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Manuel Liz
Con Ulises
Adoptar una concepción funcionalista de la mente implica asumir que la naturaleza de los
estados mentales no consiste en una particular constitución física o material, sino en una
peculiar “manera de funcionar”2. Suele considerarse que esas “maneras de funcionar”
están determinadas por las relaciones que ciertos estados de un sistema son capaces de
mantener con los estímulos sensoriales, con otros estados mentales y con la conducta del
sistema. En cualquier caso, atribuir propiedades mentales se conectaría estrechamente con
la identificación y explicación de ciertos patrones característicos de comportamiento. Más
aún, ejemplificar esas propiedades mentales, estar en esos estados mentales, produciría
causalmente dichos patrones característicos de comportamiento.3
Es habitual interpretar las anteriores relaciones en términos causales. Un estado
mental como, por ejemplo, sentir dolor podría caracterizarse como el estado que 1) suele
estar causado por ciertas estimulaciones sensoriales peculiares, podemos llamarlas
“dolorosas”, estado que además 2) suele producir la creencia de que algo ha ocurrido en
nuestro cuerpo, el deseo de poner fin a esa situación, determinados sentimientos de
ansiedad y alerta, etc., y un estado que 3) suele causar conductas orientadas a la evitación
de esos estímulos y a la reparación del posible daño ocasionado. Cualquier estado capaz
de satisfacer este tipo de descripción, capaz de llevar a cabo ese “papel causal”, capaz de
“funcionar de esa manera”, sería un estado mental consistente en sentir dolor.
Por supuesto, la anterior caracterización no es más que una simplificación llena de
ambigüedades. Pero en cuanto intentamos presentar con más detalle la concepción
funcionalista de la mente, inmediatamente surgen dificultades. Aparecen elementos
contrapuestos. Pares de piezas que no acaban de encajar bien. Por un lado, por ejemplo,
se sugiere que las propiedades funcionales relevantes para entender la mente deben tener
siempre alguna clase de realizaciones físicas, seguramente neurológicas. Pero, por otro
4 Véase, respectivamente, Türing (1950), Block (1980), Searle (1980), Jackson (1982), Chalmers (1996),
etc. La lista de escenarios problemáticos podría ampliarse mucho más. Seguiremos hablando de todas estas
posibilidades a lo largo del trabajo.
1. UNA MANERA ARISTOTÉLICA DE ENTENDER LA CIENCIA
Somos agua. Al parecer, el cuerpo humano posee un 75% de agua al nacer y cerca del
65% en la edad adulta. Así pues, en cierto sentido somos agua. Pero ese sentido no nos
dice todo lo que quisiéramos saber sobre nuestra naturaleza. En menor proporción,
nuestro cuerpo también contiene otras muchas sustancias químicas. Y todos estos
materiales forman tejidos, órganos y sistemas internos. Esto añade a las propiedades del
agua otras propiedades relevantes. Se trata de propiedades derivadas de nuestra compleja
composición y estructura material. Es mucho lo que ya sabemos sobre estas propiedades.
¿Somos eso? Sin duda, lo somos. Pero, nuevamente, esto no es todo. Quisiéramos saber
aún más. ¿Dónde buscar? El entorno y la historia aportan más información. Añaden
nuevas propiedades y estructuras. Sin contar con ellas, no podríamos conocer aspectos
cruciales de nuestra naturaleza. Sin apelar mínimamente al entorno y a la historia puede
que no sepamos, por ejemplo, distinguir entre un cuerpo humano vivo y un cuerpo
humano muerto.
Nuestra composición y estructura material, el entorno, la historia, y con ello todas
las propiedades y estructuras generadas, también son sumamente relevantes respecto a
nuestra mente. Sin duda, nuestra mente es un conjunto de rasgos poseídos por un cuerpo
humano vivo que desarrolla su actividad en una serie de entornos y a través de una serie
de historias.
La ciencia tipifica todos esos ingredientes. Es decir, establece clasificaciones. Y
en base a ellas, intenta formular leyes. Es obvio que la ciencia deja cosas fuera. Pero
intenta recoger todo lo que puede ser importante. En el caso de la psicología, se han
llevado a cabo diversas estrategias. Algunas han tenido más éxito que otras. Y nada nos
asegura que llegaremos a conocer finalmente la naturaleza de la mente. Pero no hay otro
camino que éste.
Clasificar y buscar leyes en base a esas tipificaciones. No hay otra manera de
hacer ciencia. A veces, todo parece indicar que esas clasificaciones y leyes podrían
solaparse cómodamente con las clasificaciones y leyes que nuestras ciencias llamadas
más básicas harían de los mismos fenómenos, siendo la física la ciencia más básica de
todas. El sentimiento de unidad que proporciona tal integración es gratificante y
provechoso. Cuando esto ocurre, cabe aventurar que un cierto tipo de clasificación, la
proporcionada por esas ciencias más básicas, serviría en principio para describir, explicar,
predecir, controlar, etc., científicamente todos los fenómenos. Sin embargo, no siempre
ocurre así. El solapamiento puede llegar a ser enormemente elusivo. Y cuando la
integración se nos escapa, podemos adoptar varias actitudes:
5 La actitud 5 puede incluso sostener que no es posible modificar esencialmente las tipificaciones básicas
de la realidad actualmente existentes porque, pese a todo, no es posible hacer las cosas de otra forma
radicalmente distinta. Esta combinación resulta particularmente interesante. Pero no nos detendremos en
ella.
causales y relevancias explicativas de las otras propiedades que se ejemplifiquen.
Podemos presentar esta idea en forma de otro principio:
6 En la propia atribución de eficacia causal, como propiedad que tipifica esas relaciones entre entidades
que pensamos se relacionan causalmente, se aplicarían también los dos principios que acabamos de
presentar. Por lo que concierne a PC, se buscaría una relevancia explicativa. La relevancia explicativa que
podría tener asumir cierta eficacia causal.
7 Tal como está formulado, PNS se aplicaría incluso a las propiedades atribuidas desde nuestra ciencia más
básica. La existencia de una propiedad básica (también podemos decir “fundamental”) consistiría también
exclusivamente en que ciertos objetos, fenómenos o eventos que tienen otras propiedades “puedan
ejemplificarla” dando lugar a un comportamiento característico. Sin asumir PNS, no podría establecerse
ninguna diferencia entre utilizar sustantivos, adjetivos, verbos, etc., con significado, o simplemente pensar
en cierta propiedad, y que dicha propiedad exista, ni podríamos distinguir entre que la propiedad pueda
tener ejemplificaciones y que simplemente pensemos que las puede tener. Respecto a las propiedades
lógicas, matemáticas o conceptuales, estas diferencias pueden no ser relevantes. Pero sí son diferencias
cruciales respecto a las propiedades con las que queremos conocer la realidad, tipificándola y formulando
leyes sobre ella.
8 El término “sustrato” no implica aquí ninguna clase de determinación que sugiera una reducción.
Necesitaríamos añadir mucho más contenido a PNS para acercarnos a eso. Sin embargo, exigir un sustrato
en el mínimo sentido requerido por PNS no es trivial. Como hemos dicho, pone límites a la inclinación
platónica de “hipostasiar” la existencia de propiedades. Y pone límites también a la noción de “ejemplificar
una propiedad”. Por ejemplo, nada real podría ejemplificar tan sólo una única propiedad.
Pero debemos añadir otra matización para descartar también propiedades
“meramente nominales”, propiedades que consistan simplemente en llamar de otra forma
a las mismas cosas. Podríamos hacer esto a través del siguiente principio:
- Este ADN.
- La presión que se alcanza ahora.
