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Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales

Movimientos Sociales y Acción Colectiva 2023-2


Juana Gabriela Contreras Casas, Laura Sophia Rico Useche

Cuando el punitivismo se vuelve popular: Política y promoción de la cultura carcelaria,


reflexiones en el contexto electoral regional colombiano 2023-2027

1. Problema:
La carrera electoral en Colombia ha empezado y con ella surgen próceres, caudillos,
líderes y héroes de la patria de múltiples sectores. Las promesas electorales abundan y las
campañas cada vez se hacen más fuertes conforme avanza el plazo para la votación. En un par
de semanas, las regiones seleccionarán a sus líderes y en consecuencia darán una muestra de
sus inclinaciones políticas de gobierno. Las proyecciones no son favorables en torno al
“Gobierno del cambio” y desde hace tiempo es clara la propensión a discursos patrios de
“seguridad-vigilancia y orden” más que “libertad y orden”. La amenaza por políticas
represivas en nombre de la seguridad es latente en múltiples campañas de gobierno, quienes
fortalecidas por la inseguridad, la xenofobia y la desinformación, se han abierto paso en las
encuestas electorales.

Esta amenaza en el panorama nacional, imperceptible en algunos casos y evidente en


otros, ha estado en aumento.
Según La Silla Vacía (2023). Excepto en Medellín, la inseguridad es el tema central de
las campañas en las alcaldías de las capitales principales del país. De región a región
hay algunas diferencias. En Barranquilla la extorsión es la cara de la inseguridad. En
Bogotá, Cali y Bucaramanga es el hurto. En Cúcuta la criminalidad viene con tintes
xenofóbicos por la cercanía con Venezuela.
Como consiguiente, a cada una de estas enfermedades les han surgido curas en forma de
candidatos, algunos de ellos han empezado a tomar un peligroso acercamiento a políticas
punitivas como mecanismo de solución al problema, incluso unos cuantos, como el ex
ministro de defensa Diego Molano se han arriesgado a postular un proyecto de mega cárceles
para combatir la delincuencia.

La instrumentalización de la cárcel como mecanismo de contención a la inseguridad y


criminalidad en la nación no es reciente, es incluso un sentido inicial formal de las cárceles en
Colombia, sin embargo, cuando esta proyección viene asociada a paralelos internacionales
como la política carcelaria en El Salvador, toma otro carácter, pues ya no es simplemente el
encarcelamiento sistemático o emprisionamiento político y social como forma de
“resocialización”, sino que ahora, es la validación de un sentido abiertamente represivo y
violatorio sobre los derechos humanos, los principios de justicia y la dignidad humana. En
otras palabras, es la popularización del autoritarismo como campaña política.

Es en este contexto entonces, donde se ubica el siguiente análisis. Identificar cuales


son las implicaciones sociales y políticas del avance electoral de estos candidatos y sus
propuestas, así como, el sentido en las que se enmarcan, es simplemente la pregunta
transversal. El reconocimiento de la existencia del fenómeno, situarlo de acuerdo al
funcionalismo, la teoría de la elección racional y la función social de la cárcel, es en realidad,
el verdadero sentido del trabajo. A continuación, se hará una descripción de la coyuntura
nacional del problema, las bases de las cuales parte y el posible uso de las cárceles en
Colombia como campaña política y en concreto como proyecto de gobierno a puertas de las
elecciones regionales del 2023. Lo anterior enmarcado en las teorías y conceptos vistos en los
primeros dos módulos de clase.

