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HISTORIA DE
ESPAÑA
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Mireia Cabrera – EBAU 2023 Madrid
1.2 - Los pueblos prerromanos
- Las colonizaciones históricas: fenicios y griegos
- Tartesos
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2.1 - Al-Ándalus: la conquista musulmana de la Península Ibérica
- Emirato y califato de córdoba
Aprovechando la guerra civil entre los seguidores del rey visigodo Witiza y de don Rodrigo, los musulmanes del
norte del África apoyaron al bando witiziano. Tariq venció al ejército de don Rodrigo en la batalla de Guadalete
(711), lo que puso fin a la monarquía visigoda. Más tarde, Musa cruzó el estrecho se unió a las tropas de Tariq y
se consumó la conquista de la Península. El periodo del emirato Dependiente (714-756) fue una fase de
inestabilidad política y de enfrentamientos entre los árabes y los bereberes. Los avances de los musulmanes se
usaron en la batalla de Covadonga (722) y la batalla de Poitiers (732). En la etapa de emirato Independiente
(756-929) Abd-al-Rahman I, un Omeya que había huido de la matanza de su familia por Abbasíes de Damasco,
consiguió llegar a la Península y se proclamó emir independiente, aunque en el terreno religioso seguía
dependiendo del califa de Bagdad. Durante el periodo del Califato de Córdoba (929-1031) Abd-al-Rahman III
se proclamó califa y se independizó definitivamente del Califato de Bag-dad. Asimismo, fue una época de máximo
esplendor cultural y artístico del Al-Ándalus. En el territorio militar la figura de más destacada fue Almanzor,
quién ejerció el poder bajo una dictadura. Muerto Almanzor, las luchas políticas provocaron la desintegración del
califato en los reinos de taifas.
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2.4 - Los primeros núcleos de resistencia cristiana
- Principales etapas de la Reconquista Modelos de repoblación
En Asturias, la escaramuza que se produjo en 722 en Covadonga, con Pelayo como líder cristiano, permitió la
retirada de los musulmanes. Alfonso II sitúa la corte en Oviedo. Alfonso III (866-910) extendió el reino y trasladó
la capital a León. En el siglo X, el conde Fernán González consigue fa independencia del condado de Castilla. En
Navarra, la familia de los Jimeno inicia una dinastía que culmina con Sancho III el Mayor (1030). En Aragón se
establece la dinastía de los Galíndez. Los con-dados catalanes formar parte de la Marca Hispánica de Carlomagno.
En el 865 Wifredo el Velloso se convertirá en el primer conde de Barcelona. Borrell II (siglo X) consiguió
independizarse de los carolingios. Entre los siglos VIII-X los avances cristianos se limitaron a la ocupación de la
cuenca del Duero. Entre el siglo Xl y la primera mitad del XII los cristianos avanzaron hacia el Tajo. En 1085
Alfonso VI, rey de Castilla y León, conquistó Toledo. Los reinos de taifas llamaron a los almorávides, que vencieron
a los cristianos en Sagrajas (1086). A mediados del siglo XII los cristianos alcanzaron el valle del Ebro con la
conquista de Zaragoza (1118). En el siglo XIII, tras las victorias de los almohades en Alarcos (1195), los cristianos
vencen a los musulmanes en la batalla de las Navas de Tolosa (1212) y, más tarde, Fernando III ocupa el valle
del Guadalquivir. En Aragón, Jaime I el Conquistador conquista las islas Baleares y Valencia. En la Alta Edad
Media (siglos VIII al X) se repobló el valle del Duero por el sistema de presura (Castila) y aprisio (Aragón y
Cataluña). En Plena Edad Media (XI-XIII) predomina el sistema de concejos, con la concesión de fueros o cartas
puebla (Salamanca, Segovia o Sepúlveda). El sur, el Sistema Ibérico y Levante se repoblaron mediante
maestrazgos concedidos a las Órdenes Militares, y el sistema de repartimientos y donadlos de tierras entre la
nobleza.
2.5 - Los reinos cristianos Edad Media: organización política, régimen señorial y sociedad estamental
El rey ocupaba la cima del poder feudal y no existía una capital fija. A partir del siglo XIII surgieron las Cortes,
que discutían y votaban las peticiones económicas del rey. En Castilla, el principal órgano municipal era el concejo,
gobernado por los regidores y, desde finales del siglo XIV, por los corregidores. En Aragón, el gobierno de los
municipios lo desempeñaba un justicia o alcalde. En Cataluña, el municipio era gobernado por los magistrados
locales y los consellers. El régimen señorial se basaba en los señoríos o territorios concedidos por el rey a un
particular o a un colectivo. En los comienzos de la Reconquista apareció el primer tipo de señoríos, los llamados
solariegos, que a partir del siglo XII se convirtieron en señoríos jurisdiccionales, cuyo señor asumió las funciones
del rey. La sociedad de los reinos cristianos era una sociedad estamental, nobleza y clero son los privilegiados,
con exención de impuestos y leyes propias. El pueblo llano son los campesinos, artesanos y pequeños burgueses,
los cuales pagaban impuestos y no tenían privilegios. Los judíos y mudéjares (musulmanes en territorio cristiano)
son grupos menos integrados, pero conviven con los cristianos. Los siervos, campesinos o domésticos pueden
ser vendidos o liberados.
2.6 - Organización política de la Corona de Castilla, de la Corona de Aragón y del Reino de Navarra al final
de la Edad Media
Las Cortes de Castilla reunían a la nobleza, el clero y representantes de las ciudades. Estas Cortes aprobaban los
impuestos, pero no las leyes. Los reyes cristianos crearon una monarquía autoritaria con la aparición de la
Audiencia de Valladolid en 1442, una Hacienda pública, el Consejo Real y la figura del corregidor para el gobierno
de los municipios. La Corona de Aragón se compone de los reinos de Aragón, Cataluña, Valencia y Baleares. Sus
características son el pactismo y la diversidad territorial. Las instituciones más importantes de la Corona de
Aragón son: el Consejo Real, la Hacienda Real, la Real Audiencia y las Cortes Generales. Pero cada reino tiene
sus cortes particulares. A mediados del siglo XIV aparece en Cataluña la Diputación General o Generalitat. Un
cargo específico del reino de Aragón fue el justicia de Aragón, cuya función era la defensa de los fueros de Aragón.
Los municipios estaban gobernados por un delegado, unos magistrados (consellers en Cataluña) y una asamblea.
En Navarra, las instituciones estaban compuestas por un Consejo Real, unas Cortes y la Diputación de los Tres
Estados.
3.2 - El significado de 1492
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- La guerra de Granada y el descubrimiento de América
Las causas de la conquista de Granada por parte de los Reyes Católicos fueron: culminar la Reconquista, superar
el conflicto entre la nobleza y fortalecer la monarquía. La conquista puede dividirse en tres fases: la conquista de
Alhama (1481-1484), la toma de Málaga (1485-1487) y la conquista de Granada en 1492. El descubrimiento de
América responde a varias causas: búsqueda de una nueva ruta comercial hacia Asia, competencia con Portugal
en el Atlántico y utilización de nuevos instrumentos marítimos. Cristóbal Colón expuso ante Castilla su proyecto
de llegar a las Indias por el oeste, convenció a Isabel la Católica y firmó las Capitulaciones de Santa Fe, por las
que fue nombrado almirante, virrey y gobernador de las nuevas tierras. En el primer viaje (1492-1493), partiendo
del puerto de Palos (Huelva) a bordo de las naves La Pinta, La Niña y la Santa María. Colon llega el 12 de octubre
a la isla de San Salvador (Guanahaní, en las actuales Bahamas), descubre Juana (Cuba) y La Española (Santo
Domingo y Haití). En el segundo viaje (1493-1496) Colón exploró las Antillas menores y se firma el Tratado de
Tordesillas (1494), que permitió que Brasil fuera colonizado por los portugueses. En el tercer viaje (1498-1500)
y cuarto viaje (1502- 1504) Colon exploró la costa de América Central, aunque morirá en 1506 convencido de
haber llegado a Asia.
En 1556, Carlos V deja a su hijo Felipe los reinos hispanos, los territorios italianos y americanos, los Países Bajos y
el Franco Condado. Felipe II sustituye la idea de Imperio universal por un Imperio hispánico. Castilla se convierte
en el reino fundamental, estableciendo la capital en Madrid (1561). Su modelo político se basó, en un sistema de
consejos: Inquisición, Hacienda, Órdenes Militares, Castilla, Indias, Aragón, etc. El más importante era el Consejo
de Estado. Se introduce la figura de los secretarios reales. Los virreyes fueron los representantes del rey en América.
Se amplía fa el número de Audiencias: Valladolid, Granada, Sevilla y Canarias. Su política interior autoritaria provocó
la rebelión de los moriscos en las Alpujarras. En 1591 Antonio Pérez, secretario personal del Rey, fue acusado de
asesinato y se refugia en Zaragoza. El Justicia Mayor se negó a entregarlo a Castilla. La respuesta de Felipe II fue
ocupar militarmente Zaragoza y ejecutar al Justicia Mayor. En política exterior, Felipe II se unió con Portugal en
1580, lo que dio lugar a la Unidad Ibérica. En Europa, consiguió victorias como la de San Quintín ante Francia o la
de Lepanto contra el Imperio otomano, y desastres como el episodio de la Armada Invencible frente a Inglaterra. En
los Países Bajos surgieron tensiones por motivos religiosos, que acabaron con la independencia de Holanda, aunque
Flandes continuó bajo el poder de Felipe II.
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Felipe III (1598-1621) tuvo como valido al duque de Lerma, que en el año 1609 expulsó a los moriscos.
Felipe IV (1621-1665) tuvo como valido al conde-duque de Olivares, que defendió una política belicista. Trató de
unificar los reinos de España en torno a Castilla. En 1626 aprobó la Unión de Armas, que provocó sublevaciones en
torno a 1640. En Cataluña, el conflicto se inició en 1635, cuando se declara la guerra entre Francia y España.
Empiezan las protestas contra los tercios imperiales, pues suponía un gran sacrificio mantener a un ejército. El
momento culminante fue el Corpus de Sangre (1640), cuando los campesinos se apoderan de Barcelona, asesinaron
al virrey y se proclamó una breve república catalana. Desde Madrid se enviaron tropas para sofocar la sublevación
y en Cataluña se pidió ayuda a Francia. La entrada y mantenimiento de tropas francesas provocaron los mismos
descontentos que las tropas castellanas. El conflicto finalizó en 1652, con la intervención de las tropas de Juan José
de Austria. En Portugal, a la política centralizadora de Castilla, hay que añadir el descontento de las clases dirigentes
portuguesas. La revolución fue dirigida por el duque de Braganza, que fue proclamado rey de Portugal con el nombre
de Juan IV. En 1668 se reconocería la independencia de Portugal.
En el reinado de Carlos III (1665-1700) Mariana de Austria actuó coma regente. Su falta de descendencia provocará
la Guerra de Sucesión.
Durante el reinado de Felipe III asistimos a un periodo de paz y treguas. Con Inglaterra se firma la paz en 1604 y
con Holanda se firma la Tregua de los Doce Años (1609-1621). En contraste, el reinado de Felipe IV será un periodo
bélico y de derrota de España frente a las potencias europeas. La monarquía española intervino en la Guerra de los
Treinta Años (1618-1648). Se buscaba mantener el prestigio de la monarquía española en el escenario europeo. Los
Países Bajos se incorporaron a la guerra, buscando su total independencia política. A la vez se luchaba contra Francia,
que buscaba convertirse en la potencia hegemónica en Europa. La guerra de los Treinta Años acabó con la derrota
de los Habsburgo y la firma de la paz de Westfalia (1648). España quedó como potencia de segunda fila en el nuevo
orden europeo. También se ratificó aquí la independencia de Holanda con respecto a España. No obstante, España
continuó luchando contra Francia hasta la Paz de los Pirineos (1659), por la que España cedía el Rosellón y una parte
de la Cerdaña (al norte de Cataluña).
Carlos II (1665-1700) accedió al trono siendo un niño, por lo que su madre, Mariana de Austria, ejerció como
regente. Además, el rey estaba incapacitado para gobernar. Por eso, durante su reinado el poder del Estado se fue
diluyendo, lo que fue aprovechado por la aristocracia y la Iglesia para ampliar sus privilegios. Las revueltas sociales
no desaparecieron, como la Segunda Germanía en Valencia o el Motín de los Gatos en Madrid, por el alza del precio
del pan. Durante el reinado de Carlos II se reconoce la independencia de Portugal (1668) y se cede a Francia el
Franco Condado. Pero el problema más importante fue el sucesorio. Ante la inminente muerte de Carlos II sin
descendencia, se buscaron candidatos con vínculos familiares: Felipe de Anjou, la casa Borbón, candidato francés,
y Carlos de Austria, candidato de los Austrias alemanes. Tras fuertes presiones, Carlos II dejó como heredero a
Felipe de Anjou, futuro Felipe V. Su decisión pretendía lograr el apoyo de Francia y evitar la fragmentación de las
posesiones de la corona. En 1700 moría el último de los Austrias, lo que precipitó el inicio de la llamada Guerra de
Sucesión.
