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8.

LUCHAS NACIONALES Y DE CLASES


1. LA RESTAURACIÓN: LA VUELTA IMPOSIBLE AL PASADO
1.1 LA RECONSTRUCCIÓN DEL ABSOLUTISMO
Tras la derrota de Napoleón en 1814, los países vencedores se reunieron en el
Congreso de Viena. Se prolongó hasta 1815 y los encuentros no se interrumpieron
durante la breve restauración del Imperio napoleónico.

Aunque hubo una gran cantidad de participantes, las potencias que dirigieron el
Congreso y condicionaron sus resultados fueron las grandes monarquías absolutas,
Prusia, Rusia y Austria, y Gran Bretaña, que era una monarquía parlamentaria.
Además, se incluyó a un representante de Francia. En la reunión se propusieron tres
objetivos fundamentales para lograr la Restauración del absolutismo:
● Aplicación de la doctrina del legitimismo. Consideraban que la monarquía era
la única legitimada por la historia para gobernar. En varios países europeos se
restauraron las antiguas dinastías, como en Francia.
● Creación de una coalición, la Santa Alianza, formada por las grandes
monarquías absolutas europeas, Prusia, Rusia y Austria, a las que
posteriormente se adhirió Francia. Gran Bretaña no se unió a este acuerdo. La
alianza se ratificó mediante la celebración de nuevos congresos, en los que las
potencias absolutistas decidieron que intervendrían en aquellos países en los
que se produjera una revolución liberal.
● Recomposición del mapa de Europa, muy alterado tras las guerras contra la
Francia revolucionaria y el Imperio napoleónico.

1.2 EL NUEVO MAPA DE EUROPA


En el Congreso de Viena se acordó guardar un equilibrio territorial entre las grandes
potencias. Para ello se rehicieron las fronteras anteriores a la Revolución francesa
atendiendo a los derechos de las dinastías gobernantes y a los intereses de las
grandes potencias, pero obviando la opinión de los habitantes de los territorios
afectados. Estas decisiones tendrían consecuencias importantes en la política europea
del siglo XIX:
● Se crearon dos nuevos reinos para controlar a Francia. El reino de los Países
Bajos, compuesto por las antiguas Provincias Unidas y los Países Bajos
católicos, cedidos por Austria, y el reino de Piamonte-Cerdeña, en el noroeste
de Italia, con el añadido de Niza y Saboya.
● El resto del territorio italiano se mantuvo dividido, aunque Austria se hizo con
Lombardía, Venecia y sus regiones balcánicas en la costa adriática.
● Francia volvió a las fronteras anteriores a la Revolución, perdiendo las
posesiones de Saboya y Niza.
● Se castigó a Dinamarca por apoyar a Napoleón cediendo Noruega a Suecia.
● El Sacro Imperio fue sustituido por la Confederación Germánica, una entidad
sin apenas poder fáctico y compuesta por numerosos Estados.
● El este de Europa quedó repartido entre Austria, Rusia y Prusia, lo que significó
la desmembración de la Polonia napoleónica.

La Confederación Germánica
Algunos de los antiguos Estados del Sacro Imperio pasaron a formar parte de Austria y
Prusia, auténticos poderes hegemónicos en la Confederación, manteniéndose como
Estados independientes hasta un total de 40 reinos, principados y territorios. Entre
estos destacaron, en el sur, Baviera, Baden y Wurtemberg, y en el norte, Hannover,
Mecklemburgo, Sajonia, Oldemburgo, Luxemburgo y Hesse.

1.3 LOS LÍMITES DE LA RESTAURACIÓN


En el Congreso de Viena, las potencias que vencieron a
Napoleón trataron de reinstaurar el orden anterior a la Revolución
francesa. Este objetivo se reveló imposible a los pocos años,
porque desde 1789 se había forjado un nuevo escenario
profundamente marcado por la experiencia revolucionaria en Francia.

Además, las victorias de Napoleón contribuyeron a difundir entre los súbditos y


súbditas de las monarquías absolutas las ideas del liberalismo, al tiempo que sus
conquistas despertaron la identidad nacional de colectivos que convivían en imperios
y monarquías compuestas. Por último, a lo largo de estos años la burguesía de las
ciudades del continente adquirió conciencia de su marginación política en el Antiguo
Régimen y de sus potenciales capacidades para superarla.