2. Contexto de Bukele

En el panorama mundial, el modelo Bukele aunque insostenible en el tiempo, es


evidente que en perspectiva de solventar garantías individuales surge con dudosas intenciones
encaminadas hacia la protección del ciudadano de aquellos abusos del poder y
“delincuenciales”.Quizás para muchos, como afirma (Cruz, 2023), Bukele resulta un
Presidente visionario por el uso de métodos poco ortodoxos, pero eficientes al observar como
imperativo de que el escenario carcelario debe rebosar de presos y las metas de detenidos
tienen que cumplirse para alcanzar la maximización de utilidad proteccionaria; por lo cual, en
Colombia se emplea el debate sobre si es menester la remilitarización de la seguridad pública
que definitivamente va en retroceso respecto a la protección de DDHH como requisito hacia
el progreso, pero que en definitiva impulsó el Estado de excepción que hizo de El Salvador el
país más carcelario del mundo, enmarcando todas las virtudes de la institución de control que
define y justifica en paralelo la política de seguridad pública de su administración.

Los resultados sobre la disminución en la delincuencia y homicidios que venían en


alza, ha valido un tremendo apoyo popular para Bukele, pues como afirma Tilly “Graves
rupturas causadas en el tejido social por el extenso desempleo o por una importante derrota
militar son muy favorables a la acción política de masas” (2000. pg 26), sirven como medida
ejemplificadora para combatir el crimen y facilitar el meganegocio de operacionalización y
construcción de centros penitenciarios en Colombia como modelo y promesa electoral, pues,
es la posibilidad de que este modelo populista y autoritario pueda realizarse en aras de situar
la delincuencia como principal problema político y social “Un informe del ICPR muestra que
entre 2000 y 2018 la población carcelaria mundial creció un 24%, en línea con el crecimiento
de la población general. Pero en América del Sur el aumento fue del 175%.” (Smink, 2021).

En un intento de demarcar su poder a través de un populismo punitivo como recurso


reiterado en sistemas de gobierno, donde la remilitarización y la lucha contra las “Maras”
(Pandillas) fue una táctica de sus predecesores gubernamentales, Nayib Bukele, sigue
postulando una solución definitiva al enfrentamiento entre los diferentes actores; el uso de
estrategias de reforzamiento del militarismo con número de efectivos, presupuesto elevado,
atribuciones extralimitadas a las fuerzas armadas, suspensión de los derechos mediante un
Estado de excepción y el incremento de encarcelamientos ha desencadenado en la
configuración de una supuesta “seguridad pública nacional”, en el ejercicio albedrío de
prevenir y combatir toda clase de delitos, así como la infundada paz interna, la tranquilidad y
el orden tanto en el ámbito urbano como en el rural.
Por esto, se ha optado por una propaganda de aporofobia, racialización y de clase
hacia las “pandillas”, que son consideradas como el principal factor de violencia, al ser
conformadas por personas sospechosas por sus apariencias y probabilidad de ejercer roles
negativos para la consolidación del orden; que si enlazamos con la teoría funcionalista se
presenta a estos individuos como “los delincuentes” antisociales, irracionales en su accionar,
marginales, agresivos y pertenecientes a una población resentida que no posee valores, pues
su sentido común es desequilibrado y de escasa funcionalidad; lo que para el país, con una
aprobación del 91% ven como único destino; la privación de su libertad en prisión, vista como
la principal estrategia de reducción de los crímenes y la suspensión o no iniciación de
procesos judiciales en regla.

“A base de falsos positivos y de suspender o no iniciar los procesos judiciales, Bukele


ha conseguido sobrepasar la meta inicial de 20,000 detenidos y presentar el 27 de julio 2022
una cifra de 47,789 “pandilleros” capturados y privados de libertad”(Rocha, 2022). En efecto,
las fuerzas coercitivas han vuelto a ser los agentes decisivos de la violencia social, gracias a
que se consolida inherentemente al cumplimiento de los DDHH las condiciones jurídicas para
que la fuerza obre sin trabas legales a través de la cacería indiscriminada sin pruebas ni
trámites, observación crítica y denuncias eficaces que Bukele ofrece como un patrón de
comportamiento represivo institucionalizado necesario y óptimo.

