacer las paces con Viktor. ―Espero a
que se ponga en pie, y entonces lo hago yo también, mi mente ya deriva
hacia Sofia―. No sé si funcionará, pero haré todo lo que pueda.
―Sé que lo harás ―dice suavemente―. Eres un buen hombre, Luca.
―Hace una pausa, como si se preguntara si debe decir algo más―.
Quiero la paz igual que tú ―continúa―. Porque Franco y yo estamos
intentando tener un bebé. Hemos decidido no esperar. Podría estar ya
embarazada, y yo ―su voz se quiebra―. No quiero que mi hijo se críe
en una familia llena de sangre, muerte y miedo. Quiero que esta guerra
termine antes y que haya paz en todos los bandos. Sé que eso no es lo
que quería mi padre, pero en ese sentido, no soy la hija de mi padre, y
tú, Luca, no te pareces en nada a él. Sé que puedes hacerlo realidad.
―Haré todo lo posible ―le aseguro―. Tienes razón en que esto ha
durado demasiado. Llegaré al fondo de la cuestión y encontraré una
manera... para poner fin a esto.
―Y... ―Ella vacila―. Ten paciencia con Franco, Luca. Últimamente
ha estado diferente.
Frunzo el ceño.
―¿Diferente cómo? ―Yo también lo he visto, pero tengo curiosidad
por saber a qué se refiere.
―Es más impaciente. De mal genio... tal vez un poco paranoico,
incluso. Creo que le preocupa que los intentos de hacer las paces
vuelvan a estallar en nuestras caras. Está... ―extiende las manos con
impotencia, como si no se le ocurriera la palabra adecuada―, paranoico.
Eso es lo mejor que se me ocurre, en realidad, y es cortante conmigo en
particular.
Se oyen pasos en el pasillo detrás de nosotros y me doy la vuelta.
―Hablando del diablo ―digo con una risa corta―. Franco, has
tardado bastante en llegar.
Al mencionar su nombre, veo a Caterina estremecerse, y frunzo el
ceño, observándola mientras su marido se acerca. Hay una expresión de
nerviosismo en su rostro que me preocupa y me hace preguntarme si el
mal genio de Franco ha pasado de ser un mero grito con su mujer o de
maltratarla. No tengo la costumbre de vigilar los hábitos maritales de
los hombres que tengo debajo, pero nunca toleraría la violencia
doméstica de ninguno de ellos. Rossi, irónicamente, tampoco lo hizo:
recuerdo algunas ocasiones en las que las esposas acudieron a él,
maltratadas más allá de su capacidad de soportar, para pedirle que
interviniera, y siempre lo hacía. Una vez que el marido se negaba a
cambiar su forma de actuar, esa mujer se convertía en viuda, y el marido
en víctima de un «accidente».
Siempre ha habido una regla tácita en la mafia, en la que las mujeres
con maridos abusivos no acuden a la policía, acuden con el Don. Ir a la
policía es imperdonable, y tengo la intención de seguir haciéndolo.
Nunca toleraré que un marido abuse de su mujer, si Franco le hace eso
a Caterina, es aún menos tolerable.
Mis ojos la recorren rápidamente en busca de algún moretón visible,
pero no hay nada que pueda ver. Espero que eso signifique que Franco
no ha sido duro con ella, pero hago una nota mental para vigilarlo mejor.
Sea lo que sea lo que le moleste, tiene que recomponerse. Necesito que
mi subjefe esté en la cima del juego, no distraído y paranoico.
―Me enteré de lo que pasó ―dice Franco, dejando caer un rápido
beso en la mejilla de su esposa―. ¿Sofia está bien?
―Se está recuperando, estaba hablando con Caterina sobre nuestros
próximos pasos con la Bratva.
Los ojos de Franco se entrecierran.
―¿Por qué? No sabía que tuviéramos la costumbre de aceptar
consejos de las mujeres. ―Su tono es de broma, pero veo que la
expresión de Caterina se oscurece.
―Es la hija de Rossi ―le recuerdo―. Ella tiene tanto que decir en lo
que haremos a continuación como cualquiera.
Por la expresión de su cara, me doy cuenta de que Franco no está de
acuerdo, pero antes de que pueda decir nada más, Caterina le dedica
una sonrisa apretada.
―Voy a ver cómo está Sofia ―dice, con un tono falsamente
brillante―. Si alguno de ustedes necesita hablar conmigo de algo,
pueden encontrarme ahí.
Franco la ve salir, su mirada recorre su trasero mientras se dirige al
pasillo.
―Está perdiendo peso ―se queja―. Ese culo ya no es lo que era.
Lo fulmino con la mirada.
―Ha perdido a sus padres en cuestión de semanas, Franco. Dale un
respiro a la mujer.
Se encoge de hombros.
―Oye, no es como si no pudiera encontrar un culo gordo en otro
lugar. Solo digo que ya se está dejando llevar.
Por dentro, su actitud me hace hervir, pero lo ignoro. No estoy aquí
para decirle a Franco que deje de ser un cerdo cuando se trata de su
mujer y de las mujeres en general, y después de todo, no es que yo no
haya tenido actitudes similares a lo largo de los años. Mi incapacidad de
querer a cualquier mujer salvo a una ha sido un desarrollo muy reciente.
Querer no parece una palabra lo suficientemente fuerte para el deseo
que siento por Sofia. Obsesión. Adicción. Una necesidad salvaje que me
desgarra en los momentos más inoportunos.
Incluso ahora, puedo sentir ese dolor familiar por ella, y quiero
llevarla a casa.
Me digo a mí mismo que es solo para que esté a salvo, para poder
encerrarla y volver a pensar en cosas más importantes, pero sé que eso
no es del todo cierto.
Quiero castigarla. Poseerla. Hacerla mía de nuevo. Follarla hasta que
se borre todo rastro de los hombres que tocaron a mi mujer, mi
propiedad, sin permiso.
Me cansé de complacer sus sensibilidades. Ella se puso en peligro, y
es mi trabajo asegurarme de que eso no vuelva a suceder.
Como su marido. Su Don. Su amo.
―Entonces, ¿cuál es el plan? ―La voz de Franco atraviesa mis
pensamientos, y vuelvo a centrar mi atención en él y me alejo de mi
esposa errante y de mi polla rápidamente hinchada―. ¿Qué vamos a
hacer con esos putos de la Bratva?
―Nada ―digo con tranquilidad―. Todavía quiero hacer las paces
con Viktor, y Caterina dijo lo mismo. No quiere más sangre en
recompensa por la muerte de su padre.
Franco me mira fijamente, con los ojos muy abiertos.
―¿Así que no vas a hacer nada? Acaban de secuestrar a tu mujer,
asesinaron al padre de mi mujer...
―No he dicho que no vaya a hacer nada ―lo corto, con un tono más
duro de lo habitual―. Voy a convocar una reunión de todos los jefes, un
cónclave. Lo resolveremos entre nosotros, italianos, rusos e irlandeses,
con todos los que deban asistir. Resolveremos esto de una vez por todas,
sin guerra, sin más derramamiento de sangre.
―Deberías pedirle a los irlandeses que estén a tu lado contra los rusos
―argumenta Franco acaloradamente, levantando la voz―. Colin
Macgregor estará a tu lado, y lo sabes. Podrías borrar del mapa la
amenaza de la Bratva y darle su territorio a los Macgregor.
―La lucha tiene que parar ―digo abiertamente―. El hecho de que no
hayamos podido llegar a un acuerdo puso a Sofia en más peligro;
¿realmente crees que se detendrán en esto? Tengo que averiguar qué
aceptará Viktor para hacer las paces, y deberías estar igual de
preocupado por Caterina. Ella podría ser un objetivo también. ―Lo es,
por lo que me dijo Viktor, pero no lo he compartido con Franco. Sé que
debería compartir con él que el Pakhan de la Bratva quiere a su esposa
como premio, pero últimamente no estoy tan seguro de poder confiar en
su toma de decisiones. Y, además, últimamente se ha opuesto a mis
decisiones con demasiada frecuencia―. ¿No te preocupa el daño que
una guerra pueda hacer a tu familia?
―Me preocupa más la Familia en general que solo mi mujer
―arremete Franco―. Soy un hombre de la mafia igual que tú, Luca,
pero estás tan metido en tu drama personal que no puedes centrarte en
el problema que hay aquí. Estás poniendo a tu mujer por encima de...
―¡Basta! ―Mi voz es áspera y enfadada, más de lo que ha sido nunca
con él, pero parece que no puedo contenerme. Me siento frágil y furioso,
llevado al límite por la deslealtad de mi mujer, el comportamiento
errático de mi mejor amigo y el hecho de que no solo acabo de asesinar
a la persona más parecida a un padre que tenía, sino que además tengo
que orquestar el encubrimiento―. No tendré una guerra, Franco. No si
puedo evitarla.
―Los irlandeses...
―Asistirán al cónclave, como los rusos y nosotros sí saben lo que les
conviene, y nos quedaremos ahí hasta que lleguemos a un acuerdo que
satisfaga a todas las familias, y entonces mantendremos la paz acordada.
―Entrecierro los ojos cuando abre la boca para argumentar de nuevo, y
mi sangre se calienta de justa ira. Me sienta bien dirigir toda esa furia
hacia algún sitio, toda la rabia contenida que ha estado hirviendo a
fuego lento desde que saqué a Sofia de la casa de seguridad―. También
harías bien en ser cauteloso con tus lealtades hacia los irlandeses.
Alguien con tantos rumores a su alrededor como tú debería ser
cuidadoso en sus argumentos a favor de ellos.
La cara de Franco está aturdida mientras me mira fijamente, y su boca
misericordiosamente cerrada por ese último comentario. En todos
nuestros años de amistad, nunca le he echado en cara los rumores sobre
su filiación. Siempre fui yo quien lo protegió de ellos, pero en este
momento, ya no me importa. Ya no me importa nada. Desde que asumí
el papel de Don, él no ha estado ahí como yo esperaba, y estoy
empezando a cansarme de que no sea recíproco.
―Tengo que ver a mi mujer ―le digo fríamente, toda mi paciencia se
agota―. Deberías ver a la tuya.
Y con eso, salgo por el pasillo hacia la habitación de Sofia.
7

No sé cuánto falta para que me den el alta en el hospital. El tiempo


deja de tener sentido: ya no es de día ni de noche, ni qué hora es, sino
espacios entre la conciencia, entre ser consciente y volver a caer en el
descanso curativo que todo el mundo insiste tanto en que necesito. Sería
más reparador si el sueño fuera sin pesadillas, pero no lo es.
Mi sueño está plagado de pesadillas, de la cara lasciva de Ricard y la
sonriente de Rossi, de manos en lugares que no quiero y de hombres que
se ciernen sobre mí, de fuego ardiente en mis venas, y lo que es peor, los
sedantes que me dan no me permiten despertarme fácilmente, así que
tengo que luchar contra los malos sueños hasta llegar al otro lado.
Me despierto una vez, vagamente, y veo a Caterina junto a mi cama,
pero no soy lo suficientemente consciente como para reconocerla. Ojalá
lo hiciera, porque es la única persona que sé con certeza que ha venido
a verme. Si Luca lo hizo, nunca ha sido mientras estoy despierta.
Y no me sorprendería si no lo hiciera. Me digo a mí misma una y otra
vez que no me importa, endureciendo mi corazón contra él con cada día
que pasa para que cuando acabe de nuevo en el ático, tenga una
armadura con la que protegerme. Me digo a mí misma que no voy a
jugar más a sus juegos, seré más fría.
No estoy del todo segura de creerlo, pero me ayuda a sobrellevar los
momentos de vigilia hasta el día en que me autoricen a volver a casa.
Luca viene a buscarme. Me estremezco un poco cuando lo veo, el
recuerdo de cuando me tumbó en el asiento trasero del auto aún está
demasiado fresco. Eso, combinado con el conocimiento de lo molesto
que debe estar conmigo, me hace desear más que nunca poder
quedarme en el hospital.
―Es hora de ir a casa ―dice con una fina sonrisa, acentuando mi
ansiedad―. ¿Estás lista, Sofia?
Estoy tan preparada como nunca lo estaré. Alguien dejó ropa para mí,
él o Caterina, no tengo ni idea, y ya me dio un baño ye vestí, sintiéndome
lo más humana posible desde antes de quedar noqueada en la catedral.
Sin quererlo, mi mano casi sube hasta mi estómago antes de que
pueda detenerla, queriendo tocar el secreto que tengo ahí para
protegerlo, pero consigo retirarla justo a tiempo, y si Luca nota algo del
movimiento, no lo dice.
Vamos en silencio hasta la acera en donde está estacionado el auto.
No sé cómo consiguió Luca que me dejen salir por mi propio pie, pero
me alegro de que no me lleven en silla de ruedas. Llevo demasiado
tiempo sintiéndome débil, y me siento bien al volver a valerme por mí
misma, aunque sé que se avecina otra tormenta.
Efectivamente, en el momento en que los dos estamos en el auto con
las puertas cerradas, levanta la mampara que nos separa del chofer y al
entrar en tráfico, Luca se acerca a mí, con una expresión tan fría y dura
como nunca la he visto.
―¿En qué… ―rechina a través de los dientes apretados―, mierda
estabas pensando? ¿Al salir así e ir a St. Patrick’s? ¿Qué demonios
estabas haciendo, Sofia?
Podría decirle la verdad. Se me ocurre por un solo momento que podría
hacerlo. Podría tener fe en este hombre que me ha salvado más de una
vez, que se casó conmigo, que a pesar de su temperamento mercurial y
su predilección por el sexo duro me ha demostrado que hay un lado de
él que se preocupa por mí, o al menos lo hacía, hasta ese último episodio
en nuestra habitación.
Es ese recuerdo, más que cualquier otra cosa, el que sustituye a
cualquier otro. Eso anula cualquier confianza o fe que haya podido tener
en él. He visto lo rápido que puede volver a su antiguo yo, el que me
aterrorizó cuando nos conocimos, y no puedo confiar en que romperá
nuestro contrato para proteger a nuestro bebé.
Me lo imagino diciéndole al chofer que dé la vuelta al auto y que me
lleve de vuelta al hospital obligándome a interrumpir el embarazo
contra mi voluntad. Recuerdo las esposas acolchadas alrededor de mis
muñecas, sujetándome por mi propio bien y sé que podrían usarse
contra mí tan fácilmente como lo hicieron las de la casa de seguridad.
Yo podría estar a salvo bajo su custodia, pero mi bebé no lo está.
Levantando la barbilla, lo miro directamente a los ojos sin inmutarme
ante la frialdad de su mirada verde.
―Me fui porque me cansé de todo esto ―le digo, con la voz afilada y
cortante como un latigazo. Ves, yo también puedo hacer esto―. Me cansé
de tus mentiras, Luca, me cansé de que rompas tus promesas, me cansé
de esta puta farsa de matrimonio. Estoy harta de que me utilices. Así que
sí, me escapé. Fui a ver si el Padre Donahue me ayudaba a escapar de ti
porque has roto todas las promesas que me hiciste. No estoy a salvo. Lo
que pasó lo demostró.
―Te secuestraron porque te escapaste ―dice Luca―. Si te hubieras
quedado como te dijeron...
―No me importa. ―Aprieto los dientes, y no estoy del todo segura
de que todo lo que estoy diciendo sea, de hecho, una mentira―. Pensé
que podría haber algo entre nosotros cuando volviste de República
Dominicana aquella noche. Pensé que podríamos tener algo real. Las
citas, la forma en que estuvimos juntos durante un tiempo... ―Respiro
profundamente, todavía mirándolo fijamente, aunque siento que el
corazón se me va a salir del pecho. ―Pero vi la otra noche, cuando
llegaste a casa ensangrentado e hiciste... lo que hiciste... vi... que era falso
como nuestro matrimonio. Nunca tuvimos una oportunidad, Luca, y me
cansé de fingir.
―¿Qué hice? ―Luca me sonríe fríamente―. Llegué a casa
ensangrentado por intentar averiguar quién intentó matarte. ¿Y después
de eso?
―Me agrediste...
―No, no lo hice. Acúsame de lo que quieras, pero nunca me acuses
de eso. Tú lo querías. Estabas jodidamente empapada cuando te metí la
polla. Igual que apuesto a que lo estás ahora. ―Me mira con desprecio,
sus ojos brillan con una ira peligrosa―. Apuesto a que, si deslizara mi
mano por tu muslo, estarías chorreando. Te has olvidado de esto, de la
lucha, del peligro que conlleva. En ponerme a prueba y ver hasta dónde
puedes llevarme. Un día, Sofia, me vas a empujar jodidamente
demasiado.
―¿Y qué? ―Lo fulmino con la mirada―. ¿Me atarás y me torturarás
como hizo Rossi?
―¡Jodidamente no digas eso! ―Su mano se extiende, agarrando mi
barbilla―. El conductor podría oírte.
―¿Y qué? ¿No lo sabe todo el mundo?
―No ―Luca gruñe entre dientes―. Porque tuve que mentir para
encubrir el hecho de que lo maté para sacarte de ahí. ¿Sabes lo que me
podría pasar, y a ti también, si el resto de los subjefes y capos se
enteraran de lo que hice?
―Pero... ―Me debato en su agarre―. Me estaba torturando. Iba a
dejar que Ricard me violara. Iba a matarme...
―Claro, y si pudiera demostrarlo, Rossi habría sido ejecutado tras un
juicio ante el consejo, pero entré ahí, disparando al estilo justiciero. Los
maté a todos para sacarte de ahí porque para cuando lograra detenerlo
a él y a los demás, si mis hombres y yo sobrevivíamos a eso, tú habrías
muerto. ¡Y al hacerlo, lo arriesgué todo, Sofia! ¿Jodidamente lo
entiendes? Una vez más, me he jugado todo por ti, y tú, tú...
Retrocede, temblando de rabia.
―Eres mi esposa ―gruñe―. Llámalo matrimonio de conveniencia si
quieres, llámalo falso, mentiras y promesas rotas, pero a los ojos de los
hombres y de Dios y, sobre todo, de los putos jefes de todas las familias,
eres mi esposa legal y legítima, y tal y como juraste delante de ese cura
traidor, por Dios, Sofia, jodidamente me obedecerás, aunque sea lo
último que hagas.
―¿O qué? ―Sé que no debería provocarlo, que ya está tan cerca de
estallar, pero él también está presionando mis botones. Me ha hecho
enojar porque no quiero obedecerlo. Nunca lo he hecho. Quería al
marido que había vislumbrado brevemente.
Pero eso era una maldita mentira, como todo lo demás.
―¡Maldita sea, Sofia! ―Luca se pasa los dedos por el cabello―.
Simplemente, cada persona de la mafia, desde el más alto subjefe hasta
el soldado más bajo, jodidamente me obedece. Sin cuestionar, sin decir
una palabra a la cara. Tal vez luego se quejen de mis órdenes; quién
demonios sabe, pero obedecen, y quiero, no, exijo eso de ti. Tu
obediencia. No tu amor, no tu felicidad, no tu placer. Tu maldita
obediencia. Haces lo que te digo y vas a donde te digo y me follas
cuando te digo, y entonces tal vez ambos podamos tener algo de paz.
―No puedes obligarme a follarte si digo que no te quiero. ―Cruzo
los brazos bajo los pechos, mirándolo con desprecio―. Entonces estarías
haciendo lo único que juraste que no harías, y Rossi ya no está aquí para
que le eches la culpa, diciendo que te obliga.
Su expresión cambia en un instante, más rápido de lo que nunca he
visto. Sus ojos se calientan, la rabia se sustituye por la acalorada lujuria
que reconozco tan bien. Es un cambio sorprendente, pero lo conozco lo
suficientemente bien como para saber que siempre ha estado latente bajo
la superficie, esperando una razón para emerger.
Su mano se dirige a mi rodilla, deslizándose por la curva de la misma.
―¿No me deseas, Sofia? ―Sus dedos se deslizan hasta la suave piel
de mi muslo. El lugar que ha tocado tantas veces, lamido, besado,
mordido en el calor de la pasión. Sus dedos me presionan, y sofoco un
suave jadeo.
―No ―susurro, pero no suena convincente. Me aclaro la garganta―.
No. ―Suena mejor la segunda vez, y los dedos de Luca se quedan
quietos, pero su mano permanece dentro de mi falda, con la palma
apoyada en la cálida piel.
―Entonces, si deslizara estos dedos bajo tus bragas, ¿no estarías
mojada para mí? ―Su voz ondea sobre mi piel, humeante y seductora,
y reprimo un escalofrío. Siento que me estoy excitando, que mis pliegues
están resbaladizos y húmedos, y si cumple su amenaza, sabrá lo mucho
que lo deseo. Que por muy enojada que esté con él, por mucho que
quiera ser fría, rechazarlo, mi cuerpo dice lo contrario.
Porque mi cuerpo recuerda exactamente lo que puede hacerle. Lo que
puede sentir cuando cedo.
Luca me sonríe, pero no llega a sus ojos.
―Contéstame, esposa.
―No. ―Trago con fuerza―. No lo estoy.
―¿No estas qué? ―Sus labios se separan, mostrando unos dientes
perfectamente blancos. Está disfrutando esto. Le encanta jugar conmigo,
como un gato con su presa.
Una presa que quiere ser comida. Ser devorada. Para ser...
―¡Oh! ―jadeo cuando su mano se desliza más arriba, hacia el calor
entre mis piernas, el fuelle húmedo de mis bragas―. ¡Luca, no!
―¿No estás qué? ―Me mira con ese borde peligroso en su sonrisa―.
Ya sabes lo que siento cuando me mienten. Así que dime, Sofia. Si
deslizo mi mano más arriba, ¿descubriré que estás mojada para mí?
Sé que no debo mentirle. Ya he cometido ese error antes.
Pero no me atrevo a admitirlo. No ahora. No aquí.
No así.
―No ―susurro. Esa palabra se me escapa de los labios, pero no
significa nada―. No.
Su sonrisa se extiende, y entonces sé que quería que mintiera, aunque
me castigará por ello.
―Oh, Sofia ― murmura―. Deberías saberlo.
Sus dedos se deslizan entonces, arriba, más arriba, bajo el borde de
mis bragas negras de encaje. No es lo que habría elegido para llevar a
casa desde el hospital, pero era todo lo que había con mi ropa. Me hace
pensar que fue Luca quien me llevó la ropa. Se sumergen bajo el encaje,
acariciando los pliegues hinchados de mi piel, y no puedo reprimir el
gemido que se escapa de mis labios ante su contacto.
―Te afeitarás para mí esta noche ―dice con frialdad―. No permitiré
que sigas así de desaliñada.
Me sonrojo, con la piel ardiendo de humillación. He estado en el hospital
recuperándome de una tortura. Quiero estallar. No pensaba afeitarme el coño
para ti, pero no puedo decir nada porque Luca elige ese momento para
deslizar sus dedos más profundamente, y momentáneamente soy
incapaz de hablar.
―Pequeña mentirosa ―canta Luca, con voz sedosa, mientras su dedo
se desliza para acariciar mi clítoris―. Estás goteando para mí, Sofia. Tan
jodidamente mojada. ―Me clava dos dedos, moviéndolos de un lado a
otro con fuerza y rapidez para que pueda oír exactamente lo mojada que
estoy, los sonidos lascivos llenan la parte trasera del auto―. No puedes
decir que no lo quieres. Puedo sentir lo mucho que lo deseas. Puedo
sentir tu coño apretando en este momento, tratando de mantenerme
dentro de ti.
Lo dice tan despreocupadamente, reclinándose contra el asiento de
cuero del auto mientras sus dedos entran y salen de mí, como si fuera
algo normal. Como si que mi marido me follara con los dedos en la parte
trasera de un auto a plena luz del día, con solo una fina mampara entre
el conductor y nosotros, fuera algo perfectamente normal.
―Te vas a correr por mí, ¿verdad, Sofia? ¿Si juego con ese pequeño y
duro clítoris? ―Su voz es tan seductora, deslizándose por mi piel,
bañándome en calor, en lujuria, en necesidad. Quiero decir que no, que
no volveré a correrme para él, que no puede obligarme, que no lo quiero,
pero mi coño traidor cuenta una historia diferente. Puedo oírlo, olerlo,
el espeso aroma del sexo que llena la parte trasera del auto, y quiero
suplicar algo más que sus dedos. Quiero suplicar por su boca, por su
polla, por todo él, para que me haga correrme una y otra vez como lo ha
hecho tantas veces.
Me hace odiarlo. Odio que lo desee. Que le deje hacer todo lo que
desea, incluso después de todo, pero todo ese odio no cambia la forma
en que mis caderas se arquean en su mano, y cómo el placer creciente
me debilita, y me hace inclinar la cabeza hacia atrás, jadeando mientras
él me empuja hacia el clímax.
―Eso es, Sofia ―canta, con voz casi burlona―. Córrete en mis dedos.
Sé una buena chica. Córrete por tu marido, demuéstrale lo mucho que
lo deseas. ―Se inclina, ajustándose, y puedo ver su gruesa polla en mi
mente, goteando de excitación, deslizándose contra mi entrada,
empujando dentro de mí, y llenándome de la forma que tan
desesperadamente deseo ahora.
Me acaricia el clítoris, haciéndolo rodar bajo la yema de su dedo.
―Córrete para mí, cariño. Muéstrame cuánto deseas esto.
―Yo no... ―jadeo, mis caderas se agitan mientras él presiona mi
clítoris, y sus dedos se mueven ahora más rápido, enroscándose dentro
de mí, presionando contra ese punto dulce―. ¡No... jodidamente no te
deseo!
Grito las últimas palabras y mi cuerpo sufre espasmos mientras me
corro con fuerza, deshaciéndome contra su mano mientras el placer me
sacude el cuerpo. Siento que me oprimo alrededor de sus dedos, tirando
de ellos hacia el interior, y que mis muslos se aprietan alrededor de su
muñeca para mantenerlo ahí, frotando mi clítoris mientras me dejo
llevar por las olas de sensaciones. Se siente tan jodidamente bien, mi
cuerpo está en llamas de una manera completamente diferente. Jadeo y
gimo sin poder evitarlo cuando Luca sigue hasta que empujo su muñeca,
tratando de apartarlo mientras mi clítoris se vuelve intensamente
sensible como consecuencia.
Él se ríe y saca su mano de mis bragas. Se lleva los dedos a la nariz,
aspirando mi olor, y por un momento creo que va a lamérmelos, pero en
lugar de eso, me los pone en la cara, presionando las yemas de sus dedos
contra mis labios, manchando con mi excitación la boca mientras los
empuja hacia dentro.
―No estás mojada para mí, ¿eh? ―Ignora mi gemido, introduciendo
sus dedos en mi boca hasta que no tengo más remedio que rodearlos con
los labios, pasando tímidamente la lengua por la piel y haciendo una
mueca de dolor ante mi propio sabor. No es de mi agrado, y Luca
sonríe―. Pruébalo ―gruñe―, y luego intenta mentirme de nuevo,
esposa.
Sisea esa última palabra como una maldición, dejando sus dedos en
mi boca hasta que los lamo, y luego saca la mano y se la limpia en el
pantalón del traje justo cuando el auto entra en el estacionamiento.
―Estamos en casa, querida esposa ―dice con voz burlona, cuando el
auto se detiene. En cuanto salgo, me agarra por el codo y me arrastra
hacia el ascensor. No me suelta hasta que estamos en el salón, escenario
de muchas de nuestras peleas, a punto de ser el campo de batalla de otra.
―Ahora dime la verdad esta vez ―dice, soltando mi brazo de un tirón
y dando un paso atrás, con su mirada fría y dura de nuevo―. ¿Por qué
estabas en la iglesia, Sofia?
Todavía puedo sentir el cosquilleo del orgasmo que acaba de
provocarme entre las piernas, pero me resisto de todos modos. Así
somos, pienso con desánimo, incluso mientras levanto la barbilla para
mirarlo. Siempre vamos a ser así. Peleamos y follamos. Peleamos y follamos.
Tal vez podría vivir con eso, incluso disfrutarlo. No puedo decir
honestamente que no me guste los castigos que me impone, que no me
dan placer sus manos sobre mí, su boca...
No puedo negar que a veces no lo llevo al límite a propósito, pero
ahora hay que pensar en algo más que en mí.
Ahí está el bebé. Nuestro bebé, mi bebé, y tengo que liberarme de Luca
si quiero salvarlo.
―Necesitaba confesarme. ―Lo miro directamente a los ojos mientras
lo digo, negándome a echarme atrás―. No creo que el padre Donahue
haga visitas a domicilio para eso.
―Lo haría si se lo pidiera. ―Su voz es peligrosamente suave―.
Entonces, ¿qué necesitabas confesar, Sofia?
―Eso es entre él y yo. ―Me echo el cabello hacia atrás, rodeándome
con los brazos―. No tengo que decir...
Da un paso amenazante hacia adelante, cerrando de nuevo el espacio
entre nosotros.
―Ves, ahí es donde te equivocas, Sofia. Mi autoridad sobre ti
prevalece sobre todo lo demás. El voto que hizo el sacerdote. Tu
intimidad. Incluso a Dios. En esta casa, yo soy dios, Sofia, ¿me
entiendes? Dime, ¿qué es lo que tanto necesitabas confesar?
―No voy a...
―¿Fue la forma en que me devolviste el beso aquella primera noche
contra esta puerta, solo un segundo antes de abofetearme? ―Señala la
puerta principal―. ¿O fue la forma en que gemiste y te retorciste sobre
mis dedos cuando te incliné sobre este sofá? ―Señala el brazo del sofá,
donde recuerdo muy bien haberme tumbado sobre el vientre mientras
me provocaba hasta el límite―. ¿Tal vez el orgasmo que tuviste delante
de ese pobre mesero mientras te penetraba por debajo de la mesa? ¿O la
forma en que suplicaste por mi polla aquella noche que te castigué?
―Sonríe fríamente, y es casi más aterrador que la mirada―. O tal vez
sea incluso peor. Quizá necesitabas confesar lo mucho que te gustó en
secreto la otra noche cuando llegué a casa ensangrentado. Cuando te
follé y te cubrí con mi semen. ¿Es eso lo que le dijiste al cura?
Alarga la mano y me agarra la barbilla.
―¿Le contaste al padre Donahue todos tus secretos sucios? ¿Todo lo
que hacemos juntos en la cama? ¿Te dio tanta vergüenza que tuviste que
ir corriendo a ver al cura para que pensara en ello después mientras se
acuesta en su fría cama y se masturba al pensar en esa bonita cara
cubierta de mi semen? ―Luca aparta su mano y yo tropiezo un poco, mi
cara se pone pálida.
―No ―susurro―. Nada de eso.
―Oh, entonces debes tener algún secreto para mí. ―Sus ojos se fijan
en los míos, implacables y furiosos―. ¿Es eso? ¿Necesitas confesar algún
secreto que le ocultas a tu marido?
―¡No!
―Hoy sigo escuchando esa palabra de tus labios, esposa, pero no creo
que la digas en serio. ―Me mira de arriba abajo―. ¿Así que fuiste a la
iglesia para pedir perdón, entonces? ¿Para confesar tus pecados y ser
absuelta, como una buena niña católica?
―Sí. ―Me lamo los labios con nerviosismo, levantando la vista y
esperando que lo deje así―. Es exactamente por eso que fui. Ha pasado
tanto tiempo, y después del intruso, tenía miedo...
Su cara se endurece al oír eso, y creo que nunca lo había visto tan
molesto.
―¿Así que tienes miedo? ¿No crees que pueda mantenerte a salvo?
―Yo…
―No puedo mantenerte a salvo, Sofia, porque no haces lo que
jodidamente te dicen. ―Su mandíbula se aprieta, y el músculo de ahí se
crispa―. Si querías pedir perdón, deberías habérmelo pedido a mí, tu
marido. Por no apreciar todo lo que he hecho, todo lo que he arriesgado
para mantenerte a salvo. Por haber sobrepasado los límites de mi
paciencia, una y otra vez. ―Se agacha entonces, desabrochando la
hebilla de su cinturón―. Ya que te preocupa tanto el perdón, Sofia,
empecemos por ahí. Ponte de rodillas.
Puedo ver lo duro que está, la gruesa cresta de su polla haciendo
fuerza contra su pantalón, queriendo liberarse. Una parte de mí, esa
parte que siempre quiere ceder cuando él está así, que secretamente
saborea el castigo, el envilecimiento, pretende hacer exactamente eso.
Quiero ponerme de rodillas, tomarlo en la boca y chuparlo hasta dejarlo
seco. Quiero verlo desmoronarse, su fría y dura fachada resquebrajarse
cuando llegue al clímax, con sus ojos calientes y salvajes, y sus manos
agarrándome cuando pierda el control. Quiero ser la que lo haga hacer
eso.
Pero no puedo ceder a esa parte. Ya no.
―No. ―Esta vez la palabra sale dura y firme, y lo digo en serio―. No
voy a hacer eso, Luca. No voy a jugar a estos juegos. No más.
Para mi sorpresa, se echa a reír. Es una carcajada profunda que sale
de sus entrañas, y se pasa la mano por la boca, con los hombros
temblando mientras se deja el cinturón parcialmente desabrochado,
apoyándose en el sofá con la otra. Me recorre un escalofrío porque sé lo
que viene a continuación.
Más ira.
Pero cuando habla, su voz no está molesta. Solo plana y sin humor,
sin sentimiento. Es casi peor que la furia apasionada de antes.
―No te mereces nada de esto ―dice, sacudiendo la cabeza―. No te
mereces que te trate como a mi esposa. Me casé contigo, te di santuario,
refugio, lo mejor de todo, un placer más allá de lo que hubieras
experimentado ahí afuera en el mundo. ¿Crees que alguno de esos putos
de mierda de Tinder a los que les habrías dado tu virginidad te habría
hecho gritar como lo hago yo? ¿Hacerte rogar y suplicar y correrte una
y otra vez? Mierda, no. ―Hace una mueca―. Actúas como si te hiciera
daño, como si todo lo que he hecho fuera una carga terrible. No
escuchas, no obedeces, no confías en mi juicio a pesar de que te has
pasado toda la vida al abrigo de este mundo y no sabes lo más mínimo
sobre cómo sobrevivir a él, y ahora ni siquiera me vas a conseguir.
―Luca, yo...
―¡Cállate! ―gruñe, y puedo ver la tensión en cada línea de su cuerpo,
ver su mandíbula tensa, sus dientes apretados, la gruesa línea de su
polla aún dura, y sé que está al borde de la locura.
Después de todo lo que hizo para sacarte de ahí, ¿estás realmente
sorprendida?
―Esto no merece la maldita pena ―dice con una risa corta, negando
con la cabeza―. Tú no vales la pena. Tal vez Vitto tenía razón después
de todo. Debería haber dejado que te matara.
Las palabras calan hondo. No deberían, pero mi mano se levanta para
cubrir mi boca antes de que pueda detenerla, mi garganta se aprieta.
Esto es más cruel de lo que ha sido nunca. Esto no es un juego.
Creo que lo dice en serio.
―O debería haber dejado que Viktor te tuviera ―continúa―. De
todos modos, estoy medio inclinado a entregarte a él, a ver si
jodidamente aún le sirves de algo. Es una pena, de verdad ―dice con
sus ojos recorriendo mi cuerpo―. Una puta pena.
Apenas puedo hablar.
―¿Qué?
Vuelve a reír, frío y quebradizo.
―Que te quité la virginidad. Al menos entonces, valdrías algo.
Y luego, sin otra palabra, se da la vuelta y se aleja.
Lágrimas calientes suben a mis ojos, sin proponérselo y ardiendo en
el fondo de ellos. Esto se siente peor de alguna manera que cualquier
cosa que me haya dicho antes. Cualquier cosa que haya hecho. Porque
esto no se siente como si estuviera jugando conmigo.
Se siente como si realmente quisiera deshacerse de mí. Como si se
arrepintiera de nuestro matrimonio.
¿Es así?
Es una pregunta aún más cargada de lo que ha sido nunca porque
ahora este matrimonio me ha dado algo más. Algo que puedo apreciar
y amar, aunque no pueda, o no quiera amar a Luca. Incluso si él no me
ama.
Algo que no dejaré que me quite.
Por lo menos, entonces valdrías algo. Las palabras laten dentro de mi
cabeza, atormentándome. ¿Qué quiso decir con eso? ¿Quiso decir como
algo para vender, como siempre pensó que pretendía Viktor? No tiene
sentido, porque sé que Luca siempre ha estado violentamente en contra
de la práctica de la Bratva de traficar con mujeres. Es una de las cosas
que los italianos ponen como un ejemplo de lo sofisticados que son, que
no compran y venden a la gente.
Solo las obligan a contraer matrimonios que no quieren.
Sé que no debería seguirlo. Debería dejarlo solo, dejar que se calme.
Dejar que los dos nos calmemos, pero no puedo evitarlo. Quiero saber
qué quiso decir, por qué diría algo así, qué lo llevó al punto de ruptura.
¿Fue lo que vio cuando fue a salvarme a la casa de seguridad?
¿Está molesto conmigo por haberme ido porque, en el fondo, se trata
de algo más que de control?
Subo las escaleras de dos en dos, con el corazón en la garganta
mientras me dirijo a la suite principal. No sé cuál será su reacción si lo
sigo hasta aquí, pero no puedo dejarlo pasar. Por mucho que lo sepa,
debo hacerlo.
Casi esperaba que la puerta estuviera cerrada, pero no lo está. Con
cautela, la abro y busco a Luca en el interior, pero no está. Me quito los
zapatos y atravieso el piso en silencio, de puntitas hacia el baño,
preguntándome si habrá ido ahí. No voy a irrumpir en él ni nada por el
estilo, pero...
Lo que veo a la vuelta de la puerta me detiene en seco.
Luca está inclinado sobre el mostrador, con una mano apoyada en el
espejo mientras con la otra se acaricia la polla furiosamente, agarrándose
con fuerza mientras se masturba con fuerza y rapidez. La tensa polla
brilla a la luz, resbaladiza por algo que ha usado para lubricarla primero.
El sonido de su polla en contacto con la piel me aprieta algo en lo más
profundo de mi vientre, y un cosquilleo de calor me recorre la ingle y
las piernas.
Nunca había visto a un hombre hacer esto, ni siquiera lo había visto
antes, aparte de las pocas veces que he visto porno. No puedo dejar de
mirarlo, fascinada por la imagen, por su polla, deslizándose sobre la
gruesa y palpitante longitud una y otra vez sobre la furiosa punta roja y
de nuevo hacia abajo. Sus movimientos son duros, desesperados, con los
pies separados. No hay nada sensual en lo que está haciendo. Sigue
completamente vestido, con el cinturón desabrochado y la cremallera
bajada, y eso lo hace aún más excitante. Puedo ver su reflejo en el espejo,
su mandíbula apretada, su garganta sonrojada mientras se acaricia más
rápido, empujándose hacia su liberación. Puedo oírlo gemir, jadear, sus
caderas empujando su puño ahora como si se estuviera follando. Sé sin
duda que me está imaginando inclinada sobre ese mostrador, que es mi
coño el que está penetrando con tanta fuerza, que es mi excitación la que
gotea de su longitud, que es dentro de mí donde está a punto de correrse
en lugar de su mano.
Con una ráfaga de excitación embriagadora mezclada con vergüenza,
me doy cuenta de que estoy mojada, de que mis bragas vuelven a estar
empapadas, y siento el repentino deseo de meter la mano en la falda y
tocarme, de llevarme al clímax mientras veo a mi marido masturbarse
sin que sepa que estoy ahí. Me apoyo en la pared y me digo a mí misma
que solo me rozaré el interior del muslo, que solo frotaré mis dedos
contra el exterior de las bragas, que solo quiero descubrir lo mojada que
estoy realmente.
Tengo que morderme el labio con fuerza para no gritar cuando mis
dedos se deslizan por debajo, frotando mi clítoris en rápidos y apretados
círculos mientras Luca empuja en su mano. Su expresión es casi de dolor
en lugar de placer, sus ojos verdes brillan con alguna emoción oscura, y
sé que debe estar cerca.
Yo también. Me voy a correr cuando él lo haga. Lo sé. En el momento
en que lo veo sacudirse hacia adelante, con un profundo gemido
saliendo de sus labios mientras su semen se derrama de su polla, tengo
que meterme el puño en la boca para no gritar, moliendo contra mi mano
mientras me tiemblan las piernas. Mis rodillas casi se doblan, mi propio
clímax me invade mientras veo a mi marido correrse dentro de su puño,
su mano sigue sacudiéndose erráticamente hasta que exprime hasta la
última gota de su palpitante longitud.
Y entonces, mientras observo, Luca mira su reflejo en el espejo, el
músculo de su mejilla salta mientras su mandíbula se aprieta con fuerza.
―¡Mierda! ―grita, su voz llena la habitación, y su puño golpea el
espejo. Una vez, y luego dos.
El cristal se rompe y los trozos caen en el lavabo. Su mano se apoya
en los restos del espejo, y veo que la sangre gotea por el cristal y se
desliza por sus dedos mientras él agacha la cabeza.
Oh, Dios. Luca. Algo en mi pecho se oprime, y voy hacia él sin
pensarlo. Al verlo sangrando y herido, algo en lo más profundo de mi
ser me hace entrar en el cuarto de baño, con el corazón palpitando
mientras me acerco a él con cautela, como si se tratara de un perro herido
que pudiera morder.
―¿Luca? ―susurro su nombre, con la voz temblorosa―. Estás herido.
Deja que te ayude...
Se gira para mirarme, sus ojos verdes brillan con una emoción tan
peligrosa que tropiezo hacia atrás, repentinamente aterrada.
―¡Fuera! ―ruge, agarrando su mano sangrante―. ¡Vete de aquí!
Corro. No sé qué más hacer. Salgo corriendo de la habitación, bajo por
el pasillo hasta la mía y cierro la puerta tras de mí, jadeando mientras
me apoyo en ella, y entonces, solo entonces, mientras me hundo en la
alfombra y entierro la cara entre las manos, y rompo a llorar.
8

Al día siguiente, llamo a Franco a mi oficina.


