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EL FUNCIONALISMO NECESARIO

Manuel Liz1

Con Ulises

Adoptar una concepción funcionalista de la mente implica asumir que la naturaleza de los estados
mentales no consiste en una particular constitución material, sino en una cierta “manera de funcionar”.
Suele considerarse que esas “maneras de funcionar” están determinadas por las relaciones que ciertos
estados de un sistema son capaces de mantener con los estímulos sensoriales, con otros estados
mentales y con la conducta del sistema. Atribuir propiedades mentales permitiría así identificar y
explicar ciertos patrones característicos de comportamiento. Y ejemplificar esas propiedades mentales,
estar en esos estados mentales, produciría causalmente dichos patrones característicos de
comportamiento.2

Es habituar interpretar las anteriores relaciones en términos causales. Un estado mental como, por
ejemplo, sentir dolor podría caracterizarse como el estado que 1) suele estar causado por ciertas
estimulaciones sensoriales peculiares, podemos llamarlas "dolorosas", que además 2) suele producir la
creencia de que algo ha ocurrido en nuestro cuerpo, el deseo de poner fin a esa situación, determinados
sentimientos de ansiedad y alerta, etc., y que 3) suele causar conductas orientadas a la evitación de esos
estímulos y a la reparación del posible daño ocasionado. Cualquier estado capaz de satisfacer este tipo
de descripción, capaz de llevar a cabo ese “papel causal”, capaz de “funcionar de esa manera”, sería un
estado mental consistente en sentir dolor.

Por supuesto, la anterior caracterización no es más que una simplificación llena de ambigüedades. Pero
en cuanto intentamos presentar con más detalle la concepción funcionalista de la mente,
inmediatamente surgen dificultades. Aparecen elementos contrapuestos. Pares de piezas que no acaban
de encajar bien. Por un lado, por ejemplo, se sugiere que las propiedades funcionales relevantes deben
tener siempre alguna clase de realizaciones físicas, o neurológicas, etc.. Pero por otro lado, se presenta la
múltiple realizabilidad de las propiedades funcionales, en un sentido muy descomprometido con lo
físico, como uno de sus rasgos más específicos. Por un lado, también se insiste en conectar las
propiedades funcionales con ciertos papeles causales, justamente como hemos hecho más arriba. Pero
por otro lado, se enfatizan los numerosos problemas de integración de lo funcional en las redes causales
del mundo físico. Por un lado, se ofrece la perspectiva funcionalista bajo la promesa de llegar al fondo
último de la naturaleza de la mente. Pero por otro lado, nuestro universo conceptual se puebla de
posibilidades como campos sensoriales sistemáticamente invertidos, naciones chinas ejemplificando una
mente, habitaciones que hablan chino sin saberlo, zombies que son fisiológica y computacionalmente
como nosotros pero sin ningún atisbo de vida mental consciente, etc.3

1 Este trabajo forma parte de proyecto de investigación FFI2018-098254-B-100, financiado por el Ministerio de Economía y
Competitividad del Gobierno de España.
2 Hay conexiones interesantes entre la concepción funcionalista de la mente y otras concepciones funcionalistas en
sociología, antropología, economía, etc. En todas ellas resulta central la noción de "estructura funcional". No diremos, sin
embargo, nada sobre esas otras concepciones.
3 Véase Block (1980), Chalmers (1996), Jackson (1982), y Searle (1980). Seguiremos hablando de estas cosas en el trabajo.
Esas posibilidades escépticas están en la base de las críticas más fuertes al funcionalismo. Pero no sólo
amenazan al funcionalismo. Amenazan a cualquier proyecto de conocimiento científico de la mente. Y
esto es sospechoso. Parece como si la caída del funcionalismo acabara arrastrando consigo cualquier
intento por hacer una ciencia de la mente. Vamos a seguir esta pista. Sugeriremos que podemos hacer
que todo encaje. Las piezas anteriores pueden ser interpretadas de modo que el funcionalismo se
convierta en una posicion sumamente natural. Hasta el punto de poder hablar, como hacemos en el
propio título del trabajo, de un "funcionalismo necesario".

Nuestro plan es crear armonía. La exigencia de realizaciones físicas, neurológicas, etc., tiene muchos
matices. Y algunos de ellos son esenciales respecto a la única forma que tenemos de conocer la realidad
tipificando objetos, o fenómenos, o eventos, en un intento por formular leyes y articular explicaciones.
La múltiple realizabilidad de lo funcional y su conexión con otras propiedades, causales o no causales,
también debe ser matizada en varios sentidos. Y bajo algunos de tales sentidos, lo funcional puede
combinarse íntimamente con lo físico.

Comenzaremos presentando una cierta manera, muy aristotélica, de entender la ciencia. De acuerdo a
ella, resultaría inevitable sostener una concepción funcionalista de la mente en un sentido muy general y
abierto. Este apartado será el más extenso. A continuación, recordaremos la historia del funcionalismo
real, y algunos detalles del mismo, resaltando los aspectos que sintonizarían con la anterior manera de
entender la ciencia. Por último, seguiremos analizando desde esta perspectiva varios problemas
importantes. Todos ellos tendrán que ver con la conexión de las propiedades mentales, consideradas en
términos funcionales, con otras propiedades de los objetos, fenómenos o eventos capaces de
ejemplificar esas propiedades mentales. De esa conexión dependen crucialmente los problemas de
integración de lo funcional en una concepción científica del mundo y la evaluación adecuada de las
posibilidades escépticas mencionadas más arriba respecto a un conocimiento científico de la mente.

1. UNA CIERTA MANERA ARISTOTÉLICA DE ENTENDER LA CIENCIA


Somos agua. Al parecer, el cuerpo humano posee un 75% de agua al nacer y cerca del 65% en la edad
adulta. Así pues, en cierto sentido importante somos agua. Pero ese sentido no nos dice todo lo que
quisiéramos saber sobre nuestra naturaleza. En menor proporción, nuestro cuerpo también contiene
otras muchas sustancias químicas. Y todos estos materiales forman tejidos, órganos y sistemas internos.
Esto añade a las propiedades del agua otras propiedades relevantes. Se trata de propiedades derivadas
de nuestra composición y estructura material. Es mucho lo que ya sabemos sobre estas propiedades.
¿Somos eso? Sin duda, lo somos. Pero, nuevamente, esto no es todo. Quisiéramos saber aún más.
¿Dónde buscar? El entorno y la historia aportan más información. Añaden nuevas propiedades y
nuevas estructuras. Sin contar con ellas, no podríamos conocer aspectos cruciales de nuestra naturaleza.
Sin apelar mínimamente al entorno y a la historia puede que no sepamos, por ejemplo, distinguir entre
un cuerpo humano vivo y un cuerpo humano muerto.

Nuestra composición y estructura material, el entorno, la historia, y con ello todas las propiedades y
estructuras generadas, también son sumamente relevantes respecto a nuestra mente. Sin duda, nuestra
mente es un conjunto de rasgos poseídos por un cuerpo humano vivo que desarrolla su actividad en
una serie de entornos y a través de una serie de historias.

La ciencia tipifica como puede todos esos ingredientes. Es decir, establece clasificaciones. Y en base a
ellas, intenta formular leyes. Es obvio que la ciencia deja cosas fuera. Pero intenta recoger todo lo que
puede ser importante. En el caso de la psicología, se han llevado a cabo diversas estrategias. Algunas
han tenido más éxito que otras. Y nada nos asegura que llegaremos a conocer finalmente la naturaleza
de la mente. Pero no hay otro camino que éste.

Clasificar y buscar leyes en base a esas tipificaciones. No hay otra manera de hacer ciencia. A veces,
todo parece indicar que esas clasificaciones y leyes podrían solaparse cómodamente con las
clasificaciones y leyes que nuestras ciencias llamadas más básicas harían de los mismos fenómenos,
siendo la física la ciencia más básica de todas. El sentimiento de unidad que proporciona tal integración
es gratificante y provechoso. Cuando esto ocurre, cabe aventurar que un cierto tipo de clasificación, la
proporcionada por esas ciencias más básicas, serviría en principio para describir, explicar, predecir,
controlar, etc., científicamente todos los fenómenos. Sin embargo, no siempre ocurre así. El
solapamiento puede llegar a ser enormemente elusivo. Y cuando esto ocurre, cuando la integración se
nos escapa, podemos adoptar varias actitudes:

1) Podemos empeñarnos en obtener una integración intentando modificar las tipificaciones no


básicas de la realidad.

2) Podemos posponer indefinidamente tal integración pensando que sin duda ha de existir pero
que aún no es el momento de emprenderla.

3) Podemos posponer indefinidamente esa integración, y pensar que ha de existir, sin asumir que
ha de llegar alguna vez el momento de emprenderla.

4) Podemos posponer indefinidamente la integración sin asumir siquiera que ha de existir.

5) Podemos pensar que obtenerla requeriría en cualquier caso modificar las tipificaciones básicas
de la realidad.

1-5 describen diferentes actitudes metodológicas y filosóficas. Y también entrañan muy diferentes
consecuencias. Pero todas ellas son legítimas en el marco de la ciencia. El reduccionismo y el
eliminativismo más beligerantes adoptan la actitud 1. Las tipificaciones no básicas tienen que solaparse
con las básicas. Y si no es así, deberán en última instancia eliminarse. Un reduccionismo y
eliminativismo más moderado, y más a largo plazo, mantendría la actitud 2. El solapamiento o la
eliminación se posponen. Las actitudes más comunes, sin embargo, son la 3 y la 4. Son actitudes que no
se preocupan demasiado por el problema de la integración en los términos planteados, ni por la unidad
que proporcionaría. Tal vez, la imagen científica podría mantener su unidad por otras vías. O tal vez,
dicha unidad no sea, ni metodológica ni filosóficamente, lo más importante. Pero hay diferencias entre
3 y 4. Mientras que la actitud 3 puede seguir pensando que la integración ha de ser en principio posible,
la actitud 4 es contraria a este compromiso. Por último, la actitud 5 vuelve a ser muy radical. Su apuesta
es tan radical, al menos, como la que encontrábamos en 1. De acuerdo a 5, la integración sólo sería
posible modificando las tipificaciones básicas de la realidad.4

Digamos que tipificar, o clasificar, es atribuir o asignar propiedades, relacionales o no-relacionales, a


ciertos objetos, fenómenos o eventos. A pesar de sus diferencias, todas las anteriores actitudes tienden a
compartir dos importantes ideas respecto a las propiedades que atribuimos en nuestro empeño por
conocer científicamente la realidad. La primera de ellas es que atribuimos propiedades a entidades que
también tienen ya otras propiedades, de manera que las propiedades que, entre ellas, sean más básicas
que las propiedades que atribuimos impliquen que pueden ser ejemplificadas las propiedades que
atribuimos y, también, de manera que el tener las propiedades que atribuimos genere ciertas formas
características de comportamiento. Podemos expresar esta idea en el siguiente formato:

PNS (Principio de No-Separabilidad): Las propiedades F que se atribuyen sólo existen en la


medida en que al ser ejemplificadas se cumplan las dos condiciones siguientes

1) lo que ejemplifica las propiedades F también ejemplifica otras propiedades G de manera


que las que, entre ellas, sean más básicas que las propiedades F actúen como sustrato
que implica que pueden ejemplificarse las propiedades F, y

4 La actitud 5 puede incluso sostener que no es posible modificar esencialmente las tipificaciones básicas de la realidad
actualmente existentes porque, pese a todo, no es posible hacer las cosas de otra forma radicalmente distinta. Esta
combinación resulta particularmente interesante. Pero no nos detendremos en ella.
2) lo que ejemplica las propiedades F se comporta de cierta forma característica al
ejemplificarlas.