En Guantánamo para lxs salvadoreñxs se está construyendo una cárcel en extremo


aislada, dotada de tecnología capaz de bloquear cualquier comunicación telefónica y
sobrevolada por drones; será una centro penitenciario alejado de la urbe, rodeada de tierra
“propiedad” del Estado y con limitaciones al cumplimiento de los derechos fundamentales,
dado que la suspensión de las libertades de asociación, la detención de cualquier ciudadano
sin necesidad de una orden judicial, la pérdida del derecho a ser informado de las razones del
arresto y de ser asistidos por un abogado, son las realidades que operan en las zonas
marginalizadas del país como repertorio de la represión “legal”.

Todo esto, se presenta como“el mal menor” por contar con el apoyo de los ciudadanos,
pues las percepciones de seguridad han decantado en la clara glorificación de aquel “cool”
presidente latinoamericano que ha hecho historia: rebajar la delincuencia a niveles mínimos.

Así como afirma Zaffaroni:

“La cuestión criminal como un problema local. Las soluciones pasan por condenar a
uno u otro personaje o institución, pero siempre hablando de un problema local,
nacional, provincial, a veces casi municipal. Pocos se dan cuenta de que se trata de
una cuestión mundial, en la que se está jugando el meollo más profundo de la forma
futura de convivencia e incluso quizá del destino mismo de la humanidad”“Si nos
quedamos en el plano del análisis local perdemos lo más profundo de la cuestión”
(Zaffaroni, 2011. pg2).

Observamos que el modelo de Bukele se basa en un desconocimiento total de los


derechos fundamentales, pues plantear simplemente que los beneficios de sus acciones
superan los costos sin importar cualquiera que sean las consecuencias sociales y humanas,
siguen siendo invisibilizadas en comparación a los actos de admiración a su imagen y a la del
gobierno que exhibe cifras en todas las plataformas posibles. Además, goza de un apoyo
popular innegable, con porcentajes de aprobación inéditos para un Presidente
latinoamericano, lo que a su vez, va generando una conciencia colectiva en todo el continente,
la cual se traduce en que el modelo salvadoreño es de exportación e implementación
inmediata.

“La falta de políticas penitenciarias basadas en evidencia empírica, el empleo de


modelos que se fundamentan exclusivamente en la inocuización y el castigo extremo,
la ampliación y prolongación de las penas, la eliminación del debido proceso durante
la prisión y la suplantación de auténticos sistemas de rendición de cuentas han sido
las características de la mayor parte de los sistemas penitenciarios en la región.”
(Sanchez, 2023)

La delincuencia deja de ser un fenómeno de seguridad ciudadana cuando la población


está dispuesta a sacrificar sus libertades públicas y derechos, pues tras el hecho incómodo y
bastante extraordinario, de que Bukele, saltándose la ley, venció al crimen, desdibuja el
panorama democratico en tintes supersticiosos o abstractos que no solo no responden a las
demandas de justicia eficiente interseccional que garantice los mínimos vitales, sino que,
además no se hallan en el actuar formas asertivas-alternativas para atender las problemáticas
reales y materiales, argumentando que este modelo es definitivamente replicable en países con
alta tasa de criminalidad (en perspectiva analitica) ante ese resquebrajamiento para incorporar
e integrar las distintas fuerzas en una incipiente democracia que no ha dado ningúna solución.

3. Colombia y el uso de la cárcel


Nuevamente, la orientación gira en torno a la función social de la cárcel, su
disposición y adecuación al sistema al cual atiende, para Colombia cumple como principal
función formal, lograr la resocialización de los reclusos; sin embargo, esta no ha sido
históricamente la única función de la misma. Es curioso como América Latina ha fortalecido
en los últimos años sus políticas punitivas y usa casi de forma excluyente la prisión como
medida correctiva para quienes incumplen la ley, pues el mismo origen de la cárcel proviene
del neocolonialismo del cual es víctima.

