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Tema 2 - Isabel II.

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IsmaelP

Historia de España

1º Asignaturas comunes

PEvAU Andalucía, Ceuta, Melilla y Centros en Marruecos

Reservados todos los derechos.


No se permite la explotación económica ni la transformación de esta obra. Queda permitida la impresión en su totalidad.
Tema 6: La construcción del Estado liberal
1. La primera guerra carlista (1833-1840)
En 1833, con la muerte de Fernando VII, se produjo un levantamiento en defensa de Carlos María Isidro como legítimo
rey, que sería el inicio de una larga guerra civil entre carlistas e isabelinos.

Los carlistas consideraban a la Iglesia como la institución principal de orden social. Se oponían a la centralización política y
al liberalismo. Entre los carlistas, había parte del clero y buena parte de la nobleza agraria.

Los isabelinos contaron al principio con el apoyo de parte de la alta nobleza, de funcionarios y de un sector del clero. Para
ampliar su apoyo y hacer frente a los carlistas, la regente buscó la adhesión de los liberales, los que se quedaron a cambio
de unas demandas liberalistas que exigían el fin del absolutismo y del Antiguo Régimen.

La guerra carlista se desarrolló principalmente en la zona norte. Don Carlos se instaló en Navarra, organizó un pequeño
Estado con su gobierno y formó un ejército al mando de Zumalacárregui. Un segundo foco carlista se creó en Cataluña,
donde las partidas hostigaban las poblaciones liberales y se extendían por las zonas montañosas.

La debilidad del carlismo favoreció las discrepancias entre los transaccionistas, quienes querían alcanzar un acuerdo con
los liberales, y los intransigentes, quienes querían continuar la guerra. Por último, el general Maroto firmó el Convenio de
Vergara con el general liberal Espartero. Este acuerdo establecía el mantenimiento de los fueros en las provincias vascas y
Navarra, además de la integración carlista al ejército real. Este pacto no fue aceptado por los más intransigentes, que
optaron por el exilio o por continuar la resistencia.

2. El proceso de revolución liberal (1833-1843)


La reacción de la regente ante la insurrección carlista fue tibia, y el gobierno de Francisco Cea Bermúdez, un absolutista
moderado intentó buscar un acuerdo. Sin embargo, la pasividad del gobierno permite la expansión territorial del carlismo.
Las tímidas reformas que propuso el gobierno fueron del todo insuficientes para atraer a los liberales. Como la monarquía
isabelina necesitaba más apoyo, la regente nombró un nuevo gobierno encabezado por el moderado Martínez de la Rosa,
que propuso la promulgación del Estatuto Real en 1834. Este Estatuto Real pretendía formar unas Cortes bicamerales
cuyo carácter era meramente consultivo y sumiso del monarca.

Mientras tanto, el malestar social crecía. La situación resaltaba la hostilidad popular hacia los insurrectos y el descontento
por la pasividad del gobierno. Durante el verano de 1835 se produjeron protestas y motines que derivaron en asaltos y
quemas de conventos, y se crearon juntas que demandaban el restablecimiento de la Constitución de 1812. Para
conseguir el apoyo de los liberales y mantener el orden público con autoridad, la regente nombró un nuevo gobierno
encabezado por un liberal progresista, Juan Álvarez Mendizábal.

La evolución de la guerra no era favorable para los isabelinos. El primer objetivo de Mendizábal era derrotar al carlismo, y
el segundo fue transformar un Estado en un sentido liberal y convocó elecciones a Cortes para reformar el Estatuto Real.
También, aprobó la desamortización de tierras eclesiásticas y la supresión de las congregaciones religiosas. El proyecto
reformista de Mendizábal profundizó en el liberalismo, entre moderados y progresistas, y consolidó las dos grandes
tendencias liberales que dominarían la vida política española en los siguientes decenios.

María Cristina, sin embargo, destituyó a Mendizábal y dio el gobierno a los moderados. Esta decisión alarmó bastante a los
progresistas, y en el verano de 1836 se inició en Andalucía un movimiento revolucionario a favor de la Constitución de
1812. Las revueltas y motines se extendieron por toda España y un motín de sargentos donde veraneaba la familia real
obligó a la regente a aceptar la Constitución de 1812. El progresista Calatrava fue llamado a formar gobierno, con
Mendizábal como ministro de Hacienda. Así, se formalizaba el cambio de régimen con una voluntad de acabar con el
carlismo, y se abrían las puertas a la creación de un nuevo orden liberal.