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En el año 1700 muere sin descendencia Carlos II, que había elegido como sucesor al francés Felipe de Anjou, futuro
Felipe V de Borbón. Varias potencias europeas propondrán otro candidato, el archiduque Carlos de Habsburgo, y
formarán una coalición antiborbónica (Gran Bretaña, Austria, Holanda y Portugal). Se desata la Guerra de Sucesión
(1701-1713) y en España se inicia una guerra civil, pues Castilla apoyó a Felipe de Anjou, mientras que Aragón
apoyó al archiduque Carlos de Austria. Las hostilidades finalizarán con el acceso del archiduque al control del Imperio
austriaco y la firma de la Paz de Utrecht (1713), que supuso la consolidación de Gran Bretaña como potencia, con
el control de Gibraltar, Menorca y el comercio con las Indias. España pierde Flandes y las posesiones italianas. Ante
el fracaso de su política exterior revisionista, Felipe V firmó con Francia el Primer Pacto de Familia (1733), por el que
consiguió Nápoles y Sicilia. Gracias al Segundo Pacto de Familia (1743) España obtuvo los ducados de Parma y
Toscana. En el reinado de Carlos III (1759- 1788) se firmó el Tercer Pacto de Familia (1761), por lo que España
participó en la Guerra de los Siete Años y en la Guerra de Independencia de las Trece Colonias americanas,
obteniendo Florida y Menorca, aunque no Gibraltar.
Los Borbones implantaron un modelo unificador y centralista. Con los Decretos de Nueva Planta (1707-1716) se
eliminan los fueros de la Corona de Aragón y se impone la legislación y lengua castellana. Solo el Reino de Navarra,
Vizcaya, Álava y Guipúzcoa conservaron sus fueros y su autonomía. Las reformas políticas del siglo XVIII fueron el
fortalecimiento del poder real mediante una monarquía absolutista. El gobierno se componía de secretarías de Estado
y de Despacho Universal. Se cambió la división territorial en reinos por una nueva en provincias, al frente de las
cuales estaban los capitanes generales y los intendentes. Se mantuvieron la Chancillería y las Audiencias. Los
impuestos se intentaron reformar (catastro de Ensenada). La figura del corregidor adquiere mayor importancia. Las
Cortes apenas se convocaron. Se implantó la Ley Sálica, por la cual las mujeres quedan excluidas de la sucesión al
trono. En América, el Consejo de Indias y la Casa de Contratación fueron sustituidos por Secretarías. A los dos
virreinatos existentes (Nueva España y Perú) se añadieron el de Nueva Granada y el de Río de la Plata. Por último,
se sustituyó la división en gobernaciones y corregimientos por las intendencias.
En la primera mitad del siglo XVIII se crearon las principales Academias: Real Academia de la Lengua, Medicina,
Historia, Bellas Artes de San Fernando, el Jardín Botánico y el Gabinete de Historia Natural. La ilustración llega a su
apogeo en el reinado de Carlos III (1759-1788), con la creación de las, Reales Sociedades Económicas Amigos del
País. También se desarrolló la literatura con Jovellanos, Cadalso o Moratín (El sí de las niñas). Carlos III llevó a cabo
una importante reforma de Madrid con el empedrado de las calles y el alcantarillado, la construcción del Paseo del
Prado, la Fuente de Cibeles, la Puerta de Alcalá, el Observatorio Astronómico o el Museo del Prado. Además, Carlos
III implantó despotismo ilustrado que puede resumirse en la frase “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. El gran
problema del reinado fue el Motín de Esquilache (1766), una revuelta popular que estalla por el incremento del
precio del pan y por un decreto que prohibía el uso de capas largas y sombreros. Su extensión a casi todo el país
provocó el cese del ministro Esquilache. A su vez, se sometió a la Iglesia al control del Estado mediante el regalismo.
Los problemas que surgieron entre el Estado y el papado culminaron con la expulsión los jesuitas (1767).
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La crisis del reinado de Carlos IV y la Guerra de la Independencia confirman la quiebra del Antiguo Régimen y el
inicio de un proceso que culminará con la revolución liberal. Durante la guerra contra los franceses, el pueblo español
adquirió conciencia de su entidad nacional y de su soberanía. Las ideas liberales penetraron con fuerza y el país vivió
su primera experiencia constitucional.
Mientras tanto, en el interior del país la situación social y económica era muy grave. Las guerras sucesivas, el hambre
por la escasez alimentaria y las epidemias habían provocado una importante mortandad. Además, la derrota de la
flota franco-española en Trafalgar frente a Inglaterra provocó la bancarrota del Estado. Godoy recurrió al
endeudamiento y al aumento de los impuestos para superar la crisis. Sin embargo, estas medidas provocaron la
oposición de los privilegiados. Así, la oposición contra Carlos IV y Godoy se fue organizando en torno al príncipe
Fernando. Sus partidarios eran algunos nobles y miembros del clero, los cuales consiguieron presentar a Fernando
como el único salvador del reino. De esta manera, en 1807 fue descubierta una primera conspiración (que fracasó)
de Fernando, el llamado proceso de El Escorial.
La situación empeoró cuando España firmó el Tratado de Fontainebleau con Napoleón en 1807. Al parecer, la excusa
fue que Portugal, aliada de Inglaterra, no cumplía con el bloqueo continental decretado por Francia contra los
británicos. Por lo tanto, las tropas francesas entraron en la Península, fueron ocupando plazas estratégicas y las
autoridades españolas aceptaron su presencia. Aprovechando esta situación, los partidarios de Fernando realizaron
el motín de Aranjuez, apoyado por soldados y sectores populares, que exigían la destitución de Godoy y la renuncia
de Carlos IV al trono a favor de su hijo Fernando. Por lo tanto, Carlos IV se vio obligado a abdicar, cediendo la
Corona a su hijo Fernando VII.
Ante la proclamación de Fernando VII como rey, la crisis de la monarquía se agravó. Napoleón, aprovechando la
debilidad de los Borbones, decidió convocar a los monarcas en Bayona y ocupar España. En la ciudad francesa
tuvieron lugar unas negociaciones vergonzosas. Napoleón exigió la renuncia al trono de la familia real al completo.
Así, Fernando abdicó en favor de Carlos IV, y este en favor de Napoleón, que decidió entregar el reino a su hermano
José.
El levantamiento del 2 de mayo en Madrid se produjo por la alarma que había causado la salida hacia Bayona de los
últimos miembros de la familia real. El enfrentamiento se inició a las puertas de palacio y se generalizó la lucha
callejera contra los franceses. Al anochecer, Murat, general de las tropas francesas, decretó la pena de muerte para
los amotinados. Por lo tanto, la extrema represión fue el detonante que expandió la revuelta en la Península, entre
las clases populares, algunos miembros de la élite y el clero. Las instituciones perdieron el control político y los
revolucionarios, que se denominaron patriotas, crearon juntas integradas por las élites locales.
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En la primera fase de la guerra, los franceses no lograron acabar con los levantamientos urbanos, como el de
Zaragoza, protagonizado por Palafox y Agustina de Aragón. Además, las tropas españolas consiguieron una victoria
sorprendente en Bailén. Al mando del general Castaños, por lo que José I tuvo que abandonar Madrid. Fue entonces
cuando Napoleón intervino personalmente y consiguió derrotar a las tropas españolas, recuperando Madrid y
ocupando el territorio hasta Andalucía. Solo Cádiz pudo resistir al avance napoleónico.
Se inicia una segunda fase caracterizada por la imposibilidad de que las tropas francesas controlaran todo el territorio
y por la lucha de la guerrilla, grupos de civiles que utilizaban la táctica de la emboscada para golpear al enemigo, y
que colaboraban con el ejército patriota.
En la tercera y última Milla guerra cambió de rumbo. En 1812, Napoleón tomó la decisión de atacar Rusia, para cuya
campaña retiró parte del ejército que tenía en España. Este contexto fue aprovechado por las tropas de Wellington,
que consiguieron una decisiva victoria en la batalla de Arapiles (Salamanca). Hacia 1813, la batalla de Vitoria
consumó la derrota francesa y obligó a José I a cruzar la frontera. Por esas mismas fechas, Napoleón firmaba el
Tratado de Valençay, por el que restituía la Corona de España a Fernando VII y terminaba la Guerra de la
Independencia.
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La evolución política de la España ocupada por los franceses generó un proceso revolucionario y una confrontación
entre afrancesados y patriotas, y dentro de estos últimos, entre liberales y absolutistas.
Mientras que las instituciones del Antiguo Régimen aceptaban las abdicaciones de Bayona, la mayoría del país
rechazó su legitimidad y organizó sus propios órganos de gobierno. Se trataba de una revolución, porque significaba
asumir la soberanía nacional y romper con el absolutismo. Primero surgieron juntas locales, luego las provinciales
y, finalmente, se formó en Aranjuez la Junta Suprema Central, que se convirtió en el órgano de resistencia. A pesar
de su carácter revolucionario, las juntas estuvieron formadas por miembros de las clases dirigentes, como nobles,
clérigos, generales o burgueses ilustrados.
Sin embargo, poco a poco fue aumentando la influencia de los sectores más reformistas. Por eso, además de dirigir
la guerra, la Junta asumió pronto la tarea de modernizar la política del país. Quienes defendían los cambios eran los
liberales, que exigían un régimen político libre y parlamentario. Como la sociedad se organiza en función de las
diferentes capacidades de las personas, los liberales defienden el derecho preferente de los más ricos, que tienen
algo que defender, y de los más notables a intervenir en política.
De esta manera, en medio del conflicto bélico, la Junta Suprema Central Organizó una consulta al país. Las
respuestas planteaban la necesidad de reformas que limitasen el poder del monarca. Al final, se organizó la
convocatoria de unas Cortes en Cádiz, una ciudad que resistía al asedio francés.
Los liberales consiguieron un importante triunfo al aprobarse en las Cortes que poseían la soberanía nacional.
Asimismo, acordaron la división de poderes y reconocían a Fernando VII como rey de España. Adquirían, por lo
tanto, un carácter revolucionario, ya que liquidaban los privilegios estamentales al establecer qué todos los
ciudadanos (varones) eran iguales ante la ley y tenían los mismos derechos.
Además, las Cortes aprobaron una serie de leyes y decretos destinados a eliminar el Antiguo Régimen y a ordenar
el Estado como un régimen liberal. De este modo, se abolió el régimen señorial y se decretó la libertad de comercio,
de industria y de trabajo, suprimiendo los gremios. Por último, el ambiente revolucionario y patriótico de Cádiz,
ciudad símbolo de la resistencia, permitió que el ideario liberal pudiera concretarse en la Constitución de 1812 (la
“Pepa”).
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Por otra parte, el sistema político correspondía a una monarquía constitucional basada en la división de poderes. El
poder legislativo recaía en 125 Cortes, que poseían la potestad de elaborar las leyes y aprobar los presupuestos. La
Corona era la cabeza del poder ejecutivo, por lo que poseía la dirección del gobierno, intervenía en la elaboración
de las leyes y tenía veto suspensivo. El poder judicial era competencia de los tribunales y se establecían los principios
básicos de un Estado de derecho. Además, la Constitución reconocía la religión católica como oficial, establecía la
enseñanza primaria obligatoria y la creación de la Milicia Nacional como nuevo cuerpo de seguridad para defender
los valores del liberalismo.
Sin embargo, las circunstancias de la guerra dificultaron la puesta en práctica de estas reformas, así como de la
Constitución, que contaron con la oposición de los sectores absolutistas, los cuales deseaban el regreso de Fernando
VII para restablecer la situación anterior a 1808.
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Fernando VII desembarcó en Valencia en 1814, coincidiendo con la publicación del Manifiesto de los Persas de los
diputados absolutistas. El decreto de Valencia (1814) restauró el absolutismo, abolió las Cortes de Cádiz, suspendió
la Constitución de 1812 e inició la depuración y persecución del liberalismo.
La política aplicada por Fernando VII durante el sexenio absolutista (1814-1820) consistió en una vuelta al pasado:
se restauró la Inquisición, el régimen señorial y el feudalismo. También se llevó a cabo una dura represión contra el
liberalismo, provocando el primer exilio de la España contemporánea. Sin embargo, esta etapa significó una gran
inestabilidad política, debido a los sucesivos cambios de gobierno y a la influencia de la camarilla que rodeaba al
rey. Al mal gobierno se sumó la quiebra de la Hacienda, debido a la guerra en las colonias americanas.
La represión no evitó que los liberales intentaran alcanzar el poder a través de sucesivos pronunciamientos Espoz y
Mina (1814), Díaz Porlier (1815), Richart (1816) o Lacy (1817). Todos fracasaron por no contar con el suficiente
apoyo del Ejército. Sin embargo, en 1820 se sublevó el teniente coronel Rafael del Riego en Las Cabezas de San
Juan (Sevilla). Pronto la revolución se extendió por el resto de la Península, por lo que Fernando VII tuvo que jurar
la Constitución de 1812.
Fue un periodo de reformas a través de la libertad de expresión, de prensa y de las sociedades patrióticas. Además,
en este momento el liberalismo se dividió en una tendencia moderada, que defendía un mayor poder para la Corona,
es la prensa, y una tendencia exaltada, que planteaba reformas radicales.
Sin embargo, los gobiernos de esta etapa tuvieron que hacer frente a las intrigas del rey y a la acción de la guerrilla.
En este contexto, la Santa Alianza decidió intervenir con un ejército francés, los Cien Mil Hijos de San Luis, que
invadió España en 1823 y restauró el poder absoluto de Fernando VII.
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Las reformas provocaron la aparición de un grupo de absolutistas radicales, que se organizaron en torno al hermano
del rey. Carlos María Isidro. Fruto de este clima fueron las insurrecciones absolutistas. Ante la inminente muerte del
rey, sin descendencia, se inició una lucha política entre la Corona, que defendía el acceso al trono de la heredera de
Fernando VII, su futura hija Isabel, y los carlistas, que defendían la candidatura de Carlos, ya que al ser un varón
cumplía con lo establecido en la Ley Sálica. Comenzaba así la llamada “cuestión sucesoria”, que ponía final al reinado
de Fernando VII.
