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Pero cuanto más lucho contra eso, más me atrae, y ahora sé que ella
guarda un secreto.
1 Pistola semiautomática con marco de polímero de Heckler & Koch, disponible en 9 × 19 mm Parabellum y .40 S&W.
fondo. Sin pensarlo dos veces, avanzo a grandes zancadas por el pasillo,
con los dientes apretados mientras busco la habitación en donde está mi
mujer.
Cuando abro la puerta, mis peores temores se confirman, y la visión
que tengo delante es más horrible de lo que imaginaba.
Sofia está atada a la cama, completamente desnuda, con la cara
magullada e hinchada. Aunque no veo ningún indicio de lesión más allá
de la sangre procedente de la paliza que claramente le dieron, se retuerce
en la cama como si sufriera un dolor insoportable, con los labios partidos
e hinchados abiertos mientras gime. Lo he visto docenas de veces, ese
punto en el que la garganta duele demasiado para gritar, demasiado
maltratada e hinchada, pero la persona que grita sigue creyendo que
está gritando cuando en realidad solo está maullando como un gatito.
Verla así, sabiendo el punto al que la han empujado, me pone al borde
de la locura.
Rossi está junto a la cama en su silla de ruedas, y se gira bruscamente,
su rostro palidece ligeramente al verme, así que no estaba tratando de
atraerme aquí. Reconozco a Ricard, un miembro de la brigada de tortura
de Rossi al que siempre desprecié y del que pensaba deshacerme en
cuanto acabara con la Bratva. Tuve tiempo de reconsiderar a los
hombres de los que quería rodearme. Los demás son solo soldados sin
rostro para mí, mafiosos que sin duda tienen sus propias razones para
seguir a Rossi en esta locura. No me importan. Morirán, por supuesto,
pero me importa una mierda por qué están aquí o cuál es su motivo.
Lo que me importa es por qué mierda Rossi decidió secuestrar y
torturar a mi esposa, y quiero saberlo antes de enterrarlo.
―Más vale que no hayas dejado que ese asqueroso la violara ―gruño,
entrando en la habitación con una P30L apuntando a Ricard y la otra a
Rossi―. Si la tocó...
―Oh, jodidamente la toqué. ―Ricard se lleva la mano a la nariz y
olfatea dramáticamente―. El coño de tu mujer es jodidamente dulce,
Príncipe…
Ni siquiera pienso qué hacer a continuación. Solo reacciono.
Los gritos de Ricard llenan la habitación cuando la primera bala se
clava en su rodilla.
―¿Alguien más tiene algo inteligente que decir? ―Miro alrededor de
la habitación. El rostro del rubio se ha puesto pálido y parece que podría
vomitar. Los otros dos también parecen un poco cenizos y sacuden la
cabeza.
―Solo seguíamos las órdenes del Don... ―empieza a decir uno de
ellos, y vuelvo a disparar, sus gritos se unen a los de Ricard cuando mi
disparo le da de lleno en el hombro.
―Yo soy el puto Don ―gruño, mi voz es un gruñido bajo―. Ustedes
responden ante mí, y les prometo que responderán de esto con sus vidas.
―Eres un maldito débil, eso es lo que eres ―escupe Rossi―. Debería
haber matado a Sofia desde el principio y no haberte dado nunca la
opción de casarte con ella. Pensé que dejarte cumplir la promesa de
Marco te permitiría entretener tus fantasías de ser el tipo de hombre que
rescata damiselas en peligro mientras yo manejaba la amenaza rusa. No
esperaba verme obligado a entregarte el título tan pronto, o que
olvidaras cada maldita cosa que te enseñé.
―No me enseñaste a torturar y violar mujeres.
―No te preocupes, Ricard no ha pegado más que sus dedos en ella.
Todavía.
Un escalofrío de rabia se apodera de mí, mi visión se oscurece en los
bordes mientras mantengo la pistola firme, apuntando a su cara.
―Me habrías obligado a hacer eso, Vitto. No creas que olvido cómo
me dijiste que tomara su virginidad en nuestra noche de bodas, de una
forma u otra. Por suerte, ella consintió, pero me habrías matado por
negarme a forzar a mi esposa.
―Es tu mujer. ―Rossi agita una mano despreocupadamente―. Ella
te pertenece.
―Exactamente. ―Aprieto los dientes―. Así que me la llevo de aquí,
de vuelta a casa.
―No, no permitiré que destruya esta familia y todo lo que he
construido. Sofia debería haber muerto hace años junto con la puta de
su madre. Debería haber matado a Giovanni y a esa zorra rusa antes de
que tuviera la oportunidad de hacer un bebé con ella. No lamento su
muerte, Luca. Solo lamento que tu padre muriera vengándolo. Marco
era un buen hombre, demasiado bueno para morir por un traidor como
Giovanni Ferretti.
Mi siguiente bala entra en la cabeza del rubio. Lo oigo caer, y Sofia
suelta un grito de dolor o de terror, no lo sé. Cuando la miro, veo que
sus ojos parecen vidriosos, como si no me viera realmente. Ni siquiera
estoy seguro de que sepa que soy yo quien está aquí en este momento.
―Me quedan muchas ―digo en tono sombrío―. Entonces, ¿qué vas
a hacer, Vitto? ¿Dejo vivir a los hombres que te quedan y a ti, y me llevo
a mi mujer a casa? ¿O vas a seguir diciéndome que Sofia es una amenaza
para el mayor sindicato del crimen del mundo? No puedes decirme que
una sola mujer puede acabar con todo eso.
―No todo, no, pero si Viktor le pone las manos encima...
―No lo hará ―gruño―. Viktor Andreyev nunca tocará a mi esposa.
―No puedes garantizar eso, y menos con esta mierda de paz en la que
insistes. ―Rossi niega con la cabeza, con una mirada de asco―. Eres
débil, Luca. Nunca debería haberte dado el título. Franco habría sido
una mejor opción.
―Vamos, jefe, la chica va a morir antes de que yo tenga una
oportunidad con ella si el Príncipe sigue hablando...
El cuerpo de Ricard hace el sonido más satisfactorio al golpear el
suelo.
―Puedo hacer esto todo el día. ―Lo miro fijamente, conteniendo el
torrente de rabia que me hace querer asesinar a todos los que están en
esta habitación lentamente, tan lentamente como sé―. ¿Qué pasa si te
dejo salir de aquí, Vitto?
Puedo ver que está considerando su respuesta. Seguramente sabe que
me ha presionado demasiado y que no hay vuelta atrás. Finalmente, con
un profundo suspiro, me dice la verdad.
―No me detendré hasta que esté muerta, y hasta que el último perro
de la Bratva sea borrado de la faz de esta tierra.
―Eso es lo que pensaba. ―Levanto la pistola y oigo dos martilleos
más detrás de mí―. No te molestes ―digo sin darme la vuelta―. Tu jefe
estará muerto antes de que puedas apretar el gatillo, y mis hombres te
harán pedazos por matarme. No vale la pena, al menos les daré una
muerte rápida.
Oigo el ruido de sus pies cuando se dirigen a la puerta trasera. Me
giro rápidamente y les disparo a ambos en la nuca. Caen boca abajo, y
oigo el sonido de los guardias de la parte trasera que se dan a la fuga,
sin duda sabiendo exactamente quién los encontró. Puede que
estuvieran dispuestos a respaldar a Rossi contra los intrusos, pero no
contra mí. Tengo el poder del resto de la organización detrás de mí... y
hombres entregados que no los dejarán escapar de la justicia. Su mejor
apuesta es tener una ventaja.
Y se me acaba el tiempo. No sé qué le hicieron a Sofia, pero necesita ir
a un hospital. Pronto.
―Lo siento, Vitto. ―Me giro hacia él, y veo que el rostro del anciano
palidece al darse cuenta por fin de que nadie va a salvarlo, y que nadie
va a enfrentarse a mí, a elegirme a mí antes que a él frente a la muerte―.
Fuiste como un padre después de la muerte del mío. Me enseñaste
muchas cosas que siempre me servirán y otras que espero poder olvidar
algún día, pero fuiste demasiado lejos. ―Aprieto el cañón de la pistola
contra su frente, y aunque mi pulso se acelera, mi mano se mantiene
firme.
No cuestiono mi decisión, pero eso no lo hace fácil.
La mano de Rossi se aprieta alrededor de algo en su puño.
―Bien ―carraspea, mirándome desafiante―. Mátame, pero
pregúntale a Viktor cuando lo veas. Pregúntale por qué quiere a Sofia.
―Miro al hombre que una vez creí amar como a un padre, y no siento
nada. Solo la rabia que se transforma en frío en mis venas, el mundo que
se estrecha a mi alrededor mientras aprieto el gatillo.
―No me importa una mierda.
El disparo resuena en mis oídos. Rossi se desploma hacia delante, y
mientras su cuerpo se relaja en la muerte, su mano cae abierta,
dejándome ver lo que sostenía ahí.
Es un collar en forma de cruz, con bordes de diamantes tan
minúsculos que casi no los veo.
Es el collar de Sofia, el que siempre solía llevar y que le regaló su
madre.
Me pregunté por qué dejó de usarlo. Ahora lo sé. Rossi se lo robó en
algún momento, solo Dios sabe cuándo.
Siento que la sangre empieza a correr de nuevo por mis venas
mientras bajo las pistolas, metiéndolas en sus fundas bajo mi saco y a mi
espalda mientras me giro hacia la cama para agarrarla. Está fría al tacto,
su respiración es superficial y lenta, y ha dejado de retorcerse tanto,
aunque sigue retorciéndose como si le doliera. Le envuelvo el cuerpo
con la manta sobre la que está tumbada, cortando las ataduras de sus
manos y la levanto en mis brazos. La siento ligera como una pluma y se
me contrae el pecho al mirar su rostro golpeado, con sangre y otros
líquidos incrustados en sus labios y la barbilla.
―Lo siento ―susurro mientras la acuno entre mis brazos.
Esto es culpa mía. Si hubiera sido más frío, más duro, más despiadado
con ella. Si hubiera hecho que me temiera en lugar de hacer que
empezara a amarme. Si no le hubiera dado citas en la terraza y un placer
infinito en la cama, tal vez habría estado demasiado aterrada para salir
de casa.
Debí haberla encerrado en su habitación. Tirar la llave. Construir una
jaula de oro para ella. Cualquier cosa para mantenerla dentro, lejos de
los hombres que la usarían para hacerme daño.
Nunca, jamás, podrás darle a nadie una razón para creer que te importa tanto,
lo suficiente como para que pueda ser utilizada como un arma contra ti.
Ni siquiera a ella.
Mi mente va a toda velocidad mientras la saco de la casa y la llevo al
auto que espera. Sus ojos hinchados se abren por un momento, lo
suficiente para encontrarse con los míos, y por un segundo, creo que
puede reconocerme. Sus labios empiezan a formar una palabra, pero no
puede hablar.
―Shh. Pronto estarás en un hospital, Sofia. ―La acuesto en el asiento
trasero, con cuidado de no presionarla. Aun así, está claro que cada
toque y movimiento es insoportable―. No dejaré que nadie te vuelva a
hacer daño, mi amor. ―No le toco la mejilla, mis dedos se ciernen sobre
su cara, y me permito decir las palabras solo una vez. Después de todo,
ella no las recordará. Si tiene suerte, su mente bloqueará todo lo que
pasó esta noche.
―Mi amor. Mi princesa. Mi reina. ―Aprieto los dientes, viendo cómo
está tumbada―. Todos los que te hicieron esto están muertos, y todos
los que piensen en hacerte daño morirán. Te lo prometo, Sofia. Te
mantendré a salvo de todos.
Incluso de mí.
Me subo al asiento del conductor, preparándome para el viaje al
hospital. Cuando Sofia se despierte, se encontrará con el marido que
recuerda desde los primeros días en que nos conocimos. El que es frío y
duro, brutal y cruel, un hombre al que hay que temer, un rey ante el que
inclinarse, no uno al que hay que amar. Es la única forma que se me
ocurre para mantenerla a salvo. Le rehuiré en privado, y si alguna vez
puedo sacarla en público sin temor a un ataque, seré frío con ella. Haré
todo lo posible para que nadie vuelva a pensar que secuestrar a Sofia
Romano es una forma de llegar a mí.
Es la única forma que se me ocurre para mantenerla a salvo, incluso
si me destroza.
5
La siguiente vez que abro los ojos, lo hago con una luz fluorescente
deslumbrante. Sigo teniendo la sensación de estar ardiendo, pero esta
vez con una especie de euforia. Ya no hay dolor. Todo ha desaparecido
y mi cuerpo se siente ligero. La ausencia de ese dolor es en sí misma una
especie de placer, e intento estirar la mano para tocarme el vientre,
preguntándome si mi bebé sigue ahí. Si ha sobrevivido, pero no puedo
moverme. Mis manos no se mueven, estoy atada de nuevo, y siento que
me agito, que lucho, que quiero gritar.
Hay voces y manos. El pinchazo de una aguja, pero esta no trae dolor.
Solo más paz. Más sueño. Más descanso.
¿Estoy muerta? ¿Esto es el cielo?
La cosa más difícil que he tenido que hacer es mirar a Caterina a los
ojos después de escuchar la noticia de la muerte de su padre.
No me arrepiento de haber matado a Rossi. Una vez que los médicos
me informaron del alcance de lo que él y sus matones le hicieron a Sofia,
cualquier rastro de arrepentimiento se borró por completo, si es que
quedaba alguno después de lo que vi. Es imposible desear no haberlo
matado después de tener a Sofia retorciéndose en mis brazos mientras
esa droga se abría paso por sus venas. Cualquier sentimiento que me
quedara por él, por toda nuestra historia y por todo lo que hizo por mí
después de la muerte de mi propio padre, fue superado por el
conocimiento de lo que le hizo a mi mujer.
Y al final, supongo que eso es parte de lo que él temía todo el tiempo
cuando dije que quería casarme con Sofia en lugar de dejar que
simplemente la eliminara. Que mi lealtad a mi mujer ganara a todas las
demás lealtades que pudiera tener. Sigo siendo leal a la familia, al título
que ostento y al cargo que se me confió, pero en todo el tiempo que llevo
bajo el mando de Rossi, nunca maté a una mujer. Sé que Ricard era su
elección para las ocasiones en que necesitaba información de una, y yo
odiaba eso. Odiaba que Rossi lo permitiera, y ahora que él y Ricard están
muertos, me aseguraré de que no vuelva a ocurrir.
Esta familia será gobernada por mí, a mi manera. Nada me lo impide
ahora.
Pero todavía duele ver el dolor escrito en la cara de Caterina.
Franco no está aquí, lo que me irrita. Ha estado notablemente ausente
durante todas las crisis de su esposa, y no lo he olvidado. Estoy seguro
de que hay muchos hombres por debajo de mí que no son maridos
modelo, pero es particularmente irritante con Franco. Le dieron una
esposa muy por encima de lo que debería haber esperado, la hija del
antiguo Don, y su comportamiento hacia ella roza la falta de respeto, no
solo hacia ella, sino también hacia su difunto padre y hacia mí, por
nuestra decisión de hacerla su esposa.
Niego con la cabeza, apartando ese pensamiento por ahora. Por el
momento, tengo algo más urgente que la negativa de mi mejor amigo y
subjefe a dejar atrás sus costumbres de soltero, y es consolar a la hija del
hombre que acabo de matar, y asegurarme de que no haya sospechas de
que fue mi mano la que asestó el golpe mortal.