También hay una sorpresa inesperada, ya sentada en uno de los
sillones de cuero cuando entra Franco.
Anastasia Ivanova.
―¿Qué mierda hace ella aquí? ―pregunta Franco, con expresión de
asombro―. ¿Y qué mierda te pasó en la mano? ―Me mira la mano
derecha, envuelta en gasas y vendas. No me molesté en ir al hospital.
Después de unos minutos insoportables con una pinza para sacar los
trozos de cristal y un botiquín de primeros auxilios, debería curarse
bien. Probablemente me queden cicatrices, pero eso me importa una
mierda.
Si no resuelvo esto pronto, unas cuantas cicatrices serán la menor de
mis preocupaciones.
―Está aquí porque tenemos un uso para ella ―digo llanamente―.
Necesitamos saber qué quiere Viktor, y como insiste en hacerse el tímido
conmigo y negarse a darme una respuesta que yo esté dispuesto a
entender, vamos a recurrir a otros métodos.
―¿Qué, vamos a enviarla a asesinarlo? ¿La maldita bailarina?
―Franco resopla―. Buena puta suerte.
―Mira... ―empieza a decir Anastasia, pero la silencio con una
mirada. Ella se hunde en el asiento de cuero, con expresión rebelde.
―No ―Me inclino hacia atrás en mi silla, mirando entre los dos
mientras Franco cae pesadamente en el asiento junto a Anastasia―.
Hemos intentado la intimidación. Hemos intentado el dolor. Hemos
amenazado a Viktor y torturado a sus hombres, y nada de eso ha
funcionado. Así que ahora intentaremos algo diferente. ―Sonrío con
fuerza―. Placer.
Anastasia se queda con la boca abierta.
―¿Qué? ―Sus ojos azules son muy redondos en su rostro pálido y
delicado, y me dan ganas de reír. He investigado sobre ella. Hice una
inmersión profunda en sus antecedentes cuando se convirtió en la
compañera de piso de Sofia cuando Rossi quiso matarla para que la
preciada hija de Giovanni no compartiera techo con una perra rusa
asquerosa, como dijo con tanta gallardía.
La pequeña bailarina emigró con su madre cuando era niña, después
de que su padre fuera ejecutado por fastidiar una misión a la que fue
enviado por el Pakhan en Moscú. Le ordenaron eliminar a toda una
familia, padre, madre e hijos, por un crimen que el padre cometió contra
la Bratva. El padre de Anastasia estaba dispuesto a matar al hombre sin
rechistar, tal vez incluso a la esposa, después de todo ella ayudó a su
marido a ocultar pruebas al Pakhan y sabía del dinero que había robado.
¿Pero los niños? No pudo hacerlo.
Lo pagó con su vida. La madre de Anastasia escapó, llevándose a su
hija a Manhattan, donde claramente esperaba que pudieran
desaparecer. Por supuesto, no se puede desaparecer de la Bratva, pero
no les importó la perra del soldado muerto y su bebé. Al principio, me
pregunté si enviaron a Anastasia a vivir con Sofia como medio de
vigilarla, informando a la Bratva. Ese era el temor de Rossi, pero no vi
ninguna prueba de que fuera así.
―Te salvé la vida, ¿sabes? ―le digo con indiferencia―. Rossi quería
matarte cuando te mudaste con Sofia, pero yo lo convencí de que no eras
una amenaza. Así que diría que estás en deuda conmigo, pequeña
bailarina.
―Tengo un nombre. ―Anastasia me devuelve la mirada―. ¿Y qué,
quieres que me folle a Viktor? ―Ella resopla―. Eso suena como una
buena manera de morir.
―Puedes morir con la misma facilidad en cualquier otro lugar. Los
accidentes ocurren todo el tiempo, todos los días. Podrías estar
caminando por la calle y mierda... ―Chasqueo los dedos de mi mano
buena―. Ocurre algo. Un ladrillo que se cae. Un transeúnte con una
pistola. Un auto que se salta un semáforo. ―Le sonrío fríamente,
dejando claro mi significado y veo por su expresión que lo entiende―,
pero no, no Viktor. Quiero que te infiltres en la Bratva, sí. Quiero que
obtengas información para nosotros de sus soldados. Sedúcelos.
Convéncelos para que te cuenten secretos mientras te acuestas con ellos
y les tomas el pelo. Los hombres hablan cuando se distraen con el sexo.
―¿Lo sabes a ciencia cierta? ―Anastasia sonríe―. ¿Hablas, entonces?
―Eso no es asunto tuyo. ―La fulmino con la mirada.
―Quizá le pregunte a Sofia.
―Yo tendría cuidado con los problemas en los que se mete Sofia estos
días. ―Aprieto los labios finamente―. ¿Qué me dices? ¿Lo harás?
―Espera ―interrumpe Franco―. ¿De verdad crees que esto es una
solución? Seguro que saben que es amiga de Sofia. ¿Y si suman dos y
dos, y nos suman a nosotros? Viktor no apreciará…
―Estoy seguro de que lo apreciará más que el hecho de que le
sigamos devolviendo a sus hombres en pedazos ―digo suavemente―,
y después de todo, la pequeña Anastasia no es conocida por ser casta.
¿O sí? ―La miro, con la misma sonrisa fría aún pegada en mi rostro―.
Te gusta follar por ahí, y visitar clubes clandestinos, y saltar a la cama
con hombres cuestionables. ¿No es cierto?
Anastasia se pone roja.
―No tengo por qué sentarme aquí y que me llamen puta, imbécil
―sisea, levantándose de la silla―. Vete a la mierda.
―¡Siéntate! ―Mi voz retumba en la pequeña habitación, e incluso
Anastasia, a pesar de su desafío, se encoge―. Tienes una opción ―le
digo, mirándola fijamente, pero, al igual que Sofia, no se inmuta.
Ninguna de estas mujeres sabe cuándo echarse atrás, pienso con tristeza―.
Puedes hacer lo que te pido o aceptar las consecuencias.
―¿Y cuáles son? ―Anastasia me mira, su expresión es rebelde, y en
ese momento me doy cuenta del camino que estoy recorriendo.
Puede casarse contigo o puede morir. La voz de Rossi resuena en mi
cabeza. Estoy seguro de que sabes cuál prefiero.
Juré que cuando me convirtiera en Don, gobernaría de manera
diferente. Que tomaría decisiones diferentes. Y, sin embargo, aquí estoy,
dando los primeros pasos por el mismo camino.
―Ya sabes lo que pasa si nos desafías ―dice Franco, con los ojos
entrecerrados, y yo me giro para mirarlo.
―Todavía no he pedido tu opinión. ―Mi voz es tensa―. Cuando
necesite refuerzos, te lo haré saber.
―Lo siento, hombre. ―Franco se encoge de hombros, pero su voz
sugiere que no lo siente tanto.
―¿Qué, vas a matarme? ―Anastasia me mira fijamente―. ¿Si no
acepto ir a follar con alguno de la Bratva para ti? ―Se ríe, negando con
la cabeza―. Vaya, Sofia te va a odiar de verdad después de eso. Solo
estás intentando arruinar tu matrimonio, ¿no?
―No creo que sea una buena idea ―interviene Franco, y lo fulmino
con la mirada, irritado por su segunda interrupción, pero también me
sorprende. No es que le importe una mierda Ana. Así que no puedo
imaginarme cuál es su problema con el plan.
―Querías que hiciera algo al respecto ―le digo con fuerza―. Este soy
yo haciendo algo. Le daremos a Anastasia una pequeña grabadora que
sea fácil de ocultar. Recogerá todo lo que diga su objetivo. No deberían
tener ningún motivo para sospechar de ella, sobre todo si es buena en su
trabajo, no lo habría sugerido si no pensara que lo es.
―Gracias, supongo ―dice Ana secamente.
―Es una pérdida de nuestro tiempo y ponerla en un peligro
innecesario. ―dice Franco, todavía protestando―. Piensa en cómo se
sentirá Sofia si matan a su mejor amiga porque la enviamos a espiar a
los rusos. Ya sabes lo que les hacen a los espías y a los traidores. ¿De
verdad vas a poner a Anastasia en ese tipo de peligro?
Frunzo el ceño.
―Nunca te he visto tan preocupado por Sofia ni por ninguna mujer.
―Apenas estás preocupado por tu mujer.
Franco se encoge de hombros, con cara inexpresiva.
―Tú eres el que dijo que querías ser menos como Rossi, hombre.
―Por eso no amenazo a Anastasia con la muerte ―digo con ironía.
―¿Ah, no? ―Su boca se tuerce, con expresión de sospecha―. ¿Y qué
pasa si me niego?
―Entonces te niegas, pero Anastasia, van detrás de tu mejor amiga.
Sofia nos necesita para protegerla. ―Sé cuál es la debilidad de Ana. Si
hay alguna forma de conseguir que acceda a lo que queremos, será
apelando a su amor por su amiga. Será mucho más probable que acceda
si siente que lo hace por Sofia y no por mí.
―¿Realmente crees que esto la ayudará?
―Si podemos encontrar lo que Viktor podría querer además de ella,
o algo que podamos explotar a cambio de que cese la violencia contra
nosotros, entonces sí, pero hemos tratado de hacerlo con violencia.
Tenemos que intentar algo diferente, y tú eres nuestra mejor opción para
eso.
―¿Porque soy rusa?
―Sí ―le digo sin rodeos―. Estarán dispuestos a creer que tratas de
introducirte en la Bratva para conseguir protección convirtiéndote en la
amante o esposa de uno de los soldados.
Ana se lame los labios con nerviosismo.
―De acuerdo ―dice finalmente―. Lo haré.
―Sigo pensando que es demasiado peligroso ―empieza a decir
Franco―. Hay otras formas de lograr...
―¡Basta! ―Niego con la cabeza―. Te he protegido durante mucho
tiempo, Franco, pero es hora de que madures y aprendas a tomar las
decisiones difíciles. Estamos enviando a Anastasia al peligro, sí, pero
enviamos a los hombres al peligro todo el tiempo. Ella es igual de capaz.
―Le sonrío, haciéndolo lo más genuino posible en mi estado de ánimo
actual―. ¿Verdad?
―Claro. ―Ana frunce el ceño―. Te juro por Dios que, si haces que
me maten, Luca...
―Me vas a perseguir. Por supuesto. ―Hago un gesto con la mano.
―Me reencarnaré en la jodida Baba Yaga y te arrancaré las uñas
mientras duermes ―dice, mirándome fijamente―. Sé lo que me harán
si me atrapan.
―Entonces no te dejes atrapar ―le digo simplemente―. Si no creen
que estás tratando de vincularte a un miembro, entonces dales pequeños
trozos de información. Finge que estás utilizando tu proximidad a mí a
través de Sofia para traicionarme. Si necesitas pequeñas cosas que no
sean demasiado perjudiciales, dímelo y te daré lo que pueda. Eres una
chica inteligente, Anastasia. Estoy seguro de que estarás bien.
La mirada que me lanza me dice que no está tan segura.
Pero a estas alturas, no sé qué más hacer.
Es hora de que todos empecemos a correr riesgos.

El primer encuentro de las familias se hace en una casa de seguridad.


No la misma de la que rescaté a Sofia; no estoy seguro de poder entrar
en esa casa sin querer vomitar. Siempre me he considerado un hombre
duro y curtido.
Pero eso me sacudió hasta la médula. No solo porque se trataba de mi
esposa, sino por la pura crueldad, el horror que le habían infligido. He
hecho cosas terribles a los hombres, ¿pero a una mujer inocente?
Todos tenemos nuestras líneas que no cruzamos, o eso es lo que
siempre he creído, pero eso me hizo preguntarme si Vitto Rossi tenía
alguna, lo que me inquieta aún más.
Porque fue el hombre que me crío.
No tenía ninguna duda de que Colin Macgregor aparecería. Los
irlandeses han estado muy unidos a nosotros durante décadas, desde los
años setenta cuando se firmó la paz y empezamos a hacer negocios
juntos en lugar de pelearnos. Desde entonces ha habido algunos baches
en el camino, algunas escaramuzas y escarceos, pero en su mayor parte,
la paz se ha mantenido. No puedo imaginar que Colin quiera arriesgar
eso de ninguna manera.
Pero en estos días empiezo a preguntarme si realmente conozco a
alguien a mi alrededor.
Sin embargo, el rey pelirrojo de la mafia irlandesa aparece cinco
minutos antes de la hora fijada y entra en la sala con un aire de confianza
al que estoy acostumbrado cuando se trata de él. Es el mayor de los tres,
su pelo rojo se ha vuelto tan blanco como la mantequilla que los
pelirrojos suelen tener en su vejez, su mandíbula está cubierta por una
fuerte capa de vello del mismo color, salpicada por algunos pelos rojos.
Es narizón y pecoso, con ojos avellana, y no es la primera vez que me
doy cuenta del parecido que otros han visto entre él y Franco.
Sin embargo, son solo coincidencias. Hay un documento en la caja
fuerte de mi oficina que prueba la paternidad de Franco, nombrando a
su padre como Matthias Bianchi. Es de sangre italiana hasta la médula,
pero aun así, puedo ver las líneas familiares de la cara de mi mejor amigo
en la de Colin, y eso no deja de inquietarme lo más mínimo.
Me pregunto si Viktor se presentará. Si se convoca una reunión como
ésta, o más aún, un cónclave oficial, entonces la ley tácita es que todos
los jefes de las familias deben asistir o enviar a su segundo en su lugar.
Es posible que Viktor envíe a Levin en lugar de dignarse a venir él
mismo, y efectivamente, eso es lo que hace. Veo al hombre alto y
voluminoso con pelo rubio y ojos de hielo entrar con un aspecto
peligrosamente irritado y hago lo posible por no mostrar mi propia
frustración. Quería hablar con Viktor no con su segundo al mando, pero
los resultados serán los mismos, imagino. Levin habla por Viktor, igual
que Franco podría hablar por mí, o el hijo de Colin, Liam, podría hablar
por él.
―Ya saben por qué los he convocado ―digo cuando estamos todos
reunidos. Somos los tres y los equipos de seguridad de cada uno. He
encargado a Franco que le consiga a Ana la grabadora que necesita para
su trabajo y que le dé las instrucciones que le he dejado. Es intencionado:
quiero que Franco entienda que no va a discutir. Puede actuar como mi
subjefe, o habrá consecuencias. No puedo forzar más su mano.
―La explosión en el hotel, ¿no? ―Colin se encoge de hombros―. No
tuve nada que ver con eso ni ninguno de mis hombres. Me parece que
es violencia de la Bratva.
―No fuimos nosotros ―dice Levin rígidamente―. Viktor no asumirá
la responsabilidad. Las muertes de la mujer Rossi y de tus otros hombres
están en tu cabeza. Mira a tu propia gente. No aceptaremos la culpa.
Puedo sentir la ira a fuego lento que tanto me ha costado contener
últimamente.
―Les daré otra oportunidad. ―Mi voz es mortalmente tranquila―.
Quiero la paz. Puede que Vitto Rossi estuviera sediento de sangre, pero
yo no lo estoy, pero tampoco toleraré las mentiras.
Colin se encoge de hombros.
―Sabes que yo tampoco tengo ningún deseo de romper nuestra paz,
hermano, pero no voy a asumir la responsabilidad de un crimen que mis
hombres y yo no hemos cometido, ¿vale? No puedes esperar eso.
―¿Estás seguro de que ninguno de tus hombres actuó por su cuenta?
―Entrecierro los ojos―. ¿Problemas dentro de las filas, quizás?
¿Alianzas de las que no eres consciente? ¿Estás seguro de que todos sus
hombres son leales?
Veo que su mandíbula se tensa, que su expresión se vuelve peligrosa.
―Conozco a mis hombres, muchacho ―dice Colin, su voz tomando
una ventaja―. Puede que ahora seas Don, Romano, pero aún eres
muchos años menor que yo. Si quieres el respeto que le dimos a Vitto,
gánatelo, y cuestionar mi capacidad de controlar a mis hombres y de
imponer la lealtad no es el camino.
―No quise faltarte al respeto ―digo con calma, forzando mi ira―,
pero entiendes que necesito poner fin a esto. Ha habido demasiada
sangre.
―Eres tan sanguinario como el resto de nosotros ―dice Levin con un
bufido―. ¿Cuánta sangre de la Bratva mancha los suelos de sus
almacenes? El agua corre roja con ella. Han arrojado tantos cadáveres
rusos estos últimos meses.
―No tanto como lo haremos si esto no se resuelve. ―Entrecierro los
ojos―. Necesito respuestas. Así que habla, Levin.
Se encoge de hombros.
―Soy el segundo del Pakhan. No acepto amenazas, Romano. No vas a
tirar piezas encima de mí. Yo digo que no tenemos ninguna
responsabilidad en estos ataques.
Los hilos que mantienen unido mi temperamento se deshacen y se
rompen cuando miro la fría y gélida expresión de Levin, y siento que la
rabia caliente hierve en mi sangre. Últimamente tengo la mecha corta,
más corta de lo aconsejable, de hecho, pero estoy cansado de que me
tomen el pelo. Estoy cansado de luchar contra todo el mundo. Rossi tuvo
años de paz, y yo he heredado este, este...
Este absoluto espectáculo de mierda.
―¡Basta! ―Golpeo mis manos sobre la mesa, poniéndome de pie―.
¡Yo soy el Don, y tengo el poder aquí! Ningún irlandés tiene ninguna
parte de Manhattan o el territorio entre aquí y Boston. Tienen Boston
porque nosotros lo permitimos. La Bratva tiene lo que nosotros les
permitimos mantener. Podríamos borrar a todos los putos rusos del
mapa si así lo quisiera, así que aquí están mis condiciones. ―Miro
alrededor de la habitación, observando a todos los hombres reunidos―.
Necesito un nombre para el cónclave. Si no hay nombre, habrá guerra
entre nuestras tres familias. No me detendré ante nada para destruir a
todos los que puedan estar involucrados. Lo digo ahora, aquí, ya que
estamos reunidos formalmente. Un nombre o habrá sangre.
Colin se remueve en su asiento.
―Dijiste que no querías la guerra, muchacho, pero tus palabras ahora
dicen lo contrario.
―No quiero la guerra ―repito―, pero ha llegado el momento,
claramente, de afirmar mi lugar entre nosotros, y sí, mi lugar por encima
de ustedes. Así que lo digo ahora, de nuevo.
Mis ojos se dirigen a Levin y luego vuelven a Colin, y cuando hablo,
lo hago hasta los huesos.
―El nombre del responsable, o los mato a todos.
9

Necesito a Ana.
Me costó un poco de esfuerzo, pero descubrí cómo romper la
contraseña del iPad para poder conectarlo y enviar un mensaje. Sé que
veré a Caterina esta semana, pero está agobiada por todo lo que le ha
pasado a su familia. Además, sé que solo hay una persona a la que
realmente puedo confiarle mi secreto.
Mi mejor amiga.
Cuando Ana entra, me echa una mirada y camina directamente hacia
mí, jalándome en un abrazo mientras frota su mano sobre mi espalda,
apretándome con fuerza.
―¿Sabe Luca que estoy aquí? ―murmura en voz baja mientras me
abraza, y yo niego con la cabeza.
―No. Descubrí cómo enviarte un mensaje de texto por mi cuenta.
―Vamos a hablar en el baño, entonces ―me dice al oído―. No hay
cámaras ahí, ¿verdad?
―Dios, espero que no.
Así es como nos encontramos en el enorme cuarto de baño de mi
habitación, sentadas en la cálida baldosa con la espalda apoyada en la
bañera de hidromasaje. Parece extrañamente conmovedor, ya que he
vomitado tantas veces aquí desde que descubrí que estaba embarazada.
Inclino la cabeza hacia atrás y miro de reojo a mi mejor amiga.
―Algo está mal, ¿no?
―Sí ―Me río―. Algo está jodidamente mal.
―¿Es Luca? ―Ana se acerca y desliza sus dedos entre los míos―. ¿Te
está haciendo daño?
―No exactamente. Quiero decir, no es fácil vivir con él, eso es seguro,
pero no está como... pegándome o algo así, si es lo que quieres decir.
―No puedo empezar a hablarle de los juegos mentales que hace
conmigo en la cama porque entonces tendría que explicarle que a veces
me gusta, que me repugna y me excita la forma en que luchamos, y que
nada en mi vida me ha confundido tanto como Luca.
―¿Entonces qué? ―pregunta, mirándome con una preocupación real
escrita en cada centímetro de su cara, y me dan ganas de desmoronarme.
Me he sentido sola durante mucho tiempo y al ver a mi amiga dispuesta
a escucharme, a ayudarme si puede, sentada aquí en el pequeño y cálido
santuario de mi baño, siento que puedo contarle a alguien mi secreto.
Al menos puedo decírselo.
―Estoy embarazada. ―Las palabras salen en un susurro, colgando en
el espacio entre nosotras, y la mandíbula de Ana se cae literalmente
mientras me mira fijamente.
―Oh Dios, Sofia. ―Ana se lleva la mano a la boca―. ¿Qué vas a
hacer? ¿Lo sabe Luca?
―¡No! Y no puedes decir nada. Él... ―Hago una pausa, sintiéndome
mal de nuevo.
―Nunca lo haría ―me promete―. Ya lo sabes, pero ¿por qué pareces
aterrada? Seguro que Luca se alegraría... es un posible heredero para él.
¿No es eso lo que quieren todos esos machistas? ¿Hijos para demostrar
que son viriles y que pueden heredar toda esta mierda? ―Agita la mano
para indicar el ático y la riqueza de Luca.
Sacudo la cabeza y me muerdo el labio inferior.
―El contrato que me hizo firmar contenía una cláusula que decía que
no podía quedarme embarazada. Si lo hago, debo interrumpir el
embarazo inmediatamente o perderlo todo. La protección de Luca, mis
derechos como esposa, todo. Si no lo hago... entonces el contrato entre
nosotros es nulo. El acuerdo de mantenerme viva es nulo.
Su expresión está más horrorizada que nunca.
―Oh, Sofia ―susurra―. ¿Por qué?
―No lo sé ―le digo miserablemente, negando con la cabeza―. No lo
entiendo.
―¿Por qué aceptaste?
―Realmente no tenía muchas opciones, pero tampoco pensaba
acostarme con él, ¿recuerdas? Le hice aceptar que me dejaría virgen,
pero entonces Rossi interfirió y se aseguró de que tuviéramos que
hacerlo, y después de eso...
―¿Lo han hecho otra vez? ―Sus ojos son aún más redondos―. Sofia,
normalmente te felicitaría por finalmente tener sexo y disfrutarlo, pero
esto... ¿qué cambió? Estabas tan segura…
―No lo sé ―admito―. Pasó lo del intruso, y Luca vino corriendo
directamente a casa de la despedida de soltero de Franco cuando se
enteró. Yo estaba tan traumatizada y asustada, y Luca llegó cabalgando
como una especie de caballero blanco. Lo sé, lo sabía, él es cualquier cosa
menos eso, pero lo olvidé por un minuto. Muchos minutos, en realidad
―admito, con la cara un poco roja―. Un montón de ellos.
―¿Y esa fue la única vez?
―No ―digo, y mi cara arde aún más―, pero esa fue la noche que no
usamos condón, y hubo otra vez que no lo hicimos, pero sé que fue esa
noche. Solo que no estaba pensando...
―Dios, Sofia. ―Ana niega con la cabeza―. ¿Qué vas a hacer?
―No lo sé. ―Me muerdo el labio de nuevo, intentando no llorar―.
Necesito una salida. Intenté acudir al padre Donahue, y él iba a
ayudarme, pero luego me secuestraron en la iglesia, y ahora Luca me
tiene aún más controlada, más seguridad: no voy a volver a escaparme,
pero si empiezo a mostrar... ―Las lágrimas brotan de mis ojos entonces,
antes de que pueda detenerlas―. Tengo que hacer algo, Ana. Tengo que
salvar a mi bebé.
Ana se limita a mirarme, con los ojos muy abiertos y tristes, y por la
expresión de su cara veo que está tan perdida como yo.
―No sé qué decirte, Sofia. Luca se va a enterar de que vine a visitarte,
y quizá se enoje o no, es imposible saberlo con él, pero he visto la
seguridad que tiene alrededor de este lugar y dentro de él, y no sé cómo
podrías salir de nuevo. Te tiene bien enjaulada. ―Se muerde el labio―.
Lo siento, ya no sé qué pensar de él. Pensé que lo hacía para protegerte,
pero ahora no puedo creer que te haya hecho prometer eso.
―Tengo una idea ―le susurro―. Se me ocurrió esta mañana, pero
necesitaría tu ayuda, y no quiero pedirte que te pongas en peligro por
mí...
Ana resopla.
―Sofia, Luca ya me pidió que haga exactamente eso.
―¿Qué? ―La miro confundida―. ¿Qué quieres decir?
―Luca me pidió que me infiltre en la Bratva ―dice llanamente―.
Quiere que me acueste con algunos de los soldados y ver si puedo
sacarles algo. Una Mata Hari cualquiera. ―Se encoge de hombros―.
Dijo que era para ayudarte, para indagar lo que quiere Viktor y así poder
averiguar cómo hacer las paces antes de que ocurra algo peor.
―Algo peor va a pasar si no encuentro una salida.
―Creo que Luca sí se preocupa por ti. ―Ana duda―, pero…
―Ya no importa lo que sienta por mí ―insisto―. Lo único que
importa es proteger a mi bebé. Es malhumorado. Ya lo has visto. Está
más casado con la mafia de lo que nunca estará conmigo. ¿Crees que
elegirá a nuestro bebé y a mí por encima de lo que ha trabajado toda su
vida? Ni siquiera sé por qué insistió en esa cláusula, pero debe haber
una razón.
―Entonces, ¿qué puedo hacer? ―Me mira, con la boca torcida por la
preocupación―. Ya estoy entrando en el peligro. Así que, si puedo
ayudarte Sofia, lo haré. Sabes que haría cualquier cosa por ti, y mi lealtad
siempre será hacia ti por encima de cualquier otra persona.
―Lo sé. ―Le aprieto la mano―. Eres mi mejor amiga. Cuando puse
ese anuncio para buscar una compañera de piso, nunca pensé que
encontraría a alguien a quien estaría tan unida. Eres más que eso, eres la
hermana que nunca tuve.
―Yo siento lo mismo. ―Inclina su cabeza hacia un lado, apoyándola
en mi hombro por un momento antes de sentarse y mirarme, con los ojos
serios―. Entonces, dime qué necesitas.
Respiro profundamente y le explico la idea que se me ocurrió esta
mañana. No es genial, pero es todo lo que tengo.
―No quiero que Luca muera ―le digo en voz baja―. Es el padre de
mi hijo, y mis sentimientos hacia él son complicados. Sin embargo, sé
que no quiero que muera, pero si la Bratva pudiera ayudarme sin eso...
mi madre era rusa. Tengo sangre rusa en mis venas, y tal vez si Viktor
lo supiera, podría ayudarme por ella.
―¿Crees que Viktor no lo sabe ya? ―Me encojo de hombros.
―¿La Bratva vende chicas rusas?
―No lo sé. ―Ana se muerde el labio inferior.
―Entonces, si no lo sabes, ¿crees que podrían ayudarte?
―Puede ser. No lo sé, pero tal vez lo haría. Me querían en primer
lugar para llegar a Luca. Así que tal vez pueda darles algo sin hacer que
lo maten. Es lo único que se me ocurre ―digo con impotencia―. No sé
qué más hacer. De lo contrario, no te pediría esto: trataría de que Luca
no hiciera lo que te pide, pero estoy desesperada. ―Las últimas palabras
salen como un susurro; es difícil incluso decirlas en voz alta. Me he
esforzado mucho por ser fuerte durante todo esto, pero siento que me
estoy rompiendo.
―Intentaré averiguar todo lo que pueda ―promete Ana, apretando
mi mano―. Veré si puedo conseguir alguna información sobre lo que
querían de ti más allá de llegar a Luca, y si puedo hacer algo para sacarte
de aquí, lo haré.
―Gracias ―susurro―. Esto significa mucho para mí, Ana, yo...
―Escucha ―dice con urgencia―. Esto es peligroso, Sofia. Realmente
peligroso. No quieres imaginar lo que me hará la Bratva si descubren
esto. Tengo que jugar esto perfectamente, o estoy muerta. Peor que
muerta. ¿Entiendes?
Asiento con la cabeza, con la garganta apretada. No le he contado a
Ana lo que me pasó en la casa de seguridad, pero lo entiendo mejor de
lo que ella cree.
―¿Qué necesitas de mí?
―Necesito que le hagas creer a Luca que lo sientes. Que no vas a ir a
ninguna parte. Que vas a obedecerlo y hacer lo que te pida, y ser la
perfecta esposa de la mafia, hasta que pueda conseguir algo para ti.
Sedúcelo, hazlo feliz, lo que tengas que hacer, pero no te pelees con él ni
te pongas en su contra. Bueno, corrijo, tal vez un poco. Si te vuelves
totalmente sumisa, se dará cuenta de que pasa algo. ―Ana se ríe, pero
no hay mucho humor en ello―. Solo hacerle creer que has aprendido la
lección. ¿Puedes hacerlo?
Antes, habría dicho que no. Todo en mí se habría rebelado por ser una
esposita obediente, pero ahora las cosas son diferentes, y si Ana va a
adentrarse en la Bratva, a follar con sus soldados para conseguir
información, a ponerse en esa clase de peligro, lo menos que puedo
hacer es encantar y tener sexo con mi marido, que es hermoso y me
excita, aunque a veces lo odie.
―Sí ―digo en voz baja―. Puedo hacerlo.
―Bien. ―Me sonríe―. Te voy a ayudar, Sofia. Te lo prometo. Estamos
juntas en esto, ¿de acuerdo? Haré todo lo que pueda para que tú y tu
bebé salgan de aquí sanos y salvos.
Me mira la barriga.
―Es raro pensar que estás embarazada. Jesús, no tienes ni veintidós
años.
―Lo sé. ―Me lamo los labios con nerviosismo―. No sé cómo ser
madre. Me temo que voy a ser una terrible. Especialmente si estoy sola...
―Creo que ese es el primer paso para ser un buen padre ―dice
Ana―. Si te preocupa serlo. Todo va a salir bien. Solo un día a la vez.
―Respira profundamente―. Sé que es la única manera de superar esto.
No pierdo el tiempo. Cuando Luca llega a casa, me aparto de su
camino hasta que le oigo entrar en el dormitorio principal y el sonido de
la ducha al abrirse. En cuanto lo oigo, entro en el dormitorio y me
despojo de los joggers de diseño y la camiseta de tirantes que he llevado
todo el día, y los tiro al suelo con el corazón palpitando en el pecho. He
cedido a Luca muchas veces, incluso he aceptado sus insinuaciones
durante ese breve periodo de tiempo en el que las cosas parecían
funcionar entre nosotros, pero no he tomado la iniciativa. No he
intentado seducirlo. Me pregunto si incluso el hecho de que yo lo haga
hará saltar las alarmas para él, y sé que debo tener cuidado con cómo lo
hago. Tengo que ser convincente, esta tiene que ser la mejor actuación
de mi vida. No importa que no haya hecho precisamente mucho de eso.
El recuerdo de lo ocurrido esta mañana está presente en mi cabeza.
Puede que no tenga que actuar tanto después de todo.
Independientemente de todo lo demás, está claro que sigo sintiéndome
atraída por él y tan confundida como siempre.
Luca está de espaldas a la puerta de la ducha, con las manos en el pelo
mientras se pasa el jabón por los gruesos mechones oscuros. Respiro
profundamente y me dirijo desnuda hacia la ducha, abriendo la puerta
de cristal y entro.
―Luca ―digo en voz baja.
Se da la vuelta para salir de una de las dos duchas y el agua jabonosa
le cae en los ojos. Se pasa la mano por la cara y se la quita mientras me
mira fijamente, con una expresión realmente sorprendida.
―Sofia. ―Su voz es fría, sin rastro de dulzura―. ¿Qué mierda crees
que estás haciendo?
Bien, entonces está cerrado a mí. No es nada que no haya visto antes.
Intentando frenar mi acelerado pulso, doy otro paso hacia él y pongo las
manos en su pecho. Puedo sentir los latidos de su corazón, duros y
firmes tras la pared de músculos, sentirlo flexionarse bajo mis manos
mientras se pone rígido.
―¿Qué haces? ―repite, mirándome con desconfianza en esos ojos
verdes. Es realmente guapo, pienso, observando los pómulos cincelados,
la fuerte mandíbula, los brazos musculosos, el agua que gotea por todo
su cuerpo, por el pecho y por las líneas de las caderas, profundos cortes
de músculo que bajan hasta...
Ya está duro y grueso, solo con verme desnuda. Me da una sensación
de poder, de que no estoy completamente indefensa en todo esto. Le
paso las manos por el pecho, hasta los abdominales, y lo miro a los ojos
con lo que espero que sea una expresión de contrariedad.
―Tenías razón antes ―digo en voz baja. Dejo que mi voz tiemble un
poco; él esperará eso de mí. Nunca he sido una seductora
experimentada. Esperará nervios, vacilaciones. No tengo que fingir que
no tengo miedo, y eso es un alivio, al menos―. Debería pedirte perdón.
―¿Ah? ―La pregunta se interpone entre nosotros, y puedo ver la
sospecha aún escrita en su rostro―. ¿Por qué?
―Por huir. ―Me relamo los labios y veo que su mirada desciende
hasta ellos, quedándose ahí un momento antes de recorrer el resto de mi
cuerpo y volver a subir―. Por hacer que te preocupes. Por hacer que
tuvieras que ir a salvarme, por hacer todo lo que hiciste.
Atrapa mis manos errantes entre las suyas, apretándolas casi hasta el
dolor.
―¿Por qué no te creo, Sofia? Tendrás que esforzarte más que eso para
convencerme.
―Sé que me equivoqué ―susurro―. Entré en pánico, llegaste a casa
ensangrentado, y luego el sexo duro, la forma en que me trataste... me
asustó, Luca. Pensé que estábamos...
―¿Enamorados? ―Su voz es burlona―. Sabía que eras estúpida, pero
no pensé que fueras tan infantil.
―No, lo siento ―vuelvo a susurrar, mirándolo suplicante. No tengo
que actuar después de todo, porque le estoy suplicando. Suplicándole
que me crea, que ceda, que me deje seducirlo y le hago creer que quiero
estar aquí―. Deja que te lo compense.
―¿Y cómo vas a hacer eso? ―Levanta una ceja, arqueándola mientras
me mira sin un rastro de emoción. Sin dudarlo, me pongo de rodillas,
sintiendo el calor bajo ellas mientras me cierno, apoyándome en su
cadera con una mano mientras me acerco a él con la otra. Su polla palpita
contra la palma de mi mano en el momento en que envuelvo mis dedos
en su longitud dura y caliente y preparada, y no puedo fingir que no se
siente bien al saber que lo excito, que me desea. A mí. Este hombre, que
ha tenido cualquier mujer que haya querido, piensa que soy hermosa.
Sexy. Deseable.
Dijo que yo era como una droga para él más de una vez. Que se sentía
obsesionado conmigo, adicto a mí. Que no podía dejar de desearme.
Empiezo a pensar que la adicción va en ambas direcciones porque yo
también la siento.
Debería odiarlo, pero cuando me inclino hacia delante y lo rozo con
los labios, noto la excitación caliente que me arde en la boca del
estómago y que se extiende por mis venas, filtrándose en mi sangre. Su
sabor es agradable, la salinidad de su pre semen se extiende por mis
labios, y me hace sentir sucia, sexy y sensual a la vez mientras paso mi
lengua por encima y a su alrededor, lo oigo gemir. No soy débil, pienso
mientras me meto un centímetro en la boca y luego otro, volteando los
ojos hacia arriba para mirar su rostro relajado y la expresión vidriosa,
con el placer escrito en cada centímetro de su cara. Su mano se aferra a
mi cabello y yo empujo hacia delante, agarrándome a sus caderas con
ambas manos mientras tomo más y más de su gruesa polla, decidida a
metérmela toda en la boca y en la garganta, a sentir cómo pierde el
control. Sus dos manos se enredan en mi cabello mientras lo empujo más
adentro, ahogándome un poco al sentir sus dedos presionando mi cuero
cabelludo, sus gemidos llenando el espacio húmedo de la ducha
mientras me mantengo en la base por un momento, mi nariz rozando su
abdomen antes de volver a deslizarme hacia arriba, observándolo
mientras paso mi lengua por su eje todo el tiempo, burlándome de él por
debajo de la sensible cabeza mientras jadeo para respirar.
―Eso es ―gime―. Chúpamela arrodillada, esposa. Muéstrame
cuánto lo sientes. ―Mi mano se desliza entre sus piernas, tomando sus
pelotas mientras paso mi pulgar por la frágil piel, levantándolas
suavemente en mi palma mientras me hundo de nuevo, mis labios
apretando a su alrededor mientras lo siento palpitar en mi boca.
Continúo, provocando, lamiendo y chupando. Me pierdo en él, en el
olor jabonoso y aroma de su piel y en la sensación de tenerlo en mis
manos y en mi boca, su piel tensa y caliente ardiendo contra mi lengua,
el sabor resbaladizo de él reuniéndose ahí mientras voy más rápido, mis
manos subiendo por sus muslos y sobre sus caderas mientras cedo al
impulso de sentirlo, de conocerlo aún más, de sentir algo de placer en
esto. Sé que estoy mojada, que mis pliegues están hinchados y
resbaladizos por mi propia excitación mientras le hago el amor. Es
imposible no excitarse mientras miro a ese dios cincelado que se cierne
sobre mí, con cada centímetro de su cuerpo tenso por el deseo, y sus
gemidos hacen que mi deseo aumente. Se siente bien, y lo quiero. Quiero
más. En ese momento sé con qué facilidad podría perderme en mi
propio juego, con qué facilidad podría empezar a enamorarme de él de
nuevo, y sé que debo tener cuidado.
―Mierda, Sofia ―grita mi nombre mientras su mano se aprieta en mi
pelo, empujando mi boca hacia abajo mientras sus caderas empujan
hacia delante. No se molesta en avisarme, pero sé por sus reacciones que
está a punto de correrse, por la forma en que los músculos de sus muslos
se ponen rígidos bajo mis manos. Su cuerpo se inclina hacia delante, su
otra mano se apoya en la pared mientras sus caderas se sacuden
erráticamente, y el primer chorro caliente de su semen me llena la boca.
Trago convulsivamente, absorbiéndolo todo mientras él sigue
empujando y chupo hasta que se aparta, todavía estremeciéndose de
placer mientras el enfoque vuelve a su mirada.
Me pongo de pie con dificultad, pero antes de que pueda decir o hacer
nada, Luca me agarra y me empuja contra la pared de azulejos mientras
su mano se enreda de nuevo en mi pelo y su boca se estrella contra la
mía.
No es un beso suave, no es un beso cariñoso. Su lengua se abre paso
en mi boca, empujando, reclamando, y puedo sentir su polla medio dura
contra mi muslo mientras su mano se abre paso entre mis piernas.
―Mojada ―dice triunfante cuando sus dedos se sumergen en mi
interior, sin molestarse siquiera en facilitarme la entrada, pero no
importa. Estoy encendida, hinchada y excitada, ya me duele por él, y
grito contra su boca mientras sus dedos entran y salen de mí, su pulgar
me presiona el clítoris mientras él se aprieta contra mi muslo. Noto la
rabia en su beso enérgico, su nariz chocando con la mía, los dientes
chocando cuando me agarra por la cintura de repente y me hace girar,
obligándome a ponerme contra la pared mientras sus dedos se
sumergen de nuevo entre mis piernas.
―Voy a hacer que te corras ―me gruñe al oído, y casi suena como
una amenaza. Su boca me presiona el cuello, me muerde, me chupa
hasta el fondo, hasta el pliegue de mi hombro, mientras sus dedos entran
y salen de mi coño empapado. Siento que me aprieto a su alrededor, que
lo atraigo, que quiero más. Mis piernas se abren, mi espalda se arquea,
mi culo presiona su entrepierna, y sé que no tiene sentido luchar contra
él. Mi cuerpo ha tomado el control, y mi cuerpo quiere a Luca.
―Por favor ―susurro con impotencia―. Por favor...
―Por favor, ¿qué? ―Me chupa el cuello de nuevo, con fuerza,
clavando sus dedos en mí―. ¿Por favor, dejar que te corras? ¿Por favor,
follarte? ¿Por favor, darte mi polla? ¿Qué quieres? ―Sus dedos se
ralentizan mientras me lleva al borde del orgasmo, su pulgar se desliza
por mi clítoris, y yo maúllo en señal de protesta, frotándome contra él.
―Tienes que decírmelo ―dice, y puedo oír el tono burlón en su voz.
Le gusta hacerme rogar, le gusta hacer que lo necesite. Le gusta oír lo
mucho que me excita.
―Por favor, deja que me corra ―susurro, aunque podría haber dicho
cualquiera de esas cosas y habría sido cierto―. Por favor...
―Bueno, ya que lo has pedido tan amablemente.
Su pulgar vuelve a presionar mi clítoris, frotándolo, acariciándolo, y
eso, combinado con sus dedos, con la dura presión de su cuerpo contra
mi espalda, la sensación de su polla endurecida contra mi culo, me
vuelve loca. Puedo sentir el orgasmo creciendo, tensando mis músculos.
Entonces estalla sin previo aviso, inundándome en oleadas de placer que
me hacen sentir que mis rodillas se van a doblar. No puedo mantenerme
en pie y siento que su brazo me rodea por la cintura y me aprieta
mientras me agito y me retuerzo contra él, gimiendo sin poder evitarlo.
El placer me consume por completo, es casi demasiado bueno, y cuando
siento que me abre más las piernas, que me inclina mientras se mueve
entre mis muslos, no pienso en intentar detenerlo. Ya ni siquiera se trata
de seducirlo, de engañarlo, solo lo deseo.
Todo es real en ese momento. El gemido cuando lo siento la forma en
que mi espalda se arquea, mis uñas arañando la baldosa mientras me
retuerzo contra él, queriendo más, queriendo todo. Quiero que me
penetre con fuerza, una y otra vez, llenándome, la forma en que me
muerde el hombro, los gemidos que salen de su boca.
―Mierda, estás apretada ―murmura, su aliento es cálido contra mi
oído mientras me golpea por detrás―. Como una maldita virgen cada
vez. ―Chupa mi lóbulo en su boca, sus manos recorren mi cintura, mis
caderas―. Me encanta que sea solo mi polla la que esté dentro de ti. La
única que conoces, y te sientes tan jodidamente bien...
―Tú también ―gimo, y lo digo en serio. Esta es la trampa, lo que me
jode cada vez, porque se siente bien. Él se siente bien. En estos
momentos, no quiero irme. Quiero quedarme, y si pudiéramos
quedarnos en este momento para siempre, envueltos en el calor
sofocante de la ducha con el agua cayendo sobre nosotros, su cuerpo
moldeado al mío mientras se sumerge en mí una y otra vez, lo haría. Si
no existiera el futuro, solo el ahora, repitiéndose una y otra vez.
Pero esto va a terminar. Siento que está a punto de terminar, sus
empujones se vuelven más erráticos, mi cuerpo se tensa, y grito.
―Deja que me corra una vez más ―le ruego―. Haz que me corra,
Luca, por favor...
Vuelve a empujar, hasta el fondo, haciendo rodar sus caderas contra
mí, y el sonido que hago es casi un grito cuando el segundo orgasmo se
abate sobre mí. Luca me empuja hacia adelante, contra la pared,
mientras sujeta mi cuerpo tembloroso y se revuelve contra mí mientras
me corro con fuerza sobre su polla, apretando cada centímetro de él. No
quiero que se retire; quiero que se quede dentro de mí, que se corra
dentro de mí, pero no tiene condón y no sabe que ya estoy embarazada.
Gimo cuando se retira, y Luca gime, sin aliento, mientras oigo el
sonido de su mano rozando su polla.
―De rodillas ―gruñe―. Quiero volver a correrme en tu boca
mientras te saboreas en mí.
Ni siquiera lo pienso mientras vuelvo a caer de rodillas. Me pierdo en
una bruma de placer, mi cuerpo sigue palpitando débilmente, y lo tomo
en mi boca, saboreándome en él mientras mi lengua recorre su longitud.
En mi excitación, casi sabe bien. Me excita saber que ha estado dentro de
mí, que he sido yo la que lo ha llevado al límite, que he sido yo la que
ha hecho que se corra ahora, mientras agarra un puñado de cabello y
gime con un sonido casi doloroso, su semen se derrama por mi lengua
y por mi garganta por segunda vez esta noche.
Cuando termina, me levanto débilmente, con el corazón todavía
acelerado. Luca me mira, y aún puedo ver la cautela en su rostro, pero
el sexo le ha quitado el miedo. Me doy cuenta de eso.
―Si así es como te disculpas ―dice con voz ronca―. Quizá debería
dejarte meterte en problemas más a menudo.
Parpadeo y me tapo la boca con la mano para evitar una carcajada,
pero entonces él sonríe y me doy cuenta de que está haciendo una broma
a propósito. Ocurre muy pocas veces: peleamos y follamos, pero si hay
algo que faltaba, incluso en ese breve lapso en el que las cosas estaban
bien, era la risa.
Rara vez me he reído con Luca, y cuando los dos empezamos,
tímidamente, no del todo, siento como si me dieran otro pequeño
vistazo de cómo podrían ser las cosas si fueran diferentes, pero, por
supuesto, no lo son, y tengo que recordar lo que estoy haciendo aquí.
―Quiero quedarme esta noche ―digo suavemente, volviendo a
meterme en mi papel mientras me apoyo en él, pasando mis manos por
su pecho―. En la cama contigo. Quiero volver a nuestra cama.
Luca me pasa la mano por el pelo mojado y noto que cede, que baja la
guardia. Bien.
―Está bien ―dice―. Será bueno no dormir solo.
Esa admisión es sorprendente viniendo de él, pero no le dejo ver la
sorpresa en mi cara.
Más tarde, mientras me acuesto en mi lado de la cama con las luces
apagadas, Luca ya dormido retirado en el otro lado, giro la cabeza y
miro todo el espacio que nos separa. Hubo un tiempo en el que pensé
que podría salvar ese espacio. Miro su rostro, más suave en el sueño, e
intento imaginarnos como personas distintas.
Intento imaginarlo con un bebé, algo que nunca he hecho antes. Es
casi imposible hacerlo. Trato de imaginármelo con un bebé en brazos,
dándole de comer con la cuchara a un niño pequeño, ayudando a
nuestro hijo o hija con los deberes. Nada de esto encaja con la imagen
del Luca que conozco. No hay suficiente amor en él para mí, o al menos
eso dice él, así que ¿qué habría para un niño?
Pienso en Caterina, educada toda su vida para saber que cualquier
cosa que intentara hacer por sí misma, un título, una educación, una
carrera, carecería de sentido por la vida que se había elegido para ella.
Si me quedaba con Luca de alguna manera y teníamos ese bebé, ¿qué
futuro tendría él o ella? Un hijo se criaría para tomar el relevo, para
empaparse de la misma sangre y muerte que Luca. Pienso en mi hijo
adulto volviendo a casa ensangrentado como lo hizo Luca, en él
torturando a los hombres, haciéndolos suplicar y llorar antes de
matarlos. Mi estómago se revuelve con náuseas que no tienen nada que
ver con el embarazo.
Pero ¿sería mejor una hija? Pienso en mi hija criada para saber que su
vida depende de un hombre, de un matrimonio, que será entregada a
quien sea el partido más ventajoso como si viviéramos hace cientos de
años y no en la moderna ciudad de Nueva York.
Puedo imaginarme exactamente qué tipo de vida tendrían nuestros
hijos. Es una vida de la que mi padre trató de sacarme, solo para que yo
quedara atrapada en ella.
No puedo dejar que mi hijo sufra el mismo destino, pienso, tocando mi
vientre en la oscuridad, sin que nadie lo vea. Tengo que ser más fuerte.
No es la primera vez que me pregunto por qué no se fue. Debió de
tener algo que ver con la lealtad, con la amistad, sus lazos con Rossi y la
mafia, y su amigo Marco en desacuerdo con su lealtad a su familia.
Puedo sentir que esa misma elección me tensa, porque me guste o no,
tengo sentimientos por Luca que no son solo de odio, y no será fácil no
solo dejarlo, sino traicionarlo.
Una cosa era correr hacia el Padre Donahue. Otra cosa es correr hacia
Viktor y la Bratva.
Me pongo de lado y cierro los ojos. Necesito descansar.
Necesito dormir.
Pero con tantas incógnitas por delante, sé que va a ser una noche larga.
10