En la primera fase del conflicto, los virreinatos aprovecharon el vacío de poder tras el estallido de la Guerra de la
Independencia en la Península para crear juntas de defensa. En la segunda fase, la restauración de Fernando VII
logró controlar las revueltas, aunque el Río de la Plata (Argentina) proclamó su independencia en 1816. En la tercera
fase, México consiguió su independencia, aunque después de un largo conflicto que terminó en 1823. Argentina
lideró la independencia en el sur del continente desde 1818, al mando del general San Martín. En el norte, Simón
Bolívar proclamó la independencia de Venezuela en 1819 y creó la Gran Colombia, un proyecto que fracasó. Al final,
el conflicto terminó con la victoria de los rebeldes en Ayacucho (1824), bajo el mando de José de Sucre.
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El programa ideológico del carlismo se resumía en la defensa de la religión católica, el absolutismo y el foralismo.
Sus bases sociales fueron el clero, el campesinado y la nobleza rural. En la Primera Guerra Carlista se pueden
distinguir tres fases. De 1833 a 1835, las campañas del artista se pueden distinguir tres fases. De general carlista
Zumalacárregui tomaron el control del País Vasco y el norte de Cataluña. La muerte de Zumalacárregui en el asedio
de Bilbao finalizó esta fase. En la segunda etapa (1835-1837) destacan las expediciones carlistas del general
Cabrera. Durante la tercera fase (1837-1839) surge una división dentro del carlismo entre los moderados de Maroto,
partidarios de negociar, y los radicales o apostólicos de Cabrera. La firma del Convenio o “Abrazo” de Vergara entre
Espartero, del ejército isabelino, y Maroto puso fin a la guerra. Espartero prometió el mantenimiento de los fueros
vascos, que más tarde incumplió. Aun así, los radicales de Cabrera siguieron luchando en el Maestrazgo hasta su
derrota definitiva en 1848.
El carlismo se mantuvo como un movimiento reaccionario y tradicionalista, partidario de la pervivencia del foralismo,
lo que implicó el estallido de una Segunda y Tercera Guerra Carlista a lo largo del siglo XIX.
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Tras los gobiernos conservadores de la Década Moderada se continuó con el proceso de desamortización durante el
Bienio Progresista (1854-1856), gracias a la ley de desamortización de Madoz. Afectó tanto a los bienes de la Iglesia
como a los de los municipios. El proceso se prolongó hasta la Restauración (1876).
En general, las consecuencias de este gran proceso de nacionalización y venta en sus diversas fases fueron múltiples.
Los compradores fueron gente adinerada de la antigua aristocracia y burgueses enriquecidos que ocupaban los altos
cargos de la administración, el ejército o la Iglesia, por lo que la nobleza terrateniente no solo incrementó su
patrimonio y mantuvo su poder político, sino que aumentó en número. En este sentido, los grandes perdedores
fueron los campesinos, la Iglesia y los municipios. Los campesinos pasaron de ser usuarios de bienes comunales a
pagar rentas más elevadas para su cultivo. La Iglesia, a su vez, perdió gran parte de su patrimonio, mientras que
los municipios perdieron su principal fuente de ingresos. En el aspecto positivo, las desamortizaciones permitieron
poner en cultivo gran cantidad de tierras abandonadas y resolvió, en parte, el problema de la carestía de alimentos.
No obstante, a pesar del crecimiento, la estructura productiva de la agricultura española apenas se modificó y el
crecimiento de la producción fue escaso hasta el último cuarto de siglo.
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El grupo dirigente del Antiguo Régimen, la alta nobleza y la jerarquía eclesiástica, mantuvo un gran poder en la
sociedad liberal del siglo XIX. La aristocracia se benefició de la revolución liberal, pues mantuvo su patrimonio. A su
vez, la alta burguesía se definió como un grupo dedicado a los negocios, además de poseer grandes patrimonios
gracias a la compra de bienes en las desamortizaciones. En sus formas de vida tendían a imitar a la aristocracia.
Las clases medias eran un grupo en crecimiento, pero aún poco numeroso. Su frontera social era imprecisa, abarcaba
entre la aristocracia y la alta burguesía por arriba y las clases modestas por abajo. Entre sus valores de grupo
destacaban el orden. La paz, el trabajo y el ahorro. Existía una clase media rural, formada por medianos propietarios,
y otra clase media urbana, más numerosa e influyente, integrada por comerciantes, funcionarios, profesionales,
liberales, militares, periodistas o eclesiásticos. En general, constituyeron un grupo muy influyente porque formaban
parte tanto de la administración local como de la estatal, además de controlar los servicios básicos de la sociedad.
En cuanto a las mujeres de las clases altas y medias, no trabajaban fuera de casa y disponían de personal de servicio.
La mayor parte de la población vivía en el medio rural y sus condiciones de vida cambiaron poco durante el reinado
de Isabel Hubo campesinos que accedieron a pequeñas propiedades con las desamortizaciones de bienes
municipales, pero su capacidad productiva era muy débil. El prototipo mayoritario era el jornalero, sobre todo en los
latifundios de secano del sur. Los jornaleros no trabajaban parte del año, tenían bajos ingresos y sus condiciones de
vida eran penosas, ya que sufrían un desempleo estacional.
Aunque la población urbana era escasa, su papel era fundamental. La mayor parte se dedicaba al sector servicios,
pero también un importante número de artesanos. En cuanto a los obreros industriales, sus condiciones de vida eran
muy duras: jornadas de entre 10 y 15 horas, trabajo sin contrato, despido libre y sin seguridad social.
Las mujeres de los grupos no acomodados de la sociedad trabajaban fuera de casa como criadas, asistentas,
lavanderas o amas de cría, sin horario, sin días de descanso y con poco salario. La otra ocupación femenina eran las
tareas agrícolas, el comercio o los talleres. Sus salarios eran hasta un tercio o la mitad más bajos que los de los
hombres.
Por último, los marginados de la sociedad (pobres, mendigos, vagabundos, maleantes, gitanos, prostitutas,
enfermos, huérfanos, presidiarios, viudas y homosexuales) vivían de la caridad, mendigaban o delinquían.
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A partir de 1868, la crisis económica y la crisis política provocaron una inestable situación política. El deterioro político hizo evidente
cuando la oposición, organizada en el Pacto de Ostende, protagonizó un levantamiento contra la monarquía.
Al mismo tiempo, el levantamiento popular en las ciudades desencadenó la formación de juntas revolucionarias. Los
dirigentes monárquicos crearon un Gobierno Provisional encabezado por Prim y Serrano como regente. El nuevo
gobierno frenó el proceso revolucionario y restableció el orden. Además, se convocaron elecciones mediante sufragio
universal masculino. Las cuales dieron la victoria a los grupos monárquicos, aunque aparecieron dos minorías
importantes: los demócratas y los republicanos.
Las Cortes redactaron la Constitución de 1869. En ella se proponía un amplio régimen de derechos y libertades.
Incorporaba los derechos de manifestación, reunión, asociación, el sufragio universal masculino y la libertad de
enseñanza. Se aprobó la libertad de cultos, pero también el compromiso del Estado de mantener el clero. También
establecía la soberanía nacional y unas Cortes compuestas por el Congreso y el Senado. Además, los ayuntamientos
serían elegidos democráticamente. Por lo tanto, se trataba de una monarquía parlamentaria en la que el poder de
elaborar las leyes correspondía a las Cortes y el monarca no tenía derecho a veto.
Uno de los objetivos del nuevo gobierno era reorientar la política económica, de ahí la introducción del librecambismo.
Ello provocó la oposición de los industriales catalanes y de los productores de cereales. También se procedió a la
unificación monetaria, que estableció la peseta como moneda nacional. No obstante, el nuevo gobierno se encontró
con la oposición del radicalizado movimiento obrero y de los moderados.
Aunque la nueva monarquía contaba con escasos apoyos sociales y políticos, el problema más importante fue que
tuvo que afrontar los fuertes movimientos de oposición. Los conservadores, bajo la dirección de Cánovas del Castillo,
organizaron la restauración de los Borbones en la persona de Alfonso, el hijo de Isabel II, de ahí que se les
denominara “alfonsinos”. A su vez, los carlistas iniciaron una nueva guerra que se prolongó hasta 1876. En Cuba, la
insurrección iniciada en 1868 se convirtió en una guerra colonial (Guerra de los Diez Años). Finalmente, hubo
revueltas y protestas de los sectores populares.
Ante esta inestabilidad política, Amadeo I renunció al trono en 1873, lo que produjo una situación de emergencia.
El republicano Pi i Margall propuso la proclamación de la República. Los monárquicos, sin alternativa política,
aceptaron la propuesta.
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La proclamación de la República había animado el conflicto carlista y fue incapaz de contener la guerra en Cuba. No
obstante, la sublevación cantonal fue el conflicto más grave. El cantonalismo era un fenómeno complejo en el que
se mezclaban las aspiraciones federalistas, con una revolución social de tendencia anarquista.
En 1873 se proclamaba el cantón de Cartagena y, a partir de aquí, el movimiento se extendió a otras poblaciones.
El presidente Pi i Margall dimitió y fue sustituido por Nicolás Salmerón, quien inició una acción militar y acabó con el
cantonalismo. Más tarde, Salmerón también dimitió y fue sucedido por Emilio Castelar, republicano conservador que
gobernó por decreto, restableció la autoridad y reorganizó el ejército frente a los carlistas.
No obstante, la inestabilidad política precipitó el golpe de Estado del general Pavía. Así, el poder pasó al general
Serrano, que impuso un régimen autoritario. Finalmente, en 1874 el general Martínez Campos encabezó un
pronunciamiento que proclamó rey de España a Alfonso XII, hijo de Isabel II. Era el inicio de la Restauración.
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En 1874 se restauró la monarquía borbónica en la persona del rey Alfonso XII. Su defensor, Cánovas del Castillo, organizó un
sistema político fundamentado en una monarquía parlamentaria y conservadora.
El nuevo régimen político fue ideado por Cánovas del Castillo. Su primer objetivo fue recuperar el prestigio de la
Corona. Además, quería conseguir una Constitución que durase y que acabara con la práctica del pronunciamiento
militar, por lo que el Ejército no debía intervenir en política.
El modelo ideal de parlamentarismo era, para Cánovas, el británico. Se basaba en la existencia de dos grandes
partidos que aceptaran turnarse en el poder, con el fin de garantizar mayorías. De esta manera, se evitaba que los
partidos tuvieran que recurrir al apoyo del ejército en forma de pronunciamiento o golpe de Estado.
Los dos partidos dominantes, conocidos también como partidos dinásticos o partidos del turno, fueron el Partido
Conservador, liderado por Cánovas del Castillo y sustituto del antiguo Partido Moderado; y el Partido Liberal, fundado
por Sagasta y que tenía un programa más progresista. Ambos partidos coincidían en la defensa de la propiedad
privada, de la monarquía, de la Constitución y de un Estado centralista.
Sin embargo, no se trataba de un sistema democrático, porque no reconocía el sufragio universal. Los gobiernos
cambiaban cuando experimentaba el desgaste de su gestión, o cuando los líderes políticos consideraban necesario
un relevo, momento en el que se sugería al rey el nombramiento de un nuevo gobierno. El nuevo presidente del
Gobierno era siempre el líder de la oposición. Artificial. A su vez, el ministro de Gobernación “fabricaba” los resultados
electorales desde el llamado “encasillado”.
El resultado de las elecciones era acordado por ambos partidos, por lo que la alternancia en el poder se lograba de
una forma continuación, se procedía a manipular las elecciones a través del caciquismo. Al mismo tiempo, se impedía
que los partidos ajenos al sistema, republicanos y nacionalistas, pudieran hacerse con el poder.
Dado el analfabetismo y el control que los “caciques” ejercían en los municipios, conseguir el resultado pactado era
sencillo.
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Asimismo, el Congreso era elegido mediante sufragio, aunque el gobierno podía decidir si era censitario o universal.
Finalmente, el reconocimiento del catolicismo como religión oficial del Estado, y el control estatal de los
ayuntamientos, acababan por definir el sistema conservador y centralista de la Restauración.
Una nueva etapa de “gobierno largo” liberal (1885-1890) supuso un importante avance en el terreno de las libertades
individuales, con la aprobación de la Ley de Asociaciones (1887) para permitir la legalidad del movimiento obrero y
la aprobación del sufragio universal masculino (1890), entre otras medidas. En la última década del siglo se mantuvo
el turno pacífico de partidos. Sin embargo, la excesiva dependencia de los partidos de sus líderes, provocó divisiones
internas y la progresiva descomposición del sistema.
En conclusión, el régimen de la Restauración fue muy conservador. La Corona había sido establecida por políticos
conservadores, la alta burguesía y el Ejército, que contaron con el apoyo inicial de las clases medias. Pero, con el
paso del tiempo, la certeza de que las elecciones eran un fraude provocó una indiferencia hacia el sistema político.
Ya en la década de los noventa, la influencia de la prensa y la aparición de nuevos partidos amenazaron las bases
del sistema canovista.
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7.2 - Restauración Borbónica (1874-1902): los nacionalismos catalán y vasco y el regionalismo gallego
- El movimiento obrero y campesino
La Restauración marginó de la actividad política a amplios sectores de la sociedad española: las clases populares urbanas, los
campesinos, los obreros industriales y una parte de la clase media. Ello dio lugar a una creciente oposición a la que el “tur nismo”
impidió construir una minoría parlamentaria influyente.
7.2.1 Las fuerzas políticas al margen del sistema
El republicanismo sufrió la represión de los primeros años de la Restauración. Los partidos republicanos compartían
algunos puntos básicos: la república como forma de Estado, las reformas para favorecer a los grupos sociales más
necesitados, la fe, el progreso científico y educativo y la defensa del laicismo (separación de la Iglesia y el Estado).