El ejemplo más claro de la nueva situación estuvo en la propia Francia, donde


pervivieron disposiciones como el Código Civil de Napoleón. Además, Luis XVIII
–hermano de Luis XVI–, por indicación del Congreso de Viena, adoptó una Carta
Otorgada (1814), una ley fundamental por la que el monarca limitaba voluntariamente
sus poderes. En este documento se garantizaron la igualdad ante la ley, la propiedad
privada y la tolerancia religiosa.

En definitiva, más que un retorno al pasado, lo más importante para los artífices de la
Restauración fue el mantenimiento de un orden absolutista y la preservación de
sus tronos.
2. LA RESTAURACIÓN COMBATIDA
2.1 LOS MOVIMIENTOS REVOLUCIONARIOS
En el período posterior al Congreso de Viena se produjeron tres oleadas
revolucionarias. Fueron de carácter liberal, antiabsolutista y nacionalista. En
diversos países europeos culminaron el paso de una sociedad estamental a una de
clases y contribuyeron a la expansión de la Revolución Industrial.

Las revoluciones liberales del siglo XIX estuvieron estrechamente vinculadas con el
auge urbano aparejado a la progresiva industrialización. Los ambientes universitarios y
las reuniones en clubes y cafés eran los lugares donde los liberales conspiraban y
celebraban sus mítines. Fueron los núcleos revolucionarios del liberalismo. La
policía irrumpía en ellos a menudo, por lo que sus simpatizantes formaban logias o
sociedades secretas, como las reuniones carbonarias en Italia, que hacían las veces de
partidos políticos clandestinos.
2.2 NACIÓN Y NACIONALISMO
Antes del siglo XIX la palabra «nación» expresaba realidades diversas, pero a partir de
las revoluciones liberales pasó a designar a comunidades humanas con rasgos
culturales compartidos y que eran soberanas –o que aspiraban a serlo– constituyendo
un Estado-nación. El nacionalismo, que era la traducción política de esa identidad y
esas aspiraciones, se vio influenciado por diversas causas:
● El liberalismo político, que resultó decisivo al basar la legitimidad del poder del
Estado en la soberanía nacional, es decir, en la emanada de la ciudadanía.
Además, como las monarquías eran en general absolutistas muchas personas
se sentían liberales y nacionalistas al mismo tiempo.
● Napoleón y el Congreso de Viena, que incentivaron aspiraciones nacionalistas
entre diversos pueblos al modificar el mapa de Europa según sus intereses.
● El desarrollo de la economía liberal. Los Estados con economías sin
privilegios de carácter feudal favorecían el crecimiento económico a través del
libre mercado y la industrialización. La unidad nacional contribuía a consolidar a
la burguesía industrial y comercial, principales beneficiarias de las
transformaciones económicas que se estaban produciendo.
● El arte y la cultura del Romanticismo, que fueron preponderantes en la
primera mitad del siglo XIX, resaltaron el sentido de pertenencia a un pueblo. El
nacionalismo adquirió un fuerte componente afectivo y emocional.

Existieron diferentes tipos de movimientos nacionalistas: unificadores, que aspiraron a


reunir en un mismo Estado a pueblos con una cultura común pero separados en
distintos Estados; e independentistas, movimientos que pretendían conformar su
propio Estado porque no se sentían identificados, o se sentían oprimidos, por el Estado
que los englobaba. Como resultado, las antiguas monarquías compuestas, imperios y
principados fueron sustituidos por incipientes Estados-nación.
2.3 LAS OLEADAS REVOLUCIONARIAS
La oleada revolucionaria de 1820
En España, Nápoles, Piamonte y Portugal se produjeron revoluciones que tomaron
como modelo la Constitución española de 1812. La Santa Alianza intervino
militarmente para restaurar el absolutismo en los tres primeros reinos. Sin embargo, la
coalición se enfrentó con las reticencias de Gran Bretaña a la hora de intervenir en
Portugal, donde se mantuvo un régimen constitucional.