En el momento de establecer el cónclave, hay cese tentativo entre


nuestras familias. Yo nunca confío plenamente en que Viktor siga la
etiqueta tácita de las familias de la mafia, pero cuando las
conversaciones de paz son inminentes, se supone que la violencia queda
temporalmente en suspenso. No bajo la guardia del todo, pero eso me
permite centrarme momentáneamente en otras cosas, como preparar a
Ana para que vaya en busca de su primer objetivo en la Bratva.
Le di los nombres de los hombres que quería que buscara, así como
los clubes y bares que frecuentaban, y cualquier otra cosa que pudiera
averiguar sobre ellos: el tipo de mujeres con las que suelen ser vistos, la
ropa que llevan, etc. Ana me mostró su atuendo para la primera noche
para que lo aprobara, tal y como había solicitado: un vestido negro
ajustado que apenas le cubría hasta la parte superior de los muslos, con
recortes en la cintura y un escote pronunciado.
―¿Quieres ver también las bragas, o te bastará con esto? ―preguntó
con sarcasmo, que yo ignoré deliberadamente. Dejó claro que no iba a
ser una empleada mía sumisa, y eso me parece bien. Mientras haga su
trabajo, y como es para Sofia, estoy seguro de que lo hará.
Sofia está con Caterina en la sala de cine, viendo alguna estúpida
comedia romántica, y recorro nuestro dormitorio, el único lugar donde
sé que no me las encontraré. No puedo enfrentarme fácilmente a
Caterina estos días, sabiendo que fue mi mano la que apretó el gatillo
que mató a su padre, y no estoy de humor para charlas.
Se supone que Ana debe ponerse en contacto conmigo cuando se vaya
después, lo que imagino que será bastante tarde. Si no he sabido de ella
para cuando Sofia se vaya a la cama, esperaré en mi oficina, pero por
ahora, paseo por la habitación, tratando de no pensar en todas las formas
en que esto podría salir mal.
No es solo que la vida de Anastasia esté en peligro. Es que, si la
descubren, y mi parte en eso, esto explotará. No solo no habrá ninguna
posibilidad de paz, sino que Viktor tendrá toda la justificación que
necesita para venir por nosotros disparando armas. Será una guerra
como la que Manhattan no ha visto en décadas.
Pero si tiene éxito, entonces podría tener algo que pueda usar. Algo
que me permitirá poner fin a esto, y para mí, el riesgo vale la pena.
Mientras camino, no puedo evitar pensar en lo que está haciendo.
Nunca me he sentido especialmente atraído por Anastasia en ese
sentido, es demasiado delgada para mi gusto, de pechos pequeños hasta
el punto de ser completamente plana y con una actitud que rivaliza con
la de Sofia, pero mientras repaso el plan, una y otra vez, me la imagino
en la pista de baile de algún club clandestino, dándole caña a un hombre
de la Bratva, echándose el pelo hacia atrás y fingiendo estar
encaprichada con él. La imagino en la cama, con ese cuerpo largo,
delgado y pálido estirado bajo uno de los rusos, y mi mente se desplaza
a Sofia.
Es Sofia a la que veo, atrapada bajo uno de ellos, luchando por
escapar. La imagen se confunde con la de ella atada en la casa de
seguridad, una imagen que nunca podré dejar de ver, y aprieto los
dientes, intentando obligarme a pensar en otra cosa. Puedo sentir ese
viejo impulso posesivo, la adicción a ella, la necesidad de saber que es
mía. Que nadie más puede tocarla, nunca más.
Mía, mía, mía.
Pienso en ella anoche, suave y arrepentida, mirándome con esos ojos
oscuros y grandes, en la forma en que mi cuerpo reaccionó ante ella, y
así, sin más, se me vuelve a poner dura, y no solo una excitación casual,
sino furiosa, dolorosa, una sensación que me invade y me hace sentir
como si estuviera de nuevo al borde de la locura.
En ese momento entiendo algo. Las veces que he odiado a Sofia, que
me he sentido empujado al borde de la rabia por ella, han sido las veces
que ha intentado irse, que ha intentado romper sus promesas, que me
ha mentido. Las veces que ha sido ella la que me ha quitado lo que es
mío.
A ella.
Pero otras veces he sentido algo muy distinto por ella. Algo a lo que
me da miedo ponerle nombre porque es tan distinto a todo lo que he
sentido antes.
Lo que sentí cuando me enteré de la irrupción y volví corriendo hacia
ella. Lo que sentí cuando organicé esa noche en la terraza.
Un recuerdo tras otro me invade mientras me siento en el borde de la
cama, del rostro pálido de Sofia cuando volvía casa, de la conmoción y
la alegría en su expresión en la terraza, de los momentos que
compartimos en la sala de cine, o comiendo juntos. Por un breve
momento, tuve una ventana de lo que es tener realmente una relación
con alguien, despertarse con ella y volver a casa e irse a la cama con ella,
y era mejor de lo que había pensado.
Estuvo bien.
Ella estuvo bien. Estuvimos bien.
Pienso en nosotros anoche en la ducha, riendo, en Sofia tapándose la
boca con la mano, y se me aprieta el pecho. No sé cómo conciliar eso con
el recuerdo de ella en la casa de seguridad, en esa cama, sabiendo que
mi amor por ella, haberla dejado entrar plenamente a mi vida, podría
hacer que volviera a suceder. No sé cómo tener ambas cosas, segura y
protegida como prometí que lo haría, y ella como mi esposa, de verdad.
Pero Dios, la quiero más que respirar, y si soy honesto conmigo
mismo, si miro profundamente en la parte de mí mismo que trato de
mantener cerrada, la amo.
No es solo su belleza, o lo mucho que me excita. Me hace sentir todas
esas cosas, deseo, excitación, lujuria, más que cualquier otra mujer con
la que haya estado, eso es cierto, pero es más que eso. Es la forma en que
me desafía, la forma en que se niega a retroceder. Es la forma en que
sobrevivió a algo tan terrible que debería haber destrozado a casi todo
el mundo, pero no solo lo superó, sino que tampoco rompió su espíritu.
No volvió a mí como una cáscara de persona.
Ella sigue siendo Sofia. Sigue siendo la mujer con la que me casé, si no
más. Hay una fuerza en ella que, si fuera libre para ser ella misma, para
ocupar su lugar a mi lado y gobernar la familia conmigo, podría ser
formidable.
Juntos, podemos ser poderosos.
Pero para que eso ocurra, tiene que estar a salvo.
Mis manos se aprietan en el lado de la cama, mi corazón palpita con
fuerza y la necesidad de ella aún late en mí. Tengo que ponerla a salvo.
Tengo que ganar esto, cueste lo que cueste, para tener la oportunidad de
algo que nunca pensé que querría.
Un matrimonio real con mi esposa.
La frustración se convierte en una necesidad de sexo, como siempre
parece suceder. Desde la adolescencia, esa ha sido mi vía de escape. Mi
forma de olvidarme de las cosas que tenía que hacer por Rossi, de las
cosas que aún tengo que hacer por la familia a la que pertenezco desde
que nací. Mi forma de escapar de mis demonios por un rato para no
tener que pensar. No tenía que sentir nada más que placer.
Hasta Sofia.
La quiero ahora. Quiero enterrarme en ella, saciar la necesidad
adictiva de su olor, su cuerpo, los sonidos que hace cuando empujo
dentro de ella una y otra vez, pero en este momento está con Caterina, y
aunque supongo que podría entrar y sacar a Sofia, seguro que Caterina
se horrorizaría.
Probablemente Sofia tampoco estaría muy contenta.
Me estiro hacia abajo, frotando la dura cresta de mi erección,
desesperado por encontrar algo de alivio. Mi propia mano no es lo que
quiero. Estoy a punto de intentar distraerme con otra cosa hasta que
miro hacia abajo y veo parte de la ropa desechada de Sofia en el piso a
los pies de la cama.
Normalmente me enojaría con ella por dejar sus cosas desparramadas
de esa manera; tengo una asistente, pero intento mantener las cosas
ordenadas mientras tanto. No soporto el desorden, pero no es el hecho
de que haya dejado su ropa en el suelo lo que me llama la atención.
Es el par de bragas sedosas encima de sus jeans lo que no puedo dejar
de mirar.
Incluso mientras las alcanzo, sé que esto es una locura. Me recuerda a
cuando, justo antes de casarnos, estaba en su armario con su vestido
pegado a la nariz mientras me acariciaba hasta alcanzar un clímax
frustrado, solo que ahora es aún peor porque ya no me pregunto cómo
sería estar con ella.
La he tenido y ha sido mejor de lo que había imaginado.
Así de bueno que no puedo dejarla de lado como a todas las demás
mujeres que he tenido. En vez de eso, quiero más. Cada día. Cada
momento que estoy lejos de ella.
Cada segundo del día, soy como un adolescente frustrado, y no parece
haber ninguna cura para ello.
Antes de darme cuenta, tengo el cinturón desabrochado y la polla
fuera, palpitando en mi puño mientras respiro el aroma de Sofia,
pensando en ella apretada contra mi cara, en su dulce sabor bajo mi
lengua, en la forma en que gime y se retuerce cuando la lamo. Nada me
pone más duro que el sabor del coño, y el de Sofia es como una droga,
mejor de lo que podría ser cualquier Viagra. Solo pensarlo me pone duro
como una piedra y… duele. Gimo mientras me acaricio, primero
despacio y luego con más fuerza, más rápido, mientras imagino a Sofia
debajo de mí, con sus muslos rodeando mi cabeza, sus manos en mi pelo
mientras pierde el control, toda esa fachada de niña buena desvanecida
mientras se entrega a sus deseos y me hace saber lo mucho que lo desea.
El familiar zumbido del placer se apodera de mí, nublando mis
sentidos, dejándome hundir en la niebla mientras envuelvo las sedosas
bragas alrededor de mi eje, mis pelotas se tensan con la familiar emoción
de la proximidad del clímax. Eso es, pienso, cerrando los ojos e
imaginando que la sensación sedosa y resbaladiza alrededor de mi polla
es la cálida boca de Sofia, o mejor aún.
―¿Luca? ―La voz de Sofia me saca de la fantasía, y mis ojos se abren,
mi mano se congela en mi polla. Sus ojos pasan de mi cara a mi polla,
con sus bragas envueltas en ella, empapadas de mi pre semen, y espero
que ponga cara de horror, o tal vez llore, o salga corriendo.
Lo que no espero en absoluto es lo que sucede a continuación.
―Deberías haber ido a buscarme si estabas tan caliente ―dice con voz
burlona, empujando la puerta detrás de ella y caminando hacia mí. En
mi estado de excitación, todo en ella se ve aún mejor que de costumbre:
sus caderas curvilíneas con esos jeans ajustados, su cintura estrecha, la
turgencia de sus pechos contra la blusa negra que lleva. Lleva el pelo
recogido en una coleta alta, rebotando contra sus hombros mientras
camina, y quiero agarrarlo, sujetarlo mientras la inclino y penetrarla por
detrás.
Mierda. Sus ojos están en mi polla, y aunque nunca creí que me
gustara el exhibicionismo, me está excitando aún más.
―No podía interrumpirte ―digo con voz ronca―. Estabas con
Caterina.
―Se fue a casa. ―Su voz baja un poco, cayendo en un tono más
sensual―. No sabía que estabas despierto.
Ni siquiera puedo formar palabras. Mi cerebro ya no parece estar
conectado a mi boca, mi polla sigue palpitando furiosamente en mi
puño, y lo único que quiero es acabar. Me duelen las pelotas, tengo el
cerebro nublado y estoy tan excitado que no puedo pensar con claridad,
pero no sé qué hacer con Sofia ahí de pie.
Que mi mujer me sorprenda mientras me masturbo es una experiencia
totalmente nueva para mí.
Pero entonces, para mi asombro, se agacha y se quita la blusa,
arrojándola al mismo lugar que la ropa desechada en el suelo.
Cuando su sujetador se une a ella, siento que podría correrme en el
acto.
Sofia tiene los pechos más perfectos. Llenos, pero no demasiado
grandes, con unos bellos pezones de color rosa oscuro que ya se están
endureciendo en el tenue frío de la habitación. Rebotan un poco cuando
se deshace del sujetador y, en ese momento, daría cualquier cosa por
tener mi boca en ellos.
―Puedes seguir masturbándote con mis bragas si quieres ―dice, sus
manos van al botón de sus jeans―. O puedes dejar que te ayude. Tú
eliges.
Mierda. Mi cerebro casi hace un cortocircuito por el deseo. Creo que
nunca he escuchado una frase más caliente en mi vida. De repente, no
estoy seguro de por qué nunca quise casarme, si va a ser así.
Hay una pequeña alarma en mi cabeza que me dice que esta no es la
forma habitual de comportarse de Sofia, ni su seducción de anoche en la
ducha, ni su petición de perdón literalmente de rodillas, ni el
espectáculo sexy que me está ofreciendo ahora mientras se baja los jeans
por las caderas, con los ojos fijos lujuriosamente en mi longitud dura
como una roca. Ella quiere algo, dice esa pequeña voz sospechosa en mi
cabeza. Está jugando a un juego.
Pero incluso si eso es cierto, en este momento no me importa. Solo
necesito correrme. Estoy al borde de las bolas azules, mi polla palpitante
y goteando pre semen tan abundantemente que las bragas de Sofia,
envueltas en la punta, están tan empapadas como si ya me hubiera
corrido en ellas. Ella podría tener cualquier razón en el mundo para
querer sentarse en mi polla en este momento, y yo no le diría que no.
Podría vaciar todas mis cuentas bancarias, con tal de vaciar mis pelotas
al mismo tiempo.
Así es como los hombres lo pierden todo, pienso sombríamente, pero estoy
más allá de preocuparme mientras Sofia se acerca a mí, completamente
desnuda ahora, con sus pechos llenos rebotando y sus caderas
contoneándose, y puedo ver la débil excitación entre sus piernas, sus
labios esponjosos y rosados mientras estira la mano y me empuja hacia
el colchón.
―Estás demasiado vestido ―dice suavemente, tomando mis
pantalones y bajándolos por las caderas. Me suelto la polla cuando ella
lo hace y miro su preciosa cara, su pelo oscuro cayendo a su alrededor
mientras sus ojos me miran con picardía, y esas bragas estropeadas se
unen al creciente montón de ropa que hay en el suelo mientras ella se
sienta a horcajadas sobre mí y busca los botones de mi camisa.
―Te necesito ―gruño, agarrando sus caderas. Mi polla está justo en
su entrada, su coño se cierne sobre mí, y puedo sentir el calor de su piel.
Siento que me estoy volviendo loco, y no puedo esperar a que me quite
la camisa. La necesito ahora.
―¡Oh! ―Sofia gime mientras tiro de ella hacia abajo, con mis caderas
empujando hacia arriba al mismo tiempo para que mi polla la empalme,
deslizándose en su apretado canal mientras siento que se aprieta a mi
alrededor. Sus manos se aferran a mi pecho, apoyándose, y me sonríe
mientras se echa el pelo por encima de un hombro.
―Tan impaciente. ―Se inclina, sus caderas ya empiezan a mecerse
contra mí mientras su boca roza la mía―. Muy bien. Hazlo a tu manera.
Que me monte es como el cielo. Me pierdo en su placer, en sus caderas
entre mis manos, en su coño caliente envolviéndome, en sus palmas
contra mi pecho desnudo, en sus uñas arañando mientras me besa con
fuerza, con su lengua enredándose con la mía. Se siente tan bien, pero
necesito más. Necesito estar en control, ser el que la reclama, la posee, le
recuerda a quién pertenece.
La agarro por la cintura y la pongo boca arriba, empujando su espalda
contra las almohadas mientras engancho sus piernas sobre mis
hombros.
―Mírame ―le digo con rudeza, abriendo sus muslos mientras me
corro lentamente. Me cuesta mucho no follarla con fuerza y rapidez, y
no dejar que se corra en cuestión de segundos, pero quiero que dure. Se
siente tan jodidamente bien, y no quiero que termine.
―Tócate. ―Le tomo la mano y se la meto entre las piernas―. Quiero
que te corras en mi polla.
Sofia está ruborizada, excitada, hermosa, con los ojos bajando
obedientemente para ver cómo me deslizo dentro y fuera de ella, mi
gruesa polla llenándola hasta el límite, sus labios extendidos a mi
alrededor como una flor floreciente. Gime, con su suave boca
entreabierta mientras me mira, con sus dedos frotando su clítoris en esos
pequeños y apretados círculos que sé que tanto le gustan, llevándose al
límite junto conmigo.
―Esto se siente tan bien ―jadea―. Córrete conmigo, Luca, por favor,
estoy tan cerca...
Debería parar, ponerme un condón, pero no puedo. No puedo sacarla
de la apretada y caliente presión de su cuerpo, como un terciopelo que
me recorre de arriba a abajo, y ya no me importa. Si la dejo embarazada, lo
resolveremos, pienso mareado porque, en ese momento, no hay nada, ni
siquiera una pistola en la cabeza, que me haga dejar de follarla hasta que
llegue al clímax.
―Sí, oh, Dios, Luca, voy a...
Siento que se corre, que el orgasmo aprieta su cuerpo, que se aprieta
a mi alrededor como un tornillo, que sus labios se agitan contra la
longitud rígida de mi polla mientras ella arquea la espalda, gimiendo
con un sonido que es casi un grito. Mi gemido profundo y gutural se une
a el suyo cuando siento que yo también empiezo a correrme, el primer
chorro caliente es tan bueno que siento que voy a desmayarme de puro
placer. Mi visión se oscurece en los bordes mientras me abalanzo hacia
adelante, con mi boca enterrada contra su cuello mientras me meto en
ella hasta el fondo, sintiendo cómo sus piernas me rodean y sus pechos
me presionan. El orgasmo parece que no va a parar nunca, mi polla
palpita una y otra vez mientras me vacío en ella.
Cuando me levanto de ella, jadeante y sudoroso, casi espero que se
levante y se vaya, pero en lugar de eso, se pone de lado y apoya la
barbilla en la mano mientras me mira.
―Me alegro de que volvamos a hacer esto ―dice suavemente―. Lo
echaba de menos.
Esa pequeña alarma en el fondo de mi cabeza vuelve a sonar, pero
decido ignorarla. La niebla de la necesidad ha desaparecido y,
normalmente, es ahora cuando recupero la claridad, cuando debería ser
capaz de pensar correctamente de nuevo, pero todavía la quiero. Pienso
en lo que le prometí, hace ya mucho tiempo, que le daría un apartamento
propio y que viviría separada, y siento que me retraigo al pensarlo.
No quiero que se vaya. Quiero...
Quiero lo que casi teníamos antes. El pensamiento es sorprendente en su
claridad. Ahora he visto la fuerza de Sofia, su capacidad para soportar
lo peor, su negativa a retroceder incluso ante mí. Por mucho que su
rebeldía me haya molestado, puedo ver la valentía que hay en ella.
Puede ser egoísta y desagradecida, sí, pero también dura, y después de
todo, yo también he sido todo eso.
¿Y si gobernamos juntos esta familia?
Siempre se supuso que yo era el puente entre Rossi y el hijo de Franco,
un hijo de la sangre Rossi. Honré eso porque Rossi fue como mi padre,
un hombre que me tomó en sus manos y terminó de criarme después de
la muerte de mi padre, mi mentor y también mi jefe, pero ahora...
Ahora, después de lo que le hizo a Sofia, veo las cosas de manera
diferente.
Y no estoy tan seguro de querer mantener el asiento caliente para su
línea de sangre por más tiempo.
Tal vez, solo tal vez, podríamos hacer una dinastía propia.
―Yo también lo echaba de menos. ―La miro, a su cara sonrojada, el
pelo de su frente pegado ahí ligeramente―. Lo echaré de menos
mientras esté fuera, eso seguro.
Sofia frunce el ceño.
―¿Qué? ¿A dónde vas?
Se me ocurre entonces que no le dije nada sobre el cónclave. Todavía
no estoy seguro de hasta qué punto puedo confiar en ella, pero sí sé una
cosa: si realmente quiero construir algo, tendré que hablar con ella como
lo hace un marido con su mujer. Tendré que incluirla para que sepa lo
que está pasando. Es aterrador y estimulante a la vez pensar en la idea
de tener una compañera en casa, alguien con quien pueda hablar y
compartir cosas.
He guardado muchas cosas bajo llave durante mucho tiempo. Podría
compartir esas cosas con Sofia si funcionara entre nosotros, y ese
pensamiento es tan nuevo y confuso que me aterra.
Nunca me han asustado muchas cosas, pero la idea de ese tipo de
intimidad me asusta hasta la médula.
Y, sin embargo, también podría haber una especie de fuerza en ello.
Tener una persona que me cubra las espaldas pase lo que pase. Que no
tiene lealtades más allá de nuestra familia y de mí y del futuro de
nuestros hijos.
Me la imagino sosteniendo a un bebé. Nuestro bebé. Un hijo, me
gustaría. Quererlo, cuidarlo. Imagino que vuelvo a casa con los dos, y
no me retraigo de la idea como siempre lo he hecho antes. En su lugar,
siento una extraña calidez. Un sentimiento que es casi... esperanza.
―He convocado un cónclave de las familias ―le digo, sentándome y
tirando de la sábana alrededor de mis caderas―. Estaré ahí, así como
Viktor y su segundo al mando, y Colin y Liam Macgregor. ―Hago una
pausa, dándome cuenta de que probablemente ella sabe muy poco sobre
cómo funcionan estas cosas. Su padre la mantuvo extremadamente
protegida de todo ello―. Algo así solo se convoca si hay un problema
grave, si las cosas se han ido realmente de las manos. La última fue hace
unas décadas, cuando tuvimos problemas con los irlandeses. Rossi era
entonces un hombre joven. ―Mi expresión se vuelve seria mientras la
miro, frunciendo el ceño―. Me refiero a tener paz, Sofia. Lo he dejado
claro, pero quien sea responsable de nuestras pérdidas pagará. Este
cónclave está destinado a ponernos de acuerdo, a definir quién es el
responsable y por qué, y qué saldará la cuenta para que podamos
avanzar en armonía.
―¿Estarás a salvo? ―Su boca se tuerce de preocupación, y observo su
rostro, preguntándome si es posible que todo esto sea real. Hace unos
días, estaba luchando conmigo, defendiendo sus razones para huir.
Hace unos días, estaba tan furioso con ella que golpeé mi mano contra
un espejo, pero ahora, todo lo que veo es preocupación en sus ojos,
preocupación por mí, y todo lo que siento es el deseo de hacer que esto
funcione, de tener un futuro que no sea tan solitario como aquel con el
que me había reconciliado.
―Espero que sí. Debería estarlo. La etiqueta es que habrá un cese al
fuego hasta que ocurra el cónclave, y se haga la paz o no. Si no podemos
llegar a un acuerdo, entonces habrá guerra, pero espero que no se llegue
a eso ―añado rápidamente―, y hasta entonces, no debe haber más
violencia.
―¿Cuánto falta para que te vayas?
―Un par de semanas. ―Me inclino hacia atrás, mirándola. No me
canso de ver su cara, sus pómulos esculpidos y sus ojos oscuros, la forma
en que su pelo se le cae a la cara cuando se mueve―. ¿Por qué?
Sofia se acerca, su mano acaricia las crestas de mi abdomen.
―Pensé que tal vez podríamos escaparnos ―dice vacilante―.
Cuando las cosas fueron bien durante un tiempo, hablaste de que nos
iríamos de luna de miel. ―Su voz se acelera entonces, sus palabras caen
unas sobre otras como si temiera que yo la interrumpiera antes de que
pudiera terminar―. Hemos tenido muchos altibajos, Luca. Más bajadas
que subidas, pero cuando ha sido bueno... es bueno. Pensé que tal vez si
nos alejábamos, si íbamos a un lugar aislado y seguro, podríamos ser
nosotros mismos por un tiempo y ver si esto funciona sin todo esto.
―Ella agita su mano alrededor de la habitación―. Si realmente nos
gustamos el uno al otro.
Lo considero, observándola mientras pienso.
―¿Y qué pasa si no lo hacemos?
―Entonces, cuando la amenaza de la Bratva desaparezca como dijiste,
cumple tu promesa y dame mi propio lugar. Viviremos vidas separadas
tanto como podamos. O si quieres, ahora que Rossi está muerto, puedes
divorciarte de mí. ―La voz de Sofia tiembla lo más mínimo ante eso, y
yo también me sorprendo de mi propia reacción a sus palabras.
La idea de divorciarme de ella me hace retroceder al instante,
pensando un no con una violencia que me sobresalta incluso a mí. Eres
mía, pienso, y sin meditarlo, me doy la vuelta, inmovilizándola sobre su
espalda mientras la miro.
Ella jadea suavemente, y solo ese pequeño sonido hace que mi polla
se endurezca de nuevo.
―¿Quieres que te lleve de luna de miel? ―Intento pensar
racionalmente en ello, si es una buena idea o no. Ya le he dicho muchas
veces que no, pero en este momento me cuesta mucho.
―¿Por favor? ―susurra―. Quiero intentarlo, Luca. Como lo quisimos
antes.
Por mucho que lo intente, no se me ocurre ninguna razón para no
hacerlo. El cese de hostilidades está en marcha, y no creo que ni siquiera
Viktor lo rompa. Tendría la ira de los irlandeses y la mía sobre él si lo
hiciera; ellos me apoyarán pase lo que pase, pero no querrán
involucrarse si solo se trata de mi problema con Viktor. Podría recurrir
a ellos si llega la guerra, y probablemente lo haga, pero Colin se
mantendrá al margen mientras pueda, y Viktor lo sabe: no querrá darme
una razón para forzar la mano de los irlandeses ni a Colin una razón
para entrar en la contienda por su cuenta. Esas probabilidades no le
favorecen.
En cuanto a todo lo demás, Franco puede encargarse de las
operaciones comerciales ordinarias y de dirigir a Ana mientras nosotros
no estamos. De hecho, podría ser bueno para él tener ese tipo de
responsabilidad, para darle algo más que hacer que estar a mi sombra.
―Sí ―digo, antes de que pueda cambiar de opinión o pensar en una
razón para decir que no―. Lo haremos. Vámonos de luna de miel.
Esto es lo más ridículo a lo que he accedido, pienso mientras Sofia me
rodea el cuello con sus brazos.
Pero cuando me jala hacia abajo y mis labios se encuentran con los
suyos, no me importa.
11

Sabía que había algo mal. Lo sabía.