Sin embargo, el republicanismo se encontraba dividido en dos grandes tendencias. Frente a la tendencia moderada
del Partido posibilista, y de los sectores más radicales que defendían el motín militar; surgió el Partido Federal de Pi Commented [1]: Castelar
i Margall, que presentaba a las clases populares y obreras, aunque su influencia en la política fue escasa. Commented [2]: Más débil fue la implantación del
socialismo marxista. Después de la represión de 1874,
Por su parte, el carlismo, que había sido derrotado nuevamente en 1876, tardó en reorganizarse. A partir de ese momento, solo tuvo los socialistas madrileños de las clases y la
emancipación de los trabajadores, la transformación de
cierta influencia en las provincias de Álava, Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra. Además, la aparición de los nacionalismos vasco y la propiedad privada en propiedad colectiva y La
catalán redujo aún más sus bases sociales. A pesar de su progresiva integración en el sistema, algunos carlistas promovieron consolidación del socialismo se producirá a comienzos
algunas insurrecciones, que fracasaron. del siglo XX, favorecido por la oleada de huelgas
obreras, la m deración de su actuación y la aprobación
7.2.2 Los nacionalismos catalán y vasco y el regionalismo gallego del sufragio universal. Hacia 1910, su unión con el
Durante la Restauración surgieron movimientos que reivindicaban los derechos históricos catalanes, vascos y republicanismo hizo posible elección de Pablo Iglesias
como primer diputado socialista.
gallegos. Así, en Cataluña, el desarrollo industrial dio lugar a una importante burguesía industrial que defendía
medidas proteccionistas. Asimismo, el desarrollo económico coincidió con el renacimiento cultural del movimiento
literario de la Renaixença, que impulsó la publicación de obras en catalán la década de 1880, este catalanismo
cultural, dio paso a una actividad política que afirmaba la existencia de una nacionalidad catalana y reivindicaba un
mayor autogobierno para Cataluña.
La burguesía apoyó este movimiento, y tras unas primeras corrientes tradicionalistas, en 1882 Valentí Almirall fundó
el Centre Catalá, que propuso la autonomía de Cataluña. Un paso importante para la consolidación de catalanismo
fue la creación de la Unió Catalanista (1891), cuyas Bases de Manresa reclamaban la restauración de las instituciones
históricas y el traspaso a Cataluña de amplias competencias políticas y económicas.
Se trataba de un movimiento burgués, que no planteaba la secesión ni una actitud de lucha contra el Estado español,
sino una propuesta de sistema federal en el que las regiones obtuvieran un régimen de autogobierno con
instituciones propias. El movimiento se expandió a comienzos del siglo XX gracias a la creación de la Lliga
Regionalista (1901), fundada por Prat de la Riba y Cambó, la cual se convirtió en el principal partido de Cataluña.
En el País Vasco, la abolición de los fueros provocó una reacción en defensa de las instituciones y de la lengua y la
cultura vascas. En Vizcaya surgió un movimiento en defensa de los derechos históricos. La figura más destacada en
esta primera etapa del nacionalismo vasco fue Sabino Arana, que proclamaba que los vascos constituían una nación
particular e independiente del resto de España, y convirtió la reivindicación de los fueros en símbolo de la soberanía
vasca. En 1895 fundó el Partido Nacionalista Vasco (PNV), popularizó un nuevo nombre para su patria, Euskadi, una
bandera propia y propuso un lema para el partido: “Dios y ley antigua”.
Más débiles, ante la falta de una burguesía fuerte que los impulsara, los nacionalismos gallego, valenciano y andaluz
solo se desarrollaron en los comienzos del siglo XX.
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Cuando el gobierno de Sagasta suavizó la represión y permitió las asociaciones, los anarquistas fundaron la
Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE). Si bien la implantación del anarquismo era notable en
Cataluña, Aragón, Valencia y Andalucía, la represión policial hizo que los anarquistas se inclinaran por un activismo
sindical y reivindicativo. Sin embargo, una minoría optó por la “acción directa”, es decir, la huelga o el atentado. La
acción directa sirvió a las clases dirigentes para etiquetar de violento a todo el anarquismo y justificar una represión
indiscriminada contra todo el movimiento. A pesar de ello, los sindicatos anarquistas continuaron creciendo.
Más débil fue la implantación del socialismo marxista. Después de la represión de 1874, los socialistas madrileños,
junto a algunos intelectuales, fundaron en 1879 el PSOE, con Pablo Iglesias como líder. El primer programa se
basaba en la abolición de las clases y la emancipación de los trabajadores, la transformación de la propiedad privada
en propiedad colectiva y la conquista del poder político por la clase obrera. En 1888 se fundó la UGT, un sindicato
socialista. Desde entonces se marcaría la línea divisoria entre el partido, con objetivos políticos, y el sindicato, cuya
función era la defensa de los trabajadores. La consolidación del socialismo se producirá a comienzos del siglo XX,
favorecido por la oleada de huelgas obreras, la moderación de su actuación y la aprobación del sufragio universal
masculino. Hacia 1910, su unión con el republicanismo hizo posible la elección de Pablo Iglesias como primer
diputado socialista.
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Los intentos españoles por poner fin al conflicto cubano combinaron el diálogo, en el caso del general Martínez
Campos, con una fuerte represión, en el caso del general Weyler, el cual recuperó todo el territorio, lo dividió
mediante líneas fortificad y concentró a la población en auténticos campos de concentración, para evitar que
apoyaran a los guerrilleros. Comen así una guerra de desgaste caracterizada por el dominio del terreno de los
guerrilleros cubanos, que además recibían ayuda militar de Estados Unidos. Por lo que, a pesar de su superioridad,
el ejército español no logró derrotar a los insurgentes cubanos.
En España, el asesinato de Cánovas del Castillo en 1897 dio lugar a un cambio de gobierno. Sagasta, el nuevo
presidente, inició una estrategia de conciliación. Sin embargo, las medidas llagaron demasiado tarde para convencer
a los independentistas. Esta situación fue aprovechada por Estados Unidos para mostrar su apoyo a la independencia
de Cuba. Su presidente, McKinley, se mostró decidido a intervenir directamente en el conflicto. Estados Unidos utilizó
como pretexto la explosión y hundimiento, a comienzos de 1898, de su acorazado Maine. Washington propuso
primero la compra de la isla y, ante la negativa española, lanzó un ultimátum que amenazaba con la guerra si España
no renunciaba a la soberanía. El enfrentamiento era inevitable al tratarse de una cuestión de prestigio.
El desarrollo de las operaciones fue rápido y contundente. La superioridad material y técnica norteamericana era
enorme. En Filipinas, los estadounidenses tomaron Cavite, destrozando la flota española, mientras que Manila fue
conquistada combates. En Cuba, la flota española acabó siendo derrotada, por lo que España pidió un armisticio.
Por el Tratado de París de 1898, España renunciaba definitivamente a Cuba y cedía a Estados Unidos las islas Filipinas
y Puerto Rico. La entrega los restos del Imperio colonial español se produjo cuando se cedieron a Alemania las islas
Marianas y las Carolinas.
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Por su parte, la crisis política resultó inevitable. El desgaste de los partidos dinásticos fue evidente y ello supuso la
desaparición de los dirigentes de la restauración que tuvieron que ceder el terreno a nuevos líderes. Asimismo, el
desprestigio traería graves consecuencias en el siglo XX. Además, la crisis estimuló el crecimiento de los movimientos
nacionalistas en Cataluña y el País Vasco, dónde se denunció la incapacidad de los partidos dinásticos.
Por lo tanto, el impacto de la derrota frente a EE.UU., conocido como el “desastre 98” produjo un hondo pesimismo
mostrando el panorama de un imperio derrotado y un país en crisis. Un grupo de escritores, conocido como la
Generación del 98 (Pío Baroja, Unamuno o Valle Inclán, entre otros), argumentan que tras la pérdida de los últimos
restos del Imperio español, había llegado el momento una regeneración moral, social y cultural del país. No obstante,
la opinión pública acepto la derrota con resignación y fatalidad. La compulsión se produjo entre los políticos y los
intelectuales, no entre las clases populares.
Entre quienes analizaron las causas de esa situación Destacaron los intelectuales llamados regeneracionistas,
liderados por Joaquín Costa. Para ellos, el origen del problema estaba en el caciquismo, la corrupción de los partidos
del turno y el atraso económico y social de España con respecto a la Europa moderna. Para cambiar esta situación
propusieron una reforma educativa, la ayuda social, obras públicas y en definitiva una política encaminada al bien
común, no en beneficio de la oligarquía. No quisieron participar en la vida política y su crítica no trascendió en un
movimiento político con capacidad de acción.
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La mortalidad era la más elevada de Europa occidental, por lo que la esperanza de vida nacer era muy reduce 29
años en 1860 y 35 hacia 1900. Esta elevada mortalidad se explica por las pésimas condiciones sanitarias, las crisis
alimentarlas o “hambrunas”. La elevada mortalidad infantil y las enfermedades contagiosas.
La natalidad se mantuvo alta durante todo el siglo, muy por encima de las tasas de los países de Europa occidental.
Estas elevadas tasas de natalidad eran debidas a la pobreza del campo español y a la ignorancia sobre métodos
contraceptivos. Así, la tasa de crecimiento vegetativo (diferencia entre natalidad y mortalidad) era muy baja. Todo
ello definía un modelo demográfico típico del Antiguo Régimen que solo empezó a cambiar en el último tercio del
siglo.
Por su parte, la densidad de población española era muy baja en el siglo XIX; no obstante, había fuertes contrastes
regionales, que mostraban un interior peninsular casi despoblado y una periferia con densidades de población más
elevadas.
Durante el siglo XIX, esta tendencia se acentuó, con tres características básicas: el fuerte crecimiento del área de
Levante, sobre todo de las provincias de Barcelona y Valencia, el despegue demográfico de Madrid y el País Vasco,
y la perdida ce población de la Meseta y Andalucía.
En cuanto a los movimientos migratorios durante esta época, la Constitución de 1869 reconoció el derecho a emigrar,
lo que aumentó el traslado de población española hacia América Latina. Las regiones con más emigrantes fueron
Galicia, Canarias, Andalucía y el Levante. También hubo emigraciones políticas o exilios.
No obstante, los hechos más significativos del siglo XIX fue el crecimiento de las ciudades a lo largo del siglo,
convertidas en símbolo de modernidad y en el centro de las transformaciones promovidas por el Estado liberal. De
esta manera, a mediados del siglo XIX, el desfase entre el crecimiento de la población urbana y las estructuras de
las ciudades se volvió insostenible, pues las viejas ciudades medievales no eran capaces de acoger a la población
proveniente del campo.
En el proceso de reordenación urbana tuvo especial importancia la construcción de los ensanches, barrios con una
trama en cuadrícula y destinados a ofrecer nuevos espacios para la burguesía. Así, en 1850 se construyo el ensanche
de Barcelona, según el plan de Ildefonso 1860 el de Madrid siguiendo el proyecto de Carlos María de Castro.
El camino hacia la industrialización fue iniciado por el sector textil, principalmente el algodón. Cataluña fue el centro
de esta actividad fabril por la abundancia de mano de obra, la mentalidad empresarial y la política proteccionista,
que alejó la competencia de los productos textiles ingleses. Sin embargo, el resultado de este proteccionismo frenó
la innovación en el sistema de producción.
El desarrollo industrial catalán se basó en la introducción, a principios del siglo XIX, de máquinas de vapor. La
evolución de la industria estuvo marcada por el contexto histórico. Tras la parálisis producida por la Guerra de la
Independencia se recuperó la fabricación en la década de los años treinta. La etapa 1830-1855 fue de expansión.
Le siguió una recesión debida a la guerra de secesión en Estados Unidos, el mayor productor de algodón. A partir de
1869 se produjo un periodo de recuperación. Por el contrario, la independencia de Cuba y Puerto Rico en 1898 tuvo
efectos demoledores sobre esta industria.
En cuanto a la metalurgia, el otro gran sector de la revolución industrial, estuvo estancado durante casi todo el siglo
debido a que la minería española poseía una escasa demanda, un importante atraso económico, falta de capitales y
tecnología y una excesiva intervención del Estado, que frenaba la inversión extranjera.
El hierro representaba el mayor porcentaje de las explotaciones mineras, seguido de lejos por el plomo, el cobre y
el mercurio. España era a finales de siglo el principal exportador de hierro de Europa, mientras que su producción
siderúrgica era de las más bajas, síntoma claro de una economía tecnológicamente atrasada y dependiente de los
mercados exteriores.
Aun así, la minería permitió el desarrollo la siderurgia vasca, concentrada en Bilbao en el último cuarto de siglo. Esa
industria conoció una gran expansión a partir de 1871, con la creación de empresas, como la sociedad Altos Hornos
y Fábricas de Hierro y Acero, origen de los Altos Hornos de Vizcaya. El atraso relativo de esta industria se explica
por la libertad de importación que estableció la ley de ferrocarriles de 1855, la reducida demanda interna, el atraso
técnico y la escasez de carbón, que se importaba.
La de ferrocarriles fue acompañada de otras dos leyes sobre bancos y sociedades de crédito para financiar la obra,
por lo que la mayor intensidad constructiva se dio en la década que siguió a la ley de 1855. A esta rapidez
contribuyeron la ayuda estatal, los avances técnicos y el capital extranjero, sobre todo francés. El trazado siguió una
estructura radial, con Madrid como centro desde el que partían ejes en distintas direcciones, como correspondía con
la idea centralista del Estado liberal
No obstante, el modelo de implantación ferroviaria en España, basado en capital y tecnología, fue en detrimento de
la industria nacional, en plena fase de expansión, y favoreció la especulación. Además, al no copiar el ancho de vía
europeo y adoptar un modelo propio, se acrecentó la incomunicación con Europa.