La segunda idea de fondo al atribuir propiedades intentando conocer científicamente la realidad se


refiere al objetivo que perseguimos al hacer tales atribuciones. Lo que buscamos es identificar ciertas
eficacias causales, o al menos relevancias explicativas, respecto a ciertos patrones característicos de
comportamiento. Pero esas eficacias causales o relevancias explicativas han de ser compatibles con las
eficacias causales y relevancias explicativas de las otras propiedades que se ejemplifiquen. Podemos
presentar esta idea en forma del siguiente principio:

PC (Principio de Coexistencia): Se atribuyen propiedades F buscando cierta eficacia causal o


relevancia explicativa peculiar que ha de poder coexistir con la relevancia explicativa y la
eficacia causal del resto de propiedades G ejemplificadas por aquello a lo que se atribuyen
las propiedades F5.

El Principio de No-Separabilidad, PNS, nos hace ver la atribución de propiedades como un aumento de
la información causal que tenemos sobre un sistema. Impide que las propiedades atribuidas puedan
existir de manera separada o independiente. Lo que ejemplifica las propiedades atribuidas debe
ejemplificar también un sustrato de otras propiedades tales que, si son más básicas, impliquen que se
"puede ejemplificar" la propiedad atribuida y que de hacerlo "se generaría" un cierto comportamiento
característico.

Las propiedades atribuidas no pueden ser simplemente como las propiedades lógicas, matemáticas o
conceptuales. PNS bloquearía el recurrente argumento platónico que, partiendo del hecho de que exista
algo que sea F, infiere la existencia separada e independiente de un ser-F-en-sí-mismo. PNS impide que
la propiedad F tenga una existencia separable de la manera característica de ser de aquellas cosas que
ejemplifican F ejemplificando también un sustrato de otras propiedades más básicas.6

PNS impide asímismo que las propiedades atribuidas puedan ser ejemplificadas por algo que no tenga
ninguna otra propiedad. También se requiere una no separabilidad en este sentido. PNS exige que tener
una propiedad siempre implique tener otras propiedades. Sólo se puede tener propiedades desde un
cierto “sustrato” constituido por la ejemplificación de otras propiedades diferentes. Cuando tipificamos
la realidad y formulamos leyes, siempre suponemos que existe un sustrato en este mínimo sentido7.

PNS es un principio muy importante. Y hunde sus raíces en Aristóteles. La no separabilidad de las
propiedades de interés científico que no sean simplemente propiedades lógicas, matemáticas o
conceptuales es un supuesto profundamente aristotélico y antiplatónico.

5 Para la propia atribución de eficacia causal, como propiedad que tipifica algunas relaciones entre eventos (o entre cosas del
tipo que pensemos se relacionan causalmente), se aplicarían también los dos principios que acabamos de presentar. Por lo
que concierne a PC, se buscaría una relevancia explicativa. La relevancia explicativa que podría tener asumir cierta eficacia
causal.
6 PNS se aplicaría incluso a las propiedades atribuidas desde nuestra ciencia más básica. La existencia de una propiedad
básica (también podemos decir “fundamental”) consistiría también exclusivamente en que ciertos objetos, fenómenos o
eventos que tienen otras propiedades "puedan ejemplificarla" dando lugar a un comportamiento característico. Sin asumir
PNS, no podría establecerse ninguna diferencia entre pensar en cierta propiedad y que dicha propiedad exista, ni podríamos
distinguir entre que la propiedad pueda tener ejemplificaciones y que simplemente pensemos que las puede tener. Respecto a
las propiedades lógicas, matemáticas o conceptuales, estas diferencias pueden no ser relevantes. Pero sí son diferencias muy
relevantes --son diferencias cruciales-- respecto a las propiedades con las que queremos conocer la realidad, tipificándola y
formulando leyes sobre ella.
7 El término “sustrato” no implica aquí ninguna clase de determinación que sugiera una reducción. Necesitaríamos añadir
mucho más contenido a PNS para acercarnos a eso. Sin embargo, exigir un sustrato en el mínimo sentido requerido por
PNS no es trivial. Como hemos dicho, pone límites a la inclinación platónica de “hipostasiar” la existencia de todas las
propiedades. Y pone límites también a la noción de “ejemplificar una propiedad”. Por ejemplo, nada real podría ejemplificar
tan sólo una propiedad.
Pero debemos hacer una matización más para descartar también propiedades "meramente nominales",
propiedades que consistan simplemente en llamar de otra forma a las mismas cosas. Podríamos hacer
esto a través del siguiente principio:

PNSM (Principio de No-Separabilidad Matizado): Si F y H son propiedades tipificadoras que


satisfacen PNS, entonces tienen que ser diferentes algunas de las otras propiedades G
ejemplificadas por aquello que ejemplifica respectivamente F y H.

Llamemos “propiedades diferenciales” a esas otras propiedades que han de ser diferentes si algo
ejemplifica o bien F, o bien H. Si no se cumple PNSM, si no existen estas propiedades diferenciales, las
propiedades F y H sólo se distinguirán por tener un diferente nombre. Sólo serán variantes nominales.
Cualquiera de ellas sería prescindible a efectos de una tipificación. Realmente, no habría dos
propiedades tipificadoras sino una sola. En este sentido matizado, cualquiera de esas propiedades
también sería “separable” de las cosas a las que se atribuye.

Consideremos el caso especial en el que H es una propiedad física, puede que muy compleja, y F una
propiedad mental, satisfaciendo ambas PNS. Si no se cumpliera PNSM, entonces F sería tan sólo una
variante nominal de H. En nuestras tipificaciones, daría igual decir que algo es H que decir que es F.
¡Sólo se estaría cambiando el nombre! Y rechazar que lo que es H pueda ser F tan sólo implicaría un
rechazo nominal. ¡Sólo se estaría rechazando un nombre!

Como veremos más adelante, el principio PNSM puede llegar a ser muy importante. Pero consideremos
ahora el Principio de Coexistencia PC. Según hemos dicho, todas las actitudes 1-5 tienden también a
asumir PC. Este principio vuelve a ser muy aristotélico y muy antiplatónico. Todas las explicaciones y
todas las causas que resulten de nuestras tipificaciones científicas de la realidad, y de nuestras
tipificaciones científicas de nosotros mismos, han de ser compatibles. Todas ellas han de poder coexistir
armónicamente en un mismo mundo.

Es claro que la coexistencia de propiedades debe asumirse si se persigue una integración efectiva, como
ocurre en la actitud 1. Y al suponerse simplemente una integración posible, como pasa en las actitudes
2 y 3, también se asume esa coexistencia. ¿Qué ocurre cuando tal integración posible queda en el aire?
En este punto, la actitud 4 es un tanto engañosa. No se compromete con la existencia de una
integración ni siquiera en principio. Pero esto no puede significar lo mismo que asumir que tal
integración no es posible. Esto último implicaría aceptar que en la realidad pueden ejemplificarse
propiedades incompatibles en el sentido de implicar eficacias causales y relevancias explicativas que se
excluyan mútuamente.8 Y esto sería aceptar que la realidad misma es contradictoria. Al no
comprometerse con la existencia de una integración, ni siquiera en principio, la actitud 4 no puede
adoptar esta forma. Más bien se aproxima a la actitud 5. En ambos casos, se sugiere que las propiedades
supuestamente no básicas podrían tener realmente un papel más básico. Pero mientras que la actitud 4
transmite implícitamente esta sugerencia, sin mayor pronunciamiento, la actitud 5 apuesta
decididamente por el carácter contingente de las tipificaciones básicas de la realidad9. Y lo hace,
justamente, para salvar la coexistencia de propiedades en el sentido recogido en PC.

De un modo u otro, la coexistencia de propiedades debe asumirse siempre. No hacerlo cuenta tanto
como comprometerse con una realidad contradictoria. O acaso, con una pluralidad irreducible de
realidades, con un pluralismo radical de "mundos" sin ninguna conexión entre sí. Éstas son las dos
únicas opciones para quien, atribuyendo en firme propiedades no básicas, no acepta PC. Pero cuando
queremos conocer seriamente la realidad, y cuando queremos conocer nuestra propia naturaleza,
ninguna de estas dos opciones parece demasiado confortante.

8 Por supuesto, al hablar de "exclusión" estamos pensando siempre en Kim (1998).


9 Aunque, de hecho, acaso no puedan corregirse tales tipificaciones básicas. Véase de nuevo la nota 3.
El mismo cuerpo que contiene un 75% de agua, o un 65%, es el cuerpo que tiene un sistema nervioso
estructurado de cierta forma. Y ese mismo cuerpo con ese sistema nervioso es el que ha tenido una
determinada historia de aprendizajes en unos determinados entornos. Y ese mismo cuerpo con ese
sistema nervioso, con esa historia de aprendizajes en esos entornos, es el cuerpo que está participando
en la ejemplificación de una enorme variedad de estructuras sociales, institucionales, lingüísticas, etc. Y
ese es el cuerpo que tiene mente, una mente que capaz de sentir, de razonar, de tomar decisiones, de
imaginar y de recordar. Y ese mismo cuerpo es justamente “mi” cuerpo. Ese mismo cuerpo es el
cuerpo que hace que “yo” sea justamente la persona que soy, diferenciándome singularmente de
cualquier otra persona con otro cuerpo.

Analicemos más de cerca las últimas líneas del párrafo anterior. En ellas se menciona una identificación
singular, la que podemos hacer cada uno de nosotros respecto de su particular “yo”. También
identificamos singularmente otras muchas cosas. Vivimos rodeados de cosas singulares. Y nosotros
somos una singularidad que valoramos muy especialmente. Ese es el mundo que queremos conocer
cuando no hacemos cosas como lógica, matemáticas o análisis conceptual. ¿Es todo ello tipificable de
manera que sirva a nuestro interés por conocer científicamente la realidad, y a nosotros mismos como
parte de la realidad? Tal vez sí y tal vez no. Consideremos la siguiente línea argumental a la hora de
entender lo que estamos llamando "identificación singular":

1. En una identificación singular, algo se toma como un objeto, fenómeno o evento


absolutamente distinto de cualquier otro.

