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ESCOLARIDAD Y TEA

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La realidad cuestiona y desafía al sistema escolar
constantemente. En estos tiempos, la nueva concepción de
discapacidad desde una perspectiva social, la pandemia atravesada, la
convivencia y aceptación de la diversidad interpelan al sistema
constantemente rogando actualización y nuevas formas de praxis
educativa.

La realidad actual nos invita a construir una escuela donde las


políticas se concreten en prácticas educativas con estrategias
pedagógicas diversificadas; donde todos sus miembros, ya sean
estudiantes con o sin discapacidad, con o sin dificultades de
aprendizaje, con altas capacidades o
con características de distinto tipo
(cognitivas, étnico-culturales o
socioeconómicas, entre otras) puedan
acceder al aprendizaje con equidad.

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La UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura) define la inclusión como una
estrategia dinámica para responder en forma proactiva a la diversidad
de los estudiantes y concebir las diferencias individuales no como
problema sino como oportunidades para enriquecer el aprendizaje.

Inclusión e integración, dos palabras que parecen similares, sin


embargo, en la práctica y en contexto actual no son lo mismo. Cuando
hablamos de estas dos palabras hacemos referencia a paradigmas
distintos, a dos maneras de ver los desafíos, la discapacidad y todo lo
que acontece.

El concepto de integración supone la existencia de una previa


separación o segregación: este concepto está en relación directa con
“ser admitido”, para estar en los mismos espacios y disfrutar de los
mismos servicios que el resto de la población.

La integración escolar es
una estrategia educativa que
tiende a la inclusión de los
alumnos con discapacidad,
siempre que sea posible, en la
escuela de educación común,
con las configuraciones de
apoyo necesarias.

Dicho concepto responde a un paradigma biologicista, donde


centra el problema en la persona que tiene deficiencias o limitaciones.

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Aquí la persona es considerada paciente, quien para adaptarse a las
condiciones del entorno que lo rodea (social y físico) debe ser
sometido a la intervención de los profesionales de la rehabilitación.
Este enfoque ve a la persona como receptor pasivo de apoyos
institucionalizados.

En cambio, el termino inclusión plantea un paradigma


superador, ya que implica una reorganización de todo el sistema
educativo para posibilitar el acceso, la permanencia y enriquecimiento
progresivo y oportuno de las experiencias de aprendizajes de todos y
cada uno de los alumnos.

La inclusión, tal como citamos a la UNESCO, consiste en


transformar los sistemas educativos y otros entornos de aprendizaje
para responder a las diferentes necesidades de los alumnos. Ello
implica que hay tiempos distintos,
estrategias diferentes y recursos
diversos para el aprendizaje de todos
los alumnos. En este marco, las
necesidades de los alumnos son vistas
como necesidades de la institución y las
diferencias están dadas por los estilos,
ritmos y/o motivaciones para el
aprendizaje.

Todas las personas tienen derecho a la educación. El ser


humano necesita de la interacción con otros para su crecimiento,

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formación y aprendizaje; es a través de la educación que el ser
humano se constituye en “plenamente humano”. Este carácter
humanizador otorga a la educación un valor en sí misma y la
constituye en derecho humano fundamental para todas las personas.

La idea de inclusión supone, desde un principio, que “todos


somos diferentes” y plantea a la escuela el desafío de poner en
marcha objetivos, contenidos, sistemas de enseñanza y de evaluación,
asumiendo esa diversidad y procurando incluir a todos en el proyecto
educativo de la comunidad. Es evidente que esta propuesta precisa
de un profundo cambio de paradigma y valores que exceden a la
escuela y que interpelan a toda la sociedad.

La inclusión es un principio que contribuye a mejorar las


condiciones de los entornos para acoger a todos. Es una forma de dar
respuesta a la diversidad considerando las diferencias individuales no
como problema, sino como oportunidades para enriquecer los
aprendizajes. La inclusión es un proceso que busca responder a la
diversidad, identificando y removiendo barreras y obstáculos que
impiden los aprendizajes.

Este concepto responde a un paradigma de derechos humanos,


el cual se centra en la dignidad intrínseca o propia del ser humano; es
decir, en la dignidad que se tiene por el hecho de ser humano,
independiente de las características o condiciones que tenga: ser
hombre o mujer, su color de piel, edad, estatura, discapacidad,
condición y cualquier otra.