- Su nivel de colesterol.
13 Estrictamente, PNS no obliga a que exista un sustrato “físico”, o un sustrato “material”. Sólo obliga a
que exista algún tipo de sustrato, en el simple sentido de que debe haber siempre otras propiedades
diferenciales ejemplificadas que, en caso de ser más básicas, actúen como sustrato capacitador respecto a la
propiedad que se atribuye. Que ese sustrato sea considerado físico, material, o de otro tipo, dependerá de
cómo estemos de hecho tipificando la realidad. La noción de “hecho bruto” de Elizabeth Anscombe (no la
noción simplificada que recientemente ha empleado Searle) estaría muy cerca de lo que estamos diciendo.
Véase Anscombe (1957).
Tal vez podamos llegar a asumir que existen propiedades neurológicas, o incluso
propiedades físicas más básicas, que sean el sustrato, o que lleguen a no ser más que
variaciones nominales, de ciertas propiedades mentales que atribuimos. Sin embargo, las
propiedades diferenciales reclamadas por PNSM pueden perfectamente no ser
propiedades básicas en ninguno de esos sentidos. 15 Y se trata de dos cuestiones que no
conviene mezclar.
Las propiedades diferenciales podrían consistir, por ejemplo, en ciertas posiciones
relativas respecto a determinados prototipos establecidos en términos ordinarios. Esto es
lo que ocurre, por ejemplo, con las diferencias cromáticas que podemos experimentar
sensorialmente. Disponemos de patrones de tonos de color con un carácter más o menos
estándar. Y por referencia a esos patrones consideramos que ciertos objetos se presentan
en nuestro campo visual con un cierto tono de color. Asumimos sin problemas que estos
distintos tonos han de solaparse con ciertas propiedades más básicas (ciertas reflectancias,
junto con condiciones lumínicas, junto con ciertos estados de nuestros órganos receptores
del color, etc.). Pero nos es muy difícil, incluso puede que sea imposible, determinar con
mayor precisión las propiedades diferenciales relevantes. Y por ello, recurrimos a
recursos como los "estándares de color". El acercarse más o menos a uno de esos
patrones, en unas circunstancias concretas, constituye una propiedad diferencial que
permite satisfacer el principio PNSM. La diferencia entre que un determinado objeto se
experimente con un cierto tono de color y que se experimente con otro tono diferente ha
de entrañar distintas propiedades diferenciales de ese tipo.
¿Qué es lo que cambia si no podemos asumir que las propiedades que atribuimos,
propiedades mentales en el caso que estamos analizando, se solapan estrechamente con
ciertas propiedades básicas de la física o de la neurología? En esta situación, nuestra
actitud puede ser alguna de las variedades 1-5 antes examinadas. Como vimos, cada una
de esas actitudes entraña compromisos metodológicos y filosóficos peculiares. Pero,
insistimos en que todas ellas son actitudes perfectamente aceptables dentro de la ciencia.
Nuestras estrategias a la hora de intentar identificar propiedades diferenciales que
permitan satisfacer PNSM no cambiarían en nada.
Así pues, de acuerdo con el planteamiento que estamos presentando, si tener
mente no es tan sólo una variante nominal de ciertas propiedades más básicas, y con
independencia de la existencia o no de un solapamiento presumible con propiedades
físicas o neurológicas, han de existir esas propiedades diferenciales. Pero aquí no acaba la
historia. La atribución de esas propiedades diferenciales debe respetar también PPCO. No
sería aceptable una satisfacción de PNSM a través de propiedades diferenciales cuya
ejemplificación sólo pueda ser conocida por “mí mismo”, o en su caso por cada “yo” que
esté realizando la atribución de las propiedades mentales en cuestión. No se alcanzaría el
mínimo de publicidad y control objetivo requeridos en el conocimiento científico.
Así pues, aplicando nuestro planteamiento a las propiedades mentales, hay tres
posibles confusiones que deberíamos evitar y que conviene subrayar explícitamente:
14 ¿Podrían algunas propiedades mentales ser variantes nominales de ciertas propiedades físicas, tal vez
muy básicas? Esta es otra manera de hablar del "doble aspecto", mental y físico, que podrían tener algunas
propiedades. Metafísicamente, la pregunta sigue abierta. Y se conecta estrechamente con viejas y recientes
discusiones sobre el pampsiquismo, el monismo neutral y el idealismo. Todas estas discusiones son
filosóficamente apasionante. Pero debe matizarse que las propiedades mentales que habitualmente
atribuimos no son simples variantes nominales de propiedades físicas que podamos identificar.
15 Respecto a esas propiedades diferenciales, volveríamos a estar exactamente en la misma situación que
con cualesquiera otras propiedades con las que intentamos llegar a conocer la realidad tipificando y
formulando leyes. Podríamos encontrar solapamientos fáciles con propiedades más básicas o, en caso
negativo, tendríamos que optar por alguna de las distintas actitudes 1-5 que hemos examinado para hacer
frente a las dificultades de una integración directa.
- En primer lugar, no es preciso suponer ningún solapamiento de las propiedades
mentales atribuidas con las propiedades tipificadoras empleadas por nuestras
ciencias más básicas. Ni siquiera tenemos que asumir que ha de existir un
solapamiento tal.
- En tercer lugar, las propiedades diferenciales relevantes podrían ser tan sólo algo
más básicas que las propiedades que estemos atribuyendo. Para satisfacer
PNSM, basta con que existan propiedades diferenciales de ese tipo. Y para
satisfacer PPCO, basta con que su ejemplificación tenga un mínimo suficiente de
publicidad y control objetivo.
Lo mental puede ser tan “peculiar” como para dejar en suspenso el supuesto de
que las propiedades mentales tengan que llegar a solaparse de modo relevante con las
propiedades que han sido tipificadas por nuestras ciencias más básicas, en último término
con las propiedades tipificadas por nuestra física. Y lo mental puede ser tan “privado”
como para no esperar respecto a las propiedades mentales el mismo tipo de publicidad y
control objetivo que exigimos a otras propiedades. Sin embargo, en el planteamiento que
estamos presentando, ni lo mental tendría porqué situarse fuera del mundo que queremos
conocer científicamente, ni lo mental tendría por qué ser considerado tan idiosincrásico
como la singularidad extrema.
A pesar de no solaparse con propiedades de nuestras ciencias más básicas (la
física, la química, la neurología, etc.), lo mental no tiene porqué situarse fuera del mundo
que queremos conocer científicamente. Hemos insistido en que no es imprescindible el
supuesto de un solapamiento perfecto, ni siquiera relevante, con propiedades de las
ciencias más básicas. En principio, hay otras muchas actitudes compatibles con el
conocimiento científico. Todas las actitudes 1-5 son científicamente admisibles.
Lo mental tampoco tiene porqué ser tratado como la singularidad extrema de un
“éste”, de un “ahora”, o de un “yo”. Atribuir propiedades mentales sí es claramente
atribuir propiedades. Propiedades que no queremos ver como meras variantes nominales
de otras propiedades. Las atribuciones de propiedades mentales han de respetar PNSM. Y
esto implica que deben existir propiedades diferenciales. Es más, si nuestro empeño es
conocer la naturaleza de la mente, tipificarla y formular leyes, la atribución de esas
propiedades diferenciales ha de satisfacer PPCO. La atribución de propiedades
diferenciales ha de implicar un mínimo de publicidad y control objetivo.