2. Si entendiéramos la identificación singular como el resultado de una tipificación normal,


entonces surgiría el problema de que siempre podemos concebir que dos objetos, fenómenos
o eventos sean tipificados exactamente de la misma forma y, sin embargo, ser distintos.

3. Podemos evitar ese problema considerando que la identificación singular se lleva a cabo a
través de una tipificación especial en la cual las propiedades diferenciales son distintas
posiciones relativas, distintas relaciones, que mantienen los objetos, fenómenos o eventos con
nosotros, con el “yo” de cada cual.

4. Siendo así, toda identificación singular acabaría siempre remitiendo a mi propia auto-
identificación como un “yo” extremadamente singular, distinto de cualquier otro “yo”.

5. Y mi propia auto-identificación como un “yo” singular:

5.1 o no satisface PNSM, porque o bien no consistiría en atribuir propiedades o, si lo


hace, esa atribución de propiedades no implicaría que aquello a lo que se atribuyen
estas propiedades deba tener otras distintas propiedades diferenciales,

5.2 o sí satisface PNSM, pero resultan implicadas propiedades diferenciales cuya


ejemplificación sólo puede ser conocida por mí.

La línea argumental que acabamos de esbozar se da con mucha frecuencia. Y tiene una fuerte
plausibilidad. Pero debemos darnos cuenta de que, a través de ella, llegamos muy directamente a la
conclusión de que, en último extremo, no es posible conocer científicamente lo singular.

Las dos conclusiones 5.1 y 5.2 están abiertas. En 5.1 mi auto-identificación no satisface PNSM. Y tal
no-satisfacción podrá tener lugar o bien porque mi auto-identificación no consiste en atribuir
propiedades, o bien por no implicar la existencia de propiedades diferenciales. En 5.2 mi auto-
identificación sí satisface PNSM, pero la ejemplificación de las propiedades diferenciales asociadas sólo
puede ser conocida por “mí mismo”, en cada caso por el “yo” que esté realizando identificaciones
singulares.

En 5.1, no se satisface PNSM. Y ello nos sitúa claramente fuera del juego de la tipificación científica.
En 5.2., se satisface PNSM. Pero no podremos nunca alcanzar el mínimo de publicidad y control
objetivo requeridos en el conocimiento científico. La identificación singular nos alejaría del siguiente
principio que parece irrenunciable en la práctica científica:

PPCO (Principio de Publicidad y Control Objetivo): Las formas científicas de tipificar objetos,
fenómenos o eventos, y de proponer leyes, deben ser públicas y controlables objetivamente.

El planteamiento que estamos presentando sobre el conocimiento científico podría perfectamente


aceptar la anterior línea argumental. Y nuevamente, volvemos a movernos en un marco muy
aristotélico. Toda identificación singular se enfrenta al problema que acabamos de señalar. Podría
repetirse la línea argumental de más arriba y, con ella, también su doble conclusión abierta. De un
modo u otro, la identificación singular se situaría siempre fuera del alcance de la ciencia. Y en último
término, sería así porque la auto-identificación singular de cada “yo” como algo diferente de todo lo
demás está fuera del alcance de la ciencia.

No obstante, una cosa es hacer identificaciones singulares y otra cosa, muy distinta, depender de ellas.
La ciencia depende de ellas. Necesita darlas por supuesto al tipificar y al formular leyes. Y también al
aplicar esas tipificaciones y leyes en la explicación, la predicción y el control. La ciencia depende de
ellas, pero no puede hacerlas, no puede generarlas. La situación es curiosa. La identificación singular no
puede ser un “output” de la ciencia, pero ha de ser un “input”. La ciencia no puede identificar
completamente ningún objeto, fenómeno o evento singular. Y sin embargo, intenta tipificar objetos,
fenómenos y eventos singulares. Intenta descubrir sus leyes. Y explicarlos, predecirlos y controlarlos.

Digámoslo de otro modo. Por sí misma la ciencia no puede identificar lo que puede contar como
"correctas aplicaciones de expresiones que se refieren a singularidades extremas". Estamos
refiriéndonos a expresiones del tipo:

- Éste.
- Ahora.
- Yo (tú, ella, etc.).

La ciencia carece de recursos para hacer esas identificaciones singulares. Pero depende necesariamente
de ciertas aplicaciones de tales expresiones. Las utiliza en sus explicaciones, predicciones, aplicaciones,
etc. Y también puede establecer la verdad de enunciados del tipo:

- Éste es el ADN de un virus desconocido.


- Ahora la presión alcanza el límite previsto.
- Yo tengo (tú tienes, ella tiene, etc.) el colesterol alto.

Es más, la ciencia también puede utilizar descripciones referenciales complejas en las que intervengan
componentes referenciales singulares. Descripciones como:

- Este ADN.
- La presión que se alcanza ahora.
- Mi nivel (tu nivel, su nivel, etc.) de colesterol es alto.

La ciencia no puede identificar un “éste”, o un “ahora”, o un “yo”, en su máxima singularidad, como


algo diferente de cualquier otro “éste”, de cualquier otro “ahora” y de cualquier otro “yo”. ¡Pero intenta
conocer justamente la naturaleza de cosas como "Este ADN", "La presión que se alcanza ahora", "Mi
nivel de colesterol"! Y consigue hacerlo, llegando a establecer un gran número de enunciados
verdaderos y con gran fuerza contrafáctica, a través de la tipificación y a través de la formulación de
leyes.10

10Obviamente, hay un sentido en el que la tipificación de lo singular no requiere llegar hasta la extrema singularidad. Y ese
sentido se refuerza cuando las tipificaciones forman sistemas complejamente organizados.
Hagamos una pequeña parada. Preguntemos si no ocurrirá en otros campos lo mismo que ocurre con
la identificación singular, y con la auto-identificación de la singularidad de cada “yo”. Como acabamos
de ver, el conocimiento científico encuentra aquí ciertos límites. ¿Nos encontraremos en otros campos
con límites análogos? ¿Ocurrirá lo mismo con la mente, al menos en algunos de sus aspectos?

La respuesta que la concepción funcionalista de la mente quisiera dar a esta pregunta es negativa. Y
también sería negativa para el conductismo y para el reduccionismo neurofisiológico. En cambio,
encontramos una respuesta afirmativa en todas las apelaciones al irreducible “punto de vista de la
primera persona” a la hora de conocer la naturaleza de la mente.11

Tal apelación a un irreducible "punto de vista personal" se pone de manifiesto en preguntas como las
siguientes: ¿Cómo saber si no son posibles variaciones sistemáticas de nuestros espectros sensoriales
que no supongan variaciones detectables de tipo fisiológico o computacional, o en general funcional?
¿Cómo distinguir entidades con mente de entidades sin mente pero capaces de duplicar todos los
estados y procesos materiales y funcionales que nos parecen relevantes? ¿Cómo saber si realmente se
produce un estado de comprensión, por ejemplo al hablar chino, más allá del seguimiento de las reglas
gramaticales y conversacionales pertinentes? ¿Cómo saber si otros sujetos no son simplemente
“zombies filosóficos", seres idénticos a nosotros en todos los aspectos materiales y funcionales pero sin
ningún atisbo de vida mental consciente como la nuestra?

Veamos cómo se enfrentaría a estas preguntas el planteamiento que estamos presentando. Lo primero
sería asumir PNS y PNSM en relación a la propiedad de tener mente. Si tener mente (o cierto tipo de
mente, o determinados estados mentales) no es únicamente una propiedad de tipo lógico, matemático o
conceptual, entonces atribuir mente debería ajustarse a PNS. Tener mente habría de consistir en que
algunas cosas que también tienen otras propiedades puedan desarrollar un comportamiento
característico al ejemplificar las propiedades mentales. Y si tener mente no es una propiedad meramente
nominal, una variante nominal respecto de otras propiedades, entonces atribuir mente deberá ajustarse
a PNSM. Las cosas que tengan mente han de tener también algunas propiedades diferentes de las
propiedades que tendrían esas mismas cosas si no tuvieran mente. De no ser así, como decimos, la
propiedad de tener mente sería tan sólo una variante nominal respecto de las propiedades que tendrían
esas mismas entidades al no tener mente. Por último, además de satisfacer PNS y PNSM, la propiedad
de tener mente también debería satisfacer PC. La propiedad de tener mente debería tener un valor
explicativo y una eficacia causal compatibles con el valor explicativo y la eficacia causal de las otras
propiedades que tengan las entidades con mente.

PNS impide admitir la existencia de algo así como “la mente en sí”. La existencia de la mente consistiría
exclusivamente en que algo que también tiene otras propiedades pueda comportarse de una cierta
forma característica. PNS también impide la existencia de “mentes separadas”, mentes sin ningún
sustrato, mentes de algo que no tiene ninguna otra propiedad aparte de ser una mente12. No
insistiremos en ello. Dejemos también aparte, de momento, a PC. Concentrémonos en PNSM. Según
estamos diciendo, este principio exige que, si algo tiene mente, entonces existan también otras
propiedades diferenciales. Ahora bien, ¿qué tipo de propiedades pueden ser aquí relevantes? No hemos
establecido ninguna condición al respecto. Y la práctica científica nos muestra que no deberíamos
hacerlo.

11Un reciente análisis de este punto de vista, indudablemente muy cartesiano, se encuentra en Farkas (2008). También está
muy presente y operativo en autores como Ned Block, Thomas Nagel, John Searle, Frank Jackson o David Chalmers. Véase,
por ejemplo, Block (1980), Nagel (1974), Searle (1980 y 1992), Jackson (1986), Chalmers (1996).
12 Estrictamente, PNS no obliga a que exista un sustrato “físico”, o un sustrato “material”. Sólo obliga a que exista algún
tipo de sustrato, en el simple sentido de que debe haber siempre otras propiedades diferenciales ejemplificadas. Que ese
sustrato sea considerado físico, material, o de otro tipo, dependería de cómo estemos de hecho tipificando la realidad. La
noción de "hecho bruto" de Elizabeth Anscombe (no la noción simplificada que emplea Searle) estaría muy cerca de lo que
estamos diciendo. Véase Anscombe (1957).
En particular, esas propiedades diferenciales no tienen porqué ser propiedades que debamos suponer
tipificadas por nuestras ciencias más básicas. No tienen porqué serlo, simplemente, porque puede que
no sepamos cuáles podrían ser esas propiedades tan básicas. O puede también, incluso, que tengamos
dudas acerca de si existen propiedades diferenciales que realmente sean tan básicas. Una cosa es
requerir la existencia de propiedades diferenciales más básicas y otra cosa, muy distinta, requerir que
esas propiedades diferenciales sean tan básicas como las que nos ofrece la física. Podría, por ejemplo,
ocurrir que algunos aspectos de la mente acabaran teniendo que ser asumidos como dependiendo de
propiedades muy básicas respecto de las cuáles carecemos de tipificaciones científicas. Pero aún así,
seguiría siendo exigible un principio como PNSM. Y con él, seguiría siendo exigible la existencia de
propiedades diferenciales que permitan distinguir cuándo algo tiene esos aspectos mentales de cuándo
no se tienen, de una manera que no consista simplemente en que en el primer caso se tienen esos
aspectos mentales y en el segundo caso no se tienen. Sin esas propiedades diferenciales, la propiedad
consistente en tener mente sólo tendrían un valor nominal.