―¿Dijiste que fue la Bratva? ―Caterina se pasa la mano por la nariz,
sorbiendo. Es lo menos compuesta que la he visto nunca, y puedo ver
que ha perdido peso desde la muerte de su madre y su boda. Sus mejillas
parecen demacradas y está muy pálida. Su pelo, normalmente frondoso,
brillante y espeso, algo en lo que siempre me fijé aunque sabía que nunca
sería para mí, está recogido en un moño y parece encrespado en los
bordes―. ¿Mataron a mi padre?
―Y secuestraron a Sofia ―confirmo―. Tu padre, algunos de sus
hombres y yo fuimos a rescatarla, pero la Bratva los abatió.
―¿Y cómo saliste, entonces? ―Caterina frunce el ceño y sus labios se
diluyen―. Es una suerte terrible.
No oigo sospechas en su voz: no estoy seguro de que nadie sospeche
realmente que yo haya matado a Rossi. Al fin y al cabo, si no saben que
secuestró a mi mujer, no tengo motivos para hacerlo.
Ya tengo el título, pero puedo ver la confusión escrita claramente en
su cara.
―Iba detrás de ellos en otro auto ―digo en voz baja―. Lo siento,
Caterina. Llegué demasiado tarde, pero me llevé a varios de los Bratva
conmigo. Otros pocos escaparon, pero el que mató a tu padre está
muerto. Le disparé yo mismo.
Ahí está. Limpio, ordenado. Cualquier posible testigo ya está muerto.
―¿Sufrió? ―Le tiembla la barbilla y me doy cuenta de que está
intentando no romper en llanto de nuevo.
―No ―le digo firmemente, y me alegro de poder al menos ser
honesto al respecto―. Fue rápido.
―¿Estás seguro? ¿Cómo...? ―Se le escapa un pequeño sollozo, y me
siento a su lado.
―¿De verdad quieres saberlo, Caterina? Te estás torturando...
Me estremezco al decir la palabra. No estoy seguro de que pueda
volver a pensar en la tortura de forma tan sencilla, como una parte de
mi trabajo, un medio para hacer que los hombres hablen. Me pregunto
cuánto tiempo pasará hasta que no vea el cuerpo desnudo y retorcido
de Sofia frente a mis ojos, atormentado por el dolor. Mi puño se aprieta
a mi lado, y en ese segundo sé que, si pudiera, los mataría a todos, de
nuevo.
―Quiero saberlo ―dice con firmeza, levantando su delicada
barbilla―. Será peor si lo imagino.
―Le dispararon en la cabeza ―le digo con la mayor franqueza
posible, haciendo una mueca de dolor cuando las palabras salen de mi
boca―. Murió instantáneamente, Caterina. No hay forma de que haya
sucedido.
Ella palidece ante eso, pero su barbilla permanece levantada.
―Es bueno que haya sido rápido ―dice finalmente―. Me encargaré
de los preparativos del funeral. Sé que tiene un testamento con sus
deseos.
Su testamento tiene mucho más que eso para Caterina, lo sé. Como
hija única, heredará la mansión Rossi, a la que seguro que Franco estará
encantado de mudarse. También heredará la gran riqueza de su padre,
la parte que es separada del negocio familiar, pero puedo ver en su cara
que no le importa nada de eso.
Rossi merecía morir por lo que hizo, pero sé que es una pérdida
incalculable para ella: su madre y su padre, asesinados con pocas
semanas de diferencia. Puedo ver la carga que pesa sobre sus delgados
hombros, y desearía que tuviera un marido mejor que la ayudara a
soportarlo. Franco siempre ha sido un buen amigo mío y un buen
hombre en muchos aspectos, pero en esto, está fallando.
―Hazme saber si necesitas algo. Lo digo en serio, Caterina. Cualquier
cosa en absoluto. Sofia…
―Estoy segura de que Sofia necesitará descansar. Ha pasado por
mucho. ―Caterina se frota las manos sobre sus rodillas vestidas de
jeans, dejando escapar un largo suspiro.
―Ella querrá ayudar, sin embargo, si puede. ―Incluso yo puedo oír
la aspereza en mi voz cuando hablo de ella. Puede que haya atravesado
una casa llena de hombres para salvarla, pero aún estoy furioso con ella
por haberse ido. Esperaré a que se recupere lo suficiente como para
soportar el peso de mi ira, pero va a haber un infierno que pagar cuando
la lleve a casa.
Caterina se queda callada durante un largo rato.
―¿Y ahora qué, Luca? ¿Irás a la guerra con Viktor? Todos tus intentos
de hacer la paz se han acabado, supongo.
Hago una pausa.
―Bueno, eso depende, al menos en parte, de ti.
Ella parpadea.
―¿De mí? ―La confusión en su rostro es evidente, y puedo entender
por qué. La mafia nunca ha sido muy dada para tener en cuenta las
opiniones de sus mujeres, pero a mí me importa lo que ella quiera.
Aunque no haya sido realmente la Bratva quien mato a Rossi, en cierto
modo, todo esto ha sucedido gracias a ellos, y si Caterina quiere que
alguien sangre por la muerte de su padre, estoy dispuesto a quitárselo
de encima.
Hay un largo silencio entre los dos, y puedo ver que ella está
considerando seriamente su respuesta. Sus ojos brillan con lágrimas,
pero esta vez no caen cuando se gira para mirarme.
―No ―dice finalmente, con su voz temblorosa pero firme―. No, no
quiero más muerte encima de todo esto. Dijiste que los hombres que
hicieron esto están muertos. Así que es suficiente.
Un escalofrío me recorre al oír eso. El hombre responsable no está
muerto, por supuesto. Está sentado frente a ella. Me pregunto qué diría
si supiera lo que hizo su padre antes de morir, la forma en que atormentó
a su mejor amiga, destrozó su cuerpo de dolor y dejó que uno de sus
hombres la agrediera. El médico me aseguró que Sofia no fue realmente
violada, pero sé que fue algo cercano. Ricard le habría puesto sus sucias
manos encima.
En particular, me gustaría haber tardado más en matarlo. Las
mentiras sobre la responsabilidad del secuestro de Sofia y la muerte de
Rossi no eran solo para protegerme. También era para proteger a
Caterina de tener que saber lo que hizo su padre, y de lo que era
realmente capaz. Quiero que ella pueda guardar sus recuerdos sin que
sean contaminados.
―Entonces seguiré intentando hacer las paces con Viktor. ―Espero a
que se ponga en pie, y entonces lo hago yo también, mi mente ya deriva
hacia Sofia―. No sé si funcionará, pero haré todo lo que pueda.
―Sé que lo harás ―dice suavemente―. Eres un buen hombre, Luca.
―Hace una pausa, como si se preguntara si debe decir algo más―.
Quiero la paz igual que tú ―continúa―. Porque Franco y yo estamos
intentando tener un bebé. Hemos decidido no esperar. Podría estar ya
embarazada, y yo ―su voz se quiebra―. No quiero que mi hijo se críe
en una familia llena de sangre, muerte y miedo. Quiero que esta guerra
termine antes y que haya paz en todos los bandos. Sé que eso no es lo
que quería mi padre, pero en ese sentido, no soy la hija de mi padre, y
tú, Luca, no te pareces en nada a él. Sé que puedes hacerlo realidad.
―Haré todo lo posible ―le aseguro―. Tienes razón en que esto ha
durado demasiado. Llegaré al fondo de la cuestión y encontraré una
manera... para poner fin a esto.
―Y... ―Ella vacila―. Ten paciencia con Franco, Luca. Últimamente
ha estado diferente.
Frunzo el ceño.
―¿Diferente cómo? ―Yo también lo he visto, pero tengo curiosidad
por saber a qué se refiere.
―Es más impaciente. De mal genio... tal vez un poco paranoico,
incluso. Creo que le preocupa que los intentos de hacer las paces
vuelvan a estallar en nuestras caras. Está... ―extiende las manos con
impotencia, como si no se le ocurriera la palabra adecuada―, paranoico.
Eso es lo mejor que se me ocurre, en realidad, y es cortante conmigo en
particular.
Se oyen pasos en el pasillo detrás de nosotros y me doy la vuelta.
―Hablando del diablo ―digo con una risa corta―. Franco, has
tardado bastante en llegar.
Al mencionar su nombre, veo a Caterina estremecerse, y frunzo el
ceño, observándola mientras su marido se acerca. Hay una expresión de
nerviosismo en su rostro que me preocupa y me hace preguntarme si el
mal genio de Franco ha pasado de ser un mero grito con su mujer o de
maltratarla. No tengo la costumbre de vigilar los hábitos maritales de
los hombres que tengo debajo, pero nunca toleraría la violencia
doméstica de ninguno de ellos. Rossi, irónicamente, tampoco lo hizo:
recuerdo algunas ocasiones en las que las esposas acudieron a él,
maltratadas más allá de su capacidad de soportar, para pedirle que
interviniera, y siempre lo hacía. Una vez que el marido se negaba a
cambiar su forma de actuar, esa mujer se convertía en viuda, y el marido
en víctima de un «accidente».
Siempre ha habido una regla tácita en la mafia, en la que las mujeres
con maridos abusivos no acuden a la policía, acuden con el Don. Ir a la
policía es imperdonable, y tengo la intención de seguir haciéndolo.
Nunca toleraré que un marido abuse de su mujer, si Franco le hace eso
a Caterina, es aún menos tolerable.
Mis ojos la recorren rápidamente en busca de algún moretón visible,
pero no hay nada que pueda ver. Espero que eso signifique que Franco
no ha sido duro con ella, pero hago una nota mental para vigilarlo mejor.
Sea lo que sea lo que le moleste, tiene que recomponerse. Necesito que
mi subjefe esté en la cima del juego, no distraído y paranoico.
―Me enteré de lo que pasó ―dice Franco, dejando caer un rápido
beso en la mejilla de su esposa―. ¿Sofia está bien?
―Se está recuperando, estaba hablando con Caterina sobre nuestros
próximos pasos con la Bratva.
Los ojos de Franco se entrecierran.
―¿Por qué? No sabía que tuviéramos la costumbre de aceptar
consejos de las mujeres. ―Su tono es de broma, pero veo que la
expresión de Caterina se oscurece.
―Es la hija de Rossi ―le recuerdo―. Ella tiene tanto que decir en lo
que haremos a continuación como cualquiera.
Por la expresión de su cara, me doy cuenta de que Franco no está de
acuerdo, pero antes de que pueda decir nada más, Caterina le dedica
una sonrisa apretada.
―Voy a ver cómo está Sofia ―dice, con un tono falsamente
brillante―. Si alguno de ustedes necesita hablar conmigo de algo,
pueden encontrarme ahí.
Franco la ve salir, su mirada recorre su trasero mientras se dirige al
pasillo.
―Está perdiendo peso ―se queja―. Ese culo ya no es lo que era.
Lo fulmino con la mirada.
―Ha perdido a sus padres en cuestión de semanas, Franco. Dale un
respiro a la mujer.
Se encoge de hombros.
―Oye, no es como si no pudiera encontrar un culo gordo en otro
lugar. Solo digo que ya se está dejando llevar.
Por dentro, su actitud me hace hervir, pero lo ignoro. No estoy aquí
para decirle a Franco que deje de ser un cerdo cuando se trata de su
mujer y de las mujeres en general, y después de todo, no es que yo no
haya tenido actitudes similares a lo largo de los años. Mi incapacidad de
querer a cualquier mujer salvo a una ha sido un desarrollo muy reciente.
Querer no parece una palabra lo suficientemente fuerte para el deseo
que siento por Sofia. Obsesión. Adicción. Una necesidad salvaje que me
desgarra en los momentos más inoportunos.
Incluso ahora, puedo sentir ese dolor familiar por ella, y quiero
llevarla a casa.
Me digo a mí mismo que es solo para que esté a salvo, para poder
encerrarla y volver a pensar en cosas más importantes, pero sé que eso
no es del todo cierto.
Quiero castigarla. Poseerla. Hacerla mía de nuevo. Follarla hasta que
se borre todo rastro de los hombres que tocaron a mi mujer, mi
propiedad, sin permiso.
Me cansé de complacer sus sensibilidades. Ella se puso en peligro, y
es mi trabajo asegurarme de que eso no vuelva a suceder.
Como su marido. Su Don. Su amo.
―Entonces, ¿cuál es el plan? ―La voz de Franco atraviesa mis
pensamientos, y vuelvo a centrar mi atención en él y me alejo de mi
esposa errante y de mi polla rápidamente hinchada―. ¿Qué vamos a
hacer con esos putos de la Bratva?
―Nada ―digo con tranquilidad―. Todavía quiero hacer las paces
con Viktor, y Caterina dijo lo mismo. No quiere más sangre en
recompensa por la muerte de su padre.
Franco me mira fijamente, con los ojos muy abiertos.
―¿Así que no vas a hacer nada? Acaban de secuestrar a tu mujer,
asesinaron al padre de mi mujer...
―No he dicho que no vaya a hacer nada ―lo corto, con un tono más
duro de lo habitual―. Voy a convocar una reunión de todos los jefes, un
cónclave. Lo resolveremos entre nosotros, italianos, rusos e irlandeses,
con todos los que deban asistir. Resolveremos esto de una vez por todas,
sin guerra, sin más derramamiento de sangre.
―Deberías pedirle a los irlandeses que estén a tu lado contra los rusos
―argumenta Franco acaloradamente, levantando la voz―. Colin
Macgregor estará a tu lado, y lo sabes. Podrías borrar del mapa la
amenaza de la Bratva y darle su territorio a los Macgregor.
―La lucha tiene que parar ―digo abiertamente―. El hecho de que no
hayamos podido llegar a un acuerdo puso a Sofia en más peligro;
¿realmente crees que se detendrán en esto? Tengo que averiguar qué
aceptará Viktor para hacer las paces, y deberías estar igual de
preocupado por Caterina. Ella podría ser un objetivo también. ―Lo es,
por lo que me dijo Viktor, pero no lo he compartido con Franco. Sé que
debería compartir con él que el Pakhan de la Bratva quiere a su esposa
como premio, pero últimamente no estoy tan seguro de poder confiar en
su toma de decisiones. Y, además, últimamente se ha opuesto a mis
decisiones con demasiada frecuencia―. ¿No te preocupa el daño que
una guerra pueda hacer a tu familia?
―Me preocupa más la Familia en general que solo mi mujer
―arremete Franco―. Soy un hombre de la mafia igual que tú, Luca,
pero estás tan metido en tu drama personal que no puedes centrarte en
el problema que hay aquí. Estás poniendo a tu mujer por encima de...
―¡Basta! ―Mi voz es áspera y enfadada, más de lo que ha sido nunca
con él, pero parece que no puedo contenerme. Me siento frágil y furioso,
llevado al límite por la deslealtad de mi mujer, el comportamiento
errático de mi mejor amigo y el hecho de que no solo acabo de asesinar
a la persona más parecida a un padre que tenía, sino que además tengo
que orquestar el encubrimiento―. No tendré una guerra, Franco. No si
puedo evitarla.
―Los irlandeses...
―Asistirán al cónclave, como los rusos y nosotros sí saben lo que les
conviene, y nos quedaremos ahí hasta que lleguemos a un acuerdo que
satisfaga a todas las familias, y entonces mantendremos la paz acordada.
―Entrecierro los ojos cuando abre la boca para argumentar de nuevo, y
mi sangre se calienta de justa ira. Me sienta bien dirigir toda esa furia
hacia algún sitio, toda la rabia contenida que ha estado hirviendo a
fuego lento desde que saqué a Sofia de la casa de seguridad―. También
harías bien en ser cauteloso con tus lealtades hacia los irlandeses.