Como hemos dicho, también sería erróneo pedir que esas propiedades
diferenciales sean completamente básicas. Deben ser más básicas que las propiedades
mentales atribuidas. Y deben ser públicas y objetivamente controlables. Sin embargo, no
tienen por qué ser propiedades pertenecientes a nuestras ciencias más básicas. Podrían ser
propiedades tipificadas en términos ordinarios. Y podrían involucrar descripciones
referenciales que incluyeran, a modo de “input”, singularidades muy extremas. Esto es
justamente lo que ocurre cuando se utilizan determinados patrones de referencia
ordinarios, como los estándares de tonos de color a la hora de tipificar nuestras
experiencias visuales.
En el caso de las propiedades mentales, el conocimiento científico tipifica y
formula leyes. Aún sin solapamientos con propiedades completamente básicas, sus
tipificaciones han de satisfacer PNS y PNSM. Y las propiedades diferenciales asociadas a
PNSM también deben satisfacer PPCO. Pero para conseguir esto último, bastan
propiedades relacionales que hagan referencia publica y objetivamente controlable a
ciertos estándares ordinarios. Incluso ciertos sujetos que consideremos “normales”
pueden constituir esos estándares. Y el que los estándares cambien, o el que los
modifiquemos, el que mantengan ciertas ambigüedades o sean plurales, no debería
entrañar ningún problema de fondo que sea intratable.
Más allá de estas condiciones, el conocimiento científico de lo mental también
debe asumir PC. Las propiedades mentales han de tener un valor explicativo o una
eficacia causal compatibles con el valor explicativo y la eficacia causal del resto de las
propiedades que, según PNS, debe tener cualquier objeto, fenómeno o evento capaz de
ejemplificar las propiedades mentales en cuestión. La concepción funcionalista de la
mente apuesta por todo esto. En un sentido muy abierto, sin entrar en más detalles, el
funcionalismo respecto a lo mental se compromete con PNS, PNSM, PPCO y PC. Y el
rechazo al funcionalismo declina la apuesta.
Puede que sea inevitable el recurso a estándares ordinarios en la satisfacción de
PNSM. Las propiedades diferenciales pueden ser propiedades macroscópicas ordinarias
algo más básicas que las propiedades mentales que atribuimos. ¿En qué sentido más
básicas? Simplemente, por ejemplo, en el sentido en el que “La nieve es blanca” expresa
un hecho más básico que el hecho expresado por “Veo que la nieve es blanca” o “creo
que la nieve es blanca”.
En último término, y esto es muy importante, tal vez ese recurso baste para
desmantelarse las objeciones básicas que laten en las preguntas que formulábamos más
arriba acerca de campos sensoriales sistemáticamente invertidos, habitaciones que
comprenden chino, zombis filosóficos, etc. En cualquier caso, las propiedades mentales
no serían propiedades lógicas, matemáticas o conceptuales. La atribución de propiedades
mentales tampoco sería una mera atribución de variantes nominales. Ni sería, como
hemos argumentado, algo análogo a la identificación singular. Y la atribución de
propiedades mentales deberá entrañar un valor explicativo y una eficacia causal
compatible con las del resto de las propiedades que ejemplifican los objetos, fenómenos o
eventos que tienen esas propiedades mentales.
Los principios PNS, PNSM, PPCO y PC definen el propio conocimiento
científico. Comprometerse con esta manera de entender el conocimiento científico haría
del funcionalismo algo necesario. Y rechazar el funcionalismo respecto a la mente en
base a argumentos que impiden la satisfacción de esos principios equivaldría a rechazar
que podamos llegar a tener sobre la mente un conocimiento científico.
2. EL FUNCIONALISMO REAL
17 Como introducciones clásicas al conexionismo, véase Bechtel (1987), Bechtel y Abrahamsen (1990),
Horgan y Tienson (eds.) (1991), Horgan y Tienson (1996), McClelland, Rumelhart et al. (eds.) (1986),
Rumelhart, McClelland, et al. (ed.) (1986), Smolensky (1988) y Tomberlin (ed.) (1995).
ejemplo, 1935, 1971, y 1974) consideró que los estados mentales eran correlaciones entre
estímulos sensoriales y respuestas conductuales que debían descubrirse empíricamente. Y
el conductismo lógico, o analítico, o conceptual, de autores como Ryle (1949), Malcolm
(1968) y, bajo ciertas lecturas, también Wittgenstein (1953), consideró que el significado
de los términos mentales era definible a-priori en base a disposiciones a la conducta en
relación con ciertas circunstancias. La crítica de Quine (1953) a la distinción
analítico/sintético y los progresivos enfoques más holistas y naturalizados de la semántica
supusieron la quiebra del segundo enfoque. Los argumentos de Chomsky (1959), y otros,
sobre la suposición implícita de ciertos estados mentales en el establecimiento de las
correlaciones estímulo-respuesta supusieron la crisis del primer enfoque. Y el
funcionalismo se ofreció como la alternativa más razonable.
El funcionalismo hace intervenir crucialmente otros estados mentales a la hora de
entender cualquier estado mental. Como decíamos al inicio de nuestro trabajo, una de las
tesis principales del funcionalismo es que los estados mentales están determinados por las
relaciones que son capaces de mantener con los estímulos sensoriales, con otros estados
mentales y con la conducta. Pero ¿es esto una alternativa o, más bien, sólo una
corrección? El funcionalismo puede perfectamente interpretarse como una corrección al
conductismo. Puede interpretarse como una corrección que añade a los planteamientos
conductistas la relevancia de otros estados mentales.
Con esa corrección, el llamado “psico-funcionalismo” seguirá el camino trazado
por el conductismo empírico, la búsqueda empírica de estructuras funcionales en las que
se conectan estímulos sensoriales, otros estados mentales y ciertas respuestas
conductuales. Los estados internos de una máquina de Turing son estados que pueden
depender estrechamente de otros estados internos del sistema. Esto constituyó un grave
problema en las formulaciones primeras del funcionalismo. 18 Pero, en cualquier caso, el
psico-funcionalismo intenta tipificar de manera más fina los estados mentales.
A su vez, el llamado a veces “funcionalismo analítico” sigue el camino trazado
por el conductismo lógico. Asumiendo el holismo y la naturalización del significado, de
alguna manera continuará proponiendo análisis del significado de los términos mentales
apelando ahora a descripciones funcionales desde la base de nuestras intuiciones
ordinarias.
El psico-funcionalismo y el funcionalismo analítico son dos de las orientaciones
más importantes del funcionalismo de la segunda mitad del siglo XX. El funcionalismo-
máquina del primer momento se consideró obsoleto a la hora de formular teorías
psicológicas. Uno de los autores más representativos del psico-funcionalismo es Fodor
(1968 y 1975). El funcionalismo analítico es defendido por autores como Armstrong
(1968), Lewis (1972), Shoemaker (1984b, 1984c y 1984d) y Smart (1959). Estas otras
dos propuestas funcionalistas mantienen actualmente su vigor, sobre todo la primera. El
psico-funcionalismo, además, una vez que se moderan algunas de sus hipótesis (sobre
todo las relativas a la existencia de un “lenguaje del pensamiento”), apenas se distingue
ya en la práctica de lo que podemos encontrar en el ámbito del conexionismo.19
Los trabajos pioneros de Sellars (1956) sobre los estados mentales como entidades
teóricas se cruzan con las dos orientaciones anteriores. Pero a su modo, también tienen
una fuerte inspiración conductista. Los estados mentales serían entidades teóricas
postuladas a fin de explicar, predecir y controlar conductas, de una manera sin duda muy
holista. Nuestra psicología natural es una compleja teoría implícita. Y la psicología
científica ha de situarse en continuidad con ella, con un final que puede llegar a ser muy
18 Véase Fodor y Block (1972), y Putnam (1973)
19 Sobre la integración del conexionismo en el programa general del funcionalismo, véase Bechtel (1987),
Honavar y Uhr (eds.) (1991), Smolensky (1988), Tomberlin (ed.) (1995), y van Gelder y Port (1993).