Tal vez podamos llegar a asumir que existen propiedades neurológicas, o incluso propiedades físicas,
que se solapen con ciertas propiedades mentales que atribuimos. Sin embargo, las propiedades
diferenciales reclamadas por PNSM pueden perfectamente no ser propiedades básicas en ese sentido13.
Se trata de dos cuestiones que no conviene mezclar.

Las propiedades diferenciales podrían consistir, por ejemplo, en una cierta posición relativa respecto a
un prototipo establecido en términos ordinarios. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, con las diferencias
cromáticas que podemos experimentar. Disponemos de patrones de tonos de color con un carácter
más o menos estándar. Y por referencia a esos patrones consideramos que ciertos objetos se presentan
en nuestro campo visual con un cierto tono de color. Asumimos sin problemas que estos distintos
tonos han de solaparse con ciertas propiedades más básicas (ciertas reflectancias, junto con condiciones
lumínicas, junto con ciertos estados de nuestros órganos receptores del color, etc.). Pero nos es muy
difícil, incluso puede que sea imposible, determinar con mayor precisión las propiedades diferenciales
relevantes. Y por ello, recurrimos a cosas como ciertos estándares de color. El ser o no ser como uno
de esos patrones, en unas circunstancias concretas, constituye la propiedad diferencial que permite
satisfacer el principio PNSM. La diferencia entre que un determinado objeto se experimente con un
cierto tono de color y que se experimente con otro tono diferenteha de entrañar distintas propiedades
diferenciales de ese tipo.

¿Qué es lo que cambia si no podemos asumir que las propiedades que atribuimos, propiedades
mentales en el caso que estamos analizando, se solapan estrechamente con ciertas propiedades básicas
de la física o de la neurología? En esta situación, nuestra actitud puede ser alguna de las variedades 1-5
antes examinadas. Como vimos, cada una de esas actitudes entrañaría compromisos metodológicos y
filosóficos peculiares. Pero volvemos a insistir en que todas ellas son actitudes perfectamente aceptables
dentro de la ciencia. Nuestras estrategias a la hora de intentar identificar propiedades diferenciales que
permitan satisfacer PNSM no cambiarían en nada.

Así pues, de acuerdo al planteamiento que estamos presentando, si tener mente no es tan sólo una
variante nominal de no-tener-mente-en-ciertas-condiciones, y con independencia de la existencia o no
de un solapamiento presumible con propiedades físicas o neurológicas básicas, han de existir esas
propiedades diferenciales. Pero aquí no acaba la historia. La atribución de esas propiedades diferenciales
debe respetar también PPCO. No sería aceptable una satisfacción de PNSM a través de propiedades
diferenciales cuya ejemplificación sólo pueda ser conocida por “mí mismo”, o en su caso por cada “yo”
que esté realizando la atribución de las propiedades mentales en cuestión. No se alcanzaría el mínimo
de publicidad y control objetivo requeridos en el conocimiento científico.

13 Respecto a esas propiedades diferenciales, volveríamos a estar exactamente en la misma situación que con cualesquiera
otras propiedades con las que intentamos llegar a conocer la realidad tipificando y formulando leyes. Podríamos encontrar
solapamientos fáciles con propiedades más básicas o, en caso negativo, tendríamos que optar por alguna de las distintas
actitudes 1-5 que hemos examinado para hacer frente a las dificultades de una integración directa.
Así pues, aplicando nuestro planteamiento a las propiedades mentales, habría tres posibles confusiones
que deberíamos evitar y que conviene subrayar explícitamente:

- En primer lugar, no es preciso suponer ningún solapamiento de las propiedades mentales


atribuidas con las propiedades tipificadoras de nuestras ciencias más básicas. Ni siquiera
tenemos que asumir que ha de existir un solapamiento tal.

- En segundo lugar, la publicidad y el control objetivo únicamente sería exigible respecto a las
propiedades diferenciales requeridas para una satisfacción de PNSM. No es directamente
exigible respecto a las propiedades mentales que atribuimos. Estas propiedades mentales
podrían ser públicas y objetivamente controlables tan sólo a través de ciertas propiedades
diferenciales.

- En tercer lugar, esas propiedades diferenciales podrían ser tan sólo algo más básicas que las
propiedades que estemos atribuyendo. Para satisfacer PNSM, bastaría con que existieran
propiedades diferenciales de ese tipo. Y para satisfacer PPCO, bastaría con que su
ejemplificación tuviera un mínimo suficiente de publicidad y control objetivo.

En otras palabras, lo mental puede ser tan “peculiar” como para dejar en suspenso el supuesto de que
las propiedades mentales tengan que llegar a solaparse de modo relevante con las propiedades que han
ido siendo tipificadas por nuestras ciencias más básicas, en último término con las propiedades
tipificadas por nuestra física. Y lo mental puede ser tan “privado” como para no esperar respecto a las
propiedades mentales el mismo tipo de publicidad y control objetivo que exigimos a otras propiedades.
Sin embargo, en el planteamiento que estamos presentando, ni lo mental tendría porqué situarse fuera
del mundo que queremos conocer científicamente, ni lo mental tendría porqué ser considerado tan
idiosincrásico como la singularidad extrema.

A pesar de no solaparse con propiedades de nuestras ciencias más básicas (la física, la química, la
neurología, etc.), lo mental no tiene porqué situarse fuera del mundo que queremos conocer
científicamente. Hemos insistido en que no es imprescindible el supuesto de un solapamiento perfecto,
ni siquiera relevante, con propiedades de las ciencias más básicas. En principio, hay otras muchas
actitudes compatibles con el conocimiento científico. Todas las actitudes 1-5 son científicamente
admisibles.

Lo mental tampoco tiene porqué ser tratado como la singularidad extrema de un “éste”, de un “ahora”,
o de un “yo”. Atribuir propiedades mentales sí es claramente atribuir propiedades. Propiedades que no
las queremos ver como meras variantes nominales de otras propiedades. Las atribuciones de
propiedades mentales han de respetar PNSM. Esto implica que deben existir propiedades diferenciales.
Es más, si nuestro empeño es conocer la naturaleza de la mente, tipificarla y formular leyes, la
atribución de esas propiedades diferenciales ha de satisfacer PPCO. La atribución de propiedades
diferenciales ha de implicar un mínimo de publicidad y control objetivo.

Como hemos dicho, también sería erróneo pedir que esas propiedades diferenciales sean
completamente básicas. Deben ser más básicas que las propiedades mentales atribuidas. Y deben ser
públicas y objetivamente controlables. Sin embargo, no tienen porqué ser propiedades pertenecientes a
nuestras ciencias más básicas. Podrían ser propiedades tipificadas en términos ordinarios. Y podrían
involucrar descripciones referenciales que incluyeran, a modo de “input”, singularidades muy extremas.
Esto es justamente lo que ocurre cuando se utilizan determinados patrones de referencia ordinarios,
como los estándares de tonos de color a la hora de tipificar nuestras experiencias visuales.

En el caso de las propiedades mentales, el conocimiento científico tipifica y formula leyes. Aún sin
solapamientos con propiedades completamente básicas, sus tipificaciones han de satisfacer PNS y
PNSM. Y las propiedades diferenciales asociadas a PNSM también deben satisfacer PPCO. Pero para
conseguir esto último, bastan propiedades relacionales que hagan referencia publica y objetivamente
controlable a ciertos estándares ordinarios. Incluso ciertos sujetos que consideremos “normales”
pueden constituir esos estándares. Y el que los estándares cambien, el que los modifiquemos, el que
mantengan ciertas ambigüedades o sean plurales, no debería entrañar ningún problema de fondo.

Más allá de estas condiciones, el conocimiento científico de lo mental también debe asumir PC. Las
propiedades mentales han de tener un valor explicativo o una eficacia causal compatibles con el valor
explicativo y la eficacia causal del resto de las propiedades que, según PNS, debe tener cualquier objeto,
fenómeno o evento capaz de ejemplificar las propiedades mentales en cuestión. La concepción
funcionalista de la mente apuesta por todo esto. En un sentido muy abierto, sin entrar en más detalles,
el funcionalismo respecto a lo mental se compromete con PNS, PNSM, PPCO y PC. Y el rechazo al
funcionalismo declina la apuesta.

Puede que sea inevitable el recurso a estándares ordinarios en la satisfacción de PNSM. Las propiedades
diferenciales pueden ser propiedades macroscópicas ordinarias algo más básicas que las propiedades
mentales que atribuimos. ¿En qué sentido más básicas? Simplemente en el sentido en el que "La nieve
es blanca" expresa un hecho más básico que el hecho expresado por "Veo que la nieve es blanca" o
"creo que la nieve es blanca".

En último término, y esto es muy importante, tal vez ese recurso baste para desmantelarse las
objeciones básicas que laten en las preguntas que formulábamos más arriba acerca de campos
sensoriales sistemáticamente invertidos, habitaciones que comprenden chino, zombies filosóficos, etc.
En cualquier caso, las propiedades mentales no serían propiedades lógicas, matemáticas o conceptuales.
La atribución de propiedades mentales tampoco sería una mera atribución de variantes nominales. Ni
sería, como hemos argumentado, algo análogo a la identificación singular. Y la atribución de
propiedades mentales deberá entrañar un valor explicativo y una eficacia causal compatible con las del
resto de las propiedades que ejemplifican los objetos, fenómenos o eventos que tienen esas propiedades
mentales.

Los principios PNS, PNSM, PPCO y PC definen el propio conocimiento científico. Comprometerse
con esta manera de entender el conocimiento científico haría del funcionalismo algo necesario. Y
rechazar el funcionalismo respecto a la mente en base a argumentos que impiden la satisfacción de esos
principios equivaldría a rechazar que podamos llegar a tener sobre la mente un conocimiento científico.

2. EL FUNCIONALISMO REAL

Recordemos ahora brevemente la historia de la concepción funcionalista de la mente14. Suelen


mencionarse como antecedentes la concepción aristotélica del alma, como “forma” de algunas clases de
entidades, y la tesis hobbesiana sobre el pensamiento como un cierto tipo de “cálculo”. Las ideas de
Aristóteles siguen siendo atrayentes. Rechaza la concepción platónica de un alma separable del cuerpo.
El alma sería el conjunto de capacidades que permiten a un cuerpo vivir, percibir, razonar y actuar de
acuerdo a su naturaleza. La forma de una cosa es lo que la cosa esencialmente es. Y la forma de algunos
seres es justamente su alma. Las ideas de Hobbes son menos biologicistas que las de Aristóteles, y más
acordes con el mecanicismo que iba ganando terreno en su época.