Alguien con tantos rumores a su alrededor como tú debería ser
cuidadoso en sus argumentos a favor de ellos.
La cara de Franco está aturdida mientras me mira fijamente, y su boca
misericordiosamente cerrada por ese último comentario. En todos
nuestros años de amistad, nunca le he echado en cara los rumores sobre
su filiación. Siempre fui yo quien lo protegió de ellos, pero en este
momento, ya no me importa. Ya no me importa nada. Desde que asumí
el papel de Don, él no ha estado ahí como yo esperaba, y estoy
empezando a cansarme de que no sea recíproco.
―Tengo que ver a mi mujer ―le digo fríamente, toda mi paciencia se
agota―. Deberías ver a la tuya.
Y con eso, salgo por el pasillo hacia la habitación de Sofia.
7
Necesito a Ana.
Me costó un poco de esfuerzo, pero descubrí cómo romper la
contraseña del iPad para poder conectarlo y enviar un mensaje. Sé que
veré a Caterina esta semana, pero está agobiada por todo lo que le ha
pasado a su familia. Además, sé que solo hay una persona a la que
realmente puedo confiarle mi secreto.
Mi mejor amiga.
Cuando Ana entra, me echa una mirada y camina directamente hacia
mí, jalándome en un abrazo mientras frota su mano sobre mi espalda,
apretándome con fuerza.
―¿Sabe Luca que estoy aquí? ―murmura en voz baja mientras me
abraza, y yo niego con la cabeza.
―No. Descubrí cómo enviarte un mensaje de texto por mi cuenta.
―Vamos a hablar en el baño, entonces ―me dice al oído―. No hay
cámaras ahí, ¿verdad?
―Dios, espero que no.
Así es como nos encontramos en el enorme cuarto de baño de mi
habitación, sentadas en la cálida baldosa con la espalda apoyada en la
bañera de hidromasaje. Parece extrañamente conmovedor, ya que he
vomitado tantas veces aquí desde que descubrí que estaba embarazada.
Inclino la cabeza hacia atrás y miro de reojo a mi mejor amiga.
―Algo está mal, ¿no?
―Sí ―Me río―. Algo está jodidamente mal.
―¿Es Luca? ―Ana se acerca y desliza sus dedos entre los míos―. ¿Te
está haciendo daño?
―No exactamente. Quiero decir, no es fácil vivir con él, eso es seguro,
pero no está como... pegándome o algo así, si es lo que quieres decir.
―No puedo empezar a hablarle de los juegos mentales que hace
conmigo en la cama porque entonces tendría que explicarle que a veces
me gusta, que me repugna y me excita la forma en que luchamos, y que
nada en mi vida me ha confundido tanto como Luca.
―¿Entonces qué? ―pregunta, mirándome con una preocupación real
escrita en cada centímetro de su cara, y me dan ganas de desmoronarme.
Me he sentido sola durante mucho tiempo y al ver a mi amiga dispuesta
a escucharme, a ayudarme si puede, sentada aquí en el pequeño y cálido
santuario de mi baño, siento que puedo contarle a alguien mi secreto.
Al menos puedo decírselo.
―Estoy embarazada. ―Las palabras salen en un susurro, colgando en
el espacio entre nosotras, y la mandíbula de Ana se cae literalmente
mientras me mira fijamente.
―Oh Dios, Sofia. ―Ana se lleva la mano a la boca―. ¿Qué vas a
hacer? ¿Lo sabe Luca?
―¡No! Y no puedes decir nada. Él... ―Hago una pausa, sintiéndome
mal de nuevo.
―Nunca lo haría ―me promete―. Ya lo sabes, pero ¿por qué pareces
aterrada? Seguro que Luca se alegraría... es un posible heredero para él.
¿No es eso lo que quieren todos esos machistas? ¿Hijos para demostrar
que son viriles y que pueden heredar toda esta mierda? ―Agita la mano
para indicar el ático y la riqueza de Luca.
Sacudo la cabeza y me muerdo el labio inferior.
―El contrato que me hizo firmar contenía una cláusula que decía que
no podía quedarme embarazada. Si lo hago, debo interrumpir el
embarazo inmediatamente o perderlo todo. La protección de Luca, mis
derechos como esposa, todo. Si no lo hago... entonces el contrato entre
nosotros es nulo. El acuerdo de mantenerme viva es nulo.
Su expresión está más horrorizada que nunca.
―Oh, Sofia ―susurra―. ¿Por qué?
―No lo sé ―le digo miserablemente, negando con la cabeza―. No lo
entiendo.
―¿Por qué aceptaste?
―Realmente no tenía muchas opciones, pero tampoco pensaba
acostarme con él, ¿recuerdas? Le hice aceptar que me dejaría virgen,
pero entonces Rossi interfirió y se aseguró de que tuviéramos que
hacerlo, y después de eso...
―¿Lo han hecho otra vez? ―Sus ojos son aún más redondos―. Sofia,
normalmente te felicitaría por finalmente tener sexo y disfrutarlo, pero
esto... ¿qué cambió? Estabas tan segura…
―No lo sé ―admito―. Pasó lo del intruso, y Luca vino corriendo
directamente a casa de la despedida de soltero de Franco cuando se
enteró. Yo estaba tan traumatizada y asustada, y Luca llegó cabalgando
como una especie de caballero blanco. Lo sé, lo sabía, él es cualquier cosa
menos eso, pero lo olvidé por un minuto. Muchos minutos, en realidad
―admito, con la cara un poco roja―. Un montón de ellos.
―¿Y esa fue la única vez?
―No ―digo, y mi cara arde aún más―, pero esa fue la noche que no
usamos condón, y hubo otra vez que no lo hicimos, pero sé que fue esa
noche. Solo que no estaba pensando...
―Dios, Sofia. ―Ana niega con la cabeza―. ¿Qué vas a hacer?
―No lo sé. ―Me muerdo el labio de nuevo, intentando no llorar―.
Necesito una salida. Intenté acudir al padre Donahue, y él iba a
ayudarme, pero luego me secuestraron en la iglesia, y ahora Luca me
tiene aún más controlada, más seguridad: no voy a volver a escaparme,
pero si empiezo a mostrar... ―Las lágrimas brotan de mis ojos entonces,
antes de que pueda detenerlas―. Tengo que hacer algo, Ana. Tengo que
salvar a mi bebé.
Ana se limita a mirarme, con los ojos muy abiertos y tristes, y por la
expresión de su cara veo que está tan perdida como yo.
―No sé qué decirte, Sofia. Luca se va a enterar de que vine a visitarte,
y quizá se enoje o no, es imposible saberlo con él, pero he visto la
seguridad que tiene alrededor de este lugar y dentro de él, y no sé cómo
podrías salir de nuevo. Te tiene bien enjaulada. ―Se muerde el labio―.
Lo siento, ya no sé qué pensar de él. Pensé que lo hacía para protegerte,
pero ahora no puedo creer que te haya hecho prometer eso.
―Tengo una idea ―le susurro―. Se me ocurrió esta mañana, pero
necesitaría tu ayuda, y no quiero pedirte que te pongas en peligro por
mí...
Ana resopla.
―Sofia, Luca ya me pidió que haga exactamente eso.
―¿Qué? ―La miro confundida―. ¿Qué quieres decir?
―Luca me pidió que me infiltre en la Bratva ―dice llanamente―.
Quiere que me acueste con algunos de los soldados y ver si puedo
sacarles algo. Una Mata Hari cualquiera. ―Se encoge de hombros―.
Dijo que era para ayudarte, para indagar lo que quiere Viktor y así poder
averiguar cómo hacer las paces antes de que ocurra algo peor.
―Algo peor va a pasar si no encuentro una salida.
―Creo que Luca sí se preocupa por ti. ―Ana duda―, pero…
―Ya no importa lo que sienta por mí ―insisto―. Lo único que
importa es proteger a mi bebé. Es malhumorado. Ya lo has visto. Está
más casado con la mafia de lo que nunca estará conmigo. ¿Crees que
elegirá a nuestro bebé y a mí por encima de lo que ha trabajado toda su
vida? Ni siquiera sé por qué insistió en esa cláusula, pero debe haber
una razón.
―Entonces, ¿qué puedo hacer? ―Me mira, con la boca torcida por la
preocupación―. Ya estoy entrando en el peligro. Así que, si puedo
ayudarte Sofia, lo haré. Sabes que haría cualquier cosa por ti, y mi lealtad
siempre será hacia ti por encima de cualquier otra persona.
―Lo sé. ―Le aprieto la mano―. Eres mi mejor amiga. Cuando puse
ese anuncio para buscar una compañera de piso, nunca pensé que
encontraría a alguien a quien estaría tan unida. Eres más que eso, eres la
hermana que nunca tuve.
―Yo siento lo mismo. ―Inclina su cabeza hacia un lado, apoyándola
en mi hombro por un momento antes de sentarse y mirarme, con los ojos
serios―. Entonces, dime qué necesitas.
Respiro profundamente y le explico la idea que se me ocurrió esta
mañana. No es genial, pero es todo lo que tengo.
―No quiero que Luca muera ―le digo en voz baja―. Es el padre de
mi hijo, y mis sentimientos hacia él son complicados. Sin embargo, sé
que no quiero que muera, pero si la Bratva pudiera ayudarme sin eso...
mi madre era rusa. Tengo sangre rusa en mis venas, y tal vez si Viktor
lo supiera, podría ayudarme por ella.
―¿Crees que Viktor no lo sabe ya? ―Me encojo de hombros.
―¿La Bratva vende chicas rusas?
―No lo sé. ―Ana se muerde el labio inferior.
―Entonces, si no lo sabes, ¿crees que podrían ayudarte?
―Puede ser. No lo sé, pero tal vez lo haría. Me querían en primer
lugar para llegar a Luca. Así que tal vez pueda darles algo sin hacer que
lo maten. Es lo único que se me ocurre ―digo con impotencia―. No sé
qué más hacer. De lo contrario, no te pediría esto: trataría de que Luca
no hiciera lo que te pide, pero estoy desesperada. ―Las últimas palabras
salen como un susurro; es difícil incluso decirlas en voz alta. Me he
esforzado mucho por ser fuerte durante todo esto, pero siento que me
estoy rompiendo.
―Intentaré averiguar todo lo que pueda ―promete Ana, apretando
mi mano―. Veré si puedo conseguir alguna información sobre lo que
querían de ti más allá de llegar a Luca, y si puedo hacer algo para sacarte
de aquí, lo haré.
―Gracias ―susurro―. Esto significa mucho para mí, Ana, yo...
―Escucha ―dice con urgencia―. Esto es peligroso, Sofia. Realmente
peligroso. No quieres imaginar lo que me hará la Bratva si descubren
esto. Tengo que jugar esto perfectamente, o estoy muerta. Peor que
muerta. ¿Entiendes?
Asiento con la cabeza, con la garganta apretada. No le he contado a
Ana lo que me pasó en la casa de seguridad, pero lo entiendo mejor de
lo que ella cree.
―¿Qué necesitas de mí?
―Necesito que le hagas creer a Luca que lo sientes. Que no vas a ir a
ninguna parte. Que vas a obedecerlo y hacer lo que te pida, y ser la
perfecta esposa de la mafia, hasta que pueda conseguir algo para ti.
Sedúcelo, hazlo feliz, lo que tengas que hacer, pero no te pelees con él ni
te pongas en su contra. Bueno, corrijo, tal vez un poco. Si te vuelves
totalmente sumisa, se dará cuenta de que pasa algo. ―Ana se ríe, pero
no hay mucho humor en ello―. Solo hacerle creer que has aprendido la
lección. ¿Puedes hacerlo?
Antes, habría dicho que no. Todo en mí se habría rebelado por ser una
esposita obediente, pero ahora las cosas son diferentes, y si Ana va a
adentrarse en la Bratva, a follar con sus soldados para conseguir
información, a ponerse en esa clase de peligro, lo menos que puedo
hacer es encantar y tener sexo con mi marido, que es hermoso y me
excita, aunque a veces lo odie.
―Sí ―digo en voz baja―. Puedo hacerlo.
―Bien. ―Me sonríe―. Te voy a ayudar, Sofia. Te lo prometo. Estamos
juntas en esto, ¿de acuerdo? Haré todo lo que pueda para que tú y tu
bebé salgan de aquí sanos y salvos.
Me mira la barriga.
―Es raro pensar que estás embarazada. Jesús, no tienes ni veintidós
años.
―Lo sé. ―Me lamo los labios con nerviosismo―. No sé cómo ser
madre. Me temo que voy a ser una terrible. Especialmente si estoy sola...
―Creo que ese es el primer paso para ser un buen padre ―dice
Ana―. Si te preocupa serlo. Todo va a salir bien. Solo un día a la vez.
―Respira profundamente―. Sé que es la única manera de superar esto.
No pierdo el tiempo. Cuando Luca llega a casa, me aparto de su
camino hasta que le oigo entrar en el dormitorio principal y el sonido de
la ducha al abrirse. En cuanto lo oigo, entro en el dormitorio y me
despojo de los joggers de diseño y la camiseta de tirantes que he llevado
todo el día, y los tiro al suelo con el corazón palpitando en el pecho. He
cedido a Luca muchas veces, incluso he aceptado sus insinuaciones
durante ese breve periodo de tiempo en el que las cosas parecían
funcionar entre nosotros, pero no he tomado la iniciativa. No he
intentado seducirlo. Me pregunto si incluso el hecho de que yo lo haga
hará saltar las alarmas para él, y sé que debo tener cuidado con cómo lo
hago. Tengo que ser convincente, esta tiene que ser la mejor actuación
de mi vida. No importa que no haya hecho precisamente mucho de eso.
El recuerdo de lo ocurrido esta mañana está presente en mi cabeza.
Puede que no tenga que actuar tanto después de todo.
Independientemente de todo lo demás, está claro que sigo sintiéndome
atraída por él y tan confundida como siempre.
Luca está de espaldas a la puerta de la ducha, con las manos en el pelo
mientras se pasa el jabón por los gruesos mechones oscuros. Respiro
profundamente y me dirijo desnuda hacia la ducha, abriendo la puerta
de cristal y entro.
―Luca ―digo en voz baja.
Se da la vuelta para salir de una de las dos duchas y el agua jabonosa
le cae en los ojos. Se pasa la mano por la cara y se la quita mientras me
mira fijamente, con una expresión realmente sorprendida.
―Sofia. ―Su voz es fría, sin rastro de dulzura―. ¿Qué mierda crees
que estás haciendo?
Bien, entonces está cerrado a mí. No es nada que no haya visto antes.
Intentando frenar mi acelerado pulso, doy otro paso hacia él y pongo las
manos en su pecho. Puedo sentir los latidos de su corazón, duros y
firmes tras la pared de músculos, sentirlo flexionarse bajo mis manos
mientras se pone rígido.
―¿Qué haces? ―repite, mirándome con desconfianza en esos ojos
verdes. Es realmente guapo, pienso, observando los pómulos cincelados,
la fuerte mandíbula, los brazos musculosos, el agua que gotea por todo
su cuerpo, por el pecho y por las líneas de las caderas, profundos cortes
de músculo que bajan hasta...
Ya está duro y grueso, solo con verme desnuda. Me da una sensación
de poder, de que no estoy completamente indefensa en todo esto. Le
paso las manos por el pecho, hasta los abdominales, y lo miro a los ojos
con lo que espero que sea una expresión de contrariedad.
―Tenías razón antes ―digo en voz baja. Dejo que mi voz tiemble un
poco; él esperará eso de mí. Nunca he sido una seductora
experimentada. Esperará nervios, vacilaciones. No tengo que fingir que
no tengo miedo, y eso es un alivio, al menos―. Debería pedirte perdón.