Las cárceles en sentido europeo como mecanismo para encarcelar a deudores morosos
y cómo prisión preventiva para los entonces sindicados. (Zaffaroni, 2011), se configura en
Colombia en la Constitución de 1886, en donde se establecen como “colonias penales”
destinadas al cumplimiento de una pena o deportación. En 1867, tras la promulgación del
primer Código Penal se empieza a contemplar como primera opción de castigo las entonces
colonias penales (Echeverri 1971). El Estado entonces, desde un sentido positivista, como
ejecutor único de las penas, determinaba los delitos por los cuales eran condenados los reos
(persona en condición privativa de la libertad por un hecho ilícito presentado), “los campos de
concentración, de trabajo forzado y de exterminio, han sido legitimados con racionalizaciones
provenientes del racismo positivista”(Zaffaroni, 2011. pg24). Motivo por el cual desde las
guerras decimonónicas, las cárceles se abarrotaban de sectores perdedores, empobrecidos y
racializados.

Durante el siglo XIX la cárcel continúa siendo un lugar de condena y criminalización


del actor, no constituía por sí misma un instrumento de resocialización sino más de
ejemplarización sobre los hechos que implican el incumplimiento de una norma, o para el
caso de la violencia (1948-1957) un escenario de disputa partidista. La noción de delito en la
agenda pública e instrumento punitivo entraría a evaluarse con posterioridad con la
agudización del narcotráfico y el conflicto armado “quienes fueron los protagonistas del
miedo colectivo en las décadas de los años 80, 90 y los comienzos del siglo XXI”.
(Hernández, 2020)

A comienzos de 1991, en el marco de los procesos de paz “comienza a surgir en casi


todas las cárceles del país una serie de gestos de buena voluntad, tales como la entrega de
armas, por parte de los detenidos con el fin de ser incluidos en la ley de rebaja de penas”.
(Fajardo, 2020. pág. 651). La reformulación de la política punitiva enmarcada en estos
procesos llevó a qué en 1992 se expidiera el actual Código Penitenciario cuyo sentido si era la
resocialización para la disminución del crimen. La promulgación de la Ley 65 de 1993 o
Código Penitenciario, entraría entonces a regular el sistema a nivel nacional. A pesar del
establecimiento de unos mínimos configurados en el Código, en 1997 Colombia se enfrenta a
una crisis del 45.3% de hacinamiento. (Fajardo, 2020. pág. 654), como se muestra en la
declaración de “Estado de Cosas Inconstitucionales en el Sistema Carcelario y Penitenciario
en Colombia” de 1998 y la posterior sentencia T 388/2013 de la Corte Constitucional

La problematización de lo anterior surge entonces, sobre cómo se aborda la cárcel en


Colombia “En efecto, desde el año 2000, el número de reformas penales en el Congreso ha
aumentado considerablemente” (Cruz, 2020), de acuerdo al Ministerio de Justicia para el
2020 el Código Penal había tenido 245 reformas y no particularmente con fines restaurativos
del Estado de Cosas Inconstitucionales (Cruz, 2020), a pesar del reconocimiento de la política
criminal como herramienta reactiva y no preventiva.
“Ante el miedo, causado en parte por la forma sensacionalista de los medios de
comunicación de reportar hechos cotidianos, la respuesta del Estado ha sido, desde
hace años, maximizar el uso de la cárcel, basado en la creencia equivocada de que la
misión del derecho penal es "sacar de circulación" a las personas que cometen delitos;
ponerlos "bajo llave" (Hernández, 2020).