Pero debemos ir al siglo XX para encontrar algo más explícito. El planteamiento de Turing acerca de
cómo determinar si una máquina puede pensar se sitúa abiertamente en sintonía con el funcionalismo.
Turing (1950) propuso identificar los estados mentales con estados internos de un sistema definido
exclusivamente por ciertas reglas formales que conectan “inputs” simbólicos, tales estados internos y
“outputs” simbólicos. Su propuesta se condensa en el llamado “Test de Turing”.

Algunos primeros desarrollos funcionalistas siguieron muy de cerca este enfoque, que fue adoptado
plenamente en el ámbito de la inteligencia artificial. A veces se denomina “funcionalismo-máquina” (el

14Serían muy recomendables las entradas “Functionalism”, “Multiple realizability” y “Qualia” incluidas en la Stanford
Encyclopedia of Philosophy (http://plato.stanford.edu).
término inglés habitual es “machine functionalism”). Uno de sus principales exponentes fue Putnam
(1960 y 1967). La mente sería una muy peculiar máquina de Turing múltiplemente realizable en muy
diversos sustratos físicos. Los estados mentales serían estados internos de dicha máquina, que mediarían
las transiciones “input-output”. Los procesos mentales consistirían justamente en esas transiciones. Y
las teorías psicológicas deberían hacer explícitas las relaciones entre los “inputs”, los estados internos y
los “outputs” de la máquina. En nuestro caso biológico, las teorías psicológicas deberían hacer
explícitos los “programas” que nuestro cerebro ejecuta al llevar a cabo diferentes funciones mentales.
Poco a poco, este enfoque ha ido derivando hacia formas de computación probabilista, no
exclusivamente simbólicas y cada vez más conectadas con el funcionamiento real de nuestros cerebros,
llegando a posiciones como la que actualmente recibe el nombre de “conexionismo”.

El conexionismo aspira a entender la mente (o algunos aspectos de la mente, o algunas funciones


mentales) usando “redes neurales”. Las redes neurales son modelos simplificados del cerebro. Están
compuestas de ciertas unidades masivamente interconectadas. Las unidades son el análogo de las
neuronas, y las conexiones son el análogo de las sinapsis entre las neuronas. Las unidades pueden ser de
entrada, de salida e intermedias (también llamadas “unidades escondidas”). Cuando el sistema se ve
expuesto a unos determinados estímulos, éstos comienzan modificando los estados de excitación de las
unidades de entrada, y tales cambios son transmitidos a las otras unidades. Todas las unidades varían
sus estados de excitación en función de los estados de excitación de las otras unidades con las que están
conectadas y de ciertos parámetros asociados a sus conexiones. Al final, las unidades de salida alcanzan
ciertos estados de activación. Y estos estados son los responsables de las conductas que constituyen la
respuesta a los estímulos.15

La contraposición del funcionalismo con el conductismo y con los enfoques neurofisiológicos es un


tema clásico. Pero habría que tomar con precaución los contrastes fáciles, pues el funcionalismo puede
interpretarse en estrecha continuidad e hibridaje con todos esos enfoques. Y seguramente ésta sea su
mejor interpretación.

El conductismo fue la corriente imperante en psicología desde comienzos hasta mediados del siglo XX.
Su tesis nuclear es que las disposiciones conductuales frente a determinados estímulos nos permiten
entender los estados mentales. Esta tesis adquirió dos sentidos básicos: como teoría empírica y como
teoría semántica. El conductismo empírico de autores como J. Watson (por ejemplo, 1913 y 1930) y B.
F. Skinner (por ejemplo, 1935, 1971, y 1974) consideró que los estados mentales eran correlaciones
entre estímulos sensoriales y respuestas conductuales que debían descubrirse empíricamente. Y el
conductismo lógico, o analítico, o conceptual, de autores como Ryle (1949), Malcolm (1968) y, bajo
ciertas lecturas, también Wittgenstein (1953), consideró que el significado de los términos mentales era
definible a-priori en base a disposiciones a la conducta en relación a ciertas circunstancias. La crítica de
Quine (1953) a la distinción analítico/sintético y los progresivos enfoques más holistas y naturalizados
de la semántica supusieron la quiebra del segundo enfoque. Los argumentos de Chomsky (1959), y
otros, sobre la suposición implícita de ciertos estados mentales en el establecimiento de las
correlaciones estímulo-respuesta supusieron la crisis del primer enfoque. Y el funcionalismo se ofreció
como alternativa.

El funcionalismo hace intervenir crucialmente otros estados mentales a la hora de entender cualquier
estado mental. Como decíamos al inicio de nuestro trabajo, la tesis principal del funcionalismo es que
los estados mentales están determinados por las relaciones que son capaces de mantener con los
estímulos sensoriales, con otros estados mentales y con la conducta. Pero, ¿es esto una alternativa o,
más bien, sólo una corrección? El funcionalismo puede perfectamente interpretarse como una
corrección al conductismo. Puede interpretarse como una corrección que añade a los planteamientos
conductistas la relevancia de otros estados mentales.

15 Como introducción al conexionismo, véase Bechtel (1987), Bechtel y Abrahamsen (1990), Horgan y Tienson (eds.)
(1991), Horgan y Tienson (1996), McClelland, Rumelhart et al. (eds.) (1986), Rumelhart, McClelland, et al. (ed.) (1986),
Smolensky (1988) y Tomberlin (ed.) (1995).
Con esa corrección, el llamado "psico-funcionalismo" seguirá el camino trazado por el conductismo
empírico, la búsqueda empírica de estructuras funcionales en las que se conectan estímulos sensoriales,
otros estados mentales y ciertas respuestas conductuales. Los estados internos de una máquina de
Turing son estados que pueden depender estrechamente de otros estados internos del sistema. Esto
constituyó un grave problema en las formulaciones primeras del funcionalismo.16 Pero en cualquier
caso, el psico-funcionalismo intenta tipificar de manera más fina los estados mentales.

A su vez, el llamado a veces "funcionalismo analítico" sigue el camino trazado por el conductismo
lógico. Asumiendo el holismo y la naturalización del significado, de alguna manera continuará
proponiendo análisis del significado de los términos mentales apelando ahora a descripciones
funcionales desde la base de nuestras intuiciones ordinarias.

El psico-funcionalismo y el funcionalismo analítico son dos de las orientaciones más importantes del
funcionalismo de la segunda mitad del siglo XX. El funcionalismo-máquina del primer momento se
considero obsoleto a la hora de formular teorías psicológicas. Uno de los autores más representativos
del psico-funcionalismo es Fodor (1968 y 1975). El funcionalismo analítico es defendido por autores
como Armstrong (1968), Lewis (1972), Shoemaker (1984b, 1984c y 1984d) y Smart (1959). Estas otras
dos propuestas funcionalistas mantienen actualmente su vigor, sobre todo la primera. El psico-
funcionalismo, además, una vez que se moderan algunas de sus hipótesis (sobre todo las relativas a la
existencia de un “lenguaje del pensamiento”), apenas se distingue ya en la práctica de lo que podemos
encontrar en el ámbito del conexionismo.17

Los trabajos pioneros de Sellars (1956) sobre los estados mentales como entidades teóricas se cruzan
con las dos orientaciones anteriores. Pero a su modo, también tienen una fuerte inspiración conductista.
Los estados mentales serían entidades teóricas postuladas a fin de explicar, predecir y controlar
conductas, de una manera sin duda muy holista. Nuestra psicología natural es una compleja teoría
implícita. Y la psicología científica ha de situarse en continuidad con ella, con un final que puede llegar
a ser muy eliminativista tanto tomando como referencia el psico-funcionalismo, y en alguna medida
también el funcionalismo analítico, como tomando por referencia a la neurología. Esos finales han sido
considerados por diversos autores. Stich (1983), por ejemplo, defiende un cierto eliminativismo
computacional. Y Patricia Churchland (1989) y Paul Churchland (1989) defienden un eliminativismo
neurológico. Con todo, la perspectiva de Sellars ha sido más influyente en filosofía que en ciencia
cognitiva. Y conviene subrayar la sospecha del propio Sellars respecto a la posibilidad de que algunos
aspectos de lo mental, como los que tienen que ver con la conciencia cualitativa, deban ser asumidos en
último término como propiedades físicas completamente básicas de la realidad.

El funcionalismo-máquina originó un importante problema que afecta a cualquier concepción


funcionalista de la mente. La múltiple realizabilidad física de las estructuras funcionales, como las
propias máquinas de Turing, permite en principio que los estados y procesos mentales puedan
ejemplificarse en sistemas físicos no-estándar que intuitivamente rechazaríamos como sistemas capaces
de tener una mente. La disyuntiva parece ser o bien un injustificado “chauvinismo”, empeñado en
atribuir mente tan sólo a entidades de un determinado tipo físico (por ejemplo, organismos biológicos
como nosotros), o bien un excesivo “liberalismo”, abierto a la atribución de estados mentales a
cualquier entidad de un tipo físico que permita la ejemplificación de la estructura funcional relevante
(sobre esta disyuntiva, véase el clásico trabajo de Block, 1980).

Los enfoques neurofisiológicos, en particular las teorías de una identidad psico-física de los tipos
mentales con ciertos tipos neurológicos, ya habían sido acusados de incurrir en un injustificado
“chauvinismo”. Ahora, esta objeción se vuelve contra un funcionalismo que se aferre a cierto tipo
privilegiado de realizaciones físicas. Y la única alternativa parece ser un completo "liberalismo". Más
adelante sugeriremos que sí hay más alternativas.

16 Véase Fodor y Block (1972), y Putnam (1973)

17 Sobre la integración del conexionismo en el programa general del funcionalismo, véase Bechtel (1987), Honavar y Uhr
(eds.) (1991), Smolensky (1988), Tomberlin (ed.) (1995), y van Gelder y Port (1993)
Las teorías de una identidad psico-física también habían sido acusadas de no preservar el significado de
los términos mentales. A pesar de que se diera una completa equivalencia extensional, los términos
mentales parecen tener un significado peculiar y, así, expresar propiedades muy diferentes de las
propiedades expresables en cualquier vocabulario físico o neurológico (véase Smart 1962). La misma
objeción afecta al funcionalismo (véase White, 1986 y 2007, y Block, 2007). A pesar de otros
inconvenientes, el funcionalismo analítico tiene en este punto ventaja sobre el psico-funcionalismo.
Tiene la ventaja de seguir muy de cerca las intuiciones ordinarias sobre la aplicación de los términos
mentales, con lo que tal vez sí podría preservarse un mismo significado.