En 1822 una Asamblea Nacional proclamó la independencia de Grecia del Imperio


otomano, causa que fue apoyada por la mayor parte del liberalismo europeo. En la
guerra de la Independencia de Grecia participaron Gran Bretaña, Rusia y Francia
(1827) en defensa de sus intereses estratégicos en el Mediterráneo oriental y en apoyo
de Grecia, que obtuvo su emancipación en el año 1830.
La oleada revolucionaria de 1830
Carlos X sucedió a Luis XVIII en Francia (1824). Pretendió reinar sin las limitaciones
de la Carta Otorgada, pero sus aspiraciones chocaron con el liberalismo de grandes
sectores de la burguesía. En 1830, en un contexto de crisis económica, grupos de
intelectuales, estudiantes y proletarios realizaron la «Revolución de las Barricadas».
Tras la abdicación del rey se instauró la monarquía parlamentaria de Luis Felipe de
Orleans, que reconocía la soberanía nacional.

Influido por lo sucedido en Francia, el pueblo belga proclamó su independencia de los


Países Bajos y estableció una monarquía parlamentaria. El derrocamiento de Carlos X
también influyó en la sublevación de Polonia, integrada en el Imperio ruso. Tuvo un
carácter nacionalista, pero fue sofocada por el ejército del zar. Se produjeron asimismo
brotes revolucionarios en la Confederación Germánica y en la península Itálica.
La oleada revolucionaria de 1848

En 1845 comenzó una intensa crisis económica internacional. En Francia, la monarquía


de Luis Felipe de Orleans se había vuelto muy conservadora. Este giro político y los
problemas económicos alentaron el descontento obrero y de los liberales radicales. La
tensión derivó en una revolución en la que se proclamó la Segunda República
francesa.

La Revolución se extendió a Austria, la Confederación Germánica, Italia y Rusia.


Mientras tanto, en Francia, el Gobierno republicano estableció el sufragio universal
masculino y se instauraron medidas para garantizar el empleo del proletariado.

La clase obrera y la burguesa empezaron a discrepar sobre el alcance de las


revoluciones, por lo que sus aspiraciones se distanciaron más allá de la lucha contra el
absolutismo. En Francia la burguesía pasó a apoyar un cambio conservador. En 1851
Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón, fue elegido presidente, tras lo cual
proclamó el Segundo Imperio francés. En el resto de los países a los que se había
extendido la oleada revolucionaria se consiguieron establecer algunos avances
democráticos, a excepción de Rusia.
3. LAS UNIFICACIONES NACIONALES
3.1 LA UNIFICACIÓN DE ALEMANIA
Tras las guerras napoleónicas, la Confederación Germánica sustituyó al Sacro Imperio.
Al norte de dicho territorio, un poderoso reino, Prusia, mantenía una autoritaria y
disciplinada organización política y militar. Al sur se situaba el Imperio austriaco, una
parte del cual estaba integrado en la Confederación Germánica. Entre ambos
coexistían multitud de territorios independientes. Además, había otros territorios
alemanes que dependían de Dinamarca.

La Confederación Germánica contaba con una asamblea, la Dieta, presidida por el


emperador austriaco, opuesto al liberalismo y a los movimientos nacionalistas. Este
inmovilismo entraba en conflicto con los intereses económicos de la burguesía urbana y
sus ideas liberales. Frente a esto, en 1834 Prusia tomó la iniciativa y creó la Zollverein
o Unión Aduanera, de la que excluyó a Austria. Esta alianza comercial, que incluía
una única red de ferrocarriles, impulsó el desarrollo económico y animó a la burguesía
germana a luchar por la unificación.

Ante las reivindicaciones nacionalistas, democráticas y sociales de la Revolución de


1848, Otto von Bismarck, canciller del rey de Prusia Guillermo I, tomó la iniciativa
para dirigir la unificación en un sentido autoritario. Desató varias guerras en las que se
impuso a Dinamarca (1864), a una alianza alemana liderada por Austria (1866) y a
Francia, anexionándose las regiones fronterizas de Alsacia y Lorena. Las tropas
francesas fueron derrotadas en la Batalla de Sedán y las prusianas ocuparon Versalles
proclamando el Segundo Imperio alemán (Segundo Reich) en 1871.
3.2 LA UNIFICACIÓN DE ITALIA
A mediados del siglo XIX la península Itálica se encontraba dividida en diversos
Estados con sistemas políticos diferentes:
● Al noroeste existía un próspero reino regido por la dinastía Saboya, el de
Piamonte-Cerdeña, que lideró el proceso de unificación.
● El resto del norte italiano estaba ocupado por Austria. Era la región más rica e
incluía las ciudades de Milán y Venecia.
● Nápoles y Sicilia, al sur, formaban una monarquía gobernada por una dinastía
borbónica.
● En la zona central, se localizaban los ducados de Toscana, Parma y Módena, y
el papa Pío IX reinaba sobre los Estados Pontificios, con capital en Roma.