Lo anterior se enmarca de igual forma en la condición del poder punitivo como


primacía en el sistema penal en Colombia, que como forma de coerción que no atiende a la
detención de una acción errónea o la reparación a quien causó un daño, sino que por el
contrario busca “la confiscación de la víctima, o sea, que es un modelo que no resuelve el
conflicto, porque una de las partes (el lesionado) está, por definición, excluida de la decisión.
Lo punitivo no resuelve el conflicto, sino que lo cuelga” (Zaffaroni, 2011. pg5).
El manejo del contexto de la cárcel en Colombia, cabe destacar, si ha tenido
alternativas a la agudización del encarcelamiento, por ejemplo con la Ley de Jubileo, la ley
148 de 2016 y 014 de 2017 la ley o de rebaja de penas en el año 2000, (Fajardo, 2020.), la
posibilidad de penas como la prisión domiciliaria, la multa o el trabajo comunitario no ha
tenido gran éxito en el congreso, esto se debe en parte a la condición que Foucault describe
sobre “la pirámide carcelaria da al poder de infligir castigos legales un contexto en el cual
aparece como liberado de todo exceso y de toda violencia.” (2010. pg. 282). El Estado en este
sentido no busca la resocialización sino el castigo, “verticalizar el poder social" (Zaffaroni,
2011. pg8).

En el marco de lo anterior, en los últimos años y en concreto con la reforma del


Artículo 163 del Código Penitenciario y Carcelario para el “Contrato mediante el esquema de
asociación público privada” se ha abierto la discusión sobre la privatización de las cárceles en
Colombia. Actualmente el Sistema Nacional Penitenciario y Carcelario es un monopolio del
Estado Colombiano. El aumento de las cárceles, así como, la posibilidad de privatizarlas no
resuelve el problema de base o la inseguridad creciente en las principales ciudades del país,
pues “no es sólo la insuficiencia de las cárceles, sino el exceso de uso por parte del Estado”.
(De Justicia, 2020). “Con estas iniciativas, sus proponentes olvidan que la crisis carcelaria
surgió por la tendencia a implementar políticas punitivas similares, e ignoran la evidencia que
sugiere que aumentar penas no sirve para disuadir el crimen.” (Hernández, 2020)

Las cárceles colombianas expresan el triunfo del ethos mafioso y la derrota moral y
ética de la sociedad sobre quienes recaen en lo que funcionalistas clásicos llamarían
“conductas desviadas” como
“Aquellas que infringen las normas institucionalizadas y testimonian un desequilibrio
en los procesos de integración. La desviación es el síntoma de una patología en la
institucionalización de las normas, a la señal de que las normas no han sido
interiorizadas adecuadamente” (Melucci, 1986. pg. 69-70)

En este sentido, ¿Qué tan válido es afirmar que la dificultad del problema carcelario
recae sobre la disponibilidad del sistema penitenciario o sobre su control, y no por el contrario
en una patología institucional en la sociedad, si el problema se encuentra en la misma
sociedad porque aislar una parte de ella? y más aún, ¿Porque facilitar medidas cautelares
diferenciales de acuerdo a la población que comete el delito? Es tal el doble rasero moral en
Colombia, que políticos condenados por corrupción, viven cómodamente en unidades
policiales y militares, pero para la población encarcelada pobre es natural su sumisión civil
ante los cuerpos represivos carcelarios, que no sólo clasifican a los presos, sino que hacen un
efectivo control de conducta y prevención de generar cierta sensibilidad ante el sector
encarcelado.
“la prisión no está sola, sino ligada a toda una serie de otros dispositivos "carcelarios",
que son en apariencia muy distintos —ya que están destinados a aliviar, a curar, a
socorrer—, pero que tienden todos como ella a ejercer un poder de normalización”
(Foucault, 2010. Pg 287)
4. Elecciones nacionales 2024-2027

El Estado Colombiano en virtud de lo anteriormente expuesto, históricamente ha


priorizado a la cárcel como mecanismo represivo en torno a la política “correctiva” y el actuar
“ilícito”. Su función de resocialización, si es que ha tenido alguna vez una, no es más que la
legitimación del orden social y las dinámicas dominantes interiorizadas en lo común, en las
cuales se inscriben también los discursos punitivos desde lo local, pues, situar a la
delincuencia común y los actos de “desviación” como simples fenómenos que se inscriben en
contextos con barreras físicas tiene como fin último su encerramiento. El problema entonces,
no es general, sino particular, y radica en que la nación no es la que se enfrenta a la
delincuencia, sino los entes territoriales y dentro de ellos, no es toda la sociedad en conjunto
la que manifiesta una ausencia de adhesión a la ley, sino los sectores marginales, los
migrantes y en particular los inherentes a su “Estado naturaleza”.