¿Cómo se definirían, más concretamente, de acuerdo al funcionalismo los estados mentales? Siguiendo
la propuesta de Frank Ramsey sobre la eliminación de los términos teóricos, Lewis (1972) esboza un
método que ya es clásico. El punto de partida es una conjunción de generalizaciones conectando
estímulos, estados mentales y conductas (generalizaciones procedentes de la investigación empírica, del
sentido común, del análisis conceptual, etc.). Se reemplazarían a continuación los nombres de los
distintos tipos de estados mentales involucrados por diferentes variables. Luego se cuantificaría
existencialmente sobre esas variables y se reorganizarían convenientemente los cuantificadores. El
resultado sería una sentencia Ramsey sin ninguna referencia mental explícita. Sólo habría referencias
explícitas a estímulos, conductas y relaciones entre estímulos y conductas. Y los estados mentales
quedarían implícitamente definidos en esa trama teórica a través de ciertas cuantificaciones
existenciales.

Como hemos dicho, el método es el mismo que se emplearía en la eliminación formal de los términos
teóricos de cualquier teoría. También sintoniza con los planteamientos de Sellars (1956) sobre el
carácter teórico de los estados mentales. Y permite entender muy bien la estrategia funcionalista.

Pero, en último término, ¿son las definiciones funcionales tan sólo maneras indirectas de especificar los
estados físicos que mantienen ciertas relaciones? ¿Son descripciones definidas de esos estados físicos,
sean estos los que sean? ¿O expresan propiedades de un nivel más alto, propiedades que cuando se
ejemplifican lo hacen sobre complejas propiedades relacionales de niveles más bajos? La primera
opción ha sido denominada “funcionalismo del realizador” (“realizer-functionalism”) o “teoría de la
especificación funcional”. Fue defendida por Lewis (1966) y por Armstrong (1968). La segunda opción
suele llamarse “funcionalismo del rol” (“rol-functionalism”). La diferencia entre las dos opciones no es
trivial. El funcionalismo del realizador puede adaptarse mejor a una perspectiva fisicalista de la realidad
en la que las propiedades funcionales ofrezcan tan sólo maneras alternativas de referirnos a ciertas
propiedades físicas. Sin embargo, volveríamos a enfrentarnos al problema de un excesivo “liberalismo”,
pues las propiedades físicas de las entidades físicas que en cada caso pueden satisfacer las
especificaciones funcionales pueden llegar a ser muy distintas y heterogéneas. Y en muchos casos, nos
parecerá sumamente extraño atribuir propiedades mentales.

El funcionalismo del rol no tiene este problema. A diferencia de lo que ocurre con las descripciones
definidas, este funcionalismo puede ofrecer designaciones rígidas de las propiedades mentales (en el
sentido de Kripke, 1972) y argumentar que son esencialmente idénticas con ciertas descripciones
funcionales. A su vez, estas descripciones funcionales tendrán realizaciones físicas. Pero tener las
propiedades físicas (o neurológicas, etc.) de las entidades que tienen una propiedad funcional no
determinarán que se tenga la propiedad mental. De alguna manera, esta estrategia ofrece soluciones al
problema anterior de "liberalismo". Las descripciones funcionales pueden llegar a ser muy específicas.
Sin embargo, surgen otros problemas. Nos enfrentaríamos a un problema de injustificado
“chauvinismo” a la hoja de seleccionar las descripciones funcionales adecuadas. Y también nos
enfrentaríamos a un grave problema de falta de unidad ontológica, originado por la ausencia de
solapamientos entre las propiedades mentales, así entendidas, y las propiedades físicas.

La historia reciente del funcionalismo está llena de “intra-historias” como la anterior. Y no podemos
recogerlas aquí todas. El holismo de las caracterizaciones funcionales ha generado otra de esas intra-
historias llena de múltiples problemas. Si tener un cierto tipo de dolor, por ejemplo, está relacionado
con tener determinadas clases de creencias, parece como si no pudieran sentir dolor seres que no son
capaces de tener las creencias apropiadas. La introspección también es un tema con su propia intra-
historia y sus propios problemas. Y no sólo por su carácter directo e inmediato, sino también por su
reflexividad y por los ingredientes de indexicalidad que entraña. Así mismo, el hecho de que apelemos a
los estados mentales de un sujeto no sólo para explicar su conducta, sino también para interpretarla y
racionalizarla. Es como si los estados mentales jugaran aquí un doble papel en dos teorías diferentes, un
papel explicativo en una teoría causal de la conducta y un papel racionalizador en una teoría de la
interpretación de la acción.

Los ámbitos de lo intencional y de lo cualitativo también han dado lugar a múltiples desarrollos
particulares. La hipótesis de un “lenguaje del pensamiento”, un sistema en el que se representan todos
los contenidos de nuestros estados mentales intencionales, de todas nuestras actitudes proposicionales,
ha estado presente en los debates de varias décadas (véase Fodor, 1975). Y ligada a esta hipótesis está la
distinción entre un contenido estrecho (“narrow content”) y un contenido amplio (“broad content”) de
nuestros estados mentales, así como el debate general entre el externismo y el internismo (véase el
interesante diagnóstico que Crane, 1991, hace de tal debate).

Para unos, el lenguaje de pensamiento debe ser un sistema representacional simbólico e interno a los
sujetos, tanto en su sintáxis como en una parte importante de su semántica (Fodor 1975 y 1990). Para
otros, afines al socio-funcionalismo que comentaremos en un momento, se trataría de un sistema
representacional simbólico pero en gran medida externo, o bien en su semántica o incluso en su
sintaxis. Para otros, sí existiría una estructura representacional interna a los sujetos, pero no sería un
sistema representacional de tipo simbólico (véase Fodor y McLaughlin, 1990, Fodor y Pylyshyn, 1988,
McLaughlin, 1993, Smolensky, 1982, y van Gelder y Port, 1993). Y para otros, por último, simplemente
sería una ficción que prescinde de detalles neurológicos que pueden ser sumamente relevantes (véase
Paul Churchland, 1981 y 2005).

A todo esto se añade la cuestión de que tal vez lo intencional esté mucho más ligado a lo cualitativo de
lo que suele admitirse (véase al respecto Horgan y Tienson, 2002, Kriegel, 2003, Pitt, 2008, Searle, 1992,
y G. Strawson, 1994). En tal caso, las cosas se complicarían mucho. Pues es respecto a lo cualitativo
donde surgen varios de los problemas más radicales a los que se enfrenta el programa funcionalista. Ya
hemos aludido a ellos en otros apartado. Y volveremos a hacerlo en el apartado que sigue. Lo
cualitativo parece resistirse a cualquier análisis funcional. Sin embargo, lo cualitativo también parece
resistirse a cualquier análisis científico, funcional o no funcional. Y volvemos a repetir que tal vez aquí
esté la clave.

Debemos mencionar otros cuatro desarrollos más recientes del funcionalismo. Se trata del
funcionalismo humuncular, del funcionalismo “de múltiples niveles”, del teleo-funcionalismo y del
socio-funcionalismo. Daremos tan sólo unas pinceladas.

El funcionalismo humuncular permitiría apelar en nuestras teorías psicológicas a entidades psicológicas


menos complejas que las entidades sobre las que estemos intentando elaborar nuestra teoría. Esas
entidades, psicológicas pero menos complejas, serían realmente como “humúnculos”. Su análisis
funcional podría conducir a otros humúnculos, y así sucesivamente. En este proceso, llegaría a hacerse
borrosa la propia distinción entre entidad psicológica y entidad no-psicológica, y todo el peso
explicativo lo tendría el tipo de complejidad estructural que se estuviera proponiendo. (Véase Lycan,
1981 y 1991.)

El funcionalismo que hemos llamado “de múltiples niveles” ofrece un tipo de funcionalismo en el que
la típica distinción entre propiedades físicas básicas y propiedades funcionales se convierte en una
multiplicidad de niveles dentro de los cuales puede encontrarse una distinción entre papeles funcionales
y entidades capaces de llevar a cabo, o realizar, esos papeles funcionales. En otros términos, la
distinción “hardware/software” podemos encontrarla en todos los niveles de la realidad, desde la
economía, la sociología o la psicología hasta la biología. Y tal vez también hasta en los niveles más
fundamentales de la química y la física. (Véase Lycan, 1990.)
El teleo-funcionalismo y el socio-funcionalismo, por su parte, ampliarían el tipo de teoría que serviría
de base para una definición funcional de los estados mentales. En el caso del teleo-funcionalismo, no se
trataría tan sólo de una teoría sobre estímulos, otros estados mentales y respuestas conductuales. Se
harían intervenir relaciones adaptativas con los entornos en los que los sujetos psicológicos están
situados. Sus entornos, y sus historias en tales entornos, serían muy relevantes a la hora de definir
funcionalmente los estados mentales. El socio-funcionalismo ofrece otra clase de ampliación, de
"externalización" de la mente. En este caso, se propone que la teoría que ha de servir de base debe ser
una teoría que incluya relaciones entre diferentes sujetos en interacción dentro de una comunidad. La
hipótesis de una "mente extendida" mantiene estrechas relaciones con estas variedades de
funcionalismo.18

Los horizontes de la concepción funcionalista de la mente se han ido ampliando enormemente. Los
cuatro desarrollos que acabamos de mencionar (el funcionalismo humuncular, el funcionalismo “de
múltiples niveles”, el teleo-funcionalismo y el socio-funcionalismo) son particularmente sugerentes y
relevantes. Y pueden combinarse con el psico-funcionalismo, al menos con un psico-funcionalismo
abierto, con ciertas dosis de funcionalismo analítico, y con versiones flexibles del funcionalismo-
máquina. También con el conexionismo y con muchos de los avances recientes en neurociencia.

En un sentido u otro, todos estos desarrollos se situarían dentro del marco general del funcionalismo.
Sin embargo, como decíamos antes, en la práctica actual de las ciencias dedicadas al conocimiento de la
mente es a veces muy difícil trazar distinciones nítidas entre unas posiciones y otras. Y cada
planteamiento concreto, cada hipótesis, cada diseño experimental, cada interpretación, etc., es lo único
que en último término tiene “valor de uso”. Y es que las distinciones conceptuales de la filosofía
también pueden llegar a solaparse poco con la práctica real de la ciencia.

3. TRES PROBLEMAS
Nos centraremos ahora en tres problemas, o más bien grupos de problemas, que tienen que ver con las
relaciones de lo mental, funcionalmente considerado, con el mundo tal como es descrito por nuestras
ciencias más básicas, en último término por la física. Mi propósito es mostrar cómo podríamos
enfrentarnos a ellos desde la concepción sobre el conocimiento científico esbozada al comienzo de
nuestro trabajo.

El primer problema tendrá que ver con las ejemplificaciones no-estándar de las propiedades mentales
funcionalmente caracterizadas. El segundo problema será el de la exclusión causal. Y en el tercer
problema nos enfrentaremos de lleno con lo cualitativo. El grado de dificultad irá aumentando según
pasemos del primer problema al segundo, y del segundo al tercero.