―¿Ah? ―La pregunta se interpone entre nosotros, y puedo ver la
sospecha aún escrita en su rostro―. ¿Por qué?
―Por huir. ―Me relamo los labios y veo que su mirada desciende
hasta ellos, quedándose ahí un momento antes de recorrer el resto de mi
cuerpo y volver a subir―. Por hacer que te preocupes. Por hacer que
tuvieras que ir a salvarme, por hacer todo lo que hiciste.
Atrapa mis manos errantes entre las suyas, apretándolas casi hasta el
dolor.
―¿Por qué no te creo, Sofia? Tendrás que esforzarte más que eso para
convencerme.
―Sé que me equivoqué ―susurro―. Entré en pánico, llegaste a casa
ensangrentado, y luego el sexo duro, la forma en que me trataste... me
asustó, Luca. Pensé que estábamos...
―¿Enamorados? ―Su voz es burlona―. Sabía que eras estúpida, pero
no pensé que fueras tan infantil.
―No, lo siento ―vuelvo a susurrar, mirándolo suplicante. No tengo
que actuar después de todo, porque le estoy suplicando. Suplicándole
que me crea, que ceda, que me deje seducirlo y le hago creer que quiero
estar aquí―. Deja que te lo compense.
―¿Y cómo vas a hacer eso? ―Levanta una ceja, arqueándola mientras
me mira sin un rastro de emoción. Sin dudarlo, me pongo de rodillas,
sintiendo el calor bajo ellas mientras me cierno, apoyándome en su
cadera con una mano mientras me acerco a él con la otra. Su polla palpita
contra la palma de mi mano en el momento en que envuelvo mis dedos
en su longitud dura y caliente y preparada, y no puedo fingir que no se
siente bien al saber que lo excito, que me desea. A mí. Este hombre, que
ha tenido cualquier mujer que haya querido, piensa que soy hermosa.
Sexy. Deseable.
Dijo que yo era como una droga para él más de una vez. Que se sentía
obsesionado conmigo, adicto a mí. Que no podía dejar de desearme.
Empiezo a pensar que la adicción va en ambas direcciones porque yo
también la siento.
Debería odiarlo, pero cuando me inclino hacia delante y lo rozo con
los labios, noto la excitación caliente que me arde en la boca del
estómago y que se extiende por mis venas, filtrándose en mi sangre. Su
sabor es agradable, la salinidad de su pre semen se extiende por mis
labios, y me hace sentir sucia, sexy y sensual a la vez mientras paso mi
lengua por encima y a su alrededor, lo oigo gemir. No soy débil, pienso
mientras me meto un centímetro en la boca y luego otro, volteando los
ojos hacia arriba para mirar su rostro relajado y la expresión vidriosa,
con el placer escrito en cada centímetro de su cara. Su mano se aferra a
mi cabello y yo empujo hacia delante, agarrándome a sus caderas con
ambas manos mientras tomo más y más de su gruesa polla, decidida a
metérmela toda en la boca y en la garganta, a sentir cómo pierde el
control. Sus dos manos se enredan en mi cabello mientras lo empujo más
adentro, ahogándome un poco al sentir sus dedos presionando mi cuero
cabelludo, sus gemidos llenando el espacio húmedo de la ducha
mientras me mantengo en la base por un momento, mi nariz rozando su
abdomen antes de volver a deslizarme hacia arriba, observándolo
mientras paso mi lengua por su eje todo el tiempo, burlándome de él por
debajo de la sensible cabeza mientras jadeo para respirar.
―Eso es ―gime―. Chúpamela arrodillada, esposa. Muéstrame
cuánto lo sientes. ―Mi mano se desliza entre sus piernas, tomando sus
pelotas mientras paso mi pulgar por la frágil piel, levantándolas
suavemente en mi palma mientras me hundo de nuevo, mis labios
apretando a su alrededor mientras lo siento palpitar en mi boca.
Continúo, provocando, lamiendo y chupando. Me pierdo en él, en el
olor jabonoso y aroma de su piel y en la sensación de tenerlo en mis
manos y en mi boca, su piel tensa y caliente ardiendo contra mi lengua,
el sabor resbaladizo de él reuniéndose ahí mientras voy más rápido, mis
manos subiendo por sus muslos y sobre sus caderas mientras cedo al
impulso de sentirlo, de conocerlo aún más, de sentir algo de placer en
esto. Sé que estoy mojada, que mis pliegues están hinchados y
resbaladizos por mi propia excitación mientras le hago el amor. Es
imposible no excitarse mientras miro a ese dios cincelado que se cierne
sobre mí, con cada centímetro de su cuerpo tenso por el deseo, y sus
gemidos hacen que mi deseo aumente. Se siente bien, y lo quiero. Quiero
más. En ese momento sé con qué facilidad podría perderme en mi
propio juego, con qué facilidad podría empezar a enamorarme de él de
nuevo, y sé que debo tener cuidado.
―Mierda, Sofia ―grita mi nombre mientras su mano se aprieta en mi
pelo, empujando mi boca hacia abajo mientras sus caderas empujan
hacia delante. No se molesta en avisarme, pero sé por sus reacciones que
está a punto de correrse, por la forma en que los músculos de sus muslos
se ponen rígidos bajo mis manos. Su cuerpo se inclina hacia delante, su
otra mano se apoya en la pared mientras sus caderas se sacuden
erráticamente, y el primer chorro caliente de su semen me llena la boca.
Trago convulsivamente, absorbiéndolo todo mientras él sigue
empujando y chupo hasta que se aparta, todavía estremeciéndose de
placer mientras el enfoque vuelve a su mirada.
Me pongo de pie con dificultad, pero antes de que pueda decir o hacer
nada, Luca me agarra y me empuja contra la pared de azulejos mientras
su mano se enreda de nuevo en mi pelo y su boca se estrella contra la
mía.
No es un beso suave, no es un beso cariñoso. Su lengua se abre paso
en mi boca, empujando, reclamando, y puedo sentir su polla medio dura
contra mi muslo mientras su mano se abre paso entre mis piernas.
―Mojada ―dice triunfante cuando sus dedos se sumergen en mi
interior, sin molestarse siquiera en facilitarme la entrada, pero no
importa. Estoy encendida, hinchada y excitada, ya me duele por él, y
grito contra su boca mientras sus dedos entran y salen de mí, su pulgar
me presiona el clítoris mientras él se aprieta contra mi muslo. Noto la
rabia en su beso enérgico, su nariz chocando con la mía, los dientes
chocando cuando me agarra por la cintura de repente y me hace girar,
obligándome a ponerme contra la pared mientras sus dedos se
sumergen de nuevo entre mis piernas.
―Voy a hacer que te corras ―me gruñe al oído, y casi suena como
una amenaza. Su boca me presiona el cuello, me muerde, me chupa
hasta el fondo, hasta el pliegue de mi hombro, mientras sus dedos entran
y salen de mi coño empapado. Siento que me aprieto a su alrededor, que
lo atraigo, que quiero más. Mis piernas se abren, mi espalda se arquea,
mi culo presiona su entrepierna, y sé que no tiene sentido luchar contra
él. Mi cuerpo ha tomado el control, y mi cuerpo quiere a Luca.
―Por favor ―susurro con impotencia―. Por favor...
―Por favor, ¿qué? ―Me chupa el cuello de nuevo, con fuerza,
clavando sus dedos en mí―. ¿Por favor, dejar que te corras? ¿Por favor,
follarte? ¿Por favor, darte mi polla? ¿Qué quieres? ―Sus dedos se
ralentizan mientras me lleva al borde del orgasmo, su pulgar se desliza
por mi clítoris, y yo maúllo en señal de protesta, frotándome contra él.
―Tienes que decírmelo ―dice, y puedo oír el tono burlón en su voz.
Le gusta hacerme rogar, le gusta hacer que lo necesite. Le gusta oír lo
mucho que me excita.
―Por favor, deja que me corra ―susurro, aunque podría haber dicho
cualquiera de esas cosas y habría sido cierto―. Por favor...
―Bueno, ya que lo has pedido tan amablemente.
Su pulgar vuelve a presionar mi clítoris, frotándolo, acariciándolo, y
eso, combinado con sus dedos, con la dura presión de su cuerpo contra
mi espalda, la sensación de su polla endurecida contra mi culo, me
vuelve loca. Puedo sentir el orgasmo creciendo, tensando mis músculos.
Entonces estalla sin previo aviso, inundándome en oleadas de placer que
me hacen sentir que mis rodillas se van a doblar. No puedo mantenerme
en pie y siento que su brazo me rodea por la cintura y me aprieta
mientras me agito y me retuerzo contra él, gimiendo sin poder evitarlo.
El placer me consume por completo, es casi demasiado bueno, y cuando
siento que me abre más las piernas, que me inclina mientras se mueve
entre mis muslos, no pienso en intentar detenerlo. Ya ni siquiera se trata
de seducirlo, de engañarlo, solo lo deseo.
Todo es real en ese momento. El gemido cuando lo siento la forma en
que mi espalda se arquea, mis uñas arañando la baldosa mientras me
retuerzo contra él, queriendo más, queriendo todo. Quiero que me
penetre con fuerza, una y otra vez, llenándome, la forma en que me
muerde el hombro, los gemidos que salen de su boca.
―Mierda, estás apretada ―murmura, su aliento es cálido contra mi
oído mientras me golpea por detrás―. Como una maldita virgen cada
vez. ―Chupa mi lóbulo en su boca, sus manos recorren mi cintura, mis
caderas―. Me encanta que sea solo mi polla la que esté dentro de ti. La
única que conoces, y te sientes tan jodidamente bien...
―Tú también ―gimo, y lo digo en serio. Esta es la trampa, lo que me
jode cada vez, porque se siente bien. Él se siente bien. En estos
momentos, no quiero irme. Quiero quedarme, y si pudiéramos
quedarnos en este momento para siempre, envueltos en el calor
sofocante de la ducha con el agua cayendo sobre nosotros, su cuerpo
moldeado al mío mientras se sumerge en mí una y otra vez, lo haría. Si
no existiera el futuro, solo el ahora, repitiéndose una y otra vez.
Pero esto va a terminar. Siento que está a punto de terminar, sus
empujones se vuelven más erráticos, mi cuerpo se tensa, y grito.
―Deja que me corra una vez más ―le ruego―. Haz que me corra,
Luca, por favor...
Vuelve a empujar, hasta el fondo, haciendo rodar sus caderas contra
mí, y el sonido que hago es casi un grito cuando el segundo orgasmo se
abate sobre mí. Luca me empuja hacia adelante, contra la pared,
mientras sujeta mi cuerpo tembloroso y se revuelve contra mí mientras
me corro con fuerza sobre su polla, apretando cada centímetro de él. No
quiero que se retire; quiero que se quede dentro de mí, que se corra
dentro de mí, pero no tiene condón y no sabe que ya estoy embarazada.
Gimo cuando se retira, y Luca gime, sin aliento, mientras oigo el
sonido de su mano rozando su polla.
―De rodillas ―gruñe―. Quiero volver a correrme en tu boca
mientras te saboreas en mí.
Ni siquiera lo pienso mientras vuelvo a caer de rodillas. Me pierdo en
una bruma de placer, mi cuerpo sigue palpitando débilmente, y lo tomo
en mi boca, saboreándome en él mientras mi lengua recorre su longitud.
En mi excitación, casi sabe bien. Me excita saber que ha estado dentro de
mí, que he sido yo la que lo ha llevado al límite, que he sido yo la que
ha hecho que se corra ahora, mientras agarra un puñado de cabello y
gime con un sonido casi doloroso, su semen se derrama por mi lengua
y por mi garganta por segunda vez esta noche.
Cuando termina, me levanto débilmente, con el corazón todavía
acelerado. Luca me mira, y aún puedo ver la cautela en su rostro, pero
el sexo le ha quitado el miedo. Me doy cuenta de eso.
―Si así es como te disculpas ―dice con voz ronca―. Quizá debería
dejarte meterte en problemas más a menudo.
Parpadeo y me tapo la boca con la mano para evitar una carcajada,
pero entonces él sonríe y me doy cuenta de que está haciendo una broma
a propósito. Ocurre muy pocas veces: peleamos y follamos, pero si hay
algo que faltaba, incluso en ese breve lapso en el que las cosas estaban
bien, era la risa.
Rara vez me he reído con Luca, y cuando los dos empezamos,
tímidamente, no del todo, siento como si me dieran otro pequeño
vistazo de cómo podrían ser las cosas si fueran diferentes, pero, por
supuesto, no lo son, y tengo que recordar lo que estoy haciendo aquí.
―Quiero quedarme esta noche ―digo suavemente, volviendo a
meterme en mi papel mientras me apoyo en él, pasando mis manos por
su pecho―. En la cama contigo. Quiero volver a nuestra cama.
Luca me pasa la mano por el pelo mojado y noto que cede, que baja la
guardia. Bien.
―Está bien ―dice―. Será bueno no dormir solo.
Esa admisión es sorprendente viniendo de él, pero no le dejo ver la
sorpresa en mi cara.
Más tarde, mientras me acuesto en mi lado de la cama con las luces
apagadas, Luca ya dormido retirado en el otro lado, giro la cabeza y
miro todo el espacio que nos separa. Hubo un tiempo en el que pensé
que podría salvar ese espacio. Miro su rostro, más suave en el sueño, e
intento imaginarnos como personas distintas.
Intento imaginarlo con un bebé, algo que nunca he hecho antes. Es
casi imposible hacerlo. Trato de imaginármelo con un bebé en brazos,
dándole de comer con la cuchara a un niño pequeño, ayudando a
nuestro hijo o hija con los deberes. Nada de esto encaja con la imagen
del Luca que conozco. No hay suficiente amor en él para mí, o al menos
eso dice él, así que ¿qué habría para un niño?
Pienso en Caterina, educada toda su vida para saber que cualquier
cosa que intentara hacer por sí misma, un título, una educación, una
carrera, carecería de sentido por la vida que se había elegido para ella.
Si me quedaba con Luca de alguna manera y teníamos ese bebé, ¿qué
futuro tendría él o ella? Un hijo se criaría para tomar el relevo, para
empaparse de la misma sangre y muerte que Luca. Pienso en mi hijo
adulto volviendo a casa ensangrentado como lo hizo Luca, en él
torturando a los hombres, haciéndolos suplicar y llorar antes de
matarlos. Mi estómago se revuelve con náuseas que no tienen nada que
ver con el embarazo.
Pero ¿sería mejor una hija? Pienso en mi hija criada para saber que su
vida depende de un hombre, de un matrimonio, que será entregada a
quien sea el partido más ventajoso como si viviéramos hace cientos de
años y no en la moderna ciudad de Nueva York.
Puedo imaginarme exactamente qué tipo de vida tendrían nuestros
hijos. Es una vida de la que mi padre trató de sacarme, solo para que yo
quedara atrapada en ella.
No puedo dejar que mi hijo sufra el mismo destino, pienso, tocando mi
vientre en la oscuridad, sin que nadie lo vea. Tengo que ser más fuerte.
No es la primera vez que me pregunto por qué no se fue. Debió de
tener algo que ver con la lealtad, con la amistad, sus lazos con Rossi y la
mafia, y su amigo Marco en desacuerdo con su lealtad a su familia.
Puedo sentir que esa misma elección me tensa, porque me guste o no,
tengo sentimientos por Luca que no son solo de odio, y no será fácil no
solo dejarlo, sino traicionarlo.
Una cosa era correr hacia el Padre Donahue. Otra cosa es correr hacia
Viktor y la Bratva.