El pensamiento late dentro de mi cabeza, una y otra vez, mientras me
siento en la parte trasera de mi auto, siendo llevado a St. Patrick’s para
ver al Padre Donahue. No sé si el sacerdote se alegrará de verme
después de que le diera una paliza lo bastante fuerte como para dejarlo
inconsciente no hace mucho tiempo, pero es la única persona en la que
puedo pensar en este momento con la que puedo hablar.
El único que puede guardar mis secretos y que podría aconsejarme.
Porque en este momento, mi cabeza da vueltas y no tengo ni idea de qué
hacer.
Hace dos días, Sofia estaba en mitad de la maleta cuando de repente
corrió al baño. La oí vomitar unos segundos después, a pesar del sonido
del grifo abierto para intentar ocultarlo. No había pensado mucho en
ello; había muchas razones por las que podía tener náuseas. Una comida
que no le sentó bien, un virus estomacal... muchas otras.
Un montón de razones que no tenían nada que ver con el hecho de
que hace varias semanas, tuvimos una noche salvaje de sexo sin usar
condones, una y otra vez.
Sin embargo, me había quitado ese pensamiento de la cabeza. Hasta
que oí a Sofia levantarse en mitad de la noche para vomitar de nuevo, y
luego desaparecer durante el desayuno, y durante la cena. Ella estaba
un poco más pálida de lo normal, un poco más cansada, pero aparte de
eso, parecía estar bien. No estaba tumbada en la cama como si tuviera
una intoxicación alimentaria o gripa. Nada de pedir que alguien saliera
a buscar medicinas para ella o que se las enviaran al apartamento.
Hizo que la campana de alarma en la parte posterior de mi cabeza
sonara más fuerte, y quedó sonando.
Y entonces recordé que fue al hospital después de que la rescatara de
la casa de seguridad.
Fui directamente ahí, con el estómago hecho un nudo de aprensión, la
misma sensación que tengo ahora. Localicé a la enfermera que estuvo a
cargo de Sofia en su estancia. Cuando se negó a ceder a la hora de
contarme la verdad sobre el historial médico de Sofia, hablé con su
supervisora, que era muy consciente tanto de quién soy como de la
cantidad de dinero que suelo destinar a donaciones benéficas al hospital.
No saco a relucir ese músculo tan a menudo como lo hacía Rossi, pero
en este caso, estaba más que feliz de hacerlo.
Y nos llevó a un hecho muy importante.
Sofia está embarazada.
No solo embarazada, sino intentando activamente a ocultármelo.
Me golpeó como un puñetazo en las tripas, y sé lo que se siente. Ya
me había pasado muchas veces, pero físicamente, no metafóricamente.
Aun así, sentí como si me hubieran quitado todo el aire cuando escuché
esas palabras salir de la boca de esa señora mayor de pelo gris.
―Tuvimos que hacerle una prueba antes de poder administrarle
ciertos medicamentos o llevarla a hacer radiografías, y el resultado fue
positivo, sin lugar a duda. Su mujer está embarazada, pero insistió
mucho en que fuera ella quien se lo dijera.
Por una vez, no monté en cólera. Me sorprendió demasiado, y, por
otra parte, conseguí contener mi furia por haberme mentido el tiempo
suficiente para considerar por qué Sofia me guardaría un secreto como
ese.
El contrato.
La hice firmar y ella aceptó, creyendo entonces que nunca nos
acostaríamos. Seguramente creyendo, como yo, que, aunque lo
hiciéramos, no querríamos hacerlo más que una vez para sellar el trato
y satisfacer mi curiosidad. Creyendo que nunca desarrollaríamos
sentimientos el uno por el otro, que nuestro único sentimiento sería un
profundo y seguro deseo de vivir tan separados como fuera posible.
No había ninguna noche desesperada y apasionada en nuestro futuro
que pudiéramos ver. No había citas en la terraza ni sexo en todas las
habitaciones de la casa que pudiéramos manejar. No había un
acoplamiento frenético después de que ella me sorprendiera
masturbándome, demasiado perdida en el placer como para pensar
racionalmente en lo que podría pasar. A ella, entonces, estoy seguro de
que le parecía imposible que pudiera llegar a hacer esa elección, y yo
estaba tan seguro del camino que me había quedado quieto, feliz en mi
soltería, satisfecho de no ser nunca padre, contento de mantener el
puesto hasta que el hijo de Franco pudiera un día tomarlo, como todos
habíamos acordado.
Pero ahora todo ha cambiado.
Ahora quiero a mi mujer. La quiero a mi lado, para cultivar esa fuerza
en ella, para que seamos una fuerza a tener en cuenta. La quiero en mi
cama, mía, tan completamente unida a mí que nadie me la quite. La
quiero a salvo, y a nuestro hijo...
Quiero a nuestro hijo vivo y sano. Capaz de heredar la dinastía que
estoy tratando desesperadamente de asegurar durante este cónclave.
Con esta noticia, esa posibilidad que se había colado en mi mente en
la cama con Sofia, la posibilidad de una mafia gobernada por la línea
Romano y no por la Rossi, tiene el potencial de hacerse realidad.
Su mujer está embarazada.
Por supuesto, ella no sabe que he pensado nada de esto. Así que, por
lo que ella sabe, querré que interrumpa el embarazo inmediatamente, y
si no me lo ha dicho, significa que también quiere el bebé.
Pero ¿también me quiere a mí?
Últimamente, sus acciones dirían que sí, pero no estoy seguro de
cuánto de eso era real y cuánto era solo para despistarme hasta que
pudiera averiguar qué hacer con el bebé.
¿Fue por eso por lo que trató de huir?
Aunque el padre Donahue no me diga toda la verdad, sé que tengo
que hablar con él. Necesito claridad sobre qué hacer a continuación.
Porque nunca me he sentido tan perdido.
Por mucho que eche de menos a mi padre, nunca he sentido su
pérdida con tanta intensidad como ahora. He echado de menos nuestra
amistad más que sus consejos; para eso tenía a Rossi, para que me guiara
y aconsejara, pero ahora no tengo ni lo uno ni lo otro, y en este momento
daría cualquier cosa por tener a mi padre sentado aquí, para decirme lo
que debo hacer y responder a la pregunta que más me preocupa.
¿Y Franco?
Lejos de alegrarse por nosotros, sé que se pondrá furioso con la
noticia. Cuenta con que su hijo con Caterina se haga cargo cuando yo no
esté, con establecer una dinastía propia. La idea de ser usurpado no le
sentará bien, especialmente con la tensión actual entre nosotros.
Tampoco es que le importe, pero no creo que Caterina se enoje tanto
por ello. De hecho, creo que es más probable que se alegre de que su hijo
no sea el que herede todo esto, sobre todo teniendo en cuenta que le ha
quitado a su madre y a su padre.
Pienso en cuando hablé con Caterina en el hospital y en cómo dijo que
quería paz porque ella y Franco ya estaban intentando tener un bebé.
Podría estar ya embarazada, y sé que, si es así, será aún más difícil evitar
que Franco se desboque cuando descubra que Sofia está embarazada.
No estoy seguro de cuáles son mis opciones. Podría renunciar y darle
el puesto a Franco, dejando que comience su reinado ahora en lugar de
hacerlo a través de su hijo un día, pero cada parte de mí se rebela ante
esa idea. Me empujaron a este papel, pero después de todo lo que he
hecho, todo lo que he sufrido, todos los trozos de mi alma que he
vendido para conseguirlo y mantenerlo, siento que me he ganado mi
lugar.
Y la idea de transmitirla a un hijo de mi sangre, en lugar de dejar que
mi legado muera conmigo, es repentinamente embriagadora.
Pero primero, Sofia tiene que confiar en mí.
Entro en la iglesia y veo al padre Donahue en uno de los primeros
bancos. Tiene una cicatriz en la nuca y, cuando se gira para mirarme
mientras camino por el pasillo, también puedo ver una en su frente.
Afortunadamente, el puñetazo que le di en la mandíbula no parece
haber dejado ningún daño duradero.
―Padre. ―Inclino la cabeza respetuosamente―. ¿Si pudiera tener un
poco de tu tiempo?
―Mientras no sea para otro round, sí. Por supuesto. ―Su acento
irlandés suena un poco más grueso hoy, y es un recordatorio de que el
padre Donahue no es uno de nosotros, no es parte de los italianos que
dirigen esta ciudad. Algunos días eso es motivo de preocupación, pero
hoy es un alivio. No tiene ningún interés en esto más allá de
aconsejarme.
―Lamento haberte golpeado. ―Me aseguro de que pueda oír la
disculpa en mi voz, porque lo digo en serio―. Fue una imprudencia por
mi parte.
―Estabas en un mal momento. Puedo entenderlo. ―El sacerdote hace
un gesto hacia el banco―. Ven, Luca, siéntate. Cuéntame lo que tienes
en mente. Puedo decir que algo te está presionando.
No me ando con rodeos. En el momento en que estamos sentados, con
el padre Donahue mirándome expectante, lo suelto.
―Sofia está embarazada.
La mirada de sorpresa en la cara del sacerdote no es del todo lo
suficientemente genuina como para engañarme.
―Luca...
Levanto una mano.
―No te molestes en romper tus votos para mentirme diciendo que no
lo sabías. No te preocupes, no voy a pedirte que compartas lo que Sofia
te dijo o no te dijo esa noche, pero ahora me parece más lógico por qué
huyó y por qué acudió a ti en busca de refugio.
El padre Donahue asiente.
―Así que ya lo sabes, entonces. ¿Harás que se atenga a los términos
del acuerdo que ambos hicieron?
―De eso he venido a hablarte.
El sacerdote vacila.
―Luca, soy un sacerdote de la iglesia católica. Ya sabes cuál será
siempre mi respuesta. Nunca alentaré la interrupción de un embarazo...
―Lo sé. ―Lo corto bruscamente―. Quiero que Sofia se quede con el
bebé.
―Te gustará saber que ella está de acuerdo con eso. En cuanto a
mantener el matrimonio junto con el bebé... ―El padre Donahue frunce
el ceño―. No me dio la impresión de que todo estuviera bien entre
ustedes, pero yo también desaprobaría el divorcio. Así que mi consejo,
Luca, va a ser que mires tanto a tu matrimonio como a tu futuro hijo, y
decidas la mejor manera de mantener y cuidar a ambos. ―Suspira con
fuerza―. Sé que los matrimonios felices no son algo en lo que los
hombres como tú pongan mucho empeño, pero...
―En eso también te equivocas ―interrumpo―. Bueno, no del todo.
Estaré de acuerdo en que nos han educado para creer que la felicidad de
nuestras esposas no está en la lista de prioridades, pero también sé que
Sofia siempre ha esperado más que eso de un matrimonio de verdad.
Sus padres tuvieron un matrimonio así, bueno, cariñoso. Si fuera un
verdadero marido para ella, querría ser uno bueno.
―¿Una amante?
―No estoy seguro de que amor sea una palabra con la que esté
familiarizado ―confieso―. Siento algo por Sofia, pero...
―Dime algo, Luca ―dice el padre Donahue en voz baja―. Esa noche,
cuando fuiste tras ella, ¿te preocupaste por tu propia vida?
―No, pero...
―Cuando te casaste con ella, ¿fue por su bien o por el tuyo?
―Por ella, pero...
El sacerdote cruza las manos en su regazo, mirándome con atención.
―Crees que no eres capaz de amar, pero tus acciones hacia Sofia,
aunque no siempre son estrictamente las de un marido enamorado,
demuestran que te preocupas profundamente por ella. Que estás
dispuesto a poner tu propia vida en peligro para salvar la suya. Que
cuando ella está amenazada, no te paras a pensar en el costo que supone
para ti. Eso, Luca, es amor. Un tipo de amor, al menos, y puede
convertirse en algo más si lo permites.
―Si la quiero, es muy fácil que la utilicen en mi contra ―digo en voz
baja―. Mis enemigos sabrán que ella es la clave que me hace tomar
decisiones imprudentes y temerarias. Lo que hice cuando fui a la casa
de seguridad fue una imprudencia.
―Vitto Rossi tenía un océano de sangre en sus manos ―dice
sombríamente―. Su muerte no fue inmerecida, y si llegó a tus manos, si
él fue el responsable del secuestro de Sofia, entonces hiciste lo que tenías
que hacer por tu familia. Eso también es amor.
Entrecierro los ojos.
―Es muy perspicaz de tu parte, padre, adivinar esa secuencia de
eventos.
Se encoge de hombros.
―He sido sacerdote aquí durante mucho tiempo, Luca. He visto el
ascenso de la familia Rossi, y no puedo decir que lamenté su caída.
―Esa es la cuestión. ―Frunzo el ceño―. El hijo de Franco está
destinado a heredar después de mí. Por eso Rossi lo hizo casarse con
Caterina, para que su sangre continuara de alguna manera. Para que la
familia siguiera siendo dirigida por su legado. Si Sofia está embarazada,
eso lo cambia todo.
―¿Y quieres que cambie?
―No lo sé ―empiezo a decir, pero incluso cuando las palabras salen
de mi boca, sé que están equivocadas―. Sí ―digo finalmente―. Lo sé.
He sangrado, y matado, y torturado por la mafia. He pecado mil veces
sobre otras mil. Sé que no hay absolución para mí, y lo hice todo porque
mi padre lo hizo antes que yo. Después de todo, nací en esta vida, y no
conozco otro camino. Estaba dispuesto a dejar que el título pasara a la
sangre de Rossi porque era como un padre para mí. Solo heredé el título
porque él no tenía ningún hijo y porque no creía que fuera a tener o
querer una esposa. Era feliz con mi vida tal y como era. Era...
Me rompo, dándome cuenta de lo mucho que he dicho.
Y aún hay más que decir.
―Pensaba que era feliz. Nunca soñé con un matrimonio o un hijo,
pero ahora, Sofia me ha hecho preguntarme cómo sería si fuéramos
felices juntos, y la idea de un hijo que continuara mi legado, de crear mi
propia dinastía, de hacer que todo lo que he hecho formara parte de algo
que valiera la pena, en lugar de estar simplemente al servicio de un
hombre que resultó ser un bastardo enfermo y traidor... ―Trago con
fuerza, y aprieto mis puños.
―Yo maté a Vitto Rossi, padre ―digo, mirándolo―. Sé que no hay
absolución para eso, pero él torturó a mi esposa. La habría matado, que
la violaran de una docena de maneras antes de dejarla morir. No me
siento culpable por haberlo matado, no siento pena, pero él era todo el
padre que me quedaba. He perdido a mi madre, a mi padre dos veces, y
no me queda nadie. Excepto...
―Sofia. ―La voz del padre Donahue es tranquila.
―Si ella me acepta, pero después de todo lo que le he hecho, después
de todo lo que nos hemos hecho, no sé cómo confiar en esto. No sé cómo
amar. No sé cómo ser un padre.
―Sé cómo los tuyos. ―El sacerdote me mira―. Matteo Romano tenía
defectos, Luca, pero en el fondo era un buen hombre. Mejor que Vitto
Rossi. Hizo una promesa al padre de Sofia, y la ha cumplido. Si quieres
mi opinión... ―vacila, mirándome fijamente a los ojos―. La línea de
sangre Romano merece gobernar más que la línea Rossi.
―¿Y mi pecado? ¿Matar a Vitto? Debes juzgarme por eso,
seguramente...
―No me corresponde juzgarte ―dice en voz baja―. Tampoco puedo
darte la absolución, como bien sabes, pero si me preguntas como
hombre, y no como sacerdote... hiciste bien, Luca. Vitto Rossi era un
hombre violento, sanguinario. Sé que tú puedes ser igual de despiadado,
pero cuando lo eres, es por una razón.
Entonces se inclina hacia adelante, con la mirada fija.
―No te diré que seas un hombre diferente, Luca. Sé despiadado, pero
sé despiadado en la búsqueda de tu esposa, de la seguridad de tu
familia, de tu hijo. Sé implacable en la protección de las cosas que puedes
amar y que te amarán a cambio. Si haces esto, puedes construir un
legado que durará generaciones. No es débil amar, Luca. De hecho, creo
que el amor te hará más fuerte de lo que eras antes. Puede hacerte más
fuerte si la tratas con el respeto y el honor que juraste en el altar.
―¿Qué sabes del amor? ―Puedo oír el desafío en mi voz, y el padre
Donahue sonríe.
―De amor entre un hombre y una mujer, nada, pero amo a Dios. Amo
esta iglesia y su congregación, y amo a esta ciudad, Luca. Nada deseo
más que haya paz en sus calles en lugar de sangre. Amé a tu padre y al
de Sofia. Fui testigo de los votos que hicieron, como fui testigo de los
que hiciste a la hija de Giovanni, y te diré una última cosa, Luca. Si no te
tomas nada más en serio, presta atención a esto.
Hace una pausa, y puedo sentir el silencio de la iglesia a nuestro
alrededor pesando en el aire.
―Mantén la promesa, Luca. La que hizo tu padre y la que hiciste tú.
Mantenla, y todo estará bien.
Sus palabras me persiguen mucho después de que me vaya. Mucho
después de que me haya ido a casa y haya pasado la noche, y una y otra
vez hasta que me acuesto en la oscuridad junto a Sofia, sabiendo que
ahora los dos tenemos un secreto que nos ocultamos el uno al otro. El
mismo secreto que ambos conocemos.
Ella no me lo ha dicho, y yo no se lo he dicho.
Y no lo haré hasta que esté seguro de qué hacer a continuación. Hasta
que esté seguro de sus sentimientos y de los míos, y de repente, mirando
su cara dormida en la oscuridad, me alegro mucho de haber aceptado
esta ridícula luna de miel.
Mantén la promesa, Luca.
12

Desde el momento en que subimos al jet privado de Luca para irnos


de luna de miel, me siento transportada a un mundo diferente.
Nunca había estado en un jet privado, y es exactamente tan lujoso
como hubiera imaginado. Luca parece estar hecho para ello, recostado
cómodamente en uno de los asientos de cuero. Rara vez lo veo vestido
de manera informal, siempre con traje y corbata, pero hoy lleva unos
jeans Armani y un cuello en V gris marengo que me hace desear pasar
las manos por su pecho aún más de lo habitual. Lleva el pelo oscuro
apartado de la cara con menos producto que de costumbre, lo que hace
que parezca ligeramente desordenado, como si acabara de pasarse las
manos por él, y parece, ¿más relajado que de costumbre? No sé qué es,
pero parece diferente.
Por un lado, es más afectuoso. No sé si solo está interpretando el papel
de marido cariñoso y recién casado que se va de luna de miel. Aun así,
cuando subo la escalerilla delante de él, siento su mano en la parte baja
de mi espalda, que se desplaza hasta mi cadera mientras caminamos por
el pasillo del avión hacia nuestros asientos. Ya hay champán preparado,
y mi estómago se revuelve al ver las dos copas. Mierda. No había
pensado en cómo iba a explicar el no beber. Luca sabe muy bien que me
gusta beber champán, o vino, o ginebra, o margaritas.
Bueno, mierda. Eso me hace parecer que tengo un problema con el alcohol.
Supongo que podría interpretarlo como si dijera que estoy reduciendo
el consumo, pero no estoy segura de que me crea. Podría decir que no
me encuentro bien, lo cual es cierto al menos en parte: he vomitado más
de lo que me habían hecho creer mientras una estaba embarazada.
Las náuseas matutinas, aparentemente no son solo por la mañana.
Últimamente me siento mal cada pocas horas.
Aun así, no quiero fingir que estoy enferma en los momentos en que
me siento bien. Lo que me deja con la resolución de que todo lo que
puedo hacer es superar un trago rechazado a la vez y figurar sobre la
marcha.
Al menos para esta primera copa, es fácil.
―Por nuestra tardía luna de miel ―dice Luca con una sonrisa una vez
que estamos en nuestros asientos y el piloto se prepara para el despegue,
golpeando la copa contra la mía―. Mi encantadora esposa.
―No puedo esperar. ―Le sonrío, y no es difícil hacerlo. Es demasiado
fácil, de hecho, cuando se supone que estoy fingiendo esto. Planeando
mi fuga, esperando la información de Ana, pero en vez de eso, estoy
legítimamente emocionada por este viaje. Emocionada por descubrir a
dónde me lleva. Por primera vez, no tengo miedo o preocupación―.
Podrías haberme dicho nuestro destino ―le digo ligeramente,
esperando distraerlo del hecho de que no estoy bebiendo el champán.
―Me gusta sorprenderte de vez en cuando ―dice con una sonrisa―.
Te prometo que te va a gustar. ―Mira mi copa de champán, y mi
corazón se hunde un poco―. ¿No te gusta? Es la misma que se sirvió en
nuestra boda. Pensé que sería romántico.
―Lo es ―le aseguro, y realmente lo es. Me sorprende que se le
hubiera ocurrido tal cosa, y me hace detenerme un momento, mirándolo
con curiosidad―. ¿Acaso realmente lo sabes? ¿Alguien te sugirió que lo
tuvieras en el vuelo?
Luca sonríe.
―Sofia, sé que no tienes buena opinión de mí, pero no soy solo un
asesino frío y sin corazón. Sí que me fijé en el champán que se sirvió en
nuestra boda, y fue idea mía que se sirviera en el viaje. ―Hace una
pausa―. Lo estoy intentando, Sofia.
Lo extraño es que realmente le creo. Lo miro a la cara y todo me parece
sincero. He visto a Luca enojado, ocultándome cosas, evasivo y frío.
Ahora no es nada de eso. Parece un marido que intenta arreglar las cosas
con su mujer.
¿Y si él está fingiendo como yo? ¿Y si los dos estamos jugando a un juego
entre nosotros?
El problema con todo esto, con todas las promesas que hemos roto y
las mentiras que hemos dicho, con el secreto que ahora estoy guardando
y el juego que estoy jugando, es que no estoy segura de poder confiar en
él más de lo que sé que él puede confiar en mí.
Y si ninguno de nosotros puede confiar en el otro, nunca tendremos
un matrimonio feliz.
¿Es eso lo que crees que puede ser? ¿Un matrimonio feliz?
Ya no sé qué pensar. Ni siquiera sé lo que quiero. Y…
Mis pensamientos se interrumpen porque se me revuelve el
estómago. Casi vomito en el regazo de Luca antes de poder dirigirme al
baño, que podría decirse que es más bonito que cualquier otro baño de
avión que haya visto antes. No es que haya volado muy a menudo.
Luca levanta una ceja cuando vuelvo a mi asiento.
―¿No te sientes bien?
―Creo que me maree un poco. ―Ahora que el avión se ha
estabilizado, creo que me siento bien, pero el ascenso y el breve giro que
hicimos me dieron náuseas de una manera que estoy bastante segura de
que no tiene nada que ver con mi embarazo y sí con el hecho de subir a
36,000 pies de altura.
Ojalá pudiéramos tele transportarnos a nuestro destino.
Afortunadamente, Luca parece aceptarlo como excusa para explicar
por qué no estoy bebiendo mi champán. Nos acomodamos en nuestros
asientos, y él busca en el compartimento y me entrega una suave manta
de cachemira beige.
―Por si tienes frío ―dice, y parpadeo, momentáneamente
sorprendida por la consideración del gesto.
Quiero preguntarle qué pasa, por qué se comporta así, pero casi me
da miedo. Me gusta, pero no sé qué hacer con él. Luca nunca ha sido
amable o gentil. Incluso en la cama, es áspero, sucio y apasionado, y me
gusta así. De vez en cuando me he preguntado cómo sería si «hiciéramos
el amor», si tuviéramos un sexo lento, sensual y romántico, cómo se
sentiría si me besara con suavidad, con amor en lugar de con una furia
ardiente mezclada con pasión.
No puedo ni imaginarlo, sinceramente, y no sé cómo sentirme con este
cambio en Luca porque no lo entiendo.
No hablamos mucho durante el resto de la noche. Luca lleva un libro
consigo algo que nunca he visto; en casa, cuando he compartido la cama
con él, solemos tener sexo hasta que nos dormimos, o yo me duermo
mucho antes de que él llegue a casa. Yo también lo hago, y pasamos la
mayor parte de la noche en un silencio acompañado. Se siente íntimo y
hogareño, y puedo sentir que me relajo en él, dejándome arrullar por el
simple placer de leer uno al lado del otro en un avión.
Un avión privado que se dirige a algún lugar exótico y desconocido, me
recuerdo a mí misma. No somos una pareja normal de camino a
Disneylandia. Nunca lo seremos.
Pero ¿es eso lo que quieres? Mirándolo de reojo, que está absorto en su
libro, algún drama de ciencia-ficción, si es que puedo juzgar el libro por
su portada, me pregunto si eso es realmente lo que querría. Antes de
Luca nunca salí con nadie, nunca pensé en lo que querría en un marido
porque nunca esperé tener uno. El matrimonio no era algo que
consideré. Me gustaría estar sentada en un anuncio en este momento, al
lado de un hombre con un cuerpo de padre, con el último James
Patterson2, ¿vistiendo pantalones cortos de cargo y unos New Balance
mientras vamos con nuestros niños gritando a Orlando?
O, a pesar de todas mis protestas y quejas, ¿es esto lo que realmente
quiero? ¿Un marido sangriento y mortífero, sin duda, pero que también
me proteja violentamente, aunque sea hasta el extremo? ¿Un marido que
ha demostrado que mataría literalmente para mantenerme a salvo, que
se enfrenta a la Bratva por mí, que se enfrentó a su propio jefe incluso
hasta la muerte para mantenerme viva? ¿Quién se casó conmigo, aunque
no quería una esposa? ¿Quién ha demostrado que, aunque pueda ser
posesivo y voluble e incluso un poco controlador, no se detendrá ante
nada para asegurarse de que nadie me haga daño?
Por no hablar de un marido guapísimo, de casi dos metros de músculo
cincelado y duro como una roca, con una polla que me hace sonrojar

2 Escritor estadounidense de novelas de suspenso.


solo de pensarlo y unos talentos en la cama que nunca hubiera
imaginado. Un marido que quiere follarme, utilizarme, hacerme suya de
todas las maneras posibles, y que sabe tocar mi cuerpo como el violín
que no he tocado en tanto tiempo.
Un marido del que sé que, al menos durante un tiempo, me estaba
enamorando.
Creo que aún podría amarlo. Si pudiera confiar en él, y lo más
importante, si supiera que puedo confiar en él con nuestro bebé.
El impulso de tocarme el estómago es demasiado fuerte para
resistirlo, y deslizo la mano bajo la suave manta, palpando mi vientre,
que aún está en su sitio, bajo mis leggins de Lululemon3. Si Luca me ve,
lo haré pasar por náuseas, pero el tacto me tranquiliza, aunque todavía
no haya nada que sentir.
Tengo que irme antes de que se me note, pero mirando a Luca
mientras lee su libro, con el ceño fruncido por algún pasaje
especialmente interesante, siento que mi corazón empieza a doler. No sé
si eso es lo que realmente quiero, y por primera vez, desearía no
haberme quedado embarazada todavía. Desearía tener más tiempo para
calcular esto. Para decidir.
Tal vez esta luna de miel fue una mala idea.

Me las arreglo para vomitar solo una vez más, lo que es un récord para
mí últimamente, pero cuando el avión empieza a descender, miro por la
ventanilla y me olvido de mi estómago revuelto.

3 Marca de ropa deportiva.


Debajo de nosotros está el agua más azul que he visto nunca, que se
extiende por kilómetros a su alrededor en tonos de turquesa y verde
azulado que no sabía que existían en la vida real. Veo playas a lo lejos,
y puedo ver edificios dispersos abajo, así como lo que parece un gran
hotel más allá.
―¿Dónde estamos? ―pregunto, mirando a Luca con la boca abierta,
luchando por asimilar la belleza de todo aquello.
Sonríe, disfrutando claramente de mi reacción.
―Bienvenida a nuestra luna de miel, cariño. Estamos en Mustique.
13

He oído hablar de él, obviamente. Es un patio de recreo para los


famosos, donde el Duque y la Duquesa de Cambridge fueron de luna de
miel, y ahora es donde estoy pasando la mía. Parece algo sacado de un
cuento de hadas, algo que nunca había imaginado. Ya he pasado de
preguntarme si esto era realmente una buena idea a estar increíblemente
contenta de haberle sugerido a Luca que fuéramos.
Pero aún más abrumador es que él eligió el destino, y eligió esto. Es
romántico a más no poder, una isla privada con pocos visitantes. O eso
creo, hasta que Luca me coge de la mano y su sonrisa se extiende aún
más por su rostro.
―Reservé todas las villas de la isla para la semana ―dice,
sonriéndome―. Esta isla privada es enteramente nuestra, sin otra alma
en ella, excepto el personal. Podemos elegir los lugares donde alojarnos.
Durante la próxima semana, Mustique es nuestra.
No puedo ni imaginar lo que debe haber costado. Y, además, viendo
a Luca, no creo que lo haya hecho solo por miedo a que alguien me haga
daño o porque sea tan celoso que no quiera arriesgarse a que algún
extraño me vea en bikini.
Lo hizo para ser romántico. Lo hizo por mí como un gran gesto.
Es casi como si tratara de alejar de mí todo lo malo que ha pasado
entre nosotros.
El aire es cálido y húmedo cuando salimos del avión, y noto que mi
cabello se encrespa ligeramente con la brisa perfumada de las flores
mientras salimos a la pista. Una sonrisa se dibuja en mi cara, y sé que es
imposible que no haga exactamente lo que le he pedido a Luca.
Pasar tiempo el uno con el otro, lejos de todo. Tratar de entendernos
mejor, y si podemos ser felices.
Tal vez al final de esto, sabré si puedo confiar en él con mi secreto. Si puedo
dejar de jugar estos juegos y simplemente ser su esposa.
La idea suena demasiado insondable para ser cierta.
Luca señala las villas mientras nos dirigimos a ellas, señalando
diferentes aspectos que las hacen destacar.
―Esa tiene una piscina comunitaria ―dice―, y esa es más de estilo
rústico, esa está alejada de la playa, pero ésa tiene una piscina que
desemboca directamente en el agua. Es básicamente una isla en sí
misma.
―Esa ―digo inmediatamente. Parece exactamente lo que quiero, una
isla en una isla, un lugar tan aislado que no pueda hacer otra cosa que
fingir que el mundo exterior no existe.
―¿Estás segura? ―Luca sonríe―. No has visto los interiores.
―Estoy segura ―le digo con firmeza, y siento que su mano vuelve a
deslizarse entre las mías mientras caminamos hacia la entrada de la villa.
Enseguida me alegro de mi elección. Estamos en una isla tropical y
hermosa, en un lugar exótico y lejano, completamente aislada del resto
del mundo. Sin embargo, esta villa hace que lo parezca aún más.
―Esta fue diseñada por un famoso arquitecto mexicano ―me dice
Luca mientras caminamos, y miro a mi alrededor con los ojos muy
abiertos, asimilándolo todo.
Es asombrosa, desde las baldosas a lo largo del camino cuando
entramos, hasta el paisaje cuidado pero salvaje de arbustos, frondas,
enredaderas, flores y palmeras, y los muros de piedra toscamente
tallados. La villa tiene césped y paja que se extiende sobre las paredes
de terracota y arcilla, y veo la piscina comunitaria de la que habló Luca,
cuyo borde se extiende hasta las preciosas aguas azul turquesa. La
cubierta tiene varios espacios para descansar, con árboles y plantas en
maceta y una magnífica hamaca de macramé colgada junto al agua. Hay
una enorme chimenea de roca, hecha con piedras del tamaño de un
peñasco, unidas de una manera que parece totalmente natural, como si
simplemente existieran en una disposición perfecta para construir una
chimenea. Todo parece un poco indómito, un poco primitivo y muy
exótico, pero más lujoso que el ático de Luca en casa.
Ni siquiera hemos entrado, y ya estoy enamorada de ella. La casa de
Luca es preciosa, pero nunca me he sentido cómoda. Esto parece lo
suficientemente rústico, un lugar en el que puedo relajarme, a pesar de
que probablemente sea increíblemente caro.
―¿Podemos quedarnos aquí para siempre? ―digo mientras miro a
Luca, solo medio en broma. Dios, si pudiéramos. Me imagino a los dos,
―eventualmente tres―, en esta isla privada para siempre, lejos de
mafias y Bratva, jefes y subjefes, italianos y rusos e irlandeses y todos los
conflictos que se han sucedido durante años y años. Suena como un
paraíso.
Parece un cielo que nunca me he atrevido a imaginar. En ese
momento, mirando el rostro feliz y relajado de mi marido, tan alejado
de todo lo que nos aqueja, estoy segura de una cosa.
No es a Luca a quien odio. Es el hombre en el que la mafia lo convierte.
Es el otro lado de él, el Jekyll de su Hyde. El hombre que sale cuando se
siente amenazado, atrapado o enfadado.
Ese hombre me aterra.
El hombre que está a mi lado ahora, cogiéndome de la mano mientras
miramos la villa donde vamos a vivir la próxima semana, es el hombre
al que podría amar.
―¿No sería bonito? ―dice Luca, y me parece oír una auténtica
nostalgia en su voz.
―¿Es tu primera vez aquí?
―No. ―Luca me mira―, y antes de que preguntes, no, nunca he
traído a una mujer aquí antes. Apenas he pasado la noche con una antes
de ti, ¿recuerdas?
Lo recuerdo. Es parte de lo que es tan difícil de reconciliar sobre los
dos lados diferentes de Luca. Que el playboy que echó a todas las
mujeres de su cama segundos después de llegar no solo me haya dejado
dormir a su lado durante más noches de las que tengo dedos para contar,
sino que me lo haya ordenado.
Soy la primera mujer de la que parece no cansarse, y eso tiene un
poder embriagador.
El interior de la villa es tan hermoso como el exterior. Los suelos son
de piedra blanca y beige, recubiertos de alfombras tejidas. Todo parece
muy natural: las camas de madera de aspecto exótico, las sábanas de lino
blanco, las pesadas cortinas de color avena en las ventanas, que se agitan
con la brisa. El cuarto de baño es enorme, todo piedra y cristal azul y
azulejos blancos, con una ducha que rivaliza con la del ático de Luca y
cestas de mimbre con toallas y paños.
―La villa cuenta con su propio personal ―explica Luca―. Hay un
ama de llaves, criadas y un mayordomo, así como un conserje por si
necesitamos algo. No tendremos que salir de la villa para nada si no
queremos. ―Sonríe cuando dice eso, y un escalofrío de deseo me recorre
la columna vertebral al darme cuenta de lo cerca que estamos de la cama.
Espero que me diga cosas sucias, que me ordene que me arrodille, que
me desnude y que se burle de mí hasta que le suplique, pero en vez de
eso, Luca me sorprende por lo que parece ser la centésima vez ya hoy.
Su mano se desliza por mi mejilla, su palma cálida y suave contra mi
piel. Sus ojos se fijan en los míos y tengo la misma sensación de vértigo
que he tenido antes con él, como si la habitación se redujera a nosotros
dos y todo lo demás se desvaneciera. No puedo imaginarme a nadie más
haciéndome sentir así, como si fuéramos las únicas dos personas en el
mundo, y en este momento, aquí en esta isla, casi lo somos.
Cuando sus labios se posan en los míos, no son duros y apasionados.
Es suave y delicado, su boca roza la mía como si me besara por primera
vez. Su otra mano se desliza por mi cintura y se agarra a la suave tela de
mi camiseta, y yo jadeo y me arqueo hacia él sin pensarlo al sentir el
deseo en mi sangre.
Pero esta vez es lento y dulce, no caliente y furioso. No se trata de odio
mezclado con lujuria, ni de ira mezclada con deseo; es simplemente la
necesidad de dos personas entre sí, nuestros cuerpos moviéndose el uno
en el otro como si no tuviéramos otra opción. Su boca no se separa de la
mía mientras me quita la camiseta y luego los leggins, mientras mis
manos le quitan la ropa pieza a pieza hasta que caemos juntos desnudos
sobre las frescas sábanas de lino de la cama.
En el exterior oigo las olas golpeando ligeramente la orilla, el susurro
de la brisa en las hojas de las palmeras, y siento que el corazón me duele
cuando Luca me recorre el cuello con sus labios. Su respiración es corta
y rápida, su nariz me roza la piel mientras me acaricia los pechos, la
cintura, las caderas, su cuerpo rozándose con el mío de la forma dulce y
lenta en que siempre había imaginado que se unían dos personas.
―Sofia ―susurra mi nombre, sus ojos se encuentran con los míos, y
veo algo en ellos que nunca antes había visto. Hay una crudeza desnuda
en su mirada, una necesidad diferente a todo lo anterior. Respondo sin
pensarlo, rodeando su cuello con los brazos mientras me arqueo contra
él, gimiendo ligeramente al sentir el roce de mis pezones contra su duro
pecho.
Lo siento presionando entre mis piernas, duro y grueso. Dejo que mis
piernas se abran para él, rodeando su cintura mientras siento que sus
caderas empujan hacia adelante, el primer centímetro de él hundiéndose
en mí y haciéndome gritar de placer. Espero que empiece a empujar con
fuerza y rapidez, pero no lo hace.
Mantiene ese mismo ritmo lento, entrando y saliendo de mí con
empujones largos y constantes que se sienten mejor que todo lo que
hemos hecho antes, mejor que las burlas, mejor que el sexo duro. Se
siente diferente, cargado de una emoción que no habíamos compartido
antes. Mientras me envuelvo en él, sintiendo que mi orgasmo aumenta,
sé que estamos al borde de algo.
Sé que esto es peligroso. Porque podría perderme mucho más
fácilmente ahora que antes.
Antes de que me dé cuenta, la tarde se está convirtiendo en noche,
seguimos tumbados en las sábanas de lino, el aire húmedo se vuelve más
fresco a medida que se levanta la brisa.
―Tengo hambre ―murmura Luca, girando hacia mí―. Creo que
deberíamos pedir la cena.
―De acuerdo. ―Mi voz es un susurro, y siento que todavía estoy
tratando de procesar todo esto. Es la primera vez que Luca y yo pasamos
un día entero juntos, la primera vez que hacemos algo tan sencillo como
leer uno al lado del otro. Es la primera vez que viajamos juntos a algún
sitio, que nos vamos de vacaciones y, sin duda, la primera vez que
hacemos lo que hemos estado haciendo en las últimas horas.
Si fuera con cualquier otra persona, diría que hemos hecho el amor,
pero más allá de lo ridículo del término, eso no es algo que haya podido
imaginar a Luca haciendo... o a nosotros haciendo juntos.
―Podemos pedir algo específico ―continúa Luca, completamente
ajeno a mi agitación mental―, pero la villa viene con un chef privado.
Yo recomendaría que dejáramos que nos trajera lo que decida hacer.
―Eso me parece bien. ―Le sonrío, tratando de ocultar mis nervios.
Seguramente hay algo más en esto, ¿no? Seguramente esto es un truco. Una
forma de hacer que baje la guardia.
Si es así, entonces está funcionando.
Nos duchamos primero, turnándonos bajo el agua. En un momento
dado, siento la mano de Luca bajando por mi espalda, recorriendo mi
piel de una forma que me hace sentir un delicioso escalofrío. Parece
querer tocarme, sentirme, casi como si temiera que pudiera desaparecer.
Me pregunto en qué estará pensando, pero, como siempre, eso sigue
siendo un gran misterio.
Para la cena me pongo un ligero vestido azul estampado con sandalias
de cuero y joyas de oro, y me dejo el pelo suelto sobre los hombros. El
aire seco y la humedad le han dado unas suaves ondas, y veo que Luca
me mira con aprecio mientras salimos al balcón, donde ya está puesta
nuestra mesa, con una botella de vino blanco enfriándose en una
cubitera.
Mierda. Debería empezar a contar cuántas veces voy para tener que
esquivar el alcohol esta semana.
Luca me saca la silla, y yo lo miro, tratando de verlo no como el
marido con el que he tenido una relación tan extraña y distante, sino
simplemente como un hombre. Un hombre que ha hecho todo lo posible
por planear unas vacaciones románticas para nosotros, un hombre con
el que acabo de tener sexo dulce y cariñoso, y ahora un hombre que está
haciendo cosas por mí como sacar una silla. Un hombre guapo,
encantador y carismático que, en teoría, podría ser todo mío para
siempre.
Luca descorcha la botella y la agita ligeramente antes de servirnos una
copa a cada uno.
―Por nuestra primera noche en nuestra propia isla ―dice golpeando
la copa contra la mía, y yo sonrío antes de llevármela a los labios y
saborearla un poco.
Los médicos dicen que medio vaso está bien, ¿no? El primer pequeño sorbo
me hace desear poder beber todo lo que quiera. Es crujiente, refrescante
y afrutado, con sabores de manzana, pera y vainilla que superan a
cualquier chardonnay de supermercado que haya comprado. Dejo la
copa con cierto pesar, mirando a Luca mientras un miembro del
personal nos trae nuestras ensaladas, algo con microverdes 4 y queso
rallado y piña en rodajas, con una vinagreta de limón.
―Esto es increíble ―dice Luca después del primer bocado ―. Todo
esto lo es. Hacía mucho tiempo que no estaba de vacaciones.