El primer problema es nuevamente la disyuntiva entre un injustificado “chauvinismo” y un excesivo


“liberalismo” en la atribución de propiedades mentales desde una perspectiva funcionalista. Como
hemos visto, se trata de un problema muy clásico. ¿Cómo enfrentarnos a él? La clave podría estar en un
principio como PNSM. Más concretamente, en la necesidad de contar con propiedades diferenciales
capaces de distinguir el tener una propiedad mental de no tenerla. Como dijimos, esas propiedades
diferenciales deben existir. Pero no tienen porqué ser mucho más básicas que las propiedades mentales
atribuidas. Y podrían consistir en ciertas relaciones con determinados estándares establecidos en
términos ordinarios. Si queremos seguir en el juego de la tipificación científica, esas relaciones con
determinados estándares deberían respetar PPCO. Esto es crucial. Pero dichos estándares podrían, por
ejemplo, referirse a la capacidad del sistema para interactuar con nosotros de una manera fluida durante
amplios periodos temporales y en entornos muy variables.

18 Sobre la perspectiva teleo-funcionalista, véase Dretske (1981), y Millikan (1984). Sobre el socio-funcionalismo, véase
Putnam (1988: cap. 5), Harman (1970, 1974 y 1987), Loar (1981) y Sellars (1969 y 1974). Sobre la hipótesis de la mente
extendida, véase Clark y Chalmers (1998).
Este primer problema es un problema acerca de las ejemplificaciones no-estándar que cabe concebir
respecto a una teoría funcionalista de la mente. Y para solucionarlo, ¡lo que necesitamos es justamente
un estándar! Según vimos, nada impide el uso de estándares en el caso de las propiedades diferenciales
relacionadas con nuestra visión del color. Es una práctica habitual en la ciencia. El problema sólo surge
cuando confundimos esas propiedades diferenciales con las propiedades físicas completamente básicas
que a veces, pero no siempre, suponemos que deben existir en toda ejemplificación de propiedades
mentales. Pero, como ya insistimos en su momento, se trata de dos cosas muy distintas.

Una cuestión importante sería la siguiente. Las propiedades diferenciales relevantes, ¿han de formar
parte de las estructuras funcionales tipificadoras? No necesariamente. Las estructuras funcionales
podrían efectivamente contar con ellas. Y alguna variedad de socio-funcionalismo podría llegar a ser
aquí muy pertinente. Sobre todo, una vez que permitimos relaciones que se establecen con ciertos
estándares socialmente asumidos, relaciones que satisfacen PPCO. Sin embargo, las propiedades
diferenciales también podrían pertenecer únicamente al “comentario” que acompaña a la teoría
seleccionando los dominios apropiados de aplicación. Y esto sería lo importante si respecto a una
estructura funcional socialmente ampliada volviera a plantearse el problema de las ejemplificaciones no-
estándar.19

Otro problema relacionado sería el de la atribución de propiedades mentales a entidades que sólo
satisfacen “una parte” de la descripción funcional que sirve para tipificar una determinada propiedad
mental, o que sólo satisfacen “aproximadamente” tal descripción (Shoemaker, 1984d, analiza estas
posibilidades). Nuevamente, el uso de estándares facilitaría el tratamiento del problema. En los casos
límite, las cosas estarían claras. Y en otros casos, no estaría tan claro. Pero esto no tendría
necesariamente implicaciones ontológicas. Simplemente significa que los estándares a veces no sirven Y
en cualquier caso, no podemos suponer que nuestras capacidades epistémicas sean perfectas.

El último de los problemas que abordaremos también está relacionado con todo esto. La presencia o
ausencia de aspectos cualitativos, manteniendo constante una cierta estructura funcional, volverá a
situarnos ante un sinfín de supuestamente posibles ejemplificaciones no-estándar de propiedades
mentales funcionalmente caracterizadas.

Pero no nos precipitemos. Vayamos al segundo de los problemas. También hemos aludido al mismo en
páginas anteriores. La eficacia causal de lo mental, funcionalmente tipificado, parece quedar excluida
por la eficacia causal de las propiedades más básicas que ejemplifiquen, en cada caso, las entidades que
ejemplifican las propiedades mentales (sobre todo esto, véase Kim, 1989 y 1998). Según dijimos, el
funcionalismo del rol daba lugar a una ausencia de solapamientos entre las propiedades mentales y las
propiedades físicas de las entidades a las que atribuimos esas propiedades mentales. Y con ello se hacía
peligrar el valor explicativo y, sobre todo, la eficacia causal de las propiedades mentales.

El funcionalismo del realizador no hacía peligrar la eficacia causal de lo mental. Pero se enfrentaba al
primero de los problemas que hemos examinado, la posible existencia de ejemplificaciones no-estándar
Ya hemos indicado cómo sortear este primer problema. Sin embargo, ¿no habrá también alguna manera
de hacer viable un cierto funcionalismo del rol? Este funcionalismo tenía la ventaja de poder escapar al
problema de las ejemplificaciones no-estándar mediante la designación rígida las propiedades mentales
y su identificación con propiedades funcionales esenciales.

El funcionalismo del rol podría reivindicarse desde el planteamiento sobre el conocimiento científico
que hemos esbozado. El punto crucial es que ni el carácter absolutamente básico o funcional de una
propiedad ni, tampoco, la propia distinción rol/realizador son cosas que podamos definir con nitidez
ni, tampoco, de antemano.

19 A pesar de todas las críticas (por ejemplo, de Putnam 1988), un socio-funcionalismo admitiendo relaciones con estándares
socialmente asumidos tal vez también pudiera dar cuenta de gran parte de los problemas surgidos a propósito del contenido
en sentido amplio (“broad content”), tanto respecto a los estados mentales como respecto a la semántica de los lenguajes
naturales. Sellars (1968) defendió un funcionalismo semántico de este tipo extendido. Acaso sea éste el único camino
finalmente viable para una teoría del contenido mental.
Algunos desarrollos dentro del propio funcionalismo permitirían apuntalar esta idea. El funcionalismo
“de múltiples niveles” mostraría cómo la distinción rol/realizador puede aparecer en todos los niveles
de la realidad. Y el funcionalismo humuncular mostraría que tal distinción también puede llegar a tener
unos límites muy borrosos. Habría casos en los que, simplemente, no podemos trazar la distinción rol/
realizador. Siendo esto así, la propia distinción funcionalismo del realizador/funcionalismo del rol
podría llegar a atravesar todos los niveles de tipificación de la realidad, y también podría llegar a tener
unos límites muy borrosos.

Es más, podría haber propiedades sumamente básicas constituidas por un rol. Si lo mental incluyera
casos de este último tipo, podríamos tener todas las ventajas del funcionalismo del rol y del
funcionalismo del realizador. Todas las ventajas y ninguno de sus problemas. Podríamos tener la eficacia
causal del realizador y la designación rígida de lo mental identificado con un rol funcional.20

De cualquier modo, tampoco debería asumirse que han de existir propiedades básicas diferentes de las
propiedades que actúan como sustrato al tipificar algo con la ayuda de propiedades mentales
funcionalmente caracterizadas. En el caso de la atribución de propiedades mentales, lo habitual es
desconocer cuáles pueden ser las propiedades máximamente básicas relevantes. Únicamente
conocemos ciertos tipos generales de propiedades básicas relevantes, que es muy distinto. Por tanto, las
actitudes más razonables frente a una ausencia de solapamiento con las propiedades más básicas de
tipo físico, o incluso neurológico, deberían generalmente alejarse de la actitud 1 (véase al respecto
Crane, 1995).

Desde los principios discutidos al comienzo de nuestro trabajo, el panorama es el siguiente. Lo


importante no es empeñarse en mantener la actitud 1. Lo importante es mantener PNS y, sobre todo,
PNSM. Estos principios son ampliamente compatibles con la eficacia causal de lo mental y, más aún,
con su relevancia explicativa. No entrañan ningún peligro para PC.

No se precisa ninguna reformulación de la noción de causalidad. No se necesita ninguna reformulación


de esa noción ni en términos contrafácticos, ni epistémicos, ni nada parecido. Podemos mantener la
concepción más robusta y estricta que queramos. Los argumentos de Jaegwon Kim, mostrando cómo la
eficacia causal de las propiedades mentales queda causalmente excluida por la eficacia causal de las
propiedades más básicas, pierde toda su fuerza si las propias propiedades mentales pueden situarse
entre esas propiedades más básicas. Y tal posibilidad debe quedar abierta.

Pero dejemos esta cuestión y consideremos finalmente los problemas con lo cualitativo. Son muchos.
En otro apartado, ya hemos formulado algunas preguntas al respecto. Quedarían incluidos aquí todos
los problemas relativos a los cambios sistemáticos de espectros cualitativos (véase Block, 1990, Paul
Churchland y Patricia Churchland, 1981, Shoemaker, 1982, y Tye, 1994). También, muchos de los
problemas relacionados con la necesidad de contar con la perspectiva de la primera persona (véase
Farkas, 2008, y Searle, 1980 y 1992). Así mismo, el llamado “argumento del conocimiento” (“the
knowledge argument”, véase Jackson, 1982 y 1986) y el problema del “vacío explicativo” (“explanatory
gap”, véase Block, 2002, Levine, 1983, y Nagel 1974). Pero el más radical de estos problemas lo
presenta la posibilidad de los “zombies filosóficos”.

20 La propia distinción entre designación rígida y designación no rígida es también muy variable y borrosa en otros casos.
Pensemos, por ejemplo, en cómo designa el nombre propio “George Kaplan” en la película de Alfred Hitchcock (1959), Con
la muerte en los talones. En ciertos momentos de la película, “George Kaplan” no se refiere a nadie real. Sólo se refiere a un
personaje de ficción ingeniosamente inventado para engañar a los servicios de espionaje enemigos. En otros momentos, la
referencia de “George Kaplan” es claramente la de una descripción definida satisfecha, accidentalmente, por cierto
individuo (el publicista encarnado por Cary Grant). En otros momentos, “George Kaplan” parece adquirir el pleno estatus
de un nombre propio designando rígidamente a ese mismo individuo. Las tres funciones referenciales conviven
simultáneamente en buena parte de la película. Todo depende del uso contextual dado a la expresión “George Kaplan”. Así
pues, ¿Es “George Kaplan” un designador rígido? Podríamos decir que depende de las circunstancias de uso. Ahora bien,
¿de qué dependen esas circunstancias de uso? No es momento de responder a esta pregunta.
Un zombi en este sentido filosófico es una entidad que a pesar de ser exactamente como uno de
nosotros por lo que respecta a la conducta, tanto no-verbal como verbal, y por lo que respecta a su
estructura computacional o funcional, tanto interna como externa, incluso por lo que respecta a sus
estados neuronales, carece de una vida mental como la nuestra. En algunas versiones, estos zombies
carecen de estados mentales de tipo cualitativo. En otras versiones, les falta conciencia. De un modo u
otro, es muy abundante la literatura generada por esta posibilidad sumamente radical (una buena
referencia inicial es Chalmers 1996).21

¿Cómo hacer frente a la anterior posibilidad, o más bien famila de posibilidades? La primera cuestión
pertinente que debemos plantear es la de si ser un zombi, en ese sentido filosófico, satisface PNS. De
no ser así, ser un zombi sería una posibilidad meramente conceptual. Y con ello, una propiedad tan
relevante o irrelevante para el conocimiento científico de la naturaleza de la mente como que 2+2=4 o
que pv¬p.