Me pongo de lado y cierro los ojos. Necesito descansar.
Necesito dormir.
Pero con tantas incógnitas por delante, sé que va a ser una noche larga.
10
Me las arreglo para vomitar solo una vez más, lo que es un récord para
mí últimamente, pero cuando el avión empieza a descender, miro por la
ventanilla y me olvido de mi estómago revuelto.
4 Vegetales verdes (que no deben confundirse con germinados o brotes) cosechados justo después del que
el cotiledón de las hojas se ha desarrollado, utilizados como un componente visual y de sabor, principalmente en
restaurantes de alta cocina.
―¿De verdad? ―Le miro, sorprendida. Con tanto dinero como tiene,
habría pensado que estaría de vacaciones todo el tiempo―. ¿Cuándo fue
la última vez que te fuiste de vacaciones?
Luca hace una mueca.
―Hace unos tres años, creo, a Ibiza. Aunque no son unas vacaciones
de las que quieras oír hablar ―añade.
―Oh. ―Intento imaginarme el tipo de viaje del que habla,
probablemente uno con muchas supermodelos, sustancias ilegales y
otras cosas en las que no tengo ninguna experiencia. Suelto mi siguiente
pregunta antes de poder detenerme―. ¿Te molesta que no sea muy...
supongo que «mundana» sería el término? ¿Que esté... protegida,
supongo?
―No ―dice Luca―. Ni un poco. Supongo que alguien que se haya
criado formando parte de la vida de la mafia, en lugar de estar al abrigo
de ella, habría sido útil, pero no es tu culpa, y no culpo a tu padre por
querer que salieras de esta vida.
Incluso esa breve afirmación es suficiente para darme una pequeña
esperanza. Sé que me estoy esforzando, agarrándome a un clavo
ardiendo, pero quiero algo. Algo que pueda significar que esta semana
no sea solo un parpadeo de felicidad antes de que tenga que inhalar la
brasa de lo que pueda haber entre nosotros.
―¿Y si tuvieras un hijo? ―pregunto tímidamente. Sé que esto está
rozando el peligro, demasiado cerca de decirle la verdad, pero no puedo
evitarlo―. ¿Quieres que formen parte de esto?
Luca hace una pausa, deja el tenedor y me mira, y hay una expresión
en sus ojos que no puedo leer, pero responde con seriedad. No me
repasa o me recuerda el contrato que firmé, que se supone nunca que
tengamos un hijo.
―Bueno ―dice lentamente―. Sé que quieres que diga que no, que no
querría que se criaran en este tipo de vida, pero la respuesta es más
complicada que eso. ―Sonríe―. A veces me haces preguntas
desafiantes, Sofia. Como la de qué tipo de marido querría ser. Ahora me
preguntas qué clase de padre.
―¿Es eso algo malo? ―Mi voz baja ligeramente, en silencio. Mi
ensalada olvidada delante de mí; solo puedo pensar en los ojos de Luca,
fijos en los míos, su expresión sincera y pensativa. Este es el Luca
diferente, el que se preocupa. El que me escucha.
―No. ―Luca sacude la cabeza―. Me gusta que me desafíes a veces.
Otras veces puede ser exasperante ―dice con una sonrisa―, pero no
creo que me atrajeras tanto si fueras como las demás mujeres, que se
revuelcan y abren las piernas para mí, que me adulan. O si fueras un
felpudo, alguien que llorara todo el tiempo, que cediera a las cosas que
no quiere sin luchar. Hay un fuego en ti, Sofia, y a pesar de mí, eso me
gusta.
Es todo lo que puedo hacer para evitar que se me abra la boca.
No es algo que jamás pensé que me diría.
―En cuanto a un hijo... ―Luca duda―. Si tuviera un hijo, me
gustaría… quería que él tomara el relevo después de mí. Para continuar
el legado que yo haya construido. Para que todo esto valga la pena de
alguna manera, y una hija... ―hace una pausa, mirándome con esa
intensa mirada verde.
»Hace seis meses, incluso, probablemente habría tenido una respuesta
diferente para eso, pero después de ver lo que has pasado y lo que ha
pasado Caterina, criaría a una hija de manera diferente. No la vendería
en matrimonio para hacer una alianza. He visto el dolor que eso puede
causar muy de cerca.
―¿Y si solo tuvieras una hija y no un hijo? ―Observo su rostro,
sabiendo que debo dirigir la conversación lejos de esto, pero tengo
demasiada curiosidad―. ¿Entonces qué?
―Nunca ha sido la manera de la mafia que una hija herede ―dice
Luca con cuidado―, pero... las formas de hacer las cosas pueden
cambiar.
Eso, más que cualquier otra cosa, me sobresalta.
―¿Y las personas? ―pregunto en voz baja―. ¿Crees que pueden
cambiar?
―Si quieren.
La frase queda suspendida en el aire entre nosotros. Puedo oír los
latidos de mi corazón, cada pulso marcando el silencio, y sé que quiero
esto. Nos quiero a nosotros. Quiero al hombre que está sentado frente a
mí porque creo que este hombre no me diría que me deshiciera del hijo
que hicimos juntos la noche en que ambos nos quisimos de verdad por
primera vez.
―Luca, yo...
Se inclina hacia mí y me coge la cara con las manos mientras la brisa
me alborota el pelo, y yo respiro mientras me besa. Puedo oler la sal en
el aire, el aroma afrutado del vino, las especias de su colonia y el calor
de su piel, y lo deseo. Mi cuerpo se siente licuado, derritiéndose, tan
deshuesado y cálido como la cera de las velas de la mesa.
Quiero quedarme aquí para siempre. No quiero que esto termine
nunca.
Un trueno nos separa, y antes de que podamos siquiera hacer un
movimiento para mirar a nuestro alrededor o levantarnos o comprobar
el tiempo, el cielo se abre y empieza a diluviar.
Luca me coge de la mano y me ayuda a levantarme de la silla mientras
corremos de vuelta a la villa, ya empapados y ambos riendo. En el
exterior, la lluvia cae a cántaros, la iluminación divide el cielo, la mesa y
el vino y nuestra comida están completamente empapados por la
tormenta que ha surgido de la nada.
―Aquí es así ―dice Luca riendo―. Hermoso un minuto y lloviendo
al siguiente.
Me vuelvo hacia él, con el corazón palpitando en mi pecho mientras
miro su magnífico y cincelado rostro.
―Más o menos como nosotros.
Su mirada busca en la mía, y no sé qué busca ahí o si lo ha encontrado.
Lo único que sé es que cuando me besa, no hay en mí ningún
pensamiento de resistencia. No cuando su lengua se desliza
ardientemente en mi boca, cuando sus manos se enredan en mi pelo
mojado y me atrae contra él, y no cuando terminamos juntos en la fría
baldosa de piedra, con las puertas francesas aún abiertas y las cortinas
agitándose salvajemente con el viento que se levanta cuando la lluvia se
derrama por la puerta.
Pero ya estamos mojados y a ninguno de los dos le importa. Mi falda
se enrolla alrededor de mis caderas, los jeans de Luca se desabrochan y
se bajan, y en segundos está dentro de mí. No es suave y dulce como
antes, pero tampoco es áspero y furioso. Es algo totalmente distinto, sus
movimientos son casi... ¿desesperados? Me recuerda a la noche en que
volvió a casa tras el intruso, la forma en que parecía necesitarme con una
ferocidad que calaba hasta los huesos, para recordarse a sí mismo que
yo estaba viva, que seguía siendo suya.
Y yo también lo siento. Nos aferramos el uno al otro, empapados, con
la piel ardiendo con un calor febril en la fría y lluviosa noche. Olvidé
dónde terminaba yo y dónde empezaba él cuando enredé mis piernas
con las suyas, apretadas una contra la otra.
Es como si los dos supiéramos que estamos en el filo de la navaja de
perdernos el uno al otro, que estamos en una encrucijada. Ambos hemos
hecho tratos con el diablo para llegar aquí, y ahora sé que tengo que
pagar el precio.
Solo que no había pensado que perdería mi corazón en la negociación.
14
Espero a estar segura de que Luca se ha ido para salir del dormitorio.
Lo primero que hago es ir a buscar a Ana, que vuelve a estar medio
despierta. La subo a las escaleras de alguna manera, muy lentamente,
hasta mi antigua habitación, donde pienso quedarme con ella hasta que
Luca vuelva. No voy a dejarla sola ni un segundo, sobre todo si Franco
nos va a vigilar.
Me tumbo junto a ella en la cama durante mucho tiempo mientras
duerme. Necesitará comer algo cuando se despierte, y deseo por
milésima vez que la hayamos llevado a un hospital. Cuando dijo que era
Franco, tuve la esperanza de que pudiéramos hacer exactamente eso,
ahora que sabíamos que la Bratva no estaba al acecho, pero el
descubrimiento de Luca arruinó esa pequeña esperanza.
¿Sabe lo del bebé? Si hubiera escuchado la conversación en el baño,
entonces debe saberlo, a menos que Franco no le muestre toda la
conversación.
A no ser que se haya guardado esa información para usarla como
palanca más tarde.
Durante nuestra discusión, no pude leer la cara de Luca lo
suficientemente bien como para averiguar si lo sabía. Estaba más
enfadado de lo que nunca le había visto, y le he visto en rabietas que me
han aterrorizado. No había ninguna carga eléctrica entre nosotros esta
vez, sin calor convirtiendo la furiosa discusión en algo sucio y sexual.
Esta vez fue frío. No quería tener nada que ver conmigo, y eso es de
alguna manera aún más aterrador.
Si Luca no sabe lo del bebé, entonces eso me da un poco de tiempo, al
menos. Si lo sabe, lo más probable es que vuelva del cónclave con sus
decisiones, y una de ellas será un viaje al hospital para que me hagan un
forzado aborto.
Ya no tengo ningún plan. No hay forma de salir. No hay forma de
escapar.
Estoy encerrada. E incluso si pudiera idear algún plan, no hay manera
de que Ana pueda ir conmigo, y no puedo dejarla aquí así. Si huyo y la
dejo atrás, sé que Franco o Luca la matarán.
Es muy tarde antes de que se despierte de nuevo. He preparado una
sopa y la he puesto en una bandeja delante de ella, con la intención de
ayudarla a comer.
―Eres una buena amiga ―dice Ana débilmente mientras la ayudo
con el primer bocado―. La mejor. ―Ella traga, tratando de respirar
uniformemente a través de su nariz magullada y posiblemente rota―.
¿Luca sigue aquí?
Sacudo la cabeza.
―Se fue al cónclave. Habló con Franco... ―respiro profundamente, y
puedo ver el miedo en su rostro solo con la mención de su nombre―.
Franco le contó nuestro plan. Que lo había descubierto, y que por eso te
hizo esto.
Ana asiente.
―Por eso no quería admitirlo. Esperaba poder culpar a la Bratva, pero
Luca habría descubierto que estaba mintiendo, y eso habría provocado
una guerra. No sabía qué era peor.
―Lo hiciste bien ―le prometo―. Luca estaba furioso. Las cosas
estaban mejorando entre nosotros, pero definitivamente no lo están
ahora. No creo que vuelvan a estarlo. Siente que le he traicionado, y en
cierto modo, tiene razón.
―¿Sabe lo del bebé?
―No lo sé ―admito―, pero no se lo he dicho. Si lo sabe, se enteró de
otra manera.
Ana hace una mueca de dolor.
―Lo siento mucho, Sofia. He intentado...
―Shhh. ―La tranquilizo, ayudándola con otro bocado de sopa―. Sé
que lo hiciste. No es tu culpa. Es mía, el que te haya pasado esto. Nunca
debí pedirte que lo hicieras. Debería haber sabido que habría algo en
este puto lugar que podría oírnos, que nos metería a las dos en
problemas
―Estabas desesperada ―dice Ana en voz baja―. No puedo decir que
yo no hubiera hecho lo mismo. No estoy enfadada contigo, Sofia.
Estabas en una posición imposible.
―¿De verdad? ―Me muerdo el labio inferior, intentando no llorar―.
¿Realmente te sientes así?
―Lo hago ―promete ella, tragando otro bocado de sopa―, pero hay
algo más que tengo que contarte, Sofia. Algo que descubrí después de
acostarme con uno de los soldados, Leo.
―¿Qué? ―Dejé la cuchara, con el corazón saltando en mi pecho.
―Puede que Luca sienta que eres una traidora, pero no eres la
verdadera traidora en sus filas ―dice en voz baja, tan baja que nadie
fuera de la puerta que acecha podría escuchar―. Sofia, es Franco.
Por un momento, me quedo mirándola fijamente, de la misma manera
que lo hice cuando dijo su nombre esta tarde.
―No me golpeó casi hasta la muerte por nuestra conversación. Fue
porque sabía que yo estaba a punto de, o ya había averiguado,
información sobre lo que estaba haciendo, y Dios mío, Sofia, es malo.
―¿Qué has descubierto? ―Mi mente se tambalea. Si hay una manera
de derribar a Franco, de probar que le mintió a Luca todo el tiempo,
entonces cualquier cosa que haya dicho sobre mí queda desacreditada.
Luca puede haber escuchado una cinta, pero eso no significa que no
pueda tratar de darle la vuelta de alguna manera si la integridad de
Franco se pone lo suficientemente en duda.
Al menos lo suficiente para salvar la vida de Ana y la mía.
―¿Conoces todos los rumores sobre la procedencia de Franco?
―pregunta Ana, y yo asiento con la cabeza.
―Luca lo ha mencionado antes.
―Bueno ―continúa, su voz se quiebra un poco por la tensión―. Son
ciertos.
―Son... ¿qué?
―Su padre es irlandés ―confirma Ana―, y no solo irlandés, sino el
irlandés. Colin Macgregor, el rey de la mafia irlandesa. Él y la madre de
Franco tuvieron un romance, tal y como dicen los rumores. Por
supuesto, Rossi le hizo hacer una prueba de paternidad, y ella la
falsificó. Sobornó al administrador para cambiar los resultados. Así que
el resultado de la prueba que Rossi tenía en esa caja fuerte en la oficina
de Luca es falso. Franco es el hijo de Colin.
―Pero ¿cómo afecta eso a la Bratva?
―Viktor tiene los verdaderos resultados, los que dicen la verdadera
filiación de Franco ―dice Ana, su voz es un susurro―, y lo está
colgando sobre la cabeza de Franco para que traicione a Luca. Franco ha
estado alimentando los secretos de los rusos todo este tiempo,
ayudándoles a ganar terreno.
―Así que es al menos parcialmente responsable de la muerte de la
madre de Caterina. ―Frunzo el ceño―. No sé si a Luca le importará
mucho la filiación, Ana. No es tan tradicional como Rossi. Puede que no
le importe que Franco sea medio irlandés. Casi seguro que lo verá como
una traición de Colin Macgregor y la madre de Franco. No lo verá como
culpa de Franco, y por mucho que quiera que Franco se vaya después
de lo que te hizo, no puedo decir que se equivoque en eso. No es culpa
de Franco que su madre lo haya engañado, y el hecho de que Rossi lo
hubiera matado por ello, que incluso sea algo que colgar sobre la cabeza
de Franco, es horrible. Franco es su mejor amigo. Luca lo ha protegido
toda su vida. Va a ser difícil que algo lo rompa.
―El romance no es su culpa, seguro, pero a Luca le importará la
traición ―señala Ana, y sé que tiene razón―, y también le importará el
resto.