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Los progresistas asumieron la tarea de desmantelar por completo el Antiguo Régimen e implantar un régimen liberal,
constitucional y de monarquía parlamentaria en dos etapas.

El nuevo gobierno convocó elecciones a Cortes, que dieron una mayoría progresista. Las Cortes se decantaron por
redactar una nueva Constitución, aprobada en 1837. Era mucho más corta que la de 1812 y dejaba al margen una serie de
cuestiones que se regularían luego mediante leyes orgánicas, con el objetivo de que la Constitución fuese aceptada por las
diferentes ramas liberales (progresistas y moderados).

Esta Constitución de 1837 reconocía la soberanía nacional, una amplia declaración de derechos de los ciudadanos, la
división de poderes y la confesionalidad católica del Estado, además de comprometerse a financiar a la Iglesia Católica.
La introducción del Senado, la soberanía compartida y la concesión de grandes poderes a la Corona eran algunos de los
elementos más conservadores. Además, las colonias serían gobernadas al margen de la Constitución, lo que culminó con
la expulsión de los diputados americanos de la Cámara; el sistema electoral era censitario, y se completaría en una ley
posterior.

En este nuevo orden constitucional destacan también la Ley de Imprenta (1837) y la Ley Electoral (1837), mediante la cual
solo podrían votar los mayores de 25 años que pagasen una renta mínima de contribución. Cuando los progresistas
estaban en el poder rebajaban la renta mínima de contribución mientras que cuando estaban los moderados al poder la
subían al máximo. Además, para formar parte de la Milicia Nacional también había que pagar una cantidad mínima.

Con el nuevo sistema liberal, se impulsó una reforma agraria que desmantelase la propiedad señorial y estableciese la
propiedad privada. Tuvo tres componentes esenciales:

➢ Abolición de señoríos: eliminó definitivamente la jurisdicción señorial y favoreció que la tierra pasase a manos de
los antiguos señores como propiedad privada.
➢ La desvinculación de mayorazgos: permitió a los propietarios poder vender libremente las tierras.
➢ La desamortización de bienes del clero regular (1836) y secular (1837): consistía en la disolución de las órdenes
religiosas exceptos las dedicadas a la enseñanza y a la asistencia sanitaria, y su patrimonio fue incautado por el
Estado. La desamortización de Mendizábal perseguía tres objetivos: obtener recursos para el ejército liberal,
disminuir la deuda pública y mejorar las finanzas reales.

La reforma agraria favoreció la concentración de la propiedad en los antiguos propietarios y nuevos compradores de
bienes, y no supuso una redistribución de tierras entre los campesinos. Además, se abolieron los diezmos eclesiásticos, los
privilegios de la Mesta y de los gremios. Estas medidas consolidaron la libertad de contratación, de industria y de
comercio.

Se convocaron nuevas elecciones en 1837, que ganaron los moderados. Por un lado, el recurso permanente a suspender el
funcionamiento de la Constitución, a gobernar de forma autoritaria mediante decretos y a restringir las libertades. Se
frenó además la desamortización eclesiástica. Por otro lado, se subraya la centralización política con el proyecto de Ley de
Ayuntamientos (1840). Los progresistas se sintieron expulsados del sistema y se hicieron insurrectos. María Cristina
apoyaba a los moderados, pero el enfrentamiento lo ganaron los progresistas, con el general Espartero como su nuevo
líder. La reina, obligada a renunciar a la regencia, marchó al exilio (1840).

Espartero fue nombrado regente, y pronto derivó su mandato hacia un mercado autoritarismo: fue incapaz de cooperar
con las Cortes. De esta forma, Espartero se aislaba cada vez más del entorno progresista. Aprobó un arancel
librecambista, a través del cual se sintió amenazada la industria textil catalana, lo que llevó a un levantamiento en
Barcelona, involucradas la burguesía y las clases populares.

En 1843, un nuevo levantamiento con los moderados de por medio forzó el cese de Espartero y su marcha al exilio. Los
generales Narváez y O’Donnell llevaron al poder a los moderados a finales de 1843. Finalmente, para no nombrar una
nueva regencia, las Cortes adelantaron la mayoría de edad de Isabel II y la proclamaron reina a los 13 años.