4 Vegetales verdes (que no deben confundirse con germinados o brotes) cosechados justo después del que
el cotiledón de las hojas se ha desarrollado, utilizados como un componente visual y de sabor, principalmente en
restaurantes de alta cocina.
―¿De verdad? ―Le miro, sorprendida. Con tanto dinero como tiene,
habría pensado que estaría de vacaciones todo el tiempo―. ¿Cuándo fue
la última vez que te fuiste de vacaciones?
Luca hace una mueca.
―Hace unos tres años, creo, a Ibiza. Aunque no son unas vacaciones
de las que quieras oír hablar ―añade.
―Oh. ―Intento imaginarme el tipo de viaje del que habla,
probablemente uno con muchas supermodelos, sustancias ilegales y
otras cosas en las que no tengo ninguna experiencia. Suelto mi siguiente
pregunta antes de poder detenerme―. ¿Te molesta que no sea muy...
supongo que «mundana» sería el término? ¿Que esté... protegida,
supongo?
―No ―dice Luca―. Ni un poco. Supongo que alguien que se haya
criado formando parte de la vida de la mafia, en lugar de estar al abrigo
de ella, habría sido útil, pero no es tu culpa, y no culpo a tu padre por
querer que salieras de esta vida.
Incluso esa breve afirmación es suficiente para darme una pequeña
esperanza. Sé que me estoy esforzando, agarrándome a un clavo
ardiendo, pero quiero algo. Algo que pueda significar que esta semana
no sea solo un parpadeo de felicidad antes de que tenga que inhalar la
brasa de lo que pueda haber entre nosotros.
―¿Y si tuvieras un hijo? ―pregunto tímidamente. Sé que esto está
rozando el peligro, demasiado cerca de decirle la verdad, pero no puedo
evitarlo―. ¿Quieres que formen parte de esto?
Luca hace una pausa, deja el tenedor y me mira, y hay una expresión
en sus ojos que no puedo leer, pero responde con seriedad. No me
repasa o me recuerda el contrato que firmé, que se supone nunca que
tengamos un hijo.
―Bueno ―dice lentamente―. Sé que quieres que diga que no, que no
querría que se criaran en este tipo de vida, pero la respuesta es más
complicada que eso. ―Sonríe―. A veces me haces preguntas
desafiantes, Sofia. Como la de qué tipo de marido querría ser. Ahora me
preguntas qué clase de padre.
―¿Es eso algo malo? ―Mi voz baja ligeramente, en silencio. Mi
ensalada olvidada delante de mí; solo puedo pensar en los ojos de Luca,
fijos en los míos, su expresión sincera y pensativa. Este es el Luca
diferente, el que se preocupa. El que me escucha.
―No. ―Luca sacude la cabeza―. Me gusta que me desafíes a veces.
Otras veces puede ser exasperante ―dice con una sonrisa―, pero no
creo que me atrajeras tanto si fueras como las demás mujeres, que se
revuelcan y abren las piernas para mí, que me adulan. O si fueras un
felpudo, alguien que llorara todo el tiempo, que cediera a las cosas que
no quiere sin luchar. Hay un fuego en ti, Sofia, y a pesar de mí, eso me
gusta.
Es todo lo que puedo hacer para evitar que se me abra la boca.
No es algo que jamás pensé que me diría.
―En cuanto a un hijo... ―Luca duda―. Si tuviera un hijo, me
gustaría… quería que él tomara el relevo después de mí. Para continuar
el legado que yo haya construido. Para que todo esto valga la pena de
alguna manera, y una hija... ―hace una pausa, mirándome con esa
intensa mirada verde.
»Hace seis meses, incluso, probablemente habría tenido una respuesta
diferente para eso, pero después de ver lo que has pasado y lo que ha
pasado Caterina, criaría a una hija de manera diferente. No la vendería
en matrimonio para hacer una alianza. He visto el dolor que eso puede
causar muy de cerca.
―¿Y si solo tuvieras una hija y no un hijo? ―Observo su rostro,
sabiendo que debo dirigir la conversación lejos de esto, pero tengo
demasiada curiosidad―. ¿Entonces qué?
―Nunca ha sido la manera de la mafia que una hija herede ―dice
Luca con cuidado―, pero... las formas de hacer las cosas pueden
cambiar.
Eso, más que cualquier otra cosa, me sobresalta.
―¿Y las personas? ―pregunto en voz baja―. ¿Crees que pueden
cambiar?
―Si quieren.
La frase queda suspendida en el aire entre nosotros. Puedo oír los
latidos de mi corazón, cada pulso marcando el silencio, y sé que quiero
esto. Nos quiero a nosotros. Quiero al hombre que está sentado frente a
mí porque creo que este hombre no me diría que me deshiciera del hijo
que hicimos juntos la noche en que ambos nos quisimos de verdad por
primera vez.
―Luca, yo...
Se inclina hacia mí y me coge la cara con las manos mientras la brisa
me alborota el pelo, y yo respiro mientras me besa. Puedo oler la sal en
el aire, el aroma afrutado del vino, las especias de su colonia y el calor
de su piel, y lo deseo. Mi cuerpo se siente licuado, derritiéndose, tan
deshuesado y cálido como la cera de las velas de la mesa.
Quiero quedarme aquí para siempre. No quiero que esto termine
nunca.
Un trueno nos separa, y antes de que podamos siquiera hacer un
movimiento para mirar a nuestro alrededor o levantarnos o comprobar
el tiempo, el cielo se abre y empieza a diluviar.
Luca me coge de la mano y me ayuda a levantarme de la silla mientras
corremos de vuelta a la villa, ya empapados y ambos riendo. En el
exterior, la lluvia cae a cántaros, la iluminación divide el cielo, la mesa y
el vino y nuestra comida están completamente empapados por la
tormenta que ha surgido de la nada.
―Aquí es así ―dice Luca riendo―. Hermoso un minuto y lloviendo
al siguiente.
Me vuelvo hacia él, con el corazón palpitando en mi pecho mientras
miro su magnífico y cincelado rostro.
―Más o menos como nosotros.
Su mirada busca en la mía, y no sé qué busca ahí o si lo ha encontrado.
Lo único que sé es que cuando me besa, no hay en mí ningún
pensamiento de resistencia. No cuando su lengua se desliza
ardientemente en mi boca, cuando sus manos se enredan en mi pelo
mojado y me atrae contra él, y no cuando terminamos juntos en la fría
baldosa de piedra, con las puertas francesas aún abiertas y las cortinas
agitándose salvajemente con el viento que se levanta cuando la lluvia se
derrama por la puerta.
Pero ya estamos mojados y a ninguno de los dos le importa. Mi falda
se enrolla alrededor de mis caderas, los jeans de Luca se desabrochan y
se bajan, y en segundos está dentro de mí. No es suave y dulce como
antes, pero tampoco es áspero y furioso. Es algo totalmente distinto, sus
movimientos son casi... ¿desesperados? Me recuerda a la noche en que
volvió a casa tras el intruso, la forma en que parecía necesitarme con una
ferocidad que calaba hasta los huesos, para recordarse a sí mismo que
yo estaba viva, que seguía siendo suya.
Y yo también lo siento. Nos aferramos el uno al otro, empapados, con
la piel ardiendo con un calor febril en la fría y lluviosa noche. Olvidé
dónde terminaba yo y dónde empezaba él cuando enredé mis piernas
con las suyas, apretadas una contra la otra.
Es como si los dos supiéramos que estamos en el filo de la navaja de
perdernos el uno al otro, que estamos en una encrucijada. Ambos hemos
hecho tratos con el diablo para llegar aquí, y ahora sé que tengo que
pagar el precio.
Solo que no había pensado que perdería mi corazón en la negociación.
14

Acabamos por ducharnos de nuevo para calentarnos y luego


cambiarnos a ropa más cómoda: unos suaves pantalones de cachemira
y una camiseta de tirantes ajustada para mí, unos pantalones de chándal
gris y una camiseta blanca para Luca. Tampoco le he visto casi nunca
así. Normalmente, en casa, se queda con la ropa de trabajo hasta que
llega la hora de acostarse, y para mí se ve aún más caliente que con
cualquier otra cosa que le haya visto. Se le ve cómodo y relajado, incluso
con el pelo más desordenado de lo normal, y es tan diferente a como
suele ser, pero bueno, todo lo de esta semana es así.
Casi al mismo tiempo que salimos de la ducha, se corta la electricidad,
ya que la tormenta sigue arreciando en el exterior. Unos minutos más
tarde, llaman a la puerta: uno de los empleados viene a ver si todavía
queremos cenar y a disculparse, aunque está claro que no hay nada que
sea culpa de nadie.
El resultado es que comemos el resto de la cena a la luz de las velas en
el comedor, que tiene vistas al mar. Podemos ver toda la tormenta fuera
de las puertas de cristal, los relámpagos que crepitan una y otra vez y
las láminas de lluvia que caen mientras comemos pato asado con
especias y puré de patatas con mantequilla y crujientes coles de Bruselas
fritas con panceta y naranja y algún tipo de glaseado que sabe mejor de
lo que jamás imaginé que podrían saber las coles de Bruselas.
No puedo evitar pensar más tarde, al quedarme dormida con el
sonido de la lluvia que se ralentiza, que lo de hoy debe haber sido una
casualidad. Una prueba, o algo, que Luca confabuló. Ni siquiera cuando
me abraza para dormir, algo que nunca hace, puedo relajarme del todo.
Pero el resto de la semana no cambia. A la mañana siguiente
desayunamos en el balcón, con un sol tan claro y azul como tormentoso
fue la noche anterior. Es delicioso: huevos escalfados, salmón ahumado
y waffles con miel de flores y jarabe de vainilla que gotean junto con
mantequilla derretida. Quiero comer cada bocado.
El resultado es que llego a la mitad de la primera y
desgarradoramente deliciosa comida antes de tener que ir al baño a
vomitar.
Cuando vuelvo a salir, Luca me mira con extrañeza.
―¿Estás bien? ―es todo lo que pregunta, mientras clava un trozo de
salchicha de jabalí, pero puedo oír algo más en su voz. Me hace pensar
que está empezando a sospechar.
―Solo son restos del vuelo, creo ―digo débilmente, sabiendo lo mala
que es la excusa. Nunca he oído que el jet lag haga vomitar a nadie, pero
es lo mejor que se me ocurre bajo presión.
Voy a tener que encontrar una manera de vomitar más en privado.
Afortunadamente, Luca no cuestiona mi decisión de seguir bebiendo
agua esta mañana. Después de desayunar, nos ponemos los trajes de
baño. Cuando salgo a la terraza, donde Luca ya está echado en una
tumbona, me ve y me silba de forma tan aduladora que sé que está
hablando en serio.
―Ya me has visto desnuda ―le digo―, y en lencería. Seguro que en
bikini no es tan sorprendente.
―Hay algo que es mejor en una chica preciosa en bikini ―me
informa―. Vamos, métete en la piscina. Quiero verte en ella toda
mojada.
Antes de esto, podría haberme quejado o haber intentado discutir,
pero en lugar de eso, simplemente me balanceo hacia la resplandeciente
piscina infinita, disfrutando de la sensación de sus ojos sobre mí. Para la
ocasión, he elegido un bikini de tirantes azul marino que se ata a las
caderas y apenas cubre las curvas de mi trasero, con una parte superior
que no está pensada para contener mis pechos de copa C. Hay algo
definitivo en la parte inferior y en los pechos laterales, y cuando me doy
la vuelta veo que Luca ya se está poniendo duro solo con verme.
Me sumerjo en el agua fresca, nado unas cuantas brazadas y me pongo
de pie. Una sonrisa se dibuja en mi cara mientras miro a Luca; me parece
imposible ser infeliz aquí, bajo el sol, en esta hermosa agua, con todo lo
que podría querer o necesitar a mi disposición y el hombre más guapo
que he visto nunca mirándome como si fuera una diosa.
Todo lo que pasa en casa parece tan lejano, como si ocurriera en otro
mundo, a personas diferentes. Sé que eso no es cierto.
Pero es tan fácil fingir.
La mano de Luca se dirige a la cintura de su bañador. Apenas ha
sacado su dura polla antes de que yo me dirija hacia él, con mi cuerpo
ya hambriento del suyo de nuevo mientras me pongo a horcajadas en la
tumbona, apartando mi bikini mojado y deslizándome encima de él.
Aquí, me siento como otra persona. Alguien hermosa, deseosa,
seductora. Alguien que puede hacer algo así: acercarse sexy a mi marido
y sentarse en su polla sin sentirse tímida o avergonzada, y a Luca le
encanta. Lo noto en la forma en que me agarra de las caderas, en el modo
en que gruñe al besarme, en la forma en que no parece tener suficiente,
con sus manos y su boca en todas partes mientras me atrae hacia él
mientras cabalgo sobre su polla, en mi cuello y mis pechos y de nuevo
en mis labios.
Es así, todos los días. Comemos en el balcón o en la cubierta o en el
comedor con las puertas abiertas para que entre la brisa del mar, una
mañana sentados justo fuera de nuestra habitación y otra junto a la
piscina, dándonos bocados de fruta y trozos de queso bajo la luz del sol
de la isla. Tomamos el sol en la piscina y nos bañamos en el mar. Luca
me lleva a bucear con esnórquel, señalando diferentes peces mientras
nadan, besándome cuando salimos a la superficie. Me lleva a montar a
caballo por la playa, algo que ninguno de los dos había hecho antes. Por
primera vez, veo algo parecido al miedo en la cara de Luca cuando su
caballo empieza a resoplar y a trotar demasiado rápido, ignorándolo
mientras tira de las riendas.
No puedo evitar reírme: Luca es el alfa, el jefe de esa mafia dura, un
hombre capaz de tanta violencia y de infundir tanto miedo a los demás.
Aun así, encima del caballo negro que brinca, parece completamente
inseguro de sí mismo. Es entrañable, en cierto modo, verle tan humano,
tan normal.
Pierdo la cuenta de cuántas veces hacemos el amor, porque eso es lo
que se siente. No hay ira, ni odio, ni resentimiento; es como si el hecho
de cerrarnos al resto del mundo durante un tiempo nos hiciera olvidar
todo eso. Nos ha despojado, literal y figurativamente, de lo que somos
como personas: ni la hija de Giovanni ni el hijo de Marco, ni una
violinista huérfana ni un Don de la mafia, ni una novia reticente ni un
novio reacio.
Solo Sofia y Luca.
Y encuentro, en el transcurso de la semana, que me gusta lo que
somos.
Pero, por supuesto, eso solo hace que todo sea más complicado.
Porque todavía tengo mi secreto, y él o ella está creciendo cada día.
Estuve a punto de decírselo a Luca varias veces. Lo tengo en la punta
de la lengua, normalmente en nuestros momentos más íntimos, pero
cada vez me detengo. Sigue existiendo ese temor persistente de que algo
de esto no sea real, de que el otro zapato va a caer en cualquier momento,
y entonces pienso en Ana y en lo que podría haber averiguado, si ha
encontrado una salida para el bebé y para mí, y me vuelvo a confundir.
Creo que ya no quiero una salida, pero ¿y si me equivoco?
Me siento al borde de las lágrimas durante todo el viaje a casa. Luca y
yo hacemos el amor por última vez en la fresca cama con sábanas de lino
antes de hacer las maletas para irnos, y me aferro a él, deseando poder
detener el tiempo y no tener que volver a la realidad.
Para no tener que tomar las decisiones que pronto tomaré.
Los dos estamos callados en la parte trasera del avión. Me pregunto si
Luca está sintiendo lo mismo que yo, pensando lo mismo. No me atrevo
a preguntar. Siento que la tensión aumenta a medida que pasa el tiempo
y nos acercamos a casa, y siento un fuerte malestar en el estómago, que
no tiene nada que ver con mi embarazo.
No quiero que las cosas sean como antes. No puedo lamentar el
tiempo que pasamos juntos en la luna de miel, fue una de las mejores
semanas de mi vida, pero es mucho más difícil ahora, sabiendo lo que
podemos ser juntos. Saber con certeza lo bueno que podemos llegar a
ser, que el breve espacio de tiempo antes de esto no fue solo una
casualidad.
Esto podría ser real, y lo quiero.
Hay un auto esperándonos en el asfalto. Cuando entramos, espero
que Luca se aparte, que se apague de nuevo, pero no lo hace. En lugar
de eso, me coge la mano y siento cómo se me aprieta el pecho cuando
sus dedos se entrelazan con los míos.
No estaba segura de qué esperar una vez que volviéramos al ático, si
volveríamos a estar tensos y fríos el uno con el otro, si sería incómodo,
si la última semana simplemente desaparecería.
Ni en mis mejores sueños habría esperado lo que vimos al abrirse las
puertas del ascensor.
Hay sangre en el suelo, en las paredes, una huella de mano
ensangrentada a medio camino, como si alguien hubiera intentado
agarrarse antes de caer o ponerse en pie. Luca retrocede de inmediato,
su mano se dirige a un arma que no está ahí mientras me empuja detrás
de él con fuerza, dando unos pasos atrás y mirando a su alrededor.
―Iremos por las escaleras ―dice con decisión―. Quédate detrás de
mí.
Por una vez, estoy demasiado asustada para discutir. Hago
exactamente eso, siguiéndolo por las escaleras. Es agotador subir hasta
el ático. Para cuando llegamos a nuestro piso, estoy jadeando tanto que
casi habría preferido subir en el maldito ascensor.
Luca empuja la puerta con cuidado y escucha por un momento si hay
pasos o ruidos. Se oye un leve gemido, y frunce el ceño.
―¿Qué coño? ―murmura, asomándose al pasillo―. Mierda.
Dice esto último en voz más alta, jurando con fervor, y mi estómago
se aprieta al pensar en lo que puede haber ahí fuera. Pienso que alguien
nos ha dejado un animal herido como una especie de retorcida
advertencia o el cuerpo medio vivo de uno de los hombres de Luca. Y,
efectivamente, cuando ambos salimos al vestíbulo, hay un cuerpo
arrugado en nuestra puerta. La alfombra del vestíbulo está manchada
de sangre y, cuando nos acercamos con cuidado, puedo verla por todo
el cuerpo, en las manos, los brazos, la cara... su cara.
Me tapo la boca con las manos, ahogando un grito. El cuerpo que hay
en la puerta es el de Ana.
15

Por un minuto, ni siquiera estoy segura de que esté viva, pero


entonces se mueve, solo ligeramente, y otro gemido sale de entre sus
labios partidos e hinchados.
―Tenemos que llevarla dentro ―dice Luca con urgencia―. ¡Deprisa!
Ayúdame con ella.
Es un peso muerto, pero de alguna manera los dos nos las arreglamos
para meterla dentro y llevarla al baño de invitados más cercano, en el
primer piso del apartamento. Me impresiona que a Luca no parezca
importarle que haya sangre goteando por todo el suelo o que esté
manchando sus jeans y su nueva camiseta blanca. Está concentrado en
que la llevemos a un lugar donde podamos ver mejor sus heridas.
Mientras la tumbamos en las cálidas baldosas del suelo del baño, Luca
empieza a abrir los grifos de la bañera.
―Tenemos que calentarla, evitar que entre en shock ―dice
firmemente―. Sofia, ¿está respondiendo?
―¿Un poco, creo? Deberíamos llevarla al hospital, llamar al 911…
―No. ―La voz de Luca es firme―. No sabemos cuánto tiempo hace
que ocurrió esto. Si fue la Bratva, aún podrían estar cerca. Podrían estar
esperando que hagamos exactamente eso. Tenemos que ocuparnos de
ella aquí, donde es más seguro.
No discuto con él. En su lugar, vuelvo a centrar mi atención en Ana,
tratando de hacer un balance de sus heridas. Sus labios están hinchados
y de color púrpura, sus pómulos maltratados y magullados, sus ojos
hinchados casi cerrados. Tiene la cara ensangrentada y le falta un trozo
de cabello, el cuero cabelludo sangrando donde se lo arrancaron.
―Revisa su boca ―ordena Luca―. Sus dientes.
El horror me invade al pensarlo, haciendo que mi estómago se
retuerza y se revuelva, pero me obligo a desaparecerlo. No voy a
vomitar ahora. No lo voy a hacer. En lugar de eso, con una mueca de
indignidad, le abro los labios y compruebo si tiene heridas en los dientes
y en el interior de la boca, pero su lengua y sus dientes están limpios y,
por lo que veo, sus uñas también están intactas, y entonces, mientras
recorro su cuerpo, con la ropa rota y desgarrada, veo algo que casi me
hace gritar y ahogar la bilis.
Sus pies están morados, magullados y golpeados, puedo ver cortes
entrecruzados en las plantas de los pies, cortes profundos con costras de
sangre. Sus dedos gordo y meñique parecen rotos, y me tapo la boca con
la mano, intentando no romper a llorar.
―Sus pies, Luca…
Vuelve a mirar y veo un verdadero horror en su rostro. Eso me hace
sentir aún peor, porque sé que Luca ha hecho cosas terribles. Ha
torturado a hombres, con un dolor horrible, pero incluso él parece
sorprendido e inquieto por los pies de Ana, y su piel adquiere un tenue
tinte verde al mirarlos.
―Mierda, Sofia ―susurra―. Nunca había visto algo así. Quienquiera
que le haya hecho esto...
―¿Fue la Bratva? ―pregunto, con la voz temblorosa mientras intento
contener las lágrimas.
―Debe haber sido. No puedo pensar en nadie más que haría algo tan
horroroso. Las torturas que infligieron hacen que lo que he hecho
parezca un tratamiento de spa. No quiero decirte que más han podido...
―se interrumpe, su piel se pone de cera al asimilar el aspecto de Ana―.
Tenemos que meterla en la bañera y calentarla, lavar toda la sangre que
podamos.
Luca me ayuda a cortar lo que queda de su ropa, pero no hay nada
sexual en ello. Lo hace eficientemente y de forma clínica, y cuando por
fin está desnuda y podemos meterla en la bañera caliente, su cuerpo
magullado parece tan frágil y pálido que me duele el corazón al verlo.
Respira entrecortadamente y yo me arrodillo junto a la bañera, con la
vista nublada por la emoción.
―¿Puedes traerme un montón de paños? ―le pregunto a Luca, y él
asiente enérgicamente, volviendo con un puñado de ellos del armario
de la ropa blanca en cuestión de segundos. Son todas caras, de cualquier
marca de lujo que su ama de llaves compre con el presupuesto que le
han dado, pero está claro que a él no le importa.
Le miro durante un segundo. En ese momento, lo veo con la camisa y
las manos ensangrentadas, con el pelo revuelto y la cara llena de esa
misma sangre, y recuerdo otra noche en este ático en la que lo miré y
estaba igual.
Me hace ver lo lejos que hemos llegado, incluso en poco tiempo. Lo
diferentes que son las cosas. Uno no pensaría que una semana puede
hacer tanta diferencia, pero puedo sentir lo mucho que nos hemos
acercado. Nos movimos como un equipo, metiendo a Ana dentro, y
ahora hacemos lo mismo, Luca pasándome una toalla y esperando a
coger la que tengo cuando se ensucie demasiado y darme una nueva.
Lentamente, sin perder de vista su respiración, limpio la sangre, la
suciedad y el vómito de mi mejor amiga. Le enjuago el pelo, pasando los
dedos con cuidado por los gruesos mechones rubios hasta dejarlos tan
limpios como puedo, y luego le lavo la cara con cuidado, usando la toalla
y la punta del dedo para limpiarle la sangre de los ojos, la nariz y los
labios magullados.
Luca no dice nada, solo coge los paños ensangrentados y, en un
momento dado, vacía y rellena la bañera cuando el agua se vuelve
demasiado rosa y sucia mientras la sostengo, observando su respiración
todo el tiempo.
No puedo detener las lágrimas cuando llego a sus pies cortados y
rotos.
―Es una bailarina ―susurro, sin poder siquiera mirar a Luca―. Toda
su vida, toda su carrera, ha desaparecido. No podrá volver a bailar, no
como antes. No hay manera.
―Lo sé. ―La mandíbula de Luca está tensa, su expresión es dura―.
Sofia, te juro que mataré a quien le haya hecho esto. ―Puedo ver los
músculos trabajando en sus mejillas mientras mira a Ana―. Si fue la
Bratva, es mi culpa por enviarla. Lo haré bien, lo juro.
Podría ser mi culpa también, pienso, y me siento mal por todas partes de
nuevo. Le había pedido a Ana que hiciera un reconocimiento para mí,
también. No fue solo Luca quien la puso en esta situación, aunque él no
lo sabe. Pudo ser cualquiera de nosotros quien le pidió que hiciera lo que
la dejó así.
Cuando está todo lo limpia que puede estar, su piel está caliente al
tacto y su respiración es ligeramente más regular, Luca me ayuda a
secarla con toallas suaves y la envuelve en una de las batas de los
invitados. La llevamos al sofá y, mientras está tumbada, Luca me trae
un botiquín de primeros auxilios y le pongo suavemente pomada y
gasas en todos los lugares en los que parece que puede ser útil. Mientras
la curo, Luca viene a sentarse a mi lado en el suelo, algo que nunca le
había visto hacer.
―Lo siento ―dice de repente, mirando hacia mí.
―¿Qué? ―Le miro, sorprendida―. ¿Por esto? No estamos seguros
que haya sido la Bratva, pero si lo fuera, Luca, ella también estuvo de
acuerdo. Creo que...
―No ―me interrumpe―. En el baño, dijiste que Ana no volverá a
bailar. Que toda su carrera le fue arrebatada por esto. Su vida, y me di
cuenta de que yo también te hice eso. ―Mis manos se quedan muy
quietas, el tubo de pomada tiembla en mis dedos. De todas las cosas que
esperaba escuchar de Luca, esto no es, sin duda, una de ella.
―Tenías una vida antes de casarte conmigo. Una carrera potencial
como violinista. Una buena, también, me han dicho, y yo te la quité. Fue
para salvar tu vida, y lo volvería a hacer, pero nunca reconocí que habías
perdido algo. Solo que sentí que eras ingrata con lo que te había dado.
―Me sonríe con fuerza; su mandíbula sigue tensa―. No se me dan bien
las disculpas, Sofia. Tengo muy poca práctica con ellas, pero si aceptas
esta, cuando todo esto termine, encontraré alguna forma de
compensarte. Te lo prometo.
Siento como si todo el aire me hubiera sido succionado, como si no
pudiera respirar. Esto es lo que he querido, todo lo que he querido
durante mucho tiempo, que Luca reconozca que, aunque yo, por
supuesto, me alegré de que me salvara la vida, también me quitó mucho.
Todos mis planes, todo mi futuro que había trazado y por el que había
trabajado tan duro.
Había pensado que esa disculpa nunca llegaría, pero aquí está, y
puedo decir que lo dice en serio.
Me pregunto si es el momento adecuado para contarle lo del bebé.
Pedir un nuevo comienzo con él, formar una familia, una vida juntos
que sustituya a la que perdí cuando nos casamos. Una vez más, tengo
en la punta de la lengua confesarlo, tener la conversación que sé que no
puedo posponer para siempre a menos que encuentre la manera de
irme.
Pero antes de que pueda decir nada, Ana gime detrás de nosotros, un
profundo sonido de dolor que nos hace girar a los dos para mirarla.
―¿Sofia? ―Su voz es agrietada y ronca, y se me eriza la piel al
escucharla porque recuerdo cómo era sonar justo así. Ahora conozco ese
sonido: es el que haces cuando tienes la garganta en carne viva de tanto
gritar, y recuerdo con demasiada claridad cómo llegué a ese punto en la
casa de seguridad con Rossi y sus hombres.
―Estoy aquí. ―Le alcanzo la mano con suavidad―. Luca también.
Sus ojos parpadean hacia a él nerviosamente.
―Luca. Lo siento. ―Trata de tragar, y Luca me da un vaso de agua,
que yo inclino cuidadosamente en el borde de sus labios, ayudándola a
levantar la cabeza para que pueda tomar un pequeño sorbo.
―Está bien ―dice, acercándose a mí―. Quienquiera que te haya
hecho esto, lo encontraré, pero necesito saber. ¿Fue la Bratva? ¿Uno de
los soldados?
Ana sacude la cabeza.
―No. ―logra decir, tomando otro sorbo. Solo tiene los ojos
entreabiertos, los párpados están demasiado hinchados. Se lame los
labios y se estremece, gimiendo de nuevo de dolor.
―¿Quién, Ana? ―Luca aprieta sus puños―. Sé que duele, pero
alguien tiene que responder por esto, y necesito saberlo antes de que
vuelvan a atacar. ¿Quién te ha hecho esto?
Los ojos de Ana parpadean entre los dos, y veo verdadero miedo en
su rostro.
―No puedo...
―Tienes que hacerlo ―insiste Luca―. Sea quien sea, te creeré, pero
necesito que me digas la verdad. No puedo ayudarte a ti ni a nadie si no
lo sé.
Ana me mira con impotencia.
―Díselo ―le insisto, y veo un parpadeo de sorpresa en su
expresión―. ¿Quién lo hizo?
Deja escapar una respiración lenta y temblorosa.
―Franco ―susurra.
―¿Qué? ―Luca y yo lo decimos casi al mismo tiempo.
―¿Estás segura? ―pregunto, aun sabiendo lo ridícula que es esa
pregunta. Claro que está segura. Claro que sabe quién es el que la ha
herido hasta ese punto, pero no tiene ningún sentido.
―Fue Franco ―repite, con los ojos cerrados―. Él ... me hizo... esto.
Y entonces vuelve a desplomarse, su respiración es lenta y superficial
mientras vuelve a caer en la inconsciencia.
―Mierda ―sisea Luca, sus ojos recorren a Ana―. Jodidamente no me
lo puedo creer.
―Ella no tiene ninguna razón para mentir.
―No, ya lo sé. ―Aprieta los dientes―. Es que no entiendo por qué...
―Luca se levanta bruscamente entonces, cada centímetro de él tenso y
enfadado―. Voy a hablar con él. Voy a averiguar esta mierda.
Me mira.
―Quédate con ella ―dice como si yo tuviera otra opción o fuera a
hacer otra cosa, y entonces, para mi sorpresa, me da un beso en la cabeza
antes de dirigirse a la puerta.
La cabeza me da vueltas mientras le veo marcharse. No puedo
entender por qué Franco haría algo así. No puedo pensar en ninguna
razón a menos que...
Siento que mi pulso se acelera, que mi corazón late con fuerza en mi
pecho. Si se enterara de lo que le pedí a Ana...
Oh, Dios, no dejes que sea eso. Por favor, no dejes que sea eso.
Me siento con ella hasta que empieza a despertarse de nuevo, horas
después, y esta vez está un poco más lúcida.
―Sofia ―susurra, buscando mi mano, y yo me apoyo en el lateral del
sofá, luchando por no llorar―. Mis... pies...
―Lo sé. ―Trago con fuerza, apretando su mano suavemente―. Lo
siento mucho.
―He descubierto... algunas cosas. ―Ana resopla ligeramente,
tragando―. Sobre tu madre. Ella era importante, allá en Rusia, o su
padre lo era, al menos. Era el segundo al mando de su Pakhan. El
equivalente de Viktor, en Moscú, y se suponía que ella haría un buen
matrimonio, y su marido habría heredado mucho poder. Ella venía de
una línea de condes muy poderosos.
―Mierda. ―Miro fijamente a Ana―. Y mi padre básicamente la
arrastró y la trajo aquí, a la mafia italiana.
―Fue un gran problema ―confirma Ana―. Casi empezó una guerra,
y por eso, cuando Viktor decidió que quería entrar en el territorio de
Rossi, te quería a ti. Como hija de un poderoso italiano y de una rusa
descendiente de una poderosa familia, podrías haberle dado más
legitimidad como esposa.
―¿Así que no quería venderme? Quería...
―Casarse contigo. Sí.
―Así que ahora... ―Me siento, dejando salir una lenta respiración―.
Ahora no me querrá.
―Probablemente no ―dice Ana en voz baja―. No eres virgen, estás
casada, y no te divorciarás fácilmente, siendo católica, y para colmo,
estás embarazada de Luca. Su heredero. Acudir a Viktor no va a resolver
tu problema, porque es casi seguro que él pondría como condición para
cualquier tipo de ayuda que interrumpieras el embarazo. De lo
contrario, el bebé podría crecer y decidir qué quiere vengarse y
recuperar el territorio de su padre. No se arriesgará a eso. ―Me mira
con tristeza―. Lo siento, Sofia. Yo quería ayudar, pero no sé qué puedes
hacer. Los rusos no son una salida.
Asiento con la cabeza.
―Estoy haciendo esto para salvar a mi bebé. Así que no tiene
sentido...
―Sofia, hay algo más ―dice Ana con urgencia―. Algo realmente
importante…
La interrumpe el sonido de la puerta principal que se abre de golpe.
Me doy la vuelta, tensa por si hay intrusos, con el corazón latiéndome
en el pecho mientras reprimo el miedo inmediato.
Pero no es la Bratva. Es Luca, que vuelve de hablar con Franco.
Y parece furioso.
―Sofia. ―Su voz es mortalmente tranquila, y en ese momento sé que
ha sucedido algo horrible, algo para que se enfade conmigo de nuevo―.
Sube de una puta vez las escaleras. Ahora.
Empiezo a discutir, no quiero dejar a Ana, pero una mirada a su cara
me dice que no.
Por primera vez en nuestro matrimonio, no peleo. Solo me levanto y
subo las escaleras.
16

―Me has traicionado, joder. ―Apenas puedo contener mi rabia y


ahora, además, mi dolor.
Había bajado la guardia con Sofia. Había empezado a confiar en ella.
Peor que eso, había empezado a enamorarme de ella. Solo para volver a
casa y descubrir que ella estuvo conspirando contra mí todo el tiempo.
Lo sabía. Sabía que era un juego. Nunca debí permitirme pensar de manera
diferente.
―¿De qué estás hablando...? ―empieza a decir Sofia, y puedo sentir
que tiemblo de furia.
―¡No me mientas, joder! ―grito, mi voz retumba por la habitación―.
¡Estoy jodidamente harto de las mentiras! Sabes de lo que estoy
hablando. Tú y Ana conspiraron para traicionarme. La envié a buscar
información para salvarte, para ayudar a traer la paz, y todo el tiempo
estaba buscando una manera de que Viktor te ayudara a escapar. Ibas a
ayudar a los malditos rusos para salir de aquí. ¿Por qué? No lo sé, y no
me importa. Me has traicionado, zorra, tú y tu amiga pagarán por ello.
Sofia está llorando ahora, con la cara roja y manchada de lágrimas,
pero no me importa. No recuerdo haber estado nunca tan enfadado, a
punto de derrumbarme con ella. No cuando antes se enfrentó a mí tantas
veces, en tantas cosas diferentes, no las otras veces que había mentido,
no cuando había intentado huir.
Porque entonces, al menos no me había enamorado de ella, carajo.
Sé, por supuesto, por qué estaba tratando de hacer un trueque con los
rusos, por qué estaba tratando de huir. El bebé. No confiaba en que no
la obligara a seguir la letra el contrato, pero no quiero que ella sepa que
yo sé eso. Quiero que me lo diga ella misma. Antes, porque quería que
confiara en mí. Ahora, porque quiero que no mienta en una puta cosa.
―No habrías llegado muy lejos ―le digo con sorna―. ¿Esa pulsera
que llevabas siempre porque te la regalé y era taaaan romántica? ―Me
burlo de su voz y subo el tono de la mía―. Tiene un dispositivo de
rastreo. Así es como te encontré en la casa de seguridad, y no es la única
pieza de joyería que tienes que lleva uno. Así que cuando
inevitablemente te llevaras algunas para venderlas, como la putita
codiciosa que eres, habría podido seguirte.
―¿Tenías un dispositivo de rastreo en mis joyas? ―Sofia me mira
horrorizada, y no puedo evitar reírme.
―Claro que sí, mierda. No se podía confiar en ti, y me diste la razón
al huir. Si no hubiera hecho eso, ahora estarías a dos metros bajo tierra,
torturada hasta la muerte y violada por los matones de Rossi. Así que
no me digas que te molesta que haya puesto un pequeño chip en tu
pulsera de diamantes.
―¿Cómo sabes todo esto? ―susurra, pero puedo ver en su cara que
ya lo sabe.
―Franco me lo dijo. ―Mi voz está llena de todo el asco que siento―.
¿Crees que hay alguna habitación en esta casa que no esté bajo algún
tipo de vigilancia? Si no es con cámaras, con micrófonos. Encontró
pruebas de tu pequeño montaje con Anastasia. La golpeó hasta que ella
lo admitió, y luego, cuando fui ahí, cabreado porque había golpeado a
una mujer y a tu mejor amiga hasta dejarla medio muerta, me lo contó
todo.
―Luca, yo...
―Cierra la boca ―gruño―. Estaba empezando a confiar en ti, esposa.
Te creí cuando te disculpaste por huir. Te creí cuando dijiste que querías
la luna de miel para que pudiéramos hacer una escapada juntos, pero en
realidad era solo para que Anastasia tuviera más tiempo para ejecutar
tu pequeño plan, ¿no es así? Mierda, hasta estaba empezando a sentir
algo por ti. ―Sacudo la cabeza, mirándola fijamente―. Rossi tenía razón
―escupo―. Soy débil. Tú me haces débil, pero no más.
No me acerco a ella como suelo hacerlo cuando peleamos. No me
meto en su espacio porque no quiero estar en él. No quiero que el calor
se interponga entre nosotros. No quiero quererla. Quiero que se aleje de
mí porque todos los problemas que he tenido en mi vida en los últimos
meses se deben a ella.
Y ya he jodidamente terminado.
Me meto la mano en el bolsillo y saco el collar que había sacado del
cuerpo de Rossi. El collar de su madre.
―Iba a devolvértelo en la luna de miel ―gruño, apretándolo en mi
puño―. No tuve la oportunidad de hacerlo. Estaba demasiado distraído,
pero ahora puedo jodidamente devolvértelo. ―Se lo lanzo y veo cómo
cae al suelo a sus pies, y cuando Sofia lo recoge del suelo, le empiezan a
caer nuevas lágrimas.
Me enferma verla. Este acto. Ella fue una pequeña traidora todo el
tiempo.
―El collar de mi madre, Rossi tomó esto.
―Y se lo quité. Debería haberlo tirado al puto océano. ―La fulmino
con la mirada―. Debería matar a Ana por lo que hizo. Debería matarte
a ti, pero si no a ti, seguro que a ella. Alguien tiene que pagar por esta
traición.
―¡No! ―Sofia casi lo grita, sus ojos se abren de par en par por el
terror―. Por favor, Luca, no. ―Se acerca a mí, y yo doy un paso atrás,
sin querer que se acerque a mí.
―Voy a rogar ―susurra―. Me pondré de rodillas. Haré todo lo que
quiera. Ya ha pagado bastante. Toda esa tortura, ese dolor, las palizas,
toda su carrera perdida... Luca, ya está pagada. Por favor, no la mates.
Puedes hacerme cualquier cosa, pero por favor, por favor...
―No quiero nada de ti más que tu obediencia ―gruño, apretando la
mandíbula―. Anastasia vivirá, por ahora, pero no saldrás de este
apartamento. No pondrás un pie fuera de este sitio. Me voy hoy al
cónclave, y cuando vuelva, decidiré qué hacer con ustedes dos. Hasta
entonces, dejaré a Franco aquí para que las vigile y se asegure de que no
salgan.
Sofia jadea.
―¿Franco? ¿Hablas en serio? Después de lo que hizo.
Le sonrío cruelmente.
―Precisamente por eso lo dejo ―le digo llanamente―. Si es necesario,
sé qué hará lo que hay que hacer. ―Hago una pausa, sosteniendo su
mirada―. Si hubiera acudido a él y hubiera descubierto que había
maltratado a Ana sin motivo, como yo pensaba, ahora estaría muerto,
pero en vez de eso, descubrí que solo estaba castigando a un traidor, y
eso es lo que está haciendo exactamente como le dije que tenía que hacer.
Sofia me mira horrorizada, con la boca abierta.
―Harías bien en vigilar tu comportamiento con mucho cuidado ―le
digo―. Ahora estás en la cuerda floja. Tú y Anastasia, ambas. ―Y con
eso, giro sobre mis talones y me voy.
Una vez que estoy en mi oficina, puedo respirar un poco. Me siento
enfermo, traicionado, más enfadado que nunca. Por eso no quería
enamorarme de ella, pienso con furia, inclinándome hacia delante y
agarrando el borde de mi escritorio. Nunca pensé que pudiera dejarme
embaucar por alguien como ella, pero después de todo este tiempo, la
pequeña y virgen Sofia Ferretti ha sido quien lo ha logrado.
La había deseado más que a ninguna otra mujer. Me había enamorado
de ella.
Por el amor de Dios, casi se lo había dicho en la maldita luna de miel,
pero quería esperar a que me contara lo del bebé, a que se sincerara
conmigo y me pidiera un nuevo comienzo.
Esperaba que me lo dijera cuando me disculpé por arruinar su carrera.
Qué mierda más risible. Ahora me siento como un tonto por haber dicho
eso, y ella nunca me iba a hablar del bebé. Puede que ni siquiera lo
quiera. Solo quiere escapar. Aunque eso signifique venderle secretos a
mi enemigo y hacerme perder todo lo que tanto me costó conseguir.
Vendí mi alma por la mafia. No voy a perder el trato.
Mantenerla a raya no es la única razón por la que dejo a Franco aquí.
Especialmente después de esta debacle, no estoy del todo seguro de que
el cónclave vaya a salir bien. En el fondo, tengo un mal presentimiento
al respecto, y si me ocurriera algo, quiero que Franco siga vivo para que
haya alguien en quien pueda confiar para hacerse cargo.
Si estoy muerto, probablemente ejecutará a Anastasia y a Sofia, pero
paso de jugármelo todo por mi encantadora y traidora esposa.
Ella va a tener que ser obediente y contarme todo, o habré terminado
con ella. Terminado con las promesas, terminado con tratar de ser un
esposo para una mujer que no puede ser una esposa.
Es hora de que sea el hombre despiadado para el que fui criado.
17