―¿Hay más? ―Me recuesto contra las almohadas, mirándola
fijamente. ¿Hasta dónde va a llegar esto? Hace menos de cuarenta y ocho
horas, nunca habría soñado que nada de esto hubiera sucedido: que Ana
fuera herida tan brutalmente, y mucho menos que Franco, el mejor
amigo de Luca, fuera el responsable de ello, y no solo eso, sino la traición
que nos ha perseguido a todos.
―Franco y Colin Macgregor, su padre, están trabajando juntos. ―La
cara de Ana está muy pálida mientras me lo explica: todas las piezas que
ha conseguido descubrir. Siento un escalofrío que me recorre los brazos
mientras escucho.
―Me pregunto si Caterina sabe algo de esto ―susurro―. No puedo
imaginar que ella esté de acuerdo con esto...
―No creo que lo haga. ―Ana frunce el ceño―. No creo que Franco se
lo confíe y ¿realmente Caterina es tan leal a Franco? ¿No crees que le
diría a Luca si su marido estuviera tramando algo así?
―Probablemente. Ella creció con Luca. Su padre y el suyo eran
mejores amigos. Su padre fue el mentor de Luca. Franco llegó a la
posición en la que está por la confianza que Rossi y Luca tenían en él.
Caterina no está enamorada de él. Le es leal porque es su marido, pero
si se diera el caso y supiera que él está implicado en algo así, se lo diría
a Luca.
―¿Qué vas a hacer con Luca? ―Ana se movió incómoda, y alcancé la
bandeja, deslizándola más abajo en la cama ahora que ella había
terminado con su sopa―. ¿Dijiste que antes de esto, las cosas estaban
mejorando?
Asiento con la cabeza y cojo un frasco de analgésicos, agito unos
cuantos en la palma de la mano y se los doy.
―Hice lo que dijiste. Le hice creer que lamentaba haberme escapado,
me disculpé con él, lo seduje.
―No es exactamente lo peor del mundo ―dijo Ana con una pequeña
risa―. Puede que sea un imbécil la mayor parte del tiempo, Sofia, pero
tu marido está jodidamente bueno. ―Hace una mueca de dolor,
moviéndose un poco―. La misión de infiltración de la Bratva no fue tan
malo tampoco. Un par de soldados que eran magníficos, y tampoco
estaban mal en la cama, para ser hombres que se supone que son unos
culos selectos. Debería haber conseguido alguna polla de gánster ruso
hace mucho tiempo, sinceramente.
―¡Dios mío, Ana! ―Intento no reírme, pero un momento después,
ambos nos deshacemos en risas. Ana jadea, tratando de recuperar el
aliento.
―Me duele reírme. ―Se apoya una mano en el estómago, inclinando
la cabeza hacia atrás―. Oh, Dios, Sofia, ¿alguna vez pensaste que
estaríamos aquí? Tú casada con el jefe de la mafia, yo follando con
soldados de Bratva por información, las dos envueltas en toda esta
intriga, siendo secuestradas y torturadas y... Cristo, esto es una mierda.
―Realmente lo es. ―Me muerdo el labio, mirándola―. Dios, lo
siento, Ana. Nunca quise que te pasara algo así.
―Ya somos dos. ―Se apoya en las almohadas, tratando de respirar
profundamente―. Así que cuéntame el resto de lo que pasó con Luca.
Quítame de la cabeza esto hasta que el ibuprofeno haga efecto. Sin
mencionar, Sofia, que tu marido es un puto traficante de drogas de alto
nivel, traficante de armas, y todo un criminal de cuello blanco. ¿Y no
puedes encontrar un puto Vicodin en alguna parte?
Me ahogo en otra risa.
―Veré lo que puedo hacer. ―Se siente bien reír, a pesar de la
situación―. Tal vez pueda convencer a alguien del equipo de seguridad
para que desentierre algo para ti.
―No sé qué tan bien va a funcionar, con Franco a cargo. ―Ana hace
una mueca de dolor solo con mencionar su nombre―. No puedo creer
que estemos atrapados aquí con él. Después de lo que me hizo... ―se
estremece y veo que se le llenan los ojos de lágrimas. No recuerdo la
última vez que vi llorar a Ana, pero parece que ahora está a punto de
hacerlo. Eso me hace sentir impotente y furiosa.
―Nunca pensé que Luca haría algo así ―susurra Ana, frotándose los
ojos―. Mierda. No quiero empezar a llorar.
―Has pasado por algo horrible. Tal vez necesites un buen llanto.
―Tal vez más tarde. En el baño, donde nadie pueda oírme. ―La boca
de Ana se encorva un poco―. Aunque supongo que, en este lugar, no se
sabe dónde puede oírme alguien.
―Hace un par de días, tampoco habría pensado que Luca haría algo
así. Las cosas fueron tan diferentes en nuestra luna de miel.
―¿Ahí es donde fuiste? ¿Conseguiste que te llevara a una luna de miel?
―Ana me mira incrédula y yo me río.
―Sí. Yo tampoco creía que fuera a funcionar. Quería darte algo de
tiempo sin que Luca te hablara de lo que estabas descubriendo de la
Bratva, pero supongo que eso se echó para atrás también.
―No es tu culpa ―me tranquiliza Ana―. No podías imaginar que
Franco haría eso o que lo descubriría por algún micrófono escondido en
la única habitación que creíamos segura. Hicimos lo que pudimos.
―Coge mi mano y la aprieta ligeramente―. Las cosas se jodieron, eso
es todo. No podíamos saberlo.
―Toda esa semana fue tan diferente. Tuvimos ese pequeño periodo
de tiempo en el que las cosas iban bien, pero esto era un nivel totalmente
nuevo. Yo estaba...
―¿Enamorándote de él? ―Ana suministra―. Tuve la sensación de
que podría suceder si Luca dejaba de ser un culo durante más de cinco
minutos.
―¿De verdad?
Se encoge de hombros.
―Sofia, sé que estás obsesionada con que está en la mafia, y con el
hecho de que no hayas elegido casarte con él, y con su actitud general
hacia ti, y básicamente hacia todas las mujeres, si somos sinceras, pero
también tiene muchas cualidades admirables.
Entorno los ojos hacia ella.
―Eso es raro, teniendo en cuenta que actualmente está pensando en
matarnos a las dos.
Ana suspira.
―Sofia, tu padre se esforzó por ampararte y protegerte, pero a veces,
creo que hizo un trabajo demasiado bueno. Este es un mundo diferente
al que estás acostumbrada. Una vida diferente. ―Hace una pausa,
considerando―. ¿Crees que Caterina es débil?
―¿Qué? ―La miro, sorprendida―. Por supuesto que no. Es una de
las mujeres más duras que conozco. Ha pasado por muchas cosas
últimamente, pero sigue adelante, haciendo todo lo posible para...
―A eso me refiero ―interrumpe Ana―. Caterina fue criada en esta
vida, consciente de lo que pasaba, de la forma de ser de los hombres.
Consciente de las cosas que tienen que hacer, de los muros que tienen
que levantar para lidiar con eso. Algunos de ellos sienten placer en ello,
estoy seguro, pero los hombres como Luca no. Nos amenaza porque
siente que tiene que hacerlo porque se siente traicionado y no puede
permitirlo. Le haría parecer débil. Y...
―¿Y qué? ―No puedo creer lo que está diciendo, especialmente en
su estado―. Cómo puedes decir eso, después de lo que hizo...
―Franco hizo esto, no Luca. No conozco bien a Luca, pero estoy
seguro de que nunca le haría algo así a una mujer. Posiblemente a nadie.
Está la tortura y luego está lo que hizo Franco. ―Ella traga con fuerza―.
Sofia, Luca me pidió que me infiltrara en la Bratva.
―Sé que lo hizo, pero...
―No, no me estás escuchando. Preguntó. ―Ana me mira de forma
señalada―. Podría haberme ordenado. Podría haberme amenazado.
Franco trató de disuadirlo, probablemente porque temía que yo
descubriera exactamente lo que había hecho, pero Luca me pidió que lo
hiciera. Apeló a mi amistad contigo. Me convenció. No usó demandas o
amenazas. Es alguien que solo usa la violencia cuando es necesario, y no
solo eso.
―¿Qué quieres decir?
―Creo que también se estaba enamorando de ti. Está enfadado no
solo porque se siente traicionado sino porque fuiste tú. ¿Cómo era él en
la luna de miel?
―Perfecto. ―La palabra me sorprende incluso cuando la digo, pero
es la primera que me viene a la mente―. Nos llevó a Mustique y reservó
toda la isla para que estuviéramos solos. Incluso se acordó de la marca
exacta de champán que tomamos en nuestra boda y la trajo en la noche.
Todo fue diferente, incluso el sexo. Fue dulce y romántico y... ―la última
palabra es difícil de decir, pero lo consigo de todos modos―. Cariñoso.
Me duele el pecho de nuevo y siento que me arden los ojos.
―Sentí que podía enamorarme de él. Como si nos estuviéramos
enamorando el uno del otro, y estaba tan feliz y tan triste a la vez porque
me sentía tan bien, pero no cambiaba nada. Sabía que todavía tenía que
irme por el bebé, y luego cuando volvimos, y te encontramos,
trabajamos en equipo. Por primera vez, fue como si fuéramos
verdaderos compañeros. Me ayudó a llevarte dentro y a meterte en la
bañera. Me trajo todo lo que necesitaba para limpiarte. No podría haber
pedido a alguien mejor para estar conmigo y ayudarme a mantener la
calma, y después, mientras esperábamos a que te despertaras...
―respiro con dificultad, el corazón me duele de nuevo al recordarlo―.
Me pidió perdón por lo que perdí cuando nos casamos. Mi educación,
mi carrera como violinista. Se disculpó de verdad.
―¿En serio?
―Dijo que cuando vio tus pies se dio cuenta de lo que te habían
quitado. Dijo que se dio cuenta de lo que me había quitado, y que lo
sentía.
―Mierda. ―Ana silbó suavemente―. Entonces sí que estaba
mejorando.
―Y luego se enteró de lo que hicimos. Estuve a punto de contarle lo
del bebé cuando se disculpó. Supongo que es bueno que no lo haya
hecho. ―Hago una pausa, recordando nuestra conversación durante la
cena―. Le pregunté sobre cómo se sentiría sobre ser padre mientras
estábamos de luna de miel, y me respondió con seriedad. La respuesta
tampoco fue la que yo esperaba: dijo que querría un hijo para continuar
su legado, pero que no obligaría a una hija a estar en la misma situación
que Caterina o yo. Sonaba... casi sonaba como si quisiera tener hijos, y
yo tenía alguna esperanza...
―No pierdas la esperanza todavía. ―Ana me aprieta la mano―. Luca
no sabe todavía lo que ha hecho Franco. Nuestra traición podría parecer
un poco menos grave después de eso. Lo perdonaste una vez, puede que
esté inclinado a perdonarte.
―¿Y el bebé?
―Preocúpate de eso cuando vuelva. Todavía tienes algo de tiempo
antes que se te empiece a notar. De todos modos, no hay una salida
razonable en este momento. Así que cuando Luca regrese, habla con él.
Intenta razonar con él. Puede que solo necesite algo de tiempo para
calmarse.
Me llama la atención de repente que Luca se dirija al cónclave, sin
saber de la traición de Franco.
―Mierda, Ana. Alguien tiene que decírselo a Luca. Alguien tiene que
advertirle sobre Franco...
―Viktor va a hablar con él en el cónclave ―dice cansada―. Se enteró
de lo que Franco hizo con Colin. Se lo va a contar todo a Luca y se
enfrentarán a los irlandeses. Esa es la otra razón por la que la Bratva no
es una salida para ti. Se va a alinear con la mafia de nuevo, así que no va
a arriesgar eso sacándote a ti.
―¿Qué va a pasar con Franco?
―Ojalá lo maten, carajo. ―Hay una nota amarga en la voz de Ana, y
no puedo culparla. Si hubiera tenido la oportunidad de matar a Rossi
con mis propias manos, lo habría disfrutado, y Franco le hizo eso y cosas
peores.
―¿Puedes ayudarme en el baño? ―Se gira para mirarme y veo que
ha vuelto a ponerse pálida―. Creo que un baño caliente podría hacerme
bien.
18
Falta una semana para que me permitan volar a casa. En ese tiempo,
no llamo a Sofia. Quiero hablar con ella en persona la próxima vez que
escuche mi voz, porque aún hay mucho que decir, y aún no estoy seguro
de la decisión que quiero tomar.
No voy a hacer que la maten, obviamente. He dicho cosas en el
momento de ira que no son posibles que haga. Especialmente no con
nuestro bebé en su vientre, pero más allá de eso...
¿Puedo confiar en ella ahora, después de todo? Y lo que es más
importante, ¿puedo amarla? ¿Puedo formar una familia con ella?
No sé las respuestas a esas preguntas, y necesito tiempo para pensar.
No puedo tener a mi lado a una mujer en la que no puedo confiar, por
mucho que la desee. La pasión, el deseo e incluso el amor no son
suficientes para que una relación funcione en mi mundo. Eso lo sé.
Lo que importa al final, además de la confianza, es si Sofia quiere...
para formar parte de este mundo, de esta vida, conmigo, y la única
forma que conozco para averiguarlo es darle la oportunidad de decirme
la verdad y ver qué pasa.
El ático está muy tranquilo cuando entro. Me muevo lentamente,
todavía cojeando por la herida que me está curando en el estómago, y
me abro paso por el piso inferior, buscando a mi mujer. Evito el estudio:
ahora sé lo que ha pasado ahí. Las alfombras y el piso habrán sido
limpiados, pero aún no estoy preparado para mirar el lugar donde
murió mi mejor amigo, el hombre que me traicionó más profundamente
de lo que imaginé que alguien podría hacerlo. El Abel de mi Caín, mi
hermano.
Y ahora se ha ido.
No quiero perder a nadie más. Se me aprieta el pecho mientras subo
lentamente las escaleras. Sofia no está en su habitación; cuando abro la
puerta, veo a Ana tumbada encima de la cama, con una manta encima
mientras duerme la siesta. Vuelvo a salir al pasillo en silencio, sabiendo
que solo hay otro lugar donde Sofia podría estar.
Está en nuestro dormitorio, sentada en el borde de la cama con las
manos apretadas entre las rodillas. No levanta la vista cuando entro.
―Me enteré de que ibas a volver a casa hoy ―dice suavemente―. Me
alegro de que estés vivo.
―¿Lo estas? ―No puedo evitar preguntar; es una pregunta honesta.
Si yo estuviera muerto, ella sería libre. Me recuerda que tuvimos una
conversación muy parecida en el hospital después del ataque al hotel.
Entonces, Rossi seguía vivo y era un gran peligro para ella. Ahora, si yo
me fuera, no quedaría nadie para retenerla aquí. Viktor ya no la
necesita―. Podrías irte si yo estuviera muerto.
―No te quiero muerto. ―Su voz es tranquila plana, como si estuviera
conteniendo su emoción. ―Lo digo en serio. Me alegro de que estés a
salvo.
―¿Y tú? ―No hago ningún movimiento para entrar en la habitación
todavía, quedándome justo al lado de la puerta mientras la cierro tras
de mí―. ¿Estás bien?
―Todo lo que puedo estar. Maté a un hombre. ―Su voz es todavía
sin tono y baja―. Mi primera vez.
―La primera vez es siempre la más difícil.
―Trató de matarme primero.
―Lo sé. Me lo han contado todo. No te culpo, Sofia.
―¿Lo sabes todo? ―Sigue sin mirarme―. ¿Lo qué hizo?
―Lo sé ―confirmo―. Viktor me contó su traición. Lo habría hecho
yo mismo si no lo hubieras hecho tú. Después de lo que le hizo a Ana...