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3. Los primeros partidos políticos
Las grandes opciones del liberalismo fueron la moderada y la progresista, que se alternaron el poder durante décadas. En
medio de ambas, surgió la Unión Liberal, un partido centrista. También habían opciones más radicales, como el Partido
Demócrata (1849) que defendía el sufragio universal masculino y aceptaba la monarquía como institución simbólica, y el
Partido Republicano, que propugnaba la abolición de la monarquía.

4. La década moderada (1844-1854)


El general Narváez formó un nuevo gobierno cuyo objetivo era clausurar la etapa revolucionaria e implantar un nuevo
régimen basado en la autoridad y la represión. Trataba de crear un sistema liberal moderado que garantizase el dominio
oligárquico. Para ello, elaboraron la Constitución de 1845, que asentaba los principios del moderantismo. La Ley Electoral
de 1846 estableció un sufragio censitario restringido al 1% de la población. Además, esta ley facilitaba la intromisión del
gobierno en las elecciones y el falseamiento de los resultados.

Para mejorar las relaciones del Estado con la Iglesia se firmó un Concordato con la Santa Sede en 1851, por el que el
Papado reconocía a Isabel II y aceptaba las desamortizaciones, que quedaba en suspenso desde aquel momento. A
cambio, el Estado se comprometía al sostenimiento de la Iglesia y se reconocía el catolicismo como religión oficial del
Estado, entre otras cosas.

Para aumentar los ingresos del Estado y modernizar la Hacienda se hizo una reforma fiscal. Para poner fin a la dispersión
legislativa, se aprobaron el Código Penal (1848) y el Código Civil (1850).

Por otro lado, se hizo la reforma de la Administración pública del Estado y de la Administración provincial y municipal
(1845).

El temor a que la centralización diera lugar a otro levantamiento carlista se hizo el decreto de 1844, que acordó el
mantenimiento en el País Vasco y Navarra de las Juntas Generales y de los ayuntamientos forales. También se establece
un sistema nacional de instrucción pública, que regulaba los niveles de enseñanza y elaboraba planes de estudio. En 1844
se creó la Guardia Civil (Marqués de Ahumada) como principal fuerza policial armada para mantener el orden público, y se
impuso el servicio militar obligatorio que era redimible, es decir, a cambio de un pago un joven podía comprar a un
sustituto para que ocupase su lugar. Adicionalmente, se adoptó el sistema métrico decimal.

Las divisiones internas del moderantismo y la lucha entre tendencias provocaron la inestabilidad de los gobiernos. La
marginación de las Cortes culminó en la reforma de 1852, por la que el gobierno de Bravo Murillo enfrentado a Narváez
establecía un sufragio aún más restringido y podía suspender indefinidamente las Cortes y gobernar por decreto.

5. El bienio progresista (1854-1856)


La deriva autoritaria del régimen moderado provocó el levantamiento de progresistas, demócratas y republicanos, y llegó
a incorporar algunos sectores del moderantismo. Se inicia en Vicálvaro (Madrid) en 1854 con el pronunciamiento del
general O’Donnell, un moderado descontento. En estas fechas destaca el Manifiesto de Manzanares, de contenido
reformista. El cambio se hizo irreversible e Isabel II se vio obligada a aceptar el restablecimiento inmediato de la Milicia
Nacional, y de un gobierno presidido por Espartero con O’Donnell al frente del Ministerio de Guerra.

La alianza entre progresistas tibios y moderados avanzados condujo a la formación de la Unión Liberal, reflejo del acuerdo
entre O’Donnell y Espartero. Las elecciones las ganaron por una amplia mayoría los progresistas y unionistas, y hubo una
minoría de 20 diputados demócratas. Las nuevas Cortes redactaron una nueva Constitución (1856) que no llegó a
publicarse. Las reformas dieron lugar a una etapa de desarrollo y expansión económica, hasta que se inicia una grave crisis
económica. Las Cortes aprobaron una nueva Ley de Desamortización civil y eclesiástica (1855) por Pascual Madoz, que
afectó a los bienes del Estado, de la Iglesia y de las órdenes militares entre otros. Con su venta y privatización se
consiguieron recursos para la Hacienda y se desarrolló la agricultura en beneficio de la nueva burguesía agraria. También
se aprobó la Ley General de Ferrocarriles (1855).