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En este paradigma la
discapacidad es caracterizada
como un producto social que
resulta de la interacción entre las
personas con desafíos y las
barreras del entorno, que evitan la
participación plena y efectiva, la
inclusión y el desarrollo de estas
personas en la sociedad donde
viven, en condiciones de igualdad con las demás.

En este enfoque o paradigma, la discapacidad es colocada como


una característica más dentro de la diversidad de los seres humanos
y no como la característica que debe definir la vida de una persona,
que totaliza la vida de una persona en un marco de discriminación y
exclusión.

Para concluir con estos dos conceptos, es importante mencionar


que desde el paradigma de la discapacidad como un concepto social
se está comenzando a hablar del término convivencia para aceptar
la diversidad, sin distinción alguna. Marcelo Rocha, psicoanalista
argentino nos dice que, si aceptar al otro se torna una conducta
“inclusiva”, entonces estamos introduciendo un concepto para algo
que debería ser natural de la especie humana: la convivencia. Nos
propone que debemos ir en búsqueda de la connaturarlidad de los
vínculos humanos.

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La escolaridad de los niños con TEA es un gran desafío, tanto
para el niño, su familia, como así también para sus docentes y la
institución educativa. Es un desafío, porque tal como mencionamos
antes, los procesos y concepciones de integración, inclusión y las
consideraciones acerca de la discapacidad se actualizan, y al sistema
educativo le lleva más tiempo adaptarse a las vorágines de la
sociedad. Sin embargo, a pesar de los desafíos y lo mucho que falta
poder aceptar a la diversidad como parte del contexto institucional y
social, el sistema educativo avanzó en relación a años anteriores.

Desde FLEDNI siempre apelamos a la subjetividad de cada niño,


por lo que, el perfil de aprendizaje de los niños con TEA es único, con
fortalezas y desafíos singulares. Cada niño tiene su propia modalidad
de aprendizaje, y resultaría erróneo considerar que por el simple
hecho de pertenecer al espectro tendrá tal o cual barrera que superar
en su escolaridad.

Aclarado esto, podemos mencionar que hay algunas


consideraciones, tanto desafíos como fortalezas, que pueden o no
estar presentes al momento de transitar la escolaridad y el
aprendizaje curricular de este tipo de niños, las cuales se entrelazan
con las características de su diagnóstico:

● Pueden tener intereses restringidos con respecto a algunas


áreas o temas, por lo que, suelen tener conocimientos
exhaustivos sobre lo que les interesa.

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● Su memoria icónica suele ser muy buena, pueden recordar
con facilidad muchos aspectos.
● Pueden presentar desafíos en su motricidad el cual puede
afectar a su escritura y/o dibujo.
● Sensibilidad a estímulos auditivos, sensoriales, visuales como
el timbre, cantidad de compañeros en el aula, exceso de
láminas colgadas, entre otros.
● Puede que tengan desafíos para organizarse con los
materiales y los momentos escolares, por lo que, los sucesos
inesperados y no anticipados pueden ocasionar
desorganización y/o disrupciones en su conducta.
● Podemos encontrar en niños con TEA desafíos en su
razonamiento y abstracción, ya que suelen tener un
pensamiento concreto y literal, por lo que, se les dificulta a la
hora de generar alternativas.
● Su atención puede ser lábil.
● Su exigencia y perfección puede ser excesiva y rígida, lo que
lo lleve a centrarse en detalles de la tarea y a una realización
minuciosa y lenta de la actividad.
● Pueden presentar desafíos para expresar sus necesidades y
sentimientos.
● En los momentos de socialización puede que necesite
apoyos para lograr un intercambio fluido y acorde con sus
pares. Puede que se presenten desafíos para la comprensión

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de sutilezas sociales ante travesuras o bromas que los pares
comparten entre sí.
● Dificultades en el uso e interpretación de gestos que
acompañan a la comunicación, por lo que requieren de que
el docente explique consignas de manera personalizada.
● Su rendimiento cognitivo puede ser alto, o en algunos casos,
puede ser inferior.
● Se le puede presentar inflexibilidad frente a cambios
imprevistos (de consignas, de horarios de trabajo, de lugares
de trabajo, cancelación de una excursión, etc.). Es por eso que
es tan importante la anticipación.

