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Temas:
Integración e inclusión.
Simbolización. Subjetividad.
Socialización. Autonomía.
Integración e Inclusión
Desde esta forma de pensar se habla de impedido, discapacitado, inválido y todas las
palabras que implican que tener una discapacidad implica ser considerado inferior, perder
derechos básicos y no ser considerado parte de la sociedad
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En este modelo se demuestra que la discapacidad está determinada por la interacción con
entornos que pueden funcionar como barrera. Si la misma sociedad promueve entornos
inclusivos, las barreras no existen y todas las personas se encuentran incluidas, ya que
cuentan con iguales oportunidades para formar parte y desarrollarse en la sociedad.
7. La inclusión no es dar a todas las personas lo mismo, sino dar a cada uno lo que
necesita para poder disfrutar de los mismos derechos.
Algún día dejaremos de hablar de educación para la igualdad de género, educación para
niños/as con necesidades educativas especiales, educación para colectivos en riesgo de
exclusión social… y entonces, simplemente hablaremos de educación.
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Generalmente es un pedido que viene como un requisito, no como una demanda. Requisito
de la institución escolar, quien convoca a alguien para que ayude a soportar esa diferencia,
que como escuela no puede abordar. Alguien que ofrezca garantías de un saber hacer con
alguien que desconocen: el alumno, por cierto, al igual que todos los niños que concurren
a la escuela, tanto en el ingreso o en el pasaje de grado de escolarización, pero hay algo
que hace suponer que al niño con discapacidad no se lo conocerá del todo nunca. Hay un
enigma que no actúa como interrogante, sino como un amenazante que necesita estar
previsto de alguien que responda por él.
Cuando hay una demanda, esta se encuadra en una estrategia posible pensada para
alguien en particular, con objetivos que apuntan a alcanzar un estado más potable, más
autónomo, un mejor posicionamiento subjetivo para este sujeto. Es diferente cuando es un
requisito, de los tantos otros que harán posible el ingreso al establecimiento y que en
muchas ocasiones será la condición determinante, el único modo de estar allí. Es decir, no
entra el niño sin su acompañante.
Así como deberá llevar su DNI, libreta de vacunas, partida de nacimiento, etc., les
solicitarán un acompañante. Lo significativo es que esta presencia es a priori de conocer el
niño, a priori de saber si lo necesita o si será lo más adecuado. Al ser requisito para la
familia, seguramente se reste valor profesional y se lo tome exclusivamente como un trámite
extra, una llave de acceso hacia la institución, encontrándose el acompañante, en territorio
menos permeable para intervenir.
Otro punto a considerar será la cantidad de días y horas que se solicita esta figura de apoyo
por parte de la escuela. Suele ser excesiva, cuestión que supone una compañía que puede
ser agobiante para el acompañado, por lo que requerirá este punto mucha consideración y
regulación y un accionar que sea cauteloso y medido para regular la proximidad que sea
soportable para el niño, evitando así todo obstáculo que impida la continuidad del proceso.
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En esta puesta en escena, los actores son muchos y el acompañado no resulta ser
solamente el niño, sino también su familia y todo el entorno educativo. Se acompaña a la
docente y el resto de los educadores para que puedan restarle ese temor, para que puedan
devolverle a ese niño una mirada amorosa en el sentido del vínculo interpersonal que hace
posible la transmisión de saberes y no una mirada lastimosa y/o temerosa producto del
desconocimiento.
Que los educadores puedan sentirse convocados en su función viendo a un alumno, “su
alumno”, y no a un cuerpo discapacitado asociado a otra lógica, a otro campo, a otro saber.
Los maestros son los referentes áulicos, los encargados de impartir la enseñanza a todos
los niños, independientemente si tienen o no una discapacidad. A todos los niños la escuela
les pertenece. En estas dicotomías acontecen los debates sobre los derechos de los
educandos y se encuentran fuertes resistencias ante las diferencias acontecidas en el
ámbito áulico. Aparece la diferencia con escaso soporte. No es la expresión de la diferencia
que acontece en todo ser humano sino esa diferencia que encarna la discapacidad, esa es
la diferencia que aparece difícil de soportar y más aún desde la vara que mide la normalidad,
lógica imperante que atraviesa la institución educativa.
Cuando el niño con discapacidad llega al aula, el trabajo del acompañante también se
plantea con el grupo de pares, atento a los interrogantes que pueden emerger, aunque en
los niños suele ser más simple en sus dudas y sus temores y suelen resolverlas observando
y sin tantos rodeos como los adultos. Una estrategia posible y de suma importancia para
cambiar la configuración de la discapacidad será si el acompañante, previo consentimiento
docente, puede intervenir con todos los niños como modo de significar que no es sólo en
esta condición (discapacidad) donde precisamos de un otro sino en toda condición de ser
humano como seres carentes, portadores de una falta constitutiva.
En todos los casos, la familia debiera ser leída como texto dentro del contexto en que se
desarrollan, es el escenario donde se inicia el trabajo y de ningún modo ser leído como un
obstáculo. Dar lugar a un juicio de valor impide un fluido desarrollo de nuestro trabajo,
acción que recaerá en el niño, y que sin dudas no hay lugar para que se despliegue, no
corresponde.