eliminativista tanto tomando como referencia el psico-funcionalismo, y en alguna medida
también el funcionalismo analítico, como tomando por referencia a la neurología. Esos
finales han sido considerados por diversos autores. Stich (1983), por ejemplo, defiende un
cierto eliminativismo computacional. Y Patricia Churchland (1989) y Paul Churchland
(1989) defienden un eliminativismo neurológico. Con todo, la perspectiva de Sellars ha
sido más influyente en filosofía que en ciencia cognitiva. Y conviene subrayar la
sospecha del propio Sellars respecto a la posibilidad de que, en último término, los
aspectos de lo mental que tienen que ver con la conciencia cualitativa deban ser asumidos
como propiedades completamente básicas de la realidad.20
El funcionalismo-máquina originó un importante problema que afecta a cualquier
concepción funcionalista de la mente. La múltiple realizabilidad física de las propiedades
y estructuras funcionales, como las propias máquinas de Turing, permite en principio que
los estados y procesos mentales puedan ejemplificarse en sistemas físicos no-estándar que
intuitivamente rechazaríamos como sistemas capaces de tener una mente. Y la disyuntiva
parece ser o bien un injustificado “chauvinismo”, empeñado en atribuir mente tan sólo a
entidades de un determinado tipo físico (por ejemplo, organismos biológicos como
nosotros), o bien un excesivo “liberalismo”, abierto a la atribución de estados mentales a
cualquier entidad de un tipo físico que permita la ejemplificación de la propiedad o
estructura funcional relevante.21
Los enfoques neurofisiológicos, en particular la apuesta a favor de teorías de una
identidad psico-física de las propiedades mentales con ciertas propiedades neurológicas,
ya habían sido acusados de incurrir en un injustificado “chauvinismo”. Ahora, esta
objeción se vuelve contra un funcionalismo que se aferre a cierto tipo privilegiado de
realizaciones físicas. Y la única alternativa parece ser un completo “liberalismo”. Más
adelante sugeriremos que sí hay más alternativas.
Las teorías de una identidad psico-física también habían sido acusadas de no
preservar el significado de los términos mentales. A pesar de que se diera una completa
equivalencia extensional, los términos mentales parecen tener un significado peculiar y,
así, expresar propiedades muy diferentes de las propiedades expresables en cualquier
vocabulario físico o neurológico (véase Smart 1962). La misma objeción afecta al
funcionalismo (véase White, 1986 y 2007, y Block, 2007). A pesar de otros
inconvenientes, el funcionalismo analítico tiene en este punto una ventaja sobre el psico-
funcionalismo. Tiene la ventaja de seguir muy de cerca las intuiciones ordinarias sobre la
aplicación de los términos mentales, con lo que tal vez sí podría preservarse un mismo
significado.
Pero, ¿cómo se definirían de acuerdo con el funcionalismo los estados mentales?
Siguiendo la propuesta de Frank Ramsey sobre la eliminación de los términos teóricos,
Lewis (1972) esboza un método que ya es clásico. El punto de partida es una conjunción
de generalizaciones conectando estímulos, estados mentales y conductas
(generalizaciones procedentes de la investigación empírica, del sentido común, del
análisis conceptual, etc.). Se reemplazarían a continuación los nombres de los distintos
tipos de estados mentales involucrados por diferentes variables. Luego se cuantificaría
existencialmente sobre esas variables y se reorganizarían convenientemente los
cuantificadores. El resultado sería una sentencia Ramsey sin ninguna referencia mental
explícita. Sólo habría referencias explícitas a estímulos, conductas y relaciones entre
20 Esto situaría a Sellars en la tradición del pampsiquismo, posición metafísica recientemente reivindicada
con fuerza por autores como Thomas Nagel, Galen Strawson o David Chalmers, y discutida por un grupo
cada vez más numeroso de autores y autoras.
21 Sobre esta disyuntiva, véase el clásico trabajo de Block (1980)
estímulos y conductas. Y los estados mentales quedarían implícitamente definidos en esa
trama teórica a través de las mencionadas cuantificaciones existenciales.
Como hemos dicho, el método es el mismo que se emplearía en la eliminación
formal de los términos teóricos de cualquier teoría. También sintoniza con los
planteamientos de Sellars (1956) sobre el carácter teórico de los estados mentales. Y
permite entender muy bien la estrategia funcionalista.
Pero, en última instancia, ¿son las definiciones funcionales tan sólo maneras
indirectas de especificar los estados físicos que mantienen ciertas relaciones? ¿Son
descripciones definidas de esos estados físicos, sean estos los que sean? ¿O expresan
propiedades de un nivel más alto, propiedades que cuando se ejemplifican lo hacen sobre
complejas propiedades relacionales de niveles más bajos? La primera opción ha sido
denominada “funcionalismo del realizador” (“realizer-functionalism”) o “teoría de la
especificación funcional”. Fue defendida por Lewis (1966) y por Armstrong (1968). La
segunda opción suele llamarse “funcionalismo del rol” (“rol-functionalism”). La
diferencia entre las dos opciones no es trivial. El funcionalismo del realizador puede
adaptarse mejor a una perspectiva fisicalista de la realidad en la que las propiedades
funcionales ofrezcan tan sólo maneras alternativas de referirnos a ciertas propiedades
físicas. Sin embargo, volveríamos a enfrentarnos al problema de un excesivo
“liberalismo”, pues las propiedades físicas de las entidades físicas que en cada caso
pueden satisfacer las especificaciones funcionales pueden llegar a ser muy distintas y
heterogéneas. Y en muchos casos, nos parecerá sumamente extraño atribuir propiedades
mentales.
El funcionalismo del rol no tiene este problema. A diferencia de lo que ocurre con
las descripciones definidas, este funcionalismo puede ofrecer designaciones rígidas de las
propiedades mentales (en el sentido de Kripke, 1972) y argumentar que son
esencialmente idénticas con ciertas descripciones funcionales. A su vez, estas
descripciones funcionales tendrán realizaciones físicas. Pero tener las propiedades físicas
(o neurológicas, etc.) de las entidades que tienen una propiedad funcional no determinará
el que se tenga la propiedad mental. De alguna manera, esta estrategia ofrece soluciones
al problema anterior de “liberalismo”. Las descripciones funcionales pueden llegar a ser
muy específicas. Sin embargo, surgen otros problemas. Nos enfrentaríamos a un
problema de injustificado “chauvinismo” a la hoja de seleccionar las descripciones
funcionales adecuadas. Y también nos enfrentaríamos a un grave problema de falta de
unidad ontológica, originado por la ausencia de solapamientos entre las propiedades
mentales, así entendidas, y las propiedades físicas.
La historia reciente del funcionalismo está llena de “intra-historias” como la
anterior. Y no podemos recogerlas todas aquí. El holismo de las caracterizaciones
funcionales ha generado otra de esas intra-historias llena de múltiples problemas. Si tener
un cierto tipo de dolor, por ejemplo, está relacionado con tener determinadas clases de
creencias, parece como si no pudieran sentir dolor seres que no son capaces de tener las
creencias apropiadas. La introspección también es un tema con su propia intra-historia y
sus propios problemas. Y no sólo por su carácter aparentemente directo e inmediato, sino
también por su reflexividad y por los ingredientes de indexicalidad que entraña. Así
mismo, el hecho de que apelemos a los estados mentales de un sujeto no sólo para
explicar su conducta, sino también para interpretarla y racionalizarla. Es como si los
estados mentales jugaran aquí un doble papel en dos teorías diferentes, un papel
explicativo en una teoría causal de la conducta y un papel racionalizador en una teoría de
la interpretación de la acción.