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9.1 - Alfonso XIII y la crisis del sistema político de la Restauración: los partidos dinásticos
- Las fuerzas políticas de oposición: fuerzas republicanas, nacionalistas, socialistas y anarcosindicalistas
El reinado de Alfonso XIII coincidió con la larga crisis y el colapso de la Restauración. A la incapacidad del sistema para modernizarse
se unieron a otros problemas: las consecuencias del desastre del 98, la división y fragmentación de los partidos de turno, el
paulatino incremento de la oposición, la guerra en Marruecos y la creciente conflictividad social.
Para poner fin al caciquismo aprobó una nueva ley electoral (1907), muy superficial y que solo estableció el voto
obligatorio. También pretendió integrar el catalanismo a partir de la concesión de una mayor autonomía y el
reconocimiento de las regiones. Por otra parte, para atender las demandas sociales, se estableció el Instituto
Nacional de Previsión (1908), antecedente de la Seguridad Social. También se reguló el descanso dominical y la
jornada laboral de mujeres y niños.
No obstante, al final de su mandato, Maura tuvo que hacer frente a un conflicto de graves consecuencias en
Barcelona. En los primeros años del siglo Cataluña vivió un auge del movimiento obrero, de carácter anticlerical y
antimilitarista. El detonante de los acontecimientos fue la guerra impopular en Marruecos. El envío de reservistas
provocó un movimiento de protesta en Barcelona, conocido como la Semana Trágica, apoyado por anarquistas,
socialistas y republicanos.
El sindicato anarquista Solidaridad Obrera convocó una huelga general, apoyada por la UGT y los republicanos. La
revuelta se prolongó durante una semana, dando lugar a un movimiento antimilitarista y de rechazo de la hegemonía
de la Iglesia. En las calles se levantaron barricadas y se produjeron enfrentamientos con las fuerzas del orden. La
declaración de estado de guerra radicalizó la situación que se volvió incontrolable. La represión posterior fue muy
dura, con detenciones y condenas a muerte. El caso más conocido fue el del fundador de la Escuela Moderna, Ferrer
Guardia, que no había participado en los. Y cuyo proceso generó una protesta, incluso en Europa.
La Semana Trágica tuvo consecuencias políticas que llevaron a una desestabilización de los partidos de turno y a
la caída del poder de Maura. Ante esta situación, el rey entregó el poder al líder liberal José Canalejas. Durante su
mandato se suprimió el impuesto sobre “consumos” , se estableció el servicio militar obligatorio en el tiempo de
guerra, se restringieron las exenciones de “quintas” y se reguló el trabajo nocturno femenino. Las Cortes aprobaron
también la llamada “ley del candado”, por lo que se prohibía la instalación de nuevas comunidades religiosas. En
1912, Canalejas obtuvo del Congreso la aprobación de la ley de Mancomunidades, que permitiría un inicio de
autogobierno, pero Debido a los disparos de un anarquista. Con su muerte se inicia un periodo de crisis permanente
en los partidos de turno , con la consecuente caída del turnismo y la llegada de la Dictadura de Primo de Rivera en
1923.
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9.1.2 Las fuerzas políticas de oposición: fuerzas republicanas, nacionalistas, socialistas y anarcosindicalistas
La oposición a la Restauración estuvo representada por el republicanismo, los nacionalismos catalán y vasco y el
movimiento obrero. El republicanismo era el principal grupo de la oposición política. Su fuerza era notable en las
zonas urbanas donde la influencia caciquil era más reducida. Este nuevo republicanismo se caracterizó por ser un
movimiento social y de carácter reformista, que agrupó a sectores de la burguesía más intelectual y de las clases
populares.
En 1903, nace la Unión Republicana, una coalición que intentaba agrupar a los diferentes grupos republicanos. El
acercamiento entre la Unión Republicana y el catalanismo permitió la fundación del Partido Radical, liderado por
Lerroux, el cual defendía el catalanismo, la demagogia, el anticlericalismo y la revolución. Después de la Semana
Trágica de Barcelona, moderó su discurso y su ideología.
En Cataluña, la victoria en las elecciones municipales de la Lliga Regionalista alarmó al ejército. Algunos grupos de
oficiales asaltaron la redacción de publicaciones catalanistas (incidente en la revista Cu-cut). El gobierno apoyó al
ejército y, como reacción, se creó una coalición electoral llamada la solitaritat Catalana, que incluía a todas las
fuerzas políticas catalanas y consiguió una clara victoria electoral frente a los partidos de turno. Desde ese momento,
la Lliga controló la Mancomunidad de Cataluña, un organismo que coordina el funcionamiento de los municipios
catalanes.
En el País Vasco, por su parte, el PNV incrementó su presencia electoral y su influencia en la sociedad vasca, con el
fín de atraer a la burguesía al ámbito nacionalista (Como en el caso catalán), por lo que se presentó como un partido
de orden. Así, desde la muerte de Sabino Arna conviven dos tendencias dentro del partido: los partidarios de
mantener el pensamiento independentista frente a los más moderados.
El nuevo siglo comenzó con un intenso ciclo de agitaciones obreras. La mayor incidencia de las huelgas se dio en
Cataluña, Valencia, Andalucía, Asturias, País Vasco y Madrid. Con el fin de consolidar el anarquismo, en 1910, se
fundó La Confederación Nacional del Trabajo (CNT), principal organización obrera del país. Durante el reinado de
Alfonso XIII, la CNT estuvo prohibida y perseguida, por lo que se reafirmó en la acción directa entre obreros y
empresarios, lo cual dio lugar a un incremento de los enfrentamientos con las fuerzas del orden (“pistolerismo”).
En la primera década del siglo XX, el PSOE fue abandonando su aislamiento político y se mostró partidario de
establecer una coalición con los republicanos. En 1910 , el socialismo entró el Parlamento y conoció un notable
incremento de su influencia política. Sus principales líderes eran Pablo Iglesias, Julián Besteiro, Indalecio Prieto y
Largo Caballero, al frente de la UGT. A partir de 1917, el partido experimentó un debate interno en torno al rechazo
o la integración en la Internacional Comunista Soviética, lo que motivó la escisión del el Partido Comunista de España
(PCE) liderado por Dolores Ibárruri.
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Mucho más importantes fueron las consecuencias económicas. A partir de 1915 se produjo una expansión económica
que convirtió a España en suministradora de armamento a países en guerra. Pero también surgieron consecuencias
sociales negativas. La repatriación de emigrantes incrementó el paro, la exportación y la escasez dispararon los
precios por encima de los salarios. La falta de alimentos agravó la situación, agudizando la distancia entre ricos y
pobres y provocando una tensión social explosiva.
Pero el principal acontecimiento fue la crisis de la huelga general del mes de agosto de 1917. La crisis había estallado
ya con anterioridad, cuando la CNT y la UGT convocaron una huelga general por el encarecimiento de los productos
de primera necesidad. Ante esta situación, el gobierno de Dato suspendió las garantías constitucionales, clausuró
las cortes e impuso una censura de prensa. En agosto, la actitud autoritaria del gobierno fue contestada con una
nueva convocatoria de huelga general, esta vez con un respaldo masivo en Barcelona, Madrid, Bilbao, Oviedo, Gijón
y otras capitales de provincia. La reacción del gobierno fue represiva: la huelga fue duramente reprimida por el
ejército, las Juntas de defensa militares fueron disueltas y el Gobierno prohibió la reunión de Diputados y senadores.
Así, ante el peligro de una revuelta y la ruptura del país , el gobierno apoyó a la monarquía y la oposición de la
Asamblea de Parlamentarios, también retrocedió ante el miedo de la revolución social. El fracaso del movimiento,
permitió que la Restauración se mantuviera unos años más.
No obstante, hasta 1923, se sucedieron gobiernos más débiles. Mientras, la situación económica y social se fue
agravando. El fin de la guerra europea, trajo consigo una situación de depresión económica, por lo que la
conflictividad social aumentó sobre todo en Barcelona. Aquí, se desencadenó una lucha entre huelguistas y los
empresarios, que facilitó la creación del llamado Sindicato Libre, una organización de pistoleros financiada por el
sector más duro de la patronal y que actuó asesinando a los líderes principales del movimiento obrero barcelonés.
De esta manera, España entró en una espiral de violencia, conocida como el “trienio bolchevique”.
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No obstante, en 1921, una acción militar mal planificada del ejército español, permitió al líder guerrillero Abd-el-
Krim atacar las posiciones defendidas por tropas mal agrupadas y preparadas, que huyeron precipitadamente sin
que los mandos supieran afrontar la situación. La huida desencadenó una matanza: el desastre de Annual, que
provocó una terrible opinión pública que ya era contraria a la guerra. Hubo protestas y los republicanos y socialistas
reclamaron una investigación de los hechos. La comisión militar que lo investigó, presidida por el general Picasso,
publicó un informe en el que se puso de manifiesto grandes irregularidades, corrupción e ineficacia, tanto en el
ejército español como en el Gobierno e incluso se responsabilizaba al rey. Antes de que el Expediente Picasso fuera
aceptado por el Congreso, Primo de Rivera provocó un golpe de Estado para proteger la monarquía.
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Alfonso XIII nombró a Primo de Rivera ministro del directorio, un gobierno integrado por militares. Sus primeras
medidas fueron la declaración del estado de guerra, la suspensión de la Constitución, la disolución del Parlamento,
la ilegalización de los partidos políticos y organizaciones obreras, el establecimiento de la censura y la liquidación de
la Mancomunidad catalana, demás de restringir el uso del catalán en el ámbito privado.
También instauró una política de orden público muy represiva, que se dirigió hacia la CNT. Se prohibieron las
manifestaciones y huelgas y se persiguió y encarceló a los principales dirigentes obreros. La represión redujo los
conflictos laborales y puso fin a la violencia social.
En cuanto al conflicto en Marruecos, Primo de Rivera fue al principio partidario de abandonar la guerra y negociar,
de hecho retiró los efectivos en Marruecos y ordenó una retirada parcial. Pero el directorio necesitaba mantener el
poder del ejército, así que en 1925 intervino militarmente en el Rif. Los ataques de Abd-el-Krim contra el
protectorado francés propició la colaboración de España y Francia, que se concretó en el desembarco español en la
bahía de Alhucemas. Estas aficiones militares conjuntas supusieron la victoria y el final de la guerra en Marruecos.
Otro aspecto en el que la Dictadura imitó el modelo italiano fue la política social. Para frenar la conflictividad laboral
y controlar el movimiento obrero, se fundó un sindicato vertical que incluía la representación de los obreros y los
patronos bajo el control del Estado. La UGT colaboró en un principio, pero se retiró más tarde. La CNT se negó a
participar. También desarrolló una legislación social para regular el trabajo de la mujer y construir viviendas
destinadas a las familias obreras.
Por otro lado, a la Dictadura le favoreció el cambio de la coyuntura económica internacional, los “felices años veinte”,
lo que permitió que se viviera una etapa de prosperidad económica. Para reactivar la economía se siguió una política
de intervención estatal, que realizó la creación de obras públicas y la aparición de monopolios estatales como la
Tabacalera Española, Compañía Telefónica Nacional o CAMPSA. No obstante, esta política económica comportó un
gran endeudamiento estatal.
Sin embargo, la oposición exigió a Alfonso XIII el restablecimiento de la Constitución y la convocatoria de elecciones,
a lo cual se negó. Además, los republicanos comenzaron a organizarse. También la izquierda obrera empezó a
reaccionar, convocando una oleada de huelgas y manifestaciones. Primo de Rivera también estaba perdiendo apoyo
dentro del Ejército. Por lo tanto, en 1930 Alfonso XIII, consciente del rechazo a la Dictadura, aceptó la dimisión de
Primo de Rivera.
Tras la desaparición de la dictadura, Alfonso XIII trató de volver al régimen anterior de la restauración y con ese fin
nombró jefe de Gobierno al general Berenguer, inaugurando lo que la prensa calificó como la “dictablanda”. Pero la
oposición política se movilizó, sobre todo los republicanos, que establecieron el Pacto de San Sebastián, un acuerdo
para poner fin a la monarquía con el apoyo de socialistas y algunos interactuales. También se preparó un
procedimiento pronunciamiento militar en Jaca (que fracasó) para forzar la proclamación de la República
En 1931, el almirante Aznar formó un nuevo gobierno y, como parte de la estrategia para volver al sistema de la
Restauración, se convocaron elecciones municipales para el 12 de abril de 1931. Estos comicios se convirtieron en
una consulta sobre el futuro de la Monarquía y fueron ganados por los republicanos el 14 de abril de 1931. Era la
proclamada Segunda República Española ese mismo día el Rey abandonó España a camino del exilio
El fin de la monarquía no fue resultado de una revolución, sino del deterioro del propio sistema político desprestigiar
durante la dictadura militar. El colapso de 1931 fue el resultado de una larga crisis que acabó con la restauración y
con la propia monarquía.
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El Gobierno decretó medidas de urgencia, como la concesión de una amnistía general para los presos políticos o la
proclamación de las libertades políticas y sindicales. Sin embargo, desde los primeros días de la República, el
ambiente social adquirió una tensión preocupante. Se desencadenaron huelgas en diferentes ciudades y la CNT inició
una huelga en la Compañía Telefónica que significó un reto al Gobierno republicano. Además, en la derecha el
conflicto más grave se produjo debido al enfrentamiento entre la Iglesia y la República. Desde el comienzo, los
sectores más conservadores del catolicismo asediaron al Gobierno. La situación desembocó en la “quema de
convento”. La actitud hostil de la Iglesia hacia la República había despertado el anticlericalismo y el Gobierno no
pudo evitar los incidentes. Por lo tanto, la imagen de la República se vio muy dañada por la propaganda
antirrepublicana defendida por las clases propietarias y católicas.