Supongamos que sí se satisface PNS. Podemos seguir preguntando si se satisface PNSM. ¿Existirán
propiedades diferenciales entre ser un zombi y no serlo? Recordemos que esas propiedades
diferenciales no tenían porqué ser completamente básicas. Podrían, nuevamente, consistir en relaciones
con determinados estándares ordinarios. Lo importante es que si no existieran dichas propiedades
diferenciales, entonces decir de algo que es un zombi tan sólo sería una variante nominal de las
tipificaciones que hacemos respecto de las otras propiedades que tengan aquellas cosas a las que
atribuimos esa propiedad de ser un zombi. Ahora, la siguiente reflexión es crucial. Cuando la
posibilidad de los zombies se plantea como objeción a una concepción funcionalista de la mente, o en
general a cualquier concepción científica de la mente, lo que se plantea no es que puedan existir tales
variantes nominales. Esto dejaría a la objeción sin ninguna fuerza. Así pues, deberían existir esas
propiedades diferenciales. Tiene que haber “algo más” en ser un zombi aparte de serlo. Y ese "algo
más" ha de ser diferente de lo que podríamos encontrar si no fuera un zombi. Aunque no sea tipificable
mediante propiedades completamente básicas, ese "algo más" debe existir.

En este punto, se abren dos opciones. O bien las propiedades diferenciales en cuestión satisfacen
PPCO, o bien son tratadas en estrecha analogía con la singularidad extrema. Resulta claro que si
adoptamos la primera opción, tenemos ya todo lo que necesitamos para poder seguir manteniendo una
concepción funcionalista de la mente. Nuestro funcionalismo será muy abierto. Y se identificará
simplemente con la posibilidad de conocer científicamente la naturaleza de la mente haciendo uso de
tipificaciones funcionales. Pero esto es todo lo que necesitamos.

Queda la segunda opción, el recurso a la singularidad extrema. ¿Dónde nos lleva esta opción? Según
decíamos, la singularidad extrema, tal vez en último término la singularidad de un “yo”, la singularidad
del “yo” de cada cual, no estaba al alcance del conocimiento científico. La ciencia necesita hacer uso de
la singularidad, pero carece de recursos para identificarla22. Es un “input” que no puede ser un
“output”. Pero esto también significa que la opción de la singularidad extrema tampoco puede suponer
ninguna objeción seria al conocimiento científico de la naturaleza de la mente, sea en términos
puramente funcionalistas o en otros términos.

Consideremos ahora la situación desde otro ángulo. Preguntemos qué valor explicativo y eficacia causal
podría introducir el considerar que una cierta entidad es en realidad un zombi en el sentido filosófico. Si
respondemos que ninguna eficacia causal ni valor explicativo, entonces deberemos sospechar que el ser
un zombi es una mera variante nominal de las otras propiedades que tenga la entidad en cuestión. La
ausencia de eficacia causal, y más aún si ni siquiera se ofrece un valor explicativo, constituye una razón
de peso para sospechar que nos enfrentamos a meras variantes nominales. Si respondemos que sí se
introducen valores explicativos y eficacias causales, entonces deberemos describirlas y explicarlas.

21Sin duda, es David Chalmers el autor que más ha promovido las discusiones actuales en torno a los zombies filosóficos.
En el enlace siguiente se encuentran los materiales más importantes de estas discusiones: http://consc.net/online/1.3b
22 Expresiones como “Este ADN”, “La presión que se alcanza ahora” o “Mi nivel de colesterol”, etc., no llegan a referirse a
la singularidad extrema que constituiría la referencia de “Éste”, “Ahora”, “Yo”, etc.
Deberemos tipificar y proponer leyes. Pero al hacer esto, estaremos simplemente haciendo ciencia. Si
respondemos que sí se introducen valores explicativos y eficacias causales, pero que son sumamente
singulares, al estilo de la singularidad extrema del “yo” de cada cual, entonces ciertamente no podremos
hacer ciencia. Pero es que la ciencia no pretende eso. Al menos, nuestra “ciencia estándar” nunca lo ha
pretendido23. No hay ciencia de la singularidad extrema justamente porque hacer ciencia consiste en
tipificar, y en proponer leyes en base a esas tipificaciones.

Ciertas interpretaciones demasiado directas del argumento modal de Kripke (1980) contra cualquier
teoría de la identidad entre estados mentales y estados físicos se desmantelarían con una estrategia
similar a la arriba esbozada. Si estar en un estado mental no satisface PNS, se trata de una mera
“propiedad conceptual”, tal relevante o irrelevante para el conocimiento científico de la naturaleza de la
mente como que 2+2=4 o que pv¬p. Si estar en un estado mental satisface PNS pero no PNSM,
entonces estar en ese estado mental deberá considerarse una mera “variante nominal” de las
tipificaciones que podemos hacer con ayuda de otras propiedades físicas, neurológicas, etc. Si estar en
un estado mental satisface PNSM pero no PPCO, entonces estaremos ante una singularidad extrema
sobre la cuál la ciencia nunca pretendió ofrecer ninguna clase de “teoría”.

4. CONCLUSIONES
Hemos presentando una cierta manera muy aristotélica de entender la ciencia, de acuerdo a la cual
resultaría inevitable sostener una concepción funcionalista de la mente en un sentido muy abierto. La
propia historia del funcionalismo real sintoniza con esa manera de entender el conocimiento científico.
La concepción funcionalista de la mente no es sino una parte de nuestro empeño por conocer la
naturaleza de la realidad, y nuestra propia naturaleza. Desde esta perspectiva, hemos analizado varios de
los problemas más importantes del funcionalismo. Todos tienen que ver con la conexión de las
propiedades mentales, consideradas en términos funcionales, con otras propiedades supuestamente más
básicas de las entidades capaces de ejemplificar esas propiedades mentales. Y el resultado ha sido una
defensa de la concepción funcionalista de la mente.

Hemos partido de la idea de que el conocimiento científico tipifica objetos, fenómenos y eventos. Y
que a partir de esas tipificaciones, propone leyes. Hemos enfatizado varios aspectos del conocimiento
científico así entendido. Y los hemos presentado en forma de principios. El principio de no-
separabilidad (PNS) intenta evitar que las tipificaciones científicas atribuyan propiedades meramente
conceptuales. El principio de no-separabilidad matizado (PNSM) intenta evitar que las propiedades
atribuidas sean meras variantes nominales de otras propiedades ejemplificadas. Como decíamos, cuando
se atribuye una propiedad tipificadora, deben existir propiedades diferenciales asociadas. El principio de
publicidad y control objetivo (PPCO) obliga a que, aunque las propiedades atribuidas no sean
directamente públicas y objetivamente controlables, esas otras propiedades diferenciales sí deban serlo.
Y el principio de coexistencia (PC) exige que el valor explicativo y la eficacia causal de las propiedades
atribuidas puedan coexistir con el valor explicativo y la eficacia causal del resto de propiedades que
tengan las entidades a las que se atribuyen esas propiedades.

Bajo esta manera de entender el conocimiento científico, resulta muy limitado el papel de las
propiedades completamente básicas, en último término las propiedades que figurarían en las
tipificaciones de nuestras ciencias físicas más básicas. Y las situaciones de no solapamiento de las
propiedades mentales, funcionalmente definidas, con esas propiedades completamente básicas pasan a
ser completamente asumibles. Al igual que las situaciones de una supuesta exclusión causal. Pero, según
indicábamos, nuestras actitudes ante esas situaciones pueden ser aquí muy variadas sin salirnos fuera del
marco del conocimiento científico.

23 El planteamiento general que hemos propuesto se aplicaría reflexivamente sobre la curiosa y compleja propiedad “ser
ciencia”. En particular, esa propiedad tipificaría fenómenos satisfaciendo PNSM. Y las propiedades diferenciales (capaces de
distinguir una actividad como científica) no serían propiedades completamente básicas (resulta sumamente extraño pensar
siquiera qué propiedades podrían ser en este caso), sino propiedades relacionales ordinarias que remiten a cientos estándares.
Lo que sí queda fuera de ese marco es la singularidad extrema, tal vez dependiente siempre de la
singularidad del “yo” de cada cual. Hemos insistido en que muchas objeciones al funcionalismo acaban
recurriendo a esta singularidad extrema. Sobre todo, encontramos esto en las objeciones basadas en el
problema de las ejemplificaciones no-estándar y en las objeciones basadas en lo cualitativo. Pero si
conocer científicamente requiere tipificar, no podrá haber ningún conocimiento científico de tal
singularidad extrema. Hemos argumentado, de una manera muy aristotélica, que aunque la singularidad
extrema sea un “input” crucial del conocimiento científico, nunca podrá ser un “output”.24

¿Es entonces el funcionalismo verdadero a-priori? ¿Basta con analizar adecuadamente algunos de
nuestros conceptos para llegar a establecer, aunque sea en términos muy generales, la verdad de una
concepción funcionalista de la mente? No hemos querido decir algo así. En nuestro planteamiento hay
numerosos puntos que requieren decisiones que no pueden adoptarse exclusivamente a-priori. Con todo,
una vez que consideramos en su justa medida los distintos componentes que habitualmente se
mencionan al presentar la concepción funcionalista de la mente, el funcionalismo sí se convierte en algo
prácticamente necesario.

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24 El punto de partida puede ser la singularidad, pero la ciencia sólo entiende de “tipos”. Hemos insistido en el tono
aristotélico de esta manera de entender el conocimiento científico. También resulta muy afín a la forma de conocer
científicamente la realidad puesta en práctica por Sherlock Holmes. Todos nuestros principios (PNS, PNSM, PPCO y PC)
son utilizados profusamente por él en sus pesquisas. En particular, la singularidad siempre se intenta tipificar al modo
regulado por PNS, PNSM, PPCO y PC. De manera muy especial, la existencia de propiedades diferenciales que exige PNSM
sustentaría un principio tan funcional como el “principio de intercambio”, según el cuál todo criminal siempre deja algo en
la escena del crimen a la vez que se lleva algo. Este principio, tematizado por Edmond Locard en 1910, es fundamental en la
ciencia forense, y se encuentra perfectamente encarnado en Holmes. Así mismo, estaría fuera de toda duda que las
investigaciones de Holmes pretenden tener un valor explicativo, y llegar a determinar las causas reales (de un crimen, por
ejemplo), asumiendo principios como PNS, PNSM, PPCO y PC, con bastante independencia de que puedan existir
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