Los ámbitos de lo intencional y de lo cualitativo también han dado lugar a
múltiples desarrollos particulares. La hipótesis de un “lenguaje del pensamiento”, un
sistema en el que se representan todos los contenidos de nuestros estados mentales
intencionales, de todas nuestras actitudes proposicionales, ha estado presente en los
debates de varias décadas (véase Fodor, 1975). Y ligada a esta hipótesis está la distinción
entre un contenido estrecho (“narrow content”) y un contenido amplio (“broad content”)
de nuestros estados mentales, así como el debate general entre el externismo y el
internismo (véase el interesante diagnóstico que Crane, 1991, hace de tal debate).
Para unos, el lenguaje de pensamiento debe ser un sistema representacional
simbólico e interno a los sujetos, tanto en su sintaxis como en una parte importante de su
semántica (Fodor 1975 y 1990). Para otros, más afines al socio-funcionalismo que
comentaremos dentro de un momento, se trataría de un sistema representacional
simbólico, pero en gran medida externo, o bien en su semántica o incluso en su sintaxis.
Para otros, sí existiría una estructura representacional interna a los sujetos, pero no sería
un sistema representacional de tipo simbólico (véase Fodor y McLaughlin, 1990, Fodor y
Pylyshyn, 1988, McLaughlin, 1993, Smolensky, 1982, y van Gelder y Port, 1993). Y para
otros, por último, simplemente el lenguaje del pensamiento sería una mera ficción que
prescinde de detalles neurológicos que pueden ser sumamente relevantes (véase Paul
Churchland, 1981 y 2005).
A todo esto se añade la cuestión de que tal vez lo intencional esté mucho más
ligado a lo cualitativo de lo que suele admitirse (véase al respecto Horgan y Tienson,
2002, Kriegel, 2003, Pitt, 2008, Searle, 1992, y G. Strawson, 1994). En tal caso, las cosas
se complicarían mucho. Pues es respecto a lo cualitativo donde surgen varios de los
problemas más radicales a los que se enfrenta el programa funcionalista. Ya hemos
aludido a ellos en otros apartados. Y volveremos a hacerlo en el apartado que sigue. Lo
cualitativo parece resistirse a cualquier análisis funcional. Sin embargo, lo cualitativo
también parece resistirse a cualquier análisis científico, funcional o no funcional. Y
repetimos que tal vez aquí esté la clave.
Debemos mencionar otros cuatro desarrollos más recientes del funcionalismo. Se
trata del funcionalismo homuncular, del funcionalismo “de múltiples niveles”, del teleo-
funcionalismo y del socio-funcionalismo. Daremos tan sólo unas pinceladas.
El funcionalismo homuncular permitiría apelar en nuestras teorías psicológicas a
entidades psicológicas menos complejas que las entidades sobre las que estemos
intentando elaborar nuestra teoría. Esas entidades, psicológicas pero menos complejas,
serían realmente como “homúnculos”. Su análisis funcional podría conducir a otros
homúnculos, y así sucesivamente. En este proceso, llegaría a hacerse borrosa la propia
distinción entre entidad psicológica y entidad no-psicológica, y todo el peso explicativo lo
tendría el tipo de complejidad estructural que se estuviera proponiendo. (Véase Lycan,
1981 y 1991.)
El funcionalismo que hemos llamado “de múltiples niveles” ofrece un tipo de
funcionalismo en el que la típica distinción entre propiedades físicas básicas y
propiedades funcionales se convierte en una multiplicidad de niveles dentro de los cuales
puede encontrarse una distinción entre papeles funcionales y entidades capaces de llevar a
cabo, o realizar, esos papeles funcionales. En otros términos, la distinción
“hardware/software” podemos encontrarla en todos los niveles de la realidad, desde la
economía, la sociología o la psicología hasta la biología. Y tal vez también hasta en los
niveles más fundamentales de la química y la física (Véase Lycan, 1990).
El teleo-funcionalismo y el socio-funcionalismo, por su parte, ampliarían el tipo
de teoría que serviría de base para una definición funcional de los estados mentales. En el
caso del teleo-funcionalismo, no se trataría tan sólo de una teoría sobre estímulos, otros
estados mentales y respuestas conductuales. Se harían intervenir relaciones adaptativas
con los entornos en los que los sujetos psicológicos están situados. Sus entornos, y sus
historias en tales entornos, serían muy relevantes a la hora de definir funcionalmente los
estados mentales. El socio-funcionalismo ofrece otra clase de ampliación, de
“externalización” de la mente. En este caso, se propone que la teoría que ha de servir de
base debe ser una teoría que incluya relaciones entre diferentes sujetos en interacción
dentro de una comunidad. La hipótesis de una “mente extendida” mantiene estrechas
relaciones con estas dos variedades de funcionalismo.22
Los horizontes de la concepción funcionalista de la mente se han ido ampliando
enormemente. Los cuatro desarrollos que acabamos de mencionar (el funcionalismo
homuncular, el funcionalismo “de múltiples niveles”, el teleo-funcionalismo y el socio-
funcionalismo) son particularmente sugerentes y relevantes. Y pueden combinarse con el
psico-funcionalismo, al menos con un psico-funcionalismo abierto, con ciertas dosis de
funcionalismo analítico, y con versiones flexibles del funcionalismo-máquina. También
con el conexionismo y con muchos de los avances recientes en neurociencia. Realmente,
la situación actual en el campo de los estudios científicos sobre la mente es de una intensa
hibridación.
En un sentido u otro, todos estos desarrollos se situarían dentro del marco general
del funcionalismo. Sin embargo, como decíamos antes, en la práctica actual de las
ciencias dedicadas al conocimiento de la mente es a veces muy difícil trazar distinciones
nítidas entre unas posiciones y otras. Cada planteamiento concreto, cada hipótesis, cada
diseño experimental, cada interpretación, etc., es lo único que en último término tiene
“valor de uso”. Y es que las distinciones conceptuales de la filosofía también pueden
llegar a solaparse poco con la práctica real de la ciencia.
3. TRES PROBLEMAS
Nos centraremos ahora en tres problemas, aunque más bien deberíamos decir en tres
grandes grupos de problemas. Todos ellos tienen que ver con las relaciones de lo mental,
funcionalmente considerado, con el mundo tal como es descrito por nuestras ciencias más
básicas, en último término por la física. Mi propósito es ilustrar cómo podríamos
enfrentarnos a estos problemas desde la concepción sobre el conocimiento científico
esbozada al comienzo de nuestro trabajo.
El primer problema tiene que ver con las ejemplificaciones no-estándar de las
propiedades mentales funcionalmente caracterizadas. El segundo problema será el de la
exclusión causal. Y en el tercer problema nos enfrentaremos de lleno con lo cualitativo.
El grado de dificultad irá aumentando según pasemos del primer problema al segundo, y
del segundo al tercero.