Piamonte pactó la ayuda de Francia frente a Austria a cambio de compensaciones


territoriales. La victoria piamontesa frente al ejército austriaco en 1859 significó la
incorporación del norte y centro de Italia, a excepción de Venecia y Roma, en 1860.

Nápoles y Sicilia fueron ocupadas en 1860 por el revolucionario Giuseppe Garibaldi y


entregadas a Piamonte (1861). En 1866 el ejército italiano se alió con el prusiano en el
marco de la guerra austroprusiana, y su victoria significó la incorporación de Venecia al
reino de Italia.
La guerra francoprusiana de 1870 obligó al soberano de Francia a retirar el ejército que
mantenía en Roma para proteger al papa, lo que fue aprovechado por las tropas
italianas para hacerse con los Estados Pontificios. El papa quedó recluido en la
Ciudad del Vaticano.

El resultado final fue un país unificado, el reino de Italia, pero con grandes
desequilibrios económicos entre el norte y el sur. Fue gobernado bajo un régimen de
monarquía parlamentaria y sufragio censitario.
4. PROLETARIOS DEL MUNDO, UNÍOS: EL MOVIMIENTO OBRERO
4.1 LAS PRIMERAS IDEOLOGÍAS DEL MOVIMIENTO OBRERO
Tras la formación de sindicatos, centrados en las mejoras de las condiciones laborales
de la clase obrera, surgieron ideologías políticas obreras.
Cartismo
Fue el primer movimiento político obrero y se desarrolló en Gran Bretaña entre 1820 y
1850. Su nombre proviene de la Carta del pueblo dirigida al Parlamento británico.
Recopilaba las principales demandas democráticas de la clase trabajadora: sufragio
universal masculino, candidaturas abiertas a la clase obrera y voto secreto. Sin
embargo, la represión del Gobierno y las diferencias internas condujeron a la
desaparición de este movimiento.

Socialismo utópico

Desde 1820, el socialismo utópico planteó soluciones frente a las desigualdades


sociales apelando al ideal de la fraternidad humana. Así, por ejemplo, Robert Owen
(1771-1858) fundó en 1825 la comunidad New Harmony en Indiana (Estados Unidos),
basada en la colaboración económica y en la igualdad social y de riqueza de sus
integrantes. No obstante, las ideas utópicas tuvieron escasa influencia entre la clase
obrera.
4.2 MARXISMO, SOCIALISMO Y ANARQUISMO
Las ideologías que más movilizaron al proletariado fueron el socialismo y el
anarquismo. El socialismo es una doctrina que abarca una gran variedad de
corrientes. Su origen y diferenciación del socialismo utópico se produjo a partir de la
obra del filósofo alemán Karl Marx (1818-1883).
El marxismo
La denominación de marxismo abarca el conjunto de ideas y el método de análisis
iniciado por Marx, quien vivió exiliado en Londres. Allí conoció de cerca el proceso de
industrialización y las profundas desigualdades sociales que generaba, junto a su
colaborador, el británico Friedrich Engels (1820-1895).