Aun así, se celebraron elecciones a Cortes Constituyentes que concluyeron con la victoria de la coalición republicano-
socialista, con Alcalá-Zamora como jefe de Gobierno. El primer objetivo fue elaborar una nueva Constitución de
carácter republicano.
Se hacía una amplia declaración de derechos y libertades. Se garantizaba la igualdad ante la ley, la educación y el
trabajo, y la no discriminación por razón de origen, sexo o riqueza, y se instauraba la educación primaria obligatoria
y gratuita. Además, por primera vez se concedía el voto a las mujeres. Por último, se declaraba la laicidad del Estado
(separación Iglesia-Estado) y se reconocían el matrimonio civil y el divorcio.
En conjunto, la Constitución era de talante progresista, inspirada en las más avanzadas de la época, y un texto que
permitía el desarrollo de un sistema político abierto a izquierdas y derechas. Sin embargo, fue rechazada por la
Iglesia y por la derecha, a causa del tratamiento dado a la cuestión religiosa. Aun así, la Constitución fue aprobada
y Alcalá-Zamora fue nombrado presidente de la República, con Manuel Azaña como presidente del Gobierno.
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Las opciones de la derecha estuvieron representadas por el Partido Radical de Lerroux y la CEDA de Gil Robles, que
defendía la propiedad agraria y los intereses de los terratenientes, además del tradicional peso de la Iglesia y del
ejército. Con una actitud hostil hacia la República, existían grupos monárquicos como Renovación Española, de Calvo
Sotelo, que defendía la necesidad de un golpe de Estado y que llegó a acuerdos con los carlistas; o el grupo fascista
y paramiltar de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS).
En la Segunda República, el movimiento feminista logró movilizar a una minoría de mujeres que defendían la no
discriminación por la razón de género, liderado por activistas como Clara Campoamor, Victoria Kent o Margarita
Nelken. La constitución de 1931 estableció el sufragio femenino, la implantación del matrimonio civil, la aprobación
del divorcio y la igualdad de acceso de hombres y mujeres al mercado laboral. Asimismo, el mayor acceso de las
niñas a la educación logró reducir la tasa de analfabetismo femenino. Sin embargo, la brevedad de la experiencia
republicana y el arraigo del patriarcado y de una mentalidad machista, hicieron que durante la República se
mantuvieran situaciones discriminatorias.
La política de reformas del bienio reformista fue impulsada por el Gobierno de Manuel Azaña y se basó en la alianza
entra La burguesía republicana de izquierdas, el PSOE y la UGT. En cuanto a la política religiosa, se aprobó la ley de
confesiones, congregaciones religiosas (1933), por la que el Estado dejaba de subvencionar a la Iglesia. Por otro
lado, las bases de la política educativa consistían en promover una educación laica y universal, a la vez que se
extendía la cultura hacia el pueblo (Misiones Pedagógicas) para combatir el analfabetismo.
En cuanto a las reformas laborales, emprendidas por Largo Caballero como ministro de Trabajo, pretendían mejorar
las condiciones de vida y de trabajo de los obreros y de los jornaleros, y a fortalecer el movimiento obrero. Una de
las reformas más polémicas fue la agraria (1932), cuyos objetivos eran la modernización tecnológica, acabar con el
latifundismo, garantizar el asentamiento de los campesinos en tierras expropiadas a los terratenientes. La aplicación
de la reforma por el Instituto de Reforma Agraria (IRA) consiguió unos resultados limitados.
Por último, la reforma del Ejército, emprendida por el ministro de la Guerra, Azaña, buscaba configurar un ejército
moderno, reduciendo el número de oficiales, obligando a los militares a jurar fidelidad a la república, decretando el
retiro voluntario de los oficiales contrarios a la república y cerrando la Academia General Militar de Zaragoza, de la
que era director el general Franco. Además, la creación de la Guardia de Asalto provocó tensiones en algunos sectores
de la sociedad, La reforma militar fue recibida por los militares “africanistas” como una agresión a la tradición militar
y al poder del ejército. Algunos militares, con el general Sanjurjo a la cabeza, protagonizaron un primer golpe de
Estado contra la República. Aunque levantamiento fracasó y el Gobierno pudo controlar la situación, el golpe
constituyó un serio aviso de la dudosa lealtad ejército hacia la República.
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Finalmente, el desgaste de la coalición socialista fue en aumento en 1933. Con las derechas en proceso de
reorganización, las repercusiones del escándalo de Casas Viejas y los efectos de la crisis económica, la colaboración
entre socialistas y republicanos fue haciéndose cada vez más difícil. Así, Alcalá-Zamora retiró su confianza en el
Gobierno, se disolvió del Parlamento y se convocaron elecciones generales en 1933.
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Así, la movilización conservadora provocó una concentración del voto de centro-derecha, lo que otorgó a la CEDA
de Gil Robles y al Partido Radical de Lerroux la victoria. El resultado fue la formación de un gobierno sostenido por
los conservadores, que puso en marcha una política revisionista de las reformas del bienio reformista y contó con el
de apoyo de la CEDA. Por lo tanto, el gobierno radical-cedista no aplicó la anterior política religiosa, rectificó la
legislación laboral y a la reforma agraria, y devolvió las tierras confiscadas a la aristocracia. La reforma militar quedó
también detenida, se puso en destino clave a militares antirrepublicanos como Goded, Mola o Franco y se aprobó
una ley de amnistía que absolvía a los generales golpistas de 1932. Aun así, el gobierno tuvo que afrontar una
huelga general de campesinos y lidiar con los conflictos nacionalistas en Cataluña y el País Vasco, donde se bloqueó
una propuesta de estatuto de autonomía.
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En efecto, la revolución de octubre de 1934 en Asturias fue el momento más crítico de la Segunda República. Todo
cc cuando la CEDA reclamó una mayor dureza en materia de orden público y exigió participar en el Gobierno. Lerroux
accedió a sus peticiones y otorgó tres cargos ministeriales a la CEDA, lo cual fue interpretado por la izquierda como
una deriva hacia el fascismo.
Al día siguiente de la formación del nuevo Gobierno, se produjeron huelgas y manifestaciones en algunas grandes
ciudades, bajo la iniciativa de la UGT. Pero el movimiento fracasó a nivel nacional por la falta de coordinación y la
respuesta del Gobierno, que decretó el estado de guerra. Los acontecimientos más graves se vivieron en Asturias,
donde la actuación conjunta ta del movimiento obrero y la intervención de los mineros, les permitió controlar casi
todo el territorio. La insurrección fue sofocada con una excesiva represión por los generales Franco y Goded. Las
detenciones de miembros de las organizaciones de izquierda se extendieron y se clausuraron sedes de partidos y
sindicatos. En 1935 se formó un nuevo Gobierno presidido por Lerroux, que incluía a miembros de la CEDA.
Aunque Gil Robles se presentaba corno defensor de las instituciones republicanas frente a los monárquicos, tanto él
como Calvo Sotelo comenzaron a explorar la posibilidad de un golpe militar. Los nombramientos hechos por Gil
Robles en el Ministerio de la Guerra, colorando a Franco como jefe de Estado Mayor y a otros generales proclives al
golpe en los principales puestos de mando, acentuaban la tensión y laso sospechas de la izquierda.
A lo largo del 1935 se acentuaron las divisiones en el gobierno de centro-derecha, sobre todo a partir del escándalo
de corrupción del estraperlo, relacionado con el juego. El escándalo trajo como consecuencia el hundimiento de
Lerroux y de los líderes del Partido Radical. Nuevos casos de corrupción acabaron en una crisis continua, hasta que
Alcalá-Zamora convocó, nuevas elecciones para febrero de 1936.
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Los partidos de derecha formaron distintas coaliciones (las llamadas “candidaturas antimarxistas”) constituidas por
la CEDA y los monárquicos (Bloque Nacional). Sin embargo, no lograron ofrecer una candidatura única para toda
España. Además, fueron capaces de ofrecer un programa sólido y coherente. Basaron su alianza en la negación de
la revolución, el rechazo a, marxismo y la amenaza que para el país significaría la victoria del Frente Popular.
El Frente Popular se convirtió en la fuerza ganadora, gracias a su triunfo en las grandes ciudades y las provincias
del sur y la periferia, mientras que la derecha se impuso en el norte y el interior. El nuevo gobierno quedó formado
por republicanos, mientras que el resto de partidos de la coalición otorgaron su apoyo parlamentario. Manuel Azaña
fue nombrado presidente de la República y Casares Quiroga, presidente del Gobierno.
El nuevo gobierno puso en marcha el programa pactado en la coalición electoral. Se decretó una amnistía para los
presos políticos y el gobierno de la Generalitat volvió al poder, por lo que se restableció el Estatuto de Autonomía
de Cataluña, mientras que en el País Vasco y Galicia se iniciaron las negociaciones para la aprobación de sus
respectivos estatutos. A su vez, los partidos de izquierda y los sindicatos se lanzaron a una movilización popular,
mientras que un sector del socialismo se orientó hacia el PCE. En las ciudades se adelantaron a la legislación y
ocuparon las tierras.
La situación política y social se hizo muy conflictiva: los enfrentamientos en las calles proliferaron y la escalada de
huelgas generó un clima de violencia social. Falange Española y otros grupos de extrema derecha formaron patrullas
armadas que iniciaron acciones violentas contra líderes izquierdistas, y estas fueron respondidas del mismo modo
por los militares más radicales de la izquierda.
Al parecer, la preparación del golpe se había iniciado antes del triunfo del Frente Popular. Buena parte de la oficialidad
del ejército, convencida de la proximidad de una revolución bolchevique, comenzó a planificar un levantamiento
armado, organizado por el general Mola. El asesinato el 13 de julio de 1936 del líder de los monárquicos, José Calvo
Sotelo, en venganza por el asesinato del teniente Castillo por la ultraderecha, aceleró la sublevación militar y dio
comienzo a la Guerra Civil.
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Mireia Cabrera – EBAU 2023 Madrid
El general Mola tomó el mando de la conspiración, bajo el seudónimo de “El Director”, y comenzó a preparar el golpe
militar. Fue el común rechazo hacia la política reformista del Frente Popular lo que unió a todos los grupos de la
derecha. El golpe se precipitó a raíz de los asesinatos del teniente Castillo y, sobre todo, del líder del Bloque Nacional,
José Calvo Sotelo. Al parecer, este hecho acabó por decidir a Franco a participar en la sublevación.
A finales de julio, los sublevados ocupaban parte del territorio español, pero el pronunciamiento no había triunfado,
aunque tampoco pudo ser contenido por el gobierno y la situación derivó hacia un enfrentamiento civil. En efecto,
el gobierno de la República tardó en reaccionar frente al levantamiento. Ni el presidente Azaña, ni el jefe de gobierno,
tomaron medidas, perdiendo un tiempo vital para la defensa de la República. Casares Quiroga dimitió y Azaña
nombró a José Giral como jefe del Gobierno. Su primera medida fue autorizar la entrega de armas a los sindicatos
y a los partidos del Frente Popular. Fueron ellos los que hicieron frente a los golpistas.
De este modo, la República mantenía su dominio sobre los principales centros industriales, las zonas agrícolas de
Levante, disponía de la mayoría de la flota y de la aviación y las reservas del Banco de España. No parecía que los
sublevados pudieran resistir sin el apoyo del ejército de África. Pero los sublevados consiguieron establecer un puente
aéreo entre Tetuán y Sevilla con el apoyo de aviones alemanes e italianos, los dos Estados fascistas más importantes
de Europa. En consecuencia, los golpistas pudieron continuar la ofensiva militar y el pronunciamiento se transformó
en una guerra civil.
Este enfrentamiento militar precipitó la división del país en dos bandos. Los leales a la República estaban constituidos
por las clases populares. En su mayoría estaban influidos por los socialistas, comunistas y anarquistas. Junto a ellos
estaban también las clases medias republicanas, intelectuales y artistas. Todos defendían la legitimidad republicana
y habían dado su apoyo al Frente Popular, pero representaban intereses diversos: desde sectores reformistas hasta
grupos revolucionarios.
Por su parte, los sublevados eran militares conservadores monárquicos de derechas, grupos católicos, falangistas
tradicionalistas (carlistas) y todos aquellos que se habían opuesto a las reformas de la República. Estaban apoyados
por el fascismo y se definían como “nacionales” (por su defensa de la unidad de España) y católicos. Su intención
inmediata era “restablecer el orden”, a través de una dictadura militar y permitir la recomposición de un poder civil
en forma de monarquía o república, mientras que los falangistas pretendían querían imponer un régimen fascista a
la italiana.
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En todo caso, las potencias democráticas occidentales no querían arriesgarse a una nueva guerra por España. El
Gobierno francés estuvo inicialmente dispuesto a entregar armas a la República, pero el Reino Unido de
apaciguamiento ante la Alemania nazi, y comunicó a Francia que sí intervenía en España ayudando a la República
no apoyaría a Francia ante un posible ataque de Hitler. Francia aceptó las condiciones británicas y se constituyó el
Comité No Intervención, cuyos firmantes se comprometieron a permanecer neutrales y evitar el suministro de armas
y armas a ambos contendientes. Pero el Comité resultó ser un fraude mientras Francia e Inglaterra se aprestaron a
cumplirlo a Italia como Alemania enviaron ayuda al bando franquista durante toda la guerra. La República solo recibió
ayuda de la URSS hasta 1938.
Las potencias occidentales cedieron ante la presión diplomática nazi en la Conferencia de Múnich de 1938, lo que
significaba que los gobiernos occidentales optaban por mantener su situación de paz frente al fascismo y recelaban
de la República por su anticomunismo y el miedo a la revolución. A este respecto, fue sintomática la actitud de
EE.UU. que se declaró neutral y prohibió a sus ciudadanos apoyar a ninguno de los bandos, mientras permitía que
la compañía Texaco suministrara combustible a los sublevados.