Podemos introducir el primer problema recordando nuevamente la disyuntiva
entre un injustificado “chauvinismo” y un excesivo “liberalismo” en la atribución de
propiedades mentales desde una perspectiva funcionalista. ¿Cómo enfrentarnos a él? La
clave podría estar en un principio como PNSM. Más concretamente, en la necesidad de
contar con propiedades diferenciales capaces de distinguir el tener una propiedad mental
de no tenerla. Como dijimos, esas propiedades diferenciales deben existir. Pero no tienen
por qué ser mucho más básicas que las propiedades mentales atribuidas. Y podrían
consistir en ciertas relaciones con determinados estándares establecidos en términos
ordinarios. Si queremos seguir en el juego de la tipificación científica, esas relaciones con
determinados estándares deberían respetar PPCO. Esto es crucial. Pero dichos estándares
22 Sobre la perspectiva teleo-funcionalista, véase Dretske (1981), y Millikan (1984). Sobre el socio-
funcionalismo, véase Putnam (1988: cap. 5), Harman (1970, 1974 y 1987), Loar (1981) y Sellars (1969 y
1974). Sobre la hipótesis de la mente extendida, véase Clark y Chalmers (1998).
podrían, por ejemplo, referirse a la capacidad del sistema para interactuar con nosotros de
una manera fluida durante amplios periodos temporales y en entornos muy variables.
Este primer problema es un problema acerca de las ejemplificaciones no-estándar
que cabe concebir respecto a una teoría funcionalista de la mente. Y para solucionarlo, ¡lo
que necesitamos es justamente un estándar! Según vimos, nada impide el uso de
estándares en el caso de las propiedades diferenciales relacionadas con nuestra visión del
color. Es una práctica habitual en la ciencia. El problema sólo surge cuando confundimos
esas propiedades diferenciales con las propiedades físicas completamente básicas que a
veces, pero no siempre, suponemos que deben existir en toda ejemplificación de
propiedades mentales. Pero, como ya insistimos en su momento, se trata de dos cosas
muy distintas.
Una cuestión importante sería la siguiente. Las propiedades diferenciales
relevantes, ¿han de formar parte de las estructuras funcionales tipificadoras? No
necesariamente. Las estructuras funcionales podrían efectivamente contar con ellas. Y
alguna variedad de socio-funcionalismo podría llegar a ser aquí muy pertinente. Sobre
todo, una vez que permitimos relaciones que se establecen con ciertos estándares
socialmente asumidos, relaciones que satisfacen PPCO. Sin embargo, las propiedades
diferenciales también podrían pertenecer únicamente al “comentario” que acompaña a la
teoría seleccionando los dominios apropiados de aplicación. Y esto sería crucial si
respecto a una estructura funcional socialmente ampliada volviera a plantearse
reiteradamente el problema de las ejemplificaciones no-estándar.23
Otro problema relacionado sería el de la atribución de propiedades mentales a
entidades que sólo satisfacen “una parte” de la descripción funcional que sirve para
tipificar una determinada propiedad mental, o que sólo satisfacen “aproximadamente” tal
descripción (Shoemaker, 1984d, analiza estas posibilidades). Nuevamente, el uso de
estándares facilitaría el tratamiento del problema. En los casos límite, las cosas estarían
claras. En otros casos, no estaría tan claro. Pero esto no tendría necesariamente
implicaciones ontológicas. Simplemente significa que los estándares a veces no sirven Y
en cualquier caso, no podemos suponer que nuestras capacidades epistémicas sean
perfectas.
El último de los problemas que abordaremos también está relacionado con todo
esto. La presencia o ausencia de aspectos cualitativos, manteniendo constante una cierta
estructura funcional, volverá a situarnos ante un sinfín de supuestamente posibles
ejemplificaciones no-estándar de propiedades mentales funcionalmente caracterizadas.
Pero no nos precipitemos. Vayamos al segundo de los problemas. También hemos
aludido al mismo en páginas anteriores. La eficacia causal de lo mental, funcionalmente
tipificado, parece quedar excluida por la eficacia causal de las propiedades más básicas
que ejemplifiquen, en cada caso, las entidades que ejemplifican las propiedades mentales
(sobre todo esto, véase Kim, 1989 y 1998). Según dijimos, el funcionalismo del rol daba
lugar a una ausencia de solapamientos entre las propiedades mentales y las propiedades
físicas de las entidades a las que atribuimos esas propiedades mentales. Pero con ello se
hacía peligrar el valor explicativo y, sobre todo, la eficacia causal de las propiedades
mentales.
23 A pesar de todas las críticas (por ejemplo, de Putnam 1988), un socio-funcionalismo admitiendo
relaciones con estándares socialmente asumidos tal vez también pudiera dar cuenta de gran parte de los
problemas surgidos a propósito del contenido en sentido amplio (“broad content”), tanto respecto a los
estados mentales como respecto a la semántica de los lenguajes naturales. Sellars (1968) defendió un
funcionalismo semántico de este tipo extendido. Acaso sea éste el único camino finalmente viable para una
teoría tanto del contenido mental como del significado lingüístico.
El funcionalismo del realizador no hacía peligrar la eficacia causal de lo mental.
Sin embargo, se enfrentaba al primero de los problemas que hemos examinado, la posible
existencia de ejemplificaciones no-estándar Ya hemos indicado cómo sortear este primer
problema. Sin embargo, ¿no habrá también alguna manera de hacer viable un cierto
funcionalismo del rol? Este funcionalismo tenía la ventaja de poder escapar al problema
de las ejemplificaciones no-estándar mediante la designación rígida de las propiedades
mentales y su identificación con propiedades funcionales esenciales.
Sí que hay formas de hacer viable el funcionalismo del rol. Puede reivindicarse
desde el planteamiento sobre el conocimiento científico que hemos esbozado. El punto
crucial es que ni el carácter absolutamente básico o funcional de una propiedad ni,
tampoco, la propia distinción rol/realizador son cosas que podamos definir con nitidez ni,
tampoco, de antemano.
Algunos desarrollos dentro del propio funcionalismo permitirían apuntalar esta
idea. El funcionalismo “de múltiples niveles” mostraría cómo la distinción rol/realizador
puede aparecer en todos los niveles de la realidad. Y el funcionalismo homuncular
mostraría que tal distinción también puede llegar a tener unos límites muy borrosos.
Habría casos en los que, simplemente, no podemos trazar la distinción rol/realizador.
Siendo esto así, la propia distinción funcionalismo del realizador/funcionalismo del rol
podría llegar a atravesar todos los niveles de tipificación de la realidad, y también podría
llegar a tener unos límites imprecisos. Es más, podría haber propiedades sumamente
básicas constituidas por un rol.24 Si lo mental incluyera casos de este último tipo,
podríamos tener todas las ventajas del funcionalismo del rol y del funcionalismo del
realizador. Todas las ventajas y ninguno de sus problemas. Podríamos tener la eficacia
causal del realizador y la designación rígida de lo mental identificado con un rol
funcional.25
De cualquier modo, tampoco debería asumirse que han de existir propiedades
básicas diferentes de las propiedades que actúan como sustrato al tipificar algo con la
ayuda de propiedades mentales funcionalmente caracterizadas. En el caso de la atribución
de propiedades mentales, lo habitual es desconocer cuáles pueden ser las propiedades
máximamente básicas relevantes. Únicamente conocemos ciertos tipos generales de
propiedades básicas relevantes, que es muy distinto. Por tanto, las actitudes más
razonables frente a una ausencia de solapamiento con las propiedades más básicas de tipo
físico, o incluso neurológico, deberían generalmente alejarse de la actitud 1 que
presentábamos páginas atrás (véase también al respecto Crane, 1995).
Desde los principios discutidos al comienzo de nuestro trabajo, el panorama es el
siguiente. Lo importante no es empeñarse en mantener la actitud 1. Lo importante es
mantener PNS y, sobre todo, PNSM. Estos dos principios son ampliamente compatibles
24 Desde hace años, hay una importante posición en filosofía de la física insistiendo en que la naturaleza
última de los fenómenos físicos es la información. Si fuera así, realmente las nociones de "rol" y de
"realizador" llegarían a unificarse. No podemos discutir con más detalle este sugerente planteamiento.