En El capital (1867), Marx desarrolla un estudio crítico del capitalismo. En esta obra
proponía que el sistema capitalista se caracterizaba por una serie de fases de
crecimiento alternadas con períodos de crisis. La idea que sustentaba este
planteamiento era la de la explotación de la clase trabajadora por parte de la clase
propietaria de los medios de producción, que se apropiaban de una parte de lo que
producían sus empleados y empleadas denominada plusvalía. Esta explotación estaba
legitimada por las leyes de los Estados liberales, controlados por la burguesía,
fundamentalmente, mediante la restricción del voto.
Las bases fundamentales del marxismo fueron las siguientes:
● Materialismo histórico. Es el método del análisis marxista. Se centra en el
desarrollo histórico de las sociedades y sostiene que la historia es, sobre todo,
resultado de la interacción entre las condiciones materiales de las personas: la
propiedad de los bienes, las relaciones de trabajo, la tecnología, etc. Dentro del
análisis marxista, el conocimiento histórico tuvo un gran peso. Es por ello que el
materialismo histórico ha tenido una gran repercusión dentro de la Historia como
ciencia, ya que como metodología pretende un conocimiento científico útil. Por
esta razón, multitud de investigadores e investigadoras ajenos al marxismo han
integrado en sus análisis los conceptos marxistas.
● Lucha de clases. Las sociedades se dividen en clases desiguales: la opresora y
la oprimida. La relación entre ambas es conflictiva.
● Cambio histórico. Al igual que la burguesía había acabado con el feudalismo
tomando el poder mediante la lucha revolucionaria, la clase obrera debía hacer
lo mismo con el capitalismo para acabar con su opresión. Después, se abriría
una fase de transición, la dictadura del proletariado, por oposición a la dictadura
de la burguesía, en la que la clase obrera dirigiría el Estado y sería propietaria
de los medios de producción. Su evolución conduciría a la sociedad comunista.

El anarquismo

La ideología anarquista la desarrollaron pensadores como Mijaíl Bakunin (1814-1876)


y Piotr Kropotkin (1842-1921). Bakunin defendió una sociedad sin ningún tipo de
autoridad política, económica o religiosa, organizada en comunas gestionadas por la
propia clase trabajadora. Kropotkin propugnó el apoyo mutuo, construido sobre la idea
de que la cooperación era clave para el avance social.

El anarquismo abanderaba un ideal como el de la sociedad comunista, pero era


contrario a la acción política parlamentaria, que sí aceptaban los socialistas, y otorgaba
mucho protagonismo al campesinado en la lucha contra el capitalismo. Su participación
política se basaba en la acción directa mediante huelgas, movilizaciones y, llegado el
caso, incluso actos de violencia y de sabotaje. En el siglo XIX tuvo una implantación
menos significativa que el marxismo, salvo en países como Rusia, Italia o España.
4.3 LA PRIMERA INTERNACIONAL
En la década de 1860 se inició el internacionalismo proletario. En 1864 se fundó en
Londres la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT), posteriormente
denominada Primera Internacional. Marx y Bakunin fueron sus principales dirigentes,
aunque estaban enfrentados por sus distintos puntos de vista sobre la participación del
proletariado en la vida política.
El objetivo de la AIT era aunar la lucha de la totalidad de la clase obrera para lograr su
emancipación, con el lema «¡Proletarios del mundo, uníos!». La represión de los
internacionalistas y las divergencias entre marxistas y anarquistas fueron de tal
envergadura que la Internacional se disolvió en 1876.

5. ESPAÑA, ENTRE EL ABSOLUTISMO Y EL LIBERALISMO


5.1 EL REINADO DE FERNANDO VII Y LA VUELTA AL ABSOLUTISMO
Tras la restauración del absolutismo por Fernando VII en 1814, se sucedieron sin éxito
varias sublevaciones liberales. En 1820, el teniente coronel Rafael del Riego, al frente
de las tropas que tenían que partir hacia los virreinatos americanos para combatir
contra los independentistas, se rebeló en Cabezas de San Juan (Sevilla). Fernando VII
tuvo que aceptar el restablecimiento de la Constitución de 1812, dando inicio el trienio
liberal.
Fue una etapa inestable a causa del enfrentamiento entre absolutistas, liberales
radicales –también conocidos como exaltados– y liberales moderados –llamados
doceañistas por haber participado en las Cortes de Cádiz–. En 1823, el rey invocó el
Tratado de la Santa Alianza. Un ejército de tropas francesas apoyadas por
voluntariado español –los Cien Mil Hijos de San Luis– invadió España y restauró los
poderes absolutistas del soberano

Durante los diez años siguientes, la década ominosa, Fernando VII tomó medidas
antiliberales y conservadoras, reponiendo la Inquisición y clausurando las
universidades. Sin embargo, se vio obligado a establecer contactos con los liberales
doceañistas para asegurar que apoyarían la sucesión de su hija Isabel. Este
acercamiento del rey al liberalismo provocó la reacción de los absolutistas, que se
agruparon en torno a su hermano Carlos, lo que daría lugar al bando o Partido
Carlista.