Espero a estar segura de que Luca se ha ido para salir del dormitorio.
Lo primero que hago es ir a buscar a Ana, que vuelve a estar medio
despierta. La subo a las escaleras de alguna manera, muy lentamente,
hasta mi antigua habitación, donde pienso quedarme con ella hasta que
Luca vuelva. No voy a dejarla sola ni un segundo, sobre todo si Franco
nos va a vigilar.
Me tumbo junto a ella en la cama durante mucho tiempo mientras
duerme. Necesitará comer algo cuando se despierte, y deseo por
milésima vez que la hayamos llevado a un hospital. Cuando dijo que era
Franco, tuve la esperanza de que pudiéramos hacer exactamente eso,
ahora que sabíamos que la Bratva no estaba al acecho, pero el
descubrimiento de Luca arruinó esa pequeña esperanza.
¿Sabe lo del bebé? Si hubiera escuchado la conversación en el baño,
entonces debe saberlo, a menos que Franco no le muestre toda la
conversación.
A no ser que se haya guardado esa información para usarla como
palanca más tarde.
Durante nuestra discusión, no pude leer la cara de Luca lo
suficientemente bien como para averiguar si lo sabía. Estaba más
enfadado de lo que nunca le había visto, y le he visto en rabietas que me
han aterrorizado. No había ninguna carga eléctrica entre nosotros esta
vez, sin calor convirtiendo la furiosa discusión en algo sucio y sexual.
Esta vez fue frío. No quería tener nada que ver conmigo, y eso es de
alguna manera aún más aterrador.
Si Luca no sabe lo del bebé, entonces eso me da un poco de tiempo, al
menos. Si lo sabe, lo más probable es que vuelva del cónclave con sus
decisiones, y una de ellas será un viaje al hospital para que me hagan un
forzado aborto.
Ya no tengo ningún plan. No hay forma de salir. No hay forma de
escapar.
Estoy encerrada. E incluso si pudiera idear algún plan, no hay manera
de que Ana pueda ir conmigo, y no puedo dejarla aquí así. Si huyo y la
dejo atrás, sé que Franco o Luca la matarán.
Es muy tarde antes de que se despierte de nuevo. He preparado una
sopa y la he puesto en una bandeja delante de ella, con la intención de
ayudarla a comer.
―Eres una buena amiga ―dice Ana débilmente mientras la ayudo
con el primer bocado―. La mejor. ―Ella traga, tratando de respirar
uniformemente a través de su nariz magullada y posiblemente rota―.
¿Luca sigue aquí?
Sacudo la cabeza.
―Se fue al cónclave. Habló con Franco... ―respiro profundamente, y
puedo ver el miedo en su rostro solo con la mención de su nombre―.
Franco le contó nuestro plan. Que lo había descubierto, y que por eso te
hizo esto.
Ana asiente.
―Por eso no quería admitirlo. Esperaba poder culpar a la Bratva, pero
Luca habría descubierto que estaba mintiendo, y eso habría provocado
una guerra. No sabía qué era peor.
―Lo hiciste bien ―le prometo―. Luca estaba furioso. Las cosas
estaban mejorando entre nosotros, pero definitivamente no lo están
ahora. No creo que vuelvan a estarlo. Siente que le he traicionado, y en
cierto modo, tiene razón.
―¿Sabe lo del bebé?
―No lo sé ―admito―, pero no se lo he dicho. Si lo sabe, se enteró de
otra manera.
Ana hace una mueca de dolor.
―Lo siento mucho, Sofia. He intentado...
―Shhh. ―La tranquilizo, ayudándola con otro bocado de sopa―. Sé
que lo hiciste. No es tu culpa. Es mía, el que te haya pasado esto. Nunca
debí pedirte que lo hicieras. Debería haber sabido que habría algo en
este puto lugar que podría oírnos, que nos metería a las dos en
problemas
―Estabas desesperada ―dice Ana en voz baja―. No puedo decir que
yo no hubiera hecho lo mismo. No estoy enfadada contigo, Sofia.
Estabas en una posición imposible.
―¿De verdad? ―Me muerdo el labio inferior, intentando no llorar―.
¿Realmente te sientes así?
―Lo hago ―promete ella, tragando otro bocado de sopa―, pero hay
algo más que tengo que contarte, Sofia. Algo que descubrí después de
acostarme con uno de los soldados, Leo.
―¿Qué? ―Dejé la cuchara, con el corazón saltando en mi pecho.
―Puede que Luca sienta que eres una traidora, pero no eres la
verdadera traidora en sus filas ―dice en voz baja, tan baja que nadie
fuera de la puerta que acecha podría escuchar―. Sofia, es Franco.
Por un momento, me quedo mirándola fijamente, de la misma manera
que lo hice cuando dijo su nombre esta tarde.
―No me golpeó casi hasta la muerte por nuestra conversación. Fue
porque sabía que yo estaba a punto de, o ya había averiguado,
información sobre lo que estaba haciendo, y Dios mío, Sofia, es malo.
―¿Qué has descubierto? ―Mi mente se tambalea. Si hay una manera
de derribar a Franco, de probar que le mintió a Luca todo el tiempo,
entonces cualquier cosa que haya dicho sobre mí queda desacreditada.
Luca puede haber escuchado una cinta, pero eso no significa que no
pueda tratar de darle la vuelta de alguna manera si la integridad de
Franco se pone lo suficientemente en duda.
Al menos lo suficiente para salvar la vida de Ana y la mía.
―¿Conoces todos los rumores sobre la procedencia de Franco?
―pregunta Ana, y yo asiento con la cabeza.
―Luca lo ha mencionado antes.
―Bueno ―continúa, su voz se quiebra un poco por la tensión―. Son
ciertos.
―Son... ¿qué?
―Su padre es irlandés ―confirma Ana―, y no solo irlandés, sino el
irlandés. Colin Macgregor, el rey de la mafia irlandesa. Él y la madre de
Franco tuvieron un romance, tal y como dicen los rumores. Por
supuesto, Rossi le hizo hacer una prueba de paternidad, y ella la
falsificó. Sobornó al administrador para cambiar los resultados. Así que
el resultado de la prueba que Rossi tenía en esa caja fuerte en la oficina
de Luca es falso. Franco es el hijo de Colin.
―Pero ¿cómo afecta eso a la Bratva?
―Viktor tiene los verdaderos resultados, los que dicen la verdadera
filiación de Franco ―dice Ana, su voz es un susurro―, y lo está
colgando sobre la cabeza de Franco para que traicione a Luca. Franco ha
estado alimentando los secretos de los rusos todo este tiempo,
ayudándoles a ganar terreno.
―Así que es al menos parcialmente responsable de la muerte de la
madre de Caterina. ―Frunzo el ceño―. No sé si a Luca le importará
mucho la filiación, Ana. No es tan tradicional como Rossi. Puede que no
le importe que Franco sea medio irlandés. Casi seguro que lo verá como
una traición de Colin Macgregor y la madre de Franco. No lo verá como
culpa de Franco, y por mucho que quiera que Franco se vaya después
de lo que te hizo, no puedo decir que se equivoque en eso. No es culpa
de Franco que su madre lo haya engañado, y el hecho de que Rossi lo
hubiera matado por ello, que incluso sea algo que colgar sobre la cabeza
de Franco, es horrible. Franco es su mejor amigo. Luca lo ha protegido
toda su vida. Va a ser difícil que algo lo rompa.
―El romance no es su culpa, seguro, pero a Luca le importará la
traición ―señala Ana, y sé que tiene razón―, y también le importará el
resto.
―¿Hay más? ―Me recuesto contra las almohadas, mirándola
fijamente. ¿Hasta dónde va a llegar esto? Hace menos de cuarenta y ocho
horas, nunca habría soñado que nada de esto hubiera sucedido: que Ana
fuera herida tan brutalmente, y mucho menos que Franco, el mejor
amigo de Luca, fuera el responsable de ello, y no solo eso, sino la traición
que nos ha perseguido a todos.
―Franco y Colin Macgregor, su padre, están trabajando juntos. ―La
cara de Ana está muy pálida mientras me lo explica: todas las piezas que
ha conseguido descubrir. Siento un escalofrío que me recorre los brazos
mientras escucho.
―Me pregunto si Caterina sabe algo de esto ―susurro―. No puedo
imaginar que ella esté de acuerdo con esto...
―No creo que lo haga. ―Ana frunce el ceño―. No creo que Franco se
lo confíe y ¿realmente Caterina es tan leal a Franco? ¿No crees que le
diría a Luca si su marido estuviera tramando algo así?
―Probablemente. Ella creció con Luca. Su padre y el suyo eran
mejores amigos. Su padre fue el mentor de Luca. Franco llegó a la
posición en la que está por la confianza que Rossi y Luca tenían en él.
Caterina no está enamorada de él. Le es leal porque es su marido, pero
si se diera el caso y supiera que él está implicado en algo así, se lo diría
a Luca.
―¿Qué vas a hacer con Luca? ―Ana se movió incómoda, y alcancé la
bandeja, deslizándola más abajo en la cama ahora que ella había
terminado con su sopa―. ¿Dijiste que antes de esto, las cosas estaban
mejorando?
Asiento con la cabeza y cojo un frasco de analgésicos, agito unos
cuantos en la palma de la mano y se los doy.
―Hice lo que dijiste. Le hice creer que lamentaba haberme escapado,
me disculpé con él, lo seduje.
―No es exactamente lo peor del mundo ―dijo Ana con una pequeña
risa―. Puede que sea un imbécil la mayor parte del tiempo, Sofia, pero
tu marido está jodidamente bueno. ―Hace una mueca de dolor,
moviéndose un poco―. La misión de infiltración de la Bratva no fue tan
malo tampoco. Un par de soldados que eran magníficos, y tampoco
estaban mal en la cama, para ser hombres que se supone que son unos
culos selectos. Debería haber conseguido alguna polla de gánster ruso
hace mucho tiempo, sinceramente.
―¡Dios mío, Ana! ―Intento no reírme, pero un momento después,
ambos nos deshacemos en risas. Ana jadea, tratando de recuperar el
aliento.
―Me duele reírme. ―Se apoya una mano en el estómago, inclinando
la cabeza hacia atrás―. Oh, Dios, Sofia, ¿alguna vez pensaste que
estaríamos aquí? Tú casada con el jefe de la mafia, yo follando con
soldados de Bratva por información, las dos envueltas en toda esta
intriga, siendo secuestradas y torturadas y... Cristo, esto es una mierda.
―Realmente lo es. ―Me muerdo el labio, mirándola―. Dios, lo
siento, Ana. Nunca quise que te pasara algo así.
―Ya somos dos. ―Se apoya en las almohadas, tratando de respirar
profundamente―. Así que cuéntame el resto de lo que pasó con Luca.
Quítame de la cabeza esto hasta que el ibuprofeno haga efecto. Sin
mencionar, Sofia, que tu marido es un puto traficante de drogas de alto
nivel, traficante de armas, y todo un criminal de cuello blanco. ¿Y no
puedes encontrar un puto Vicodin en alguna parte?
Me ahogo en otra risa.
―Veré lo que puedo hacer. ―Se siente bien reír, a pesar de la
situación―. Tal vez pueda convencer a alguien del equipo de seguridad
para que desentierre algo para ti.
―No sé qué tan bien va a funcionar, con Franco a cargo. ―Ana hace
una mueca de dolor solo con mencionar su nombre―. No puedo creer
que estemos atrapados aquí con él. Después de lo que me hizo... ―se
estremece y veo que se le llenan los ojos de lágrimas. No recuerdo la
última vez que vi llorar a Ana, pero parece que ahora está a punto de
hacerlo. Eso me hace sentir impotente y furiosa.
―Nunca pensé que Luca haría algo así ―susurra Ana, frotándose los
ojos―. Mierda. No quiero empezar a llorar.
―Has pasado por algo horrible. Tal vez necesites un buen llanto.
―Tal vez más tarde. En el baño, donde nadie pueda oírme. ―La boca
de Ana se encorva un poco―. Aunque supongo que, en este lugar, no se
sabe dónde puede oírme alguien.
―Hace un par de días, tampoco habría pensado que Luca haría algo
así. Las cosas fueron tan diferentes en nuestra luna de miel.
―¿Ahí es donde fuiste? ¿Conseguiste que te llevara a una luna de miel?
―Ana me mira incrédula y yo me río.
―Sí. Yo tampoco creía que fuera a funcionar. Quería darte algo de
tiempo sin que Luca te hablara de lo que estabas descubriendo de la
Bratva, pero supongo que eso se echó para atrás también.
―No es tu culpa ―me tranquiliza Ana―. No podías imaginar que
Franco haría eso o que lo descubriría por algún micrófono escondido en
la única habitación que creíamos segura. Hicimos lo que pudimos.
―Coge mi mano y la aprieta ligeramente―. Las cosas se jodieron, eso
es todo. No podíamos saberlo.
―Toda esa semana fue tan diferente. Tuvimos ese pequeño periodo
de tiempo en el que las cosas iban bien, pero esto era un nivel totalmente
nuevo. Yo estaba...
―¿Enamorándote de él? ―Ana suministra―. Tuve la sensación de
que podría suceder si Luca dejaba de ser un culo durante más de cinco
minutos.
―¿De verdad?
Se encoge de hombros.
―Sofia, sé que estás obsesionada con que está en la mafia, y con el
hecho de que no hayas elegido casarte con él, y con su actitud general
hacia ti, y básicamente hacia todas las mujeres, si somos sinceras, pero
también tiene muchas cualidades admirables.
Entorno los ojos hacia ella.
―Eso es raro, teniendo en cuenta que actualmente está pensando en
matarnos a las dos.
Ana suspira.
―Sofia, tu padre se esforzó por ampararte y protegerte, pero a veces,
creo que hizo un trabajo demasiado bueno. Este es un mundo diferente
al que estás acostumbrada. Una vida diferente. ―Hace una pausa,
considerando―. ¿Crees que Caterina es débil?
―¿Qué? ―La miro, sorprendida―. Por supuesto que no. Es una de
las mujeres más duras que conozco. Ha pasado por muchas cosas
últimamente, pero sigue adelante, haciendo todo lo posible para...
―A eso me refiero ―interrumpe Ana―. Caterina fue criada en esta
vida, consciente de lo que pasaba, de la forma de ser de los hombres.
Consciente de las cosas que tienen que hacer, de los muros que tienen
que levantar para lidiar con eso. Algunos de ellos sienten placer en ello,
estoy seguro, pero los hombres como Luca no. Nos amenaza porque
siente que tiene que hacerlo porque se siente traicionado y no puede
permitirlo. Le haría parecer débil. Y...
―¿Y qué? ―No puedo creer lo que está diciendo, especialmente en
su estado―. Cómo puedes decir eso, después de lo que hizo...
―Franco hizo esto, no Luca. No conozco bien a Luca, pero estoy
seguro de que nunca le haría algo así a una mujer. Posiblemente a nadie.
Está la tortura y luego está lo que hizo Franco. ―Ella traga con fuerza―.
Sofia, Luca me pidió que me infiltrara en la Bratva.
―Sé que lo hizo, pero...
―No, no me estás escuchando. Preguntó. ―Ana me mira de forma
señalada―. Podría haberme ordenado. Podría haberme amenazado.
Franco trató de disuadirlo, probablemente porque temía que yo
descubriera exactamente lo que había hecho, pero Luca me pidió que lo
hiciera. Apeló a mi amistad contigo. Me convenció. No usó demandas o
amenazas. Es alguien que solo usa la violencia cuando es necesario, y no
solo eso.
―¿Qué quieres decir?
―Creo que también se estaba enamorando de ti. Está enfadado no
solo porque se siente traicionado sino porque fuiste tú. ¿Cómo era él en
la luna de miel?
―Perfecto. ―La palabra me sorprende incluso cuando la digo, pero
es la primera que me viene a la mente―. Nos llevó a Mustique y reservó
toda la isla para que estuviéramos solos. Incluso se acordó de la marca
exacta de champán que tomamos en nuestra boda y la trajo en la noche.
Todo fue diferente, incluso el sexo. Fue dulce y romántico y... ―la última
palabra es difícil de decir, pero lo consigo de todos modos―. Cariñoso.
Me duele el pecho de nuevo y siento que me arden los ojos.
―Sentí que podía enamorarme de él. Como si nos estuviéramos
enamorando el uno del otro, y estaba tan feliz y tan triste a la vez porque
me sentía tan bien, pero no cambiaba nada. Sabía que todavía tenía que
irme por el bebé, y luego cuando volvimos, y te encontramos,
trabajamos en equipo. Por primera vez, fue como si fuéramos
verdaderos compañeros. Me ayudó a llevarte dentro y a meterte en la
bañera. Me trajo todo lo que necesitaba para limpiarte. No podría haber
pedido a alguien mejor para estar conmigo y ayudarme a mantener la
calma, y después, mientras esperábamos a que te despertaras...
―respiro con dificultad, el corazón me duele de nuevo al recordarlo―.
Me pidió perdón por lo que perdí cuando nos casamos. Mi educación,
mi carrera como violinista. Se disculpó de verdad.
―¿En serio?
―Dijo que cuando vio tus pies se dio cuenta de lo que te habían
quitado. Dijo que se dio cuenta de lo que me había quitado, y que lo
sentía.
―Mierda. ―Ana silbó suavemente―. Entonces sí que estaba
mejorando.
―Y luego se enteró de lo que hicimos. Estuve a punto de contarle lo
del bebé cuando se disculpó. Supongo que es bueno que no lo haya
hecho. ―Hago una pausa, recordando nuestra conversación durante la
cena―. Le pregunté sobre cómo se sentiría sobre ser padre mientras
estábamos de luna de miel, y me respondió con seriedad. La respuesta
tampoco fue la que yo esperaba: dijo que querría un hijo para continuar
su legado, pero que no obligaría a una hija a estar en la misma situación
que Caterina o yo. Sonaba... casi sonaba como si quisiera tener hijos, y
yo tenía alguna esperanza...
―No pierdas la esperanza todavía. ―Ana me aprieta la mano―. Luca
no sabe todavía lo que ha hecho Franco. Nuestra traición podría parecer
un poco menos grave después de eso. Lo perdonaste una vez, puede que
esté inclinado a perdonarte.
―¿Y el bebé?
―Preocúpate de eso cuando vuelva. Todavía tienes algo de tiempo
antes que se te empiece a notar. De todos modos, no hay una salida
razonable en este momento. Así que cuando Luca regrese, habla con él.
Intenta razonar con él. Puede que solo necesite algo de tiempo para
calmarse.
Me llama la atención de repente que Luca se dirija al cónclave, sin
saber de la traición de Franco.
―Mierda, Ana. Alguien tiene que decírselo a Luca. Alguien tiene que
advertirle sobre Franco...
―Viktor va a hablar con él en el cónclave ―dice cansada―. Se enteró
de lo que Franco hizo con Colin. Se lo va a contar todo a Luca y se
enfrentarán a los irlandeses. Esa es la otra razón por la que la Bratva no
es una salida para ti. Se va a alinear con la mafia de nuevo, así que no va
a arriesgar eso sacándote a ti.
―¿Qué va a pasar con Franco?
―Ojalá lo maten, carajo. ―Hay una nota amarga en la voz de Ana, y
no puedo culparla. Si hubiera tenido la oportunidad de matar a Rossi
con mis propias manos, lo habría disfrutado, y Franco le hizo eso y cosas
peores.
―¿Puedes ayudarme en el baño? ―Se gira para mirarme y veo que
ha vuelto a ponerse pálida―. Creo que un baño caliente podría hacerme
bien.
18

Cuando ayudo a Ana a meterse en la enorme bañera de hidromasaje,


deambulo por el ático, demasiado ansiosa e inquieta para quedarme
inmóvil. La única habitación en la que nunca he estado es el estudio de
Luca. Me encuentro deambulando por ahí, aunque sé que
probablemente haya cámaras de seguridad o alguna mierda que me va
a meter en un problema terrible si consigo entrar.
Probablemente esté cerrada con llave de todos modos.
Luca nunca dejaría su estudio abierto; es la única habitación con la
que tiene mucho cuidado.
Pero cuando pruebo el pomo, para mi sorpresa, gira. Debía de estar
tan enfadado cuando se fue que se olvidó de cerrarlo.
Mierda. Me detengo, mi mano en el pomo de la puerta, mi corazón
agitado. ¿Me arriesgo? ¿Entro?
Qué demonios. Ya tengo el mayor problema que puedo tener, ¿no?
Seguramente, después de lo que discutimos Luca y yo, el hecho de que
me haya colado en su oficina es la menor de mis preocupaciones. Entro
cerrando la puerta tras de mí.
Ya había estado aquí una vez, justo después de que Luca me dijera
que íbamos a casarnos, pero no había mirado mucho entonces. Estaba
demasiado aterrorizada, tratando de mantenerme firme para tener
algún tipo de poder de negociación en lo que estaba a punto de ocurrir
en mi vida.
Ahora dentro de la habitación. No es nada especial: lujosa y elegante,
como el resto del ático, pero es una oficina bastante estándar. En todo
caso, me recuerda a la oficina de mi padre en la casa de mi infancia, con
el habitual escritorio gigante de caoba, sillas de cuero para los invitados
y estanterías del suelo a techo. En las estanterías están los clásicos de
siempre, pero al pasar por delante de ellos, pasando los dedos por los
lomos, me doy cuenta de que aquí hay algo más que libros de
exposición. Hay más libros como el que estaba leyendo Luca en el avión,
novelas que deben gustarle de verdad. Misterios de ciencia-ficción,
óperas espaciales, thrillers tecnológicos ambientados en el futuro. Hay
un montón de Philip K. Dick mezclados, y toco cada libro, pensando en
Luca sentado aquí en su escritorio, leyendo. Quizá con los pies apoyados
en la caoba y un vaso de whisky en la mano.
Es una imagen tan normal y humana que me sobresalta.
Durante mucho tiempo, vi a mi marido como un monstruo aterrador,
un hombre al que había que temer, del que había que cuidarse. Un
hombre que hacía cosas terribles, que vivía en un mundo saturado de
violencia y sangre. Un hombre que inspiraba miedo y temor en los
demás en lugar de amor.
Pero ver esto me recuerda al Luca con el que compartí una semana en
una isla privada. El hombre del que me estaba enamorando.
Y Ana parece creer que aún hay algo que salvar. Algo que amar, si
puedo convencerle de que se quede con nuestro bebé. Que podríamos
construir juntos una familia que valga la pena.
Quiero creerlo. Me doy cuenta, acariciando el lomo de una novela de
ciencia-ficción y pensando en una vida sin Luca, sola y en fuga, de que
lo deseo tanto como una vez quise mis meses en París y mi asiento en la
orquesta de Londres.
Pero significaría que tendría que ser más fuerte de lo que soy ahora.
Tendría que dar un paso adelante y ser una esposa de la que Luca podría
depender. Una esposa como Caterina. Alguien que pudiera soportar la
violencia y las luchas de la mafia.
Tendría que estar de acuerdo con que mi hijo, nuestro hijo, estuviera
al lado de Luca si fuera un niño, o quizá incluso una niña. Lo recuerdo
claramente diciendo que los caminos de la mafia pueden cambiar, que
podría dejar que una hija heredara.
Tendría que estar no solo dedicada a Luca, sino a la mafia misma. Un
matrimonio con un Don, un verdadero matrimonio, significa casarse
también con la familia, en un sentido mucho más amplio de lo que dice
el viejo refrán. Tendría que no fijarme en las cosas que mi hijo, o mis
hijos, llegarían a hacer.
Si me quedo, no puedo resentir la mafia y las cosas que hace Luca
como jefe de ella. Tengo que aceptarlo.
No sé si soy tan fuerte, pero quiero serlo.
Pienso en la carta de mi padre y en lo mucho que quería que escapara
de todo esto, pero seguramente, ya que me dejó este salvoconducto,
pensó que yo era lo suficientemente fuerte como para soportar un
matrimonio con un hombre como Luca, para ser la esposa de un hombre
con verdadero poder en esta familia.
Todos los cuentos de hadas tienen un lado oscuro.
El libro de cuentos de hadas que me dejó mi padre no era un libro de
relatos infantiles sobre bailes y princesas que vivían felices para siempre.
En esos cuentos de Grimm, las princesas y las heroínas tenían que
trabajar para conseguir sus finales felices. Tenían que hacer sacrificios.
A veces se vengaban terriblemente, como Cenicienta, que hizo bailar a
sus hermanastras con los zapatos al rojo vivo.
Esas mujeres sabían que sus vidas no eran bonitas, ni dulces, ni fáciles.
Que no tendrían nada si no luchaban por ello. Sabían lo que significaba
amar la oscuridad.
Solía pensar que me dio ese libro solo porque pensaba que me
gustaría, pero ahora creo que fue porque sabía en qué podría convertirse
mi vida. Que tal vez tendría que aprender a ser Perséfone casada con
Hades, en lugar de una Cenicienta de dibujos animados con ratones
como sirvientes y un príncipe anodino como marido.
Que yo, la hija de un Consejero de la mafia italiana y una heredera
rusa, fuera utilizada como moneda de cambio en una partida que no
tengo ningún deseo de jugar. Una pieza de ajedrez en un tablero del que
deseaba desesperadamente salir.
Pero ahora, creo que tal vez quiero tomar mi lugar al lado del rey.
Pienso en Luca y en nuestra luna de miel. Pienso en los momentos que
hemos compartido. Pienso en nuestro hijo creciendo en mi vientre, y
luego pienso en el hombre que me vigila en este momento. Ese hombre
que se llama a sí mismo el mejor amigo de Luca, el hombre que se casó
por encima de sus posibilidades, el hombre que torturó a mi mejor
amiga y le costó todo.
Pienso en ello y me siento como Cenicienta, haciendo bailar a sus
hermanas sobre un cristal caliente.
Quiero vengarme. No quiero correr, esconderme y acobardarme.
Quiero que Luca me escuche, me crea y me dé un lugar a su lado. Estoy
enfadada no solo por mí, no solo por Ana, sino también por Luca, me
doy cuenta. Luca le dio todo a Franco. Su amistad y su lealtad y su
confianza, la protección frente a sus matones, un baluarte contra los
rumores y las mentiras que, después de todo, resultaron ser ciertas. Le
dio una hermosa princesa de la mafia como esposa, un lugar a su
derecha. ¿Y qué hizo Franco Bianchi con todo eso?
Mintió y traicionó a su mejor amigo. Conspiró contra él, no solo con
una mafia rival sino con dos. Trató a su esposa como menos que el
preciado regalo que era, y ahora ha destruido a la única persona en el
mundo a la que quiero, además de a mi marido.
Porque amo a Luca. Es un amor que ha surgido del odio, pero estando
aquí en este momento, sé que los sentimientos que tuve por él en la isla
eran reales.
Es mi marido, para bien o para mal, y quiero ser una verdadera esposa
para él.
Vuelvo a mirar la estantería, mi mano se desliza sobre los lomos, y veo
un pequeño volumen de cuero metido con el resto. Es delgado, el lomo
ligeramente agrietado, y cuando lo saco, me doy cuenta de que no es un
libro en absoluto.
Es un diario.
¿Luca lleva un diario? Parece tan extraño para él, tan fuera de su
carácter. Puedo imaginarme a Luca sentado en su escritorio por las
tardes y leyendo, pero ¿escribiendo sus sentimientos en un diario? Está
tan lejos de la imagen que tengo de él que me dan ganas de reír.
Pero no me río. Me siento en el escritorio, sabiendo que me estoy
entrometiendo en la intimidad de Luca. Él ha invadido mi intimidad
muchas veces, pienso con ironía mientras abro la tapa. Después de todo
lo que me ha hecho, no debería sentirme rara por leer su diario privado,
pero siento un poco que estoy haciendo algo que no debería.
Aun así, no puedo resistir mi curiosidad y la posibilidad de poder
humanizar un poco más a mi marido, de entenderlo.
No está escrito con una prosa muy intensa, pero no habría esperado
que lo fuera. Lo que es, es más bien una corriente de conciencia, los
pensamientos de Luca como si no pudiera retenerlos por más tiempo. Es
como si la sangre se derramara en una página, y una vez que empiezo a
leer, no puedo parar.
No sé qué me ha pasado. No puedo dejar de follar pensando en ella. Esos
labios, ese culo, quiero arruinarla. Quiere que la deje virgen, y no sé cómo puedo
hacerlo. Es como si me estuviera torturando. Sigue así durante un tiempo.
Pensé que quitarle la virginidad haría que dejara de necesitarla, pero solo la
quiero más. Ella es como la puta cocaína, pero mejor. Como el éxtasis puro.
Cruda, sin cortar, sin tocar hasta que la hice mía.
Pero entonces, alrededor del momento en que me llevó a esa cita en la
azotea, algo cambió. Las entradas se volvieron un poco más suaves, un
poco más dulces. No tenía ni idea de que a ella también le gustaban las
películas de acción. Tampoco tenía idea de que me gustaría ver una película con
mi esposa.
Mimar a Sofia es mejor de lo que podría haber imaginado. La expresión de su
cara cada vez que ve alguna cosa nueva y bonita o prueba algo que nunca antes
había comido o bebido es más entrañable de lo que jamás hubiera pensado.
Casi la pierdo, pero si alguien la toca, mataré a toda la Bratva. Mataré a todos
los malditos rusos del país si es necesario.
Sigo hojeándolo, mi corazón se acelera mientras leo un pasaje tras
otro. No son entradas largas, como si Luca las hubiera garabateado
rápidamente cuando ya no podía retenerlas.
Y luego veo la entrada justo después de que me salvó de Rossi.
No sé cómo sentirme. Estoy furioso con ella por haberse ido. Quiero
estrangularla y, al mismo tiempo, quiero abrazarla, tenerla a mi lado para que
no le vuelva a pasar nada parecido. Me enfurece su obstinada negativa a dejar
que la proteja y me asombra su fuerza. He visto a hombres romperse después de
menos de lo que Rossi y sus hombres le hicieron, pero ella sigue viva. Sigue
luchando, y por más enojado que esté, no puedo cambiar lo que siento, pero
necesito asegurarme de que nadie pueda usarla contra mí nunca más. Que nadie
la tome y la lastime para llegar a mí, y eso significa asegurarse de que ella no
puede amarme. Que yo no pueda amarla. Que no hay nada que destruir o herir.
Pero eso significa que tengo que herir su corazón. Tengo que romperla y
asegurarme de que me tema. No conozco otra forma de evitar que esto se
convierta en algo más.
Y más tarde, justo antes de nuestra luna de miel.
Es una mala idea, pero no puedo decirle que no. Ella es más que una adicción.
Más que una obsesión. Es la mujer que amo, y no sé qué hacer con eso. Quiero
amarla, pero tampoco quiero ser débil.
No hay nada más después de eso, pero mientras cierro el diario,
apretándolo entre mis manos, siento que las lágrimas llenan mis ojos y
se derraman por mis mejillas. Mi marido me quiere. Eso no significa que
esté bien, pero todo lo que hizo fue tratar de mantenerme alejada a
propósito para que nadie pensara que podía utilizarme para llegar a él.
Para evitar lo mismo que ocurrió con Rossi.
No es de extrañar que estuviera tan enfadado conmigo por haberme
escapado, cuando había hecho todo lo posible por evitarlo.
Aprieto el diario contra mi pecho. Cuando Luca llegue a casa, voy a
hacer exactamente lo que Ana sugirió. Voy a razonar con él. Voy a
decirle la verdad y ver si podemos encontrar una manera de salvar
nuestro matrimonio. Si podemos arreglar lo que hemos roto y seguir
adelante juntos.
Porque ahora sé que mi marido me ama, y la verdad de la que he
estado huyendo durante tanto tiempo es clara para mí ahora.
Yo también lo amo.
19

Conclave suena mucho más arcaico y emocionante de lo que


realmente es la reunión.
En realidad, es menos una reunión de una sociedad secreta y más una
sala de conferencias de un hotel con tres hombres arrogantes y
poderosos, sus segundos al mando, excepto yo, ya que dejé a Franco en
Manhattan, y suficiente seguridad para crear un pequeño ejército.
El cónclave en sí se celebra en Boston, que se considera lo más neutral
posible, a pesar de nuestra estrecha relación con los irlandeses. La idea
es que el conflicto principal es entre la Bratva y la mafia italiana. De ahí
que Manhattan sea el lugar de la guerra inminente. Lo hemos trasladado
fuera de esa zona tan disputada y a un lugar un poco más neutral, pero
la energía en la sala es cualquier cosa menos neutral.
―Espero que hayas entrado en razón, muchacho ―dice Colin
llanamente mientras toma asiento. Junto a él está su hijo mayor, Liam
Macgregor, el príncipe de la mafia irlandesa y heredero de su liderazgo.
Es un joven apuesto, con el pelo más cobrizo que rojo vivo y la
complexión de un luchador de MMA5. A la mayoría de los irlandeses les
gusta luchar, así que no me sorprendería que lo hiciera en su tiempo
libre.
Los rusos usan armas, los irlandeses sus puños y a los italianos nos
gusta usar nuestras palabras. Eso es lo que yo crecí oyendo, de todos
modos, pero la verdad es que estoy llegando al final de mi diplomacia.
―Estamos aquí para que todos entremos en razón ―respondo lo más
agradablemente que puedo―. Espero que todos podamos entrar en
razón hoy.
―Si por «entrar en razón» te refieres a aceptar que los rusos son
responsables del ataque al hotel, y de las muertes que siguieron,
entonces sí, muchacho. Lo aceptaré.
Espero una réplica de Viktor, pero parece no inmutarse. Está sentado
rígidamente en su silla, es visiblemente el más viejo de nosotros con la
ligera plata en sus sienes y las líneas en las esquinas de sus ojos. Sin
embargo, hay una elegancia fría en él que intimida, aunque nunca lo
admitiría en voz alta.
―Hay muchas cosas de las que sois responsables los irlandeses ―dice
con frialdad―, y Luca está a punto de oírlo todo. ―Se vuelve hacia mí,
con una expresión tranquila y unos ojos azules fríos como el hielo―. No
te va a gustar lo que tengo que decir, Romano, pero es la verdad, y me
gustaría empezar diciendo que tendrás tu paz. Estoy de acuerdo.
Mi rostro permanece inexpresivo, pero en mi interior puedo sentir esa
creciente sensación de presentimiento.
―No estoy seguro de lo que vas a decir, pero estoy bastante seguro
de que va a ser una chorrada ―dice Colin, echándose hacia atrás en su