“La cuestión criminal como un problema local. Las soluciones pasan por condenar a
uno u otro personaje o institución, pero siempre hablando de un problema local,
nacional, provincial, a veces casi municipal. Pocos se dan cuenta de que se trata de
una cuestión mundial, en la que se está jugando el meollo más profundo de la forma
futura de convivencia e incluso quizá del destino mismo de la humanidad” (Zaffaroni,
2011. pg2).

En este sentido, es altamente beneficioso para candidatos regionales problematizar


sobre la inseguridad como una dinámica local y excluyente, que a su vez se extiende como
punto de inflexión en la agenda pública; no es de extrañar por lo tanto, que la contienda
electoral tome un carácter altamente punitivo sobre sus propuestas de gobierno y más aún,
que el discurso del fortalecimiento carcelario se use como elemento movilizante en campaña.
Lo anterior, es visible en tres casos puntuales, que abiertamente se han pronunciado en favor
del fortalecimiento de la “Mano dura” y que toman como ejemplo las políticas de gobierno
del presidente salvadoreño Nayib Bukele.

El primero de estos casos compete a la ciudad de Cali, que para el 2022 ocupó el
primer lugar en la tasa de percepción de inseguridad más alta del país según el DANE, dado
esto el ex precandidato Jaime Arizabaleta, entre otros, propone como política de gobierno,
además de la militarización de Cali, la construcción de “ una mega cárcel al estilo Bukele en
esta ciudad, como estrategia para acabar con la criminalidad, el narcotráfico y la corrupción”
(El País, 2023). Demás ciudades principales del país no se quedan atras, Bogotá y
Bucaramanga también son objeto de propuestas carcelarias, Jaime Andrés Beltrán, quien
puntea en las encuestas de la capital santandereana, hace poco afirmó sobre la creciente
percepción de inseguridad del área metropolitana de Bucaramanga, lo siguiente ; “Si Bukele
logró en El Salvador cambiar las cifras más complejas de violencia, pues El Salvador tendrá
un Bukele, pero Bucaramanga tendrá a Jaime Andrés para que asuma el reto y el desafío”.
(Vasquez, 2023). La capital del país no muestra más luces que el resto de las ciudades, Diego
Molano, ex ministro de defensa y ahora candidato a la alcaldía, no solo considera la
construcción de una mega cárcel como un elemento indispensable para la ciudad sino que
además, señala la privatización de la misma como herramienta clave para alivianar las altas
tasas de inseguridad del país, en declaraciones realizadas en Blu radio el candidato afirmó
sobre la construcción de una mega cárcel en Bogotá “a esa cárcel deberíamos, especialmente,
construirla y operarla con las empresas de seguridad y vigilancia privadas”. (El País, 2023)

Es así, que estos tres candidatos respectivamente, son abanderados de la autoridad y


plan “Mano dura” salvadoreño, dada su practicidad en ponerle fin a la
delincuencia-corrupción y el combate al crimen como principal propuesta de campaña, que
inspirados en él, han encauzado sus planes de gobierno en términos de seguridad y vigilancia
en construir megacárceles si ganan en las elecciones regionales del 29 de octubre de 2023. El
apoyo a estos sectores y la instrumentalización de la cárcel como determinante corresponde
también a una capacidad histórica y populista de resaltar valores sociales vulnerados y
enunciarlos como proyecto de lucha, a propósito sobre esto Kornhauser señala la
disponibilidad de las masas para ser movilizada “El fascismo, el comunismo, el macarthismo,
el poujadismo, así como otras formas de extremismo, nacían de acuerdo con este argumento,
de similares raíces: uniendo públicos vulnerables con demagogos sin escrúpulos.” (Tilly,
2000. pg 25).