La política de no intervención constituyó una inmensa injusticia para la República y una de las causas de su derrota,
al negar a un estado legítimo el derecho a defenderse de una insurrección. Así, el bando republicano solo pudo
contar con la ayuda soviética, cuando Stalin aceptó vender armamento y enviar asesores por el temor a una
expansión fascista en el Mediterráneo. Pero la ayuda rusa, pagada con el oro del Banco de España, fue dispersa y
tuvo serias dificultades para llegar, por lo que resultaría decisiva para la derrota de la República. La otra ayuda que
recibieron los republicanos fue la de las Brigadas Internacionales, voluntarios reclutados por la Internacional
Comunista, aunque no todos ni todas eran comunistas. Su ayuda fue importante, sobre todo, en la defensa de Madrid
y en las batallas de 1937.
Tras el golpe, los sublevados solicitaron la ayuda militar y monetaria de Alemania e Italia, además de contar con el
apoyo de Portugal. Mussolini envió soldados, con abundante munición y material de guerra. La Alemania nazi, por
Su parte, vendió armas a los sublevados y envió a España la “Legión Cóndor”, unidad de élite de la aviación alemana,
además de numerosos técnicos y asesores. Para Hitler se trataba de probar sus armas, obtener una posición sólida
en el Mediterráneo Y adquirir en compensación materias primas españolas.
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10.4 - Fases militares de la Guerra Civil: La evolución política y económica en las dos zonas.
- Consecuencias económicas y sociales de la guerra. Los costes humanos.
La primera semana después del golpe de estado fueron de una violencia en ambos bandos. Proliferaron los juicios sumarios sin
garantía alguna seguida de ejecuciones y los asesinatos. En el bando sublevado los fusilamientos fueron la respuesta habitual de
la resistencia al golpe, por mínima que hubiese sido.
Franco decidió aplazar la conquista de Madrid y liberar el Alcázar de Toledo del asedio republicano. Su éxito fue un
triunfo político y propagandístico para Franco, que ordenó la ofensiva sobre Madrid (1936-1937). El gobierno
republicano abandonó la capital y se refugió en Valencia, confiando la resistencia de la capital a una Junta de Defensa,
presidida por el general Miaja, mientras que la estrategia de la defensa de la capital quedaba en manos de Vicente
Rojo. El pueblo de Madrid resistió al grito de “¡No pasarán!”. La batalla de Madrid se prolongó con la batalla de
Jarama y la derrota sublevada en la batalla de Guadalajara, lo que obligó a Franco a abandonar la toma de la capital,
aunque los sublevados lograron tomar Málaga en el sur.
Franco inició una guerra de desgaste y se dirigió a la zona industrial (1937). La ofensiva sobre Vizcaya fue dirigida
por Mola. El objetivo de estas operaciones era desmoralizar al frente republicano. Para ello, las legiones Cóndor de
la Alemania nazi lanzaron bombas sobre Guernica y Durango. Más tarde cayó Bilbao y cayó la totalidad del país
Vasco. Sin embargo, el frente republicano, para aliviar esta derrota, desencadenó la batalla de Brunete, cerca de
Madrid, y más tarde en Belchite, junto a Zaragoza, aunque no consiguió evitar que las tropas de Franco invadieran
Cantabria y luego en Asturias. Toda la franja del norte quedaba en manos de los rebeldes.
No obstante, el ejército republicano había sido reorganizado a través de las Brigadas Mixtas, y tenía a su cargo un
destacado militar, Vicente Rojo. Se pretendía dotar al ejército de la necesaria eficacia para dar un giro al desarrollo
de la guerra. El nuevo ejército republicano intentó tomar la iniciativa desencadenando diversas ofensivas. Así, para
evitar el avance sublevado hacia Cataluña, el ejército republicano llevó a cabo una nueva ofensiva en Teruel. La
batalla de Teruel (1937) terminó con la victoria del bando franquista, lo que permitió que los sublevados alcanzaran
el Mediterráneo, aislaran Cataluña y dividieran el territorio republicano en dos zonas.
La última fase de la guerra se inició con la batalla del Ebro (1938), una última ofensiva de la República para limitar
la presión de los sublevados, que se convirtió en la batalla más sangrienta de la guerra y terminó con la derrota
definitiva de la República, en un contexto internacional en el que los representantes de las grandes potencias dejaron
abandonada a la República. De esta manera, el ejército republicano quedó gravemente mermado. Entonces Franco
decidió emprender la ofensiva sobre Cataluña. En 1939 entraba en Barcelona sin lucha, lo que significó una huida
hacia Francia de miles de refugiados, entre ellos el presidente de la República, Manuel Azaña.
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Mireia Cabrera – EBAU 2023 Madrid
En 1937, Largo Caballero formó un gobierno de coalición cuyos objetivos fueron reconstruir el Estado republicano,
frenar la revolución social, formar un ejército regular con un mando centralizado y restablecer el orden público. Sin
embargo, las tensiones aumentaron entre socialistas, comunistas y anarquistas, ya que estos últimos no estaban
dispuestos a renunciar a la revolución social y centrarse solo a la guerra.
En el fondo del enfrentamiento latía la discrepancia entre dos modelos revolucionarios. El primero era defendido por
los anarquistas y antiestanilistas del POUM. Estos grupos defendían la inmediata colectivización de las tierras y
fábricas, y la constitución de comunas de producción. El segundo modelo defendía la necesidad de controlar la
producción y reconvertirla hacia una economía de guerra. Era la línea la defendida por los socialistas, los republicanos
y el PCE, que comenzaba a influir en los cuadros militares republicanos. La tensión entre las formaciones de izquierda
radical estalló en los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona, que desencadenaron un enfrentamiento violento entre
socialistas, comunistas y anarquistas. Tras varios días de combate, el gobierno controló la ciudad, aunque estos
hechos precipitaron la caída de Largo Caballero.
A Largo Caballero, le sucedió el socialista Juan Negrín. En general, el gobierno de Negrín fue capaz de mejorar la
capacidad militar y organizar una economía de guerra, aunque los fracasos militares y las divisiones políticas dentro
del Gobierno empañaron sus éxitos. Así, la acumulación del poder político, del Partido Comunista de España (PCE)
provocó tensiones entre el gobierno republicano. Sin embargo, se consiguió acabar con la etapa revolucionaria,
aunque surgió una división entre los partidarios de negociar la paz con Franco (Azaña) y aquellos que pretendían
resistir hasta el estallido de una guerra mundial con Europa, como Negrín, quien expuso en su programa en los
llamados “Trece puntos”. No obstante, tras la caída de Cataluña en 1939, se produjo el reconocimiento del gobierno
de Franco por Francia e Inglaterra. Solo Negrín y los comunistas defendían la necesidad de resistir hasta el final. En
Madrid , el coronel Casado dio un golpe de Estado, acabó con el gobierno de Negrín e intentó la negociación con
Franco, pero este exigió una rendición incondicional.
En el bando sublevado, el ejército fue un pilar fundamental en la formación de un nuevo Estado. Al inicio de la
guerra, se constituyó en Burgos una Junta de Defensa Nacional, la cual proclamó el estado de guerra y estableció
un régimen autoritario, con la aplicación de una planificada represión para sembrar el terror. El paso siguiente fue
establecer un mando unificado, cuyo mejor candidato fue el general Franco, sobre todo tras su heroica liberación del
Alcázar de Toledo. En 1936 fue nombrado “Generalísimo” y jefe de gobierno, concentrando en sus manos todo el
poder. Adoptó desde ese momento el título de caudillo, inició una dictadura personal y unificó todas las derechas
sublevadas bajo un partido único, Falange Española Tradicionalista y de la JONS, que adoptó la ideología fascista.
Desde el principio, la dictadura de Franco llevó a cabo el desmantelamiento de toda la obra de la Segunda República.
El nuevo Estado defendía un modelo social basado en el conservadurismo y el catolicismo, por lo que se respetaba
la importante influencia de la Iglesia católica, que en 1937, hizo pública una Pastoral Colectiva de los Obispos en
apoyo de los sublevados. El nuevo Estado era confesional y eliminó las leyes del matrimonio civil y del divorvio,
estableció el culto religioso en la enseñanza y en el ejército e instruyó una retribución estatal para el clero.
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En Segundo lugar, la guerra arruinó al país: las infraestructuras y las comunicaciones se destruyeron, la actividad
económica se paralizó y la ayuda recibida por los “nacionales” debía ser pagada, endeudando al país. Por último, la
guerra destruyó la convivencia y el frágil sistema democrático, y fue sustituido por una dictadura militar, de
inspiración fascista, que se prolongó durante cuarenta años.
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La dictadura franquista.
BLOQUE 11 → 1939-1975
En la instauración y consolidación del régimen colaboraron tres instituciones. El Ejército constituyó la columna
vertebral del régimen y sus miembros gozaron de privilegios. La Falange fue una institución fundamental para la
formación del régimen y el control de la sociedad, aunque perdió poder político tras finalizar la Segunda Guerra
Mundial. Por último, la iglesia se identificó con el nuevo régimen y colaboró con su política. Franco la favoreció
dejando en sus manos la educación y el control religioso y moral de la sociedad. De la alianza entre el franquismo y
el catolicismo nació el nacionalcatolicismo.
Las instituciones, asociaciones o corporaciones que se levantaron contra la república constituyeron las “familias” del
régimen. Las que tuvieron mayor protagonismo fueron los militares y los falangistas. A su vez, los católicos de la
Asociación Católica Nacional de Propagandistas y el Opus Dei ocuparon puestos en educación y economía. Estos
grupos defendían una ideología conservadora y nacionalista basada en el anticomunismo el antiparlamentarismo y
el catolicismo.
La creación de una dictadura exigía acabar con todos los movimientos e ideologías que habían defendido la causa
republicana en la Guerra Civil. Por ello, se procedió a la institucionalización de una represión que dividía la brecha
entre vencedores y vencidos. Así, el franquismo significó la pérdida de todos los derechos conseguidos durante la
República y una serie de valores de corte machista que consideraba a las mujeres inferiores. Su función era solo el
ámbito doméstico.
En la etapa del “desarrollismo” económico (1959 y 1970), el régimen alcanzó una gran expansión económica gracias
a la progresiva liberalización de la economía, la emigración, el turismo, la inversión extranjera y el desarrollo
industrial, aunque esta expansión provocó grandes desigualdades sociales. El régimen realizó tímidas políticas
aperturistas que no lograron cambiar la dictadura, aunque facilitaron la movilización social.
En la etapa final del franquismo (1970 - 1975), la dictadura no pudo contener la oposición social y política contra el
régimen. El atentado de ETA contra Carrero Blanco (1973), jefe del gobierno, precipitó la caída de la dictadura. En
1975 fallecía Franco y se iniciaba la transición hacia la democracia.
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Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Franco se desplazó a los falangistas del Gobierno y dio más protagonismo a
los católicos para acercarse más a las democracias occidentales. No obstante, en 1946 la ONU excluyó a la dictadura
española de la organización, recomendó la salida de Madrid de todos los embajadores y España no fue incluida en
las ayudas del Plan Marshall.
A partir de 1947, el inicio de la Guerra Fría alteró la situación internacional. En este nuevo contexto era más
importante para Estados Unidos contar con un aliado en la luz en la lucha contra el comunismo, que presionara la
dictadura franquista para conseguir la democracia de un sistema político. Así, la Guerra Fría facilitó las relaciones
internacionales de España, un estado anticomunista, entraron una fase de normalización. En 1950 la Asamblea
General de las Naciones Unidas revocó la condena de 1946. Las relaciones diplomáticas se reanudaron y España
ingresó en la FAO y en la UNESCO. En 1953 el franquismo superó el aislamiento con la firma de un concordato con
la Santa Sede y los pactos de Madrid con Estados Unidos, que caracteriza garantizaban la asistencia económica
estadounidense, la ayuda para la defensa mutua, suministros de material de guerra y la cesión de Estados Unidos
de las bases militares de Rota, Morón, Zaragoza y Torrejón de Ardoz. Estos acuerdos no impidieron que España
quedara al margen del Plan Marshall.
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La autarquía provocó una caída de la renta per cápita, aumentó la escasez, de alimentos y se encarecieron los
productos de primera necesidad. Fueron los “malogrados años cuarenta” o los “años del hambre”, con el aumento
de la pobreza extrema y la mortalidad, la aparición de cartillas de racionamiento, del mercado negro y la corrupción.
Al iniciarse la década de 1950, el fracaso de la política autárquica era ya claro incluso para. El giro del cambio de
política se produce con el cambio de gobierno y la incorporación de los miembros del OPUS DEI, como Laureano
López Rodó. Además, se decretó una liberalización de precios, comercio y circulación de mercancías. Sus efectos
permitieron terminar con el racionamiento y facilitar el comienzo de una futura expansión económica. Las nuevas
medidas económicas introducidas consiguieron que España ingresara en la Organización Europea de Cooperación
Económica (OECE) y en el Fondo Monetario Internacional (FMI).
El Decreto Ley de Nueva Ordenación Económica (1959), conocido como plan de estabilización, estableció medidas
fiscales para reducir el gasto público y aumentar los impuestos, y medidas comerciales para favorecer las inversiones
extranjeras y las importaciones. A corto plazo, el plan de estabilización empeoró las condiciones de vida de los
españoles, pero con posterioridad aumentó el empleo y las exportaciones, equilibró la balanza de pagos y se controló
la inflación, lo que permitió la expansión de los años sesenta.
Entre 1964 y 1975 se pusieron en marcha tres planes de desarrollo económico y social, con el objetivo de favorecer
las zonas menos desarrolladas a través de los polos de desarrollo. Sin embargo, la ejecución de los planes de
desarrollo impulsó el crecimiento económico sin alcanzar los resultados esperados, ya que aumentaron los
desequilibrios y las desigualdades territoriales y sociales.