Fernando VII murió en 1833 dejando a su hija Isabel, todavía una niña, como heredera
de la Corona. Para que pudiese ser reina, antes de su muerte decretó una nueva ley, la
Pragmática Sanción, anulando la Ley Sálica, que prohibía reinar a las mujeres. Esto
desencadenó una guerra civil entre el bando partidario de Carlos y el que defendía la
legitimidad del reinado de Isabel.
5.2 EL REINADO DE ISABEL II: EL LIBERALISMO MODERADO
Las regencias y la victoria sobre el carlismo
Isabel II heredó la Corona siendo menor de edad, por lo que se designaron dos
regentes para desempeñar las labores de gobierno: su madre María Cristina, primero, y
el general Espartero, después. Durante el período de la regencia, entre 1833 y 1843, se
fijaron las bases del nuevo régimen de la España liberal.

La primera urgencia fue la victoria militar sobre el carlismo. Carlos María Isidro de
Borbón (1788-1855), un decidido absolutista, logró un apoyo notable para sus tropas
durante la primera guerra carlista (1833-1840) en zonas donde la monarquía del
Antiguo Régimen se identificaba con la pervivencia de los fueros de cada región. Fue el
caso del País Vasco, Navarra y parte de Cataluña, Aragón y Valencia. Se produjo una
segunda guerra carlista (1846-1849), pero de menor alcance y que también fracasó a
la hora de restablecer el absolutismo.
El asentamiento del régimen: características
La victoria isabelina permitió asentar una monarquía constitucional y un régimen
liberal moderado. Aunque se institucionalizó la separación de poderes, la Corona
conservó gran parte de su autoridad, ya que la reina Isabel ostentaba el poder
Ejecutivo y compartía con las Cortes el poder Legislativo. La vida política estuvo
restringida por el sufragio censitario y giró alrededor de dos partidos liberales: el
Partido Moderado y el Partido Progresista.

Se proclamaron dos Constituciones. La primera, durante la regencia (1837), fue


confeccionada por unas Cortes progresistas, en contra de la voluntad de la regente
María Cristina. La segunda, en 1845, fue aprobada por una Cámara moderada que
gozaba de las simpatías de Isabel II. Ambos textos contemplaban la soberanía
nacional, eliminaban la sociedad estamental y reconocían una serie de derechos a la
ciudadanía.

En el seno del liberalismo existían diferentes opiniones sobre el grado de autonomía o


centralización territorial en el nuevo Estado. Sin embargo, el moderantismo impuso un
Estado centralizado con una Administración fuertemente controlada desde Madrid.

La mayoría de edad: alternancias y pronunciamientos

La reina aprovechó el poder que le confería la Constitución de 1845 para nombrar a los
presidentes del Gobierno entre los representantes del moderantismo. Para presionar a
la monarca y llegar a gobernar, el progresismo recurrió a los pronunciamientos
militares, consistentes en una conspiración respaldada por acciones políticas, militares
y populares. En primer lugar, la clase política diseñaba el golpe de Estado. A
continuación, los cuarteles se sublevaban con el apoyo de levantamientos ciudadanos.

En la década moderada (1844-1854), el Gobierno tuvo una posición muy


conservadora. Se marginó al progresismo y se reprimió al recién creado Partido
Demócrata, defensor del sufragio universal masculino. El bienio progresista
(1854-1856) comenzó con un pronunciamiento conocido como la Vicalvarada. Se
impulsó el desarrollo industrial y ferroviario, y se intentó liberalizar la política. Sin
embargo, se produjeron desórdenes sociales que suscitaron el temor del moderantismo
a una revolución, por lo que la reina les entregó el poder.