25 La propia distinción entre designación rígida y designación no rígida puede llegar a ser muy variable y
borrosa. Pensemos, por ejemplo, en cómo designa el nombre propio “George Kaplan” en la película de
Alfred Hitchcock (1959), Con la muerte en los talones. En ciertos momentos de la película, “George
Kaplan” no se refiere a nadie real. Sólo se refiere a un personaje de ficción ingeniosamente inventado para
engañar a los servicios de espionaje enemigos. En otros momentos, la referencia de “George Kaplan” es
claramente la de una descripción definida satisfecha, accidentalmente, por cierto individuo (el publicista
encarnado por Cary Grant). En otros momentos, “George Kaplan” parece adquirir el pleno estatus de un
nombre propio designando rígidamente a ese mismo individuo. Las tres funciones referenciales conviven
simultáneamente en buena parte de la película. Todo depende del uso contextual dado a la expresión
“George Kaplan”. Así pues, ¿Es “George Kaplan” un designador rígido? Podríamos decir que depende de
las circunstancias de uso. Ahora bien, ¿de qué dependen esas circunstancias de uso? Tampoco es momento
de responder a esta pregunta.
con la eficacia causal de lo mental y, más aún, con su relevancia explicativa. Es decir, no
entrañan ningún peligro para PC.
No se precisa ninguna reformulación de la noción de causalidad. No se necesita
ninguna reformulación de esa noción ni en términos contrafácticos, ni epistémicos, ni
nada parecido. Podemos mantener la concepción más robusta y estricta que queramos.
Los argumentos de Jaegwon Kim, mostrando cómo la eficacia causal de las propiedades
mentales queda causalmente excluida por la eficacia causal de las propiedades más
básicas, pierde toda su fuerza si las propias propiedades mentales pueden situarse entre
esas propiedades más básicas. Y tal posibilidad debe quedar abierta.
Pero dejemos esta cuestión y consideremos en tercer lugar los problemas con lo
cualitativo. Ciertamente, son muchos. En otro apartado, ya hemos formulado algunas
preguntas al respecto. Quedarían incluidos aquí todos los problemas relativos a los
cambios sistemáticos de espectros cualitativos (véase Block, 1990, Paul Churchland y
Patricia Churchland, 1981, Shoemaker, 1982, y Tye, 1994). También, muchos de los
problemas relacionados con la necesidad de contar con la perspectiva de la primera
persona (véase Farkas, 2008, y Searle, 1980 y 1992). Así mismo, el llamado “argumento
del conocimiento” (“the knowledge argument”, véase Jackson, 1982 y 1986) y el
problema del “vacío explicativo” (“explanatory gap”, véase Block, 2002, Levine, 1983, y
Nagel 1974). Pero el más radical de estos problemas lo presenta la posibilidad de los
“zombis filosóficos”.
Un zombi en este sentido filosófico es una entidad que a pesar de ser exactamente
como uno de nosotros por lo que respecta a la conducta, tanto no-verbal como verbal, y
por lo que respecta a su estructura computacional o funcional, tanto interna como externa,
incluso por lo que respecta a sus estados neuronales, a pesar de todo ello, carece de una
vida mental como la nuestra. En algunas versiones, estos zombies carecen de estados
mentales de tipo cualitativo. En otras versiones, les falta conciencia. De un modo u otro,
es muy abundante la literatura generada por esta posibilidad sumamente radical (una
buena referencia inicial es Chalmers 1996).26
¿Cómo hacer frente a la anterior posibilidad, o más bien familia de posibilidades?
La primera cuestión pertinente que debemos plantear es la de si ser un zombi, en ese
sentido filosófico, satisface PNS. De no ser así, ser un zombi sería una posibilidad
meramente conceptual. Y con ello, una propiedad tan relevante o irrelevante para el
conocimiento científico de la naturaleza de la mente como que 2+2=4 o que pv¬p.
Supongamos que sí se satisface PNS. Podemos seguir preguntando si se satisface
PNSM. ¿Existirán propiedades diferenciales entre ser un zombi y no serlo? Recordemos
que esas propiedades diferenciales no tenían por qué ser completamente básicas. Podrían,
nuevamente, consistir en relaciones con determinados estándares ordinarios. Lo
importante es que, si no existieran dichas propiedades diferenciales, entonces decir de
algo que es un zombi filosófico tan sólo sería una variante nominal de las tipificaciones
que hacemos respecto de las otras propiedades que tengan aquellas cosas a las que
atribuimos esa propiedad de ser un zombi filosófico. Y entre esas otras propiedades,
¡deberán estar aquellas que constituyen el sustrato que nos capacita para tener las
propiedades mentales que nosotros somos capaces de ejemplificar!
En este punto, la siguiente reflexión es crucial. Cuando la posibilidad de los
zombis se plantea como objeción a una concepción funcionalista de la mente, o en
general a cualquier concepción científica de la mente, lo que se plantea no es que puedan
26 Hemos mencionado a David Chalmers como uno de los principales promotores del pampsiquismo
contemporáneo. No es simple conincidencia que también sea el autor que más ha promovido las discusiones
actuales en torno a los zombis filosóficos. En el enlace siguiente se encuentran los materiales más
importantes de estas segundas discusiones: http://consc.net/online/1.3b
existir tales variantes nominales. Esto dejaría a la objeción sin ninguna fuerza. Así pues,
deberían existir esas propiedades diferenciales. Tiene que haber “algo más” en ser un
zombi aparte de serlo. Y ese “algo más” ha de ser diferente de lo que podríamos encontrar
si no fuera un zombi. Aunque no sea tipificable mediante propiedades completamente
básicas, ese “algo más” debe existir.
A partir de aquí se abren dos opciones. O bien las propiedades diferenciales en
cuestión satisfacen PPCO, o bien son tratadas en estrecha analogía con la singularidad
extrema. Resulta claro que, si adoptamos la primera opción, tenemos ya todo lo que
necesitamos para poder seguir manteniendo una concepción funcionalista de la mente.
Nuestro funcionalismo será muy abierto. Y se identificará simplemente con la posibilidad
de conocer científicamente la naturaleza de la mente haciendo uso de tipificaciones
funcionales. Pero esto es todo lo que necesitamos.
Queda la segunda opción, el recurso a la singularidad extrema. ¿Dónde nos lleva
esta opción? Según decíamos, la singularidad extrema, tal vez en último término la
singularidad de un “yo”, la singularidad del “yo” de cada cual, no estaba al alcance del
conocimiento científico. La ciencia necesita hacer uso de la singularidad, pero carece de
recursos para identificarla27. Es un “input” que no puede ser un “output”. Pero esto
también significa que la opción de la singularidad extrema tampoco puede suponer
ninguna objeción seria al conocimiento científico de la naturaleza de la mente, sea en
términos puramente funcionalistas, o en otros términos.
Consideremos ahora la situación desde otro ángulo. Preguntemos, ¿qué valor
explicativo y eficacia causal podría introducir el considerar que una cierta entidad es en
realidad un zombi en el sentido filosófico? Si respondemos que ninguna eficacia causal ni
valor explicativo, entonces deberemos sospechar que el ser un zombi en ese sentido
filosófico es una mera variante nominal de las otras propiedades que tenga la entidad en
cuestión, propiedades que ofrecerían el sustrato que permite que nosotros mismos
ejemplifiquemos las propiedades mentales que sí ejemplificamos. La ausencia de eficacia
causal, y más aún si ni siquiera se ofrece un valor explicativo, constituye una razón de
peso para sospechar que nos enfrentamos a meras variantes nominales. Si respondemos
que sí se introducen valores explicativos y eficacias causales, entonces deberemos
describirlas y explicarlas. Deberemos tipificar y proponer leyes. Pero al hacer esto,
estaremos simplemente haciendo ciencia. Si respondemos que sí se introducen valores
explicativos y eficacias causales, pero que son sumamente singulares, al estilo de la
singularidad extrema del “yo” de cada cual, entonces ciertamente no podremos hacer
ciencia. Pero es que la ciencia no pretende eso. Al menos, nuestra “ciencia estándar”
nunca lo ha pretendido.28 No hay ciencia de la singularidad extrema justamente porque
hacer ciencia consiste en tipificar, y en proponer leyes en base a las tipificaciones
realizadas.