Estas son algunas de las características que pueden o no estar


presentes en un alumno que pertenece al espectro. Dichas
características marcan la modalidad de aprendizaje de cada niño, por
lo cual, éstas no siempre se traducen en desafíos, sino muchas veces
son potenciadoras de aprendizajes.

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Tal como señalamos más arriba, el concepto de atención a la
diversidad del alumnado con o sin discapacidad se ha ido
transformando con el tiempo, y consecuentemente se ha modificado
la práctica educativa. No ha de exigirse solo al alumno que se adapte
al sistema, sino que es el sistema el que debe lograr las modificaciones
necesarias brindándole distintas modalidades de apoyos educativos,
entendidos estos apoyos como todas las actividades que aumentan
la capacidad de una escuela para dar respuesta a la diversidad.

Es por eso que, la educación inclusiva juega un papel


fundamental y no puede soslayarse su centralidad en la dinámica de
romper barreras y crear mundos posibles extranjeros a la exclusión.

Daniel Valdez nos invita a interrogarnos; ¿se le puede pedir


tanto a la escuela? ¿Puede la escuela estar a la vanguardia y ser agente
de cambio al mismo tiempo que suele mostrase como un invento de
la cultura experto en preservarse de los cambios y perseverar en la
invarianza a lo largo de los años?

El autor responde rememorando a Paulo Freire; si se considera


el futuro como algo dado de antemano, un horizonte al que hay que
“adaptarse”, entonces no queda margen para la utopía ni los sueños.
Nos daríamos por vencidos frente a lo instituido. Los sueños son para
él motor de la historia: “No hay cambio sin sueño, como no hay sueño
sin esperanza […] El sueño se convierte en una necesidad,
indispensable” (Freire, 1992: 127).

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Ahora bien, las instituciones inclusivas se caracterizan por ser
espacios educativos en los cuales se reconoce el derecho que tienen
todas las personas, sin distinción de raza, cultura, condición social y
económica, credo, sexo, situaciones de discapacidad o talento
excepcional, de pertenecer a una comunidad y construir cultura e
identidad con los otros.

Por lo que, los entornos inclusivos se construyen partiendo de


la reflexión y la modificación sobre la propia acción, y sabemos lo
complejo que esto resulta. En este sentido, las escuelas que trabajan
desde este enfoque implementan políticas y prácticas orientadas a
fomentar el sentido de pertenencia, la participación y la permanencia
de sus miembros en el sistema, todo enmarcado en una cultura de
equidad que brinda a cada quien lo que necesita para el desarrollo de
sus potencialidades.

Estas políticas y prácticas inclusivas e institucionales se


concretan a partir de los siguientes ejes:

● Recibir a todos los niños, niñas y adolescentes de la


comunidad y asumir el compromiso de enseñarles a todos,
permitiendo no solamente el acceso sino además la
permanencia con aprendizajes de calidad.
● Diversificación de ofertas educativas.
● Generar espacios de participación, escuchando a las familias
y acercándose a ellas para que participen en la vida de la
escuela.

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● Construir una cultura escolar inclusiva que considere la
diversidad no como un problema sino como una
oportunidad para enriquecer el aprendizaje.

En este sentido, toda la comunidad educativa (autoridades


escolares, docentes, personal no docente, alumnos, familias,
comunidad, etc.) pueden actuar como recursos valiosos en apoyo a la
inclusión.

Una cultura inclusiva se define como aquella centrada en: “(…)


crear una comunidad segura, acogedora, colaboradora y estimulante
en la que cada uno es valorado, como el fundamento primordial para
que todo el alumnado tenga los mayores niveles de logro. Pretende
desarrollar valores inclusivos, compartidos por todo el profesorado, el
alumnado, los miembros del consejo escolar y las familias, que se
transmitan a todos los nuevos miembros del centro educativo” (Booth
y Ainscow, 2002).

A manera de ir cerrando este módulo, y anticipando los


conceptos que vamos a abordar en el próximo, es importante
mencionar que sin políticas estatales para la educación la inclusión se

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hace más compleja. En el próximo módulo abordaremos las
normativas que amparan las prácticas de inclusión escolar, las figuras
de apoyo para la inclusión y las posibles adaptaciones y estrategias
para aplicar en alumnos con TEA.

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