No obstante, el desarrollo económico de los sesenta fue industrial y el ritmo de crecimiento fue tan excepcional que
fue calificado de “milagro español”. Entre los factores que intervinieron en este desarrollo están la competitividad de
los productos, la mejora de la productividad y el uso de nuevas tecnologías. Aun así, la estabilidad económica
dependió de las exportaciones, la inversión extranjera, el aumento del turismo y las divisas que enviaron los
emigrantes desde los países europeos.
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A este respecto, las mejoras económicas permitieron un crecimiento demográfico espectacular, el llamado baby
boom. Sin embargo, la pobreza de algunas zonas rurales impulsó el éxodo rural a las ciudades, que no podían
absorber toda la mano de obra disponible, por lo que las autoridades favorecieron la emigración masiva a los países
europeos de casi un millón y medio de españoles.
Con el aumento del empleo y de los salarios, la España rural dio paso a una España urbana más abierta y libre. La
marginación de la mujer al inicio del franquismo dio paso a una mujer más formada e independiente. Los cambios
se notaron en las relaciones familiares y sociales, y en el abandono de las prácticas religiosas. Aumentó la demanda
de bienes de consumo como los electro-domésticos y se generalizó el uso del automóvil con el popular SEAT 600.
Por último, las asociaciones vecinales tuvieron un gran protagonismo reivindicativo frente al régimen, al demandar
mejoras en las condiciones de vida.
Algunos políticos franquistas defendieron la necesidad de acometer tímidas reformas, como la ley de convenios
colectivos y la ley de la ley Sindical de 1971, o la ley de prensa de 1966 (Manuel Fraga Iribarne), que eliminaba la
censura previa. Sin embargo, la aprobación Ley Orgánica del Estado en 1967 no cambió el carácter dictatorial y
represivo del régimen.
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En cuanto a la izquierda, el Partido Comunista de España (PCE, dirigido por Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo, tenía
una fuerte presencia en los movimientos de masas, por lo que sufrió duramente la represión franquista. Por su parte,
el PSOE, con menor presencia en los movimientos sociales, estuvo condicionado por el enfrentamiento entre la
dirección en el exilio y la militancia en el interior. En el Congreso de Suresnes (Francia), celebrado en 1972, esta
última se hizo con el control del partido bajo la dirección de Felipe González.
En el País Vasco, si bien el Partido Nacionalista Vasco (PNV) inspiraba al nacionalismo vasco en el exilio, el hecho de
mayor transcendencia fue la aparición de ETA Euskadi ta Askatasuna (Patria y Libertad) en 1959, formada por un
grupo de jóvenes que se escindió del PNV. Esta organización, revolucionaria y nacionalista radical, propugnó a partir
de 1968 la lucha armada contra el franquismo, provocando atentados contra personalidades del régimen y fuerzas
del orden público. Este incre-mento del terrorismo provocó que los delitos políticos volvieran a considerarse rebelión
militar y el Estado de excepción se convirtió en un recurso frecuente.
Hacia la década de los sesenta surgieron diversos movimientos de oposición ciudadana contra el franquismo. La
incorpo-ración a la Universidad de jóvenes influidos por los cambios de los años sesenta, hizo de la protesta
estudiantil un frente de conflictividad casi permanente. La lucha contra el SEU, el Sindicato Español Universitario,
obligatorio y falangista, llevó a la creación de sindicatos democráticos de estudiantes enfrentados a la dictadura. La
respuesta represiva del régimen no hizo más que radicalizar el movimiento, que convirtió las universidades en unos
centros de continua contestación y rebeldía. En este contexto es donde hay que situar la aparición, ya al final del
franquismo, de organizaciones de extrema izquierda o terroristas, como el FRAP.
Por último, a partir de los años sesenta se perfiló una oposición moderada al franquismo. En primer lugar, se inició
un proceso de distanciamiento entre la Iglesia y el régimen. Miembros del clero comenzaron a denunciar la situación
de los trabajadores y a insistir en la ayuda a los necesitados. Además, el ascenso al papado de Juan XXIII y su
renovación de la Iglesia en el Con-cilio Vaticano II, alejaron a la jerarquía eclesiástica de los valores del
nacionalcatolicismo.
También apareció una oposición compuesta por disidentes de la dictadura, decepcionados por la represión
antidemocrática del régimen. Así, en 1962, buena parte de la oposición moderada, junto con algunos republicanos
y socialistas en el exilio, participaron en Múnich en el IV Congreso del Movimiento Europeo, para denunciar
internacionalmente la dictadura de Franco. Se elaboró una declaración a favor de la democracia en España y de
condena al régimen. La prensa franquista llamó a aquella reunión el “contubernio de Múnich”.
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Al final del franquismo, las tensiones entre familias políticas provocaron la división dentro del régimen entre los
aperturistas (Fraga Iribarne) y los inmovilistas, o el “búnker”, con Carrero Blanco como líder. Escándalos como el de
MATESA llevaron a Franco a formar un nuevo gobierno. Así, en 1973 Franco nombra al presidente del Gobierno a
Carrero Blanco, pero fue asesinado por ETA ese mismo año, lo que aceleró la crisis del régimen. Carlos Arias Navarro
fue nombrado nuevo presidente del gobierno y aplicó una política violenta para impedir cualquier reforma democrática
o manifestación de signo político.
Tras la crisis económica derivada del petróleo de 1973, aumentó la conflictividad social, se incrementó la actividad
terrorista y se fortalecieron los sindicatos. La aprobación de una nueva ley antiterrorista no fue capaz de aspiraciones
democráticas del país. Además, en 1975, aprovechando la grave enfermedad de Franco, Marruecos exigió la entrega
de un Sahara español, dominado en ese momento por el Frente Polisario, un movimiento independentista. A través de
una división pacífica, la Marcha Verde, el Sahara quedó anexionado a Marruecos. El Gobierno de Arias Navarro claudicó
y se formó el acuerdo de Madrid, que suponía la entrega del Sahara a Marruecos.
Al final, la mala salud de Franco fue ocultada por el gobierno con medidas represivas que aceleraron la crisis política.
La movilización internacional ni la presión diplomática consiguieron que francos realizaran de noviembre de 1975, y con
él moriría el proyecto político ideológico con el que había mantenido su régimen.
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Tras la muerte de Franco se desarrolló en España un proceso de transición política hacia un régimen plenamente democrático, y
ello a pesar de producirse en una situación de grave crisis económica y de notable conflictividad social. De esta manera, la
instauración de la democracia supuso un profundo cambio de las instituciones políticas (Constitución de 1878) y de la forma del
Estado (Autonomías). Todo ello fue acompañado de una modernización cultural y socioeconómica. Sin embargo, el contexto
exterior no fue demasiado favorable. crisis del petróleo de 1973 no fue muy , pues produjo inflación y paro, y había cierto
escepticismo sobre las posibilidades de un camino democrático.
sPeCdecSrientoe' rillablaibregrotalda
Cortes
El restablecimiento de la democracia: las elecciones de junio de 1977
1977 el Gobierno legalizó a la mayoría de los partidos políticos, excepto al
Entre finales de 1976 y
Carrillo democratización del país no sería posible sin los comunistas. En 1977 se legalizó el derecho a huelga,
sindical y se legalizó el PCE, que a cambio reconoció los símbolos democráticos y la monarquía como forma a
r m de
el 15 de junio se celebraron las primeras elecciones democráticas desde 1936. Su objetivo fue la formación de unas
tc.)) Y el Par.
Así,
Constituyentes. En la izquierda, las fuerzas destacadas fueron el PSOE (Felipe González), el PCE (Santiago
Par-
tido Socialista Popular de Tierno Galván (PSP). En la derecha, se articuló un partido, la Unión de Centro
Democrático de Suárez; y Alianza Popular de Fraga, más inmovilista y franquista. En Cataluña, Jordi Pujol se
a coalición
de Convergencia Democrática de Catalunya y Unió Democrática de Catalunya; mientras que en el P
referéndum
aís Vasco, el Pr9v
cabezó el nacionalismo. en-
UCD con u
a ic°
(UCD),
UCD se posicionó como la fuerza ganadora, mientras que el PSOE se convirtió en el principal partido de la oposición
AP fueron los grandes derrotados. Las Cortes se convirtieron en Cortes Constituyentes e iniciaron los trabajos Para.
I
'D CE Y
rar una Constitución, que por primera vez parecía contar con un consenso generalizado, aunque existieron
desequilibrio
- políticas. Una vez redactada, fue aprobada por las Cortes en octubre de 1978 y ratificada por refe ,' —s
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de la
cuyos objetivos fundamentales fueron la reducción de la inflación y la aplicación de reformas para repartir los costes
crisis. Por su parte el proceso autonómico provocó tensiones dentro de UCD al considerar algunos sectores que peligrabala
unidad nacional. Por último, el terrorismoy la rapidez de las reformas alarmaron a los militares, que llevaron a cabo un
golpe de Estado que fracasó, la llamada Operación Galaxia, aunque la amenaza golpista permaneció.
l estado de guerra en Valencia. Mientras, en Madrid, habían planeado que el general Armada
golpe y se dirigió a la nación a través de la
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la ciudadanía do' Boscil clec
deACaaplvroobSaotelo quedó condicionada por las consecuencias del golpe y la crisis interna dentro de
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golpe
aprobar la ley del divorcio, aunque Calvo Sotelo se quedó sin partido y sin apoyos, viéndose
0. '-)C) nresidenCia
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el gobierno Sin e'
oUb iyo a c: nvo
C uri 3 i car elecciones en 1982
popular
gobiernos socialistas y gobiernos del partido
política más votada, quedó Alianza Popular, liderada
alterna política;
La 3/`
, elecciones por mayoría absoluta y, como segunda fuerza
y el Estado del Bienestar, con la univer-
r- 02 o las el
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'Fraga. Las
sanitaria, las pensiones y las prestaciones por desempleo. Su política económica
poi- Manlje
con de la asistencia istencia
to del paro y
salita
triai afectó a los sectores tradicionales en crisis, y provocó el cierre de empresas con el consiguiente aumen
inclus
fl• tividad laboral. Esto dio lugar al desencuentro entre el Gobierno y los sindicatos UGT y CC.001caq
de la con' dc
iga general de 1988. A su vez, la reforma fiscal facilitó el aumento de los impuestos e introdujo en 1986
el Impuesto sobre e En política exterior, el apoyo del gobierno al ingreso en la OTAN en
1986 provocó una fuerte oposición. Asi (IVA).
Vuelo; Añadido
las elecciones de 1989 iniciaron el declive del PSOE. Las mayorías absolutas habían favorecido las prácticas corruptas,
corno E "caso Guerra". el caso Fi lesa o la "guerra sucia" contra ETA a través de los GAL. Además, tras las celebraciones
en 1992 de la E> posición Universal de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona, se desató una grave crisis económica
mundial. Ante la pérdid de apoyos y la inestabilidad, Felipe González adelantó las elecciones en 1996.
El Partido Popular (PP) de José María Aznar, que había transformado la anterior Alianza Popular posfranquista. ganó
las ele, ciones, aunque sin mayoría absoluta, por lo que tuvo que pactar con los nacionalistas. El gobierno garantizó las
pensiones, est, bleció medidas económicas que favorecieron el crecimiento y llevó a cabo una política de privatizaciones
de empresas públic2 En las elecciones del año 2000, el PP obtuvo mayoría absoluta y gobernó sin pactar con el resto
de partidos. Aprobó la abolid( del servicio militar obligatorio; la ley de extranjería, muy restrictiva con la inmigración; y
numerosas leyes sin acuerdo con oposición. Pero el principal problema fue el del terrorismo. En 1997, ETA secuestró a
Ortega Lara y asesinó al concejal vas Miguel Ángel Blanco, lo que provocó una enorme movilización social. Además, el
11 de marzo de 2004, la organización 1 rrorista islamista Al Qaeda colocó bombas en varios trenes de cercanías de
Madrid. La mala gestión política de este atentado anterior desastre del petrolero Prestige frente a las costas gallegas y
el apoyo de Aznar
2003. sin el apoyo de la ONU, acabaron con el gobierno del PP. a la invasión estadounidense
de Irak
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Cuando España ingresó en la CE, su renta per capita era inferior a la media europea, mientras que en el año
productos
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atoprerosvdieenlaenecdoenoEmuríoapsae
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a cuotas de producción. e adaptarse a la Política Agraria Común y aceptar las políticas :suatro r
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En 1973 Franco nombra presidente del Gobierno a Carrero Blanco para formar un nuevo gobierno. Este presidente fué
asesinado por ETA ese mismo año, lo que aceleró la crisis del régimen. Carlos Arias Navarro fue nombrado presidente
del gobierno y aplicó una política violenta para impedir cualquier reforma democrática o participación política.
-Aumentó la conflictividad social.
-Se incrementó la actividad terrorista.
-Fortalecimiento de los sindicatos.
-Aprobación nueva ley antiterrorista no fué capaz de contener las aspiraciones democráticas.
-Marruecos exigió la entrega del Sáhara español, aprovechando la enfermedad de Franco.
Marruecos exigió la entrega del Sáhara español, dominado por el Frente Polisario, un movimiento independentista. A
través de una invasión pacífica, la marcha Verde, el Sáhara quedó anexionado a Marruecos. El gobierno de Arias
Navarro claudicó y se firmó el Acuerdo de Madrid, con la entrega del Sáhara a Marruecos.
La mala salud de Franco fue ocultada por el Gobierno con medidas represivas que aceleraron la crisis política. Ni la
movilización internacional , ni la presión diplomática consiguieron que Franco suavizará su presión dictatorial. Franco
moría el 20 de noviembre de 1975, y moría también el proyecto político e ideológico que había mantenido su régimen.
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