Ciertas interpretaciones demasiado directas del argumento modal de Kripke
(1980) contra cualquier teoría de la identidad entre estados mentales y estados físicos se
desmantelarían con una estrategia similar a la arriba esbozada. Si estar en un estado
mental al ejemplificar cierta propiedad mental no satisface PNS, entonces esa propiedad
mental será realmente una mera “propiedad conceptual”, tal relevante o irrelevante para el
conocimiento científico de la naturaleza de la mente como que 2+2=4 o que pv¬p. Si
27 Expresiones como “Este ADN”, “La presión que se alcanza ahora” o “Mi nivel de colesterol”, etc., no
llegan a referirse a la singularidad extrema que constituiría la referencia de “Éste”, “Ahora”, “Yo”, etc.
28 El planteamiento general que hemos propuesto se aplicaría reflexivamente a la curiosa y compleja
propiedad “ser ciencia”. En particular, esa propiedad tipificaría fenómenos satisfaciendo PNSM. Y las
propiedades diferenciales (capaces de distinguir una actividad como científica) no serían propiedades
completamente básicas (resulta sumamente extraño pensar siquiera qué propiedades podrían ser en este
caso), sino propiedades relacionales ordinarias que remiten a cientos estándares.
estar en un estado mental satisface PNS, pero no PNSM, entonces estar en ese estado
mental deberá considerarse una mera “variante nominal” de las tipificaciones que
podemos hacer con ayuda de otras propiedades físicas, neurológicas, etc. Y si estar en un
estado mental satisface PNSM, pero no PPCO, entonces estaremos ante una singularidad
extrema sobre la cuál la ciencia nunca pretendió ofrecer ninguna clase de “teoría”. 29
4. CONCLUSIONES
Hemos presentado una cierta manera muy aristotélica de entender la ciencia, de acuerdo
con la cual resultaría inevitable sostener una concepción funcionalista de la mente en un
sentido muy abierto. Y la propia historia del funcionalismo real sintoniza con esa manera
de entender el conocimiento científico. La concepción funcionalista de la mente no es
sino una parte de nuestro empeño por conocer la naturaleza de la realidad, y nuestra
propia naturaleza. Desde esta perspectiva, hemos analizado varios de los problemas más
importantes del funcionalismo. Todos tienen que ver con la conexión de las propiedades
mentales, consideradas en términos funcionales, con otras propiedades supuestamente
más básicas de las entidades capaces de ejemplificar esas propiedades mentales. Y el
resultado ha sido una defensa de la concepción funcionalista de la mente.
Hemos partido de la idea de que el conocimiento científico tipifica objetos,
fenómenos y eventos. Y que a partir de esas tipificaciones, propone leyes. Hemos
enfatizado varios aspectos del conocimiento científico así entendido. Y los hemos
presentado en forma de principios. PNS intenta evitar que las tipificaciones científicas
atribuyan propiedades meramente lógicas, matemáticas o conceptuales. PC exige que el
valor explicativo y la eficacia causal de las propiedades atribuidas puedan coexistir con el
valor explicativo y la eficacia causal del resto de propiedades que tengan las entidades a
las que se atribuyen esas propiedades. PNSM intenta evitar que las propiedades atribuidas
sean simples variantes nominales de otras propiedades ejemplificadas. Como decíamos,
cuando se atribuye una propiedad tipificadora, deben existir propiedades diferenciales
asociadas. Y PPCO obliga a que, aunque las propiedades atribuidas no sean directamente
públicas y objetivamente controlables, esas otras propiedades diferenciales sí deban serlo.
Bajo esta manera de entender el conocimiento científico, resulta muy limitado el
papel de las propiedades completamente básicas, en último término las propiedades que
figurarían en las tipificaciones de nuestras ciencias físicas más básicas. Y las situaciones
de no solapamiento de las propiedades mentales, funcionalmente definidas, con esas
propiedades completamente básicas pasan a ser completamente asumibles. Al igual que
las situaciones de una supuesta exclusión causal. Pero, según indicábamos, nuestras
actitudes ante esas situaciones pueden ser aquí muy variadas sin salirnos del marco del
conocimiento científico.
Lo que sí queda fuera de ese marco es la singularidad extrema, tal vez dependiente
siempre de la singularidad del “yo” de cada cual. Hemos insistido en que muchas
objeciones al funcionalismo acaban recurriendo a esta singularidad extrema. Sobre todo,
encontramos esto en las objeciones basadas en el problema de las ejemplificaciones no-
estándar y en las objeciones basadas en lo cualitativo. Pero si conocer científicamente
requiere tipificar, no podrá haber ningún conocimiento científico de tal singularidad
extrema. Hemos argumentado, de una manera muy aristotélica, que, aunque la
singularidad extrema sea un “input” crucial del conocimiento científico, nunca podrá ser
un “output”.30
29 Una vez más, no podemos desarrollar aquí en detalle estos comentarios en relación a Kripke. Pero, sin
duda, sería interesante hacerlo.
¿Es entonces el funcionalismo verdadero a-priori? ¿Basta con analizar
adecuadamente algunos de nuestros conceptos para llegar a establecer, aunque sea en
términos muy generales, la verdad de una concepción funcionalista de la mente? No
hemos querido decir algo así. En nuestro planteamiento hay numerosos puntos que
requieren decisiones que no pueden adoptarse exclusivamente a-priori. Con todo, una vez
que consideramos en su justa medida los distintos componentes que habitualmente se
mencionan al presentar la concepción funcionalista de la mente, el funcionalismo sí se
convierte en algo prácticamente necesario.
REFERENCIAS
30 El punto de partida puede ser la singularidad, pero la ciencia sólo entiende de “tipos” de cosas. Hemos
insistido en el tono aristotélico de esta manera de entender el conocimiento científico. También resulta muy
afín a la forma de conocer científicamente la realidad puesta en práctica por Sherlock Holmes. Todos
nuestros principios (PNS, PC, PNSM y PPCO) son utilizados profusamente por él en sus pesquisas. En
particular, la singularidad siempre se intenta tipificar al modo regulado por PNS, PC, PNSM y PPCO. De
manera muy especial, la existencia de propiedades diferenciales que exige PNSM sustentaría un principio
tan funcional como el “principio de intercambio”, según el cual todo criminal siempre deja algo en la
escena del crimen a la vez que se lleva algo. Este principio, tematizado por Edmond Locard en 1910, es
fundamental en la ciencia forense, y se encuentra perfectamente encarnado en Holmes. Así mismo, estaría
fuera de toda duda que las investigaciones de Holmes pretenden tener un valor explicativo, y llegar a
determinar las causas reales (de un crimen, por ejemplo), asumiendo principios como PNS, PC, PNSM y
PPCO, con bastante independencia de que puedan existir finalmente solapamientos completos con las
propiedades tipificadoras de nuestras ciencias más básicas. En esto (y en muchos más temas) la ciencia de
Sherlock Holmes es profundamente aristotélica.
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