Durante la crisis del moderantismo (1856-1868) se alternaron en el gobierno el


Partido Moderado y la Unión Liberal, una opción surgida de la fusión de grupos
procedentes del liberalismo moderado y del progresista. La oposición fue excluida del
Parlamento y se ejerció una fuerte represión. Se produjo un notable crecimiento
económico, aunque a partir de 1865, en el contexto de una fuerte crisis económica
internacional, se desencadenó una gran agitación social. En este ambiente de
descontento la oposición firmó el Pacto de Ostende (1866) para derribar al régimen.
Las desamortizaciones

Una de las políticas de mayor trascendencia del reinado de Isabel II fueron las
desamortizaciones. Consistieron en la expropiación y la subasta de tierras e
inmuebles por parte del Estado. Su objetivo fue crear una clase media agraria. Sin
embargo, las compras eran mayoritariamente realizadas por personas de la clase alta y
de la burguesía adinerada, quienes contaban con más capital para imponerse en las
subastas al campesinado humilde, por lo que no se corrigió el latifundismo, es decir, la
gran concentración de propiedades agrarias en muy pocas manos.

Las dos grandes desamortizaciones se realizaron durante los gobiernos progresistas


de Juan Álvarez Mendizábal (1836) y Pascual Madoz (1855). La primera se centró en
propiedades de la Iglesia, que vio así limitado su poder, mientras que el Estado pudo
ingresar recursos dinerarios para luchar contra el carlismo. La segunda
desamortización afectó sobre todo a tierras e inmuebles de los municipios –bienes
comunales–, lo que redujo los ingresos de los ayuntamientos y los recursos del
campesinado humilde, favoreciendo su emigración a las ciudades.

Las desamortizaciones, en especial la de Madoz, abrieron la puerta a una gran


alteración del paisaje mediante la roturación de bosques y pastizales. Numerosas
reservas de leña de pequeños municipios desaparecieron, aunque en algunas zonas
pudo conservarse una propiedad mancomunada, lo que permitió la supervivencia de
sus bosques, como en las sierras de la Demanda y la de Albarracín.

Las roturaciones de pastos y bosques debido a las desamortizaciones aumentaron la


producción de cereales, pero generaron problemas de deforestación y erosión.
5.3 EL SEXENIO DEMOCRÁTICO: EL LIBERALISMO DEMOCRÁTICO
La Gloriosa y la nueva Constitución
El general progresista Joan Prim y el general Francisco Serrano, conforme a lo pactado
en Ostende, organizaron la Revolución de 1868, conocida como la Gloriosa. A
consecuencia de la victoria de los opositores en la Batalla del puente de Alcolea, Isabel
II se exilió en Francia y comenzó el sexenio democrático.

Las Cortes promulgaron la Constitución de 1869, la más avanzada de las aprobadas


hasta entonces en España. Incluía los principios de soberanía nacional, sufragio
universal masculino, libertad de culto y ampliación de la declaración de derechos. La
forma de gobierno establecida en el texto constitucional fue la de una monarquía
democrática, pero dejando fuera a la dinastía borbónica.
El reinado de Amadeo I (1871-1873)Amadeo de Saboya, candidato italiano
respaldado por Prim, fue elegido nuevo rey de España por las Cortes. Sin embargo, la
muerte de Prim en un atentado terrorista, sucedido el mismo día en que Amadeo I
llegaba a España, privó al recién coronado monarca de su principal defensor.

El corto reinado estuvo marcado por una gran inestabilidad debido a la falta de apoyo
de los partidos parlamentarios y a la oposición del republicanismo, el carlismo, la
Iglesia y el Partido Alfonsino (que reclamaba la Corona para Alfonso de Borbón, hijo de
Isabel II). Aislado y sin apoyos, Amadeo I abdicó y las Cortes proclamaron la Primera
República.

La Primera República (1873-1874)


En los once meses que duró la República, tuvo cuatro presidentes: Estanislao
Figueras, Francisco Pi i Margall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar. Sin embargo,
ninguno de ellos logró resolver el enfrentamiento político en el propio seno del
republicanismo en torno al grado de federalismo, es decir, el nivel de autonomía
política que debían tener las regiones que componían el Estado.

Procesos como el carlismo, el inicio de protestas obreras con un fuerte peso del
anarquismo y la guerra contra el independentismo cubano debilitaron al Gobierno, que
fue derrocado por el golpe de Estado del general Manuel Pavía (1874). Quedaba así
abierto el camino para el retorno al trono del príncipe Alfonso de Borbón.

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