La condición de la cárcel desde este escenario político, ya no cumple como


anteriormente se había señalado “una función de resocialización” y el sentido de uso de la
cárcel como instrumento en lo práctico no sólo continúa sino se acentúa desde una noción
común valida que se ratifica mediante el voto popular, “la democracia emane de la voluntad
popular, tal y como se representa en una ordenación social de las preferencias (Riker, 1982).
(Ward, H, 1997. pg 86).

En este orden, las preferencias están guiadas en la actualidad por el fortalecimiento del
poder punitivo en un estado de emergencia que tal y como lo señala Zaffaroni “no se dedica a
eliminar el peligro de la emergencia, sino a verticalizar más el poder social; la emergencia es
sólo el elemento discursivo legitimante de su desenfreno.”(2011. pg8). La sociedad y no solo
el Estado entonces, es responsable del proyecto carcelario en avance, no es en efecto, como se
afirmó previamente, un problema local sino colectivo, en la medida que tal y como afirma
Anthony Downs “El individuo vota por el partido que, en caso de llegar al poder, cree que
será más útil.” (Ward, H, 1997. pg 85) y si el encarcelamiento masivo y la violacion de
DDHH le es útil, más que cuestionar al sistema, se debe poner en duda el sentido común que
le da legitimidad.

La construcción de un mito común que le otorgue sentido y potencie la gestión,


incluye en su desarrollo la búsqueda incesante de apropiación ciudadana del proyecto general
del gobierno; es decir, los valores, el horizonte estratégico y la justificación de las políticas
públicas,que mediante el enmascaramiento de componentes, no solo producen un imaginario
de orden social e institucional, que en definitiva deben hacer uso de la fuerza y violencia
contra los supuestos enemigos de la nación, aquellos que deben estar “controlados” por todo
el aparataje simbólico, material y represivo, que enfatiza el sentido de posesión sobre esas
vidas que deben ser direccionadas por la autoridad como tarea de la seguridad pública. “Se
trata del instrumento discursivo que proporciona la base para crear un estado de paranoia
colectiva que sirve para que quien opera el poder punitivo lo ejerza sin ningún límite y contra
quienes le molestan”. (Zaffaroni, 2011. pg8).

Es así, que la justificación de la gestión, amplio apoyo de la militarización y apertura a


escenarios múltiples castrenses son elementos tomados como herramientas necesarias para
“nuestra seguridad”, pues la instrumentalización de la cárcel pasa por una legitimación
discursiva de “prevención, conciliación y amigable disposición de mejoría”. Bajo estos
preceptos, se enmarcan las acciones y los roles que los gobiernos tomarán contra la
delincuencia y la inseguridad, que se ven con aprobación y agradecimiento al contrarrestar o
neutralizar las amenazas “terroristas e irracionales”, que surgen y se mantienen latentes en el
territorio nacional, pero que, finalmente, gracias a este incentivo de encarcelamiento
antiterrorista, serán neutralizadas para ser vistas como una proyección elegida por toda la
sociedad.

De esta manera, la implementación de políticas de fuerza y segregación hacia los


grupos encarcelados, que no han reducido en el pasado, los índices de violencia social
característicos de nuestro país deben tomarse en consideración. Por lo tanto, es deber atender
con mesura la aplicación asertiva y obligatoria de los Derechos Humanos o agravios
constitucionales.

En conclusión, en escena de encaminar diferentes acciones bajo preceptos de nación,


instituciones carcelarias y personalidades mandatarias-autoritarias, es evidente que en
América Latina y en Colombia, persiste un contexto de debilidad institucional, incapaz de
identificar y atender los problemas sociales, que termina favoreciendo a gobiernos electos y a
próximos proyectos políticos, que si se instauran, amenazan con la reproducción de este
modelo de exclusión. Se trata entonces de un sentido común de “seguridad-vigilancia y
medidas de protección”, vendidas como herramientas propicias que hacen prosperar al
proyecto de defensa, con el fin de recuperar a aquellos sujetos que quieren desmantelar las
instituciones y el orden social dominante.

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