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Pero el nuevo gobierno tuvo que afrontar graves problemas sociales. Una crisis de subsistencias, que unida a una
epidemia afectó a las clases populares y puso de manifiesto el malestar social, produciéndose así un importante
levantamiento campesino en Castilla. Este descontento también provocó una conflictividad obrera. Ante la conflictividad
social se mantuvieron duras medidas represivas amparadas por O’Donnell. Finalmente, se impuso la fracción del ejército
de O’Donnell, que puso fin al bienio: cerró las Cortes, suprimió la Milicia, destituyó ayuntamientos y diputaciones y anuló
la libertad de prensa.

6. ¿Por qué no hubo normalidad constitucional en la España isabelina?


La fuerte presencia militar en el Estado procedía del Antiguo Régimen, del prestigio adquirido durante las guerras y de su
estrecha asociación con los partidos políticos. Así, tanto moderados como progresistas militares recurrieron a
pronunciamientos para derribar a los gobiernos. Los progresistas tuvieron que recurrir a las revueltas populares para
alcanzar el poder, lo que favorecía la formación de juntas y el reclutamiento de la Milicia Nacional.

La debilidad del sistema estuvo marcada por un sufragio muy restringido, y por la manipulación de los resultados
electorales por parte del gobierno, principalmente. Ante los conflictos, se recurría a la suspensión de las garantías
constitucionales y a la proclamación de estados de excepción o de guerra. Todos estos factores hicieron que la dinámica
política tendiese a desarrollarse al margen de la Constitución.

7. La desintegración de la monarquía (1857-1868)


Tras el golpe militar de 1856, O’Donnell restableció la Constitución de 1845, pero perdió la confianza de la reina, que en
octubre de 1856 nombró nuevo presidente del ejecutivo a Narváez. Narváez intentó volver a la situación anterior a 1854,
suspendió la desamortización, restringió derechos y libertades y convocó elecciones para marzo de 1857, entre otras
cosas. Los comicios estuvieron llenos de irregularidades (Pucherazo, métodos de manipulación electoral usados
principalmente durante el periodo de la Restauración borbónica en España para permitir la alternancia pactada
previamente entre el Partido Liberal y el Partido Conservador).

Para disminuir el analfabetismo en España, se aprobó la Ley de Instrucción Pública del ministro Moyano (1857).

Por cuestiones internas de palacio, Isabel II destituye a Narváez y vuelve a nombrar a O’Donnell en 1858, quien consolidó
a su alrededor el nuevo partido, la Unión Liberal, que estaba forjándose desde 1854. O’Donnell estuvo en el gobierno
durante un periodo largo y tranquilo, y liberalizó la Constitución de 1845 a través de una serie de medidas. También
desarrolló la legislación económica del bienio progresista. Hasta 1866 se vivieron años buenos, tanto de expansión
económica como de incremento de la Hacienda pública, que se gastaron en buena medida en una política exterior
bastante activa. España participó en operaciones militares tan costosas como inútiles, que pretendían dar una imagen de
potencia colonial y estimular el patriotismo y nacionalismo español.

Entre 1858 y 1862 se realizó una expedición a la Conchinchina, y en 1862 se realizó una intervención en México para
exigir el pago de la deuda atrasada. La campaña más importante fue la de Marruecos (1859-1860). La guerra movilizó
muchas tropas y promovió una oleada de patriotismo que otorgaron gran prestigio al militar progresista Juan Prim. La Paz
de Wad-Ras permitió la ampliación de Ceuta y la ocupación de Ifni. Cuando O’Donnell quiso incorporar a Prim al gobierno
(1863), el disgusto de la reina derivó en conspiración y tuvo que dimitir.

La radicalización del autoritarismo desde 1863 y el fuerte intervencionismo de la reina acabaron desnaturalizando el
sistema liberal y provocando una inestabilidad gubernamental. Los progresistas, demócratas y republicanos
responsabilizaban a la reina del mal funcionamiento de las instituciones, y se decidieron por un pronunciamiento. En 1866
destaca la sublevación de los sargentos del cuartel de San Gil. Narváez cerró las Cortes e implantó una especie de
dictadura. La situación empeoró con la crisis de subsistencias de 1866 que derivó en aumento de precios y descontento
popular. Los progresistas y demócratas firmaron el Pacto de Ostende para destituir a Isabel II, formar un gobierno
provisional y convocar Cortes Constituyentes, mediante el sufragio universal masculino. En 1867 se incorporaron a dicho
pacto los unionistas, con buena parte de la cúspide militar.

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