El tránsito escolar no se construye haciendo una sub aula dentro del aula o prestando un
edificio para hacer un “como si” estuviera integrado. Este proceso se lleva aprendiendo con
otros, que no implica del mismo modo y en el mismo tiempo y con las mismas herramientas.
Al abrir un espacio para que acontezca la singularidad ocurre el aprendizaje y se instaura
el lazo social necesario para todos los niños en este primer ámbito social y cultural al que
atravesamos y nos atraviesa.
El acompañante terapéutico, al igual que todos los profesionales intervinientes, puede ser
convocado como “experto” o como portando un saber hacer que ofrecerá garantías ante la
fantasmática que rodea la discapacidad. El poder correrse de ese lugar para no ocuparlo,
dará lugar a la tarea de habilitar a los adultos que rodean a ese niño, a sus maestros en la
escuela y su familia. Ellos deben ser referentes en el proceso escolar y en la vida misma
de este niño, en tanto figura significativa que representan.
La función del AT será acompañar sujetos en los que se propone determinados objetivos
para abordar, y no es su discapacidad lo que nos convoca a ocupar el lugar de
acompañante. Considerar que la discapacidad es la que supone la intervención, sería una
complicación para el ejercicio profesional. En cambio, será la posición subjetiva del
acompañado en su cotidianidad de la escuela, de la familia, el trabajo, los vínculos, la
cultura, la sociedad, y cómo lo atraviesa su condición, etc. Es este el llamado de
intervención.
Es decir, no se acompañan las personas por tener síndrome de Down, TGD, parálisis, etc.
Este igualaría los casos encerrados en los mismos diagnósticos, entonces podría salir la
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Estamos como acompañantes allí para poder hacer real esa frase que enuncia “nada de
nosotros sin nosotros”, destacando que el acompañado, ese semejante, sabe más que
nadie sobre sí mismo y estamos convocados a un saber escuchar, mirar y construir con él,
con ella.
Simbolización
Es capacidad de representación mental que un sujeto realiza a través de símbolos (de una
cosa, actividad, persona, situación, sentimientos, la realidad, uno mismo). Esta capacidad,
si todo va bien, es un potencial a adquirir en el desarrollo evolutivo (Iusim, 2008).
La simbolización está ligada a los modelos freudianos que dan cuenta de la constitución de
la subjetividad en los comienzos y de las transformaciones por las que atraviesa el infante
para constituirse en sujeto.
La riqueza simbólica depende, en parte, del vínculo con los padres y de sus de sus
propuestas simbolizantes.
Como vimos en otra clase, la simbolización es la condición para el pasaje del pensamiento
concreto al pensamiento lógico-abstracto.
Subjetividad
La subjetividad se forma en relación a la subjetividad de los otros, del intercambio entre los
sujetos.
Nuestra red de sostén y refiere a los vínculos intersubjetivos, nos permite enunciar
proyectos que nos identifican, tiene que ver con salir al mundo, a la cultura, al campo social.
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• La elaboración de duelos.
La relación entre la cultura y el sujeto refiere, en este contexto, a un contrato singular, que
garantiza al sujeto, un lugar en la sociedad, espacios de reconocimiento, y es lo que permite
El modo en que se construya la subjetividad de cada individuo, así como el modo en que
se transita este proceso, es resultado de un proceso de construcción social. Depende de
los significados que se le asignen en cada cultura, en cada momento histórico, en cada
contexto sociocultural (Briouli, 2007).
Socialización
Podemos plantear dos etapas en la socialización, las cuales coexisten primero, para luego
diluirse una en la otra.
La primera etapa tiene que ver con la vida del niño dentro del seno familiar, donde de a
poco el mundo va entrando en contacto con el niño, mediatizado al principio por la madre,
en un ambiente “controlado” por así decirlo.
transicional, entendido como una zona intermedia de experiencia (ni interior ni exterior)
permite que el bebé comience a experimentar la realidad externa como tal. A través de los
objetos y fenómeno transicionales es posible el pasaje del autoerotismo a una relación con
el mundo externo, con un objeto que al principio “proviene de afuera desde nuestro punto
de vista, pero no para el bebé” (Winnicott, 1953).
la maestra, mientras otros secan sus lágrimas en los pantalones de sus madres,
fuertemente agarrados de ellas.
Tomemos un momento para hablar sobre las habilidades sociales. Este grupo de conductas
son las que le permiten al niño interactuar con los demás, pares y adultos, de manera
mutuamente satisfactoria y efectiva. Las habilidades sociales forman parte de los factores
protectores en la resiliencia, favorecen el desempeño social, el desarrollo de las amistades
y tienen un impacto directo en el autoconcepto y el aprendizaje. Las habilidades sociales
determinan la competencia social, que podemos entenderla como la manera en que se
comportan los niños en el medio social, de acuerdo a las circunstancias de ese momento,
para obtener resultados para sí mismo y sus relaciones con los demás.
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