5 Artes Marciales Mixtas.


asiento.
Viktor sonríe fríamente, y a su lado, Levin gruñe mientras le entrega
a Viktor un archivo.
Miro a Colin. Para la mayoría, parecería perfectamente tranquilo, pero
puedo ver algo diferente en su expresión, un ligero tic de los ojos, como
un gesto de póquer.
Estaba preparado para no creer nada de lo que dijera Viktor, pero
ahora no estoy tan seguro.
―Veo que no has traído a tu subjefe ―dice Viktor mientras deja el
archivo sobre la mesa―. ¿Por qué es eso, me pregunto?
―Después de los recientes incidentes, quería un par de ojos de
confianza para mi esposa en todo momento. ―Sonrío con frialdad―. No
dejarías una preciada pieza de arte en un museo durante la noche sin
seguridad, ¿lo harías?
Viktor sonríe.
―Tu mujer es, en efecto, tan bella como cualquier obra de arte. Más
que algunas, diría yo. Así que puedo entender las ganas. Quizá debería
haber dejado a alguien en casa con mi Katerina, y hoy seguiría viva.
Yo no digo nada. Conozco bien esa historia, pero es de hace un
conflicto de años.
―Lo de Katerina fue un accidente ―digo con calma―, y yo no tuve
nada que ver.
―Oh, soy muy consciente. ―Viktor apoya su mano en el papel―. Tu
subjefe, Franco Bianchi, te ha traicionado, Luca. ―Mi reacción
inmediata, como él esperaba, es de incredulidad, pero debajo de eso hay
un pequeño gramo de incertidumbre. El incidente con Ana me dejó
inquieto. Él alegó que solo estaba castigando a una traidora,
asegurándose de que había confesado todo lo que ella y Sofia habían
planeado, pero lo que le hizo fue brutal más allá de lo necesario. Fue más
allá de todo lo que había hecho.
Fue más allá incluso de lo que Rossi y sus hombres le habían hecho a
Sofia, y eso me enfermó. Me hizo cuestionar lo bien que conozco a mi
mejor amigo, porque Franco nunca ha sido un hombre brutal. En todo
caso, me ha preocupado que no tuviera estómago para las cosas que
podría tener que hacer.
Pero no parecía ser el caso.
Su trato con Ana me había preocupado, pero las conspiraciones de
ella y Sofia me habían enfurecido lo suficiente como para que lo pasara
por alto, pero ahora, mientras Viktor golpea con sus dedos el archivo,
mi sensación de presentimiento se convierte en un sentimiento de temor.
―No estoy seguro de creerte. ―Las palabras salen de mi boca, pero
creo que Viktor puede oír la incertidumbre en ellas.
―Eso está bien. ―Sonríe―. Tengo pruebas. Primero, verás, tu amigo
te traicionó. Él me pasaba la información a mí; lo ha hecho desde hace
meses, mucho antes de que tú te hicieras con tu bonita esposa. Fue él
quien se las arregló para ayudar a preparar el secuestro de Sofia en
primer lugar para que yo pudiera intentar ser quien se casara con ella.
―Eso es una mierda. ―obligo a mi voz a permanecer uniforme―. No
habría tenido ninguna razón para hacer eso.
―Oh, pero lo hizo. Verás, los resultados de las pruebas de paternidad
que tenía Vitto Rossi son falsos. Su madre se las arregló para convencer
a alguien de que lo hiciera por ella, probablemente con las mismas
artimañas que utilizó para tener a Colin Macgregor entre sus piernas.
―Estás en un terreno peligroso, Andreyev ―gruñó Colin, pero Viktor
lo ignoró.
―Tengo los resultados de las pruebas aquí. Hay otras copias
disponibles, de lugares más oficiales, si no me creen. Colin Macgregor
es el padre de Franco Bianchi. Ahora admito que su trabajo para
nosotros ocurrió porque tenía esos resultados de las pruebas, y los usé
para chantajearlo para que nos diera información.
―Maldito bastardo. ―Me levanto del asiento, sintiendo que se me
revuelven las tripas de rabia―. Me importa una mierda que Franco sea
medio irlandés, medio polaco o medio puto griego, mientras no sea
medio ruso. Su puta madre abriendo las piernas a los Macgregor no me
preocupa.
―Tranquilo, muchacho ―dice Colin, pero lo ignoro.
―Pensé que dirías eso. ―Viktor me sonríe fríamente―, pero hay más.
Verás, tú creías que Franco te era leal, y yo creía que te traicionaba y que
trabajaba para mí, pero ambos estábamos muy equivocados.
En ese momento, miro de reojo a Colin cuando veo que se desplaza
en la esquina de mi visión, y la expresión de su rostro me dice todo lo
que necesito saber.
Lo que sea que Viktor vaya a decir, no es bueno para los irlandeses.
Y Viktor está diciendo la verdad.
―Franco y Colin, su padre, tenían grandes planes ―continúa Viktor
con una fría sonrisa―. Tenían la intención de enfrentarnos a ti y a mí, y
cuando el polvo se asentara, nos limpiarían a los dos y se apoderarían
de todos los territorios del noreste, los tuyos y los míos. Decía la verdad
cuando dijo que no fueron mis hombres los que atacaron la boda. Fueron
los irlandeses. Colin lo hizo, bajo la dirección de Franco, para hacerles
creer que fuimos nosotros.
Aprieto tanto la mandíbula que creo que se me van a romper los
dientes. La traición es asombrosa, si es que es verdad.
―¿Tienes pruebas? ―pregunto con fuerza, y es entonces cuando
Viktor desliza el archivo por la mesa hacia mí.
―Está todo ahí ―dice―. Los resultados de las pruebas. Las fotos que
mis hombres tomaron en secreto de la reunión de Franco y Colin.
Algunos registros telefónicos que logré conseguir. Suficiente prueba
para ti.
No consigo abrir el archivo porque Colin me lo prueba en ese
momento.
Debió saber que estaba a punto de ver la verdad. Porque se levanta de
un salto, con la pistola desenfundada y apuntando hacia mí. A su lado,
una mirada de puro horror está escrita en la cara de su hijo.
―¿Pa? ¿Qué demonios estás haciendo? ―Liam empuja su silla hacia
atrás.
―¡Siéntate, hijo! ―ordena Colin, y veo que Liam se queda inmóvil,
pero sus ojos se mueven nerviosos a su alrededor. Está claro que, sea lo
que sea lo que haya hecho Colin, Liam nunca estuvo involucrado, y lo
recordaré.
―Se supone que todos, excepto los equipos de seguridad, debemos
entregar nuestras armas antes de entrar en el cónclave ―digo, con la
misma tranquilidad que si Colin no me estuviera apuntando con una
pistola cargada a la cabeza―. Esto no me da mucha fe de que Viktor esté
mintiendo.
―Bueno, estoy cansado de jugar con las malditas reglas ―dice Colin
con una sonrisa fría―. ¿A qué me ha llevado eso? ¿eh? Ahora no hay ni
un solo rey irlandés en Manhattan, solo ustedes, malditos italianos, y los
perros rusos. Nosotros manejamos nuestras armas, recogemos sus
sobras, ¿y se supone que tenemos que inclinarnos y darles las gracias
por ello? Bueno, no más, muchacho. Lo que dijo Viktor es cierto, y ya
que se ha hecho un buen lío, supongo que tendré que eliminarlos a
ambos ahora antes de que esto se salga de control.
―No eres el único que puede romper las reglas. ―La profunda voz
de Levin retumba en la pequeña habitación, y veo el movimiento de
cómo saca una pistola de su chaqueta.
¡Carajo! ¿Soy el único que realmente vino desarmado?
Mi seguridad está justo en la puerta, pero...
El primer disparo me hace retroceder. Un traqueteo de armas viene
de fuera de la habitación, y entonces sé con el corazón hundido que mi
seguridad tiene las manos llenas, y probablemente también las de
Viktor, y la pistola de Colin sigue apuntando a mi cabeza.
―¿Qué quieres para esa paz de la que hablas? ―Miro a Viktor,
manteniendo mi voz firme. Después de todo, no es la primera vez que
me apuntan con un arma a la cabeza.
Y estoy seguro de que no será la última.
―La cabeza de Colin en una bandeja. ―Viktor sonríe fríamente―. Lo
quiero muerto. Que su hijo se haga cargo. Liam no tuvo nada que ver
con esto, por lo que sé.
Colin mira a su hijo.
―¿Oyes esto? Te van a dar mi lugar en la mesa. ¿Vas a aceptar su
lugar? ¿O te vas a enfrentar con tu padre a esos cabrones que creen que
no somos más que basura que bebe whisky y que solo sirve para manejar
sus armas y servir en sus bares?
―Papá, piensa en esto ―suplica Liam. Se levanta, con la cara tan
pálida que sus pecas destacan en tres dimensiones, pero mantiene la
calma―. No puedes enfrentarte a las dos familias. Aunque elimines a
Viktor y a Luca, se vengarán. Tendrás la ira de la mafia y de la Bratva
sobre nuestras cabezas. ¿Es eso lo que quieres? ¿Nuestras mujeres e hijos
esclavizados por los rusos, asesinados por los italianos, toda nuestra
línea familiar aniquilada? No puedes empezar una guerra tú solo. Nadie
te apoyará.
―¿Ni siquiera tú? ―Colin mira fijamente a su hijo―. Como si no
pudiera.
Liam se lame los labios con nerviosismo. Respira hondo, mirando a
su padre, y luego, con un profundo suspiro, da un paso atrás.
―No, papá. Lo siento. No puedo estar contigo en esto. No estás bien.
Esto no está bien. Este doble juego y traición, es cruzar líneas que no
deben ser cruzadas. ―Mira hacia nosotros―. Estoy con ustedes dos. Yo
tampoco quiero más derramamiento de sangre.
―¿Ves? Tu hijo tiene algo de sentido común. ―Sonrío fríamente a
Colin―. Baja el arma y te daremos una muerte rápida y limpia. Tu hijo
puede hacerse cargo sin resentimientos.
Colin ríe con un sonido profundo y amargo.
―A la mierda ―dice, con la voz alta y clara.
Y luego dispara.
En el mismo momento, Liam se lanza contra su padre. Le aparta el
brazo, lo suficiente como para que el disparo salga desviado, pero Colin
dispara dos veces. Tengo el tiempo justo para darme cuenta de que el
primer disparo no me ha alcanzado cuando el segundo se clava en mi
cintura, haciéndome caer de rodillas frente a la mesa.
Juro que puedo sentir el calor donde la bala ha entrado, el desgarro
de la piel al abrirse un agujero en mis entrañas. Automáticamente me
pongo la mano sobre el estómago y me inclino hacia delante al sentir la
sangre húmeda y caliente que brota de mis dedos.
La moqueta del hotel me roza el costado de la cara al caer, y mi cabeza
se golpea contra el suelo. El dolor se extiende por mi cuerpo, seguido de
una sensación de frío en los bordes que reconozco como un shock. Me
desangro. Siento cómo mi vida sale por mis dedos, empapando mi
camisa, la alfombra, extendiéndose a mi alrededor mientras oigo el
continuo traqueteo de las armas, los gritos, y sé que la lucha continúa.
Pero probablemente no estaré vivo para descubrir cómo termina todo.
El rostro de Sofia nada frente a mis ojos, lloroso y suplicante, como la
última vez que la vi. Quiero recordarla como era en nuestra luna de miel,
su rostro suave y dulce, su boca y su cuerpo cediendo bajo el mío, sus
manos deslizándose sobre mí. Quiero recordar su voz susurrando
dulcemente, sin suplicar, llena de desesperación.
Ella me traicionó. Franco me traicionó.
Debería odiarla, pero en el fondo, no puedo. Todo lo que puedo
pensar es que lo último que le dije a mi esposa fue que debería hacer que
la mataran.
La amo, y nunca lo he dicho.
He pasado toda mi vida viviendo sin arrepentimientos.
Pero ahora sé que tengo uno.
Sofia Ferretti es mi mayor arrepentimiento.
No el casarme con ella. No el amarla. No el poner un bebé en su
vientre.
Sino nunca decirle lo que sentía. Nunca decirle esas palabras. Nunca
hacerle saber que yo también quería a nuestro hijo.
Y ahora es demasiado tarde.
Los sonidos de la sala se desvanecen mientras mis pensamientos
tartamudean y se ralentizan, y siento que me voy.
Sofia.
Te amo... Te a...
20

Sigo sosteniendo el diario mientras me preparo para dejar la oficina.


Sé que debería devolverlo a la estantería, pero no me atrevo a hacerlo
todavía. Quiero leerlo de nuevo, para memorizar las palabras que Luca
quería decirme, pero no lo hizo. Para verle decir que me quiere, aunque
nunca lo haya dicho.
Aunque nunca lo haga.
Me dirijo a la puerta, aún perdida en mis pensamientos. Tanto es así
que al principio no me doy cuenta de que la puerta ya se está abriendo
antes de que pueda alcanzar el pomo.
Y entonces se abre, y Franco está de pie ahí. Hay una pistola en su
mano.
Y me apunta a mí.
―Franco. ―Mi voz se quiebra y me aclaro la garganta―. Solo voy a
la cama...
―¿Qué es eso? ―Él señala con la cabeza el libro que tengo en la
mano―. ¿Ahora también robas? ¿Además de traicionar a tu marido?
―¿Qué? No. Es solo un libro. Quería leerlo antes de ir a dormir...
―No vas a ir a ninguna parte. ―Agita la pistola―. Retrocede. A la
oficina.
Doy un paso inseguro hacia atrás, con la mente acelerada. ¿Es Luca?
¿Cambió de opinión acerca de esperar a tomar una decisión hasta
después del cónclave y le dijo a Franco que se ocupara ahora del
problema de Ana y mío? ¿Siempre fue este su plan?
¿O es que Franco ha perdido completamente la cabeza?
―Siéntate. ―Señala una de las sillas―. ¡Hazlo ahora!
Me hundo en uno de los sillones de cuero, mi corazón late tan fuerte
que puedo sentirlo presionando contra las paredes de mi pecho. La
lengua se me atasca entre los dientes al sentarme, y siento el sabor a
metal en la boca cuando miro a Franco.
―No sé de qué estás haciendo, pero Luca...
―Que se joda Luca ―escupe. Una sonrisa malvada cruza su rostro―.
Es débil. Tú le has hecho débil. ―Sus ojos resbalan sobre mi cuerpo
lascivamente, posándose en mis pechos antes de deslizarse de nuevo
hacia mi cara―. Normalmente, probaría ese dulce coño para mí, pero no
quiero arriesgarme. Maldita perra. Le has puesto algún tipo de hechizo,
lo juro. Desde que llegaste aquí, no ha sido el mismo.
―Solo está enamorado de mí. ―Decirle las palabras en voz alta a
Franco me parece ridículo, y su mirada me dice que piensa lo mismo, ya
que se echa a reír.
―Luca no puede amar a nadie. Tiene demasiado miedo de que le
hagan daño después de que su querido padre muriera por querer
demasiado a su mejor amigo, y luego su madre se suicidara por no poder
soportarlo. Irónico, ¿no? Su padre murió vengando a su mejor amigo.
Luca va a morir por el suyo.
―¿Qué? ―Lo miro fijamente, con los ojos redondos de miedo―.
Franco, deja esto. Mira, sé lo que hiciste. Tu trato con los irlandeses, con
tu padre. Encontraré alguna manera de decirle a Luca que todo fue una
mentira. Te defenderé, si dejas de hacer esto...
―¡Mentirosa! ―Me escupe, y siento su cálido deslizamiento por mi
mejilla―. Ya lo traicionaste una vez. Casi mato a Ana. Crees que me creo
que te pondrías de mi lado. ―Se ríe entonces, una risa profunda y
rodante que sale de su vientre―. Además, Luca ya está muerto. Por eso
estoy aquí ahora. Voy a matarte y luego iré a liquidar a la otra perra, y
entonces no habrá nadie que me discuta cuando tome el asiento de Luca.
Es desafortunado como Viktor se volvió contra Luca en el cónclave y lo
mató, y luego mi padre tuvo que eliminar a Viktor. Deja mucho territorio
abierto, pero estoy seguro de que mi padre y yo le daremos un buen uso.
Puedo sentir el frío que se extiende por mi piel. Luca, muerto. No
puede ser. La pena ante la sola idea me golpea el interior del pecho, me
araña las costillas, amenaza con subir por la garganta, pero si grito, si
lloro, si me dejo llevar por ella, créelo, no pararé. Me pondré histérica, y
eso es lo último que puedo hacer en este momento.
No soy una damisela en apuros. No soy una princesa en una torre,
encerrada y esperando que alguien venga a salvarla. Luca nunca fue mi
caballero de brillante armadura.
Era el dragón que guardaba la torre, pero a la mierda si voy a dejar
que alguien mate a mi dragón.
Ya no soy la princesa que necesita ser rescatada. Soy la maldita reina.
Y como Luca no está aquí para defender su reino, supongo que tendré
que hacerlo yo.
Oigo el chasquido del dedo de Franco quitando el seguro de la pistola.
―Dulces sueños, pequeña Sofia ―dice con voz cantarina, sonando
casi desquiciado, y me lanzo hacia el piso, arrojándome a un lado del
escritorio. El disparo golpea la madera a mi lado, astillándola, y siento
que un miedo como nunca he experimentado me invade, enfriando todo
mi cuerpo.
No te congeles. No te congeles.
Necesito un arma, algo con lo que luchar. Seguramente Luca debe tener
un arma en su oficina. Me retuerzo detrás del escritorio mientras se
produce otro disparo, y oigo a Franco maldecir de nuevo.
―¡Muérete de una puta vez, zorra! ―grita mientras yo miro el
escritorio y decido en una fracción de segundo en qué cajón puede haber
una pistola.
Luca es diestro. Lo pondría en un cajón de la derecha. ¿Y si tenía que llegar
rápidamente a él? En el de abajo, para poder agacharse mientras lo cogía.
Me agarro al pomo del que he elegido, rezando para que no esté
cerrado con llave, y no lo está. Está claro que Luca espera que la puerta
del estudio, que suele estar cerrada con llave, sea suficiente sin tener que
cerrar también su escritorio.
La siguiente oración es que esté cargada. No tengo tiempo para buscar
balas, y estoy seguro de que no sé cómo cargar una pistola. Lo único que
sé hacer es pulsar el seguro, y cuando veo que otra bala atraviesa el
escritorio mientras Franco se dirige a mí, sé que solo voy a tener una
oportunidad.
Me levanto de detrás del escritorio, con la pistola apuntando como he
visto en las películas, con una mano agarrada bajo la que la sostiene
mientras apunto a la cabeza de Franco. No tengo tiempo de pensar en
las implicaciones de lo que estoy haciendo ni en el peso de matar a un
hombre. Lo único que sé es que va a matarme si no lo derribo, y no estoy
dispuesta a morir.
Aprieto el gatillo.
El disparo sale desviado. Golpea la pared detrás de Franco, y apenas
logro agacharme cuando vuelve a disparar, gritando de frustración.
―¡Maldita sea, muérete!
Vuelvo a salir de detrás del escritorio y esta vez me tomo un segundo
más para apuntar.
Es suficiente.
―Hoy no ―susurro, y entonces aprieto el gatillo. Esta vez no fallo.
La primera sensación que tengo cuando su cuerpo golpea el suelo es
de euforia, un alivio salvaje porque ha caído, porque no tendrá la
oportunidad de volver a dispararme, y luego, cuando salgo lentamente
de detrás del escritorio para ver si sigue respirando, si solo lo he herido,
veo claramente que no hay ninguna posibilidad de que siga vivo.
La herida en su cabeza no podía ser otra cosa que fatal.
Miro la sangre que se extiende a su alrededor y siento que las náuseas
se apoderan de mí. No puedo contenerme y vomito junto a la sangre en
la alfombra mientras vomito mis tripas, oleada tras oleada, hasta que me
arrodillo junto al cuerpo y me estremezco hasta que no me queda nada.
Incluso entonces, sigo vomitando en seco durante lo que parece una
eternidad, hasta que alzo la vista y veo a Ana de pie, inestable, en la
puerta, con una máscara de dolor.
―No deberías estar de pie ―me oigo decir, como en un túnel, como
si estuviera fuera de mi cuerpo―. Tus pies.
Y entonces todo se vuelve negro.
Me despierto en el pasillo fuera del estudio, con la cabeza en el regazo
de Ana. Ella está apoyada contra la pared, acariciando mi pelo mientras
yo vuelvo lentamente a mis cabales.
―No deberías haberte levantado de la cama ―susurro, con la boca
pegajosa―. Tus pies...
―Hubo un disparo ―dice Ana con sequedad―. Creo que en este caso
estaba justificado.
―¿Cuánto tiempo he estado fuera?
―Una hora tal vez. El equipo de seguridad ya entró. Franco tenía
unos cuantos tipos manteniendo las cámaras apagadas mientras
intentaba sacarte, pero Raúl y sus chicos volvieron y se encargaron de
ellos. Ahora están dentro con el cuerpo. ―Ana respira profundamente
y me mira―. También han llamado a Caterina. Está en camino.
―Oh Dios ―susurro. La última persona que quiero ver ahora es
Caterina. Acabo de matar a su marido, y aunque sospecho que no llorará
demasiado por ello, sigo siendo responsable de quitarle a alguien
después de todo lo que ha pasado.
Oigo que se abre la puerta y espero que solo sean más miembros del
equipo de seguridad, pero cuando los pasos bajan por el vestíbulo, oigo
una suave voz que dice mi nombre.
―¿Sofia?
Las tres acabamos en el salón. Caterina me ayuda a levantarme y
luego las dos, Caterina más que yo, ayudamos a Ana a llegar al sofá.
Caterina se hunde en uno de los sillones, con el rostro pálido y
demacrado. Veo que ha perdido peso, una buena parte, desde la boda.
―Franco está muerto. ―Dice las palabras simplemente, en voz baja,
en voz alta, como si se lo dijera a sí misma―. Dicen que tú le disparaste,
Sofia.
Asiento con la cabeza, mi garganta se cierra de tal manera que al
principio siento que no puedo hablar.
―Iba a matarme.
Caterina asiente lentamente, con las manos en las rodillas, con los
nudillos blancos.
―Ellos también dijeron eso ―susurra―. No quisieron mostrarme la
cinta, pero les creí. Tú no matarías a nadie sin motivo, y además... ―se
levanta las mangas de la camisa y Ana y yo nos quedamos boquiabiertos
al ver los moratones de los antebrazos, que le llegan hasta los codos.
―No ha sido amable con nadie últimamente ―dice en voz baja―.
Gracias a Dios que no estoy embarazada.
Ana se mueve incómoda, y Caterina la mira, con sus ojos agudos
observando la expresión de la cara de Ana.
―¿Te ha hecho eso? ―Asiente ante los pies desnudos y vendados de
Ana, sus ojos hinchados, sus labios magullados y partidos y su nariz casi
rota.
Pasa un momento y Ana duda, pero finalmente asiente.
―Descubrió que yo intentaba ayudar a Sofia a marcharse, pero
también me quería muerta porque descubrí su complot para matar a
Luca, Viktor y Sofia y apoderarse del territorio con la ayuda de su padre.
Los ojos de Caterina se abren de par en par.
―¿Su padre? Su padre está muerto...
―Su padre es Colin Macgregor ―interrumpo―. Los rumores son
ciertos. Estaban conspirando para acabar con los rusos y los italianos y
tomar todos los territorios del noreste para ellos.
―Mierda ―susurra Caterina―. Oh, Dios, ¿Luca?
Sacudo la cabeza.
―No lo sé. No he oído nada. Franco dijo que ya estaba muerto, pero...
―Quiero decir que lo sabría si lo estuviera, pero eso suena a una mierda
new age.
No puedo permitirme creerlo. Porque si está muerto...
Entonces lo último que hicimos fue pelear. Las últimas palabras que
me dijo fueron una amenaza de muerte.
Entonces nunca sabrá lo de nuestro bebé. Nunca sabrá lo que siento
por él. Nunca sabrá que quiero arreglar todo, cada discusión y palabra
desagradable y traición y mentira.
Nunca sabrá que le quiero ni que sé que él también me quiere.
―No puede ser ―susurro―. Simplemente no puede.
Caterina me mira con curiosidad.
―¿Por qué intentabas marcharte? ―me pregunta con tono uniforme,
y puedo oír el motivo de la pregunta en su voz. Si traicioné a Luca solo
para salir de mi matrimonio, no creo que encuentre mucha simpatía en
ella. Sé que tengo que decirle la verdad. Es la primera persona, aparte
de Ana, a la que se lo digo.
―Estoy embarazada ―digo simplemente.
―No lo entiendo.
Le explico las condiciones del contrato, con la voz cansada y agotada,
y veo que los ojos de Caterina se abren de par en par al escucharlo.
―Sofia, no puedo... no sé por qué haría eso. Por qué te haría prometer
algo tan horrible, pero no puedo creer que, si lo supiera, te hiciera seguir
adelante con ello. ―Hace una pausa, frotándose las manos en las piernas
mientras mira entre los dos―. Sofia, si vuelve vivo del cónclave, tienes
que decírselo. Tienes que confiar en él para eso. Confiar en que hará lo
correcto. ―Mira a Ana―. ¿No estás de acuerdo?
―Curiosamente, sí. ―Ana me mira desde donde está tumbada en el
sofá, con los pies delicadamente elevados―. Creo que Luca te quiere.
Solo creo que no sabe la maldita forma de decírtelo. Así que tal vez esto
será su puente para regresar.
―Estoy de acuerdo ―dice Caterina en voz baja.
Me siento entre las dos mujeres, una de ellas sumida en el dolor por
su familia, otra por la vida que ha perdido ahora por culpa del marido
de la otra, ya muerto. Yo también me siento al borde del abismo. Lo
único que me impide caer es el hecho de que no sé realmente si Luca
está muerto o no.
Tengo esperanza. Esperanza de que siga vivo, esperanza de que
vuelva a casa, esperanza de que podamos reparar todo esto. Esperanza
de que será feliz con nuestro hijo.
No es mucho, pero me ha hecho seguir adelante antes.
Alzo la vista y veo a Raúl y a tres de sus hombres bajando el cuerpo
amortajado de Franco en una camilla. Caterina los observa, con el rostro
pálido e inmóvil, los ojos claros. No tiene lágrimas, y no puedo culparla.
Pero siento que mi estómago se retuerce de miedo porque es
demasiado fácil imaginar a mi propio marido bajo un sudario como ese,
siendo llevado de vuelta a mí.
Ven a casa, Luca. Por favor, ven a casa.
21

En primer lugar, estoy seguro de que la luz que hay sobre mí es la


proverbial luz al final del túnel, y entonces mis ojos se abren un poco
más, y me doy cuenta de que es las bombillas fluorescentes del hospital.
Estoy vivo, de alguna manera.
Es un shock. Realmente había creído que era el final de la línea, que
lo último que vería sería esa alfombra de hotel de cachemira frente a mis
ojos.
Pero puedo oír el pitido de las máquinas, sentir el dolor fuerte en mi
costado cuando me muevo. Estoy sin camiseta, con el costado envuelto
en una gasa, y noto que me cuesta un poco de esfuerzo respirar
profundamente.
―Seguro que algo ahí dentro se ha jodido de verdad ―murmuro en
voz baja, mirando los moratones alrededor de la gasa.
―Estás bien jodido ―dice una voz profunda con acento irlandés a mi
lado, y yo parpadeo con fuerza, mi visión se aclara por completo
mientras recupero la atención.
Colin Macgregor está sentado junto a mi cama, con una pistola en la
mano.
―Es una pena ―dice, sacudiendo la cabeza―. Solía ser mejor tirador
que eso, pero ya sabes, la vejez y todo eso. Nos llega a todos.
―¿Qué ha pasado...? ―balbuceo, con la garganta y la boca tan secas
que apenas puedo hablar―. Viktor...
―Me temo que también lo he ingresado en el hospital, pero aún no
está muerto. Le haré una visita pronto, no te preocupes, muchacho. Su
segundo se dirige a dos metros bajo tierra en cuanto puedan enterrarlo.
―¿Liam? ―Siento una aguda punzada de preocupación por el chico,
que fue lo suficientemente valiente como para enfrentarse a su padre
delante de todos.
―Sí, se merece una buena paliza, pero no soy de los que matan mi
propia carne y sangre. ―Se inclina hacia delante, con la pistola todavía
en la mano―. Tengo otras marcas que terminar primero, de todos
modos. Tú, por ejemplo, Luca Romano. ―Sonríe, su rostro envejecido
se arruga al hacerlo―. No estoy seguro de qué hacer con tu esposa, para
ser honesto. He oído que te ha dado la vuelta a la cabeza con ese dulce
coño entre las piernas. Así que tal vez me dé un gusto antes de acabar
con ella, ¿sí? O tal vez debería mantenerla para mí. ¿Una bonita pieza
para calentar mi cama cuando me apetezca tener algo más que la vieja
en mi cama?
―No toques jodidamente a Sofia ―siseo―. Lo juro por Dios, Colin
Macgregor.
―Sí, júralo. ―Se levanta, su agarre apretando la pistola―. Te
encontrarás con Él muy pronto.
Puedo sentir el frío pozo del miedo en mi vientre, a pesar de toda mi
valentía. Escapé una vez, pero ahora no hay fallo. Está demasiado cerca,
sin otras distracciones. Este no es él disparándome a través de una mesa,
con su hijo haciendo todo lo posible para evitar que su padre realice una
acción precipitada. Este es él, solo y confiado, y sé que ha llegado mi
hora.
Mi número se ha acabado, como se dice, y supongo que, después de
todo, no podré decir las palabras a Sofia.
Traté de protegerte. Intenté...
―Di buenas noches, muchacho. ―Colin me aprieta el cañón en la
frente y yo cierro los ojos, negándome a mostrarle siquiera una pizca de
miedo. Moriré bien, al menos, si tengo que morir.
El chasquido del disparo reverbera en mi cuerpo, una sacudida
eléctrica de dolor me atraviesa mientras mi cuerpo reacciona a ella,
sacudiéndose en la cama, un lavado caliente de dolor que se une a él
mientras la herida en mi estómago protesta.
Un grito resuena en la habitación, y se oye el sonido de un cuerpo que
se estrella contra algo metálico y luego golpea el suelo.
Un momento después, abro un ojo, y luego el otro, y me doy cuenta
de que, a pesar de la reacción de mi cuerpo al disparo, no estoy muerto
en absoluto.
El disparo no fue de Colin.
Miro y veo a uno de mis guardaespaldas, Val, entrando en la
habitación, con su pistola agarrada con fuerza en una mano.
―¿Está bien, jefe? ―me pregunta, con la voz tensa―. Creo que tengo
al cabrón.
Lentamente, miro hacia el otro lado y veo el cuerpo de Colin en el
suelo, con la sangre esparcida por las baldosas. No está muerto, el
disparo le dio de lleno en el costado, pero está inconsciente, desplomado
contra el radiador de la pared.
―Sí ―digo con una voz que no parece la mía―. Creo que lo hiciste.

Falta una semana para que me permitan volar a casa. En ese tiempo,
no llamo a Sofia. Quiero hablar con ella en persona la próxima vez que
escuche mi voz, porque aún hay mucho que decir, y aún no estoy seguro
de la decisión que quiero tomar.
No voy a hacer que la maten, obviamente. He dicho cosas en el
momento de ira que no son posibles que haga. Especialmente no con
nuestro bebé en su vientre, pero más allá de eso...
¿Puedo confiar en ella ahora, después de todo? Y lo que es más
importante, ¿puedo amarla? ¿Puedo formar una familia con ella?
No sé las respuestas a esas preguntas, y necesito tiempo para pensar.
No puedo tener a mi lado a una mujer en la que no puedo confiar, por
mucho que la desee. La pasión, el deseo e incluso el amor no son
suficientes para que una relación funcione en mi mundo. Eso lo sé.
Lo que importa al final, además de la confianza, es si Sofia quiere...
para formar parte de este mundo, de esta vida, conmigo, y la única
forma que conozco para averiguarlo es darle la oportunidad de decirme
la verdad y ver qué pasa.
El ático está muy tranquilo cuando entro. Me muevo lentamente,
todavía cojeando por la herida que me está curando en el estómago, y
me abro paso por el piso inferior, buscando a mi mujer. Evito el estudio:
ahora sé lo que ha pasado ahí. Las alfombras y el piso habrán sido
limpiados, pero aún no estoy preparado para mirar el lugar donde
murió mi mejor amigo, el hombre que me traicionó más profundamente
de lo que imaginé que alguien podría hacerlo. El Abel de mi Caín, mi
hermano.
Y ahora se ha ido.
No quiero perder a nadie más. Se me aprieta el pecho mientras subo
lentamente las escaleras. Sofia no está en su habitación; cuando abro la
puerta, veo a Ana tumbada encima de la cama, con una manta encima
mientras duerme la siesta. Vuelvo a salir al pasillo en silencio, sabiendo
que solo hay otro lugar donde Sofia podría estar.
Está en nuestro dormitorio, sentada en el borde de la cama con las
manos apretadas entre las rodillas. No levanta la vista cuando entro.
―Me enteré de que ibas a volver a casa hoy ―dice suavemente―. Me
alegro de que estés vivo.
―¿Lo estas? ―No puedo evitar preguntar; es una pregunta honesta.
Si yo estuviera muerto, ella sería libre. Me recuerda que tuvimos una
conversación muy parecida en el hospital después del ataque al hotel.
Entonces, Rossi seguía vivo y era un gran peligro para ella. Ahora, si yo
me fuera, no quedaría nadie para retenerla aquí. Viktor ya no la
necesita―. Podrías irte si yo estuviera muerto.
―No te quiero muerto. ―Su voz es tranquila plana, como si estuviera
conteniendo su emoción. ―Lo digo en serio. Me alegro de que estés a
salvo.
―¿Y tú? ―No hago ningún movimiento para entrar en la habitación
todavía, quedándome justo al lado de la puerta mientras la cierro tras
de mí―. ¿Estás bien?
―Todo lo que puedo estar. Maté a un hombre. ―Su voz es todavía
sin tono y baja―. Mi primera vez.
―La primera vez es siempre la más difícil.
―Trató de matarme primero.
―Lo sé. Me lo han contado todo. No te culpo, Sofia.
―¿Lo sabes todo? ―Sigue sin mirarme―. ¿Lo qué hizo?
―Lo sé ―confirmo―. Viktor me contó su traición. Lo habría hecho
yo mismo si no lo hubieras hecho tú. Después de lo que le hizo a Ana...
―También le hacía daño a Caterina. Ella me mostró los moretones.
―Mierda. ―Aprieto los dientes, una nueva oleada de rabia hacia un
muerto me invade―. Recibió su merecido, Sofia. No deberías sentirte
culpable.
―No lo siento. No siento mucho de nada.
―Me equivoqué con Franco ―digo lentamente, dando otro paso
hacia la habitación―. Confié en él y me equivoqué, y ahora me pregunto
en qué más me equivoqué. Confié en ti, y conspiraste con Ana para
traicionarme.
―Entonces, ¿vas a hacer que me maten?
―No, Sofia ―digo en voz baja―, pero creo que tal vez, ahora que la
amenaza de la Bratva ha desaparecido y Franco está muerto, podría ser
el momento de volver a lo que acordamos en un principio. Me encargaré
de que tengas un apartamento propio. Podemos vivir separados, incluso
divorciarnos si es lo que quieres, cuando las cosas se hayan calmado.
―Ni de coña me voy a divorciar de ti, pienso mientras lo digo, pero
necesito que me crea. Necesito saber si me dirá la verdad cuando se le
dé la oportunidad, si volverá a luchar.
Si quiere quedarse.
―Puedes ir a París ―continúo―. Todavía puedes tener tu carrera.
Hablaré con el director de Juilliard y haré los arreglos para que termines
tus clases para graduarte. Ya puedes volver a tu vida, Sofia. El peligro
ha desaparecido. Así que supongo que nuestro matrimonio ya no es
necesario.
Hay un largo silencio que se extiende entre nosotros, y me pregunto
si va a confesar después de todo o si va a guardar sus secretos, y si lo
hace, ¿qué hago entonces?
Y entonces, finalmente, se vuelve hacia mí y me mira por primera vez
desde que entré en la habitación, y dice las palabras que he estado
esperando oír.
―Luca, estoy embarazada.
22