―También le hacía daño a Caterina. Ella me mostró los moretones.
―Mierda. ―Aprieto los dientes, una nueva oleada de rabia hacia un
muerto me invade―. Recibió su merecido, Sofia. No deberías sentirte
culpable.
―No lo siento. No siento mucho de nada.
―Me equivoqué con Franco ―digo lentamente, dando otro paso
hacia la habitación―. Confié en él y me equivoqué, y ahora me pregunto
en qué más me equivoqué. Confié en ti, y conspiraste con Ana para
traicionarme.
―Entonces, ¿vas a hacer que me maten?
―No, Sofia ―digo en voz baja―, pero creo que tal vez, ahora que la
amenaza de la Bratva ha desaparecido y Franco está muerto, podría ser
el momento de volver a lo que acordamos en un principio. Me encargaré
de que tengas un apartamento propio. Podemos vivir separados, incluso
divorciarnos si es lo que quieres, cuando las cosas se hayan calmado.
―Ni de coña me voy a divorciar de ti, pienso mientras lo digo, pero
necesito que me crea. Necesito saber si me dirá la verdad cuando se le
dé la oportunidad, si volverá a luchar.
Si quiere quedarse.
―Puedes ir a París ―continúo―. Todavía puedes tener tu carrera.
Hablaré con el director de Juilliard y haré los arreglos para que termines
tus clases para graduarte. Ya puedes volver a tu vida, Sofia. El peligro
ha desaparecido. Así que supongo que nuestro matrimonio ya no es
necesario.
Hay un largo silencio que se extiende entre nosotros, y me pregunto
si va a confesar después de todo o si va a guardar sus secretos, y si lo
hace, ¿qué hago entonces?
Y entonces, finalmente, se vuelve hacia mí y me mira por primera vez
desde que entré en la habitación, y dice las palabras que he estado
esperando oír.
―Luca, estoy embarazada.
22
Una novia de la mafia sabe que puede llegar un día en que tenga que
vestirse para el funeral de su marido.
Esta es una vida peligrosa la que todos llevamos, después de todo,
especialmente los hombres. Este es un mundo de sangre y violencia,
riquezas y excesos pagados con vidas cortas y rápidas que arden y se
extinguen con la misma rapidez. Siempre he pensado que esa era
probablemente una de las razones por las que el amor rara vez influye
en los matrimonios de la mafia.
Es más fácil ver un vestido negro colgado junto a tu vestido de novia
en tu armario si el matrimonio se hace por conveniencia y no por amor.
Yo no había amado a Franco. No en la forma en que la mayoría de la
gente piensa en el amor. No había nada de novelas románticas en
nuestra relación, muy poco en el camino de la pasión. Las rosas, las joyas
y los grandes gestos se debían a que los esperaba, no a que estuviera
locamente enamorado de mí.
Era… soy una princesa de la mafia, después de todo. Cortejarme
significaba hacer todo lo posible, incluso si la decisión final sobre mi
matrimonio no había estado realmente en mis manos.
Había estado en manos de mi padre, y siempre supe que así serían las
cosas.
Mi padre.
Es culpa de mi difunto esposo que mi padre esté muerto. Que mi
madre está muerta. Que esté parada frente al espejo de cuerpo entero en
la habitación de mi infancia, mi vestido negro hasta la rodilla todavía
desabrochado, el tul del medio velo que se espera que use para el funeral
aplastado en mis manos. Este es el tercer funeral al que habré ido en casi
unos meses. El tercer funeral de alguien cercano a mí, nada menos.
¿Cuánto se supone que debe tomar una persona antes de que se
rompa?
Cautelosamente, toco mi antebrazo. Mi vestido es de manga larga, no
por el clima sino por los moretones amarillentos que me recorren los
brazos de arriba abajo como brazaletes grotescos. Franco dejó sus manos
fuera de mi cuello y cara, al menos, aunque no todas las otras partes de
mi cuerpo tuvieron tanta suerte, y es menos de lo que le hizo a la pobre
Anastasia, al menos. Sabía al menos lo suficiente como para ocultar la
evidencia al único hombre que quedaba que se habría enfurecido al
saber que Franco me había puesto las manos encima.
Luca Romano. El heredero de mi padre. El supuesto mejor amigo de
mi difunto marido. Don de la rama del noreste de la mafia americana.
Y ahora, mi único protector posible. Soy una mujer sin un pariente
varón vivo cercano, sin esposo, y en el mundo en el que vivo, esa es una
posición peligrosa y vulnerable en la que estar. Incluso mi condición de
princesa de la mafia, la única hija del difunto ex Don, no me salvará de
ningún número de posibles destinos desafortunados si no tengo a
alguien que cuide de mí. En todo caso, hace que mi posición sea aún más
tenue. Soy un rehén valioso, una excelente moneda de cambio, una
novia codiciada a pesar de haber enviudado recientemente.
Pero espero que Luca me proteja de todo eso. Podré volver aquí, a la
casa en la que crecí y que ahora me pertenece, y llorar en paz. No por
Franco, no puedo sentir mucho dolor por él después de lo que hizo, por
mi familia, por Luca, por Sofia, por Ana, pero todavía estoy de duelo
por mis padres, y ahora estoy de duelo por algo más.
La vida que había pensado que tendría.
Lentamente, cruzo la habitación hacia el armario, aparentemente para
buscar mis zapatos: elegantes zapatos negros con punta y tacón corto,
nada demasiado provocativo, pero al lado de mis zapatos hay una caja
larga y plana, y sé lo que hay dentro.
Mi vestido de novia.
Sé que no tiene sentido mirar hacia atrás, pero no puedo evitar romper
la tapa de todos modos, alcanzando el interior para tocar el satén frío.
Sofia Romano, la esposa de Luca, me ayudó a elegir ese vestido, solo
unos días después de la muerte de mi madre. Fue una buena amiga para
mí cuando más la necesitaba, cuando me sacaron de mi dolor y me
casaron más rápido de lo esperado para mantenerme a salvo de Viktor
Andreyev, el líder de Bratva aquí en Manhattan, y Franco trató de
matarla. Trató de matar a Luca.
Así que no, no lloraré por él.
Pero por lo que estoy de duelo es por el hombre que pensé que era. El
hombre despreocupado, risueño, pelirrojo y juvenil que mi padre eligió
para mí. Ya lo conocía, por supuesto. Había sido el amigo más cercano
de Luca desde la infancia, y el padre de Luca había sido cercano al mío.
Todos habíamos crecido juntos. Había pensado que era guapo, aunque
imprudente y un poco infantil. Más niño que hombre, siempre. Nunca
imaginé que sería mi marido, pero tampoco me molestó que lo hubieran
elegido por mí. Pudo haber sido mucho peor. O eso pensé en ese
momento, de todos modos.
Siempre había sido consciente de cuáles serían las circunstancias de
mi eventual matrimonio. Siempre supe que quien fuera con quien me
casara sería alguien que beneficiaría a mi padre. Había llegado a un
acuerdo con eso mucho antes de mi compromiso. Esa era la razón por la
que en realidad nunca había tenido citas, aunque no estaba
expresamente prohibido. No tenía sentido, en mi mente. ¿Por qué tener
citas, cuando sabía que no tendría elección en mi futuro esposo? ¿Por
qué poner la tentación en mi camino, cuando sabía que mi virginidad
era un bien precioso, y no mío para darlo como quisiera?
Lo más sensato que podía hacer era no torturarme con
enamoramientos y aventuras que nunca podrían ser otra cosa.
Y siempre he sido sensata.
Por lo que eso significaba que Franco fue mi primer beso. Mi primer
todo. Me lancé de cabeza a la relación después de nuestro compromiso,
queriendo complacerlo. Esperaba que se desviara, sabía muy bien que
casi todos los maridos de la mafia lo hacían, pero quería retrasar su
eventual infidelidad tanto como pudiera. Fui con él en una limusina
justo después de que me propusiera, por el amor de Dios.
La amargura del pensamiento me sobresalta. No esperaba una
estrecha intimidad emocional entre nosotros, ni fidelidad, ni siquiera
amor verdadero. Pensé que había sido lo más práctica posible sobre lo
que sería nuestro matrimonio, pero esperaba algunas cosas.
Estaba encantada de que mi padre hubiera elegido a alguien de mi
edad. Alguien divertido y lleno de vida. Alguien que no se tomaba las
cosas tan en serio como muchos de los otros hombres que me rodeaban.
Había visto a Franco como, si no un compañero devoto, una aventura.
Alguien que tal vez podría ayudarme a soltarme un poco, relajarme.
Alguien con quien podría divertirme, reírme, disfrutar estar con él.
Alguien que sería un amante aventurero, alguien con quien pudiera
explorar sin vergüenza todas las cosas por las que siempre había tenido
curiosidad en la cama. Un amigo, tal vez.
Muy, muy brevemente, pensé que había tenido eso. Nuestras
primeras noches juntos habían sido buenas, aunque él parecía un poco
frustrado por mi inexperiencia. Mi virginidad no había parecido tanto
una excitación para él como una molestia, pero me dije a mí misma que
eso era bueno. Al menos no era el tipo de hombre que fetichizaba la
virginidad. No habíamos tenido una luna de miel, pero habíamos tenido
unos días para escondernos en la casa de mi familia, y había hecho todo
lo posible para ser una nueva novia feliz, incluso en un momento en que
también era una hija afligida.
Pero Franco no había tenido paciencia para eso, y nuestra relación
había evolucionado rápidamente. Había visto su irritación, su
impaciencia, su falta de cariño por mí casi de inmediato. Me di cuenta
muy pronto de que yo era un trampolín para él, nada más. Que él no
había tenido ninguna esperanza para nuestro matrimonio aparte de
esperar que yo no fuera demasiado problema.
Eso duele, pero todo lo que siguió dolió mucho más. ¿Y las
revelaciones que vinieron con su muerte?
Esas casi me rompen.
Saco mi mano de la caja, cerrando la tapa mientras agarro mis zapatos
y me pongo de pie, colocándolos rápidamente. Sofia me dijo que me
tomara todo el tiempo que necesitara, pero sé que tendré que salir tarde
o temprano. No sería bueno que la viuda llegara tarde al funeral de su
propio esposo.
Hay un golpe en la puerta, y lamo mis labios secos, mi boca se siente
algodonosa.
―Adelante ―contesto, mi voz se quiebra ligeramente cuando me doy
la vuelta para sacar las perlas de mi madre de mi joyero. Junto a ellas,
mi extravagante anillo de compromiso brilla a la luz, agarro las perlas y
cierro la caja antes de sucumbir al impulso de agarrarlo y tirarlo al otro
lado de la habitación. Desearía poder quitarme todas las pruebas de que
alguna vez estuve casada con él, pero sería absolutamente escandaloso
presentarme sin siquiera un anillo de bodas. Dejar mi ostentoso anillo
parecerá una muestra de modestia, pero una mano desnuda sería objeto
de rumores durante meses.
Sofia me dijo que Luca ha hecho todo lo posible para mantener callado
lo que Franco y su padre, su verdadero padre, hicieron, conteniéndolo
en los niveles superiores de las jerarquías mafiosas, Bratva e Irlandesas.
Es mejor que no se propague demasiado. Es demasiado insidioso, una
mentira demasiado grande y una traición demasiado grande para que
los hombres de menor rango lo sepan. Podría dar ideas a otros, si
supieran cuánto tiempo Franco y su padre lograron ocultarlo todo, lo
cerca que estuvieron de acabar con toda una familia y sus herederos.
―¿Caterina? ―Sofia Romano, ahora mi amiga más cercana,
especialmente después de todo lo que pasó, entra en la habitación. Lleva
un vestido negro sencillo, de cuello alto y largo hasta la rodilla, con
mangas hasta los codos y su cabello oscuro recogido hacia atrás en un
moño suave. Es muy similar al que tengo puesto, pero hay una
diferencia muy notable entre nuestras siluetas: el estómago de Sofia está
levemente redondeado, el más mínimo indicio de su embarazo
comienza a mostrarse. Apenas está ahí, si no lo hubiera sabido, podría
haber pensado que había desayunado mucho, pero lo sé, fui yo quien la
animó a contarle a su esposo.
Sofia y yo nos hemos apoyado mutuamente desde hace algún tiempo,
y no espero que eso cambie pronto.
Es un alivio tener una persona en la que siento que puedo apoyarme.
Dos realmente, si cuento a Luca, pero no estoy segura de que pueda
todavía. No he hablado con él desde la muerte de Franco, ni desde que
volvió del hospital. Creo que Sofia me habría advertido si Luca me
culpara de alguna manera, o si tuviera la intención de hacerme
responsable de los crímenes de mi esposo también, pero todavía no
puedo evitar tener miedo. Luca nunca ha sido tan cruel, duro o
autoritario como la mayoría de los mafiosos, hombres como mi difunto
padre, pero el título de Don, la responsabilidad del mismo cambia a los
hombres. Mi madre me dijo eso, y Luca tampoco ha sido nunca un
hombre particularmente cálido. Siempre ha sido amable conmigo, pero
todavía no sé si pondrá a la mafia primero o a mi felicidad y seguridad.
Espero que sea esto último.
Simplemente quiero que me dejen sola para hacer el duelo, por
primera vez desde la muerte de mis padres. Tengo la intención de
arreglar las cosas con Luca hoy, después del funeral, y luego, con suerte,
se me permitirá retirarme a mi propio santuario privado, un convento
de una persona. Ya no tengo ningún deseo de volver a casarme, ni
siquiera de participar realmente en esta vida.
Si pudiera desaparecer por completo, creo que lo haría.
Esta vida ya me ha quitado demasiado.
―¿Estás bien? ―Sofia me mira con simpatía―. Lo sé, esa es una
pregunta capciosa. Toma, déjame subirte la cremallera. ―Se para detrás
de mí, suavemente tirando hacia arriba de la cremallera y pasando sus
manos por la parte de atrás de mi vestido para que la tela frágil quede
correctamente. Me veo dolorosamente delgada, mucho más de lo que
nunca he estado, aunque siempre he sido esbelta. Mis pómulos se ven
como si estuvieran presionando mi barbilla, mi mandíbula afilada, mis
ojos cansados. Ni siquiera una generosa dosis de rímel y corrector pudo
ocultar el hecho de que no he dormido en lo que parecen meses. Una vez
que un hombre te pone las manos encima, es difícil seguir durmiendo
bien a su lado, pero dormir en otra habitación nunca fue una opción para
mí. Tampoco decirle no a Franco, cuando requería mis atenciones en la
cama. Quería que le produjera un heredero lo antes posible, para
solidificar el eventual ascenso de ese esperanzado hijo al puesto que
ocupaba mi padre, y ahora Luca.
Toco mi estómago subrepticiamente, dejando escapar un suspiro de
alivio por enésima vez de no quedar embarazada en el transcurso de
nuestro breve matrimonio. Sofia está radiante con su embarazo, y en el
breve tiempo que había tenido algo de felicidad con Franco, me
imaginaba a mí misma de la misma manera: radiante y feliz de tener a
su hijo.
Ahora no puedo imaginarlo. No solo de Franco, sino de cualquiera.
Siempre me han gustado los niños, pero la vida de esposa y madre de la
mafia se siente ahora a años luz, como si una mujer diferente intentara
vivirla.
He terminado con los hombres. Nunca esperé amor, pero la idea del
matrimonio, de ser un trofeo en el brazo de alguien, del sexo, me hace
sentir mal ahora.
Si me salgo con la mía, nunca volveré a casarme.