Siento como si el corazón se me fuera a salir del pecho


Me dio una salida. Un escape. Podría haberla tomado. Podría haber
mantenido al bebé en secreto y aceptar su oferta de irme. Estar en París
cuando diera a luz. Ir a Londres.
No vuelvas nunca más a Manhattan. Deja todo esto atrás.
No hace mucho tiempo, eso habría sido todo lo que había esperado y
rezado, pero ahora sé con certeza que ya no es lo que quiero. No quiero
vivir separada de mi marido, y no quiero irme.
He matado por él, y ahora estoy listo para luchar por él.
Por nosotros.
―¿Desde cuándo lo sabes? ―La voz de Luca es cuidadosa, tensa, y
no puedo decir si está contento o no.
Me levanto lentamente de la cama y me acerco a él. No se mueve, y
veo que traga con fuerza, con la nuez de Adán moviéndose en su
garganta.
―Lo supe el día que llegaste a casa ensangrentado ―digo en voz
baja―. El día que te enfadaste conmigo por ir al hospital con Caterina.
Había estado enferma, pero pensé que era solo una especie de gripa o
molestia del estómago, y entonces me metí en una discusión con Rossi,
y me rompió el collar, y vomité en el baño. Al día siguiente todavía
estaba enferma y me di cuenta de que había perdido mi período.
Entonces lo supe ―continúo, respirando profundamente―, pero lo
confirmaron en el hospital después de que me trajeras ahí.
―¿Y no me dijiste?
―No pude. ―Mi voz es suave, suplicante―. Luca, me hiciste firmar
ese horrible contrato, diciendo que terminaría si alguna vez me quedaba
embarazada. No sabía por qué esa cláusula estaba ahí cuando firmé, y
no pensé que importaría. Ni siquiera pensé que tendríamos sexo, y
mucho menos… ―mi voz se entrecorta. Tengo que respirar de nuevo,
tratando desesperadamente de mantener el control de mis emociones―.
No sabía qué hacer. Después de cómo estabas esa noche, me sentí tan
lejos de ti, tan asustada. No sabía si me obligarías a cumplirlo o no, y
quería al bebé. No pude hacerlo. E incluso si hubieras estado feliz por
eso, yo también tenía miedo de eso. Miedo de la vida en la que criarías
al bebé, miedo de lo que sucedería si tuviéramos un niño, aún más
miedo de lo que sucedería si tuviéramos una niña. Recordé a mi padre
muriendo y dejándonos solas a mi madre y a mí, y tenía miedo de que
te pasara a ti, que nuestro hijo pudiera perder a su padre si alguien te
mataba. Hay tanto peligro en esta vida, tanto…
Mi voz se entrecorta de nuevo, y tengo que ahogar las lágrimas
crecientes, lágrimas de miedo, lágrimas de tristeza, lágrimas de pena,
porque estoy casi segura por la forma impasible en que Luca me mira
de que no es feliz, que no quiere al bebé, ni a mí. Que todo lo que
esperaba se ha ido. Que, en el mejor de los casos, tendré que irme.
En el peor de los casos, perderé a mi bebé.
―No entiendo ―le digo en voz baja―. ¿Por qué me harías
deshacerme de nuestro bebé?
―Rossi, Franco y yo teníamos un acuerdo ―dice Luca
simplemente―. Antes de que fuera necesario que me casara contigo. Se
suponía que yo sería Don hasta que Franco tuviera un hijo mayor de
edad, y luego yo debía pasarle el título a él. Es por eso Franco y Caterina
estaban comprometidos. Para que algo de la sangre de Rossi siguiera en
el título. Solo estaba destinado a ser un marcador de posición, y cuando
nuestro matrimonio se hizo necesario, se esperaba que eso aún
sucediera, lo que significaba que no podíamos tener hijos.
―Vaya. ―Es una explicación simple, pero tiene sentido, al menos en
la mente de los hombres que dirigen esta familia―. Bueno, supongo que
eso no importa ahora. ―Lamo mis labios, envolviendo mis brazos a mi
alrededor―. Franco está muerto y Caterina no está embarazada.
―Lo sé.
―No puedo quedarme con alguien que me hubiera obligado a hacer
eso. ―Es difícil para mí decir esas palabras, pero sé que tengo que
hacerlo. Necesito oírlo decir que quiere a nuestro bebé. Si no puedo
escuchar eso de él, entonces sé que no queda nada para nosotros.
―Sofia. ―Luca me mira y veo que su rostro se suaviza por primera
vez desde que entró en la habitación―. Sabía sobre el bebé antes de
nuestra luna de miel.
―¿Qué? ―Lo miro fijamente, atónita―. ¿Y no dijiste nada? ¿Por qué?
―Quería darte la oportunidad de que me lo dijeras tú ―dice
simplemente.
―Casi lo hago, tantas veces… ―me interrumpo, pensando en todas
las veces que casi me sincero―. Sin embargo, estaba tan asustada.
―Pensé cuando tuve ese contrato por escrito que podría hacerlo
fácilmente ―continúa―. Nunca había estado en una relación. Casi
nunca me acostaba con la misma mujer más de una vez. La idea de un
matrimonio real, de sociedad, de amor, de una familia, de ser padre me
era tan ajena que no podía imaginar que sucediera. No podía ver nada
que pudiera cambiar el camino en el que estaba. Así que no me pareció
tan difícil estar de acuerdo con eso. Para mantener el legado que quería
Rossi.
Entonces da un paso más cerca de mí, sus ojos se oscurecen cuando
su mirada se encuentra con la mía.
―Pero una vez que lo supe, Sofia, una vez que fue real, sabía que no
podía. Yo también quería a nuestro bebé. Yo te quería. Por eso puse tanto
esfuerzo en la luna de miel. Quería ver si podíamos funcionar. Si mis
sentimientos eran reales, y quería que me lo dijeras, pero la verdad era
que no podía imaginarme dejando ir a nuestro bebé, o a ti, pero
entonces. ―su mandíbula se aprieta―. Llegamos a casa y descubrí que
tú y Ana estaban conspirando para que huyeras.
―Luca, seguro que lo entiendes…
―Yo sí ―interrumpe―. Entiendo por qué lo hiciste, por qué te
sentiste tan desesperada, y te perdono, Sofia, pero si tenemos alguna
posibilidad de esto, cualquier posibilidad, tenemos que decirnos la
verdad. Tenemos que ser honestos. ―Respira hondo y, por primera vez
desde que entró en la habitación, me toca.
Sus dedos se arrastran debajo de mi barbilla, y me estremezco con su
toque.
―Encontré tu diario ―susurro―. ¿Fue real? ¿Lo que escribiste?
La mirada de Luca sostiene la mía y veo algo ahí, una emoción
profunda e insondable.
―Sí ―murmura, su voz baja y cargada―. Todo ello.
―¿Y todavía lo dices en serio? ¿Qué pasa si digo que quiero
quedarme? Las palabras salen de mis labios, rápidas y nerviosas―, y
si…
―Tienes que estar totalmente adentro, Sofia. Conmigo, con esta vida.
Aquí no hay medias tintas. El deseo y el amor no son suficientes. Tienes
que querer mi mundo si me quieres. Podemos hacer esto juntos, o no
hacerlo en absoluto, pero no hay otra manera.
Mi respiración se atrapa en mi garganta, mi pulso se acelera. Su mano
todavía está en mi mandíbula, sosteniendo mi rostro suavemente, pero
veo algo más oscuro en su mirada. No es ira. Es posesividad, esa vieja
necesidad familiar.
Soy suya.
Pero él necesita saber que yo también creo eso.
―¿Que pasa ahora? ―susurro―. ¿Ahora que Franco está muerto,
ahora que los irlandeses te traicionaron? ¿Qué pasa con Viktor?
―Ahora hay paz con Bratva. Viktor tenía una condición: la vida de
Colin Macgregor. ―Un pequeño músculo en la mejilla de Luca salta
cuando aprieta la mandíbula―. Era una condición que estaba feliz de
conceder. Ahora lo tienen como rehén y pronto nos ocuparemos de ese
problema en particular, una vez que Viktor esté fuera del hospital.
―¿Entonces estaremos en guerra con los irlandeses? ―Me tiembla la
voz, aunque no quiero que lo haga.
―No. ―La voz de Luca es firme―. El hijo de Colin, Liam, se enfrentó
a él en el cónclave. Heredará y mantendrá la paz. Entiende por qué el
castigo de su padre es así. Él no discutirá por eso. ―Luca se queda en
silencio por un momento, mirando mi expresión―. Este es nuestro
camino, Sofia. Así son las cosas. Tienes que entender eso si te vas a
quedar. Si vas a estar a mi lado. Es una vida dura y brutal a veces. ―Su
mano acaricia mi mejilla, sus nudillos rozan la línea alta de mi pómulo.
»Pero a veces también es hermosa.
Levanto la mano, cubriendo su mano con la mía.
―No quiero irme. ―Lo miro a los ojos, mi voz fuerte y firme ahora―.
Sabía cómo me sentía cuando encontré tu diario, y luego, cuando Franco
intentó matarme... ―Respiro hondo, con la mirada fija en la suya.
Fuerte, inquebrantable. La forma en que siempre espero ser―. Encontré
algo dentro de mí que no sabía que estaba ahí. No solo quería salvar mi
propia vida. Yo también quería protegerte. Nuestra casa. Nuestra vida.
No iba a dejar que lo derribara todo, y fue entonces cuando supe que
estaba en el lugar correcto.
Lentamente, doy un paso adelante hasta que mi cuerpo casi roza el
suyo.
―No pensé que quisiera esta vida ―susurro―. No entendía por qué
mi padre me entregó a ti, sabiendo la clase de hombre que eras.
Sangriento, violento, enojado, pero ahora, ahora entiendo. Porque eres
esas cosas, pero también eres más.
Cuando sus manos se cierran sobre la parte superior de mis brazos,
tirando de mí contra él, siento que la oleada de deseo me abruma, mi
cuerpo derritiéndose en el suyo mientras me estiro, entrelazando mis
brazos alrededor de su cuello.
Cuando sus labios bajan sobre los míos, siento que estoy volviendo a
casa.
Y cuando volvemos a caer sobre la cama, sus manos me quitan la ropa
mientras yo hago lo mismo con él, sé que nunca más querré irme.
Las manos de Luca recorren mi cara, mis pechos, bajando por mi
cintura hasta mis caderas mientras abro mis piernas para él,
envolviéndolas alrededor de sus caderas mientras él se coloca en ángulo
contra mi núcleo ya húmedo, deslizando la punta de su polla dentro de
mí y abrazándose. ahí, mirándome con esa mirada oscura y cargada.
―Mía ―susurra, empujando hacia adelante otra pulgada.
―Mi esposa. ―Otra pulgada, y jadeo, sintiendo mi cuerpo estirarse a
su alrededor, sintiendo su gruesa dureza llenándome.
―Mi reina. ―Otra, y gimo, levantando la barbilla, pero todavía no me
besa.
―Mi amor.
Se desliza dentro de mí por completo, hundiéndose hasta el fondo, y
grito, mi cuerpo se envuelve alrededor del suyo cuando comienza a
empujar, y mis caderas se elevan con cada golpe, encontrándolo una y
otra vez.
―Te amo ―susurro contra su boca mientras me besa, sus manos
ahuecan mi rostro, su cuerpo se mueve lentamente dentro de mí. Puedo
sentirlo esforzándose por contenerse, y mi deseo crece de nuevo,
alcanzando su punto máximo cuando presiona su frente contra la mía―.
Córrete conmigo ―susurro―. Me voy a correr, Luca, ven conmigo,
cariño…
―¡Mierda! ―gime cuando siente que me aprieto a su alrededor, mis
caderas se arquean para presionarme contra él, cada centímetro de él
contra cada parte de mí. Lo escucho susurrar cuando lo siento embestir
una vez más, sus caderas moviéndose mientras su orgasmo se derrama
dentro de mí, uniéndose al mío.
―Te amo ―susurra― Sofia. Te amo. Te amo.
―Nunca te dejaré ir. ―Gira sobre su costado, llevándome con él,
sosteniéndome en sus brazos―. Eres mía ―murmura suavemente,
acariciando mi cabello, todavía medio enterrado dentro de mí―. Mia
para siempre.
―Nunca me iré de nuevo. ―Paso mis dedos por su frente―. Confío
en ti, Luca. Sé que nos mantendrás a salvo, y estoy lista para estar en
este mundo contigo. Ya no tengo miedo.
Besa la parte superior de mi cabeza, recostándose contra las
almohadas conmigo todavía acunada en sus brazos.
―Cuando dijiste antes que yo era más ―pregunta, sus ojos verdes se
encuentran con los míos―. ¿Qué querías decir?
Sonrío suavemente, acurrucándome en él mientras presiono mi mano
contra su pecho, atrayendo la suya hacia la mía mientras siento su
corazón latir bajo mi palma.
―No eres solo el hombre duro para el que te criaron ―digo en voz
baja―. También eres muchas otras cosas.
―¿Cómo qué? ―Los ojos de Luca se arrugan suavemente con
humor―. Dime, esposa.
―Valiente ―susurro―. Leal. Justo. Implacable en la búsqueda de lo
que quieres. Encantador. Carismático. Ambicioso.
Lo miro, a los ojos del hombre con el que quiero pasar el resto de mi
vida, y sé por fin, con absoluta certeza, que he tomado la decisión
correcta.
―¿Y cuándo se trata de los que amas? Implacable.
EPÍLOGO

La reunión tiene lugar en mi oficina.


Es la primera vez que vengo desde que Franco fue asesinado. Hay un
dolor en mi pecho cuando me doy cuenta de que él no tomará su lugar
en la silla al otro lado de mi escritorio, que no se quedará holgazaneando
ahí, fingiendo que nada de esto le importa una mierda.
Que no solo mi mejor amigo se ha ido para siempre, sino que su
memoria está contaminada más allá de toda redención.
La puerta se abre y entran Viktor y Liam. El rostro de este último está
pálido y sobrio, pero está bien vestido con un traje gris oscuro, los
hombros cuadrados y la espalda erguida.
Me pongo de pie y me encuentro con ellos frente a mi escritorio,
estrechándoles la mano a su vez. Hay un aire solemne y pesado en la
habitación, y todos sabemos por qué.
Liam, sorprendentemente, es quien rompe el silencio.
―Entiendo por qué tenía que hacerse ―dice, su voz tranquila pero
firme―. Yo no supe de la traición de mi padre, ni de la de Franco. Ni
siquiera sabía que tenía un medio hermano. ―Una sombra de dolor
pasa por su rostro entonces, pero no vacila. Se mantiene firme, un
hombre a pesar de su relativa juventud―. Si lo hubiera sabido, lo habría
detenido mucho antes de que llegara tan lejos. ―Nos mira a los dos, su
mirada resuelta―. Quiero la paz, tanto como cualquiera.
Viktor saca la mano del bolsillo y le tiende la mano.
―Para ti ―dice simplemente, y cuando Liam abre la palma de su
mano, Viktor coloca el anillo de Colin en él, el sello de esmeraldas que
siempre usaba.
La mano de Liam se cierra a su alrededor, formando un puño
apretado cuando cae a su costado.
―Tu padre murió valientemente ―dice Viktor, mirando a Liam
directamente―. Fue rápido, y se fue sin quejarse y con honor. Le
devolveremos el cuerpo a tu familia para que lo entierren.
―Gracias. ―La voz de Liam rara vez tiene acento, pero escucho un
rastro a medida que el dolor espesa su discurso.
―¿Es eso suficiente para la paz? ―Miro a Víctor―. Franco Bianchi
está muerto. Colin Macgregor está muerto. La traición está terminada,
el complot deshecho. ¿Estás de acuerdo en que es suficiente?
Viktor se gira para mirarme completamente.
―Franco era como tu hermano ―dice, con la voz tensa―. Era tu
subjefe, tu mano derecha. Y, sin embargo, no podías controlarlo. Se alió
conmigo contra ti, y me traicionó. Él rompió su promesa para con
nosotros. Así que pediría una cosa más, mantener la paz. Lo último que
puede hacer, incluso en la muerte, para corregir esto.
Arrugo la frente.
―¿Qué? Si está en mi poder dar, estoy feliz de hacerlo. Quiero que
esto se haga.
Una lenta sonrisa se extiende por el rostro de Viktor.
―Quiero a su viuda ―dice simplemente―. Quiero a Caterina Rossi
como mi esposa.
GRACIAS por leer la serie Promise. ¿Quieres continuar el viaje
siguiendo a Caterina? Continúa leyendo para obtener un adelanto.
1

Una novia de la mafia sabe que puede llegar un día en que tenga que
vestirse para el funeral de su marido.
Esta es una vida peligrosa la que todos llevamos, después de todo,
especialmente los hombres. Este es un mundo de sangre y violencia,
riquezas y excesos pagados con vidas cortas y rápidas que arden y se
extinguen con la misma rapidez. Siempre he pensado que esa era
probablemente una de las razones por las que el amor rara vez influye
en los matrimonios de la mafia.
Es más fácil ver un vestido negro colgado junto a tu vestido de novia
en tu armario si el matrimonio se hace por conveniencia y no por amor.
Yo no había amado a Franco. No en la forma en que la mayoría de la
gente piensa en el amor. No había nada de novelas románticas en
nuestra relación, muy poco en el camino de la pasión. Las rosas, las joyas
y los grandes gestos se debían a que los esperaba, no a que estuviera
locamente enamorado de mí.
Era… soy una princesa de la mafia, después de todo. Cortejarme
significaba hacer todo lo posible, incluso si la decisión final sobre mi
matrimonio no había estado realmente en mis manos.
Había estado en manos de mi padre, y siempre supe que así serían las
cosas.
Mi padre.
Es culpa de mi difunto esposo que mi padre esté muerto. Que mi
madre está muerta. Que esté parada frente al espejo de cuerpo entero en
la habitación de mi infancia, mi vestido negro hasta la rodilla todavía
desabrochado, el tul del medio velo que se espera que use para el funeral
aplastado en mis manos. Este es el tercer funeral al que habré ido en casi
unos meses. El tercer funeral de alguien cercano a mí, nada menos.
¿Cuánto se supone que debe tomar una persona antes de que se
rompa?
Cautelosamente, toco mi antebrazo. Mi vestido es de manga larga, no
por el clima sino por los moretones amarillentos que me recorren los
brazos de arriba abajo como brazaletes grotescos. Franco dejó sus manos
fuera de mi cuello y cara, al menos, aunque no todas las otras partes de
mi cuerpo tuvieron tanta suerte, y es menos de lo que le hizo a la pobre
Anastasia, al menos. Sabía al menos lo suficiente como para ocultar la
evidencia al único hombre que quedaba que se habría enfurecido al
saber que Franco me había puesto las manos encima.
Luca Romano. El heredero de mi padre. El supuesto mejor amigo de
mi difunto marido. Don de la rama del noreste de la mafia americana.
Y ahora, mi único protector posible. Soy una mujer sin un pariente
varón vivo cercano, sin esposo, y en el mundo en el que vivo, esa es una
posición peligrosa y vulnerable en la que estar. Incluso mi condición de
princesa de la mafia, la única hija del difunto ex Don, no me salvará de
ningún número de posibles destinos desafortunados si no tengo a
alguien que cuide de mí. En todo caso, hace que mi posición sea aún más
tenue. Soy un rehén valioso, una excelente moneda de cambio, una
novia codiciada a pesar de haber enviudado recientemente.
Pero espero que Luca me proteja de todo eso. Podré volver aquí, a la
casa en la que crecí y que ahora me pertenece, y llorar en paz. No por
Franco, no puedo sentir mucho dolor por él después de lo que hizo, por
mi familia, por Luca, por Sofia, por Ana, pero todavía estoy de duelo
por mis padres, y ahora estoy de duelo por algo más.
La vida que había pensado que tendría.
Lentamente, cruzo la habitación hacia el armario, aparentemente para
buscar mis zapatos: elegantes zapatos negros con punta y tacón corto,
nada demasiado provocativo, pero al lado de mis zapatos hay una caja
larga y plana, y sé lo que hay dentro.
Mi vestido de novia.
Sé que no tiene sentido mirar hacia atrás, pero no puedo evitar romper
la tapa de todos modos, alcanzando el interior para tocar el satén frío.
Sofia Romano, la esposa de Luca, me ayudó a elegir ese vestido, solo
unos días después de la muerte de mi madre. Fue una buena amiga para
mí cuando más la necesitaba, cuando me sacaron de mi dolor y me
casaron más rápido de lo esperado para mantenerme a salvo de Viktor
Andreyev, el líder de Bratva aquí en Manhattan, y Franco trató de
matarla. Trató de matar a Luca.
Así que no, no lloraré por él.
Pero por lo que estoy de duelo es por el hombre que pensé que era. El
hombre despreocupado, risueño, pelirrojo y juvenil que mi padre eligió
para mí. Ya lo conocía, por supuesto. Había sido el amigo más cercano
de Luca desde la infancia, y el padre de Luca había sido cercano al mío.
Todos habíamos crecido juntos. Había pensado que era guapo, aunque
imprudente y un poco infantil. Más niño que hombre, siempre. Nunca
imaginé que sería mi marido, pero tampoco me molestó que lo hubieran
elegido por mí. Pudo haber sido mucho peor. O eso pensé en ese
momento, de todos modos.
Siempre había sido consciente de cuáles serían las circunstancias de
mi eventual matrimonio. Siempre supe que quien fuera con quien me
casara sería alguien que beneficiaría a mi padre. Había llegado a un
acuerdo con eso mucho antes de mi compromiso. Esa era la razón por la
que en realidad nunca había tenido citas, aunque no estaba
expresamente prohibido. No tenía sentido, en mi mente. ¿Por qué tener
citas, cuando sabía que no tendría elección en mi futuro esposo? ¿Por
qué poner la tentación en mi camino, cuando sabía que mi virginidad
era un bien precioso, y no mío para darlo como quisiera?
Lo más sensato que podía hacer era no torturarme con
enamoramientos y aventuras que nunca podrían ser otra cosa.
Y siempre he sido sensata.
Por lo que eso significaba que Franco fue mi primer beso. Mi primer
todo. Me lancé de cabeza a la relación después de nuestro compromiso,
queriendo complacerlo. Esperaba que se desviara, sabía muy bien que
casi todos los maridos de la mafia lo hacían, pero quería retrasar su
eventual infidelidad tanto como pudiera. Fui con él en una limusina
justo después de que me propusiera, por el amor de Dios.
La amargura del pensamiento me sobresalta. No esperaba una
estrecha intimidad emocional entre nosotros, ni fidelidad, ni siquiera
amor verdadero. Pensé que había sido lo más práctica posible sobre lo
que sería nuestro matrimonio, pero esperaba algunas cosas.
Estaba encantada de que mi padre hubiera elegido a alguien de mi
edad. Alguien divertido y lleno de vida. Alguien que no se tomaba las
cosas tan en serio como muchos de los otros hombres que me rodeaban.
Había visto a Franco como, si no un compañero devoto, una aventura.
Alguien que tal vez podría ayudarme a soltarme un poco, relajarme.
Alguien con quien podría divertirme, reírme, disfrutar estar con él.
Alguien que sería un amante aventurero, alguien con quien pudiera
explorar sin vergüenza todas las cosas por las que siempre había tenido
curiosidad en la cama. Un amigo, tal vez.
Muy, muy brevemente, pensé que había tenido eso. Nuestras
primeras noches juntos habían sido buenas, aunque él parecía un poco
frustrado por mi inexperiencia. Mi virginidad no había parecido tanto
una excitación para él como una molestia, pero me dije a mí misma que
eso era bueno. Al menos no era el tipo de hombre que fetichizaba la
virginidad. No habíamos tenido una luna de miel, pero habíamos tenido
unos días para escondernos en la casa de mi familia, y había hecho todo
lo posible para ser una nueva novia feliz, incluso en un momento en que
también era una hija afligida.
Pero Franco no había tenido paciencia para eso, y nuestra relación
había evolucionado rápidamente. Había visto su irritación, su
impaciencia, su falta de cariño por mí casi de inmediato. Me di cuenta
muy pronto de que yo era un trampolín para él, nada más. Que él no
había tenido ninguna esperanza para nuestro matrimonio aparte de
esperar que yo no fuera demasiado problema.
Eso duele, pero todo lo que siguió dolió mucho más. ¿Y las
revelaciones que vinieron con su muerte?
Esas casi me rompen.
Saco mi mano de la caja, cerrando la tapa mientras agarro mis zapatos
y me pongo de pie, colocándolos rápidamente. Sofia me dijo que me
tomara todo el tiempo que necesitara, pero sé que tendré que salir tarde
o temprano. No sería bueno que la viuda llegara tarde al funeral de su
propio esposo.
Hay un golpe en la puerta, y lamo mis labios secos, mi boca se siente
algodonosa.
―Adelante ―contesto, mi voz se quiebra ligeramente cuando me doy
la vuelta para sacar las perlas de mi madre de mi joyero. Junto a ellas,
mi extravagante anillo de compromiso brilla a la luz, agarro las perlas y
cierro la caja antes de sucumbir al impulso de agarrarlo y tirarlo al otro
lado de la habitación. Desearía poder quitarme todas las pruebas de que
alguna vez estuve casada con él, pero sería absolutamente escandaloso
presentarme sin siquiera un anillo de bodas. Dejar mi ostentoso anillo
parecerá una muestra de modestia, pero una mano desnuda sería objeto
de rumores durante meses.
Sofia me dijo que Luca ha hecho todo lo posible para mantener callado
lo que Franco y su padre, su verdadero padre, hicieron, conteniéndolo
en los niveles superiores de las jerarquías mafiosas, Bratva e Irlandesas.
Es mejor que no se propague demasiado. Es demasiado insidioso, una
mentira demasiado grande y una traición demasiado grande para que
los hombres de menor rango lo sepan. Podría dar ideas a otros, si
supieran cuánto tiempo Franco y su padre lograron ocultarlo todo, lo
cerca que estuvieron de acabar con toda una familia y sus herederos.
―¿Caterina? ―Sofia Romano, ahora mi amiga más cercana,
especialmente después de todo lo que pasó, entra en la habitación. Lleva
un vestido negro sencillo, de cuello alto y largo hasta la rodilla, con
mangas hasta los codos y su cabello oscuro recogido hacia atrás en un
moño suave. Es muy similar al que tengo puesto, pero hay una
diferencia muy notable entre nuestras siluetas: el estómago de Sofia está
levemente redondeado, el más mínimo indicio de su embarazo
comienza a mostrarse. Apenas está ahí, si no lo hubiera sabido, podría
haber pensado que había desayunado mucho, pero lo sé, fui yo quien la
animó a contarle a su esposo.
Sofia y yo nos hemos apoyado mutuamente desde hace algún tiempo,
y no espero que eso cambie pronto.
Es un alivio tener una persona en la que siento que puedo apoyarme.
Dos realmente, si cuento a Luca, pero no estoy segura de que pueda
todavía. No he hablado con él desde la muerte de Franco, ni desde que
volvió del hospital. Creo que Sofia me habría advertido si Luca me
culpara de alguna manera, o si tuviera la intención de hacerme
responsable de los crímenes de mi esposo también, pero todavía no
puedo evitar tener miedo. Luca nunca ha sido tan cruel, duro o
autoritario como la mayoría de los mafiosos, hombres como mi difunto
padre, pero el título de Don, la responsabilidad del mismo cambia a los
hombres. Mi madre me dijo eso, y Luca tampoco ha sido nunca un
hombre particularmente cálido. Siempre ha sido amable conmigo, pero
todavía no sé si pondrá a la mafia primero o a mi felicidad y seguridad.
Espero que sea esto último.
Simplemente quiero que me dejen sola para hacer el duelo, por
primera vez desde la muerte de mis padres. Tengo la intención de
arreglar las cosas con Luca hoy, después del funeral, y luego, con suerte,
se me permitirá retirarme a mi propio santuario privado, un convento
de una persona. Ya no tengo ningún deseo de volver a casarme, ni
siquiera de participar realmente en esta vida.
Si pudiera desaparecer por completo, creo que lo haría.
Esta vida ya me ha quitado demasiado.
―¿Estás bien? ―Sofia me mira con simpatía―. Lo sé, esa es una
pregunta capciosa. Toma, déjame subirte la cremallera. ―Se para detrás
de mí, suavemente tirando hacia arriba de la cremallera y pasando sus
manos por la parte de atrás de mi vestido para que la tela frágil quede
correctamente. Me veo dolorosamente delgada, mucho más de lo que
nunca he estado, aunque siempre he sido esbelta. Mis pómulos se ven
como si estuvieran presionando mi barbilla, mi mandíbula afilada, mis
ojos cansados. Ni siquiera una generosa dosis de rímel y corrector pudo
ocultar el hecho de que no he dormido en lo que parecen meses. Una vez
que un hombre te pone las manos encima, es difícil seguir durmiendo
bien a su lado, pero dormir en otra habitación nunca fue una opción para
mí. Tampoco decirle no a Franco, cuando requería mis atenciones en la
cama. Quería que le produjera un heredero lo antes posible, para
solidificar el eventual ascenso de ese esperanzado hijo al puesto que
ocupaba mi padre, y ahora Luca.
Toco mi estómago subrepticiamente, dejando escapar un suspiro de
alivio por enésima vez de no quedar embarazada en el transcurso de
nuestro breve matrimonio. Sofia está radiante con su embarazo, y en el
breve tiempo que había tenido algo de felicidad con Franco, me
imaginaba a mí misma de la misma manera: radiante y feliz de tener a
su hijo.
Ahora no puedo imaginarlo. No solo de Franco, sino de cualquiera.
Siempre me han gustado los niños, pero la vida de esposa y madre de la
mafia se siente ahora a años luz, como si una mujer diferente intentara
vivirla.
He terminado con los hombres. Nunca esperé amor, pero la idea del
matrimonio, de ser un trofeo en el brazo de alguien, del sexo, me hace
sentir mal ahora.
Si me salgo con la mía, nunca volveré a casarme.
―No tienes que hacer nada ―me dice Sofia suavemente, apoyando
una mano en mi codo―. Todo el mundo espera que estés de duelo. Solo
que estés ahí es todo lo que necesitas hacer. ―Alcanza mi mano, saca el
medio velo arrugado y estira la mano para fijarlo en mi cabello,
alisándolo en un moño cuidadosamente sujeto.
―¿No tendré que decir algo? ¿Un elogio para mi marido? ―Me lamo
los labios con nerviosismo, mirando mi reflejo.
Parezco como si estuviera cargando con el peso de la pena, porque lo
estoy, aunque no sea por Franco, pero no sé cómo me subiré detrás de
un podio y miraré a los dolientes reunidos, la mayoría de los cuales ni
siquiera son conscientes de la traición de Franco, y daré un elogio
apropiado para una viuda afligida por un hombre que ahora odio.
Un hombre que, si realmente miro en los rincones más profundos y
oscuros de mi alma, me alegro de que esté muerto.
―Ya le he dicho a Luca que se ocupe de eso ―dice Sofia con firmeza,
sujetando la otra punta del velo en mi cabello. El tul negro cubre mis
ojos hasta la punta de mi nariz, dándome un aire apropiadamente
elegante, y lo más importante, ocultando lo realmente horrible que me
veo en estos días. Estoy muy lejos de mis días de reina del baile de
bienvenida, de ser la chica más hermosa no solo entre las hijas de la
mafia, sino tal vez incluso en el gran Manhattan. Siempre había sido
consciente de lo bonita que era, tal vez incluso un poco vanidosa al
respecto. Estoy segura de que volverá con el tiempo, aunque ya no estoy
interesada en lo que puedo comprar con esa moneda, pero al menos hoy,
parezco mucho mayor que mis veintidós años.
―¿Así que no tengo que hablar en absoluto? ―Miro de reojo hacia
ella―. ¿No pensarán todos que eso es extraño?
―Cuando te pida que subas, empieza a ir y luego rompe a llorar.
―Fíngelo si es necesario ―dice Sofia alentadora―, y dirá algo sobre lo
desconsolada que estás, y el padre Donahue hará avanzar las cosas.
Dejé escapar un suspiro que no sabía que estaba conteniendo.
―Gracias ―susurro, volviéndome hacia ella y agarrando sus manos
en las mías. Puedo sentir las lágrimas acumulándose en las esquinas de
mis ojos―. Gracias por estar aquí para mí, a través de todo esto. Sé que
no ha sido fácil para ti.
―No lo ha sido ―admite Sofia―, pero es mejor ahora, para mí, para
Luca. Estamos mejor. Estamos encontrando nuestro camino a través de
todo esto, y tú también lo harás, Caterina, te lo prometo. Las cosas se
pondrán mejor.
Ella alcanza debajo de mi velo, limpiando una lágrima de mi mejilla
con su pulgar.
―Franco está muerto. Ya no puede hacerte daño a ti, ni a nadie. Te
curarás de todo esto. Solo necesitas tiempo. Solo termina hoy, y luego
tendrás todo el tiempo que necesitas para llorar, sanar y descubrir quién
quieres ser. Solo unas pocas horas más, y para esta noche, todo habrá
terminado.
Me aferro a eso, mientras tomo mi bolso y mi rosario y sigo a Sofia
fuera del dormitorio, hacia el auto que espera.
Para esta noche, todo habrá terminado.
Puedo dejar todo esto atrás y empezar de nuevo, como mi propia
dueña.
Caterina Rossi, una mujer libre. Tiene un sonido agradable.
2

Sigo repitiéndolo una y otra vez, como una oración o un mantra, todo
el camino por el pasillo de la catedral hasta mi asiento en el banco
delantero. Me esfuerzo por no pensar en cómo, no hace mucho tiempo,
caminé por este mismo pasillo vestida de blanco, con Franco
esperándome en el altar. ¡Qué esperanzada había estado ese día! Había
manejado mis expectativas, pero todavía tenía la esperanza de algo de
felicidad. Por un buen matrimonio, según los estándares de la mafia.
Ahora estoy caminando hacia mi asiento todo de negro, la banda
dorada en mi dedo anular izquierdo me quema la piel como una marca,
una que no puedo esperar para quitarme. Será lo primero que haga, una
vez que todos se hayan ido esta noche y esté sola otra vez.
Todos quieren consolarme, decirme cuánto lo sienten, compartir lo
conmocionados y desconsolados que están por la muerte de Franco. Es
todo lo que puedo hacer para asentir y obligarme a superarlo, cuando
todo lo que quiero hacer es gritar que él no era el hombre que ellos, o yo,
creíamos que era. Que era un traidor, un asesino, que se merecía algo
peor de lo que recibió. Me imagino las miradas de horror en sus rostros
si les dijera la verdad, si les contara la forma en que torturó a Ana,
arruinándole los pies de bailarina para siempre, o la forma en que me
dio un puñetazo en el estómago la primera vez que me vino la regla.
Después de nuestra boda, o me arremangara el vestido para mostrar los
moretones de hace solo unos días. Si les dijera cómo me había sujetado,
ordenarme que me callara cuando le dije que no estaba de humor para
el sexo una noche no más de un mes después de casarnos.
Cuando me des un hijo, puedes afirmar que tienes un dolor de cabeza
todo lo que quieras. Hasta entonces, abre las piernas y cállate, princesa.
Eso es todo para lo que fuiste bueno, de todos modos.
Haz tu trabajo. Escuché la voz de mi madre en mi cabeza esa noche.
Me habría dicho que acabara con esto, que cuanto antes me embarazara
antes me dejaría en paz. A los hombres no les gusta acostarse con sus
esposas embarazadas, ella me hubiera dicho. Encontrarán a alguien más
para hacerles compañía, y estarás feliz por eso.
Mi madre había sido muy buena en el manejo de mis expectativas,
cuando se trataba de mi futuro esposo, pero no hay forma de que ella
pudiera haberme preparado para lo que resultó ser Franco.
Finalmente, me dirijo a mi asiento, apretando las manos en mi regazo,
obligándome a mirarlas mientras espero que el padre Donahue se dirija
al podio para comenzar el servicio. No miro el ataúd reluciente, rodeado
de flores, ni las fotos de Franco, sonriendo infantilmente fuera de los
marcos. Especialmente no miro la nuestra, la del día de nuestra boda, las
mismas manos que están unidas en mi regazo en este momento,
entrelazadas con las suyas. Sé qué foto es. En ella, lo miro y él me mira
a mí. Cuando lo vi por primera vez, pensé que la mirada posesiva en sus
ojos era romántica. Ahora, sé que es psicótico.
Es la mirada de un hombre que ve el camino hacia el poder e
influencia frente a él. No una esposa, no un amante. Una escalera.
―Hermanos y hermanas, nos reunimos aquí hoy para llorar el
fallecimiento de uno de los nuestros, Franco Bianchi. ―La voz del padre
Donahue, gruesa y rica en acento irlandés, me saca de mis
pensamientos. La mano de Sofia encuentra su camino hacia las mías,
cubriéndolas, y levanto la vista, sobresaltada. Ni siquiera me había dado
cuenta de que se había sentado a mi lado, Luca al otro lado.
Con cuidado, aflojo mis manos, dejándola deslizarse entre ellos. Se
siente bien, tener una amiga sosteniendo mi mano. Consolador. Me hace
pensar, solo por un momento, que tal vez ella tenía razón. Que, si puedo
superar esto, el funeral y la recepción después, todo estará bien. Puedo
hacer el duelo por mi cuenta, sola, a mi manera. Puedo dejar todo esto
atrás y empezar de nuevo. Puedo decidir, por primera vez en mi vida,
quién debería ser Caterina Rossi. Apenas escucho el resto del servicio.
Realmente no escucho al padre Donahue darle la palabra a Luca y yo
apenas soy consciente de lo que dice Luca, algún discurso fabricado
sobre cómo Franco era como un hermano para él, qué inesperada fue su
muerte, qué trágica. Los más cercanos a Luca saben la verdad, por
supuesto, pero el resto del mar de dolientes en la catedral simplemente
estará asintiendo, secándose las lágrimas con pañuelos, tocados por el
completamente inventado elogio de Luca.
Casi echo de menos a Luca llamándome para dar el mía. La mano de
Sofia en mi espalda me ayuda a ponerme de pie, pero tengo una oleada
repentina de recuerdos: me levanté para hablar en el funeral de mi
madre no hace mucho tiempo, y luego en el de mi padre justo después
de eso, y el dolor que se eleva para ahogarme, y darse a conocer en
sollozos que no son fingidos en absoluto. Es real y me tapo la boca con
la mano y me hundo en el banco mientras el brazo de Sofia me rodea los
hombros y me sostiene.
En la distancia, escucho a Luca disculparse por mí, la viuda afligida.
Hay un murmullo de simpatía, y el padre Donahue hace que las cosas
avancen tal como Sofia y yo lo habíamos planeado, pero ahora estoy
llorando en serio, las lágrimas de rímel corren por mis mejillas.
Me las arreglo para recomponerme mientras nos dirigimos al
cementerio. Siento un nudo en el estómago cuando bajan el ataúd de
Franco junto al de su madre. Al menos la tumba reservada para él no
estaba junto a la de su padre, cuyo apellido no debería haber tenido, el
padre que no era el suyo en absoluto. En vez de eso, estaba al lado de su
madre, cuyo error con su verdadero padre inició todo esto sin que ella
supiera las consecuencias que tendría.
No puedo evitar mirar a través del cementerio hacia la tumba que sé
que está en algún lugar de ahí, donde están enterrados los irlandeses.
Conor Macgregor. El hombre cuyo apellido debería haber tenido Franco.
¿Habrían sido diferentes las cosas? ¿Si su madre hubiera confesado?
La habrían matado, probablemente, Franco entregado a otra familia en
una parte del país lejos de los irlandeses infractores. Podría haber
comenzado una guerra, dependiendo de cuán furioso estuviera el
marido cornudo de Bianchi, pero probablemente no. Mi padre no habría
permitido eso, no lo creo. Habría sido una humillación, pero una que se
solucionó en silencio.
En vez de eso, se le había permitido girar fuera de control. Todo por
la mentira de una mujer.
Sin embargo, es difícil para mí culparla tanto como alguna vez lo hice.
Sé lo que es ahora acostarse al lado de un hombre que no solo no amas,
sino que odias por completo. Nunca conocí al padre de Franco, pero sé
que es posible que él también fuera un hombre cruel, que la madre de
Franco hubiera estado tan desesperada por el afecto, por el amor, por el
placer, que cometió un error que podría haberle costado la vida. Ella
también había estado lo suficientemente desesperada como para
encubrirlo.
No puedes cambiar nada de eso.
Veo como bajan el ataúd, mis manos entrelazadas frente a mí, y me
recuerdo a mí misma una y otra vez. No sirve de nada mirar atrás. Solo
hacia adelante. Lo repito mientras tiro el puñado de tierra requerido, la
rosa blanca. Me digo a mí misma una y otra vez mientras vuelvo al auto
para ir a casa, una casa que pronto estará llena de gente con la que
preferiría no hablar, todos expresando sus condolencias por algo que
agradezco que haya terminado.
Solo supéralo. Esta casi terminado. Para esta noche, estaré libre de eso.
Siempre he sido fuerte. Mi madre decía que tenía una columna
vertebral de acero, pero últimamente ha sido duramente probada.
Pronto, muy pronto, podré dejarlo ir.
¿Cómo sería mi vida sin las expectativas de los hombres?
No puedo esperar para averiguarlo.
****
La línea de dolientes que quieren hablar conmigo y compadecerse de
mí una y otra vez es tan interminable como lo era en la catedral, pero en
algún punto entre los «siento» y los ofrecimientos de galletas y cazuela
de atún, logro arrinconar a Luca en la sala de estar junto a la chimenea,
un poco alejado de los grupos de invitados agrupados.
―¿Cómo te va, Caterina? ―Me mira con esos intensos ojos verdes
suyos, mirándome como si pudiera ver la verdad absoluta de lo que
estoy sintiendo. Tal vez pueda. Luca me conoce bien, incluso mejor que
Franco. Estaba cerca de mi padre, después de todo. Ayudó a arreglar mi
compromiso. En un momento, me pregunté si me iba a casar con él.
Incluso le pregunté a mi padre al respecto, antes de saber que lo habían
prometido a otra persona, alguien con quien en realidad nunca esperó
casarse.
Sofia, por supuesto.
Me alegro de que Luca no sea mi marido. No hubiéramos sido muy
adecuados el uno para el otro, menos aún que Franco y yo, pero ahora
está en una posición completamente diferente, una de poder sobre mí,
como Don, y tengo más que un poco de miedo de lo que eso podría
significar para mí.
―Creo que tan bien como se puede esperar ―digo diplomáticamente,
mirando alrededor de la habitación. ―Estoy lista para un poco de paz y
tranquilidad.
―Bueno, te los quitaré de en medio tan pronto como pueda sin crear
un escándalo ―dice Luca amablemente―. Mi posición viene con
algunas ventajas, ya sabes. ―Me mira con atención―. Quiero
asegurarme de que estás bien aquí sola, Caterina. Que Tú…
―Estaré bien ―digo rápidamente―. No soy frágil. Estoy afligida,
pero me curaré.
―No, nunca has sido frágil ―dice, su voz pensativa, pero parece que
tienes algo en la cabeza.
Hago una pausa, tomando aire. No hemos hablado desde... Trago
saliva, tratando de pensar en la forma correcta de decir lo que hay que
decir.
―Quiero disculparme, Luca ―digo formalmente, echando los
hombros hacia atrás mientras lo miro directamente a los ojos―. No tenía
conocimiento de lo que estaba haciendo mi esposo, o lo que había
planeado, pero de todos modos yo era su esposa. Sé que podrías
hacerme un poco responsable de todo lo que pasó, y quiero que sepas
cuánto lo siento por todo esto, y que no pude detenerlo. Que estaba ciega
ante la traición de mi marido hacia ti.
Los ojos de Luca se abren en estado de shock, y da un paso adelante,
poniendo sus manos con cuidado en la parte superior de mis brazos.
Odio estremecerme con su toque, con cualquier hombre, pero Sofia debe
haberle contado sobre los moretones, porque su toque es
extremadamente suave.
―Caterina ―dice en voz baja, casi con desaprobación―. No te culpo
en absoluto. ¿Cómo puedes pensar eso? Por supuesto que nada de esto
fue tu culpa. La culpa fue enteramente de Franco y lo ha pagado. Eras
su esposa, pero no tenía motivos para pensar que eras su confidente.
Es difícil para mí comprender por completo el peso de lo que está
diciendo; todavía estoy demasiado abrumada por los acontecimientos
del día, pero me siento aliviada, no obstante. Asiento, parpadeando
lentamente mientras busco a tientas una silla cercana y me hundo en
ella, sintiendo como si pudiera respirar de nuevo. No me había dado
cuenta de lo preocupada que había estado hasta que Luca dijo en voz
alta que no me culpaba de ninguna manera.
―Pero Caterina ―continúa, su voz baja y seria. Suena lejano, y sé que
he superado el punto de lo que puedo soportar por un día. Estoy más
cansada que nunca, a punto de desmayarme de la emoción y el
agotamiento, y veo vagamente a Sofia entrando en la habitación,
acercándose rápidamente hacia mí―. Necesito algo de ti ―continúa
Luca mientras Sofia camina a mi lado, ayudándome a levantarme con
delicadeza―. Por el bien de la familia, Caterina.
Por el bien de la familia. ¿Cuántas veces he escuchado a lo largo de mi
vida?
―Por supuesto ―digo aturdida―. Lo que sea que necesites.

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