―No tienes que hacer nada ―me dice Sofia suavemente, apoyando
una mano en mi codo―. Todo el mundo espera que estés de duelo. Solo
que estés ahí es todo lo que necesitas hacer. ―Alcanza mi mano, saca el
medio velo arrugado y estira la mano para fijarlo en mi cabello,
alisándolo en un moño cuidadosamente sujeto.
―¿No tendré que decir algo? ¿Un elogio para mi marido? ―Me lamo
los labios con nerviosismo, mirando mi reflejo.
Parezco como si estuviera cargando con el peso de la pena, porque lo
estoy, aunque no sea por Franco, pero no sé cómo me subiré detrás de
un podio y miraré a los dolientes reunidos, la mayoría de los cuales ni
siquiera son conscientes de la traición de Franco, y daré un elogio
apropiado para una viuda afligida por un hombre que ahora odio.
Un hombre que, si realmente miro en los rincones más profundos y
oscuros de mi alma, me alegro de que esté muerto.
―Ya le he dicho a Luca que se ocupe de eso ―dice Sofia con firmeza,
sujetando la otra punta del velo en mi cabello. El tul negro cubre mis
ojos hasta la punta de mi nariz, dándome un aire apropiadamente
elegante, y lo más importante, ocultando lo realmente horrible que me
veo en estos días. Estoy muy lejos de mis días de reina del baile de
bienvenida, de ser la chica más hermosa no solo entre las hijas de la
mafia, sino tal vez incluso en el gran Manhattan. Siempre había sido
consciente de lo bonita que era, tal vez incluso un poco vanidosa al
respecto. Estoy segura de que volverá con el tiempo, aunque ya no estoy
interesada en lo que puedo comprar con esa moneda, pero al menos hoy,
parezco mucho mayor que mis veintidós años.
―¿Así que no tengo que hablar en absoluto? ―Miro de reojo hacia
ella―. ¿No pensarán todos que eso es extraño?
―Cuando te pida que subas, empieza a ir y luego rompe a llorar.
―Fíngelo si es necesario ―dice Sofia alentadora―, y dirá algo sobre lo
desconsolada que estás, y el padre Donahue hará avanzar las cosas.
Dejé escapar un suspiro que no sabía que estaba conteniendo.
―Gracias ―susurro, volviéndome hacia ella y agarrando sus manos
en las mías. Puedo sentir las lágrimas acumulándose en las esquinas de
mis ojos―. Gracias por estar aquí para mí, a través de todo esto. Sé que
no ha sido fácil para ti.
―No lo ha sido ―admite Sofia―, pero es mejor ahora, para mí, para
Luca. Estamos mejor. Estamos encontrando nuestro camino a través de
todo esto, y tú también lo harás, Caterina, te lo prometo. Las cosas se
pondrán mejor.
Ella alcanza debajo de mi velo, limpiando una lágrima de mi mejilla
con su pulgar.
―Franco está muerto. Ya no puede hacerte daño a ti, ni a nadie. Te
curarás de todo esto. Solo necesitas tiempo. Solo termina hoy, y luego
tendrás todo el tiempo que necesitas para llorar, sanar y descubrir quién
quieres ser. Solo unas pocas horas más, y para esta noche, todo habrá
terminado.
Me aferro a eso, mientras tomo mi bolso y mi rosario y sigo a Sofia
fuera del dormitorio, hacia el auto que espera.
Para esta noche, todo habrá terminado.
Puedo dejar todo esto atrás y empezar de nuevo, como mi propia
dueña.
Caterina Rossi, una mujer libre. Tiene un sonido agradable.
2
Sigo repitiéndolo una y otra vez, como una oración o un mantra, todo
el camino por el pasillo de la catedral hasta mi asiento en el banco
delantero. Me esfuerzo por no pensar en cómo, no hace mucho tiempo,
caminé por este mismo pasillo vestida de blanco, con Franco
esperándome en el altar. ¡Qué esperanzada había estado ese día! Había
manejado mis expectativas, pero todavía tenía la esperanza de algo de
felicidad. Por un buen matrimonio, según los estándares de la mafia.
Ahora estoy caminando hacia mi asiento todo de negro, la banda
dorada en mi dedo anular izquierdo me quema la piel como una marca,
una que no puedo esperar para quitarme. Será lo primero que haga, una
vez que todos se hayan ido esta noche y esté sola otra vez.
Todos quieren consolarme, decirme cuánto lo sienten, compartir lo
conmocionados y desconsolados que están por la muerte de Franco. Es
todo lo que puedo hacer para asentir y obligarme a superarlo, cuando
todo lo que quiero hacer es gritar que él no era el hombre que ellos, o yo,
creíamos que era. Que era un traidor, un asesino, que se merecía algo
peor de lo que recibió. Me imagino las miradas de horror en sus rostros
si les dijera la verdad, si les contara la forma en que torturó a Ana,
arruinándole los pies de bailarina para siempre, o la forma en que me
dio un puñetazo en el estómago la primera vez que me vino la regla.
Después de nuestra boda, o me arremangara el vestido para mostrar los
moretones de hace solo unos días. Si les dijera cómo me había sujetado,
ordenarme que me callara cuando le dije que no estaba de humor para
el sexo una noche no más de un mes después de casarnos.
Cuando me des un hijo, puedes afirmar que tienes un dolor de cabeza
todo lo que quieras. Hasta entonces, abre las piernas y cállate, princesa.
Eso es todo para lo que fuiste bueno, de todos modos.
Haz tu trabajo. Escuché la voz de mi madre en mi cabeza esa noche.
Me habría dicho que acabara con esto, que cuanto antes me embarazara
antes me dejaría en paz. A los hombres no les gusta acostarse con sus
esposas embarazadas, ella me hubiera dicho. Encontrarán a alguien más
para hacerles compañía, y estarás feliz por eso.
Mi madre había sido muy buena en el manejo de mis expectativas,
cuando se trataba de mi futuro esposo, pero no hay forma de que ella
pudiera haberme preparado para lo que resultó ser Franco.
Finalmente, me dirijo a mi asiento, apretando las manos en mi regazo,
obligándome a mirarlas mientras espero que el padre Donahue se dirija
al podio para comenzar el servicio. No miro el ataúd reluciente, rodeado
de flores, ni las fotos de Franco, sonriendo infantilmente fuera de los
marcos. Especialmente no miro la nuestra, la del día de nuestra boda, las
mismas manos que están unidas en mi regazo en este momento,
entrelazadas con las suyas. Sé qué foto es. En ella, lo miro y él me mira
a mí. Cuando lo vi por primera vez, pensé que la mirada posesiva en sus
ojos era romántica. Ahora, sé que es psicótico.
Es la mirada de un hombre que ve el camino hacia el poder e
influencia frente a él. No una esposa, no un amante. Una escalera.
―Hermanos y hermanas, nos reunimos aquí hoy para llorar el
fallecimiento de uno de los nuestros, Franco Bianchi. ―La voz del padre
Donahue, gruesa y rica en acento irlandés, me saca de mis
pensamientos. La mano de Sofia encuentra su camino hacia las mías,
cubriéndolas, y levanto la vista, sobresaltada. Ni siquiera me había dado
cuenta de que se había sentado a mi lado, Luca al otro lado.
Con cuidado, aflojo mis manos, dejándola deslizarse entre ellos. Se
siente bien, tener una amiga sosteniendo mi mano. Consolador. Me hace
pensar, solo por un momento, que tal vez ella tenía razón. Que, si puedo
superar esto, el funeral y la recepción después, todo estará bien. Puedo
hacer el duelo por mi cuenta, sola, a mi manera. Puedo dejar todo esto
atrás y empezar de nuevo. Puedo decidir, por primera vez en mi vida,
quién debería ser Caterina Rossi. Apenas escucho el resto del servicio.
Realmente no escucho al padre Donahue darle la palabra a Luca y yo
apenas soy consciente de lo que dice Luca, algún discurso fabricado
sobre cómo Franco era como un hermano para él, qué inesperada fue su
muerte, qué trágica. Los más cercanos a Luca saben la verdad, por
supuesto, pero el resto del mar de dolientes en la catedral simplemente
estará asintiendo, secándose las lágrimas con pañuelos, tocados por el
completamente inventado elogio de Luca.
Casi echo de menos a Luca llamándome para dar el mía. La mano de
Sofia en mi espalda me ayuda a ponerme de pie, pero tengo una oleada
repentina de recuerdos: me levanté para hablar en el funeral de mi
madre no hace mucho tiempo, y luego en el de mi padre justo después
de eso, y el dolor que se eleva para ahogarme, y darse a conocer en
sollozos que no son fingidos en absoluto. Es real y me tapo la boca con
la mano y me hundo en el banco mientras el brazo de Sofia me rodea los
hombros y me sostiene.
En la distancia, escucho a Luca disculparse por mí, la viuda afligida.
Hay un murmullo de simpatía, y el padre Donahue hace que las cosas
avancen tal como Sofia y yo lo habíamos planeado, pero ahora estoy
llorando en serio, las lágrimas de rímel corren por mis mejillas.
Me las arreglo para recomponerme mientras nos dirigimos al
cementerio. Siento un nudo en el estómago cuando bajan el ataúd de
Franco junto al de su madre. Al menos la tumba reservada para él no
estaba junto a la de su padre, cuyo apellido no debería haber tenido, el
padre que no era el suyo en absoluto. En vez de eso, estaba al lado de su
madre, cuyo error con su verdadero padre inició todo esto sin que ella
supiera las consecuencias que tendría.
No puedo evitar mirar a través del cementerio hacia la tumba que sé
que está en algún lugar de ahí, donde están enterrados los irlandeses.
Conor Macgregor. El hombre cuyo apellido debería haber tenido Franco.
¿Habrían sido diferentes las cosas? ¿Si su madre hubiera confesado?
La habrían matado, probablemente, Franco entregado a otra familia en
una parte del país lejos de los irlandeses infractores. Podría haber
comenzado una guerra, dependiendo de cuán furioso estuviera el
marido cornudo de Bianchi, pero probablemente no. Mi padre no habría
permitido eso, no lo creo. Habría sido una humillación, pero una que se
solucionó en silencio.
En vez de eso, se le había permitido girar fuera de control. Todo por
la mentira de una mujer.
Sin embargo, es difícil para mí culparla tanto como alguna vez lo hice.
Sé lo que es ahora acostarse al lado de un hombre que no solo no amas,
sino que odias por completo. Nunca conocí al padre de Franco, pero sé
que es posible que él también fuera un hombre cruel, que la madre de
Franco hubiera estado tan desesperada por el afecto, por el amor, por el
placer, que cometió un error que podría haberle costado la vida. Ella
también había estado lo suficientemente desesperada como para
encubrirlo.
No puedes cambiar nada de eso.
Veo como bajan el ataúd, mis manos entrelazadas frente a mí, y me
recuerdo a mí misma una y otra vez. No sirve de nada mirar atrás. Solo
hacia adelante. Lo repito mientras tiro el puñado de tierra requerido, la
rosa blanca. Me digo a mí misma una y otra vez mientras vuelvo al auto
para ir a casa, una casa que pronto estará llena de gente con la que
preferiría no hablar, todos expresando sus condolencias por algo que
agradezco que haya terminado.
Solo supéralo. Esta casi terminado. Para esta noche, estaré libre de eso.
Siempre he sido fuerte. Mi madre decía que tenía una columna
vertebral de acero, pero últimamente ha sido duramente probada.
Pronto, muy pronto, podré dejarlo ir.
¿Cómo sería mi vida sin las expectativas de los hombres?
No puedo esperar para averiguarlo.
****
La línea de dolientes que quieren hablar conmigo y compadecerse de
mí una y otra vez es tan interminable como lo era en la catedral, pero en
algún punto entre los «siento» y los ofrecimientos de galletas y cazuela
de atún, logro arrinconar a Luca en la sala de estar junto a la chimenea,
un poco alejado de los grupos de invitados agrupados.
―¿Cómo te va, Caterina? ―Me mira con esos intensos ojos verdes
suyos, mirándome como si pudiera ver la verdad absoluta de lo que
estoy sintiendo. Tal vez pueda. Luca me conoce bien, incluso mejor que
Franco. Estaba cerca de mi padre, después de todo. Ayudó a arreglar mi
compromiso. En un momento, me pregunté si me iba a casar con él.
Incluso le pregunté a mi padre al respecto, antes de saber que lo habían
prometido a otra persona, alguien con quien en realidad nunca esperó
casarse.
Sofia, por supuesto.
Me alegro de que Luca no sea mi marido. No hubiéramos sido muy
adecuados el uno para el otro, menos aún que Franco y yo, pero ahora
está en una posición completamente diferente, una de poder sobre mí,
como Don, y tengo más que un poco de miedo de lo que eso podría
significar para mí.
―Creo que tan bien como se puede esperar ―digo diplomáticamente,
mirando alrededor de la habitación. ―Estoy lista para un poco de paz y
tranquilidad.
―Bueno, te los quitaré de en medio tan pronto como pueda sin crear
un escándalo ―dice Luca amablemente―. Mi posición viene con
algunas ventajas, ya sabes. ―Me mira con atención―. Quiero
asegurarme de que estás bien aquí sola, Caterina. Que Tú…
―Estaré bien ―digo rápidamente―. No soy frágil. Estoy afligida,
pero me curaré.
―No, nunca has sido frágil ―dice, su voz pensativa, pero parece que
tienes algo en la cabeza.
Hago una pausa, tomando aire. No hemos hablado desde... Trago
saliva, tratando de pensar en la forma correcta de decir lo que hay que
decir.
―Quiero disculparme, Luca ―digo formalmente, echando los
hombros hacia atrás mientras lo miro directamente a los ojos―. No tenía
conocimiento de lo que estaba haciendo mi esposo, o lo que había
planeado, pero de todos modos yo era su esposa. Sé que podrías
hacerme un poco responsable de todo lo que pasó, y quiero que sepas
cuánto lo siento por todo esto, y que no pude detenerlo. Que estaba ciega
ante la traición de mi marido hacia ti.
Los ojos de Luca se abren en estado de shock, y da un paso adelante,
poniendo sus manos con cuidado en la parte superior de mis brazos.
Odio estremecerme con su toque, con cualquier hombre, pero Sofia debe
haberle contado sobre los moretones, porque su toque es
extremadamente suave.
―Caterina ―dice en voz baja, casi con desaprobación―. No te culpo
en absoluto. ¿Cómo puedes pensar eso? Por supuesto que nada de esto
fue tu culpa. La culpa fue enteramente de Franco y lo ha pagado. Eras
su esposa, pero no tenía motivos para pensar que eras su confidente.
Es difícil para mí comprender por completo el peso de lo que está
diciendo; todavía estoy demasiado abrumada por los acontecimientos
del día, pero me siento aliviada, no obstante. Asiento, parpadeando
lentamente mientras busco a tientas una silla cercana y me hundo en
ella, sintiendo como si pudiera respirar de nuevo. No me había dado
cuenta de lo preocupada que había estado hasta que Luca dijo en voz
alta que no me culpaba de ninguna manera.
―Pero Caterina ―continúa, su voz baja y seria. Suena lejano, y sé que
he superado el punto de lo que puedo soportar por un día. Estoy más
cansada que nunca, a punto de desmayarme de la emoción y el
agotamiento, y veo vagamente a Sofia entrando en la habitación,
acercándose rápidamente hacia mí―. Necesito algo de ti ―continúa
Luca mientras Sofia camina a mi lado, ayudándome a levantarme con
delicadeza―. Por el bien de la familia, Caterina.
Por el bien de la familia. ¿Cuántas veces he escuchado a lo largo de mi
vida?
―Por supuesto ―digo aturdida―. Lo que sea que necesites.